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CÓMO CONECTARSE CON UN PREADOLESCENTE SIN

MORIR EN EL INTENTO

Mi vieja maleta estaba lista para el


campamento: lámpara, bolsa de
dormir, repelente. No sé si en el
grupo de preadolescentes estaban
más nerviosos que yo esa noche,
pero yo me preguntaba ¿qué hará
Dios en esta ocasión? Al llegar,
pude ver rápidamente el mapa
social: Todos actuando “normal” y
algunos nuevos, protegidos tras
sus teléfonos y demasiado ocupados para mostrarse vulnerables. Otros,
demasiado “rudos” como para hacernos sospechar que sus hogares estaban
despedazados, o que traían un dolor interno que nadie conocía, que le habían
dado un “ultimátum” a Dios, o que simplemente buscaban amigos de verdad…

¿Por dónde comenzar?


Conectarse con preadolescentes es más sencillo de lo que parece. El arte
consiste en saber ver “a través” de la apariencia, directo al corazón, pero no tan
directo como para se sientan descalificados y amenazados por tu brillante
“sapiencia”, ya que es ese caso cerrarían por completo el contacto contigo
(Mt.6:22).

Empieza con la mirada. Tiene que ser una mirada que aprueba, que valora el
diamante que se forma dentro de cada preadolescente por encima de las
presiones que lo transforman. Nunca les juzgues los zapatos ni levantes la
mirada por encima de sus ojos. Salúdalos con una leve sonrisa que no suene
exagerada. Sabrán si eres honesto. Pregunta su nombre. Repítelo con aprecio.
Apréndelo. No hay atajos. Nuestro nombre entonado con cariño será siempre un
bálsamo al corazón.

Lo básico
Sí. Los preadolescentes también comen, se cansan, transpiran, se emocionan,
se aburren, se avergüenzan y se intimidan, igual que nosotros. Si te confían algo
personal y a ti se te sale una broma relacionada con sus sentimientos,
difícilmente confiarán en ti de nuevo a menos que seas honesto y te disculpes.
Funcionan las mismas normas básicas con todos los seres humanos. La
diferencia radica en cuán heridos están sus corazones, cuánto se han sentido
humillados por otras personas mayores y cuánto temen que alguien como tú les
haga recordarlo. Pero aparte de eso, saben pasarla muy bien.
Recuerdo a Lupe. Llegó a un campamento para chicos de un barrio controlado
por pandillas. Ese día fue su cumpleaños 14. Compramos un pastel en secreto
fuera del campamento. Sus ojitos brillaron al oír su nombre cantado por 100
chicos diciéndole que celebraban su vida. Ella lloró de alegría, nunca le habían
celebrado así. Después de eso, ella era el alma del campamento.

Cuando tú muestras interés en las necesidades más esenciales de un


preadolescente, en especial, la comida, transmites una descarga de cariño de
alto voltaje directo al corazón. Lo mismo pasa con un abrazo dado con sinceridad
de modo saludable, o con una invitación a un deporte, o algo tan sencillo como
compartir paletas heladas, o lo que tengas con tu grupo.

Siguiente nivel. El arte de preguntar


“¿Así que te enojaste solo porque dije que debes terminar tu hoja de trabajo?”
Una pregunta como esta tiene varios problemas: se responde con un “sí” o con
un “no”, cerrando así la posibilidad de diálogo, se orienta a juzgar la emoción del
chico o chica, minimizando la importancia de lo que pasó al decir “sólo porque…”
y se centra en etiquetar la actitud como rebeldía o debilidad en vez de buscar
comprender mejor.

En lugar de lo anterior, podríamos iniciar la conversación de una forma distinta,


reconociendo los hechos y luego yendo a las ideas: “Carlos, cuando te dije que
terminaríamos primero la hoja de trabajo noté que te enojaste mucho. Quisiera
estar seguro de entenderte ¿qué fue lo que te enojó?”. Este segundo tipo de
pregunta abre la comunicación a un nivel más profundo. No solamente para
comprender, sino para enseñar a Carlos a ser más consciente de cómo sus
pensamientos afectan sobre sus emociones. Este estilo de preguntar, puede
llevar a niveles inesperados de conversaciones sobre la vida, lo justo y lo injusto,
el miedo y el poder que tenemos en Cristo para cambiar nuestra perspectiva de
las cosas.

Aterrizando con desafíos personales


El objetivo de un buen líder como Jesús, es hacer que las situaciones cotidianas
de la vida nos revelen áreas por trabajar en el mediano plazo: como el control de
nuestros impulsos (Lc.9:54), el no complacer a los demás solo para ganar afecto,
saber expresar cariño saludablemente (Ro.12:9-21), trabajar en equipo (I
Cor.12:12), manejar la frustración y muchas otras habilidades. Cuando un
preadolescente descubre esas áreas débiles en una situación “segura” de
diálogo con preguntas correctas y hablando con un líder que lo valora, entonces
el diamante aparece.

…Aquella vez volví a casa con mi mochila llena de ropa sucia, la garganta hecha
pedazos y algunos raspones. Me desparramé en la cama para recuperar fuerzas.
Entró un WhatsApp: “¡Gracias por ser tan buen amigo, Dios lo bendiga y a su
familia!”. Era una de las chicas del campamento. Ella sabía que ya no soy ni por
asomo, un preadolescente, pero me honró inmensamente que me considerara
un “amigo”.

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