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Última revisión: 01/04/2023.


Tema45. Las transformaciones del Extremo Oriente desde 1886 a 1949.

INTRODUCCIÓN

A lo largo de este tema estudiaremos cómo desde 1886, fecha de la anexión británica de Birmania, hasta
1949, fecha del triunfo de la Revolución en China, acontecieron un conjunto de transformaciones políticas,
económicas y sociales que son esenciales para comprender la Historia Contemporánea en Extremo
Oriente. China vivió el fin de un Imperio, la proclamación de una República, una guerra civil, la guerra
contra Japón y, finalmente, el triunfo de la Revolución comunista. Japón pasó de ser un territorio
potencialmente colonizable a convertirse en una potencia imperialista que confrontó directamente con
EE. UU. por el dominio del océano Pacífico, hecho que culminó en una cruel guerra de la que la nación
nipona salió completamente derrotada. Otros países del Extremo Oriente iniciaron su andadura como
Estados independientes del dominio colonial occidental que habían padecido en los siglos anteriores. La
importancia del tema reside en que nos permite comprender el esfuerzo, que constituye el pasado
reciente por adaptarse al mundo contemporáneo, de un conjunto de países de una de las áreas
económicas más activas y poderosas de la actualidad.

El desarrollo de este tema seguirá el siguiente esquema:

1. Las transformaciones en China


1.1. China hasta finales del siglo XIX
1.2. La revolución de 1911
1.3. La guerra civil 1927-1937
1.4. La guerra chino-japonesa 1937-1945
1.5. La revolución socialista: la República Popular China
2. Las transformaciones en Japón
2.1. Japón hasta la época Meiji
2.2. La época Meiji
2.3. Japón hasta 1945
3. Transformaciones en otros países del Extremo Oriente
3.1. Mongolia
3.2. La India y las colonias británicas en Extremo Oriente
3.3. Tailandia
3.4. Indochina
3.5. Indonesia
3.6. Filipinas
3.7. Corea

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Tema45. Las transformaciones del Extremo Oriente desde 1886 a 1949.

1. LAS TRANSFORMACIONES EN CHINA

1.1. CHINA HASTA FINALES DEL SIGLO XIX

A lo largo del siglo XIX, desde el final de la primera guerra del Opio (1839-1842) hasta la rebelión de los
bóxers (1900), China –aunque sin perder su autogobierno– hubo de someterse a la explotación económica
de las potencias extranjeras europeas, encabezadas por Reino Unido, lo que provocó su apertura al
mercado internacional.

La apertura de China se inició con las concesiones comerciales a Reino Unido, tras su derrota en la
primera guerra del Opio y la posterior firma del Tratado de Nankín (1842), que supuso la apertura de
Cantón, Shanghái y el cese de Hong Kong. De este modo, se inauguraba la época de los Tratados
desiguales, así llamada por las ventajas que obtenían las potencias extranjeras en los acuerdos de paz,
que permitían a los europeos comerciar y establecerse en algunas zonas costeras (aunque impedían la
penetración interior).

Las tensiones derivadas de la presencia europea desembocaron en la segunda guerra del Opio (1856-
1860) contra Francia y Reino Unido, que tuvo como resultado una mayor apertura de China a los
productos occidentales, al tener que aceptar el desbloqueo de nuevos puertos y enclaves comerciales.
Los enfrentamientos continuaron en la segunda mitad del siglo. En 1884, el gobierno francés decidió
ocupar Tonkín y establecer su protectorado en Annam, a costa de otra guerra contra China (1884-1885),
que finalizó en el Tratado de Tien-Tsin (1885), por el cual el gobierno chino prometió abrir, al comercio
francés, la frontera de China meridional.

En 1886, se realizó la anexión británica de Birmania –antiguo reino tributario de China–. Otros reinos
tributarios de China eran Corea, Siam, Laos, Vietnam y Nepal; países que en su mayoría fueron anexados
a las nuevas configuraciones imperialistas extranjeras. Entre 1894 y 1901, las potencias volvieron a centrar
su interés en China –cuya crisis tenía unas causas profundas en la actitud del gobierno imperial manchú
respecto a la penetración occidental–. En 1894, Japón tomó la iniciativa y desembarcó sus tropas,
aprovechando disturbios en Corea. La primera guerra sino-japonesa (1894-1895) mostró la superioridad
de los nipones en todos los ámbitos militares; el ejército japonés preparó, en 1895, una gran ofensiva
contra Pekín. La amenaza nipona llevó al gobierno chino a firmar el Tratado de Shimonoseki (1895), por
el cual Corea dejaba de serle tributario y quedaba bajo la influencia japonesa como protectorado; además,
cedía la isla de Formosa a Japón. En los dos años siguientes se dibujaron las zonas de influencia económica
de las potencias europeas: Rusia en Manchuria, con Port Arthur; Alemania en Shandong, con la bahía de
Kiau Chau; Francia en las provincias meridionales del Imperio; y Reino Unido obtuvo concesiones de los
ferrocarriles en el valle del Yangtsé. Solo EE. UU. rehusó participar en aquella política, porque defendía
exclusivamente el libre comercio.

La creciente presencia extranjera y la humillación nacional favorecieron el estallido de la rebelión de los


bóxers (1900) –un nuevo movimiento nacionalista y xenófobo auspiciado por la propia emperatriz Cixí
[imperio 1861-1908]–. La revuelta comenzó en el norte y se extendió como una mancha de aceite por
todo el país; la ocupación del “Barrio de las embajadas”, en Pekín, fue su incidente más conocido. La
revuelta fue duramente sofocada por las potencias occidentales agredidas; en especial, Reino Unido,
Francia, Rusia y Alemania, que formaron un contingente militar que invadió China por la frontera de Rusia.

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La consecuencia más inmediata fue el acantonamiento de los bóxers en Pekín, y su posterior saqueo por
parte de los ejércitos europeos.

A pesar de su fracaso, la rebelión de los bóxers sirvió para que los Estados europeos comprendieran que
existía un nacionalismo chino, por lo que dejaron de esgrimir la hipótesis de la división de China (Morales
y De la Torre, 2009). Las condiciones impuestas al país se concretaron en la política conocida como el
despojo de China, que supuso la obligación de admitir la presencia de tropas extranjeras y la adopción de
una "política de puertas abiertas" auspiciada por los intereses comerciales de EE. UU. Todo ello derivó en
la penetración definitiva del capitalismo occidental en China y, con él, la ruina de la milenaria manufactura
del país, la descomposición definitiva del Estado manchú, la formación de un proletariado en zonas
portuarias como Shanghái, y el desarrollo de una minoría intelectual proclive a las ideas occidentales.

1.2. LA REVOLUCIÓN DE 1911

Durante la primera década del siglo XX, la sociedad china estaba formada por los siguientes grupos
sociales: una gran masa de campesinos pobres –que se mantenían al margen de los cambios políticos–;
grupos de obreros dispersos en el territorio nacional –de escasa fuerza y carentes de conciencia de clase,
y, por lo tanto no organizados políticamente–; y ciertos grupos minoritarios de intelectuales y reformistas
–agrupados en torno a la figura del doctor Sun Yat-sen (1866-1925)–; estos últimos fueron los
protagonistas de la Revolución de 1911.

En los últimos sesenta años, el mito de la “Gran China” se había desmoronado; el descontento con la
monarquía crecía –no solo por las derrotas ante los extranjeros, sino por la política represiva llevada a
cabo por el gobierno imperial–, lo que favoreció el desarrollo de tendencias revolucionarias que, en su
mayoría, defendían la idea de que la renovación pasaba por el derrocamiento del trono y la instauración
de una República. Un paulatino distanciamiento de la aristocracia y los comerciantes de la dinastía Qing
(manchú), junto con el descontento popular frente a las reformas del gobierno, hizo que surgiera un
movimiento republicano antimanchú entre los exiliados, los emigrados y los estudiantes chinos en el
extranjero antes de 1905, con la figura de Sun Yat-sen a la cabeza (Bailey, 2002). Este político había
estudiado medicina en Honolulú y Hong Kong, participó en un levantamiento en Cantón, en 1895 –una
tentativa fallida de golpe de Estado contra el Imperio chino, por la cual hubo de exiliarse–, y en el
extranjero se convirtió en el principal defensor del nacionalismo chino.

En 1905, el doctor Sun fundó la Sociedad de la Alianza, cuyo programa se condensaba en los Tres
principios del pueblo: la unidad nacional –como expresión de la independencia frente a la dependencia
colonial–; la democracia –como manifestación de la soberanía nacional y de los derechos del pueblo–; y
el bienestar del pueblo –como reflejo de la modernización de las estructuras sociales y del desarrollo
económico–. Apoyándose en la naciente burguesía y en algunos sectores populares, la Sociedad de la
Alianza organizó varios movimientos de insurrección.

El 10 de octubre de 1911, emprendió el levantamiento de Wuchang, que desembocó en la Revolución


de Xinhai –que acabó con la dinastía manchú mediante la deposición del último emperador, Puyi [imperio
1908-1912], el 12 de febrero de 1912–. Sun Yat-sen, que, en el estallido de la Revolución, se encontraba
en occidente recabando fondos y apoyos a la causa revolucionaria republicana, regresó a China en
diciembre de 1911. A los pocos días de su regreso, el comité revolucionario y los representantes
provinciales, reunidos en la ciudad de Nankín, proclamaron, el 1 de enero de 1912, la República de China,
y eligieron a Sun Yat-sen [gobierno 1912] presidente provisional de la misma.

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Sun tuvo que enfrentarse a los grupos conservadores de terratenientes, a los funcionarios y a los
militares, que finalmente acabaron por hacerse con el poder, y cuya base social era más sólida que la
minoría intelectual y reformista del partido de Sun. Yuan Shikai dirigía al único ejército poderoso y
moderno del país y controlaba el norte de China. En ese contexto, el presidente provisional de la
República, Sun Yat-sen, decidió hacerle un ofrecimiento a Yuan: si aceptaba unirse a la causa republicana
y conseguía la abdicación del emperador, le cedería el cargo de presidente de la República de China
(Bianco, 2017).

La República dio sus primeros pasos con la presidencia de Yuan Shikai [gobierno 1912-1916], y Li
Yuanhong [gobierno 1916-1917], posteriormente la corrupción condujo a la anarquía, que acabó con la
fragmentación del territorio chino en manos de los señores de la guerra. Durante estos años de la recién
nacida República de China, se asistió a una serie de transformaciones sociales, políticas y económicas,
entre las que cabe citar: la penetración del capitalismo occidental de manera descontrolada; la
descomposición del poder central de la República y la creciente regionalización; la formación de un
proletariado más amplio y de una burguesía beneficiada de las inversiones capitalistas extranjeras; y el
encarecimiento del precio de la tierra, cuyas víctimas más onerosas fueron los campesinos pobres.

Aunque pueda parecer que la revolución había fracasado, no fue así. Con ella se puso fin a dos mil años
de dominio imperial en China, la dinastía Qing fue destruida y, a pesar del predominio de los jefes
militares, las nuevas estructuras políticas introducidas sirvieron como punto de partida para los
programas revolucionarios posteriores, tanto nacionalistas como socialistas.

1.3. LA GUERRA CIVIL 1927-1937

El 4 de mayo de 1919 se produjo una manifestación de estudiantes en la plaza de Tiananmén, en Pekín,


como protesta contra la transferencia de los derechos que Alemania poseía antes de la Primera Guerra
Mundial en la provincia china de Shantung a Japón. El movimiento nacionalista del 4 de mayo se extendió
con fuerza por el país, dando lugar a la aparición de dos fuerzas políticas muy diferenciadas y llamadas a
ocupar un importante papel en la historia contemporánea china:

 Por un lado, el Partido Nacionalista Chino (Kuomintang), de carácter intelectual y reformista, que se
apoyaba en los militares; dirigido por el general Chiang Kai-shek (1887-1975), jefe militar y sucesor de
Sun Yat-sen desde 1925. Este partido experimentó, desde entonces, una importante metamorfosis y
pasó a convertirse en un partido oligárquico, representante de los intereses de la burguesía,
beneficiada de las inversiones capitalistas extranjeras.

 Por el otro, el Partido Comunista de China, fundado en Pekín, en 1921, y de ideología marxista-
leninista, dentro de la Internacional Comunista (Komintern). Contaba con el apoyo de las masas
obreras industriales, pero todavía no del campesinado.

En 1927, las actividades de Chiang Kai-shek –que colaboraba con los comunistas contra los señores de
la guerra del norte– estaban llegando con éxito a su fin. Entonces, los campesinos y obreros que habían
contribuido a la victoria exigieron ciertas reivindicaciones, frente a las cuales Chiang Kai-shek no quiso
doblegarse. Ese mismo año, rompió los acuerdos con los comunistas y organizó su matanza en Shanghái.
Seguidamente, apoyado por los grandes financieros, formó en Nankín un gobierno dirigido por el
Kuomintang purgado. Estallaba así la guerra civil entre las dos fuerzas. En los diez años que transcurrieron,

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entre 1927 y 1937, el Kuomintang se hizo con el predominio y gobierno de China; y, al tiempo que
unificaba el país, llevó a cabo un doble proceso: la consolidación del gobierno nacionalista, por un lado, y
la evolución hacia un poder militarista y autoritario, vinculado a los sectores conservadores y a los
intereses neocoloniales occidentales, por el otro. Así, Chiang Kai-shek impuso una dictadura militar.

Mao Zedong (1893-1976), uno de los fundadores y líder del Partido Comunista de China, ante el triunfo
de las campañas de Chiang Kai-shek, promovió la retirada del Ejército Popular de Liberación desde la costa
hacia el interior –en un episodio épico conocido como la Larga Marcha, que lo llevó, entre 1934-1935, a
lo largo de más de doce mil kilómetros, a las lejanas montañas de Yan'an, donde reorganizó sus fuerzas
militares–. Allí, Mao, apodado el Gran Timonel, convirtió al Partido Comunista de China en un partido
campesino y lo dotó de una nueva base ideológica: el maoísmo, o lo que él llamaba la "nueva democracia".

1.4. LA GUERRA CHINO-JAPONESA 1937-1945

Los progresos militares del Kuomintang fueron vistos con preocupación por parte de los japoneses,
cuyos intereses pasaban por mantener sus derechos en las posesiones continentales y su influencia sobre
la región de Manchuria. Esto hizo pensar al gobierno nipón en la necesidad de una intervención directa
sobre Manchuria. Así, Japón aprovechó el incidente de Mukden –en el que un tramo de ferrocarril
gestionado por una empresa japonesa fue dinamitado– para ocupar Manchuria, en 1931, y crear el Estado
satélite de Manchukuo (1932), gobernado por el depuesto emperador manchú Puyi. Desde aquí, los
japoneses continuaron sus ataques contra el territorio chino. En 1935, ya dominaban cinco provincias del
norte; estas actuaciones desembocaron en un conflicto armado, en 1937. La rivalidad entre los
comunistas y nacionalistas quedó a un lado para luchar contra el enemigo común, Japón, en una guerra
que duró más de ocho años y se estima que ocasionó la muerte a más de veinte millones de personas,
aproximadamente. El triunfo aliado en la Segunda Guerra Mundial supuso la expulsión de los japoneses
de China, en 1945.

El Kuomintang aparecía como el vencedor de la guerra en el plano internacional, como muestra la


Conferencia de El Cairo (1943) entre Franklin D. Roosevelt [gobierno 1933-1945), Winston Churchill (1874-
1965) y Chiang Kai-shek sobre el futuro de China y del Extremo Oriente; pero su prestigio entre la
población ya no se recuperó, por sus pésimas estrategias durante la guerra y por la persecución policial a
los intelectuales.

Enfrente, el Partido Comunista de China, pobremente armado, pero con un gran apoyo popular –ya
contaba con más de un millón de comunistas– se encontraba en plena forma gracias a la reconstrucción
del Ejército Popular de Liberación, a manos de Zhu De (1886-1976), la incorporación campesina y la nueva
base ideológica –obra de Mao y de Zhou Enlai (1898-1976). Las represalias japonesas contra los
campesinos provocaron en estos una reacción que se manifestó en una especie de conciencia nacional
del pueblo, que hasta entonces había correspondido a las clases urbanas, y que los comunistas alentaron
y explotaron.

1.5. LA REVOLUCIÓN SOCIALISTA: LA REPÚBLICA POPULAR CHINA

En 1945, los comunistas controlaban dieciocho zonas liberadas y habían instaurado un régimen político
flexible, apoyado en los campesinos, que se organizaban en equipos de ayuda mutua a la producción –
que suponía un grado pequeño de colectivización–. La nueva ruptura entre el Kuomintang y los
comunistas llegó en 1946, poco después de que el Partido Comunista ofreciera a aquel un gobierno de

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coalición, rechazado por los nacionalistas, lo que derivó en una nueva guerra civil (1946-1949), que se
desarrolló en el contexto de la Guerra Fría. Los comunistas recibieron el apoyo armamentístico soviético
y practicaron una guerra de guerrillas.

El triunfo revolucionario se tradujo en la proclamación de la República Popular China, el 1 de octubre


de 1949. Se inició entonces una nueva etapa en la historia de China, marcada por la transformación del
país a todos los niveles y por una profunda orientación autoritaria y comunista; etapa que se extendió
hasta la muerte de Mao, en 1976.

Con el triunfo del Partido Comunista, la isla de Formosa fue ocupada por dos millones de chinos de
derechas, dirigidos por el Kuomintang de Chiang Kai-shek, donde trasladaron la República de China -
conocida como Taiwán- y establecieron su capital en Taipei, con la ayuda de Estados Unidos,
emprendieron su desarrollo económico. El Kuomintang mantuvo el estado de guerra en Taiwán hasta
1987, y la dictadura hasta 1991; primero dirigida por Chiang Kai-shek, sucedido a su muerte por su hijo,
Chiang Ching-kuo (1910-1988), quien promovió reformas aperturistas.

La proclamación de la Revolución Popular China supuso una transformación del país a todos los niveles,
incluido el rol de la mujer en la sociedad, que, hasta ese momento, podría quedar definido con el término
obediencia. Hay un antes y un después de la revolución de 1949 para la mujer china. Para el fundador de
la República Popular China, Mao Zedong, era imposible construir un estado socialista sin desmantelar el
patriarcado milenario que había convertido a la mujer en una esclava. La creencia en la superioridad del
hombre dentro de la familia y la sociedad sobre la mujer, llevó a la concepción de que esta debía obedecer
siempre: primero a su padre, luego a su esposo y, si quedaba viuda, a su hijo.

Con la llegada al del Partido Comunista de China, se abrió una nueva etapa para el desarrollo y
empoderamiento de las mujeres, dejando atrás supersticiones, linajes y patriarcado. Mao defendía que,
para construir una gran sociedad socialista, era necesario movilizar a las grandes masas de mujeres para
que se incorporaran a las actividades productivas y, así, alcanzar la igualdad entre ambos sexos. De hecho,
la Constitución abrió la posibilidad de la emancipación de la mujer al defender la igualdad de género. La
concienciación de las mujeres se convirtió en uno de los mayores apoyos que el Ejército Rojo tuvo en su
retaguardia (Vargas, 2005).

2. LAS TRANSFORMACIONES EN EL JAPÓN

2.1. JAPÓN HASTA LA ÉPOCA MEIJI

La estabilidad que había conocido Japón a lo largo del siglo XVIII se rompió con la llegada de occidentales
a comienzos del siglo XIX, y por la presión de EE. UU., que había dejado claras sus intenciones de controlar
el área del Pacífico. En 1854, se produjo un incidente transcendental en la historia contemporánea
japonesa, cuando el comodoro Matthew C. Perry (1794-1858), al frente de una escuadra norteamericana,
exigió la apertura de los puertos japoneses al mercado internacional. En 1858, se firmó el Tratado de las
Cinco Naciones, por el que se hacían extensivas a otras potencias ciertas concesiones económicas.

Esta humillante situación tuvo como consecuencia un levantamiento de samuráis, que se manifestó en
forma de atentados contra los intereses occidentales en el país y que provocó el bombardeo naval de
varias fortalezas costeras y puertos japoneses. Esto supuso que los sublevados comprendiesen que la

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única vía de recuperación de la dignidad nacional pasaba por un necesario proceso de reformas internas;
para ello, ofrecieron su apoyo al nuevo emperador Mutsuhito contra el Shogun, para poner fin al régimen
Tokugawa (1603-1868). Mutsuhito dio un auténtico golpe de Estado, en 1868, que desencadenó la guerra
Boshin (guerra del Año del Dragón) –una guerra civil librada entre los partidarios del gobierno del
shogunato, del clan Tokugawa, y los partidarios del emperador, entre 1868 y 1869 –. La guerra acabó con
el régimen de shogunato y con la concentración de todo el poder en manos del emperador, que trasladó
la capital de Kyoto a Tokio. Se iniciaba así la era Meiji, y con ella nacía el Japón moderno.

2.2. LA ÉPOCA MEIJI

Esta época debe su nombre a Meiji Tenno, nombre póstumo con el que fue conocido Mutsuhito
[gobierno 1867-1912]. En esencia, durante este periodo se desarrolló una revolución interna que terminó
occidentalizando el país. Para demostrar que Japón podía competir, e incluso superar, a los países
industrializados de occidente, los nuevos líderes iniciaron un proceso de modernización según los
estándares occidentales. El objetivo último era convertir al país en una superpotencia mundial basada en
un fuerte poder militar. Veamos cuáles fueron las principales reformas sociales, económicas y políticas, y
el posterior desarrollo del imperialismo japonés:

 Reformas sociales

En el campo de lo social, se decretó la igualdad jurídica de todos los japoneses, se puso fin al feudalismo
–al declararse abolido el régimen señorial–, y los antiguos dominios feudales de los daimios (soberanos
feudales) se convirtieron en prefecturas. Se estableció un nuevo código civil, imponiéndose la práctica de
la primogenitura y un sólo heredero principal. De todos modos, esto no significó mayor igualdad para la
mujer japonesa, ya que las decisiones importantes siguieron en manos del hombre. A lo largo de varios
siglos, Japón había tenido varias emperatrices como gobernantes. Sin embargo, en 1889, se prohibió la
entronización de mujeres. Se instauró, por tanto, una sucesión exclusivamente masculina (Hobsbawm,
2001). Se establecieron importantes cambios en las costumbres tradicionales: se aceptó la forma de vestir
occidental y se adoptó el calendario gregoriano. La reforma de la educación era algo esencial porque era
contemplada como un factor fundamental para la modernización. En 1871, se creó el Ministerio de
Instrucción Pública y se reformó el sistema educativo. Se luchó contra el analfabetismo, se fundó la
Universidad Imperial de Tokio y se crearon becas para estudiar en universidades y academias militares
extranjeras. En este periodo, la sociedad quedó estructurada en rígidas jerarquías que comprendían: la
aristocracia y la alta burocracia (mombatsu), los terratenientes y militares de alta graduación (gumbatsu),
los empresarios motores de la industrialización (zaibatsu) y al resto de los ciudadanos comunes (heimin).

 Reformas económicas

En materia económica, se reformaron las comunicaciones y la sanidad, de acuerdo con los patrones
europeos. También se puso en marcha una reforma agraria, en 1873, más por razones económicas que
sociales, ya que su objetivo era la racionalización del impuesto agrícola. Se realizó una imprescindible
reforma fiscal, que dio origen a un importante incremento de los ingresos del Estado –necesarios para
poder llevar a cabo su política intervencionista–. Esta reforma fiscal estableció que el campesinado pagara
sus impuestos con dinero, lo que fomentó la comercialización de sus cosechas. La reforma financiera
reorganizó la circulación monetaria nacional sobre un sistema decimal, utilizando el yen como moneda
básica; su sistema bancario se inspiró en el norteamericano.

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También se puso en marcha un modelo de industrialización muy peculiar, de clara inspiración


germánica: el Estado intervenía creando fábricas y empresas, que posteriormente se traspasaban a
iniciativa privada. El gobierno impulsó el desarrollo de las industrias de consumo (textil de algodón y seda),
se tecnificaron las industrias estratégicas (armamento y arsenales), se dio un importante impulso al
transporte marítimo a través de la industria naval, y se crearon las bases para el desarrollo de la industria
pesada. Japón miraba a occidente para asimilar lo mejor de cada país, emprendiendo un intenso proceso
de imitación: de Reino Unido aprendieron sobre navegación; de Francia sus estructuras administrativas;
de Alemania adquirieron conocimientos militares y médicos; y de Estados Unidos sus innovadoras técnicas
comerciales (Montagut, 2016). Al mismo tiempo, se inició un proceso de concentración monopolística
que dio lugar a los zaibatsus, agrupaciones empresariales de gran tamaño con tendencia a ejercer el
monopolio sobre determinados productos.

 Las reformas políticas

Las reformas políticas no implicaron un cambio total del orden establecido en Japón, solo se crearon
nuevas instituciones, porque era conveniente utilizar parte de los antiguos canales de autoridad
existentes. En la Constitución Meiji –promulgada en 1889 y que estuvo en vigor de 1890 a 1947– se
entremezclaban las ideas alemanas y las ideas políticas japonesas tradicionales. No establecía la soberanía
nacional, sino que el emperador era legitimado como un monarca absoluto y sagrado, personificación del
Estado, que reconocía la monarquía constitucional. En cuanto a la división de poderes, el poder ejecutivo
lo detentaba el emperador, ante quien eran responsables los ministros. La Dieta, que era el parlamento,
tenía poderes legislativos, era elegida por sufragio y estaba formada dos cámaras: la Cámara de los Pares
–integrada por antiguos daimios y jefes samurái–; y la Cámara Baja –formada por jefes de menor rango–
. Se reconocía el derecho a la libertad de movimiento, de expresión y de asociación, y también el derecho
a la propiedad privada; no obstante, todos los japoneses eran súbditos del emperador y debían servirle
lealmente. La Constitución salvaguardaba los privilegios de la clase dirigente, pero creaba la base jurídica
de un Japón moderno (Roig, 2017).

 El expansionismo imperialista

Paralelamente al desarrollo económico y a la modernización del país, se puso en marcha un importante


expansionismo militar de carácter imperialista. Entre las causas de este expansionismo imperialista se
encontraba el eterno nacionalismo nipón; el aumento de la población del país –que forzó a la gente a la
emigración ante la escasez de oportunidades–; y la noción de mercado reservado de producción y
consumo –que tenía como objetivo convertir las colonias en abastecedoras de materias primas para la
metrópoli y en consumidoras de manufacturas de Japón–.

La primera manifestación de la agresión imperialista nipona fue la guerra sino-japonesa (1894-1895),


que terminó con el Tratado de Shimonoseki. Entre 1904 y 1905, se desarrolló la guerra rusojaponesa, a
causa de la rivalidad por la posesión de Manchuria. Rusia fue derrotada en todas las batallas del conflicto
bélico –como la batalla terrestre de Mukden, la ocupación de Port Arthur y la batalla naval de Tsushima,
que se saldó con la victoria del almirante Togo–. Esta situación conmocionó al mundo y provocó en Rusia
una grave crisis de carácter revolucionario, que llevó al zar, Nicolás II [reinado 1894-1917], a emitir el
Manifiesto de Octubre. El Tratado de Portmouth confirmó, para Japón, el sur de la isla de Sajalín –lo que
le permitió articular un imperio con Formosa, Manchuria y Corea, finalmente anexionada en 1910–. La
mayor consecuencia de la guerra rusojaponesa fue su impacto psicológico, porque, por primera vez, una
nación de raza blanca era derrotada por otra de raza diferente, lo que dio alas a los movimientos

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nacionalistas de todo el mundo contra el imperialismo. De este modo, cuando en 1912 fallecía Mutsuhito,
Japón había pasado de ser un país potencialmente colonizable a una potencia imperialista.

2.3. JAPÓN HASTA 1945

Con el ascenso al trono del nuevo emperador Yoshihito [reinado 1912-1926], Japón intervino en la
Primera Guerra Mundial, a finales de 1914, contra Alemania. Esta intervención le permitió ocupar las
posesiones alemanas en China y en el Pacífico (islas Marianas, islas Carolinas, islas Marshall, islas Salomón
y parte de Nueva Guinea). Además, la guerra proporcionó a Japón una excepcional ocasión para su
despegue económico, como suministrador de productos manufacturados para los países beligerantes. Al
finalizar la Primera Guerra Mundial, Japón era una de las cinco potencias económicas mundiales y la
tercera potencia naval mundial, tras el Imperio británico y Estados Unidos. Esto situó a Japón en el
epicentro de las tensiones con EE. UU. y Reino Unido, que terminarían derivando en la participación
nipona en la Segunda Guerra Mundial (Yuste, 2015). En los años posteriores se produjo un acercamiento
a la URSS, por el que Japón renunciaba al expansionismo sobre China. Esto aumentó su prestigio
internacional en la Sociedad de Naciones, aunque, por otro lado, exasperó a la camarilla militarista.

El acceso al trono de Hirohito [reinado 1926-1989] supuso un cambio de orientación en la reciente


política exterior, coincidiendo con el gobierno del primer ministro Tanaka Giichi (1864-1929), que
defendía –con el apoyo de la camarilla militarista– una política hegemónica de Japón sobre los demás
países asiáticos y en el Pacífico. En 1933, el país abandonó la Sociedad de Naciones y, en 1936, se adhirió
al Pacto Antikomintern –alineándose con Alemania e Italia–. En 1937, se inició la guerra contra China, que
supuso para Japón una costosa guerra de desgaste. Esta situación provocó la suspensión de los
suministros de petróleo y de materias primas por parte de Estados Unidos, por lo que la continuación de
la política agresiva japonesa pasaba obligatoriamente por el enfrentamiento con los Estados Unidos, su
principal proveedor y su más fuerte rival en el Pacífico. Paralelamente, Japón fue configurando un régimen
cada vez más totalitario, marcado por la censura, la supresión de los partidos políticos y el
ultranacionalismo –vinculado a desviaciones de la antigua religión sintoísta–.

En septiembre de 1940, Japón firmó el Pacto Tripartito con Alemania e Italia, a raíz del ascenso al poder
del general Hideki Tojo (1884-1948), destacado militar que había dirigido la ocupación de Manchuria. El
bombardeo de la base naval estadounidense, en Pearl Harbour, el 7 de diciembre de 1941 –sin previa
declaración de guerra–, provocó el conflicto contra los Estados Unidos. Tras cuatro años de sangrienta
guerra –conocida como la guerra del Pacífico– en el verano de 1945, Japón –que para entonces estaba ya
vencido, pero que aún se negaba a aceptar la rendición incondicional– fue obligado a rendirse, tras los
lanzamientos de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, y la invasión soviética de Manchuria.
La posterior ocupación militar norteamericana, entre 1945 y 1952, llevó a la nueva Constitución de 1947,
que transformaba la estructura política del país, al crear una forma de gobierno basada en una democracia
liberal.

3. TRANSFORMACIONES EN OTROS PAÍSES DEL EXTREMO ORIENTE

3.1. MONGOLIA

Favorecida por el interés de los jaljas (mongoles nómadas) por conservar su predominancia en el sur, la
dinastía manchú de China mantuvo Mongolia bajo su poder, haciendo fracasar cualquier tentativa de

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reunificación de la región. Las grandes guerras entre los mongoles culminaron con la dispersión general.
En la guerra rusojaponesa de 1905, ambos ejércitos usaron soldados mongoles. Al final de la guerra, Rusia
reconoció a la Mongolia interior como zona de influencia de Japón.

Al estallar la Revolución en China, en 1911, existía un descontento general en la sociedad mongola


contra los manchúes y el gobierno local. Dirigidos por su líder budista, Bogd Khan [reinado no reconocido
1911-1924], los mongoles proclamaron su independencia –no reconocida por China– y buscaron el apoyo
de Rusia, que no aceptó más que el otorgamiento de una “autonomía”. La situación se prolongó hasta la
Revolución rusa de 1917, cuando China aprovechó para enviar un contingente militar a Mongolia, pero
este fue expulsado por las tropas zaristas. En 1921, una coalición ruso-mongola tomó la capital, y, en 1924,
se proclamó la República Popular de Mongolia, que se mantuvo bajo la órbita de influencia de la URSS y
del comunismo.

3.2. LA INDIA Y LAS COLONIAS BRITÁNICAS EN EXTREMO ORIENTE

La presencia británica en la India era antigua, era la Compañía Británica de las Indias Orientales la que
controlaba el territorio y no el Gobierno británico –aunque este debía aprobar las leyes que regulaban la
vida en la colonia–. El Imperio británico poseía factorías comerciales y controlaba algunos territorios más
de reyezuelos derrotados, pero su objetivo era unir los enclaves comerciales y aumentar las zonas de
influencia. El ejército británico contaba con una fuerza importante de indios en sus filas, denominados
cipayos, que colaboraban en la ocupación bajo el control de oficiales de la metrópoli. Tras la revuelta de
los cipayos, de 1857-1858, el Gobierno británico introdujo grandes reformas, disolvió la Compañía de las
Indias Orientales y la India se convirtió en una colonia de la Corona –representada en la zona por un
virrey–. Gracias a la influencia que ejercía sobre la reina Victoria I [reinado 1837-1901], el primer ministro,
Benjamín Disraeli (1874-1880), gran defensor del imperialismo, Reino Unido se embarcó en una política
exterior expansionista. En 1876, la reina era proclamada emperatriz de la India. Con esta reorganización,
los británicos ocuparon nuevas zonas de la India y convirtieron en vasallos a muchos reyes locales, pero,
además, extendieron sus fronteras hacia el oeste (Beluchistán) y el este (Birmania). Además del control
de la India, el Imperio se extendía en Asia por territorios del sur de la península Arábiga y en Malasia.

Al terminar la Primera Guerra Mundial, los indios estaban descontentos porque no habían obtenido
ninguna recompensa por su participación en el ejército británico durante el conflicto. Además, el gobierno
británico trató de establecer en la India la llamada Ley Rowlatt, una ley antisubversiva que extendía el
estado de emergencia establecido durante el conflicto y que otorgaba a la policía colonial y al ejército
unas prerrogativas excepcionales. El objetivo de las medidas represivas era mantener bajo control los
posibles levantamientos antiimperialistas. Fue entonces cuando Mahatma Gandhi (1869-1948) inició el
movimiento independentista de la India, mediante la movilización pacífica de las masas y la no-violencia.
Paralelamente, el nacionalista indio Jawaharlal Nerhu (1889-1964) lideraba el Partido del Congreso a favor
de la independencia. Ante la deriva violenta y las numerosas pérdidas humanas en las huelgas por la
independencia, Gandhi optó por pasar de la desobediencia civil a la no cooperación, instando a los indios
a rechazar cualquier participación en las instituciones coloniales y boicoteando tanto a las
administraciones como a los productos importados de Reino Unido. Pese a los esfuerzos por parte de la
metrópoli, se hizo cada vez más evidente que los británicos no podrían permanecer en la India por mucho
más tiempo.

Durante la Segunda Guerra Mundial se produjo un giro dentro del nacionalismo indio. Las revueltas
encabezadas por radicales apenas pudieron ser sofocadas por la Corona, que se encontraba inmersa en

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el conflicto en Europa. Desde el mismo momento en que finalizó la guerra, el gobierno laborista de
Clement Attlee (1883-1967) fue favorable a la independencia –hubiera sido mucho más difícil en caso de
que Churchill hubiera seguido en el poder–; pero el problema fundamental, a la hora de conseguirla, era
la propia pluralidad de la sociedad india. Así como el Partido del Congreso deseaba el mantenimiento de
una fuerte unidad, los musulmanes, agrupados en la Liga Musulmana –dirigida por Ali Jinnah (1876-1948)–
no deseaban convertirse en una minoría política y religiosa dentro un país indio unitario, por lo que
reivindicaban un Pakistán independiente. Lord Mountbatten (1900-1979) fue el encargado de dirigir las
negociaciones con Gandhi, Nehru y Jinnah hacia la independencia de la India, que fue proclamada,
finalmente, en agosto de 1947. El resultado fue la partición en dos unidades políticas independientes: por
un lado, India, como Estado laico; y, por otro, Pakistán, conformado por una porción occidental, el Punjab,
y otra oriental, el este de Bengala.

Paralelamente, obtenían la independencia el resto de las colonias británicas en Asia:

 La isla de Ceilán –que más tarde pasó a llamarse República de Sri Lanka (1972)– consiguió su
independencia en 1948, a iniciativa de Reino Unido.

 En Birmania, que había sido ocupada por los japoneses durante la Segunda Guerra Mundial, fue
recuperada para el Imperio británico en 1945. En ella las masas se expresaron a favor de la
independencia fundamentalmente por medios pacíficos; la obtuvieron en 1948.

 Malasia también fue invadida por los japoneses al día siguiente del ataque de Pearl Harbour; tras su
reincorporación al Imperio británico, obtuvo su independencia en 1948, tras largas negociaciones en
las que tuvieron que ponerse de acuerdo las comunidades china, india y malaya que componían el
heterogéneo país.

 Singapur también cayó bajo el dominio de Japón en 1942. Los primeros pasos hacia el autogobierno
se dieron en 1949, con la celebración de elecciones municipales; la independencia del Reino Unido no
se haría efectiva hasta su proclamación, tras referéndum, en 1963, dentro de Malasia; de la que
obtuvo su independencia en 1965.

3.3. TAILANDIA

El reino de Siam –actual Tailandia– fue el único territorio que resistió la colonización efectiva de las
potencias europeas en el sudeste asiático. Británicos y franceses acordaron, en 1896, dejar una zona sin
conquistar y continuaron compitiendo por el control de sus florecientes recursos agrícolas. Durante la
Primera Guerra Mundial, Siam se alineó junto a los aliados; posteriormente, se integró en la Sociedad de
Naciones.

En 1932, un golpe de Estado puso fin a la monarquía autoritaria, creando un parlamento elegido por
sufragio universal; si bien la experiencia democrática duró poco. En 1941, el gobierno tailandés aceptó
que su territorio fuera utilizado por las fuerzas niponas en la Segunda Guerra Mundial. La muerte del
monarca, en 1946, favoreció la llegada al trono de un nuevo dirigente proestadounidense, por lo que el
país se puso bajo la tutela de EE. UU.

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3.4. INDOCHINA

La penetración francesa en Asia se inició en la época de Napoleón III [imperio 1852-1870], quien, en
1862, estableció en el Sudeste asiático la colonia de Cochinchina (sur de Vietnam). Desde allí, los franceses
se extendieron por la península de Indochina; en 1887, estaban asentados en los actuales países de
Vietnam y Camboya. La ocupación posterior de Laos (1893) hizo que el dominio francés limitara con el
protectorado inglés de Birmania, por lo que, entre ambos imperios, se dejó una zona sin conquistar a
modo de estado-tapón: Siam.

Los años 1941-1945 marcaron el fin de la Unión Indochina, debido a la ocupación de Japón. Ho Chí Minh
(1890-1969) –líder del Viet Minh– luchó contra los japoneses durante la Segunda Guerra Mundial, y tras
la expulsión de estos, en 1945, tuvo lugar la proclamación de las independencias. En Vietnam, fue
impulsada por Ho Chí Minh; en Camboya, por Norodom Sihanouk (1922-2012), y en Laos, por el
movimiento político y organización nacionalista y comunista, Pathet Lao.

Tras estos giros independentistas, Francia reivindicó su soberanía colonial, iniciando así la primera
guerra de Indochina (1946-1954). Se restauró la autoridad francesa sobre la antigua Cochinchina, sur de
Laos y sur de Annam. Entonces, la China comunista de Mao decidió apoyar a Ho Chí Minh, al igual que
apoyaba la invasión de Corea del Norte sobre Corea del Sur. La derrota francesa en la batalla de Dien Bien
Phu (1954) y la firma de los Acuerdos de Ginebra supusieron el reconocimiento de la independencia de
Laos y de Camboya, y el establecimiento de un Vietnam dividido en un norte, independiente y comunista,
y un sur, profrancés, separados por el paralelo 17°.

3.5. INDONESIA

La presencia de holandeses en Indonesia venía del siglo XVII. Holanda denominó a esta zona las Indias
Orientales Holandesas, y fueron administradas y explotadas desde Batavia (Yakarta), en la isla de Java. En
esta colonia holandesa y a través de los emporios comerciales, los holandeses impusieron un sistema de
cultivo en el interior, a fin de destinar los productos al comercio internacional. Después de la Primera
Guerra Mundial se inició el movimiento independista.

Durante la Segunda Guerra Mundial, el Partido Nacional Indonesio de Sukarno [gobierno 1945-1967]
no dudó en colaborar con los japoneses; cuando Japón se rindió, en 1945, Sukarno proclamó la
independencia. Aunque los Países Bajos intentaron recuperar diplomáticamente sus antiguas colonias –
tolerando la existencia de una federación en Java y controlando ellos mismos el resto de los territorios–
fracasaron en sus propósitos. Otra sublevación comunista les dio el pretexto para la intervención militar,
pero, a fines de 1949, la presión conjunta de británicos y estadounidenses, y de Naciones Unidas, obligó
a abandonar cualquier pretensión de dominio de la región, aunque conservaron la porción occidental de
Nueva Guinea hasta 1962.

3.6. FILIPINAS

En Filipinas, los siglos de dominación colonial española habían ido gestando un movimiento
independentista de cierta fuerza a finales del siglo XIX, integrado por la burguesía mestiza aspirante al
poder político, que le estaba vedado, y los sectores más oprimidos de la sociedad. La revolución
anticolonial estalló en 1896. Paralelamente y mediante la firma de la Paz de París, en diciembre de 1898,
como resultado de la guerra contra EE. UU., España traspasó a dominio estadounidense la colonia de

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Filipinas. Con una población tagala primitiva animista e islámica en el sur, los misioneros españoles habían
sido históricamente el único nexo entre los indígenas y los colonos, asentados exclusivamente en Manila,
único núcleo urbano. Pronto estalló la guerra filipino-estadounidense (1899-1902), en la que los filipinos
fueron completamente derrotados.

Durante la Segunda Guerra Mundial, el archipiélago fue ocupado por Japón. Las islas Filipinas
consiguieron la independencia en 1946, como resultado del agradecimiento del general Douglas
MacArthur (1880-1964) por la ayuda filipina a los EE. UU. en su guerra contra Japón. Sin embargo, la
independencia fue poco más que formal, ya que el archipiélago continuó durante largo tiempo bajo la
dominación económica estadounidense.

3.7. COREA

La historia de Corea estuvo marcada, durante el siglo XIX, por las constantes injerencias de China y Japón,
en permanente pugna por ejercer su control sobre el territorio. Japón consiguió mantener Corea bajo su
zona de influencia desde 1895, tras la guerra con China; el control fue mayor tras la guerra con Rusia, en
1905 y, finalmente, la convirtió en su colonia en 1910. La ocupación japonesa de Corea tuvo una
motivación esencialmente económica; Seúl fue orientada a la explotación –se dieron tierras gratis a
precios muy bajos a los agricultores y pescadores japoneses, por lo que grandes cantidades de arroz eran
enviadas a Japón mientras que los coreanos sufrían una seria escasez de alimentos–.

Durante la Segunda Guerra Mundial, la URSS ocupó el norte del país y los EE. UU. el sur. Las esperanzas
coreanas de una nación unificada e independiente parecían estar a punto de concretarse, pero una
compleja lucha de intereses entre las dos potencias lo impidió. Al término de la guerra, Corea quedó
dividida –por el paralelo 38°– en dos entidades políticas diferentes: una comunista, en el norte; y otra
capitalista, en el sur. La Unión Soviética mantuvo su influencia y no permitió que se realizaran elecciones
generales en la península. En el sur, bajo la supervisión de una Comisión de las Naciones Unidas, se
celebraron elecciones en mayo de 1948, iniciándose la República de Corea, con capital fijada en Seúl.
Entre tanto, la Suprema Asamblea del Pueblo de Corea del Norte redactó una nueva Constitución, y en
septiembre de 1948, fue proclamada la República Popular de Corea, con capital en Pyongyang. En 1950,
el ejército de Corea del Norte lanzó una ofensiva e invadió Corea del Sur. La guerra de Corea (1950-1953)
terminó con la fijación de la frontera anterior.

CONCLUSIÓN

Hemos estudiado las transformaciones en Asia desde finales del siglo XIX hasta la primera mitad del siglo
XX. Los dos auténticos protagonistas de estas transformaciones fueron China y Japón. China pasó de ser
un Imperio a una República, tras un proceso revolucionario, nacionalista, primero, y comunista, después;
con el paso del tiempo se ha convertido en una gran potencia económica mundial. Japón se consolidó
como una potencia imperialista en Asia y en el Pacífico; su Imperio fue destruido durante la Segunda
Guerra Mundial por los EE. UU. Tras su derrota, sentó las bases de un sistema democrático de corte liberal
que emprendió un extraordinario desarrollo económico en el siglo XX. El resto de los países de Extremo
Oriente evolucionaron desde la situación de colonias a la de naciones independientes; en ocasiones, de
forma pacífica, y otras, de manera más violenta. Todas estas transformaciones, en no pocas ocasiones
realizadas por medio de conflictos, permiten comprender la historia más reciente de un conjunto de

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países que han alcanzado un puesto destacado en panorama económico, social y político del mundo
actual.

USO DIDÁCTICO DEL TEMA

De acuerdo con la normativa vigente en el curso escolar 2022-2023:


. La aplicabilidad del Real Decreto 1105/2014 por el que se establece el currículo básico de ESO y
Bachillerato en 2.º y 4.º de ESO, y 2.º de Bachillerato, y del Decreto/Orden1 “…” que establece el currículo
en la comunidad autónoma de “…”.
. Y la aplicación del Real Decreto de enseñanzas mínimas 217/2022 en 1.º y 3.º de ESO, del Real Decreto
de enseñanzas mínimas 243/2022 en 1.º de Bachillerato, y del Decreto/Orden “…” que establece el
currículo en la comunidad autónoma de “…”.

Este tema puede trabajarse en la materia de Historia del Mundo Contemporáneo en 1º de Bachillerato.
Si bien los actuales currículos de nuestras materias ponen el foco de atención en la historia de Europa y
del mundo occidental fundamentalmente, dedican contenidos específicos a determinados procesos
históricos y socioeconómicos de otros ámbitos geográficos más lejanos en la medida en que guardan
relación directa con nuestra historia más reciente. Tal es el caso de las transformaciones del Extremo
Oriente entre finales del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, que se estudian, aunque de forma
somera, en la materia de Historia del Mundo Contemporáneo.

El análisis de los hechos históricos que transformaron las sociedades del Extremo Oriente en la época
contemporánea favorece la comprensión de los fenómenos socioeconómicos y políticos determinantes
en la configuración actual de las relaciones internacionales, y, por lo tanto, en la formación de una
ciudadanía responsable, consciente de su compromiso con las generaciones futuras a escala global.

El uso de metodologías y recursos variados para abordar los contenidos, como pueden ser comentarios
de textos e imágenes históricas, cómics y podcasts de contenido histórico, proyectos de investigación, uso
de las TICs, etc. permite el desarrollo en nuestro alumnado de las competencias clave, especialmente las
sociales y cívicas.

Para trabajar este tema se puede utilizar la metodología de aula invertida, que traslada la explicación a
casa mediante vídeos o video-clases alojados en un aula virtual. Así se hace un uso más práctico del aula
presencial para el comentario de fuentes históricas como textos, imágenes o mapas. De este modo, se
logra un aprendizaje competencial: la competencia digital mediante la utilización de las TIC; la
competencia de aprender a aprender gracias al aula invertida, donde el alumnado aprende a ser más
autónomo en la gestión de su aprendizaje; la competencia lingüística con la realización de comentarios
de las fuentes históricas; la competencia cívica y social al fomentar el respeto hacia la interculturalidad.
Se recomendará al alumnado el visionado de películas relacionadas con los contenidos, como El último
samurái (Zwick, 2003), o la docuserie La edad de oro de los samuráis (Scott, 2021). Por otro lado, una
buena manera de introducir gamificación en el aprendizaje del tema es con la saga Total War: Shogun,
que incluye contenidos de carácter histórico muy relacionados con el tema.

1
Consultar documento Relación tema – currículo – comunidad autónoma para indicar el currículo correcto de la comunidad
autónoma por la que oposita la persona aspirante.

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Durante la enseñanza en el aula es necesario atender a la diversidad. La equidad debe de estar presente
en todo el proceso de la enseñanza aprendizaje. Por ello, se ayudará al alumnado a alcanzar los objetivos
y competencias, con una atención individualizada, promoviendo la igualdad de oportunidades en el marco
de la inclusividad. Se procurará una enseñanza interdisciplinar con otras materias del currículo. Este tema
es fácil de conectar, por ejemplo, con Geografía y Filosofía.

El tema ofrece la posibilidad de trabajar elementos transversales dentro de la educación cívica y


constitucional como la identidad cultural, el pensamiento crítico, el respeto hacia otras culturas, el
rechazo de la violencia, la defensa de los derechos humanos y la igualdad hombres y mujeres. Estos
elementos se implementarán en toda la acción educativa, particularmente al hilo de la explicación de los
contenidos del tema y de la realización de actividades competenciales.

BIBLIOGRAFÍA Y WEBGRAFÍA

 Asociación de Historia Contemporánea. http://www.ahistcon.org/


 Bailey, P. J. (2002). China en el siglo XX. Barcelona, España: Ariel.
 Bianco, L. (2017). Los orígenes de la revolución china (1915-1949). Barcelona, España: Bellaterra.
 Casassas, J. (coord.) (2013). La construcción del presente. El mundo desde 1848 hasta nuestros días.
Barcelona, España: Ariel.
 Cuadernos de Historia Contemporánea. https://revistas.ucm.es/
 De La Torre, H. (coord.) (2019). Historia Contemporánea (1914-1989). Madrid, España: Universitaria
Ramón Areces.
 Gil, J. (2013). Historia contemporánea de Europa centro-oriental. Madrid, España: UNED.
 Hobsbawm, E., (2001). La era del imperio, 1875-1914. Barcelona, España: Crítica.
 Junqueras., V. O., Madrid, M. D., y Martínez, T. G. (2013). Historia de Japón: economía, política y
sociedad. Barcelona, España: Editorial UOC.
 Kissinger, H., Geronès, C., y Urritz, C. (2017). China. Barcelona, España: Debate.
 Lario, A. (coord.) (2010). Historia Contemporánea Universal. Del surgimiento del Estado
Contemporáneo a la Primera Guerra Mundial. Madrid, España: Alianza.
 Montagut, E., (2016). Meiji. Nueva tribuna.
https://www.nuevatribuna.es/articulo/historia/meiji/20160428191626127833.html
 Morales, V. y De La Torre, H. (coord.) (2009). Historia Universal Contemporánea. Madrid, España:
CEURA.
 Roig, J. (2017). Colonialismo e imperialismo: África, Asia y Oceanía bajo el yugo europeo. Barcelona,
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 Tanaka, M., Kato, T., Takabatake, M., Knauth, L. y Jacinto, A. (2014). Política y pensamiento político en
Japón 1926-2012. México D.F., México: Colegio de México.
 Vargas, O. (2005). La revolución cultural proletaria china. Madrid, España: EA Editorial Ágora
 Walker, B. L. (2017). Historia de Japón. Madrid, España: Akal.
 Yuste, G. J. (2015). El Imperio del Sol Naciente. Madrid, España: Ediciones Nowtilus.

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