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EL" PODER .

POLITICO EN
COLOMBIA
Fernando
Guillén Martínez
RT ÍN EZ
FE RN AN DO GUILLÉN MA
)
(Bogotá, Co lombia, 1925-1975

r y sociólogo político .
Fue un reconocido investigado
una de las más
Esta obra es considerada como
escrito sobre la
serias e importantes que se han
illén presidió la
historia política de Colombia. Gu
el Desarrollo y fue
Fundación Tercer Mundo para
os del Centro de .
coordinador de estudios polític
lo de la Universidad
Investigaciones para el Desarrol
titución y en otras
Nacional. Fue profesor en esta ins
a, la Jorge Tadeo
como la Universidad de Antioqui
xico y Yale. Fundó
Lozano, Georgetown, Nuevo Mé
y dirigió la revista Economí
a Colombiana. Fue
ana, en la
director editorial de la revista Sem
columnista de El
primera época de este medio, y
además de este,
Tiempo. Escribió otros seis libros,
eración, primer
entre los que se destaca La Regen
caso.
Frente Nacional. Un estudio de
ELPODER POLÍTICO
EN CO LOMBIA
EL PODER
POLÍTICO
EN COLOMBIA

Fernando Guillén Martínez

Ariel
HISTORIA
PRÓLOGO

La obra intelectual de Fernando Guillén Martínez marcó pro-


fundamente a nuestra generación, que en los años sesenta y
setenta empezaba a hacerse presente en la reflexión académica
sobre el pasado y el presente de nuestro país, con una posición
de ruptura un tanto iconoclasta frente a lo que se consideraban
las verdades establecidas de entonces. Es mucha el agua que
ha corrido bajo los puentes desde esos años hasta hoy y muy
variados los caminos que hemos recorrido desde entonces. Sin
embargo, es muy refrescante encontrarse de nuevo con la obra
más importante de Guillén, El poder político en Colombia, que él
nunca tuvo la oportunidad de ver publicada durante su vida.
A pesar de que este libro solo apareció impreso en 1979,
después de la muerte del autor, su manuscrito multicopiado
tuvo una amplia divulgación en el medio académico. Para
nosotros, que hacíamos parte de la segunda promoción de la
maestría en Ciencia Política, bajo la orientación de Francisco
Leal Buitrago, esos materiales fotocopiados -y bastante de-
sorganizados- se convirtieron en nuestro obligado texto de
referencia.
Esto, debido a dos razones. Por una parte, esta obra re-
presentaba una excelente síntesis interpretativa de las investi-
gaciones realizadas sobre historia política de Colombia hasta
entonces. Pero, por otra, Guillén nos abría muchos caminos
para futuras investigaciones en un campo bastante virgen de la
reflexión académica colombiana: el de la sociología histórica,
de la que Guillén fue un auténtico pionero.
Como precursor de esa disciplina, Fernando Guillén repre-
sentaba una triple ruptura: se separaba tanto de la historia po-
lítica acartonada, caracterizada por una lista interminable de
8 E.L PODER POU11Cl1 E~ (üllHffi!A.

próceres ~- presidentes intemunpida por unas cuantas gtienas


civiles, como de la lecnira econornicisra de la historia políti-
ca, que s.e veía casi como un sin1ple reflejo de las condiciones
-nacionales o internacional es- del desa1Tollo econórnico.
También se distanciaba de la lecnira merainenre ideológica de
la vida política, más centrada en el desarrollo de las ideas po-
líticas y en el influjo de estas en la historia. para acercarse a la
búsqueda de las raíces sociales del poder político en Colombia.
Así, la presente obra, que la editorial Planeta Colombiana en
buena hora ha decidido reeditar. representa uno de los prime-
ros intentos de interpretación sociológica de la hist01ia colom-
biana, hasta donde lo permiúa el desarrollo de la historiografia
a la que tuvo acceso su autor.
Además de estas rupturas, Guillén representa un intento
de dar un sentido de proceso a la historia colombiana, a1 se-
ñalar las continuidades entre las instituciones coloniales como
la encomienda y la hacienda y las luchas sociales y políticas de
los siglos XIX y XX. En los nueve capítulos y el apéndice docu-
mental, en que se reparte este libro, Guillén se ocupa de des-
entrañar tanto los aspectos estiucturales como la génesis de los
mecanismos del poder político en Colombia, partiendo de un
aspecto no considerado hasta entonces de manera sistemática:
el papel político de las asociaciones no formalmente políticas,
que van a marcar las formas de adscripción política de nuestro
país.
En otras palabras, Guillén buscaba explorar cómo los ti-
pos de sociabilidad prepolítica, heredados de la encomienda
y de la hacienda coloniales, iban a incidir en las sociabilida-
des propiamente políticas, que constituirían la base social de
los partidos tradicionales durante todo el siglo XIX y buena
parte del XX. O sea, siguiendo a Néstor Miranda Ontaneda1,
autor de uno de los pocos análisis críticos de la obra de Guillén,
de «rastrear» el devenir histórico de las estructuras de poder,
partiendo de la tesis central de que la organización de la vida
social de la colonia temprana iba a condicionar las formas ulte-
riores de agrupamiento colectivo. Por eso, Miranda considera
que la encorrtlenda constituye «el pecado original» donde se
genera el comportamien to clientelista que caracteriza nuestra
vida política.
9

Guillfn insiste en la nl'residad de parcir de una ,·isión ;,m -


tropológic1 del ftn1t:ionamiento dt' b t'llCt.llllil'nda y de una
rec:onstrucrión soriológie:\ cte su esu-unrn-.t para lkg-ar a ron-
jenu-ar sobre su significación politica. ron lo cual se distancia
de los análisis pttrarnente económicos o jurídicos~. Por t'SO,
Guillé-u se propone inYestig:u- el sü:mificado de la encomienda
ic.. ..._.,

romo "estn.1ctura de asociación". subr,n. mdo el papel del ca-


cique indígena como intermediario político enn-e la sociedad
nativa Y la nacience sociedad colonial. que permire asegurar la
lealtad del grupo indígena sin necesidad de tener que somerer-
lo por el temor". Además. la encomienda juega otro papel que
va a tener consecuencias políticas: es fuente de prestigio. rique-
za y poder. Básican1ente, la encomienda se constituve en s<tma
fmma de asocjación. parcialmente Yoluntaria ~· paróalment.e
involuntaria», que permite insertar la mayoría de la población
indígena en la sociedad colonial, a la cual queda subordinada
toda la población. L, encomienda funciona a la yez como «un
mecanismo de solidaiidad interpersonal jerarquizada», que
permite la cohesión social subordinada, y como «el marco 01i-
ginario» que define los mecanismos de la movilidad social y de
la consiguiente estratificación social.
Por eso es una «asociación generadora de poder políti-
co», basada en la población indígena, pero cuya organización
gira en tomo a los valores paternalistas individualistas de la
España de entonces\ A partir de ahí va a establecerse un meca-
nismo de participación política caracte1izada como «un siste-
ma de adhesión autorita1ia y de swnisión paternalista», que deja
como legado una incongn1encia entre el poder formal, expre-
sado en la legislación escrita, y el poder real, condicionado por
el autoritarismo patemalista del encomendero: hay una lealtad
a su persona y no a la norma abstracta. Por otra parte, el mes-
tizaje va a crear una gradación de individuos, que pueden ir
ascendiendo socialmente hasta poder formai· sistemas de «soli-
daridad policlasista», que buscan el poder para sus miembros5•
Donde no se presenta esa gradación, la solidaridad política
efectiva entre los diferentes estamentos es imposible, pues no
se. dan canales de ascenso sino una casi marginación total de la
población frente a la vida política. Así sucedió en las sociedades
esclavistas del Valle del Cauca y Neiva, lo que preludia, según
-
12 EL PODER POLÍTICO E~ C..OLO\ IBlA

bajo la forma de partido s político s (aparen te1nent e polidasis-


tas), lo que impidió que la poblac ión exainin ara sus condici o-
nes objetivas, ofrecié ndole en sustituc ión el halago «de una
9
particip ación pasi\a. en los benefic ios del poder político » •
Este modelo es contras tado por Guillén con el 1nodelo an-
tioqueñ o, en el que sw-ge un sector de empres arios y comer-
cian tes, que determ inarán el desarro llo del país, a fines del siglo
XIX, y el surgim iento de empres as indusrr iales, a princip ios del
siglo XX. Para Guillén , el capitali smo no apai·ec e en Colom-
bia del desarro llo interno de las fuerzas produc ti\'as sino como
efecto del poder político , exn-aec onómic o: así, despué s de la
Regene ración y la guerra de los Mil Días, Rafael Reyes inicia
«un feudali smo industr ial inducid o, protegi do y en ocasion es
represe ntado por el Estado »10 • Luego, el Partido Republ icano
utiliza el poder público para «obliga r a la nación a provee r a la
élite hacend ataria de los privileg ios y esúmul os indispe nsables
para hac,erse industri al»11 •
Así, afirma Guillén , surge el proleta riado, «progre sivame n-
te exento de los vínculo s patrona les determ inados por su ori-
gen campes ino», aunque los valores arcaico s proced entes de la
hacien da buscab an crear «una peonad a industr ial» en vez de
una clase proleta ria. Esa tenden cia de las masas urbana s a se-
pararse de los modelo s del gamona lismo partida rio es utilizad a
por los grupos socialis tas y temida por los dirigen tes conser-
vadores y liberale s, que tratan de neutral izarla, como sucedió
12
durant e la revoluc ión en marcha de López Pumare jo •
La violenc ia de los años cincue nta aparec e muy ligada a las
huellas de la encom ienda y hacien ~ según Guillén : la geogra -
fia de la violenc ia coincid e con las zonas fuertes de estrucr ura
hacend ataria, mientra s que donde esta fue débil ( como la Cos-
ta Atlánti ca) la violenc ia apenas tuvo import ancia. Ademá s, ci-
tando a Camilo Torres Restrep o, las guerril las se organiz an en
torno al lideraz go carismá tico de los líderes veredal es, que re-
emplaz an a los patrono s, hacend ados y doctore s. Por todo ello,
para el autor la respues ta del Frente Nacion al a la violenc ia
nada tenía de n ovedos a, pues había estado gestánd ose durant e
toda la historia anterio r. Cuand o quedó claro que las lealtad es
partidis tas no podían seguir siendo captada s por los método s
tradicio nales de lealtad es violent as de tipo hacend atario y que
PRÓLOGO 13

la violenc ia rural amenaz aba con una posible transfo rmación


de las estructu ras asociativas, los dirigen tes de ambos partido s
admite n francam ente «su esencial identid ad de interese s e
ideologías». Por ello, las lealtades partidistas son impues tas le-
galmen te y las élites mantie nen su control incondi cional sobre
sus adhere ntes 13 •
Pero, sostiene Guillén, esta solidari dad forzosa del Fren-
te Nacion al cierra el camino a otra salida de los partidos: la
posibili dad de represe ntar los interese s de las poblaci ones por
medio de la ampliac ión de las ideologías partidar ias para dar
cabida a las exigencias de las masas y de los nuevos grupos so-
ciales. Debido a ello, desde 1962 se aprecia un abando no de
los partido s como canales de presión y un crecien te recurso a
las asociac iones gremial es (de trabajad ores o patrono s), lo que
significa la aparició n de un nuevo modelo asociativo, opuesto
al modeló adscriptivo y fundam entado en la igualda d, la meri-
tocracia y la particip ación perman ente.
Este breve recorrid o por las ideas centrales de la obra de
Guillén nos muestr a la vigencia y el alcance de muchos de sus
plantea miento s, lo mismo que sus eventuales limitaciones, mu-
chas de ellas explicables por la falta de suficientes estudios em-
píricos sobre algunos de los temas plantea dos. Hoy conoce mos
mejor la diversid ad regiona l de las haciend as y su variación en
el tiempo: no es lo mismo una haciend a caucan a que una saba-
nera, ni las haciend as de la Costa Atlántica se parecen a las de
Tolima y Huila, ni las que surgier on durante el siglo XIX son
iguales a las coloniales. Por otra parte, un mejor conocim iento
de los proceso s de coloniz ación campes ina de «tierra caliente»,
con su poblaci ón aluvional y mestiza, que rompe tanto los con-
troles de la haciend a del altiplan o como los de la Iglesia católi-
ca, daría mucha luz para entend er el desarro llo de las guerras
civiles, particu larmen te la de los Mil Días y la de la violencia
de los años cincuen ta. Lo mismo que un mejor acercam iento
a la estruct ura de los partido s tradicionales, conside rados a la
vez como confede racione s laxas de podere s regiona les y locales
y como «comun idades imaginadas» de sentido y pertene ncia,
reforza ría mucho s de los plantea miento s de Guillén.
Sin embarg o, la estruct ura básica de su plantea miento ofre-
ce muchas luces al lector de hoy. Con un marco teórico basado
-
14 Fl l'<.lllFR l'OlHtl:tl F:-.: t'lllll\lfil\

en una combinación ck Torqut·vilk. Tornnies v \'\'ebt·r. apli-


ca exitosamt:'ntc los modelos de soóabilidad. a la kctur-.. l de la
mtjor historiografía colombiana disponible en su m1..~mt'n_t_o.
sin separar «vitja,, v ,,nueva» historia: Nieto Artera. Osp1na \ as~
quez, CntL Santos. Arturo ,-\bella, Canknas Arosc . 1. Edu . u"tio
Santa. Joaquín Tamavo. Luis Maníne1. Delgado. Mig·ud l 'rru-
tia, Miguel Fadul. Camilo Torres Rescrepo. Genu~in Guznün.
Bernardo García, Ramiro Cardona. Gerardo .M olina. John
Martz, Ana Weiss, Jaines Parsons, Horario RodrígueL Plata,
Álvaro López Toro, Sergio Elías Ortiz. Henao y Arrnbla. Luis
Ghisletti, Guillermo Hernández Rodríguez. Syhia Bnmdbt'nt.
Luis Duque Gómez,Juan Friede. Iboc León. Ocs Capdequi.Jai-
me Jaramillo Uribe, Magnus Morner. Ulises R1..~jas. lndalecio
Llévano Aguirre y las primeras obras de Frank Safford y Ger-
mán Colmenares son sus referencias. Además. Guillén hace
gala de un gran conocimiento de fuentes de las épocas consul-
tadas, como José Maria y Miguel San1per, Ospina Rodríguez.
José M. Groot, Francisco Silvestre y Pedro Fern1ín de Vargas. lo
mismo que consultas directas de archivo.
Esta larga lista de autores, en la que probable1uente hay
algunas omisiones mías, y el resumen que he intentado hac~
de las ideas centrales de Guillén, muestran la magnitud de la
empresa interpretativa y la síntesis que su obra intenta. Yel de-
safio que nos plantea hoy y mañana: continuar con la obra que
inició para seguir buscando el sentido de la experiencia de la
historia que el país ha vivido.

FERN.AN E. GoNZÁLEZ G.
PRÓLOGO 15

NOTAS

l. Néstor Miranda Ontaneda, «El poder político en Colombia»,


Fundación Friedrich Naumann, marzo de 1980, pp. 8-10.
2. Fernando Guillén Martínez, El poder político en Colombia, Editorial
Puntad Lanza, Bogotá, 1979, p. 34.
3. Fernando Guillén Martínez, op. cit. , p. 64.
4. Fernando Guillén Martínez, op. cit., pp. 79-82.
5. Fernando Guillén Martínez, op. cit., pp. 101-103.
6. Néstor Miranda, op. cit., pp. 18-21.
7. Fernando Guillén Martínez, op. cit., pp. 361-366.
8. Fernando Guillén Martínez, op. cit., pp. 367-371.
9. Fernando Guillén Martínez, op. cit., pp. 398-399.
10. Fernando Guillén Martínez, op. cit. , p. 462.
11. Fernando Guillén Martínez, op. cit., p. 469.
12. Fernando Guillén Martínez, op. cit., pp. 501-513.
13. Femando Guillén Martínez, op. cit., pp. 551-553.
INTRODUCCIÓN

El presente volumen recoge en forma preliminar las conclu-


siones más significativas de una laboriosa investigación histó-
rico-política adelantada en el Centro de Investigaciones para
el Desarrollo de la Universidad Nacional de Colombia por el
Grupo de Ciencia Política bajo la dirección del autor.
El estudio, que buscaba relacionar la estructura de las for-
mas de asociación con los modelos del poder social y político,
se adelantó por varios años con la cooperación de la licenciada
en Historia, Amparo lbáñez de Montaña; de los sociólogos Ro-
dolfo Acosta y Henry Olarte; del abogado Néstor Castillo y del
licenciado en Filosofia y economista Humberto Molina.
No obstante, el texto que se incluye es de responsabilidad
personal de su autor, así como las notas aclaratorias sobre di-
versos puntos del proceso histórico político colombiano. Se-
paradamente y en forma posterior se publicará un Apéndice
documental que recoge algunos valiosos materiales históricos
-la mayor parte de ellos inéditos- que permiten una visión
más clara de ciertos momentos críticos de la evolución del po-
der social en Colombia.

FERNANDO GIBLLÉN MARTINEZ


Coordinador del Grupo de Ciencia Política
()

Z' :\ 1U( (' \ \ t' q t;C-


1 1fl\ go Pi'\ n\rn\C-°7
CAPÍTULO •
l\~~.~~1'
CONSIDERACIONES TEÓRICAS
Y METODOLÓGICAS

.,.¿.
~ .
..!::_·-$ La sugerencia de que las asociacione · formalmen::)no políti-
¡.g cas, es decir, aquellas que no tienen como su a explícita la
~~ ;onquista del poder p~,!Jlicq son, sin embargo, decisivas para
~ conseguir esa finalidad, ñoes nada nueva. Forma parte de la
'-' literatura tradicional de la que hoy se conoce como «ciencia
""' política» y fue aplicada con excepcional lucidez y claridad por
,!_ Alexis de Tocqueville en la Democracia en América, para !;Xplicar
~ el carácter singular de la lucha por el poder público y del ejer-
o
cicio del gobierno en los nacientes Estados Unidos.
~ Por otra parte, las relaciones entre las formas de organi-
:;_ zación surgidas de 1ml grem10s burguesesl'y los valores <ie la
~ democracia representativa posterior al siglo XVIII en Europa
~ ·- Occidental han sido fijadas con toda precisión por sociólogos,
-~
V
economistas y científicos políticos, esclareciendo definitiva-
g,,. mente la estructura de la participación política en esas socieda-
:
~O)
des y en sus herederas de este lado del Atlántico.
6 ~ Pero no existe aún ningún intento sistemático para obser-
var las relaciones que podrían existir entre las asociaciones for-
~almente no políticas, y la partJ.c1pac1ón política en ~ éric~
Launa y, específicamente, en Colombia. Se da por supuesto
que los análisis realizados a partir de datos de sociedades dife-
rentes (Europa, los Estados Unidos de América) bastan para
explicar de qué modo se han organizado los colombianos y
<:_ómo podrían organizarssrara participar en las decisiones pú-
bhcas.
rt
EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA
20

Esta satisfacci ón con los datos y con las teorías, obtenida s


y construid as en el contexto de otras historias cultural~_~, se ~x-
presa con particula r evidencia en el hecho ~e. que l~s estudios
sobre la participa ción política actual en Amenca Lat1n~ s? ~ea-
lizan casi siempre F-~ _e~cind_~ _(k su_ trasfo_p~ º- histQ!:_1fQ!.~
lo que equivale a decir, con presnnd enna d e sus valores e~-
tructurale s temporal es, como fotografía s , de un «pres~nte » hi-
potéticam ente inmóvil y «11l,~d e¡~~~ ..Z~ .J¡ ªta de m:dir lo q~e
1
«ocUITe» pero no «lo que ocurno » antes, renuncia ndo as1 a
una explicaci ón suficiente de lás'°felaci onet ~ _ C· :v~ ~\'--
Empero
'
túC(\ ~ qo~ l'.'((_1 '( ~,~'> t(,f
~
L1 r~·\ un'\{i
0.
~~,e ¡1aNC;..- J'-.,~-'\1"( . _ r t ,_
\ ,,::· {'\ , L,t
una situación ... no es inteligible aislada; sólo se la entiende com-
Q
parándola con otras; en concreto no con otras cualesqui era sino ': '.
con aquellas que efectivamente la condicion an y cuya referenci~ .~
,Y\ ÍJ l"'X.,s~ a ella es un f Onstitutivo su~o.¡~ t ó r i~
,'Y' i. 5 ( <'il1¡ e~. dan encadenad as en una suceswn, · cuyos caracteres pnncipale s 1,
,,'ti
t'> , ó\ 69 J;,. ¡ · son cuatro: 1) Como el tiempo es irreversible, la sucesión de las ~
-2 ......_ ~ f j situaciones no es una mera serie, sino que además de estar orde-
-~ t Jf? nada, sólo se puede recorrer en una sola dirección, en un sentido
• r::,• ~ :i '-- preciso. 2) Ese tiempo no es sólo sucesivo, sino cualitativ amente
..q__º"~ ~ÍJ diferenciado; ~mome nto de él es insustituible; no sólo está
-...,::.~,...,... "'- «localizado» no sólo es «otro» tiempo, sino un tiempo distinto;
. -o " ' en otros términos, cada situación es un nivel histórico concreto.
o 3) Cada situación histórica viene de otra -de una sucesión de
4%. ellas, puesto que el razonami ento se aplica a la inmediata mente d
~ anterior - y es por tanto un resultado de algo previo a ella, sin ·g
~ lo cual no es..!!_lteligible. 4) Por último, como lo que constituye .....,

9.
- cada situación es una pretensió n o proyecto, y esto es lo que lleva
o
-i
a pasar de una situación a otra, ~udanz a histórica es siempre 6
-:l.- innovació n e invención . Esta razón concreta ilumina desde otro '-'
10 punto de vista las determina ciones que anteriorm ente aparecie- ~
.a_ ron como exigidas por la mera estructura de la temporali dad.
')
l""t

o
Estas frases de Julián Marías1 pueden eximir de otra justi-
ficación para el examen de las formas históricas de las asocia-
cion~s ~o políticas, en ,el inten~o_de establece r cómo ellas
condicio nando o podnan condicio nar la participa ción política
están]
(
de los colombianos.
La mera informac ión sobre los comport amientos de las aso-
ciaciones políticas y sobre los mecanism os formales de acción
~Q,
~.t¿; º/J :/ ".) /¡
0/j ?·l!J
'FJ.')¼'cln..r-
l>r;;
':.i¡,J
r I C' (f WS M(\\h, \d a 1{Hl' ICltí..
l) l

L } r~c{\ 1\ ú\n t\ ru e 11, LL't\:I 1AN<'1l'l.


(\1,h\,k,\ \1 CM (' '' r\ 1\ t1r,lt.\
CONSIO,[ .RAC!ll\'\l-'.S n .ú RIC·\ S y mTOIHll l )l ;JC •\ S ~1

1
electoral no es ~a paz cte dar cuenta de las Yerdadcras ctimensio-
nes ni del sentido de la participación polí1ira del colombiano .
..9.
a es decir, de los can ales y del volumen de su influen cia sobre la
~] determinación de las decisiones que comprome ren el r m~jun-
; ~ / to ~e la_ ~olecthi~ad._ considerad a desde"eí¡:iuntt) de vista de la
o' ir~ ~ gobierno que e lla crea. susten ca y aplica. Esto
~: que es ~ i~o pai:t cualquier tipo de sociedad. lo es aún más
~S-":.'. para Arnenca Launa. donde los mecanismos políticos formales
~~ son mucho más el resultado de meras u·aspolaciones de insti-
. . ¿ tuciones extraitjeras. que el fruto del desarrollo endógeno de
actitudes y tendencias sociales reconocibles y reconocidas.
Así, en el curso de los n-ab~jos de investigación que han
precedido a este texto, se ha utilizado una metodología que
permita no sola1nente establecer cuál es el grado de partici-
l pación política real de los colombianos, a través del exainen . _,E
~ de sus formas de aso~iación contemporáneas, sino determin~q"ii L f:J,.
~ cuáles han sido lasf"-ig·e1~ que han guiado o pueden guiai· ( l
g esa participación en el futw·o , estableciendo alternativas vero-
~ __ símiles y viables.

La estructura y las estructuras sociales no son on-a cosa que


sistemas de vigencias, siguiendo el pensanüento sociológico
que se origina en los trabajos de José Ortega y Gasset y que sus
discípulos han desarrollado y precisado contemporánean1en-
te. En este sentido se las ha considerado en este texto y por
ello se hizo necesario determinar cuáles hai1 sido las vigencias
y las actitudes predominantes en las formas típicas de asocia-
ción desde el comienzo de la sociedad mestiza de Colombia y
~ zar las causas y concausas de la aparición de las 1nismas,
así como intentar medir el grado de influencia y de participa-
ción políticas que ellas aseguran en los habitantes de la nación . .
Se ha supuesto que estos valores psicosociales hai1 condiciona-
do desde el pasado la vida política contemporánea, sin que ello
signifique el desconocimiento de esa «invención e innovación»
que son elementos esenciales, según Marías, del acontecer his-
tórico social.
Y este examen histórico se ha coordinado con una descrip-
ción y evaluación del grado y la naturaleza del poder político
ejercido por las asociaciones actuales formalmente no polí-
ticas, entendiendo por ellas a todas aquellas organizaciones,
-
22 El.. PODER POÚTICO L ' COLOMBL\

voluntarias o no , que ímplican una j erarquía de funcioI!._e~ y


una solidaridad colf"Ctnrl de sus miembros_. cqalesquie ra que
~~ bjetn~os expresos o-sus metas declaradas . La selección
de esas asociacione s se ha realizado teniendo en cuenta sus
aparentes fuerzas como grupos determinan tes de los actos del
poder público, eligiendo solamente aquellas que grosso modo, y
de una manera e\idente, mostraban indicios de una capacidad
semejante. Para tal examen se han utilizado técnicas usuales
de la ciencia sociológica, intentando manejarlas de tal manera
que las variables analizadas resulten congruente s con los obje-
tivos que guiaron la investigaci ón historiográ fica.
La conexión teórica entre estos procedimi entos es obvia.
Volviendo a citar ajulián Marías,
Sociología e historia son dos disciplinas inseparable s, porque
una y orra consideran la misma realidad, aunque en perspectivas
distintas. La historia se encuentra en el seno mismo de la socie-
dad y ésta es sólo históricame nte inteligible; a la inversa, no es
posible entender la historia más que viendo a qué sujeto acon-
tece, y este sujeto es una unidad de convivencia y sociedad, con
una est::ru.ctura propia, tema de la sociología. Sin claridad respec-
to a las formas y est::ru.cturas de la vida colectiva la historia es una
nebulosa; sin poner en movimiento histórico la sociología, ésta
es un puro esquema o un repertorio de datos estadísticos inco-
nexos, que no llegan a aprehender la realidad de las est::ru.cturas
y, por tanto, la realidad social2 •
En el conjunto del trabajo se ha tratado de evitar la simple
enunciació n de teorias intuitivas, extendien do en lo posible el
examen directo de fuentes y documento s, y utilizando las téc-
nicas sociológica s de medición, pero debe advertirse que se ha
evitado, igualmente , caer en los vicios seudomate máticos defi-
nidos de manera magistral por uno de los mayores sociólogos
de todas las épocas:
... algunos de los partidarios de estos procedimie ntos muestran
singular celo en buscar únicamente «un método cuantitativo
exacto» de análisis causal, es decir, procedimie ntos seudoma-
temáticos y operacione s estadísticas complejas y están profun-
damente convencido s de que podrán descubrir la verdad por
intermedio de estas operacione s mecánicas complicada s dicta-
das por sus seudomatem áticas y su seudoestadí stica. Merced a la
CONSIDERACIONES T EÓIUCAS Y METODOLÓGICA5 23

existencia de una supuesta «causalidad de las ciencias naturales»


los ~studios teóricos y concretos sobre la causalidad sociocultural
y el análisis de los factores 1lenaron en el transcurso del siglo XX
una cantidad excesiva de «trabajos» conteniendo figuras, diagra-
mas, índices, fórmulas complicadas de apariencia muy exacta y
«científica», todos dedicados a la causalidad simple o múltiple
de la aparición y transformación de todos los fenómenos socio-
culturales posibles\

Para el desarrollo de este trabajo y en relación con el con-


cepto de «asociación », ha sido necesario utilizar lo que Howard
Becker ha denominado un tipo construido, y que define de esta
manera:
Ha llegado el momento de formular claramente lo que entende-
mos por tipo construido. Estos tipos consisten en criterios (llama-
dos también elementos, rasgos, aspectos, etc.) cuyas referencias
pueden ser verificadas en el mundo empírico o pueden ser indu-
cidas normalmente del conocimiento empírico, o ambas cosas
a la vez. No han de construirse estos tipos sino para resolver un
problema particular y explícito; ellos han de orientarse siempre
hacia una hipótesis determinada; el tipo más útil de todos no es
meramente clasificado. Aunque no siempre construido con bas-
tante cuidado, aunque a veces les falta la aproximación empírica
necesaria, o la validación adecuada, los tipos construidos se utili-
zan mucho en la investigación sociológica. Los clanes, las castas,
las clases, las naciones, las sectas, los cultos y otras estructuras so-
ciales son tipos construidos. Muchas veces también la diferencia-
ción, la jerarquía, la adaptación, la explotación y todos los demás
fenómenos sociales entran en la misma categoría. Cabe señalar,
sin embargo, que la construcción y la comparación empírica no
son la misma cosa; una casta empírica, tal como existe en cierto
día, a cierta hora, nunca corresponderá a la casta construida.
En este sentido, todo lo que hay en la vida real no constituye sino
«excepciones» a los tipos construidos4•

Finalmente, debe expresarse que no se han considerado


los factores históricos como determinantes absolutos de la for-
mación
~ _______
del poder político. Al contrario~- elexamen-hístono-
...,....---....._;_.;.;.
gra.fico, permite sugerir alternativas en cuanto a las formas de
asociación y a las posibilidades de ejercicio del poder políti-
co, que dependan mucho más de la capacidad de invención e
r

F,l. l'i)l)l-:N. l'l)) ,l'l'lt ;{) 11'. N Cl)l.OMl\11\

imttrtJrfffr$tisoc.·iaks, qm: de.) la htcrza ck i1wrcia dd pasado. Solo


qut~ c.'s;ts innovHdOH<'S ctt,lwdn apoyarse f'irrnc1rwn1e má.,"I en
denos rasgos v c.trurtc.'rÍsl'ic~,s adquiridos por la hi,"llori,t propia,
qut' c'll mt~ros esquemas h'Órkns obl'cnidos del estudio formal
ch' otms t,,ndrnáas <'tilt11 rnlrs.

N()T/\S

l. Juli:in M :H'Í:\S, / ,a ,.~,-h'11(/11m .wáal. lt'odo 11 mhodo, Sociedad d<' Estu-


dios,, Publkarilmt~s. Madrid, p. :·m.
~

1111.<·1• • p.·'-·
~')
~t Sorokin A Pi1irim, , Din,ímica sorio-u1hural y l'Volu cionismo»,
en Sariologin dd si.gio .\X, sd<'cdó n de Ccorgc G111vi1ch y Wilbt'rt Moore,
But'nos Airt' s. Bibliott'C\ ck Ciencias Eco11úminis, Edilorial El Ateneo,
1956.
-1. Howard fü~cker. "Sllciología intcrprclativa y tipología const.ruc-
riYa)} , en Soáologin <M st~io XX, selección de Gcorge Gurvitch y Wilben
Moorc, Buenos Aires. Biblioteca de Cit:ncias Económicas. Editorial
El Ateneo, 1956. p. 6-l. Sobre la distinción entre el concepto de «tipo
co11struido)) , sugerido por Becker y el de ,'< tipo ideal)) o «tipo modelo»
adoptado por Ma..x Weber romo una de sus mayores contribuciones a la
metodología sociológica, véase:! nota de pie de página 83, Becker, op. cit.
CAPíTULO 2

LAS HERENCIAS
Y APTITUDES TRADICIONALES

Uno de los aspectos decisivos bajo el cual debe considerarse la


vida política en una sociedad es el grado en que los individuos
que pertenecen a ella pueden participar en la formación de la
autoridad pública y ejercer presión permanente para obtener
la satisfacción a sus particulares deseos y necesidades y para
vincular sus opiniones y decisiones a la dirección que el Estado
impone a la comunidad.
En todas sus formas posibles, es obvio que la autoridad
pública tiende a legitimar su poder argumentando de muy di-
versos modos que sus decisiones están al servicio del « bien ge-
neral» y que sus mandatos implican, mágica o racionalmente,
la traducción y el resumen de un ente que podríamos llamar el
«interés común». Esta presunción está subyacente en cualquier
sistema político históricamente conocido, pero no impide re-
conocer que no todas las formas de articulación de las volunta-
des particulares en la generación y el manejo de la autoridad
pública son igualmente eficaces y fidedignas, ni garantizan en
el mismo grado la participación de las gentes en el gobierno de
su propio destino.
La evolución de las doctrinas políticas a lo largo de los úl-
timos 200 años ha convertido en meca incuestionable de todo
proceso constitucional la necesidad de crear formas de autori-
dad qNe garanticen un gobierno del pueblo, por el pueblo y para
el pueblo, introduciendo así, irreversiblemente, el concepto
de que es menester combatir cualquier forma de poder pú-
blico que dirija sin consulta ni control populares el destino
!i\
26 EL PODER POL ÍTIC O EN C:01 .0MH

a los ojos de ]os ade pto s


de la pob lac ión . Esta noc ión , obvia
siglo XX, hub ier a par eci-
de cua lqu ier sistema pol ític o en e]
eri ore s al siglo XVIII y lo
do abs urd a a tod os los hom bre s ant
ión , hac e inn um era ble s
aso mb ros am ent e rec ien te de su apa ric
ma s que res ult an de] de-
y eno rm em ent e com ple jos los pro ble
a sociaJ. Esos pro ble mas
seo de apl ica rla e im pon erl a en la vid
ent a] de la «de mo cra-
se han con ver tid o en la cue stió n fun dam
Po rqu e en cua lqu ier a
cia», com o qui era que se la ent ien da.
ult a ine xcu sab le com pro -
de sus ver sio nes con tem por áne as, res
y util iza r sus cap aci dad es
me ter la vol unt ad de los ind ivi duo s
la def ens a de un mo delo
ind ivi dua les en la con stru cci ón y en
son al de fru stra ció n o de
social que elim ine el sen tim ien to per
pre nsi ble e ina cce sib le,
opr esi ón po r obr a de un po der inc om
ello s casos en que obje-
eje rci do po r privilegiados. Au n en aqu
ón en la cua l el Est ado se
tiv am ent e es com pro bab le un a situ aci
qu e asu me la fun ció n
ide nti fic a con un gru po tod opo der oso
uni dad , es me nes ter en-
de arú spi ce y de dic tad or de la com
má s div ers a índ ole par a
con tra r sustitutivos dem agó gic os de la
aci ón col ect iva y de par -
cre ar la sen sac ión ilu sor ia de cop art icip
tici pac ión ind ivi dua l en el pod er.
cia ció n pol ític as y sus
Par a com pre nd er las for ma s de aso
ad, es me nes ter ras tre ar
val ore s específicos den tro de la soc ied
der en un a per spe ctiv a
la for ma ció n de las est ruc tur as de po
ini cia les han con dic ion a-
his tór ica , po rqu e las org ani zac ion es
tod as las for ma s ult eri ore s
do y con dic ion ará n en gra n me did a
de agr upa mi ent o colectivo.
e mé tod o ret ros pec ti-
La urg enc ia y la ine vit abi lid ad de est
ián Ma ría s,
vo sur gen de que , com o ha esc rito Jul
la actual son, en prin-
las sociedades pretéritas de don de viene
está hec ha de pasado y
cipio, al menos, /,a misma soci,edad. Ésta
toda pro ced e de lo que
es esencialmente antigua; su realidad
ram os en ella está ahí
ha acontecido antes; lo que hoy enc ont
as; las raíces de los usos,
por que ant erio rm ent e pasaron otras cos
ciones, formas de con-
costumbres, creencias, opiniones, estima
o lado, tod o eso son mó-
vivencia, se hallan en el pretérito. De otr
siones que con dic ion an
dulos, pautas, normas, posibilidades, pre
o la vida es futuración,
la vida de la sociedad presente; per o com
esto es, la soc ied ad futu-
det erm ina n lo que va a ser éste ma ñan a,
iedad que fue pre tér ita
ra; o más rigurosamente, esta misma soc
LAS HERENCI AS Y APTITUD ES TRADICIO NALES 27

y es present e, en el futuro. En cualqu ier momen to encont ramos,


por tanto, la complicación intrínseca de la temporalidad. No po-
demos entender una sociedad en un momento del tiempo, porque su
realidad y por consiguiente su inteligibilidad está constru ida por
1
la presencia del pasado y del futuro, es decir, por la historia •

La adopc ión de este criterio histórico integra l, permit e


rehuir la crecie nte tenden cia a exami nar las socied ades y sus
proble mas específicos en términ os de estruct uras «arcaicas» o
«tradicionales» en compa ración con estruct uras «modernas»,
vicio termin ológic o creado r de toda suerte de confusiones,
siendo la princip al de ellas la de que induce a supone r, incons-
ciente mente , que existen pasado, presen te y futuro , sociales,
no como situaciones forzos amente vinculadas una a otra en un
proceso contin uo, sino más bien como fuerzas opuest as y anta-
gónicas que chocan dentro de lo «conte mporá neo».
Esta propen sión agrega ría a contra poner esquem as intem-
porales de «mode rnidad » frente a esquemas igualm ente in-
tempo rales de «tradicionalismo». Al introdu cirse como criteri o
centra l de la mayor parte de los trabajos sociales de hoy impide
contem plar el panora ma actual como un proces o vivo, cuyos
diversos elemen tos están vinculados y condic ionado s mutua -
mente «en el presen te» e intenta n mostrarlo, en cambio , como
una lucha mitoló gica y absurd a de tempo ralidad es de diferen -
tes niveles que se comba ten en un universo irreal, para crear
los valores suprem os de «la moder nizació n».
La perspe ctiva históri ca integra l evita, ademá s, la acepta -
ción pasiva de un criteri o ideoló gico arbitra rio en la investi-
gación de la proble mática social, criteri o que ha denun ciado
lúcida mente L. A. Costa Pinto:
Moder nizatio n seems to have sorne connot ations quite eviden t
with what anthrop ologist s used to call «westernization», mean-
ing the adapta tion to or conformity with anothe r pattern already
existent and may be compa tible with an econom ic situatio n
that could well be defined as colonial... Modem ization , mean-
ing the adopti on of pattem s already and prevailing in modem
times -the tempor ocentri sm being inhere nt to the concep t
means also, and not by mere coincid ence, the expans ion of
these pattem s and reveals, perhap s, a wishful thinkin g about
the prestig e and consol idation of them. In that particu lar sense,
28 EL POl>ER PO L ÍTI CO EN COI.OMBJA

con trad k tion ¡.¡j n c,·


mod erni zatio n also imp lies a basic hist oric al
a j){l,ss ing orck r, 1h .-1 1
it 1ne ans at cep ta tion ot: a nd adap tatio n to,
rn » wod d ali of w,
it is hop eles s disa ppe arin g in th e «p osl m ode
are ente ring in 2.
Rou ssca u so-
La cue stió n clásica plan tead a por Jua n J aco bo
e1 cu aJ sea oíd a ,
bre la viab ilid ad de con stru ir un gob iern o en
par a jus tifiC'a r
arti cul ada y util izad a la vol unt ad d e cad a uno
no p odr á se r
y orie nta r el pod er del Estado, pro bablem en te
a la «de m ocr arja
resu elta ja1nás, de un mo do satisfac tor io par
cep to fue ra p osi-
pur a», en el caso de que teó rica men te tal con
organi zar Esta do
ble . Dic ho de otro mo do, no par ece vero sím il
sea la sum a de
alg uno sob re la bas e de que la vol unt ad gen era)
libre e iguali tari o.
las vol unt ade s par ticu lare s· en un con sen so
e la n ece sida d d e
Per o ello no inva lida ni hac e men os urgent
d el pod e r, d e ta]
ind uci r el pro ces o de form ació n y ejer cici o
el may or núm ero
mo do que en él par tkip e y a él con trib uya
pos ible de vol unt ade s indi vidu ales .
siglo XVIII ,
Esta nec esid ad se exp resó a par tir del final del
ado s Un ido s com o
en el pro ces o hist óric o de Eur opa y de los Est
en sus exp resi o-
una exig enc ia étic a que satisfacía, ant e tod o,
ntif icab a con «la
nes form ales , un des eo igu alit aris ta que se ide
, es la form ula ció n
jus·ticia». «To dos los hom bre s nac en iguales»
de orig en ingl és.
exp líci ta de la soc ied ad cap ital ista y mer can til
«Re vol ució n Fra n-
«Ig uald ad, libe rtad , frat ern ida d», pos tula la
don de la bur gue -
cesa» al fina l de un pro ces o de Juc ha de clases
con óm ico sob re
sía term ina por imp one r su dom inio pol ític o-e
o rég ime n. Par a
los resi duo s feu dale s y mo nár qui cos del ant igu
ndo ) la apa rici ón
la Am éric a Lat ina (com o par a el rest o del mu
y ext ens ión de esta s exig enc ias pol ític as no
son el resu ltad o de
to con las nue vas
un pro ces o end óge no, sino el frut o del con tac
as, per o no por
form as ideo lóg icas nor team eric ana s y eur ope
de par tici pac ión
ello es men os ené rgic a la exi gen cia evi den te
que el Est ado ha
«de moc ráti ca» fun dad a en la con vic ció n de
ens o con trac tua l y
de ser de alg una ma ner a el fru to de un ,c ons
es la ese nci al igu al-
en cier to sen tido rev oca ble, cuy o tras fon do
dad de los ind ivid uos .
LAS HERENCIAS Y APTITUDES TRADICIONALES 29

EL «GREMIO POLÍTICO »

El desarrollo práctico de las nuevas actitudes igualitaristas ini-


ció en la mayor parte de Europa y en los Estados Unidos la
complicada serie histórica de violencias y compro1nisos que fue
moderando los organismos y los mecanismos de participación
política que, dadas las condiciones socioeconómicas de cada
sociedad, parecían necesarias para dar forma más precisa a exi-
gencias progresivas de participación política universal.
No es oportuno ni pertinente seguir en detalle la secuencia
histórica de este proceso, que llevó de la organización social
fundada en las castas de linaje, hasta la mitología fundada en el
sufragio universal, pasando a través de la aguda crítica marxista
que relieva el papel desempeñado por las contradicciones y las
luchas de «clase», para el objeto de este estudio. Pero importa
señalar de qué manera los individuos se asociaron, en el esfuer-
zo para participar y cogobernar, dentro del marco de las «his-
torias» respectivas de las comunidades burguesas y de aquellas
comunidades «divergentes» que responden a patrones de cul-
tura existentes en otras partes del mundo, especialmente en
América Latina.
Los sistemas liberales clásicos, ya de estirpe británica o
correspondientes al modelo francés, encararon bien pronto
un problema que no había sido previsto por sus formas cons-
titucionales3: el de los mecanismos concretos a través de los
cuales sería dable ejercitar la participación política de los ciu-
dadanos. El simple llamamiento a los comicios (de cualquier
grado que ellos fueran) no bastaba para concitar la opinión
pública en relación con metas concretas de acción colectiva.
La atomizada masa de votantes se organizó desde el principio
en la estructura de asociaciones más o menos numerosas que,
aunque no reconocidas por la ley constitucional ni aludidas
por la legislación ordinaria, se convirtieron rápidamente eri
los agentes verdaderos de la formación del poder público:
«los partidos».
Los partidos o las «facciones», como quisieron denominar-
los algunos de sus prematuros detractores, representaban o
pretendían representar la voluntaria asociación de individuos
que coincidían en actitudes específicas y en proyectos concre-
EL PODER POLÍ11CO EN COUJM.BIA
30

tos de solución respecto de la organización ~?cial Y p~lí tica.


Estas actitudes y proyectos ideológicos o de acc1on tradu: 1ª~ de
una manera vaga los intereses, particularmente economicos,
que surgían de las diferentes posiciones en las cuales estab~~el
ciudadano dentro de la estructura general de la producc1on
y la distribución de la propiedad. El partido refleja esos _anta-
gonismos y en ocasiones otros (como aquellos que sur?1eron
de las divergencias religiosas o de las tensiones entre d1versa5
regiones geográficas) permitiendo una identificación su~cien-
te de los individuos como grupos informales pero efic1en tes
y coordinados que buscaban, y obtenían o perdían, el poder
público o que pretendían transformar el conjunto de su es-
tructura.
Ahora bien, lo característico de estos partidos es el hecho
de que tienden a organizarse según el orden y de acuerdo con
las vigencias típicas de la burguesía triunfante hacia los finales
del siglo XVIII, tras la larga gestación que de ellos hizo Europa
desde cuatro siglos atrás.
Expresadas a veces como actitudes colectivas de tipo reli-
gioso o manifiestas como tendencias de contenido abstracto
ético-político, esas vigencias presentan signos específicos, cuya
concurrencia permite filiarlas y reconocerlas como elementos,
no de un orden intemporal y universalmente válido sino de un
proceso histórico exclusivamente europeo.
«Las realizaciones de la ciudad -dice Max Weber refi-
'
riéndose al burgo medieval posterior al siglo XIII- son ex-
traordinarias. Ella creó los partidos y los demagogos. Luchas entre
c~adrillas, facciones de la nobleza, candidatos a los cargos pú-
blicos, los encontramos por doquier a través de la historia, pero
nun~a, fuera de la ciudad occidental, aparece el partido en el
~entido ac~al de la ~alabra, ni tampoco el demagogo, como
Jefe de parado y candidato a la poltrona ministerial» 4.
_La ciudad medieval creó y transmitió a los organismos
nac1o?~es burgues~s la noción de una comunidad política
const1~1da voluntanamente por sus miembros, destruyendo 0
absorbiendo los derechos estamentales y los vínculos de linaje
como b~e. ~e los derechos. Aunque objetivamente se trató de
la adqu1s1c1on y mantenimiento de derechos m·di ·d al
¡-- · VI U es y po-
1tlCOS para una nueva clase, «los burgueses», la imposición de
LAS HERENCIAS Y APTITUDES TRADICIO NALES 31

los método s y de los valores económ icos y éticos de la burgue -


sía sobre los estame ntos nobilia rios y serviles, creó la ilusión de
los derechos universa les a todos extend idos y por todos usufruc -
tuados.
En verdad , como adviert e el propio Webe r, la ciudad se
transfo rmó en un «gremi o político », en una asociac ión delibe-
rada de volunta des individ uales constru ctoras y manten edoras
del Estado. Y la nación posteri or se edificó sobre estos funda-
mentos , amplia dos en el tiempo y en el espacio hasta abarca r
una comun idad, mucho más comple ja. Dentro de este «gremi o
político » el sentim iento más relieva nte es la aspirac ión hacia
la igualda d entre todos los ciudada nos, indepe ndiente mente
de su condic ión social. El proceso formal va elimina ndo pro-
gresiva mente toda suerte de limitac iones al ejercici o del «voto
popula r», hasta hacer desapa recer finalme nte las condic iones
financi eras, cultura les o biológi cas que pudier an restring irlo
(cuantí a de la renta person al o de la propied ad, grado y ex-
tensión de conoci miento , raza, sexo) . Era esto lo que estaba
implíci to en la teoría del Contrato social de Rousse au y lo que
termin ó expres ando la evoluci ón sociopo lí tica de estirpe an-
glosajo na, por otros medios . En conjun to, todo esto es la he-
rencia del «gremi o» occiden tal y específ icamen te del «gremi o
político » que la burgue sía fue desde un comien zo. Aun los
alegato s conserv adores de Edmun d Burke, con su culto a las
venerab les herenc ias y su amor por una evoluci ón fundad a en
la conserv ación de la socieda d viva y orgánic a, quedan inserto s
dentro del marco de la «sober anía popula r» aunque ponga su
acento más en los derech os económ icos que en las libertad es
política s de cada hombr e.
Formu lado o no en teorías explícit as, el sentim iento de la
igualda d y de la univers alidad de los derech os del hombr e para
contrib uir con sus decisio nes a la expres ión de la «volun tad
general », formó en Europa Occide ntal y en los Estado s Unidos
un esquem a de particip ación social e individ ual en el poder
político , que desbor dó o creó la ilusión de haber desbor dado
los interes es particu lares de la vincula ción al linaje, a la profe-
sión o a la «clase». Teóric amente , el gremio político admite a
cualqu iera en su seno. En la misma medida en que se «siente »
como cierta esta particip ación, sus implica ciones adquie ren
LAS HERENCIAS Y APTITUDES TRADICIONALES 31

los métodos y de los valores económicos y éticos de la burgue-


sía sobre los estamentos nobiliarios y serviles, creó la ilusión de
los derechos universales a todos extendidos y por todos usufruc-
tuados.
En verdad, como advierte el propio Weber, la ciudad se
transformó en un «gremio político», en una asociación delibe-
rada de voluntades individuales constructoras y mantenedoras
del Estado. Y la nación posterior se edificó sobre estos funda-
mentos, ampliados en el tiempo y en el espacio hasta abarcar
una comunidad, mucho más compleja. Dentro de este «gremio
político» el sentimiento más relievante es la aspiración hacia
la igualdad entre todos los ciudadanos, independientemente
de su condición social. El proceso formal va eliminando pro-
gresivamente toda suerte de limitaciones al ejercicio del «voto
popular», hasta hacer desaparecer finalmente las condiciones
financieras, culturales o biológicas que pudieran restringirlo
(cuantía de la renta personal o de la propiedad, grado y ex-
tensión de conocimiento, raza, sexo). Era esto lo que estaba
implícito en la teoría del Contrato social de Rousseau y lo que
terminó expresando la evolución sociopolítica de estirpe an-
glosajona, por otros medios. En conjunto, todo esto es la he-
rencia del «gremio» occidental y específicamente del «gremio
político» que la burguesía fue desde un comienzo. Aun los
alegatos conservadores de Edmund Burke, con su culto a las
venerables herencias y su amor por una evolución fundada en
la conservación de la sociedad viva y orgánica, quedan insertos
dentro del marco de la «soberanía popular» aunque ponga su
acento más en los derechos económicos que en las libertades
políticas de cada hombre.
Formulado o no en teorías explícitas, el sentimiento de la
igualdad y de la universalidad de los derechos del hombre para
contribuir con sus decisiones a la expresión de la «voluntad
general», formó en Europa Occidental y en los Estados Unidos
un esquema de participación social e individual en el poder
político, que desbordó o creó la ilusión de haber desbordado
los intereses particulares de la vinculación al linaje, a la profe-
sión o a la «clase». Teóricamente, el gremio político admite a
cualquiera en su seno. En la misma medida en que se «siente»
como cierta esta participación, sus implicaciones adquieren
EL PO DER POLÍTICO EN COWM BIA
32

las cir-
una imp orta ncia giga ntes ca aunq ue no coin cida n con
cuns tanc ias obje tivas de la reali dad socia l. . .
un
Aun que, en la reali dad, la burg uesí a haya cons titui do
la pro-
siste ma en don de el privi legio subs iste repr esen tado por
te se
pied ad y la efica cia econ ómi ca indi vidu al,. imp lícit a~en
ta~ y
vio obli gada a defe nder y a amp liar las noci ones d~ h~e~
m1c a
de igua ldad polít icas, en part e por razó n de su prop ia dina
part e
fina ncie ra (inc omp atibl e con todo valo r esta men tal) y en
a de
al ejerc er un «efe cto de dem ostra ción » sobr e la gran mas
ite y
la pobl ació n pobr e. Y ese subs trato polít ico es el que perm
niza do
prom ueve la apar ición del «par tido» com o grup o orga
di-
para obte ner el pod er y para mold earlo en dete rmin adas
reca ones .

PAR TIDO S Y ASO CIA CIO NES


ra-
El part ido apar ece com o un grem io con «inte rese s gene
es
les» que se supo nen repr esen tativ os del bien com ún, pero
de los
posi ble tan solo en virtu d de las expe rien cias secu lares
y de
grem ios parti cula res. La noci ón de asoc iació n volu ntar ia
parti -
gobi erno por repr esen tació n ( cond icion es esen ciale s del
lueg o
do) surg ió en el seno de la burg uesí a ciud adan a, aunq ue
para
-des bord ara ese marc o y en ciert a man era lo dest ruye ra
; el
afirm arse a sí mism a en un ámb ito más exte nso y com plejo
de la naci ón.
Desd e lueg o, el part ido apar ece oste nsib leme nte com o un
ris-
cont radic tor, mejo r, com o un dest ruct or de los parti cula
nte
mos de las asoc iacio nes econ ómic as, relig iosas o simp leme
-e n las
regio nale s, pero exist e porq ue se apoy a orgá nica men te
que
expe rienc ias y en «vivencias estru ctura les» de esos grup os
lo prec edie ron y que lueg o se le subo rdin aron .
El part ido no es un grem io «ide ológ ico» sin.o u~a aso-
ico.
ciaci ón que_ tiene ~or vínc ulo y por obje to :e l pod er públ
n re-
Aun que las 1deolog¡as y los inter eses de clase o de .afili ació
en
~gi~ ~: v~rbigrac~a~ pued en refle jarse _y en efect-0 se ,r eftej an
pues -
la d1nam1ca parti dista , no .limi tan por ente ro su -ac,ción,
do
to que en ,e l cont exto del ,« univ ersal ismo bur,gu:és», el Esta
in-
_ahsor be, a~c a Y cond icion a --al men os en teor ia- esos
teres es y acntude-s particnlarres. Las igles ias O los g,nip os
prof e-
LAS 111':RENCI AS V l\ l'Tl'J'lll)J,:S TRADIC.IONAI .ES 33

sionalcs puede n mant e ner una inflexibilidad de opinion es que


el partido rehúyt> . Igualm ente, es cierto que el partido admite
un gra<lo d e infonnalida<l en su organiz ación, incomp atible
con el funcion amient o de cualqui er otro tipo de asociación.
Pero los valores implícitos en su organiz ación siguen siendo
una ampliac ión y un desarro llo peculiares del gremio burgués ,
a pesar de tan grande s y diversas variaciones formales.
La defini ción de «partid o » siempre fue dentro de las so-
ciedade s «occide ntales» cosa ardua y difusa. Pero aunque no
se diera ningun a d escripc ión totalme nte compre nsiva del fe-
nómen o real, se expresó, en cambio, el sentimi ento general
que la burgue sía tenía de él. Así Burke, por ejemplo , dijo: «El
partido es un conjun to de hombre s unidos para foment ar por
medio de sus esfuerzos, tan1bién unidos, el interés naciona l,
sobre ciertos princip ios en los que todos coinciden». Se dio por
supuest a la esencia l igualda d de las persona s compro metidas
en el grupo y se conced ió especial importa ncia a la idea de que
todos los «partidos» contrib uían con su acción o con su pensa-
miento al movim iento total de la asociación política.
Las diferen tes varieda des partidistas, relativas al número , a
las fnncion es o a la calidad de los miembr os compon entes de
los partido s occiden tales no afectan esta esencial nota común.
Incluso cuando Carlos Marx introdu ce en el viejo esquem a
su noción de «clase», imagina a la clase proleta ria como una
nueva forma de partido donde la asociación volunta ria y la co-
particip ación igualita rista son esenciales para compre nder su
mecáni ca teórica.
En suma, la concep ción europe a y norteam ericana del po-
der político, se fragua lentam ente dentro del proceso gremia l
y se expresa como nna eclosió n del poder del «Tercer Estado»,
con toda la carga de su vida históric a determ inando el ámbito
y las reglas del juego. Y solame nte allí tiene sentido cabal la
idea «partidista», que satisface casi a plenitu d la necesid ad de
particip ación, unida a la sensaci ón de defensa de interese s con-
cretos y particu lares.
Es evident e, en todo ello, nna interac ción constan te en-
tre la estruct ura de las actividades econ~m icas y la forma de
la asociación política -expre sada incluso en la revoluc ión re-
ligiosa o causada por ella- de tal modo que ambas se sirven
34 fü , l'Olli". R 1'01.Í'l'IC:O EN COLO MIHA

la otra . E.1 1ipo


mu tua men te y resultan inexplicables un a sin
exclusiva soh re
de asociación del gre mio bur gués es Ja tram a
la cual pue de particip ar polfüca men te el indi
viduo e uropeo
través de «par-
posterior, en una form a pec ulia r del Estado y a
tidos».
nor teame-
Alexis de Toc queville, observa ndo la soci eda d
fin a fr1t.ui ción
rica na de finales del siglo XVIII, aseg ura ba con
ion es eco nú-
que existía una relación filial ent re las aso ciac
aso ciac ion es
micas y las asociaciones políticas y atribuía a las
la Europa mo-
privadas de los Estados Unidos el pap el que en
tócratas. Pero
nárquico-feudal des emp eña ban los gra nde s aris
ho de que la
quizá no observó, con igual perspicacia, el hec
ron ánd ose en
aristocracia francesa y británica estaban des mo
las asociacio-
ese mom ento al empuje del influjo histórico de
te transforma-
nes económicas nacidas, vigorizadas y en constan
las convirtió
ción, desde el siglo XIII, hasta que su expansión
mit ió obser-
en el «gremio político» general. Proceso que per
ifiesto comu-
var, muc ho más tarde, a Marx y a Engels en el Man
plem ente , el
nista, que «el pod er público viene a ser, pur a y sim
s colectivos de
consejo de administración que rige los interese
5
la clase burguesa» •
ltó mu cho
La forma de organización de la burguesía resu
nóm ico, lle-
más enérgica y expansiva que su pro pio orig en eco
más eficaz con-
gan do a desbordarlo y a convertirse en el arm a
«sido posible»
tra sus intereses particulares. Per o no hub iera
n militante del
la crítica socialista -ve rbi gra cia - o la posició
com o mod elo
marxismo, sin la raíz gen erad ora de la bur gue sía
formal integrador.
de las for-
Lo que interesa en este proceso es la estr uctu ra
hist oria «oc-
mas de asociación para el poder, que caracteriza esta
los con teni dos
cidental», dejando de lado provisionalmente
con dici ona n.
ideológicos (en el fondo inseparables) que lo
estr ech ame nte
Para ef~~tos metodológicos necesitamos ftjar
la organiza-
l~,,atenc1on en este aspecto de la estr uctu ra y de
al y pot enc ial
cion de los grupos y de su inserción histórica, actu
Ello per mit e
en el cua dro g~neral de la soc kda d y del Estado.
gua rda n la
compr~nder mas pro fun dam ente las relaciones que
lqu ier tiem po
filogenia Yla ont oge nia del pod er político en cua
y lugar.
LAS HERENCIAS Y APTITUDES TRADICIONALES 35

AMÉRICA LATINA - HISTORIA Y PODER

La descripción Y el análisis de la participación política en las


sociedades latinoamericanas se ha intentado, desde hace cien-
to cincuenta años, utilizando los modelos de la democracia
«occidental», no solamente por parte de los observadores pro-
venientes de otras zonas culturales, sino por los m.ismos latinoa-
mericanos. Los esquemas provenientes de la historia europea,
en gran parte transvasada a la sociedad norteamericana, sirvie-
ron como referencia teórica para determinar las posibilidades
del gobierno participativo en esta parte del mundo.
Tal actitud ha ocasionado una serie casi interminable de
distorsiones, falsificaciones y seudoexploraciones y ha determi-
nado no pocos de los misteriosos fracasos de la teoría y de la
acción política democráticas en toda el área latinoamericana.
No será posible abordar esos problemas, sin enjuiciar esos cri-
terios iniciales, que son el fruto equivocado de una explicable
mixtificación histórico-social, que perdura hasta nuestros días.
A la luz de las experiencias disponibles existe una relación
directa entre el grado de coparticipación sociopolítica y las
perspectivas de «bienestar social», que hace cien años no hu-
biera podido sospecharse. Y el hecho de que los procesos his-
tóricos «extralatinoamericanos» hayan llegado a condicionar
de una manera despótica el examen de las formas de expre-
sión política latinoamericana, exige una consideración críti-
ca de las formas de articulación del poder que han existido
realmente en el contexto de nuestra cultura, con el objeto de
encontrar los caminos para que la coparticipación pueda ser
posible dentro del marco de la tradición cultural y en servicio
de un desarrollo social que tome en cuenta el ser de la nación
«en sí mismo» 6 •
La evolución del gremio político burgués7 permitió la crea-
ción del marco de la «democracia nacional» y dentro de ella
la expresión de la voluntad popular esencialmente a través de
partidos de individuos. Pero otras zonas culturales, al recibir y
adoptar las metas democráticas implícitas en esas construccio-
nes, no percibieron claramente que su realidad y sobre todo la
dirección de los nuevos mecanismos políticos, quedaban implí-
citamente subordinados al peso de otra «historia» a la energía
IA
36 EL POD ER POL ÍTIC O EN COL OMB

lac ión y de par tic ipa ció n en


anc est ral de otr os mo do s de art icu
el po de r pú bli co.
Am éri ca La tin a, cuyas
Pa rtic ula rm ent e cla ro es el cas o de
del sig lo XI X los mo del os
soc ied ade s ace pta ron a com ien zos
los val ore s de los est ado s nac ion ale s de Eu rop a y de los Es-
y
e en qu e las nu eva s me tas
tad os Un ido s, con fia nd o vag am ent
vie jos pro ces os en nue vas
ser ían suf ici ent es pa ra tra nsf orm ar
ón del ide al, rec on oc ido en
est ruc tur as apt as pa ra la rea liz aci
for ma les .
sus asp ect os pu ram en te teó ric os y
tip o de mo del os pol í-
La cre cie nte inc on gru enc ia en tre tal
ial es, ha ido agr avá nd ose a
tic os y las exp eri enc ias his tór ica s soc
nd uc ien do de mo do ine xo-
lo lar go de los sig los XI X y XX , co
le a las com un ida des lat ino am eri can as a un a sit uac ión cad a
rab
nto de los po de res int er-
vez má s sub alt ern a de ntr o del co nju
ca ret ras o y de pe nd en cia
nac ion ale s, qu e apa rej a o qu e im pli
nó mi ca res pec to de otr as áre as, ine rci a soc ial inc om pat ibl e
eco
vo fra cas o de lo qu e se ha
co n el esf uer zo col ect ivo y el rel ati
ión ».
lla ma do el pro ces o de «m ode rni zac
vas po líti cas com pat i-
La s pos ibi lid ade s de hal lar alt ern ati
bia act ual co mo en tod a el
ble s co n el des arr oll o, en la Co lom
ion ada s a un a exp lor aci ón
áre a lat ino am eri can a, est án con dic
n lim ita do y con sti tui do al
obj etiv a, de las est ruc tur as qu e ha
par tic ipa ció n po líti ca de la
mi sm o tie mp o, el eje rci cio de la
ado .
co mu nid ad en la dir ecc ión del Est
est ud io sem eja nte de-
La jus tifi cac ión y la via bil ida d de un
un os sup ues tos bás ico s:
pe nd en de la adm isi ón pre via de alg
tod os los ind ivi du os en
1 º La par tic ipa ció n dem ocr áti ca de
la cop art ici pac ión de ello s
la gen era ció n del po de r po líti co y
as, es ahora un a nec esi dad
en la ado pci ón de dec isio nes púb lic
po líti cos «oc cid ent ale s» y se
uni ver sal , im pu est a po r los ma rco s
isp ens abl e pa ra tod a for ma
ha con ver tid o en un req uis ito ind
efi caz de des arr oll o soc ial.
sol am ent e es po sib le -a
2º La par tic ipa ció n po líti ca ge ne ral
se vin cul en co n las ten den -
tra vés de for ma s est ruc tur ale s qu e
ces o his tór ico pe cu lia r de
cia s y val ore s gen era do s po r el pro
qu e sur ge n de las foi::mas
cad a soc ied ad, esp eci alm ent e los
aso cia ció n tra dic ion alm ent e uti liz ado s pa ra la cre aci ón de
de
al.
la aut ori dad y su leg itim aci ón inf orm
LAS HERENCIAS Y AJYI'ITUDES TRADICIONALES 37

3 2 Ni las formas de participación o de asociación políticas, ni


la articulación de los servicios económicos, son procesos ciega-
mente predeterminados (como ocurre con los procesos fisico-
matemáticos). Las tendencias y los valores históricos que de
ellas nacen, pueden ser reordenados deliberadamente en otro es-
quema para inducir nuevas actitudes sociales o para relievar
formas de conducta temj1oralmente ocultas o disminuidas, por cir-
cunstancias de muy diferente índole, pero latentes en las moti-
vaciones actuales del grupo social como un todo.

NOTAS

l. Julián Marías, op. cit., p. 39.


2. L. A. Costa Pinto, «Modernización, concepto o ideología», en Es-
tudios de sociol.ogía del desarrollo, Editorial Universidad de An tioquia, Me-
dellín, 1970.
3. A diferencia, por ejemplo, de los gremios medievales, cuya exis-
tencia como elementos estructurales de poder político se reconoció
formalmente, los partidos y otras formas de asociación política en las
"democracias burguesas» no tienen casi ningún reconocimiento institu-
cional y en ocasiones ni siquiera existen legalmente.
4. Max Weber, Historia Económica General., 2;i edición. Fondo de Cul-
tura Económica, México, 1956, pp. 268-269.
5. Esta afirmación, contenida en el Manifiesto comunista, redactado
por Marx y Engels en 1848, es uno de los aspectos menos discutidos de la
explicación marxista acerca de la formación del poder político.
6. L. A. Costa Pinto, op. cit.
7. Cuando en el texto se utiliza el concepto burguesía tiene un sen-
tido histórico estricto y concreto. Se trata de los grupos de artesanos y
comerciantes que aparecen y se desarrollan en Europa Occidental desde
finales del siglo XII como un nuevo estamento jurídicamente diferencia-
do de la nobleza, del clero y de los siervos campesinos (Henri Pirenne,
Historia de Europa. México, 1956, pp. 156 y ss.). Estos estamentos burgue-
ses, dotados de un derecho peculiar, fueron los dueños de las ciudades
libres y originaron actitudes y valores sociales peculiares de lo que en
Francia se llamó «El Tercer Estado» y del capitalismo subsiguiente. Pero
&urguesía no se ha utilizado aquí en la acepción moderna de conjunto de
"Propietarios de bienes de capital».
38 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

En cambio, la noción de servidum/Jre se ha utilizado en su sentido


moderno más general y no en el sentido jurídico que tuvo en el derecho
feudal de la Edad Media. El siervo medieval es, teóricamente, un hombre
libre sobre el cual pesan hereditariamente las condiciones de un pacto
de recomendación que lo atan a la tierra y a la protección y autoridad
del señor, mediante muy precisas estipulaciones que obliguen por igual
al señor y al campesino servil.
El siervo romano era simplemente el esclavo, jurídicamente tratado
como una cosa.
Sobre estos problemas véanse Bülher, Vida y cultura en la Edad Media;
Alphons Dops, Fundamentos económicos y sociales de la cultura europea; Luis
Valdeavellano y F. L. Ganshof, El feudalismo, seguido de Las instituciones
feudales en España; Henri Pirenne, Historia económica y social de la Edad
Media e Historia de Europa; entre otros trabajos ya clásicos sobre el tema
de las relaciones jurídicas entre los estamentos medievales.

1
1
LAS AS<)CIACl()NES INJCJALES
Y LA PARTICJPACJ()N EN EL J>(JDER

EL GRUPO INDÍGENA Y EL INDIVIDUO IBf:RICO


La población aborigen en todo e] continente americano, a 1a
llegada de los conquistadores y pobladores españoles, estaha
organizada de modo fundamental alrededor de cla~es o fami-
lias <<extensas» y de federaciones más o menos laxa~ de ellos,
que a veces conseguían constituir un poder político importan-
te, como en el caso colombiano de los cacicazgos muiscas.
El modo esencial de esta forma de convivencia es e] paren-
tesco, real o supuesto, origen de todas la~ formas de lealtad y
de cooperación sociales y protegido por complicadas formu-
laciones mágicas que aseguraban la permanencia de las insti-
tuciones y el funcionamien to de las articulaciones de trabajo,
producción y consumo.
No existía dentro de estas comunidades indígenas, cual-
quiera que fuera el grado de su desarrollo técnico, nada que
se asemejara a la noción europea de autonomía individuaP, de
suerte que las personas articulaban forzosamente sus funciones
en una red colectivista, cuya única entidad claramente delimi-
tada y dotada de derechos y deberes específicos era el grupo
mismo, «encarnado», por así decirlo, en la figura del jefe claníl
o cacique, como lo llamáron los españoles, generalizando para
todos los casos una voz «karib» particular.
No es posible definir la autoridad del jefe indígena, ya se
trate de una familia extensa, de un clan mayor o de una federa-
40 EL PODER POLÍTIC O EN COLOMB IA

ción de gente s vincu ladas por el paren tesco, con10 la a utorid ad


de un indivi duo sobre otros, ejerci da de un 1nodo despó tico.
El jefe repre senta (no por ficció n jurídi ca, sino por un pro-
fundo sentim iento introy ectado ) la totalid ad del linaje ~- en su
entid ad mágic a desap arecen o se funde n todas las p o tencia li-
dades y las actitu des de sus miem bros. Ritual es n1ágic os - a Ye-
ces simpl es, en ocasio nes muy comp lejos - regula n la condu cta
de este jefe-c omun idad y dirige n hacia su perso na e l conju n ro d e
la activi dad social , casi del mism o modo en que se orden an los
órgan os de un anima l a la totalid ad vital y autón on1a de su St'r.
La integr idad y autod efensa del grupo de paren tesco y la hos-
tilidad latent e o paten te contra otros grupo s de gente s ajenas
a su propi a etnia, parec en ser los intere ses exclus ivos o predo-
minan tes en la condu cta y en la estruc tura de estas socied ades
indíge nas preco lombi nas.
Aunq ue existió una amplí sima gama de varian tes d e este
mode lo esenci al, que va de los puebl os nóma das y recole ctores
hasta los grupo s seden tarios , agricu ltores y artesa nos, y desde
las simpl es relaci ones clanil es hasta las grand es federa cion es
étnica s, el rasgo comú n que es indisp ensab le reliev ar es la
subor dinac ión absolu ta de toda la vida indivi dual al ente colec-
tivo y por consig uiente la articu lación de todas las presta ciones,
partic ularm ente de las activi dades econó micas en funció n de
la superv ivenci a del grupo de parien tes, organ izado con10 tui
2
linaje, frecue nteme nte expre sado por símbo los totém icos •
La activi dad econó mica en estas comu nidad es se realiz a
por los indivi duos a través de funcio nes adscri tas y hered itaiias ,
de reglam entaci ones y deber es de tipo mágic o, que en alg1-u1os
casos config uran verda deras castas de trabaj o y sistem as de do-
3

nacio nes rituale s que los conqu istado res interp retaro n con10
«tribu tos» _(en el sentid o de «impu estos» ) simpl emen te porqu e
su recipi endar io -aun que no forzos ament e su benef iciario
fuera el jefe del clan.
Es precis o advert ir, sin emba rgo, que las comu nidad es se-
dentar i;:ts desarr ollan y perfec ciona n tende ncias estruc turale s
existe ntes en los grupo s nóma das, fijánd olas y organ izánd olas
con gran compl ejidad . Esto es espec ialme nte impor tante en lo
que se refier e a la identi ficaci ón del jefe con el grupo y con los
LAS ASOCIACIONES INICIALES Y LA PARTICIPACIÓ N EN EL PODER 41

rígidos preceptos de la tradición colectiva y en lo relativo a las


formas de relación organizada con otras etnias.
De este modo, por ejemplo, en el grupo muisca el conteni-
do mágico ritual de la autoridad del cacique está rigurosame n-
te regimenta do y sujeto a las nonnas arcaicas de superviven cia,
mucho más fuertemen te que en los grupos «karib». Y la ma-
yor solidaridad organizada de los muiscas les permite obtener
subordinac ión estable de otras etnias, por medio de la domina-
ción militar y haciendo vasallos permanent es a los jefes enemi-
gos y esclavas a las mujeres del grupo dominado.
Lo que radicalmen te diferencia el sistema social y político
de las comunidad es aborígenes respecto de las formas euro-
peas que chocan con su cultura a partir del siglo XVI, es el
hecho de que los derechos y deberes de los grupos indígenas y
su autoidentif icación no surgen del domicilio, no son la conse-
cuencia de un derecho territorial, sino que se vinculan con el
sentimient o de la consanguin idad real o ficticia. Veremos ade-
lante de qué manera los españoles, al interpretar en términos
de su propia cultura la mayor parte de las institucion es aborí-
genes, dieron origen a estructuras equívocas, prácticame nte in-
conceqible s dentro del ámbito europeo, pero condiciona ntes
de los valores y de las actitudes de la nueva sociedad mestiza
del futuro.
Los jefes indígenas no ejercen «señorío» en el sentido ibé-
rico sobre todos los habitantes y los recursos de un territorio
determinad o, cualesquie ra que sean los orígenes étnicos de sus
pobladores . Son la encarnació n anímica de una forzosa asocia-
ción de parientes y, por eso, sobre ellos recaen todos los debe-
res y derechos biológicos y económico s de esa familia extensa
o grupo de familias extensas que se enfrentan a la adversidad
del medio ambiente, incluyendo la hostilidad de otr os grupos
o grupos estructurad os del mismo modo, pero pertenecie ntes
a otras etnias.
Dentro del grupo indígena, la relación del individuo con
la comunidad excluye la elección personal. Toda decisión está
condiciona da por el «totem» y el «tabú», vale decir, por las for-
mas de religiosida d impuestas por el parentesco y que no afec-
tan sino a los miembros del grupo racial.
42 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

En la mayor parte de los casos, estas comunid ades indíge-


nas ocupaba n territorio s mal determin ados y un cierto grado
de nomadis mo impedía la delimitac ión precisa de las tierras
entre tribus o rivales simplem ente diversos. En ningún caso
existió una correlaci ón forzosa entre la autorida d de un deter-
minado jefe y la ocupació n y defensa de un territorio acotado
e inmodifi cable. Aun en las fronteras de las regiones domina-
das por grupos sedentar ios de artesano s y agriculto res (como
en el caso muisca) eran variables y confusas. Y, sobre todo,
dentro de las zonas que sirvieron del «hábitat» a cualquie ra de
los clanes indígena s, el cacique no podía admitir la presencia
de personas de otros orígenes raciales (a no ser en calidad de
esclavos) y por tanto su autorida d se ejercía exclusiva mente
sobre su grupo y de ninguna manera estaba vinculad a a un
territorio o al conjunto de las gentes que los habitara n even-
tualmente4.
Para la tradición jurídica española , «el señorío» era ante
todo una soberaní a sobre la tierra. En la alborada del siglo XVI
se conmina a los indígena s a aceptar la religión cristiana y la

; autorida d del monarca español, en razón de la conquist a de


la tierra american a. Se consider a que las gentes que viven en las
nuevas posesion es son vasallos del rey ibérico, porque habitan
al territorio , no en virtud de su origen étnico. Y como tales
1 vasallos territoriales, los indígena s quedan sujetos a un tribu-
to, a un impuesto personal que expresa la subordin ación po-
lítica, en las mismas condicio nes teóricas de los habitante s de
la penínsul a ibérica. La exigenci a de este tributo encontró un
nuevo y poderoso argumen to a su favor, cuando los juristas y
funciona rios españole s observar on la existenci a de donacion es
rituales al cacique y las interpret aron como «tributo» , encon-
trando así enterame nte justo que los aborígen es continua ran
tributand o a su nuevo «señor», el rey de España5 •
Contemp oránea, aunque no idéntica a este problem a jurí-
dic~ (cuya decisió~ fue definitiva para obtener en la práctica la
seIVIdumbre ~bongen ) es la exigenci a inicial de los conquista-.
~or:s Y colonIZad~res para obtener servicios personal es de los
md1os, desde los d1as de Cristóbal Colón.
,, El hombre i?érico interpret aba el trabajo manual y la tarea
agncola como signos de inferiori dad social y aun los más hu-
LAS M¡{J(,lA(;J(JNES JNJCJALES Y LA PARTICIPAClÓN EN EL PODER 43

mildes entre los so]dados conquistadores intentaban obtener


a través de 1a ocupación de América un ascenso en su nivel
personal, que tendía a expresarse específicamente en la abs-
tención de este tipo de ocupaciones, consideradas dignas de
moros, judíos y esclavos.
Por otra parte, la esperanza más concreta del conquista-
dor, e] oro, tiende a disminuir constantemente durante los pri-
meros cincuenta años del siglo XVI. Bien exigiéndolas corno
tributo o tornándolas ilegalmente por la fuerza, los españoles
van agotando con presteza las joyas rituales de los aborígenas
y aun las reservas metálicas existentes entre ellos y obtenidas
por rudimentarios procedimientos mineros. Al mismo tiempo
que eso ocurre, aumenta la presión de los desilusionados ocu-
pantes para obtener la servidumbre personal de los indios, a
fin de compensar de alguna manera la ausencia de riquezas
metálicas. Se recurre a la figura jurídica de la «guerra justa»,
haciendo esclavos a aquellos grupos indios que se hayan nega-
do a aceptar la soberanía del Rey o la supremacía de la religión
cristiana, invocando antecedentes de la historia medieval espa-
ñola y conceptos de los juristas romanos. Desde Santa Marta,
Cartagena, Santa Maria del Darién, prácticamente desde cada
uno de los núcleos de población española inicial, los alegatos
que solicitan la servidumbre son cada vez más numerosos y más
apremiantes.
A pesar de que, por las vías de hecho, los indios vencidos
en guerra o rendidos sin combate, son sometidos a la condi-
ción servil y constituyen la única mano de obra utilizada du-
rante media centuria, la Corona no cede en sus propósitos de
mantener intacta la interpretación de que los indios son va-
sallos libres del Rey y de que su esclavizamiento es ilegítimo y
delictuoso.
Simultáneamente, parece evidente que la utilización de los
nuevos esclavos presenta enormes dificultades de orden prácti-
co, en tanto que la asegure simplemente la fuerza de las armas.
Los indios se fugan, se sublevan o se resisten a las nuevas condi-
ciones. Desde 1502 hasta 1540, por lo menos, resulta imposible
a los vencedores la institucionalización de la servidumbre in-
dígena. Las .i nestables relaciones entre europeos y aborígenes
se resuelven en guerras continuas, interrumpidas por breves
44 EL Pom:.R }'()lJTICO l~N COLOMBI,\

pe ríodos d e paz durante los cuales el indíge na es forzado a


servir por e l te111or. Pe ro no existe n garantías efi caces para la
utilización de esos servicios ni procedin1ien tos práct iros para
asegurarlos d e 1nodo constante y siste1nático.
Mientras los 1nen1oriales d e los colonos a Espm1a claman
por la adjudicación d e (\naborias» y de 1nano d e obra indíge-
na, aleg-ando que sin ellos 1noriiian d e h aiubre y n ecesidad,
el reclutatuiento de siervos se hace casi ünposible (individual-
1nente) y por otro lado la Corona esp aüola considera que su
captura viola la ley y la justicia naturales.
Las tensiones entre las n ecesidades psicoeconónlicas de la
Conquista, la ley ibérica y las fonnas estructurales de la cultura
indígena vienen a confluir y casi a neutralizarse en la encomien-
da, una institución cultural híbrida, que concilia, por 1nás de
siglo y 1nedio, las formas de asociación aborigen con los intere-
ses econó1nicos de los europeos conquistadores.

LA ESENCIA DE LA ENCOMIENDA

Muy pocas veces se ha intentado investigar el significado de la


encomienda como estructura de asociación o como marco de
participación individual en el origen de la sociedad iberoame-
ricana. Se la ha estudiado mucho más desde el punto de vista
económico o con un enfoque jurídico que pone el énfasis en
la licitud o ilicitud del trabajo servil. Un examen de ella que
incluya una visión antropológica de su funcionamiento y una
reconstrucción sociológica de su estructura, es indispensable
para conjeturar su significación política.
Hoffner recuerda6 que la reina Isabel y sus consejeros, en
las primeras etapas del Descubrimiento, al insistir en el res-
peto a la libertad de los indios, insistieron también en la ne-
cesidad de reducirlos a poblados y someterlos a una disciplina
de trabajo que les impidiera continuar como «vagamundos».
El fracaso de esta política y la renuencia de los aborígenes a
acogerse a una forma territorial de asociación (pueblo,· munici-
pio) determinaron años después, la aceptación de la teoría de
que el indígena, sin dejar de ser libre, debería someterse a tute-
la provisional, del mismo modo que los menores de edad, hasta
alcanzar un grado aceptable de orden «político», entendiendo
LAS ASUCl.·\( :U.)NES INICI Ai •FS Y 1"•\ l' "Al''l'll '11' \( 'I lN l•,'N 1·•,I , ('( llll•.I~
,, ' ' I • l

por ello cierta proporción de autonmuía individual y moral l'l 1


el orden social.
Pero esta tutoría no po<lía <-:jl'rn-rse sino por nicdio d<·
personas concretas y valii- n<losc rle instituciones cotH'l'<'las que
garantizaran su cun1pli1niento . El conquistador st· ofrl'ciú vo-
luntariainente para ejerce r una doble h111ríún: l;i t>ducaciú11
política del indio y la recaudación efica,. del Irihuto . ;\sí 1,a-
ció la enco1nienda. Tt'órican1c11tc. conlo un ensayo racional
para convertir un d e rec ho tribal de parentesco c11 1111 d<'r('cho
general fundado e n el territorio y e n la igualdad individual cri s-
tiana~ Práctica1ne nte, con10 una fórmula tolcrahlc para permi-
tir la existencia del trabajo servil indígena, indispcns~1blc a Jos
ojos de los espa11oles para la supervivcucia d e su colonizació11.
La <~individuació n » del indígena y su ac01nodaciú11 a un
derecho político territorial, resultaban imposibles a pesar de
las intenciones de la Corona. La exp erie ncia de los colonizado-
res y su interés inmediato, enseüaron que la s~jeción indígena
y su «enseñanza» sola1nente eran viables utilizando los valores
y las actitudes ancestrales de los grupos precolombino s. Tiene
especial importancia que Las Casas indique cómo la fórmula
legal de la encomienda expresaba en sustancia: «A Vos, Fulano,
se os encomiendan en el cacique Fulano 50 ó 100 indios, con
la persona del cacique, para que os sirváis de ellos en vuestras
granjerías y minas y enseñadles las cosas de nuestra sancta fe
catholica» 7•

¿QUIÉN ES EL CACIQUE?

«¿Quién es a fin de cuentas el cacique?» -escribe Ghisletti de-


finiendo el carácter de la autoridad de los jefes muiscas- y se
responde:
Es en e·l círculo regido por su autoridad, el jefe indiscutido de
todas las actividades, soberano absoluto en toda la extensión del
término, no depende de nadie y en la realidad no es responsable
ni siquiera ante los sacerdotes ... Poder absoluto, ¿pero cuáles son
sus fuentes y sus bases? Al _d ecir poder absoluto ha~ que recordar
que esta palabra nunca se aplica a una persona, smo a una fun-
ción. Lo importante, en r~alidad, no es la persona, sino el hecho
del poder, la dinastía, el símbolo vivo del poder. El individuo
46 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

que lo ejerce es el figura nte interc ambia ble de un papel sie rnprt
idénti co. Aquí se manifiesta con nueva eviden cia la ausen cia dt
indivi dualid ad ya menci onada .
Es ante todo religioso el hecho que provo ca el poder , que lo e~
tablece, que le da su caráct er de perma nenci a. Para el puebl 0, la
perso na y la funció n del cacique son igualm ente divinas. Lo son ,
en el plan del totemismo, por asimilación del jefe por el totern ,
o por alianza, por unión con éste, como lo es, a mi parec er, en el
8
caso del cacique de Guatavita •

Inten tando descr ibir la forma del grupo social muisca,


Ghisl etti se siente inclin ado a utiliz ar el térmi no «com unida d>>
por oposi ción a «sociedad», porqu e el «conc epto de com u-
nidad>> se adapt a much o más estrec hame nte al estad o social
encon trado aquí, ya que ella se inspir a por el sentim iento su]:}.
jetivo -afec tivo o tradi ciona l- que tiene cada miem bro de
9
partic ipar «de un todo» •
Y realm ente, la obser vació n de las activi dades religiosas,
políti cas y econó micas de los grupo s aborí genes , de acuer do
coh los testim onios que subsisten hoy, indic an con clarid ad
que su fuerz a aglut inant e nace espec íficam ente de la sensa ción
de estar ~epen diend o «de un todo», de ser un fragm ento del
sagra do grupo tribal y recibi r así -la comu nicac ión de su ener-
gía. Por el contr ario, la solida ridad ibéric a -des de el punto de
vista polít ico- surgí a del sentim iento de estar contr ibuye ndo a
un todo, es decir, de estar aport ando algo indiv idual mente a la
const rucció n del apara to social. La socie dad políti ca del espa-
ñol es sentid a por él como una suma de volun tades autón omas
que culmi na ~n el Es_tado, en «La Repú blica» (para usar la ter-
minol ogía del siglo XVI) • Para la socie dad abori gen el «gran
10

todo», del cual depen den y recib en existe ncia los indivi duos, es
la comu nidad de paren tesco . Es así como se comp rende la pe-
culiar sensación de totali dad que inspir a la autor idad del jefe
indíg ena.
La mayor parte de los grupo s indíg enas preco lomb inos ig-
n_ora el concepto_ ?e propi edad sobre la tierra y la utiliza sen-
cillam ente aprop1andose de sus frutos en benef icio colectivo.
El noma dismo recole ctor y cazad or se comb ina con cultivos
agrícolas ocasionales. Pero aun en las comu nidad es seden ta-
rias, agricultoras y artesanas que han vivido muy largo tiemp o
LAS ASOCIACIONES INICL;\l.ES Y LA PARTICIPACJÓN EN EL PODER 47

en las mis1nas regiones y se han identificado con un territorio,


la propiedad sobre el suelo es solainente vitalicia y nunca here-
ditaria. A la muerte de cada individuo la tierra vuelve al domi-
nio de la entidad gregaria para ser atribuida nueva1nente a otra
persona o familia.
Y en casi todas las culturas aborígenes existe, bajo una u
otra fonna, la institución que Malinowski halló en la Melane-
sia, el «potlach», que tiene por fin la desu·ucción de los bienes
muebles del difunto y de sus arreos personales, bajo diversas
formas de culto a los 111uertos o de aco1npai1amie nto 1itual a
una postvida.
De esta 1nanera el enriquecimien to personal y la trans-
misión fainiliai· del poder económico en forma de riqueza
mueble o inmueble, cai·ecen de sentido conceptual entre los
aborígenes y exceden completainen te el marco de sus valores
culturales.
U na perspectiva de igual índole es necesario asumir para
hacer inteligibles los «n·ibutos» que los «indios dan a sus seño-
res naturales» según la terminología hispánica.
En el marco de referencias culturales hispánicas, la activi-
dad productiva se endereza primordialme nte a la satisfacción
de las necesidades y deseos del productor individual mientras
el impuesto tiene la significación de un excedente que se en-
trega bajo diversas formas al Estado para el sostenimiento de
las actividades públicas y el pago de los funcionarios que den-
tro del sistema desempeñan las funciones colectivas. En la vida
indígena el tributo tiene por fin inmediato al grupo mismo y
sirve a su supervivencia, mientras que las necesidades indivi-
duales son consideradas como un aspecto subalterno del proble-
ma. Se satisfacen solamente en la medida en que ello protege y
fortifica a la comunidad.
Así, el tributo indígena tiene un carácter mágico-sagrad o y
es la forma más importante de vinculación del individuo con
el conjunto de parientes encarnado en el cacique-tótem . Con
infinitos matices, el tributo significa la donación del propio ser
a los poderes misteriosos de la fecundidad y de la fuerza que
están en base de la asociación clanil y que le dan continuamen-
te su sentido. El tributo individual del aborigen a su jefe tiene
un significado similar al sacrificio ritual -generalmen te con
48 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

víctimas huinanas- que el jefe ofrenda a las divinidades de su


peculiar teogonía. Es la garantía de seguir vinculado al «gran
todo» y de seguir obteniendo beneficios permanentes de ese
gran todo.
La índole peculiar del tributo indígena quiz~ resulte más
comprensible examinando los residuos que ha dejado entre las
poblaciones mestizas de cuatro siglos más tarde.

Existe todavía hoy, especialmente en el departamento de Boya-


cá, una costumbre que presenta con los impuestos en m etáli-
co extrañas semejanzas. Una vez al año, los campesinos traen
al cura de su parroquia, en una fecha determinada -general-
mente en enero-, productos de carácter agrícola. No se trata
de una celebración religiosa ... sino de un tributo cuyo carácter
no se conoce. No es prohibido ver en este diezmo, propio de las
regiones en donde regía la dominación muisca, la supervivencia
de una costumbre ancestral 11 •

Lo más significativo de esta referencia es el hecho de que


sea el cura (para el indígena un sustituto de su sacerdote ritual)
quien recibe tal tipo de homenaje. Desaparecido el grupo indí-
gena integrado, subsiste la actitud religiosa frente al problema
de la tributación, la cual hay que entender teniendo en cuenta
que, como observó Piedrahita « .•. fuera de los tributos ordina-
rios que les hacían muchas veces al año (y llamaban tamzas) y
otros donativos sin número, eran absolutos y disolutos dueños
de las haciendas y vidas de sus vasallos» 12 •
La legitimidad e ilegitimidad del tributo no son posibles
conceptuales dentro de los sistemas aborígenes, puesto que el
tributo no es, a fin de cuentas, otra cosa que la expresión ritual
de otro fenómeno: la disponibilidad absoluta e inmediata que
el jefe tiene sobre todos los bienes, materiales e inmateriales
-incluso la vida- de individuos y familias.
Si_ ~ie~ 1~ ~ntención inicial de la Corona española era la
de exigir individualmente de cada uno de sus nuevos vasallos
indios un impuesto público equivalente a aquel que normal-
men ~e entregaban a sus jefes, al aceptar la tesis de la puerili-
.,.
dad intelectual de los· abo ngenes y o fr ecer recursos y mano
de obra~ los conquistadores y pobladores, es decir, al crear
la encormenda, terminó encomendando no al 1n .
. diVI.d· uo sino
LAS ASOCIACIONES INICIALES Y LA PARTICIPACIÓN EN EL POD ER 49

al grupo, no al indio como vasallo «pechero», sino al cacique


como encarnación de la verdadera comunidad aborigen. Las
consecuencias de este hecho fueron profundas y perdurables
para la posterior sociedad colombiana.

EL GRUPO INDÍGENA COMO PRODUCTOR

Aunque en ocasiones increíblemen te laborioso 13 el indígena


que encontraron los españoles no es un productor en el sen-
- tido ibérico, puesto que ignora el lucro, cuyas posibilidades,
por otra parte han sido cerradas mágicamente en su cultura.
El grupo indígena produce lo indispensable para su subsisten-
cia colectiva y el status personal no depende, en ninguna de sus
manifestacion es, de la recepción de dinero a cambio de trabajo
individual.
Desde un principio resulta imposible atraer al indio hacia
las labores que el español desea que desarrolle ( trabajos ma-
nuales, servicios domésticos, prestaciones agrícolas o construc-
ción de caminos) a cambio de un salario, que para el indígena
carece de significado. De manera ancestral, para él la presta-
ción de los servicios se articula en función de su pertenencia
al grupo y de su participación en los beneficios comunitarios
que le ofrece. El indígena está habituado a entregar su trabajo
-como él lo entiende- a cambio de seguridad vital, de se-
guridad totémica, no a cambio de dinero, cuyo valor no pue-
de comprender exactamente. Por ello, su lealtad económica
(la prestación de sus servicios) se dirige naturalmente al caci-
que, en vez de organizarse en busca de una retribución monetaria
qu~ el conquistador español podría ofrecerle, tal como se lo
ordena reiteradamen te la Corona.
La pFoducción indígena cubría las necesidades esenciales
del grupo en orden de importancia sentida: en primer término
la tributación ritual de tipo mágico, que incluyó la elaboración
de joyas ornamentales para uso de sacerdotes y guerreros, lue-
go la subsistencia fisica de sus miembros mediante la recolec-
ción de frutos naturales, la caza, la guerra o la agricultura y la
artesanía, representada por la cerámica, la cestería y la indus-
tria textil, íntimamente asociados a valores adscritos, a ritos de
casta o a ceremonias funerarias.
50 EL PODE.l< POLÍTICD E~ COLOMBIA

Sabemo s que las primera s ofrenda s (sin duda sentida.1i


como sacrifici os religioso s por sus oferente s) que los indígen as
entrega ron a los recién llegados españo les fueron esen cialmen-
te joyas rituales y víveres, d e acuerdo con sus normas culturale s
tradicio nales, aplicabl es a aque llas situacio nes que requerían
formas mágicas de apacigu amie nto de los peligros d esC(JflO-
cidos14. Sabemo s igualme nte que los español es interpre taron
este tipo de ofrenda s como las formas financie ras d e subordi-
nación territori al que eran corrient es dentro de las normas de
su pasado romano- islámico y sabemos que satisfací an en gran
parte la ilusión del Descubr imiento: la obtenci ón de oro amo-
nedable como premio o salario por el esfuerzo militar, remu-
neración que tradicio nalment e y en forma legítima podría ser
complem entada por el saqueo de la propied ad «infiel», según
las normas de ochocie ntos años de lucha interreli giosa entre
cristiano s e islamitas. Y esto basta para explicar las formas pri-
mitivas de relación entre españole s e indígen as en la prime-
ra mitad del siglo XVI en territori o colombi ano, canaliza das e
instituci onalizad as por medio de la encomi enda de indios en
cabeza de los caciques .
El grupo indígen a es un product or irracion al (en término s
de lucro contemp oráneo) , de tal suerte que su esfuerzo no se
dirige hacia la eliminac ión o ampliac ión de los límites técnicos
tradicion ales, sino hacia su manten imiento coercitiv o, sentido
como garantía de segurida d colectiv a y de estabilid ad psíquica
y económ ica. El culto a los antepas ados no es merame nte una
forma de religiosi dad ritual, sino parte de una activida d au-
toprotec tiva contra la injerenc ia de circunst ancias nuevas que
podrían afectar o alterar la protecc ión totémic a que favorece
al grupo de parentes co.
La comuni dad indígen a no concibe sino dos formas de po-
derío: la multipli cación demogr áfica y la autosufi ciencia militar
de la familia extensa frente a posibles rivales. La producc ión so-
lamente aument a para satisface r las necesid ades relativas a esas
exigenci as .. :'s particul armente esclarec edora a este propósit o
la ob_servacion de Ghislett i, cuando anota que la penetra ción
espanol a a~en:iz aba de muerte a las culturas indígen as al ata-
c~r sus dos instituci ones fundam entales: la poligam ia y la auto-
ndad absoluta .
LAS ASOCIACIONES lNIClALES Y LA PARTICIPACIÓN EN EL PODER 51

El aumento de la productividad tropieza, por otra parte, en


los valores mágicos que impelen al aborigen a mantener celo-
samente las costumbres de sus antecesores (aunque en la realidad
tal estancamiento sea imposible e ilusorio) y a elaborar normas
sociales que violenta o sutilmente se oponen a las innovaciones
o al exceso.
En rigor, los excedentes individuales de producción no tie-
nen sentido dentro del marco ritual de la economía indígena.
Cuando ocurren (en algunos aspectos) solamente sirven para
aprovisionar al grupo, por medio de un reducido comercio in-
tertribal, de productos que no son obtenibles en el área geo-
gráfica de su «hábitat».
Francisco Guillén Chaparro, oidor de Santa Fe a finales del
siglo XVI, ha hecho una descripción lúcida y veraz de los gru-
pos indígenas y de la forma de su economía.
Es cosa cierta que al tiempo que los españoles entraron en este
reino estaua muy poblado de yndios proueydos de bastimentos
de que se sustentaban y rropas que uestían y según su barbaridad
estauan bien rrecogidos y gouernados porque guardaban sus le-
yes sin exceder en cossa alguna las quales les tenía hordenado
gran rrespeto obidiencia que cada uno tenía a su cacique y capi-
tán el qual les tenía dada la horden de tener en uestido porque
no permitían ninguno si pusiese manta pintada sin que por su
ualor lo meresciese ni fuese señalado en la rrepública no lo me-
resciendo ni tuuiese otras libertades ni oficios y cargos entre los
estimados sin que primero fuese espirimentado o para ello diese
licencia a su cacique lo cual los obligaban a uirtud y en el comer
cada uno sauia lo que le hera permitido porque de un uenado o
pajaro que mataran no osauan comer sin licencia... y a cada uno
se le dezia lo que y en que auia de trabajar y los límites y términos
que auia de guardar y contra los que se excedían se executauan

mgurosa pena... 15 .

Aunque las observaciones de Guillén se refieren a los in-


dios de «la tierra fría», están consignadas en un documento de
gobierno en el cual se recomiendan medidas generales para
to.do el Reino·, por parte de un funcionario que recorrió dete-
nidamente la mayor parte del país, lo cual da a sus palabras un
valor específico en -relación con el problema de la estructura
íntima de los grupos aborígenes del siglo XVI.
~:t. PODER l'OLÍT ICO EN COLOMBI A

LA EVOLU CIÓN DE LOS TRIBU TOS

El conflic to y la posteri or simbios is entre las apeten cias sociales


d e los conqui stadore s y la estruct ura de las comun idades indí-
ge nas asume formas diversa s a lo largo d e la primer a mitad del
siglo XVI.
a) Exigen cia de tributa ción en oro a los indíge nas some-
tidos, saqueo de joyas, víveres y textiles a los grupos re beldes,
violaci ón de sepultu ras (1502-1 53 7) .
b) Exigen cia de servicio s person ales, justific ación de la
esclavi tud y obtenc ión de «repart imiento s» de indios (1530-
1560).
c) Organi zación estable de la encom ienda como sistema
de cobran za de tributo s y de utilizac ión localiz ada de mano de
obra servil ( 1540 en adelan te) .
Durant e las primer as tres o cuatro década s del avance
españo l desde la costa Atlánti ca hacia el interio r, las nuevas
tierras aparec ieron a. los ojos ávidos y ofusca dos de los con-
quistad ores como un depósi to al parece r inextin guible de jo-
yas de oro. Hacien do guerra <~usta» a los indíge nas que no
se sometí an desde el primer instant e, «rescat ando», es decir,
trocan do el oro indio a cambio de baratija s, cobran do tribu-
tos en oro a los grupos que acepta ban las conmin acione s de
los invasor es y, sobre todo, violent ando las sepultu ras en las
cuales los indios habían deposi tado las joyas rituale s de los
muerto s y sus pertene ncias, se obtuvo una increíb le cantida d
de piezas de orfebre ría que enriqu eciero n rápida mente a los
explor adores de las provinc ias iniciale s, Santa Marta y Carta-
gena. Es imposi ble calcula r hoy la cifra del qro obteni do en
esas zonas en los primer os cuaren ta años de la Conqu ista. So-
lament e el denunc iado a los oficiale s reales y sobre el cual 16
se pagó el quinto real, llegó a cantida des casi inveros ímiles •
Pero el oro que los conqui stadore s llevaro n a España clandes -
tiname nte, sin conoci miento de la Coron a debió ser mucho
'
más, si se tiene en cuenta la casi infinita serie de acusaci ones
que se hacen contra gobern antes y capitan es, acusán dolos de
este ilícito, a lo largo del períod o 17•
Sin embarg o, se trataba de una riqueza limitad a. La codicia
de los nuevos poblad ores agotó cori. enorm e rapidez la lenta
1.AS ASO CIACIO NES INICIAi.ES Y LA l'AJffJCIJ'ACl() N 1·.N 1(1. l'OIH:R 5~

acumulación de joyas ritual es que los indígenas habían veni-


do haciendo por gen e raciones para fin es de ornamen tación
mágica y para ritual es fun erarios. En 1537 J erónimo Lebrón ,
gobernador de Santa Mar ta, soli citaba ahin cadam ente que se
permitiera ]a esc1avización d e los indios, «porque al presente
no hay otro provecho ni re medio >). Y e n la gobernación de
Cartagena, cuyos ingresos fis cal es habían consistido casi úni-
camente en la extracción d e oro funerari o , los españoles no
encuentran otra posibilidad de vivir y lucrarse que utilizar la
servidumbre india. Se inicia una pugna violenta y vertiginosa
por obtener «rrepartimientos» y encomiendas a Jo largo de am-
bas riberas del río Magdalena.
La necesidad psicosocial de evitar el trabajo manual incitó
a los españoles a convertir el tributo en una prestación en espe-
cies, tasadas de tal manera que su pago fuera en extremo difícil
para los indígenas, dando pretexto así a la utilización de los
servicios personales considerados como pago suplementario.
Una gran parte de los grupos indígenas del litoral atlántico
y de las estribaciones de los valles de los grandes ríos, entró en
abierta rebeldía. Sus integrantes fueron atacados militarmente
y sujetos a esclavitud en las minas o en el transporte fluvial1 8 •
Algunas comunidades resistieron este tratamiento mediante
la fuga y la defensa espasmódica en nuevos territorios inacce-
sibles. Rápidamente, en la primera mitad del siglo XVI, tam-
bién estos recursos humanos, que habían sustituido en gran
parte al oro, se encontraban casi aniquilados o en vísperas de
extinción.
La penetración de Jiménez de Quesada por el río Magdale-
na y de Belalcázar por el macizo andino del sur hasta los terri-
torios muiscas marca un cambio radical en este proceso.
En los altiplanos y valles del centro del país, sobre la cor-
dillera Oriental, los españoles hallaron grupos considerables
de habitantes sedentarios agricultores, artesanos y guerreros,
en contraste con los cazadores seminómadas del norte y del
sur. Sobre la base estructural de esas sociedades muiscas, la
e~comienda comienza a adquirir su importancia política, so-
cial y económica decisiva en la construcción de la nueva socie-
dad. Alrededor de los centros militares y-políticos creados en
Santa Fe, Tunja, Vélez y Pamplona se organiza finalmente una
54 EL PODER POLÍTICO EN COWMBIA

instituci ón sui géneris donde la articulac ión de las prestacio nes


está firmeme nte condicio nada por element os esencial es de la
cultura vencedo ra y apoyada en los valores sociales del comple-
jo indígen a.
Hacia el sur y el occiden te, en Antioqu ia, cerca de Cali,
de Popayán , de !bagué y Neiva, los indios son utilizado s en la
explotac ión de las minas de oro, en parte por la existenc ia de
ricos filones intercor dilleran os, en parte porque la economí a
social de esos grupos era aún idéntica a la de los cazadore s y
recolect ores del norte, con escasas excepci ones.
Así, mientra s las relacion es entre europeo s y amerind ios
en esas regiones derivan hacia el esclavism o más o menos de~
emboza do y hacia la rápida extinció n de los aborígen es, y en
las vastas llanuras oriental es los intentos de los encome nderos
tropieza n con el nomadis mo casi absoluto de las comunid ades
aborígen es, en el altiplano muisca, la cuestión tributari a es el
pretexto para una organiza ción social estable y durader a.
La implant ación de la encomi enda no tropezó so lamen te
en esta primera mitad del siglo con la resisten cia armada o con
la organiza ción nómada de algunos grupos. Se enfrentó tam-
bién, en 1542, con el obstácul o de las «Leyes Nuevas» dictadas
por Carlos V a instanci as de los religioso s dominic os y desti-
nadas a suprimi r para siempre esa instituci ón naciente . Pero
aunque los encome nderos del Nuevo Reino no llevaron su re-
beldía hasta el punto de alzarse en armas contra la Corona, las
apelacio nes y amenaza s de poblado res y cabildos protesta ndo
contra la supresió n del trabajo servil indígen a fueron suficien-
19
tes para impedir la ejecució n de las nuevas disposic iones , que
poco después se aboliero n, siendo remplaz adas por otras en
las cuales se aceptab a la encome ndación de los indios a la per-
cepción del tributo, inconve rtible teóricam ente en prestaci ón
gratuita de servicios.
No obstante , los caracter es básicos de la encomi enda no
nacían de la voluntad de los legislad ores sino de las tendenc ias
más profund as de dos culturas en pugna y en vía de fusión. Y en
este orden,,d~ cosas, el trabajo persona l de los indígen as era el
aspecto mas importa nte de la nueva organiz ación social y los
esfu~rzo s para_ eliminar lo resultar on inútiles ante la presión de
esas mtensas vigencia s cultural es y económ icas.
LAS ASOCIACION ES INICIALES Y LA PARTICIPACIÓN EN EL PODER 55

LA ENCOMIENDA YLA LEY

formalm ente, la encomie nda significa la entrega «de un grupo


de familias de indios, con sus propios caciques», a la tutela de
un español, para que este atendier a a su cristianización y a su
defensa. A cambio de tal servicio, el encomen dero adquiría le-
galmente (hasta 1542) el derecho de recibir para sí los tributos
que teóricam ente pertenec ían a la Corona, pagadero s por esos
vasallos indígena s y el de beneficiarse con los servicios persona-
les de sus tutelados.
Aunque después de 1542 la compens a represen tada por los
servicios tenía siempre como pretexto la cobranza del tributo
en trabajo, la verdader a ambición de los encomen deros era la
de consagrar la servidumbre, pues, como dijo en México Fray
Domingo de Betanzos «en esta tierra no puede haber perpetui -
dad si no hay ricos, ni hombres ricos sin haber indios encomen -
dados ... »20. Se reputó como cuestión de interés del Estado dar
satisfacción a la necesida d así enunciad a.
En 1545, la Corona española declaró aceptabl e la enco-
mienda, poco antes suprimida, pero eliminan do formalm en-
te de la compens ación al encomen dero el servicio personal y
permitiéndole solamen te la recaudac ión del tributo. De este
modo se daba merame nte a la encomie nda el carácter de ena-
jenación de un recurso fiscal público como pago al servicio de
los particulares, no retribuib le de otro modo, en ese moment o.
Y se aceptó que este privilegio fuera transmisible al mayor de
los hijos varones o a la viuda del encomen dero y luego a su
nieto, antes de que el grupo indígena recobrar a su relación
tributaria directa con el Estado. Sin embargo , Ots Capdequ i ha
obseivado que en el siglo XVIII se llegó a admitir el carácter
hereditario de las encomie ndas hasta por una «cuarta vida».
El encomen dero se obligaba a mantene r en su encomie n-
da a un cura doctrine ro, pagado con los recursos del tributo, a
no utilizar los servicios personal es de sus indios, a no vivir entre
ellos y a no obligarlos a abandon ar sus tierras y cultivos. El tri-
buto se tasaba y «retasaba» por un funciona rio real.
El cacique o capitán de indios se hacía responsa ble del pago
del tributo, al cual quedaba n obligado s ·todos los indios varo-
nes mayores de 18 años y menores de 50, exceptuá ndose por
56 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

regla general a las mujeres, al propio caciqu~, a lo~ in_válidos


y a los «alcaldes de indios», allí donde se creo est:1 1nst1tución
híbrida entre las normas de conquistados y conqmstadores.
Pagadero en dinero o en especie, el tributo indígena no
bastó para satisfacer las necesidades económicas de los pobla-
dores europeos que aumentaban cada día su número. Se hizo
recaer entonces sobre las comunidades encomendadas una
nueva obligación, la de la mita, por la cual un determinado nú-
mero de indios se sorteaba dentro del grupo, con intervención
del cacique y se arrendaba para trabajar en las tierras, las casas
o en las minas de otros españoles diferentes al encomendero.
«La duración de la mita para el servicio doméstico se ~ó en
quince días; la mita pastoril en tres o cuatro meses y la mita
minera en diez, dentro de cada año». «Se había de pagar a
los indios mitayos los jornales de los días de ida y regreso a los
lugares de trabajo; la distancia a recorrer no podía exceder de
diez leguas» 21 •
Particularmente importante es observar que ni el tributo
ni las demás obligaciones legales que pesaron sobre los indios
eran exigibles directamente a cada individuo. El grupo bioló-
gico, representado por el cacique, era el responsable del cum-
plimiento de esos deberes legales, hereditarios y vinculados
perpetuamente a la etnia.
Desde el punto de vista español, estas normas relativamen-
te simples, fueron la culminación de acerbas y largas disputas
morales jurídicas22 • A través de ellas, es fácil comprender de
qué manera las tradiciones vitales ibéricas y sus normas éticas
buscaron y hallaron un ajuste simbiótico con las exigencias mági-
cas de la supervivencia indígena tribal precolombina.

LA ENCOMIENDA YLA TRADICIÓN IBÉRICA

Por medio de simplificaciones arbitrarias se tiende hoy a repre-


sen~r l?s valores de la cultura ibérica contemporánea del Des-
cubnmiento Y Conquista de América, como los resultados de
una estructura de ~str~tificación feudal o como los que corres-
ponden ª las motivaciones y vigencias individualistas propias
de una economía · mon e tana· en 1a cual el lucro resulta sobre-
lAS ASOCIACIONES INICIALES Y LA PARTICIPACIÓN EN EL PODER 57

determinan te. Ambas imágenes se utilizan simultánea mente,


sin parar mientes en su contradicción interna, cuando se trata de
examinar la relación entre las formas de vida de los indígenas
y las de sus con~~istad ores.
Con excepc1on de la zona catalana- cuya intervenci ón en
la colonizació n americana fue prácticame nte nula- la penín-
sula ibérica no engendró nunca un sistema feudal orgánico y
acabado, ni dio origen a una burguesía mercantil y artesanal
que vinculara sus metas vitales a la comerciali zación lucrativa
de sus excedente s productivo s. Ni Castilla, ni Portugal, ni la An-
dalucía anexada finalmente a la Corona castellana presentan el
espectáculo de una nobleza apoderada del poder público ni la
presencia de grupos productore s libres asociados en gremios
poderosos, capaces de enfrentar a la realeza y a la aristocraci a.
En cambio los municipio s agrarios castellanos, sobre todo
en la región del alto Duero, protegidos por cartas pueblas, son
un fenómeno excepcion al de la historia europea, dentro de
los cuales la libertad individual de los pobladores surge sin la
estructura gremial de artesanos y comercian tes y donde la bur-
guesía no es la condición de la autonomía personal ni comunal.
Desde los primeros avances de la reconquist a asturiana en
la Alta Edad Media, las necesidade s de repoblar zonas yermas
en la frontera con los musulman es impulsaro n a los reyes y
condes de León y Castilla a otorgar libertad jurídica a los «pres-
sores» voluntario s que quisieron fundar pueblas en esas regio-
nes comprome tiéndos~ a su defensa armada. Los privilegios
locales otorgados a esas pueblas se convierten en modelos de
fueros que las ciudades y villas reclamaro n de la Corona como
requisito tradiciona l para continuar la lucha contra las pose-
siones islámicas. La liberación militar de millares de cristianos
mozárabes que se produce al avanzar hacia el sur la raya de la
frontera agudiza ·este fenómeno que da origen a una mayori-
taria población de labriegos-s oldados libres, no vinculados por
lazos de servidumb re feudal a las tierras o a las personas de los
nobles y cuyo lazo jurídico con el Rey sigue siendo directo 23 •
La articulació n de las prestacion es se vincula con temprana
tenacidad a los problemas de la lucha religiosa. La rica artesa-
nía islámica y los frutos de su próspero comercio son las presas
habituales de los reconquist adores cristianos y las habilidade s
58 fü , PODER l'OL(TtCO EN COl.OMl\lA

individuales de los n1usuhnanes en el cmnpo de la producción


industrial y agrícola son las fuentes de la supervivencia militar
del norte cristiano. De otro lado, los judíos, convivien les ron
los musulmanes o habitantes en territorios cristianos, sirven
los oficios financieros y se enlazan y 1nestizan después del sig'lo
XVI con los lin~jes del norte.
La población cristiana es, de este 1nodo, un grupo privile--
giado que ha ganado con la fuerza 1nilitar dominio y prima-
cía sobre las castas religiosas de 1noriscos y judíos; un grupo
compuesto de hombres libres que, desde el Rey hasta el sim-
ple labrador plebeyo, tienden a considerar el trabajo manual,
el comercio o la agricultura mis1na como «cosas de infieles»,
oficios «viles», en los que se incluyen preferente1nente aque-
llos oficios mecánicos que ganaron la grandeza de la burguesía
dentro del proceso social del mundo europeo.
Aún las gentes cristianas que no han conseguido probar
ante los tribunales del Rey -al co1nenzar la colonización
americana- su condición de hidalgos, exentos de tributos,
alegan la posesión de un caballo de guerra como título legal su-
ficiente para solicitar y obtener esa condición o para fingirlo.
En este mundo ibérico, característico de Castilla en el siglo
XVI, la burguesía no desempeña ese papel n1edular que le dio
el triunfo psicológico en Flandes, en Francia o en Italia: el papel
de liberadora de las masas rurales serviles. El camino de la autono-
mía individual no pasa forzosamente en esa España, por el taller
del artesano ni por la tienda del mercader.
Las zonas valencianas y aragonesas, y particularmente las
catalanas, siguen un proceso social distinto, agudamente simi-
lar al de las zonas mediterráneas de Francia o de Italia. Pero
Aragón deja de interesarse en la lucha contra los moros espa-
ñoles en el siglo XIV. Ylas gentes de estas regiones no intervie-
nen en el Descubrimiento ni en la colonización americanos.
Los pobladores de América vienen de otros sitios:
El mapa de procedencias deja en blanco Galicia Asturias Nava-
rra, Aragón, Cataluña, Valencia, Murcia y Gran~da, y se ~scure-
ce en el resto, concentrándose sus tintas en la raya de Portugal,
des~e Huelva a Z!1Illora y luego se difumina hacia Benavente, Pa-
lencia, Burgos YAvila. El centro es Sevilla, que junto con Huelva
aportan el 30% de los que se van y que, con BadaJOZ, · Cáceres Y
EN EL PODER
LAS ASOCIACIONES INICIALES y 1A PARTICIPACIÓN 59

·, pasaJ·e-
tamente la mitad de la pobl ac1on
Salamanca, forman. exac
ra. El m~yor contingente lo da Extremadura y es fácil de explicar
si advertl~os que el Descubrimiento es una continuación de la
Reconquista: la Extremadura carece de frontera-camino· ve así
cerrado su norm al impulso de avance y retrocede ante ia raya
24
portuguesa ....

Es noto rio ~ue los gran des linajes espa ñole s, inca pace s de
su
crea r un feud alism o cerr ado y some tidos a la reale za mal de
grad o, no inter vien en en la aven tura amer ican a. Ni hay noti-
s-
cias de que los escasos grup os de labra dore s serviles que subsi
el
ten en ese mom ento en la Pení nsul a haya n tenid o parte en
proceso. Es el pueb lo llano (los labra dore s libres, los hida lgos
las
sin traba jo, !os píca ros citad inos, los solda dos que vacan de
so-
guer ras de Africa, de Flan des o de Italia) quie nes avanzan
bre el terri torio halla do por Coló n.
La estru ctura social de la cual eme rgen estos aven turer os
no
y lueg o los colo nos dura nte tres siglos no tiene apre cio algu
za.
por las relac ione s entr e la prod uctiv idad pers onal y la rique
de
La econ omía mon etari a se desa rroll a en esa Espa ña exen ta
el
la ideal izaci ón que del trabajo manual, del tiempo pautado por
reloj, del lucro como signo de santificación personal, hizo el resto
las
de Euro pa, que com enza ba a cons egui r la liber ació n de
los
perso nas com o resu ltado del com ercio y de la indu stria de
en
burg uese s de las ciud ades . La rique za y el prestigio surg en
cia
la Castilla final del siglo XV simp leme nte de la circu nstan
de ser cristiano. Y ser crist iano se dem uest ra a finales del siglo
,
XV y al com enza r el XVI, cuan do se prue ba que se tiene tierra

no impo rta ·si se la cultiva o no. Ser de «linaje de labra dore
os
es basta nte prue ba de no habe rse cont amin ado con los ofici
lo
industriales o mec ánic os que desh onra n a quie n los ejerc e y
asemeja a las castas mori scas o a las tareas israelitas. La cues tión
la
no pued e ente nder se si no se observa que para el castellano
auto ridad sobr e la tierr a significa libertad y autoridad, más que
. .
la base de una tarea agríc ola productiva.
El «lab rado r» hisp ánic o del siglo XV no denv a su p~estl-
gi:025 de su rique za, ni la circu nstan cia de
habe r com petld o !
ci-
vencido a los burg uese s merc ader es y artes anos . en su capa
dad para lucra rse. Simp leme nte asien ta su auto ndad en el ~e-
n
cho de que hací a más de tres siglos los labra dore s com batía
EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA
60

por la formu lación religio sa cristia na, que los había relevado
de servid umbre y conve rtido en soldad os ~ cab~ll o ( º. a pie)
contra la econo mía mone taria y artesa nal 1sl(,lm1ta, objeto de
destru cción o de saque o.
Cada soldad o O colon o en Améri ca, al comb atir contra
las cultur as indíge nas, está coloca do -por eso- por derech o
propio en la cima de la consid eració n social. Su sentid o de la
auton omía person al signifi ca que el riesgo y la guerr a le con-
ceden derec ho a la riquez a. Y la riquez a -de acuer do con la
exper iencia tradic ional - no es el fruto del trabajo metódico bur-
gués, sino el result ado del domin io milita r sobre los estam entos
produ ctores .
El apreci o exage rado que del oro hacen los invaso res del
siglo XVI ha sido con deplo rable ocurre ncia, bien mal inter-
pretad o. El oro, para el españ ol de su mome nto, es un signo de
prepo ndera ncia y de prestig io indivi duales , no un síntom a
de acepta ción de los valore s de una econo mía mone taria fun-
dada en la produ ctivid ad lucrativa.
El oro debe llegar a manos de cualqu iera como un recono -
cimien to de su capac idad person al de domin io y no como pago
a su dedica ción person al a la produ cción de biene s o servicios
econó micos .
Vale bien la observ ación agudís ima de Amér ico Castro : «El
españ ol fue el único ejemp lo, en la histor ia occide ntal, de un
propó sito de vida funda do en la idea de que el único digno
oficio para un homb re era ser hombre y nada más»26 •
El soldad o y el colon o españ oles en Amér ica siente n su
presen cia en las nueva s tierras como una salida a su asfixia eco-
nómic a, una vez liquid adas las viejas posibi lidade s de guerra y
saque o contra los musul manes en tierras penin sulare s. La exis-
tencia de las forma s cultur ales indíge nas y su recon ocimi ento
ratID;can el tradic ional conce pto -supe rvivie nte en las forma s
cultu~al~s hispa noam erican as- de que todos los confli ctos
eco~? micos deben t~~er soluci ón por medio de -t areas políticas
0 militares.
La captac1on o el domin io de esas forma s cultur ales
abo~g enes, gara~ ~an Y ratific an el aciert o de los poblad ores
espan oles en Arnen ca, en este aspect o. ·
Adem ás es notori o qu l · los impul
·
,, . . ' e a estruc tura social sa ps1-·
cologi camen te a rehuir el contac to c
on la b ores mecan
-- icas
· o
LAS ASOCIACIONES INICIALES\' LA PARTICIPACIÓN EN El. PODER 61

seiviles para n1antener el equilibrio psíquico que les permita


mantenerse en la tierra desconocida sin que decaiga su ánimo
conquistador ni dis1ninuya su optimismo emocional. La super-
vivencia del poderío individual y su extensión , a pesar d e las
leyes, es condición irre1nplazable de su capacidad de acción.
La potestad sobre la tierra y sobre sus habitantes no es para
los españoles solainente un requerüniento de tipo económico.
Es pri1nordiahnente una ratificación de la calidad personal, un
piso psicológico para la «grai1deza» del individuo. Igual cosa
puede decirse respecto de la riqueza en metálico, sentida co1no
prueba de valor militar y de superioridad anímica sobre los d emás.
Desde el punto de vista de la sociedad burguesa europea,
la utilización que el espaúol hace d e los recursos fisicos no re-
novables (la tierra, los 1netales) es altamente irracional. Pero
en el culto a lo puramente personal, a los valores individuales
de prestigio y de predominio, se trata de una conducta lógi,ca,
congruente con el contexto de las actitudes colectivas.
La autoconciencia de ser cristiano es para el español una
experiencia de orden militar y político, una garantía de supe-
rioridad sobre los hombres de otras creencias -justamente re-
ducibles a servidumbre por razón de su fe no cristiana. En el
ápice del reconocimiento social, el fraile y el soldado represen-
tan modelos de vida no productivos, que sin embargo resultan
los más necesarios para el mantenimiento de este orden exis-
tencial fundado en la tensión de lo personal desmesurado.
Cuando la reconquista militar de la Península Ibérica con-
cluye, una muchedumbre de gentes invade los conventos, las
universidades y los ejércitos que van a Flandes o a Italia, en bus-
ca de poder personal. El número de frailes es casi tan grande
como el de guerreros. Y un mar de licenciados trata de afianzar
su suerte en las filas de la burocracia real para dar sentido a su
deseo de autoridad individual. La encomienda es la respuesta
a ese deseo en el ámbito americano.

IA ESTRUCTURA FUNCIONAL DE IA ENCOMIENDA

Aunque el pretexto esencial por el cual se justifica la encomen-


dación de los indios, considerándolos como menores de edad,
62 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

fue su enseñanza en las «cosas de nuestra Santa Fe Católica>>


la circunstancia de que el indio se cristianizara no lo liberó d~
la tutela.
De la copiosa legislación inicial sobre los indios se podría
inferir que se buscaba la plena incorporación del indígena a los
valores de la cultura ibérica y, por tanto, la paulatina eliminación
de los factores que lo ataban a su grupo de parentesco para alcanzar la
total autonomía individual. Ocurrió todo lo contrario.
Para asegurar los elementos esenciales del pacto de enco-
mendación (protección y cristianización de los encomenda-
dos, pago de los tributos a los encomenderos) fue necesario
mantener al indio fijado hereditariamente a su propia etnia,
reconociendo y utilizando sus formas ancestrales de asociación
y haciendo todos los esfuerzos posibles por impedir la ruptura y
desorganización de los vínculos de lealtad que ligaban a los
indios con sus caciques y jefes secundarios.
Resultó así que la legislación hispánica congeló las relacio-
nes internas de los grupos indios y segregó a esos grupos del con-
junto de la sociedad, limitando sus derechos jurídicos de modo
hereditario. El único escape biológico a esta fatalidad fue el
mestizaje, pues el hijo de indio y blanco ( o de indio y mestizo,
más tarde) no era ya considerado como tributario, estaba suje-
to solamente a la legislación fiscal general y obedecía derechos
y deberes no derivados de la etnia.
Aunque la Corona, inspirada en normas del derecho roma-
no justiniano, intentó estimular el mestizaje legal, es obvio que
los intereses directos de los encomenderos aconsejaban limi-
tarlo, pues en tanto que la reproducción indígena abandonara
las normas tribales precolombinas ( exogámicas entre clases de
igual etnia, endogámicas en relación con etnias diferentes) el
tributo Y las prestaciones personales gratuitas estarían amena-
zados de muerte.
Se da así u1:1a situación dentro de la cual, aunque elenco-
~~nder? adq~~era la obligación legal ·de lograr la cristianiza-
c1on y hberac1on de 1os in · d"'1genas, procura de manera tenaz
man
. tener baio
. ~ diverso dº fr
. .,. ~ 1s aces 1as normas aborígenes ante-
nores a. la 1rrupc1on
. .,. hispánica, para u tilºizar1as en favor d e Ia
nueva s1tuac1on.
[AS ASOCIACIONES INICIALES Y LA PARTICIPACIÓN EN EL PODER 63

No solamente se ratifican legalmente las autoridade s indí-


genas sino que se insiste en ordenar que los indios se reduzcan
a poblado, temiendo que el pago coactivo de los tributos desin-
tegre los grupos de parentesco consanguín eo y se hace respon-
sable a cada cacique de la contribuci ón en dinero, en especie o
en trabajo, en la cual se ha tasado caja comunidad .
El indio, como se dijo, identifica su seguridad personal con
la seguridad de sus parientes claniles y tribales, con la super-
vivencia mágico-bio lógica de su etnia. Esa identificac ión es la
que asegura la lealtad respecto del encomend ero, siempre que
el cacique haya aceptado -por la fuerza o por la persuasió n-
la existencia de esas obligacion es y la inevitable entrega del tri-
buto tasado.
Cuando la Corona encomiend a los indios en cabeza del
cacique, el jefe indígena queda convertido en garante del pago
de los tributos y en guardián de la sumisión del grupo a la autoridad
moral y material del encomendero. Durante todo el siglo XVI los
nombres de las encomiend as son los nombres de los caciques,
y cuando más tarde, se utilizan esos patronímic os como topo-
nimias no queda duda de que la identidad del grupo encomen-
dado se determinó en razón de esta circunstanc ia inicial 27 •
La figura del cacique asume entonces un papel ambiguo.
Es el vínculo de lealtades de parentesco mágico lo que obliga a
la comunidad indígena a cumplir los nuevos deberes asignados
a su jefe: pago de tributos y donación gratuita de mano de obra
para las más diversas tareas: transporte, servicios domésticos ,
minería, boga de los ríos, faenas agrícolas. Aunque el procedi-
miento más generaliza do para intentar conseguir la obedien-
cia indígena fue la práctica del terror (como ya había ocurrido
en las Antillas) allí donde no fue posible lograr la sumisión
del cacique tampoco se logró la organizaci ón del grupo para el
trabajo obligatorio ni se obtuvo la recaudació n de los tributos.
Tal fue el caso de la mayor parte de las tribus habitantes de las
gobernacio nes de Santa Marta y Cartagena, de los indígenas de
la Guajira, de los Llanos Orientales y del actual departame nto
del Tolima. Pero en las zonas donde el poblamien to indígena
había adquirido un carácter sedentario , el cacique optó por la
rendición y ello aseguró la lealtad absoluta del grupo entero.
64 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

Los indígenas encomendados deben producir -corn


. b o
siempre lo hicieron- lo necesario para .su propia su sistenci~
y un excedente, representado por el tnbuto o _Pºr el trabajo
forzoso, destinado al sostenimiento y al paulatino enriqueci-
miento del grupo europeo colonizador.
El doctor Andrés Díaz Venero de Leiva, presidente del
Nuevo Reino, citado por Magnus Morner, escribía: «Cuatro gé-
neros de personas que en estas partes hay, que son encomende-
ros, soldados y gente perdida, calpisques que son los verdugos
de los indios para sus trabajos y doctrineros. Todos ellos gastan
de la sangre, sudor y trabajo de estos miserables y visten y triun-
fan ellos y sus familias de la pobreza y desnudez suya» 28 •
Si se examinan las tasas legales de los tributos que se con-
servan y se piensa en el número creciente de colonos que de-
ben vivir a sus expensa~, estas frases dejan de ser una simple
queja retórica. Alrededor del encomendero crece y prolife-
ra una cauda de antiguos soldados, de mestizos a su servicio
y de «gente perdida», que rehúye el trabajo manual como sig-
no de inferioridad social y que aspira a vivir y a lucrarse. De esta
manera, la utilización gratuita y forzosa de la mano de obra in-
dígena se hace imprescindible, no solamente para el beneficio
del encomendero, sino de las gentes de él dependientes, que
toman posesión de las tierras y necesitan ponerlas en produc-
ción. El tributo en ningún tiempo pudo ser suficiente para cu-
brir estas nec~sidades económicas de una población ociosa29 •
Los vínculos mágicos que unen al cacique con su grupo, se
ven reforzados y parcialmente alterados por la figura y el papel
del cura doctrinero.
El encomendero se comprometía a la cristianización de
los indios Y al pago de los emolumentos del cura que tenía
a s~ cargo el cu~plimiento directo de esta obligación. Por
:az~n de su o~c10 los doctrineros tenían que vivir entre fos
1nd1os. Su salano era escaso y de cobro dificil, en tanto que se
toma del total de los tributos. Ylos curas doctrineros alivian Y
compensan
. , esta· situ· acion·,,. un·lizando los seroicios forzados de los
indigenas para el bene'i · de • ,
. . ~ ,,czo tierras de las cuales se apoderan sin tz-
tu los. Las pet1c1ones de l d .
l . til" . ,. os octnneros solicitando permiso le-
ga para la u izac1on de m d b . ,.
ano e o ra 1nd1gena y los intentos
L\S ASOCIACIO NES INICU.LES \' LA PARTICIPACIÓN EN El. PODER (i5

de las autori?ades peninsulares para corregir esta circunstan-


cia en lo posible, no dejan lugar a dudas sobre esta situación~º
El cura d_oc_trine~·o, ade1nás, va moldeando ü111tr1.ment.f, sin df'S~
truirlo, el se·~tzmz~nto z~,dígena de que la lealtad mágica es la garantin
de la supervivencia. Bajo sín1bolos cristianos se mantiene el culto
a la obediencia ritual y esto refuerza mutuainente la autoridad
del . cura, y la. del cacique, el últitno de los cuales ve leaiti1nada
b
su
.,,
antigua p~sic1on por una nueva y prestigiosa actitud religiosa.
El cacique, como tal , está exento de in1puestos y servicios.
Su papel principal es al1ora el de auxiliar en la recolección de
los tributos y en la utilización de la 1nano de obra de los indios
subordinados. Ello da lugar a tensas y co1nplejas relaciones en-
tre el encomendero y su grupo de allegados, por una parte y el
cacique o capitán de indios, por la otra.
Aunque en relación con los individuos europeos, los caci-
ques y capitanes de indios se convierten en subalternos y su-
jetos a encomendación, desde el punto de vista de su propia
comunidad siguen siendo privi!,egiados. Cumplen con la labor de
recaudadores de tributos y persuaden a los indios al servicio
de la mita. A cambio de ello, se les exüne de todo tributo y se
les concede el título de «don», cercano a la nobleza31 • Yla pre-
dicación de la obediencia como norma suprema de conducta,
realizada por el doctrinero, en parte remplaza y en parte re-
fuerza los antiguos vínculos tribales como fuente de prestigio y
de autoridad para los jefes indígenas.
El cacique es engranaje vital de la oti·a institución funda-
mental, social y económica: la mita, nombre genérico que se
dio al trabajo forzoso de los indígenas y prestado a personas di-
ferentes de su encomendero y teóricamente remunerado con un salario.
Las reglamentaciones legales de la mita estipularon que ·so-
lamente una parte de cada comunidad indígena (generalmen-
te un quinto de los indios útiles, escogidos por sorteo) debería
servir en las mitas, que los indios no serían llevados a climas
muy diferentes al de su nacimiento, que los indios podrían es-
coger las personas a las cuales servirían y que se les pagaría
salario por los días gastados en el viaje de ida y regres~.
Pero este tipo de legislación general fue contradich?, no
solamente por la práctica consuetudinaria sino por las mismas
1 66 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

disposiciones de las autoridades. E] servicio de mita agríco¡,


. de mita minera, incluso el 11amado de mita domésti ca, fu e pr/'
tado por las comunidades indígenas sin cumplimiento de e~
. . . h L . ¡~ é:lS(
ninguna d e 1as prescnpnones anted1c as. os mogenas fu e.
ron forzados a trabajar en las minas 32, en la boga de los ríos:1~
en las labranzas de los españoles ' a enormes distan cias ct,. l•t ,
'- ,, !S
pueblos originarios, en climas adversos a su sa]ud y por lapsos
que les impedían ocuparse de la subsistencia de sus propias
familias. Casos como los de la esclavización indígena para la
navegación del río Magdalena, la utilización de mano de ohra
indígena para laborar en las minas de la Montuosa en Parn.
piona y para servir a los mineros ricos del Chocó y de Popa-
yán son demostraciones fehacientes de la significación práctica
de la mita34 •
Aun después de haberse prohibido a los encomenderos
la utilización de la mano de obra indígena (prescripción casi
ilusoria) el titular de la encomienda derivaba notoria utili-
dad de ella, porque los tributos eran en gran parte pagados
por la comunidad, tomándolos de los «salarios» percibidos
por sus miembros mitayos. Es por ello que no se encuentra
prácticamente testimonio ninguno de que los encomende-
ros se hayan opuesto a las mitas, exigidas por sus vecinos no
encomenderos y otorgadas mediante coacción legal por las
autoridades coloniales. Se establece una tácita complicidad
de intereses que abarca al encomendero, a sus vecinos euro-
peos, a los caciques y a los curas doctrineros, cuyos salarios se
pagaban también con el producto de los tributos indígenas.
El salario de los mitayos era en gran parte el origen de estos
excedentes percibidos por el grupo dominador, en forma de
trabajo, de dinero o de especies y exigidos a las comunidades
indígenas.
A medida que avanza el siglo XVI se hacen más vivas, nu-
merosas y perentorias las exigencias de los colonos europeos,
no encomenderos, para que se obligue a los indígenas a tra-
bajar como mitayos en sus tierras, alegando la imposibilidad
de sustentarse si no se les conceden y solicitando prelación en
razón de una variedad de circunstancias, entre ellas la relativa
antigüedad del servicio anterior prestado a cada solicitante o a
sus antecesores35 •
LAS ASOClA CIONE S INI ClALES Y lA PARTIC IPACIÓ N EN
EL PODER 67

Ots Capd equi seña la que los prop ietar ios favor ecido s con
el traba jo fo1~zoso de los ~ita~ os dedu cían el impo rte de los jor-
nales la cantJ .dad q':1e los indio s habí an de paga r por conc epto
de tribu to. El resto iba a mano s de los caciq ues (repr esen tante
s
único s de la com unid ad).
Los enco men dero s y las auto ridad es local es se las arreg la-
ban con gran frecu encia para subir el impo rte del alqui ler de
la roan o de obra , segu ra fuen te de tribu tació n estab le. La Des-
cripción de la ciuda d de Tunja , citad a por Luis Duqu e Góm ez 36
,
revela que al com enza r el siglo XVII «el creci mien to que se ha
hech o en el alqu iler de los indio s, pues ha llega do a dos peso
s
y cinco tomi nes cada mes ... ».
Indir ectam ente, la mita favor ece al enco men dero , en
cuan to gara ntiza y segu rame nte aum enta el caud al de la tribu
-
tació n indíg ena. Dire ctam ente, debe presu mirs e algu na form
a
de comp licid ad entre los enco men dero s y los ofici ales reale
s
enca rgad os de otorg ar los servi cios de mita ( con frecu encia en
prov echo prop io y de sus fami liare s) y el caciq ue, exento de tri-
butos e interesado en dar cumplimiento estricto al pago de los tributos,
cuya respo nsab ilida d pesa ba pers onal men te sobr e él.
La luch a de la legis lació n cont ra el siste ma cond ujo a resul -
tados cont rapro duce ntes. Inten tand o corre gir las anom alías se
crear on func iona rios fisca lizad ores bajo diver sos nom bres ,
el
más cono cido de los cuale s fue el corre gido r de indio s. Pero
,
como reza el docu men to antes citad o, «la muc hedu mbre de
mini stros de justi cia que se han pues to y añad ido a los pueb los
de los indio s, que se pued en llam ar enco men dero s añad idos,
pues se sirve n de ellos hacié ndol os traba jar en seme ntera
s,
crian zas de gana dos, labo r de man tas y otras gran jería s ...
».
A eso debe añad irse que eran los corre gido res los enca rgad
os
de hace r «los conc ierto s» de mita yos y que los indio s debí an pa-
gar de los salar ios el requ into y el salar io de esos func iona rios.
En Som ondo co, en 1621, el visit ador Oba ndo halló que los
enco men dero s y los hace ndad os vecin os cobr aban el tribu to
y
paga ban el sueld o del corre gido r, dand o el resto a los mita yos
en espec ies, tasad as a prec ios arbit rario s37 •
La enco mien da se va cons tituy endo , a lo largo del siglo XVI
en una form a pecu liar de asoc iació n forzo sa, para la obtención
del poder, del prestigi,o y de la riqueza.
fü~ 1'J . PODE R PO L ÍTI C O E N COLOM BIA

En la cúspi de d e la comp leja asoci ación apare ce el enco-


tn e nde ro prop ia m e nte dicho , que logra inicia lme nte sus pre-
r roga tiva s a sus se rvi cios milit are s y d eja a sus d e scend ie ntes en
h e r encia su p restig io y pode r local es. El enco mend ero d ebe su
status preem ine nte , a nte todo el h e cho de que la cul tura ibé-
rica otorg ó much a mayo r impo rtanc ia al gobi erno indivi dual
sobre gr upos obed ie ntes, que a la obten ción de bienes económi-
cos en sí mismos. Por eso, no es inicia lmen te la prop iedad o la
e xplotación d e la tierra lo que conc ede el prim er sitio social.
Al e spaño l-ame rican o del siglo XVI le impo rta much o más la
libre dispo nibil idad de la obediencia indígena, para obten er de
ella no solam ente las venta jas econ ómic as obvia s, sino para ele-
var su prop ia cond ición psico lógic a a un rang o comp atible con
su neces idad de impe rio indiv idual .
Los colon os que no alcan zan una enco mien da inicia l o los
que llega n más tarde , en olead as suces ivas, qued an subor dina-
dos al enco mend ero sobre todo en razón de que la dispo ni-
bilida d de mano de obra indíg ena repos a en sus mano s y de
que las autor idade s local es cread as para modi ficar el proce so
y asegu rar una adec uada distri bució n de los mitay os entra n en
inme diata e inevi table conn ivenc ia con el enco mend ero y ase-
guran con ello el pago de sus salari os tanto como el servic io in-
dígen a en su prop io benef icio. Solam ente los altos funci onari os
(pres ident es, oidor es, gobe rnado res o virrey es). escap an gene-
ralme nte a este polo de atrac ción, porq ue sus cargo s tuvie ron
una durac ión limit ada. Estos altos funci onari os repre senta n el
esfue rzo poli tico penin sular por dar form as tradi ciona les a los•
nuevo s proce sos y entra n en confl icto con los nuev os pode res
que se desar rollan en suelo amer icano . Pero resta inves tigar
hasta qué punt o famil iares o amig os de estos oficia les del Rey
fuero n c~pta dos po:r la fuerz a políti ca, socia l y econ ómic a de
la enco mien da y parti cipar on de sus:venta jas y preem inenc ias .
..Las for~a s Y los repre sen tan tes tradi ciona les del pode r
soclral. Y pohti co preco lomb ino resul tan capta dos y asimi lados
Por el nuev • •
,ri.•q, ue. d: .e sapar ezcan pau1,a t1nam
o mode lo• , a-..-.1:.4..lJ. • en te·
. · l'og1ca • s que les diero n· or1··-
. . c1one
las. cond1 . s econo, · ' 'mi·c
· - as y ps1co d
gen. Bien sea par·a su p ropio · b ene.u .e :· •
c10 o para la defen sa e
. _ ·b _. ·' · d" ·
los m1em · .ros de su g· rup 0 ¡· cac:1q • •
. • h . , os ues y ,c apita nes, de 1n · 10s
d enva n ac1a una com r1 1"d d , .ple con el enco mend ero Y
P c a · mulu
con todo el sistema estructural de lealtades que la encomiend a
presupo ne .
Para encontrar una explicación cabal al conjunto de este
proceso de simbiosis y mestizaje culturales, es necesario recor-
dar de nuevo factores extraeconó micos d e enorme importan-
cia. El más relie\·ante de los cuales consiste en la renuencia de
los españole~ a las faenas agrícolas, mecánica~ e incluso mer-
can tiles y en general a todo trabajo manual , aunque él repone
ri quezas racionalme nte calculadas. Siri ese factor, la lucha por
el pod er se hubiera concentrad o en una pugna por la tierra y
los recursos mineros, en vez de con,·ertirse en una lucha inter-
n a por un sla,tus se minobiliari o, y por el dominio de una mano
de obra cuasi-servil , lucha esta última en la cual terminaron
po r participar hasta los humildes d escendientes de los indíge-
nas sometidos.
De esta suerte las comunidad es indígenas, atadas a sus ca-
pitanes y caciques por valores sociales ancestrales, son intro-
ducidas en el nuevo juego por el poder social sin que puedan
desarrollar actitudes de resistencia individual o colectiva contra
el sistema, que ha utilizado y protegido sus antiguas normas de
organizació n, en lo esencial. En el mundo de la encomiend a
no es posible el desarrollo de una lucha de «clases». Solamente
es visible una creciente tendencia al autoritarism o, estimulada
por las normas y ansiedades relativas al prestigio, que emanan
de los antecedent es ibéricos.
Dentro del marco integrador de la encomiend a que con-
diciona todo el proceso de la nueva sociedad hasta mediados
del siglo XVII y que constituye la forma básica de asociación
humana para la producción y distribució n de bienes y servicios
-la población queda organizada en una jerarquía funcional
que puede describirse así:
El encomendero, propietario legal de la tributación indígena
y usufructua rio {legal o ilegal) de toda la mano de obra dispo-
nible.
El cura doctrinero, asalariado del encomende ro, directamen -
te interesado en la cobranza de los tributos {de los cuales se
toma su estipendio) y en el arrendamie nto de la mano de obra
indígena o en la utilización gratuita de esa mano de obra en su
provecho.
. \

EL PODER POLiT JCO EN COLOMBlA


70

fortu-
Los mayordomos o calpisques, inic iahn ente euro peo s sin
des pare cen
na, 1nás tard e mestizos y aun neg ros cuyas acti vida
titul adas , con
hab er con sisti do en la exp lota ción de tierr as no
obr a agrícola.
la utili zaci ón de los indí gen as, com o 1na no de
den unc ian
Al men os ello es ded ucib le de los doc u1n ento s que
s adnlinistra-
la exp lota ción de los abo ríge nes por part e de esto
dor es de enc omi end as.
spe-
Los nuevos colonos, ocu pan tes de tierr as púb lica s o dese
ibid os por los
rada men te nece sita dos ·de siervos agra rios (inh
sus prop ias
valo res étic os ibér icos para ben efic iar la tier ra con
«señorío» o
man os) y ansiosos de obte ner algu na form a de
dar real ce a
dom inio pers ona l sobr e los grup os indi os, para
del siglo XVI,
su pres tigio pers ona l. Has ta las últim as déc ada s
mitayos son
estos colo nos que solicitan y obti ene n servicios de
los año s pos-
euro peo s blan cos de segu nda cate gorí a. Pero en
s que , una
terio res estas acti tude s son frec uen tes en mestizo
na form a de
vez alca nzad a su con dici ón libre, con sigu en algu
leal tad con
apro piac ión de la tierr a med iant e su vinc ulac ión de
s, pue s la
enc ome nde ros, cura s o nue vos hac end ado s espa ñole
pare cer las
1 mez cla étni ca va hac iend o olvidar o hac iend o desa
com o tales y
posi bilid ades de iden tific ació n de esos mestizos
los asimila senc illam ente a los blancos.
'
1 Los caci,ques o capitanes de indios, quie nes de mod o pau
com ienz an a usar en su prov echo pers ona l la auto
latin o
rida d sobr e
ica, y entr an
el clan gentilicio, legi tima da por la legislación ibér
jueg o por el
a com peti r, en grad o mod esto pero evid ente , en el
mod elos de
prestigio, la riqu eza y el pod er, de acu erdo con los
ales a ca-
la cult ura dom inan te. Don acio nes de tierr a indi vidu
siglo XVJ38
ciqu es y capi tane s indi os son frec uen tes al fina l del
r de que su
y exis ten casos con cret os de mestizos que -a pesa
io- recla-
status era jurí dica y soci alm ente sup erio r al del ind
a de las le-
man y ejer cen cargos de caciques, aun con tra la letr
s func ione s
yes españolas, lo cual dem uest ra en qué grad o esta
vo ord en
claniles com ienz an a juga r un pap el den tro del nue
idual39.
social pres idid o por la idea de prestigio pers ona l indiv
tesore-
Los pequeños funci,onarios gubernamentales, veed ores
s~ consti-
ros, alguaciles, corr egid ores de indios, nota rios , que
ros y en sus
tuye n en c~mplices ob!igatorios _de los enc ome nde
ica, a cam-
forzosos aliados, ofre cien do su infl uen cia buro crát
U..S A.50CULlO:\t'.S L'\.lU -U..E.5 Y LA PARTJO PAOÓ~ D. EL PODER 71

bio de tierras Yde mitayos para beneficiarlas o para emplearlos


en labores de minería, en senicios domésticos, en labores de
transporte o en obrajes textiles. Aunque el encomendero n o
tiene potestad legal ninguna sobre las tierras, su decisiva in-
fluencia sobre los cabildos municipales y sobre las autoridades
locales ]o colocan en posición de gratificar a sus afiliados facili-
tando un proceso ilegal y paulatino de ocupación de territorios
situados dentro de su órbita de prestigio regional.
El encomendero es generalmente un residente urbano.
La ley y las características del sistema tributario impiden y ha-
cen innecesaria su presencia perman ente en las tierras de sus
indios. Su evidente superioridad económica y social le confie-
re, dentro de la ciudad colonial un rango predominante y los
organismos políticos locales quedan en sus manos.
En efecto, los cargos de regidores son previstos por la Co-
rona siguiendo peticiones o consejos de los propios cabildos,
lo que equivale en la práctica a un sistema de cooptación mal
disimulado#J_
Como la ciudad del primer siglo es fundamentalm ente un
organismo polí rico y no un centro de actividad económica, ya
que los progresos del poblamiento se fundan ante todo en la
necesidad de dominar el territorio y gobernarlo, la encomien-
da se convierte en la forma casi exclusiva de asociación laboral,
social, económica y política que abarca en su seno la totalidad
de la vida rural y el control de las actividades urbanas. No exis-
te ningún indicio de tensiones urbano-n1raJes en esta primera
etapa de la colonización. Pero en cambio, es notorio que en
las regiones donde la encomienda no pudo ser establemente
organizada y mantenida, la vida urbana se tornó precaria o
imposible, con las escasas excepciones representadas por un
puerto marítimo (Cartagena), y algunos puestos militares que
aseguraban las comunicacione s, como ~ el caso de la villa de
Mompós.
Toda la estructura social queda enmarcada por la enco-
mienda y condicionada por ella, comenzando, desde luego,
por los grupos claniles indígenas, que mientras conservan su
sistema inte,m o de lealtades cacique-comun idad, representan
la infraestru.c tura que hace posible todo el resto de) edificio
colectivo.
72 EL PO DER POÚT ICO L' COLO .\IBL-\

D.-\D SOCIAL
ASO CL- \CIÓ N, EST RAT IFIC.A.CI ÓN Y i\f O\ 1L1
alm ente ,·o-
La enc omi end a es una fon na de asoc iaci ón , p arci
cua l el sector
lun tari a, parc ialm ente invo lunt aria , d entro d e la
da inse rto y
más imp orta nte y significa ti,·o de la p obla ción que
inad a. Aun-
resp ecto d e la cua l toda la p obla rión resu lta sub ord
o un sistema
que en la prác tica la enc omi enda fun cion ó com
ribu ción de
de arti cula ción de la pro duc ción , el con sum o y la dist
elen la diná-
bien es y sen,ícios eco nóm icos, los valo res que ünp
eco nómicos.
mic a de su acci ón social no son prii nor dial men te
e hac er inteli-
Sol ame nte la com pren sión de ese hec ho per mit
gibl es los proc esos polí tico s a los cual es dio orig en.
crec ient e
Par a efec tos de su pod er polí tico -qu e fue
y dom inan te hast a la mit ad del siglo XV II-,
la enc omi end a
rper son al je-
fun cion ó com o un mec anis mo de soli dari dad inte
com o el mar-
rarq uiza da y al pro pio tiem po -lo que es decisivr r-
las formas
co orig inar io den tro del cual se defi nen y prec isan
d social en
y can ales de asce nso , los mec anis mos de la mov ilida
terr itor io colo mbi ano .
colo nial es
La estr atifi caci ón social de los prim eros siglos
la pirá mid e se
pre sen ta un aspe cto com pren sibl e. En la base de
libe rtad pro-
insc ribe n los indi os enc ome nda dos , care ntes de
ica, insc rito s
fesi ona l, desp ojad os de toda auto nom ía eco nóm
por man dato
forz osam ente en su viejo clan gen tilic io (aho ra
nóm icos de
lega l) y sob re los cual es pes an todo s los deb eres eco
s y los ofi-
la soci eda d, el cum plim ient o de las tare as man uale
s es aún más
cios más pen oso s, dificiles y hum illan tes. Su statu
de oca sion es,
bajo que el de los esclavos neg ros en mul titu d
que los ma-
pue sto que a finales del siglo XVI era ya frec uen te
de los hac en-
yord omo s o «calpisques» de los enc ome nde ros y
neg ros de
dad os pos terio res, fuer an esco gido s entr e esclavos
nos exa ctor es
con fian za, que se con stitu ían en verd ade ros tira
41
de las com unid ade s indí gen as •
inst ala el
En la cim a de la con side raci ón y del pres tigi o se
el rest o de la
enc ome nde ro, cuyas ventajas eco nóm icas sob re
el prim er lu-
pob laci ón son evidentes. Per o lo que le con ced e
o de obr a
gar, muc ho más que el lucr o que obti ene de la man
i-ex imid o
indí gen a y de la trib utac ión, es el hec ho de esta r cuas
real med ian-
de toda obe dien cia, enfr enta ndo incl uso al pod er
LAS ASOCIACIONES INICIALES Y LA PART
ICIPACIÓN EN EL PODER 73

te la com plic ada red de sus alianzas y complicidad


es locales,
que le perm iten adu eñar se de los órga nos regionales
del pod er
político, afianzando en ellos un pod er de decisión
casi incon-
trastable. El enc ome nde ro no obti ene el pod er soci
al y político
por med io de su riqueza (inc omp eten te e irrac iona
lme nte ad-
ministrada desd e el pun to de vista capitalista), sino
que gan a
su dere cho a lucrarse por med io del ejercicio del
pod er polí-
tico-social que en él ha dele gado la Corona, convirtié
ndole en
rece ptor part icul ar de tributos en su provecho y en
el práctico
due ño de la obe dien cia indí gen a en todas sus posi
bles mani-
festaciones.
Es obvio que el enco men dero exp ropi a a las com unid
ades
indígenas el fruto de su trabajo mismo. Pero lo esen
cial del
proceso es que esta exp ropi ació n económica nun
ca hub iera
pod ido realizarse si no hub iera estado precedida por
la expro-
piación del pod er político repr esen tado en el caci
que com o
símbolo del grup o de linaje. La utilización de esta
«plusvalía»
política es la que da acceso al enco men dero a los bien
es y ser-
vicios económicos indígenas. Hay un exce den te de
pod er en
la com unid ad indí gen a y en relación a la sociedad
total que el
enco men dero y su grup o tom an de la asociación de
pare ntes co
y aplican com o arm a de presión sobre y con tra el
Estado le-
gal, convirtiéndose en sus dominadores. El mecanis
mo de ese
pod er político exp ropi ado al indi o y con cent rado
en la domi-
nación del Estado, con dici ona desde ento nces el
orde n y la
estructura de la maq uina ria económica.
La part icip ació n en ese pod er y el grad o en el cual
es otor-
gada .det erm inan el status individual, pasa ndo incl
uso por en-
cima del lucr o y de los valores que configura la riqu
eza. Del
mismo mod o que el burg ués calvinista descrito por
Max Web er
escogió la raci ona lida d calculada y la austeridad econ
ómica, no
como bien es intrí nsec os sino com o medios para supe
rar a los
demás, dan do testi mon io de su pred estin ació n y de
su pureza,
porq ue tales sistemas le hab ían perm itido reta r en la
prác tica a
la aristocracia estamental, el espa ñol y el mestizo del
siglo XVI
en Nueva Gra nad a se iden tific aron con los valores
señoriales
enmarcados por la enco mie nda , porq ue esos valo
res eran su
canal de ascenso social, el mec anis mo de la movilida
d en una
sociedad apa rent eme nte estratificada con rigidez. Esos
valores
74 EL PODER POLÍTICO E~ COLO~fBL\
f'.~o a la inYersa,
sub ord inab an y con dici ona ban a la riqu eza.
o que obse rvar a
com o pod ría par ece r a algú n mar xist a ing enu
hoy esta hist oria .
o una aso-
El régi men de la enc omi end a fun cion a así com
s acti vos son
ciac ión generadora de poder político, cuyos elem ento
ació n se orga-
los braz os indi os per o cuy a dire cció n y man ipul
dua lista s que
niza n alre ded or de los valo res pate mal ista s-in divi
ivam ente , los
gen era la hist oria espa ñola trad icio nal. Pro gres
mos , pose so-
blan cos pob res (peq ueñ os func iona rios , may ordo
s, los caci que s
res de tierr as sin títul o, doc trin eros ), los 111estizo
(lad inos , fugiti-
indi os y en últi mo térm ino los indi os mis mos
a su com pli-
vos) van asce ndie ndo en la esca la soci al 1ne rced
pció n de las
cida d func iona l con el enc ome nde ro y a la ado
a gob erna r a
acti tude s y valo res que surg en de la tend enc ia
a sum inis trar
otro s grat uita men te y a obli gar a los gob erna dos
a la prop ia
los bien es eco nóm icos nece sari os para dar sop orte
ana liza r el ré-
«gra nde za». Este fenó men o se hará más clar o al
end a y la mita .
gim en de «ha cien da» que suce de al de la enc omi
idos de
Por enc ima de los valo res y acti tude s de clas e, surg
de la pro-
1 la posi ción que cad a indi vidu o ocu pa en el pro ceso
inan y mag ni-
duc ción , la dist ribu ción y el con sum o, se ,d isem
1 nec esid ad de
fica n los valo res y acti tude s que dim ana n de la
adq uisi ción
1 asce nso y que se iden tific an con el proc eso de
sub ord inad a
de «señ orío » sob re otro s hum ano s o de alia nza
part e que
con quie n dete nta ese seño río. Ello exp lica en gran
el cho que de
a lo larg o de los siglos XVI y XVII no se obs eive
rsos gru pos
inte rese s y amb icio nes irrec onc iliab les entr e dive
ctiv a por al-
sociales, sino más bien una pug na gen eral y cole
por todo s en
can zar idén tico s privilegios y ventajas, exig idos
vez más alto .
diverso grad o, com o ratif icac ión de un status cad a
UAL ISM O
AUTORITARISMO, PATERNALISMO, IND IVID
o sínd rom e
El auto ritar ism o, com o fenó men o indi vidu al y com
expectati,i35
social se desa rrol la en un clim a de frus trac ión de
ento s que
y de angu stio so dese quil ibrio entr e los diversos elem
de una auto i-
con trib uye n a la form ació n indi vidu al y colectiva~
mag en acep tabl e, reco nfor tant e y grat ifica dora .
LAS ASOCI ACION ES INICIA U'.S Y 1.1\ 1'1\lffl Cll'AC
IÓN F.N l,J , l'OUl<:I{ 7f>

La soci edad espa ñola cont emp orán ea del Desc ubri mien to
no es, en térm inos gene rales , una socie dad auto ritar ia. La
su-
misi ón co~p ulsiv a a una auto ridad «fuerte», sola men te apar
e-
ce con lenti tud desd e los finales de la Edad Media, cuan
do la
tens ión de la guer ra relig iosa va dism inuy endo entr e crist
iano s
e islamitas y cuan do masa s crec iente s de labra dore s libre
s ern-
pobr ecid os, aspi rante s cons tante s a la «hid algu ía», com ienz
an
a busc ar auto defe nsa psico lógic as en la pers ecuc ión viole
nta
cont ra judí os y mori scos , exig iend o proc edim iento s inqu
isi-
toria les cont ra sus desc endi ente s y orga niza ndo moti nes
para
darle s mue rte. Las pritn eras oper acio nes desc ubri dora s y
con-
quis tado ras, son cont emp orán eas de la adop ción legal
de la
Sant a Inqu isici ón. Y se ha anot ado sufic iente men te que
las
clases más pobr es -inc luso las órde nes religiosas de men
or
relieve arist ocrá tico y los prop ios conv erso s- fuer on los
más
ardie ntes parti dario s de esa nuev a form a de viole ncia socia
ly
gube rnam enta l 42 •
Y, por otro lado , los com ienz os de la crea ción impe rial ul-
tram arin a son tamb ién coet áneo s de la dest rucc ión de las liber
-
tade s y fuer os mun icipa les de Espa ña, pues to que la guer ra
de
las com unid ades coin cide con las fech as de las prim eras fund
a-
cion es de ciud ades en el área del mar Cari be.
Entr e 1492 y 1520 los espa ñole s ven la term inac ión del do-
mini o mus ulmá n en tierr as peni nsul ares, la expu lsión de
los
judío s, la luch a cont ra los mori scos inici ada en Gran ada,
la
dest rucc ión de los fuer os mun icipa les y el Desc ubri mien
to de
Amé rica. Es un laps o críti co que alter a el sent ido de todo
s los
valo res sociales, econ ómic os y polít icos en la pení nsul a ibéri
ca.
La paul atina liber ació n social y juríd ica de los siervos rura
-
les se llevó a cabo en León , en Castilla y lueg o en And aluc
ía,
nq por la apar ición de una burg uesí ~ urba na que rom pier
a los
viejos mold es estam enta les, sino a. través de la guer ra y
de la
conc esió n de fuer os mun icipa les a grup os de labra dore
s que
adqu irían en ellos auto nom ía. Las cara cterí stica s de saqu
eo y
tribu tació n forz osa que tuvo la guer ra antii slám ica y el apre
cio
social por el valo r mili tar y por el sace rdoc io, perm itier on
man -
tene r•com o .signo cara cterí stico de la soci edad esa ~<dimens
ión
impe rativ a de la pers ona» , sin enge ndra r frustrac~on~~
colec -
tivas, ni sínd rom es auto ritar ios, porq ue las meta s 1nd1vtdu
ales
76 EL PODER POL ÍTJCO EN COLO MBlA

funciona-
eran coh eren tes y acep tada s, los cana les de asce nso
estaba ga-
ban con form e a ella y el piso econ ómi co del siste ma
ulmanes
rant izad o por el trab ajo arte sana l y técn ico de los mus
y por las fina nzas com erci ales de los judí os.
vital.
Alg uno s cam bios decisivos mud aron ese cont exto
sos al cul-
Gra nde s mas as de anti guo s sold ados que daro n ocio
n ser uti-
min ar la Rec onqu ista, ante s de que sus braz os pud__iera
ca. Sobre
lizad os en las guer ras de Flan des, de Itali a o de Afri
-cuy as
el orde n fora l y localista de los mun icip ios casteIIanos
rdin ar las
pecu liare s trad icio nes hab ían term inad o por subo
Ara gón -
part icul arid ades de otra s regi ones com o Nav arra o
austriacos
se abat en los nob les y los burg uese s flam enco s ·y
ticos y
que son la caus a de Carlos I, provistos de siste mas polí
de la so-
econ ómi cos anta gón icos con las form as ance stral es
del na-
cied ad ibér ica medieval. Esas fuerzas, repr esen tativ as
y aun de
cien te capi talis mo burg ués de Flan des, de Fran cia
mien tos
Itali a, son las que perm itier on la era de los desc ubri
dial de
· inte rcon tine ntal es y dier on form a a una econ omí a mun
e en sus
tipo imp eria lista colo nial. Aun que Esp aña no part icip
oso en
acti tude s sociales, ese capi talis mo será el cont exto forz
América.
el cual deb erá mov erse la aven tura colo niza dora en
sent ido
La econ omí a mon etar ia -pe ro no capi talis ta en
«racio-
ple no- -de Esp aña que da enm arca da por las fuer zas del
nali smo » fina ncie ro burg ués, inte rnac iona l.
edad
El dese quil ibrio psicosocial que esto caus a en la soci
o-reli-
espa ñola es dram ático . La ima gen de auto conf ianz a bélic
y a pesa r
gios a, frut o de· las cent uria s med ieva les se desm oron a
gent es.
de ello sigu e sien do .e l únic o ~ecurso anímico de las
o en con-
El «hid algo » se conv ierte en buró crat a auto ritar io
quis tado r de Amé rica .
ñol
La ame naza da volu ntad de imp erio pers onal del espa
s-ind í-
se rest aura en Amé rica , pero la pres enci a de los -g rupo
la form a
gen as atac ados y som etid os, imp ide que se expr ese en
eral entr e
de ese trad icio nal igua litar ismo (aris tocr atism o gen
cual ·-que-
igua les) que fue típic o de los siglos XIII y XN y de la
-Sigl o de
dan huel las tan -c laras y vehe men tes en el 1t:eatro del
asim ilar
Oro 43 • El greg aris mo ritua l de las cult uras indí gena s al
-cultural y
lent ame nte los valo res ibéricos; med iant e el con tagi o
ame nte
el mes tizaj e, da orig en a una soci edad afec tada prof und
LAS ASO CIACI ONES INICIALES Y 1A PARTI CIPAC
IÓN EN EL PO DER 77

por el rece lo, el tem or y la auto desc onfi anza y, por tanto
, una
soci edad auto ritar ia. Y ese auto ritar ismo com o rela ción
irrac io-
nal entr e el pod er y la sum isión , es tant o may or cuan
to más
bajo sea el estra to social al cual pert enec e el indi vidu
o. Este es
el rasgo más noto rio de la soci edad enco men dera de
la Nue va
Gran ada hast a el siglo XVII.
«Los auto ritar ios -ha escr ito Sam uel Flow erm an-
ven
al mun do y sus habi tant es com o ame naza y host ilida
d. Al sen-
tirse tan ame naza dos, tan acuc iado s por esa zozo bra,
se ven
oblig ados a busc ar segu rida d de algú n mod o, en algu
na part e.
La mejo r segu rida d para un auto ritar io es som eters e
a algu na
auto rida d pod eros a ... ». «... Para él la vida es un siste ma
de po-
der al cual ha de ajustarse. No nece sita ejer cer el pod
er por sí
mism o mien tras pue da esta r cerc a de él, com part iénd
olo por
dele gaci ón. Es esta últim a tend enci a la que hace del auto
ritar io
tan bue n edec án» 44 •
Den tro de la pecu liar asoc iació n com unit aria que es
la en-
com iend a, el nivel de pres tigio y de pod er no está subo
rdin ado
a la riqu eza ni pued e obte ners e med iant e el «lucro raci
onal ».
Por el cont rario , los bien es y servicios mate riale s dep end
en del
nivel de pod er de cada uno y este a su tum o, se mid e por
la cer-
caní a y la com plic idad de los más pode roso s. El status
del hom -
bre colo nial neog rana dino es por eso prec ario y está
siem pre
ame naza do. Para defe nder lo, apel a a la actit ud auto ritar
ia, tan-
to más rígi,da cuan to menor ha sido su ascenso en la pirám
ide social.
De este mod o los colo nos pobr es, los mestizos y los indi
os ladi-
nos tien den a un grad o mucho mayor de into lera ncia y
viol enci a
que los gran des func iona rios oficiales. El desp otism o
social de
estos últim os es, por así deci rlo, :una .exig enci a apre mia
nte del
resto de la pobl ació n, que nece sita equi libra r su auto
imag en y
adqu irir segu rida d por med io de él. Esta tend enci a del
auto ri-
tarismo, com o sínd rom e social, a acen tuar se cuan do
se acen -
túan la frag ilida d y la ines tabi lida d de los valo res pers
onal es,
expl ica por qué los cont enid os auto ritar ios de la soci
edad de
los prim eros siglos se amp liaro n y endu reci eron en las
form as
post erio res -rel ativ ame nte más dem ocrá tica s- del desa
rroll o
social colo mbi ano.
La part icip ació n del indi vidu o, ,en las deci sion es colectiva
s
depe nde, en este ámb ito, no de- su prop ia inici ativa
o de su
78 EL PODER POLff! CO E!'\ COl OMBlA
perso nal contr ibuci ón vo litiva, sin o de su conip licid ad con el
máxim o poder y con p[ má:>..inio poderoso. U na cade na jerar q u izada
d e lealta des incon dicio nales vincu la todos lo s es u·atos sociales
y solam ente a través d e ella es p osible la inj ere ncia indivi dua]
en la forma ción de la volun tad colec tiva.
Pe ro no se trata solam ente d e lealta d p erso n a l, que en laza
dive rsos estam entos , sino tambi én d e un angus tiado mime tis-
mo con respe cto a los símbo los del pode r y <le un e n masca ra-
mien to const ante de las propi as circ unsta n cias v d e las propi as
neces idade s, disfra zándo los con los rop ajes presti g iosos d e m o-
tivaci ones legale s, religi osas o mora les. Desde este punto de
vista existe una difere n cia abism al enu·e la es tn.1c1u ra d e leal-
tades del régim en feuda l medi eval e uro peo , por ~jem plo, '- ' las
vincu lacion es que la encom ienda estab lece e n Lre las perso nas.
Dent ro del régim en d e la en com ie nda n o ex iste n tipos de
vida ( «roles ») acept ados y leg itimad os e n un a grada ción reco-
nocid a y prote gida por la ley y la costu mbre . Existe n en can1b io
papel es vitale s difuso s, inesta bles. provis io na les. qu e se d esli,An
sinuo sa.me nte hacia el gran pode r --<on e l éxi lo o sin él- al
ampa ro del mime tismo esenc ial , que rige la totali dad de la es-
tructu ra social .
Este mime tismo , que encub re una profu nda clicol o rnía en-
tre el ser y el parec er en el carnp o puram e nte indivi dua) , es uun-
bién el rasgo más notor io de la estruc l ura social en todas sus
di1ne nsion es. Pocas veces en la h isLOrial por eje111plo. es dable
encon trar una distancia tan desco ncert ante, una incon gruen-
cia tan grave, entre la realid ad sodaJ por una parte y por otra
las reglas legales o las racion alizac iones 1norales que prete nden
expli carla o justificarla. El lengu aje de los jurist as, las fórmu las
de los predi cador es eclesiásticos, las argum entac iones de los
gobe rnantes, parec e n destin adas a mixti ficar const antem ente
el verda dero proce so social , a encub rir las inten cione s reales
de las perso nas que utilizan esos meca nismo s expre sivos.
¡.· .· J
Las le.a ltades feuda les, funda das en el réoim º"' e n d e· e 1en te .a
(con las cuale s se• ,ha comp arado .........
....._
1 frecu
· ,
en•-
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. erró nea.
e orno

ment e la asoc1a.. c..1011 que. emer ge d e la e.· n eo m1e .· d ) ·
n a 1mp ¡·1ca-
ban un . pacto . tactto o expre so nPro acep· t.-.d •d d
. . r- UI. o y recon oc1 o, e
presta cione s y con traprestac1ones conc110 rme a Jas cuales se ar-
. • '
.
ucula ban los papeles y funci ones indh,i d ...UdJCS.

- • La conu.enda
· en
LAS ASOCIACION ES INICWES Y U PARTICIPACIÓN EN EL PODER 79

no contiene ese elemento contractu al sino como mera fachada


jurídica. Sus vinculac iones, por la misma razón, resultan incon-
dicionad as, incondic ionales, adhesion es y formas de autorida d
sin normas ni límites algunos.
Por aparente paradoja , esta pugna iITacional por insertars e
en la escala del poder, a la vez que engendr a lealtades autori-
tarias e irraciona les, exacerba el individua lismo anárquic o de
los grupos sociales. La defensa individua l del status es inco1npa-
tible con la aceptaci ón racional de un papel (rol) cualquie ra e
impide hacer uso total de los recursos de la personal idad y de
su contexto . Todo el sistema, aunque agudame nte individua lis-
ta, no produce «persona s» ni personal idades cabales sino en la
cúspide de la pirámide social inestable . Ni las viejas fidelidad es
de la burguesí a europea, ni las moderna s relacione s de clase
entre los individuo s de la actual sociedad capitalista, pueden
compara rse en ningún sentido con ese mimetism o «hidalgu i-
zante» de la sociedad encomen dera.
Estas actitudes se interrela cionan estrecha mente con la
precaried ad de las formas de propieda d del siglo XVI y de la
primera mitad del siglo XVII.
Con excepció n de tierras de labor cercanas a las ciudades o
de predios urbanos destinad os a la construc ción de habitacio -
nes, existe muy escaso interés entre los poblador es hispánic os
por la obtenció n de títulos jurídicos sobre las tierras ocupa-
das o simplem ente pacificad as45 • Se busca ante todo el oro y
el subsidio de la mano de obra indígena , disfrazad a de cobro
de tributos. Por su parte, el indio continúa retenien do sus vie-
jos derechos sobre algunos pocos bienes muebles, pero supo-
sesión de la tierra nunca tuvo antes de la Conquist a carácter
individua l y esa circunsta ncia se mantuvo durante el régimen
encomen dero.
La apropiac ión legal y la utilizació n racionalm ente calcula-
da de bienes económi cos tienen un limitado ámbito de opor-
tunidade s. Con excepció n del oro, el comercio exportad or
colonial no existe en la práctica. Las limitadas ventas de exce-
dentes agropecu arios o artesanal es producid os por los indios
para el pago de tributos, apenas permiten al encomen dero
ejercitar un tenue comercio interregi onal de tales producto s,
con uso bien limitado de moneda46 •
EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA
80
icio-
La auto nom ía eco nóm ica individual estable, está cond
al arbitrario
nad a y abru ptam ente limitada por el pod er soci
, todo ell~
Trib utos , salarios, man o de obr a grat uita o forzada
al.
dep end e de la diná mic a del prestigio polí tico y soci
NOTAS
muis ca, pued en
l. Sobr e estos rasgos estru ctura les de la cult ura
civilización precolom-
cons ultar se: Louis V. Ghisletti, Los mwiskas, una gran
Edu caci ón Nacional,
bina, Edic ione s de la Revista Bolívar, Ministerio de
Bog otá, 1954; Guil lerm o Hern ánde z Rod rígu ez,
De los chibchas a la e~
mbia , Bog otá, 1949;
lonia y a la República, Universidad Naci onal de Colo
, publ icac ione s de la
Sylvia Broa dben t, Los chibchas, Universidad Naci onal
5, Bog otá, 1964.
Facu ltad de Sociología, serie latin oam erica na No.
170, 171 y ss.
2. Louis V. Ghisletti, op. cit., espe cialm ente pp.
3. Ibíd., pp. 170, 171 y SS.
4. Luis Duq ue Gómez, «Prehistoria», Historia
extensa de Colombia,
Vol. I, T. I, Bogotá, 1965, pp. 122-123; Ghisletti, op.
cit., pp. 51 y ss.
5. Ghisletti, op. cit., T. II, pp. 151 y ss.
6. Jose ph Hóff ner, La ética colonial española en el
Siglo de Oro, Madrid,
Edic ione s Cult ura Hisp ánic a, 1957, p. 222.
Tit. I, Cap. CXV.
7. Bart olom é de Las Casas, Historia de las Indias,
está rígid ame nte
8. Deb e reco rdar se que la auto rida d del caci que
iosas y por el culto a
cond icio nada y limi tada por las pres cripc ione s relig
el caci que es el in-
las cost umb res de los ante pasa dos. En ciert o sent ido,
en toda la com unid ad.
divid uo men os dota do de liber tade s individuales
luta de la tradi ción
Su auto rida d abso luta no es sino la auto rida d abso
ame ntad a hast a en sus
y de Ías cree ncia s ancestrales, estri ctam ente regl
muiscas sede ntar ias y
men ores detalles, al men os entr e las com unid ades
otra s afines com o las de los «arawaks».
9. Esta disti nció n, elab orad a por Ferd inan d Tóe
nnis y popu lariz ada
s de unid ad social
por Max Web er cont emp la dos tipos fund ame ntale
ino «com unid ad» ex-
corr espo ndie ntes a dos tipos de volu ntad . El térm
lsa a los indiv iduo s a
pres a la volu ntad espo ntán ea y orig inal que impu
el térm ino «sociedad»
vivir en com ún la total idad de su vida cons dent e;
a a los indiv iduo s a
man ifies ta la volu ntad expr esa y selecti~a que incit
ndie ntes .
pers egui r sus objetivos parti cula res pero inter depe
s y polít icos espa-
10. La voz «República» es utilizada por escr itore
coaj unto de la socie-
ñole s desd e ante s del siglo XVI en la acep ción de
esen tativ o mod erno .
dad y el Estado, y no en el sent ido repu blica no repr
L\S ASOCL-\OONES I?\'ICIAf.ES Y Li\. PARTICIPACIÓN EN EL PODER 81

En otras ocasiones los juristas la utilizan para referirse al municipio, con-


siderado como estructura ejemplar de la asociación política. Frases tales
como «para el bien de la República» son comunes en las actas capitula-
res de los municipios.
11. Ghisletti, o-p. cit.
12. Ibíd.
13. l/Jíd.
14. Ibi,d.
15. Francisco Guillén Chaparro, Carta del Oidor del Nuevo Reino de
Granada, don Francisco Guillén Chaparro, en que se refieren los usos y
costumbres de los indios de la Tierra F1ia en aquel Nuevo Reyno. Fecha
en Santa Fe a 17 de marzo de 1583. Archivo General de Indias, Patronato
27, Ramo 34, Carpeta: Santa Fe.
16. Luis Duque Gómez, op. cit.
17. Juan Friede, Documentos inéditos para la historia de Cowmbia, Aca-
demia Colombiana de Historia, Bogotá, 1960. La recopilación incluye
numerosos documentos referentes al problema.
18. Antonio lbot León , La arteria histórica d.el Nuevo Reino de Grana-
da, Bogotá, 1952; Vicente Restrepo, Estudio sobre las minas de oro y plata en
Cowml;ia, Imprenta del Banco de la República, Bogotá, 1952.
19. Antonio Ibot León, üp. cit.;Juan Friede, «De la encomienda in-
diana a la propiedad territorial y su influencia sobre el mestizaje», Anua-
rio colombiano de historia social y de la cultura, Universidad Nacional de
Colombia, No. 4, Bogotá, 1969, pp. 35, 61.
20. Joseph Hoffner, o-p. cit., p. 255.
21. José María Ots Capdequi, El Estado español en Indias, México,
Fondo de Cultura Económica, 1957, p. 35.
22. Sobre el problema ético y jurídico relativo a la condición de los
indios, ver Hóffner, o-p. cit.; Silvio Zabala, Fiwsofia de la Conquista, México,
Fondo de Cultura Económica, 1947; Ramón Menéndez Pidal, El Padre
Las Casas, Madrid, Espasa Calpe, 1963, entre otros autores.
23. Luis de Valdeavellano, «Historia de España», Manual,es de Revis-
ta de Occidente, Vol. II, Madrid, 1956; Américo Castro, La realidad histórica
de España, México, Editorial Porrua, 1952; Femando Guillén Martinez,
Raíz y futuro de la revolución, Bogotá, Ediciones Tercer Mundo, 1963; Jai-
me Jaramillo Uribe, El pensamiento colombiano en el sig!,o XIX Bogotá, Edi-
ciones Temis, 1964.
24. Aunque las investigaciones sobre el número y procedencia geo-
gráfica de los «pasajeros a Indias» son aún insuficientes, es ya histórica-
mente indudable que la mayor parte de los pobladores procedían de las
regiones vinculadas a Castilla, donde desde los tiempos del Cid era noto-
ria la abundancia de pequeños hidalgos y caballeros así como de labra-
dores libres. Es la tierra de los «infanzones» y los «caballeros villanos».
Cf. Ramón Menéndez Pidal, La España del, Cid (4ª. edición totalmente
revisada y añadida), Madrid, Espasa Calpe, 1947.
82 EL PODER POLÍTIC O EN COLOMB IA

Juan Friede consid era que el proble ma históri co de. conoce r la p ro-
cedenc ia geográ fica de los españo les emigra ntes a Indias está estrecha-
mente relacio nado con la necesid ad de estable cer la estruct ura cultura}
de la nueva socied ad americ ana. Su capítul o sobre «los emigra ntes a
Améric a» (Histor ia extensa de Cowmbia, Vol. II, Cap. VIII) contien e un ex-
tenso análisis sobre el asunto. Debe consult arse igualm ente el Capítul o
V ( «Los estame ntos sociale s en España y su contrib ución a la emigra ción
a Améric a»), donde asevera : «Apena s hay que insistir en la import ancia
que para la compre nsión cabal de la historia de Améric a represe nta el
estudio de la proced encia local de la masa de emigra ntes que se volcó
sobre las tierras recién descub iertas. Pues cada emigra nte trajo consigo
el complejo regi,onal que subsiste aún en diversas comarcas de España y que fue
más intenso todavía en el siglo XVI... » . «... Desafo rtunad amente la investi-
gación sobre esta faceta del grupo emigra torio está apenas en ciernes . Se
han publica do estudio s esporád icos sobre la proced encia regiona l de los
primer os emigra ntes, que coincid en en señalar , por su orden de impor-
tancia, Andalu cía, Extremadura, Castilla la Vieja y Castilla la Nueva, como
las comarc as que aporta ron un mayor conting ente a la coloniz ación de
Hispan oaméri ca de los siglos XVI y XVII. Las cifras varían entre el 73%
y el 79% de la emigra ción total». (Op. cit., pp. 80-81).
25. Améric o Castro, op. cit., p. 94.
26. Sobre poder social y económ ico en el contex to de la cultura
ibérica ver Améric o Castro, op. cit., Cap. VII; Alfons o García Valdec asas,
«El hidalgo y el honor» , Revista de Occidente, Madrid , 1958.
27. Las fórmul as jurídic as por medio de las cuales eran enco-

'
1
1
menda dos los indígen as revelan sin lugar a dudas que uno de los fe-
nómen os mejor percibi dos por los españo les fue la imposi bilidad de
conseg uir la obedie ncia del grupo indígen a, la prestac ión de servicio s
de todo tipo y un eficaz recaud o de los tributo s, si no respeta ban las
estruct uras de parent esco de los aboríge nes. Aunqu e confus amente
percibi das puesto que siempr e ignora ron la natura leza de tales estruc-
turas y, por tanto, el tipo específ ico de relacio nes sociale s a las cuales
daba lugar su nivel de compre nsión del fenóm eno permit ió que por lo
menos durant e un $iglo y medio el sistema de encom ienda funcio nase
eficazm ente en alguna s regione s del país. Básica mente en aquella s que
estaba n ocupad as por las comun idades mwiskas. De este modo, el gru-
po encom endado era design ado con el nombr e de su caciqu e O de los
indios «capita nes»; esta última designa ción, de claro corte españo l, es
probab lement e indicio de la existen cia de ciertas relacio nes de paren-
tesco que fueron percibi das de maner a más vaga aún que la de «caci-
cazgo» . Syl'?a Br~adb ~nt las ha design ado con el nombr e de «partes »
e~ su estudio ~rnba citado sobre «Los Chibch as», pero en alguna s re-
giones colomb ianas, co~o. el Cauca, grupos indíge nas son design ados
con el nombr e de «parcia hdades » y obedec en institu cionalm ente a un
«capitá n», aún hoy.
I.AS ASO CIACIO NES INICIALES Y LA PARTICIPAOÓ?\ EN EL PODER 83

A título de ilustración transcribimo s este ejemplo: «Don Carlos, por


la Divina Clemencia Emperador Semper Augusto ... etc. por hacer bien y
merced en vos, Pedro de Arévaw, vecino de la ciudad de Pamplona, acatan-
do los servicios ... etc. es nuestra merced y voluntad de vos encomendar,
como por la presente vos encomendam os, en los términos e jurisdicción
de la dicha ciudad de Pamplona, dos indios capitanes llamados, el uno
Acalum y el otro Tararoma, que están poblados de la otra banda del río
que los españoles dicen el no de la Gruña y confinan con otro pueblo que
se dice Otorora, con sus capitanes e principales indios a ellos sujetos ... etc.
Luis E. Páez. Courvel, «Las encomiendas de Pamplona en los siglos XVI y
XVII», pp. 424-425 , en Primer Libro de Actas del Cabildo de la Ciudad tk Pam-
plona en la Nueva Granada, 1552-1561, Biblioteca de Historia Nacional,
Vol. LXXXII, Bogotá, 1950.
Más adelante el grupo indígena seguía siendo encomendad o en ca-
beza de su cacique «con todos los capitanes e indios a él sujetos y per-
tenecientes». Entre la multitud de documentos que atestiguan sobre las
funciones del cacique como garante del pago de los tributos y encargado
de velar por la prestación de los servicios, bástenos citar el siguiente,
referente al pueblo de Soacha, año de 1620 ...
«En el dicho pueblo no había cacique porque un indio llamado don
Diego que lo había sido estaba ya decrépito e incapaz por el cual y por la
necesidad que había de quien cobrase las demoras y requintos, acudiese
a los servicios personales y a las demás cosas que entre los indios se ofre-
cen ... ». (ANC, Fondo Caciques e Indios, 70 f. 125r/. En Broadben~ op. cit.,
Apéndice 2º, p. 45) .
Una mirada a las listas de encomiendas --que serán publicadas pos-
teriormente en un apéndice a esta obra- en las provincias de Santa
Fe, Tunja, Vélez y Pamplona permite obsenrar cómo los nombres de los
antiguos caciques pasan a ser más tarde toponimias. Así, por ejemplo,,
en las diligencias hechas contra Hemán Pérez de Quesada en Santa Fe
en el año de 1543 aparecen pasajes como el siguiente: « ••• Ítem si saben
que el señor nombrado Guatavita, señor principal de este reino ... etc.,. .
Uuan Friede, Documentos inéditos para Úl historia de Co/,ombia, Vol. VIl, p.
22, Bogotá, 1955. Véase igualmente Broadbent, op. cit., p. 17). Pero no
solamente en las provincias mencionadas puede obsenrarse este fenóme-
no: a la llegada de los españoles a Santa Marta encontraron muy cerca
un «pueblo» indígena pertenecient e probablemente a un grupo de la fa-
milia Kogi y cuyo jefe era el cacique Bonda, nombre que hoy ostenta una
localidad cercana a la ciudad mencionada. En una relación del contador
Rodrigo de Grajeda, factor de Su Majestad en la provincia de Santa Mar-
ta se lee: « .•. Sepa Vuestra Majestad que después que los indios y caciques
de la tierra supieron que habían dado las heridas y puñaladas al dicho
Rodrigo de Bastidas se tomaron a alzar con toda la tierra, en especial
un cacique que se dice Bonda, que es señor de todos los caciques de la
provincia ... » año de 1529. (Juan Friede, op. cit., Vol. II, p. 67). Bondafue
LÍTICO EN COLOJ\.IBIA
84 EL PODER PO

. _ mó un repartimiento d e la provincia (op


precisamente el nomb1 e que to ·
cit. , Vol. I, p. 17). de parentesco v solidar·d 1
Al contrario allí donde la eSlructura . . · act
. , ' d ' bºl
1 0
fue impercepnble a los OJOS de los espa-
de! grupo md1gena era e , · ·bl 1
- . , d IOs naturales resulto 1mpos1 e y a a larga
noles la encomendac10n e . d' .
' . , . . , d la mano de obra 111 1g e na servil en la
ello ocas10no la desapanoon e .
· l rmente mteresante a es te respecto es
zona. Un documento parucu a ., .
e 1 d e l os autos so b re la funda ción poblac10n v apunralam1ento de la
, · . .
ciudad de Nuestra Señora de los Remedios, zona ~nm e r ~ situad ~ en el
actua1 d epartan1en to d e AntI·oqtiia , en el año de 1.'.J 72 ( ve ase Apendice
documental). . . .
Se declara allí respecto de los indígenas que «no hay ca ciq~ies m pnn-
cipales a quien obedezcan » y luego se menci~na un rasgo sooal comple-
mentario, seguido de un ingenuo comenta.no: «No se _ha hallado que
tengan sitios ni santuarios ni adoratorios, ti~nese por o e:10 que a es~
causa mediante la dibina gracia en brebe uempo vendrán en conoo-
miento de nuestra santa fe siendo doctrinados».
Esta carencia de solidaridad religiosa entre consanguíneos corres-
pondiente a la ausencia de una autoridad centralizada del clan, trajo
consigo grandes dificultades para la asignación de las encomiendas.
No hubo conocimiento concreto del número de indios sujetos a repar-
to: «lo que hasta aquí de las casas e naturales que han señalados en este
apuntalamiento se ha podido saber es que en cada casa ay dos indios
casados e algunos no, aunque estas de como son pocas e por estar mu-
chos de los indios naturales en rancherías no se ha podido berificar___ ,.._
En consecuencia, el capitán Lope de Salcedo hubo de conformarse con
adjudicar a cada beneficiario un número de casas de indios, sin especifi-
car el número de sus posibles habitantes, aunque indicando las toponi-
mias aborígenes. Solo en algunos casos se indica de manera titubeante
el nombre de algúnjefe indígena: «e asi mesmo en las provincias Ortuna
dozientas casas con un yndio o pueblo llamado Yngurina e otro llamado
Guagua e otro Cuna».
De este modo los nombres propios de los caciques no llegaban a
convertirse en toponimias, pero tampoco se conseguirá la obediencia
organizada de los indígenas, que se dispersan y son sometidos muv ~
ficilmen te por la violencia o cazados para esclavizarlos en el beneficio
minerou. Se t:ra~a, sin duda, de grupos de procedencia Kmib,, qui~
nes como sus panentes ~el sur7 pan.ches,, pija~ quin.días,. pantagol"05,.
eran notables por su aptnnd guerrera y su ausencia de núcleos cbJ&
les or~ados y pe~anentes perceptibles a los ojos de los españoles
(Duque Gómez, ap. at.• Cap. X,, «El origen de las culturas indígenas de
Colombia»).
28. Magnus Mómer, <(Comunidades indígenas,. en An - ~
úiano de historia social y de la cultu:r~ Universidad Naci~naL N 0ua;1ºvoL ¡_
Bogotá, I 963, pp. 65-67. ·- - •
LAS ASOCIACIONES INICIALES Y LA PARTICIPACIÓN EN EL PODER 85

2~- ~n tér1:1in?s generales, la imposición de un tributo a la pobla-


ción md1gena sigmfica para esta la exigencia de producir un exceden-
te económico destinado a satisfacer las necesidades de alimentació n y,
en general, de consum~ de una población blanca en crecimiento que
consideraba como un signo de prestigio y de elevada posición social
el ocio y por lo menos el no realizar labores comprendid as en la órbi-
ta de la producción material. Bajo la forma del tributo rendía algo así
como la mitad de su tiempo de trabajo al encomende ro sin contar con
la multitud de exacciones ilegales a las que era sometida y de las cuales
quedan abundantes testimonios en los informes de los visitadores y en
otros documento s de la época. (Ver, por ejemplo, las disposicione s del
visitador Obando sobre trabajo por concierto de los indios y el pago de
sus salarios, fechados en abril de 1621 y referentes a los pueblos de Ten-
za, Somondoco , Suta, Guateque y Súnuba. En Fuentes colombi,anas para la
historia del trabajo en Colombia, pp. 224-235).
Las tasaciones de tributos hechos en especie incluían generalmen te
una tasación alternativa en dineros para aquellos indígenas que reali-
zaban trabajo por concierto; la siguiente tasa fue hecha por don Juan
de Valcarzel en la visita que realizó a la provincia de Tunja en los años
de 1635-1636. «El pueblo de Súnuba de don Diego Núñez por veinte y
seis yndios útiles, y los de Guateque que agregados con ellos de Juan
de VaUejo por treinta y ocho yndios tributarios, está tasado cada uno de
ellos, a que den y paguen a su encomende ro de demora y tributo cada
un año dos mantas de algodón buenas blancas de la marca y dos galli-
nas de por mitad por SanJuan y Navidad de cada un .año comenzand o
a cobrar el tercio de San Juan de treinta y seis, y de allí en adelante
las demás pagas, y el yndio ocupado legítimame nte que no pagare la
manta pagare por ella tres patacones cada tercio y más la dicha gallina
de demora ... ». (Relación de Rodrigo Zapata, publicada por el Anuario
colombiano de historia social y de la cultura, Vol. 2, p. 428. Por la misma
época una gallina se tasaba en 2 reales, lo cual da un tributo anual de 6
1/2 patacones (de ocho reales). Puede suponerse que en el momento
de la visita de Obando la tasa no era menor. Y aun cuando al tasar en
4 tomines semanales el precio del trabajo de un conceFtado en estas
parcialidade s el visitador Obando deja entrever su intención de .q ue
el tributo no exceda la cuarta parte o a lo más la tercera parte, parece
que en la época no se pagó efectivamen te más de 14 patacones anuales
por el trabajo de un indígena (Fuentes colonial.es, pp. 227, 277, 294).
El concierto tenía una duración de seis meses y las propias disposi-
ciones legales dejan entrever que los salarios equivalían_ al valo~ del
tributo: «Se mandó a los dichos corregidore s que los ynd.ios que estu-
viesen de servicio en las labores de guarda y cría de los ganados de los
encomende ros y de los demás labradores circu~vezin os ~ cada pue-
blo sólo los concertado s por seis meses remundand ose saliendo unos
Y entrando otros en su lugar, para que en los otros seis meses del año
86 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

y pag ~ con ellas sus tribu.


tuvi esen tiem po par a fabr icar sus man tas
res part:Iculares gran xen as ,
tos y requ into s y acu dir a sus mis mas labo
y min iste rios de los hato s)' e;
apro vec ham ient os y a los dem ás servicios
ellas gan en sala rios yjorna-
tanc ias de labo res com arca nas par a que en
o si real men te los indígenas
les ... ». (Rodrigo Zapata, op. cit., p. 460 ). Per
tas ade más de «aplicarse a
hub iese n teni do tiem po de fabr icar sus man
s y esta ncia s comarcanas))
los dem ás servicios y min iste rios de los hato
n sob rado .
las tasa cion es alte rnat ivas en dine ro hub iera
extr ema miseria. Habien-
Los indi os pan che s en 1779 se que jan de su
aii.os ante s en dos tomines de
do sido tasa do el trib uto individual cinc o
er poc o más de un año que
oro , que no cub rier on: «y hast a que pud e hab
ra y tasó a cad a indi o en tres
visitó aqu ella tierr a el seño r Lice ncia do lbar
ba de algo dón limp io el cual
fane gad as de maíz, seis gallinas y med ia aiTo
tasa y el requ into se cobrase
en muc has part es no se hac e y que la dich a
que cob ra a cad a indi o siete
de los indi os en especies con form e a la tasa
de algo dón en cad a año ... ».
alm ude s de maíz, una gallina y dos libras
). Los indi os no pud iero n
(A.H.N.B., «Caciques e Indios», T. XX, F. 798
pasa do y el que al presente
pag ar, «sobre cuya cob ranz a el corr egid or
se tran scri be en el Apéndice
nos han teni do presos ... ». (El doc ume nto
doc ume ntal ).
del trab ajo en Colom-
30. Cf. «Fuentes coloniales para la historia
o Nacional de Colombia, de
bia», Tran scri pcio nes del Archivo Históric
Pue den consultai·se muchos
G. Col men ares , M. de Melo y D. Fajardo.
pp. 214, 216, 279.
doc ume ntos sobre el tema. Ver, por ejemplo,
renc iaci ón social en el
31. Jaim e ]a.ramillo Uribe, «Mestizaje y dife
d del siglo XVIII», en En-
Nuevo Reino de Gra nad a en la segu nda mita
Nac iona l de Colombia,
sayos solYre historia social colombiana, Universidad
Bogotá, 1968, pp. 196-203.
del trabajo en Colom-
32. Cf. «Fuentes coloniales para la historia
bien con ocid as las innu-
bia». Tam bién Vicente Restrepo, op. cit. Son
trata mie nto al cual fueron
mer able s quejas a las cuales dio luga r el
servicios, part icul arm ente el
sometidos los indígenas obligados a pres tar
ame nte adversos a la pobla-
de trabajo en las minas. Los efectos trem end
su rápi do dec reci mie nto en
ción indí gen a pue den inferirse al observar
ndic e doc ume ntal incluye
una lista de enco mie nda s y cuadrillas. El apé
a lista de las Encomiendas y
-co mo caso ejem plar izan te- una exhaustiv
los siguientes datos:
cuadrillas de Muz.o de la cual hem os extractado
LAS ASOCIACIONES INICIALES Y 1A PARTICIPACIÓN EN EL PODER 87

1617 1629 1642-1643


Total Útiles Total Útiles Total Útiles
Canipa 346 98 153 56 40
Cuadrilla 54 13 11
Chizo en Topo 248 72 39 18 8
Cuadrilla 39 15 10
Hatico 347 82 199 50 45
Cuadrilla 30 10 9
Jstamo y Puripi 233 53 87 22 15
Cuadrilla 13 7 10 7 4

Fuentes: Para 1617 y 1629,José Mojica Silva, «Relación de visitas co-


loniales: pueblos, repartimientos y parcialidades indígenas de la provin-
cia de Tunja y de los partidos de La Palma, Muzo, Vélez y Pamplona»,
Tunja, 1948, y Juan Friede, «Las minas de Muzo y la peste acaecida a
principios del siglo XVIII en el Nuevo Reino de Granada», en el Boktín
Cultural y Bibliográfico del Banco de la República, Vol. IX, No. 9, 1966. Para
el año de 1643 el documento de Rodrigo Zapata en «Encomiendas, en-
comenderos e indígenas tributarios del Nuevo Reino de Granada en la
primera mitad del siglo XVII», Anuario colombiano de historia social y de la
cultura, Vol. I, No. 2, Bogotá, 1964. (En los años en que se hallaron cifras
para una misma encomienda en Friede y en Mojica se prefirieron las del
segundo).
En 1676 trece indios de Simijaca, pertenecientes a la encomienda de
Gonzalo de León Venero, fueron enviados a !bagué para prestar servicios
en las minas de plata, labradas en ese momento por José Días Cabeza de
Vaca. Al cabo de un año y un día los indios no habían recibido sus sala-
rios, pactados en plata, maíz y carne, con el pretexto de que algunos de
los aborígenes se habían retirado antes de tiempo. Esos pocos ausentes
explican su deserción «por haber enfermado algunos y no tener con qué
sustentarse y haber ido sin sus mujeres» y porque «se retiraron a ocupar
y a convalecer» y «por solo diez y nueve días que faltaron de servir con
los demás compañeros» se ocasionó la negativa de la paga. Como con-
secuencia, dicen los indios por intermedio del indio fiscal de Simijaca,
Andrés Tere, y del protector de naturales, «estos indios están pereciendo
fuera del pueblo y pasando extremas necesidades como se da a enten-
der de su miseria». (Ver Apéndice documental, A.H.N.B., «Caciques e
indios», T. XXX, F. 151 y ss.). Es obvio que la diferencia del clima y de la
~tura entre Simijaca e lbagué, tanto como la desacostumbrada tarea mi-
nera, afectaron somáticamente a los indígenas que prestaban el servicio.
33. Antonio lbot León, op. cit.
34. Ver, por ejemplo, «Fuentes coloniales», pp. 134 y ss. A.H.N.C.,
«Caciques e indios», T. XXX, F. 151 y ss.
35. Fuentes colonial,es, documentos diversos.
EL PODER POLÍTICO EN COLOMBL-\
88

36. <<Descripción de la ciudad de Tunja, sacada de las informacio-


nes hechas por la justicia de aquella ciudad en 30 de mayo de 1610>>,
citadas por Luís Duque Gómez, op. cit., p. 128.
37. Fuentes colonial.es, pp. 220 y ss.
38. Aduciremos un ejemplo en apoyo de esta afirmación: en el año
de J714 Juan de Silva de la ciudad de Tunja promovió un pleito para
que le amparasen en la posesión de una estancia de pan y ganado mayor
situada en el Valle de Sátiva y llamada Baracuta; tal estancia pertenecía a
María Martín, su mujer, quien la había heredado de su abuelo, don Juan
de Mayorga, cacique que fue del pueblo de Sátiva y a quien se le había
hecho merced de estas tierrac, en el año de 1548. El título original del
cual reposa copia en el pleito rezaba así: « . .. y habiendo visto los señores
la merced hecha a don Juan de Mayorga por Su Majestad se le mandó
darle posesión por los dichos señores y se com eti ó a don Diego Calderón
para que amparara al dicho cacique don Juan de Mayorga en la dicha
estancia y le diese posesión libremente conforme a la cédula y pedimen-
to ... » . (A.H.N.C., Visitas de Boyacá, Tomo I, Folios 1024 r. a 1026 v.).
Véanse por extenso los pleitos de Sátiva en el Apéndice documental.
39. Es bien conocida la existencia de caciques mestizos en la anti-
gua provincia de Tunja a pesar de las prohibicione s reales. Cno de ellos
el famoso cacique de Turmequé, don Diego de Torres. Ulises Rojas, El
cacique de Turmequé y su época, Tunja, Imprenta Departamen tal, 1965.
40. La provisión de los cargos de regidores se hizo comúnment e si-
guiendo las indicaciones y súplicas del propio Cabildo de la ciudad, por
lo cual, aunque la merced era concedida directament e por la Corona,
en la práctica equivalía a un sistema de cooptación. Más tarde, al gene-
ralizarse la venta de los empleos públicos las élites locales fortalecieron
su control del municipio. Los amplios poderes de los municipios colo-
niales desbordaron los límites de las leyes escritas. Ver especialmen te
«Contribuci ones a la historia municipal de América», Rafael Altamira y
Crevea, «Plan y documentac ión de la historia de las municipalid ades en
las Indias Españolas (siglos XVI - XVIII) >, . Francisco Domínguez y Com-
pañy, «Funciones económicas del Cabildo colonial hispanoame ricano,.,
Instituto Panamerica no de Geografia e Historia, México D.F. , 1951.
41. Magnus Mórner, op. cit.
42. Américo Castro, op. tit. , pp. 54 y ss.
43. Bastaría citar Fuenteavejuna, de Lope de Vega, o El alcalde de Zala-
mea, de Calderón , para dar cuenta de la tendencia igualitarista heredada
de los fueros medievales.
44. Samuel H. Flowerman, <-< La personalida d autoritaria», en Pen-
samiento político moderno, compilación de William Ebenstein, Taurus
Edidones, Madrid, 1961 ; Femando Guillén :M artínez, «Patemalism ,
Individualism and the Strategy of the West», en Latín America.-n Polít-ic.s,
Econom.ic.s and Hemispheric Secu.ri.ly, Edited by Nonnan A. Bailey, Published
lAS ASOCIACIONES INICIALES Y 1A PARTICIPACIÓN EN EL PODER
89

for Strateg ic Studie s, Praege r Special Studie s in Intern ationa l Politics


and Public Affairs, Federi ck A. Praege r Publis her, New York, 1965.
45. Juan Friede , «De la encom ienda indian a a la propie dad territo -
rial y su influe ncia sobre el mestizaje», en Anuari o colombiano de historia
social y de la cultura, Unive rsidad Nacion al de Colom bia, No. 4, Bogotá
,
1969.
46. La escasez de moned a circula nte es queja más que frecue nte de
los altos funcio narios coloni ales. Todav ía a finales del siglo XVII, en una
zona miner a se hubo de orden ar la forzosa circula ción de oro acuña do
legalm ente y se prohib ieron los pagos hecho s en polvo de oro (Emilio
Robled o, Bosquejo biográfico del Oidor Juan Antoni o Mon y Velarde, public a-
ciones del Banco de la Repúb lica, Bogotá , 1954).
Por otra parte, los encom endero s recibía n en gran parte los tribu-
tos indíge nas en especi e y los indios concer tados eran pagado s de igual
maner a por quiene s utiliza ban sus servicios forzosos (ver Apénd ice do-
cumen tal).
CAPÍTULO 4

LA ENCOM IENDA Y EL PODER POLÍTI CO

Es menester analizar las relacione s entre la encomie nda y la


participa ción en el poder político, bajo dos aspectos: a) la pre-
dominan te posición de las regiones encomen deras respecto
del ejercicio de la autorida d gubernat iva con relación a otras
zonas y b) la influenci a alcanzad a por los encomen deros y sus
dependie ntes en las decisione s públicas en esas regiones privi-
legiadas.
Adiciona lmente es necesario explicar cómo se crean a tra-
vés y por medio del tejido social formado por la encomie nda,
los canales de ascenso social en la medida en que coincide n
con los canales de participa ción política individual.

LA SEDE GEOGRÁFICA DEL GOBIER NO

Las obvias ventajas geográfic as que represen taban desde el


punto de vista de las comunic aciones las primeras fundacio nes
españolas en el litoral Atlántico o en las riberas del río Magda-
lena (Santa Marta, Cartagen a, San Sebastián de Urabá, Mom-
pós), y la riqueza aurífera vinculad a a las nuevas ciudades del
sur y del noroeste (como Cali, Popayán, Cartago y Anserma )
parecían ser decisivas en la primera mitad del siglo XVI para
la elección de las sedes gubernat ivas de los nuevos territorio s.
En otras regiones american as tales considera ciones determin a-
ron la radicació n de los poderes públicos predomi nantes en si-
tios como Caracas, Buenos Aires o Lima. En las colonizac iones
inglesas posterior es en la América del Norte,ju garon también
un papel fundame ntal.
92 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

Si solamente se consideraran las condiciones económicas


regionales dentro del marco internacional de un naciente mer-
cantilismo, la primacía política hubiera debido pertenecer a las
regiones que como la legendaria Buriticá (actual departamen-
to de Antioquia) o zonas como Neiva, Chocó o Pamplona, re-
velaron la mayor riqueza de metales preciosos. Duque Gómez 1,
aduce que la cantidad de oro obtenida en esas zonas durante
dos siglos es realmente incalculable y podría esperarse que esa
circunstancia (como aparentement e ocurrió con la riqueza ar-
gentifera de Potosí) determinaría la preponderanc ia política
de esa región, de un modo incuestionable .
No ocurrió así. Apenas en 1550, el poder político y la pri-
macía eclesiástica, pasaron a residir en las zonas encomenderas
de mayor permanencia (Tunja y Santa Fe) a expensas de otras
regiones. Es interesante anotar que el primer presidente del
Nuevo Reino, Miguel Díez de Almendáriz, devolvió a los en-
comenderos designados por los hermanos Quesada, las enco-
miendas de las cuales los había privado el gobernador de Santa
Marta, Alonso Luis de Lugo 2 •
En 1553, a petición de Felipe II3, el Papa dispuso que la
Catedral y el Cabildo Eclesiástico de Santa Marta se traslada-
ran a Santa Fe, «erigiéndola en metropolitana : con los obispos
sufragáneos de Cartagena y Popayán desamembrad o éste del
Arzobispado de Lima, y aquél de Santo Domingo, quedando el
de Santa Marta reducido a Abadía» 4.
Así, pues, hacia 1550 la zona de Tunja y Santa Fe recibía,
por influenda de los encomenderos , la totalidad del poder po-
lítico sobre las regiones geográficas que luego habían de cons-
tituir el «Nuevo Reyno de Granada».
Este auge político de la región central andina coincide con
la circunstancia de que ahí existe y va a perdurar notablemente
una numerosa población aborigen relativamente sedentaria,
que repartida en encomiendas sirve como base para la organi-
zación de una ,e conomía estable a pesar de su desvinculación
con el comercio internacional. Hacia 1640, en Santa Fe había
aún encomiendas hasta de 400 y más indios tributarios y las de
Tunja eran casi igualmente poderosas.
En contraste, .d e cerca de cuarenta caciques y pueblos en-
comendados por don Pedro de Heredia, en 1541, en Mompós,
! J\ FN<:OMll<NDA Y FI. 1'01)1':I{ 1'01.ÍTIC:O 9~

solamente puede n reconocerse cinco en la relación hecha por


el visitador Juan de Vi!Jabona en 1.611, aunque es verdad que
quizá existieron errores graves por parte de Heredia al rnencio-
nar e identificar los primitivos asientos de los grupos claniles.
Pero de todas suertes, Villabona no encontró en la provincia de
Cartagena encomiendas con m{ts de 80 tributarios y sí algunas
que contaban con no más de seis, cuatro y hasta dos indios de
servicio. La boga del río Magdalena, áspero y brutal servicio al
cual sometieron los encomenderos a sus numerosísimos indios
iniciales, quebrantó la estructura de los grupos aborígenes,
arruinó sus formas de producción y diezmó a sus miembros.
El precio de todo ello fu e el desmedro político, íntimamente
relacionado con este proceso cultural y demográfico.
Otras regiones, como las comprendidas entre Cartagena y
Anserma, riquísimas productoras de oro·'> y cuyas posibilidades
metalúrgicas aún no están suficientemente exploradas, vieron
perecer rápidamente las cuadrillas indígenas en el laboreo
minero y con ello se hizo imposible la relativa perduración
e importancia de las encomiendas. Igual proceso tuvo lugar
en la zona de Neiva y parcialmente entre los tributarios de los
encomenderos de Popayán en el Chocó y en la Hoya del río
Cauca.
A pesar de que la exportación de oro es la única fuente
de recursos del Nuevo Reyno para obtener las mercancías eu-
ropeas y de que la producción interna de textiles es quizá la
única y tenue actividad industrial, las regiones auríferas o los
centros urbanos cercanos a ellas jamás alcanzan la importan-
cia política que podría esperarse de su lucrativa producción.
Aun cil:1dades relativamente prósperas y notables como Santa
Fe de Antioquia, apenas representan la importancia guberna-
mental mínima de esas regiones, en comparación con el poder
gubernativo que se engendra y se ejerce desde el centro de los
altiplanos centrales del país. Y ello, a pesar de que en Antio-
quia se operó la formación de grandes latifundios durante el
siglo XVll6•
En otras zonas, como los Llanos Orientales, los españoles
se encontraron con grupos indígenas seminómadas con una
esctructura social dificilmente adaptable a las necesidades de
la encomienda. Allí la tasa de los indios fue casi imposible,
,

EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA


94

igual que el intento de mantener reducidos y reunidos a los hi-


potéticos tributarios. Las tasas que se conservan, para diversas
fechas, muestran la anarquía reinante en el esfuerzo por oh.
tener una tributación estable y cualquier cosa como pago de las
obligacione s indígenas 7• Ni la población ni la energía política
llegan a tener importanci a. Se trata de regiones «marginales»
desde el punto de vista del poder, a pesar de las ilusiones que
sobre ellas se hicieron reiteradam ente los conquistad ores, los
8
misioneros y los altos funcionario s de la Corona • Y tampoco en
este caso puede explicarse la situación por simples razones de
determinis mo geográfico-económico.
Ni la pesquería de perlas del litoral vecino a Santa Marta,
ni el oro chocoano y antioqueño , ni la riqueza esmeraldífera
de Muzo, ni el tráfico comercial cartagener o fueron suficien-
tes para adquirir y mantener predomina ncia política sobre el
conjunto del Nuevo Reyno de Granada, cuando faltaron las
condicione s culturales y demográfic as indispensa bles para la
perduració n de la encomiend a.
Santa Fe, a menos de medio siglo de iniciada la coloniza-
ción, se convirtió en la capital de un vasto territorio, subordinó
a las provincias mineras del noroeste y del noreste y alcanzó la
primacía eclesiástica, a pesar de las dificultade s casi invencibles
de su acceso desde el mar y de las fragosas comunicac iones con
los otros puntos de las regiones que quedaron bajo la jurisdic-
ción de la Real Audiencia y del presidente del Nuevo Reyno.
Desde entonces, su estilo de vida y su peculiar concepción
de las relaciones sociales, convirtiero n a los encomend eros de
Santa ·Fe, de Tunja, de Popayán o de Vélez, en los árbitros
de la vida política del naciente país y condiciona ron radical-
mente la forma del proceso social en las demás regiones, de
modo paulatino.

LOS ENCOMENDEROS YEL PODER REGIONAL

La primacía social del encomend ero colocó fácilmente en sus


manos los cabildos de las nuevas ciudades y los oficios conce-
ji!e~ de el~os dependien tes. Así se ve 1( en un ejemplo caracte-
nst1co) como en 1650, el capitán Francisco de Colmenare s
es encomend ero de los pueblos de Bosa, Soacha y sus añejos
LA ENCOMIENDA Y EL PODER POLÍTICO 95

y a la vez alc~ld~ ordinario de ~a~ta Fe además de lo cual so-


licita nueve indios para el serv1c10 de mita en una hacienda
9
suya en la tierra de Tena • Los cabildos de las ciudades de las
zonas del altiplano están compuestos casi exclusivamente por
encomenderos o por sus subordinados, parientes o allegados
y todas las decisiones que afectan la vida pública quedan en
sus manos.
Estas decisiones no son pocas. Los cabildos, además de
ejercer autoridad administrativa sobre las ciudades y las zonas
circunvecinas, reciben muchas veces la potestad de mercedar
tierras, eligen los alcaldes ordinarios, controlan y coordinan la
vida económica urbana y tienen la potestad de recibir las ins-
trucciones de las autoridades superiores, suspendiendo indefi-
nidamente los efectos de cualquier medida, mientras se surten
interminables apelaciones (casi siempre falladas finalmente a
su favor) mediante la famosa fórmula del «se obedece pero no
se cumple». Y ello, aun tratándose de cédulas reales 1º.
Un caso típico se produce cuando el licenciado Armen-
dáriz intenta hacer cumplir las Leyes Nuevas que prohibían a
los encomenderos vivir entre sus indios. El Cabildo de Santa
Fe, el 24 de septiembre de 1547, suplica la suspensión del man-
dato, alegando entre otras curiosas razones, que si los enco-
menderos no viven entre sus indios no «podrían los señores
sustentar tantos huéspedes y soldados como sustentan, dándo-
les mantenimiento en sus casas», alusión más que clara sobre
la índole de la asociación de clientela que conforma en ese
momento la encomienda11 •
Esta vía de suplicación era un arma política de probada efi-
ciencia. En la cuestión aludida atrás, las decisiones reales que-
daron suspendidas. Y aunque más tarde se ratificaron por parte
de la Corona, no hay constancia de que se hayan obedecido en
ningún tiempo posterior y los encomenderos siguieron vivien-
do largas temporadas entre los indios y a sus expensas, hasta el
siglo XVIII.
Los cabildos, dominados por los encomenderos, se en-
frentaban con éxito a la Real Audiencia, desde sus primeros
años de funcionamiento y la sometían a sus designios. Cuan-
do en 1556 el arzobispo de Santa Fe, protector le~al ~e los
naturales, publicó y puso en ejecución unas const1tuc10nes
EL PODER POLÍTICO Et\ COLOl\lB U
96

sinodales que condenaban a los enc_om_enderos que no hubie-


ran puesto curas doctrineros a los 1nd1os y a devolver lo que
hubieran recibido por tributos,
El Cabildo y Regimie n to d e la ciudad , ocurrió p o r vía d e fuerza
a la Audie n cia, quejándose contra e l Arzobisp o . La Audiencia
admitió el recurso y con fech a 19 d e octubre dic tó un auto en
que se declaró q ue e l Arzobispo h acía fu e rza al_conminar a los
encome nderos con censuras sob re aque l n egocio, cu yo conoci-
m iento correspondía a la Audie n cia y dio p or nulo y d e ningún
valor lo hecho p o r el Prelad o 12 .

Se trata apenas de algunos ejemplos acerca del inmenso


poder político asociado a la encomienda, entre los numerosísi-
mos que ofrecen los documentos de la época, referentes a toda
suerte de problemas públicos.
Es importante hacer notar que lo que aquí se entiende
por encomienda, como forma de asociación para el poder, no
incluye solamente al encomendero y a sus indios, sino que
engloba a todos esos «huéspedes y soldados pobres», cauda in-
condicional del encomendero, cuya adhesión asegura la fuerza
y el poder para su protector y dirigente máximo. Entre ellos
se reclutaba la pequeña burocracia urbana y en ellos recaían,
por recomendación de los cabildos, los nombramientos y las
mercedes reales.
Esta complicidad informal implica y envuelve igualmente
a los dignatarios eclesiásticos. En el caso de los simples sacer-
dotes pobres, su única posibilidad de subsistencia consiste en
ser designados doctrineros de indios por los encomenderos
(lo cual explica la actitud del arzobispo de Santa Fe en 1547) .
En cuanto a los cargos de mayor importancia y de más cuan-
tiosa retribución, los clérigos dependían de las influencias po-
derosas de los cabildos. Entre muchos ejemplos documentales
esclarecedores de esta situación podría citarse la carta dirigi-
da al Rey por el Cabildo de Tunja, pidiendo el nombramiento
de maestrescuela, Pedro García Matamoros, como obispo de
Santa Marta13 • Como la provisión de canonjías estaba sujeta a
idénticas presiones, no es extraño que los cabildos eclesiásticos
aparezcan casi siempre aliados y asociados al Cabildo Civil, en
toda la vida colonial.
Lt\ ENCOMIE NDA Y EL PODER POLÍTICO
97

EL MECANISMO DE LA PART ICIPA CIÓN POLÍT ICA

La encom ienda establ ece un mecan ismo de partici pación po-


lítica cuyas caract erístic as más señala das permi ten defini rlo
como un sistema de adhesi ón autoritaria y de sumisión paterna-
lista, enmar cadas por la descon fianza consta nte en el valor del
prestigio person al, amena zado en cada instan te por la incon-
gruencia de los valores que lo config uran.
Como el nivel de prestig io y de poder no depen den de la
capacidad para el lucro racion al ni las consec uencia s de ese
lucro racional recibe n recono cimien to social independientemen-
te de otros factores determi nantes, no existe en el régim en de la
encom ienda ningú n apreci o por el intent o de traduc ir la sim-
ple laborio sidad indivi dual en símbolos de riquez a o de poder.
Al contra rio, el grado de ocio condic iona y define la capaci dad
para lucrarse del medio ambie nte y para gobern arlo.
Es impor tante insistir en que lo que hoy aparec e como
una «racionalidad» ecumé nica respec to de la vida econó mica
y social, no es sino una «racionalización» específica de la clase
burguesa europ ea y nortea merica na. Esa burgue sía, como que-
da dicho, elevó a virtud es sociales domin antes, aquellas prácti-
cas psicológicas financ ieras de las cuales se había servido para
conseguir el ascenso y el dominio sociales. Lógico es advertir que
también el nuevo homb re americ ano consag ró como valores
vitales sus forma s de acceso al poder y a la riqueza, desde ñando
actividades tradic ionalm ente advertidas como condu centes al
desprestigio y a la subordinación.
El poder polític o, dentro de este esquem a, se obtien e cap-
tando la lealtad incond iciona l de quiene s aspira n a compa rtir
con el privilegiado la autori dad absolu ta sobre la mano de obra
y la vida entera de los grupo s indíge nas.
La partici pación en las decisio nes políticas está directa-
mente relacio nada con el grado de sumisión ilimita da que el
individuo muest re hacia los grande s poder es y con la compli-
cidad que desarr olle en su benefi cio. Esto es así, tanto para
las clases altas privilegiadas econó micam ente, como para los
crecientes grupo s de colono s y soldad os pobres y aun para
los mestizos y los indios ladino s, que se emanc ipan del grupo
étnico para asociarse a la cauda «libre» del encom endero .
98 EL PODER POLÍTI CO E:--J COLOM BIA

Dentro del ámbito psicosocial de la encomiend a la movi-


lidad social no se produce ni tiende a buscarse mediante la
emancipac ión de los individuos respecto de los valores autorita-
rios y patemalistas, sino al contrario, asociándose estrechamen-
te con ellos, en un proceso de enmascara miento y mimetismo
que otorga a todos la esperanza de llegar a niveles superiores
por medio de la sumisión.
El proceso de participaci ón política no tiene por meta
la transforma ción de los rumbos del Estado de acuerdo con
ideologías consentida s, sino simplemen te el usufructo de los
privilegios existentes, con absoluto desdén de las categorías
conceptual es o de la justicia o injusticia de las formas existen-
tes de dominio y «señorío ». Por ello, la época encomende ra
deja como legado perdurable a la sociedad colombian a poste-
rior una total incongruen cia entre las metas Jormaks del poder,
expresadas en la legislación escrita y las metas reaks, condicio-
nadas por el autoritarism o del encomend ero patemalista . Es a
la persona del encomend ero a quien se dirige la lealtad y no
hacia las normas éticas y sociales abstractas que él encama o
que él pretende traducir.
Dentro del marco social propio de las zonas encomende -
ras, es posible la movilidad social, porque a través del mesti-
zaje y de la liberación de indios «ladinos», va creándose una
gradación continua de individuos que, vinculados al sistema
como tal, pueden ascender paulatinam ente en la obtención de
privilegios y formar grupos policlasistas solidarios y firmemente diri-
gi,dos en !Jusca del poder para sus miembros. En cambio, en las zonas
donde la población indígena fue exterminad a, la presencia de
esclavos negros trajo consigo un elemento de diferenciación
étnica que hizo casi infranquea bles las barreras entre las castas
polarizadas entre amos y siervos legales, dentro de lo cual la
solidaridad política efectiva de los diversos estamentos es im-
posible. Allí, la mayor parte de la población queda marginada
de la vida política y sin virtuales canales de ascenso, aun en pre-
sencia de un mestizaje que se encama en el zambo y el mulato.
Esta preeminen cia del poder social y político sobre los fac-
tores económico s que se le subordinan es el marco en el cual
se fragua desde finales del siglo XVII una nueva forma de aso-
ciación de trabajo, poder y prestigio: la hacienda. Cuyos valores,
L\ ENCOMIENDA Y EL PODER POLÍTICO 99

lejos de oponerse a aquellos que fueron propios de la Enco-


n1ie nda, en realidad los fortalece y arraiga, determinando de
un 1nodo, aún 1nás categórico, el autoritarisnw político que llega
hasta e l siglo XIX y se prolonga hasta nuestros días en formas
variadas y difusas.

NOTAS

l. Luis Duque Gómez, «Prehistoria», Historia extensa de Col,ombia,


Vol. I, Ediciones Lerner, Bogotá, 1965.
2. José Manuel Groot, Historia eclesiástica y civil de Nueva Granada, T.
I, Ministerio de Educación Nacional, Bogotá, 1953, p. 226.
3. Es bien verosímil que la solicitud de Felipe II haya sido fruto de la
presión de los encomenderos santafereños, entre ellos del propio funda-
dor de la ciudad, Gonzalo Jiménez de Quesada y de sus parciales, quie-
nes se enfrentan a la Corona, oponiéndose al cumplimiento de las Leyes
Nuevas sobre encomiendas, en el mismo período histórico.
4. José Manuel Groot, op. cit., T. I, p. 245.
5. Sobre el potencial aurífero de la zona antioqueña, ver Vicente
Restrepo, Estudio sobre las minas de oro y pwta de Cowmbia. Publicaciones
del Banco de la República, Bogotá, 1952, pp. 63 y ss.
6. Cf. Álvaro López Toro, «Migración y cambio social en Antioquia
durante el XIX», mimeografiado, Universidad de los Andes, Bogotá,
1968, pp. 9 y ss. Ver, igualmente, el informe de Mon yVelarde redactado
en 1786 con motivo de su visita a Antioquia (Robledo, op. cit.).
7. Así, por ejemplo, para el año de 1636 los indios de Aricaporo y
los del Puerto de Casanare debían tributar anualmente cuatro arrobas
de algodón y cuatro libras de añil (por cabeza). Pero la tasa añadía que
si los indios deseaban pagar en otros frutos de la tierra «no consienta el
corregidor que los dichos indios, sobre la elección dicha les hagan mo-
lestia, sino que se está y pase por la paga de los frutos que ellos eligieren
y el pescado se reciba y los demás géneros en los pueblos y pesquería
donde se pagasen sin obligar a los yndios que los saquen acá afuera.
Y así mismo si los indios quisieren satisfacer la demora de todo el año
en pescado al tiempo de la pesquería se recibe de ellos, atentos a ser estos
yndios circunvezinos a !,os de fuera ... ». (Relación de Rodrigo Zapata, op. cit.,
pp. 441-442.
8. No deben olvidarse las largas expediciones adelantadas por los
hermanos Quesada (Gonzalo Jiménez y Hemán Pérez) en las llanuras
IA
100 EL PODER POL ÍTIC O EN COLOMB

el con tinu o y frus trad o esfu erz o de


orie nta les de la actu al Col om bia , ni
en pob lad os dur ant e casi tod o el
los mis ion ero s por reu nir a los ind ios
per íod o col oni al.
9. Fue ntes coloniales, pp. 254-255.
l del alca nce con cre to de las
10. Par a hac erse a una ide a gen era
no de Gra nad a ver, por ejem plo ,
fun cio nes con ceji les en el Nue vo Rei
cia doc um ent al del arc hiv o de la
Gu ille rmo He rná nde z de Alba ' «Pr imi -
l y bibliográfico, Vol. XI, No. 10, Ban
ciu dad de Bog otá », en Boletín cult ura
co de la Rep úbl ica , Bog otá , 1968.
par a la historia de Colombia, T. IX
11. Jua n Frie de, Documentos inéditos
5.
(1547-1549) , Bog otá , 1960, pp. 254-25
252-253.
12. Jos é Ma nue l Gro ot, op. cit. , pp.
par a la historia de Colombia,
13. Jua n Frie de, Documentos inéditos
T. IX, p. 339.
Ctd'ITl l l.O G

Tll◄~RRA, DEM( )CRA FÍA, PRES TIGIO

1A EXTIN CIÓN DF.I. JNDÍGENA YEL MESTIZAJE

El fr·núm cno sodal más import ante a lo largo de los siglos XVII
y XVIII en d NH<'VO Rdno de Grana da es la extinc ión acele-
n,da de la poblac ión indíge na pura y el parale lo aumen to del
mesti7.é~je. El proces o, decisivo para la constr ucción de la trama
del fJod~r social, se cumpl e de muy diverso modo en cada zona,
según Sf• articul an en ellas la índole de los recurso s natura les,
las relacio nes sociales produc tivas y las tenden cias psicosociales
hereda das del pasado inmed iato.
La merma rápida de la poblac ión aborig en se debió en
algunos casos al ron1pi miento del equilib rio ecológ ico de las
comun idades , desplazadas por la fuerza de las armas españolas
al comie nzo del siglo XVI o forzadas a prestar se'IVicios de mita
en las minas o en la navegación de los ríos. Esta fue la suerte
de la mayor parte de las comunidades indígenas del norte de
la actual Colmnbia, especialmente de las tribus ribereñas del
río Magdalena y de los grupos inidal m,en.te hallados por los
conquistadores en las regiones que hoy hacen parte de los de-
partamentos de Antioquia, Santan der y Norte de Santan der1•
En est.as áreas, al terminar el siglo XVI, los antiguos poblad ores
preco.lombinos habían sido prácticam,e nte exterminados y obli-
gados a refugiarse en sitios inaccesibles al avance colonizador2•
En las regiones en las cuales pudo organizarse de modo
estable la enco1nienda duran te el siglo XVI, la disminución
del número de los indios está vinculada esencialmente al
EL PODER POÚTICO E.., COLO:\IBL\
102

juego del mestizaje. Los docun1entos disponibles3 permiten


asistir al dramático proceso biológico y culnrral a través del
cual las comunidades muiscas (y otras afines) intentan incor-
porarse al sistema de pautas y valores de los con_quistadores y
colonos, mientras que los detentadores del poder art1culan nuevas
estrategias para su mantenimiento , cuando la encomienda des-
fallece y se hace poco menos que inútil.
El siglo XVII es testigo de dos ocurrencias de in1portancia
cardinal para el conjunto de los destinos sociales del ~uevo
Reino: la guerra de exterminio contra las comunidades indí-
genas resistentes, como en el caso de la lucha contra pijaos,
carares y yareguíes 4 al comenzar la cennrria (que explica en
gran parte la historia posterior del Huila, el Valle, el Tolima y
las regiones del Opón y el Carare) y la importación masiYa de
esclavos negros africanos para suplir la mano de obra indígena
allí donde la encomienda había fracasado.
En conjunto, todo el proceso origina tres modelos de arti-
culación social, económica y política, en relación con los datos
demográficos:
a) El indígena va siendo progresivamen te sustinrido por
una población mestiza no sujeta a tributo.
b) El indígena, exterminado o ahuyentado, es remplaza-
do como fuerza de trabajo por una población escla,ia
de origen africano.
c) El indígena exterminado o ahuyentado no es remplaza-
do por una mano de obra esclava, cuya eficacia econó-
mica asegure la supervivencia social.
Estas situaciones alternativas deciden las relaciones sociales
de producción y los modos característicos de asociación para la
obtención del poder social y político.
El siglo XVIII muestra incisivamente el punto critico de
tales situaciones y sus consecuencias para la conformación so-
ciopolí tica del país. Si se vinculan la composición demográfica~
la propiedad de la tierra y de los recursos naturales, las relacio-
nes jurídicas entre la propiedad y el trabajo y la posesión del
poder social y político al.finalizar la centuria, se obtiene un claro
perfil de las pautas y normas prevalecientes en la lucha par el
mando, el prestigio y la riqueza, y el preludio de lo que luego
será la historia «independient e» de Colombia.
TIERRA, DEMOGRAFÍA, PRESTIGIO 103

LAS TIERRAS DEL ENCOMENDERO

La encomienda, que había permitido a sus usufructuarios el


control sobre el trabajo, la vida y la lealtad de la población indí-
gena, a la vez que el dominio económico de la ciudad colonial5
solamente consiguió perdurar, como institución social básica
y como forma predominante de asociación, en las regiones de
los altiplanos andinos o en los valles medios de las provincias
de Popayán, de Santa Fe, de Tunja y en el sur de la provincia de
Vélez hasta mediados del siglo XVII. En el resto del territorio,
o no pudo ser organizada nunca de manera estable, o el servi-
cio de la mita destruyó a los indios, compitiendo en ello con los
ataques militares organizados de los españoles.
Mientras el servicio personal de los indios y la recaudación
de los tributos en especie o en dinero, tuvieron un volumen
considerable en atención al número de los tributarios, los en-
comenderos y su cauda parecieron tener muy poco interés en
la adjudicación legal de las tierras de los aborígenes y la ma-
yor parte de sus peticiones de tierras se refirieron a los solares
urbanos que los cabildos podían adjudicar legalmente o que
adjudicaban a veces con violación de la ley6. Pero hacia 1650 la
población aborigen había venido reduciéndose en tal propor-
ción, que debe calcularse como imposible el sostenimiento de
la población blanca ociosa de la época con el esfuerzo de los
disminuidos tributarios. Se inicia entonces, en las regiones clá-
sicas de la encomienda, una presión social que adquiere rasgos
políticos y que culmina con la apropiación legal de los territo-
rios por parte de los encomenderos y de sus secuaces, parientes
y allegados.
El primer indicio de estas presiones puede hallarse en el
creciente celo de las autoridades por «resguardar» las tierras
de los indios y acotarlas con precisión poniendo en práctica
con desusada eficacia un viejo precepto cuyo cumplimiento ha-
bía sido olvidado hasta entonces.
La legislación indiana prescribía que los indios, encomen-
dados (o no) a personas particulares, habían de gozar de la
posesión de tierras suficientes para sus propias labranzas y la
producción de excedentes necesarios para el tributo. Pero has-
ta mediar el siglo XVII se entendió generalmente que no era
104 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

necesario desarrollar con precisión ese concepto, ni reducir


a cálculos precisos la cantidad de tierras que las parcialidades
indias habían menester para subsistir y tributar. De esa época
en adelante, cada vez con mayor premura, toda la burocracia
local se mueve afanosamente en ese sentido y consigue mover
tras de sí, con enorme eficacia, a las autoridades peninsulares.
Es el instante de efectiva aparición de los «resguardos». Los
visitadores oficiales, instados por las autoridades municipales 0
por los encomenderos, inician una serie de visitas a las comu-
nidades indígenas, con objeto de medir las tierras que fueron
necesarias para su subsistencia, de acuerdo con la ley y para
ftjar los límites que les separan de las tierras «realengas» 0 de
propiedad particular.
Hasta entonces las comunidades indias habían venido
ocupando territorios extensos muy mal delimitados y sobre
cuya dimensión ni ellas ni los españoles habían puesto exce-
siva atención. Al iniciarse el esfuerzo legal para «resguardar»
globos de terreno destinados a la posesión comunal de los in-
dios, lo que se consiguió eficazmente fue reducir y disminuir
hasta el máximo posible los predios aborígenes, a efecto de
proceder a conceder tí tul os legales de propiedad a los colo-
nos blancos 7 .
Significativamente, los documentos denuncian por el mis-
mo tiempo la alarmante presencia de mestizos, emancipados
por diversos medios de los deberes tributarios de sus padres,
cuyo control directo escapaba por ello a los encomenderos y
creaba en cierto modo un reto a los sistemas de relación social
productiva, predominantes hasta entonces8• .

Los hijos de matrimonios legítimos de indios o indias tri-


butarios con gentes blancas o mestizas estaban exentos de los
deberes fiscales de la comunidad y, en la práctica, los indios
fugitivos, los niños habidos de uniones ilegítimas entre blanco_s
e indios o entre indias y mestizos fueron adquiriendo insensi-
blemente la condición jurídica de «libres» a pesar de seguir
viviendo al lado de las comunidades tributarias de las cuales
procedían. Unidos a los blancos pobres, durante la centuria
siguiente, confundieron finalmente su status jurídico en el vo-
cablo general de «vecinos» con el cual se les menciona en los
documentos oficiales del siglo XVIII.
TIERRA. DEMOGRAFL-\, PRFSTTC;ll l 1O:,

La tensión interna del grupo indígena. en relación con sus


propios pan-ones culturales es, en ,·erdad. el elemento capital
en la reYolución demográfica que culmina en la constitució n
y en el predonünio de la ,<hacienda". e n las pri,·ilegiadas rcg·io-
nes que habían consnuido su supremacía sobre el />isa risoá(lliw
vo de la encomienda.
El clan de consanguíneos que le había serYido como m.1rro
de socialización y como símbolo de su seguridad, al ser adopta-
do como instrwnento para la utilización gratuita de su tn-Ü)é~jo
por parte de los españoles, comienza a ser percibido por e l
indígena como una sünple y angustiosa servidumbre. La lq¡is-
lación que lo «protege)) exceptuándolo de los de beres y de n·-
chos del resto de la población , y confinándolo a una pcrpe tun
dependencia de su propia emia. tiene por resultado colocarlo
hereditariamente en el sitio más bajo de la escala social.
:\Iientras no ocunió el desajuste de su equilibrio ecológ·ico
y económico, el indio encomendado halló en la consang·uini-
dad la respuesta nonnal a su necesidad dt) dep,mdenria para la
segundad, aun bajo la autoridad del encomendero y sometido a
un régimen de explotación. Rotas esas condiciones históricas,
el único camino hacia la liberación y la movilidad social ascen-
dente (aunque relativa) fue el mestizaje.
El mestizaje biológico y la n-asculturación -el mestizaje
cultural- son específicamente notorios en los caciques y capi-
tanes de indios durante los siglos Arvll y XVIIl9 •
Utilizando la posición de autoridad que la legislació n fis-
calista presen;ó para ellos sobre el resto de los indios, los caci-
ques intentan convertir en propiedad «privada» las tierras de
sus gentes,. se transmutan en arrendadores de las tierras de los
«resguardos» e intentan por todos los medios a su alcance libe-
rar a sus parientes y allegados de la condición de tributarios.
Ya en las primeras décadas del siglo XVII pueden citarse
casos de asombroso enriquecimiento personal -nrral y ur-
bano-- de caciques indios perfectamente mestizados culn1-
ralmente, con la complicidad de vecinos blancos y mestizos y
con la ayuda implícita de los curas doctrineros, en las regiones
intermedias entre Tunja y Santa Fe. En otras ocasiones apare-
ce un mestizo solicitando que se le reconozca en propiedad
y como herencia tierras concedidas tres décadas atrás a una
106 EL PODER l'Ol .l'l'H '. O l•:N COl.()MHIA

con1un idad indígen a. pero puestas en cabeza (como era c·oij-


tun1bre) del cacique indio, abuelo del solicit.anl c 1º.
Por una gradual deform ación _jurídica, los caciq1ws indiotl,
sus parient es 1nestizo s y sus d esce ndiente s, convert ían e n jJOd,tr
privado_,, personal lo que había sido pat rirnonio t:0lt1ttivo rül grujJo
1

y fuente cmnún de segurid ad para todos.


Todo ello va acompa úado por un crecien te aprecio de la
propied ad individ ual de la tierra como sig·no de pode r social
y como soporte de un lucro capitali sta. Los inventa rios de los
bienes del cacique de Chocont.á en 1634 lo mues tran visti e ndo
calzas dignas de un hidalgo de Castilla y usando un fino es-
critorio de Flandes . Por otra parte, utilizó los tributos rituales
tradicio nales de su grupo (diferen tes de los tributos ordinar ios
pagado s al enc01n endero) para compra r casas y solares en el
centro de Santa Fe y para equipar sus estancia s con las herra-
11 12
mienta s de la más avanzad a tecnolo gía de la época - •
El apetito sexual de los blancos convivientes con los indíge-
nas o sus vecinos impone un intenso mestizaje no legitimado,
que lejos de verifica rse contra la volunta d de las indias signifi-
có para ellas casi siempre la certidu mbre de que sus hijos no
estarían sujetos al tributo. Pues aunque la ley no declara ra tal
cosa, la presun ción del mestizaje y la influen cia local del padre
blanco bastaba n para excluir del grupo encome ndado al hijo
así engend rado. Y fueron abunda ntes, según todos los testimo-
nios, los casos de unione s (legítim as o no) de indios tributarios
con mestiza s libres, cuyos hijos igualm ente resultab an emanci-
13
pados de encom ienda y tributac ión •
Conoce mos bien el proceso porque , a medida que se ace-
lera, comien za la crecien te inquiet ud gubern amenta l por im-
pedir que los indios conviva n con blancos y mestizos, alegand o
que esa proxim idad es corrup tora para sus costum bres. En rea-
lidad, la activida d de los funcion arios de la Corona no es tan
celosa en este sentido , sino cuando las encomi endas práctica-
mente se han extingu ido, es decir, cuando los tributos indios
pertene cen directa mente al Estado. Fácil es compre nder hasta
qué punto el mestiza je alarma ba a los agentes fiscales de la Co-
rona14.
Pero el ejempl o de los cacique s es seguido rápida e inexo-
rablem ente por el resto de los indios tributar ios, a lo largo de
TIERRA . DE..\tú GRAFi.-\, PRE.•ffll;\0 107

dos centtffias. No sola1nente se acrecienta el mestizaje por los


cnICes biológicos, a los cuales se aludió, sino por el simple ex-
pediente de la fuga, gran parte de las veces patrocinado o es-
timulado por los terratenientes blan cos vecinos, necesitados
de mano de obra barata o gratuita. en el momento en que se
resquebraj aban los valores y normas que habían permitido el
uso fácil y seguro de la mano de obra tributaria organizada.
Ou-as Yeces, refugiándose en las ciudades, el indio consigue
su eman cipación jmidica, al hacer únposiblR su identificación corno
tribntario15 •
En conjw1to, en las regiones andinas orientales va cre-
ciendo una población «libre» compuesta por blancos pobres,
mestizos e indios e1nancipados por cualquier medio, la cual
se agrupa en las regiones rurales alrededor de los pueblos y
resguardos de indios, casi por la simple razón de que se trata
de los únicos centros poblados en vastas zonas, agregada a los
vínculos que surgen del parentesco entre estos inquietos «veci-
nos» y sus padres y abuelos indígenas.
Nacen dos graves problemas sociales y económicos en la
zona oriental andina: la necesidad de tierra y de trabajo para
subsistir que afecta a las crecientes masas de «vecinos» y la
continua disminución de una mano de obra segura y servil
que afecta a los grandes propietarios exencomenderos y a sus
parientes y allegados o cómplices para la explotación de sus
fundos. Por otra parte, el encomendero que había obtenido a
través de su título el control sobre la vida social y personal de la
población trabajadora corre el riesgo de perderlo en relación
con esta nueva población mestiza.
La encomienda había servido al español no solamente para
obtener la autoridad y el usufructo sobre una mano de ,obra
gratuita, sino para ocupar de facto las tierras de «sus indios» y
explotarlas con un criterio monetario, sin necesidad de preo-
cuparse excesivamente por obtener títulos legales de propie-
dad sobre fundos delimitados con precisión. Durante el siglo
XVI la mayor parte de las tierras que los cabildos conceden
a sus propios miembros y a la vez que los encomenderos de
la zona16 son solares urbanos o estancias vecinas a la ciudad y
probablemente no muy extensas. Pero no por eso debe enten-
derse que los españoles no ocuparan ni explotaran con mano
108 EL PODER POLÍTICO EN COLOMUIA

de obra indígena el resto de las tierras no formalm ente adjudi-


cadas en plena propieda d.
Cuando la población indígena pura decrece grandem ente
en beneficio de los mestizos, al final del siglo XVII, crecen tam-
bién asombros amente las tendencias de los espai710les y de los
«libres» en general por obtener títulos legales sobre las tierras
y se ejerce sobre la Corona una presión que lleva al procedi-
miento cada vez más generalizado y activo de las composiciones17
mediante el cual se conseguía legitimar las ocupacio nes de he-
cho con un pago casi siempre irrisorio a las arcas reales.
Estamos hoy en condiciones de demostra r que este súbi-
to interés por los títulos territoriales «legales», tanto por parte
de los particulares como de los gobernan tes, no coincide con
ningún cambio brusco en la tecnología de la explotación agra-
ria ni en la utilización capitalista de los excedentes. Desde mu-
cho tiempo atrás 18 las formas características de la explotación
indígena habían sido absorbidas y dominada s por las normas
y valores ibéricos y por los instrume ntos y equipos europeos.
Pero, ese interés sí coincide, con la necesidad de encontra r nuevas
formas de subordinación para una población que había obteni-
do por el mestizaje biológico y cultural su emancipa ción de la
encomien da.
.Si antes, el título sobre el tributo indígena había permiti-
do la utilización extralegal de la tierra, ahora el título legal so-
bre la tierra va a permitir la sumisión extralegal de la población
mestiza que sustituye como mano de obra a las comunidades
aborígenes. El método se invierte, pero el proceso persiste y se
afianza en el sentido de garantizar la subordinación efectiva de las
nuevas gentes que da a luz la revolución demográfica.
Además de su valor económico, como recurso natural ob-
jeto de trabajo (como «bien de capital», que diríamos hoy), la
tierra adquiere, al titularse legalmen te a lo largo de los siglos
XVII y XVIII en esas regiones, la calidad de lazo de unión Y
apara~o subordin ador de los mestizos ilusoriam ente liberados
de la tutela jurídica de la encomien da y del «resguardo». Escu-
driñemos someram ente el astuto proceso, siguiendo algunos
hechos simultáneos, tales como constan documen talmente.
Por una parte, a finales del siglo XVII y comienzos del siglo
XVIII empiezan a acumular se las denuncia s en el sentido de
TIERRA, DEMOGRAFÍA, PRESTIGI O 109

que los indios han venido a menos en su númer o, que están


sufrien do atrope llos de los «libres » y que es necesa rio acotar y
defend er con mayor precisi ón sus «resguardos» o tierras comu-
nales. Para ello se les adjudi can tierras más pequeñ a5 que las
que entonc es habían usufru ctuado , se les retira de sus pueblo s
primitivos para fundir en uno, dos o más de ellos y se deja libre
«en cabeza de la Real Coron a» la tierra que de este modo se les
arreba ta 19 •
En todos estos casos se alude al hecho de que los indios ,
para pagar los tributo s de la Coron a20 , arrien dan sus tierras a
los mestizos y a los blanco s, viviendo con ellos en una promis -
cuidad muy «dañin a para sus almas». Y a pesar de que el Fisco
Real se benefi cia con esta situaci ón, las consid eracio nes «pia-
dosas» y la urgenc ia de defend er los «resgu ardos» de los aborí-
genes, dan la victori a a quiene s solicitan que las tierras indias se
ameng üen y se midan , reduci éndola s en la propo rción en que
se ha reduci do el númer o de los tributa rios.
Al mismo tiempo , se consig ue que la Coron a tome inte-
rés súbito y crecie nte por el proble ma (apare nteme nte fiscal)
de las tierras ocupad as pero no adjudi cadas legalm ente. Era
el caso de casi todas en la región orient al andina donde , jun-
tamen te con los antigu os encom endero s, vivían y trabaja ban
estos blanco s pobres y mestizos, a veces como arrend atarios de
los «resguardos» indios , a veces como simples ocupa ntes de he-
cho de peque ños fundos 21 • La Real Confir mació n, sin la cual
no adquir ía el ocupa nte el domin io pleno e irrevoc able, em-
pieza a ser exigid a con crecie nte rigor, sujetán dola a la «com-
posición». En un comie nzo se exigía que esa confir mació n se
solicitara directa mente a la person a del Rey, pero más tarde, de
modo muy significativo se consig uió que las autoridades local,es,
casi siemp re vincul adas estrec hamen te a exenc omend eros y la-
tifundistas, pudier an otorga rla22 •
Ahora bien, solo los individ uos que a través del régim en
de encom ienda habían ascend ido y consol idado su poder so-
cial y econó mico, estaba n en realida d en condic iones de apro-
piarse de la tierra y conseg uir su pleno domin io por medio de
la «comp osición ». No solam ente la carenc ia de dinero , sino
igualm ente su desvin culaci ón de los mecan ismos de influe ncia
sC>bre la burocr acia hacían impos ible al común de la masa de
110 EL PODER POLÍTICO EN COLO MBIA

«vecinos» la utilización de este procedimi ento de obtención le-


gal de tí tul os agrarios.
Para estos «vecinos», la sumisión resultó generalme nte inevi-
table. O bien con su conocimie nto e incluso con su complicidad
y a petición suya, el gran latifundista se presentaba a componer
la situación de ocupación ilegal de facto, obteniendo un título
de dominio perfecto para grandes globos de tierra donde ellos
mismos estaban asentados, o bien el latifundista , por su propia
iniciativa obtenía el título legal y lo presentaba a esas gentes. En
ambos casos, el pequeño posesor quedaba obligado a negociar
con el propietario legal, bien comprándo le pequeñas parcelas
o contrayend o con él relaciones arcaicas, como arrendatari o,
23
«agregado» , «aparcero», o algo semejante .
La gran propiedad comienza entonces a resultar circunda-
da por innumerab les minifundio s, incapaces para ofrecer sub-
sistencia a sus propietario s u ocupantes, que se convierten por
ese mismo hecho en «peones» o trabajadore s de la «hacienda»
y en el cortejo y soporte del poder social del «hacendad o», con-
figurando un nuevo tipo de asociación humana que va más allá
de los puros términos económico s y llega a envolver y a deter-
minar el conjunto vital de sus miembros.
Cuando este proceso está cumplido, puede entenderse por
qué, si hasta cierto momento, el título l,egal sobre la mano de ollra
garantizab a el uso de la tierra, de ahí en adelante es el título
1,egal sobre la tierra el que garantiza el uso barato de la mano de
obra libre y la sumisión vital de los trabajadore s.

INDMDU O, PRESTIGIO, PARTICIPACIÓN

La persp~ctiv a vital ibérica, que pone el acento y la esperanza


individual en la exención y el ocio sociales, a los cuales debe
subordinar se la riqueza y quedar condiciona do el lucro, se
apoderan rápidamen te del ánimo de toda la sociedad mesti-
za, a medida que crece y se expande, eliminand o los valores
colectivistas del aborigen, en todo el territorio de la que hoy
es Colombia. Para la región andina oriental -exceptua ndo
las provincias de Socorro y Vélez hacia el norte, que cons~-
tuyen otro modelo de organizaci ón social- esa sed de prestigW
111

pri-uilRgiado da origen. dentro del régünen de la hacienda, a un


sistema peculiar de asociación. de mandos y obediencias, que
dirige y lünita esu-echainent e la tnll\ilidad social.
El pequeño arrendatario, el aparcero. aun el (,co1Kertado )>
y mucho 1nás aún el peón jornalero que comienza a apart'ccr
notoriainente en la segunda nütad del siglo XVII, no es me-
ramente un proletario obligado a vender su trah,~jo a niveles
de subsistencia, respecto del gran propietario territorial. Aun
aquellos nünifundistas que alcanzan por compra la plena pro-
piedad de un fundo rústico. quedan consl reúidos por la es-
rructura social a prest.u- a ese gran propietario una serie 1nuy
variada de senicios -re1nunerado s o no con un salario en di-
nero o especies- no n1uy diferentes de aquelJos que habían
ofrecido al encon1endero sus tributarios indios.
Esos senicios quedai1 a veces an1parados por con tratos
obligato1ios. con10 la aparcería. que pennite al propie tario el
uso de una mai10 de obra no rernunerada con dinero efectivo,
pero en otras ocasiones to1nan la apariencia de ofrendas anlis-
tosas.
El cainpesino n1estizo «ayuda» al patrón en todas las labo-
res a.:,oricolas o le entreg·a donativos en fonna de frutos y anima-
les o bien está a su disposición para servicios don1ésticos de la
más diversa índole.
El carácter inevitable de esa dependencia se explica, en
primer término, porque la posibilidad de acceso a los 1nerca-
dos, la relación con las autoridades oficia.les, la oportunidad
de defensa contra atropellos de otros latifundistas, son cosas
vedadas al minifundista. y al pequeño propietario sin el apoyo
decisivo del gran terrateniente en cuya órbita viene a girar la
vida económica de los campesinos, casi todos los cuales se van
convirtiendo, parcial o totalmente, en peones asalariados de
una sola «hacienda», aun cuando posean en sus bordes alguna
24
forma de posesión o de propied~d plena •
Para el mestizo, aquello que lo diferencia de su padre o
abuelo indígena es la libertad para tener tierra en pleno do-
minio y la libertad (a veces ilusoria) de obtener un salario in-
dividual pactado por su trabajo personal. Son estos los signos
visibles de su emancipación y los prhneros pasos en su ascenso
social. A lo largo de los siglos XVII y XVIII estos valores em-
112 EL PODER POÚTICO L'\ COLO~L\

pujan a la población mestiza de toda la zona en referencia a


invadir los terrenos de los «resguardo s» indios aún subsistentes
y a tratar de legitimar luego esa ocupación , lo que no pueden
hacer sino por la mediación ya descrita del gran propietario
exencome ndero, que está en condicione s de «compone r:-. ocu..
paciones ilegales o de gestionar con las altas autoridade s loca-
les la traslación y fusión de los pueblos de indios y la \·enta de
los terrenos liberados en remates casi siempre controlado s por
ellos.
La expulsión de los indios, a manos de mestizos y blancos,
que inicialmen te viven entre ellos y que luego los desalojan,
es explicada con curiosos eufemismo s por las autoridad~ .
Un caso clásico de «racionalización» de ese despojo se halla en
un informe del visitador Berdugo y Oquendo en 1755, sobre la
provincia de Tunja:

Aunque los referidos arrendamie ntos y el vn.ir los blancos y mes-


tizos en los resguardos y pueblos de los indios, es contra las di5-
posiciones legales y determinac iones de las antiguas \isitas en las
que reconocí varios autos en los que imponían multas a unos v
otros contravento res, se han mudado tanto las cosas desde la últi-
ma visita de la jurisdicción de Tunja hasta la presente, en que ha
pasado un siglo y veinte años, cuyo dilatado tiempo ha mudado
tanto las cosas y con especialidad la circunstanc ia del gran núme-
ro de gente blanca que se ha aumentado y el corto número a que
han venido los indios y los muchos casamientos que hay entre
éstos y aquellas gentes, que tuve por injusto e imposible practicar
aquella cohersión, lícita en aquellos tiempos y me pareció más
convenient e ir restringiend o las tierras de los resguardos más
apartados de los pueblos, para que reduciéndo se más cercanos,
los indios de ellas pudieran ser más doctrinados y administrados
y que los vecindarios tuviesen alguna más extensión25 •

Ni siquiera la defensa del Real Fisco -en cuyo beneficio tri-


butaban los indios una vez extinguida la encomien da- mueve
a las autoridade s, compelidas por el interés de los grandes pro-
pietarios. Así se queja en vano el fiscal protector de indígenas,
Femando Bustillo, en 1762, tratando de defender a los indios
de ·Guasca y dibujando un dinámico cuadro del proceso social:
«Únicame nte se recuerda el infeliz estado a que se han redu~
do los tributos, que reconocie ndo por únicas causas el deteno-
TIERRA, DEMOGRAFÍA, PRESTIGIO 113

ro que l?s ~n~ios padecen y no habiéndose originado este de


otros pnnc1p1os que de haberse huido unos, de haberse trans-
migrado a diferente especie, esto es a la de mestizos y zambos
y otros parecidos con la perversa bebida de los aguardientes.
No reconociendo otro manantial estos tres abominables exter-
minadores de aquellos miserables que el de la introducción a
sus pueblos de los españoles y demás prohibidos» 26 •
De esta suerte los mestizos se vieron compelidos por valo-
res de prestigio y en busca de movilidad social, a asociarse es-
trechamente a la causa del gran propietario y a combatir contra
los residuos de la población indígena que aún no había logra-
do escapar, así fuera por la fuga 27 , de la condición tributaria.
Por lo demás, ya se ha advertido anteriormente que la tie-
rra en la cultura ibérica tiene un valor no económico, asociado
estrechamente a la «grandeza», a la «limpieza de sangre» y en
general al prestigio y poder sociales. La propiedad, aun de mí-
nimas proporciones de territorio, fue vista por los indios eman-
cipados y por los mestizos como el primero y fundamental paso
de un ascenso social continuado y lleno de expectativas.
No es extraño que el exencomendero, latifundista, que les
ofrece la oportunidad de obtener alguna parcela, aunque sea
al precio de la servidumbre virtual suya y de sus familias, sea
objeto de un culto en el cual participan por igual la gratitud y
el interés por continuar el ascenso mediante una solidaridad
incondicional con él.
Ello se ve fortalecido por la circunstancia de que las mayo-
res agrupaciones de mestizos surgieron y se desarrollaron en
las dos centurias en las inmediaciones de los pequeños pueblos
indígenas y de sus parcialidades. Las viejas formas de parentes-
co indígena siguieron teniendo alguna significación tradicio-
nal para los mestizos y vecinos descendientes de los tributarios
y formaron complejas urdimbres de mutuo apoyo y de lealtad
comparables a los de la «familia extensa». Aún hoy, las «vere-
das» municipales que conservan los nombres de parcialidades
indias, resultan ser núcleos de parientes y «compadres» cuyos
antepasados se convirtieron doscientos o más años atrás en sa-
28
télites y peones de algún gran propietario territorial •
La relaciones entre grandes propietarios, de antigua familia
encomendera, latifundistas menores, pequeños propietarios,
11 4 El PO DER 1'01.ÍT ICO EN COI.OM IUA

apa rceros y peon es, d entro del ámbi to d e la «haciend a» meSti-.


za que nace y se d esarro lla hasta finales d el siglo XVIII (cu an-
do su pred o minio como modelo social es absoluto) están mu
lej os d e ser m e ram e nte las que existe n e n u na econ omía m~
ne taria d e ntro d e la cual es el lucro e l e le m e nto d ecisivo en la
articulac ió n d e los servicios.
No se trata d e negar la inclusió n <le estas fo rm as de aso-
ciació n d e n tro d el proceso d el ca pita lism o mun dial p ropio de
la é poca, ni d e aludi r o tra vc7 a las va nas ge n eralizaciones que
intentaban calificar com o «fe udale s» las con d icio nes agrarias
que d ej ó la Colonia en estas rq{ioncs, segú n la tri,ial moda
intelectual que hizo su a parició n hac ia l 8 1O. Se trata simple-
m e nte d e mostrar d e qué mane ra estas re lacio nes de propie-
d ad y d e u-abajo resp o nde n a un a est m r tura n,rnciati-ua cuyo fin
es e l poder social y n o m e ram c nl e la acumulació n d e riqueza2",.
La ten e n cia y pro piedad d e la ri e rra esrá n dett'rm inadas por la
ansied ad d e participar d e los be nefi cios socia les mediante el
acrecen tamie nto d e l prestigio indi,i dual. d e l po de r social que
se o btien e n con la alian za de l g1-a.n la lifundisra.

PATERNALIS~vl O . Al'TORI T:\RI S\1 0 .


SOLIDARIDAD ADSCRI PTICIA

El autori tarism o del régi me n a n<lino dt· la h aril'nda surge ame


tod o como una co n scn1c ncia d e la in t·srahi lidad y fragilidad
del Jtatus del m estizo, sometido a la arhi rraria ,·o lun md del
gran te rrate nie n te.\ de un a man e ra q nf" no había afectado al
indio tribu tario.
Hasta cie rlo p unto , el indígena son1e tido a la encomienda
ten ía a su favor una legislació n que Jnnimbn sus obligaciones
respecto de l e ncomendero y penn iúa una fiscalización del Es-
tado sohre su cum plimiento. aunque en la práctica esas defen-
sas j urídicas fueran violadas o desconocidas impunemente .
Pe ro el w stfao líl,re., pf verino blanco, ya no tienen la posibilidad
de establecer j uríd ícarr,en te la extensión de las prestaciones no
re munerad as y frecuentemen te no avaluables que entregan ª
su patrón . bajo el d isfraz rte simples relaciones capitalistas de
prod ucción y de trabajo. El ti lttÚJ !,gal sobre la tierra los ª~
<le u na manera inextricable a la voluntad d el gran propíeOU1º
TIERRA, DEMOGRAFÍA, PRESTIGIO 115

y se convierte en el límite y condició n de todas sus relacione s


sociales y de todas las expectativas de ascenso en el poder o en
la riqueza. Este hecho es fundame ntal para compren der la pos-
terior evolución del poder político en Colombia.
Es irresistible, aunque aparente mente anacróni co, traer
a cuento las consecue ncias de esta situación a lo largo de los
años. En los finales del siglo XIX, Pierre D 'Espagna t, descri-
biendo las actitudes de los «peones» y arrendat arios de una
hacienda de clima medio cercana a Bogotá, se emocion a al
decir:
Acabo de presencia r la recepción que los peones hacen al due-
ño; vi satisfechos, con las manos torpes en el reborde del ala del
sombrero , ofrecer al amo, ausente desde hacía año y medio,
su modesto regalo, humildem ente obsequiad o, una gallina,
unos huevos bien envueltos , todo acompaña do de emociona -
das bendicion es para mi amo. Vi, ¿me creerán?, a las viejas, a
las abuelas,j untar, arrodillán dose sus pobres manos agrietadas ,
extendida s hacia él, que es el intermedi ario entre el cielo y los
deshereda dos de este mundo; y vi también al hacendad o vol-
ver la vista ante el temor de ceder a una impercep tible emo-
ción, como para recomend ar al cielo a toda esta pobre gente,
tan amorosa, tan sumisa, tan filial (hasta a los viejos se les dice
Mi hijo, Mi hijita) 3º.

Al referirse a «m'hijo», «m'hija», frecuente aún en esta cla-


se de relacione s interpers onales en Colombia, D'Espagn at nos
introduce involunta riamente a la vinculación y a las diferente s
relaciones posibles entre patemali smo y autoritari smo, que son
una parte de la clave del entendim iento de la vida política co-
lombiana a partir del siglo XVII.
En la misma medida en la cual la estabilidad y los proyecto s
de vida de los campesin os llegan a depende r del paternali smo
arbitrario del patrón, aumenta necesaria mente el grado de in-
seguridad íntima de cada uno de ellos respecto de su status
dentro de las institucio nes sociales. Su inserción en el conjunto
colectivo queda sujeta a la posibilid ad de poseer tierra (con sus
implicaciones económi cas y no económic as), y la posesión de
la tierra está subordin ada al capricho del «patrón» patemali s-
ta. Ello ocasiona que, para decirlo en términos psicológicos,
la relación yo -mundo del minifund ista y del peón andino -
116 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

esté condicionada por una apertura única hacia la movilidad


social, apertura que tiene relación exclusiva con las normas y
pautas de conducta que emergen de la existencia del modelo
patronal3 1•
Esas circunstancias originan un proceso en el cual las ten-
dencias imitativas respecto del gran propietario territorial, se
convierten en los caminos casi únicos para conferir un sentido
íntimo de dignidad y de seguridad al campesino teóricamente
«libre» y en «pleno ascenso social». Las normas que garanti-
zan la integridad del equilibrio (¿o desequilibrio?) psicológico
del mestizo aparecen como necesidades miméticas, que afirman
y afianzan incondicionalmente los supuestos que permiten el
gran poder social del latifundista.
A fin de no sentir la angustiosa precariedad de ese equili-
brio íntimo, obtenido por el mimetismo, el mestizo minifun-
dista hace suyos, con energía, los contenidos y las expresiones
del poder social predominante y dedica enormes esfuerzos a
imponer normas y tales expresiones a todo el contexto de su
medio ambiente social, con violencia institucionalizada cre-
ciente. Este el trasfondo del autoritarismo típico que se consti-
tuye en el cemento integrador fundamental de la «hacienda»
andina, como asociación humana y como institución normati-
va de hecho.
Por una parte, solamente el patemalismo patronal estable-
ce contactos con la persona del peón, ofreciendo apoyo para la
supervivencia fisica y para el mantenimiento de una sensación
de inserción dentro de la vida social. Por otra, el conjunto de
los mestizos y de los indios liberados debe esforzarse por man-
tener abierto el camino hacia una eventual movilidad vertical,
imponiendo sobre todo el contorno colectivo el imperio de las
normas señoriales. Así puede crearse la ilusión de que partici-
pa en los beneficios creados por su implantación generalizada
y prepara un paso para su propio «imperio personal».
Hacia finales del siglo XVIII, en las antiguas zonas enco-
menderas, la mayor parte de la población mestiza y los llama-
dos blancos pobres aparecen concentrados en esta forma de
asociación, que tiende a convertir el consenso en una solida-
ridad adscripticia, que tiene que ver fundamentalmente con
los conceptos ibéricos de «honor familiar» y de necesidad de
I1

TIERRA, DEMOGRAFÍA, PRESTIGIO 117

superiori dad personal sobre el ambiente , mediante la demos-


tración de que se comparte n y se conviven las pautas nacidas
del interés del poder social latifundista.
En una sociedad donde el fenotipo está asociado estre-
chamente al status social, por cuanto el tipo indio indica una
calidad subordin ada jurídica y socialme nte, la posesión o la
propieda d de la tierra tienen un valor simbólico, que unido a
orras expresion es inmateria les, permiten a quien la obtiene la
sensación de estarse acercand o al tipo social «blanco», es decir,
a la libertad individual típica del español conquist ador o colo-
no, en un continuum muy dificil de detallar, el minifund ista y el
peón van adquirien do dentro de la hacienda la posibilid ad de
apropiarse poder y el tratamien to social de «don», al menos en
el ámbito restringid o de los demás mestizos, por la simple vía
de contribui r a imponer las normas y valores sobre los cuales
reposa la explotaci ón económi ca señorial3 2 •
Toda posibilid ad psicológica de actitud critica respecto del
poder social latifundis ta y, por tanto, toda posibilid ad de solida-
ridad electiva, en relación con las tendencia s y actitudes de ese
poder, desapare cen dentro del marco asociado de «la hacien-
da» puesto que no tienen sentido funciona l. Las antiguas for-
mas de protesta o de oposición derivadas de las comunid ades
encomen dadas o de sus protector es legales significar ían obstá-
culos indeseab les para el conjunto de la població n mestiza de
la región andina, para los nuevos habitante s de las tierras del
encomen dero, especialm ente para los nuevos patrones , pero
son más intensam ente rechazad as por sus nuevos subordin a-
dos adscripticios.
Porque el rasgo más importan te de estas lealtades que sur-
gen de la hacienda es su carácter hereditario. Es ese rasgo lo que
confiere a la potestad del terrateni ente su enorme capacida d
de control político sobre las decisione s de la autorida d pública,
aun en los tiempos de la depende ncia de la Corona madrileñ a.
Aunque inserto en el mecanism o capitalist a-imperia lista del
siglo XVIII y dependi ente del juego de poderes internaci ona-
les típicame nte antifeuda les de ese moment o, el terrateni en-
te andino de la Nueva Granada puede contar con un ejército
permane nte de voluntad es obsecuen tes, referidas a sí mismo y al
servicio de sus intereses familiare s.
118 EL PODER POLÍTICO EN COLOMHIA

La solidaridad adscripticia de las familias de mestizos y «ve-


cinos» que orbitan alrededor de su potestad social hace temido
y temible al latifundista de esta región desde el punto de vista
político, obligando a la Colonia a ponerse en guardia contra él,
como veremos en su oportunidad, al examinar el proceso de
obtención del poder público en relación con los modelos de-
mográfico-económicos de las diferentes regiones colombiana5•
El paternalismo engendra así un autoritarismo social, mu-
cho más fácilmente discernible en los estratos bajos e intermedios
de l,a población que en la cúspide de la pirámide social. Y ese
autoritarismo, cuyo efecto político puede anticiparse de modo
obvio, está signado por la ansiedad, que en términos de vida
psíquica «parece estar suscitada psicológicamente por la rup-
tura o la amenaza de ruptura de todo contacto de la conducta
y afectivo» 33 •
En esta región andina, en la «tierra del encomendero», las
tensiones y los antagonismos entre los diversos estamentos o
las distintas clases sociales se ven interferidos y desalojados por
la identidad de actitudes y de normas que surgen de la ansie-
dad por conservar la posibilidad de ascenso o el precario poder
social que han llegado a obtenerse mediante el mimetismo y l,a
solidaridad adscripticia y hereditaria.
Las familias de los peones y minifundistas intentan acer-
carse a la fuente del poder mediante la imitación y defensa de
las actitudes señoriales y tendiendo una complicada red de pa-
rentescos rituales ( el patrón o su mayordomo, verbigracia, son
nombrados padrinos de bautismo del hijo) que posibilitan una
relación perdurable de carácter semicognaticio para múlúples
individuos en el grupo de la «hacien~ cuyo explotador, am-
parador, vocero y paradigma es el gran t,erraúm:ien1e, una figura
que se interpone por completo entre el mestizo y el Estado.
La tendencia que perdura entre los campesinos de los
Andes a conformar una apretada red de compadrazgos (en
el centro de la cual se encuentra el patrón paternalista, ª~~o-
vechando para ello la ceremonia de bautismos de cada biJ0 )
debe, sin duda, remontarse a la segunda mitad del ~lo
como fórmula para ratificar y hacer perdurable la solidan
~i
adscripticia hereditaria, respecto de una familia terrateniente Y
de sus allegados.

d
TIERRA, DE.M:OGRAFÍ.A, PRESTIGI O 119

LATIF UNDIS MO, IGLESIA, CIUDAD

Contra lo que pudier a conjet urarse superf icialm ente, la inser-


ción de la poblac ión en la zona andina en el marco integr ador
de «la hacien da» no se ve obstac ulizad a por otras formas de en-
cuadra miento gregar io como la Iglesia , ni por nuevas norn1as
surgidas de la crecie nte vida urbana .
El clero, secula r y regula r, juega un papel clave en la insti-
tucion alizaci ón de las norma s «hacen darias » dentro de la socie-
dad andina duran te los siglos XVII y XVIII. Los curas párroc os
convir tiéndo sen en parte del séquit o del gran terrate niente y
en sus asesor es para el mante niinie nto del contro l social; las ór-
denes religiosas, en latifun distas y sin duda en los más poderosos
latifundistas de todo el períod o hasta casi finales del siglo XIX
en todo el territo rio estudi ado 34 •
Es de mayor impor tancia indica r que el efecto de la prédic a
eclesiástica y su peculi ar enfoqu e para conseg uir la congre ga-
ción y la integra ción de la poblac ión se relacio nan directa men-
te con el fortale cimien to de las lealtad es heredi tarias al patrón
y solo indirectamente con la formac ión de la feligresía que parti-
cipe de la vida social en razón de su perten encia a la parroq uia.
Bien se trate del cura que sirve como eleme nto a1uciliar del
hacend ado, ratific ando moral mente sus actitud es y fortale cien-
do su autori dad, bien del fraile regula r que admin istra el pa-
trimon io de su Orden , los clérigo s se inscrib en en el régim en
básico de lealtad es de la «hacie nda» y obtien en el consen so y
la obedie ncia, mucho más por esta calidad que por el mero he-
cho de su funció n religio sa dentro de la socied ad, aunqu e esta
circun stancia aparez ca velada y oculta precis ament e porqu e en
gran parte la prédic a religio sa simule ser la fuente de la cual
surge y en la cual se legitim a la situaci ón de depen dencia y do-
minac ión adscripticias, cuyo verdad ero origen es la estruc tura
asociativa de la hacien da.
Por otra parte, sin diferir en ello del resto de la poblac ión
y quizá extrem ando esa tenden cia, el clero secula r y regula r
entra enérgi camen te en la pugna por la obtenc ión de títulos
territo riales al exting uirse la encom ienda y los curas de in-
dios aparec en en los testim onios docum entado s como los más
ávidos preten diente s a las tierras vacant es y como consta ntes
120 EL PODER PO LÍTI CO L" COLO~IBI A

defenso res del sistema de «refund ir >, pueblo s indígen as y obte-


ner nuevas ,<sobras » adjudic ables a particu lare s, alegand o casi
siempr e la necesid ad de prestar un mejo r Ymás cómod o servi-
cio espiritu al a sus feligres es en los <• resgua rd os » cada \·ez más
pequeñ os y concen trados35 .
La Iglesia sirve a los interes es genera les d e la haciend a,
bien fortalec iendo las n o rmas éticas que surgen de su estruc-
tura funcion al , bien ejercie ndo dire ctamen te el papel de "Pa-
trón » agrario . En ambos casos, la asociac ión fundam ental que
impon e y delimit a los status y los «roles ,, d e la po b lación, no de-
pende de la valorac ión abstrac ta que de la persona h-ace la teorfu
religiosa, sino de la inserci ón de cada un o en el marco integra-
dor de la asociac ión hacend aria. La hacien da, bien es cieno,
sirve a los eclesiás ticos. Pero sería absurd o deduci r de ello que
la Iglesia se convier te por eso en una forma de asociac ión capaz
de sustitui r o de supedi tar a la hacien da como modelo básico y
funcion al de organiz ación human a, en la zona andina y en lo~
siglos posteri ores al siglo XVII en ese territor io colomb iano.
A pesar de su aparen te poder, la Iglesia no ofrece ningu-
na prueba de capacid ad para impon er sus decisio nes o para
congre gar autóno mamen te a la poblac ión. N i siquier a lo in-
tenta de modo sistemá tico, aunque su literatu ra pastora l así lo
preten da36 por razone s de estrate gia docent e. Realme nte, los
clérigo s forman parte del tejido de poder de la haciend a, y su
activid ad pública debe relacio narse más que con la solidari dad
interna de la Iglesia, con el contro l que de la burocr acia local
consig uen en todos los lugares las familia s latifund istas.
En las regione s depend ientes de la zona de Santa Fe, Tunjay
el sur de la provinc ia de Vélez, el fenóm eno de la p ropieda d ex-
tensa en manos de los clérigo s es incluso alarma nte. Para finales
del siglo XVIII, un censo realiza do en jurisdic ción de la ciudad
de Cartag o muestr a que más de la tercera parte de los bienes
mueble s e inmueb les de la zona están en manos de dos o tres
sacerdo tes, hallánd ose las propie dades de particu lares gravadas
casi todas por censos u otras formas de depend encia económ ica
respect o de órdene s de regular es o de cofradí as piadosas37 -
Los recinto s urbano s dentro de esta zona andina central,
carece n de una vida económ ica activa y su funció n no es la
servir de motor y de teatro a un sistema de mercad o. La au-
?e
TIERRA, DEMOGRAFÍA, PRESTIGIO
121

dad es el lugar de residencia de las grande s familia s latifund istas,


den1:1"~ de las cuales _se va desa~T ollando , como un órgano ad-
venuno ~e enor~ e i~porta ncia, la formac ión de los hijos en
los colegio s Y univers idades, orienta ndo su educac ión hacia el
control de los cargos claves de la burocra cia civil y eclesiás tica
locales, ya que los altos cargos admini strativo s y religios os eran
provist os casi siempr e con person as nacidas en la Peníns ula
Ibérica .
Ciudad es como Santa Fe, Tunja o Popayá n, tienen mucha
mayor import ancia como centros de decisio nes sociales de
toda índole, que como teatros de interca mbio económ ico. Los
miemb ros de las familia s princip ales ejercen el oficio de aboga-
dos o sirven a la Iglesia en calidad de preben dados. La pobla-
ción mestiza e india dedica sus tareas a los servicios domést icos
o al comerc io, en pequeñ ísima escala, de comest ibles en las
múltipl es «tienda s» 38 • Para finales del siglo XVIII no existía nin-
gún grupo artesan al import ante ni compet ente. Un docum en-
to de la época describ e el punto diciend o:
De esta naturale za es la actual situació n en que se hallan las ar-
tes, no sólo en esta capital sino también en todas sus provinc ias
apenas se encuen tra maestro en alguna capaz de constru ir una
median a pieza de su oficio ni oficial en quien se note la debida
aplicaci ón para aprehen derlo, envileci dos los más por su natural
desidia, ni procura n su estimac ión ni les estimul a su utilidad ,
carecie ndo enteram ente de reglas, método s e instrucc ión capaz
de solicitar una perfecta enseñan za39 •

Los funcion arios «ilustra dos» de la Corona intenta ron por


esta época ( al parece r sin éxito) la creació n, reglam entació n y
auge de los gremio s artesan ales, de acuerd o con las ideas pre-
valecie ntes en España en las «Socied ades Económ icas de Ami-
gos del País». Pero tropeza ron, entre otros obstácu los, con el
desprec io social hacia los oficios mecáni cos y con las burlas,
befas y escarni os de que se hacían víctima s los propio s arte-
sanos, unos a otros, buscan do con ello poner de presen te su
status precari o por el sencillo proced imiento de mostra r pú-
blicam ente superio ridad sobre los otros, de acuerd o con las
normas prevale cientes en los «roles» de la haciend a.
He aquí el texto docum ental:
122 EL PODER POLÍTICO EN C:OI .OMBIA

Las justicias, padres y maestros deben imponer igualment<· c:n


estas próximas (recomendaciones anteriores) a los que les <:sl.án
subordinados para estorbar semejantes disputas con lo que se lo-
grará la transmisión de los oficios de una misma familia, de que
ahora carecemos, por contemplarse d eshonrados los más d<.: los
artesanos y e l padre que tiene para alianzar a otro destino a su
hijo, procura desde luego apartarlo de su oficio.

«Por esta misma razón », continúa diciendo el te xto,


se hace forzoso desterrar el error con que las gen tes ck otra je-
rarquía o empleados en las carreras d e armas y le tras, desfnuian a
los artesanos, teniéndolos en concepto d e hombr<.:s de baja t:sfera,
sin dignarse de su compañía y constituyéndolos en un abatido
comercio, reducidos al trabajo entre sí mismos, sin atreverse a
injerirse en las concurrencias y corrillos de aquéllos, ni en sus
diversiones y paseos».

Paulatinamente va tomando importancia en la región el


comercio importador, destinado sobre todo a satisfacer los
consumos de las altas clases sociales y las herramientas que no
se elaboraban en el país. Casi todos los comerciantes al por
mayor, al final del siglo XVIII en Santa Fe, por ejemplo, son
nativos peninsulares o hijos de inmigrantes recientes, como
don Antonio Nariño. Las viejas familias latifundistas, aunque
se vinculen por alianzas matrimoniales con tal tipo de advene-
dizos, conservan una actitud de vaga reserva respecto del lucro
racional y, a la larga, entran en conflicto con los grupos de
comerciantes que parecían haberse fundido con ellos, como se verá
apenas al alborear los tiempos de la primera República.
La ciudad de la zona andina carece casi por completo de
gentes con actitudes «urbanas», utilizando este vocablo en el
sentido en que lo utilizan los economistas y sociólogos contem-
poráneos, esto es, para designar a grupos humanos integrados
plenamente a una sociedad donde predominan los valores de
una economía de mercado, donde el lucro racional es norma
determinan te.
El número de gentes económicamente autónomas, propie-
tarias de tierras suficientes para su sustento o dueñas de las
capacidades necesarias para actuar como artesanos indepen-
dientes, es exiguo. Pero la pequeña propiedad territorial que
TIERRA, DEMOGRAFÍA, PRESTIGIO
123

induce a la dependenc ia del latifundista o al «peonaje» (cuyo


equivalente es el servicio doméstico urbano) y el ejercicio de
algunos oficios que obligan a una dependenc ia obvia (como
la albañilería) son notoriamen te numerosos. El mestizo y el
blanco pobre subsisten en una semidepend encia precaria, de
acuerdo con los modelos de seguridad y de movilidad social
que impone el régimen de la «hacienda» circundante . Las ciu-
dades son apenas el órgano político y administrativo del poder
del «hacendado » y se conforman enterament e a sus pautas, nor-
mas y expectativas. Esto queda explícito cuando se examinan sus
actitudes políticas posteriores.
Y toda posibilidad de lucro importante está supeditada al
control del poder político. El ejemplo más claro lo suministra
el proceso de abastos de carne a las ciudades, cuyos pormeno-
res están vinculados al examen de otras zonas geosociales de la
Nueva Granada en el siglo XVIII4º.

LAS ZONAS DEPENDIE NTES

De muy diversa manera se articula el factor demográfico den-


tro del modelo de estructura social en los grandes valles cálidos
situados al sur y al suroeste de Santa Fe, flanqueados por las
grandes cordilleras andinas, particularmente en los que hoy
son departamentos del Tolima, Huila y Valle.
A partir de las «tierras calientes» del actual suroeste del de-
partamento de Cundinamarca, estos valles eran al comenzar el
siglo XVI el «hábitat» de los numerosísimos núcleos del grupo
«karib», cuya reducción o simple pacificación fue imposible en
su totalidad para los conquistadores españoles.
Es en esa región donde se desarrolla de modo más con-
tinuado y feroz el esfuerzo militar durante el siglo XVII, no
ya para reducir a servidumbre sino para exterminar a los abo-
rígenes, que reiteradam ente atacan y queman los precarios
establecimientos de los colonos europeos. Particularm ente sis-
temática y sangrienta es la expedición guerrera que organizan
las autoridades coloniales al iniciarse el siglo XVII a ambos la-
dos de la cordillera Central (valles del Cauca, de !bagué y Nei-
va) para quebrantar de modo definitivo la resistencia y detener
los ataques de los pijaos41• Pero en todo el territorio los grupos
124 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

indígenas, aun aquellos aliados militarmente con los españole .


contra el pijao como enemigo común, se muestran resistente:
a quedar sujetos al tributo de la encomienda y al poblamiento
forzoso, que resultaba tradicional en los altos valles andinos.
Tal es el caso de coyaimas y natagaimas, por ejemplo, quienes
solamente alcanzan a formar algunas tenues y poco seguras en-
comiendas tras la guerra de los pijaos.
Los grupos «karib», cazadores, guerreros y recolectores, es-
tán a la llegada de los españoles, escasamente integrados a una
economía sedentaria fundada en la agricultura permanente.
Y de otra parte, su vinculación comunitaria en la persona del
jefe parece haber sido mucho más laxa que la predominante
en las regiones muiscas de los altiplanos. Las parcialidades y
clanes parecen haber sido casi completamente independientes
unos de otros, excepto en tiempo de guerra cuando procedían
a la elección de un dirigente militar durante la emergencia.
Manuel Lucena Salmoral hace notar en la Historia extensa de Co-
lombia la tenacidad con la cual las autoridades y los colonos es-
pañoles intentaron vanamente localizar un jefe superior de los
pijaos, un cacique supremo cuya captura o sumisión les hubiera
dado el control sistemático del grupo aborigen como ocurrió
en las zonas chibchas, donde prosperó y se hizo entidad perma-
nente la encomienda42 •
En la parte de la Gobernación de Popayán que hoy corres-
ponde al departamento del Valle, las continuas incursiones de
los aborígenes contra las fundaciones españolas, en la segun-
da mitad del siglo XVI, originaron expediciones punitivas que
consiguieron el exterminio o el ahuyentamiento de los indios
al comenzar la siguiente centuria. Y en el valle de Neiva, una
vez concluida la guerra contra los pijaos de la sierra, los pijaos,
natagaimas y coyaimas, como premio a su ayuda, fueron en-
comendados directamente a la Corona, pagando un pequeño
tributo, de tal suerte que ni al occidente ni al oriente de la cor-
dillera Central, donde existió el poderoso y hostil grupo «ka-
rib», fue posible el establecimiento de la encomienda privada
como institución básica de la sociedad.
Para finales del siglo XVIII, son reiteradas las peticiones de
mineros y hacendados de la región de Mariquita hacia el sur,
que solicitan indios mitayos de las zonas del altiplano andino,
T IERRA , DEMOGRAFíA, PRESTI GIO
125

mostrando con ello hasta que' 11- · ·


punto es a I mex1stente la mano
de obra indígena tributaria, en contraste con los altos valles de
Tunja o de Santa Fe 43 •
La resiste~cia indígena a la servidumbre en la región valle-
cau~ana _podna t:ner un curioso indicio en la protesta de los
ind10s Diego YMiguel en Cali y en Victoria en 1580, quejándo-
se de que a ~esar de haber vivido libres de sujeción de los colo-
nos blancos mtentan hacerles trabajar gratuitamente: «Hemos
venido sirviendo a quienes habemos querido y que nos paguen
nuestras soldada~; Yagora algunas personas pretenden que les
habemos de servir y pretenden quitarnos nuestras mujeres so
color e diciendo que son de repartimiento, por fuerza y contra
nuestra voluntad ... » 44 •
Y en lo que atañe a la zona de Neiva, los documentos per-
miten inferir una prematura extinción de las comunidades in-
dígenas organizadas y, de todos modos, la resistencia de los
sobrevivientes a servir a los colonos en calidad de mitayos o
concertados forzosos y aun a reducirse a poblados 45 •
Esta ausencia de población indígena encomendada da a
las formas de tenencia de la tierra y a los modelos de asocia-
ción para la producción económica y para el control del poder
social, características completamente diferentes a las que son
observables en el proceso social de los altiplanos andinos.

CAÑA, GANADO, ESCLAVOS


Desde las expediciones de Jorge Robledo a través de su territo-
rio y en dirección a Antioquia, los conquistadores y colonos es-
pañoles en el Valle del Cauca vieron condicionada su actividad
dominical por la ausencia o la hostilidad de las poblaciones
indígenas. Las concesiones de tierras otorgadas por los prime-
ros cabildos y más tarde por otras autoridades se hicieron en
enormes predios rústicos, cuyos habitantes precolombinos ca-
recían de tradiciones agrícolas estables y estaban además poco
dispuestos a servir como mano de obra gratuita a los nuevos
dueños de esos vastos territorios.
El resultado más notorio de esta situación demográfica, al
cabo de siglo y medio, es la formación de gigantescos latifun-
dios, para cuya explotación económica el obstáculo más cons-
1':L l'Pll l-: R 1'01.l'l'I CO l•:N 1 :nLUM I \IJ\
126

tante y dificil de supe rar es la carc.'ncia de tralx~ jador es gratuitos


o seiniserviles, que había n pe rmiti do el auge dt· ,da hacienct~l)i
andin a clásica e n las zona s frías de la cord ilkra .
La geog rafía y la d e mogr a fía sou ~arte a rm~v<..-rtir toda la
regió n e n una zo na d e ex tenso s naluv os dt' cana Y de gana-
d e rías e n gran de escala. con la ayud a d e la mano de obra de
esclavos negros, que se const ituye n cu el aspec to m,b va lioso de
los pau·i inoni os priva dos.
Para darse cu e nta d e la situa ción a este respe cto basta citar
los datos sunü nistra dos por un ce nso levan tado en la ciudad
de Carta go en el mio d e 1776, que comp rend e todos los bie-
nes mueb les e inmu ebles d e la juris dicció n: 7.000 reses apare-
cen avalu adas en 35.00 0 patac ones; 1.290 cabal los y yeguas en
11.41 6 patac ones; semb rados d e caña y plata nares se tasan en
7.500 , y 467 esclavos negro s llega n a la suma d e 116. 750 pata-
cone s, mien u·as toda la tierra de la zona censa da solam ente se
avalú a en 16.00 046• La persp ectiv a no e ra difer ente en las zo-
nas suroc ciden tales del actua l departa111ento de Cund inam ar-
ca, verbi graci a, dond e el pred omin io «kari b» preco lomb ino y
la poste rior aflue ncia de esclavos marc aron el desti no social
poste rior.
El bajo preci o de las tierra s, que cons ta insis tente ment e en
los docu ment os y el alto preci o del capit al repre senta do por los
esclavos negro s, habla n clara ment e de una econ omía que po-
dría deno mina rse de «plan tació n», sigui endo la termi nolog ía
de Max Webe r, si la mano de obra hubi era estad o comp uesta
por esclavos sin derec ho al matr imon io • La tierra en cantida-
47

des casi ilimi tadas se desti na a prod ucir para la expo rtació n.
La caña y el gana do parec en habe r sido los prod uctos básicos
de la zona del Valle del Cauc a, desti nado s a los merc ados in-
terio res del Nuev o Rein o y a otras regio nes más lejan as, pues
hay const ancia de emba rque s de miel hacia Pana má en el siglo
XVJII4ª.
Las estad ística s sobre la comp osici ón étnic a de la pobla ción
en el Valle del Cauc a son confu sas para los tiemp os coloniales,
pues la regió n estab a comp rend ida dent ro de la Gobe rnaci ón
de Popa yán, que abarc aba igual ment e zona s andin as de en-
comi enda y regio nes mine ras auríf eras como las del Chocó.
TIERRA, DEMOGRAFÍA, PRESTIGIO
127

Se hace necesar io inferir el conjunt o de datos locales para di-


versos po~lado s _Y ciudade s hacia los finales del siglo XVIII.
«Segun el riguroso empadr onamie nto hecho en 1793, el
recinto de la ciudad (de Cali) contení a 6.548 habitan tes; y de
éstos 1.106 eran esclavos», dice Eustaquio Palacios49 • Otros do-
cument os permite n afirmar que la mayor parte de la poblaci ón
libre estaba compue sta por «pardos» (mestizos, mulatos y otras
«castas») a más de algunos negros horros o emanci pados que
se asimilaban a los mulatos para efectos de su status y sus posi-
bilidades de trabajo.
1
La proporc ión de esclavos negros debió ser mayor en las
zonas rurales, puesto que aunque es verdad que se utilizaron
en las labores domésticas ubanas50 el precio asignado a cada
esclavo en los censos e inventarios es indicio de su dedicac ión
prefere nte a las plantac iones cañeras y a los fundos ganaderos.
A lo largo del siglo XVII el Valle exporta ganado hacia
Santa Fe y quizá hacia las regione s tunjanas, abasteciendo tam-
bién en alguna proporc ión el consum o de Popayán. En el si-
glo XVIII aparece importa ndo reses vacunas51 del lado oriental
de la cordille ra, es decir, de los valles de Neiva, quizá debido
a la reciente ampliac ión de los cultivos de caña, que forman
la base de la econom ía agrícola del Valle del Cauca hacia ese
momen to.
La socieda d esclavista del Valle del Cauca origina un mes-
tizaje seguram ente muy activo, cuyas características no debie-
ron diferir mucho de las asignadas por Gilberto Freyre a las
relaciones existent es entre la Casa Grande y la Senzala de los
negros en el proceso demogr áfico brasileñ o52 • El comerc io se-
xual tempra no de los amos blancos con las esclavas y con las
mulatas emplea das como servidoras domésticas fue la base de
una poblaci ón designa da por los textos coloniales como «par-
da», incluye ndo en este estrato a todos los múltipl es product os
del cruzam iento entre negros y blancos y ocasion almente con
indios.
Esta numero sa gente mulata cuyo fenotipo trazaba una lí-
nea divisoria intraspa sable para la movilidad social ascende nte
está constre ñida a compar tir en muchos aspectos las limitacio-
nes del esclavo, a quien sus amos en ocasiones dan un tratami ento
El l'ODKR POl fTlOJ EN CO LOMBL\

ht'.'Ht~\'olo, pt'nuiliéndolt ' algunas veces se111,brar en las tierras


lntirundarias utili1.an<lo los imple111ent?s agncolas de la hacien,
da a t:ir·rcer alg·una pequeüa artesan1a. At~n en el siglo XIX
autort'S romo Seq.~·io Arboleda -pertenecien te a una fa.mili~
u-adicionaltuente propietaria de g-randes g-rupos de esclavos-...
St' rt'fit:'rt'n a la 1nag·nánima disposición y al temple suave de
los mnos respecto de los negros. YJorge Isaacs ha dejado un
t'Staiupa vfrida de la que considera vida idílica y feliz de los sie:
3
\'OS t'n las tierras del Vallé .
Pero los donunentos rectifican esta suave y tibia condición
de paz. En 1785. por eje1nplo. los esclavos de la región de Car,
tag·o se organizan pcu-a ernanciparse por la violencia, intentan,
do tonnar un ,.. palenque» (pueblo libre de negros fugitivos) ,
,-:1nuriendo o 111atando antes que darse»54, y es significativo en
g-rado sun10 que los alzados hubieran sido aco1npañados por
«pardos », corroborando así la observación anterior que para
los efectos de la esn-atificación social, los mulatos estaban casi
al nüs1no nivel social y econó111ico que los esclavos, separados
por la línea horizontal tajante del fenotipo , respecto de los
blancos do1ninadores.
El pequeño propietario territorial, enérgico y autónomo,
bien entr-ado el siglo XIX, produce aún asombro y curiosidad.
Jorge Isaacs introduce entre los personajes de María un tipo
hmnano de esta clase, describiendo su fondo y sus costumbres
con meticulosa paciencia. Lo insólito del fenómeno es patente
en el relato. Pero el pequeño propietario resulta ser un extra-
ño no solamente por sus normas y sistemas de vida sino por su
procedencia: es un antioqueño, o dicho mejor, el antioqueño,
islote de autonomía en un mar de servidumbre parda55 • El siglo
XVIII no conoció tales ejemplos en el Valle.
Allí faltaba el precedente de los pueblos indios, agriculto-
res sedentarios y la masa de los pardos quedó a merced de los
grandes latifundistas desde el comienzo de su aparición. Son
peones «agregados» con salarios de subsistencia, cuya auto-
nomía para contratarse a servir libremente es prácticamente
nula. Cuando Sergio Arboleda alude un siglo más tarde a la
posibilidad de que los esclavos siembren cultivos propios con
herramientas de la hacienda, solo describe una de las formas
más baratas que tiene el señor territorial para subvenir al man-
TIERRA, DEMOGRAFÍA, PRESTIGIO 129

tenimiento de su «equi~o agrícola». Sigue siendo cierto que,


esclavos O pardo s asalanados, estuvieron virtualmente exclui-
dos de la prop iedad territ orial y que esto definió su actitu d
social, esenc ialme nte, en el futuro.
Entre pardo s Y ~~ancos _parece habe r muy poco grado de
consenso. L~ plantaczo~ no sirve de lazo asociativq para las diversas
gentes que estan en ella vinculadas. .'
Los negro s inten tan organizarse imita ndo los cabildos de
los blanco~, par_a forta lecer la hostilidad contr a ellos. Jaim e Ja-
ramillo Unbe cita docu ment os demostrativos de tales activida-
des clandestinas de negro s y pardo s y añad e que «esta form a
de organización ... de los esclavos tenía para ellos el senti do de
una liber ación supu esta y de una afirmación de sí mismos ...
En el Cabildo, especie de microcosmos político, el negr o se
apropiaba de los títulos, las jerar quías y los nomb res de los fun-
cionarios del gobi erno colonial para jugar al autog obiem o» •
56

Es sin duda el lejan o prelu dio de los «azotadores» negros y mu-


latos del Valle, quien es cien afios más tarde hicieron famosos
sus látigos bland idos contr a los blancos, bajo el gobie rno del
general José Hilar io López y de Ramón Mercado •
57

En rigor, entre esa masa de «libres» de color y de escla-


vos por una parte , y la mino ría blanca, propietaria, hay falta de
pueblo, para citar las palabras de Louis Couty, refiriéndose en
el siglo XIX a la socie dad esclavista brasileña • La gran masa
58

de la pobla ción no está integ rada de ningu na mane ra consen-


sual o semi conse nsual a las metas sociales de los propietarios.
Se somete con una actitu d renco rosa o pasiva al dorninio a veces
sádico de los latifundistas o se juega la vida busca ndo venganza.
Los rasgos de bene volen cia patro nal o de abne gació n servil,
que fuero n algun as veces formas de relación entre ambo s es-
tamentos, no rectifican sino que subrayan la distancia infran-
queable entre ellos, en lo que se refiere a su pape l social, a su
sistema de statusro/,es.
Suert e muy parec ida sufre n las tierras situadas al orien te de
la cordillera Cent ral, espec ialme nte el Valle de Neiva y todas
las que luego serán los depa rtam entos del Huila y del Tolima.
La derro ta final de los panc hes y pijaos abrió definitiva-
mente las puer tas para la colon izaci ón españ ola de estas tie-
rras al come nzar el siglo XVII. Los capit anes triun fador es de la
El. PODER POLÍT ICO E.N CULOMBIA
130

contien da conu·a los aboríge nes vieron premia dos sus esftt
zos bélicos con la concesi ón de enorme s fundos en propiectet,
y a veces con el gobiern o político. Ejen1plo patente de an1bªd
·
casos es la historia de la fa1n1·1·ia O sp1na, uno d e cuyos lUie ªs
bros, don Diego de Ospina, funda a N eiva haci~ 1612 y gob¡:~:
na la tierra, sucedid o de su hijo y de otros panent es suyos
el mando y en el proceso de apropia ción del territori o. l-Ia;n
1665, uno de ellos poseía en su hacien¿ a de. «Y~guará» inás ~:
cuatro mil reses y caballos de vaquen a, 59ve1nt1ocho estanc·•as
de ganado mayor y cuatro de pan coger . El sucesor de est
l
latifund ista -gober nador en el cargo polític o-, después de
!
f haber sido tenient e general en Timaná era dueúo de ocho lll~
1
reses de cría, que produc ían al aúo 1.200 cabezas. Y basta ello
¡ para comenz ar a inferir la estructu ra y la forma de explotación
del territor io.
La exigua poblaci ón indígen a, exenta de encomi enda en su
l mayor parte, hace dificil la tarea agrícola y estimul a indirecta.
f mente la utilización de la tierra en otras formas de explotación
'
específi cament e la ganade ría extensiva. Los seúores territoria-
les del Valle de Neiva son, desde un comien zo, encomenderos
o regidor es influyentes en las regione s de Tunja, Santa Fe y
Popayá n, que obtiene n de los cabildos de esas ciudade s las li-
cencias y contrat os necesar ios para asegura rse exclusivamente
el abasto de esos centros de consum o en materia de carnes60 ,
El domini o sobre el grupo indígen a, median te la captación
de la obedien cia del cacique , no tiene en esta región ningún
significado importa nte. La poblaci ón aborige n sobreviviente a
las guerras de exterm inio y sus hijos indios y mestizos sirven di-
rectame nte como «peones» para la explota ción ganader a, con
salarios exiguos y sin esperan zas de llegar a la propied ad o a la
tenenci a estable de parcela s product ivas.
La agricult ura, en este caso, tuvo un precari o desarrollo.
Silvestre, habland o de la provinc ia entera, escribe sucinta-
mente a finales del siglo: « ... su temper amento es caliente y
produc e todos los frutos que le son propios , aunque en corta
cantida d por la corta poblaci ón. Abund a en minas de oro, que
por lo mismo, se trabaja n poco. Su princip al comerc io de fru·
tos es el ganado vacuno , de que sacan porcion es considerables
61
de novillos, para Santa Fe y la Provinc ia de Popayá n» •
TIERRA, DEMOGRAFÍA, PRESTIGIO
131

En las vastas dehesas esta peonada, donde indios y mesti-


zos se funden, carece de formas asociativas importantes con
respe_cto a sus patronos y su nexo con ellos no pasa -como en
el altiplano- por un continuum cuya base es la tenencia de la
tierra. Para efectos de la estratificación social, no existen esta-
mentos intermedios entre latifundistas y trabajadores rurales.
Bajo estos últimos están solamente los esclavos negros, relativa-
mente escasos, ya que al terminar la centuria no se contaban
más de 450 en toda la provincia62 , de los cuales 160 eran servi-
dores domésticos habitantes de la ciudad de Neiva63 •
Las fronteras raciales, entre los blancos por un lado y los
indomestizos por otro, están rígidamente establecidas para
efectos de las expectativas sociales. En desarrollo de la empresa
ganadera capitalista de exportación, los vínculos interpersona-
les cuentan escasamente y solamente el propietario alcanza y
maneja las normas de superioridad e «hidalguía» anexas a la
posesión territorial en la sociedad de origen ibérico. La base de
la población no participa de ellas y su posición psicosociológica
es la de una pasiva obediencia que excluye las oportunidades
de movilidad social ascendente.
En este modelo social el consenso solamente se obtiene
por una violencia institucionalizada, por una coacción de ca-
rácter económico ejercida por la minoría sobre la mayoría mes-
tiza, en ausencia de lazos que engendren o mantengan alguna
solidaridad fundada en el interés común.
Tanto en el caso del Valle del Cauca, como en el de la pro-
vincia de Neiva, la sociedad aparece escindida en porciones
coexistentes pero no ligadas por vínculos de solidaridad per-
durables.
La ausencia de esta solidaridad en asociaciones dotadas de
alguna consistencia endógena, tu~o para__l~s zonas de lo~ valles
cálidos mencionados consecuencias pohticas de vasta impor-
tancia.

EL POLVO DE ORO
En sus primeras entradas al territorio de _la actual 1:°tioquia,
procedentes del norte, los españoles identificaron el asp~ro te-
rritorio montañoso como el paraíso donde bastaba estirar el
EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA
132

brazo para hallar el oro. Los in~ios de la ~egendaria Buriticá en


la provincia de Zenufana parecian ademas poseer los depósit .
filones de más fina pasta, entre todos los aborígenes enton. os
Y
ces encontrados6". Las_ ~xpe_di_ci_ones pro~erd entes del sur, que
afianzaron la pacificac1on e 1mc1aron la vida urbana de la 20
ratificaron con creces esa certi~umbr~. Antioquia vio, desd::1
su suerte a los azares
Primer momento de la Coloma, unCida . .
de la minería aurífera, que con d 1c10naron su futuro social
., l" . y
moldearon su caracter po It1co.
Las primeras erecciones urbanas, como Santa Fe, Reme-
dios, Zaragoza, Arma o Cáceres, son determinadas por la ri-
queza de los filones auríferos circunvecinos y el peso de la
explotación recayó, con enorme violencia, sobre las comunida-
des indígenas de la zona, forzadas a trabajar las minas con una
prisa desconocida por sus tradiciones y sus normas rituales.
La técnica de la explotación indígena de las minas con-
sistía en la excavación de pozos verticales de escaso diámetro
para impedir los derrumbes. El minero se introducía en él des-
cendiendo boca ,abajo con la ayuda de pequeños estribos prac-
ticados en las paredes. Para salir de tales pozos era necesario
ejecutar la ascensión cabeza abajo, pues la estrechez de la mina
impedía a un hombre devolverse en ella. Todavía en el siglo
XVII la perforación de tales pozos y la extracción del mineral
eran realizadas del mismo modo por los indios con la ayuda de
«chuzos de macana» 65 .
Para comienzos del siglo XVII, los indios sometidos al ser-
vicio de mita minera habían desaparecido por extinción física
o por la fuga. El visitador Francisco de Herrera Campuzano,
quien intentó en 1614 reducir a poblado en las minas de Gua-
mocó a los pocos aborígenes sobrevivientes en la región, hace
referencia a «los indios retirados que se han huido de ella, hu-
yendo de los españoles y de los trabajos con que son cargados
y molestados dellos» 66 •
Siglo y medio más tarde, e1' 1771, el alférez don José Bue-
naventura de Arbeláez, vecino del valle del Río Negro, litiga
con algunos indígenas sobrevivientes por derechos mineros en
El Peñol y afirma que desde ese sitio hasta Mariquita, en más
de «cien leguas», los indios están en posesión de territorios en
los cuales hay partes «pobladas con sólo dos indios, en otras
TIERRA, DEMOGRAFÍA, PRESTIGIO
133

sólo tres, siem pre dispe rsos, sin unió n entre sí» 67 • La pobla ción
indíg ena había desap areci do para todos los efect os socia lmen -
te significativos. Los dos mil indio s que Silvestre menc iona
como habit antes de la regió n para la mism a époc a están fuera
del marc o funci onal de la socie dad antio queñ a al term inar el
siglo XVIII 68 .
Para los prop ietari os de derec hos sobre reale s de mina s,
la altern ativa ante la extin ción de los mitayos indio s fue , desd e
finales del siglo XVI, la impo rtaci ón de esclavos negro s. Los
ricos filone s de la cordi llera andin a justif icaro n dura nte largo
tiemp o cuan tiosa s inver sione s en mano de obra servil y Antio -
quia fue uno de los centr os más impo rtant es de conc entra -
ción de africa nos de todo el Nuev o Reino . Toda vía para 1789 ,
el núme ro de esclavos sobre pasab a al de los blanc os, a pesar
de la deca denc ia del esclavismo en todo el ámbi to regio nal y de
la tende ncia social a la manu misió n, carac teríst ica de los antio -
queñ os en ese mom en to 69 .
Pero desde époc a relati vame nte temp rana, frent e al gran
explo tador mine ro, propi etario de nume rosas cuadr illas de
esclavos que re1nplazan al indio exter mina do, surge un com-
petid or que decid irá de la suert e social de todo el grup o antio -
queñ o: el pequ eño mine ro, «gua quero » o «maz amor rero» , que
no depe nde del capit alista y que busca , trash uman te, la huell a
de filones apare ntem ente agota dos o aban dona dos, «bate a» el
oro aluvi onal en las arena s de los ríos y excav a las sepul turas
indíg enas a lo largo del territ orio 70 •
Mien tras que la produ ctivid ad del gran capit alista mine ro
no se incre ment a sino en prop orció n al núm ero de nuev os es-
clavos que vincu le a la explo tació n, el pequ eño mine ro inde-
pend iente depe nde tan solo del crech nient o veget ativo de su
propi a famil ia para aume ntar la prod ucció n. Com o los méto -
dos técni cos de explo tació n indíg ena sigue n siend o utiliz ados,
a la larga el <<mazamorrero» va domi nand o la prod ucció n de
oro y cond ucien do a la ruina al empr esari o de esclavos, a quien
solamente innovaciones tecnológicas hubieran podi do pone r
en cond ición de comp etir71 •
El mazamorreo es la ocup ación cotidiana de los mesti-
zos, cada vez más numerosos, mezcla inextricable de los pri-
mige nios habit antes «karib», los esclavos negro s y los blanc os
1~4 l•'. I , l'OIH'. R I'( )1 Jm :e) l•'. N ( :e)1 ,( >M IU/\

pobres, aventure ros llevados a la zona antioque üa ('n busca del


dorado señuelo.
La misceginación incont.ro lablc y la rarcnrja de una mano
de obra indígena tributari a perdurab le y diricn l.c se articula..
ron con la sobreab undanci a 1niucra para signar los rasgos cscii~
ciales del grupo antioque110 posterior. El proceso es :fascinanLe.
~l g~an empre~ar~o esclavista es dur~ntc e1 ¡~rimer siglo
el triunfad or economICo. Agotados o hrndos los indios, sola-
mente él poseía los recursos necesarios para hacer la enorme
inversión indispen sable en negros esclavos, que constituían
abrumad orament e el aspecto 1nás valioso de cualquier patri-
monio. Los negros de una estancia avaluada en mil pesos, por
ejemplo , valían en 1777 casi cinco veces n1ás 7i. Incluso el asen-
tamiento permane nte de las cuadrillas en un real de minas era
relativa1nente secunda rio, respecto del hecho de la propiedad
de los negros. Habland o de sí y de dos socios y parientes, el
antes citado Arbeláez, escribe: «Hallánd onos los tres nomina-
dos con algunos esclavos y faltos de mina en que ocuparlos nos
remonta mos a buscarlas por los caminos que rompieron los
Arangos en las entradas que hicieron al Río de la Vieja ... » 73 •
Lo común fue que el adjudica tario del real de minas tuvie-
ra igualme nte dominio sobre los territorio s circundantes, con
el objeto de cultivarlos y proveer al manteni miento físico de
sus trabajad ores serviles. En la práctica, el procedim iento solo
dejó como saldo la formaci ón de grandes latifundios incultos
que habrían de servir de ámbito a las primeras colonizacio-
nes popular es al final del siglo XVIII y en los años siguientes.
Todos los recursos fisicos e intelectu ales del empresario se
dirigen a la búsqued a del oro, con olvido de otro interés, en
ese moment o.
Desde la segunda mitad del siglo XVII comienza a presentarse
en Antioquia el fenómen o del pequeño minero, del barequero,
del mazamorrero, del zamlntllidor, del guaquero. Van formándos,e
poco a poco núcleos de gente nómada, buscadores de oro auto-
nomos y aventureros, cuyas actividades sustituyen gradualmente
el trabajo de las primeras grandes minas, abandonadas a causa
de las dificultades de una tecnología inapropia da para la explo-
tación a largo plazo74 •
TIERRA, DEMOGRAFÍA, PRESTIGIO 135

Son gentes cuya única inversión necesaria consiste en aten-


der a su propia subsistencia y a la de sus fa1nilias, obteniendo
en ello mayor remuneración que la que eventualmente podría
ofrecerles el empresario y a un costo general más bajo que el
del trabajo esclavo.
En la tarea compiten todos los «libres» (no importa su co-
lor ni su origen), que van confundiéndose rápidamente al am-
paro del nomadismo y del mestizaje indiscriminado.
Para el final del tiempo colonial, el visitador Mon y Velar-
de, quien gobernó el territorio, ofrece una descripción nega-
tiva. Millares de brazos que él califica de ociosos y holgazanes,
habitando un vasto territorio casi sin huella de trabajo agrícola,
que pagan en polvo de oro, por ausencia de moneda, todos
los objetos necesarios a su vida a un grupo de arriesgados co-
merciantes, que recorrían los abruptos caminos de acceso a los
centros mineros, trayendo géneros textiles del Socorro, herra-
mientas de la misma procedencia, cacao, todo aquello que An-
tioquia había menester y no producía, absorta en el oro 75 •
Mon refiere que habiendo tantas tierras baldías y sin due-
ño, las controversias de las gentes se dirigen casi exclusivamen-
te a la posesión de las ya explotadas. Es más que probable que
ello tuviera su origen en las ventajas de las estancias cercanas
a los reales de minas en orden a abastecer a los mineros. Los
pocos agricultores bien situados y los comerciantes resultaron
ser a la postre los beneficiarios de toda la activa tarea de la
explotación aurífera y los términos de intercambio resultaban
más que favorables a su tarea mercantil, aunque se tratara de
una tarea llena de riesgos financieros y aun fisicos 76 •
El pequeño minero independiente, la más de las veces tras-
humante, no da a la propiedad de la tierra el valor señorial
subjetivo que tuvo para sus abuelos españoles. Está habituado a
conferir a cada objeto de su mundo un precio en oro. Vive en
plena economía monetaria, aún sin el uso de moneda. Con «polvo
de oro» se ha abierto camino hacia la autonomía, emancipán-
dose de la tutela empresarial y evitando verse obligado a servir
como mano de obra adscrita en la explotación de la gran ha-
cienda latifundista. En ello consiste la «holgazanería» que Mon
registra en el momento de iniciar sus reformas decisivas.
136 EL PODER POLÍTI CO EN COLOMBIA

El número de bienes o privilegios adscritos, materiales


inmateriales, es cas~ n~lo en esta so.ciedad, c~ya medida es e~
oro y cuya meta sera bien pronto el 1ntercamb10 lucrativo , qUe
. . d .
engendr a una técnica finanoer a y una act1tu . vital particutar.
.
L~s comerciantes, no los gran d es ~mero.s. n1 1os latifundistas
ociosos y sedentarios, ocupan el pnmer s1t10 en la fluente so-.
ciedad, sujetos al riesgo de que los azares del minero, a quie
venden, aniquilen su juego 77. n
En las últimas décadas del siglo XVIII esta población autó-
noma y seminóm ada se componí a de cerca de nueve mil blan-
8
cos, veintioch o mil libres y nueve mil esclavos7 • Mon y Velarde
abrió para ella posibilidades sociales insospechadas al permitir
e inducir la colonización de los grandes latifundios cercanos a
los reales de minas, por parte de quienes quisieran poblarlos
sujetos a determin adas condicio nes impuestas por el Estado. '
El modo de apropiac ión de la tierra de los colonizadores
antioque ños a partir de la reforma de Mon y Velarde, revela
y relieva la condició n de autonom ía individual, económica y
social alcanzad a por los pequeño s mineros «holgazanes» y sirve
de modelo para las emigraci ones posterior es en el siglo XIX.
Mon, en parte utilizand o la coacción estatal, en parte per-
suadiend o a los grandes latifundistas de la bondad del nuevo
poblami ento, consigui ó llevar numeros as familias hasta los
nuevos asentam ientos79 • Se desarrol la entre tal tipo de inmi-
grantes un agudo espíritu comunit ario, necesari o para tomar
las decision es cotidiana s relativas a la propieda d y a la seguri-
dad de todos, donde falta la tutela del gran protecto r hacen-
dado que siga otras regiones granadin as. Los nuevos colonos
son gente con tendenci as igualitarias, que consider an la tierra
como un bien de capital y que deben cultivar sus parcelas con
sus propias manos en ausencia de un proletar iado rural abun-
. dante o de indios sumisos como los de la zona del altiplano
andino oriental.
Durante la mitad del siglo XVIII las nuevas poblaciones,
surgidas , bien por estímulo oficial o por espontán ea acción de
inmigran tes pobres, comienz an a surgir al lado de nuevas zo-
nas auríferas . Envigado, Yarumal, Carolina , San Carlos, Amagá,
Don Matías o Santa Bárbara son nuevos nombres urbanos en
esta etapa de coloniza ción interna del territori o antioqueño
H E.RR.A. m:..\ IOGR.\.fl.\ , PRESTIGIO
137

qnt" llega hast a d sttr y crea un nuey o polo de atrac


ción con la
funda<-'ió n de Sonsón en 1i89'~'-
Los tnt'c anism os de orga niza ción comrn1ita1ia j~o-aron
un
pape l decisixo t'n el tahu ue de la nueYa soci edad colo
niza do-
r:.L El igualit..u-ismo básico y la nece ~uia coop erac ión
y parti -
cipación de bs hunilias inmi gran tes. srn-gidas de un amb
iente
ck dueú o~ de su prop io trab~jo. desa lentó forzosan1
ente la
tende11ria hacia la form ació n de nueYos larifw1dios
(inút iles
sin m~tno de obra sem isen.i l). crea ndo la base para
una cla-
se med ia rura l que com enz:a ba a hace rse fuer te al albo
rear el
~u10 de 1800.
Las ge1u es que ~Ion desn ibía com o dora das de ,,nat
ural
pusi lanim idad para emp rend er nada que les pued a ser
úti.h ,
que ,,\iye n en mise ria Y ador mec idos en el regazo de la
ociosi-
dad" . mud ..m espe crac ularm ente de cará cter al abrir se
el paso
la colo niza ción popu lar. Sin aban dona r del todo su
Yocación
mine ra. y-;.1.n a,-anzando el poblanüe nto Y dand o mio-en
. a una
~
agricultu ra org:.uüzada en pequ eúas prop ieda des fanli
liares,
cUYi.i. esu-uctura hace más necesarias Y fuertes las tend enci as
.
. a
la p~u-ticipación acriYa denn ·o de los lírnites del mun icipi
o. In-
cluso. para elud ir los fonn alism os jurid icos que in1p
licaba la
ftmd ació n de un mrnü cipio . los colonos iiuni gran tes orga
niza-
ban «lug ares \} sttjetos a la disciplina iiúo nnal pero perd
urab le
del gTupo social com o un todo . en el cual el indi ,idu o
halla ba
adec uada parti cipa ción igualitaiia.
Ah-a ro Lópe z Toro (cuya lúcid a perspecriYa histó rica sobr
e
el proc eso anrioque110 es de invaluable a~uda) ha hech
o explí-
citos los mec anis mos econ ómic os que perm itier on desd
e m1
com ienz o la alian za o la simp le coin cide ncia de los inter
eses
entr e pequ eiios prop ietar ios territoriales colo niza dore
s y co-
merciantes. La cons ecue ncia decisiva de esta inter relac
ión fue
la vinc ulac ión de los capi tales financieros acum ulad os
por los
com ercia ntes en su tráfico (siernpre ventajoso con los mine
ros)
a la tarea de la colo niza ción por part e de pequ eños parc
elero s
colonizadores. La tierr a se conv ierte en Anti oqui a en
un bien
de capital. con el cual se nego cia y se espe cula liber ándo
la de
sus conn otac ione s de hono r y de prestigio , para conv ertir
la en
simple apoyo econ ómic o individual y en herr amie nta finan
cie-
ra. para la segu ridad fainiliar81 •
r l:·lH 1".1, POl)J<:I( l'Ol JTIC O EN COLO MBIA

después de la
Los gra nde s com erc ian tes, esp ecia lme nte
f'un dac iún y el aug e de Mcdellín, se inte
resa n en la colonización
m.er cad os de consu-
no sola men te por que e1lo significa nue vos
es ven der tierras
mo, sino por que per mit e en mu cha s oca sion
se ace ntu ará en el
a los nuevos pob lad ore s. Es un pro ces o que
erc io el que con,s..
siglo XIX, has ta e1 pun to de que es el com
y pue blo s que van
truye los cam ino s de acceso a las ciu82dad es
sur gie ndo de la mig rac ión con stan te •
colonización an-
Ale nta da por una em pre sa capitalista, la
as asociaciones de
tioq ueñ a tien de a tom ar la for ma de peq ueñ
fun dam ent al es la
em pre sari os rura les y min ero s, cuyo núc leo
el «lugar» (el muni-
fam ilia y cuya exp resi ón más org áni ca en
deb ere s de cada uno
cip io, la par roq uia ) don de los der ech os y
del voto pop ular de
son dec idid os en gra n par te por la acc ión
los pad res col oni zad ore s.
esta peculiar
Por raz one s fun dam ent alm ent e eco nóm icas
La utilización de los
soc ied ad es cre cie nte me nte antiesclavista.
es de min as resulta-
neg ros en cua dril las num ero sas en los real
ir con los mineros
ba un me dio one ros o, ruin oso , de com pet
s se reb elar on reite-
ind epe ndi ent es. Por otra par te, los esclavo
ejemplos) y huye-
rad am ent e (en 1600 y en 1706, par a cita r dos
<'<horros» y con los
ron a con fun dirs e con los gru pos de neg ros
ó vivo el eco de la
mu lato s. En Gu arn e, ver big raci a, don de lleg
tari os era n negros li-
sub lev ació n de los Com une ros , los pro pie
icu ltor es ocasionales
bre s o mu lato s, min ero s, «pu lper os» y agr
83
con tod a pro bab ilid ad •
hal la empleo
Un a bue na par te de esta pob lac ión mu lata
spo rte antioqueño
en la arri ería , la ind ust ria bás ica del tran
abr upt a real idad geo-
con rec uas de mu las cap ace s de ven cer la
erc ian té mit ad trans--
gráfica. El pat rón de arri ería , mit ad com
ial circ und ant e una
por tad or, adq uie re den tro del ma rco soc
orio , en tant o que
imp orta nci a y un status par ticu larm ent e not
los gru pos dispersos
de él dep end e el aba stec imi ent Ó bás ico de
de la rec ua de mulas
en las cor dill era s. Bie n com o pro pie tari o
el arri ero , desde los
o trab aja ndo par a un gra n com erc ian te,
n escasos y mal po-
día s en los cua les los núc leo s urb ano s era
za, San ta Fe) , parece
bla dos (Ar ma, Rem edi os, Các ere s, Zar ago
nóm ica y social en el
hab er sido un eje mp lo de aut ono mía eco
teji do de la vid a social ant ioq ueñ a.
TmRRA, DEMOGRAFÍA, PRESTIGIO
)~9

El modelo básico imaginado por Mon y Vclarde para el


asentamiento de los nuevos colonos implicaba la concesión a
cada familia de un lote para la vivienda urbana y dos «fanega-
das» de tierra laborable por cada miembro de ella (y su núme-
ro era con frecuencia mayor de siete u ocho). Tales estan cias
debían repartirse de las cuatro leguas de tierra que el juez
poblador debería medir alrededor de la zona urbana. Fácil es
comprende r el carácter igualitarista de esta forma de tenencia,
donde las posibilidad es del latifundio están cortadas, además,
por la prohibición de vender durante un tiempo las parcelas
asignadas 84 •
Esta colonización migran te, multirracial y asignada por su-
cesivas poblaciones de pequefios mineros y parceleros, perdió
su vinculación con el gran empresario minero o con el latifun-
dista como núcleo de la integración y la cooperació n sociales.
Su propio carácter trashumant e y la inexistencia de una
rígida estratificación, fortalecieron en cambio los vínculos co-
munitarios no estrictamente vinculados a la tierra: la familia y
la parroquia.
La parroquia, como asociación de feligreses enfrentado s a
problemas comunes, tiene en Antioquia desde finales del siglo
XVIII una significación que no alcanza a otras comarcas colom-
bianas.
Donde la asociación básica se había construido sobre los
valores del grupo indígena integrado a través de la encomien-
da de la hacienda, el cura tuvo una calidad dependient e del
poder local del latifundista, convirtiéndose en una especie de
racionalizador de las formas de producción social y de poder existentes.
Pero en Antioquia, el cura fue el núcleo, a veces único, que dio
respuesta a la necesidad de cooperació n social de los coloniza-
dores, representad os por los pad~es de familia. Todavía en el
siglo XX, el papel representad o por la parroquia como forma
de asociación voluntaria ha sido destacado por los investigado-
res contempor áneos de Antioquia85 • En verdad, más allá de las
formalidades jurídicas, la parroquia ha constituido el cemento
social de los antioqueño s durante dos siglos y la escuela viva
respecto de las formas de participación comunitari a.
La acendrada piedad católica del antioqueño , señalada
como un rasgo peculiarísimo, debe ser entendida a la luz de
140 FI. PODER POLÍ T ICO EN C:01.0MBIA

emp eña social-


la perspectiva histórica, por la fun ción que des
y en otra s zonas
men te. Mientras que en el alti plan o and ino
la 1iturgia y la es-
dep end ient es, la religiosidad se incl ina hac ia
es des de un co-
per anz a del mil agro con cret o, en Ant ioq uia
la com uni dad
mie nzo una form a de com pro mis o mor al con
los azares de la
y una fue nte de seg urid ad psíq uica den tro de
no se lo pro-
mig raci ón y de la nueva colo niza ción . Aun que
mo do en crisol
pon ga la Iglesia, la parroquia se torn a de este
pro mov iend o la
del mod elo político-social de la participación,
solu ción de los
inte rve nció n y la coo per ació n de todo s en la
a la instalación
pro blem as jurí dico s, eco nóm icos , que conllev
de nuevos poblados.
asociación
La com uni dad colo niza dor a ant ioq ueñ a es una
dic a com o mu-
-pa rro qui a ante s de obt ene r la ratificación jurí
exis tent es en
nicipio. Mon y Velarde hab la de 32 par roq uias
y aba ndo nad a
su tiem po, cua ndo aún con side ra des pob lada
ten ían alguna
la comarca. Muchas de esas par roq uias ape nas
cate gor ía polí tica reco noc ida form alm ente .
Vásquez86 ,
Jos é Ma nue l Restrepo, cita do por Luis Osp ina
terc eras partes
esti mab a al com enz ar el siglo XIX que las dos
de tierra. Y en el
de estas gen tes anti oqu eña s era n pro piet aria s
hum ante s, los
terc io rest ante deb en incluirse los min ero s tras
nza ban constan-
arri eros , los peq ueñ os com erci ante s, que ava
agricultores.
tem ente hac ia el sur aco mp aña ndo a los nue vos
(roles) que
El sistema de expectativas y los pap eles sociales
tien en relación
se des arro llan en esta cara cter ístic a estr uctu ra
com erci al, con
con la hab ilid ad per son al par a el inte rcam bio
tácu los geográfi-
el arro jo y valor pers ona les par a dom ina r obs
par a intervenir
cos o apr emi os fina ncie ros y con la cap acid ad
a en las decisio-
de una man era eficaz y soc ialm ente con stru ctiv
ient o de funcio-
nes coti dian as de la com uni dad . El cum plim
rqu ía social de
nes dete rmi nad as de este mo do califica la jera
ión vinc ulad a al
cad a uno por enc ima incl uso de la estr atif icac
feno tipo .
de discri-
La Ant ioq uia del siglo XVIII no estuvo exe nta
cos . Parecería,
min acio nes sociales en razó n de los cru ces étni
sion ado s por la
por el con trar io, que los celos y renc illa s oca
pró jim o mulato,
pro pia «su peri orid ad» y la «inf erio rida d» del
ier otra región
mestizo, zam bo, fue ron may ores que en cua lqu
T IERRA, IWMOGRAFÍA, l'RESTICIO
141

neograna<l inaH 7 • Pero ocurr e que esta exace rbación del punti -
llo de hono r, l~jos de most rar la image n de una socie dad rígi-
dame nte estratificad a desvela r!l enr~jo de las r:lases sujJeriores ante
las posibilidad es de enriq uecim iento y de movilidad social ver-
tical que se abren casi a cualquiera.
Los valores cultu rales comu nes se impo nen sobre las líneas
horizontal es de difere nciación étnica o de clase. Desd e largo
tiemp o atrás, el antio queñ o ha ofrec ido ante el resto de Co-
lombia una image n peculiar que envue lve por igual a todas
sus gentes, no impo rta cuál raíz étnica esté repre senta da en su
fenotipo. Cualquiera que sea el color de su piel, el antio queñ o
es un ente cultu ral notor io y reconocible. Parsons subraya que
los antio queñ os algun as veces se han sentid o a sí mismos como
una «raza» pecul iar88 .
Básicamente, el autoa preci o no depe nde en grado sumo
de la arbitr aria benev olenc ia ajena (como ocurr e en el caso del
pequ eño camp esino de los Andes orientales) sino de la efica-
cia individual para labor ar y lucrarse con ello, en competencia
abierta con los demá s o con su voluntaria ayuda. De este modo
el autoritarismo, como conte nido psicológico de las tende ncias
sociales, está práct icame nte ausen te de la vida antio queña . Sus
rigurosas muestras de respe to al padre de familia, señal adas
como características por much os observadores, no tiene n el
sentido de un sustitutivo patológico de la seguridad, sino el
de vínculo neces ario para la mutu a ayuda en el seno de las fa-
milias, casi siemp re dispersas por la trash uman cia migra nte de
los hijos.

EL PAÍS DE LOS «LIENZOS BASTOS»


Al norte de Tunja , tenie ndo como centr o el país de los indio s
guanes, la exten sa coma rca de Guan entá constituyó al comi en-
zo de la colon izació n la provincia de Vélez. De ella, con el paso
de los años, se cerce nó la Villa de San Gil, y de esta, ciuda d del
Socorro, que en el siglo XVIII sirve de eje y parad igma a toda la
región norte de la antig ua regió n veleña. Otras ciudades, como
San Juan de Girón , aunq ue erigidas en entid ades políticas au-
tónomas, se desar rollan según norm as y tende ncias de las cua-
les el mode lo social socor rano ofrec e partic ular ejemplo.
142 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

Allí el intento conquistador por sujetar a su dominio a las


comunidades indígenas fue largo y escasamente fructuoso.
Hacia la hoya del río de la Magdalena, gente «karib» como los
muzos y los yerequíes, los opones y los carares, ofrecieron secu-
lar resistencia. Carecían, aden1ás, de una organización seden-
taria y estable y de jefes que encarnaran la voluntad total del
grupo, como ocurría también en el caso de panches y pijaos en
el Valle del Cauca y en el de Neiva. Los encomenderos iniciales
casi nunca pudieron hacer efectivo su derecho. Uno de ellos
alega ante un visitador hablando de «sus» hipotéticos indios:
Aunque yo quisiera traerlos para que Vuestra Merced los visite,
no puedo más del cacique y otros cuatro o cinco indios, que son
idos al arcabuco y estos de Casacota y los de Chachuba no han
querido venir, porquestos y los demás están en tierra de guerra y
si no es acopio de gente que nos juntamos para ir allí, no osamos
de otra manera y con nuestra defensa, ya que si malo daño nos
quieren hacer podamos resistirlos, porque son guerreros herbo-
larios, belicosos fugitivos y no dan lo necesario para austentar mi
casa y familia 89 .

A pesar de la guerra de exterminio que desarrolló al co-


mienzo del siglo XVII el presidente Borja contra los yariguíes
sublevados, aún escribía Silvestre en 1789: «Hay otros (indios)
al final de la provincia e inmediación del río Opón, que sue-
len salir a las márgenes de la Magdalena y flechar a algunos.
Créese que son reliquias de los yariguíes que pertenecen a la
provincia de Girón, cuyo gobierno se erigió con calidad de
conquistarlos» 90 •
Los guanes, culturalmente cercanos a los muiscas con cuyos
asentamientos colindaban, fueron los únicos aborígenes sobre
los cuales resultó viable afianzar el dominio encomendero, aun-
que las condiciones del trabajo para el cual fueron requeridos y
las epidemias hicieron esta forma de relación servil extremada-
mente corta en el tiempo y poco significativa socialmente.
La población de Gu,a ne fue sometida a muy diversas formas
de explotación. Los aborígenes se emplearon en el cultivo del
algodón y de la caña de azúcar y pequeñas artesanías, como la
cerámica, y la elaboración de textiles. Tradicionales tejedores,
habían abastecido a sus vecinos muiscas y continuaron hacién-
TlERRA, lWMt)C:R AFIA, PRESTH:H)
143

dolo por un lapso b~jo el domin io de sus encom ender os con


los mestizos de las provincias meridional esii ,.
Además de los tributos, los indios de la zona se vieron obli-
gados a servicios de mita, tanto para los transportes, acarre an-
do fardos desde el río Magdalena, como en las minas. Y todavía
ha de aüadi rse el peso de los flagelos mórbi dos, particular-
mente morú feros entre estos grupo s del orient e colom biano .
La viruela, el catarr o comú n y otras enferm edades di ezmar on
de tal suerte a los guane s que al finalizar el siglo XVII probable-
mente no queda ban más de 2.000 de una pobla ción que debió
sobrepasar los 15.000 al llegar los conqu istado res blancos.
Conse cuenc ia de esta rápida eliminación de los tribut arios
y mitayos es la falta de brazos serviles. Los blancos y los mesti-
zos, que aume ntan contin uame nte, se ven obligados a trabaj ar
por sus propia s mano s o a valerse de la costosa mano de obra
esclava, alternativa que solamente está al alcance de una pe-
queña minor ía enriqu ecida por las primitivas encom ienda s.
La introd ucció n de negros, aunqu e limitada, tuvo impor -
tancia para el desarrollo del cultivo de la caña de azúcar, quizá
el único que alentó algun a tende ncia al latifun dio en la re-
gión. La topografia, abrup ta y difícil, eliminó la soluci ón típica
de otras region es escasas de mano de obra indíge na, al hacer
imposible la ganad ería extensiva, como explo tación predo -
minante.
Las condi cione s descritas empu jaron a un ancho mestizaje
funda menta lment e realizado entre blancos y desce ndien tes de
indios, con algun a propo rción de sangre africana, que fue rá-
pidam ente absor bida por la mayoría «libre».
Aunq ue las cifras estadísticas globales sobre la pobla ción
merec en un crédit o relativo, puesto que bajo las denom ina-
ciones de «blancos» y «libres» proba bleme nte se tuvier on en
cuent a much o más los estratos econó micos que el fenoti po
gradu almen te indefi nible, hay un indici o indire cto que habla
con extrem ada elocu encia sobre la rapide z y la exten sión del
mestizaje al norte de la provin cia de Vélez, que había de ser
en el siglo XVIII la región del Socorro: la super abund ancia de
litigios refere ntes al linaje.
Del estud io realiz ado porJaime Jaram illo Uribe sobre «mes-
tizaje y difere nciac ión social en el Nuevo Reino de Grana da
144 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

en la segunda mitad del siglo XVIII» ªPª:ece nítidame nte _que


las pugnas y tensiones por el manten1m 1ento d~ la supenori -
dad personal, consider ando el «honor» co~10 vinculad ~ al li-
naje de «cristianos viejos» y a la ascenden cia pura espanola y
al uso exclusivo del «don », son especialm ente frecuente s en
dos zonas granadin as, Antioqui a y la región socorran a,Jarami -
llo cita ejemplar mente el alegato presenta do por un vecino de
Puente Real, José Miguel de Olarte Salazar, contra el cura del
pueblo que lo llamó «Don » siendo que «ha estado siempre en
tranquila posesión de que se le distinga con el tratamien to» 92 •
La tranquila posesión alegada por Olarte lo era más en la prosa
de su querella que en la realidad de la vida social.
Lo que hace valioso y apetecido el «don » es su sentido ex-
cluyente, la imposibilidad de otros para alcanzarlo. Y precisa-
mente cuando una gran masa mestiza puede aspirar a él, por
uso o abuso de la costumbr e, cuando el título preciado no se
apoya en estructuras hereditar ias de riqueza o poder, se agu-
dizan los litigios judiciales para recabarlo en favor propio, no
para impedir que otros lo usen.
En la antigua patria de los guanes, el «don » estaba real-
mente amenazado no por su extinción sino, al contrario , por
su generalización inevitable. Cerrada la vía para la creación del
gran latifundio, por la geografía y por la demogra fía, la región
era, un siglo después de la extinción de los indios encomenda-
dos, propieda d de medianos y pequeño s agricultores que en su
mayoría trabajan con sus manos y las de sus familias las parce-
las, con la excepción de algunos predios mayores explotados
con esclavos y producto res de caña y de tabaco.
Como herencial cultural, los indígena s legaron a sus des-
cendiente s mestizos el tradicional cultivo del algodón y la fa-
bricación de textiles, industria doméstica que se generalizó en
la zona; siendo parte esencial de los recursos de casi todas las
familias de pequeños agricultores.
Pedro Fermín de Vargas describe así este tipo de campesi-
no socorrano, insólito en el Nuevo Reino:
En los distritos de Vélez, Socorro, San Gil y Girón, en el que
todavía no se ha dado lugar a las grandes haciendas, se ve ma-
yor número de gentes que en las demás partes del Reino, y es
porque repartidos sus habitantes en pequeñas heredades , cuya
TIERRA, DEMOGRAFÍA, PRESTIGIO 145

propiedad les pertenece, las cultivan con el mayor interés. Sin


embargo, de no haber allí minas algunas, se mantiene la gente
con más aseo, se multiplica la población; la labranza, aunque
imperfecta se halla en mejor pie que en otras partes; se advierte
más civilidad en el pueblo y en sus habitantes más gustosos. Atri-
buyo esta diferencia a la fábrica de lienzos que asegura el susten-
to al tejedor, a la hilandera y al labrador que siembra el algodón,
que es su verdadera mina93 .

La artesanía textil convierte al Socorro en un vasto taller


de pequeños empresarios, hasta el punto de que las gentes más
pobres, a falta de moneda, utilizaban en sus trastos y comercio
el «hilo gordo » o el «hilo delgado» de algodón, como medio de
cambio normal y generalizado.
Los pequeños propietarios socorranos, sobre todo en San
Juan de Girón, son también cultivadores de tabaco, hasta don-
de lo permiten las determinaciones fiscales de la Colonia que
restringen los terrenos autorizados para sembrar y finalmente
monopolizan la compra de la hoja en favor del Estado. Igual
ocurre con el aguardiente de caña, producción campesina te-
naz y siempre superviviente y a pesar de las súbitas persecucio-
nes de las autoridades virreinales94 •
Además, el Socorro es una comarca de paso, que comu-
nica a Santa Fe y a Quito con el golfo de Maracaibo, natural
entrada geográfica al Nuevo Reino. Eso conlleva una vocación
comercial que se manifiesta con energía. No es tan solo que
los campesinos sean, por sí mismos, pequeños mercaderes cuya
voluntad domina la actividad municipal, sino que los comer-
ciantes socorranos de telas llevan «los lienzos bastos» a toda la
Nueva Granada, para el consumo de la población pobre, y se
establecen ventajosamente en lugares como Santa Fe en cuyo
ámbito no tienen rival como expendedores de productos arte-
sanales destinados a los compradores populares95 •
Los socorranos, que abastecieron casi enteramente el Nue-
vo Reino de estos géneros textiles populares, despertaron la
obvia curiosidad y admiración de sus vecinos del sur. Ospina
Vásquez cita al respecto el testimonio de uno de los más noto-
rios enemigos del Socorro (por razones políticas), Fray Joaquín
de Finestrad, sobre la sociedad mestiza de comerciantes, artesa-
nos y pequeños agricultores, que habían constituido el Socorro.
146 t.l. POIJER POLÍTICO EN COLOMBIA

En sus principios era una corta aldea en donde descansaban


tornahan fuerza las mulas para la continuación del viaje. Las prÍ.
meras familias se propusieron, y e n efecto lo lograron, de dirigir
por sendas y nunhos conocidos para llevar al último término de
opulencia que preparaban a su posteridad. Su empe_ño y con~
tancia e n las labores de maíces, caúas y algodones dejaron a sus
hijos un docum ento digno de ser imitado y promovido.
Sus hijos Jo adoptaron y siguieron, logrando coger en al-
guna parte los frutos de las primeras semillas que arrojaran sus
ahuelos.
Es permanente y sólido el establecimiento que fundaron en
las labores y tejidos de lienzos, mantas, mantelerías y bayetas,
fec undísimo ramo de la actual industria popular, capaz por sí
sola de llenar de bienes y felicidades a sus habitantes con notable
96
preferencia entre las demás provincias del Reino .

El desarrollo industrial socorrano, alcanza la etapa que


Max Weber ha denominado de «trabajo a domicilio», en la cual
un empresario suministra a los trabajadores la materia prima y
obtiene un virtual monopolio sobre el producto de su trabajo,
controlando las calidades y manejando los mercados de expor-
tación por su experiencia y sus recursos. Mientras no hubo que
1uchar contra los sistemas mecánicos de hilados y tejidos, el
capital fijo de la industria textil fue insignificante y ello expli-
ca que el número de los empresarios hubiera sido abundante,
creando una competencia viva, dependiente mucho más de la
actividad y habilidad individual que de la acumulación de in-
versiones.
La forma básica de relación y asociación de estas gentes es
el pequeño vecindario urbano, considerado en su dimensión
social, es decir, «el Común», «la República», que en la juridici-
dad formal se convierte en el municipio, pero que existe aun
antes que él, puesto que es su origen y su propio ser íntimo.
El «Común», constituido por la población libre del ámbito
municipal, tiene su foro y su teatro en la plaz; pública, que
cumple un papel esencial como sitio para el mercado. Yel mer-
cado es la espina dorsal del sistema mercantil y artesanal de la
comarca.
No es extraño que los dirigentes de la sociedad mestiza,
los directores naturales de la población, resulten ser los comer-
TIERIU, 1)1".M< )l:ilAFiA, PRF.STI< ;J() 147

ciantes (pulp<:>ros, bodegu eros, carnice ros) 117 capaces de impo-


o<.··•· ,~\ 1 interés aun sobre las familias más ricas de la zona, cuyo
. .c v bienest ar venían a depend er directa mente de la buena
.l 110
t, /
mala volunta d de estos w¡,itrints consu,1tudinari,os ríe la gente
0
socorra na.

NOTAS

1. En general los grupos de la familia lingüística karib (Duque Gó-


mez, Prehistoria) ocupaba n estas regiones del norte y el oriente de la
actual Colombia y se encontra ban al parecer en expansió n a expensa s
de los grupos de la familia muiska en la región central. Dentro de ellos,
como se ha dicho atrás, la coherenc ia y la consistencia in terna de las co-
munidades parentale s de consangu íneos, así como la ritualida d religiosa
eran mucho menores que entre las comunid ades sedentar ias de la pro-
vincia de Tunja o de la provincia de Popayán. En algunos casos, podría
hablarse de nomadis mo karib, con casi total ausencia de autorida d clanil,
como lo demostró la llamada guerra de los pijaos. Ver Manuel Lucena
Salmoral, Historia extensa de Colombia, Vol. III, «Real Audienc ia y presi-
dentes», Ediciones Lerner, Bogotá, 1965.
2. Este fue el caso de muchos grupos de la región antioque ña du-
rante el siglo XVII y el de los yariguíes, en las márgene s del Magdale na
Medio. Ver Lucena, op. cit.; Francisco Silvestre, «Descripción del Reyno
de Santa Fe», Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 1969.
Documentos coloniales, E. Restrepo Tirado, «Historia de la provinci a
de Santa Marta», Ediciones de la Revista Bolívar, Bogotá, 1953; A. Ibot
León, «La arteria histórica del Nuevo Reino de Granada»; Apéndice do-
cumental de esta obra. Anuario colombiano de historia social y de la cultura,
Universidad Nacional de Colombia.
3. El acelerad o proceso biológic o del mestizaje constituy e una
nota constant e en casi todos los docume ntos relativos a los grupos indí-
genas coloniales. Aunque en los primero s tiempos y por razones éticas
la Corona procuró alentar los matrimo nios entre españole s e indios
(ver Hoffner, op. cit.), rápidam ente tal política fue sustituid a por otra
de segregación, toda vez que solamen te los indígena s «puros» podían
ser encomen dados y el mestizaje tendía a hacer dismirtu ir la població n
sujeta al tributo. Tal lucha contra las circunsta ncias favorables al cruce
de sangres es notoria en los informe s de los funciona rios contra los
blancos y mestizos que viven en o cerca de los pueblo indios. Se alegan
EL PODER POLÍT ICO EN COLO MUIA
148

mant ener a·)lj..


razon es morales y religiosas en pro de la necesidad de' . -
I cH>n de) Pue.
lados a los indios. En algun os docu ment os sobr e ª cxlrn
en 1762, pueden
blo indio de Ataco cuyos habit antes eran muy escasos
ctor de indios•
leerse frases como es ta, corrc spon dien Les al fiscal prote
no .se han acabad~
«No duda el fiscal que a esto le respo nde, que Los indios
L~s mestizos han,
sino que han pasado a otra esjJecie, Lo (ua l se jJrueba ~:on que 1
crecido al paso que Los inidos se han minorado.•• ». Y siend
o .ª~ «resu lta por
vivido en el rnás
cons ecue ncia infalibl e que hasta aquí los indio s han
que se casa con
dese nfren ado liber tinaje, pues bien m ues lra el blan co_
as se procrearon
seme jante gente , es indis pens able infer ir que los <lem
Por su parte, los
de daña do conc úbito ... » . (Ver Apéndice documenta[)·
del tributo. En-
indíg enas proc urab an huir de sus pueb los por exim irse
a las ciudades
viados a conc ierto s lejos de su tierra natal, se escap aban
frecu entes las
para vivir libre ment e como mestizos. En Sant a Fe son
lverlos a sus en-
instr uccio nes para recog er a los indio s fugitivos y devo
Archivo Histórico
comi enda s y resgu ardos (ver, por ejem plo, Revista de
que el mestizaje
Nacional, agosto de 1938). En la misma med ida en
n de aboríge-
biológico y la trans cultu ració n dism inuía n la prop orció
cios personales,
nes sujetos al pago del tribu to y a la prest ación de servi
ntrar nuevas
aume nta la nece sidad de la clase enco men dera de enco
r a su servicio
form ulaci ones juríd ico-e conó mica s para sujet ar y pone
habí an «pasado
la nuev a pobl ación libre, la «otra especie» a la cual se
los indios».
las depreda-
4. Grupos de orige n lingüístico karib, sobrevivientes de
ron refugiarse
ciones iniciales de comienzos de la Conq uista , cons iguie
illera Central, or-
en el vaIIe del Mag dalen a y en las mon tañas de la cord
iento s españoles
ganiz ando incur sione s perió dicas cont ra los estab lecim
fluvial.
y amen azan do la navegación norm al de la gran arter ia
como se ha
La imposibilidad de sujetarlos a enco mien da proc edía,
eptib le a la mira-
dicho, de su escasa integ ració n polít ico-c ultur al perc
Juan de Borja
da de los españoles. Habl ando de los pijaos escri be don
le cono cen supe-
desde San Lore nzo de Chap arral al Rey en 1607: «No
a de que las paces
rior. Divídense en espec ialid ades y aunq ue esto es caus
cualq uier género
tenga n efecto dificultoso y ser intra table s y mal segu ro
rnara n por una
de pacto, por otra parte nos está bien, porq ue si se gobe
an fácilmente
cabeza, como fuera de muy razon able orgu llo, inqu ietar
todo el Reino».
te don Juan
Al iniciarse el siglo XVII, Felip e III orde nó al pres ide~
lo_que equivalió a
de B~rj~ «la p~c~ ~ació n» de estos grup os insum isos,
to la dicha Au·
su pract:Ica ext:1nc10n: « ... y porq ue tamb ién me ha escri
río Gran de de la
dienc ia que otros indio s carar e que están alzad os en el
o y hacie ndo mu·
Magdalena, inqu ietan e impi den aque l paso , saltá ndol
ón de los dichos
~ha_s muer tes Yrobos, os com eto así mism o la pacif icaci
md1os, para que la hagáis com o a la de los pijao s ... ».
TIERR-\, DEMOGRAFÍA, PRESTIGIO 149

En una serie de tenaces campaii.as, B01ja cumplió su cometido. Los


pijaos no exte1minad~s fueron esclavizados legalmente. Algunos grupos
afines, como los coyaimas y natagaimas que sirvieron a Borja como alia-
dos en su larga guerra contra los pijaos, fueron sujetados a encomienda
pero no se entregaron a pai·ticulares. Siendo tasados con un tributo muy
modesto. La mano de obra indígena servil en toda la zona fue escasa e
insegura en tiempos posteriores. La encomienda resultó allí práctica-
mente imposible, aun dentro de las poblaciones indígenas sometidas o
aliadas (ver Manuel Lucena Salmoral, «Nuevo Reino de Granada, Real
Audiencia y presidentes», T. 2, Presidentes de capa y espada, Historia
extensa de Colombia, Vol. III, Ediciones Lemer, Bogotá, 1965).
5. La ciudad colonial no engendra una «burguesía» en el sentido
europeo medieval de la palabra. Sus comerciantes y artesanos cai·ecen
de poder social y político, el cual está en manos de quienes detentan el
dominio sobre la mano de obra indígena (encomenderos y sus secua-
ces) y de los funcionarios públicos. Como ha advertido Américo Castro
refiriéndose a los españoles de esos siglos: «La producción y el uso de
la riqueza dependían ante todo de la conciencia de la propia dignidad
personal, de la honra-opinión».
La ciudad resultaba fundamentalmente un órgano político cuyo vér-
tice piramidal estaba ocupado por eclesiásticos y funcionarios reales,
apoyados en una economía agraria cuyo fundamento era naturalmente
el tributo indígena en todas sus formas.
En 1638, un siglo después de realizada la conquista de los muiscas
por Jiménez de Quesada, el actual territorio de Colombia contaba con
22 «ciudades». Eran estos incipientes centros urbanos: Santa Fe de Bo-
gotá, Cartagena, Santa Marta, Vélez, Tunja, Popayán, Tocaima, !bagué,
Mariquita, Pamplona, Remedios, San Juan de los Llanos, Trinidad de los
Muzos, La Palma, Salazar de las Palmas, Villa de Leiva, Villa de la Con-
cepción de Neiva, Cáceres, Zaragoza, San Juan de Rodas y San Jerónimo
del Monte. Dos fundaciones del primer siglo, Santiago de las Atalayas y
Caguán habían desaparecido (Juan Rodríguez Freyle, «Conquista y Des-
cubrimiento del Nuevo Reino de Granada que comprende hasta el año
de 1638», El carnero, Ministerio de Educación Nacional, ediciones de la
revista Bolívar, Bogotá, 1955).
Respecto de la vida económica de estas ciudades, debe observarse
que aquellas en cuyos territorios existían minas de oro y plata sufrie-
ron una rapidísima mengua de la población aborigen, en su mayoría
de lengua karib, esclavizada para el trabajo de las vetas. De !bagué dice
Rodríguez: «fue rica en minas de oro, que se acabaron por haberse aca-
bado sus naturales. Al presente es fértil en ganado vacuno». De Trinidad
de los Muzos: «No se pudo sustentar ni el capitán ni sus soldados, por
ser los indios caribes y belicosos: Esta ciudad fue rica por las minas de
las esmeraldas que tuvo, y al presente pobre por haber descaecido estas
l 3(l

min as u. lü nu~ ó e rtn. pt\r küx.-r fah:. u.h) füS namraks. t'L)lllo h~1 ~\lrect ·
d '-) en k\S dem.1s n.'.l.k s d e' min ..1s qut' t'stan t'l d ia de htw despoblados 1'
est..1 r·..uc;,i~.
.. 1 •i Y .-l't""
, l 'l·. ,.,· o t..;l '"'t, thU tY w "'tn1u·,atta . l) e' :\.
ív • .¡ /) l •
·"t'lYa: L'l g-obt'.'rnactPor.
,, r.
d:ün Diego de ~pina ... P'-lhh.l en d ,--:., lk tk ?\ei,-..1 la ciudad dt' Nuest~l
Seúor . .i de:> Ll CtnKq }1...·ion. ,Üll...l de.' 161 -t ,K;.ll~1ha la g·nt'rrn <le los pija~<\
l:i nldl r. . ; ~1.-:.. ;1:.tt"iti'-• _,- p<11tJafüYt si u te,u·r ,wtumirs, /1or srr Hb111ida,~tt' ;~
~~ :i,;tÍiJ t '\:;-t..tl füh .

Pen) d mas St•rprend c'Hk' dc' lus r ~lSl)S de pn'matura extinción del·
m:.u10 de ubr~l St'r.il pür d rra h;.~j4J minc't\ ) es d de Yinoria. narrado po:~
quie n . cumú Rüdn~ru e.t. a.sisÜt) ,,l pn.H.T sn dd primt'l' siglo <le coloniza-
ción: "' .. . Ric:1 e n mi nec.tl de· tm.). rema su :1siento entn' dos quebradas,
que amb..'1.S ~u-eo ..m que n :-rn an nro. Cerra de esta riudad están los pa-
le nques con sus ri cas minas. Fue huna que tuYo t'sca ciudad nueve 111 ¡¡
indios d e ~1punc.uniemn . los cuales st uwlmc }ll tc~.los por no trab~tjcU·, ahor. .
cindo:St''" tom~u H.iü Yerbas plm1rn10"'..1s, nm lu nia.l se Yino a despoblar
esra ciu d.id. _. .,,_ ,, ...T ~u1tt, r onw esto era b rique rn y groseda<l de aquella
cierra '" d e e lla no h a q uedadt) mi s que el sitio\' d nombre ... >-' .
La. e...'\-ploración
.. continuad.a de los re ..tles de minas solamente fue po-
sible d o n d e las e1Komit:" ncbs St' apu~-.1ron en gTupos rhmiles integrados
tPamplona. algm10s pueblos de Popayán ~- Pasto). La economía de las
ciudades neogr.1.nadinas podria describirse con las frases de los procu-
radores de Popayán en 1565: ,<-Son tan estériles las tierras y provincias
donde esr-á n poblados. que no se coxen en ellas trigo ni cebada ni otras
semillas de que los encomenderos puedan ser aproYechados ni los natu-
rales dellas tienen algm1os uslúi·uctos que poder dar a sus encomende-
ros si no son los indios que sacan el dicho oro, ereto Santa Fe y Tmtja,
en los cuales se siembra y cox.e uigo y cebada y otras semillas ... » . (Fuentes
colonial~ p. 49}. Los propietarios y concesionarios de los reales de minas
se ven obligados a solicitar el servicio de los indios encomendados de
los v-alles andinos de Tmtja y Santa Fe, suscitando la resistencia de los
encomenderos de esa zona (Fuentes coloniales, pp. 79, 84, 95, 97, 99, 101,
102, 103, 104, 105 y ss) .
.Algunas veces los indios se niegan al concierto como sucedió con
Tomás Cerquera en 1668 «preso en la cárcel de esta ciudad por decir
no acude a las obligaciones y servicios del dicho pueblo de Ubaque, y no
querer ir a las minas de Mariquita». (Fuentes coloniales, p. 109).
Es pertinente advertir que a fines del siglo :>..'VII la población abori-
gen había desaparecido de las ricas zonas mineras de Remedios, Cáceres
y Zaragoza. En 1771, dos mineros, hablando de los indios de El Peñol,
cerca de Río Negro, dicen de ellos que tienen «asido» un «globo que
ocupará lo menos cien leguas, bien entendido que en unas partes con
sólo dos indios, en otras sólo tres, sin hacer mayor y cuasi ningún des-
cubrimientos, labranzas ni elaboramientos, porque ellos andan siempre
dispersos, sin unión entre sí...». (Fuentes coloniales, p. 177). En esas zon~
la importación de esclavos negros sustituyó casi completamente la servt-
TIERRA, DEMOGRAFÍA, PRESTICJO 151

dumbre indígena,_ con c?nsecuencia s sociopolíticas de gran importancia


para el futuro ant10queno.
Por otr_o lado, ~onde la ~ano de obra servil no fue obtenible por vía
de encomienda, m por med10 del concierto y las mitas mineras, como
sucedió con la ciudad de Caguán y con Santiago de las Atalayas, en los
Llanos Orientales poblados por indígenas nómades: «pobló a Santiago
de las Atalayas el capitán Pedro de Asa, al cual y a otros mataron los
indios y se despobló el pueblo; y aunque se reedificó no permaneció ni
tampoco permanecier on las ciudades de Altagracia ni San Juan de Hies-
ma, que las pobló el gobernador Juan López de Herrera». (Rodríguez
Freyle, op. cit., p. 354).
Santa Marta, a pesar de su ventajosa situación geográfica como puer-
to marítimo y de su condición primigenia entre las ciudades coloniales,
estaba casi en ruinas al terminar el siglo XVII. El tráfico comercial había
pasado a manos de Cartagena. Cuando el marqués de Quintana tomó
posesión de la Gobernación en 1713, a su llegada al puerto halló las c~jas
reales vacías, pues las salinas de S. M. no daban ni para pagar la infante-
ría ... Las rentas reales se componían «de lo que se sacaba de las salinas
de Chengue y Santa Marta, las alcabalas, antigua y moderna, las medias
anatas de oficios, las penas de Cámara, los estancos de naipes, las pensio-
nes de encomiendas y el producto de las vacantes, el papel sellado y las
composiciones». «Para pagar la tropa, al gobernador y demás empleados
regios se necesitaban de 35.000 a 36.000 pesos anuales y para ello sólo se
contaba con los 11.500 del situado de Quilo y con 2. 750 y tanto que produ-
cían las rentas reales». (Ernesto Restrepo Tirado, «Historia de la provin-
cia de Santa Marta», Ministerio de Educación Nacional, ediciones de la
revista Bolívar, Bogotá, 1953). Para un cuadro general de la provincia al
final del siglo XVIII, véase Francisco Silvestre, op. cit.).
Solamente Cartagena desarrolla la que podría denominarse una
«burguesía» mercantil urbana. Pero aun en este caso hay que recordar
que fueron factores políticos los que determinaron el auge mercantil de
la ciudad, ya que fue Cartagena el puerto americano privilegiado por la
Corona para verificar el tráfico comercial de casi toda la América del Sur
española. Sin los reglamentos mercantilistas que dieron a la ciudad este
carácter de paso obligado para la importación y exportación de mercan-
cías, no se hubiera desarrollado la clase comerciante próspera y cons-
ciente de su poder que aparece allí ya a finales del siglo XVIII.
No es por azar que solamente en Cartagena surgen escritores y tra-
tadistas que se ocupan con sistemática deliberación de los problemas
económicos. Buen ejemplo de ellos son el mariscal Antonio de Narváez
YLatorre y el opulento comerciante don José Ignacio de Pombo, em-
parentado con las altas clases sociales de Popayán y Santa Fe (Antonio
De Narváez y Latorre yJosé Ignacio de Pombo, Ascritos de dos economistas
cowniales, Banco de la República, Archivo de la Economía Nacional, Bo-
gotá, 1965). Esta burguesía privilegiada por el mercantilismo colonial no
l5~

es fu.en e rnor
-
su número E2.m o co =r-_io por ~ ~a-oill:i¿~
--
L,~ ::=?- "_,'"..J.,.__. _
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Cu..:mcio a fina de ~siclo \.\ lil co-:i.i:..¿ue:-. >~ -:2~ ~,;;-
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GllClie n ra CTé ilc illliW¿s VéCQ 01.lé


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indniduo sel5 OG2.Sio n cS,. porque de ~~ c-=-. (~C- ~ °2"-' :-.-2-, ·::. · -,"2. ~
'" ieis úrilo que h~.& pa...,,,uio I~ rios ;. -=¡~ rif: ~~t--u., ~ ~é Zttt: .f: =-~
ordenanza-... Y rd :i riénd0~ al ~ tilo ~ ~(.~~ é..é ~ -.--:á.::... :=.= : .-~. =-::::< . -.J ":e
c.w..iau.ie:- ideal bunroés , . dice .--\u -,,-.-:-ei0 ~0:-é
l
<(
~
e-: Cu::.~-· -;.r. J et: (__¿:-2::"". --- -

«.\ crualmeme iw. demcado ~os fo~ri.Di rie l2. .::.• 1::=-:¿ 2. · ;, J./:_~:::-_:_.cir_
na_:

de un camino de Coche al pueblo de Turl:J¿c0 Gú:'.G.é =-~:.,e-r_ .2..~ ..:.t-J,-.1,'f


COm ;,0.r,-;1
'-'-'1...-U>/.U. '---"~ _
· ,.~, UC
n t.:>-.: = r, qm.n A= o r-- C-r·
L l.G.L
La.O\
F--J>
• • '--- ~ oh-r- .,.&;,
_ _
-: _- - Q-~ - r ,,;~
~ _~- ~ e;, __ -'- • - ~~ _ , ~

~Ollll~ de los cincuem a imfuidu~ que cit-ne e= e~ e~c,., ru:- {_¿:-;. =;::-~
\- d e uno u orro ,ecino rico de aquella ciruiMi. ?é"m e-r:.Et::--.c.r=.é~ié =~
respeao de la -~arirulrura \" Comercio dt- !o zm e::--:ú r . {!lié Cú :::::É~ ~G"'é JJI!
raudales que se i:mimen en ellz--. _li..H.~ .L f m~do Co~sd ;;:riA T. m_
PP- 369-ir;~n.
Pero. igm;lmem e. 12 nueYa d a.'<E' mercamil sa.n rafe rr-ira rlehé ~ ~/4:
a mom-os políticos !)redo:n.:n.J.D.ies.. La capira.L po~ SéT la rb:. --idt:-71<:ia ~
numerosos funáonarios ~- albergar gran Gmridari de ecl~ á 5lielli ~
lares. es el ma,o r cem:rn de corr...~o del Reíno. Y lo más illiótiro. ~
el pumo d e risra esniaarnem e económico. es que a pesar de su de-:::reu-
tajosa sirnación geográfica y r o ~ r a \ su ~é~.2!!lié:J.l0 cie ras granda
rut:as narurales de comeráo (como el río :\{22"dale:I!a)
,._ Santa f e es a fi-
nales del siglo A\lil el cen rro d e dhtribución de rodas las men ::anw
impon:adas d e Europa o de orras. prorincias neograncuiina" para wdo d
territorio de la acrua1 Colombia (ffr Plfi-isln dá _-m:fó-.x, H lliiírim Xatin&d
agosto de 1938).
L na conformación de este fenómeno puede encontrarse en d árado
memorial de .-\ccredo y Gómez: «Xo puede formar~ un cálculo exactO
de la Glllridad a que ascenderán al principio los produCTOS de :ta ~
en el distrito del Consulado que se solicita: pem no bajarán de 25 a 3ll
mil pesos; atendiendo a que la _-\duana de esa Capital solamente produ-
ce de ciento veinte y quatm a ciento treinta mil pesos exigidos a razón
de un dos por ciento de las mercaderías de Europa que se inrroduc.cD
en ella todos los. años. según se acredita. .. ~ remisiones de caudakS
que hacen estos comerciantes a la plaza de Cádiz para que retomen
emplea.dos de su cuen ta no baja de trescientos mil pesos anual~ YloS
TI.ERRA, DEMOGRAFl-\. PRl::STICIO 153

algodones del Socon-o que se ex.portan para Europa pueden ,,tler en


estos puertos quinientos mil pesos,,.
Pese a tales hechos la burguesía mercantil santafereúa no fue nume-
rosa ni tuvo el poder que podría conjeturarse. Buena prueba de ello es
el hecho de que Acevedo hubiera tenido que mencionar a los hacendados
enn·e los «ciento cuarenta» indi,iduos que pod1ian tener los empleos
del nuevo Con sulado propuesto, así como la circunstancia <le que Santa
Fe nunca consiguió tal Consulado que hubiera desplazado el poder mer-
cantil de los cartageneros. La debilidad de la clase me rcantil bunruesa1:'I
de Santa Fe y de todo el Nuern Reino j ugó un papel mu~ importa nte en
la suerte de la guerra enu·e federalistas y centralistas en los albores de la
República.
Por lo que hace a las indusu·ias y a las artesanías. lograron un papel
bien exiguo en la formación del poder social urbano. Con la excepción
de la zona del Socorro, donde a finales del siglo :\."\1II se había desarro-
llado una activa industria textil de tipo artesanal , complementada por la
elaboración doméstica de cigarros, originando una clase beligerante y
activa de trabajadores autónomos y de comerciantes, en el resto del país
la actividad industiial carecía de significación económica o política. (Cf.
Francisco Silvestre, op. cit.; Pedro Fermín Vargas. Pensamientos políticos,
Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 1968; Luis Ospina Vásquez,
Industria y protección en Colombia, E.S.F. , Medellín, 1955).
Para comprender cabalmente el carácter «antiburgués» de la vida tu--
bana en el Nuevo Reino de Granada, quizá sea necesario mencionar las
observaciones de Américo Castro a propósito del hidalguismo hispánico
que le fue contemporáneo: «Los espaúoles venidos a las Indias, como
era esperable, implantaron y perpetuaron allá su estilo de vida. Los ha-
bitantes de Buenos Aires en 1590, escribían desesperados a Felipe 11, y
se lamentaban de la pobreza de la tierra argentina (que para los ingleses
puritanos hubiera sido un paraíso), porque no es la tierra quien hace al
hombre, sino al revés, sin que yo niegue la importancia de las condicio-
nes naturales y del momento histó1ico. En la Argentina no había oro ni
plata, ni ciudades como en México y el Perú, y el espaiiol sin estima por
la tarea comercial o técnica, no supo entonces que hacerse: "quedaos
tan pobres y necesitados que no se puede encarecer más, de que certifi-
caos que aramos y cavamos con nuestras manos... Padecen tanta necesidad,
que la agua que beben del río la traen ms prapias mujeres e hijos. Mttjeres
españolas, nobles y de calidad, por su mucha pobreza han ido a traer a
cuestas el agua que han de beber". El guardián de la Iglesia de San Frai.1-
cisco, autor de esta carta, confirma compungido que ''los vezinos y mo-
radores hazen sus labores y (cuidan sus) ganados por ms propias manos,
porque él lo ha visto ser y passar así, lo cual es cosa de mucha lástima; los
dichos vezinos se sirven (ellos mismos) como si fuera en la mínima aldea
de España". No conozco documento más significativo ni que haga más
inteligible la Historia de Hispanoamérica y sus contrastes con la América
15-l Fl l"-101::.R l'O!JTIC O E.:-.- COI O'.\IBL\

no hispin ica. El españo l crisü.m o b,tjaba a las regio~1es del P~ata en


el
siglo :\.\ l. lo misnw que rn los siglos X '" XI se hab1a extend ido hacia
c:-lLsur de la Peníns ul.l. a fin dr ganar honra y mante ne1· señori o. Como
ey
en Bueno s .--\ires 110 l1.1b ía morc..1s ni judíos de quiene s pudie ra servirs
los indios hu ían 1--.rndos. pamba ,1dehn tt'. la futura .-\.rgen tina se encon-
tró hasc.1 hace me1ws de un siglo en una situac ión bastan te mísera
. Las
c.1sas de Bueno s .--\ires. en una región sü1 rocas ni piedra s. fueron chozas
el
de adobe recubi ertas de p;~ja. pues sólo tal albaiii leria supo practic ar
,
co nqui stador sin 1iq ueza ,. sin ,-as.allos que seiiore ar». (.--\mérico Castro
np. n .i .. pp. 9t' ~ L)&~Q) .
_ )t--_v_
L1 queja de los riopla tenses n o fue desusa da sino común y repeti-
de
da h :L-.ta hacers e enfado sa en todos los domin ios an1eri canos del rey
Espaú a. donde b ausenc ia o la extinc ión de los indios ponía a los colo-
la
ni1-adores ~uHe la necesi dad de hacer uso de sus propia s manos para
produ cción mate1i a1.
Todo ello no puede compr enders e en el contex to europ eo que hace
eqtúYa ler lo urbano a lo burgués en contra ste con la aristoc racia agraria
o con la gleba senil. Como el propio Castro mi.adió sagazm ente: «Yo
y
prefe1·i1ia enfoca r la histori a econó mica de Espaú a hacia la condic ión
ftmció n sociale s de las person as. antes que hacia los conce ptos genéri cos
les
de bm-gu esía. ai·isro cracia y n--abajadores. que en el caso de los españo
del siglo ::\.,11 no son muv útiles». op. cit., p. 294.
6. «Los cabild os no tmiero n faculta d para adjudi car merce des de tie-
en
rras baldía s o realen gas. aunqu e en divers as Cédul as Reales recogi das
o
una de las leyes del tit. 12, lb. IV, de la Recop ilación de 1680, se dispus
que los repai·t imient os de tierras en las ciudad es, villas y lugare s, se hicie-
ran con parece r del Cabild o y asisten cia del procu rador y sean preferid
os
/ns Regidores».
«Sin embar go, en los prime ros tiempo s de la coloni zación fueron
sa
mucho s los cabild os que por sí y ante sí hicier on merce des de baldío
person as partic ulares ».
«Pero si los cabild os no nivier on potest ad para hacer merce des de tie-
rras baldía s o realen gas, sí estuvi eron autmi zados para recibi r estas mer-
s
cedes con destin o al ramo de propio s; y ademá s, intenr iniero n mucha
s de
veces de maner a indire cta, en la adjudi cación de baldío s a los vecino
vas.
la localid ad, por medio de los remat es y de las compo sicion es colecti
En estos casos, el Cabildo, como persona jurídica, acudía a los remates
,
de los baldío s enclav ados en su términ o munic ipal como único postor
ba
se hacía en favor suyo la adjudi cación corres pondi ente, según resulta
de la denm na al efecto establ ecida. Y cuand o se tratab a de compo sicio-
nes colect ivas pagab a el Cabild o al Juez de Reale ngos la suma global
-
estipu lada, expid iendo este Juez en favor del Cabild o el título de propie
dad de las tienas en cuestión; poster iorme nte cobraba el Cabildo de los
~articulare~ inter~sados que se querían acoge r a la comp osició n por las
ndo-
tierras que mdeb1 darnen te estaba n posey endo y cultiv ando, otorgá
TIERRA, DEMOGRAFÍA, PRESTIGIO 155

les el correspondiente título --en estos casos traslativos- del dominio».


(José \ilaría Ots Capdequi, España en América. El régimen de tierras en la
época colonia~ Fondo de Cultura Económica, México, 1959, pp. 52-53).
Para ilustrar las actividades legales o ilegales de los cabildos en la
concesión de tierras en merced, véanse, por ejemplo, Luis Eduardo Páez
Cou1'·el, Primer libro de actas del Cabiúio de /,a audad de Pamplona en la Nue-
va Granada, 1552-1569, Academia de Historia Bogotá 1950· Enrique
Ortega Ricaurte, Cabiúios de Santa Fe de Bogotá, ' cabeza del' Nuevo' Reino de
Granada, 1538-1810, Ministerio de Educación de Colombia, Publica-
ciones del Archivo Nacional de Colombia, Vol. XXVII, Bogotá, 1957.
Cn claro ejemplo de los procedimientos utilizados por el Cabildo para
mercedar tierras puede hallarse en la página 39.
7. La reducción de los aborígenes a poblado y su posterior disminu-
ción demográfica es un proceso estrechamente unido al del mestizaje,
por una parte, y por otra, al otorgamiento de títulos legales de dominio
a los españoles y libres por vía de merced o composiaón.
Como se ha dicho, el encomendero no gozaba de ningún derecho
de propiedad legal sobre las tierras de sus indios y estos ocupaban pre-
dios mal delimitados. Con objeto de preservar la capacidad económica
y tributaria de los grupos indígenas se ordenó hacia los comienzos del
siglo XVIII la acotación de tierras destinadas a los pueblos de indios.
«Lo corriente fue que las tierras de los pueblos o reducciones fueran
de aprovechamiento comunal y se beneficiasen colectivamente por las
comunidades indígenas, bajo el régimen de los llamados "resguardos"».
«Estos resguardos, o sea las tierras de un pueblo o reducción que per-
tenecían a su propia comunidad, eran en principio, inalienables. Sólo
por excepción y mediante expediente, podía el Superior Gobierno per-
mitir la enajenación de una parte de las tierras del resguardo, cuando los
propios indios así lo solicitasen y se acreditase debidamente que dado el
número de habitantes quedaban siempre a cubierto las necesidades de
la comunidad ... ».
«Sin embargo, el principal peligro contra la integridad de los resguar-
d.os estuvo en la codicia de españoles y criollos, sobre todo en aquellas
comarcas en que la mayor densidad de la población, la proximidad de
los caminos y la feracidad de las tierras, hacía que el dominio y explo-
tación fuera más apetecible». 0- M. Ots Capdequi, España en América,
pp. 85-86).
A continuación Ots expone los resultados de sus investigaciones «so-
bre el siglo XVIII en el Nuevo Reino de Granada» y aduce una serie
de casos en los cuales los indios aparecen defendiéndose de los espa-
ñoles y «libres» que ocupan sus tierras y aspiran a títulos legítimos me-
diante composición. Lo más significativo de los ejemplos reside en la
circunstancia de que sus fechas coinciden con las de documentos que
atestiguan para ese momento la diJminución de los indios tributarios, el
crecimiento abrumador de la población mestiza y la dificultad de la élite
EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA
156

a para
dirigente para obten er mano de obra servil o simpl emen te sumis
apoyar su desarrollo político y económico.
los in-
Desde un comienzo la institución del resguardo de tierras para
tina dismi-
dígenas, limitando sus dimensiones significa también la paula
progresivo
nució n de los predios asignados a los tributarios y el aume nto
os y a
de las tierras entregadas con título de domi nio a los encom ender
ro de los
sus secuaces, rudam ente afectados por la reduc ción del núme
indios disponibles.
casas
8. «Para que en el pueblo de Zipaquirá se venda terren o, para
n del que
y solares y a los vecinos blancos y que se admit an a composició
da cédula,
ya tienen ocupado es lo que mand a Su Majestad en la referi
endo Arzo-
pues habie ndo hecho presente con tanta viveza, el muy rever
que los
bispo a los justificados oídos de nuestro Rey la prohi bición de
acuerdo
blancos vivan en pueblos de indios mand a a Vro. Virrey "que de
de la
con la Real Audiencia y con el tiempo que requi ere la natur aleza
que acaso
providencia general y teniendo a la vista los inconvenientes
os de
pueda n producir la mencionada separación de españoles y mestiz
e clara-
los pueblos de indios lo vais ponie ndo en planta ... ". "... se conoc
puede n
mente la real intención de que no se ponga en planta si de ella se
(Andrés
originar inconvenientes"». (Se refiere a la ley de segregación),
de la
Berdugo y Oque ndo, «Informe sobre el estado social y econó mico
y Vélez,
población indígena, blanca y mestiza de las provincias de Tunja
y de la
a mediados del siglo XVIII», en Anuario colombiano de historia social
cultura, Universidad Nacional, No. 1, Bogotá, 1968).
n exis-
El docum ento citado es de 1755 y revela con claridad la tensió
mante ner
tente entre los intereses fiscales de la Corona, empe ñada en
oles, ya
intactos los tributos, y las necesidades económicas de los españ
ol social
escasos de mano de obra indígena y resueltos a obten er el contr
n aducir-
sobre la creciente masa de mestizos. Para la misma época puede
se otros muchos ejemplos en diferentes zonas del país.
lir con
El propio Berdugo encue ntra razones morales para no cump
presente
la legislación real sobre segregación: «Lo que se verifica en el
caso apartado de la imposibl.e obseroancia de las leyes que prohíben
vivan los
ien-
blancos en los pueblos indios, de que se siguen evidentes utilidades pues permit
los santos
do !,as conseroen !,as casas que ellos tienen, están próximos para redbir
sacramentos ... ». (lbíd., p. 159).
n-
Por su parte, el visitador Fema ndo Bustillos escribe en 1762, refirié
dose a los resguardos de los indios de Guasca:
Únicamente se recue rda el infeliz estado a que se han reducido los
tributos
pade-
que reconociendo por únicas causas al deter ioro que los indios
ce~ no habiéndose originado éste de otros principios que de
haberse
s
huido unos, de haberse trasmigrado a diferente especie, esto es a l,a de mestizo
s.
Y zambos Y o~ros parecidos con la perversa bebid a de los aguardiente
ina-
No reconociendo otro manantial estos tres abominables exterm
TIERRA, DEMOGRAFÍA, PRESTIGIO 157

dores de aquellos miserables, que el de la introducción a sus pueblos


de los españoles y demás prohibidos.
Es notorio que Bustillos defiende el punto de vista de la segregación
or razones U"ibutarias Ysociales: «Hallándose por este motivo los indios
~asi en peor estado hoy que el que tenían en tiempos de sus antepasados
y que esto provenga de l_a inme?iación y trato de los españoles y demás
prohibidos, fuera de decirlo la citada ley, lo pregona la experiencia, pues
vemos que aquellos pueblos que por retirados viven menos expuestos
a estos manejos, son los que únicamente conservan sujeción a sus superiores,
reconocimiento de leyes y procuran proceder como cristianos ... ». (Fer-
nando Bustillos, «Informe del Fiscal Protector de Indígenas en defensa
de la integridad de las tierras de resguardo de los indígenas de Guasca,
1762», en ACHSC, Universidad Nacional, No. 4, pp. 149-158).
En resumen, en las primeras décadas del siglo XVIII se ha operado
una profunda revolución demográfica en el Nuevo Reino de Granada: la
práctica extinción de la mano de obra tributaria y la aparición en su
reemplazo de una abundante población mestiza, libre o «blanca» para
utilizar la terminología jurídica de la época. Dos citas más de Berdugo
(doc. cit.):
Sobre Soatá ( 1775). «Hállanse las tierras cultivadas y fructíferas de
diversidad de plantas que han puesto los blancos, de los que no se aprove-
chan los indios por no dedicarse a ello, como lo he visto en el pueblo
de Soatá, donde a más de trigo y maíz que se da dos veces al año, hay
granadas, naranjas, etc., caña dulce; se crían ovejas, cabras y vacas y aves
las regulares; vi que también de agregarse a este pueblo, con libertad de
vasallos, los vecinos que están dispersos, utilidad a la Real Hacienda, en sus
ramos, así en la Alcabala del mercado, que regularmente se establece
como en el aguardiente, en que se hace mayor su consumo; es de gran-
dísima consideración la incomodidad que se origina al vecindario en
no permitirles tener casas propias ... de ser pocos los indios que cultivan
ellos las tierras y darles en arrendamiento a los blancos, no haber fabri-
cado casas en el pueblo y hallarse con ellas algunos vecinos pagando
el arrendamiento del sitio del suelo a el indio o cofradías, porque el
día que el cura corregidor por causas de razón que ocurren, quieren
vengarse de los vecinos, mueven a cuatro o seis indios, que vayan a ven-
garse a su protector de algunas causas en que los han instruido; movido
de su relación pide que salgan todos los vecinos blancos del pueb/,o y sus resguar-
dos, librándose despacho para ello, de lo que sólo dimana venganza».
(Doc. cit., pp. 160-161).
Y sobre Zipaquirá, pidiendo que se venda tierra a los vecinos blan-
cos: «a los que tienen fabricadas casas que .;illí son costosas y sería duro
hacérselas derribar, se les podría admitir a composición del terreno que
tienen ocupado con reflexión a lo regulado, todo esto se puede practicar
sin ningún perjuicio de los indios, los que tienen sus casas en qué vivir
cómodamente y les quedan resguardos, aun con la restricción hecha
158 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

para los trescientos catorce indios que al presente hay de todas edades
aunque se multiplicasen al número que antes tenían , de que ellos se
aprovechan bien poco por dedicarse algo más al beneficio de la sal, y
pues este pueblo se ha mantenido hasta el presente con tanto número de
blancos que /,es son más úti/,es que perjudicia/,es» (pp. 165-166) . Y un poco
adelante: «Los indios son acreedores a que los atendamos con toda equi-
dad y cuidado mirando su mayor alivio y conveniencia sin que hagamos
injusticias a los demás vasallos de Su Majestad, los que han aumentado
de aquella primera valerosa sangre española que con tan noble espíritu
establecieron la fe católica en estos reinos y de la mezcla con los mismos
indios y siendo sin comparación mucho más numerosos al presente la república de
los españo/,es que la de los indios». (P. 171).
Pero quizá los párrafos más elocuentes,· reveladores de la profunda
revolución demográfica que sustituyó la encomienda por la hacienda se ha-
llan en la página 170, al hablar de los pueblos de Sátiva y Santa Rosa:
Lo mismo proviene de los potreros que se asignaron a los indios por-
que no teniendo por lo regular ningunos ganados en ellos, con que
ocuparlos, se sigue la utilidad a la República del arrendamien to que
de ellos hacen los blancos en la cría de bueyes, mulas y caballos y aun
beneficia a las mismas iglesias por haber criado las más de ws vecindarios
hatos de ganado para mantener lámparas y cultos de ellas.
Supuesta utilidad que resulta de que en los pueblos de tanto
número de indios y grande los españoles se hayan establecido con
método, orden y policía, las que de tiempos antiguos están radica-
dos con confusión y sin regla, se sigue igualmente ser imposible el
cumplimient o de las leyes ... si por naturaleza por no haber terreno
en donde poderse establecer y por ser casi todo lo que yo he visto,
sucedido a los indios y lo demás de la tierra ocupada de personas parti-
culares y comunidades ... en cuyos términos cesa la disposición de la ley
por no entenderse su precepto a lo imposible y así la misma necesidad
ha derogado la ley que dispone no puede haber estancia de ganado a
legua y media de los pueblos de indios, como se reconoce en las dos
grandes parroquias de Sátiva y Santa Rosa ...
Ya manera de comentario final dos frases de Bustillos: «Una vez que
se verifica la venta de los resguardos restringidos, es consecuente que
se vendan, no a los indios, porque su pobre e increíble miseria no les
da proporciones , luego necesariame nte ha de ser a español,es o mestizos,
o mulatos o negros o zambos ... ». «El Rey ha perdido sus tributos y los indios se
han desaparecido de modo que no es posibl,e hoy reducirlos a sociedad y puebw».
(Doc. cit.) .
Otras referencias pertinentes pueden hallarse en el Apéndice documen-
tal y en Juan Friede, «De la encomienda indiana a la propiedad territo-
rial y su influencia sobre el mestizaje», ACHSC, Universidad Nacional de
Colombia, No. 4, Bogotá, 1969.
TIERRA, DEMOGRAFÍA, PRD>TIGJO 159

9. Para el año de l560 ya algunos caciques reciben el tratamiento


J]on. Ejemplos:
de ,,f)on Rodrigo, cacique de Tibaná, dijo haber conocido como enco-
nderos de ese pueblo a Montalbo de Sugo, Pedro Vásquez y capitán
~;nzalo Suárez ». (_~f. Archivo Nacional, T. VII, Fls. 380 a 388).
(.( Incluido tambien el pue blo de Ocavita, de la misma encomienda y
a cargo del ca~ique ~on Pedro,, _ (Cf. Archivo Nacional, T. VIII , F. 808).
«Turmeque ... cacique Don Pedro,,_(Archivo Nacional, T. XVIII, F. 234).
, 1 Jncluido el pueblo de Sogamoso, de la misma encomienda, cuyo

cacique lo era Don Antonio,,. (Archivo Nacional , T. XIX, f. 592).


"Chitagoto ... cacique Don Francisco ,, _ (Archivo Nacional, T. XIX,
f. 592).
(.( Incluido el pueblo de Chita, de la misma encomienda, cuyo caci-
que se llarr:a~a Don Miguel Y fu: encomendero de el Moxica unos días».
(Archivo 1\ac10nal, T. XIX, F. .'.J78).
CitaS de José Mojica Silva, Pvdación de visitas coloniales: puebws, reparti-
mientos y parcialidades indígenas de Úl provincia de Tunja y de los partidos de
La Palma, Muzo, Vé/,ez y Pampwna (Talleres de la Imprenta Oficial, Tunja,
1946).
«La costumbre de conservar el Don como forma distinguida de trata-
mientos con caciques indígenas, se prolonga invariablemente a través de
los siglos XVI-XVII-XVIII, hasta vísperas de la Independencia». (Jaime
Jaramillo Uribe, «Mestizaje y diferenciación social»). « ... debe recordar-
se que en el territorio actual de Colombia, el mestizaje, con diferencias
regionales, se dio con cierta celeridad. El proceso fue facilitado por la
relativa poca densidad demográfica y cultural de sus poblaciones pre-
hispánicas, o si se quiere , por la rapidez con que fueron destruidas o
dominadas». Ya en el siglo XVIII, las lenguas indígenas habían desapare-
cido, la población indígena subsistente hablaba español y practicaba la
religión católica». (lbíd. , p. 25).
(.( Desde el punto de vista del mestizaje es muy elocuente el cuadro
que presenta Francisco Silvestre basándose probablemente en el más
completo censo de la época, el de 1778. En las 558 ciudades, villas, pue-
blos, sitios y parroquias que componían entonces la jurisdicción de la
Nueva Granada, excluyendo otras dependencias del virreinato, en una
población total de 826.500 habitantes, había 277.069 blancos; 368.093
libres mestizos; 136.753 indígenas y 44.636 esclavos».
«El grupo blanco y mestizo representaba, pues, cerca del 80% de la
población, el indígena el 15% y el negro esclavo el 15%».
«La mayor parte de la masa indígena estaba concentrada en tres si-
tios, a saber: Santa Fe, Tunja y Cauca, sobre todo en las dos primeras
zonas que en la actual Colombia corresponden a los departamentos de
Cundinamarca y Boyacá. El porcentaje de indígenas era todavía alto,
pero para el problema que nos ocupa debe tenerse en cuenta que se
trataba ya de población indígena "ladina", es decir, que hablaba español
160 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

y estaba altamente culturizada». (Ibíd., p. 25). Cf. Francisco Silvestre D


cripción del Reino de Santa Fe de Bogotá, Biblioteca de Cultura Colombia es.
Universidad Nacional, Bogotá, 1950. na,
Para compr ender cabalmente los efectos del acelerado mestizaje 8
bre la tenencia y propiedad de la tierra y, consecuentemente, sobre¡ °'
formas jurídicas del poder social y económico (vinculado antes a la eas n-
comienda de indios y luego a la propie dad territor ial de la hacienda) es
üf·
en extremo útil la explicación de Ots ( ~t., p. 98): «N~ pudieron, por
lo tanto, estas mercedes de pueblos de. mdios en encomiendas, implica r
nunca para los encomenderos un título de propie dad sobre las tierras de
sus indios tributarios. Tampoco significó nunca para los indios el hecho
de su encomendación, una merma de sus derechos patrimoniales sobre
sus resguardos, que seguían perteneciendo a la comunidad indígena titu-
lar de los mismos. Es más, según observa Juan de Solórzano, aunque los
indios de un pueblo dado en encomienda abando naran colectivamente
sus tierras, no por ello adquirían los encomenderos derecho alguno sobre
las tierras abandonadas; en tales casos, el dominio de estas tierras revertía
a la Corona y eran consideradas jurídic amente como bal,días o reakngas».
Así, pues, al decrecer la mano de obra indíge na sujeta a la servidum-
bre y aumen tar el númer o de mestizos libres y de indios huidos, la única
forma de obtene r control social sobre la nueva población era adquiriendo
títulos legales de dominio sobre las tierras. De ahí el enorm e número de
composiciones a lo largo del siglo XVIII y aun varias décadas atrás.
10. Ver Nota 38 del Capítulo 111 y Apéndice documental (pleitos de Sá-
tiva). Los títulos de propie dad de los resguardos se expedí an en cabeza
de los caciques respectivos. Esto dio motivo, según palabras del historia-
dor colombiano Guillermo Hernán dez Rodríguez, para que «algunos je-
fes indios, bien pronto contaminados del espíritu individualista del derecho
peninsular, alegaran su dominio exclusivo y personal sobre esas tierras.
En algunos casos los caciques pudier on transformarse en terratenientes,
pero en la genera lidad de las veces la Coron a falló en última instan-
cia reconociendo que esas adjudicaciones de tierra no tenían carácter
personal sino que iban encaminadas a favorecer al grupo indígena».
(Cf. Guillermo Hernán dez Rodríguez, De los chibchas a /,a Cownia y a /,a
República, Bogotá, 1949, p. 308); Ots, op. cit., p. 86.
Aunque se está lejos de haber estudiado exhaustivamente el tema, la
docum entacio n hasta ahora conoci da muestr a que el caso estaba lejos de
ser raro y se trataba de una usurpación muy frecuente, al contrario de lo
que piensa Hernán dez.
ll. A.H.N.C., Testamentarias de Cundinamarca, T. V, Fls. 720 a 887,
«Testamento de donjua n, cacique de Chocontá, su juicio de sucesión y
litigio entre sus herederos».
12. El fiscal Moren o y Escandón decía: «pues siendo la naturaleza
del indio inclina da a la ociosidad y vicios que de ella misma dimanan,
unida con la de los mestizos, que son reputa dos por de costumbres de-
TIERRA, DEMOGRAfiA, PRESTIGIO 161

··
pravadas Y, P . estad
erversas ' VIenen a, tal . 0 que son cas1 mnume rables los
excesos _en que se derram an ~1 m_d10s como mestizos; y aw1que esras dos
clases d1vers~ ~uestra n_ alg~m genero de aversión la una a la otra. sin
embargo la dian_a e~pene nc1a enseña que los indios se ca.san am me:sliUJ.J
y /.os mestizos con indias Y: ese aquí ?tro conduc to por donde esta nación
se ha ido agotan d o ». Uaime Jaramil lo Cribe, «Mestizaje y diferenc iación
social», P· 30-
«Mas a pesar de la capitis dimi nutio que pesaba sobre el mestizo , no
eran pocos los casos en que muchos de eUos, conside rados toda\.ia como
indígenas, pu.dieron ser declarados mestizos con el fin d.e librarse del t,ibut<J \' de
su condición de indios, pues era evident e que no obstant e la situació n., de
inferioridad que el mestizo tenía frente al blanco v las discrim inacion es
que lo afe_ctab~.', el me~tiz~je abría una posibilid~d de cambio que no
estaba a disposICIOn del md1gena. Sobre todo abría la posibili dad de ser
considerado "blanco ", lo que era factible , pues la mezcla de razas había
llegado a un estado en que ya era dificil dictami nar con certeza quién
era blanco y quién mestizo ». (Jl,íd., p . 36).
13. Sobre el problem a jurídico de la condici ón ci\.il de los indíge-
nas y de la poblaci ón mestiza. Cf. José María Ots Capdeq ui, El Estad.o es-
pañol en las Indias, 3ª edición corregi da y aument ada, México, D.F. , 1957;
España en América, 1ª edición , México, 1959.
14. Así se compre nde, por ejemplo , la frase ya citada de Bustillos:
«El Rey ha perdido sus tributos y los indios se han desapar ecido de modo
que no es posible hoy reducirl os a socieda d y pueblo». ( op. cit.).
15. Sobre el frecuen te caso de los indios fugitivos ver, por ejemplo ,
los docume ntos insertos en la compila ción de Colmen ares, Fuentes ml<r
niales para la hist01ia del trabajo en Colombia.
16. Un ejemplo caracter ístico de lo ocurrid o en las más tempran as
fundaciones es el caso de Pamplo na. La nómina de los benefic iarios de
tierras y solares urbanos coincid en en gran parte con la nómina de los
regidores del Cabildo (Páez Courvel, op. dt.) (ver Apéndice documental).
17. Por la composidón se permití a al ocupan te de tierras usurpad as o
invadidas irregula rmente, legitima r su dominio median te el pago de una
suma a la Corona . Sobre esta figura jurídica ver Ots, España en América,
pp. 78 y SS.
18. El proceso cultural de «ladinización» de los indios ha sido larga-
mente tratado por Jaramil lo Uribe, «Mestizaje y diferenc iación social».
Ello incluyó la adopció n de las técnicas agrícolas hispánicas.
19. Así, por ejemplo , en 1759 «se vio la represe ntación del Dr. Dn.
Andrés de Tobar, cura de los pueblos de Sutama rchán y Yuca de ocho
de enero del mismo año (1754) en que hacía present e a Vro. Virrey el
corto número de indios, a que había llegado de Suta-M archán y cuán
conveniente sería mudar a los indios del referido pueblo al de Sáchica, y que sus
resguardos se vendieran de cuenta de Real Hadenda». (Berdug o y Oquend o,
«Informe», p. 131).
EL PODER POI.ÍT lí.O EN COLO MBIA
162

ci~o._ Berdugo y
«Para el aiio de 1755 el núm ero de indios es cono
la provi~cta de Tunja
Oqu endo enum era en su informe 66 pueblos de
ando los situados en las
con una población total de 24.950 almas, no cont
la cantidad de pueblos
provincias de Vélez y Santa Fe. La disminución de
proceso de agregación
(66 en vez de 85 visitados en 1636) se debe al
de Berdugo a más de
de varios cuyo testimonio es el propio informe
unas consideraciones
las actas de las sucesivas visitas». (Juan Friede, «Alg
de Tunja», en Anuario
sobre la evolución demográfica en la provincia
colomhiano de historia social y de la cultura, Univ
ersidad Nacional, No. 3,
Vol. 2, Bogotá, 1965, p. 12).
ena:
Friede calcula así la evolución de la población indíg

PROVINCIA DE TUNJ A
igen en los 220 años
«La evolución demográfica de la población abor
de la dominación española fue ». (P. 13).

Merma con
Año Total Tributarios Merma
relación a 1537
1537 232.407 (1)
168.440 ( !) 34.946 (3) 27.54% 27.54%
1564
44.691 (!) 9.272 (4) 73.5% 80.8%
1636
24.950 (2) 43.8% 89.3%
1755

(1) Calculado aplicando un coeficiente unif


orm e de 1: 4,82 (coefi-
: No. total. Este coefi-
ciente de prop orci ón entr e tributarios e indígenas
l, hech a en 1632): No.
cien te se basa en los datos de la visita de Valcárce
tributarios.
.
(2) Cifra suministrada por Berdugo y Oqu endo
(3) Según censo de 1564 y su retasa de 1565 .
(4) Basada en el info rme de Valcárcel.

inicial de la siguiente
Debe anot arse que Friede calcula la pobl ació n
forma: después de calcular la pobl ació n total de
1564 sobre la base cono-
a el coeficiente de 1:
cida del núm ero de tributarios a los cuales le aplic
(72 años más tar-
4,82 hallado con base en la visita de Valcárcel en 1636
(es decir, el período 37-
de), supo ne que en los 27 años ante riore s a 1564
10.2% anual, es decir,
64) la disminución anua l de indígenas ha sido de
los 72 años siguientes
igual al porc enta je med io anua l enco ntra do para
era, el coeficiente que
con base en el cálculo men cion ado. De esta man
s de nueve encomiendas
encu entr a en 1636 (y que com pren de tributario
y su evolución a lo largo
de Casanare) le sirve para calcular la pobl ació n
de 100 años, en la sola provincia de Tunja.
Consideraciones: J. Friede.
TIERM., DEMOGRAFÍA, PRESTIGIO 163

20. Fragmento de un documento característico: «No obstante que


por su cono número a que hoy están reducidos (los indios) y que en
los pueblos que se les dieron tierras y resguardos para consideración a
los que se podrían aumentar con el buen tratamiento y \ida política, y
que con ellos al presente sólo hay doscientos o trescientos (se refiere
a los feligreses blancos) no por eso hay más abundancia que an tes, ni
por lo común se aplican a cultivarlas, antes han introducido darlas en
arrendamiento, muchos tiempos a los blancos: habiéndose hecho con
este arbitrio más holgazanes y pobres ... » . (Berdugo, «Inform e ,, , p. 145J.
En ou-o caso, «con frecuencia a los indios de Sogamoso se instruye-
ron en 1767 diversas diligencias. Al frente de ellas figura un escrito diri-
gido al ,irrey, en el cual se denuncia que por haber disminuido mucho
los indios de Soga.moso, resultaban excesivos sus resguardos. Esto había
motivado que se establecieran en ellos muchos Yecinos libres que p'¼,aa-
ban a los indios trece reales anuales por cada sitio de casa y solar y ocho
por el arrendamiento de tierra para la fanega de sembradura». (Ots,
España en América, p. 90).
21. Ver, por ejemplo, Ots, op. cit., pp. 90 y ss.
22. Hablando de la Real Confirmación anota Ots: <<Las dificultad es
que implicaba el tener que acudir a la Corte para conseguir la confirma-
ción de las adjudicaciones de tierras hechas en las Indias, motivó que en
la práctica se prescindiera de este requisito: era mucho el tiempo que
su tramitación requería y muy considerables los gastos que ocasionaba».
«En 24 de noviembre de 1745 quiso el Monarca atajar esta costumbre
viciosa que podía perjudicar los intereses del Fisco y ordenó '"que los que
entrasen en los bienes realengos de aquellos Dominios (de los Reinos
de las Indias) acudiesen precisamente a mi Real Persona a impetrar su
confirmación en el término que se les asignó baxo la pena de su perdi-
miento si no lo hiciesen ... "».
«Pero los hechos fueron más fuertes que la propia voluntad del Sobe-
rano y ante el retraimiento que entre los particulares produjo la rigidez
de la anterior disposición -con grave daño de la economía colonial-
se admitió en las Instrucciones de 1745 que la confirmación pudiera ser
solicitada y obtenida de "las autoridades de su Distrito y demás ministros,
a quienes se comete esta facultad por esta nueva Instrucción, los cuales
en vista de el proceso, que se hubiere formado por los subdelegados
en orden a la medida y avalúo de las tales tierras y del título que se les
hubiera despachado ... ", les despachen en mi Real nombre la confirma-
ción de sus títulos con los cuales quedará legitimada, con la posesión y
dominio de tales tierras, aguas o baldíos, sin poder en tiempo alguno
ser sobre ello inquietados los poseedores ni sus sucesores universales ni
particmlares».
«Y esta doctrina fue la que, desde entonces y para lo sucesivo, hubo
de prevalecer». (Ots, España en América, pp. 80-81).
164 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

23. Cf. notas anteriores. Para un entendi_miento de la evolución


de las formas de tenencia y propiedad de la tierra Y de las relaciones
productivas, quizá el documento más concluyente sea el Informe pre-
sentado en 1777 por el fiscal Moreno y Escandón a la Junta de Hacienda
de Santa Fe, informe ordenado por Real Cédula de 26 de mayo: «Que
son tan notorios como sensibles los daños que al común del Reyno re-
sultan de que tomando los vecinos acomodados y de algún caudal las
tierras ricas, pingües y mejor situadas vinculan en ellas su subsistencia
con perjuicio de los pobres, arrendándos elas arbitrariame nte, según su
necesidad, sino que éstos aspiren a otra cultura que la indispensable
para vivir como que labran lo ageno; ni puedan solicitar la propiedad
para la que son precisos diferentes gastos para las diligencias de reco-
nocimiento, medidas, abalúo y pregones, que no pocas veces exceden
al valor de las tierras y tal vez al tiempo del remate por medio de una
puja queda burlado el Denunciado r y sugeto a sufrir un pleyto para re-
integro de lo pagado como la ha sucedido. De este principio nace que
la mayor parte de los havitadores del Reyno viven a Merced de los due-
ños de tierras en la penosa contingencia de ser despedidos, o de sufrir
el yugo que quieran imponerles por no tener sueldo propio en qué establecerse,
y por lo mismo desmayan y no se aplican a la agricultura, haciéndose
hereditaria la ociosidad y el abatimiento de espíritu que es correlativo a
la miseria; por cuias causas en las tierras vacantes que se han vendido de
resultas de la extinción de algunos pueblos por agregación de sus indios a otros,
ha sostenido el Fiscal que en igualdad se prefiere por el tan to al Común
del vecindario, entre quien se divida la tierra en partes proporcionadas
para que logren de este auxilio, la que ninguno disfrutan de los que hoy
les franquean las leyes».
«Las ciudades y Villas que son pocas y en la mayor parte pobres, ape-
nas tienen exidos, o los que se les señalaron, por incuria están confun-
didos, sin practicarse la división que prescriben las leyes 11 y 14, tít. 7,
lib. IV a favor del vecindario ... De modo que en la actualidad todas las
tierras útiles cercanas a los poblados están enajenadas; y las que se de-
nuncian vacas, o realengas, comúnmente están situadas a distancia, a no
ser que la casualidad de una nueva población, camino o semejante las
hagan apetecibles, o por alguna riña se descubra vicioso el título del Po-
seedor. Porque la mejor parte de la población se compone de pequeñas
Parroquias que se han fundado con las gentes de color, nacidas y agregadas a /,os
pueblos de indios degenerando por la confusión de las calidades. Estos Vasallos
que comprenden el maior número han sufrido las cargas de pobladores
en construcción del Templo, ornamentad o, favricar cárcel, dotar al cura
con sínodo tasado, etc., y con todo no han disfrutado aquellos beneficios
que la liveral mano del Soberano les franquea para utilidad común en
el reparto de las tierras». Moreno y Escandón propone en seguida que
los propietarios sean obligados a trabajar la tierra y que «si no tienen
facultades para ellos, se proporcione n medios lícitos y equitativos para
TJJI.RRA, DEMOCRAJTiA, PRKSTICJO 16.í

que otros lo verifiquen , ~a sea por :enta voluntaria , ya por arriendo no


exorvitante en que medie la autoridad del juez y fü prudente arbitrío
regulado por el dictamen de los prácticos ... ,>.
Ots Capdequi que cita el informe del fiscal incluye tamh1én la re-
acción producida por tal propuesta entre qui enes detentaba n ]a tierra
mucho más como instrnmen to de dominació n social que como bien de
producción . Es el informe del juez de Realengos, que reza así, parcial-
mente:
«Las tierras enajenada s en virtud de alguno de dichos tres títulos (se
refiere a la merced, venta o composi ción) pa5aron al dominio de sus
posehedores, quienes c_omo verdadero s dueños en virtud de sus respec-
tivos títulos, gozan la libertad de poder venderla<,, donarlas o de cual-
quier otro modo enajenarla s, sin que se les pueda precisar a su venta o
arrendami ento, aunque sean mucha<, las que poseyeran , como sea con
legítimo título; y la misma libertad logran de aplicarla<, al destino que
les parezca puedan ofrecer mayor utilidad en la siembra de diferentes
frutos que produce el país, o pastos de ganados; por lo que si a los due-
ños de tierras se les restringier a esta libertad precisándo las a su venta, o
arrendami ento en cantidades limitadas, sería subsistir en el Reyno un
incendio que abrassase en litigios a los posehedor es, sin conseguir que ws
pobres wgrasen beneficio».
Juan Friede se refiere al proceso de subordina ción de la población
«libre» mestiza, sucesora de la mano de obra tributaria, por medio de la
obtención de títulos legales sobre las tierras conseguid as por los antiguos
encomend eros y sus herederos, en estos términos: «Como consecuen cia
del decrecimie nto de la población aborigen, muchas tierras ocupadas
antes con labranzas se despoblaro n y el encomend ero se apresuró a ocu-
parlas. A fines del siglo XVI los supervivientes de las tribus y cacicaz-
gos vivían muchas veces en las casas de los encomend eros como simples
siervos; mientras que otros formaban todavía comunida des que llevaban
una vida precaria, expuesta, al igual de los minifundio s en España, a la
presión constante de sus vecinos: nobles en España, y encomend eros en
América».
«La encomien da misma perdió gran parte de su papel en la econo-
mía de producció n y el encomendero se tornó pau/,atinamente en un hacendado
que expwtaba las tierms cada vez más con jornaleros asa/,ariados. Es entonces
cuando éste comenzó a preocuparse por la adquisición "legal" de las tierras que
ocupaba».
«Tanto para los indios como para el español esta reforma (se refiere
a las medidas de la Real Audiencia al final del siglo XVI) creó los primeros
instrumentos legales de la propiedad territorial a la usanza europea: instru-
mentos cuya validez se confirmab a mediante la "composición", vale de-
cir, el pago de una suma que era en la práctica insignificante, a un juez
de "composición o de tierras". Por este medio, el poseedor de tierras sin
título o con títulos viciados, se convertía en legítimo propietario . Fue la
EL PODER POLÍTICO E.....; COLOMBU.
166

"composición" la que convirtió a los encomenderos en dueños legales de


los terrenos que ocupaban ... "· .
<I Dueño de tierras, el encomendero aspira a ensanchar lo que ya es
una hacienda suya, y el útulo de la encom_i~~da, -~títuc~ón _introducida
originariamente para la protección y la c1~aoon de~ m~IO, adquiere
un papel auxiliar en la formación de la propiedad temtorial. Mediante
el pago de la composición se había convertido en dueño de las antiguas
tierras de sus indios. Ahora, en virrud del mismo úrulo, era preferido en
la compra de las soúra.s que adquiría a precios irrisorios e incluso gratui-
tamente cuando podía alegar que su encomienda limitaba con tribus
hostiles o no conquistadas aún. Por sumas insignificantes se haáa dueño
de extensos territorios vírgenes adyacentes a su encomienda, sin con-
traer obligación alguna de cultivarlos ni ocuparlos, siquieraN.
«Por otra parte las "'tierras de resguardo" fueron sujetas a visitas in-
termiten tes de nuevos jueces de tierras, invitados generalmente por los
hacendados encomenderos quienes comprobaban que el terreno aclju-
dicado anteriormente a los indios era ya excesivo para el número de
éstos que lo ocupaban. Se originaban, pues, nuevas soúra.s y nuevas "com-
posiciones", en provecho del encomendero».
«Como en España, también en América frente a la casta de terrate-
nientes se debate una masa paupérrima de indios, de mestizos y de cri~
llos que carece de toda posibilidad en la escala social y cuyo nivel de vida
se sitúa a una enorme distancia del adquirido por la minoría dominante.
Esta situación no ha sido superada por España ni por las repúblicas lati-
noamericanas». Uuan Friede, «Descubrimiento y Conquista>), en Historia
extensa de Colombia) .
Lo que más interesa en el curso de este proceso, para el estudio de la
formación del poder polítim y social, es el hecho de que la legitimación de
la propiedad territorial coincidiera con el crecimiento de la población
mestiza «libre»: ,JLa escasez de mano de obra indígena que se registró
desde las primeras décadas del siglo XVI y en forma mucho más acentua-
da a fines del siglo, hizo que se recurriera a la mano de obra libre tanto
en el sector minero como en el agricola. Est.a mano de obra libre provenía
esencialmente del grupo mestiw, grupo que por lo demás no estaba sujeto
a ningún tipo de código laboral, al contrario de lo que sucedía con el
esclavo negro y el indio tributario». (Margarita González, El resguardo en
el Nuevo Reí,no de Granada, Universidad Nacional, Bogotá, 1970).
Véase, por ejemplo, en el Apéndie,e documental., el informe del corre-
gidor don José Britto sobre el pueblo de Ataco en 1763. Algunos frag-
mentos: ~Que en los resguardos de dicho pueblo se hallan viviendo y
radicadas 36 fami1ias de blancos y mestizos, mulatos, negros y zambos,
con ganado y otras semejantes arboledas de casas, sembrados y cultivos
que me parece componen mucho más de cien ,personas de ambos saos y de
otras edades; que fuera de los resguardos y con jurisdicción de la villa
y sitio que llaman Paipa o Cupili~ vienen otras diez familias, anteS
TIERRA, DEMOGRAFÍA, PRESTIGIO
167

más que no menos, que compondrán más de ochenta personas en la con-


e rmidad propuesta y con las mism , 1 , .
10 , as cnas, p antias y cultivos que son la
st
feligresia de e e pueblo». En el expediente hay un testimonio del fiscal
afirm~do q_u e en ~l pueblo solamente existen ocho indios útiles que
producrnn_ n~nto cmcuenta pesos de estipendio para el cura. (AHNB,
Caciques e zndws, T. IX, Fls. 984 y ss.).
La cap~ci~ad de l?s resguardos, pueblos y parcialidades de indios
para constltmrse en nucl~os permanentes de familias extensas y de redes
de compad_razgo campesmo aun en pleno auge del mestizaje, es toda-
vía perceptible cuando se comparan las toponimias actuales de muchos
sitios del país con los nombres de caciques, pueblos o capitanes que fi-
guran en do_cumentos sobre visitas, tasas o refundiciones de grupos indí-
genas. Un eJemplo al azar: «Don Andrés cacique, y don Francisco Fagua
y donJoan Caña y donjuan Bangueta yJuan Bajacá», AHNB, Chía, 6 de
julio de 1598, Caci,ques e indios, T. 72, F. 605, recto (en Documentos colo-
niales). Bajacá y Fagua son aún hoy toponimias de dos veredas de Chía,
laten temen te hostiles entre sí. Fagua es el nombre de una hacienda de la
región hoy muy disminuida pero que, según Pardo Umaña «se extiende
(1947) al norte de la de Tiquiza, al oriente de la serranía de "Los Monos"
que viene a ser algo así como el nacimiento de la sierra del Espino y al
occidente del río Frío llamado río de Tabio en los antiguos documentos,
que llega del norte territorial del municipio de este nombre en persecu-
ción del Bogotá o Funza, en cuyo cauce vierte sus heladas linfas al sur del
poblado de la diosa Chía ... ».
Para comprender el sentido que todo esto tenga en el diseño del po-
der social col,ombiano, debe transcribirse aún otro párrafo: «A la casona
residencial de la estancia se llega por varias rutas, pero es mejor la que
parte de Cajicá hacia la serranía llamada de "Los Monos", de la cual se
desprende -adelante del Reformatorio de Menores de Fagüita- un
camino vecinal que atraviesa el río Frío y que muere a las propias puer-
tas de la heredad. La construcción anuncia, con sus cielos rasos de vigas
descubiertas, no menos de tres siglos de existencia: el enorme patio en-
losado, realmente majestuoso, rodeado por crujías de techos más bajos
que los del bloque principal, cual viseras que se prolongan sob~e los
corredores, espera la llegada de los caballeros armados de otros siglos;
en tanto que las demás acecharían desde el ba~conaje del extenso tram~
que domina el costado occidental, y que servia para a~ay~r desde ~lh
los vastos potreros que se pierden, ondulantes en la leJama». (Camilo
Pardo Umaña, Hadendas de la sabana-con fotografias-, Editorial Ke-
lly, Bogotá, 1947).
24. Imd.
25. Ibíd.
26. Imd.
27. Ibíd.
28. Ibíd.
168 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

29. Ib-íd.
30. Pierre D'Espagn at, Recuerdos de la Nueva Granada, Biblioteca p _
0
pular de Cultura Colombia na, Editorial ABC, Bogotá, 1942.
31. El patemalis mo y el autoritari smo como síndrome s sociales en
el proceso histórico de Colombia solo pueden ser comprend idos refi-
riéndolos a las relaciones recíprocas entre la cultura y la personalid ad
en la perspectiv a psicológic a y antropoló gica utilizada, por ejemplo, por
Abraham Kardiner al intentar establecer las vinculacio nes entre «los sis-
temas integrado res claves» de una sociedad y la presencia y previsibi-
lidad de ciertos rasgos de conducta de sus individuo s. El concepto de
«estructur a de la personalid ad básica» sirvió a Kardiner y a sus colabora-
dores como ordenado r y orientado r en el examen de la estructura de la
sociedad y para relacionar entre sí a sus institucio nes: no directame nte
sino a través de los individuos que las crean y constituye n.
La sociedad colombian a parece estar históricam ente dominada por
«sistemas proyectivo s» derivados de «constelac iones establecid as con la
preparaci ón iniciada en la infancia y continuad a consecuen temente a
través de la vida ... ». «... La importanc ia real de todo este sistema es su
derivación de /,a experiencia real. ¿Por qué los tanales creen que ningún re-
medio es efectivo si no va acompaña do de un ritual compulsiv o? Porque
su experienc ia real les ha llevado a la convicció n de que todas las buenas
cosas ocurren después de obedecer alguna orden arbitraria» .
La ideología o ideologías socialmen te resultan.te s están condiciona-
das por los elementos limitantes que los sistemas proyectivo s (o los siste-
mas racionales ) introduce n en esta experienc ia real.
Algunas discusione s de gran importanc ia sobre la accion de esas
ideologías sociales en el carácter de las institucio nes políticas se han
desarrolla do recientem ente. Así, por ejemplo, Howard J. Wiarda de la
Universid ad de Massachu setts, atribuye al «orden medieval corporativo»
las tendencia s articulare s del proceso de desarrollo latinoame ricano, ar-
guyendo que las institucio nes administra tivas «moderna s» del Estado en
América Latina perpetúan bajo otra forma la dominaci ón «patronal» del
pasado histórico.
A ese respecto yo sigo considera ndo válidas en lo esencial las opinio-
nes expuestas en algunos trabajos anteriores , especialm ente en Raíz Y
futuro de la revolución.
Debe de todos modos destacarse que la «personal idad autoritaria»,
tal como la describe, por ejemplo, Flowerma n, es más enérgica y perc~p-
tible en la base de la estratificación social que en la cima, ya que el autonta-
rismo se convierte en una forma de l,egi,timación de la conducta violenta
y en una afirmació n mórbida del status real O imaginari o, alcanzado,
deseado o envidiado . Los grupos dominado s hacen suyos los sistemas
valorativo s de los grupos dominant es y los proyectan y fortalecen ~e~~:
nera constante , garantizan do de modo involuntar io-el sistema de dominact01
en su conjunto.
TIERR.-\. DE...\!OGR.ill\., PR.ESTIGIO 169

E] paternalismo es forzosament e la otra faz de toda sociedad autorita-


ria. Es. por así decirlo. su rostro permi.si, o . bondadoso y prestigioso. que
debe ser imitado por tocios los indi,iduos, mediante cualq uier esfuerzo
,. a yeces con suma \iolencia. l Cfr . .-\braham Kardiner. Fronteras psiwlir-
gicas de la sociedad. en colaboración con R Linton. C. Du Bois. J. \.fest,
f ondo de Culm.ra Econó mica. ~léxico. 1955: Samuel H. fl owennan , «La
personalidad autoritaria .. . en Pensamm1 to político moderno (compilado por
\ ülliam Ebersrein . traducción de Dolores Ló pez ~-\ 1cen te Cen-ero, ~1a-
drid. Taurns. 196 1 l : Howard j. \\1arda. «Law and Political De,·elopmen t
in Larin .-\ merica: T oward a Frarnework for .-\nal,--sis». en The A.merican
Jounwl of Com-pamtiFe Law. \ ·01. ~X. Summer 1971. ~ o. 3; José Bleger,
Psicología de la condu cta. Eudeba, Buenos .-\ires, 1964; Henn P. David.
Helmuth Yon Bracken. colaboradore s. Temias de la personalidad. Eudeba,
Buenos .-\.ires. 1961: Fernando Guillén ~fartínez. Raí:. _y.futuro de la revolu-
ción. Tercer \-f w1do. Bogotá. 1963: ,<Paternalism, Indiúdualism and the
Srrategy of the \\"esr,, . en Latin .4.merica, Politics, Economü:s, a,ul Hemispheric
Serurit_r. edited bY :\"orman .-\. BalleY, Frederick ,-\. Proeger, Publishers,
~ew York. 1965.
Sobre el autorita1isrno de las sociedades rurales colombianas es de
gran utilidad la lecm.ra del ensaYo de Camilo Torres Restrepo, «La ,io-
lencia'" los cambios socio-culturales en las áreas rurales colombianas »,
en Jiemoria del Primer Cangreso .Vacional de Sociologi.a, Asociación Colom-
biana de Sociología. Bogotá, 1963.
32. Yer especialment e Jaime ]a.ramillo Cribe, «:\1estizaje y diferen-
ciación social» ya citado.
33. flowerman , op. cit.
34. Con relación a la propiedad territorial eclesiástica son ya clási-
cas las palabras del mariscal de campo don Antonio Manso, presidente
de la Audiencia del Nuevo Reino de Granada, en su Relación de mando
fechada en 1729.
35. La propiedad territorial del clero secular se desarrolla general-
mente en las regiones rurales a expensas de los pueblos de indios, extin-
guidos, refundidos o disminuidos tras las visitas a los resguardos.
Así, en Gámeza a mediados del siglo XVIII: «El pueblo de Tutazá,
anexo al partido de Batáytiva del Partido de Gámeza tiene cien indios
de todas edades y entre ellos nibutarios quince, r según reconocido que
hizo la visita que hizo Vro. Oidor Visitador Don Juan de Valcárcel por
los años de 1635, mantuvo a los referidos indios en su pueblo, por haber
observado que <;iesde la visita antecedente habían tenido grande dismi-
nución por haberlos mudado al valle de Batáytiva por cuya razón y ser
principal trato de los indios de Tutazá hacer losa que sacan a vender a
otros muchos pueblos y la que venden en el suyo, les faltará el barro para
el referido comercio, tomé razón del Cura actual, Dr. don Joaquín Lo-
zano de lo que produáa el pueblo de estipendio primicia y obtenciones
que todo parece importa al año 234 pesos, wn más de un haw que pasa de
EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA
170

cien reses aplicado al beneficio de la Jgl,esia, del que siempre sacan alguna conve-
niencia los curas». (Berdugo, «Informe», pp. 141-142).
Y desde Santa Fe escribe en 1759: «Se vio la representaci ón del Dr.
don Andrés de Tobar, cura de los pueblos de Suta Marchán ... en que
hacía presente a Vro. Rey el corto número de indios, a que había llegado
el pueblo de Suta Marchán y cuán conveniente sería mudar a l~s indios
del referido pueblo al de Sáchica, y que sus resguardos se vendieran de
cuenta de Real Hacienda».
36. Para encontrar algunos ejemplos extensos del lenguaje oficial
utilizado por la Iglesia, ver en J. M. Groot, Historia ecl,esiástica y civil de
Nueva Granada, Biblioteca de Autores Colombianos , Ministerio de Edu-
cación Nacional, Bogotá, 1953, pp. 707 y ss., las constitucion es sindicales
hechas por el arzobispo fray Juan de los Barrios en Santa Fe en 1556 y las
reglas y constitucione s dadas por el arzobispo fray Luis Zapata.
37. Ver Censo de la ciudad de Cartago en 1771. (AHNC, «Estadísti-
cas», T. I, Fls. 38 r a 421 v) , en Apéndice documental.
38. La existencia de tales «tiendas» en una ciudad como la Santa
Fe del siglo XVIII y de los primeros años del siglo XIX es notoria en los
textos y documentos utilizados, por ejemplo, por Oswaldo Díaz en su
trabajo histórico sobre «Los Almeyda», Bogotá, 1944.
39. «Instrucción de gremios en general pa. todos oficios aprobada
por el exmo. Sor. Virrey del Reino». (AHNC, «Miscelánea de la Colonia,
1777», T. 11, Fls. 287-313).
40. El abasto de carnes a las ciudades, uno de los ramos más lu-
crativos del comercio, depende de los cabildos y de otras autoridades
políticas, estando, como en la casi to,t alidad de la vida económica rígi-
damente reglamentad o por la administraci ón pública. Por esta razón
los regidores de las ciudades encuentran en este comercio una ocasión
muy importante para el monopolio y el enriquecimi ento personal. Los
litigios en razón del juego contradictor io de las influencias políticas in-
dividuales se dieron a todos los niveles.
Así, por ejemplo, en el Cabildo de Santa Fe del 16 de agosto de 1751
se ordenó a don José Luis de Azula «proceda a pesar todo el ganado
que se encuentre en la dehesa de "El Novillero" para el abasto de la
ciudad, con "penas de quinientos pesos si así no lo hiciera"». ( CabiJ,dos de
SantaFe, Ortega Ricaurte, p. 157).
En 1735 don Gregario de Poveda solicita a las autoridades
que prohíban la exportación de ganados de la provincia de Neiva a otras
provincias, «imponiend o penas y apercibimie ntos a quienes realicen ese
transporte» (AHNC, Tierras del Tolima, T. 6, Fls. 436-472).
La provincia de Neiva, propiedad de unas cuantas poderosas familias
como los Caycedo, fue tempraname nte dedicada a la ganadería exten-
siva, como lo atestigua Silvestre, entre otras razones por la escasez de
mano de obra indígena para adelantar labranzas. Tales familias ocupa-
ban cargos en los cabildos de las ciudades mayores y controlaban el ne-
TIERRA, DEMOGRAFÍA, PRESTIGIO 171

gocio de los abastos de carnes mediante asociaciones que en su mayor


parte surgían del parentesco familiar.
Tal es el caso de los Caycedo y los Lozano en Santa Fe en la segunda
mitad del siglo XVIII. Mientras los Caycedo poseen extensos fundos en
Neiva, de cuya magnitud puede obtenerse una imagen con la lectura
de Gobernadores y próceres de Neiva de José María Restrepo Sáenz, los Lo-
zano son propietarios de «El Novillero» en Santa Fe, «cuyos términos
abarcaron casi en su totalidad los de los actuales municipios de Funza,
Serrezuela y Mosquera». (Pardo U maña, op. cit., p. 24). Los Lozano y
Caycedo son los amos del mercado de carne en las zonas más pobladas
del país.
De uno de los Lozano, el primer Marqués de San Jorge, escribe Abe-
lla Rodríguez: «Los historiadores se han ocupado muy poco del Marqués
de San Jorge ... Desde que inició su vida de contratista con el gobierno
supo ser un enemigo soterrado del gobierno. En 1758 se oponía, como
procurador de Santa Fe, al traslado de ganados a Neiva, La Plata y Ti-
maná, a la provincia de Popayán y otras, porque perjudicaba el abasto
de carnes para Bogotá; los abastecedores de fuera estaban obligados,
por escritura, a poner en sus dehesas cierta cantidad de novillos». (Cf.
José María Restrepo Sáenz, Gobernadores y próceres de Neiva, Bogotá, ABC,
1941; Arturo Abella Rodríguez, El florero de Llorente, Editorial Bedout,
Medellín, 1968, p. 30).
41. Cf. Lucena Salmoral, op. cit.
42. Ibíd.
43. Germán Colmenares, Fuentes coloniales.
44. Jbíd., p. 201.
45. Francisco Silvestre, op. cit., (AHNC, Caciques e indios, El cacique
de Coyaima contra Tomás Rodríguez y otros porque los mataban y ro-
baban los ganados de los indios. T. XXXVI, Fls. 351-353, Año 1644) en
Apéndice documental.
46. Censo de Cartago, Cf. Nota 37 de este capítulo.
47. «El sistema de plantación pl,eria se encuentra esparcido por todo
el mundo. Pero en dos ocasiones se nos presenta con sus características
clásicas: en la plantación romano-cartaginesa de la Antigüedad y en los
Estados Meridionales de la Unión Norteamericana durante el siglo XIX.
La plantación plena labora a base de un trabajo disciplinado y servil. A
diferencia de lo que sucede en la hacienda feudal, no encontramos una
hacienda explotadora y distintas explotaciones parciales de los campesi-
nos, sino que los trabajadores serviles están reunidos en concentraciones
cuartelarias. La dificultad principal de las explotaciones radica en el re-
clutamiento de los trabajadores». (Max Weber, Historia económica general,
Fondo de Cultura Económica, México, 1956, pp. 82-83).
48. Silvestre, op. cit.
49. Eustaquio Palacios, El Alférez Rea~ Biblioteca de Autores Colom-
bianos, Bogotá, 1954, p. 64 (Cali en 1789).
172 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

50. Jaime Jaramillo Uribe, Esclavos y señores en la soci,edad colombian


del siglo XVIII, Bogotá, 1969. ª
51. Cf. Nota 40 de este capítulo.
52. Gilberto Freyre, Casa grande y s~zala, traducción de la 3ª edi-
ción brasileña, Emece Editores, Buenos Aires, 1943.
53. Jorge Isaacs, Maria.
54. Jaramillo Uribe , op. ci,t.
55. Jorge Isaacs, Maria (Cap. «El antioqueño»).
56. Jaramillo Uribe, op. ci,t.
57. «Fue aún más escandalosa la invención del zurriago que llama-
ban perrero en el Valle del Cauca. Se acusó con razón al gobernador Mer-
cado de que promoviera en Cali los azotamientos. Ejecutábanse por la
noche en las calles de la ciudad, especialmente contra los conservadores
y sus familias hasta causar la muerte de algunas víctimas desgraciadas ... »
José Manuel Restrepo, Historia de la Nueva Granada, T. II, 1845 a 1854,
Editorial El Catolicismo, Bogotá, 1963, p. 171. '
58. «... sino también aquellos dos extremos de nuestra población:
las grandes familias propietarias y los esclavos de las senzalas, en quie-
nes Louis Couty, científico francés que estuvo en el Brasil en la segunda
mitad del siglo XIX, vino a encontrar la "falta de pueblo"». Louis Couty,
L 'Esclavage au Brésil. También opinión del más claro de nuestros pensa-
dores políticos, el profesor Gilberto Amado, en el estudio que, del punto
de vista político, traza de nuestra sociedad esclavista: las instituciones
políticas y el medio social del Brasil, en su libro Grao de Arci,a. Por otra
parte, ya en el siglo XVIII, el Margado de Matheus, escribía: «En esta tie-
rra no hay pueblo y es por esto que no hay quien sirva al Estado, excepto
algunos pocos mulatos que usan sus oficios; todos los demás son señores
o esclavos que sirven a aquellos señores», Gilberto Freyre, op. ci,t., p. 59.
59. Restrepo Sáenz, Gobernadores y próceres de Neiva. Sobre el origen
del poder social de la familia Ospina pueden consultarse Lucena Salmo-
ral, op. ci,t., y Rodríguez Freyle, El camero, ya mencionado.
60. Cf. Nota 38 de este capítulo.
61. Silvestre, op. dt.
62. Para 1851 el número había quedado reducido a 287 (Jaramillo
Uribe, Esclavos y señores).
63. El hecho de que tal proporción de esclavos se dedicara a labores
domésticas, a pesar de su gran valor económico en la explotación gana-
dera, es otro indicio indirecto de la extinción de los indígenas.
64. Sobre la minería indígena del oro en la región antioqueña ~-
Juan Friede, Historia extensa de Colombia, Bogotá, 1965; Luis Duque Gó-
mez, Historia extensa de Colombia, 1965.
65. El estudio más extenso y completo existente sobre la evolución
de la tecnología minera del oro en Colombia es el trabajo de Vicente
Restrepo, Estudio sobre las minas de oro y plata en Colombia, Bogotá, 1888 ,
reeditado por el Banco de la República, Bogotá, 1952.
TIERRA, DEMOGRAFÍA, PRESTIGIO 173

66. Colmenares, Fuentes coloniales, p. 66.


67. Jbíd., p. 177.
68. Sobre la extinción de los indígenas en las zonas noroccidentales
de Colombia Cf. Hermann Trimborn, Señorío y barbarie en el Valle del Cau-
ca, Instituto G. Fernández de Oviedo, Madrid, 1959, pp. 141-142. Cifras
posteriores en Silvestre, op. cit.
69. Silvestre, op. cit.;Jaramillo Uribe, Esclavos y señores, p. 7.
70. Luis Duque Gómez, Historia extensa de Colombia, «Prehistoria. La
guaquería», Bogotá, 1965.
71. Vicente Restrepo, op. cit.
72. Cf. Apéndice documental.
73. Colmenares, Fuentes coloniales, p. 176.
74. Álvaro López Toro, Migración y cambio social en Antioquia en el
siglo XIX, CEDE, Universidad de los Andes, mimeografiado, Bogotá.
75. Cf. Emilio Robledo, El oidor Mon y Velarde, Banco de la Repúbli-
ca, Bogotá.
76. Cf. López Toro, op. cit.
77. Cf. lbíd.
78. Cf. Silvestre, op. cit.
79. Cf. Robledo, op. cit.
80. Cf. James J. Parsons, La colonización antioqueña en el occidente co-
lombiano, Banco de la República, Bogotá, 1961.
81. López Toro, op. cit.
82. Parsons, op. cit.
83. Pablo E. Cárdenas Acosta, El movimiento comunal de 1781 en el
Nuevo Reino de Granada, Biblioteca de Historia Nacional, Vals. XCVI y
XCVII, Bogotá, 1963.
84. Robledo, op. cit.
85. En el más cuidadoso y profundo estudio sociológico que se
haya realizado sobre una comunidad antioqueña, anota su autor: «La
Iglesia ha desempeñado, pues, un papel significativo en dos actividades
esenciales: la enseñanza religiosa y la formación de asociaciones vo-
luntarias que se proponían como meta el cumplimiento de los progra-
mas de desarrollo de la comunidad. Muchas actividades tuvieron como
centro la construcción y mejoramiento de la Iglesia que constituía un
símbolo de la religiosi<;lad de los habitantes y del prestigio del párroco.
No obstante, la manera como se realizaron esas actividades es el rasgo distin-
tivo. La Iglesia fue el instrumento para la creación de asociaciones voluntarias.
Como se anotó antes, la ausencia de asociaciones voluntarias es una
característica esencial de las zonas tradicionalistas y latifundistas. En Táme-
sis, esas organizaciones existieron desde su fundación y se hallan hoy
en actividad». (Eugene A. Havens, Támesis, estructura y cambio, estudio
de una comunidad antioqueña, coedición de Ediciones Tercer Mundo y
Facultad de Sociología de la Universidad Nacional, Bogotá, marzo de
1966, p. 116).
174 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

Por su parte el sociólogo Luis H. Fajardo, en un excelente trabajo


teórico, escribe: «Los curas antioqueños en los pueblos tienen fama de
"emprendedores y progresistas". Se distinguen por su vida activa más
que contemplativa. En su parroquia organizan bazares, mercados de los
pobres, y muchas obras vinculadas a la vida de la comunidad, en lo cual
se parecen mucho a los pastores protestantes de los Estados Unidos. Son
buenos para recoger platas y ponerlas a funcionar en obras de acción
social. No guardan la distancia con sus feligreses, son joviales, chistosos,
y en general proceden de familias humildes. No se diferencian mucho
de sus parroquianos en el gasto por la comida típica, el aguardiente y
hasta los juegos de azar».
«Es sintomático que la Iglesia en Antioquia en el pasado no dispuso
de todas las riquezas, sobre todo territoriales, de que gozaba la Iglesia de
otras regiones. Así mismo Antioquia no muestra la profusión de ricas y
suntuosas iglesias coloniales que es dable observar en Bogotá, Tunja o
Popayán». (Luis H. Fajardo, «¿La moralidad protestante de los antioque-
ños? Estructura social y personalidad», Departamento de Sociología de
la Universidad del Valle, Cali, 1966, p. 65).
86. Cf. Ospina Vásquez, op. cit. Esta sociedad de pequeños propie-
tarios fue el fruto cierto de las reformas de Mon y Velarde. Quien, re-
firiéndose a su propia obra política, escribía que, «una gente bizarra,
pundonorosa y amante de su gloria, atraída de la novedad y de la es-
peranza de mejorar su fortuna dejase su domicilio, abandonándose en
manos de la fortuna, nada tenía de nuevo ni de particular; pero que
unos hombres sin costumbres, bien hallados y contentos con su pobreza
y desdicha, adormecidos en el regazo de la ociosidad, criados en un país
donde todo se ejecuta por imitación y se desprecia cuanto tiene visos de novedad,
hayan querido hacer casas, arrancar montes, experimentar nuevos cli-
mas y vivir, en fin, como los más industriosos, es empresa que aún des-
pués de realizada la miro como muy fabulosa». (Cit. por Emilio Robledo,
op. cit., p. 102).
87. Jaramillo Uribe, Mestizaje y diferenciación. Es notable que la
mayor parte de los ejemplos aducidos por este ejemplar investigador
respecto a litigios por el uso del «don» provengan de las regiones de
Antioquia y el Socorro, donde la movilidad social vertical era viable y en
ocasiones muy activa. .
88. Parsons, op. cit. Contemporáneamente la diferencia ha sido
igualmente percibida, especialmente por obseivadores no colombianos.
Así Safford, «La significación social de los antioqueños»; Everett E. Ha-
gen, On the Theory of Social Change (Homewood, 111, The Dorsey Press,
1962) y Payne, «The inhabitants of the Colombian department of An-
tioquia differ from the other Colombians. The Antioqueños themselves,
and outsiders, have long recognized the contracts. The precise nature of
the Antioqueño distinctiveness, however, has not been clearly defined».
TIERR.\, DBH)GRAFi.A , PREST IGIO 17!'>

lfauJ0 L P'.1,1.1t'. Pt1tf('j11.s of (}n~¡1ir1 in Colom.bü1~New Haven and London,


\ ~"tle C nn''"é"SS.lt.Y Pr c:"SS, 1968. Ch apte r 5: ,,A.ntioqui a tJ1e deviant case»).
l)bSt'n-:~ciones seme1·ante '
s hicieron en el sio-lo XIX otros extra111·cros,
t> .
{C.f. J s...rtf..m. , ,{~r <1 S u.tw1 Gmnad.a, 1.füüst.erio de Educación Nacional ,
&-,g\.1t:i l ~ - Y f t'Tclin:md Yon Schenck, Reisen in :1. 11tioq11ia, Pat.e rmans
¼ nólungc11 . Yol. X...'XIX. 18ftt citado por F,tj~u-do) .
B~. Oo-:,. r:uó n p~u"";1; la extinción d e la mano d e obra indígena fu e la
urifü.:.teión de los abmigene s en la construcci ón del ca.mino d e l Canue .
\ ·er. p..:n- ejemplo. Colmenar es, Fun 1tes rolo11i,a lPs, pp. ~{8 y ss.
90. SilYc-su-e. op. át.
<;?l. Ju.m F1ie-de. "Descub1i miento y conquista,) , Histmia extensa de
Ú)f.tWlJill,
~~ -Jara.millo l' 1ibe. J frsti.:.ajt' _Ydiferenriarión.
9~. Pedro Fennín Yargas. Pfnsn min1tos jJOlítiros, Universida d Nacio-
nal. ~ora. 196S.
9-1. - C.f. _4.péndirc' dorum('nfaL Real Cédula prohibien do la fabricació n
de .1Q11;rrd.ien tes.
95. Sobre b prt>sencia de co merciantes socorrnnos en Santa Fe Cf.
Q'S\,-aldo Díaz. op. cit.
96. Ospina Yásquez. op. rit.
97. Cárdenas .-\costa. op. ciL
CAPíTCL O 6

GUER RA YPAZ
LAS ASOCIACIO NES INCOMPATIBLES

LA ESTRC CTCRA DEL PODER «HACE NDARI O »

Exceptuando Cartage na y Popayá n, cuyas socieda des de base


esclavista tienen una frágil estructu ra asociativa, el Nuevo Rei-
no de Granad a, al acercar se el año de 1800, sufre la más inten-
sa y memora ble de sus conmoc iones políticas: la subleva ción
de los «Comuneros» en el año de 1781. Interpr etada trivial-
mente, conside rada por muchos como un «motín» precurs or
de la rebelión indepen dientist a, el alzamie nto comune ro tiene
no obstan te el carácte r de una lucha moral entre diferentes modelos
sociaks.
Se trata de una pugna entre instituc iones, no por informa -
les menos reales u operant es en la trama varia origina da por las
formas de la mestiza ción y las relacion es de produc ción. En el
borde mismo de la centuri a, veinte años antes de que culmin e
el último siglo colonia l, esas instituc iones, normas , valores e
intereses, origina dos por diferentes formas de asociación para el
poder social, irrump en con violenc ia antagon ista para definir
el perfil político de todo el Nuevo Reino.
De un lado están las gentes de Tunja, Santa Fe y Popayá n
(en cuanto esta última es asiento de antigua s encomi endas y
tiene en su región andina grupos aborige nes en estado de ser-
vidumbre) organiz adas básicam ente en el modelo autorita rio y
patemalista de la haciend a, que es el elemen to que les pérmite
coaccionar a las autorid ades peninsu lares (Real Audien cia, vi-
rreyes, etc.) o enfrent arse a ellos con la esperan za de triunfar .
178 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBL<\

Dueño s de los cabildo s y aparen tement e sumiso s a los f


. .
cionari os reales ( españo les de _nae1mie1:1to, que constitu íanlln-
la
capa superio r de la burocr acia colonia l) los «hacen dad
de las tierras altas andina s apoyab an su fuerza política enOS>>
solidar idad adscrip ticia de sus arrend atarios , depend ientes; 1
peones .
La situació n, respect o a las fuerzas que contien den por el
poder social, resulta particu larmen te esclare cida por los proce-
sos instaur ados, unos años más tarde de la rebelió n comune ra
por razón de los cartele s o pasqui nes sedicio sos ftjados en San~
ta Fe y por la traducc ión y edición de los Derechos del homllre y del
ciudada no por don Antoni o Nariño 1 • Aprisio nados por la Real
Audien cia y por el Virrey, que represe ntan a la alta burocra cia
penins ular, los incrim inados son defend idos tenaz y mañosa-
inen te por el Cabild o de Santa Fe. Del conjun to de informes,
peticio nes y dictám enes relativo s a la prisión de los conspir ado-
res es posible inferir la estruct ura del poder «hacen dario» tal
como se dio en la segund a mitad del siglo 2 •
Al ser aprehe ndidos los autores materia les de los pasqui-
nes, delatar on en el tormen to a varios de los más notorio s ciu-
dadano s de Santa Fe, como autores de una presun ta rebelión .
El Cabild o intentó inferir la investi gación alegan do que, de
acuerd o con la ley, corresp ondía a las justicia s ordinar ias, es
decir, a los alcalde s elegido s por él. El Virrey contraa tacó or-
denand o que no se diera posesió n como alcalde s a don Lucas
Mendi gaña y a don José María Lozano (ameri canos a quienes
el Cabild o había escogid o por alcalde s) alegan do diversas ra-
zones, tras las cuales se ocultab a la sospec ha de subvers ión que
pesaba sobre ambos3 •
El Cabild o, en pugna jurídic a con el Virrey y los oidores,
tenía en su seno una abrum adora mayorí a de regidor es crio-
llos. La Audien cia advertí a que era peligro so entrega r la vara
de alcalde s a «dos sujetos tan podero sos como ingrato s a V. M.
sin resiste ncia en los capitul ares, sus parien tes y parciale s; pues
de los dos U gartes, únicos regido res europe os, el uno se ha ca-
sado recient emen.t e con la herma na de don Lozano y por 0 ~ª
parte todos los alcalde s de Barrio se han escogid o a su antoJ~
para de~arm ar polític amente a vuestro s oidore s y alcalde s de
Crimen ».
GUERRA Y PAZ lAS ASOC IACIO NES INCOM
PATIBLES 179

ejile s in-
La nóm ina de los regi dore s y de los oficios conc
e del Cau ca
cluí a a dos rico s prop ieta rios de tierr as en el Vall
a uno de los
y en el de Neiva (don José y don Luis Cay cedo ),
une ros (don
com isio nad os de San ta Fe en tiem po de los Com
San ta Fe y de
Eus taqu io Galavís) y a terr aten ient es noto rios de
orio Carvajal.
Popayán, com o don Prim o Gro ot y don José Ten
ildo san-
Los Cay cedo , al pare cer, tien en dom inad o al Cab
«alg ún influ-
tafe reño . El virrey Ezp elet a info rma que existe
esta pres ión a
jo ocu lto que lo dom ina y obliga», atrib uye ndo
«ten acid ad y
don José Caycedo, a cuyas gest ione s se deb ería la
se le teng a
emp eüo con que el Cab ildo de esta capi tal solicita
de las espe-
por part e en la caus a gen eral form ada con motivo
», soli citu d
cies de inqu ietu d ocu rrid as aqu í en el año ante rior
al «co mún
que juzg a imp roce den te porq ue la caus a no toca
ero de in-
de la ciud ad» sino a la «co ndu cta de un cort o núm
dividuos» 4.
afer eño
La imp orta ncia del con trol del Ayu ntam ient o sant
de mej or
por part e de la pod eros a familia Caycedo se com pren
r el abasteci-
si se recu erda que com petí a al Cab ildo orga niza
ese apel lido
mie nto de carn es de la ciud ad y que las gen tes de
eran due ñas de inm ensa s cant idad es de gan ado en las regi one s
5
del Valle del Cau ca y en la prov inci a de Neiva •
y veta do
U no de los dos alcaldes eleg idos por los regi dore s
por los oi-
por el Virrey, don José Mar ía Loz ano , es desc rito
l, el más rico
dores, que le tem en, com o «un Ten ient e Cor one
».
hace nda do del Reyno, enla zado , con toda su nob leza
cua nto
Y los prop ios regi dore s son aún más exp lícit os en
Aud ienc ia de
al orig en del pod er de los Loz ano . Acu sand o a la
de imp edir
arbi trar ieda d e imp rude ncia , en cua nto al hec ho
alca lde, ale-
a don José Mar ía la pose sión de su carg o com o
r, ó segu irla
gan: «po rque si tení a deli to deb ía hac érse le sabe
yre: Y si se
causa y no hac erle tan evid ente com o púb lico desa
pren dido en
pret exta ba el rese rbad o mot ibo a ser acas o com
para que se
el falso deli to de subl evac ión ... no se hall a razó n
a su hacienda
les dejase en libe rtad ; y muc ho men os para pasa r
arrendatarios y
donde tiene a sus órdenes y disposición porción de
vileza de pen-
colonos, sus dependientes, con que detener semejante
tad) pud iera
samiento (con trar io a su noto ria fide lida d y leal
fom enta rlas ... 6 ».
180 EL PODER POLÍTI CO EN COLOMBIA

Don José María, igual que lo había sido su padre, do


Jorge (de notoria recordación en el episodio comunero)
dueño en la Sabana de Bogotá del vasto fundo de «El Noville~
et
ro», en donde sus ante pasados, entre los cuales se hallaban
los Caycedo, habían fundado un mayorazgo, en tierras de una
encomienda de indios mercedada a don Antón de Olalla, uno
de los fundadores de Santa Fe. Fue el caso corriente ya des-
crito, en el cual la potestad sobre los indios se convertía en
propiedad sobre sus tierras, a pesar de la legislación en con-
trario. Su abuelo, don Jorge Miguel Lozano de Peralta, oidor
en Santa Fe en 1722, contrajo matrimonio en el Nuevo Reyno,
contrariando igualmente las disposiciones legales y quedando
inserto en el juego de poder de las grandes familias criollas.
Una de sus hermanas, doña Juana María Hilaría, casó con
Eustaquio Galavís, varias veces regidor y alcalde de la ciudad7.
Y otra, doña Francisca, queda dicho que era la esposa de don
Nicolás de U garte uno de los dos regidores europeos del Cabil-
do. El regidor Fernando Vergara era también pariente de don
José María Lozano por tener ambos ascendientes del apellido
Caycedo.
Por lo contado, esta estrecha alianza de patricios terrate-
nientes había contado con mano de obra casi gratuita, después
de la extinción de las encomiendas. Don Fernando Leonel de
Caycedo, antepasado suyo, aparece litigando con fortuna en
1660 para exigir servicio de indios de resguardos lejanos para sus
haciendas sabaneras8 •
La mayor parte de estos indios se han convertido en jorna-
leros y pequeños minifundistas al final del siglo XVIII. Su apo-
yo al patrón patemalista es incondicional. Razón tuvieron los
oidores en expresar su temor por el poder social y político de
donJosé María Lozano y de sus parientes y allegados, dueños y
señores verdaderos del Nuevo Reino, como lo demostraron los
acontecimientos posteriores.
Aun el poder social radicado en Popayán, centro de enonn~s
fortunas habidas en la minería del oro en el Chocó, dependía
estrechamente de esta asociación de hacendados exencomen-
deros y regidores de Santa Fe. Don José Tenorio Carvajal, ,ver-
bigracia, tío de don Camilo Torres y de don Francisco Jose de
Caldas, como otros payaneses ilustres, encontraba en sus ern-
<:t lEIUV\ Y l'AI', IJ\S t\SOCIA<: IONl•'.S IN<:OMl'ATllll.FS l~ 1

pleos d e Santa Fe el apoyo qu (' su propia fortuna ¡,or si misma no


podía concederl('.
La situació n política e n Tunja o Santa Fe no e ra muy d ife-
rente dieciocho afios antes, t-·n rl mome nto eu d cual el Rei-
no se enfrenta a la crisis conocida como la «R('voluciúu <le los
Comuneros». Si se ha pr<'k rido document ar la estructura del
poder, refiri endo e l análisis a una fec ha posterior, ha sido e n
gracia d e la abundancia y significación de los dalos sociales que
contienen los procesos d e la «conspiraciún d e los pasquin es» y
a efec tos de ilustrar e l contraste e ntre las actitud es d e terrate-
nientes y regidores, a ntes y después d e la aventura comunera
del Socorro.

EL PODER COLECTIVO DE «EL COMÚN»

Son de todos sabidos en Colombia los pormenores de la re-


belión de 1781 en el Socorro. La imposición de impuestos
extraordinarios para atender a la guerra con Inglaterra, el au-
mento de los existentes y la persistencia del monopolio estatal
(estanco) del tabaco, medidas en gran parte dictadas o forta-
lecidas por el regente visitador donjuan Gutiérrez de Piñeres,
fueron la ocasión para el motín que estalló en la mañana del 16
de marzo de 1781 en la plaza del Socorro.
Obedeciendo órdenes del visitador Gutiérrez y del co-
rregidor y justicia mayor de la ciudad de Tunja, el Cabildo
del Socorro había mandado fijar un cartel con los edictos
sobre impuestos en la puerta de la llamada «recaudación de
alcabalas» 9 •
Fue un viernes, día de mercado, y las gentes de las comar-
cas adyacentes se habían concentrado en su tráfico mercantil
semanal. De pronto, bajo la dirección de Ignacio y de Pablo
Ardila, de Roque Cristancho y de Miguel de Uribe, entre otros,
cerca de dos mil personas se amotinaron contra los impues-
tos y avanzaron amenazantes hacia los carteles que los exigían.
Los documentos han conservado el nombre de José Delgadillo,
quien encabezó a la multitud con el redoble de un tambor, y el
de Manuela Beltrán, quien se lanzó sobre el edicto, arrancán-
dolo y pisoteándolo mientras vivaba al Rey de España y gritaba
contra el «nuevo impuesto de Barlovento».
184 · EL PODER POLÍTICO EN COLOMlllA

Pasto 13, pero lo característico de la situación en el Socorro, es que


solamente en su comarca alcanza pleno consenso la revuelta
'
sin que el movimiento muestre señales de división o disiden-
cias en razón de la estratificación social. Los capitanes lo eran
realmente de toda la población.
Alzadas las parroquias circunvecinas del Socorro y exten-
dido el Movimiento hasta la Capitanía General de Venezuela
al norte y a los pueblos vecinos de Tunja y a Santa Fe; por la
acción de los propagandista s iniciales, los comuneros atacaron
y rindieron una fuerza enviada contra ellos en el sitio del Puen-
te Real de Vélez y avanzaron militarmente contra la capital del
Virreinato.
En Tunja y Santa Fe la alarma es general. Los tunjanos,
encabezados por su Cabildo, son compelidos por las tropas so-
corranas a nombrar capitanes del Común y a enviar doscientos
hombres iniciales para que se unan a la expedición de Juan
Francisco Berbeo sobre la capital. Los santafereños ven la ins-
talación apresurada de una «Junta Superior de Tribunales»,
encargada de la defensa, en la cual participan todos los fun-
cionarios con autoridad, desde la Audiencia y el Virrey, hasta
el Cabildo. Su decisión -motivada por el pánico- es la de
enviar como comisionados para ajustar una tregua, al oidor
Joaquín Vasco y Vargas y al alcalde (nombrado por el Cabildo)
Eustaquio Galavís, para que acompañen al arzobispo Antonio
Caballero y Góngora a parlamentar con los alzados de Berbeo
llegados pocos días después hasta la vecina población de Zipa-
quirá, en número de veinte mil hombres.
Es ya una estampa clásica de la historia colombiana la de
la firma de las Capitulaciones en Zipaquirá por los capitanes
Comuneros y por los comisionados de Santa Fe, el 7 de junio
de 1781; pactos traicionados aun antes de firmarse, por los re-
presentantes oficiales del Poder Público. Después de esa fecha,
el alzamiento queda herido de muerte y va a extinguirse en un
proceso convulsivo bajo el comando de José Antonio Galán.
Pero mucha menos atención han recibido las condiciones so-
ciales y políticas que enmarcaron todo el proceso.
185

EL PODER DE ~~GOCL\ OÓ:\

poco en yerd.ad 5e s.abe acerca de la personalida d de Juan


f ranÓS(:O Berbeo . el caudillo del moún del 16 de marzo en el
5ocorro ,- luego gen eralisuno de los Comuneros . bajo cuya au-
roridad militar,- con cu~:i dirección intelecmal se redactaron \-
finnaron las Capitubcio nes . ·
\"i aun d e su figura fisica queda un testin10nio indudable.
\ lien cras la iconografía más o menos fantástica n os enseiia un
rostro borbónico. abotagado y senil. uno de los capitanes de
Tunja don Feman do Pabón y Gallo . lo describe como

un gemil hombre de piel blan ca. no mm- alto. cenceño. cariluen-


go ,- barbilampiñ o. de nariz perfilada. ojos mtIY \i,-os Y cabello
casraño obscuro. como de cincuenta años de edad. q{tien ade-
lamándose a sus compañeros hizo una inclinación de cabeza ~-
de-smcándose saludó con ,·oz argentada. Este hombre que man-
raba un soberbio~- peligro50 caballo. obsequio de los Capitanes
de Sogamoso . al que gobernaba como diesrro j inete. se elijo ser
el Comandante General de los Co munes. don J uan Francisco
Berbeo . a quien tod os reYerenciaban Yobedecían H _

El mismo Pabón da cuenta de que el cura del Socorro, don


Francisco de Yargas. afinnaba que Berbeo había actuado en las
expediciones militares contra carares y yarigtúes y había viaja-
do a Santa Fe Yarias \-eces: a T unja y a los Llanos por fin. «Que
había \iajado por el Zulia a la ciudad de ~faracaibo y de allí a
la isla de Curazao: que en el Istmo de Panamá ,isitó las ciuda-
des de Chagres y Portobelo, de donde regresó por Cartagena y
subió por el río de la ~fagdalena hasta la boca del Lebrija, por
donde salió a la ciudad de Girón >) .
Tales irinerarios unidos a la conocida circw1stancia de que
1

Berbeo tenía gran ascendiente sobre los pequeños mercaderes


del Socorro y de sus alrededores , parecen colocarnos ante la
imagen de un activo comerciant e, relacionado por extenso con
los exportadore s ingleses, holandeses y franceses que practica-
ban el contraband o con las colonias españolas en el Caribe al
finalizar la centuria. De tales viajes mercantiles pudieron deri-
var sus ~elaciones con gentes santafereña s, complicadas (aun-
que de una manera muy peculiar, que se analizará adelante)
en la suble,·ación socorrana.
186 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

La domentaci ón disponible muestra que ((Los Comun esh ~


., .
de la reg10n socorrana exhiben en sus actos una alta dosis de
autoconfia nza y de autoridad colectiva. Es el pueblo amotin _
do el que empuja y casi gobierna a sus capitanes y ya que¿
dicho cómo esto les sirve de excusa a varios de ellos ante los
funcionario s reales, después de apagada la insurrecció n.
Cuando las tropas marchan hacia el sur buscando la pose-
sión de Santa Fe, siendo detenidas en Nemocón y en Zipaquirá
por los emisarios de Santa Fe y por el arzobispo Caballero (y
es este último quien lo relata más tarde a las autoridades ), las
tropas de la región socorrana impaciente s por las dilaciones
de los comisionad os realizan tumultos continuado s que buscan
reemprend er a toda costa la marcha sin esperar a capitulación
alguna. De repente se conmovió un número crecido de gente,
levantando el grito y prorrumpie ndo:
«Guerra, guerra a Santa Fe, que ya no tenemos más que la ca-
misa» sin que hubiera sido a los principios para que se contu-
viesen y dejasen de armarse y prepararse como para pelear, ni
las reprensione s del mismo don Juan Francisco Berbeo y de sus
Capitanes, ni las reconvencio nes de los señores comisionados,
pero ni el respeto de su Señoría Ilustrísima, hasta que les ofreció
decir mañana la misa en donde jurarían sus tratados los referi-
dos señores comisionado s 15 •

Pero el arzobispo, excelente hombre de Estado y con pe-


culiares dotes para la percepción de lo social, jugó una carta
imprevista. Se dio cuenta de que las gentes de la comarca de
Tunja (incluyend o a los de Sogamoso) habían intervenido en
la revuelta compelido s por la violencia de los socorranos y ven-
ciendo la repugnanc ia innata de la idea que «Común» inspira-
ba a los soldados del país de la «hacienda» . Hablando de estos
Comunero s remisos, escribe Caballero y Góngora:
componían el considerable número de cinco y seis mil hombres,
adhirieron a mi estipulación con Berbeo y la hicieron valer con-
tra el sentimiento del partido contrario; pues aunque éste les
excedía en el número de gentes, ellos les llevaban otras tantaS
ventajas, cuanto que era la tropa más lucida de aquel ejército,
la más esforzada y la más subordinada a sus jefes. Éstos me coadyu-
varon vastamente en mi empresa, o porque en perjuicio suyo se
GUERRA Y PAZ LAS ASOCIACIO NES INCOM PATlBLES 187

pretend ía erigir un gobiern o la villa del Socon-o , o porque los


más de ellos, especial mente los de Tunja y Sogamo so venío.n por
fuerza.

Las diferenc ias de actitud y de conduc ta entre las gentes de


la socieda d socorra na y sus aliados del sur no se limitaro n a este
episodio , en el cual los seis mil hombre s tunjano s acampa ron
entre Zipaqui rá y Santa Fe para cerrar el paso a los Comun eros
del norte. En el siglo XVIII las diferenc ias entre las dos socie-
dades eran ampliam ente sentidas como verdade ras por ambas
partes. Así, mientra s en el Socorro se hablaba con desdén de
los «reinoso s» y de los «patojo s», el origen socorra. no era casi
patente de la violenc ia y de su autonom ía individu al para sus
vecinos de la región sureña. Se trataba merame nte del enfren-
tamient o obvio entre la hacienda y el Común.
En el campam ento comune ro de Zipaqui rá, en víspera de la
marcha a Santa Fe, el arzobis po echa a rodar el anna incruen ta
de su perspic acia político -social, con grave y perman ente des-
medro de los interese s de la gente socorra. na. Los propios mag-
nates de Tunja, que figuran como capitan es de su Común , dan
testimo nio de su conduc ta, explica ndo que «aplicam os todas
nuestra s fuerzas a fin de libertar a la capital de Santa Fe del in-
sulto y ultraje que por aquella s gentes con agigant ada rabia se
le procura ba; en que no poco se trabajó y parece que la divina
omnipo tencia nos favorec ió pues al fin se consigu ió».
Igual actitud asumie ron los vecinos de Sogamo sos, inten-
tando disculp ar su particip ación en la subleva ción varios meses
más tarde. Y el protect or de indios don Manuel de Silvestr e
Martíne z escribió : «Ya la verdad como el ejército de aquéllo s se
compon e de tan diversas gentes, se dice que querien do las del
Socorro y sus parroqu ias entrar a esta ciudad (Santa Fe) se /,es
ha opuesto las de Tunja y Sogamoso, como ponién dose a nuestro
16
favor y de aquí se teme un tumulto intestin o entre sus tropas» •
El resulta do de tales discrep ancias interna s, que afectaban
seguramente la totalidad de las actitudes y conductas (sistema de
statusroles) interpersonales de los acampa dos en Zipaqu irá, fue
la pérdida del poder de negoci ación por parte de quien les
servía como genera lísimo. El númer o de los tunjano s y soga-
moseño s reunid o era ya suficie nte para hacer bien grave su
disiden cia.
188 EL PODER POLÍTICO EN COLO MBIA

LOS TEMAS DE LA QUERELLA


La exposición detallada de las pretensiones comuneras, tal cual
las redactaron Berbeo y sus capitanes Ycomo fueron finalmen-
te aprobadas por las autoridades de Santa Fe, hablan con niti-
dez de los intereses económicos inmediatos de sus autores y de
la sociedad de la cual eran auténticos voceros Yrepresentantes.
El tema más ostensible para la protesta es el repudio general
de los impuestos que afectan a los grandes y pequeños comer-
ciantes, a los propietarios de mulas y otros elementos de trans-
portes y a los pequeños posesores de fundos rústicos. No existe
en todo el documento nada que pueda interpretarse como de-
fensa de los intereses de grandes terratenientes o propietarios de real,es
de minas. Incluso la defensa de los resguardos de los indios y la
solicitud de que se les convierta en propiedad plena parece en
este caso dictada por la necesidad política de la alianza para la
guerra contra Santa Fe y no por apetito de tierras por parte de
los colonos mestizos y libres.
Los Comuneros socorranos rechazan los impuestos a las
ventas, excepto los que se refieren a la importación suntuaria
de géneros de Castilla o a la exportación de mantas y tejidos de
lana y algodón.
Respecto a estos géneros admiten un corto impuesto, pero
ninguno para las transacciones que se verifican por los pobres
usando el algodón como moneda de trueque, ni el estanco del
tabaco, ya que atribuyen la subsistencia de numerosos propie-
tarios de pequeñas recuas a la libre plantación, recolección y
venta de la hoja: «Estos frutos con otros de este Reino los tra-
ficaban los pobres que alcanzaban a tener cinco cabalgaduras
para ello», dice la capitulación número seis refiriendo la situa-
ción anterior al monopolio.
Con idéntica energía se oponen a las contribuciones que
habían de pagar las numerosas e indispensables «tiendecillas
de pulpería», que abastecían al pueblo en pequeña escala de
alimentos y pequeños objetos de uso doméstico en un merca-
do permanente al menudeo. El pulpero parece ser un personaje
decisivo en el curso de la vida socorrana y en general en la for-
mación del clima de rebeldía que rodea a los capitanes Co-
muneros.
189

La preeminencia de las acri,idades indusnial y mercantil


5,0bre el latifundio, más o menos autoabastecido. se hace más
0 0 coria aJ examinar las Capitulaciones que se refieren al ,-alar
de los penes de correos en la región soco1r.1.n3 y la queja por
el rraslado de los Fondos de comwudades a las Cajas reales. La
accÍül correspondencia postal reYela una notable \ida comer-
á.al. La queja conrra el traslado de las Cajas de Co numidad escá
jusrificada por el hecho de que solainente en ellas obtenin n rré-
dilos lú.S partü:ulnn.s para iÍ giro común tÜ sus nt1!0cios y su traslado
L •

implicaba largos:-costosos \iajes que los u-aficantes no querían


·rerse obligados a pagar.
_..\rrieros. mulas . . - comerciaiues se in teresa n bien poco en
la intangibilidad de los derechos de propiedad de los g1-andes
propietarios teniwriales tunjanos o santafereños, cuyas tienas
arraYes.aban en su camino de mercaderes. Por ello en la ,igési-
ma sexta capitulación se exige que los propieta1ios tenitoriales
dejen libre tierras cerca a los caminos para hacer -<rancherías>)
y que de «no ejecutarlo el dueño de las tien-as. el \ianda.nte
pueda demoler las cercas».
Todo ello añadido a las quejas por las escasez de la n1one--
da, el repudio de los Fieles Ejecutores como inspectores muni-
cipales de pesos y medidas y el interés por el buen estado de
puentes y caminos francos de nibutos, es bastante para dib1tjar
el perfil social de las gentes que enarbolaron la bandera de
guerra conrra Santa Fe y marcharon hasta el punto de arrasn-a.r
en pos de sí las prmincias cercanas, hasta cuando la instintiva
lealtad de los tunjanos hacia las formas de vida de «la hacien-
ciaY, hizo imposible su enrrada niunfal en la capital del Nuevo
Reino, cuando ya estaban a sus puertas los alzados.
Las consecuencias políticas de estas formas de vida y asocia-
ción pueden ser igualmente infe1idas del incumplido pacto de
Zipaquirá en algunas de las cláusulas mayores.
La décima séptima de las Capitulaciones exige el nom-
bramiento de un corregidor de Justicia Mayor, que resida al-
ternativamente en San Gil o en el Socorro, poniendo fin a la
jurisdicción que ejeróa sobre la provincia del corregidor de
Tunja y precisando que el nuevo funcionario debía ser un
hombre nacido en <<este Reino».
190 1-.1 . I'< >I ll·.I< I'< )1 .Í'I 11 .< > l·.N <.(JI.< )M HI A

Y la décima octava consag ra la institu cionali zación de las


autorid ades civil es y militar es elegida s por los Comun es, en los
siguien Les términ os:

Que todos los <'mplca<los y nombra dos en la present e Expedi-


ci(m de Coman dante· Cenera ), Capitan cs Gen erales, Capitan es
t.erritorialcs, sus tcni c n tes, alfe re ces, sargent os y ca bos hayan de
perman ecer en sus respecti vos nornhra mi e nt.os, y éstos cada uno
en los que le toque, hayan de ser obligad os en el doming o en la
tarde d e cada semana a juntar su compa ñía y ejercita rla en las
armas, así de fuego corno blancas , d efe nsivas y ofensivas, tanto
por si se pretend iere quebra ntar los concor datos que de presen-
te nos hallamo s afronta dos a hacer de buena fe, cuando por la
necesid ad en que contem plamos se halla S. M. necesit ada de so-
17
corro para debatir a sus enemig os •

Tales textos revelan la tenden cia enérgi camen te expresada


hacia el autogo bierno electivo y el rechazo de las formas predo-
minan tes de partici pación fundad a en la mera adhesi ón indi-
vidual al latifundista-burócrata. Los Comun es, sin renunc iar a
su obedie ncia formal al Poder Real, organi zan y garant izan con
las armas una «República» regida por capitan es elegidos popu-
larmen te y dispuestos a rechaz ar con las armas la injeren cia de
los funcio narios administrativos de Tunja y Santa Fe.
Con clara visión, el regent e Gutiér rez de Piñere s comen tó
así el texto de esas capitu lacion es decisivas: «Esto equivale a
capitu lar que la rebelió n ha de ser perma nente, que se ha de
permit ir dentro del Estado una asociación siempre armada para
sostenerla: que los individuqs de la tal asociación, no han de co-
nocer otra autori dad ni poder que el que han querid o usur-
par ... ». El advers ario más tenaz de los Comu neros describía
perlec tamen te el tipo de asocia ción que ellos creaba n y opo-
nían a los sistemas vigentes.
Y el virrey Flórez expres aba así su criteri o a la Coron a ma-
drileña :

De cuantos desatinos pusieron los sediciosos en las Capitulacio-


nes ninguno me da cuidado sino el de querer que permanezcan
los Generales y Capitanes (como ellos llaman a los que eligieron
y nombraron) de las asociaciones, con sus compañías de gente en
cada pueblo, para hacerse cumplir por la fuerza lo que han capi-
GUERRA Y PAZ LAS ASOCIAC IONES INCOMPATIBLES 191

tulado. Esto es, que si el Rey requier e dispon er otra cosa diferen -
18
te no se le obedez ca, y con las armas en la mano •

De este modo, las exigencias nacidas de las relacio nes so-


ciales productivas, iniciales motivos de la querel la comun era,
evolucionan hasta conver tir el motín en una transfo rmació n
radical de las institu ciones políticas existentes. Las formas de
asociación no políticas, origina das en el munic ipio y la «Repú -
blica» de peque ños propie tarios territoriales~ artesan os y co-
merciantes, engen dran una asociación plenam ente polític a,
fundad a en el consen so popula r electivo y defend ida por la
acción armad a de los vecinos.
Los motivos de la querel la se desplazan rápida mente , de la
simple reclam ación por el exceso de impues tos o la inconve-
niencia de los monop olios, hacia la pugna entre model os po-
líticos institu cionale s antagónicos, cuya convivencia o simple
coexistencia se hacen imposibles.

LAS DIMEN SIONE S YEL PERFI L DE LA LUCH A

El ámbito de la rebelió n comun era se extend ió con vigor y pri-


sa desde las provincias inicial mente alzadas. Los coman dantes
socorranos, antes y despué s de las capitul acione s de Zipaqu irá,
enviaron sus agente s a sublevar vastas zonas del Nuevo Reino,
hasta alcanzar la fronte ra de la Presid encia de Quito, por el
sur, el lago de Maracaibo en el noreste , la provincia occide ntal
de Antioquia, los Llanos del oriente .
En todas partes el proced imient o emple ado es el mismo:
sublevación vocife rante del pueblo bajo, ataque a los estanc os
del tabaco y a los locales donde se guarda ba el aguard iente,
intento de destitu ción de las autorid ades y nombr amien to de
capitanes del Común . La prédic a revolu cionar ia se dirige ante
todo a los grupos popula res y a las clases sociales más humil-
des. José Anton io Galán en su itinera rio rebeld e llega hasta dar
la liberta d a los esclavqs de trapich es y latifun dios ganade ros.
En Pasto son los indios los que toman en sus manos la bande ra
rebelde y se levanta n contra el gobern ador que intenta ba man-
tener el estanc o del aguard iente y el tabaco.
192 EL PODER POLÍTICO EN COLOMB IA

Pero si en todas partes la estrate gia del motín siguió idén-


ticas pautas, no en todas partes obtuvo los mismos resultados.
Por el contra rio, la rebelió n, a la maner a de un catalítico, re-
veló súbita mente la estruc tura de cada una de las sociedades
afectadas por ella, mostra ndo a las claras la índole profunda
del model o social propio de cada una. Al contac to con la llama
re belde, cada -~rupo socia~ il_uminó sus propias entrañas al origi-
nar una reacc1on caracte nstica.
Ante todo, es necesa rio obsevar que, fuera de la comarca
socorr ana, la rebelió n solame nte se produj o en dos zonas espe-
cíficas: en las region es como Antioq uia donde era elevado el
númer o de peque ños propie tarios y en las comun idades en las
cuales existía una rígida estratificación social y donde la inte-
gració n social era menor y más proble mática , como en el caso
del valle de Neiva, o de la provin cia de Pasto.
El alzami ento afecta a las region es en las cuales la partici-
pación social es intens a y proced e de la libre volunt ad electiva,
como en el caso antioq ueño o a las zonas en las cuales la es-
tratific ación social casi imperm eable impide la participación
entre domin ados y domin adores , como en el caso de las zonas
cálidas del Valle del Cauca o de N eiva y las region es azucareras
y ganad eras cercan as a Santa Fe o depen diente s de su sistema
econó mico y social.
El segun do caso puede encon trar ejemp lo en lo ocurrido
en el puerto de San Bartol omé de Honda , donde los amotina-
dos, mulato s y mestizos de baja clase social, intenta n asaltar las
casas de los funcio narios más impor tantes y de las gentes ricas
de la villa. La asonad a se convirtió rápida mente en una lucha
armad a entre diferen tes clases sociales, cuand o los grandes
comer ciante s y latifun distas reside ntes en Honda decidieron
ahoga r por fuerza de armas los asaltos popula res y rechazar a
los socorr anos que habían llegad o hasta el puerto por la vía de
Guadu as.
El inform e del virrey Flórez es elocue nte testimo nio de esta
pugna clasista en la cual vino a deriva r la acción comun era en
la región :

El crecido númer o de gentes de este lugar que recelosas de los


insultos de las gentes tumult uadas del Reino, tenían dispue sta
l.:t'l:::RR-\ Y PAZ L~ ASOCIACIONES INCOMPATIBLES 193

su marcha las unas, con todos los adherentes de sus casas, y las
orras con todas sus mercaderías y efectos de Castilla, que van a
refugiarse en las haciendas del río abaj o de la Magdalena, a quie-
nes no he podido contener, ni han sido bastantes mis persuasio-
nes para ello. porque me han puesto de presente los ej emplares
de u-opelía y notables excesos que se han experimentado en la
actual disposición de ánimos de aquellas gentes contrarias, que
proceden con t an poco temor de ambas Majestades a ejecutar los
más terribles y delincuentes atrevimientos... 19 .
Y el Real :\ cu erdo d escribía el 111otín explicando que «la
plebe fraguó su ason ada, aun con intenciones más dañadas,
de quitar la \ida a todo hombre blanco y de comodidad, para
robar1es»-')0 .
Idénticos p erfiles asu1nieron los levantamiento s en Gua-
duas, en !bagué, en Mariquita. La comunidad, escindida en dos
grupos separados por las lineas horizontales de la estratificación que
dividía a los propietarios blancos de los mestizos, indios y mu-
latos desposeídos, se vio comprometida en una lucha de clases,
que culminó en la derrota de los comuneros, a pesar de sus
ventajas iniciales.
No menos clara a este respecto es la situación en la provin-
cia de Neiva. Según Cárdenas Acosta,
en el sitio de Guasimal, de la hacienda de Villavieja, en la casa
de Juan Matías de Herrera, concertase el tumulto que había de
irrumpir en la ciudad de Neiva el 19 de junio. Reunidos en la
mañana de dicho día los tumultuarios en la casa de una mujer
del pueblo, llamada Teresa Olaya, fuera de la capital, entraron
en ésta entre la una y las dos de la tarde, hora en que muchas
personas dormían la siesta, cinco hombres que hacían de capi-
tanes, entre ellos el zambo Toribio Zapata, oriundo del Guamo;
Gerardo Cardozo del Páramo de Raspa-canillas; Salvador Herre-
ra y Cristóbal Rodríguez, natural éste de la Villa de Purificación,
con algunas gentes, armados de lazos, garrochas, sables y una
escopeta y dirigiéndose a los estancos de tabaco y aguardien-
te, mandaron abrir las puertas y ordenaron a las mujeres, que
con tal fin se habían congregado en el Barrio de Cantarranas,
que sacasen las botijas de aguardiente y las quebrasen, lo que
al instante ejecutaron, acompañadas de dos hombres, mientras
los Capitanes, desplegados en fila a través de la calle, guardaban
convenienteme nte la entrada de este estanco21 •
194 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

El gobernador Policarpo Fernández salió a hacer fre


nte a
los a1notinados y fue muerto de un golpe de lanza por Toribio
Zapata, tras de lo cual otras personas que hacían parte del ~
quito del muerto atacaron a los Comuneros y don Pedro Ló se-
Carballo dio muerte a tiros a Toribio Zapata y a Gerardo gez
dozo. Como premio, el Cabildo de Neiva hizo alcalde ordina ~r-
- . . L~ C b 11 no
a 1 ano s1gu1e~te .ª opez ar a o, m?:trando así su solidaridad
frente al moVIm1ento rebelde. Tamb1en en Neiva los grupos d
propietarios en traban en pugna violen ta con los desposeíd e
en una verdadera guerra social. os,
No de otro modo ocurre en Pasto, donde los agentes comu-
neros solamente encuentran apoyo entre los indios semiacultu-
rados de la región, tradicionales manufactureros y vendedores
de aguardiente. Pero los indios de Obonuco y Catambuco a
pesar de haber conseguido dar muerte al teniente de goberna-
dor,José Ignacio Peredo, tropezaron con la resistencia organi-
zada de toda la estructura social prevaleciente, de tal modo que
su gesto de re bel día apenas tuvo el alcance de un motín ocasio-
nal, escasamente significativo desde el punto de vista político.
En el altiplano andino, en la vieja región de la encomienda
y de la «hacienda» la población organizada según el sistema
de lealtades adscripticias, rechazó instintivamente el contenido
político de la revolución comunera y solamente dio su apoyo a
los rebeldes, compelida por la fuerza, durante un lapso, como
queda ilustrado por la conducta de los Comuneros de Tunja
y -Sogamoso en Zipaquirá. Los tumultos posteriores de los in-
dios en las salinas de la misma población y en Nemocón, sufrie-
ron el trato reservado a los actos de los delincuentes comunes,
sin que la rebelión consiguiera captar el ánimo de los peones,
aparceros y dependientes de los latifundistas burócratas: ~amos
y señores del Nuevo Reino hasta el instante de la rebehon so-
corrana. ~ li ·
Un caso excepcional, de importancia obvia para el ana sis
Político ' es el de los Comuneros antioqueños. El desarrollo de
. •
la rebelión y las consecuencias de ella difieren · ·
d ec1sivam ente
de los procesos hasta ahora mencionados.
. . d e G u arne ' en e1
La primera asonada tiene lugar en e 1 s1tlo
. .
Real de Minas de Río Negro, el 1 7 de Junio, apenas
tres meses
después del motín inicial del Socorro. Poblado en su mayor
(:tJERRA Y PAZ LAS ASOCIACIONES INCOMPATIBLES 195

parte por mulatos, Guarne tiene una población en la cual las


dos terceras partes de la propiedad territorial registrada per-
tenece a negros y otras gentes de color, parceleros y peque-
ños comerciant es 22 . Más de doscientos hombres, instigados por
los agentes socorranos se alzan contra las autoridade s reales,
comandado s por los más notables blancos de la localidad, los
Jaramillo, famo~o~ en toda la zona por sus continuos alardes de
la nobleza que irntaban sobremane ra a los españoles peninsu-
lares.
Unidos a los mulatos, los Jaramillo hicieron triunfar el mo-
tín que pedía la abolición del donativo forzoso impuesto a los
«mazamorreros» como contribució n a los gastos de la guerra
contra los ingleses y la abolición del estanco del tabaco.
Como resultado de su alzamiento, las gentes de Guarne
obtuvieron que el gobernado r de la provincia accediese a todas
sus peticiones y diera instrucciones al capitán Guerra del Río
Negro para hacerlas cumplir, limitándose por otra parte a diri-
gir unas breves amonestaci ones a los alzados para conseguir su
obediencia en el futuro.
Conocidas las capitulaciones de Zipaquirá, hacia el mes
de mayo, la mayor parte de los campesinos de la jurisdicció n de
Antioquia multiplicar on sus siembras de tabaco, con la espe-
ranza de que el estanco quedara para siempre suprimido. Pero
el gobernador decidió obrar contra ellos y confirió una comi-
sión al alguacil mayor de Sopetrán para destruir los sembrados
y castigar a sus propietario s.
Cárdenas Acosta23 hace notar que la orden era de tomar «el
tabaco que hallase y quemar de modo que no quedase mata ni
semilla que pudiese reproducirs e y una vez conocidos los reos
los arrestase y condujese presos a la ciudad de Antioquia, des-
pués de embargarle s por inventario formal los bienes que se les
hallasen y depositarlos conforme a derecho».
El alguacil inició el cumplimie nto de su misión el 20 de
septiembre quemando el tabaco de un campesino de nombre
Diego Montoya, a quien embargó los semovientes de su peque-
ña parcela, sin haberlo apresado a causa de hallarse gravemen-
te enfermo.
«Pasó aquel día», sigue refiriéndos e Acosta,
196 EL PODER roünco EN COLOMHlA

el _-\lo-uacil
t)
~favor

a la casa de Juan

de la Lastra,
, •
libertino , en
cuya finca se halló un tabacal cultivado por el mismo, quien a
poco se presentó con una espada desnu~a en la mano, ac 001_
paú ado de más de cien hombres que capitaneaba, armados de
lanzas, chuzos de palo , sables, machetes y cercando con las a_
., r
n_1as al ~?uacil mayor y sus guardas, cu b r~eronlos de imprope-
n os y d~eronles a una Yoz que todos poseian sus tabacales, que
pasaban de ciento. y que los defenderían hasta morir. y Pablo
Flórez. con la lanza claYada en el suelo y demudado por la ira
díj oles que él era uno de los muchos que poseían tabacales '
que a costa de su pellejo los habría de defender; que ellos 11 ¿
temían a las bocas de fuego ni les causaban miedo ni espanto los
.. tiritas'' de pólvora. Y levantando entonces la voz los del tumul-
to dijeron que "ello~ no obedec~rí~ ni a Dios ni al Rey y que
del tablazo ~ara a~aJO, donde res1~1~, no pasaría persona algu-
na. y que qmen lo mtentase debena ir confesado y comulgado".
Atem01~izados el algu~cil mayor y sus guardas, resolvieron, para
prevemr mayores peligros, suspender el embargo de los bienes
de Juan de la Lastra y omitir el reconocimiento de los demás
tabacales y regresar a la ciudad24.

Los campesinos, entre tanto , reuniéronse en número de


ochocientos hombres, convocando a los habitantes de los po-
blados circunvecinos, nombraron capitanes del Común y ce-
rraron el paso del rio Cauca, impidiendo que de Antioquia,
de Medellín o de Río Negro llegaran auxilios a las autoridades
coloniales, aisladas en la zona de Sopetrán.
Utilizando como intermediarios al cura de Sacaojal y al
cura vicario y juez eclesiástico de Antioquia, los Comuneros
antioqueños obtuvieron tres días más tarde la expedición de
una orden del gobernador que se iniciaba en los siguientes tér-
mmos:
Antioquia y septiembre veinte y tres de mil setecientos ochenta
y uno. Vista la representación hecha por los cosecheros de taba-
co de las parroquias de Sacaojal, Sopetrán y Quebrada Seca, en
, a
que constan firmados sus nombres y apellidos en ella, por si-~
- . CIOil
nombre de los demás cosecheros que no firmaron y en aten_ .
. • l erJ· mc10s
a que es muy convemente conservar 1a paz y evitar os P .
que de lo contrario pueden ocasionar a la República, he tenidoª
. ·
bien el suspender el proced mnento que tema' pen
. diente
. contra
los que habían sembrado tabaco.
L~l ERR.\ Y P.V L\S .\ $( X'l.\ CIO:\"ES IXl'O\lP.\HBl.l'::- 197

Remitiendo la resolución final al \ 1rreY• el brrobernador


concedía adenüs ~unplio perdón a los amotinados. con la ími-
ca condició n de que estos ces.asen en su asonada y se retiraran
parífic~unente a sus haciendas.
El ex.amen somero de la rebelión comunera de ~\Juioquia.
uiunfante en sus empeiios y adelantada por 1u1a sociedad de
blancos. mestizos ~- m1tlaros. en su mayor parte pequeiios pro-
pietaiios de tierras. ,,mazain01Teros>, libres ~- comercüunes al
menudeo. la muestra como excepcional en el tenitorio del
~ueYo Reino al finalizar el siglo.
Los capitanes del Común de Sopetrán son gentes mestizas
y el propio Laso-a parece haber sido un esclaYo liberto. Y no por
eso la solidaridad social con los amotinados fue menos intensa,
ni la unidad paiToquial dejó de ser el ,inntlo de la acción para
todos los habitai1tes de la zona. incluyendo los blancos ricos o
influyentes como se infiere del caso ya citado de los Jaramillo
de Guarne en Río Negro.
Aunque Antioquia, pobre ~- cuasidespoblada, aislada del
resto del territ01io por abruptas montañas, apenas cuenta en
el juego por el poder en el siglo XVIII, la estructura típica de
su sociedad y de su n1odelo «comunal» de asociación están ya
definidos en ese n1omento y tendrán una eficacia y un poder
decisorio de inn1ensa importancia durante la vida colombiana
del siglo XIX y en los cambios sociales del siglo XX.

NOTAS

l. J. M. Pérez Sarmiento, «Causas célebres a los precursores», Bi-


blioteca Historia Nacional, Vol. UX, Bogotá, Imprenta Nacional, 1939.
2. Es particularmente claro en estos procesos el control político
ejercido por los mismos hacendados que intentaron apaciguar a lns Comu-
neros, a pesar de /,o cualfueron actores de la revolución en 1810.
3. Pérez Sarmiento, op. cit., p. 352.
4. Ibíd., pp. 369 y ~-
5. Cf. Nota 40 del Capítulo V.
6. lbíd., p. 325.
198 EL POL>ER POLiTICO EN COLOMBLA

7. Abella Rodríguez, op. ril.


8. Colmenares, ojJ. cit., p. 325.
9. Cárdenas Arosta, ojJ. át.
l O. !bid.
11. lbíd.
12. lbíd. En Neiva o Pasto los motines asumen el carácter de una
lucha entre castas étnicas y clases sociales.
13. Ibíd.
14. Ibíd.
15. !Md.
16. Ibíd.
17. Cf. Apéndirn documental, «Las capitulaciones de Zipaquirá».
18. Cárdenas Acosta, op. cit.
19. Cárdenas Acosta, op. cit.
20. Ibíd.
21. Ibírl.
22. Cárdenas, op. cit.; Francisco Duque Betancur, Historia del depar-.
tamento de Antioquia, Imprenta Departamental, Medellín, 1967.
Teniendo en cuenta que Guarne está situada en el centro de una re-
gión predominantemente minera, es pertinente recordar la obseivación
de Jaramillo: «Al finalizar el siglo XVIII y comienzos del siglo XIX el
trabajo de mano de obra libre había hecho grandes progresos en Antio-
quia. La escasez de mano de obra había creado allí una intensa actividad
competitiva entre propietarios de minas por la posesión de trabajadores
en vigencia. En vísperas de la Independencia, el historiador Restrepo
calculaba que la población de oro en dicha región se hacía con esclavos
sólo en un 15%; el 80% era mano de obra libre. Por eso en dicha región
se inició antes que en otras provincias el movimiento antiesclavista y por
la misma circunstancia allí fue más fácil la abolición». Qaime Jaramillo
Uribe, «La controversia jurídica y filosófica librada en la Nueva Granada
en torno a la liberación de los esclavos y la importancia económico-social
de la esclavitud en el siglo XIX», en ACHSCC, Universidad Nacional,
No. 4, Bogotá, 1969).
23. El relativo triunfo comunero en Antioquia no se explica así por
la lenidad de las medidas represivas, sino por la violencia y homogenei-
dad de la resistencia social opuesta a ellas.
24. Cárdenas, op. cit.

d
CAPÍTULO 7

EL DESENLACE DE LAS TENSIONES POLÍTICAS

VIOLENCIA Y CAPTACIÓN SOCIALES

Sabemos hoy, develada la reserva que rodeó el trabajo investi-


gativo de las autoridades coloniales, que la rebelión comune-
ra del Socorro tuvo secretos estímulos y aliados en Santa Fe,
singularmente entre los grupos de hacendados vinculados al
Cabildo, hostiles al Virrey, a la Audiencia y a toda la burocracia
de origen peninsular.
De don Jorge Lozano, jefe de la familia de su nombre en
el Nuevo Reino por su riqueza e influencia, consta que Berbeo
exigió su presencia en Zipaquirá como condición para nego-
ciar las Capitulaciones y que le confirió además ·el título de
capitán del Común de Santa Fe. Cárdenas Acosta ha aportado
persuasivos indicios de que Lozano y las gentes a él asociadas
tenían previo conocimiento de lo que habría de ocurrir en el
Socorro, por medio de espías y correos reservados, entre los
cuales se contaba el cura de esta ciudad, centro motor de la
rebelión 1.
Para los hacendados de Santa Fe dueños del poder local
de los cabildos y de la lealtad adscripticia de peones y arrenda-
tarios en la zona central de la actual Colombia, la sublevación
tiene el carácter de una lucha larvada contra la burocracia cen-
tralista e intervencionista que les cerraba el paso hacia el con-
trol total del poder y la consecuente dominación paternalista
de toda la sociedad neogranadina.
200 EL PO D E R POLÍTI CO EN COLOMBIA

Aun antes de disponer de racionaliza ciones ideológi


como la Declaració n norteamer icana de Filadelfia O el te~as
francés de los Derechos d el Hombre , traducido del francés ;o
oligarquía criolla d e Santa Fe , d e Tunja y de Popayán inte~ta~
ba una actiyidad subversiva c~~tra las autoridade s virreinales
(aunque dentro d e l m arco poht1co d e la 1nonarquí a española)
actividad a la cual asocia ro n d esde un comie nzo a los comer~
ciantes exportado r es e impo rtadores d e Cartagena y de Mom-
pós, cuyos contactos con los com erci antes ingles~s, franceses y
holandese s e ran estorbado s p o r las reglament aciones mercan-
tilistas de Madrid.
Este primer obj e tivo , la anulación y sustitución de las auto-
ridades virreinales , ofrece a los la tifundistas santafereñ os y a los
artesanos y comercian tes del Socorro un campo común para la
acción. La primera etapa de la rebelión muestra esta coinciden-
cia inicial entre los propósitos de ambos grupos, a pesar de la
diferente estructura de su modelo social.
Pero si bien es cierto que los anteceden tes y los primeros
pasos de la revolución comunera aunaron secretame nte la ac-
ción de socorrano s y hacendado s tunjanos o santafereñ os, bien
pronto la estrategia de las alianzas se invirtió y los subrepticio s
aliados de Berbeo comenzar on una activa tarea de acercamien -
to con los oidores, el Virrey, el arzobispo, para la defensa de
su propio modelo social, al observar las característ icas popu-
lares del movimien to que habían contribuid o a desatar en el
Socorro.
El primer síntoma de este cambio de frente es el comporta-
miento de los capitanes tunjanos y sogamose ños en Zipaquirá,
oponiénd ose al avance de Berbeo sobre Santa Fe, con la ame-
naza de la fuerza. El segundo es la escasa importanc ia que se
dio en la capital a un movimien to sedicioso, enlazado con la
rebelión socorrana , frustrado por la actividad del oidor don
Pedro Catani, que culminó en el secreto apresamie nto de los
conspirad ores a quienes nadie dio apoyo social en Santa Fe.
Al intentar el análisis de las formas de asociación para el
poder asumidas por los dirigentes santafereñ os dos déca~as
después de la lucha comunera , fue posible document ar la in-
sistencia, tanto de los funcionar ios coloniales españoles, corno
de los propios criollos santafereñ os, en que la verdadera Juen-
EL DESENLACE DE LA S TENSIONES POLÍTICAS 201

te del domin io y de la influe ncia social radica ba en el control


absoluto ejercido por el terrateniente soúre los rninifundistas dependien-
tes que rodean la gran propiedad y se le subordinan. Este mode lo de
orden ación social, al desarr ollars e con plenit ud a lo largo del
siglo XVIII, rempl azand o al viejo régim en encom ender o, da
origen a una actitu d de rebeldía contra las reglam entac iones
coloniales y contr a la interv enció n de los funcio narios reales
en el proce so d e la vida econó mica.
Por otra parte , la hacien da como asociación domin ante y
como sistema característico de statusroles, va convi rtiénd ose rá-
pidam ente en el mode lo sobre el cual se calcan las relaci ones
sociales y se organ izan las formas asociativas y los valores del
prestigio. Todas las pauta s del comp ortam iento se orden an en
esta direcc ión. La Iglesia, las propia s estruc turas comer ciales ,
el conte xto de la vida familiar repro ducen en varios niveles las
norma s de movil idad social y los requisitos para el poder , en-
gendr ados por la hacien da. La direcc ión polític a del latifun-
dista queda , por este mero hecho , asegu rada y plante ado su
conflicto con las tende ncias administrativas que emerg en del
merca ntilism o españ ol y de los intere ses específicos de la corte
madri leña y de su polític a europ ea.
La lucha de los criollos de Santa Fe -repr esent ados por
su Cabildo para efectos de su ostensible poder polít ico- se
dirige exclusivamente a la elimin ación de ese poder adminis-
trativo madri leño cuyas condi cione s las impid en la totalid ad
del contro l públic o. Esto es su único punto de contacto y su única
posibilidad de alianza con la rebeli ón comu nera en la prime ra
etapa de la pelea.
Tamb ién para los rebeld es socor ranos -en su mode lo so-
cial este era un asunto capital, que las Capitu lacion es define n
con precisión:
Que en los emple os de primer a, segun da y tercera plana, hayan
de ser antepu estos y privilegiados los nacionales de esta América
a los europe os, por cuanto diariam ente manifiestan la antipa tía
que contra las gentes de acá conservan, sin que baste a conciliar-
les corres pondid a voluntad, pues están creyendo ignora nteme n-
te que ellos son los amos y los americ anos todos sin excep ción
sus inferiores criados y para que no se perpet úe este ciego dis-
curso, sólo en caso de necesidad, según su habilidad, buena
1,:1. PODER POLÍTICO 1-:N C:01.0MI\IA
202

inclinació n y adherenc ia a los american os, puedan ser ig-ualmen-


te ocupados ... :,_

Esto trae como consecu encia la alianza prirna fru:iae con


los hacenda dos que buscan igualme nte la supresió n del poder
político español, el cual estorba a sus interese s económi cos
y sociales y pugna con la estructu ra de su grupo dominan te.
Agobiad os por el peso de la avalanch a revoluci onaria, los fun-
cionario s reales de Santa Fe, incluyen do el visitado r Gutiérre z
de Piñeres, se ven forzados a ceder ante la doble presión de
las armas socorran as, y de la actitud cómplic e de los criollos
san tafereños 4 •
Pero al llegar las avanzad as comune ras a Zipaqui rá ha que-
dado claro que el modelo popular de poder social originad o en
la región socorran a represen ta un grave riesgo para la estruc-
tura del poder «hacend ario». Aunque sin renunci ar a sus pro-
pósitos revoluci onarios específic os, los criollos de la oligarqu ía
santafer eña y tunjana cambian súbitam ente de partido, frente
a la emergen cia crítica y deciden apoyar provisio nalment e a las
autorida des reales, mientra s se consigu e ahogar la rebelión ya
que no fue posible captarla.
Cuando el arzobisp o Caballer o y Góngor a, valiéndo se de
las promesa s consagr adas en el texto de las capitula ciones, em-
prendió en compañ ía de Berbeo una campañ a de pacificac ión
y «reducc ión» pacífica de los pueblos Comune ros del Socorro,
los dirigent es criollos de la sociedad santafer eña le dieron su
aprobac ión y su confianz a. El arzobisp o consigu ió su propósi-
to y Berbeo aceptó el cargo de corregid or y justicia mayor del
Socorro y San Gil, de acuerdo con los pactos. Casi enseguid a,
la Audienc ia y el Virrey declarar on nulas las Capitula ciones y
faltando a la fe jurada iniciaro n la represió n y el castigo judi-
cial de la revuelta , que culminó en la captura , juicio, muerte y
descuar tizamien to de José Antonio Galán y de sus compañe ros,
que se negaron desde el comienz o a dejar las armas y acogerse
a la buena fe de los oidores.
La animosi dad de la socieda d «hacend aria» contra el mo-
delo social de la revuelta socorra na se convirti ó en una actitud
tradicio nal santafer eña por largo tiempo. Todavía en 1865 u_n
historia dor represen tativo del poder domina nte en Colombia
EL DESENLACE DE LAS TENSIONES POÚTICAS 203

se refería en los términos más hostiles al movimiento comu-


nero. Aunque posteriormente la historiografia oficial aceptó la
rebelión socorran a como «precursora de la Independencia»,
José Manuel Groot (que se muestra como ardiente partidario
del movimiento independentista) iniciado en 1810, escribe so-
bre el movimiento de 1781:

En fin, las capitulaciones eran el programa de la Revolución y


el acta de los revolucionarios, y esta acta de los revolucionarios,
es una especie de Constitución de la Monarquía, a la cual debía
quedar sujeta la real autoridad. Locura más grande no ha podi-
do darse, a no ser la de los que han sostenido que tales pactos,
por la circunstancia de la violencia debían aprobarse por parte
del Virrey. ¿Si el Virrey los hubiera aprobado el Rey hubiera pa-
sado por ello? 5 •

Descendiente de una poderosa familia de hacendados y ca-


bildantes coloniales, Groot exalta con emoción la ruptura po-
lítica con España que culminó en la guerra de Independencia,
por cuanto esa emancipación no implicó la destrucción sino el
fortalecimiento de las estructuras sociales existentes. Pero ata-
ca despiadadamente al movimiento comunero, cuyo modelo
social triunfante hubiera dado por resultado la destrucción de
esas estructuras santafereñas. Por eso escribe con satisfacción
notoria: «Cuando los Comuneros supieron que el Virrey había
improbado las Capitulaciones entraron en furor y trataron de
volver las armas; pero ya no pudieron hacer nada; porque ha-
bía un pie de fuerza con qué sujetarlos y hacerles respetar el
gobierno; y por otra parte el arzobispo había trabajado mucho
sobre los pueblos para hacerles conocer sus deberes ... ». Y añade, su-
brayando involuntariamente el papel subalterno y dependiente
de la Iglesia respecto de los intereses hacendarios: «Galán y sus
tres compañeros fueron ajusticiados en el mes de febrero de
1782 en la Plaza Pública de Santa Fe. Después de la ejecución
hizo una plática el padre Acero, franciscano, sobre la justicia
con que se había procedido en aquella causa y sobre el deber
que los pueblos tienen de obedecer y respetar al gobiemo» 6 •
Apaciguados los socorranos por las prédicas del arzobispo
Caballero, destituido Berbeo de su cargo de corregidor y eli-
minada su influencia hasta el punto de que se desconocen sus

t
204 El. l'ODl-:1{ 1'01.ÍTICO FN C:01.0MBIA

actividades posteriores, se t:ierció la justicia con bárbara violen-


cia contra José Antonio Galán y sus compai1eros, cuyos miem-
bros descuartizados se pudrieron en escarpias a la entrada de
las poblaciones, sobre el cam ino público.
Se inicia en tonces un proceso de captación, por medio del
cual los hacen dados de Santa Fe y de las regiones afines utili-
zan los se ntimi entos independentistas de la región socorrana
en benefi cio de la emancipación política del Nuevo Reyno, de
acuerdo con las pautas e intereses, ya no de los capitanes del
Común, sino de Los cabildos dominantes en la regi,ón central del paú.
La antigua zona comunera vuelve a entrar al juego político
contra la Corona española, pero esta vez subordinada a los cen-
tros de poder de la capital virreinal y de sus clases dirigentes.
Los cabildantes y hacendados que habían vuelto la espal-
da a los comuneros, y que finalmente cooperaron activamente
en la extinción de la revuelta, continuaron, no obstante, ges-
tionando los proyectos de su sublevación contra el gobierno
español y en ..pro de su propia exaltación al poder político su-
premo, articulado con su previo poder social. Las conspiracio-
nes políticas se suceden unas a otras en Santa Fe, hallando eco
constante en los magnates de las provincias. Los procesos de
1794, que enfrentaron con violencia a los oidores reales con los
regidores y funcionarios del Cabildo santafereño (a los cuales
se ha hecho referencia), no son sino el ejemplo más claro y
documentado de esta incesante actividad subversiva, asumida
por los «hacendados y doctores» para obtener la independen-
cia política del Reino y su propia supremacía.
Eliminada la revolución social comunitaria del Socorro,
vuelve a ser posible la alianza táctica entre los dirigentes tunja-
nos y santafereños y sus vecinos del norte, abatidos y subordina-
dos después del episodio de 1781. Es cosa significativa que los
herederos y parientes de los sublevados de aquel año resulten
ser los primeros rebeldes del año de 1810, bajo la dirección Y
con el consejo de los dirigentes santafereños, con los cuales
estaban en estrecha comunicación. Pero el esfuerzo de los so-
corranos en la guerra de la Independencia y durante los pri-
meros años de la República, al servicio de sus antiguos enemigos,
no libró a la región de una lenta extinción económica y social,
que culminó en el siglo XIX co~ la paulatina eliminación de
EL DESENIACE DE LAS TENSION
ES POÚTICAS
205

sus art esa nía s y de su com erc io y con


la sub ord ina ció n total de
su est ruc tur a social a los mo del os im
pue sto s po r los «ha cen da-
dos» con ver tid os ya en los ma gis tra
dos y gen era les de la nu eva
República7•
El siglo XVIII con stru ye len tam ent
e el po der ío abs olu to
de los hac end ado s del cen tro del paí
s sob re el res to del Nuevo
Reyno e im po ne sus valores y no rm
as sociales a tod o el ám bit o
de la existencia colectiva, cad a vez con
ma yor violencia y bu en
éxito. La resistencia qu e los gru pos
de com erc ian tes , po r ejem-
plo, o los art esa nos o el ejército reg
ula r, op on en a sus sistemas
de status-rol,es, va a ser sucesivamente
ven cid a y sub ord ina da po r
estos gru pos latifundistas triu nfa dor
es, en pro ces o qu e se ex-
tiende en el tie mp o, des de la fec ha
de la reb eli ón com un era
hasta la der rot a del gen era l Melo en
el año de 1850. Episodios
como el ant ago nis mo ent re federalist
as y centralistas a par tir
de 1810, o com o la luc ha ent re los seg
uidores de Bolívar y sus
opo nen tes en la Co nve nci ón de Oc
aña8, no son sino coyun-
turas críticas de este pro ces o de vio
lencia y cap tac ión qu e el
modelo «ha cen dar io» des enc ade na
par a la des tru cci ón de otras
Jormas asociativas y de otros sistemas de
ordenación social.

EL ESCALAMIENTO DEL PO DE R
SUPREMO
Rota y her ida la est ruc tur a social soc
orr ana , fre nte a los di-
rigentes de los criollos de San ta Fe,
de Tu nja o de Popayán,
solamente se alzan débiles gru pos de
modelos divergentes: el
de los comerciantes de Mompós, de
Ca rta gen a y de la pro pia
capital del Nuevo Reino, y el de los
mi ner os y com erc ian tes
antioqueños en proceso de exp ans ión
colonizadora.
El mo nop oli o legal qu e ejerce Ca rta
gen a de Ind ias sob re
la actividad exp ort ado ra e im por tad ora
del Nuevo Reyno y aun
de gran par te de Su ram éri ca, du ran te
largos años, y el hec ho de
que la ciu dad de Mompós fue ra esc
ala obligada del tránsito
de las mercaderías ent re el int eri or
del país y el ma r Caribe,
por la vía del río Magdalena, convie
rten a estas dos ciu dad es
en centros vitales del ejercicio merca
ntil, que da el ton o a sus
formas sociales y dec ide su fut uro pol
ítico.
Hay un a obvia com pli cid ad ent re los
con sum ido res de ar-
tículos suntuarios y diversas ma nuf act
ura s eur ope as de San ta
206 EL PODL'l POLITI CO E..., COLO~IBL'\

Fe y los export adores de n1ater ias prima s de origen agrari o y


miner al en Canag ena. Los inte reses y los conflic tos de ambos
grupo s se toman solidar ios . en cuanto intent an demol er las re-
glame ntacio nes españ o las que limita n su acti\id ad econó mica
o la subord inan a otros interes es sociale s o polític os. Los gru-
pos de comer ciante s canag eneros se Yen impeli dos a buscar en
la indep enden cia p olítica los instru mento s defens ivos de sus
crecie ntes relacio nes ultram arinas , frecue nteme nte ensanc ha-
das por el contra bando que desafí a las limita ciones merca nti-
listas de la Coron a españo la; y al avanza r hacia la autono mía,
van acentu ando su depen dencia de Santa Fe , cuyos dirige ntes
criollo s ofrece n la alterna tiva de un poder gubern ativo favo-
rable a los interes es del comer cio y organi zado por amigo s y
parien tes de los grande s impor tadore s • Este es quizá el móvil
9

más impor tante de los indepe ndient istas cartag eneros y expli-
ca por qué Cartag ena aparec e tan estrec hamen te aliada a los
santaf ereños duran te las prime ras luchas intern as del país, des-
pués de 181010 •
El «consu lado» cartag enero mezcl a la cámar a de comer cio y
de corte merca ntil, que agrup a a los más notabl es export adores ,
impor tadore s y agente s de comer cio de la ciudad , está domin a-
do a distan cia por el crecie nte poder polític o y econó mico de
los latifun distas y de los burócr atas locale s de Santa Fe y de la
zona depen diente de ella desde el punto de vista socioc ultural .
No solam ente por razón del poder admin istrati vo y polític o que
emerg e de la región «hacen daria» , sino por estrec hos víncul os
famili ares que refuer zan los comun es intere ses económ icos.
Un caso indivi dual caract erístic o de esta situac ión es el de don
José Ignaci o de Pomb o, funda dor del «consu lado», el mayor ex-
portad or e impor tador cartag enero en su tiemp o y perten ecien-
te a las más ricas e influy entes famili as de Popay án y Santa Fe,
siendo él mismo nativo de la prime ra de estas ciudad es.
El interé s de estos grupo s comer ciante s se dirige esencia l-
mente a elimin ar los obstác ulos merca ntilist as y consid eran
11

que la forma más sencil la de hacerl o es apoya ndo las activida-


des subver sivas de las oligar quías del interi or del Reino , cuyo
gobie rno les garant izaría el libre tráfico de merca derías Y la
elimin ación de los gravám enes y reglam entaci ones de Madrid ,
Es compr ensibl e que los comer ciante s cartag enero s subord inen
EL DESENLACE DE LAS TENSIONES POLÍTICAS 207

su conducta, en tales circunstancias, a los proyectos indepen-


dentistas de los santafereños.
Esta subordinación se torna patente al iniciarse la era de
la autonomía política. Cartagena reduce a prisión a su gober-
nador, Francisco de Montes, el 14 de junio de 1810, para fa-
cilitar el motín santafereño del 20 de julio, impidiendo que
puedan ser despachadas tropas desde el puerto hacia la capi-
tal12. En 1811, cuando se inician las disputas entre Nariño y
los federalistas, el pueblo cartagenero, incitado por los magna-
tes mercantiles, evita que se decomisen los fusiles comprados
por Cundinamarca en los Estados Unidos (que el gobernador
quería retener) gritando en las calles: «¡Viva la Independen-
cia! ¡Viva Santa Fe! ¡Viva Cundinamarca! ». Cuando Bolívar,
mandando las fuerzas al servicio del Congreso de las Provincias
Unidas, sometió a Santa Fe por la fuerza y quiso marchar hacia
la costa del Caribe, los cartageneros se opusieron a su comisión
y hubieran prolongado la lucha de no haberse interpuesto la
expedición ultramarina de don Pablo Morillo 13 . Todos los indi-
cios parecen mostrar un acuerdo tácito de centralistas y fede-
ralistas para eliminar a Bolívar y a los venezolanos después de
haber utilizado sus servicios 14•
Los comerciantes de Santa Fe ejercen presión política per-
manente sobre sus colegas cartageneros para mantener esta
subordinación. En 1804, el entonces acaudalado exportador de
quina y más tarde «tribuno del pueblo» en la jornada del 20
de julio de 1810,José de Acevedo y Gómez, utilizaba su influen-
cia social para pedir al ministro español de Hacienda, la crea-
ción de un consulado en la capital del Reyno, que sustituyera
parcialmente al de Cartagena. En su solicitud 15 Acevedo infor-
ma que en Santa Fe hay «ciento y cuarenta individuos de Co-
mercio y hacendados, en quienes pueden recaer los empleos
consulares, sin el inconveniente que se toca en Cartagena, que
por no haber más de cincuenta tiene muchas veces que intro-
ducir en Cantara a un mismo individuo seis ocasiones ... ».
Idéntico dominio ejercen los hacendados del centro del
país sobre los comerciantes de Mompós, los más importantes y
ricos de los cuales eran peninsulares ibéricos. La región mom-
posina dividía su actividad económica entre la especulación co-
mercial urbana y la explotación de vastos latifundios ganaderos
208 EL POD ER POLÍTICO L'\ COLO~IBL\

servidos con n1ano de obra esclaYa. ~ion1pós en el siglo XVIII


es lug--ar de paso obligado para la in1portación y la exponación
de n1ercade1ias hacia y desde Europa y, a la Yez, centro distri-
buidor de n1anufacruras y productos ,-arios enrre las provincias
inteiiores del Reino, especialinente de algodones y textiles del
Soco1To. Tanto por razones adminisrrari,--as como por el hecho
de que Tunja, Santa Fe y Popa~-án eran los mayores mercados
de conswno de artículos sw1ruarios, los comerciantes mompo-
sinos estaban subordinados en su poder de decisión a las zonas
centrales del país. donde se manipulaban además las reglamen-
taciones guben1amentales que podían arruinarlos o aumentar
su tráfico y su riqueza 16 .
La provincia de Cartagena, inclu~·endo a Mompós, tiene
una composición étnica que imposibilita J anula las oportunida-
des d~ integrar a In pobl.a.ció11 en asocuuiones perdurables, fuentes de
solidaridad y cauces para la mo\ilidad social 17 • Frente a una re-
ducida oligarquía de comerciantes y ganaderos blancos, se alza
una masa amorfa de esclavos negros y de mulatos sin esperan-
zas, que convive con las clases altas, sin propiedad, sin nonnas
de integración, sin ventaja alguna derivada de la comunidad.
Los blancos se asocian en grupos reducidos para defender sus
intereses, como sucede con los comerciantes del Consulado
cartagenero o con los magnates mercantilistas momposinos,
que organizan una de las primeras sociedades «De amigos del
país» 18 , a imitación de las creadas en España bajo Carlos ID
para difundir «las luces» y la «filosofia racional».
Esta ausencia de asociaciones capaces de integrar a la tota-
lidad de la población, mediante pautas suprarraciales, debilita
peligrosamente la actividad política de las clases dominadoras Y
las hace depender estrecbaroP.nte de las actividades~decisiones
y normas de conducta de la región «hacendaria». Al iniciarse la
vida independiente en Cartagena, por ejemplo, negros y blancos
chocan en confusos motines y restan toda eficacia a los intentos
de organización estatales de los sucesivos gobiernos locales.
Al aproximarse la emancipación politi~ los hacendados
de la zona central andina han conseguido dominar p<>r la fu~-
za o por la presión económica a la región nororient:al del ~
y han hecho de los gru.pos comerciantes de la costa Atlánttca
simples agentes de sus intereses, a pesar de la riqueza Y la Po°
EL DESD:L\CE DE L-\5 TL~SIOl\"ES PO ÚTIC-\S 209

sición estratégica favorables de estos últimos. Esto conlleva la


imposición de un modelo social «hacendario» sobre las esuuc-
curas de esas regiones dominadas, puesto que solo en el con-
texto de esa subordinación consiguen articularse al poder y a
los beneficios sociales estas zonas dependientes.
Un grupo neogranadino permanece inmune a tal forma
de dominio, en parte por su relativamente escasa importancia
desde el punto de vista demográfico y en parte por los formi-
dables obstáculos geográficos que lo separan del resto del país.
Son los habitantes de la provincia de Antioquia, a cuya evolu-
ción se ha aludido en páginas anteriores.
En Antioquia, al producirse la ruina de los grandes mine-
ros y la subsecuente desuetud del sistema esclavista, la colo-
nización estimulada por el oidor Mon y Velarde ha asumido
características espontáneas y se dirigen vigorosamente hacia
las zonas del sur, fundando inicialmente a Sansón, haciendo
luego de la nueva ciudad del punto de apoyo y el motor impe-
lente para la ocupación de nuevas tierras meridionales, en un
proceso que va a ocupar todo el siglo XIX, y crea un modelo
social que entra en conflicto con la sociedad «hacendaria» del
centro. Esto hace de la zona de influencia antioqueña un cuer-
po extraño a los modelos dominantes de la sociedad colombia-
na. Desde finales del siglo XVIII hasta hoy, ese conflicto lleno
de alternativas de pugna y compromisos es parte esencial de la
existencia social de la nación y sigue aún siendo decisivo para
la vida política de Colombia.
La excepción antioqueña es apenas percibida por la socie-
dad colonial del siglo XVIII. Se trata de una provincia lejana
y muy escasamente poblada, cuya única importancia consiste
en el suministro de oro para el comercio ultramarino. Las ac-
titudes y normas que van gestándose dentro de este pequeño
grupo humano, con una historia demográfica radicalmente
diferente a la de otras zonas colombianas y con una creciente
. tendencia a la formación de nuevos pequeños propietarios de
tierras, comerciantes y artesanos independientes, no cuentan
en el desenlace político que va precipitándose al finalizar la
centuria. Pero su vigor y su influencia crecerán constantemen-
te durante ciento cincuenta años hasta convertirse en una al-
ternativa fundamental del poder social y político.
210 EL PODER POLÍTI CO EN COLOMBIA

EL PERFIL DEL MOD ELO DOM INAN TE

Si se consi dera la estru ctura de la socie dad como el conju nto


sistem ático de norm as, expec tativa s y actitu des que condicio-
nan las relac iones huma nas, es fácil ver que ellas se originan
como instit ucion es form ales o infor male s, en el seno de las aso-
ciaciones predominantes. Estas asoci acion es, resul tado de innu-
mera bles factores, entre los cuale s tiene n capit al impo rtanc ia
las relac iones de prod ucció n y la comp osici ón e histo ria de-
mogr áfica s, proye ctan su sistem a de status-roles sobre el con-
junto de la socie dad en la cual se inser tan y la tiñen de su
prop ia tonal idad específica. Tal es el pape l que cump le la «ha-
ciend a» en la socie dad grana dina de finale s del siglo XVIII,
enge ndra ndo e impo niend o norm as y expe ctaci ones a toda
la comu nidad , destr uyen do y subo rdina ndo a otras formas de
asoci ación y elimi nand o, por tanto , las pauta s que estas últi-
mas han origi nado 19 •
El conju nto de derec hos y debe res, el mode lo de relacio-
nes sociales que asoci an al pequ eño minif undis ta, al aparcero
y al peón con el gran propi etario territ orial, elabo rados al mis-
mo tiemp o que el proce so de mestizaje y la extin ción de la en-
comi enda , impo nen su tono a todas las instit ucion es colectivas
y las empa pan con sus propi os valores triun fante s. Cuan do se
logra la separ ación políti ca de Espa ña y los hace ndad os con-
sigue n direc tame nte el contr ol del pode r políti co, esta supre-
mací a expan siva se hace irresistible, sobre toda otra form a de
organ izaci ón instit ucion al.
La fase final de este proce so de predo mini o la inician las
guerr as intes tinas entre feder alista s agrar ios y centralistas co-
merc iante s que inaug uran la époc a indep endie nte al nacer el
siglo XIX. En 1850 el proce so está cump lido definitivamente,
con la ruina de las asoci acion es artes anale s y la disol ución del
ejérc ito regul ar.
El mode lo social de la hacie nda impli ca cierta s normas
esenc iales para el desar rollo de las actitu des y las formas de ·
cond ucta de los indiv iduos , en orde n a la obten ción del presti-
gio, el pode r, la rique za y la segu ridad vital.
a) El ejerc icio de una autor idad pater nalis ta por parte del
patró n sobre sus subo rdina dos.
EL DESE;-..'L,\CE DE L\S Th'\/SIONES POLÍTICAS
211

b) El desarrollo de una actitud autoritaria, efecto de la


precaria posesión de un estatus, en el conjunto de los
subordinados.
c) El nacimiento de una solidaridad adscripticia y heredi-
taria entre los miembros de la asociación hacendaria
'
proyectada luego a toda la sociedad y sus instituciones.
d) La utilización del mimetismo y de la adulación como
únicas herramientas eficaces para la movilidad social,
que llega a tener como meta la obtención individual de
las exenciones y privilegios.
e) La concepción de la autoridad como un derecho seño-
rial y no c01no un mandato social para la obtención de
servicios sociales.
Tales normas invaden y subordinan las actitudes y expecta-
tivas de todos los grupos y estamentos: la Iglesia, la burocracia,
las Fuerzas Militares, el comercio y la industria las adoptan y
legitiman como instituciones informales permanentes, disi-
mulándolas bajo aparatos conceptuales extranjeros y aparente-
mente «racionales» en términos de la democracia formal o del
desarrollo capitalista teórico.
Ello tiene una importancia central para el desarrollo de la
vida política y de las formas del poder social en las centurias
subsiguientes. La «hacienda», definida como una organización
de semipropietarios serviles, después de haber dominado al
modelo socorrano de pequeños propietarios asociados en el
«Común», va a ser desde la Independencia la herramienta y
el paradigma decisivos en la vida social. La articulación económi-
ca, las alternativas de las guerras civil.es, la estructura de los partidos
políticos tienen en ella su origen y explicación. E igual puede
decirse del largo proceso que culmina en la dependencia ex-
tranjera, rasgo capital de la vida colombiana tras la lucha por la
independencia respecto de España.
Tal es el significado esencial de la hacienda como estructu-
ra asociativa, como modelo de asociación desde el siglo XVIII,
particularmente importante para el examen de la vida política.
Porque como ha dicho Duverger:
Toda la institución es al mismo tiempo un modelo estructural
y un conjunto de representaciones colectivas más o menos va-
2 12 l· l l'ODFR POI ÍT IC () l' ~ ( OLO MBIA

loriLadas. Es d ec ir, tod a institu ció n se refi e re m ás o me nos di-


rectame nte a un «siste m a de \·a.lo res ,,, o e n otras palabras, a Una.
con ce p ció n d e l h ie n y cicl mal, de lo j usto y d e lo injusto, que
implica un a to ma de po\ición ,, por » o «co ntra )) . El grado de va.
lo rizac ión es variable ~egún las in~ti tu cion es, p e ro e n lo que res-
pec ta a las in stitucio n es p olíti cds es por lo ge n e ra l muy ele,-ado.
La po lítica está m ás o m e n os «sacraliza da ». Es decir, que está
m á!, o m e n os vin culad a con e l siste m a d e \'alares supremo de la
socie d ad '.l 11 •

LOS CO NTEXTO S DEL PRESTIGIO

El panoram a social y político a lo largo del siglo XVIII en el


Nuevo Reino de Granada muestra con claridad la interacción
de algunos grupos humanos netamen te caracteri zados, en los
cuales la capacida d individua l para asociarse , la eficacia social
de las asociacio nes y el grado de participa ción personal en ellas
tienen variacion es extremas .
Queda dicho que los rasgos de cada modelo dependen
de la forma como se articulan entre sí algunas condiciones
variables . Esencial mente esas condicio nes son la forma de te-
nencia de la tierra, la composi ción étnica de la població n, el
sistema de relacione s sociales producti vas, el número y pro-
porción de los propieta rios y trabajad ores libres y las actitudes
hacia el prestigio y el poder heredad as del pasado cultural
inmedia to.
Tales circunsta ncias deben consider arse, para efectos del
análisis, en su compleja relación con un factor que tiene un
papel cada vez mayor en el desarroll o social de Colombi a y que
hoy mismo parece cobrar más relieve del que tenía enlacen-
turia estudiad a, a pesar de que entonces existía la dependencia
política formal de España. Ese factor es el predominio de ws Jo(,()S
de poder externo, cuyo inextrica ble sistema de alianzas con los
factores endógen os es necesario reseñar para una adecuada
compren sión de estos últimos.
Cada uno de los modelos sociales, vinculad os a una deter-
minada forma de asociació n tí pica, eran de suyo expansivos,
estaban dotados de una capacida d dominad ora que los hizo in-
EL DESENLACE DE LAS TENSIONES POLÍTICAS
213

. . bles y los enfrentó históricamente con imponder ables


o0 11ª
co encias para 1a VI·d a po 1~1t1ca
· de Colombia.
osee u
c0 coino resulta o bVIO . d 1 ~ 1· .
e .ana 1s1s estructural de su sociedad
,
rupo socorrano el pnmero en expresar de modo agresi-
.cue e1g · · E ·d
J' su capacidad ~s.ooa_t~va. s_ evi e~te que las amplias dimen-
v~ de la paruc1pac1on soCial autonom a y deliberada son el
s1ories to ~ h' ~ .
clave que en es ta pnmac1a
.
1stonca determin a la re-
Jerne n
e . ~ n de los comuner os.
v0Juc10 .
Si el confhcto de ~st~·ucturas, que esa revolución encarna,
inó en el predom1n10 del modelo hacendario, ello no fue
1
~~:Fecto de una_ debilidad social de los vencidos, sino el resul-
tado de las relac10nes c~n los focos de poder extranjero, cuyos
. tereses resultaban en Juego en esta lucha decisiva.
10
Los rebeldes socorranos de 1781 y sus aliados antioqueñ os
enfrentaron a dos organismos de poder, provenientes de
s:ntros ultramarinos: el mercantilismo de la Corte española y
~os intereses del naciente imperio inglés y de sus adláteres neo-
ranadinos. El hecho de que este último conflicto no haya sido
!xpresamente deliberad o no amengua la realidad del choque
ni el significado de su desenlace.
Los esfuerzos independ entistas de las élites suramericanas
coincidieron en el tiempo con la primera oleada triunfant e de la
Revolución Industrial iniciada en Inglaterr a y precedid a de
una lucha victoriosa desarroll ada por los ingleses contra otras
potencias europeas para nomopol izar un poco menos todo el
tráfico mercantil naval. La Gran Bretaña, a través de sus colo-
nias en el Caribe, habrá entrado en estrechas relaciones comer-
ciales -legales e ilegales - con los comerciantes granadin os y,
desde luego, con los comprad ores de artículos suntuario s que
componían la única fracción importan te del mercado de con-
sumo en todo el territorio .
Tales relaciones, que habían de convertir más tarde a la
Nueva Granada en una colonia mercanti l de los intereses bri-
tánicos, estaban en abierto conflicto con los mandato s y los de-
seos de la política imperial española , empeñad a en mantene r
~n sistema de monopol io excluyen te sobre las exportac iones e
importaciones de sus territorio s american os.
Al finalizar el siglo XVIII, el auge del contraba ndo en las
costas del país adquiere proporci ones alarmant es para las au-
1·.I. 1'< JIJl'.R J'( JI.Í'I /<,O L'\ UJUJM BJA
t J1

wrhJa<ks virr~inaks. Las relaciones de mando de los virreyes,


y otros docurn en tos oficiales y privados, dan a este problema
un a dim cn sifm muy importante y lo catalogan como uno _de los
mayores que afronta la política colonial española. Los ingleses
y, en menor grado, los holandeses y los franceses, son los mayo-
res compradores de las quina.~, los algodones, el añil, los cueros
de res, el palo Brasil, de los neogranadinos y a la vez expanden
con stan temen t.e sus ven tas de artículos manufacturados, pro-
ducid<>s en Inglaterra o en otros países europeos y en los cuales
e ntra en a.~ce nso la actividad de los nuevos equipos mecánicos
qu e multipli can y abaratan los precios de venta.
Desde .Jamaica o Curazao, los comerciantes ingleses, am-
parad<>s por la complicidad holandesa, aprovechan los escasos
lapsos en los cuales la política de Madrid abre tímidamente los
puertos americanos a sus productos, pero más frecuentemente
desembarcan sus mercancía5 de contrabando en las desiertas
costa~ de la provincia de San ta Marta o de la península de La
Guajira, con ayuda de los indios 21•
Un solo caso típico puede bastar para describir este tráfico
ilegal continuado. En 1796, el gobernador de Santa Marta, An-
tonio de Samper y su teniente en Río Hacha, José de Medina,
se vieron envueltos en una ruidosa causa por contrabando y
fueron presos. El Virrey Mendinueta «opinaba que no conve-
nía entrar en una averiguación muy honda de los hechos por-
que de su indagación resultarían comprometidos en negocios
de con trabando los principales personajes de la ciudad y cóm-
plices suyos casi todos los vecinos». Y más tarde «durante la
guerra con los ingleses se tuvo noticia de que el contrabando
venía de las islas»22•
Unos años atrás, don Antonio de Narváez, futuro diputado
neogranadino a las cortes españolas y uno de los más notables
escritores económicos de la «élite» criolla, desempeñando la
Gobernación de Santa Marta urgía a las autoridades para que
permitieran el «libre comercio de neutrales» y cerraran los
puertos a los buques ingleses, como un medio de continuar
la vida mercantil afectada por la guerra hispano-inglesa y para
dañar así los intereses británicos23 • Pero de la lectura del texto
de Narváez parece posible concluir que el comercio con los
ingleses era de tal importancia y tan frecuente, que todo el es-
EL DESENLACE DE L>\S TENSION"'•' . (
POI. TICi\S
c.:,
2m
. aval de los neutrales serh .•
fuerzo n < necesario pan1 remplaza r

este u-áfic~- .
francisco Antonio Zea en su Nlediación t~ntr, A· :; .- /? .
1810 l R . . , < nuum y .. spn-
,i.a relata que en . ª egencia española aceptó los l;uenos
oficios ingl_ese~ para intentar un~ ~·econciliadón entre Espaúa
, sus colomas I e~eldes. Las cond1non es estipuladas tenían por
terna ce 11 tral la libertad
)
. . absoluta
, de eome1.c10. ·
,<Presentadas a
}as cortes estas ~ond1C1ones,_~ueron desechad as por todos los
diputados espanoles Y ad~u~da s por todos los diputado s de
¡\Jnérica. Sobr~ ,el consenttm1en~o de los diputado s de Améri-
ca en esta _ocas10n, se puede decir con seguridad que siempre
fue una misma su conducta en las cortes; ellos apoyaban todas
las medidas ~r~puest as por ~1 gobierno británico porque cono-
cían los sentimientos de amistad que habían manifestado hacia
ellos y estaban convenci dos de que los intereses de la Gran Bretaria
y de la Am~ca del Sur ~ran _inseparables en esta cuestión»2".
Estos mtereses sohdanos con la Gran Bretaña eran en esen-
cia los de los grandes hacendad os dependie ntes de las «élites»
santafereñas, enfrentad os por una parte con las autoridades
mercantilistas de Madrid y, por otra, contra los pequeños ar-
tesanos y comercia ntes simbolizados por los Comuner os unos
años atrás.
Los regidores y propietar ios territoriales centro-andinos
y sus agentes y allegados comerciantes de Cartagena o Santa
Marta deseaban la autonom ía política respecto de España,
pero combatían larvadam ente la revolución que el modelo so-
corrano parecía haber mostrado como una amenaza contra el
sistema de dominac ión social existente.
Desde un comienzo los dirigentes autonomistas de la Nue-
va Granada, desde la derrota comuner a, vinculan sus intereses
de clase con el comercio libre y con el creciente auge de los na-
vegantes y los banquero s ingleses. El paso del tiempo no hará
sino reforzar esas relacione s de alianza y dominaci ón durante
el primer siglo republica no.
En el archivo de Indias25 existen documen tos demostrati-
vos de que el interés de los ingleses al final del siglo XVIII fue
más allá del tráfico comercial. En 1783, rumores diplomáticos e
informes reservados recogiero n la noticia de que un misterioso
don Luis Vidalle (a quien algunos historiadores identifican con
216 1.L :P<JD ER }'(JLJ11íh .!. '• <f; J.1i.~.::.l --'_

uno de los Lozan o ) tenía d p r<.1ye( W de iniciar u na rt:r_;cl_~


autonomista d esem barcan d r1 dit:z m il fu~il e~ qué lo ~ ingl~ k:
habían don ado en Bahía H onda.
No es n ecesario entrar en ponnc::nores sobn: el papt:1 dti-
empeñado en la Independen cia latin oarm::ricarul por k~ ~ ..;k-
ses, problema muchas n :: ces analiz.ado d t manera t::Xlutllsti-.á.
Lo que requiere un a má~ detenida comprensión es la inserciim
del capitalism o y del subsecuente imperialism o británico en }a
estructura de los sistemas 5ociales de la ::\" ueva Granada.
Son los grandes comercian tes, corno agentes subsidrari~
de los poderosos h acendados andinos, los que entran en llOO
vinculación de complicidad y dependencia con e) cap!1aliWKJ
no español. Los pequeños comercian res, los artesanos y los tra-
bajadores libres de Antioquia, por ejemp lo , no úenen en est2
alianza interés alguno y bien al con trario, a la larga sufrirán de
ella irreparables perjuicios.
A su tumo, los británicos n o tienen mom·os para desear
alteraciones en la estructura hacen ~ que r esulta su mejor
cómplice y su agente de dominación interna, por lo que auspi-
cian y financian la autonomía política de las colonias españotli.
En este juego no aparecen divergencias entre la clase mer-
cantil y la terrateniente, compuestas en muchos ca.._'°5 por las
mismas personas. Dominadas las estructuras sociales incompa-
tibles con el modelo de la hacienda~ una y otra clase tienen
el camino abierto para expulsar a las autoridades españolas y
pactar definitivamente su larga dependencia de Gran Bretaña.
En la primera etapa de este proceso las élites santafereñas
se asocian a las autoridades españolas para abaúr la insurrec-
ción comunera. En una fase posterior, obtienen el dineroi las
armas y el apoyo diplomático ingleses para eliminar a esos alia-
dos de la víspera y consumar la Independencia..
Es de este modo como debe entenderse que en 1810 los
intereses de la Gran Bretaña y los de los americanos coloniales
«eran inseparables>>. Medio siglo más tarde serán los propios
neogranadinos los más ardientes defensores del libre comer-
cio y de una economía fundada en el predominio industrial Y
comercial de los británicos y en la especialiwción internacional dt
/,a producción.
FL DESENl ACE DE LAS TENSION ES p .
~ ' OLITICAS
217

ocurr e que la alianz a con el foco de


po d er exten.or es
Ac'i
f').J

or impul sor de
el rno t . , la Indep
. enden cia al ti'
, - empo que t·rustra
· -·rne la revo 1uoon sonal .
yopl l

NOTA S

1. «Un punto oscuro en este mome nto de la sedición es el referen te


a la intervención de dos person ajes ya citados , don Vicente de Aguiar y
don Dionisia de Contre ras, que los comisionados en la corte de Londre s
(tras la derrota i~icial c~mun era) indica ban ser sus manda ntes. Sospe-
cha Briceño, y as1 lo admite n con las debida s reservas Mancini y Navarro
Lamarca, que don Vice~te de Aguiar no es otro que el antigu o capitán
general, don Juan Franc1 s_co ~erbeo que se refugió en Curazao, adopta n-
do dicho nombr e y const1tuyend ose desde allí en directo r de esta nueva
fase del movimiento, contando con el poderoso auxilio de don jorge Lozano de
Peralta, Marqués de San Jorge, que se encubría con el nombre de don Dionisia
de Contreras ... » . «... Don Jorge Lozan o de Peralta había sido uno de los
principales promo v~dore s de la sedición de 1781, desem peñand o papel
importante en la misma, por el apoyo que sus riquezas y relaciones le
prestaban; aconsejaba a las gentes, repartí a proclamas de Túpac Amaru
y reproducía en millares de ejempl ares una serie de himno s desde luego
detestables, pero con las palabr as de "libertad" y "patria" exaltaban a los
improvisados soldados de Berbeo , mµch<?s de los cuales los llevaban en
sus escapularios a maner a de fetiches». (Angel Camac ho Baños, «Suble-
vación de comun eros en el Virrein ato de Nueva Grana da en 1781 », Tip.
Giménez y Vacas, Sevilla, 1925, citado por Cárdenas, pp. 257-258).
2. El silencio y tácito apoyo dado a Catani por el Cabildo de Santa
Fe en 1781, contra stan con la solidar idad belige rante con la cual defen-
dieron a los acusad os'de «los pasqui nes» en los años posteriores.
3. Cf. Capitulaciones, Apéndice documental. Sin embar go, la concep-
ción de lo que fuera el pueblo fue bien diferen te entre los comun eros
socorranos que entre los magna tes de Santa Fe y Tunja que se vieron
comprometidos en el movim iento indepe ndenti sta posterior.
4. En la revolu ción comun era, la autorid ad de los funcio narios es-
pañoles de la Coron a (Audie ncia, Virrey) juega el papel de «algodón
entre dos vidrios ». Aunqu e los sublevados socorra.nos luchan contra los
valores y norma s sociopolíticos de los hacend ados centro -andin os y es-
to~, a su turno temen y comba ten soterra damen te a las tropas del «Co-
mun» después de haber atizado su rebeld ía, ambos, comuneros y hacendados
218 EL PODER POLÍTICO EN CO LOMBIA

coinciden en su lucha contra el inte111encionismo «racionalista>,de las autorida-


des metropolitanas, conside rándol ~, intrusas. . .
5. «Es cierto que en la revoluc10n del ~acorro no _mtervmo ningún
principio jJolítico, ni menos se trató de libertad e indepen dencia de ~ Monarquía
espaiiola y tanto el se11or Rest:rep o como ~l doctor Plaza as1 lo recon0-
cen; pero es preciso hacerse muy de la vista gorda para no ver en las
Capitulaciones de los Comun eros la ley impue sta por ellos sobre la au-
toridad re al. Lo de que la mayoría de los pueblo s aceptaba la revolución
es eviden temente falso, porque los pueblo s del norte no constituían la
mayorí a del Virrein ato; y en cuanto a lo del dominio arrogado por el
cetro espa11ol en estos países, la especie pasa a ridícula, porque si se ha
de llevar a mal la conquista que una nación civilizada hace sobre los pue-
blos bárbaros para introducir en ellos la civilización del cristianismo, no
serían nuestro s escritores públicos, hijos de los conquistadores, los que
tendrían derecho para clamar contra la dominación, sino los indios».
«¿Y cómo habría de aprobar un Virrey del Nuevo Reino esas Capi-
tulaciones, si ellas eran la ley impuesta para abolir casi todas las rentas
públicas y con tan bárbaro sistema que la abolición compr endía hasta los
derechos de peaje y pontazgo, necesarios para mante ner en buen estado
las vías de comunicación en beneficio público? Por uno de sus artículos
se excluía de los empleos públicos a los españoles; que eran tanto como
remover al Virrey, Oidores, etc. Por oro se exigía la confirmación de
los empleos militares de los revolucionarios, imponiéndoles el deber
de disciplinar sus tropas. En fin, las Capitulaciones eran el programa de
la revolución y el acta de los revolucionarios; y esta acta de los revolucio-
narios es una especie de Constitución, a la cual debía quedar sujeta la
real autoridad. Locura más grande no ha podido darse, a no ser la de los
que han sostenido que tales pactos, por la circunstancia de la violencia,
debían aprobarse por parte del Virrey. ¿Si el Virrey los hubier a apro-
bado, el Rey hubier a pasado por ello?». (José Manuel Groot, Historia
eclesiástica y civil de Nueva Granada, Ministerio de Educación Nacional,
Ediciones de la Revista Bolívar, Bogotá, 1953, T. II, pp. 249-250).
El autor de las líneas anteriores, que resuman odio y temor contra
los Comuneros, era descendiente de don Primo Groot, poderoso hacen-
dado y regido r del Cabildo de Santa Fe desde 1794, y de José Groot de
Vargas, quien ocupó igual cargo en 1771 (Cf. Ortega, «Cabildos de Santa
Fe», pp. 175-186), el primer o de los cuales fue procesado junto con don
Luis Caycedo por intenta r en el Socorro una nueva revuelta contra las
autorid ades peninsulares (Cf. Oswaldo Díaz Díaz, «La reconquista espa-
ñola>~, en Historia extensa de Colombia, T. I, Bogotá, 1964, p. 253). No tie-
ne inconv enient e en escribir más adelante, refiriéndose a la revolución
de Indepe ndenci a, patrocinada por los hacendados santafereños: «Pero todo
cede al imperi o rápido y terrible de los soldados de la Independencia;
apenas puede la victoria alcanzar al vencedor, y en menos de tres meses
la princip al y mejor parte de la Nueva Granad a se halla libertada por esas
1-:1 111,:sF,Nl.1\l:F. m: 1J\S '1'1':NSIONES 1'01.ITICAS
219

misn1;'.s tropas ~'ll)'i~ de st rnn·iú'.' daba d Virrey rk Santa Fe por completa


e im:~1tabk. ¿)' <¡lit' lw111lm· si>11sllh a lo s11blim.,, y J!.ra:,utr,, t>II q11 ,; pa{s mpt1,2, df
liprr•rwr lvs alto., ".1·tlws Y lu., altos 110111,br,•s d1_7°arrí dt' Jmgan,, a /Jo/ívar el tri.bulo
1fr f///'11.,·ia.rnw iÍt'lJ//lo ª 101110 oudaria Y a 10111·xlnumliumú1s /J'/'oez.as?». (/bíd. ,
T.IV,p.101).
Crnot l'Snihí;1 l'll 1~:)~), d~·cHliis 111;'1s tarde de la rebelión comunera y
dt' la batalla de Boyara. Sus I rases son reveladoras por cuan to muestran
que \a lndepcnde1H·ia .fórtal,wió 1•11 v1a. d,· <il'bilitm· los valon•.,· snriales y jJsicollÍ-
git:os provn1.ümte.,· df la l'nrn11ú1·nri.a y r/1• la lw.cinula, mienu·as que la rebelión
comunera los <llllt'J/(J,z.ú jno/úndam,•n/1', hasta el µumo de inquietar a uno
de los cksccndie111es ele don Primo Groot, setenta a11os m;1s larde, rt'lia(,'-
tando un n.ü1gato w11lm. lor/11 d1•.wbt!lli1,·1uú1 resf){'(:fo tlel Rey. Es cosa notable
en los párrafos transcri1os, que Groot con1icncc aseverando que en la
rebelión comunera 110 intervino ningún «principio políLico», para decir
adelante que las Caµitulaciones eran «u:1w ,1sj,l'cie de Constitución, a. /.a cual
deb-ía quedar s·1.qel<l la real autoridad». ¡Pero todavía los historiadores escolares
aseguran que lri rt4J1ditín comunm.l .fue un ·motín preparatorio y precursor de la
revolución de hidt4Jendenci.a! Incluso se han levantado estatuas a Galán en
nombre de la República de 1810.
6. Con evidente complacencia lo escribe Groot insistiendo en que
los Comuneros no pensaron «e n Independencia ni en República»
(Jbíd., p. 251).
7. Cf. Horacio Rodríguez Plata, «La anligua Provincia del Socorro y
la Independencia», Biblioteca de Historia Nacional, Publicaciones edi-
toriales, Bogotá, 1963. A pesar de la intervención de los socorranos en la
. revolución independentista, las más notorias providencias económicas
de los gobiernos republicanos en materias aduaneras, arruinaron a los
artesanos de la región y contribuyeron a convertir la zona en un imperio
de latifundios agrarios, dependiente de Tunja y Bogotá, tras el fracaso
comunero.
8. En el curso de ambas pugnas sucesivas, los intereses hacendarios
aparecen enfrentados, primero a los grupos de comerciantes y luego
al Ejército Regular formado por Bolívar como precario instrumento de
homogeneización social.
9. Así, las familias De Narváez y Pombo extienden su influencia y
sus redes de parentesco hasta Santa Fe y Popayán. Al comenzar el siglo
XIX, verbigracia, los Narváez cartageneros son ya parientes de los Azuola
y de los Guerra, santafereños. (Cf. Guillermo Hernández de Alba, «Don
Enrique de N arváez», en De Narváez Enrique, «Los mochuelos», selección
Samper Ortega, No. 40, Bogotá, Editorial Minerva, s.f.).
10. Sobre las relaciones entre los independientes cartageneros y los
autores del 20 de julio de 1810 en Santa Fe, véase J. D. Monsalve, <~ -
tonio de Villavicencio» (el Prornártir), Biblioteca de Historia Nacional,
Bogotá, Imprenta Nacional, 1920, y Groot, Historia edesiástica y ci,vil
ll. Cf. Sergio Elías Ortiz, «Dos economistas colombianos», cit.
220 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

12. Monsalve, op. cit.


13. lndalecio Liévano Aguirre, Bolívar, Bogotá, 1950; Gerhard Ma-
sur, Simón Bolívar, The University of New Mexico Press, Albuquerque,
1948, pp. 241 y SS.
14. Ibíd.
15. Cf. Nota 5 del Capítulo V.
16. La ciudad de Mompós es un caso excepcional en el panorama
de la vida urbana de la Nueva Granada. Punto vital en el tráfico del río
Magdalena entre Cartagena y el interior del país, debe su auge en los si-
glos XVII y XVIII a un grupo pequeño pero poderoso de comerciantes y
hacendados ganaderos espaüoles, que gobiernan sin contradicción una
numerosa y homogénea población esclava negra y mulata, al servicio
de los transportes y de las grandes haciendas. Mompós es igualmente el
sitio de distribución de los tejidos de Vélez hacia las zonas mineras de
Antioquia y hacia Santa Fe. Así, puede decir Ospina: «Mompox era una
plaza importante de comercio: mercado principal para los productos
criollos en el norte del país, y centro de distribución de la mercancía ex-
tranjera que iba para el interior: para el Reino, Antioquia y aun Popayán
y Quito, y a veces hasta el Perú. Esto influía mucho sobre el espíritu de la
población urbana que se diferenciaba marcadamente del de las ciudades
in ternas. Esto le permitió influir notablemente sobre la orientación de la
política económica en los primeros tiempos de la República». (Ospina,
op. cit., p. 25).
Pero además de su actividad comercial sobresaliente, Mompós surtía
de carnes y ganados a Cartagena y otras ciudades menores.
La minoría blanca, compuesta casi exclusivamente de comerciantes,
influye decisivamente sobre Cartagena en los primeros momentos de la
Independencia, gracias a la obediencia ciega que le prestan sus servido-
res negros y mulatos. Así, por ejemplo, pudieron los Gutiérrez de Piñe-
res constituir un bando o facción de relativo poder en 1810, e incluso se
discute si Mompós no se adelantó a Cartagena en la proclamación de la
soberanía contra las autoridades peninsulares.
Existe allí una verdadera burguesía mercantil de tipo casi europeo y es
significativo, por ejemplo, que en Mompós aparecieran tempranamente
tendencias racionalistas «ilustradas» capaces de crear asociaciones como
la «Sociedad de Amigos del País», que tan decisivo papel jugaron en la
Península en la implantación de las ideas «científicas» postuladas por
Francia a lo largo del siglo XVIII.
La riqueza acumulada por el tráfico mercantil es aún perceptible en
la nobleza y amplitud del trazado urbano y por el esplendor arquitec-
tónico de algunas de sus casas particulares. Igual testimonio de poder
económico dan las joyas de las cofradías piadosas, donadas para la or-
namentación de las imágenes de las iglesias de la ciudad, que todavía
hoy se utilizan en las tradicionales procesiones de la Semana Santa. Con
todo, de un modo bien revelador, el poder económico y financiero de
"S TENSIONES
ti. DL'>ENLACE- DF- 1""' .
'. POUTJCAS 221

no los eximió de una con d"1c1on ·, su b ord"ma-


eSlos magnates , momp(Jsinos
1
da en un Pª ~ Yen el seno de una sociedad global en los cuales las deci-
·ones colectivas fundamentales eran asumi·das en mve .
• l no estnctamente
s1 . es
retarion~~s con /,a nquez~. Esos ~~gnates fueron paulatinamente derrota-
5 y eliminados de la vida pohtJca de Cartagena · ·
e10 , . . ., . y apenas cons1gmeron
n
una part1opacion secu, <lana en la resolución de los problemas políticos
mayo rc:s de la Nueva Granada en el siglo XIX.
Sobre las caracteri stica~ de la vida económica y social de Mompós,
véase, Pedro Salcedo del Vi~lar, Apuntaciones historiales de Mompós, Carta-
gena, Tipogr~a Dei:nocrac1a, 938. !
17. «Hacia mediados del siglo XVIII en algunas ciudades como Car-
tagena y ~~Ji, la población esclava y la población negra libre llegaban
casi a equilibrar Y aun a superar a los otros sectores». Qaramillo Uribe,
Esclavos y .señores, p. 8).
18. Salcedo del Villar, op. cit.; Gabriel Porras Troconis, Historia de la
cultura en el Nuevo Rei.no de Granada, Escuela de Estudios Hispanoameri-
canos, Sevilla, 1952.
19. Aplicando un concepto por muchos aspectos semejante al análi-
sis y explicación de la vida política de los Estados Unidos en 1835, Alexis
de Tocqueville pudo escribir: «En los países democráticos la ciencia de
!,as asociaciones es /,a ciencia madre, y el progreso de todas /,as demás depende del
progre.so de ésta».
«Entre las leyes que rigen las sociedades humanas hay una que pa-
rece más precisa y más clara que todas las demás. Para que los hombres
permanezcan civilizados, o lleguen a serlo, es necesario que el arte de
asociarse se desarrolle entre ellos y se perfeccione en la misma propor-
ción en que la igualdad de las condiciones aumenta». (Tocqueville, op.
cit., pp. 532-533).
Aunque es obvio que Tocqueville se refiere aquí a las asociaciones vo-
luntarias como un modelo para explicar la democracia política nortea-
mericana, ello no invalida el concepto general de que las asociaciones
(aun las asociaciones adscripticias) proyectan su estructura sobre la de
la sociedad global y, por ende, sobre la estructura política.
20. Maurice Duverger, Sociología política, Traducción por Jorge Este-
ban, Ediciones Ariel, Barcelona, 1968, p. 99.
21. «Ofrece convincente prueba de esta verdad la Provincia del Río
de la Hacha, que en sí y sus cercanías tiene frutos comerciales ya de
palos, ya de cuernos, mulas, cebos y otros apreciables que no le es fácil
traficar ni expender lícitamente con utilidad y lograr modo de proveerse
de lo que necesita, viéndose sus habitantes casi precisados a tomar en
cambio los efectos que conducen a sus caletas y ensenadas de la costa
los barcos extranjeros, cuyo conocimiento ha sido causa de franquear
en tiempos anteriores licencia para traer víveres de colonias extranjeras,
dando pretexto para abrir campo al contrabando ... ». ( «Relación del Es-
tado del Nuevo Reino de Granada que hace el Excmo. Sr. Dn. Manuel
222 EL PODER POLÍTIC O EN COLOMBIA

Guirior al Excmo. Sr. D. Manue l Flórez Año de 1776», en Relacione


. . d e en otras consideracios de
Mando , ya citadas, p. 147. El Virrey se ext1en b d nes
. . . l
sobre las medid as necesa nas para eVItar e contra an o que realiza .
gleses e indios goajiros en las .costas del. norte. Quejas semej antet in-
. son
expresadas por otros man d atanos anteno res y posten ores a Guirior.
22. Ernesto Restrepo Tirado , Historia de la Provincia de Santa Ma
Ministerio de Educación Nacional, Bogotá, 1953, pp. 277 y ss. rta,
23. Sergio Elías Ortiz, «Dos economistas coloniales», cit.
24. Francisco Anton io Zea, Mediación entre España y América, en B
lívar, Camilo Torres y Francis co Antonio aa, Selección Sampe r Ortega N00-
72, Editorial Minerva, s.f., Bogotá, p. 203. ' ·
25. Cárden as Acosta, O'/J. cit. (Cf. Nota 23 del Capítu lo VI).
CAl'ÍTUL<J 8

LA HACIENDA Y EL NACIMIENTO
DE LOS PARTIDOS POLÍTICC)S

COMERCIANTES Y HACENDADOS

El proceso que condujo a la Independencia de la Nueva Grana-


da muestra cómo la hacienda, en tanto que estructura rLwciatirJa
dominante y como organización representativa del poder social
acumulado, alcanza el triunfo político no solamente sobre los
funcionarios españoles coloniales, sino sobre otros grupos y
formas de asociación criollos, a los cuales ataca y obliga a su-
bordinarse a su modelo y a su interés exc1uyente.
Fueron los cabildos urbanos, dominados por los hacen-
dados y por los «doctores» de sus familias, los órganos de la
insurrección contra los virreyes, los oidores y gobernadores en-
viados de España, que componían la alta administración cen-
tral del país.
Según se vio antes, el Cabildo de Santa Fe, como el de las
demás ciudades que constituyeron Juntas de Gobierno hacia
1810, estaba formado de manera predominante por los repre-
sentantes de las familias antiguamente encomenderas y ahora
hacendadas, constitutivas y dominadoras de un orden tradicio-
nal perfilado a través de generaciones.
A su lado, emparentados a veces con ellos, pero movidos
por normas e intereses diferentes, va creciendo un grupo de co-
merciantes y burócratas, «recién llegados», españoles cuya vida
en América no tenía más de dos generaciones. La mayor parte
de los grandes comerciantes de la capital y aun de todo el Reino
U . PODER POLÍTICO EN COLOMBIA
224

-con la excepción de Cartagena- pertenecía a tal género de


nuevos criollos. Ellos y los funcionarios reales del nivel medio,
que habían conu·aído matrimonio en la clase dirigente de Santa
Fe, un subgrupo dotado de peculiaridades sociales que los sepa-
ran de los intereses y de las normas de los hacendados.
Estos comerciantes y burócratas de reciente inmigración al
Reino se enlazan por matrimonio con las viejas familias santa-
fereñas y, aparentemente, se insertan en un núcleo de homo-
génea actitud social y política que conspira a finales del siglo
XVIII contra la administración peninsular y que consigue lle-
gar al poder supremo después de 1810.
Pero tal solidaridad de clase y parentesco se deshace al con-
tacto con el poder político, para mostrar claramente de qué
manera aspiraciones y normas contradictorias dividen en dos
alas a los dirigentes de las nuevas entidades políticas indepen-
dientes. El resultado de su tensión es la lucha entre federalistas
y centralistas, que consume las primeras instituciones republi-
canas desde 1811 hasta 1816, cuando se ve interferida por la
acción militar reconquistadora de don Pablo Morillo.
Los historiadores escolares y apologéticos han presentado
esa lucha, como una ingenua e inexperta lid por «ideas» entre
parientes próximos, lamentando sus consecuencias catastrófi-
cas para el esfuerzo hacia la Independencia, pero relievando,
a la vez, una supuesta y angélica actitud de abnegación y des-
interés en los protagonistas de este episodio. «La Patria Boba»,
según esto, no sería otra cosa que el resultado de la inexperien-
cia política previa, que llevó a los dirigentes a sobrestimar la
importancia de las ideologías recién aprendidas y a olvidar los
intereses concretos de la Independencia1 •
Pero aunque sea cierto que la guerra federalista-centralista
tenga el aspecto de una pugna entre parientes cercanos, no lo
es menos el hecho de que enfrentó a dos sectores sociales con
intereses claros y divergentes.

LAS EVIDENCIAS INICIALES


Alrededor de la figura y de las actuaciones de Antonio Nariño Y
de Camilo Torres, cabezas contradictorias de la contienda, debe
organizarse el examen de este proceso que culminó en 1816.
LA HAC IENDA y EL NAC IMIE NTO
DE LOS PARTIUOS POIJ TICO S
225

Nariño, hij o de ~n esp año l pen ins


ula r, aun qu e su ma dre
su esposa per ten eci era n a las viejas
familias ter rat eni ent es,
yresultó ser el rep res ent ant e má s car act
. erí stic o de los int ere ses
no e stri cta me nte ha cen da no s de la Sa nta Fe de com ien zos
del
siglo XJX. . .
fav ore cid o con car gos electivos po
r el Ca bil do, org ani sm o
central del po de r pol ític o de los cri
ollos, se hac e no tor ia en
I 794, cua ndo des em peñ and o el car
go de Te sor ero Ge ner al de
Diezmos, es acu sad o sim ult áne am ent
e de ha be r des fal cad o los
fondos a su car go Y de im pri mi r y
dis trib uir un a ho ja de pa-
pel que con ten ía la dec lar aci ón fra nce
sa de «Los der ech os del
hombre y del ciu dad ano »2 .
En ver dad se dem ues tra qu e el tes
ore ro de die zm os ha
utilizado los din ero s de la Iglesia par
a neg oci ar en qu ina , en
azúcar, tab aco , can ela, fiq ue , pieles
, agu ard ien tes , ent re otr os
géneros, y qu e e_n_estas aventu~·as_ha
per did o tan to din ero qu e
no está en con dic ion es de res titu irlo 3
.
Confiscados sus bie nes po r los acr
eed ore s y sen ten cia do
por su par tic ipa ció n en la con spi rac
ión pol ític a con tra lam o-
narquía, Na riñ o ape la en van o a los
«doctores» de la ari sto cra -
cia santafereña, a la cua l cre ía per ten
ece r po r los par ent esc os
de su ma dre y de su esp osa , sin con
seg uir qu ién lo def ien da
ante el trib una l. To do s los let rad os se
nie gan a pre sta r ese servi-
cio y no tor iam ent e el má s rep uta do
de ellos, el abo gad o do cto r
Camilo To rre s. Su cal ida d de com erc
ian te, y de com erc ian te
quebrado, pes ó má s en la bal anz a qu
e sus nex os fam ilia res y su
actividad favorable a la aut on om ía de
los criollos4 •
Nariño, sen ten cia do a die z año s de
pre sid io en África, con -
sigue fugarse en Cá diz e ini cia un
aza ros o viaje po r Eu rop a
intentando en co ntr ar ayu da pa ra
la aut on om ía de la Nu eva
Granada, mi ent ras qu e su def ens or
y con cuñ ado ,Jo sé An ton io
Ricaurte, era con fin ado en los pre sid
ios de Ca rta gen a, do nd e
finalmente mu rió .
El Ca bil do de Sa nta Fe, mi ent ras
tan to, ini ció un a luc ha
jurídica con tra el Vir rey y co ntr a
los oid ore s, en def ens a de
otros de los com pro me tid os en la con
spi rac ión de los «pa squ i-
nes», pero no en defensa de Nariño. Lo
s do cum ent os de est a qu e-
rella sor da y sec ret a, en tre la Au die
nci a y el Ca bil do de Sa nta
Fe, int ent and o ob ten er el apo yo
del Rey, son el tes tim on io
226 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBLA

más claro que hoy poseemos sobre la actividad política de los


hacendados santafereños y sobre las razones de su pugna con
las autoridades peninsulares; razones sociales, económicas y
polí ticas 5 •
Nariño regresó en 1797 y se acogió a la protección del ar-
zobispo Martínez Compañón. Ni los Caycedo, ni los Lozano,
ni los Ricaurte aceptan darle apoyo. Finalmente, es el propio
Virrey el que ordena su liberación a cambio de informes confi-
denciales sobre las gestiones realizadas en Europa por Nariño
en favor de la Independencia, después de seis años de prisión.
Pero tal decisión no fue aprobada por la Corte; en 1809 fue de
nuevo aprisionado y estaba en el Castillo de Bocachica en Car-
tagena cuando estalló el motín del 20 de julio de 1810 en Santa
Fe. Sus parientes y amigos se olvidaron de él y solamente pudo
llegar de nuevo a la capital, cargado de rencores, cuando la re-
belión ya se había consumado sin su anuencia ni su presencia.
La primitiva «Junta Central» de Santa Fe, encargada de go-
bernar todo el Reino en nombre de Fernando VII mientras
duraba su cautiverio en Francia, no había conseguido obedien-
cia sobre las Juntas de otras regiones, pero había dado origen
al Estado de Cundinamarca, cuya Constitución se aprobó en
mayo de 1811 y cuyo primer presidente fue el hermano del
Marqués de SanJorge,Jorge Tadeo Lozano.
La acción de los dirigentes santafereños que depusieron
al Virrey y a la Audiencia, re:mplazándolos por una junta de
gobierno, desencadenó en todo el territorio del Reino movi-
mientos similares que dieron origen a otras tantas instituciones
urbanas semejantes, que pretendieron jurisdicción sobre el te-
rritorio de las provincias aledañas. En Cartagena, en Neiva, en
Tunja, en Pamplona, en Medeilín, entre otros lugares, estos or-
ganismos colectivos reivindicaron el poder para sí, deponien-
do a las autoridades coloniales.
Para 1811 la Junta, que se titulaba «Central» de Santa Fe,
había fracasado en el-intento de organizar un poder general
por medio de la reunión de un Congreso de las Provincias.
Ante ese fracaso se intentó otro medio: provocar anexiones de
esos territorios provinciales al nuevo Estado de Cundinamarca.
Fue entonces cuando surgió en las filas de los autores de la re-
LA HACIENDA y EL NACIMIENTO DE LOS PARTIDOS POLÍTICOS 227

., de J81 Ola pugna sobre el sistema de gobier no genera l


beholl
del Reíno.

CENTRALISTAS YFEDERALISTAS

ta
11 Fe, los más ricos propie tarios de tierras y sus parien tes
EI1 Sªburocr · ·1y ec1esiasttc
·
aoa loe al , ov1 · , · a organi
zaron el levanta-
en. la to de Julio
. . Y se apo d d 1 b'
eraron e go 1erno con el concur so
¡nien 1 bl I 1 . , en las
de casl. todo e pue o. gua ocurno . , provincias algunos
,
de cuYos más notable s voceros VIVIan y actuab an en la capital
corn0 santafereños, ,
como en el caso de Camilo Torres O de Joa-
. . .
, Camacho, vastagos univers1tanos de los grande s hacenda-
qutn T .
de Popayán o de Ullja.
dos F . ,
Pero solo en Santa e coex1st.J.a con estos propietarios te-
rítoriales de residen cia urbana , una clase numerosa y fuerte de
rempleados y de comerciantes,_ españoles o hijos de españoles y una im-
ortante clase de pequen os artesanos y pulper os que, aunqu e
~ubordinados política y socialmente a la «élite» terrate niente ,
representaban norma s corres pondie ntes a una incipiente eco-
nomía urbana.
Los comerciantes y emplea dos coloniales que acepta ron
participar en la lucha conjun ta contra los estorbos de la admi-
nistración de Madrid y que tenían intereses comun es con los
terratenientes centro -andin os, hasta el punto de derroc ar a las
autoridades de la Monar quía, se encont raron pronto ante la
presión y el desafio de sus aliados de la víspera, una vez consu-
mada la deposición de los virreyes y de la Real Audiencia.
Un derecho y una administración centralizadas han sido en todo
tiempo y lugar necesidades mercantiles. Lo eran tambié n para los
comerciantes de Santa Fe, uno de cuyos represe ntantes es An-
tonio Nariño. Y era esta igualm ente una aspiración compa rtida
por la mayor parte de los antigu os emplea dos españoles que
habían adherido o tolerad o la sublevación indepe ndenti sta.
Incluso esa central ización era una parcial pero vital necesi-
dad de algunos grande s latifundistas que, como los Lozano y
don Luis Caycedo, trafica ban como abastecedores de ganado
~a~a Santa Fe o Popayán, trayen do las reses a esas ciudades de
sitios tan distantes como Neiva o Saldañ a para atende r a los
228 EL POD ER POLÍ'TIU> ~ f úL01IB-IA

contratos celebrados con los cabildos. Por estoi su lealtad 5(: ~


vi dirá curiosamente entre los dos ban dos que van a entren~
desde 1811 6 • , ·

Al contrario, los intereses y las normas dé Cúnduaa de k~


hacendados los impulsaron hacia la búsqueda de las aut:on,-
mías provinciales, que les garantizaban el control de Ja ,~
política local, ya sin el embarazo d e las gentes y oficia.les del
Rey. Lenta pero seguram ente , gentes como Camilo Ton
Emigdio Benítez, Frutos J oaquín Gutiérrez,, los Pombo, los::.
raya, los Ricaurte , los Niño van enlazando sus intereses con~
hacendados d e todo el Reino bajo la dirección política ,. 105
lemas ideológicos del primero de ellos. ·
Este es el clima que encue ntra en Santa Fe don Antonio
Nariño , al regresar de su cautiverio en Bocachica para iniciar
la oposición contra Jorge Tadeo Lozano, presidente de e~
dinamarca, quien a pesar del recelo que ~ariño inspira a los
notables hacendados, lo n o mbra «corregid or y j uez d e teatro_..
de la ciudad7 •
Inicia su ataque contra sus excompañeros y exparierues
editando La Bagatela, cuyas páginas se dirigen a exacerbar el
sentimiento público mostrando cómo un gobierno débil puede
hacer perecer la independencia de todo el Reino a manos
de los partidarios del Rey. Con su prédica respecto a la nece-
sidad de una forma de gobierno capaz de enfrentar la emer-
gencia bélica a través de vastos poderes centralizados., atrae 1a
adhesión de los grupos mercantiles de Santa Fe, tanto de los
independentistas como de quienes solamente han tolerado la
autonomía. Y el tono popular y sarcástico de su periódico mue-
ve fácilmente a la turbulenta plebe que había servido de peana
para el 20 de julio, pero que tiene un cierto grado de l i ~
9
Y movilidad en razón de su residencia y actividad urbanas,.
se la compara con los terrazgueros, agregados y peones d· e las
haciendas rurales. .
Esto le basta a Nariño para conseguir el poder mediaflt~
un motín y desalojar al presidente Lozano, vocero de los_ latt-
fun distas aunque este último le guarde más tarde una. oerta ~~
'
lealtad, para mantener los contratos de abasto de carnes
familia con cualquier gobierno que exista en Santa Fe.
LA HACIEN DA y EL NACIM IENTO DE LOS PARTID OS POLÍTI
COS 229

con el apoy o de l~s come rcian ~es -inc luso de los come r-
fieles al Cons ejo de Reg enci a- lo que ocas iona que a
·ante s d , d
el . - o se le tilde espu es e «rege ntista », y de la mayo r parte
~1arin 1 - (1 h'
r" rnasa popu a1 os «c isper os») el nuev o presi dent e de
de la
d . arnar ca se d.ispus o a 1a pugn a con sus antig uos com-
cun 1n
8
añero s• , .
P Se trata de _un ªPºY º, ~rme Y exph c1to. El mism o José Marí a
carbo nell, parie nte poht1 co de Nari ño que habí a movi lizad o
vend edor es de la plaza de merc ado el 20 de julio cont ra
alos
virreyes y hab ia ' 'd
s1 o preso por tal hech o por las nuev as au-
}os 'dade s criol las, form a una vang uard ia de «pate adore s» que
wn .
congrega al pueb lo b~o ~ara presi. onar la dicta dura de Nari ño.
y en cuan to a los ,co_merc1antes, cuai:ido en plen a guer ra civil se
solicitó un emprest1to_ de emer genci _a, «entr e veint e indiv iduo s
de esta clase de la capit al se prop orcio naro n al gobi erno , el día
29 de octub re , en el término de dos horas, cient o doce mil peso s,
no habié ndos e solic itado más que oche nta mil»9 •

IDEO LOG ÍAS Y REC LUT AMI ENT O


Camilo Torre s, abog ado perte necie nte a linaje s terra tenie ntes
de Popa yán y admi tido com o miem bro selec to de la oliga rquía
santafereña que se expr esab a en el Cabi ldo, ha dejad o para la
historia la que podr ía deno mina rse la decla ració n de princ i-
pios de la clase hace ndar ía que él sirvió y repre sentó hasta su
muerte. Es el céleb re «Mem orial de agrav ios», repre senta ción
redactada para ser envi ada a la Junt a Cent ral de Espa ña en
nombre del Cabi ldo de Sant a Fe. Torr es escri bió el mem orial
en su calid ad de «Ase sor y Dire ctor» del Cabi ldo en 1809 a
pesar de lo cual el Ayun tami ento lo archi vó por temo r y sola-
mente circu ló en copia s manu scrit as, hasta cuan do en 1832 fue
impreso como una pieza histó rica de gran valor polít ico 10 •
El hom bre que no quiso defe nder a Nari ño, acus ado de
subversión, escri bió quin ce años más tarde el idear io de la su-
blevación cont ra la depe nden cia de Espa ña, tal cual era senti do
Yenten dido por los hace ndad os y abog ados de las oliga rquía s
neog ranad inas.
230 EL PO DER PO LÍTICO EN COLOMBIA

Las reivind icacion es postula das por Torres se refieren esen-


cialmen te al derech o de represe ntación de los america nos en
la formac ión de las leyes y decreto s que dictara n las Cortes del
Reino, convoc adas por la junta Central de España al comenz ar
el año de 1809, mientra s se desarro llaba la guerra contra Bona-
parte en toda la Península.
Torres defiend e el derech o de represe ntación igualitaria
para las provinc ias america nas, fundán dose en que las españo-
las tenían un número idéntic o de diputad os, no obstant e sus
diferen cias en cuanto a territor io, poblaci ón o riqueza . A lo
cual agrega los datos que compru eban que los domini os de las
Indias, teniend o una poblaci ón similar a la de la España penin-
sular, la sobrepu jan desmes uradam ente por la magnit ud de su
territor io y de sus recurso s natural es y solame nte les es inferior
en su capacid ad cultural , porque un «bárbar o» gobiern o ha
impedi do el desarro llo de la educac ión y del libre pensam iento
en ellas.
Apelan do a las Leyes de Partida -que conocía bien -como
abogad o- el memori alista defiend e la tesis de la nulidad de
los impues tos votados sin represe ntación y exige para los ame-
ricanos, como descend ientes de los conquis tadores , «todas las
honras y preeminencias que tienen y gozan los hijosdalgo y cabal/,e-
ros de los reinos de Castilla, según fueron, leyes y costum bres de
España». Pide que se abran las «puerta s de todos los honores
y empkos para los americanos» y que estos gocen de todas las
«distinciones, privilegios y prerrogativas».
Torres construye, sobre la doctrin a de Montes quieu acerca
de los tres poderes , una teoria sobre la ilegitim idad del Con-
sejo Real de Castilla y casi se conden a a sí mismo y a sus man-
dantes, al repetir la opinión de Morla a quien cita: «¿Piensa
que jamás llegue la nación a tal ceguera que se someta en todo
a una aristocr acia de individuos de una sola profesi ón y de un
mismo interés personal?». La cual, no obstant e, constitu ía la as-
piración implícita y concreta de los hacend ados indepen dentista s
de Nueva Granad a.
Es un precios o dato sociológico el hecho de que don Ca-
milo Torres haya interpre tado el dogma francés y burgués de
la igualdad como un instrum ento para adquiri r ante todo pri.-
vil,egios, distinciones, prerrogativas, honores y empl,eos. Ello muestra
!A I-IACIENOA Y EL NACIMIENTO
DE LOS PARTIDOS POLÍTICOS
231

011 increíble claridad las consecuencia


s distorsionantes de las
~deologías políticas en Nueva Grana
da, cu an do se aplican a
una sociedad cuyos valores íntimos
están en conflicto pro fun -
do con las teorías, qu e se convierte
n en meras he rra mi en tas
de tendencias dif ere nte s y au n con
tradictorias respecto a las
«racionalizaciones» abstractas.
Al extrapolar los conceptos revolucio
narios franceses de la
realidad histórica bu rgu esa y aplica
rlos a la vida política neo-
granadina, To rre s y sus teorizantes
compañeros olvidan no so-
lamente la vida co nc ret a de su pu ebl
o, sino sus propias no rm as
tácticas e internalizadas. De esta ma
nera, terminan reclaman-
do el «privilegio» en no mb re de la
Santa Igualdad.
Evidentemente, al red act ar el texto
de su memorial , el doc-
tor Torres ten ía en 1nente el interé
s de las altas clases sociales
neogranadinas, pa rtic ula rm en te la
de los propietarios de tie-
rras y de los «doctores» qu e los rep
res ent aba n en los cabildos.
Sus quejas no se ref ier en tan to a las
instituciones gubernamen-
tales coloniales, sino al he ch o de
que los empleados y altos
administradores de l Virreinato no
sean los nativos de su terri-
torio, que solamente conseguían un
papel político significante
en los Ayuntamientos. No hay na da
en este escrito qu e pu ed a
interpretarse co mo un a necesidad de
cambios institucionales o
administrativos, co n la excepción de
las quejas po r las censuras
políticas establecidas sobre la educac
ión, que ha bía n llegado
hasta pro hib ir la existencia de un a
cátedra universitaria sobre
el Derecho de Gentes, y qu e a juicio
de Torres era n un a barre-
ra bárbara pa ra el pro gre so científic
o y técnico.
Las cuestiones económicas oc up an
escasos párrafos en el
texto y se limitan a rec ab ar enérgicam
ente el principio de qu e
toda tributación sin rep res ent aci ón
es ilegítima, siguiendo en
esto las tradiciones jur ídi cas medieval
es de España. Y na da hay
relativo a la desigualdad social o a
las arbitrariedades fiscales,
que otros co nte mp orá ne os suyos de
nu nc iar on antes y después
de la Ind ep en de nc ia.
Todo el do cu me nto revela la tranq
uila certidumbre en qu e
se hallan los voceros de los Ayuntam
ientos criollos sobre la soli-
dez de su po de r social, qu e solament
e req ue ría la desaparición
de los administradores peninsulares
pa ra convertirse en el po-
der político absoluto.
232 U l'OJ) l~R 1'01 111 ( O ~ ~ ( OI O MBI A

El lengu~je jurídico} erudito de Camilo Torres hace con,


traste con los doc umentos salidos dr la p lum a de:> Antonio Na.
riúo para los mismos años . Cuando, a su regre~o de Boca.chic
y acogido a la protección d el auobi spo Manín e1 Compaúói;
N,triúo soli ci tó su libertad al Virrt'y y a la Audie ncia, M' le p~
como condición a más de la delaciún so bre ) ll~ contacto~ e
- n
Europa -la d t' redanar un bzwyo whn' 11 n mi rou j1lan rk ad,,.
mi11istmrió11 t'II el Nuruo H1:v1w rf,, Cm nada en el cua l. según s~
palabras, «satisface por c,t c ll~() ;1 cuant o en l'l pan icu lar '>e rne
había prcgun tado " 11•
~lie ntras q11 c T o rre~ e n el .\ 1rmo nri/ d,• af(rr11110s po ne todo
su art.'ll{O t' ll \;i rc pre ~<'ll l,I( ¡,·lll p()l ític ,l de < ad,1 Ciudad y pro-
ún cia. prcludiand n la ,H tit ud fcc h- 1.di 'll.1 qw· luq.~o t·ncabe7..a_
rá.. Nariúo hace u.-m de , u, eonrn 11 11 icn tm. , t''-P"' 1c·n<ia\ como
co merciante , oricnt.mdo , u ll .1b.1jo h,H.1,t l.1 1 c·form., de la~ re-
glan1cnLacionc~ nwn .u1tiln \ fi,l .tk\ . .tl irH, ('m 1·11to de llll<"\'O!>
culti\'us Y e>.pl o t.1<. io nc, ele tn d .1 1ndolt- que pod1 1an .mmcntar
las exponacionc~ lll' og1.u1;td1 11 .1, , ,\ l 0111 h,u11 J.1., o.<qx iont"'s
al d e rec h o común, g ('IH:I ~d c¡ uc t nmo d t1 1hutu de lo~ indi~.
impedían la libre circula( in n de.: lo , hi c uc, , e!'ilOI h.,h..m a la
come n ialit~inon ck toda la nd,1 n rn 10m1<. ,L
~ ariúo . l~rntu <.' ll su c~n iw ck~1m.1.do ,t ....m~Ltrc1 la peu-
ció n del \ 'ine, \ ck la Au<l1enu.1 dc \.llt· l.t cu u ·L tomo t·n ~U5
pn sterio1t·~ lLtb.tjo!\ dt· pc1imiht.1 \ lihd 1~l.\ c.·n IJ1 Jlt1gnld1,, 17
aú o~ ma.~ l,tnk . 1iew: ~oln e l.1 1t · \ olw. ttm t.k IUt.lqx •ndt~n( ia un
punto de ,i.!,u p1.1guu ü1. u. tp h· ',,(' t·ndt·t e,., uu, ..\ ~olu<ion:u-
p1 o ble m<'.b de hcc ho . que ., c,pt·1.. ul.u n m fü o~o fi.i~ jundka.s
teórica., , que a p:u t·n tt·rn e tllc d c~tit•ú.tbl,
Para Nm ii'w . el p1 ubkm.1 l'M: ll t i.JI no <·t-:i la lndqx·nden-
cia, ~ a lo largo dt· !\U vida púbht".:t tue uotono •q U (' lo~ np.uiol<')
de Santa Fe:" t·~lu\'it· 1m1 a MI lado r q ue mucho más tarde, cuan·
do sufriú un dcsr alabro milicar i11t•par4bJt> en la provinda de
Pa~to. ~e Jt· acu.~, ).u gam,·tHt· ck halx-1~ · ~ntr<.>f.fJ.do ~in< 01nba-
1ir. l"'t Indepcn d t n ria pan:n: habt·r ~irln en ~u me n te un medio
p~ra ck\t·tnh,u .um ,d Nuc, o RrYno de l.l, com pkjfrfadt·-, } n ..
)(lamenktd o nc~, m<·rc..tnt ik , ) cro11ómint, de l.1 Corona~ p,uJ,
•mod ,.. rnizar • eJ pdi~. ~í ·~ u\a. el ,rn ,dml.u m d<· nLwslros djas.
La& ic.kologi.t'- v la~ teonas p o liHGIS dt~ 1,U!) <on t..·mp01 ,t·
neo~ ~uS<. itaban en él la h urla \' e l , arca,Jno t.."OOU"'a lo~ pboe'>
(.\ IIACIFNDA Y EL NACIMIENTO DE l.OS PARTmos POLÍTICOS 233

t1inli~ricos de grandez a: << lbagué va a ser una nueva Washing-


q 1. Tun¡·a será la Filadelfia del sur; Cartage na se las disputa rá
tOl • ·
. Boston, si no es que se hace la capital de todo el reino; las
dos Carolinas seran euenca y Pamplo na, y así de las otras pro-
,1 -

. c·, s Esta misma transfor mación la va a ver el mundo entre


Ylll 1'1 '
los individuos: hay más Franklines, Washingtones y Jefferso ns
entre nosotros que hubo soldados en Norte América» 12 •
Pero N;:1ri110 peleaba un a pelea perdida . Sus subalte rnos
ocasionales le vuelven la espalda. Comien za a depend er de los
pequeños c?merc íantes _sai~tafer~11os, u~o de los ~uale~, Caba-
llero, ha de_Jado en su d1ano un maprec1able testlmo mo de lo
que senúa un propiet ario de dos «tiendas » en materia s políti-
cas en la víspera de la invasión de Morillo 13 •
José l\ilaría Caballero sirvió como subteni ente en el ejército
santafereúo que libró la lucha contra el Congres o de las Pro-
vincias Unidas. Estuvo present e en el sitio de su ciudad natal
el g de enero de 1813, cuando Antonio Baraya fracasó en su
propósito de rendir a Santa Fe, y en diciemb re del año siguien-
te, cuando las u-opas de las Provincias Unidas, esta vez bajo el
mando de Simón Bolívar, consigu ieron fácilmente ese propósi -
to y sujetaron a la capital por breve lapso, mientra s apareci ó el
ejército reconqu istador de Pablo Morillo.
Después de tal suceso, Caballero perman eció discreta men-
te oculto contem plando la ola de terror represivo de las au-
toridades militares reconqu istadora s y aguarda ndo el día en
que, tras la batalla de Boyacá, saliera nuevam ente el sol para los
republicanos de la Nueva Granada.
Caballero cuenta menuda mente las consecuencias socia-
les y personales de la pugna entre «paleadores» y «carracos»
(entre federalistas y centralistas) que vivió Santa Fe durante la
primera República. Gracias a él es posible reconst ruir proceso s
sociales de enorme interés para el estudio político del Nuevo
Reino, hasta ahora desdeña dos por la historiografía oficial.
De su ingenuo relato se infiere que los peones y pequeñ os
minifundistas de Cundin amarca, que formaro n en las prime-
ras tropas de Nariño, fueron paulatin amente sustraídos a su
causa por los notable s santafer eños que adoptar on el partido
del Congreso Federal. Antonio Baraya, Girardot, los Ricaurte,
son los jefes naturale s de estos campesinos, que siguen a sus
EL PODER POLÍTIC O EN COLOM BIA
234

patron es en la lucha por el predo minio de l~s provincias Jede.


ralistas, mientras que Nariño va quedando reducido al apoyo de los
pulperos, artesanos y comerciantes de la capital. Por esto tiene ra.
zón Cabal lero cuand o escribe, refirié ndose a la acción del g de
enero , en la cual las tropas federa les asalta ron sin éxito a Santa
Fe: «este corto núme ro de homb res y en tan estrec ho terreno
tenía que pelea r con dos o tres millon es de gentes . ¿Y cómo?
Porqu e tenía que pelea r contra todas las provincias de la Nueva
Grana da, porqu e todas se conju raron contr a la capital, hasta los
14
pueblos de la provincia de Cundinamarca>> •
El relato indica cómo los españ oles penin sulare s, en su
mayor parte comer ciante s, forma ron un batall ón de caballería
al servicio del dictad or de Cund inama rca: «No quedó español
que no cogiese las armas por viejo o inválido que estuviese»,
advierte Caballero, en los mome ntos en que Bolívar, al servicio
del Congr eso, ponía segun do sitio a Santa Fe.
Y meses más tarde, mient ras se adela ntan febrilmente los
prepa rativo s para intent ar resistir a las tropas expedicionarias
de Morillo, el cronis ta deja ver el desdé n con el cual eran mi-
rados por la gente de la capital los campe sinos reclutados en
las provincias de Tunja: «Entr aron 150 homb res de Tunja para
seguir a la exped ición, pero de todos no se podía n sacar 20
homb res capaces de tomar las armas porqu e eran un hato de
renga lidos, todos much achos , que no valían ni para tapón de
una alberca, bueno s sólo para malet eros, hamb riento s, desnu-
dos, sin armas ... ». Yalgunt;1.s págin as adela nte muest ra con cru-
deza las formas del reclut amien to: «A 24 salió el batallón "La
Guaira", con todos los reclutas que sacó de aquí y los contornos
y puebl os y de estos reclutas iban 600 amarr ados» .
La lucha de Nariñ o y de los santaf ereño s contr a la coalición
presid ida desde Tunja por Camilo Torre s, es una contin ua de-
serció n de los dirige ntes hacen dados de la capital. Todas las
figuras prestigiosas de la oligar quía capita lina, inicialmente ins-
critas en las filas nariñistas, se unen a los federalistas en plena
lucha . Algunos de sus nomb res ayuda n a explic ar los proce-
sos políticos posteriores:· Francisco José de Caldas, José Ayala,
Francisco de Paula Santa nder. Otros como Anton io Ricaurte,
muert o más tarde en San Mateo, busca n delibe radam ente la

1
L..\ HACIE NDA y EL NACIMIEITTO DE LOS PARTIDOS POLÍTICOS 235

derrota de sus propias tropas frente a los federalistas mandados


por su primo hermano ~araya Y_ por su tío Joaquín Ricaurte 15 •
Solamente dos apellidos latifundistas aparecen tibiamente
al lado del esfuerzo centralista, como se dijo atrás: los Loza-
no de Peralta Uosé María y Jorge) y don Luis Caycedo. Pero
en ambos casos, se trata de gentes que comercian con ganado
como contratistas de los cabildos urbanos y que tienden a per-
manecer adictas a cualquier autoridad santafereña, no importa
su tendencia. Don José María Lozano, verbigracia, ofrecerá su
casa para un banquete en honor del general Caldas, segundo
de Morillo y su hermano Jorge fue fusilado, a pesar de su reite-
rada protesta de fidelidad al Rey, que Morillo desechó 16 .
No por mera casualidad habían elegido los próceres lati-
fundistas como «cabeza de turco » para iniciar la insurrección
de 1810 a un español comerciante. Y durante la primera Repú-
blica chocaron con violencia con gentes como este Caballero,
de cuya condición puede juzgarse por un párrafo de su diario:
«Noviembre. A 30 me entregué de la tienda de pulpería, en la
calle de Santa Clara, en la que estaba de cajero don Nicome-
des Lara, cuyo patrón era don Clemente Posadas y se debían
$ 500 a don Tadeo Martínez, pulpero de la plaza. Yo la compré
en$ 750».
Para estos seguidores de Nariño, sus contrarios eran gen-
tes que «pelearon por los honores y las rentas y por esta causa
dieron dos ataques a esta ciudad» 17 • La observación parece un
comentario irónico al texto del Memorial de agravios que jamás
conoció Caballero.

EL «ESCUADRÓN DE ARRENDATARIOS»

La marcha de Pablo Morillo, desde Cartagena, con sus vetera-


nos de las guerras napoleónicas y sus auxiliares mulatos, puso
fin a estas batallas de aficionados y sepultó bajo un nuevo orden
las antiguas rencillas sociales, que se replegaron sin desapare-
cer, a pesar de la muerte violenta de casi todos sus caudillos
a manos de los fusileros españoles. Como para subrayar invo-
luntariamente la calidad forastera de ese orden, incongruente
con la realidad social neogranadina, los soldados de Morillo
¡,: 1, l'OIH:R l'Ol.ÍTICO EN COLOMBIA

desfilaron en Santa Fe el 6 de mayo de 1816 «vestidos uno


lo mosaico, otros a Jo moro y ]os artilleros a lo genízaro, co~
un a especie de diademas en la cabeza que llamaban cachuchas.
La infan tería ve nía vestida a lo hún garo y los curros a lo gi-
tano, con chaque ta y capole corto; los zapadores venían con
barba larga, como capuchinos y el vestido a lo húngaro y
con bigote» 18 •
Como es sabido, la violencia militar organizada y reglamen-
tada, aj ena totalmente a la tradición casi tres veces secular de
la Nueva Granada, aunque consiguió rápidamen te la rendición
d e las bisoñas tropas de las jóvenes provincias «republicanas» y
d ecidió extinguir la rebeldía por el procedimi ento extremo de
ajusticiar a sus caudillos, no bastó para contener la resistencia
larvada del país.
Las disensione s internas entre las provincias obligaron a
Simón Bolívar a levantar un sitio arbitrario puesto a Cartage-
na y a marchar a Jamaica, permitiend o a Morillo la tarea de
rendir la ciudad para su propia causa. Y a pesar de que los
restos de los últimos ejércitos de las Provincias Unidas fueron
alcanzados y batidos en el oriente y en el sur del país, la acción
de las guerrillas rurales, apoyadas por la organizaci ón urbana
clandestin a, inquietaro n desde los primeros días a las tropas
conquistad oras y a la nueva maquinari a burocrática-militar
montada por ellas.
Como era de esperarse, dadas las condicione s sociales
y políticas atrás analizadas, la guerrilla se hace inquietante y
amenazad ora solamente en la vieja región de los hacendados
centro-andinos que habían combatido y derrotado a Nariño, mientras
que el resto del país permanece pasivamen te sujeto a las nuevas
autoridade s 19 •
La actitud típica de .estos guerrillero s del centro de la Nue-
va Granada está en el párrafo de José María Baraya, al hacer el
elogio póstumo deJuanJo~ é Neira, un veterano combatient e al
servicio de las Provincias Unidas:

Formó un escuadrón de sus arrendatarios y de varios vecino~ de


Guachetá y Lenguazaque, lo montó en los caballos de su hacien-
da, lo racionó de su peculio particular y con él se incorporó a las
tropas independie ntes que fueron derrotadas en Cáqueza por
(.,A IIAC:IENDA y EL NACIMIENTO DE LOS PARTIDOS POI.iTICOS
2~7

caJzada. Con varios de sus compa ñeros logró intern arse en los
de Casan are [ ... ].
L1an Os·
Convencido ~e ~ue no era posible en aquellos mome ntos
promover un mo~11:1 1en~o_r~accionari?, fue a sepulta rse en el pá-
rno de Gacha nuva, a VIVIr mdepe nd1en te y libre, y libre e inde-
ra ., df'
endien te viVIa, c~an ° ·ue a buscar lo su esposa, que lo condu jo
p un campo no lé:JOS de Choac hí. Allí perma neció oculto algún
~ernpo y desdeñ ó con noble Y patriót ico orgullo el indult o que
tuvo a bien hacerl e ofrece r el señor Jurado , espera ndo alguna
ocasión propic ia para lanzarse otra vez a la lid en defens a de los
fueros nacionales. No tardó ésta en presen tarse y reunid o a la
guerrilla que en aquel tiempo levant aron los Almeyda, dio prue-
bas en repetid os comba tes de su indom able valor2º.

La guerrilla de los Almeyda, cuidadosamente histor iada


or oswaldo Díaz Díaz en un libro de enorm e interés socio-
iógico, muestra la ~r_ama ~~ la lucha política de la hacie nda
contra el orden poht1Co-m1htar de Morillo, lucha que sí resultó
inicialmente infruc tuosa y solo preservó sus valores por la inter-
vención extraña de Simón Bolívar, permi te seguir la huella del
proceso por medio del cual conservó y defendió su poder , aun
contra las intenc iones políticas de su propio Libertador.
El área de la acción guerri llera de los Almeyda en 1817
coincide asombrosamente con la región más densamente poblada por
los muiscas precolombinos y, por tanto, con la zona de más ricas
y perdurables encom ienda s y de haciendas más impor tantes a
lo largo de los siglos coloniales. Es la comar ca que hemo s se-
ñalado como la dueña y deten tadora del poder político criollo
antecedente, el centro de los actuales depar tamen tos de Cun-
dinamarca y Boyacá, equivalente más o meno s a las antiguas
provincias de Tunja y Santa Fe.
Los Almeyda, hered eros de un vasto latifundio en la región
de Cúcuta, emigr aron a Santa Fe hacia el año de 1814, donde
compraron una ampli a casa en el mejor barrio de la capital
y una hacienda, denom inada «Tibabuyes» de una «exten sión
aproximada de setent a y cinco kilómetros cuadr ados y un pe-
rímetro de 35 kilómetros» que Díaz sigue descri biend o como
«una enorm e exten sion de tierra en los vecindarios actual es de
Funza, Engativá, Cota y Tenjo». «Dentro de la comp ra entra-
ron dos mil trescientas reses, doscientas sesen ta yeguas, ciento
238 EL PODER POLÍTI CO EN CO LOMBIA

setenta caballos, veint.Innco muletos, tres pollinos hechores


. .
cinco pollinas , un pollino d e sabana, un pollino nuevo, se¡~
esclavos» :? 1 _
Los nuevos residentes santafereúos contaron a más de 1
comun1"d ad de intereses, con vínculos de parentesco entre laa
oligarquía de los hacendados y «doctores» santafereños, por-
que doña Rosalía Sumala\'e de Almeyda reunía en tertulias
domésticas a las mujeres más notorias de la ciudad: Ponce
Ricaurte, Caycedo, Galavís, Baraya 22 • Y don Domingo Cayced~
seni.rá a \ .Ticente y Ambrosio Almeyda de cómplice y auxiliador
en la organización de sus actividades subversivas y terminará
comprando a los dos hermanos la enorme extensión de «Tiba-
buyes» , varios años después.
La acción de los Almeyda es breve pero llena de significa-
ción. Hacia el mes de agosto de 1817 aparecen complicados
en una conspiración que tenía como fin inmediato auxiliar a
la deserción de algunos granaderos del Batallón «Numancia»
con el fin de que escaparan con sus armas hacia los Llanos
Orientales y se- unieran a las fuerzas de resistencia precaria-
mente organizadas en esa zona, relativamente distante de la ac-
ción de las yüncipales fuerzas españolas. Apresados, se fugan
un mes más tarde sobornando a sus carceleros y se refugian en
Machetá, dando comienzo a la organización de una guerrilla
de 300 hombres que consigue ocupar una región importante y
tomar los pueblos de Chocontá, Ubaté y Sesquilé, entre otros.
Atacados por fuerzas realistas regulares son derrotados el 24
de noviembre y consiguen fugarse hacia los Llanos en compa-
ñía de unos pocos hombres, reuniéndose con las fuerzas que
allí comandabas~ viejo amigo y quizá condiscípulo de uno de
ellos, Francisco de Paula Santander.
Tan fugaz episodio obliga a internarse en la comprensión
de la situación social de la Nueva Granada, para ser entendido
a cabalidad en razón de su enlace con otros episodios críticos
de la lucha política de ese momento.
Gran parte de las tropas de guarnición en Santa Fe estaba
formada por antiguos combatientes patriotas tomados como
prisioneros por los soldados de Morillo y de sus segundos en la
campaña reconquistadora de 1816. Fueron forzados a servir en
las tropas del Rey como una forma de pena por sus actividades
IA HACIEND A Y EL NACIMIEN TO DE 1.0S PARTIDO S POLÍTICO S 239

anterio res y en esa condic ión estaban gentes que pasaro n a la


historia apolog ética como el luego genera l José Hilario López
-cuyo papel será crítico en el proces o polític o del medio siglo
siguie nte- y el soldad o Alejo Sabara ín, el prome tido de Po-
licarpa Salava rrieta y su compa ñero en el banqui llo de fusila-
miento . A ambos les había sido conmu tada la pena de muerte
por el servici o castren se, despué s de haber sido prision eros en
el sur del país2:1 •
El proyec to, en gran parte cumpli do, por el cual fueron
presos los Almey da, consist ía según se dijo antes, en persua dir
a estos recluta s forzado s del «Numa ncia» y de otros cuerpo s
de tropa, a fin de que deserta ran con sus armas y se reunie ran
con los restos de las tropas que habían salido a Casana re, de-
rrotada s por el genera l Calzad a en 1816, tropas que finalm en-
te habían sido organi zadas por Francis co de Paula Santan der,
elevad o al grado de genera l por Simón Bolívar , tras su regreso
a Venez uela desde el exilio antillan o, para tentar de nuevo su
suerte militar .
La conspi ración en que fueron parte import ante los ricos
terrate nientes , compr ometía a la mayor parte de las grande s
familia s santafe reñas y a gentes del pueblo subord inadas a ellas
por razón de su origen campe sino o de sus oficios urbano s.
Este era el caso de Polica rpa Salavar rieta, joven campe sina de
Guadu as, llegada a Santa Fe con una recom endaci ón del pro-
pio Almey da para Andre a Ricaur te de Lozano , que le permit ió
servir como costur era a las princip ales señora s santafe reñas y
como correo de los conspi radore s encarg ados de promo ver las
deserc iones mili tares 24 •
Es notabl e que Andre a Ricaur te se refiera a Almey da rela-
tando la recom endaci ón de Policar pa, dándol e el nombr e de
«mi compa dre», lo que acredi ta el hecho de que los ricos cu-
cuteño s habían contra ído alianza s de parent esco con las gran-
des familia s de Santa Fe, quizá aun antes de su estable cimien to
en la capital . Y alguno s de los soldad os de «Numa ncia» que se
dispon ían a la deserc ión hacia los Llanos muestr an con sus vin-
culacio nes familia res los nexos de los hacend ados santafe reños
con sus igual,es d e otras parte s del futuro país colom biano. Tal
es el caso de José Hilario López, quien, al relatar su vida du-
rante aquell os días, se refie re a su «queri da tía y benefa ctora» ,
24-0 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

doña Eusebia Caycedo y Santamaría de Valencia, y a su amable


prima Baltasara Vergara, a quienes debió finalmente la gracia
de ser licenciado de las tropas reales 25 •
Los vínculos del compadraz go y del parentesco político
asociaban a las oligarquías latifundistas de Cúcuta, de Popa-
yán o de Tunja con los magnates santafereño s que ocupaban
la posición central en esa red de poder social. Tales relaciones
son patentes en el caso del parentesco y de la solidaridad polí-
ticas existentes, por ejemplo, entre el prócer federalista Frutos
Joaquín Gutiérrez (compañer o y asociado de Camilo Torres)
y el futuro general Francisco de Paula Santander, quien había
sido uno de los oficiales que traicionaro n a Nariño y se hallaba
ahora comandand o a los granadinos del Llano 26 •
No menos esclarecedo r es el hecho de que la red conspi-
rativa que apoyó los esfuerzos de la guerrilla de Almeyda en-
contrara sus mejores aliados y sus más activos correos en los
curas párrocos de los pueblos. El clero bajo de la región resulta
comprensi blemente asociado con la causa de los hacendados,
toda vez que la Iglesia y los eclesiásticos representab an, en este
modelo social, una función subordinad a y estrechame nte liga-
da a las pautas y normas que permiten la pirámide social de la
hacienda. Los procesos contra los sublevados dejan entender
que en todas partes las casas curales se convirtiero n en los cen-
tros nerviosos que condujeron la rebelión desde la cima hasta
la base popular. Algunas veces, como en el caso del curato de
Manta, ello ocurre porque su titular, don José Ángel Manrique
Santamaría , emparenta do con todas las familias notables de
Santa Fe, purgaba en un discreto retiro a las sospechas que su
conducta anterior suscitaba en las autoridade s pacificadoras.
Los comandant es militares españoles estaban seguros de
estas circunstancias: don Carlos Tolrá escribía al Virrey Juan
Sámano: «Estos pueblos han sido engañados como lo he insi-
nuado a V. S. por los alcaldes y los curas ... Al cura y al alcalde
de este pueblo los tengo presos y mañana fusilaré al segundo, Y
al primero lo conduciré a mi regreso a esa capital para que V.
S. disponga de él, pues es tan criminal que exhortó al pueblo Y
por escrito él mismo confesó su delito» 27 •
Mientras los comandant es militares antiguerrill eros fusila-
ban alcaldes y aprisionaba n curas, los tribunales de Santa Fe
J.A I JAC ll".Nl>A y l~L NACIMIE NTO DE LOS PARTIDOS POLÍTICOS
241

intenta ban decapi tar la conspi ración genera l matan do a los


«doctores», voce_ros de la clase hacend aria, aunqu e en genera l
perdon aran la vida a los hacend ados. Morillo y sus ayudantes
extrem aron su celo repres or condu ciendo al patíbu lo a los más
notables -exalu mnos del_ Rosario y de San Bartol omé, insig-
nes repres entant es del antigu o federalismo. Por el contra rio, la
represión pacific adora se mostró más clemen te y en ocasiones
amnésica co n mucho s de los nariñistas, vinculados con los co-
mercian tes y burócr atas españo les de Santa Fe2s.
Tal era el panora ma polític o cuand o los «escua drones de
arrendatarios» de los Almeyda y de Juan José Neira, cruzar on
milagrosamen te la «cabuya» de Garago a y se intern aron en
los Llanos de Casana re, con las tropas realistas pisánd oles los
talones .
Dejaron tras de sí una oleada de represalias dirigidas con-
tra otros de sus arrend atarios dispersos, contra humild es muje-
res propie tarias de «tiend as» y «pulperías» de las aldeas, contra
mayordomos y peone s que secund aron su rebelió n, movidos
por el prestigio de los patron es y de los alcaldes y «gamonales»
de los pueblo s patriot as.
La tensión polític a no había de ser zanjada, sin embar go,
por la acción coordi nada de la hacien da centro -orient al del
país, ni por el aparat o militar de tipo europe o desple gado por
los expedi cionar ios de Morillo y sus auxiliares criollos. Otra
fuerza de un caráct er insólito vendrí a a ser (por un lapso) el
árbitro del poder en la Nueva Granad a.

LAS DISENSIONES DEL CASANARE


Privados por la violen cia judicia l de Morillo, de sus cabezas y
voceros jurídic os y políticos, los r~stos de la rebelió n indepe n-
dentista neogra nadina fueron obligados a refugiarse en una
zona hasta entonc es tenida por semide sierta y bárbar a, para
escapar a los golpes más directo s de las fuerzas expedi cionar ias
del Rey. A los Llanos de Casan are fueron a dar los pocos soco-
rranos, santaf ereños y tunjan os residu os de los descalabros de
1816, desert ores de los batallo nes del Rey en 1817 o fugitivos
de los intento s guerri lleros de los Almeyda.
l•'.I. f'! 11 )f,',H I'! )f .l'f'I< :e1 1•.N <:ell ,1 JM HI A

En las vecind ades del ( ;asanar<' ncogT anadin o los lhmcro"


vctH·zo lanos hahía11 kva111ado 1;i bande ra d<' la resiste ncia haj,,
el mando de caudill os s<·11li1>:1rbaros, lu<'g<> de'. lial>e r cornba tj-
do con li('rcza h,~jo las bander as d<"I Rey; y la condu cciún d<:
gentes como .José· Ton1(ts Bovcs y.José: Anton io l'{H:Z había ccm-
scguid o el milagr o de tornar las lcal1.adcs de estos mulato s a
caballo , (]UC cuatro ati os antes ha bían abatid o y dest rozado las
fuerzas de Simón Bolívar .
Cuand o Bolívar rcgrcsú a Venez uela y asumiú nuevam ente
la dirccci ún de la lucha autono mista, cn conlrú que algunos
núcl eos aislado s, en trc ellos las f'ucrzas ll a neras de l'ác z, hahían
conseg uido preservar su autono mía contra las arreme tidas de
las fu e rzas de Morillo y d e sus ge n e rales y pactó con este grupo
indóm ito que acc plú difícil e in cornpl ctarnc ntc recono cerlo
como su caudill o suprem o . .José Anton io Páez vaciló mucho
tiempo antes de recono cer la superi oridad jerárq uica de Bolí-
var y hasta el final de la Gran Co]omhi.a conservó una actitud
de recelosa autono mía, antagó ni ca con el concep to e uropei-
zante que de la discipl ina intenta ha implan tar e l Liberta dor.
Bolívar intentó fusion ar bajo un solo coman do a los neo-
granad inos fugitivos con los j efes llanero s venezo lanos, sin
conseg uir ningún efecto. Aislados en los alrede dores de la Fun-
dación de Upía, los neogra nadino s se batían esporá dicam ente
con alguna s expedi ciones realistas que descen dían de la cordi-
llera, pero se negaba n a obede cer a los coman dantes venezola-
nos y a unir sus esfuerz os con los llanero s de Páez.
Gentes como Anton io Arredo ndo, uno de los desert ores
del «Numa ncia» (y por cuya causa fueron proces ados los AJ-
meyda y Polica rpa Salava rrieta), o como Juan Nepom uceno
Moren o, vincul ado estrech ament e con las familias latifundis-
tas de Tunja, se negaro n a unir sus esfuerzos a los apureñ os
coman dados por Juan Galea, uno de los segund os de Páez, y
ambos grupos se sentían exento s de la autorid ad, puramente no-
minal, de Simón Bolívar.
Bolívar zanjó la cuestió n design ando como jefe militar al
neogra nadino Santan der, envián dolo «con un parque de ar-
mas y munici ones» y ordena ndo a Galea, el jefe apureñ o, estric-
ta obedie ncia, que el venezo lano aceptó . El propio Santan der
despej a las causas de las disens iones explic ando a Bolívar que
1,(\ ¡ 1/\ Lll'. NIJ /\ Y Jl,1. NAC ,fM IJ'. N'l<J 1,¡, 11.1'" l'J\ " ' I II <.,. ¡ <11,rtl
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(da infan tería (rna yori ~ria men t,e; gran adin a) r<;be fara !Sj
,u: la
condt~jcsc al Apu re .. : l•,I co rnan dant,(: Arré dond ,, <led
arI, qu,:
ni a él n ¡ al gc~1cral Pat: z le <,bc ckda su bata llún :t,. y <:n
Af:gu ída
relata lo ocur nd0 \~~~~d_u.J
UHt.<! Bri ceií o , d ante ri,,r com anda n-
te nornbrad~>_por I acz, mtcn to hacc.:nsc ,,bedccc:r de los
~rar1a-
dinos lo vcnf H'. arc~r/1 40 s<>ldados d e Vene zuel a y d restíJ
, has ta
400 hom bres s1g_u/10 a Arrc dond o, quie n L(Jmand<J d par<JtH:~ la
armería, etc., d<;J<> las llanu ras y sc_: fue a Zapa toca , en dond
e Jo~
A}rncyda tenía n algu na g<-:ntel!'i_ Sant ande r y los AJmeyda
eran ,
desde lueg o, viejo s com padr es y cam arad as, y la sutr te
d t: ]os
prim eros está ~nid a, com o ~e .v erá, a 1a vida y a las pecu
liares
ambi cione s soc iales de <.:ste ultJm o.
El siste ma de paut as y valo res, la e.\trur:tura asocí rüíva de
ta
hacienda, repr esen tada e n estas tropa.~ gran adin as refug
iada .~
en Casa narc , habí a choc ado con un nuev o adve rsari o:
la tropi -
lla de lanc eros dd llano apur eño. Una fu sión artYi cial de
las dos
formas de asoc iació n polít ica y bélic a, so]a men te fue
posi ble
bajo el encu adra mien to en mod elos m.ilitares de tipo euro
peo
que Bolív ar inte ntab a crea r, otor gand o a Sant ande r su
con-
fianza a fin de que tranq uiliz ara a sus pais anos y cons
iguie ra
obed ienci a de los vene zola nos, en virtu d de que decl arab
a a
Casanare prov ision alme nte incorporado a Venezuel,a.
El resu ltado de este paso polít ico fue extr aord inar io y deci
-
sivo para la auto nom ía de Amé rica, aunq ue a la larga no
resol -
viera los anta goni smo s estru ctura les impl ícito s en esta
alian za
provisional. Arre dond o se apre suró a decl arar a Sant ande
r: «U.
S. No debe dud ar un mom ento de mi obed ienc ia: mi pers
o-
na, las arma s, la ofici alida d, todo está a su disp osici ón,
pues
nuestros debe res son mili tar bajo las órde nes de un
jefe de
la instr ucci ón, expe rien cia y prud enci a de U. S. »30 • Y esta
fue
igua lmen te la actit ud de los tunj anos com o Mor eno y
Ram ón
Nona to Pére z.
Los llane ros del Apu re sigu iero n la mism a cond ucta , alen
-
tados por el hech o de que Sant ande r actu aba com o suba
lterno
de un venezolano, Bolívar, a quie n Páez pres taba una nom inal
subo rdina ción . No obst ante , fue nece sario que el prop
io Bo-
lívar marc hara haci a el Apu re con sus auxi liare s ingle
ses e ir-
landeses para aseg urar de man era estab le la obed ienc ia
de los
lanceros.
~ 11 ~l rnmH. 1'01 lrl< () l· N (,()! OMl\11\

La itTll JK ión rlc lo~ mula tos montados del Apure y de los
j<·frs milita res , cnc:tola nos subordinados de Hol ívar tras la bata-
lla de Hovac'i, a~oriarlo~ a los d estaca m e ntos granadinos, impli-
c.t una nuc,·a co nt radicció n socia l cuyo proceso y destino están
li Raclo" a la creación y di~olw iú n de la a 11tiRua Colombia.

LA 1:-SI Rl ' CTl' RA Y EL CA RÁCTER


Dl•,L ~l 1EVO I<]tRCITO
R(' \U miendo los rasgos del ~jércit.o d e Bo lívar, David Bush-
ndl ha escrito respec to de su composición social:

E~ perfectamen te claro , sin embargo, que se trataba de una de


las instituciones nacionales más democráticas, socialmente ha-
blancio. La aristocracia criolla detentaba por supuesto la mayor
parte de las posiciones de mando , pero el ejército había creci-
do con tal rapidez y en forma tan desigual que era imposible
que una clase social determinada pudiese mantener una neta
hegemonía. Así, hombres de origen humilde como José Anto-
nio Páez, escalaron las más altas posiciones y el analfabetismo
no constituía un obstáculo absoluto para llegar a ser coronel.
En realidad, el mejor camino para que un mestizo pudiera lle-
gar a alcanzar un puesto en la administración, la estima social o
un asiento en el Congreso, era el ascenso a través de las fuerzas
armadas.
Otra anotación de orden general que puede hacerse, se re-
fiere al número desproporciona do de oficiales del ejército pro-
cedentes de Venezuela. Esto es especialmente válido en lo que
respecta a los más altos cargos.

«La proporción de venezolanos era algo más baja entre las


tropas», sigue diciendo Bushnell,

entre otras razones porque estas morían o desertaban con 111ayor


frecuencia y las unidades que salían de Venezuela obtenían rem-
plazos en la Nueva Granada y el Ecuador. De otra parte, un buen
número de oficiales y de hombres eran voluntarios extranjeros
que habían venido en busca de dinero, de aventuras o de una
oportunidad para servir a la causa de la libertad. El principal
problema por los legionarios extranjeros era que exigían prefe-
rencia en lo que respecta a la alimentación, la paga y el trato ge-
neral, y generalmente eran poco útiles cuando no se satisfacían
l \ ll \ , H '\ l) \ \ H " \ l ll\ll F -..: r o LW I os P •\ LU'II H)S l'Ol .ÍTICOS 24!">

, tt~ 11n:c:·, 1d.1de s: h >s i11g-lt-ses. com o lo o bservú Púez, n o fun ciona-
b . . ui , u1 , .1 p,.\ t t.:-
) . ~ 1.

Fst.1 t)l~jt·ti,·a dc:--cripl·i(m d e algunos d e los caracte res más


noc.1bks dd t~jt"·rc iw de Holí,·ar n:quicre alg un as expli cacion es
.Hlit-ilH1,dcs . q ue permiten art ic ul arl os con la realidad social
que:· cs..1s trop.ts cst ~1b,u1 mod ifican do , dt' h ec ho , e n la Nu eva
l~ran.1tL1 .1 p.1rtir ctt' l día del tri un fo de Boyacá e n 1819.
l .1 C.1pi un1a C e 11tTal de Ven ezuela o frecía a fin ales d el
s.i~lu , \' 111 un.1 t'struct ura social de rígida estratificación,
d~cennin .Hb ante todo po r la coexisten cia de grandes m asas d e
esd .1Yos ,11 stTYicio de una o ligarquía d e «1nantuanos» e n cuyas
fihL, se· enco ntraban los ricos propie tarios d e tierras y minas, y
los prúspen >s come rciantes peninsulares y canarios.
La t'co nomía Ye nezolan a, por contraste con la d e la Nue-
,-.1. Gr-,mada e n la 1nisn1a ép oca, es específicamente mercantil.
La agTin1ltura y la n1inería están orientadas hacia la comercia-
lización y expo rtación de excedentes. El café, el cacao y el añil
compe tían po r los prüneros lugares en el total de las exportacio-
nes, y la socied ad mantuana de Caracas estaba en contacto tra-
dicional con los con1erciantes de las Antillas y en general con el
mundo exterior, a pesar de las limitaciones y reglamentaciones
del cmnercio colonial. En el interior del país la mano de obra
esclava , d estinada a las minas, a las plantaciones o a la ganadería
extensiva d e los llanos del Apure, era predominante 32 •
Cuando la orgullosa clase mantuana de Caracas inició la
insurrección contra el poder de la Corona española, los vene-
zolanos tenían una larga tradición mercantil ultramarina. Una
década más tarde, la mayor parte de las harinas, las carnes sa-
ladas, la manteca y productos alimenticios similares procedían
de los Estados Unidos o de las Antillas, mientras que los in-
tercambios comerciales con la Nueva Granada apenas tenían
importancia33 •
En este modelo social era particularmente dificil conseguir
la integración y la participación sociales del conjunto de la po-
blación, y los avatares de la primera guerra de Independencia
-perdida para los sublevados- mostraron claramente que la
barrera demográfica del color era un paso infranqueable para
la solidaridad colectiva. Apoyadas en las masas de negros y
246 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

mulatos, las autoridades coloniales eliminaron los intentos mi-


litares de Miranda, y luego en 1814, la feroz arremetida de los
negros y de los «pardos», a quienes Boves había ordenado no
dejar con vida a ningún blanco, selló nuevamente la suerte de
las armas confiadas a Bolívar por el Congreso de las Provincias
U ni das, de las cuales solo se salvaron pocos batallones que más
tarde Camilo Torres utilizó para conseguir que Bolívar reduje-
ra a los tercos centralistas de Santa Fe muy poco tiempo antes
de la arrasadora llegada de Morillo.
El propio Bolívar encontró en la guerra de las «castas» el
más decisivo obstáculo para la liberación de Venezuela en todo
tiempo, guerra que devastó a su patria y arruinó a los mantua-
nos. Y lúcidamente, comprendió el problema político implíci-
to en la estratificación demográfica, creada por una economía
mercantil de plantación, comparando a América con las ruinas
del impero romano «pero con la diferencia de que aquellos
miembros volvían a restablecer sus primitivas asociaciones. No-
sotros ni aún conservamos los vestigios de lo que fue en otros
tiempos» 34 •
Con mayor precisión puede decirse que en Venezuela, por
las mismas pero más hondas causas que en las provincias escla-
vistas de Nueva Granada las asociaciones, capaces de integrar a
la población de modo permanente, simplemente nunca exis-
tieron y ello originó la profunda debilidad de la organización
formal republicana, cuya apariencia solamente duró los cortos
años de vida que tuvo la antigua Colombia.
Ya Francisco de Mirar;ida, antes de iniciar la primera cam-
paña independentista en Venezuela, observaba que solamente
los mantuanos querían la emancipación mientras que las «cas-
tas» apoyarían la autoridad del ·Rey, y el olvido de su propia ad-
vertencia lo llevó a determinar sus días en la Carraca de Cádiz.
Por otra parte, esta aristocracia territorial y comerciante,
de la cual el propio Miranda y Simón Bolívar son representan-
tes característicos, estuvo siempre más cerca de la vida cosmo-
polita de Europa y de las ideas «racionales» y «modernas» que
casi cualquiera otra de las colonias españolas. Al mismo tiempo
que sus intereses y costumbres tendían a la imitación ultrama-
rina, se alejaban de los intereses populares de los «pardos» Y
carecían de verdadera influencia sobre ellos.
lA HACIENDA Y EL NACIMIENTO DE LOS PARTI
DOS POLÍTICOS 247

Aunque es cier to que Bolívar tuvo conciencia de esta


ausen-
cia de asociaciones sobre la cual pret end ía levantar la inde
pen -
dencia de Venezuela, no enc ontr ó otro medio, para
trata r de
encuadrar la pob laci ón en sus miras políticas, que inse
rtar a los
«pardos» y mestizos en el apar ato de un ejército que
inte ntab a
copar en todo aqu ello fuer a posible los modelos y la
estr uctu ra
de los ejércitos euro peo s, part icul arm ente del ejér
cito nap o-
leónico, que ejerció un hech izo prof und o sobre su
men te y su
sensibilidad 35 •
Por otra part e, la luch a con tra los veteranos españole
s que
habían com bati do con tra Bon apar te y la pres enci a
de los ofi-
ciales irlandeses, ingleses y franceses en sus propias
filas, ten-
dían a form ar una institución de corte extr anje ro y
de eficacia
«modernizante» aun con los elementos demográfico
s hete ro-
géneos que por otra vía pret end ía hom oge neiz ar y
«moderni-
zar» Simón Bolívar.
Esta tend enci a fue cada día más pod eros a después
de que
los oficiales y soldados llaneros asce ndie ron los And
es, libera-
ron a la Nueva Gra nad a y exte ndie ron la gue rra de nuev
o haci a
Venezuela y lueg o haci a el sur, en busca de las tierras
peru anas .
Por la fuerza de las armas, el ejército de Bolívar fue
incor-
porando a sus cuer pos a los campesinos mestizos de
los Andes,
a los negros libertos de Antioquia, a los indios de
Pasto y de
Quito. Si bien no consiguió nun ca hace r pop ular la
prof esió n
de soldado, fue form and o un espíritu de cuer po, clar
o y pre-
ciso en los cuad ros de la oficialidad, e hizo de la carr
era de las
armas una prof esió n regi men tada , lógicamente orde
nad a por
ascensos sucesivos, a pesa r del deso rden y de la imp
rovisación
que inevitablemente ocasionaba o imp onía la prop
ia bata lla
política.
Esto va dibu jand o los perfiles descritos por Bus
hnell, a
partir de 1820, y aun que muc hos observadores extr
anje ros se
asombraron a veces del exótico y pob re vestuario
de oficiales
Ysoldados ello ocu rrió las más de las veces cua ndo
con tem pla-
ron a Bolívar y sus gen eral es, capitanes y soldados
en la luch a
que prec edió a Boyacá en los llanos de Venezuela.
El ejérci-
to, que desd e ento nce s se modifica con los con ting
ente s de
la Nueva Gra nad a y pos terio rme nte de Quito, va
tom and o la
apariencia y crea ndo en sus filas las motivaciones, la
con duc ta y
248 El. PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

los hábitos de una fuerza regular europea. A pesar del color de su


piel, todos los oficiales van siendo uniforma dos, no solo en su
• ~6 y s
tr~jes, sino en sus actitudes y comport amiento . así, el ejérci-
to colombia no que San Martín pudo contemp lar en Guayaquil
o los cuerpos que triunfaro n en Ayacucho, ya no se parecía~
casi en nada a los grupos desarrap ados de jinetes llaneros O a
las 1nontone ras informes de peones neograna dinos que habían
triunfado en la campaña de 1819.
Tal como lo observó Bushnell , la mayor parte de los altos
oficiales proceden de las filas de la aristocra cia venezolana
pero igualmen te hay los broncos represen tantes y jefes de los'
<(pardos>> llaneros en las campaña s anteriore s. El ejército es en
tal sentido, una fuerza democrá tica y un canal de movilidad
social ascenden te jamás antes conocido en Venezuela. En rea-
lidad, significa la primera y la única de las asociaciones integra-
doras de su població n.
En la Nueva Granada nunca había ocurrido de tal modo.
En los primeros años de la revolució n los hacendad os-docta.
res se confirier on a sí mismos grados militares y arrastraron
tras ellos a los campesin os, no tanto en virtud de sus deno-
minacion es y títulos castrenses, sino en razón de su poder
social organiza do. Los oficiales de los ejércitos federalistas y
centralis tas neograna dinos no eran importan tes por comandar
los ejércitos , sino que comanda ban los ejércitos por ser pre-
viamente importantes y dominadores. Este es particula rmente el
caso de los oficiales de las Provincias U ni das y de los que se
pasaron a sus filas desertan do de las de Nariño. Son hombres
como Antonio Baraya, Antonio y Joaquín Ricaurte o Francisco
de Paula Santande r.
Bolívar, en su empeño de unir a la Nueva Granada con Ve-
nezuela y por las necesida des imperios as de su política supra-
nacionali sta, incorpor ó también a las filas de su nuevo ejército
a este tipo de hacendado-general, algunos de ellos veteranos lu-
chadores de las guerras anteriore s, como José Hilario López Y
otros destacad os heredero s de las grandes fortunas territoriales
y mineras, como Tomás Cipriano de Mosquer a.
Pero, igualmen te, fueron ascendie ndo en las filas de los
veterano s de Bolívar modesto s propietar ios de tierras o descen-
dientes de comercia ntes mediano s, cuya única oportuni dad de
I.A 1!ACIEN DA Y EL NACIMIENTO OE 1.0S PART IUOS 1'01.ÍTICO~ 249

. .dad social era la pertenencia a los cuadros militares, don-


1110v11
1
esperaba una carrera de ascensos sucesivos y rutinarios,
de 1es
. seguros. Estos, que podríamos llamar «generales-regulares»,
pe1 o -
.. eron las campanas 1·b d . ,,
1 erta oras partiendo de los rangos mas
hICI
ildes y cu 1minaron
. sus am b"1C1ones
. . despues
reglamentanas ,,
~~: disolución de la anti~ua Colombia. Buen ejemplo ~e e~te
.
0
de militares que debieron su generalato a sus rutmanos
~[rvicios y no a su previo poder social fueron el general Ospina,
desdichado adversario de Mosquera (que había sido su protec-
or) en 1860, o el general Mela, autor del golpe de Estado de
~S54, que desató la represalia militar y política de los hacenda-
dos-doctores y de los hacendados-generales contra los veteranos
modestos y los artesanos organizados de Bogotá.
Estos últimos oficiales, naturalmente afectos y defensores
de la organización y del carácter del ejército formado por Bo-
lívar como una herramienta para la emancipación de media
América del Sur, nada debían a las pautas de conducta y esti-
macion prevalecientes en la sociedad neogranadina, en el mo-
delo hacendario, y se constituyeron lentamente en una forma
autónoma de asociación para el poder, incongruente con las mo-
tivaciones y conductas de los generales y letrados de las oli-
garquías neogranadinas, viniendo fatalmente a chocar contra
ellas.
Esta incongruencia entre la estructura social y la nueva mi-
licia asume al comienzo -y nunca lo abandona- el aspecto
engañoso de una disputa regional entre venezolanos y neogra-
nadinos. Cuando Bolívar, a pesar de servir como ocasional ins-
trumento de las Provincias Unidas, es derrotado en Venezuela
en 1814 y se prepara para servir de ariete contra los centralis-
tas santafereños, muchos de los prohombres del federalismo
lo atacan, lo temen o intentan privarlo de todo mando mili-
tar. Entre ellos se cuentan viejos enemigos de Nariño, como
Joaquín Ricaurte, y veteranos hacendados-militares como
Castillo 37 .
La situación se hace más tensa cuando Francisco de Paula
Santander asume el poder como vicepresidente de Colombia,
mientras Bolívar concluye la campaña libertadora en Venezue-
la e inicia la expansión de las armas colombianas sobre los te-
rritorios de Quito y del Perú.
-
250 EL PODER POLÍTICO EN
COLOMBIA

Au nq ue ve ter an o de la ca
m pa ~a qu e cu lm in ó en Bo
gracias a sus esfuerzos co mo yacá
or ga ni za do r, San_tander es
pico re pr es en tan te del fede un tí-
ralismo ha ce nd an ~ de la
Boba», a pesar de qu e él y «Patria
sus amigos ha ya n deJado de
de r la teo ría de la federació defen-
n, ah or a qu e tie ne n el po de
ma no s en un a es tru ctu ra r en sus
centralizada. No ob sta nt e
chos de sus co m pa ñe ro s de que mu-
lu ch a siguen sie nd o vértebr
da me nt ale s de la nueva orga as fun-
nización militar, mi en tra s
pide ah in ca da m en te más tro Bolívar
pas y más di ne ro pa ra adela
sus planes militares en el su ntar
r, el vicepresidente y los do
qu e lo ro de an y le son lea ctores
les in te nt an re du ci r el nú
oficiales en servicio activo, m er o de
de licenciar tro pa s y de su
en lo posible po r milicias vo stituirlas
luntarias.
Es verdad que pa ra ello arg
uyen razones fiscales y finan
ras incontestables, pe ro no cie-
lo es me no s qu e la hostilidad
el ejército qu e asume otras contra
formas políticas, po r ejemp
la lu ch a co nt ra los fueros lo, la de
militares qu e son pr es en tad
op in ió n pública como un os a la
ejemplo de odiosos privileg
re cu er da n el re pu di ad o ré gi ios que
me n colonial3 8 •
En la Nueva Gr an ad a la imag
en qu e los antimilitaristas pre
se nt an de la nueva oficiali -
dad tiene relación es tre ch
regionalismo. Se trata, segú a con el
n ellos, de brutales «negros»
zolanos y de aventureros ine vene-
scrupulosos, irlandeses o ing
qu e insultan co n su violen leses,
cia cotidiana a las leyes y a
ciudadanos. Rápidamente los con-
el sentimiento público se co
en antivenezonalismo y a la nvierte
luz de esta pr es en tac ió n am
de be en ten de rse el proces bigua
o que culminó co n el fusil
de l co ro ne l mulato Le on amiento
ar do Infante, venezolano,
de ha be r da do m ue rte ale acusado
vosa a un ten ien te en un a
riñ a no ct ur na en el barrio oscura
San Victorino de Bogotá.
fue co nd en ad o a m ue rte po Infante
r un a Corte de Apelacione
cual los magistrados granad s, en la
inos votaron po r la culpabil
m ien tra s qu e el ju ris ta ca ra idad,
qu eñ o Miguel Pe ña se opus
se nt en cia de mu er te. Sa nt o a la
an de r y sus amigos político
gu ie ro n eli mi na r a Pe ña de s consi-
la Corte. In fa nt e fue fusilad
pr op io vicepresidente hizo o y el
an te el pa tíb ul o un a ar en ga
lar m os tra nd o la ne ce sid ad popu-
de qu e todos, au n los milit
so m eti er an a la ley39 • ares, se
L.\ J-l-\CIL'\---0.-\ y EL '-..\0~-llL\""fO DE LOS PAR . -
Tmos Pouncos 251

,.- 0 obstante , la lucha no iba dirimda esp 'fi


•" - 4t>"' eC1 carneo te con-
o contra los mercenario europeos, a pesar
s
o-a 1o~_\·enezolano.s . .
. 1 bien no tona 1nsolenaa. Debe notarse que tam bº, 1en en
de ~l . ,
feoezuela, por la misma epoca, los caudillos militares de las
oneras de los Llanos, cuvo meior eJ·emplo es P'aez, eh oca-
(I).OO ( . . , :.J ·
contra los. cntenos, la conducta y las norn-,,-,,. .
d e organIZa-
ba1l . . .1..1..u.~

ción de la ofioalidad europeizan te de Bolívar aunque se tratara


de brillantes generales Yenezolano s como Carlos Soublette O el
creneral Es-calona.
" En realidad, en _to~o el ámbito de Colombia el Ejército Re-
aular se est.aba connruend o en una nueva estructura asociativa de
;oráder político, que llegaba a asemejarla más a la organizació n
, a los modelos del Ejército Pacificador de don Pablo Morillo,
que a las formas de organizació n espontánea que regían la vida
5()Cial anterior de todas las provincias.
:So deja de ser hondamen te significativo que el propio Mo-
rillo (batido por Bolívar en Venezuela) durante la entrevista
de Santa Ana, que selló un armisticio y regularizó la guerra,
presintiera esta tensión entre la estructura social neogranadi na
y las Glfa.Cterísticas del Ejército Libertador.
-Csted segó las cabezas de los hombres más notables
del país, -dijo Bolívar a Morillo en tono de amistosa recon-
,enóón.
-¿Cuáles: -preguntó don Pablo con aparente candidez.
-Las de Camilo Torres, de Caldas, de los Gutiérrez, Gar-
cía Rovira y muchos otros que sería prolijo enumerar --contes-
tó el libertador.
Morillo posó familiarme nte una mano sobre el hombro de
Bolívar, fijó en este una mirada penetrante y añadió con fran-
queza militar:
-General, hice a usted un grave serncio al librarlo de unos
40
cuantos ideólogos, que más tarde le habrían hecho la guerra .
, El hecho escueto es que hacia 1826, mientras Páez se opo-
llla al estilo castrense regular de hombres con Soublette y
Escalona, presentánd oles como agentes de las intrigas neogra-
nadinas, Santander socavaba los fueros y preeminencias de los
~ e s del ejército bolivariano, intentando mostrarlos como
fJemplares de la brutalidad ignara de los llaneros venezolanos.
~ 1 I'< ll)I- R I'( ll 111( .<l J._ N C:Ol .<>MHI A

En l ~aracas, tanto como en Bogotá, el ej ército regularmente or-


ga111=.ado era d blanco de las iras de los caudillos con grados
militares instalados en el poder regional.
En ver<lad, la estructura del ejército y la hostilidad contra
C.:- l desatada no <lept' ndcn de la ocasional nacionalidad de su
cuerpo de oficiales, sino que surgen lógicamente de los pro-
\ Tctns políticos de Simón Bolívar y d e los métodos «modernos»
que él se rn·e obligado a emplear para elevar a los pueblos
hispa noamericanos a la categoría de gran potencia mundial,
desafiando y co ntrabalanceand o los grandes centros del poder
int ernacional.
A medida que avanza en su carrera de triunfos militares es
más claro el anhelo de Bolívar por superar la heterogeneidad
social profunda de los pueblos emancipados de la tutela colo-
nial por medio de instituciones de gobierno que incrementen
la movilidad social y puedan engendrar solidaridad colecti-
va en pro de ideales e intereses comunes. Por ello, la guerra,
mientras dura, le presenta esa oportunidad integradora que él
cree infalible. Pero cuando los últimos defensores realistas del
puerto de El Callao se rinden ante Bartolomé Salom, la paz
-tan temida por él- abre a Bolívar una perspectiva atroz, la
de saber, sin duda alguna, que no existe en realidad, fuera del
ejército, ninguna forma de asociación solidaria que pueda ven-
cer las resistencias o de los impulsos desintegradore s de cada
una de las antiguas colonias españolas. Bolívar descubre -aun-
que hasta el final se resista a aceptarlo- que no es en este
momento un dirigente político sino meramente un general
victorioso.
En sus cartas, proclamas y mensajes, así como en la estra-
tegia de su política integradora, puede seguirse este proceso
obsesivo que culminó en la destrucción de sus propios sueños.
Sus asistentes europeos, no obstante, entendían con claridad
y simpatía estas intenciones «modernizador as», que evocaban
para ellos la experiencia y los modelos militares de las ·guerras
napoleónicas. Y un testimonio particularmen te esclarecedor
de esta afinidad entre el aparato político-milita r soñado por
Bolívar y la experiencia de estos mercenarios extranjeros pue-
de hallarse en las páginas del Diario de Buoaramanga de Peru
de Lacroix, en el cual el aventurero francés relató sus conver-
U\ HACIEN DA Y EL '.'JAOMIEi'<'TO DE l - OS p.\ ·
º 'T IDO PO LITJ
."U\. S COS 253

sadones Y experi encias al lado de_ Su Excelencia, mientr as se


desarrollaban las tormen tosas sesiones de la Con,·en ción de
- 41
ocana . . ,. .
El ejército, despue s del tnunfo de Ayacucho, se reveló como
a estrUctura de poder pobrem ente eficaz para mante ner los
desarrolló entonc es, como
~anes
p de integra
. ción. Simón,. . Bolívar
una herram1en~ _que ~reia msupe rable, el proyecto de Consti-
tución para BoliVIa , eVIdentemente inspirado por modelos bo-
naparristaS, ~n la cual ~ p~·:sidente vitalicio e irresponsable ,
aunque eludía la denom 1nano n de monar ca, desem peñaba con
creces esa potestad, sin las limitaciones de un príncip e consti-
tucional europeo. Para este mome nto, el Liberta dor, por razo-
nes de táctica política, había rechazado la corona que le ofreció
Páez por conducto de Anton io Leocadio Guzmán y que pare-
42

cía a los generales pen1anos la más eficaz solución política, solo


para intentar la creación de una magistratura monár quica que
hubiera dejado en sus manos el más vasto y arbitrario de los
poderes que, según sus ideas, vendrí a a formar y a garanti zar la
solidaridad social para entonc es solamente manten ida dificil-
mente por el júbilo y el estupo r de los triunfos militares contra
los restos de la domin ación española. «El día que nada temarnos,
había escrito a este propósito, ese día empiezan todos los peli-
gros de Colombia; ese día resuen an las trompetas de la guerra
civil». La conciencia de este hecho fue la causa motora de su
nueva invención constitucional frustrada.
Sin embargo, el aparat o militar que había sido la herra-
mienta constructora de la efimer a Colombia, indepe ndien-
temente de los resultados macropolíticos de la concep ción
bolivariana del poder en Hispan oaméri ca, había desarr ollado
su propio esquema de pautas, valores y normas, y ofrecía un nue-
vo marco para las relacio nes entre gobern antes y gobern ados,
e_ntre subalternos y jefes, que no podían menos de influir deci-
sivamente sobre el conjun to de la vida social y que, por sus ca-
racteristicas recuer da vagam ente el estilo vital de Servidu mbre y
grandeza militares en que Alfredo de Vigny refirió los recuer dos
43
de las experiencias militares bajo Napol eón • ·

di Es precisamente esta nueva ordena ción del mando y la obe-


eucia, en una estructura asociativa que nada tiene en común
con la experiencia social tradici onal de la Nueva Granad a, lo
254 EL PODER POLÍTICO EN COLOM BIA

que origina el largo choque político que se inicia con abierta


vehemencia en el Congreso Constituyente de Cúcuta en 1821,
para culminar, en lo que atañe a la actual Colombia, hacia la
mitad del siglo XIX.
Aunque los oficiales del ejército de Bolívar no hubieran
surgido del seno de academias militares (entonces inexisten-
tes), y por tanto no pueda hablarse de «oficiales profesionales»
en la acepción europea de ese término, debe recordarse que
la experiencia bélica a lo largo de una cruenta guerra contra
soldados adiestrados en Europa o por oficiales europeos en
América y la presencia de mercenarios del Viejo Mundo en las
filas de Bolívar, creó cuerpos cuya veteranía los acercaba a los
modelos regulares de Europa y ponía en juego nuevos valores
y expectativas.
De este modo, el ejército fue aproximándose a la estructu-
ra de una burocracia militar. Un sistema de escalafonamiento y
de ascensos fundados en los servicios, la existencia de un fuero
judicial particular que eximía a los oficiales de la igualdad con
los demás ciudadanos ante la legislación formal, la paulatina
eliminación de las fronteras de raza para la movilidad social, la
aparición de un sistema de lealtades cada vez más alejado de las
vinculaciones interpersonales puramente privadas, es decir, de
lealtades abstractas y referidas a una tarea técnica, son rasgos
evidentes de esta burocracia, que exacerba y estorba tanto a
los hacendados -generales de Nueva Granada- como a los
aristócratas limeños o a los caudillos llaneros y a los restos de
las familias mantuanas de Caracas.
Esta estructura militar es la consecuencia de la nacionali-
zación burgue'sa de la vida social y de su consiguiente visión
nacionalista-en el sentido francés- de la integración antifeu-
dal. Extrapolada de su contexto social europeo y transportada
a la situación americana, Bolívar espera de ella que sirva como
sustituto del orden colonial roto y como freno de la anarquía susci-
tada por la contienda. Del mismo modo que los «liberales» san-
tafereños o caraqueños trataban de echar mano de Rousseau o
de Montesquieu para justificar la defensa de sus antiguos pri-
vilegios sociales, Bolívar toma en sus manos el modelo de la
«Grand Armée» para sofocar esos centros antiguos de poder Y
uniformar «racionalmente» a la América española.
LA HACIENDA Y EL NACIMIENTO DE LOS PARTIDOS POLÍTICOS 255

son los resultados de esta acción los que explican con clari-
irritación causada en la epidermis de los antiguos pode-
la
daddisfrazado s de «republ'1can1smo
. » a lo Camilo Torres, cuya
r~s sis rnás directa y espontán ea podría hallarse en una frase
5111
~arlos Martínez Silva, refiriend o los recuerdo s que le había
de unicado uno de los antiguos conspirad ores contra Bolívar I

:~; de septiembre de 1828, don Mariano Ospina Rodríguez:


No rne contestó directame nte esta pregunta don Mariano; pero
ercibí en su mirada un brillo particular y su voz tomó un tono
~e energía caluroso al decirme lo siguiente: «Ustedes, los de esta
generación, no pueden juzgar con la imparcial idad necesaria
aquel suceso. Para eso sería necesario apreciar las circunstan cias
de la época. El predomin io militar era entonces verdadera mente
insoportable y diarios los vejámenes a que eran sometidos , en
especial por parte de los venezolanos, los que no figuraban entre
}os sostenedores de la dictadura» 44 •

La estructura asociativa del orden militar burgués reta con sus


nuevos valores a las pautas tradicionales, aunque a veces las
utilice e involucre. En aquellos países de América Latina en
donde no existieron otras formas de asociación predomi nantes
y permanentes, como Venezuela (y sería también el caso de
Buenos Aires, en otro contexto ) al desapare cer las construc-
ciones quiméricas de los superestados, estas normas del Ejérci-
to Regular lo convirtie ron en la forma de poder dominan te y
ejemplar. En otras zonas, donde la encomie nda y la hacienda
habían integrado a la població n en alguna forma de partici-
pación consensual, como en el caso de la Nueva Granada , los
militares van a ser rápidam ente arrollados y menospr eciados,
aunque el poder quede en manos de hacendad os que se autoti-
tulan generales y gobierna n sus «escuadrones de arrendata rios».

LA INICIACIÓN HISTÓRICA DEL CONFLICTO


El Congreso General de Colombia, reunido en Cúcuta en
1821, inicia el duelo histórico entre la «racionalidad» mercan-
til y militar y los intereses hacendar ios tenazme nte disfrazados
tras las libertades burguesa s, que los alumnos del Rosario y de
San Bartolomé habían bebido clandest inamente para justificar
su poder social inveterad o.
2!1(i U . l'< )l) ER t•c JLÍ l J( ,< , J,,N U Jl,Wv1 l~IA

La lu cha comi enza por un combate políti co entre Franci~


co de Paula Santander y Antonio Nariño , viej o fantasma '{mo-
dernizador», exhum ado de las prisiones españolas.
Bolívar, tras la lihc.: rac íón de Venezuela en la segunda bata-
lla de Carahobo, se dispon e a ini ciar su estrategia política con-
tinental y qui ere afirmar sus con ce pcion es acerca del Estado
(expresadas ya en Angosturas ) en el Congreso de Cúcuta que
en 182 J debería echar las bases constitucionales del vasto esta-
do colombiano, el cual abarcaría los territorios de Venezuela,
Nueva Granada y la aún no liberada Presidencia de Quito.
La mayor parte de los diputados venezolanos son adictos
casi incondicionalm ente a las ideas centralizadora s y autorita-
rias de Bolívar. No ocurre lo mismo con los neogranadinos ,
incluso con Francisco de Paula Santander, la mayor parte de
los cuales proviene de las filas de los antiguos federalistas de la
«Patria Boba». Bolívar conoce bien a estos hombres (como que
estuvo a sus órdenes en 1814 y les ayudó a destruir el centralis-
mo de Santa Fe) y está seguro de que su opinión será un obstá-
culo infranqueable para sus sueños de unificación continental
y de centralismo autoritario. Pero es necesario ganar la volun-
tad de los granadinos y entonces, providencialm ente, llega a
buscarlo don Antonio Nariño, de quien ya nadie se acordaba,
políticamente hablando.
Bolívar, recordando los intereses centralizadores que de-
fendió Nariño en otro tiempo, decide designarlo vicepresiden-
te de la República, para que instale el Congreso de Cúcuta.
Nariño acepta y decide adelantar por su cuenta en el Congreso
una viva pugna contra sus enemigos de ayer, entre quienes se
cuenta, por supuesto, Santander (su antiguo oficial desertor) y
un yerno de Joaquín Ricaurte (general federalista y viejo ene-
migo de Bolívar desde 1814) llamado Vicente Azuero, quienes
capitanean los intereses y las opiniones de los hacendados del
centro-oriental neogranadino45 •
Con aguda perspicacia sociológica, Bolívar, dirigiéndose a
Santander, una vez aprobada la Constitución de Cúcuta, que
restó autoridad al fuerte poder ejecutivo tal como era conceb~
do por el bonapartismo modernizante del Libertador, le escn-
bió: «Por fin han de hacer tanto los letrados, que se proscriban
de la República de Colombia, como hizo Platón con los poetaS
J./\ 1·1/\C ll•, NDA Y EL NACI MIEN TO DE LOS PART
IDOS POLÍT ICOS 257

_. la suya. Piensan esos caba llero s que Col omb ia


está cub ier-
e_nde lan udo s, arro pad os en las chim ene as de Bogotá,
Tun ja
ta parnplon a»11 ;. Estas pala bras pare cen un
extr año eco de las
Yf_ ses que en San ta Ana
ra oye ra de labios de don Pab lo Morillo.
/ .,.e
Bolívar co noo a pe11 ectamente el hec ho de que San tand er
·us aliados, doc tore s y hac end ado s, defe nde rían la
Car ta de
~;21 que él com bati ó tena zme nte hast a su mue rte
y que sir-
ió de lem a a sus ene mig os de un mod o con stan te.
El nom -
~ramient o provisional de Nar iño para la Vic epre side
ncia de la
Repúbli ca (que tení a el sent ido de un hom ena je
a la Nue va
Granada) dem uest ra este hec ho y exp lica el viol
ento rese nti-
miento de San tand er, que no pod ía sop orta r el que
se hub iera
preferido este viejo y casi olvidado gen eral ene mig
o suyo a su
propio nom bre.
El Congreso se dividió entr e part idar ios de San
tand er y
amigos de Nar iño, cua ndo se trató de eleg ir en pro
pied ad al vi-
cepresid ente . Nar iño resu ltó derr otad o 47 , pero mar
chó a San ta
Fe dispuesto a enca beza r la opo sició n con tra el nue
vo jefe del
Estado, ya que Bolívar resi gnó en San tand er sus pod
eres pre-
sidenciales, mie ntra s él segu ía man dan do pers ona
lme nte los
ejércitos de Colombia.
En Bogotá, Nar iño vuelve a enc ontr ar a sus viejos
part ida-
rios. Los «regentistas », espa ñole s y criollos, y los com
erci ante s
le dan su apoyo con stan te en la luch a peri odís tica
que enta bla
contra San tand er. Nar iño lo acusa vela dam ente de
hab er des-
pojado de su hac iend a de Hatoviejo al clérigo real ista
Buj and a.
Santander repl ica (com o ya lo hab ían hec ho sus
part idar ios
en el Congreso de Cúc uta) que Nar iño era un deu
dor fallido,
desfalcador del Tes oro de Diezmos colonial, que
ha hur tado
los caudales de los virreyes en su prov echo y que
ha teni do
siempre la leal tad de los espa ñole s de San ta Fe 48 •
La polé mic a tom ó apar ienc ias real men te absu rdas
. San tan-
der, el anti guo fede ralis ta de 1813, se hab ía hec ho
centralis-
ta, como sus amigos, al tene r el pod er en sus man
os. Nar iño,
entonces, se con vier te en el defe nsor de un vago
fede ralis mo
que en real idad enc ubre los inte rese s de los com
erci ante s y
de las viejas gen erac ione s sant afer eñas desp ojad as
del pod er
por esa extr aña com bina ción de militares y hac end
ado s que
ahora pare ce tene r la apro bac ión y la sim patí a de
Bolívar, a
2f>8 F.I. l'Ol>fl{ l'OI .Í'I ICO l•. N <:< H.OMHIA

quien importaba que tales disputas se cortasen en beneficio de


sus proyectos, vastos y «modernos>, de engrandecimie nto de la
Nueva Colombia.
No obstante, la vitja querella entre hacendados y comer-
ciantes que fu e el núcl eo de la diferencia entre federalistas y
centralistas, aún tuvo ocasión de manifestarse cuando Santan-
der hizo prender a un grupo de comerciantes contrabandistas
en Mompós, entre los cual es se contaba uno de los hijos de su
adversario, Antonio Nariño y Ortega, convicto de haber falsi-
fi cado papeles de aduana4ii_ Ello dividió a los granadinos en
facciones, pero fin almente resultó sepultado este conflicto por
la muerte de Nariño y por la creciente fricción entre el Ejército
Libertador de Bolívar y el poder social de los hacendados de la
Nueva Granada, que había hecho su primera explosión en el
Congreso de 1821.
Los protagonistas de la dramática y enconada contienda
serán en un comienzo Santander y sus amigos, por una parte, y
Bolívar y sus generales de carrera, por la otra. Pero muerto Bo-
lívar, deshecha la antigua Colombia, el combate cubrirá toda la
primera mitad del siglo XIX en la Nueva Granada y solamente
será definido tras el fugaz episodio de la dictadura del general
Melo.
No cabe en este examen el prolijo relato de los incidentes
de tal proceso, fundamental para la historia social y política
colombiana. Resulta mucho más útil, sociológicamente, enca-
rarlo en algunas de sus coyunturas críticas.

EL CONFLICTO EN LA DISOLUCIÓN DE COLOMBIA

La concepción que tiene Bolívar de la autoridad ejecutiva y de


las formas republicanas que convenían mejor al Estado que ha-
bía soñado, van dirigiéndose de modo natural hacia la consoli-
dación de un autoritarismo creciente, que justifica afirmando
que en las monarquías es necesario limitar al príncipe pues este
tiene todas las ventajas, pero en las Repúblicas es indispensable
fortalecer la autoridad ejecutiva amenazada por la anarquía5º.
Sus racionalizaciones de corte europeizante no le impiden
ver la incongruencia de extrapolar los conceptos democráticos
de sus contextos históricos en el Viejo Mundo para aplicarlos
I.A HACIENDA Y EL NACIMIENTO DE LOS PARTIDOS POLÍTICOS
259

ficio de inventario en América. Pero confia en que una . ~


·11ben e
51 . de imperio que no se atreve a decir su nombre servu-a
peoe
es cemento integrador de las heterogéne as sociedades del
O
corn Mundo. Y el ejército -«su ejército»- compartirá natu-
Nuevo .
-a1rnente estos puntos de vista.
1
Bolívar ha intentado, por todos los medios posibles, hacer
d material mestizo de Venezuela y Nueva Granada una cons-
1
:cción militar europea, capaz de suscitar para Colombia una
~nagen universal de «respetabilidad» y «modernida d». Algu-
\a vez afirmó que el «Libertador» no había sido él sino López
~éndez, aludiendo al diplomático venezolano que había inicia-
do en Londres el reclutamiento de oficiales y soldados europeos para sus
tropas. Particular cuidado tuvo en encuadrar a estos hombres
en batallones mezclados con los criollos venezolanos, a fin de
remediar en alguna parte la falta de adiestramie nto profesio-
nal de los combatient es americanos51 •
Esta maquinaria bélica resultó ser la única forma de aso-
ciación permanente para el poder y la movilidad social ascen-
dente, distinta de las viejas asociaciones hacendaria s o de la
anarquía disgregado ra de los sistemas esclavistas de plantación
y minería. Es apenas lógico que los supuestos implícitos en tal
tipo de organización militar impulsaron a sus miembros a la
conformación de un modelo de poder idéntico al que le ha-
bía dado origen en Europa. Cuando se trama la conspiració n
política que intenta dar una corona a Bolívar, se comprende n
perfectamente los sentimiento s de su oficialidad. Por eso escri-
bió el general Rafael Urdaneta a su colega el general Montilla:
El ejército está con nosotros; visto es pues que ha llegado el
momento de cambiar nuestra forma de gobierno ... Nosotros
debemos pensar en nuestra suerte futura, sin atender más a con-
sideraciones que pueden causar a la fortuna ... Algunos demago-
gos y los rezagos de la administración pasada se nos opondrán.
Una monarquía constitucional es lo único que puede dar vida
a Colombia. Si se tiene miedo al nombre, que yo no lo tengo,
ocúltese, si es posible, pero que lo sea en realidad, aunque se
llame cualquier cosa52 •
Al avanzar en sus fulgurantes campañas sobre Pasto, Quito
Yel Perú, tras haber eliminado la sombra de su rival, José de
San Martín, Bolívar va constatand o poco a poco que solamente
2fi() 11 l't )f l~ I{ I'( ll 11 1( 1 l I :\ ( OI <l~B I '\

as
el ~jé rcir o ',OSti e_n c a ( :o lornhia , mi entn L"i que todas las .form
d_P P.\trur.tura aso riat zva espo ntán Pas se
e nfre nta n con tra ese ejér-
las arm as (los caudi-
nto , no tan to po r el hec ho de que lleve
s tambié n se harán
ll os llan eros y los hac end ado s neo gra nad ino
nue va form a par a en-
«ge ner ale~ ») sino en cua nto significa una
de pod er en las sociedades
rnarr:lr y disp one r las relaciones soci,ales
m esttzas y mu lata s de His pan oam éric a.
tan der (como
Du ran te la pri me ra adm inis trac ión de San
utivo en la Gra n Co-
vic epr esid ent e enc arg ado del pod er ejec
y Bolivia) sus campa-
~ombia mie ntr as Bolívar pel ea en el Per ú
el Con gre so, y con
ner os y seg uid ore s pol ític os com bat en en
as las me did as que
el con cur so del pro pio vic epr esid ent e, tod
que se les enf ren ta
pue dan for tale cer esa ma qui nar ia mil itar
ine xor abl em ent e.
servicio, licen-
Dis min uye ndo el núm ero de oficiales en
pos ible (sin desafiar
cia ndo trop as, retr asa ndo cua ndo ello es
s y bélicos demanda-
el pod er de Bolívar) los aux ilio s fina nci ero
ent ien de clar ame nte
dos por la libe rac ión del Per ú, San tan der
ero de sus antiguos
su pap el de dir ige nte neo gra nad ino , voc
ant igu os com pad res
con dis cíp ulo s de San Bar tolo mé y de sus
esto , sin ambages, ca-
de Tun ja, de Pam plo na y de San ta Fe. Por
a» y «civilista>>. Pero
lifi ca su pro pia act itud com o «antimilitarist
o una rep udi ació n
est e «civismo» no deb e ser inte rpr eta do com
un ata que sistemático
de las sol uci one s de fue rza , sin o com o
por ello que Santan-
a la est ruc tur a de un Ejército Regular. Es
icias urb ana s, pero
der enc uen tra nor ma l cre ar y equ ipa r mil
ileg ios de sus antiguos
se res iste a def end er los fue ros y los 53priv
com pañ ero s de cam pañ a en Boy acá •
do Gó me z, Fran-
San tan der , Vic ent e Az uer o, Die go Fer nan
hiz o apr oba r la Cons-
cisc o Sot o, los dir ect ore s del par tido que
Bolívar, se enf ren tan
titu ció n de Cú cut a con tra las ide as de
tra los cua dro s de los
dia riam,e nte en la Nu eva Gra nad a con
ma gis trad os que votan
ofic iale s :reg ula res. Az uer o es uno de los
ant e par a esc arm ent ar
con ma yor enc ono con tra el mu lato Inf
Bol íva r reg res a del su_r
a los mil itar es. Yp oco má s tard e, cua ndo
y asu me la Pre sid enc ia int ent and o una
cam pañ a púb lica desU-
cut a y a hac er apr oba r
nad a a mo dif ica r la Co nst ituc ión de Cú
uer o ata ca des pia da·
su pro yec to de Co nst ituc ión bol ivia na, Az
íva r y se ve env uel to
<la me nte a la ofic iali dad que rod e_a a Bol
LA H ACIENDA Y EL NACI MIEN TO DE LOS
PARTIDOS POLÍT ICOS 261

en inci den tes pers ona les con Lea ndr o Mir and
a y con el jefe
mul ato Vicente Bolívar, quie n lo golp ea, le quie
bra una man o
y lo incr epa . «Me derr ibó repe tida s veces, arro
jánd ome al cañ o
y dán dom e emp ello nes» , escribe Azuero, que
jándose ante Bo-
lívar de la paliza54 .
En 1828, Bolívar consigue que el Congreso perm
ita la re-
uni ón de una con ven ción constituyente para
revisar la Car ta
de Cúc uta, a pes ar de que esta no pod ía ser mod
ificada -de
acu erdo con una de sus prop ias disp osic ion
es- sino has ta
1831. La Con ven ción se reún e en Oca ña, mie
ntra s Bolívar es-
pera imp acie nte en Buc aram ang a sus resultad
os y San tand er
enc abe zab a el gru po opo sito r a los proyectos del
Lib erta dor en
el seno de la mis ma asamblea.
Azuero, Soto y San tand er vuelven a repr esen tar,
esta vez
con mayor ac1imonia, el pap el de federalistas
que el últi mo
de ellos hab ía asu mid o en las luchas intestinas
tres lustros atrás.
Azuero es el red acto r de un proyecto federalis
ta, que no sola-
men te desafía los esquemas de la Constitución
imp ues ta por
Bolívar a Bolivia y reco men dad a por él com o
la únic a vía de
salvación par a América, sino que destruye hasta
los pod eres re-
lativamente mod erad os que la Constitución de
Cúc uta hab ía
dad o al pres iden te55 •
Los aco ntec imi ento s se precipitan. Los bolivian
os son de-
rrot ado s en la Con ven ción de Oca ña y aba ndo
nan el luga r
par a que la.Asamblea se desi nteg re. Bolívar asum
e la dict adu ra
y dec reta la sup resi ón de la Vicepresidencia
par a redu cir a la
nad a a San tand er. Y sobreviene la con spir ació
n del 25 de sep-
tiem bre de 1828, seg uida por la rebe lión del gen
eral Córdova
")Ja des apa rici ón de la enti dad colo mbi ana desp
ués de 1831.
· E--. p_ro ceso sob re la con spir ació n del 25 de
sep tiem bre de
1828, cua ndo un cor to núm ero de civiles y algu
nos oficiales
asal taro n el Palacio de San Carlos e inte ntar on
dar mue rte al
dict ado r Bolívar, es un tens o y sinuoso due lo
a mue rte entr e
har,endadosy militares, personificados en Francisco
de Pa1.da San-
tand er y Rafael Urdaneta., respectivamente.
La estr uctu ra asociativa del mod elo hac end ario
en cua nto
a su valor y alca nce político, pod ria ejemplarizar
se en el caso
de la vida per son al de San tand er, reco rdan do
sus argucias jurí -
dicas par a obt ene r la pro pied ad de la hac iend a
de Hat ogr and e,
El. l'UI lER 1'01.1'1'1( :o EN <:OLOM BI A

· · s m1·1·llares T a I es recompe nsas


l'Oll lO rt''''•' )llll) se1v1c1o ·· ·
r-,•·'tlS, '•\ •' \ sus · ·
· so que las concedió con base
tuc..' ro n aut orizarlas por el Congre
, l l. pués de Boyacá
\ n os )te1ws cte los emigrados espa11oles des
y mie ntras desern~
Sai!rander escogiú la tinca ctd cura Bt~janda
gobierno deposi-
pen aba la Vicepresidencia consiguió que el
, en espera de la
tara esa hacienda en manos de «un tercero»
decreto con fecha
~on ació n deiiniti\'a. Obtuvo finalmente un
_falsa t>II manos dt Bo//var. que le permitió
la pro pie dad legal. y
Hat ogr and e como
d ,,tt'rcero » que , ent n· tanto adm inistró a
Ambrosio Almey-
arre nda tari o. no fu e otro que el «compadre»
Morillo 56 •
da, d ant igu o guerrillero de los üempos de
ero, por ejem-
Tie mpo vendr~1 en que el doc tor Vicente Azu
seg und a Presiden-
plo. reciba a su turn o de Santander en su
ent e ampliados,
cia. favores de la misma índole conside rab lem
co1no se ver á luego. Almeyda se casó con
la viuda de don Luis
realizó más tarde
Girardot, des pués de la batalla de Boyacá y
Y deb e advertirse
cuantiosos negocios de tierras con Caycedo.
bro de la Junta de
que el doc tor Azt1ero es el más conspicuo miem
rían expropiarse a
Secuestros formada para decidir los bienes que debe
7
los emigrados y a sus simpatizante/> •
e compren-
Solo este tipo de incidentes personales per mit
a de la «Ley Civil»,
der las relaciones ent re la apasionada defens
las prerrogativas y
ejercida por San tan der y sus com pañ ero s y
iniciado la revolu-
mecanismos del poder hacendario, que hab ía
ción de Ind epe nde nci a en 1810.
tipo de man-
Rafael Urda.neta enc arn a per fec tam ent e el
ir y su destino al
tua no venezolano que ha ent reg ado su por ven
o incluso sus anti-
nuevo esque1na de militar europeo, des deñ and
sa familia de Ma-
guas ventajas c01no mie mb ro de una pod ero
, deb e mu cho más
racaibo. Estricto y celoso oficial de car rera
era obediencia
al cum plim ien to de los reg lam ent os y a la sev
los caudillos o
al nuevo ord en castrense que a las intrigas de
pué s de la muerte
a los compadrazgos regionales. Tie mp o des
istas de Venezue-
de Bolívar, sus relaciones con los jefe s separat
con los tradiciona-
la son tan dificiles com o las que ma ntie ne
la Gra n Colombia,
les hac end ado s de la Nueva Gra nad a. Rot a
rios y solamente el
Urd ane ta semeja un alg odó n ent re dos vid
uelve al paisaje tor-
antivenezonalismo de los gra nad ino s lo dev
s natal.
n1entoso de las luchas de caudillos en su paí
1
:... • :-'"_•.( ~ - : )_!, 'l Il ~ 'i.CIMILXTO DE LOS 'PA...~TIDü5 POl.JTJC',05 263

~finistro d e Guerra en el momento de la conspiración de


S-t'pUt'rnbre. m.onarquista conYencido. como se ha \isto. Urda-
ne t.1 3.C'<."ptó se-nir como fiscal Yj uez del proceso e inició desde
d t.--onlie nzo una luch a a mu~ne. no tanto conn-a los autores
nu .rerialc-s del hecho. como cono-a quienes suponía. 1·azona-
blemente. sus inspiradores Y beneficiaiios.
Durante

in tenninable; semai1as hizo interroo-ar
t,
e inte-
tTogo perso nalmente a los insignificaiues conspiI-adores apri-
sionados.... tratan do de obtener w1a prueba definitiva contra
d general Santander y cono-a. sus aliados y ainigos. Sin que
existiera pn1eba alguna que los comprometiera inicialmente,
C rdaneta hizo apresar a gentes como \ícente Azuero y a su
h em1ai10 Juan Kepomuceno. alejados por entonces de Bo-
gor-á. y maniobró hasta que fueron condenados a penas de
destierro , ya que no de muene. Y ofreciéndole la libertad a
cambio de la delación. obligó al Yenezolai10 Pedro Ca.rujo
a confesar que Santander. aw1que no había pai·ticipado en la
preparación del atentado, estaba informado de que existían
proyectos tendientes al derrocamiento de la dictadura de Bo-
li\-a.r. Esto bastó para condenai·lo a muerte. El Consejo de Mi-
nisuos, consultado sobre el asunto. se negó a dar su opinión
pero influyó ante Bolívar pai-a. que la pena fuera conmutada
por la de destie1To. Al conocer la decisión de Bolívar, que de-
jaba con \'ida al jefe del partido antimilitar. Urda.neta escribió
despechado a su colega Mariano Montilla, que había resuelto
separarse del 1ninisteiio y así lo había comunicado al director:
¿~o me daría usted la razón para separanne? No quiero ser más
min1fo. Ni aun siquiera tengo el gusto de poder servir a mis ami-
gos en mi puesto, porque el Libertador, de cuenta de confianza,
me niega todo al paso que estos ... justa o injustamente hacen
cuanto les da la gana. Después de todo, ¿qué esperanza de me-
joria para la República nos queda? La ocasión se nos vino a las
manos v la despreciamos, ¿qué hay más que hacer? Toda la vida
no ha de ser uno virote. Dejemos este asunto58•

.-\sí. Santander, los dos hennanos Azuero, Francisco Soto,


Diego Fen1ando Gómez, hubieron de marchar al exilio, no por-
que el proceso mostrara pruebas claras de su participación en
el intento d e asesinato, sino en cuanto directores intelectuales
264 EL PODER POLÍT ICO EN COLOM BIA

gra-
de la luch a política antimilitar de los hacendados-doctores
nadinos.
El relativo triun fo de Urd anet a cont ra la cons pirac ión
fusilar
antib oliv arian a resultó efímero. Aun que se consiguió
mula to
y ahor car (desp ués de mue rto) al gene ral Padilla, el
cons-
venc edor en la batalla naval de Maracaibo y a quie n los
stad o
pira dore s habí an liber ado de la cárcel don de esta ba arre
nel
por una rebe lión ante rior, dand o mue rte de paso al coro
que lo
Vicente Bolívar (el mismo del incid ente con Azuero)
a e in-
cust odia ba, la opos ición clan dest ina se hizo más agud
man ejab le.
Al año siguiente, el prop io gene ral José María Córdova,
anet a y
quie n habí a sucedido como secretario de Gue rra a Urd
ores,
com o tal habí a firmado las sentencias cont ra los conspirad
ar un
se sublevó a su vez, acusando a Bolívar de pret ende r elev
Antio-
tron o en Colombia, y se marc hó hacia su tierr a nata l de
derro-
quia, trata ndo de conseguir apoyo en sus paisanos para
gentes
car la dicta dura y espe rand o enco ntra r solid arida d en
ezuela.
com o Páez, prác ticam ente sublevado tamb ién en Ven
ova tie-
El dram ático episodio de la rebe lión y mue rte de Córd
por sus
ne un agud o inter és sociológico, por su desarrollo y
protagonistas.
no.
Córdova es un prod ucto clásico del Ejército Bolivaria
s de
Ven cedo r en Ayacucho, gene ral y Ministro de Gue rra ante
puta-
cum plir 28 años, su lealtad a Bolívar apar ece com o indis
, pocos
ble dura nte el proc eso de los sept emb rino s. En 1829
subleva-
meses antes de su mue rte, es enca rgad o de batir una
María
ción de gene rales -hac enda dos, José Hila rlo López y José
ejecu-
Oba ndo, adictos de Sant ande r, en el sur del país, lo que
nces
ta con brillo y rapidez, repa rand o la derr ota que el ento
el sitio
coro nel Tom ás Cipr iano de Mos quer a habí a sufri do en
de «La Ladera» a man os de los rebe ldes .
o
López relat a en sus mem oria s -y Mos quer a, su adversari
gene ral
lo ratifica en las suy as- que, para ese mom ento el
59

ostra ba
Córdova, indi gnad o por la poca conf ianz a que le dem
rior de
el Libe rtad or (opi nión conf irma da por una cart a ante
septiem-
Urd anet a para Montilla desp ués de los proc esos de
de Páez,
bre) inte ntó imit ar los proc edim ient os de O band o y
obed e-
orga niza ndo en Anti oqui a un grup o de pais anos que le
1A HACIENDA Y EL NACIMIENTO DE LOS PARTIDOS POLÍTICOS 265

cerían ciegamente y le permitirían confabularse con los demás


jefes regionales de Colombia para echar abajo la dictadura de
Bolívar. José Hilario López, quizá movido por el recelo que le
causara esta actitud de uno de los más notables generales de ca-
-rrera de Bolívar, aceptó cortésmente las opiniones de Córdova,
pero rehusó tomar parte en la conspiración, alegando que ha-
bía firmado un tratado con Bolívar después de su propia rebe-
lión y que hasta tanto los bolivarianos no lo violaran o Bolívar
no pretendiera menoscabar las prerrogativas del Congreso que
había sido convocado en Bogotá (el «Congreso Admirable»)
no tornaría a levantar la bandera de la rebelión 60.
Córdova, en su despecho personal contra Bolívar y quizá
levemente envidioso del poder social de los generales-hace nda-
dos, había hecho una propuesta similar a Mosquera (su subor-
dinado en la reciente campaña del sur) y hasta había indicado
los nombres de los jefes regionales que se alzarían con el po-
der: «Él, Córdova, tomaría el mando supremo y Mosquera sería
su mayor general y secretario de Guerra, ftjándose el cuartel
general en Cartagena; Herrán conservaría el mando en el in te-
rior; López en Popayán; Borrero en Canea; Salvador Córdova
en Antioquia; Obando en Pasto, y el coronel Espinar en el Ist-
mo»61. Respecto a Venezuela, Córdova daba por supuesto que
Páe~ se alzaría con el mando en Caracas y separaría su tenito-
rio del de Colombia.
Sin hacer caso de los ambiguos escrúpulos de López y de
la negativa de Mosquera, Córdova marchó a Antioqtúa, espar-
ciendo en unión de su hermano Salvador la noticia de que
López era su segundo y que marcharía con él contra Bolívar y
alegando que este último «lo había mandado matar». El 8 de
septiembre llegó a su pueblo natal de Rionegro y trató de com-
prometer a sus parientes en la lucha. Dos días después, «con
sesenta hombres armados de palos y escopetas de fisto » ocupó
a Medellín.
Pero el bizarro general de carrera, era bien pobre político.
Obsedido con el ejemplo de los generales-hace ndados y en el
frenesí de lograr venganza contra Bolívar, no tomó en cuen ta
la estructura social antioqueña. Con involuntaria perspicacia
sociológica un historiador colombiano ha definido la situa-
ción diciendo: «Ilusionado por su propio valor pensó en hacer
266 EL PODER POLÍTICO EN COLO~IBL.\

milagros: asestar un golpe fulminante, pero no pudo. La co-


marca le era hostil: los comerciantes y el clero »62 •
Córdova nunca pudo comprender que la fuerza de López,
de Herrán, de Santander, no derivaba de sus grados militares,
sino de su previo poder social, íntimamente vinculado a la es-
tructura asociativa de la hacienda. Producto él mismo de la es-
tructura castrense bolivariana y no de la obediencia ciega de
las gentes de su país natal, supuso que del mismo modo que los
«reinosos» podían seguir a Santander o los pastusos a Obando,
los antioqueños seguirían su pendón de rebeldía.
Pero el modelo de asociación antioqueño, perfilado como
se ha dicho al analizar el siglo XVIII, no respondió a su pue-
ril imaginación. Los comerciantes y el clero, la parroquia y la
economía lucrativa mostraron estar dirigidos a otras metas so-
ciales. Córdova quedó casi solo, con 300 reclutas que le habían
ayudado a alistar sus parientes más próximos.
En cambio se alzó contra él, en su forma más pura, el po-
der de la misma burocracia militar a la cual él pertenecía y a la
cual debía sus grados y sus antiguos y precoces cargos: el ejérci-
to «modernizante» de Bolívar. Es curiosamente significativa la
nómina de sus enemigos en ese momento.
Es U rdaneta, el monarquista, quien ordena la expedición
que va a combatirlo. Es un oficial extranjero, el general Daniel
Florentino O'Leary, quien la comanda. Y es a otro mercena-
rio irlandés, Ruperto Hand, a quien O'Leary ordena a gritos,
cuando Córdova, derrotado en El Santuario, se ha refugiado
en una choza: «Way that house, and if Córdova is there kili
him» 63 • Y la orden se cumplió al pie de la letra.
La rebelión de Córdova (como caso de estudio) enseña con
impresionante claridad cómo y por qué Antioquia se mostra-
rá reacia durante todo el siglo XIX a participar en las guerras
civiles de los «generales-hacendado s». y concluirá aislándose
orgullosamente del resto de las provincias colombianas. Su es-
tructura asociativa es incongruente con el poder hacendario
que comienza a quebrantar definitivamente a ese otro modelo
de asociación que es el Ejército Regular, sobre cuya maquina-
ria había alzado Bolívar sus intentos continentales de bonapar-
tismo liberador y «modernizador».
PART IDO-', l'Ol l lKP"'
LA HACJE NDA Y EL NACI MIEN TO DE LOS

capt ;.Hh
E~ toda s part es esa maq uina ria buro crá tica ha sido
illo cas..i an,d -
y dom inad a en tal mom ento . En Vale ncia , un caud
de carr t·t~l.
fabeto, Páez, obti ene la obe dien cia de otro gen eral
:' zne b. Por o
Sou blet te, para con sum ar la sepa raci ón de Ve1H
Bolf rar c'lllI '"-l
tiem po más tard e se sepa ra Qui to. Y el prop io
oci ron un-
en viol ento con flict o con su mis mo ejér cito en Bog
con \'iol encia,
do por las sola pas a Urd ane ta y sacu dién dolo
e mar char~c.
cua ndo este últim o opin a que el Libe rtad or deb
trad ici ona-
El Con gres o «Admirable» entr ega rá el pod er a dos
a: Joa qum
les hac end ado s de Pop ayán , de San ta Fe y de Neiv
,._ Tiba bun '~"' ,l
Mos que ra y Dom ingo Caycedo, el que com pró
los Almeyda.
que jam .is
Cua ndo Bolí var mar cha haci a el exilio euro peo .
es: el gt'n ec.d
pud o alca nzar , lleg an a él dos noti cias incr eíbl
isca1 de .-\.va-
Suc re (des igna do por los peru ano s «Gr an Ma1
les de rmrr -
cuch o»), el más cara cter ístic o y puro de sus ofiria
ra y a quie n dese aba com o su sucesor, ha
n1uerto ases inad o
pre&irle11te.
en Ber ruec os. Y uno de los secr etar ios del nue vo
e mar char -se
el doc tor Vic ente Azu ero, le com unic a que deb
cion es con
de Colo mbi a, pue s Ven ezue la no esta blec erá rela
ezca en su
Nueva Gra nad a mie ntra s el gen eral Bolívar pen nan
tero. está fir-
suelo. La nota ven ezol ana, de la cual da cuen ta .Azt
con fide n tt' Y
mad a por otro secr etar io, que hab ía servido con10
stitu ción bo-
corr eo de Bolí var para hac er prop aga nda a la Con
cas (con10
liviana: Ant onio Leo cadi o Guz mán , a quie n en Cara
un oficial
lo hici era el coro nel Bolívar en Bog otá con Azu ero)
igad o asa -
extr anje ro, el com and ante Abr eú Lim a,64hab ía cast
blazos uno s artíc ulos de pren sa con tra él •

EL EJÉRCITO REGULAR SE NIEGA A MORIR


revi erte en
Liqu idad a la gue rra de Inde pen den cia, el pod er
la los je-n."s
cada regi ón a sus anti guo s mod elos . En Ven ezue
lit~ s parn
guer rille ros de los Llan os utili zan sus grad os 1ni
aliarse con las viejas familias man tuan as en una
serie de dic--
el siglo XIX .
taduras y·desó rden es que se prol ong an dur ante
En la Nue va Gra nad a, el nue vo pres iden te Joa qtúu
~1osquera
alia nza d~ los
y el vice pres iden te Dom ingo Cay cedo busc an la
268 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

santanderistas, en cuanto Bolívar se 1narcha de Bogotá. Ese es


el significado de la cartera entregada a Vicente Azuero, que
coincide con una serie de medidas revocatorias de los piivile-
gios y fueros que la dictadura bolivaiiana había conferido a los
oficiales regulares del ejército.
Es notorio en todo el proceso que el ejército bolivariai10,
que se había convertido en el único instrumento político para la
implantacion del ideal «moderno» de poder encarnado en el
Estado de la Gran Col01nbia, adquiere una vida autónoma,
c01no estructura asociativa, cuando los proyectos constitucio-
nales de Bolha.r se revelan como insuficientes y faltos de apoyo
social. La criatura se hace superior a su creador y amenaza con
devorai·lo .
El incidente en tre Urdaneta y Bolívar, cuando el primero
de ellos sugiere al Libertador la conveniencia de abandonar
toda ambición de poder y marcharse del territorio colombiano
echa una luz profunda sobre el sentido de ese conflicto. Tanto
en Venezuela como en Quito y en la Nueva Granada, el ejérci-
to para supenrivi r intenta desembarazarse no solamente de sus
viejas alianzas sino de los confusos proyectos políticos de Bolí-
var. Es preciso reiterar que también en Venezuela los militares
de carrera son atacados o subyugados por los caudillos espontá-
neos. Un ejemplo específico es la actitud subalterna que Carlos
Soublette asume frente a Páez, cooperando en la disolución de
Colombia.
La rebelión del batallón «Callao » en Bogotá, compuesto
de venezolai10s y mandado por el coronel Florencio Jiménez,
no es una demosnación de regionalismo antigranadino sino
un esfuerzo de los cuadros militares por preservar sus normas,
sus valores y su autoridad social tambaleante. El inspirador y
director estratégico de este golpe es el general Urdaneta, quien
tras d e ofrecer fugazmente a Bolívar el poder -a sabiendas
d e que el Libertador, en viaje hacia Europa no lo aceptaría-
se declara en ej ercicio del mando, después de haber alcanzado
den uevo el Ministerio de Guerra de manos.del débil gobierno de
Cavcedo~.
,f

Urdaneta no busca retaliaciones re.gionalis·tas. Al contrario,


su golpe de Estado y subsecuente dictadura son un esfueno

1A HACIENDA Y EL NACIMIENTO DE LOS PARTIDOS POÚTICOS 269

militar para mantener la estructura de tendencia monarquista


y de corte europeo, que Bolívar había sugerido y que los oficia-
les desarrollaban ahora por su cuenta, incluso contra la propia
persona del Libertador.
Mientras que los militares regulares cooperaron en todas
partes a los designios políticos del general Urdaneta, «los gene-
rales-hacendados» se alzaron contra ellos, con el auxilio de las
milicias reclutadas a toda prisa. Moreno en Casanare amenazó
con anexar su territorio al de Venezuela. Obando y López en
el sur anexaron el Canea al gobierno ecuatoriano de Flórez.
Y los peones de las haciendas centroandinas fueron otra vez
conducidos a la lucha por gentes como el coronel Juan José
Neira,el de «el escuadrón de arrendatarios».
Solamente la Sabana de Bogotá, atemorizada por su cerca-
nía al centro estratégico de l~s fuerzas militares de Urdaneta,
dio apoyo rural al gobierno de facto.
Don Domingo Caycedo, refugiado (como siempre en tiem-
pos de crisis) en su hacienda de «Saldaña», es forzado por es-
tos generales-hacendados a declararse en ejercicio del poder
ejecutivo y confiere a López, quien se presenta como «general
ecuatoriano» al mando de las milicias. Es semánticamente su-
gestivo que López emplee en sus memorias las palabras «los
pueblos» y «las tropas», para referirse a los contendores en esta
guerra contra Urdaneta y el Ejército Regular 66 .
Suspendidas las hostilidades por el convenio de Juntas de
Apulo, que llevó de nuevo al poder al vicepresidente Caycedo,
se trató de incorporar las tropas de Urdaneta con las montone-
ras populares que había reclutado al Gobierno Constitucional
bajo la dirección de José Hilario López, tropas entre las cuales
se encontraban incluidos los jinetes llaneros que obraban con
el comando del general casanareño Moreno.
A pesar de la afinidad racial entre estas tropas de Moreno y
muchos de los soldados apureños del Ejército Regular que ha-
bía defendido a Urdaneta, la incompatibilidad entre sus intereses
y normas militares y los valores sociales encamados en los «escuadrones
de arrendatarios» de López determinó los resultados finales.
Groot ha descrito así el proceso de «incorporación» de las
tropas regulares en los batallones constitucionales:
270 EL PODER POLÍTI CO EN COLOM BIA

que
El Gene ral Posad a refier e de un modo patét ico las escen as
ao»
tuvie ron lugar esa noch e en los cuart eles de la División «Call
ti-
al resolverse los Jefes y Oficiales a obed ecer de la División Cons
ra
tucio nal. La deses perac ión, el senti mien to, hacía n prorr umpi
de sus
los viejos veter anos en lágrim as y mald icion es al separ arse
ndo;
Jefes y Oficiales: unos pedía n que los sacas en a mori r pelea
os
otros romp ían los fusiles contr a el suelo; una parti da de zamb
ndo-
de Apur e , húsar es de Ayac ucho, mont ando a cabal lo y abrié
deser-
se camp o, se fuero n para Vene zuela ; much os solda dos se
para
taron ; los Jefes y Oficiales venez olano s pidie ron pasap ortes
ad de
Vene zuela unos y otros a las colon ias. Esos sacar on en calid
eron
asistentes, más de 200 solda dos del «Callao» que no quisi
rome -
ser entre gado s. Los Jefes y Ofici ales grana dinos más comp
67
tidos, se ocult aron •

Y párra fos adela nte refie re cómo, inco rpor ados algunos
z
soldados del «Callao» a sus band as armadas, el gene ral Lópe
disolvió en la Plaza Mayor el Batallón «y la band era que tre-
la
mola ra victoriosa sobr e los muro s de la plaza de ese nom bre
man dó a la Mun icipa lidad de Popayán».
Por una curio sa coin ciden cia histórica, el batal lón que bajo
el man do de Bart olom é Salom com pletó la guer ra de Inde pen-
denc ia haci endo rend ir la fortaleza peru ana de El Callao fue
tamb ién el que, al disolverse, inició la era de los gene rales ha-
cend ados en el terri torio de la Nueva Gran ada.
Pero los veter anos supervivientes en filas, aunq ue de mane-
ra casi clan desti na y dese spera da, llevarán al final del conflicto
la
hasta el año clave de 1854, cuan do se decr eta final men te
a
diso lució n del ejército, tras el golp e de cuar tel de José Marí
Melo, el últim o de los oficiales de carre ra que obtu vo transito-
riam ente el pode r político.

EL BALANCE DE LA TRANSICIÓN
rá-
Entr e 1750 y 1854 se cons olida , se amp lía y se hace geog
fica y socia lmen te dom inan te el siste ma de «hacienda» como
-
base fund ame ntal de la prod ucci ón econ ómic a y de la articu
-
lació n de las prest acion es. Su «estr uctu ra asociativa» y su pecu
de
liar sistema de valores se proy ecta sobr e toda s las relaciones
las
traba jo y a su mod elo debe n refer irse, en últim a instancia,
lA HACIENDA Y EL NACIMIENTO DE LOS PARTIDOS POÚTICOS 271

tendencias de la vida política y el sistema de partidos que en ella


se engendra.
La acelerada disminución de otras formas de propiedad y
explotación agrarias, como los resguardos indígenas, abolidos
teóricamente por la Constitución de 1821 y efectivamente eli-
minadas durante los cincuenta años siguientes; la utilización
de formas de recompensa militar fundadas en la concesión de
tierras públicas, baldías o confiscadas por el Estado; la destruc-
ción paulatina y continuada de los núcleos de manufacturer os
artesanos del norte oriental del país y la apertura aduanera al
comercio internacional , modelado por los intereses británi-
cos y representado por la teoría de la división internacional
del trabajo, que colocó a la Nueva Granada en la condición
de mero productor de alimentos y materias primas, dieron a
la hacienda tradicional, a lo largo de la centuria, su carácter
de estructura dominante y modeladora de todas las relaciones
políticas.
El final del período ve la aparición de los partidos políticos
«tradicionales » conservador y liberal, enmarcados por conflictos
sociales, que van desmanteland o inexorableme nte el poder so-
cial y político de otras asociaciones diferentes a la «hacienda»,
en todo el territorio del país, con la excepción de la región
antioqueña.
Tales conflictos muestran, sucesivamente , el fracaso de los
intentos de industrializaci ón realizados en el centro del país
en un esfuerzo por «modernizar» la vida económica; la ruina
definitiva de artesanos y militares de carrera después de la Re-
volución de José María Melo; la aparición de un sistema de
planeación agrícola como recurso productivo de exportación,
representado inicialmente en el tabaco; la inserción definiti-
va del sistema de relaciones de poder capitalista internacional ,
encarnado por los intereses de los exportadores e importado-
res británicos, alemanes y franceses, que condicionan y subor-
dinan la dirección de todo el proceso econón1ico sociaÚnterno
de la Nueva Granada .
. ,, Dentro de este cuadro general, debe iniciarse la coinpren-
s1on ~e algunos de_ los ~enómenos políticos 1nás significativos y
espec1fic_os de la _h1st~na s~cial colo1nbiana: a) la aparición de
dos partidos pohclas1stas rivales; b) la adscripción geográfica
272 EL PODER POIJTICO EN COLOMBIA

de las lealtades hereditarias partidaristas; c) el carácter «civilis-


ta» del poder público y de las guerras intestinas; d) la inexis-
tencia de diferencias ideológicas partidaristas a niveles de los
grandes problemas nacionales socioeconómicos; e) el carácter
predominante «religioso » de las pugnas abierta o encubierta-
mente bélicas de los partidos y f) la recurrente alianza de las
«élites» partidarias, luego de períodos abiertos de violencia
fisica, para conjurar posibles alineaciones partidarias a nivel
de clase.
Con fugaces y casi personales excepciones, los dirigentes
políticos de la antigua Colombia y de la Nueva Granada, duran-
te la primera mitad del siglo XIX, adoptaron como uno de sus
dogmas capitales el de que la liberación del comercio interna-
cional es sinónimo de prosperidad y de progreso indefinidos.
Hombres de todas las tendencias, desde los antiguos bolivianos
hasta los liberales burgueses de la generación posterior a la de
la Independencia coincidieron en este punto. El circunspec-
to y conservador José Manuel Restrepo, antiguo secretario de
Bolívar, rivalizaba con Florentino González, uno de los cons-
piradores septembrinos, en cuanto a su excecración de toda
protección aduanera para las manufacturas internas68 • Los ca-
sos aislados de Francisco Soto o José Ignacio de Márquez, que
levantaron una voz de protesta en defensa de los artesanos y
de la industria contra la excesiva libertad de importación, fue-
ron apenas cautelosas y modestas disidencias, sin mayores con-
secuencias para el conjunto de la política económica de todo
el período, que culmina con la intención de Manuel Murillo
Toro de llegar a la completa supresión de las aduanas, como
remate del edificio de la «modernización» y del progreso, abo-
liendo hasta los residuos de las viejas reglamentaciones de sa-
bor hispánico «colonial» 69 •
Aun gentes de la influencia y reputación de Santander, a
quien se atribuía haberse presentado al acto de su posesión
como Presidente de la Nueva Granada vestido con un traje de
«manta» del Socorro, para dar testimonio de su deseo de apo-
yar a los artesanos, fue más que tímido en sus vagos intentos
proteccionistas70 • Mariano Ospina Rodríguez, uno de los auto-
res del llamado ideario conservador en 1849, se pronunció por
la «libertad comercial», es decir, «la libertad legal de entrar Y
1A HACIENDA Y EL NACIMIENTO DE LOS PARTIDOS POLÍTICOS 273

salir, de importar y exportar, sin prohibiciones y sin otros dere-


chos que aquellos que necesite el fisco» 71 •
Y definiendo el conjunto de la política hasta entonces se-
guida por los gobiernos republicanos, afirmaba en el primer
número de La Civilización: «Diéronse leyes favorables al desa-
rrollo de la industria, abriéndose los puertos a los extranjeros,
procuróse llamar la inmigración de hombres y de caudales ... ».
Ospina, el creador intelectual del llamado «Partido Conserva-
dor», enemigo acérrimo de los «liberales rojos», por cuestiones
a tañad eras sobre todo a su actitud respecto del clero católi-
co, iban tan lejos como su furibundo adversario, González, en
cuanto a la lucha contra los artesanos y manufactureros y en
favor de la liberación absoluta del comercio internacional.
Uno de los resultados, al final de período, fue descrito por
José María Plata, Secretario de Hacienda y activo especulador
mercantil, en un párrafo optimista que muestra su satisfacción
por la dirección del proceso:
Así, ya se ve, por ejemplo, que las provincias del interior que
acostumbraban fabricar gran cantidad de telas ordinarias y aun
groseras, para el uso de la gente trabajadora y para los pobres de
toda clase y sexo, van abandonando ese trabajo para remplazarlo
por otros más productivos, los cuales han dado a esos brazos y a
esos capitales inversión más lucrativa; los habitantes que consu-
mían esas telas tan imperfectas, se han puesto en capacidad de
usar otras mejores que reciben del extranjero y que un trabajo
más afortunado pone a su alcance con facilidad 72 .
En realidad, se había conseguido avanzar largamente en
la creación de uno de los prerrequisitos fundamentales para la
operación de una economía agraria empresarial de tipo capi-
talista: la separación brutal entre el trabajador y los medios de produc-
ción, la proletarización de gran parte de la población que vino a
engrosar, por un salario y sin propiedad alguna, las filas de los
«peones» de las haciendas de la Nueva Granada.
Los latifundios han crecido, en medio siglo, a expensas de
los pequeños cultivadores de algodón de la región de Santan-
der, a expensas de los resguardos indígenas en todo el país, a
expensas del Estado mismo, que ofrece tierras baldías o tierras
expropiadas como recompensas militares (que acaparan los
generales o los agiotistas hacendados) y da en concesión a sus
274 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

validos enormes extensione s territoriale s que comienzan a uti-


lizarse con un criterio puramente especulativ o y vinculando su
uso a las perspectiva s del mercado financiero internacion aF8 •
De este modo, Vicente Azuero, el antiguo hacendado so-
corrano, doctor en Derecho de San Bartolomé y conspirado r
septembrin o, formó con hacendado s bogotanos (Jerónimo To-
rres, José Sanz de Santamaría , Juan Manuel Torrijos y Eusta-
quio Saravia) una compañía que obtuvo del general Santander
un beneficio similar aunque mucho mayor, al que Santander
había obtenido de Bolívar años atrás. La Compañía de Azue-
ro, llamada «Colonizad ora del Carare», hizo con el Estado «un
contrato de adjudicaci ón de baldíos en extensión de 150.000
fanegadas, desde Vélez hasta Puerto Carare y hasta términos de
74
Venezuela sobre el río Zulia y el lago de Maracaibo» •
Al mismo tiempo, el propio Azuero constituyó con su her-
mano Rafael y sus «relacionad os y amigos don Joaquín Plata,
donjuan Ramón, don José María y don Joaquín Durán y otros
la «Compañí a de Agricultur a y Comercio del Opón» y como
gerente de ella celebró contrato con el gobierno Nacional para
obtener la adjudicaci ón de 15.000 fanegadas de terrenos bal-
díos, desde Simacota hasta el río Opón, a cambio de la apertu-
ra de un camino, la fundación de una población y otras obras
75
de progreso en aquella región de grandes expectativa s» •
Azuero, que había sido presidente de la Comisión de Se-
cuestros en los tiempos en los cuales su discípulo Santander
recibió de Bolívar la donación de «Hatoviejo », se interesó
igualment e por vincular sus múltiples influencias con el Esta-
do a las posibilidad es de asociación con los capitales interna-
cionales. Así atacó rudamente en la prensa y en el parlamento
un proyecto de ley que concedía al norteamer icano Carlos
Biddle el privilegio para abrir un canal interoceán ico en Pa-
namá, argumenta ndo que ello equivalía a entregar la sobera-
nía de la Nueva Granada, Santander objetó el proyecto de ley,
según los deseos de su amigo. Y Azuero formó para el caso,
otra compañía para subrogarse el privilegio, obligando a Biddk
a sumarse a su propia empresa. Azuero perdió súbitamen te toda
su reticencia frente al capital internacio nal y trató de vender s~
participaci ón en los Estados U nidos, aunque no logró realizar
la operación imaginada76 •
1A HACIENDA y EL NACIMIENTO DE LOS PARTI
DOS POLÍTICOS 275

Ant iguo abo gad o reci bido por la Real Aud ienc ia mie
mbr o
~e los go~ iem os repu b~ic anos ante riore s a 1816, p~la
men ta-
n~ ~ mag¡strado_ desp ues de la bata lla de Boyacá, peri
odis ta y
m1n1stro, do_~ Vice ~te Azu ero es un ejem plo bien claro
de la
tran sfor mac 1on soCial y econ ómi ca sufr ida por su regi
ón nata l
(el Soco rro) ~as la derr ota de los Com uner os y la vinc
ulac ión
de su econ om1 a a las paut as y a los inte rese s de los hace ndad
os de
Tun ja y de la Sab ana de Bog otá dura nte el perí odo subs
igui en-
te. A la ruin a de los peq ueñ os arte sano s y cose cher os de
la zona ,
suce de la tend enci a a la expl otac ión latif undi sta, íntim
ame nte
vinc ulad a con la man ipul ació n del pod er polí tico repu
blica -
no. Bien está el colo fón que invo lunt aria men te puso
el gene ral
San tand er a esta tray ecto ria vital, cuan do escribió
a Azu ero:
«¡Que pros pere la nuev a Soci edad de Agr icul tura Soco
rran a!».
Esto es vivir en el mun do positivo. La vida de las naci
ones en
este siglo se com pon e de bien es mate riale s, y por eso
en los
Estados Uni dos, en vez de acad emia s, mus eos y soci
edad es
científicas o de liter atur a, se ven cam inos de hier ro,
buq ues
de vapo r, banc os, escu elas prim arias , canales, etc., al amp
aro de
leyes que dan gara ntía s al ente ndim ient o y al trab ajo 77

La utili zació n del poder político como un medio para
adquirir
propiedad territorial y para defenderla contra los azares
de cualquier
contingencia econ ómi ca, se refle ja igua lmen te en
la cont inua
bata lla libr ada en esta prim era mita d del siglo XIX
cont ra el
siste ma de cens os. El cens o -pa ra segu ir la defi nici ón
juríd ica
de Luis Edu ardo Niet o Art eta-78 «era una caga patr
imo nial
que grav itab a sobr e las prop ieda des terri toria les urba
nas y rús-
ticas. Los edif icio s tam bién pod ían esta r gravados con
cens os
más o men os cuan tioso s. El cens o se tran smit ía con las
prop ie-
dade s. Era O con cedí a un dere cho real que com o tal
no esta-
ba limi tado a una prec isa y dete rmin ada rela ción pers
onal ».
Con stitu idos en favo r de un cens uali sta o bene ficia rio,
por un
cens ator io hab ían crec ido eno rme men te su núm ero
y cuan tía
desd e med iado s del siglo XVIII, bien por dona cion ~s
pi~dosas
testa men taria s, bien com o pago al dine ro pues to a 1nte
res por
los conv ento s y pers ona s eclesiásticas. .
Las adm inis trac ione s virre inal es se queJ aron en vano
ante
1a eoron a espa no - 1a de la pesa da carg a que los censos repr e-
sent aban para el prog reso de la agri cult ura y del com .
erno de
276 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

bienes raíces. De acuerdo con las ideas «ilustradas» de fines del


siglo XVIII, estos «estorbos» impedían la comercialización ple-
na de bienes y servicios y la «modernización» de la economía
coloniaF9 •
Aunque podían pactarse a un plazo determinado, la inmen-
sa mayoría de los censos había sido constituida a perpetuidad,
con el ánimo de asegurar una renta indefinida al censualista,
generalmente una corporación de monjes o monjas, cuya vida
jurídica se estimaba interminable.
Es seguro que una gran parte de los terratenientes doc-
tores que elaboraron la teoría y realizaron prácticamente la
acción independentista debieron ver en la emancipación de
España la posibilidad de redimir los censos que pesaban sobre
sus propiedades, a pesar de la tenaz oposición del clero secular
y regular que, hasta 1851, consiguió evitar esa medida, argu-
mentando que equivaldría a un «robo» o a una expropiación
forzosa y no debidamente compensada, contraria a los dere-
chos constitucionales, que hacían de la prapiedad un punto bá-
sico de la nueva República.
El ataque de los hacendados-doctores contra el régimen
de censos ocupa todo el período que va de la emancipación
hasta 1854. A pesar de que todas las teorías políticas de ese
momento identificaban, sin más, «la moral», «la vida cristiana»,
«la honestidad» y la «propiedad» 80 de nada valió al arzobispo
de Bogotá en 1851, argumentar que también el derecho de
propiedad de los eclesiásticos era inviolable y podía reputarse
como doblemente sagrado.
La Ley 30 d~ mayo de 1851 otorgó autorización al poder
ejecutivo para redimir los censos, con el pretexto de que me-
diante tal redención podían obtenerse fondos inmediatos para
la Hacienda Pública, entonces exhausta. De acuerdo con esta
ley y con los sucesivos decretos que la reglamentaron hasta
1855, cualquier censatario podía librar su propiedad de la car-
ga que pesaba sobre ella consignando en dinero la mitad de
su deuda en la Tesorería General de la República. El Estado se
subrogaba en las obligaciones del censatario, reconociendo al
censualista en bonos públicos el capital con el interés pactado
en el contrato original del censo81 •
L i\ HACIENDA Y EL NACIMIENTO DE LOS PARTIDOS POÚTICOS 277

Mientras los eclesiásticos se rasgaban las vestiduras, vién-


dose obligados a constituirse en acreedores involuntarios .de un
Estado crónicamente insolvente, los hacendados, no importa cuál
fuere su «partido» político, consideraron que una nueva vía
hacia el progreso indefinido se abría para la sociedad grana-
dina. Si en un comienzo los conservadores vacilaron, temiendo
enajenarse el apoyo poderoso de la Iglesia, pudo mucho más
su interés social directo y concluyeron por aceptar ideológica-
mente la redención de los censos como un puro arbitrio rentís-
tico, que no podía ser compensado de ningún otro modo, ante
la alarmante y continua penuria fiscal.
Eliminados los lazos que sujetaban a la influencia eclesiás-
tica la propiedad territorial y toda situación jurídica que ligara
a los trabajadores a otra relación con el patrón, diferente del mero
pago del salario, los hacendados del siglo XIX continuaron su
batalla contra los impuestos que en su opinión obstaculizaban
la «libertad comercial» y se entregaron con placer a su vincula-
ción neocolonial con los focos mundiales del poder financiero,
mercantil e industrial, conforme a los intereses que capitanea-
ba la Gran Bretaña en su momento.
Cuando culmina el proceso, derribado José María Melo,
Julio Arboleda da posesión a Manuel María Mallarino como
presidente constitucional de los partidos reconciliados, en un
primer ensayo de «Frente Nacional», haciendo una lírica expli-
cación de esta nueva dependencia, que él describía y postulaba
como mutua dependencia internacional:
El movimiento activo del mundo, la facilidad creciente de las
comunicaciones, la economía de los transportes, tienden, ora a
equilibrar los jornales de los individuos de una misma nación
y a hacer entre ellos una distribución más igual de la riqueza, ora
a balancear las ganancias de las industrias especiales, haciendo
más eficaces y más útiles para todos los poderes productivos de
las diversas porciones de tierra, e introduciendo con la rapidez
de los cambios, una división más completa en las operaciones de
la industria, no ya entre los individuos solamente, sino entre las
naciones, que al fin vendrán a quedar en completa dependencia
las unas de las otras y a abolir la guerra en toda la extensión del
globo que habitamos, como bárbara y contraria a las leyes que
conservan nuestro bienestar y nuestra existencia82 •
278 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

Arboleda, que se iniciaba como futuro caudillo del más


intransigente «conservatismo», habla del mismo lenguaje de
uno de los más brillantes «liberales» de la época: Florentino
González, quien tras una larga estadía en Europa proponía el
gobierno de «los banqueros» porque estos estaban interesados
en guardar la paz política y social, y sentencia que «los grana-
dinos no pueden sostener en las manufacturas la concurrencia
de los europeos y de los americanos del norte» y deberían de-
dicarse en cambio a la agricultura y a la minería, «ofrecer a la
Europa las materias primas y abrir la puerta a sus manufacturas
para facilitar los cambios y el lucro que traen consigo y para
proporcionar al consumidor, a precio cómodo, los productos
de la industria fabri1» 83 •
Este enlace del poder social y político de los hacenda-
dos-doctores con los mecanismos del imperialismo librecam-
bista internacional, debe ser analizado en relación con la
aparición en 1845 de un producto agrícola de exportación:
el tabaco. Y con las cifras referentes a la balanza de pagos de
la Nueva Granada en todo el período, para dar una idea cabal
de los patrones del comportamiento, de gasto y de consumo
y de las tendencias internas del propio poder latifundista en el
área política.
Por lo pronto, vale la pena repetir con Ospina Vásquez,
cuando se refiere a la liquidación de los resguardos: «El efecto
natural fue el pronto paso de las tierras repartidas de manos
de los indígenas a las de hacendados y capitalistas blancos o
_asimilados a tales. Ocurrió un fenómeno de proletarización,
en el sector rural, en escala antes no vista en el país. Los nuevos
propietarios dieron brazos baratos a los cultivadores de tabaco
y a los hacendados del interior: nacía, puede decirse, "la plan-
tación" y se reforzaba "la hacienda"» 84 •
Y quizá el diagnóstico entero sobre el proceso del perío-
do fue hecho por Rafael Núñez mucho más tarde: «Entre no-
sotros el libre cambio mercantil no es sino la conversión del
artesano en simple obrero proletario, en carne de cañón o en
demagogo» 85 •
POLÍT ICOS 279
l
LA HACIE NDA Y EL NACIM IENTO DE LOS PARTI DOS

VIN O NUE VO EN ODR ES VIEJ OS


de las
La «com pleta depe nden cia» de las naci ones , «las unas
bio y la
otras» de que habl aba Arb oled a elog iand o el libre cam
espe ciali zació n inter n~ci ona_ J del ~aba jo, coin cide con
!ª in-
as
terpretación que las naci ones indu stria les daba n a estas mism
guer ra,
teorías, ame naza ndo a caño nazo s, con sus buqu es de
a los gran adin os por ofen sas supu esta s o reale s
infe rida s a sus
ul fran -
cónsules. En 1833, a prop ósito de las quej as del cóns
recla -
cés en Pana má, Barr ot, y en 1836 , en rela ción con las
gene ral
maci ones del cóns ul ingl és en Cart agen a, Russ ell, el
o jefe
José Hila rio Lóp ez se vio enfr enta do en Cart agen a, com
Ingl a-
militar de eme rgen cia, con las escu adra s de Fran cia y de
a sus
terra, que obtu vier on por la ame naza mili tar repa raci ón
en las
agravios86 • Desd e 1848 la Nue va Gra nada se vio envu elta
acre en-
recla maci ones del gobi erno britá nico en razó n de una
nico
cia del gobi erno neog rana dino a favo r del súbd ito britá
enci o
Jame s Mac kinto sh. El anti guo gene ral de Colo mbi a, Flor
mió
O'Leary, conv ertid o en mini stro britá nico en Bog otá, apre
suce sor
con la ame naza nava l ingl esa el pago de la deud a. Y su
cio-
en la Lega ción , Edu ard Mac k, se dirig ió al min istro de Rela
adra a
nes Exte riore s de 1852, man ifest ando que tení a una escu
ntic o
sus órde nes para bloq uear los puer tos gran adin os del Atlá
ente
si la deud a de Mac kint osh no era canc elad a inm edia tam
nto-'
lo que fina lmen te suce dió en cond icio nes oner osas y afre
sas para la Nue va Gran ada87 •
las
Esta nuev a relac ión de «mu tua depe nden cia» entr e
s ma-
oligarquías neog rana dina s terra teni ente s y los inte rese
anes ,
nufa cture ros y merc antil es de ingle ses, fran cese s y alem
dísti cas
se com pren de sobr adam ente al anal izar las cifra s esta
la pri-
actua lm~n te disp ?nib les sobr e el com erci o exte rior en
viab le
mera mita d del siglo repu blica no. Y tal anál isis resu lta
e~ la med ida en que se artic ule con el proc eso que
sigu en, en
vo del
diversas regi ones del país, la min ería del oro y el culti
tahaco y del café.
. Haci a 1851 una pobl ació n cerc ana a los dos mill ones y me-
d10 de h b' ensa haci enda '
a 1tan tes form a la peon ada de una inm
.
con la e · , d • •
xcep c1on e dosc iento s Cinc uent a mil anti oqu eños que
280 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

mantie nen su tradicio nal actividad minera y avanzan en su co-


lonizac ión espontá nea hacia el sur. Veinte años más tarde el
resume n general del censo de poblaci ón de 1870, clasificada
por actividades económ icas revela una masa de peones agríco-
las, calificados de «agricu ltores», que se acerca a los 700.000,
mientra s que solame nte existen 22.537 comerc iantes, 92.347
artesan os y 4.260 «fabrica ntes». Las dos actividades predom i-
nantes, además de la de peón agrícola, son la de los ganade ros
( 13.504) y la de los arrieros (9.142) que revela la escasez de los
y
camino s la cuantía más que modera da de los intercam bios
mercan tiles interreg ionales88 .
Tras el fracaso de un conato de revoluc ión industr ial que
será analiza do adelant e, los hacend ados burócra tas del centro
de Colomb ia encami naron todos sus esfuerz os a la búsque da
de algún produc to exporta ble que, añadido al otro, permiti era
algún equilibr io de la balanza de pagos interna cional, en conti-
nuo déficit desde el nacimie nto de la Repúbl ica.
El lento progres o de la produc ción de café no es suficiente
para satisfacer esta necesid ad de dinero y durante la década de
los años treinta se desarro lla una presión crecien te, en la prensa
y en el Congreso, para consegu ir la abolició n del estanco del
tabaco, cuya exporta ción era contem plada como una solución
definitiva para cubrir las deficiencias de la econom ía de la Nue-
va Granad a en sus relacion es de interca mbio con otras naciones.
Por fin, en 1841, uno de los más encarni zados predica do-
res de la «liberta d comerc ial» y de la división interna cional del
trabajo, el inglés Guiller mo Wills, consigu ió abrir una brecha
en el antiguo sistema del estanco , median te un contrat o por
el cual la compañ ía por él represe ntada y de la cual era socio,
«Powels, Illingw orth, Wills and Co.» compra ría el tabaco al Es-
tado para vender lo libreme nte en Europa y los Estados Unidos.
Aunqu e el contrat o fue inmedi atamen te atacado por otros co-
mercian tes y hacend ados y finalme nte Wills obtuvo solo una
cantida d limitad a de tabaco, tres años más tarde los empre-
sarios antioqu eños Francis co Montoy a Sáenz y sus pariente s
rionegr inos consigu ieron que se les cediera en arrenda miento
por cuatro añ~s la zona tabacal era de Ambale ma, promet iendo
vender al gobiern o a un precio más bajo que el que se paga-
ba antes a los cultivad ores autoriz ados. Montoy a inició así en
PARTIDOS POLÍTICOS 281
1A HACIENDA YEL NACIMIENTO DE LOS

que inse rtó de-


la Nue va Gra nad a una rev olu ción cap ital ista
lism o fina ncie ro
fini tiva men te al país en el mar co del imp eria
y mer can til eur ope o, aun que las pau tas y
nor mas básicas de
bajo la apa rien cia
com por tam ient o social sigu iera n sirv iend o,
ica, las tendencias
y con la ayu da de la «mo der niza ción » eco nóm
a», cre ada por
y metas pro ced ent es de la «es truc tura asociativ
pas ar inad ver tido
la enc om iend a trad icio nal. Esto, que pod ría
duc ció n, resu lta
con el mer o exa men de los fact ores de la pro
gas to y se dej an
evid ente cua ndo se inve stig a la ten den cia del
de las esta díst icas
en clar o los pat ron es del con sum o, a través
de imp orta cion es.
io siglo, se in-
Al ana liza r el pro ces o ant ioq ueñ o de este med
jun to nac ion al
tent ará dib ujar el pap el des emp eña do en el con
ndo San tam aría ,
por gen tes com o Fra ncis co Mo nto ya o Rai rnu
zon a occ iden tal
cua ndo la crec ient e bur gue sía mer can til de la
los hac end ado s
entr a en alia nza, apa ren te con los inte rese s de
os más tard e a su
del cen tro del país, par a dom inar los y suje tarl
pro pio mar co de refe ren cia social.
ma ner a la
Por lo pro nto , es nec esa rio com pre nde r de qué
en peo nes de las
tran sfor mac ión de los teje dor es y arte san os
s a los mer cad os
hac iend as y la vinc ulac ión de los hac end ado
ión pol ític a con ti-
inte rnac iona les son los resu ltad os de una acc
la tota l imp osi-
nua da y tena z de las «élites» que con cluy e por
era y a tod os sus
ción de sus inte rese s y nor mas a la nac ión ent
esta men tos.
istencia de con-
Esta luch a polí tica vict orio sa mu estr a la inex
entes. Saf ford ha
flictos tmtre grupos y actividades económi cas difer
n, que los viej os
observado, con trad icie ndo en esto a Har riso
resa rios taba cale -
terr aten ient es de Am bale ma, los nue vos emp
s y los age nte s
ros com erci ante s, los con serv ado res, los libe rale
me nte no cho can
del capital fina n cier o ingl és o alem án, no sola
850) sino que
':n tre sí en la épo ca dor ada de l taba co (18 45-1
form an un fre nte com ún inex tric able ,
pue sto que las mis mas
com erc ian tes y
~e:s o~as y fa1nilias so~1 , a la vez, lati fun dist as,
su ant igu o po-
f.tn anc1~ros, desen:olVJe ndo en nue vos cam pos
anis mo s y con el
der social terr aten ien te, refo rzad o con los mec
co 89•
apa rato tt·cn ológico d el cap ital ism o ecu m éni
. No es posible ha1J ar en el sen o de la soc
ieda d neo gra na-
ia con el aug e
dina dur ante la exp ansión capitali sta que se inic
282 EL PODE R POLÍT ICO EN COLO MBIA

nan te, los


del taba co com o artíc ulo de exp orta ción pred omi
econ ómi cos,
anta gon ismo s y tens ione s entr e dive rsos sect ores
luci ón in-
tal com o apar ecen en los mod elos clás icos de la revo
dust rial de Eur opa o de los Esta dos Uni dos.
el pod er
Sigu iend o el rum bo trad icio nal orig inad o por
icas de la
soci al de la enco mie nda , las élite s polí tico -eco nóm
inte lectu ales ,
cent uria reún en en sus man os nuev os pod eres
guas fuen -
tecn ológ icos y fina ncie ros, sin aba ndo nar sus anti
a las clase s
tes de pod er soci al rura l y abso rbie ndo háb ilme nte
med iant e el
med ias eme rgen tes en el círc ulo de sus inte rese s,
de pres tigio
man teni mie nto de norm as de cont rol y de pau tas
laci ón y el
que gara ntiz an la obed ienc ia del con junt o de la pob
s a las de dos
man teni mie nto de actit udes bási cam ente idén tica
siglo s atrá s 90 .
ca y de
La desa fora da defe nsa de la libre emp resa dom ésti
es man e-
la libe rtad de com erci o inte rnac iona l, verb igra cia,
vetu stos . Así,
jada con 1nag istra l habi lida d por esos inte rese s
de la teor ía
don Flor enti no Gon zále z, el más crud o apol ogis ta
porá neo s de-
econ ómi ca libre cam bista , sorp rend e a sus con tem
el siste ma de
fend iend o al lleg ar a la Secr etar ía de Hac iend a
mon opo lio del taba co.
ido a las
Aun que sus tesis libe rale s «mo dern as» hab ían serv
dico espa -
élite s de la haci end a para enfr enta rse al apar ato jurí
argumentos de
ñol de la Colo nia, las aban don a súbi tain ente , con
a la movili-
apariencia técnica, cuan do pue den abri r las pue rtas
z se mue stra
dad soci al de las clas es med ias. En efec to, Gon zále
toda s las re-
part idar io de man tene r los esta ncos del taba co en
terr aten ient es
gion es prod ucto ras, para arre nda rlos a gran des
arru inar ía la
y com erci ante s, aleg and o que la libe rtad abso luta
ivad ores «no
activ idad exp orta dora porq ue los peq ueñ os cult
com erci o de
tien en idea s del mod o de hac er ven tajo sam ente el
ltad os que
exp orta ción » y por tant o «fác il es con ceb ir los resu
tend ría el inm edia to dese stan co de taba co» _
91

aspe cto
Y con tinú a así la exp osic ión de su pen sam ient o, de
capi talis ta y abso luta men te orto dox o:
Un gobi erno que cono ce qué tal es el esta do en
que se hallan
con impru-
los cono cimi ento s merc antil es en el país , obra ría
se libre el
denc ia si prom ovie ra inm edia tame nte el que se deja
su deseo
cultivo y com ercio de taba co. Ha hech o, pues, lo que

I
11111

LA HACIENDA Y EL NACIMIENTO DE LOS PARTIDOS POLÍTICOS 283

de proporcionar ventajas a la nación le dicta como necesario.


Ha promovido la formación de compañías, que en los distintos
en que la producción es buena, cultiven el tabaco, lo acopien y
preparen con inteligencia y en cantidad bastante para dejarles
utilidad, facilitándose el pago en letras sobre los lugares hacia
donde exporten~El día en que la exportación haya subido a la
cantidad que se ftja como condición para el desestanco, ese día
hay ya pruebas de que el comercio de exportación se hace de
una manera provechosa, de que la producción se prepara con
- inteligencia en el interior, y de que una gran cantidad del gé-
nero tiene salida en el exterior. Entonces puede dejarse libre la
producción y el comercio de tabaco, pagándose la contribución
que establece el proyecto, sin que haya riesgo de un déficit en los
productos de las rentas ni de que la nación deje de sacar ventajas
de este comercio. Éstas ~on las ideas del Ejecutivo y las que espe-
ro consagrarán los legisladores con su sanción92 •

Bajo la presión de tales argumentos teóricos inspirados en


el interés general y en las doctrinas económicas más prestigio-
sas, la legislatura aprobó el 23 de mayo una ley cuyo texto reza:
«Desde el primero de enero de mil ochocientos cincuenta será
libre en la República el cultivo del tabaco pagándose a bene-
ficio del Tesoro Nacional a razón de diez reales por cada mil
matas que se siembren».
Los dos años de plazo que mediaron entre la expedición
de la ley y su ejecución, sirvieron obviamente para establecer
relaciones exclusivas de mercadeo «racional» con los impor-
tadores europeos. Pero mucho más importante que esto para
el proceso del poder político y social de las «élites» fue el he-
cho de que en ese lapso las compañías que habían arrendado
los estancos en cada región productora pudieron organizar un
monopolio de hecho sobre la producción y la exportación taba-
calera, evitando que los pequeños agricultores pudieran com-
petir al amparo de la ley liberadora de 1848.
La estrategia gradual que permitió el desestanco sin que si-
multáneamente se produjeran cambios importantes en el control social
Y Político de la nación, es sobremanera interesante.
• Inicialmente la presión para obtener el desestanco del ta-
baco se vincula categóricame nte con la necesidad de eliminar
las barreras aduaneras que protegían a los tejedores y artesanos
284 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

para obligarlos a emplearse como mano de obra proletaria en


los cultivos que se dedicarían a la producción exportable.
El proceso se inicia con el contrato de administración cele-
brado con Montoya Sáenz en la zona de Ambalema. Montoya
funda la utilidad de su operación en la reducción de los precios
pagados a los terratenientes de la zona y por estos a los cose-
cheros, respecto del nivel anteriormente pagado por el Estado.
El empresario administrador y exportador negocia direc-
tamente con los grandes terratenientes, los cuales utilizan al
cosechero -un tenedor, pero no un propietario de los pre-
dios- obligando a este último a vender la producción a un
solo patrón, a quien frecuentemente debe comprar además los
víveres, las ropas y las herramientas a precios «usurarios» 93 •
Cuando en 1848 se organizan las compañías regionales,
quedan en las manos de las tradicionales familias latifundis-
tas, convertidas en núcleos empresariales «modernos» que tie-
nen tiempo para organizar el monopolio de facto incluyendo
el monopolio de los transportes terrestres y fluviales, antes de
que entre en vigor la ley de liberación. Así por ejemplo, en
Purificación, la vieja familia sucesivamente encomendera y hacen-
dada de los Caycedo controla la nueva compañía de tabaco
exportable94 •
Al sobrevenir la liberación efectiva de la producción y el
mercadeo de tabaco, los pequeños propietarios no pueden
competir ni en experiencia ni en capacidad financiera con las
grandes compañías como la de Montoya Sáenz en Ambalema
y se ven obligados a vender el tabaco a esas asociaciones mer-
cantiles a precios impuestos por los monopolistas factuales.
A pesar de que el cultivo del tabaco parecía ideal en un país de
escaso ahorro interno como la Nueva Granada, por su relativa
poca necesidad de inversión, esa ventaja que hubiera favore-
cido el auge de los pequeños cultivadores se ve eficazmente
anulada por la estrategia de antiguas élites modernizadas.
La explotación del cosechero se mantiene todo el tiempo
en que el mercado externo ofrece precios estables y remune-
rativos. Pero cuando esos precios ceden y el riesgo del gran
exportador se hace intolerable, la familia Samper en Honda
concibe una nueva forma de utilización de las tierras tabaca-
leras. Arrienda las tierras a cultivadores que tienen absoluta
1.A HACIENDA YEL NACIM IENTO DE LOS PARTIDOS POLÍTIC
OS 285

libertad para vend er el prod ucto a quien quier an. Mart ínez Sil-
va alaba la «generosa» cond ucta de estos propi etario s, que les
pennitía trans ferir todos los 7!,esgos a los homb ros de los arren -
datarios, dicie ndo: «Al cosec hero se le perm itía vend er libre-
mente su tabac o prefi riend o sólo por su prop ia volun tad a la
hacienda en igual dad de precios; lo que fue una verda dera no-
vedad, pues aboli do el mono polio fiscal del tabaco, conti nua-
ban explo tándo lo en su prove cho los dueñ os de hacie ndas en
que se cultivaba por arren datar ios la preci ada hoja» 95 •
El sistema de explo tació n del cosec hero se mant uvo mien -
tras resultó un medi o para expropiar excedentes al trabajador pro-
1,etarizado. Incluso, cuan do se quiso prohi bir legal ment e que el
cosechero estuviera oblig ado a vend er su produ cción a un solo
patrón, se utiliz aron dos contr atos separados; uno medi ante el
cual se arren daba la tierra y otro que conte nía la oblig ación de
vender al propi etario el tabaco produ cido. Solam ente la nece-
sidad de eludi r los riesgos financieros, sin abandonar el control de
los trabajadores, llevó al sistema de «rent a libre» inicia do por la
familia Samper.
De este modo , por una lenta y calculada estrategia, fue
posible utilizar en prove cho de las «élites» terra tenie ntes los
principios de la libert ad económica, evitando al mismo tiemp o
que esas doctr inas llevaran a una movilidad social emer gente
a los pequ eños propi etario s campesinos o a las clases medi as
urbanas.
La sustitución de los manu factu reros socor ranos por los
cosecheros de la gran «plan tació n» tabacalera produ jo, según
sus exégetas, beneficios casi increíbles. Don Miguel Samp er los
describió con las siguientes palabras:
La prese ncia de un núme ro tan consid erable de trabaj adore s
que tenían medio s y hamb re atrasa da de consu mir, estim uló la
actividad de todos los servicios, la fecun didad de todos los capita-
les, la aptitu d produ ctiva de todas las tierras , no sólo en el teatro
mismo de los suceso s, sino en toda la coma rca que sentía el vacío
dejad o por la emigr ació n y la dema nda activa de todo cuant o
podía satisfacer las nuevas y crecie ntes neces idade s. Bogotá, su
saban a y los demás puebl os circunvecin os sintie ron pront o los
efecto s de este movimiento y no quedó clase social que no se
aprovechar a de ellos. El propi etario de tierra s vio elevarse los
286 11'. L PODIW. POLÍTICO KN COLOMUJA

arriendos; el capitalista no tuvo bastante dinero para colocar; el


joven pisaverde halló nuevos escritorios y colocaciones; el arte-
sano tuvo que calzar, vestir y aperar al cosechero, enriquecido;
y el agricultor completar con carnes abundantes, papas, queso y
legumbres el apetito del nuevo sibarita que poco antes tenía de
sobra con el plátano y el bagrenri_

Frank Robinson Safford, no obstante, al estudiar cuidado-


san1ente la documentación pública y privada del período, llega
a conclusiones diferentes: el aumento de los salarios no tras-
cendió gran cosa de las áreas tabacaleras y fue en mucha parte
anulado por la inflación, por el aumento general de los costos
y vestuario y de la alimentación de los trabajadores97 •
Como es obvio, el conjunto de la dominación hacendaría
iinplicaba la firme posesión de los controles políticos y de la
burocracia y su defensa contra la posibilidad de que otras «es-
tructuras asociativas» amenazaran conquistarlas o disputarlas.
La casa de Montoya Sáenz, por ejemplo, consiguió casi siempre
que su representante en Londres fuera a la vez el cónsul gene-
ral de la Nueva Granada en esa ciudad98 •
Cuando aparecen los partidos «tradicionales», en medio
de este proceso de afianzamiento de la «hacienda», su rivali-
dad tendrá explicación en la necesidad de diferentes hacen-
dados y doctores de controlar la maquinaria burocrática, no
en razón de actividades o actitudes sectoriales diferentes, sino
precisamente en busca de idénticos beneficios, demasiado esca-
sos para ser completamente compartidos por toda la nómina
de la «élite».

EL MODELO DE LOS CONSUMOS

Al final de sus Memorias,]osé Hilario López ha dejado, un poco


como colofón aristocratizante, el relato de su viaje a Roina en
calidad de enviado de la Nueva Granada y de sus breves corre-
rías por Grecia y el Cercano Oriente. Dos décadas más tarde
otro viajero granadino ha mostrado en otras Memorias el perfil
y el valor de este turismo, como símbolo de poder y elemento
esencial de movilidad social:
I.A HACIENDA YEL NACIMIENTO DE LOS PARTIDOS POLÍTICOS 287

Resolví emprend er un viaje a Europa como coronami ento de mi


carrera de cuatro años, que había sido rápida y la propicia a mis
juveniles ambicione s.
Para los surameric anos, y especialm ente para los provincia-
nos de esas democrac ias latinas, un viaje a Europa es el sueño do-
rado de la juventud. Entre las multiplica das ambicione s que en
la primera edad bullen en nuestros corazones , confusas algunas,
extravagantes otras, pero todas nobles e inocentes , porque en
esa época, tan feliz como fugaz, nuestro espíritu está empapad o
en la miel de la vida, uno de los más constante s ensueños en el
de viajar y conocer el Viejo Mundo, privilegiado por las artes,
por las ciencias, por el progreso humano, por la civilización en
fin en sus múltiples manifesta ciones. Un viaje a Europa es el desi-
deratum de los jóvenes colombian os, y realizarlo forma una de las
páginas brillantes de nuestra existencia.

Estas Memorias llevan en su portada una enumera ción de


méritos individuales, tan esclarece dora como la lírica alabanza
del viaje europeo. Allí se indica que han sido escritas por un
«Enviado Extraord inario y ministro Plenipot enciario de la Re-
pública de Colombi a ante su Majestad el Rey de Italia; antiguo
Ministro 'de Estado, exsenado r y expresid ente de la Cáinara de
Diputados; antiguo diplo1nático en Inglaterr a, Francia y Sui-
za; individuo de número de las Acade1nias de Jurispru den cia y
Legislación de Madrid y de las de Jurispru dencia e Historia de
Bogotá, etc. »99 •
Gasto suntuario , vinculaci ón al capitalisn10 intern ac ional
sin la absorción de sus valores estructur ales v utilizació n de
J

una nueva red de relacione s externas c01n o efi ciente apoyo


a las formas tradicion ales de do1n inación inte rna Y de lucha
I

por el prestigio y el poder, se articulan estrecham ent e cu ~u1-


do el descubrh niento de un producto agrícola de exportac ión
es eficientem ente 1nanipul ado por la vit:ja «élite» e n su ntH:~\'o
papel de modernizadora de toda la pstructu m soriaJ. t>n busm <Ít1 la
civilización. Desde luego, el control buroc rático local está ÍIHi-
l11~ente ligado a la elevación del status que el ,i~~je a I .o ndres.
Pans Y Roma conlleva de .modo inevitabl t\ form ando así una
teta social que no solamen te significa la ,,nliel <le la \'ida" para
os cando rosos Jovenes
., grana d'1nos, smo
. .
que se con,·icne en
IA
EL PO DER POL ÍTIC O EN COL OMB
288

par a los ven era ble s patro-


irre mp laz abl e pal anc a de dom ini o
nes-hacen dad os de la nue va era .
no de Mo squ era in-
Es el mo 1ne nto en que To má s Cip ria
ia, en Par ís, que ambos
ten ta dem ost rar a la em per atr iz Eu gen
tie1 npo en el cua l los im-
son des cendientes de Gu zmá n el Bueno. El
pu ede n reg res ar a Bo got á
per tin ent es caz ado res de aut ógr afo s
o de Ale jan dro Du ma s
con alg una s pal abr as de Víc tor Hu go
bur ocr áti ca y com o sím-
com o «co ron am ien to de su car rer a»
que ani ma n y for tale cen
bol o def init ivo de los nue vos res ort es
100
el vie jo po der •
im por tac ion es de la
Las cifr as est adí stic as rela tiva s a las
ten inf eri r cla ram ent e el
Nu eva Gra nad a, en el per íod o per mi
la bal anz a de pag os. Las
tip o de con sum os que pes an sob re
ana s, los per fum es, la pe-
tela s ing les as y las har ina s nor tea me ric
ada s con oro o con letr as
let erí a y la me rce ría fra nce sas son pag
as exp ort aci one s de azu-
de cam bio pro ced ent es de las peq ueñ
alm ent e qu ina y alg odó n.
fre , cue ros de res , pal o Bra sil y esp eci
re pla zas eur ope as o de
El pre mi o de las letr as de cam bio sob
pro por cio nes usu rar ias , y
los Est ado s U nid os lleg a a alc anz ar
án llen as de que jas po r la
los per iód ico s y las car tas pri vad as est 101
s • De sde 185 5 en ade -
esc ase z de mo ned a que ago bia n al paí
el equ ilib rio pro gre siv o
lan te, el tab aco com ien za a con seg uir
iam ent e.
de la bal anz a de pag os, aun que pre car
es, pri nci pal es com -
Lo s me rca dos de Bre me n y de Lo ndr
en po der de gra nde s
pra dor es del tab aco neo gra nad ino
cap ital int ern aci ona l, su-
com pañ ías dom ést ica s vin cul ada s al
el con sum o sun tua rio y
min istr an los fon dos nec esa rio s par a
de la evo luc ión de la
el con sum o «de pen die nte » que sur gen
cim ien to y afia nza mie n-
soc ied ad neo gra nad ina hac ia el for tale
con los alamares del capi,-
to del rég im en de hac ien da, disfrazado
talismo ind ust ria l.
es a lo lar go del pe-
De est e mo do, las ma yor es im por tac ion
de «Te las e hil os de algo-
río do se ins cri ben en los ren glo nes
tc.» , com o res ult ado de la
dón , ~ana, lin o, cáñ am o, est am bre , -e
os y tej edo res peq ueñ os
anu lac ión eco nóm ica de los alg odo ner
«lic ore s, cal dos , com est i-
de la reg ión soc orr ana ; y lue go en el de
», «be bid as fer me nta das
ble s» y en los de «m erc erí a», «pe lete ría
mb rer os» , com o fru to del
y -e spi ritu osa s», «m isc elá n~a », o «so
las «él ites » ter rat ~ni ent es
for tale cim ien to del po der int ern o de
LA J-IAOE'IDA Y EL NACL.\fiENTO DE LOS PARTIDOS POÚTICOS 289

v de su Posición dependiente en los mercados internacionales


de producción y consumo especializados geográficamente102 •
A pesar de la que Luis Eduardo Nieto Arteta ha llamado
ingenuamente «revolución industrial de 1851 », los aparatos
científicos o las máquinas ocupan sitios bien modestos en la
escala de magnitudes de las compras extranjeras de los neogra-
nadinos.
Un cronista bogotano relata que, «cuando regresó a esta
capital el distinguido cuanto ilustrado caballero don Nicolás
Tanco Armero, después de prolongada ausencia de la patria
en que dio la vuelta al mundo viajando por las Antillas, Estados
Unidos, Europa, África y Asia», siendo «el primer colombiano
que visitaba tan remotos como singulares países», su hermano
Mariano decidió «convidar a la sociedad bogotana a un baile
que dio en su casa de habitación, situada en la Tercera Calle
Real o del Comercio».
Después de describir los espejos colocados en los patios
para multiplicar la imagen de la fiesta, el cronista añade:
«En el ancho corredor se situó la orquesta dirigida por el
profesor alemán Alejandro Linding. Desde los corredores la-
terales se gozaba de un espectáculo hermosísimo e indescrip-
tible.
«Los salones que daban a la calle se arreglaron lujosamen-
te con mobiliarios de los estilos Luis XIV y Luis XV y allí se
exhibieron las preciosidades que don Nicolás trajo de la China
Yotros países que había recorrido. Aquello fue una positiva sor-
presa para todos y no se sabía qué admirar más: un solo ajedrez
había costado dos mil pesos oro al atrevido viajero.
A las once y media de la noche se abrieron los comedores...
A una señal convenida de antemano la orquesta intenumpió
el momentáneo silencio con unas alegres cuadrillas de Lannar,
Y como por encanto tomó esta fiesta el aspecto más brillante y
fantástico imaginable. De todas partes iban saliendo personajes
históricos (sic) , entre los cuales resaltaban los anacronismos más
~osos: allí salían cogidos del brazo, Felipe II con la hija del Re-
guniento; donjuan Tenorio con Isabel la Católica; don Pedro el
Cruel con Norma; el Barbero de Sevilla con Semíramis; Enrique
ID con una varsoviana; Jacobo Molay con Safo; el Trovador con
una aldeana suiza; un mandarín del Celeste Imperio con María
290 EL PODER POLÍTICO EN COLOMB IA

Estuard o; Luis X1 con una Aurora que dejó ciegos a los que se
atre,ier on a mirarla de frente y tantas y tantos otros más que no
podemos recorda r 103 •

La ingenu a emoci ón del desape rcibido cronista podría ser-


,ir de introd ucción a un estudio sobre los model os culturales
de la depen dencia que el auge de la hacien da export adora per-
mitió a los ,iejos n·oncos terrate niente s, acrecie ndo su dominio
intern o a expens as de la subord inació n total de la sociedad a
los marcos de referen cia capitalista extern os.
_--\lgunos aüos antes del baile citado, el mismo Nicolás Tan-
co esoibí a a José Eusebio Caro a Nueva York:
L'n tío mío desea manda r a cualqu ier punto de los Estados Uni-
dos a un hijo que tiene, como de unos diez y ocho años; es un
joYen excelen te, educad o en Boston, y quiere seguir la carrera
de comerc io. Yo le indiqué que el genera l Mosqu era debía te-
ner en Nueva York o en Filadelfia una casa de Comercio; y que
tal vez este seúor querría admitir en ella al joven, aunque fuera
ganand o un salario muy módico. La idea le ha parecido muy
buena y quedam os en escribirle a usted abusan do de su fina
amistad ... 104.
Para 1845 -dice Saffor d- la afloración de las modas eu-
ropeas podía verse reflejad a en los avisos de los periódicos de
Bogotá; el sastre Agustín Rodríg uez proveía los más elegantes
artículo s que el buen gusto podía encont rar en París, de donde
acabab an de llegar; de León y Therad «peluq ueros de París» ha-
bía recibid o justam ente una magníf ica colecci ón de «perfumes
y de adorno s para los elegant es de ambos sexos»; de Monsieur
Lefevre se podía comer y beber café en el Club del Comercio;
de la señora Magda lena Dubec, «modis ta francesa» y de Tomás
Leiva, que vendía sombre ros masculinos, se podían obtene r «los
105
últimos modelo s» recient emente llegado s de París •

Y añade: «Los jóvene s dandy s "cachacos" desarrollaron la


costum bre de usar un vestido ·difere nte cada día. Prácticamen-
te todos estaba n profun damen te endeu dados con sus sastres».
Aunqu e en términ os de compa ración con los consumos de
st
lujo de Europ a, la ..sociedad neogra nadina resulta ra au era Y
en ocasio nes bárbar a, en relació n con los estilos y niveles. de
vida del total de la poblac ión, las «élites» habían conseguido
l.A HACIE NDA Y EL NACIM IENTO DE LOS PARTIDOS
POLÍTI COS 291

la coronación de su poder social y aseg uran do su pree mine ncia


de
mod o osten toso y dificil de comb atir. No es extra ño que
los
come rcian tes, es decir , los comerciantes importadores, se conv
ir-
tiera n en héro es sociales y enco ntrar an abier to el paso hacia
la
movi lidad asce nden te con hala gado ra facilidad.
Com o agen tes de una ·socialización cuya meta es el presti-
gio, los vend edor es de sedas, de pieles, de somb reros , de per-
fumes, goza ron del mayo r respe to y acata mien to sociales.
Los
hace ndad os-b uróc ratas estab an estre cham ente vincu lados
al
com ercio expo rtado r y a la vent a de merc ancía s impo rtada
sy
los euro peos se sorp rend ían al enco ntrar a un antig uo mini stro
de Rela cion es Exte riore s vend iend o varas de tela inglesa al
día
sigui ente de su retir o del gobi erno . El ejem plo más característ
i-
co de la triple calid ad de hace ndad o, func iona rio y come rcian
-
te es el citad o por Le Moyne quie n enco ntró ajoa quín Acos
ta,
hijo del corre gido r de Guad uas y casi su prop ietar io (de
tal
mag nitud eran las tierra s que pose ía en la zona ), jefe políti
co e
historiador, dirig iend o su nego cio en una «tien da abie rta entre
bulto s de azúc ar, tabac o y drogas» 106 • Safford añad e que a
lo
largo de todo el siglo XIX tanto los hace ndad os de la saba
na
com o lo dirig entes políticos tenía n tiend as dond e vend ían
gé-
nero s impo rtado s. La familia Sam per, por ejem plo, enlaz
ada
por alian za matr imon ial con los A.costa, hizo su fortu na con
el
com ercio en Hon da, para vincularse más tarde al nego cio
del
tabac o, a las finanzas y a la indu stria , sin dej ar de man ten er
el
lider ato polít ico en los dos parti dos tradi ciona les 1° 7 .

LA «EMPRESA CAP ITAL ISTA »


YEL PRE DOM INIO POL ÍTIC O

Sin emb argo , para apre ciar el uso que se da al poder y comprende
r
el perfil de las metas sociales es nece sario observar, com o lo hizo
Safford, que Bogo tá fue el cent ro de distr ibuc ión de este
co-
merc io impo rtado r, «cen tro absu rdo » desd e el punt o de vista
finan ciero , pues mult iplic aba loca men te los costos de trans
-
porte . Y a pesa r de ello, ese auto r ha calcu lado que por lo
me-
nos un 40% del com ercio total de la ciud ad corre spon día
a
impo rtaci ones extra njera s.
292 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

La «irracionalidad», en términos de ortodoxia capitalista,


tiene una confirmación marginal en el continuado fracaso de
las empresas industriales diseñadas y gerenciadas por comer-
ciantes políticos y hacendados del centro del país. Entre 1827 y
1836 se inician en Bogotá y en su región geográfica factorías de
hierro, de porcelana, de papel, de vidrio, de telas de algodón,
que se convirtieron en fracasos absolutos al poco tiempo, por
la impericia empresarial que a veces ignoraba absolutamente
hasta la existencia o inexistencia de un mercado potencial de
consumo. De nuevo estos empresarios son los mismos hacen-
dados, burócratas y comerciantes, como José María Plata, mi-
nistro y especulador; como el doctor José Ignacio de Márquez
de quien se aseguraba que había hecho una fortuna desde el
gobierno 1º8 siendo ministro y Presidente de la República; como
el general-hacendado Pedro Alcántara Herrán o el ya citado
Joaquín Acosta, el comerciante latifundista de Guaduas; como
el político y hacendado doctor Alejandro Osorio. No solamen-
te no hay huellas de tensiones o contradicciones expresas entre
estos intereses sectoriales, sino que están representados por las mis-
mas personas y Jamilias.
Siguiendo las pautas ancestrales provenientes de la enco-
mienda granadina y de la Edad Media ibérÍca, el nuevo capita-
lismo hacendario no finca su auge en la eficacia económica o
en el enriquecimiento «racional» según sus aparentes modelos
europeos. No es el dinero el que crea el status y confiere poder.
Es el poder, particularmente el pod~ político, el que se utiliza
por estos noveles empresarios «modernos» para lucrarse hasta de
la ineficiencia financiera y de la incapacidad productiva.
Es cosa cierta que la primera mitad del siglo XIX crea
condiciones capitalistas para la articulación de las prestacio-
nes y las relaciones sociales de producción y es por ello que se
emprende la anulación de todas las «estructuras asociativas»
diferentes a la hacienda, mediante la expropiación de las for-
. mas de propiedad indígena o la abolición de la esclavitud y la
conversión de negros y mulatos en asalariados inermes109 • Pero
no es cierto que a ello corresponda una racionalidad capitalista
de tipo europeo o norteamericano. Por un fenómeno que no
parece haber sido suficientemente advertido y comprendido,
las nuevas estructuras formales de poder solamente refuerzan
l.A HACIENDA y EL NACIMIENTO DE LOS PARTIDOS POLÍTIC
OS 293

Y asegu~an las antig uas pauta s, los viejos valores de prestigio,


ahor a disfra zados con una modernidad de carnaval.
T o~o el pr~c_eso coinc ide igual ment e con la apari ción de
los ~art1dos pohti cos «tradicionales», que hasta hoy se han re-
parti do la cond ucció n del país y las ventajas del gobie rno, en
. un_ pr~c eso?~ viole ntas y sangr ienta s querellas, sucedidas por
ep1sod1os cntic os de recon ciliac ión estratégica.
La racio nalid ad social que subordina los intereses económicos
del poder político, es uno de los fenóm enos más intrin cados del
proce so social colom biano y abord arlo con los instru ment os
del análisis clásico, inclu so desde el punto de vista del mate-
rialis mo histó rico, oscur ece much o más que esclarece sus
proce sos.
La obser vació n de Safford sobre la irraci onali dad de un
meca nism o de distri bució n merc antil que tiene su sede en una
capit al polít ica situa da a distancias casi infra nque ables respec-
to del territ orio de toda la nació n a la cual la merc ancía se
distribuye, es sólo un indic io de cómo es imposible observar
el orige n y el de~e mpeñ o del pode r político en funci ón de la
articu lació n social a los medi os de produ cción .
Se ha inten tado much as veces, utilizando el conc epto de
que el proce so políti co solam ente refleja la expan sión de las
fuerz as de prod ucció n, expli car la apari ción y la lucha de los
dos parti dos «tradicionales», que vend rían a ser simples resul-
tados y super estru ctura s de conflictos sectoriales y de conflic-
tos de clase muy profu ndos y decisivos. Por eso abun dan los
análisis que otorg an a cada uno de los partid os un aire «rura l»
y a su antag onist a un aspec to «urba no» , una comp osició n mer-
canti l de «clase medi a» o una estru ctura de antig ua oliga rquía
«colonial», sin conse guir jamá s refre ndar con el análisis de los
hech os el esfue rzo teóric o postu lado en tales términos.
A pesar de todas las mani obras intele ctual es de este tipo,
los parti dos políti cos que apare cen al final de la prim era mitad
del siglo XIX van perfi lándo se a lo largo de un siglo, con carac-
terísticas incom prens ibles en apari encia . Lejos de ser partid os
exclusiva o predo mina ntem ente urban os o rurales, partid os de
come rcian tes o de propi etario s territoriales, partid os burgu e-
ses o parti dos prole tarios , resul tan ser tenaz ment e «policlasis-
tas» se enfre ntan en acres lucha s inter urban as e intrar urale s,
'
294 EL PODER POLÍTICO EN COLO MBIA

rese s par a abo rda r


mu estr an un mismo estilo e idén tico s inte
fron tera s ideológi-
los pro ble mas críticos del país, car ece n de
nes económicas,
cas que se rela cio nen con las gra nde s cue stio
dos a ciertas regio-
se pre sen tan com o her edi tari ame nte vincula
has ta la seg und a
nes geográficas prá ctic ame nte inmodificables
ent e la afiliación
mit ad del siglo XX y han imp edi do efic azm
pie dad de los me-
par tida ria con base en la pro pie dad o no pro
dios de pro duc ció n.
en térm ino s de
Y no obs tan te su composición casi idé ntic a
pre dom ina nte bur-
estratificación social y de su estilo form al
ren taro n con sus
gués, esos dos par tido s «tradicionales» ens ang
y no con sigu iero n
querellas cien años de historia col om bia na
com une s inte rese s
cre ar un par tido úni co que def end iera sus
violentas pre sion es
y per mit iera la paz, ni aun fren te a las más
s, cad a vez me jor
de los desequilibrios y las injusticias sociale
per cibi das por el con jun to de la pob laci ón.
Con serv ado r
Uno de los fun dad ore s formales del Par tido
que se constitu-
(el prim ero de esos dos gru pos «tradicionales»
rígu ez, con fesa ba
yó en Colombia), don Mariano Osp ina Rod
era vista liberales
ya en 1849: «Pueblos ent ero s par ece n a prim
su con duc ta en las
rojos, por sus votos en las elecciones y por
hab itan tes que da
revueltas, per o al exa min ar de cer ca a sus
una me ra apa rien -
uno ple nam ent e convencido de que ésta es
per son al de alg ún
cia». Se trata, seg ún Ospina, de la infl uen cia
ntes, con oce n los
gamonal, per o «ni él ni mu cho men os sus clie
del opu esto ; ellos
principios del par tido que sostienen, ni los
en que está tal
qui ere n sola men te que triu nfe aqu el par tido
hom bre » 110 •
o de la hac ien -
Ent re 1848 y 1849, al consolidarse el cicl
rígu ez y Ezequiel
da, Jos é Eusebio Caro, Ma rian o Osp ina Rod
lógicas que en lo
Rojas, trazan las prim era s con cep cio nes ideo
nos , salvo per íod os
sucesivo dividirán a mu erte a los col om bia
dec lara tori os de las
de alianza ocasional. Al com par ar los textos
liberales rojos, solo
inte nci one s de los con serv ado res y de los
las diferencias. No
una perspicacia sofisticada pod ría enc ont rar
no las enc ont rara n
es ext rañ o que los cam pes ino s ana lfab etas
ubl ica na de gobier-
tam poc o n. La def ens a vaga de la for ma rep
1

s, de la maj esta d de
no, de las libe rtad es y der ech os individuale
for ma n el núc leo
la ley y de la pro pie dad gar ant izad a por ella
p

LA HACIENDA YEL NACIMIENTO DE LOS PARTIDOS POLÍTICOS 295

de esas declaracion es doctrinaria s, que posiblemen te podrían


ser resumidas por el deseo expuesto por Rojas en nombre de
los liberales: el Partido Liberal «quiere que todos los granadi-
nos sean ricos ... que las leyes den libertad y seguridad y que
no pongan obstáqilos de ninguna clase a la producción y a
la circulación de las propiedade s y, entonces, los particulare s
harán lo demás, porque el deseo de riqueza no es necesario
inspirarlo». En nombre de idénticas entelequias , don Mariano
Ospina defendía la usura algunos años después 112 •
Cuestiones tales como la alternativa entre protección o
libre cambio, la estructura de la tenencia de tierras, el mo-
narquismo o el republican ismo del Estado burgués jamás se
convirtiero n seriamente en fronteras de partido después de
1850. Y, sin embargo, el conflicto entre los dos partidos fue
aumentand o su intensidad durante un siglo, hasta llegar a la
sombría y sanguinari a «violencia» de la mitad del siglo XX.
Aunque para 1848 y en los años subsiguient es se utilizaron
como banderas liberales algunas vaguedades socialistas de ori-
gen francés y los periodistas e ideólogos políticos de ese parti-
do casi llegarán a apelar a la lucha de clases, agrupados bajo el
nombre de «gólgotas», la inanidad de tales concepcion es y su
contradicc ión lógica con las verdaderas «estructura s asociati-
vas» de los partidos quedaron al desnudo cuando, después de
1854, ambos bandos enconadam ente enemigos, se aliaron con
alborozo para destruir dos posibles focos de presunta rivalidad
contra ellos: el ejército permanente que subsistía precariamente des-
de la Independencia y las sociedades de artesanos, cínicament e orga-
nizadas en un principio por los ideólogos «gólgotas», quienes
bien pronto descubrier on que ese recurso electoral tomaba
cuerpo propio y autonomía decisoria, siendo entonces necesa-
rio destruir por las armas la criatura que habían levantado sin
medir las consecuenc ias. Analicemo s breve1nent e el proceso.

IGLESIA YCONTRA -IGLESIA

La peculiar estructura misionera, transcultur adora de la Igle-


sia en América, fue utilizada por el poder de encon1end eros
y hacendado s para fortalecer la sumisión de las grandes masas
296 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

de obr a, ind íge na o


de pob lac ión que con stit uye ron la ma no
o adv ien e la Rep úbl ica ,
mestiza, a lo larg o de tres siglos. Cu and
res to de la bur ocr aci a,
el cle ro se divide en ban dos , com o el
va for ma de gob iern o
luc han do en pro o en con tra de la nue 3
dur ant e la gue rra de Ind epe nde nci aII •
ind epe ndi ent e
Em per o, el triu nfo definitivo del par tido
al pod er la cue stió n
suscita de inm edi ato ent re los asp iran tes
pro vec ho la inf lue nci a
básica de quién habrá de utilizar en su
pro pio s privilegios.
del cle ro par a el ma nte nim ien to de sus
des de la mu ert e de
El con flic to sob re tal pun to está late nte
en la ges tión pol ític a
Bolívar y for ma un cap ítul o fun dam ent al
sob rev eni r la rup tur a
del gen era l San tan der y de su par tido al 11 4
y la cre aci ón de la Nu eva Gra nad a •
de Co lom bia
ta has ta 1832, me-
Prá ctic am ent e, la cue stió n que dó res uel
got á que ado ptó una
dia nte la decisión del gob iern o de Bo
iern o de la Rep úbl ica
pos ició n jur ídic a, seg ún la cua l el gob
ido s por el Pap a a los
hab ía «he red ado » los privilegios con ced
tido de ma nte ner un
reyes esp año les a títu lo per son al, en el sen
ocr átic a de la Iglesia;
pat ron ato oficial sob re la est ruc tur a bur
rec epc ión de diezmos,
nom bra mie nto de clérigos y obispos,
etc. Est o ma ntu vo a la
pag o a los servicios de los eclesiásticos,
ocr aci a gen era l y per-
Iglesia com o una par te efectiva de la bur
ula ció n rela tiva me nte
mit ió a los diri gen tes políticos la ma nip
pan tes en tod os los de-
fácil de los mie mb ros del cle ro, par tici
nte div idid os ent re los
rec hos de ciu dad aní a y con sig uie nte me
«partidos» 115 •
ina ció n pol ític a
Pro bab lem ent e la estr ate gia de esta dom
las act ivid ade s de las
sob re el cle ro tuvo su ori gen y dis eño en
te se deb e igu alm ent e
logias masónicas, a qui ene s en bue na par
ien zos del siglo XIX en
el mo vim ien to ind epe nde ntis ta de com
ncm asó nic a con tra el
tod a la Am éric a esp año la. La luc ha fra
y con tra el abs olu tism o
pre dom inio de la mo nar quí a abs olu ta
pun tos de vista contra-
~ap al, lo mis mo que la def ens a de los
ític a en el nac imi ent o
nos , hac en ya par te de la lite ratu ra pol
del per iod ism o en la Nu eva Gra nad a
116 •

ini o dog má tico


Este tipo d~ ~ucha alr ede dor del pre dom
jur ídi cos con sag rad os
de la Igle s1 a cat ohc a Y de los privilegios
a «id eol ógi ca» de los
par ~ su cle ro se con virt ió en la bar rer
tor es neo gra nad ino s
par tido s, cua ndo los hac end ado s y doc
-
U. HACIENDA Y EL NACIMIE.tWO DE LOS PARTIDOS POLÍTICOS 297

consigui eron su triunfo político sobre los residuos del Ejérci-


to Permane nte bolivariano, y tras la caída de Rafael Urdaneta,
organiza ron el Estado a su imagen y semejanza. Las rivalidades
suscitadas entre ellos, simplem ente por consegui r el control
del presupue sto público y las ventajas inherente s a los cargos
gubernam entales, decidiero n el punto.
Al comienz o se trató de una bandera contradic toria y ver-
sátil. De este modo, el «liberal>> José María Obando, organizó la
rebelión de los «supremos» (los grandes generales gamonales)
en 1840, en nombre de la religión católica, según él vulnerad a
por el gobierno del «conservador» José Ignacio de Márquez,
que intentaba cerrar unos pocos conventos menores en Pasto.
Poco tiempo más tarde se verá a los «conservadores» organi-
zando subversiones y elecciones para «denfend er a la Iglesia»
del peligro del ateo José María O bando, que podría destruir la
sacrosan ta religión de los mayores.
Igual ejemplo ofrece la vida de Tomás Cipriano de Mos-
quera por la misma época. Vencedo r de Obando y de los «su-
premos» en 1840, cuando estos últin1os parecían defender la
intangibi lidad del poder eclesiástico, llega al poder como jefe
del grupo «conservador», que luego adoptó como su única
bandera el mismo argumen to utilizado en un con1ienzo por
Obando.
Hacia 1846, tras el gobierno de tTes figw·as características
del interés social hacendar io, Márquez, Herrán y Mosquer a
(los dos últin1os, ejemplos notables de los militc.u·es previa-
1nente dotados de poder social no castrense). es significativo
hallar a dos antiguos asociados. José Hilario López y José Ma-
ría Obando, encabeza ndo un partido «liberal » de oposición a
Mosquera. Si se consider a que Mosquen1 había sido derrotad o
en La Ladera por López y Obando y que este último lo fue
en Chaguarban1ba y Huilquip amba, el logogrifo p,uece adn1i-
tir alguna clarificación. La frontera ideológica de los partidos,
fundada ostentosan1ente sobre divergen cias «religiosas» encu-
bre apenas una rivalidad personal por la obtenció n del poder,
como condició n de todos los demás bienes y servicios sociales.
López aparece como un «liberal» m1ticlerical asociado a quien
había levantado la rebelión seis ai1os atrás con10 «protecto r de
la religión del Crucificado» 117 • Y luego, en 1860, Mosquer a se
298 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

118
unirá a Obando -previa aparatosa reconcil iación- para
combatir y derribar a los conserva dores del poder.
Invariable1nente, estos grupos en pugna aparecen dividi-
dos en razón de su defensa o ataque a los privilegios eclesiásti-
cos y solo secundar iamente en relación con problema s sociales
o económic os, como se verá más adelante.
Es que cuando la Iglesia se sintió amenaza da seriamen te
en la perpetua ción de algunos de sus tradicion ales privilegios
por la emergen cia de algunos comercia ntes y artesanos de las
incipient es ciudades , echó todo el peso de su influenci a a favor
de las viejas oligarquías terratenie ntes, formadas y ratificadas a
través del siglo XVIII.
A su vez, esa clase mercanti l emergen te que esgrimía con-
tra el Clero argumen tos «socialistas» 119 se vinculó por parentes-
co o por vía de alianzas de otra índole a la clase latifundista.
Así es como don José María Samper hace juveniles discursos
contra la propieda d, para concluir, como toda su familia, en el
negocio agromerc antil de la exportac ión de tabaco. La oposi-
ción y contraste entre terrateni entes y comercia ntes, duró bien
poco tiempo. Hacia 1850, liberales y conserva dores -como
anotó Safford - desempe ñaban a la vez funcione s de patrón
de hacienda , de comercia nte importad or y de burócrat a po-
lítico. El propio general López, tras de alentar y patrocina r a
las «sociedades democráticas» de artesanos como palanca elec-
toral, igual que don José de Obaldía, se encargó con la ayuda
conserva dora, de extermin ar a los artesanos en 1854.
Frente a la falsa bandera eclesiástica había quedado levan-
tada una contra-Iglesia, irraciona l en sus métodos y falaz en sus
ideología s, pero suficient emente eficaz como para justificar la
adhesión de la mitad de los hacendad os-docto res colombia nos
contra la otra mitad de la «élite». En una carta de excepcio nal
importan cia para escudriñ ar los meandro s de la acción política
colombia na, uno de los fundador es del Partido Conserva dor
escribe al otro en 1852, expresán dole sus temores de que, vi-
viendo en los Estados Unidos, se hubiera hecho protestan te.
Yle explica confiden cialment e, que aunque admite en privado
la libertad de concienc ia, no es prudente hacerlo en público,
porque «las mujeres y los pueblos no obran sino a impulsos
del sentimie nto y de la pasión, y si el cálculo del interés o la
e

LA HACIENDA Y EL NACIMIENTO DE LOS PARTIDOS POÚTICOS 299

convicción del deber las determina alguna vez, el móvil toma


luego la forma de pasión, y sin esto tal vez es ineficaz para mo-
verlos. El catolicismo es hoy aquí una pasión en las mujeres y
en el pueblo y por esto sólo en las mujeres y el pueblo se en-
cuentra energía» 120 •
Pero la superestructura ideológica -puramente útil según
Ospina- era igualmente tratada con desdén íntimo por las
mujeres y por el pueblo liberales. Sin prestar la menor aten-
ción al anticlericalismo de sus caudillos, luchan por ellos, «cu-
yas opiniones ignoran completamente; y que son tan opuestas
a las suyas, que si las conocieran se quedarían asombrados de
su propio extravío, en apoyar doctrinas que detestan». Y en
efecto, mientras los dirigentes liberales declamaban en el Con-
greso o luchaban en las guerras civiles para combatir supues-
tamente «la superstición clerical», sus esposas e hijos menores
oraban en los templos católicos piadosamente por su buena
fortuna, sin que por ello los «pueblos» liberales dejaran de se-
guir a esos jefes con su vida, su honra y su progenie, compro-
metida a perpetuidad.

LAS RAÍCES DE LA REVOLUCIÓN DE MELO


Bien erróneamente ha escrito Luis Eduardo Nieto Arteta, en un
texto que resume los estereotipos hoy predominantes sobre los pro-
cesos políticos del siglo XIX:
Hacia 1850 en la Nueva Granada los grupos sociales no podían
ubicarse en el mismo partido político. La divergencia, ya seña-
lada, entre los latifundistas y los restantes grupos sociales, debía
expresarse en la oposición de dos nuevos partidos políticos ... los
grupos sociales revolucionarios eran éstos: los comerciantes,
los manufactureros, los esclavos y los agricultores. Los grupos
sociales reaccionarios eran todos los grandes propietarios terri-
toriales y las comunidades y congregaciones religiosas que tam-
bién poseían extensos latifundios.

Y luego el mismo autor enumera las medidas adoptadas


por los «revolucionarios» contra los intereses de los «reaccio-
narios»: reforma tributaria que abolió la alcabala, los diezmos,
el estanco del tabaco y el de aguardientes, el impuesto de quin-
tos y los de hipoteca y registros; la gradual eliminación de los
300 EL PODER POLÍTICO EN COW MBIA

initiva elim ina ció n


censos; la abo lici ón de la esclavitud y la def
de los resg uar dos ind ígen as.
med ida s se rea-
Ello es cier to, per o ocu rre que tod as esas
rea ccio nar ias» de
liza ron en favor y no en contra de las «clases
qui ene s obt uvi ero n
que hab la Nieto. Fue ron los latifundistas
s e inc luso la elimi-
el ben efic io dire cto de tales actos púb lico
so vin o a fav ore cer
nac ión del lati fun dism o clerical y del cen
olu to pod er de la
y a amp liar con side rab lem ent e el ya casi abs
o «es truc tura aso-
hac ien da, com o inst ituc ión eco nóm ica y com
bal.
ciativa» dom ina nte de tod a la soc ied ad glo
a ent end er el
Este pun to de inte rpre taci ón es cap ital par
ame nte, a Jos é Hila-
pro ces o pol ític o que llevó al pod er, suc esiv
ría Melo, cul min an-
río Lóp ez, a Jos é María Ob and o y a Jos é Ma
rse, a pes ar de su
do una crisis que no ha term ina do de exp lora
121
vasta imp orta nci a sociológica •
luc ha en la
No hay en tod o el per íod o ind icio s de una
com erc ian tes, los
cua l hub iera n tom ado par te, de un lado , los
tore s, y del otro ,
man ufa ctu rero s, los esclavos y los agr icul
con gre gac ion es reli-
los gra nde s pro pie tari os terr itor iale s y las
der am ien to de tod os
giosas. Lo que fina lme nte suc ede es el alin
tores-exesclavos y
los hac end ado s-co mer cian tes- peo nes agricul
os y los mie mb ros
con gre gac ion es religiosas, contra los arte san
del Ejército Per ma nen te.
ez y a Ob and o,
Y los con serv ado res que se opo nen a Lóp
s a la «vieja usan-
lejos de ser gra nde s pro pie tari os terr itor iale
dio . Pas tor Osp ina
za», son emp resa rios mer can tile s del lati fun
00 fan ega das de tie-
trat a de ven der en los Est ado s Uni dos 20.4
a mil itar es emp o-
rra bal día rep res ent ada en vales com pra dos
señ or Jul io Arb ole da
bre cid os. Jos é Eus ebi o Car o «pr opo ne al
par a trae r aqu í mer-
abr ir ent re los dos com pañ ía de com erc io
ales y par tien do por
can cía de Eur opa , pon ien do cap ital es igu
pon ga no baj ará
mit ad las gan anc ias. El cap ital que cad a uno
122 Y se trat a de los diri-
de 1O. 000 pes os ni pas ará de 20. 000 ... » •
«re acc ión ».
gen tes más agu erri dos e into lera nte s de la
nue l Res trep o:
Hab lan do del año de 1845, adv iert e Jos é Ma
un aum ento consi-
Desde la mit ad de este año se ha obs erva do
cien to en el precio
dera ble que asci end e a un sete nta y cinc o por
sustancias alimenti-
de los ganados, azú car, maíz y casi toda s las
sin que se haya no-
cias y esto, en muc has provincias gra nad inas
1A HACIENDA YEL NAClM IENTO DE LOS PART
IDOS POLÍT ICOS 301

tado pérd ida en las co~e chas . Este es un hech o que


no se pued e
expl icar satis facto riam ente . Es prob able que lo haya
n prod ucid o
muc has caus as com bina das que sería larg o enum erar
y que toca -
rem os post erio rme nte 123 •

El hist oria dor no cum ple su prom esa de trata r ade


lant e
la cues tión , pero es evid ente que este fenó men o
coin cide de
mod o sign ifica tivo eón los inte ntos de «mo dern izac
ión» en
los tran spor tes inic iado por el gob iern o de Mos que
ra y con la
apar ició n y 'mov iliza ción de una clas e arte sana l urba
na, que el
Part ido Libe ral se apre sura a orga niza r para vinc ular
la a su es-
trate gia de tom a del pod er. Tod o lo cual lleva a
indi car que
se ha prod ucid o -en el proc eso de exp ansi ón de
la hac iend a
y de la prol etar izac ión de la pob laci ón- un cier to
grad o de
emi grac ión mes tiza a las ciud ades , una tenu e «urb
aniz ació n»
de los viejo s cent ros polí tico s, que aum entó con side
rabl eme n-
te los cons umo s, sin que el sect or agra rio dier a inm
edia ta res-
pue sta a esta nece sida d.
Rela tand o los hech os polí tico s de tres año s más tard
e, Res-
trep o advi erte que los libe rale s «rojos» ( así se les
llam ó por
imit ació n del voca bula rio fran cés con tem porá neo
) proy ecta -
ban hac er eleg ir por la «violencia» a su cand idat o,
el gen eral
José Hila rlo Lóp ez.
Con taba n para hace r esta viole ncia con el apoy o d
e la Soci ed ad
llam ada al prin cipio de Arte sano s y últim ame nte
d e m ocrá tica,
que era un verd ader o club fund ado a sem ejan za d
el d e los j aco-
bino s de París . Los dire ctor es habí an hech o cree r a
los artes anos
afili ados en aque lla soci edad que ellos eran el pueb
lo sobe rano .
Los hom bres que la com poní an, igno rantes unos
y am bicio sos
otro s, lo habí an creíd o y com o sobe rano s d ecía n
públ icam ente
que se guar dara n los miem bros del Con gres o d e eleg
ir a C uerv o
porq ue ellos esta ban por Lóp ez y la volu n tad d e los
d e m ocrá ti-
cos debí a ser acat ada. Eran num erosos y los prog
resis tas con ta-
han esta falan ge para cons uma r sus proyecto s 124 •

La mov iliza ción prev ia de los arte sano s, cons titui


dos e n
asoc iaci ones polí ticas , era obra de las «élit es» m er cant
iles y te-
rrat enie ntes , es deci r, de aque llos de sus mie mbr os
que hab ía n
sido desa loja dos del goce del pod er por rival es m
ás astu tos o
afor tuna dos apoy ados en la prot ecci ón d el cler o
. H omb res
302 EL PODER POLÍT ICO EN COLOMBIA

la pre-
com o el doct or Lore nzo Mar ía Ller as enco ntra ron en
ada
dica ción de un incip iente socia lism o la opor tuni dad busc
artes a-
para atrae r haci a ellos las simp atías de esta nuev a clase
libre -
nal, exig ua pero exas pera da por la crec iente pres ión del
cam bism o arras ador .
o
La Soci edad de Arte sano s, fund ada por oper ario s com
«gól-
Amb rosio Lópe z, en reali dad fue pues ta al servi cio de los
ron
gota s» (los miem bros liber ales de la «élite») que se hicie
de sus
famo sos con tal nom bre cuan do pred icaro n en algu na
o en
sesio nes que el socia lism o habí a sido fund ado por Jesu crist

el Gólg ota. Eran gent es com o Pach o Mor ales (quie n se ofrec
otá),
en algu no de los deba tes para ases inar al arzo bisp o de Bog
an-
desc endi ente de las más ranc ias fami lias hace ndad as y merc
el mo-
tiles del país, cuyo s ante pasa dos se hicie ron céle bres en
125
tín del 20 de julio de 1810 •
La Soci edad de Arte sano s, post erio rmen te reba utiza da
inte-
com o Soci edad Dem ocrá tica, se apoy a bási cam ente en los
reses permanentes de sus integ rante s traba jado res y llega
a hace r-
e»,
se temi ble grac ias a la orga niza ción que les impa rte la «élit
facto r
que creía pode r cont ar inde finid ame nte con ellos com o
rio
de pode r, desd e el 7 de marz o de 1854, cuan do José Hila
nte
Lópe z es eleg ido Pres iden te, ante una audi enci a curio same
an
com pues ta por parti dario s suyos, entr e los cual es se mez clab
sas-
los estu dian tes «socialistas» de la «élite» y los carp inter os,
126
tres y hoja later os de la ciud ad •
El efec to de la asociación de estas exiguas masa s urbanas, fue
otá
rápi do y fulm inan te. El ejem plo de los artes anos de Bog
consi-
fue segu ido en num eros os cent ros urba nos del país,
nes
guie ndo el dom inio de la vida públ ica. En algu nas regio
polí-
com o el Vall e del Cauc a, dond e una soci edad sin ener gía
de ver
tica, a caus a de los largo s siglos de escla vism o, acab aba
servil,
la man umis ión de los últim os negr os sujet os al régi men
jó en
el sent ido popu lar de las socie dade s dem ocrá ticas se refle
ron
viole ncia inter racia l. Band as de negr os y mula tos com enza
Cali,
a atac ar a latig azos a los hace ndad os y com ercia ntes de
por
de Cart ago, de la prov incia de Buen aven tura. Exac erba dos
ban
largo s siglos de renc or silen cioso , los «zur riagu eros » ataca
hasta
los gran des latif undi os y azot aban a los antig uos amo s
e de
deja rlos exán imes . Uno de quie nes hubo de sufri r el azot
-
IA HACIENDA Y EL NACIMIENTO DE LOS PARTIDOS POÚTICOS 303

los exesclavos fue el poderoso hacendado, sobrino de los Mos-


quera y antiguamente opulento propietario de negros, Julio
Arboleda. Como él muchos de los terratenientes vallecaucanos
emigraon hacia el centro del país o se exiliaron en el Ecua-
dor121 _
El veterano hacendado José Hilarlo López, asociado a
gentes de idéntica condición, José de Obaldía, unos años más
tarde Vicepresidente y luego Presidente encargado de la Repú-
blica, continuaron alentando la organización de las sociedades
democráticas. en su calidad de funcionarios públicos. Y hasta el
final del período presidencial de López, en marzo de 1853, los
artesanos organizados por los ideólogos de la «élite» que ,había
creado la contra-Iglesia continuaron siendo los factores decisi-
vos para el control de la vida política de la Nueva Granada.
No obstante -y esto es lo decisivo- las sociedades demo-
cráticas fueron cobrando vida propia, creando un nuevo mode-
.lo de estructura asoci,ativa que no estaba prevista en los cálculos
ni en las intenciones de sus asiduos mentores y organizadores
«gólgotas».
Las «élites» liberales querían el poder y para conseguirlo y
mantenerlo, movilizaban al artesanado urbano que había sido
el subproducto de la proletarización en el ciclo hacendario.
Pero no iban a compartirlo sin más con esta nueva amenaza
que surgía de la estructura de las sociedades artesanales. Por
el contrario, deseaban el gobierno exclusivo de las compañías
comerciales poderosas porque, como escribía don Florentino
González, «la clase proletaria, ansiosa de medrar sin trabajo, mur-
mura a veces, pero se ve necesariamente obligada a limitarse a esto; por
estar dependiente su subsistencia del trabajo que la clase propietaria le
proporci,ona, no puede lanzarse en empresas de éxito incierto, dejando
la posici,ón segura aunque humilde que goza en su dependencia de los
intereses» 128 •
Al contrario, los artesanos representaban una forma de
trabajo no proletaria, no sujeta a la «dependencia de los intere-
ses», que luchaba por evitar la separación entre el trabajador y
los medios de producción. Y así, la criatura se volvió contra su
creador.
Ya al concluir la administración de López la fuerza de la
«nueva estructura asociativa», que provenía del hecho de que
IA
304 EL POD ER POLÍTICO EN COLOMB

contingencias de un salario,
sus mi em bro s no estaban sujetos a las
elección del nuevo Presí-
resultó el ele me nto capital par a la
ete nd ida me nte socialis-
den te. Mientras los «gólgotas» -pr
doc tor Francisco Álvarez
tas - com o do n Jos é María Samper, el
ban sus intereses con la
e incluso el pro pio González escuda
ra, las sociedades demo-
can did atu ra del gen era l Tomás Herre
ni experiencia) el no mb re
cráticas escogieron (aun qu e sin tino
do. O ban do obtuvo un
«popular» del gen era l José María O ban
triu nfo aplastante.
endados-empresarios
Apenas se inicia el gobierno, los hac
y los «draconianos» artesanales cho
can en las calles de Bogotá.
bastones y puñales y los de
Los <~Óvenes de casaca» armados de
8 de jun io de 1853, verbi-
«ruana» con garrotes y cuchillos. El
rentino González, qui en
gracia, «volvía a su casa el doc tor Flo
ruana en la seg und a calle
fue atacado po r algunos individuos de
za que le rom pió la capa.
del comercio con garrotes y un a lan
matan. Su casa estaba a
Le ech aro n po r tierra y po r poco lo
. Los artesanos le cre ían
cin cue nta varas y le con duj ero n allí
derechos a los artefactos
con tra rio a sus ideas sobre im pon er
vo al piq ue de per der la
extranjeros, y fue po r eso que estu
estaban servidos.
vida» 129 • Los librecambistas «socialistas»

EL ESPECTRO DE BANQUO
tan der com o Presi-
Tras los den oda dos esfuerzos de San
un golpe final al Ejército
den te de la Nueva Gr ana da par a dar
rco int egr ado r de la soña-
Regular que hab ía servido como ma
que restan (der rib ado
da sociedad bolivariana, los veteranos
eta ) son con sta nte me nte
el gob ier no de facto de Rafael Ur dan
os de la hac ien da qu e se
hostilizados po r los dirigentes polític
ejemplar. So lam ent e las
abre paso buscando su culminación
du eño s del po der , qu e
continuas querellas ent re los nuevos
civil int erm ite nte , son un
originan un estado crónico de gu err a
e esa «estructura asocia-
obstáculo par a eli mi nar definitivament
ado qu e deb ió ent err ars e
tiva» anacrónica, residuo de un pas
.
con los sueños de la ant igu a Colombia
rer a en tiempos de
Oficiales qu e hab ían iniciado su car
osamente conservar sus
Bolívar y hab ían conseguido trabaj
ctivos con sus sueldos y
nom bre s en las listas de servidores efe
LA HACIENDA Y EL NACIMlENTO DE LOS PARTIDOS POLÍTICOS 305

prerrog ativas, aunque ambos disminu idos conside rableme nte


. .
siguen constitu yendo una forma de asociación, cuyo modelo y'
cuyos valores son ajenos a la «hacien da» pero de cuyos servicios
es imposib le prescin dir en tanto que la legitimi dad del poder
siga siendo materia de divagaciones y conflictos entre los diri-
gentes de la política neogran adina.
No se trata de los grandes general es-hace ndados, que se
vincula ron a Bolívar, dotados de una previa preeminencia: Mos-
quera, Pedro Alcánta ra Herrán , José Hilario López y sus com-
pañeros de rango y condici ón, incluye ndo -por su estilo y
sentido polític o- a José María Obando , sino de los profesiona-
les castrens es, cuya inclusió n o exclusión en el escalafón militar
implica la diferen cia entre la vida y la inanició n, vale decir, de
l.os propi,etarios y lntrócratas annados, algunos de los cuales, como
Hermóg enes Maza, muriero n de miseria tratando en vano de
cobrar sus sueldos a un Estado insolvente. Es el tipo de oficial
que se dirige al caudillo -hacend ado corno lo hace el general
Ramón Espina al general Tomás Ciprian o de Mosquera: «El
otro día escribí a V. suplicán dole me hiciera el favor de prestar-
me una onza porque tenía uno de mis hijos muy malo que aún
perman ece así y no tengo con qué poderle asistir como deseo,
pues unos reales que tenía los ga5té en la Semana Santa en
cosas precisas para la familia y en la tesorerí a no nos dan nada
hasta el último del mes. Como no he recibido contesta ción de
.
V . ningun a ... l 3'J
?)· •

O corno el general Martini ano Collazos, a quien Restrep o


describe:

Era Collazos un antiguo y valic::ntc jefe q~e había hecho con glo-
ría ]a5 campañ as de la Jndependc::ncia. El se hallaba pobre y no
podía sufrir paciente m ente que en Buc.: aramanga, Girón y pue-
blos inmedia tos, hubiese rioJs, l<>s qut~ eran d tema obligado
de <;U$ fre cuentes dcclama cíonefí democráticas y ca~i comunis tas.
Por est,()S p<Jderoso~ motivos lo~ hombre s que en Bucararn anga
poS<...1an bienes de fortuna temían que Co1lazcJs aprovec hándose
de Jars circun$t ancí~, adíJpta.ra d partido de servir a 1a revo1u-
d6n y qut: f;(; armara en fü fa_yor a fin de oprimir y v~jar a los
habitant es de aquel dfatritu. El odiaba tamb1ér1 a los liberales
~úlgow y a Jars in$tÍfJ_J.dones de la Nueva Granada 1~1•
306 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBI A

O como José María Melo, veteran o del Ejércit o Liberta dor,


al cual ingresó unos meses antes de Boyacá con el grado de
tenient e y en el que recorri ó todo el escalaf ón militar, sirvien-
do a los diferen tes gobiern os -pasan do alguno s años como
exiliad o en Breme n y como comerc iante en !bagu é- hasta
cuando en 1851 recibió su despac ho como genera l de división
y se encarg ó de la coman dancia de armas de Bogotá , ante la
resisten cia y la hostilid ad de los dirigen tes político s liberale s y
conserv adores 132 •
De los veteran os, los dirigen tes de la «élite» temían la re-
volució n. «La causa princip al de tales aprens iones nacía de los
1nilitar es que se hallaba n descon tentos por las continu as recla-
macion es de los gólgota s y de otros liberale s en el Congre so y
fuera de él, contra el Ejército Perman ente, cuya abolici ón total
133
era el ensueü o de ese partido » •
La «hacien da» apre1ni ó aún 1nás: Oband o pidió al Congre -
so para el aüo económ ico siguien te 1.240 hombre s, «núme ro
tan pequeñ o de soldado s que apenas bastaba n para custod iar
los parque s, las cárcele s y otros puestos import antes». El Con-
greso replicó conced iendo ochoci entos y dismin uyendo el nú-
1nero de oficiale s a un corone l y 56 oficiale s.
Y el espectr o de Banquo se sentó a la mesa del convite .
Los restos, aún numero sos, de los veteran os y oficiale s de la
carrera del Ejércit o Regula r, que había sido asfixiad o en 1830,
parecie ron renace r en sus cenizas . José Maiia Melo se levantó
en armas, inicialm ente para ofrecer la dictadu ra al Preside n-
te Oband o y -como este se negara a acepta rla- se autode -
non1in ó encarg ado del Suprem o Gobier no Proviso 1io. Meses
antes, los dirigen tes político s estaban tratand o de hacer lícito
el libre comerc io de armas y de hacer conden ar a Melo por la
muerte de un sargen to (un caso que recuer da al de Leonar do
Infante ), y el coman dante de armas de Bogotá inició el desafio
abierto contra sus detract ores.
La revoluc ión de José María Melo represe nta el momen to
culmin ante en el cual choca la estruct ura asociat iva de la ha-
cienda , fortale cida por la export ación del tabaco y vincula da
a los podere s neocol onialis tas externo s, con dos rivales bien
caracte rísticos : las asociac iones no prol,etarias de artesan os y la
lA HACIENDA y EL NACIMIENTO
DE LOS PARTIDOS POLÍTICOS
307

bu roc rac ia _del Ejército Pe rm an en


te que ya se creía vencida un
cuarto de siglo atrás.
Los ~~ esa no s Y el Ejército se un
en a Melo, quien ofrece,
caracte1:~ticamente, «impuestos
al tabaco que se exporta»l 34 y
protecc1on de las manufacturas int
ernas.
Y fre nte a ellos, un ido s po r un
a milagrosa alianza, que la
historia oficial po ste rio r ha calific
ado como honrosa y asom-
brosa «lealtad a las instituciones
» y al «civilismo», se asocian
est rec ha me nte los ha cen da do s
que apenas un año atrás se
co mb atí an a mu ert e llevando a
los campos de batalla a los
proletarios campesinos de tod a
la nación. José Hilario López
y Tomás Ci pri an o de Mosquera;
Mariano y Pastor Ospina, Pe-
dro Alcántara He rrá n,J uli o Arbo
leda, Manuel Murillo Toro ... ,
todos los qu e ayer incitaban a la
Nueva Granada a destrozarse
en la gu err a intestina, reaccion
an ante el reto de las nuevas
formas de asociación qu e les dispu
tan el poder. Algunos, como
Mosquera y He rrá n, viajan desde
los Estados Unidos, abando-
nando sus prósperos negocios de com
ercio. Otros, como Obaldía, no
rec ue rda n su pasado como organi
zadores de las sociedades de-
mocráticas y sólo piensan en el ext
erminio del «usurpador».
La Constitución del 21 de mayo de
1853, agudamente fede-
ralista, qu e res po nd ía a la necesi
dad de organizar el gobierno
político local de los grandes hacend
ados-empresarios según el
mo de lo de Flo ren tin o González,
se convierte en la ba nd era de
conservadores y liberales. Los «gó
lgotas» emulan con Julio Ar-
bo led a en la defensa de un a divisa
sagrada: Constitución, religión
y moralidad.
Eugenio Díaz, que ha descrito en
Manuela y El rejo de enlazar
el dra ma y la estructura de las gra
ndes haciendas de tabaco y la
existencia social en los «criaderos
de ganado y de dos mil y hasta
de cinco mil reses en un a sola hac
ienda», a pesar de su afecto
«constitucional», po ne en boca de
Marcelino Cogua (un indio
veterano de Ayacucho, a quien
la eliminación de los resguar-
dos ha privado de su pegujal, dejánd
olo en la miseria) un a frase
de prodigioso alcance sociológico
: «Por eso soy melista, mi amo
do n Fe ma nd o, po rqu e los melist
as ha n hecho su revolución
en favor del Ejército Permanente,
de la religión y del gobierno
fuerte, como lo qu erí a el Amo Lib
ertador de Colombia» .
308 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

José María Melo, dueño de los recursos oficiales, apoyado


por sus veteranos y por un Ejército de once mil hombres, que
disciplinó severamente, cayó vencido por las tropas colecticias
levantadas entre las peonadas proletarias de las haciendas, por hom-
bres como José María Ardila en su fundo de «Corito», cerca
de Facatativá, o como el general López en los suyos de Puri-
ficación 135. Los grandes hacendados contaban además con las
ventajas de sus nuevos enlaces internacionales:
Mosquera despachó inmediatamente para los Estados Unidos
a los señores Jacinto Corredor y Juan Triana comisionados del
Gobierno General para ir a traer un armamento y municiones.
Les dio$ 20.000 que debían llevar en una letra contra su casa en
Nueva York y de sus fondos particulares$ 2.500 para sus gastos
particulares. Hizo también algunos otros arreglos para conseguir
los$ 49.000 que prestaba la Casa Montoya Sáenz y Compañía
de Londres. Al mismo tiempo, dispuso la compra en Jamaica,
Curazao y San Thomas de cuatro mil fusiles más dotados con sus
correspondientes municiones 136 •

U na imagen más plástica y directa del efecto de estas alian-


zas exteriores sobre la estructura interna de poder en la Nueva
Granada puede obtenerse al examinar otros casos particulares,
demostrativos de la utilización del poder político como herramienta
económica para la elevación del status.
Apenas días antes del alzamiento melista, El Neogranadino
publicó una carta auténtica, dirigida por Florentino González,
quien acababa de ser electo Procurador General de la Nación,
a los señores,Butterworth y Brooks, de Manchester.
En esta carta, González proponía a la firma inglesa practi-
car en Bogotá las diligencias necesarias para que el gobierno
de la Nueva Granada le cubriera una acreencia reclamada por
ella. La acreencia tendría un origen particularmente significa-
tivo: Butterworth y Brooks habían dado algunas mercancías al
inglés Enrique Grice (residente en Nueva Granada) para su
venta. Grice las introdujo de contrabando en 1831 y le fueron
confiscadas por los generales Obando y López. González fue en
ese tiempo el defensor de Grice y consiguió demostrar que no
era un contrabandista, obteniendo la devolución de las mer-
cancías. En 1854, Florentino González proponía a Butterworth
1A HACIENDA Y EL NACIMIENTO DE LOS PARTIDOS POÚTICOS 309

y Brooks cobrar perjuicios a su propio país, cuyo procurador


· 137
general era en ese mstante .
Es _relativamaente fácil establecer las relaciones entre lapo-
lítica tabacalera del nuevo poder hacendario, la ruina de los
tejedores socorranos y la necesidad de las grandes compañías
agrícolas y mercantiles de importación de exterminar la ame-
naza de los artesanos y del Ejército Permanente como fuentes
generadoras de poder político en 1854.

LAS CONDICIONES DEL PODER EN 1854

Los artesanos fueron derrotados, asesinados y proscritos. El mismo


hombre que había tomado la iniciativa de organizarlos en los
primeros tiempos, en unión de otros dirigentes de su partido,
José de Obaldía, firmó como vicepresidente encargado deJ Po-
der Ejecutivo, después de la derrota de Melo, el decreto que
confinó a muchos de ellos en las prisiones de Chagres, en Pa-
namá, donde murieron casi todos.
El Ejército Permanente fue disuelto. El sueño de Santander
YAzuero se había cumplido póstumamente. Un hacendado del
Valle del Cauca, Manuel María Mallarino, elegido como nuevo
Vicepresidente, gobernó con el solo auxilio de 400 hombres
de tropa, apoyado por la eficaz custodia de los 14.000 peones
en armas que los generales antimelistas habían movilizado con-
tra los artesanos y los militares. Por primera vez en la historia
de Colombia se dio el fenómeno -luego recurrente- de una
tregua estratégi,ca entre los partidos, cuando tuvieron que enfrentar
la amenaza de formas de asociación no adscripticias no fundadas
en los modelos psicosociales y en las relaciones de producción
dados por la hacienda 138 •
No se ha examinado suficientemente, en el episodio de la
rebelión melista (luego proscrita y anatematizada en una espe-
cie de leitmotiv patriotero, durante cien años), las condiciones
que permitieron la relativa fortaleza de los dos contendientes,
ni la revolucionaria perspectiva de afianzamiento hacendatio
que provocó su desenlace. Debe intentarse ese análisis, como
esencial para la comprensión teórica de la conducta política de
los colombianos 1:fü_
310 f'.L PODER POLÍTICO Er-i COLO MBIA

Lo primero que se advierte en el examen de la insurrec-


ción mi1itar artesanal de 1854 es que aun cuando la conciencia
de clase de los artesanos, o m~jor dicho, su conciencia de status
frente a los partidos políticos, no proviene de su posición re-
lativamente antagónica con una burguesía propietaria de los
medios de producción (particularm ente la tierra y el dinero).
Los artesanos no son proletarios en el sentido de trabajadore s
dependient es, de un salario contingent e que puede ser supri-
mido. En alguna medida consiguen defenderse económica-
mente como propietario s de sus utensilios de trabajo y de su
propia fuerza laboral en una pequeña economía de taller.
En este sentido, su solidaridad no está simplemen te «dada»
por las condiciones de concentrac ión que la moderna fábrica
o la hacienda empresaria impone a sus trabajadore s asalaria-
dos. La Sociedad Artesanal es un pacto libre, que engendra por
sí mismo un enérgico sentido de la organizació n electiva, no
patemalista y es por eso, desde el principio (y no como conse-
cuencias de un proceso de masificación y proletariza ción) una
institución política, aunque no en la dirección superficial en
que lo creían sus organizadores «gólgotas».
Su seguridad no depende de la extensa red autoritaria de
parentescos, compadrazgos y sumisiones miméticas que constituyen
el marco de la obediencia de la encomiend a y de la hacienda
granadina. Se ven obligados a un tipo de relaciones interper-
sonales dentro de las cuales las decisiones de cada individuo
se refieren a sus intereses concretos y personales, aunque
luego se proyecten sobre la percepción clara de los intereses
colectivos.
Esta circunstancia modifica profundam ente los patrones
de prestigio, las formas de percibir los canales de ascenso social
y la estrategia individual para conseguir el dominio del grupo.
Aunque inicialment e los estudiantes y los ideólogos «gólgotas»
fueron escuchados con arrobamien to por los artesanos organi··
zados, la fascinación de las lealtades adscripticias desapareció
con sorprenden te rapidez -habida cuenta de la cortedad cro-
nológica y demográfic a del experiment o--- para dar paso a un
profundo antagonism o fundado en consideraci ones racionales
sobre un punto concreto: la rebaja en los derechos de aduana
para las manufactur as extranjeras.
lA HACIENDA Y EL NACIMIENTO DE LOS PARTIDOS POÚTICOS 311

Aunque de modo confuso se produjera un enfrentamiento


de clase referido a los modos y patrones de dominación eco-
nómico-social, lo que realmente parece alarmar a las élites
partidistas no es la posibilidad remota (aunque voceada dema-
gógicamente como peligro inminente por los conservadores)
de que se alteren las relaciones de producción, sino la evidente
realidad de que el pacto libre de los asociados está modifican-
do profundamente el «sistema de lealtades» de los artesanos,
en relación con los modelos hacendarios.
Debe observarse que los campesinos («los agricultores>,
los llama Nieto Arteta) no juegan en el episodio ningún papel
activo. A pesar de tratarse de gentes económicamente expro-
piadas y reducidas a la condición proletaria, tal circunstancia
no elimina sino que fortalece y da una nueva dinámica a la5
viejas lealtades adscripticias. Según el análisis de Safford, no
hay indicios de emigraciones voluntarias masivas de las haci en-
das de «tierra fría» a los campos tabacaleros de Ambalema.
El campesino aparcero y el indio expropiado buscan refugio a
su desamparo vigorizando las normas de l,ealtad paternalista de con-
tenido autoritario hacia la élite, hasta el punto de que los enemigos
de Melo consiguen en poco tiempo levantar tropas colecticia5
en número de 14.000 140 hombres que siguen a sus ,<amos>> al
campo de batalla contra el «usurpador» como antes los habían
seguido cuando combatían los unos contra los otros.
Lo que básicamente moviliza a estos proletarios campesi-
nos es el sentimiento de lealtad al «partido >>, es decir, la lealtad
al «patrón», para seguir el razonamiento de don Mariano Os-
pina Rodríguez, sin consideración a intereses de tipo racional
electivo. Por ello su papel no fue ni ha sido el de soldados en
las filas de «la revolución » contra «la Colonia», sino el de fuerza
de trabajo y clientela militar y política de las <<élites>) remunera-
da con la protección de tipo gamonalista y la promesa del botín
burocrático en todas las escalas de la administración pública.
Inexistente la clase comerciante como estamento separado
Y distinto de la clase terrateniente, y reclutada la burocracia
~or medio del sistema de «partidos»141 solamente podría haber
Jugado algún papel autónomo, como asociación significativa,
la Iglesia. Pero la Iglesia tenía tras de sí una larga historia de
subordinación al poder del encomendero y del hacendado y
3 12 lL POOf.R POlffit O L' ( r >l O WBl. \

su suerte estuvo unida a la d e los «partidos• siniéndolos en su


papel de socializadora para oblener la obediencia a los mode-
los d e la ,( éli te >,. Y en el caso de la revolución melista , quedó
claro su función al lado de los grandes hacendados, cuando. a.
pesar de que los revolucionarios promeúan en sus manifiestos
iniciales la celebración de un C,0ncordalo con Roma va pesar que
los eclesiásticos se consideraban vejados por gentes como José
Hilario Ló pez y sus mi n istros, ni u 11 sofo clérigo de significación
ado ptó el partid o de los rebeldes ni defendió la causa de los
artesanos en el Congreso o en la cátedraH~_ Será mucho más
tarde , cuando se rompa el sistema d e patronato tácito o expre-
so, que sacerdotes y frailes pri,·ados d e los sueld os oficiales. se
constituyan en una estrecha asociación eficaz para el pode r.
bajo la dirección súbitamente fortalecida de los o bispos. Por
otra parte, el clericalismo conservador (como el anticlericalis-
m o liberal) será solamente un recurso diYersivo para mante-
n er vivo el sentimiento de hostilidad interpartidaria, que d e
no existir hubiera hecho caer por tierra el predominio de las
«élites» abriendo el paso a asociaciones políticas dividJ.das por fmn-
teras de dase.
De toda suerte, lo que dio vigor a los dos partidos «tra-
dicionales» para enfrentarse vigorosamente al intento artesa-
nal-militar de Melo fue su estructura permanente, construida por
las lealtades primarias y secundarias del modelo hacendario y
por la burocracia que reflejaba ese modelo y le serna de instru-
mento de control. Ante el peligro común se dejaron de lado
provisionalmente los oropeles «ideológicos» mientras se ex-
tirpaba con cuidadosa cirugía, toda forma de asociación que
implicara pacto libre y autonomía electiva en los procesos sociales
colombianos.
Cuando José María Melo murió, fusilado sobre un tambor
por revolucionarios mexicanos, mientras prestaba sus seIVicios
militares al Estado de Chiapas, Colombia había organizado fir-
memente su vida política sobre la base de las lealtades adscripticias
y hereditarias y de la búsqueda del control de la burocracia por
dos partidos antagónicos, que ocultaban su estructura hacen-
daria bajo los ropajes de ideologías formales tomadas de otros
contextos culturales.
1A HACIENDA YEL NACIMIENTO DE LOS PARTIDOS POÚTICOS 313

Un~ d_e_ lo~ efectos esenciales de ese proceso es el llama-


do «ant:Irmhtansmo» colombiano, rasgo tenaz de la sociedad,
a parti_r de la revolución melista, a pesar de los «grados» y pre-
rrogat:Ivas castrenses que se confirieron a sí mismos los caudillos
de las guerras civiles del medio siglo posterior. En el contexto de
las normas de valor y de comportamiento proyectadas por la
hacienda, el oficial del Ejército Regular tiene un status buro-
crático disminuido y subalterno y su carrera sirve muy preca-
riamente como canal de movilidad social ascendente a todo
lo largo del siglo siguiente, no óbstante que se trató de una
centuria signada constantemente por el signo bélico 143 • ·
Es característico el hecho de que, tras la crisis de 1854, las
polémicas interpartidarias están atiborradas de alusiones a las
situacíones políticas europeas, planteando a veces con intermi-
tente lucidez, dudas sobre si realmente la vida sociaÍ colombia-
na responde o no a tales esquemas ideológicos, que parecen
frustrarse constantemente en la realidad, no empece a la orto-
doxia de los expositores políticos literarios, de los oradores y
de los documentos oficiales.
Solo de cuando en cuando, entre el fárrago de las traspola-
ciones conceptuales, aparece tímidamente alguna aserción ob-
jetiva sobre los procesos reales del reclutamiento y de la acción
política. Pero vuelve a desaparecer en el turbión de deliberadas
quimeras que el modelo de «hacienda» disemina a su alrede-
dor y en su provecho, como lemas superficiales de su actividad
borrascosa.

BUROCRACIA, RELIGIÓN Y GUERRA CML

La preferente ocupación de los bogotanos se reduce a desem-


peñar un puesto público, o a permanecer doce horas al día
de atrás del mostrador, esperando a quien no ha quedado de venir.
A las seis de la tarde se dirigen al atrio de la Catedral, y allí en gru-
pos más O menos numerosos, se pasean de extremo a extremo,
hasta las siete u ocho de la noche, hora en que van a refrescar ...
Aquí continúan la controversia o discusión que los preocupaba
durante el paseo en el atrio, toman trago si a ello son aficio-
nados, fuman cigarrillo, hojean algún periódico, juegan billar
El . PODE!{ POI.iTICO EN COLOMBIA

hasta las once o doce y se marchan a sus moradas, conversando


en voz alta de los sucesos que les llaman la atención ... 144 •

La ingenua observación de José María Cordovez Moure,


indicativa de las actitudes sociales predominantes y prestigio-
sas <le la Colombia central del siglo XIX, tiene una estrecha
relación con la estructura asociativa que la hacienda proyecta
sobre el conjunto de todas las relaciones sociales. Al fin, la es-
lru.ctum social, en su conjunto (simbología, sistema de roles, status
y valorfs) no fS otra cosa que una ampliación de la estructura de las
asoáariones dominantes145 •
La revolución de Independencia realizada por los hacen-
dados centroandinos con el objeto de capturar el poder polí-
tico y administrativo central convierte a la burocracia en una
proyección inmediata de los intereses y de los valores de la
hacienda. El triunfo militar o electoral de un grupo o de un
partido presupone el derecho absoluto de los triunfadores al
control de todos los empleos públicos. Y, dentro del mismo modelo,
las grandes familias terratenientes sienten como un derecho
adquirido el uso y el abuso de esos empleos, cuyos rangos más
humildes deberán corresponder a su clientela, en una grada-
ción que abarca desde la Presidencia de la República hasta los
pequeños cargos municipales de las aldeas.
Los empleos públicos, no solamente garantizan la manipu-
lación de las decisiones políticas y económicas, sino que sirven
como suplemento lucrativo a los miembros urbanos del siste-
ma hacendario. El compadrazgo, ordenado en una gradación
ascendente de prestigio, tal cual ocurre con las relaciones in-
terpersonales de la hacienda, es el elemento capital de la diná-
mica burocrática.
El destino, como se denominaba con involuntaria profundi-
dad al empleo público, encontraba a los jóvenes de las familias
de la «élite» casi en la adolescencia:
El doctor Largacha, siempre interesado por su discípulo pre-
dilecto, me nombró Tercer Tenedor de Libros de su Depar-
tamento Administrativo y me invitó con una amable carta a
que fuese a Bogotá a vivir en su casa, continuar mis estudios y
disfrutar del sueldo (el cual podía ahorrar casi íntegramente),
manifestándome, además, que el trabajo del destino se reducía
1A ~CIENDA y EL NACIMIENTO DE LOS PARTIDOS POLÍTICOS
315

a c~~iar, en dos o tres horas durante el día, las partidas de con-


tab1hdad que los primeros tenedores de libros habían descrito
en los borradores 146•

Más tarde, el mismo autobiógrafo diria, a propósito del


«retraso» de Colombia:

Puede decirse que en Colombia las primeras, si no las únicas in-


dustri~ de carácter nacional y popular han sido la guerra civil y
1~ política. De esto ha dependido nuestra crónica agitación ante-
!
n~r el e~peño en triunfar en las elecciones para obtener puestos
públicos, gaJes y contratos del candidato triunfanw. Por esto es por lo
que en Colombia la popularidad de un Presidente llega hasta el
momento en que distribuye el presupuesto. Todos los que que-
dan fuera del banquete oficial se retiran hoscos al campo de la
oposición, en donde conservan el fuego de la hostilidad y aun
del odio contra el gobernante 147 •

La burocracia pública toma la forma de una pirámide, cu-


yas bases reposan en el sentimiento de seguridad precaria y d1:
protección paternalista que cobija al peón agrario y a su familia y
garantiza el control administrativo en los niveles ascendentes
por gentes vinculadas al mismo patronazgo personal, a través
de todas las instancias gubernativas. Así, el partido político se
convierte meramente en una red de relaciones de dependen-
cia escalonada cuya meta única es el disfrute del prestigio social
y del monopolio del presupuesto público para los miembros
de una sola clientela patronal. Frente a esa clientela se levantará
otra, igualmente poderosa y codiciosa de los mismos bienes,
obtenidos mediante idénticos procedimientos.
La necesidad de ofrecer ante esta burocracia solidaria y ex-
cluyente, una alternativa de compadrazgos igualmente fuerte
y eficaz para intentar derribarla, impidió durante todo el si-
glo XIX la aparición o la perduración de «partidos» disidentes
respecto del Partido Liberal y del Partido Con.seroadur. Indepen-
dientemente de sus ideologías o de su presunta composición,
esos intentos de nuevos partidos fracasaron por su incapacidad
para retar a las redes de poder engendradas y proyectadas po r
la «hacienda» sobre la burocracia y sobre el reclutamiento de
los partidarios 148 •
316 EL PODER POLÍTI CO EN COLOMBIA

La conducta paternalista, esperada y exigida al dirigente


nacional, se afianzó en el contenido autoritario, autorrepresi-
vo y angustiosamente precario de las conductas de los estratos
más bajos de la población, para constituir los eslabones de una
cadena de lealtades capaz de hacer desangrar al país durante
siglo y medio, disfrazando su estructura de poder con los estan-
dartes de ingenuas pseudo-ideologías y los aparentes mecanis-
mos de la igualdad electoral.
La necesidad de estimular y dinamizar constantemente los
odios de partidos, para evitar el enmohecimiento y la erosión de
esta estructura de poder, explica suficientemente el por qué se
apeló a las incitaciones religiosas o antirreligiosas, como insu-
perable catalítico para obtener la sumisión de la mayor parte
de la población a estas pautas esenciales, convertidas en refle-
jos condicionados hereditarios.
Así, la estructura asociativa de la hacienda en el siglo XIX
asegura finalmente su predominio sobre el conjunto de la es-
tructura social para mucho tiempo. Para mucho tiempo des-
pués de que hayan desaparecido las condiciones objetivas que
le dieron origen.
El éxito de la «hacienda» y de sus proyecciones en esta lar-
ga lucha radicó en algunas condiciones básicas:
a) La hacienda permite una participación restringida y ads-
cripticia en la toma de decisiones a la población, porque su
estructura se afinca en los intereses coti~ianos, permanentes,
de carácter económico-social, de sus miembros;
b) La hacienda, como institución, fue capaz de combatir
y eliminar a otras asociaciones a lo largo de un siglo (como
lo ejemplarizan la derrota de los «comuneros», la rutina del
Ejército Permanente o la destrucción de las sociedades de ar-
tesanos) y de absorber y dominar a otras posibles asociaciones
autónomas (como los comerciantes) insertándolas en su pro-
pia red de valores e intereses, y
c) La hacienda consiguió disfrazar los contenidos reales de
su poder social con la apariencia de grupos y partidos políticos
de apariencia policlasista (de tipo europeo) impidiendo a la
masa de la población un examen objetivo de sus condiciones
y ofreciéndole en sustitución el halago de una participación
pasiva en los beneficios del poder político.
LA HACIENDA Y EL NACIMIENTO DE LOS PARTIDOS POLÍTICOS 317

Pero el conjunto de la maquinaria de poder y sus metas


objetivas está mejor descrito por un narrador costumbrista:
«Apenas se susurraba que por cualquier causa se empeñaría
el Partido Conservador en algún asunto bélico, se presentaba
Agudelo, el primero, con su correspondiente guerrilla o escua-
drón de caballería, armado a su costa, formado de sus arrenda-
tarios y peones, que lo seguían sin vacilar a donde los guiara; y
cerrado el templo de Jano, se retiraba a la vida privada a obse-
quiar a sus numerosos amigos» 149 •

NOTAS

l. Algunos ejemplos de esta literatura panegírica «ros~ :


«Nuestra primera riña por las ideas es algo que todavía desconcier-
ta. Y no yerra quien atribuye aquel absurdo al prurito de imitación que
ha sido roña frecuente en el espíritu jurídico y civil de que tanto alar-
deamos». ·
«Porque lo cierto es que los patriotas buscaban honrada y empeño-
samente la libertad y la fundación de la patria. La diferencia se refería a
los medios de lograr aquel fin y a la parte formal en la organización del
Estado, entonces en embrión. Nariño llamaba a esa pugna "la variedad
de opiniones por una misma causa"». (Bernardo J. Caycedo, Grandezas)'
miserias de dos victorias, Bogotá, 1951, p. 11).
2. «La situación deplorable que presentaba el país en los comienzos
de su transformación política nacía del modo como se iniciaba y plantea-
ba el sistema apellidado federación, que persiguieron muchos de nuestros
prominentes, quienes abundaban honradamente en altos sentimientos y
no estaban versados, ni podían estarlo, en asuntos de gobierno. Tenían
sus teorías aprendidas en libros, y la rápida y admirable prosperidad de
la República de los Estados Unidos, que los seducía y atraía, fue el pris-
ma engañador. .. » . Q. M. Henao y Gerardo Arrubla, Historia de Cowmbúi
para la enseñanza secundaria, 8ª edición, Bogotá, 1967, p. 353).
3. Arturo Abella Rodríguez, Don dinero en la Independencia. Edicio-
nes Lerner, Bogotá, 1966; Pérez Sarmiento, op. cit., ver Documento ~ o.
10, «Extracto de la causa de Nariño, Ricaurte, Espinosa y otr~ varios,
con la consulta que el Consejo de Indias presentó a S.M., y el borrador
del dictamen de éste a dicha consulta».
4. lbíd.
5. lbíd.
318 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

6. Cf. Arteta, op. cit.; Groot, Historia eclesiástica y civil, op. cit.
7. Miembros de las familias Lozano y Caycedo lucharon en los dos
bandos rivales. Pero hay indicios de que intentaban contentar a los co-
merciantes centralistas: «Administrador de la Hacienda de El Novillero y
otros bienes de don José María Lozano, Marqués de Sanjorge, Rubio se
había mostrado exteriormente partidario del Presidente Nariño y llegó
a obtener el cargo de capitán del regimiento de milicias disciplinadas de
Cundinamarca .. . » . Habiendo traicionado a Nariño, Luis Rubio se dis-
culpó diciendo que siempre había opinado en favor de «un cuerpo de
nación que sea capaz de asegurar nuestra libertad y que en su concepto,
el Congreso establecido por el patriotismo y literatura de sus miembros,
debía ser el que organizase el reino .. . ». (Caycedo, op. cit., p. 92).
Los miembros de la familia Caycedo, vinculados directamente al ne-
gocio de abasto de carnes, como don Luis de Caycedo, se inclinaron al
lado de Nariño. Aquellos que, por el contrario, fincaban su utilidad en la
simple explotación de la tierra fueron federalistas. (Cf. Abella, El florero
de Llorente, ya citado).
Combatiendo en las filas nariñistas, el capitán Antonio Ricaurte, con-
tra su hermano Manuel, su tío Joaquín y su primo Antonio Baraya, trai-
cionó a los centralistas en el combate de Ventaquemada. «Así la posición
del joven héroe, más que una lucha contra el federalismo parecía una
tremenda disensión de familia». (Cf. Caycedo, op. cit., pp. 59 y ss.).
8. Cf. Abella, op. cit. , p. 142.
9. Nariño, «como le preguntasen de dónde venía la adhesión de
los españoles a su gobierno decía: "La respuesta es bien sencilla: de la
justicia e imparcialidad de sus procedimientos ..."». (J. M. Groot, Historia
eclesiástica, p. 199).
Antonio Nariño, «Ensayo de un nuevo plan de administración del
Virreinato de la Nueva Granada», reproducido en las Obras completas de
Nariño, editadas por José María Vergara yVergarahacia 1866 (citado por
Nieto Arteta, Economía y cultura ... ).
«El comercio es lánguido; el erario no corresponde ni a su pobla-
ción, ni a sus riquezas territoriales; y sus habitantes son los más pobres
de América. Nada es más que el espectáculo de una familia andrajosa,
sin un real en el bolsillo, habitando una choza miserable, rodeada de
algodones, canelos, de cacaos y de otras riquezas, sin exceptuar el oro y
las piedras preciosas ... ».
«Yo la comparo (la nación) a un hombre opulento que goza de gran-
des rentas, y que esta abundancia le hace despreciar la economía y la
constancia, que sólo forman la riqueza de otros hombres que no gozan
tan ricas posesiones».
« •.. Hay un género de contribuciones que son más gravosas por los
obstáculos que oponen al adelantamiento de los vasallos, que por la can-
tidad que de ellos se exige, o por lo que el erario reporta. Tales son en
este Reino las alcabalas interiores y los estancos de aguardiente y tabaco».
PARTIDOS POLÍT ICOS 319
1A HACI ENDA Y EL NACI MIEN TO DE LOS

tabacos y alcabalas inte-


. «El prod ucto que aquí deja n al estanco los
al riesgo en que pon en
nor~s, no corr espo n~e al atraso que causan y
en su lugar otro géne ro
cont mu~ me~ te al Rem~; pud ie~d o sustituirse
ienda, no traigan estos
~e cont n~u c1on es que sm dete nora r la Real Hac
mconven1en tes ... ».
consumo inte rior y
«El esta nco (qel tabaco) limita las siembras al
los años en que se pier de
no sólo esta limitación trae gran des escaseces
ndos e la cultu ra en un
la cose cha en una provincia, sino que, proh ibié
sensible su privación .
ram o que pros pera por todas partes, se hace más
tabaco, se hará un ramo
Perm itién dose la siem bra y la extracción del
fortísimo de com erci o ... ».
ce que no debe trae r
«La supr esió n del estanco del aguardiente, pare
a influir pode rosa men te
ning una ventaja al público; pero no es así; va
son los azúcares. Uno de
sobr e otro ram o de muc ha importancia, como
este ramo, es el no pod er
los mayores obstáculos para la pros peri dad de
la miel que llaman de
los dueñ os de los ingenios o trapiches emp lear
francesas, se convierte
purg a, y que así en La Hab ana com o en las islas
el día. Suprimido su es-
en el agua rdie nte de caña de tanto consumo en
azúcares que abun dan
tanco, se sacarán tres ventajas: el fom ento de los
como en el día, por la
en el Rein o y que nun ca mer ecen tanta atención
ucto que debe n dejar
dest rucc ión y atraso de las islas francesas, el prod
el agua rdie nte debe rán
al erar io los dere chos , que así el azúcar como
trata ,, .
paga r la salida, y el rem edio del Reino de que se
la prosperidad de la s
«Par ecer á una para doja el que se diga, que para
o; pero si se examina
alcabalas conviene .suprimirlas en lo interior del Rein
Las alcaba]a5 prod ucen
mad uram ente este pun to se verá que no Jo es.
ucir án más o menos ,
en razón del cons umo y de la extracción, y así prod
o menos abun dant es.
segú n que el cons umo y ]a extracción fueran más
le para la prosperi dad
Las alcabalas inte riore s son un obstáculo invencib
y por consiguiente la
del Reino, que limitan la extracción y el consumo
pros peri dad del mismo ram o».
el Memorial de agra-
Es obvio que el lengu~je de Nariño no recu erda
o Arteta. En cambio, es
vios de Torr es, com o sugiere ingen uam ente Niet
el proyecto de Nariño
bien dificil elud ir la impresión <le similitud que
as. El leng uaje mercan-
ofrece respecto de las <<Capitulaciones» com unn
cu lacion es juríd icas de
til es aquí tan claro y tan dife rent e de Jas espe
com enta rios .
Torres, que todo el asun to no requ iere mayores
l del apoyo recibido
l O. Sob re d carácter y la proc eden cia socia
ver Groot, üfJ. cit., Caps.
por Nari ño en su luch a cont ra los federalistas,
L, LI, LII.
la firma de Torres.
11. El !Jamado Memorial de agravios nun ca ll evó
espo ndie nte al 20 de no-
Aparece en el acta del Cabildo de Santa Fe corr
s Luis Caycedo, Juan
viembre de 1809 y e.stá firmado por los regidore
illo, Justo Cast ro, José
Anto nio Ugarte, José María Dom íngu ez del Cast
ánde z Her edía Suescún
Ortega, Fern ando Bcnjum ca, Francisco Fcrn '
320 EL PODER POLiTICO EN COLOMnIA

Jerónimo de Mendoza,José Acevedo y Gómez, Ramón de la Infiesta Va-


dés y por el secretario, Eugenio Martín Melendro. (Cf. Ortega, Cabildos
de Santa Fe, p. 269). El hecho es tan curioso como simbólico.
12. La Bagatela, 25 de agosto de 1811, p. 27. Citada por Caycedo,
op.
cit., p. 25.
13. José María Caballero, Particularidades de Santa Fe. Un diario de fosé
Maria Caballero, Biblioteca Popular de Cultura Colombiana, Prensas de
la Biblioteca Nacional, Bogotá, 1946.
14. Caballero, op. cit., p. 109. Es notable la alusión a la coalición de
los «pueblos» rurales, contra la ciudad.
15. Cf. Caycedo, op. cit.; Abella, El florero de Llorente.
16. I/Jíd.
17. Caballero, op. cit.
18. Caballero, op. cit.. p. 216.
19. Caballero, op. cit., p. 230.
20. Díaz, «Los Almeyda», ilustraciones, ámbito geográfico de la gue-
rrilla.
21. José María Baraya, Biografías militares, Bogotá, Imprenta de Gai-
tán, 1874. Citado por Díaz, op. cit.
22. Díaz, op. cit.
23. 1/Jíd.
24. Díaz, op. cit.; José Hilario López, Memorias, Editorial Bedout,
Medellín, 1969.
25. Díaz, op. cit.
26. López, op. cit.
27. Santander estuvo entre los oficiales centralistas que, al mando
de Baraya, traicionaron a Nariño y se pasaron al bando contrario en
1813. Después fue uno de los más tenaces defensores de la centraliza-
ción propiciada por Bolívar y más tarde aun, en la Convención de Oca-
ña, sus amigos tornaron bajo su inspiración, a defender con ahínco un
proyecto de Constitución federalista presentado el 12 de mayo de 1828.
28. Singularmente es interesante el caso de don Luis Caycedo y de
su hijo don Domingo. Sobre este, rez;;t el expediente: «Su conducta fue
juzgada en Consejo de Guerra en que fue declarado leal y fiel vasallo de
Su Majestad». (Díaz, op. cit., pp. 53-54) .
29. Díaz, op. cit., pp. 172 y ss.
30. Díaz, op. cit., p. 192.
31. David Bushnell, El régi,men de Santander en la Gran Colombia, Edi-
torial Antares, Bogotá, 1966.
32. «En la Capitanía General de Caracas -actual Venezuela- ne-
gros y mulatos alcanzaban la cifra de 493.000 en 1810, cuando el total
de _la población era de 900.000». (Cita de John Franklin, en Jaramillo
Unbe, Esclavos y señores, pp. 8-9); J. M. Restrepo, Historia de la revolución
de Colombia, Editorial Bedout, Medellín, 1969.
33. Bushnell, op. dt.
1A HACIENDA YEL NACIMIENTO DE LOS PARTIDOS POLÍTICOS 321

34. Liévano Aguirre, ap. cit.


35. «Yo, dijo S.E., ponía toda mi atención en Napoleón y sólo a él
veía entre toda aquella multitud de hombres que había allí reunida; mi
curiosidad no podía saciarse y aseguro que entonces estaba muy Jejos de
prever que un día sería yo también el objeto de la atención o, sí se quie-
re, de la curiosidad de casi todo un continente y puede decirse también,
del mundo entero. Qué Estado Mayor tan numeroso y tan brillante tenía
Napoleón y qué sencillez en su vestido: todos los suyos estaban cubiertos
de oro y de ricos bordados y él sólo llevaba sus charreteras; un sombrero
sin galón y una casaca sin ornamento alguno; esto me gustó y aseguro
que en estos países hubiera adoptado, por mí, aquel uso si no hubiera
creído que dijesen lo hacía por imitar a Napoleón y después habrían
dicho que mi intención era imitarlo en todo».
«Habló después el Libertador de Jo reducido que había sido siempre
su Estado Mayor General, que sin embargo tenía el pomposo tí tul o de
Estado Mayor General Libertador; que nunca había tenido a la vez más
de cuatro edecanes; que entre ellos había siempre considerado al gene-
ral Diego !barra como su Duroc, a quien Napoleón hizo gran mariscal
del Palacio y Duque de Frioul; que en el general Pedro Briceño Méndez
tenía a su Clarke, ministro de la Guerra de Napoleón y Duque de Feltre;
que en el general Salom tenía a su Berthier, mayor general del Grande
Ejército de Napoleón y Príncipe de Neuchatel y de Wagram; que podría
hacer otras comparaciones pero no tan exactas como ésas .. .» . De La-
croix, Peru L., Diario de Bucaramanga, Ediciones del Ministerio de Edu-
cación Nacional, Dirección Cultural, Ávila Gráfica, Caracas, 1949, p. 51.
36. «El ejército revolucionario constituía un aparato enorme y cos-
toso. Parece ser que en 1825 había entre 25.000 y 30.000 hombres, lo
que equivalía al uno por ciento de la población colombiana. Los gastos
militares del gobierno representaban las tres cuartas partes de su ingreso
total y aún así el Ejército no alcanzaba a cubrir sus necesidades».
«Su constitución interna era de las más democráticas. A-Aristocra-
cia- Posiciones de mando, criolla -B- Clases bajas del Ejército ».
«En realidad el mejor camino para que un mestizo pudiera alcanzar
un puesto en la administración, la estima social o un asiento en el Con-
greso era el ascenso a través de las fuerzas armadas».
«En el Ejército había un número desproporcionado de oficiales
procedentes de Venezuela; el porcentaje era más bajo entre las tropas.
Había también una gran proporción de oficiales extranjeros que pre-
sentaban el grave problema de ser más exigentes en todo». (Bushnell,
üp. cit., pp. 279-280, cf. notas de pie de página en su obra).
37. Cf. Liévano Aguirre, o-p. cit., pp. 143 y ss.; Casti1lo, como Joaquín
Ricaurte, era un viejo federalista vinculado a los latifundistas tunjanos.
Bajo su mando había hecho Santander sus primeras armas. (Cf. Cayce-
do, o-p. cit., pp. 185-186) y en 1813, prisionero en Santa Fe, después de
que Nariño derrotara las fuerzas federalistas, lo consideraba como su
320 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

ta Va-
Jerón imo de Mendoza,José Acevedo y Gómez, Ramón de la lnfies
Cabildos
dés y por el secretario, Eugenio Martín Melendro. (Cf. Ortega,
de SantaFe, p. 269). El hecho es tan curioso como simbólico.
do,
12. La Bagatela, 25 de agosto de 1811, p. 27. Citada por Cayce
ap. cit., p. 25.
13. José María Caballero, Particularidades de SantaFe. Un diario
de fosé
as de
María Caballero, Biblioteca Popular de Cultura Colombiana, Prens
la Biblioteca Nacional, Bogotá, 1946.
ión de
14. Caballero, op. cit., p. 109. Es notable la alusión a la coalic
los «pueblos» rurales, contra la ciudad.
15. Cf. Caycedo, op. cit.; Abella, El florero de Llorente.
16. Imd.
17. Caballero, op. cit.
18. Caballero, op. cit.. p. 216.
19. Caballero, op. cit., p. 230.
gue-
20. Díaz, «Los Almeyda», ilustraciones, ámbito geográfico de la
rrilla.
Gai-
21. José María Baraya, Biografías militares, Bogotá, Impre nta de
tán, 1874. Citado por Díaz, op. cit.
22. Díaz, op. cit.
23. Ibíd.
ut,
24. Díaz, op. cit.; José Hilario López, Memorias, Editorial Bedo
Medellín, 1969.
25. Díaz, op. cit.
26. López, op. cit.
o
27. Santander estuvo entre los oficiales centralistas que, al mand
ario en
de Baraya, traicionaron a Nariño y se pasaron al band o contr
de la centra liza-
1813. Después fue uno de los más tenaces defensores
de Oca-
ción propiciada por Bolívar y más tarde aun, en la Convención
o un
ña, sus amigos tornaron bajo su inspiración, a defen der con ahínc
de 1828.
proyecto de Constitución federalista presentado el 12 de mayo
y de
28. Singularmente es interesante el caso de don Luis Caycedo
cta fue
su hijo don Domingo. Sobre este, reza el expediente: «Su condu
vasallo de
juzga da en Consejo de Guerra en que fue declarado leal y fiel
Su Majestad». (Díaz, ap. cit., pp. 53-54).
29. Díaz, op. cit., pp. 172 y ss.
30. Díaz, op. cit., p. 192.
Edi-
31. David Bushnell, El régi,men de Santander en la Gran Colombia,
torial Antares, Bogotá, 1966.
- ne-
32. «En la Capitanía General de Caracas -actu al Vene zuela
o el total
gros y mulatos alcanzaban la cifra de 493.000 en 1810, cuand
Jaramillo
de la población era de 900.000». (Cita de John Franklin, en
Uribe, Esclavos y señores, pp. 8-9); J. M. Restrepo, Historia de la
revolución
de Colombia, Editorial Bedout, Medellin, 1969.
33. Bushnell, ap. cit.
U HACIDHJA Y EL NACIMIO-'TO DE WS PARTIDOS POLÍTICOS 321

34. Llévano Aguirre, op. cit.


35. «Yo, dijo S.E. , ponía toda mi atención en Napoleón y sólo a él
\""efa entre toda aquella multitud de hombres que había allí reunida; mi
curiosidad no podía saciarse y aseguro que en ton ces estaba muy lejos de
prever que un día seria yo también el objeto de la atención o, si se quie-
re, de la curiosidad de casi todo un continente y puede decirse también,
del mundo entero. Qué Estado Mayor tan numeroso y tan brillante tenía
Napoleón y qué sencillez en su vestido: todos los suyos estaban cubiertos
de oro y de ricos bordados y él sólo llevaba sus charreteras; un sombrero
sin galón y una casaca sin ornamento alguno; esto me gustó y aseguro
que en estos países hubiera adoptado, por mí, aquel uso si no hubiera
creído que dijesen lo haáa por imitar a Napoleón y después habrían
dicho que mi intención era imitarlo en todo".
f(Habló después el Libertador de lo reducido que había sido siempre
su Estado Mayor General, que sin embargo tenía el pomposo título de
Estado lvlayor General Libertador; que nunca había tenido a la vez más
de cuatro edecanes; que entre ellos había siempre considerado al gene-
ral Diego Ibarra como su Duroc, a quien Napoleón hizo gran mariscal
del Palacio y Duque de Frioul; que en el general Pedro Briceño Méndez
tenía a su Clarke, ministro de la Guerra de Napoleón y Duque de Feltre;
que en el general Salom tenía a su Berthíer, mayor general del Grande
Ejército de ~apoleón y Príncipe de ~euchatel y de Wagram; que podría
hacer otras comparaciones pero no tan exactaS como ésas ... » . De La-
croix, Peru L., Diario de Bu.caramanga, Ediciones del Mjnisterio de Edu-
cación ~acional, Dirección Cultural, Ávíla Gráfica, Caracas, 1949, p. 5 I.
36. qEl ejército revolucionario consútuía un aparato enorme y cos-
toso. Parece ser que en 1825 había entre 25.000 y 30.0ú0 hombres, lo
que equivalía al uno por ciento de la población colombiana. Los ga.5tos
militares del gobierno representaban las tres cuartas partes de su ingre50
total y aún así el Ejército no alcanzaba a cubrir sus necesidades?> .
,,su constinición interna era de las más democrática5. A-Aristocra-
cia- Posicion es de mando, criolla -B-- Clases baja5 del Ejército,, _
~En realidad eJ mej or camino para que un mestizo pudiera alcanzar
un puesto en la adminjsrración, la esti ma social o u n asien to en el Con-
greso era el aseen.so a través de las fuerzas armadas~; .
,~ En el Ej ército había un núme ro desproporcionado de oficiales
procedentes de Venezuela; el porcen taje ~ra má5 bajo entre la~ tropas.
Había también una gran proporción de ofi ciaJes extranjeros que pre-
sen taban el grave problema d e ser más exigen tes en todo,, . (Bushnell,
op. ciJ. , pp. 279--280, cf. notas de pie de página en su obra).
37. Cf. Liévano Aguírre, op. cit., pp. 143 y s.s.; CastilJ o, como J o aquín
Rícaurte, era un viejo federalista vinculado a los latifundistas tunjan os.
Bajo su mando había hech o Santander sus primeras armas. (Cf. Cayce-
do1 op. cit., pp. 185-186) y en 1813, prisionero e n Santa Fe, después de
que Xariño derrotara las fuer.taS federafüstas, lo consideraba como su
322 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

e se hallase, sin
jefe natur al. «Desde Santa Fe hice ánim o de ir a dond
las de servir a
resol ución de pedi r incor pora ción en esas tropas sino con
sus órde nes en cualq uier clase ». (Jbíd., p. 190).
fuero militar
38. Bushnell, op. cit., pp. 297 a 304. Por ejemplo: «El
milit ar comenzó
fue igual ment e atacado. El trabajo de mina r el fuero
los miem bros
desd e el Cong reso de Cúcuta. En 1821 se estipuló que ·sólo
tidos a la ley mi-
de las fuerzas arma das en servicio activo estab an some
judic ial a los
litar y que esta disposición exclu ía de cualq uier privilegio
milicianos que se enco ntrab an fuera de servicio».
de fueros
«El códig o pena l que restri ngía drást icam ente toda clase
s qued aron sin
especiales final ment e no fue prom ulgad o, pero los fuero
ue con prud en-
emba rgo anula dos por comp leto en algun os casos . Aunq
. (Cf. notas de
cia para evitar el desc onten to total de las fuerzas militares»
pie de págin a de la obra) .
ardo Infan te
39. El proce so y poste rior ejec~ción del coro nel Leon
regul ares y los
puso de relieve la hostilidad existente entre los militares
rales -hace ndad os
vene zolan os, por una parte , y los hace ndad os y gene
el salvamento
neog ranad inos por la otra. La alta Corte de Justicia, con
cond enó a Infan-
de voto de su Presi dente , el vene zolan o Miguel Peña ,
. Histo riado res
te y poste riorm ente proce só y cond enó al prop io Peña
ande r y a sus
como Groo t y O'Le ary atrib uyero n al vicep resid ente Sant
del caudillo lla-
amigos, Francisco Soto y Vicente Azuero, la cond enac ión
y Fabio Lozano
nero . (Cf. Groot, op. cit.; Guillermo Hern ánde z de Alba
oteca de Historia
y Loza no, Documentos sobre el doctor Vicente Azuero, Bibli
; Bushnell, op. cit.
Naci onal, Vol. LXXI, Impr enta Nacional, Bogo tá, 1944
José Marí a Cordovez Mau re, Reminiscencias, T. IX, p. 65.
oteca Popu lar
40. José Marí a Cordovez Mou re, Reminiscencias, Bibli
T. III, p. 255.
de Cultu ra Colo mbia na, Edito rial Kelly, Bogotá, 1945 ,
41. Cf. Nota 35
ión de poder,
42. Ram ón Díaz Sánchez, Guzmán, elipse de una ambic
ción de Cultu ra y
Edic iones del Ministerio de Educ ación Naci onal, Direc
Bellas Artes, Caracas, 1950, pp. 87 y ss.
La lealta d cas-
43. Alfre do De Vigny, Servidumbre y grandeza militares.
, conv ertid a en
trens e, sobre pues ta a los inter eses familiares y de clase
te en el trabajo
elem ento fund amen tal de la adhe sión al «héroe» paten
ito de Bolívar.
de Vigny, es ingre dient e básico de la cohe sión del Ejérc
44. Cordovez, op. cit., T. IX, p. 261.
y Lozano, Do-
45. Abella, Don dinero en la Independencia; Hern ánde z
cumentos sobre el doctpr Vicente Azuero.
46. Liévano Agui rre, op. cit., p . 248.
4 7. Abella, Don dinero en la Independencia.
48. Ibíd.
icto proble-
49. Bush nell, op. cit. «Surgen dent ro de todo este confl
y Sant ande r pro-
mas regio nales . Nari ño era un prom inen te bogo tano
vinci ano que estab a gobe rnan do en la capital».
LA HACIENDA y EL NACIMIENTO DE LOS PARTIDOS POÚTICOS 323

«Este ~~gional~s~o se acentúa cuando la mayoría de los funcionarios


son tambien proVIncianos: Azuero, del Socorro, Francisco Soto, de Pam-
plona, alegaban que Santander Ysus amigos dirigieran el poder central
y no fu~ran los bogotanos. En ·general, toda la campaña tenía obvias
tendencias conservadoras; aunque el propio Nariño no fuera clerical,
quienes lo rodea~an. eran francos partidarios del statu quo clerical y en
las reformas econom1cas eran bastante retardatarios».
En realidad, no se trata de una pugna entre regiones sino del viejo
conflicto entre hacendados y comerciantes, ya analizado al hablar de la
lucha entre federalistas y centralistas en los albores de la Independencia.
50. Liévano, op. dt.
51. Bushnell, op. ci,t.
52. Joaquín Tamayo, Nuestro siglo XIX, La Gran Colombia, Editorial
Cromos, Bogotá, 1941, p. 239.
53. Bushnell, op. dt.
54. Hernández y Lozano, Documentos sobre el doctor Vicente Azuero, pp.
130 y SS.
55. Ibíd., «Proyecto de Constitución presentado a la Gran. Conven-
ción de Ocaña el 21 de mayo de 1828», p. 371. 1
56. Sobre la adjudicación de Hatogrande a Santander, negocio en
que tuvo parte importante don Vicente Azuero, y sobre la calidad de
depositario y administrador de Ambrosio Almeyda en dicho fundo, ver
Abella Rodríguez, Don dinero, pp. 115 y ss.
«El primer acto de gobierno en aquel 11 de agosto de 1819, dice
Abella, por otra parte, es el de crear la comisión de secuestros. La de
Morillo, pero con misión inversa. El 15, por decreto del Libertador, se
nombra miembro de la comisión a un personaje clave y conocedor de
estos negocios, Vicente Azuero. El abogado de la Real Audiencia, ab-
suelto dos años antes en el gobierno de Sámano, gracias a los fiscales
Tenorio y Estanislao Vergara. En breve será presidente de ese tribunal y
por sus manos pasarán todas las causas de embargos contra los enemigos
de la Independencia. Azuero era íntimo de Santander desde la niñez ».
(/bíd., p. 114).
«El 4 de febrero de 1821 contrajo matrimonio (Azuero) en Santa Fe
de Bogotá, con doña Indalecia Ricaurte y Castro Neira, perteneciente a
linajudas y antiguas familias, dama de la más alta distinción, de una rara
belleza y una prodigiosa inteligencia. Su padrino fue el general Francis-
co de Paula Santander, Vicepresidente de la Nueva Granada, amigo de
Azuero desde la niñez y su compañero de lucha por la Independencia
desde 1810».
«Doña Indalecia era hija del insigne prócer Joaquín Ricaurte To-
rrijas, muerto pocos meses antes y de doña Ignacia Antonia de Castro
Neira ... ».
« ... El general Joaquín Ricaurte fue hijo de donjuan Agustín de Ri-
caurte y Terreros y de doña Gertrudis Torrijos y Rigueiro. Doña Ignacia
324 EL PODER POÚTICO EN COLOMBIA

de Castro Neira, de don José de Castro Neira y Rigueiro». (Fabio Lozano


y Lozano, «Exordio», en Hernández y Lozano, Documnitos sobre el doctor
Vicmte l\zuero, p. XV).
Sobre Ricaurte, ver nota 36 de este capítulo. Sobre el matrimonio de
Ambrosio Almeyda con la viuda de don Luis Girardot (mujer muy entra-
da en aüos) y sobre las relaciones de Almeyda con los Caycedo, ver Díaz,
op. cit. , pp. 259-260: «Si se recuerda aquella perentoria afirmación que
hizo don Domingo Caycedo (cuando fue acusado por las autoridades
virreinales) de que sólo conocía a Ambrosio Almeyda de vista en 1817,
hace sonreír que el 1º de noviembre de 1820 don Domingo compre por
veinticinco mil pesos los tres potreros de Tibabuyes, dando los cuatro
mil en efectivo y obligándose por el cuantioso saldo. Sus dos firmas van
apareadas en los folios del centenario protocolo».
Sobre el poder hacendario de los Almeyda en Cúcuta, patria de San-
tander, cf. Díaz, o-p. cit., p. 18: «En uno de los modernos pleitos que
obran en la Corte Suprema de Justicia hay esta apreciación: "La exten-
sión de tierras tradicionalmente conocidas con el nombre de Comuni-
dad Almeyda, desde la confluencia de los ríos Zulia y Pamplonita hasta
las propias calles de Cúcuta, 70 kilómetros de longitud por 15 ó 20 de
latitud"» . Sobre la complicada rama de la red de parentescos que unía a
Francisco de Paula Santander con las principales familias hacendarias y
latifundistas (antiguos federalistas) de Cúcuta, de Tunja y de Santa Fe,
cf. «Genealogías del General Santander», en Libro de Actas del M.Y. Cav-
do y Exmto de la Villa de Medellín. -«Homenaje al cr. Francisco de Paula
Santander en el primer centenario de su muerte»-. Anotaciones de
Manuel Monsalve M., Imprenta Departamental, Medellín, 1940.
57. Ibíd.
58. Cordovez, Reminiscencias, Vol. IX, 6ª edición, p. 238. El au-
tor incluye varias cartas de extraordinario interés de Urdaneta para
el general Montilla, en su excelente descripción de la «conspiración
septem brin a».
59. José Hilarlo López, o-p. cit., pp. 256 y ss. Joaquín Tamayo, Nuestro
siglo XIX La Gran Colomma, Bogotá, 1941.
60. lmd.
61. Tamayo, o-p. cit.
62. Ibíd.
63. Ibíd.
64. Díaz Sánchez, Guzmán, ya citado. ( «Su cuerpo rueda entre el
lodo y el sable de Abréu y Lima desgarra sus carnes y sus ropas con rei-
terados golpes», p. 66).
65. Groot, op. ci,t. , T. V, pp. 465 y ss.
66. López, op. ci,t., pp. 303 y ss.
67. Groot, op. ci,t., T. V, p. 507.
68. La concepción del «progreso» como esencialmente unido a
la libertad absoluta de comercio, es notoria desde el primer régimen
LA HAOENDA Y EL NACIMIENTO DE LOS PARTIDOS POÚTICOS 325

de Santander. El concepto queda claramente expresado con todas sus


implicaciones en las frases de José Manuel Restrepo: «Las Naciones de
Europa se apresuran a recibir a las de América en la comunidad de las
naciones: ofrecen a los nuevos Estados sus descubrimientos en todos los
ramos y establecen un comercio que brinda mutuas ventajas a los eu-
ropeos y a los americanos». (El Constitucional, Bogotá, julio 12 de 1827,
citado por Bushnell).
«El c<JTTeo de la ciudad de Bogotá (en abril 18 de 1822) que refleja el
pensamiento del gobierno estaba de acuerdo en permitir a las factorías
textiles británicas el remplazo de la producción colombiana de textiles
burdos y sugería que los colombianos debían contentarse con acentuar
la minería como una fuente alternativa de riqueza». (Bushnell, op. cit.).
En su Historia de la Nueva Granada el mismo Restrepo expresa así su
concepto sobre la libertad de importaciones, al referirse al año de 1834:
«La (ley) que se había acordado el año anterior bajo el sistema prohibiti-
vo o de altos derechos sobre varios artículos que competían con la indus-
tria del país resultó muy defectuosa e hizo bajar considerablemente la
renta de aduanas: fue pues necesario derogarla con otras ya anticuadas y
recopilar todas sus disposiciones en la de 30 de mayo; que seguía princi-
pios económicos más liberales ... ».
« ... Esto sucedió por dar gusto el Congreso al clamoreo de muchos
partidarios del sistema prohibitivo, que repetían la absurda máxima de
que la Nueva Granada se estaba arruinando con el comercio libre y que
no convalecería si por lo menos no se imponían altos derechos sobre
varios artículos a fin de proteger la industria del país». (José Manuel
Restrepo, Historia fk la Nueva Granada, T. I, Editorial Cromos, Bogotá,
1952, p. 62).
El prohibicionismo o proteccionismo aduanero solamente tendía a
favorecer a las clases más humildes de la sociedad, como los artesanos
bogotanos o los tejedores domésticos de la región del Socorro. El mismo
Restrepo lo reconoce implícitamente cuando al hablar de la llamada
«conspiración de Sardá» , contra el gobierno de Santander en 1833, atri-
buye a los conspiradores los siguientes fines: «Pensaban, si lo hubieran
conseguido, destruir el gobierno legítimo, aun matando a Santander y
a los principales liberales, proclamar que ellos sostenían la religión y los
intereses de los artesanos, prohibir el comercio libre que según decían
perjudicaba tanto a los hijos del país». (llid. , p. 40).
Desde luego todo ello obedecía a su modelo ideológico expresado
con claridad por El Constitucional del 2 de marzo de 1826, «la mayor
~arte de los gastos que hace un gobierno en una administración in terna
tlene por objeto defender al rico contra el pobre, porque si ambos que-
dasen abandonados a sus fuerzas respectivas, muy pronto sería despoja-
do el primero». (Citado. por Bushnell, p. 96).
69. Ospina Vásquez, op. cit.
70. lbíd.
326 EL PODl!R POLÍTICO EN COLOMBIA

7 J. Mariano Ospina Rodríguez, .E,'Jcritos sofJre economía y


política, Uni~
Cultura], Bo-
versidad Nacional de Colombia, Dirección de Divulgación
gotá, 1969, pp. 91 y ss.; ver también Ospina Vásquez, 0/1.
cit.
72. Ospina Vásquez, üp. cit., p. 222.
intro dujo el
73. Desde los días posteriores al Congreso de Cúcuta se
ares mediante
sistema de pagar los sueldos y salarios atrasados a los milit
deud a bastante
concesiones de tierras «baldías>,. «El Estado tenía una
os atrasados·
gran de con el ~jército colombiano por conc epto de salari
gobie rno co-
y bonificaciones. A causa de la deficiencia económica del
los que salían
lom biano esta deud a no se podía cancelar. Generalmente,
recibían en
mt:jor librados eran los oficiales de más alta graduación que
pago bienes de prop iedad raíz». (Bushnell, ap. cit., p. 307).
entre gar en
Posteriormente el sistema se modificó en el sentido de
daba n al po-
pago de servicios militares papeles de deud a pública que
tierra, sin es-
seed or el derec ho a recibir una deter mina da canti dad de
ciaban por los
tipulación de sitio. Estos papeles, depreciados, se nego
istas y rentis-
militares en el mercado abierto y eran comprados por agiot
cantidades
tas a precios irrisorios, conc entra ndo en sus manos fabulosas
una carta diri-
de tierras del Estado. Así se desprende, por ejemplo, de
Ospina, desde
gida ajosé Eusebio Caro en Nueva York, por don Pastor
e: «Tengo
Cartagena, el 26 de diciembre de 1851, dond e pued e leers
adjudicarán
derec ho a 20.400 fanegadas de tierras baldías, que se me
islas de uno u
dond e yo las pida, de mane ra que pued en tomarse en las
del istmo
otro lado del istmo en el Chocó, etc., y aun en el conti nente
que allí le co-
cuan do se hayan dado a la compañía del ferrocarril las
e en esa. Hay
rresp onde n. Hágame el favor de ver si pued en negociars
cio, y es la de
una circunstancia, que pued e favorecerme en este nego
que tiene
que el gobie rno ha resuelto no hace r uso de las facultades
que ha hech o
para vender o conc eder en ciertos casos tierras baldías; lo
a los milita-
subir much o los pocos documentos que hay de concesión
fanegadas me
res en términos que un individuo que necesitaba unas
adas y no ha-
dijo en Bogotá que había ofrecido hasta 8 reales por faneg
Ministerio
bía habido quién vendiera». (José Eusebio Caro, Epistolario,
nos, Bogotá,
de Educación Nacional, Biblioteca de Autores Colombia
1953, p. 365).
zona a la
74. Hern ánde z y Lozano, Documentos, üp. cit. «La enor me
rend e justa-
cual se refiere la concesión de Azuero y comp añero s comp
biertos en
ment e los más ricos yacimientos petrolíferos después descu
transacciones,
nuestro país y que han sido materia de negociaciones,
io, p. LXV.
explotaciones y litigios de la más amplia repercusión», Exord
75. lbíd.
76. lbíd. LXVI.
77. Ibíd. LXIX.
78. Luis Edua rdo Nieto Arteta, ap. cit.
79. Cf. Nota 32 del Capítulo V.
-
LA HACIENDA Y EL NACIMIENTO DE LOS PARTIDOS POÚTICOS 327

80. Un ejemplo de la literatura respectiva en la época: «Ha sido


pues necesario organizar la propiedad contra todo género de violencias.
De aquí la necesidad del gobierno, de la justicia y de la fuerza pública;
entidades sociales cuyo trabajo no produce riqueza acumulable, pero
que dan a la riqueza acumulada la condición esencial de su existencia,
la seguridad».
«Es la propiedad, son las riquezas las que han dado nacimiento a.la
sociedad y hecho necesarios el gobierno, la administración de justicia y
la fuerza pública, y no la simple reunión de personas. Para persuadirse
de esta verdad, que pudiera parecer una paradoja, no se necesita hojear
los anales de las viejas naciones del antiguo continente, ni interpretar
sus mitos, ni hundirse en profundas vacilaciones sobre el origen de la
sociedad y sobre las vicisitudes de la humanidad; basta echar una mira-
da atenta sobre la América, en donde la especie humana se ofrece en
todos los grados que median entre el salvaje aislado, sin la choza y casi
sin idioma y la sociedad más culta y mejor organizada. Aquí puede verse
que por estúpida y bárbara que sea una horda si hay en ella propiedad
reconocida, existe consiguientemente un poder público y costumbres
respetables». (Ospina Rodríguez, op. cit., pp. 57-58).
81. Nieto Arteta, op. cit., pp. 151 y ss.
82. Ospina Vásquez, op. cit.
83. Cf. Gerardo Molina, Las ideas liberales en Colombia, 1849-1914,
Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 1970, especialmente página
56, donde se advierte a propósito del poder político: «La clase prole-
taria, ansiosa de medrar sin trabajo alguno, murmura a veces, más se
ve necesariamente obligada a limitarse a esto; por estar dependiente su
subsistencia del trabajo que la clase propietaria le proporciona, no pue-
de lanzarse en empresas de éxito incierto, dejando la posición segura
aunque humilde de que goza en su dependencia de los intereses».
84. Ospina Vásquez, op. cit.
85. Citado por Ospina Vásquez en Industria y protección.
86. José Hilario López, Memorias, p. 377; Restrepo, Historia de la Nue-
va Granada, T. II, pp. 43 y ss. y 104 y ss.
87. Restrepo, Historia de la Nueva Granada, pp. 240-241.
88. Compendio de estadísticas, compiladas por Miguel Urrutia y Mario
Arrubla, Universidad Nacional de Colombia.
89. Frank Robinson Saffor, «Commerce and Enterprise in Central
Colombia, 1821-1870». (Ph. D. Dissertation, Columbia University, 1965).
Sobre las pautas de los consumos en los días dorados del «capitalismo
~?acalero» anota Camacho Roldán, citado por Nieto Arteta: «La aboli-
Cion del monopolio produjo en resumen el resultado de exportarse en
los veinte años corridos de 1850 a 1870, una masa de dos millones de
quintales de tabaco vendidos a un término medio de treinta pesos cada
~~o O sean sesenta millones de pesos. Las utilidades de esta suma reci-
ida por los cosecheros en forma de altos salarios, fueron consumidas
328 EL PODER POÚTICO EN COLOMBIA

s. Las de los gran des


en licor es espir ituos os y sus com pañe ros colat erale
eros años , se deshi-
emp resa rios de indu stria , gran des dura nte los prim
nada acum ulad o, nada
ciero n en las pérd idas de los últim os y no deja ron
pros perid ad». Y a esto
que desp ertar a siqu iera el recu erdo de los días de
el desp ilfar ro es la for-
obse rva Nieto: «En una econ omía prec apita lista
tas" o "cuasi-rentas"
ma que pres enta el cons umo com ercia l de las "ren
l-. Los hom bres de
del cons umid or -exp resi ón de Alfr edo Mar shal
capitalistas proc edan
una econ omía que pres enta ndo man ifest acio nes
expr esio nes capitalis-
de una econ omía que no se disti nga por idén ticas
conq uista psicológi-
tas, son dilap idad ores . La 'virt ud ahor rativ a" es una
pa de la Reforma».
ca del burg ués: del puri tano y del calvinista en la Euro
(Nie to Arte ta, op. cit., T. II, p. 77).
lógico y antro po-
Desc ripci ones bien reveladoras, de alto valo r socio
alem a en los días del
lógico, sobr e las form as sociales del gasto en Amb
tas por cont emp orá-
auge del tabac o, se encu entr an en dos novelas escri
Segu ndo de Silvestre.
neos: Manuela, de Euge nio Díaz, y Tránsito, de Luis
caliente, Bibl iotec a
Ver tamb ién Med ardo Rivas, Los trabajadores de tierra
del Banc o Popu lar, Bogotá, 1972.
diversos sectores,
90. Sobr e la supe rpos ición inex trica ble de los
cf. Safford, op. cit.
la conc entra ción
91. Por lo dem ás, la «empresa» taba caler a acen tuó
de diso lució n de los
de la tierr a en poca s man os, al culm inar el proc eso
la «hac iend a». Cf. Luis
resg uard os indíg enas , forta lecie ndo las paut as de
onal de Colo mbia ,
F. Sierr a (El tabaco en el siglo XIX, Univ ersid ad Naci
Bogotá, 1971, p. 86).
92. Niet o Arte ta, op. cit., T. II, pp. 52-53.
«El sigu iente es un
93. Safford, op. cit.; Luis F. Sierra, op. cit., p. 158:
on a parti r de 1850:
frag men to de uno de estos cont raste s que se usar
su cuen ta y riesgo,
"N.N. se oblig a a cultivar ... matas de taba co por
XX; quie n le doy una
con sus recursos; pero el taba co no es suyo sino de
fuera , el cose cher o
cant idad de peso s ... y si vend iera una arro ba por
a que com o a tal se le
N.N. se conf iesa ladró n (sic) y quie re y se sujet a
las que cons iente que
pers iga y juzg ue y no tiene dere cho a sus mejoras,
se le quit en sin inter venc ión judicial"».
94. Safford, op. cit.
tá, Imp rent a Na-
95. Carlos Mart ínez Silva, Ensayos biográficos, Bogo
cion al, 1935, p. 191.
96. Miguel Sam per, citad o por Niet o Arte ta, op.
cit., T. 11, pp. 63-64.
97. Safford, op. cit.
98. Safford, op. cit.
graf ía Italo-Orien-
99. José Marí a Quij ano Wallis, Memorias, etc. Tipo
tale, Grot tafer rata, 1919.
p. 393, y el rela-
100. Ibíd., véase su entrevista con José Zorrilla,
es Caycedo en París,
to de las supu estas relac ione s de José Mar ía Torr
pp. 173 y SS.
I.A HACIENDA Y EL NACIMIENTO DE LOS PARTIDOS POÚTICOS 329

101. Nieto Arteta, ap. cit., T. 11, pp. 162 y ss.; Safford, ap. cit.
Para un examen más detallado de la balanza de pagos de Colombi a
en el «período del tabaco», cf. Jorge E. Rodrígue z y William P. McGree-
vey, «Colombia-Comercio Exterior», en Compendio de estadísticas históri-
cas, ya citado, pp. 108 y ss.
102. Nieto Arteta, ap. cit.
103. Cordovez Moure, V. I., p. 25.
104. José Eusebio Caro, Epistolario, Ministerio de Educació n Nacio-
nal, Bogotá, 1953, p. 441.
105. Safford, ap. cit.
106. Md.
107. El ejemplo de los hermano s Miguel y José María Samper Agu-
delo podría servir como caso de estudio para observar la indisolubilidad
de los intereses de hacenda dos, comercia ntes e incipient es banquer os e
industriales en la segunda mitad del siglo XIX, y la estrecha conexión
entre el control solidario de todos los intereses económi cos y el ejercicio
del poder político partidista.
Miguel Samper nació en Guaduas el 24 de octubre de 1825, y su her-
mano José María en Honda el 31 de marzo de 1828. Eran hijos de José
María Samper y de Tomasa Agudelo.
José María Samper (el padre) era hijo a su turno de un comerci ante
español avecinado en Honda (puerto fluvial forzoso de entrada alcora-
zón del Reino) de nombre Manuel Samper. Tal tipo de comercia ntes
peninsulares en la segunda mitad del siglo XVIII llegaron a constitui r en
algunos sitios, como Cartagena, Mompós, Honda y la propia Santa Fe,
un grupo social bien diferenc iado y aun antagóni co de los hacenda dos
exencomenderos ~e larga tradición criolla (Cf. Notas 7 y 9 de este capí-
tulo). Quizá don Manuel tuvo algún parentes co con Antonio Samper, el
gobernador de la provincia de Santa Marta, complica do en un proceso
por contraba ndo en 1805 (Cf. Nota 22 del Capítulo VII) pero no existe
documentación que lo demuest re. Doña Tomasa Agudelo pertenec ía a
una rica familia de terrateni entes de la zona ribereña del Magdale na.
José María Samper (padre) siguió la tradicional profesió n de la fa-
milia y fundó en Honda, con el nombre de «Samper y Compañ ía», una
:asa de comercio ocupada esencialm ente del tráfico de mercade rías de
importación y exportac ión a lo largo del río y desde Bogotá al mar Cari-
be Ya los mercados ultramarinos.
Miguel Samper Agudelo contrajo matrimo nio en 1851 con Teresa
Brush, hija de otro comercia nte, este de origen inglés y radicado en
Cartagena, James A. Brush, quien había venido a América como oficial
:e~cenar io al servicio de los independ entistas mexicanos y se había re-
giado más tarde en la Nueva Granada .
Habiendo iniciado su carrera como comercia nte en el negocio de su
iaadre, Miguel Samper se interesó luego en la actividad agraria y creó en
zona del Magdalena vastas hacienda s tabacaleras. Participó en activi-
330 EL PODER POLÍTIC O EN COLOM BU

dades de tipo indusa ial y financ iero , fue consta nte colabo rador de los
periód icos bogota nos, ocupó un puesto en la Cámar a de Repre sentan tes
en las legisla urras de 1850 y de 1857 como diputa do por Villeta , fue se-
creta.Iio de Hacien da Nacion al al iniciar se la Regen eració n en 1882. Fue
uno de los conven cionist as de RionegTo , donde se procla mó la Consti tu-
ción liberal y federa lista de 1863, y hasta su muert e uno de los directo res
intelec tuales más acatad os del Partid o Libera l.
José Maria Sampe r Agude lo conrra jo mau-im onio en 1855 con So-
ledad Acosta Kembl e , hija de aquel Joaqtú n Acosta (ahora genera l) a
quien yfollie n encon tró en su tienda de Guadu as vendie ndo azúcar , ta-
baco y drogas . J oaqwn A.costa , hijo del con-eg idor de Guadu as, quien
era el propie tario de la mayor parte de las tierras de la región , llegó a ser
minisu-o en ·w ashing ton, seuet:a.Iio de Relaci ones Exteri ores y autor de
un Compen dio histórico del Desc-ubrimien to y colonización de la N ueva Granad a
en el siglo Xl 1, public ado en Paris en 1848.
1

José Maria Sampe r inició su carrera , como otros jóvene s de la alta


socied ad bogota na, en calida d de agitad or radica l en la llamad a «Es-
cuela Repub licana », hacia 1850, que precon izaba las tesis de los revolu-
cionar ios france ses de 1848. Casi inmed iatame nte se le ve enfren tarse
con las armas a los artesan os a quiene s presun tamen te defend ía antes,
duran te la guerra «hacen daría» contra José Maria Melo en 1854; más
tarde, según testim onio de su esposa Soleda d, fue el «prime ro que pensó
en la candid atura de Rafael Núñez para la Presid encia de la Repúb lica,
escrib iéndol e a Europ a en ese sentido » antes de 1875. Poster iormen -
te se hizo miemb ro del partid o «indep endien te», que coope ró con los
conser vadore s en la obra polític a de la «Rege neraci ón» y como tal hizo
parte del Conse jo Nacion al de Delega tarios que reda~t ó la Consti tución
centra lista y conser vadora de 1886. Al final de su vida fue uno de los más
conspi cuos dirigen tes del Partid o Conse rvador .
Como histori ador, period ista polític o y teoriza nte sobre asunto s so-
ciales, polític os y constit uciona les, José María Sampe r alcanz ó gran re-
nombr e y autori dad entre sus contem poráne os y una decisiv a autori dad
sobre la condu cta del Partid o Conse rvador , advers ario del partid o en el
cual militab a su herma no mayor , por más que sus princip ios ideoló gicos
resulte n casi indifer encia.b les.
En las genera ciones poster iores los Sampe r desarr ollaro n con nota-
ble éxito empre sas de caráct er indust rial y financ iero.
Cf. Carlos Martín ez Silva, Ensayos biográficos, Henao y Arrubl a, Historia
de Colombia, pp. 667-781; Migue l Aguile ra, «Un rasgo y un episod io de
José María Sampe r», en revista Bolívar, No. 12, Bogot á, agosto de 1952;
Berna rdo J. Cayce do, «Semb lanza de doña Soleda d Acosta de Sarnper>>,
en revista Bolívar, No. 15, noviem bre-di ciemb re de 1952;J aimeJa ramill o
Uribe, El pensamiento colombiano en el siglo XIX, Editor ial Temis , Bogot á,
1964, pp. 224 y ss.; Gaspa r Theod ore Mollie n, Viaje por la República de
Colombia en 1823, Minist erio de Educa ción Nacion al, Bogot á, 1944; Sole-
lA HACIENDA Y EL NACIMIENfO .DE WS PARTIDOS POLÍTICOS 331

dad Acosta de Sainper, «El doctor Rafael Núñez», en Los mejores artículos
de Rafael Núñez., Selección Sainper Ortega, 3ª edición, Editorial Mine.rva,
Bogotá, s.f., p. 17; Medardo Rivas, op. cit.
108. Véase carta de Pastor cYspina, de 26 de diciembre de 1814:
«¿No le dará a usted mucha satisfacción el saber, por ejemplo, que
don Joaquín Gómez Hoyos, hombre ajeno de toda intervención en
el gobierno, habiendo sabido en los momentos en que se esperaba el
movimiento de Bogotá que se necesitaban cinco mil pesos para una ope-
ración, salió corriendo de su casa, los tomó a interés de los comerciantes
y los entregó al tesorero de la Sociedad de Señoras, que debía darles
su empleo? Era una ofrenda voluntaria que él hacía para el rescate del
orden. Y Gómez Hoyos es un pobre en comparación con el doctor Már-
quez. Y Gómez Hoyos nada ha recibido de la República cuando el doctor
Márquez ha hecho con ella una inmensa fortuna». (Efristol,ario de José Eu-
sebio Caro, ya citado, p. 364).
«Hasta 1890 los líderes comerciales eran casi en su totalidad miem-
bros de familias cuya posición de clase alta se había establecido antes de
la terminación del período colonial y era reconocida en toda Nueva Gra-
nada». (Frank Robinson Safford, «Empresarios nacionales y extranjeros
en Colombia durante el siglo XIX», en ANCHSC, No. 4, Universidad
Nacional, Vol. I, Bogotá, 1969, p. 100).
«La alta clase financiera del país es representada generalmente como
el receptor pasivo de los avances de organización y técnica de los angloa-
mericanos; los empresarios colombianos imitan sistemáticamente a los
extranjeros; además parece ser que los líderes empresariales pertenecie-
ron, como clase, a la de los terratenientes». (Safford, op. ci,t., p. 87).
Cf., igualmente,Joaquín Tamayo, Don fosé Maria Pl,ata y su época, Edi-
torial Cromos, Bogotá, 1933.
109. En un sentido político-económico la liberación de los esclavos,
dadas las condiciones sociales de la época, reforzó la proletarización de
la población en todas partes y dio origen, allí donde la de color era nu-
merosa, como en el Valle del Cauca, a agudos movimientos de violencia
social.
11 O. Mariano Ospina Rodríguez, Escritos sobre política y economía, ya
citado, p. 170. «Es pues con razón que la masa de la población no puede
ver en el cambio de administración, otra cosa que cambio de personas,
y en este cambio únicamente alternabilidad de los sueldos. De aquí ha
resultado que la masa de la población no esté hoy dividida en opiniones
propiamente dichas, porque no conoce los principios que realmente di-
viden los partidos que luchan». (lbíd, p. 169).
111. Núñez afirmaba en 1885: «Disidencias de partido han termi-
nado felizmente y las sanas doctrinas liberales y conservadoras, que son
en su fondo idénticas, quedarán en adelante, en vínculo indisoluble, sir-
viendo de pedestal a las instituciones de Colombia». (Citado por Nieto
Arteta, op. cit., T. II, p. 220).
332 EL PODER POÚ TICO EN COLOMBIA

112. Osp ina Rodríguez, op. cit., p. 68: «Y


co~ o sería_ disparata~o ,
absurdo aten tato rio con tra los dere cho s de
la pro pied ad fiJar el alqm ler
que los ~ropietarios deb iera n exigir por las
casas, hacien~as, bestias_ y
demás cosas que alquilaban; lo es tam bién seña
lar el alqm ler o prem io
del dine ro».
113. Sobre las continuas disensiones política
s del Cle ro a part ir del
comienzo de la República, cf. Groot, Historia
edesiástica y civil de la Nueva
Gran ada.
114. Cf. Groot, op. cit.;]. M. Restrepo, Historia
de la Nueva Granada,
T. I, «Presidencia de Santander>>.
115. lbíd .
116. Cf. Luis Martínez Delgado y Sergio
Elías Ortiz, El periodismo
en la Nueva Granada,_1810-1811, Biblioteca Edu
ardo Santos, Vol. XXII,
Editorial Kelly, Bogotá, 1960, pp. 486 y ss.
117 . Hen ao y Arrubla, op. cit., p. 643.
118 . Quijano Wallis, op. cit., pp. 55 y 63.
119. J. M. Restrepo, Historia de la Nueva Gra
nada, T. II, p. 174.
120 . J. E. Caro, Epistolario, p. 352.
121. La abolición del mon opo lio oficial del
tabaco, la sup resi ón de
las alcabalas, la disminución y supresión de
los censos, la dest rucc ión
de los resguardos indígenas, lejos de abri r paso
a una nue va eco nom ía
abie rtam ente capitalista, dier on orig en a un
extenso fort alec imie nto del
pod er latifundista, reti rand o de su paso todo
s los obstáculos legales e ins-
titucionales. Igual efecto tuvo la exp ropi ació
n de los bien es territoriales
eclesiásticos o de «manos muertas» en tiem
po de Mosquera, los cuales
sencillamente pasa ron a engrosar el patr imo
nio de la clase com erci ante ,
que se inco rpor ó al sector latifundista de man
era irrevocable. En este
contexto hay que ente nde r igualmente la abo
lición de la esclavitud y la
formación de un vasto grup o de peo nes «ha
cendarios» neg ros.
122 . J. E. Caro, op. cit., pp. 243 y ss.: «Para
trae r aqu í mer can cías de
Europa. De todas nuestras especulaciones
comerciales, ésta es la más
segu ra y la que deja mayores utilidades. Dig
o que es la más segura: y la
mej or pru eba de ello es que hom bres de una
cap acid ad muy limi tada sin
con ocim ient o algu no de las lenguas extranje
ras, y aun igno rant es de las
más sencillas noc ione s de con tabi lida d -ho
mb res que quiz á no saben
sum ar-, hom bres en una pala bra com o Pac
hec o, com o Laverde, com o
Higinio Cubillos, com o Teo dor o Qui jano , hom
bres tales, pue s, que no
sólo no han perd ido sino que han hec ho
muy bue nas ganancias, aun
en su prim er viaje,·verd ade ro ensayo en que
la torp eza e igno ranc ia del
ensayador se pres enta n com o de pésimo agü
ero».
123. En una perspicaz alusión a la apa rició
n de la nue va eco nom ía
agro exp orta dora aña de: «En Mariquita, Neiv
a, Bogotá y Pop ayá n pue-
den con trib uir tam bién en las dos prim eras
el cultivo del tabaco que exi-
ge muc hos brazos, y la extr acci ón de quin a
en Popayán, Neiva y Bogotá.
Este ram o de com erci o ha tom ado muc ha
exte nsió n y pod emo s decir
lA HACIENDA Y EL NACIMIENTO DE LOS PARTIDOS POÚTICOS 333

que hay furor por.él. Tememos que llevando mucha quina a Europa, no
toda de buena c~1dad, dec~ga el precio, como sucedió en 1805, en que
hubo otro entusiasmo semeJante». J. M. Restrepo, op. ci,t., T. II, p. 418.
124. «La violencia del espíritu de partido empezó a mostrarse con
otras manifestacio nes. Desde 1846 se había formado en Bogotá una aso-
ciación de la clase de los artesanos sin carácter político alguno en un
principio, pero poco a poco fue adquiriéndol o y en 1849 ya llegó a ser
una fuerza respetable en el movimiento de los partidos. En un princi-
pio tenía por objeto prestarse auxilio recíproco en casos de enferme-
dad o de muerte, establecer escuelas nocturnas en que se enseñase a
leer y escribir y dibujo lineal. El presidente de la sociedad en 1848 era
un zapatero, padre de familia, modesto, honrado, trabajador; llamábase
Francisco Vásquez Guevara, y los ·socios más notables, que podían ejer-
cer influencia sobre sus compañeros, eran Ambrosio López Londoño
(sastre, que también fue presidente de la sociedad en 1849), Rudesin-
do Zuñer (sastre), Emeterio Heredia (herrero) y otros dos o tres cuyos
nombres no recuerdo. Más tarde se hicieron notables los señores Miguel
León (herrero) orador fogoso que, en 1853 y 1854, mostró ideas poco
pacíficas, sobre todo antipatía por la clase llamada de los cachacos; José
María Vega y N. Saavedra (zapateros). También se habían enrolado en
la sociedad y con el tiempo adquirieron influencia notable dos milita-
res retirados entonces, pero que en 1849 volvieron a servicio activo, los
señores Valerio Andrade y Antonio Echeverría, capitanes o sargentos
mayores».
«En 1848, la Sociedad de Artesanos no se ocupaba de política; en sus
sesiones nocturnas se daba enseñanza de lectura, escritura, aritmética
y dibujo lineal. Atraídos por el objeto simpático de la institución, nos
incorporamo s en ella varios jóvenes recién salidos de los colegios, que
después debíamos figurar en las luchas políticas: recuerdo los nombres
de los señores José María Samper, Medardo Rivas, Carlos Martín, Anto-
nio María Pradilla, ]anuario Salgar, Próspero Pereira Gamba y Narciso
Gómez. Enseñábamo s a leer y escribir, y concurríamo s con este objeto
dos o tres veces a la semana a las escuelas nocturnas. En 1849, después
de la inauguración de los nuevos mandatarios, la sociedad se puso de
moda y era raro el liberal que no quisiese inscribirse en sus filas, prin-
cipalmente los de las clases militar y empleados públicos. Empezaron a
asistir a las sesiones personas que deseaban hacer notorias sus opiniones
liberales, para lo cual las llevaban hasta la exageración. Ya se había olvi-
dado el primitivo programa de la sociedad; sólo se hablaba de política
y se hacían proposicione s extraordinar ias, discutidas con calor como si
ese fuese un cuerpo deliberante. Pronto empezamos a notar que ya no
se miraba con simpatía a los miembros que habían recibido educación
de colegio y usaban vestidos de mejor clase que la ruana y la chaqueta,
con lo cual cesó la concurrencia de estas personas». (Salvador Camacho
Roldán, Memorias, Bolsilibros Bedout, Vol. 74, Medellín, s.f.).
334 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

125. Cordovez, op. cit., T. 11, p. 340.


126. Cordovez, op. cit., Vol. IV, 6ª edición, pp. 189 y ss.
127. «Los males del Valle del Cauca habían, por desgracia, llegado
a un punto que no se podían curar con los débiles consejos de la admi-
nistración. Los democráticos que componían allí la masa de pueblos ca-
pitaneados por liberales rojos de pésimos principios se habían levantado
contra los aristócratas u oligarcas, como los llamaban. Ellos continuaban
destruyendo los cercos, los frutales y las casas de las haciendas: azotaban
a los conservadores hasta dejarlos exánimes, maltrataban y cometían ex-
cesos escandalosos con las mujeres. Esto llamaba el gobierno de López
y sus ministros celo excesivo, aplaudido por los gobernadores Ramón
Mercado y Carlos Gómez de Buenaventura y Cauca. En consecuencia
los habitantes del Cauca seguían abandonando sus hogares porque el
gobierno de ningún modo les daba protección. Los mismos hechos es-
candalosos comenzaron a experimentar en Popayán, mas por fortuna no
tuvieron partidarios. Uno de los emigrados fue el señor Julio Arboleda
amenazado continuamente con el puñal asesino, quien se vio obligado a
huir hacia el Ecuador (p. 182) ».
«Ramón Mercado usando una ironía atroz e infame llamaba reto-
zos democráticos a tan graves atentados contra la seguridad individual.
Empero crece el horror y el escándalo al saber que el Secretario de Ha-
cienda doctor Manuel Murillo, en una sesión solemne de la Cámara de
Representantes en que se examinaban y discutían los desórdenes del
Cauca, también los llamó, según testimonio de un diputado que estuvo
presente, "retozos democráticos"» (p. 172). Restrepo, Histaria de /,a Nue-
va Granada, T. 11.
128. Cf. Nota 82 de este capítulo.
129. Restrepo, op. cit., T. 11, p. 274.
130. Archivo epistolar del general Mosquera, «Correspondencia con el
general Ramón Espina, 1835-1866». Editada por J. León Helguera y Ro-
bert H. Davis, Biblioteca de Historia Nacional, Editorial Kelly, Bogotá,
1966. La mayor parte de las cartas de Espina, a partir de 1861 son notas
petitorias de este estilo y acerbas quejas porque no se le pagan cumplida-
mente sus sueldos como oficial en retiro.
131. Restrepo, op. cit., pp. 353 y ss.
132. Ibíd., p. 312.
133. Liberales «gólgotas» y conservadores rivalizaron en sus medidas
hostiles contra el Ejército Regular. A más de autorizar el libre porte de ar-
mas y la formación de milicias civiles, presentaron un proyecto de ley, cuyo
texto transcribe Restrepo; subrayando el hecho de que ni aun en el caso
de grave conmoción exterior se concedían al Ejecutivo facultades para
elevar las fuerzas de tierra a más de 800 hombres (solamente las marítimas
y fluviales podían ser aumentadas) y haciendo notar la circuns~cia_ ?e
que se daba a la Corte Suprema de Justicia injerencia en la detenmnac10n
de las causas de la conmoción. He aquí sus primeros artículos:
LA HACIFJ'lt'DA Y EL NACIMIENTO DE LOS P:\RTID OS
POÚTICOS 335

<<Artic ulo 1º. El pie de fuerz a del Ejérc ito perm anen te para
el próxí -
mo año econó mico , no exced erá en tiemp o de paz de ocho
cient os hom-
bres de tropa » .
«Artículo 2º. El núme ro de jefes y oficiales en tiemp o de paz
no exce-
derá de un coron el, dos tenie ntes coron eles, cuatr o sarge ntos
mayo res,
doce capit anes y treint a y ocho oficiales subal terno s . .. ». (Rest
repo, op.
cit., pp. 310 y ss.).
134. Euge nio Díaz, testigo prese ncial del desar rollo de la
revol u-
ción de Melo, trans cribe el texto litera l de un progr ama
que circu ló
manu scrito , con la enum eració n. de los objetivos perse guido
s por los au-
tores del golpe de Estado:
«Aquí tiene n usted es el progr ama manu scrito que me mand
ó don
Guill ermo , y leyó:
Abajo gólgo tas y Cons tituci ón del 21 de mayo.
Conv ocato ria de una conve nción grana dina.
Profu ndo respe to a la religi ón católica, apostólica, roma na.
Fuero eclesiástico.
Misión a Roma a solicitar un conco rdato .
Dero gator ia de todas las leyes antieclesiásticas.
Vuelt a de los jesuit as.
Resta bleci mien to del orden públi co con diez mil bayonetas.
Reca rgo prude nte a los derec hos de e},,_rportación.
Cont ribuc ión sobre el tabac o que se expo rta». (Euge
nio Díaz.
El rejo de enlazar, Biblio teca de Cultu ra Colom biana
. Bogotá. 1944.
pp. 165-166).
El texto anter ior mues tra con nítida eYidencia de qué mane
ra los
intere ses «hace ndari os» estim ulado s por la economía. agroe
xport adora
del tabac o, aglut inaro n estre cham ente a las .-. élites » de ambo
s partid os.
libera l y conse rvado r, pasan do aun por encim a de las prote
stas de fideli-
dad a la Iglesia (portaYoz de la ideol ogía tradic ional ) esgrim
idas por los
artesa nos v los oficiales melistas.
135. Restr epo, op. cit.. pp. 195. 330.
136. IlJíd. p. 349.
137. IlJíd. p. 419. El .Veogranadino. No. 303.
138. La coalic ión fonna l de los partid os libera l y conse n-ado
r. tras
sangr iento s perío dos de ,iolen cia interp artida ria. es un fenóm
eno recu-
rrent e v reQ"ular en la vida políti ca de la nació n. C n mmim
' o iento pend u-
lar lleva a los dos partid os «u-adicionales". de la alianza esu-a
tégica a. la
lucha arma da v de nuev o a la afümza. en un proce so penü
stent emem e
repet ido a lo l~go de un siglo. L'l müón de los partid os en
el gobie rno.
propi ciada por Manu el Maiia Malla iino en 185-t u-as la derro
ta de José
Mari a Melo , fue repro ducid a por Rafael Núú.e z en 1886. tras
la larga se--
1ie de guen- as civiles ocun idas bajo el régim en fede1~u; por
Rafa d Reyes
en 1903, despu és de las guen- as chile s de 1895 y 1899~ por Emiq
ue Olarn
Herre ra. tras los viole ntos distu rbios en la zona bm1anera de
Santa Marta
~i36 EL PODER POUTICO EN COLOMBIA

en 1928, las grande s huelgas petrole ras de 1927 y los moúne s bogota nos
<le 1929; por Marian o Ospina Pérez (preced ido por un intento igual de
Alberto Lleras Camarg o) en 1946; hasta que la coalició n se instituci(}-
nalizó por medio de la Reform a Consút ucional plebisc itaria, creado ra
del Frente Nacion al en 1957, para cerrar la temible era de la violenc ia
políúca que azotó al país antes de 1950 y que incluyó el golpe de Estado
militar de Gustavo Rojas Pinilla en 1954.
«Regen eración », «Unión Republ icana», «Conce ntració n Nacion al»,
«Unión Nacion al », «Frente Nacion al », parecen ser denom inacion es de
un mismo fenóme no sustanc ial, cada vez más notorio en la vida inter-
partida ria. Las razones por las cuales violenc ia y coalició n se sucede n
pendul arment e, siguien do ciertas pautas definib les, no ha sido materia
de ningún estudio sistemá úco, a pesar de la importa ncia y signific ación
de l fenóme no, que podría explica r muchos aspecto s de la estruct ura
fundam ental de los partido s «tradici onales» colomb ianos, así como las
razones de su notable persiste ncia históric a.
139. Sobre José María Mela y el signific ado de su golpe de Estado,
la historio grafia colomb iana ha adopta do casi sin excepc iones una acti-
tud de estereo úpada conden ación, fundad a en el repudio de las dicta-
duras militares. Un ejemplo es el juicio de Núñez: «El genera l José Maria
Mela era la personi ficación del elemen to militar espurio , que como ya lo
hemos dicho se había iniciado en los consejo s del gobiern o en la época
de que venimo s habland o. Mela era un hombre de insegur os antece-
dentes políúco s. Había pertene cido a causas opuesta s, y en su cabeza no
cabía ilación de ideas. Era en una palabra , lo que se llama un soldado de
fortuna ». (Rafael Núñez, «Una vieja historia », en Los mejores artícul,os, ya
citados, p. 71).
A los perfiles de la estruct ura social, puestos de relieve por la revolu-
ción de Mela, no se les ha prestad o ningun a atenció n, con la solitari a ex-
cepción del libro de Germán Colmen ares, Partidos políticos y c/,ases sociales
(Univer sidad de los Andes, Bogotá , 1968).
Sin embarg o, el examen de los conflict os de clase realizad os por Col-
menare s no presta atenció n al problem a de los modelo s de asociac ión.
No obstant e, los artesan os de 1854 tenían una aguda concien cia del
signific ado de su rebeldí a. Una socieda d de artesan os expresa ba en El
Neogranadino del 14 de abril de 1849: «Es ya de todo punto imposib le
gobern ar esta Repúbl ica por el sistema de clientel as. El pueblo ha des-
pertado , y volvien do a mirar lo pasado encuen tra que sus mandat arios le
han olvidad o de continu o, y que ciertas clases, familia s y persona s, han
recibid o los benefic ios, echand o a 1as·masas que sumini stran los recurso s
y que tienen las fuerzas ·fisica y moral» . (Gerard o Molina , Las ideas libera-
l,es, ya citado, p. 61).
140. Restrep o, op. cit., p. 401.
141. La Indepe ndenci a eliminó los vestigios de cuerpo s burocrá ti-
cos. fundad os en el seguim iento de una carrera de ascenso s metódi cos
LA HACIENDA YEL NACIMIENTO DE LOS PARTIDOS POLÍTICOS 337

y sucesivos, que había existido en cierto grado durante la dominación


española. Los empleos públicos se obtuvieron, en adelante, en atención
a la militancia partidista del aspirante y no a sus méritos individuales
o a sus antecedentes al servicio de la administració n pública. Es el siste-
ma de «recomendac ión».
142. Restrepo, üp. cit., p. 382.
143. Rafael Núñez enumera una larga serie de guerras civiles (más
de diez en el período federal comprendido entre 1863 y 1880. «El man-
tenimiento del orden público ha sido pues la excepción y la guerra civil
la regla general». (Rafael Núñez, «La paz científica», en Los mejores artí-
culos, ya citado, p. 42).
Después de escrito tal artículo, el siglo XIX vio dos guerras civiles
devastadoras en 1895 y 1899.
144. Cordovez, üp. cit., Vol. IV, 6ª edición, p. 16.
145. Cf. Nota 17 del Capítulo VII.
146. Quijano Wallis, üp. cit., p. 132.
147. Ibíd. pp. 518 y SS.
148. Ningún partido político colombiano, diferente al conservador
y al liberal, pudo subsistir largo tiempo, a menos que hubiera sido crea-
do desde el poder y estuviera en capacidad de distribuir empleos (como
sucedió con el Partido Nacional en 1886) hasta nuestros días. Ejemplos
protuberante s de este fracaso serían el Partido Nacional intentado por
el general Mosquera en 1856 o la Unión Republicana en las primeras
décadas del siglo XX.
149. Cordovez, op. cit., Vol. IV, p. 88. Para comprender la signifi-
cación de la «hacienda» como modelo social integrador, cuyos valores
se proyectan sobre la sociedad global mucho más allá (en tiempo y es-
pacio) de las condiciones objetivas que le dieron origen puede resultar
de la mayor utilidad la introducción de los conceptos de estructura de
la personalidad básica como consecuencia de la acción de los «sistemas
proyectivos» que a su turno son engendrados por los «sistemas inte-
gradores claves» de una sociedad, desarrollados por Abram Kardiner y
Ralph Linton, en un esfuerzo co~junt.o de psicología social y antropo-
logía. La personalidad básica equivaldría a lo que secularmente se ha
intentado llamar «carácter nacional» ( Heroduto, Ci·sar), el cual sería el
resultado de los sistemas proyectivos o «experiencias nucl<'arcs que defi-
nen la percepción y los inl.crciws emodo11alme n1c dirigidos».
Tales sistemas proyectivos se fraguarían dc111ro de los sistemas inte-
gradores claves de cada sociedad, <·s decir, en aquellas institucion es for-
males e informal es ciuc forman la has<' <lC' la organización social y crean
finalmente «raciona lizacio nes » o «id eologías», qu(' buscan eliminar ten-
siones mediante un sist<"ma de psc11dol,·,gfra. Kardincr csqut:matiza así
su conccpl'o de sistema proyectivo:
Ahstrru;r:ión y ¡.!,'f!nrra.lizrtá6n
f~jemplo: ,.Si obcd(•:t.cn no suf'rirt• claf10».
338 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

Proyección y sistematización
Ejemplo: «Estoy enfermo, por lo tanto he obrado mal».
Racionalización-ideología
Sistema para superar las tensiones.
Linton explica: «El tipo de personalidad básica para cualquier socie-
dad es la configuración de personalidad compartida por la mayoría de
sus miembros como resultado de las primeras experiencias que tuvieron
en común. Esto no corresponde a la personalidad total del individuo,
sino más bien a los sistemas proyectivos; en otras palabras, al sistema de
valores y actitudes que son básicos para la configuración de la persona-
lidad del individuo. Así el mismo tipo de personalidad básica puede re-
flejarse en diferentes formas de conducta y puede participar en muchas
configuraciones diferentes de personalidad total».
Kardiner agrega aún más explícitamente: «La base experimental del
sistema proyectivo casi siempre se olvida; en las percepciones condicio-
nadas, en los significados, reacciones psicosomáticas y conducta de la
personalidad, sólo encontramos sus huellas. Una característica de estos
sistemas proyectivos es que son capaces de extenderse a situaciones que
no tienen semejanza real con las experiencias en que ellos se basan.
A esto puede llamársele "extensión simbólica"».
Aunque los conceptos de Kardiner y Linton, con la colaboración
antropológica de la doctora Cora Du Bois y de J. West, surgieron de
investigaciones concretas sobre dos culturas «primitivas», comanches
y olorenses, y de un grupo social «occidental», la pequeña comunidad
urbana de Plainville, Estados Unidos, Linton expresa con razonado op-
timismo: «Considero que el concepto de tipo de personalidad básica
provee a las ciencias sociales con un nuevo instrumento de trabajo, cuyo
empleo será fructuoso en el logro de resultados importantes. Es dema-
siado pronto para predecir lo que serán muchos de estos resultados,
pero sí puede anticiparse que el concepto jugará un papel importante
en el desarrollo de la nueva ciencia de la conducta humana, que está sur-
giendo como síntesis de disciplinas viejas y más especializadas». (Abram
Kardiner, R Linton, C. Du Bois, J. West, Fronteras psicológi,cas de l,a socie-
dad, Fondo de Cultura Económica, México, 1955).
Resulta obvia la enorme utilidad que tal enfoque y tales conceptos
pueden tener para el desarrollo de la ciencia política y la sociología del
poder.
CAPÍTULO 9

LA CONF LUEN CIA DE DOS MUND OS

LA DIVERGENCIA EXCEP CIONA L

Mientras la haciend a granadi na consoli daba su poderío social


y los hacend ados del centro del país sometía n a sus modelo s
a casi toda la socieda d global, iniciand o su enlace con las for-
mas colonialistas del capitalismo norteamericano y europeo mediante
la teoría del libre cambio y la práctica del monocultivo exportador, An-
tioquia se compro metía en un proceso histórico agudam ente
divergente, que habría de pesar de modo decisivo sobre el con-
junto del poder político en Colombia.
La historia de este proceso divergente que culminó en la
coloniz ación del norocci dente de Colomb ia y en la posteri or
aparició n de una región manufa cturera de importa ncia ex-
tranacio nal ha sido cuidado sament e historia da por James J.
Parsons, en un libro que constituye hasta hoy el examen más ri-
guroso de esta excepci ón sociohistórica, que escapa al régime n
hacend ario. Otro norteam ericano , Frank Robinso n Safford '
ha estudia do cuidado sament e el papel de los empres arios
antioqu eños en el lapso 1821-1870 y sus vinculaciones con la
sociedad del centro de Colombia. Por otra parte, relatos indivi-
duales escritos, entrevistas con gentes sobrevivientes, cartas de
familia permite n reconst ruir hoy con precisió n suficien te para
su interpre tación sociológica los caracter es esenciales del siglo
XIX antioqu eño y su conflue ncia con la socieda d hacend aria
centroa ndina al termina r la centuria , conflue ncia creador a de
un nuevo ciclo político que está aún en gestación.
340 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

A partir de 1795 los grupos de mineros «ociosos», blancos y


mulatos, que según Silvestre «vagabundeaban» por Antioquia,
son comprometidos (en la forma que se ha descrito en un capí-
tulo anterior) en una empresa de colonización que abarca fun-
damentalm ente el sur y el occidente del actual departamento.
En 1848 se fundaba Manizales y quedaron atrás, marcando los
hitos del tenaz avance, Abejorral, Aguadas, Pácora, Sabanalar-
ga, Neira, San ta Rosa de Cabal.
La forma característica de la asociación de estos colonos
es la parroquia. Los vecinos se dirigen al gobierno en solicitud
de apoyo en 1797, en Arma y escriben: «Teniendo un cura
habría gran desarrollo de la población». Y cuando, al occi-
dente del río Cauca, se inicia la población de la futura Con-
cordia, el presidente de la Legislatura Antioqueña, tras hacer
consideración de la situación de las tierras y de los nuevos
colonos, añade «que en las montañas de Comía, en el can-
tón de Santa Fe de Antioquia, que son propiedad pública, se
han establecido en considerable número, colonos, excelentes
trabajadores, suficientes para formar una parroquia y soste-
ner un curato ... » e indica la resolución de los legisladores de
solicitar el establecimiento de una parroquia y la adjudicación
de 12. 000 fanegadas de tierras baldías para repartir entre sus
feligreses 1 .
En ausencia de un poder hacendario paternalista, el cura
párroco cumple en estas migraciones fundadoras un papel in-
tegrador fundamental.
En el curato de Támesis desde su fundación, fue notoria la activi-
dad de los miembros de la comunidad en cuestiones eclesiásticas
[... ] El primer párroco, el Padre Braulio Giralda, consagró la
mayor parte de su tiempo a la construcción de la primera igle-
sia permanente y al establecimiento de la escuela normal para
mujeres bajo la dirección de las Hermanas de La Presentación.
La iglesia se concluyó en 1873 y la escuela se abrió en 1905. Su-
cedió al Padre Braulio, el Padre Antonio Ríos, quien organizó a
los miembros de la comunidad en una cooperativa para proveer de
electricidad al municipio. Terminó también la torre de la iglesia,
construyó un puente sobre el río Cartama mediante un progra-
ma de acción comunal y creó un grupo musical que todavía se
reúne por las noches para tocar y cantar en el atrio de la iglesia.
IA CONFLUENCIA DE DOS MUNDOS 341

Más significativa sociológicamente es la acción de un pá-


rroco posterior:
Acaso sus más notables actividades tengan por centro la organi-
zación de los miembros de la comunidad en una organización
voluntaria integrada por un equipo de funcionarios municipales
que abarcaba los presidentes de las organilzaciones de vereda.
Cada vereda formó una organización abierta a todos los habitan-
tes para obtener el objetivo concreto de impedir a los extraños y a
los miembros de la comunidad, el robo, el hurto y el asesinato ... 2•

Las condiciones de frugalidad, laboriosidad, igualitarismo,


sentido del riesgo y habilidad para mantener la autonomía in-
dividual no han sido indicadas por los testimonios del siglo XIX
para señalar solamente a los antioqueños. Periodistas, historiado-
res y sociólogos3 han advertido que tales notas eran también las
que se atribuían desde antes de la sublevación comunera a los
santandereanos. Ingenuas explicaciones geopolíticas se ensa-
yaron hace cien años y aún se utilizan hoy para esclarecer esta
similitud del carácter social de dos grupos, sep~rados durante
siglos por obstáculos fisicos casi invencibles y por orientaciones
económicas divergentes. Así, se ha sugerido seriamente que
las similitudes en el talante de ambas sociedades provendría
de que ambas habitaron zonas montañosas ásperas y de dificil
explotación, respondiendo al reto del ambiente con agresiva
tenacidad e independencia.
En realidad, la semejanza de las actitudes y las normas éticas
de santandereanos y antioqueños tiene un valor sociohistórico
de gran importancia para el análisis de Colombia. Fueron las
condiciones económicas y demográficas, que produjeron en
el siglo XVIII una sociedad de artesanos, comerciantes y cose-
c~eros independientes, estructuralmente adversario de la «ha-
cienda» central, las que dieron a los habitantes del nororiente
0
: 1°mbiano las características que los asemejan a los antioque-
nos de un siglo más tarde. La profunda diferencia estriba en la
fatalidad histórica que colocó a los «Comuneros» en el camino
de la expansión de la hacienda, condenándolos a la derrota y a
la _destrucción de sus valores económicos y éticos como grupo,
1
: entras que Antioquia, colocada por fuera de las grandes vías
e comunicación del país, separada del resto de la nación por
342 EL PODER POÚTICO EN COWMBJA

ríos y monta ñas casi infranqueables, pudo canalizar su energ ía


asociativa en la colonización a lo largo de las monta ñas vírgenes
del sur, emerg iendo a la vida nacional cuand o su caráct er y su
vitalidad social eran ya indestructibles.
Con fugaces excep cione s4 Antio quia consig ue aislarse del
proce so polític o del resto del país duran te el siglo XIX y uti-
liza el lapso de la organ izació n federativa del país, para auto-
go bema rse, bajo la Presid encia de Berrío en un estilo retado r
para el cortjunto de las demá s secciones colom biana s. Renue n-
tes a partic ipar en las guerra s civiles crónic as de la centu ria,
los antioq ueños frecue nteme nte deser tan de las camp añas o
renun cian a coope rar milita rment e en ellas, regres ando a su
5
territo rio sin consid eració n a los intere ses bélicos • Para los
violentos políticos usufru ctuari os de las revolu cione s, los an-
tioque ños adqui rieron fama de ser los peore s soldad os del país
aun cuand o sus condi cione s de valor y fortaleza individuales
fueran igualm ente proverbiales. Reacios a la «disci plina» pa-
temal ista que agluti nó las horda s armad as de la centu ria, los
antioq ueños prefir ieron refugiarse en los nuevos pobla dos6del
Quind ío, con sus mujeres, sus hijos, sus mulas y sus bueyes •
De este modo , por un azar geográfico, Antio quia consig uió
esquivar el choqu e fronta l contr a las estruc turas asociativas del
país hasta un mome nto en el cual su propi a estruc tura podía
resistir dinám icame nte el impacto. De otro modo , el episod io
comu nero de 1781, se hubie ra repeti do en el occid ente, con
los mismos catastróficos result ados y modif icand o decisivamen-
te el futuro histór ico de toda Colom bia
La colon izació n erosio nó lentam ente y sin violen cia los
residu os que la hacie nda y el latifu ndio había n incrus tado en
la estruc tura social de Antio quia cien años atrás. Grand es la-
tifundistas, propi etario s de enorm es zonas tituladas, como la
Conce sión Vtllegas o la Conce sión Aranz azu fuero n elimin ados
con enérg ica pacie ncia por estas «parro quias » conve rtidas en
asocia ciones comer ciales para comp rar las tierra s o en junta s
comu nitari as para distribuirlas.
Cuan do, a través del camin o carret eable del Quind ío y del
ferroc arril que llegó a Puert o Berrío, los antioq ueños conflu-
yeron finalm ente con los grupos sociales del centro , del sur y
del orien te de Colom bia, el confli cto estruc tural plante ado ya
lA CONFLUENCIA DE DOS MUNDOS 343

no era posible de una solución por la violencia burocráti ca y


hacendar ia, como había ocurrido con los socorran os de 1781.
Resumie ndo, en un área específica, las condicio nes de
recelo y antagoni smo en las cuales se realizó esa confluen cia
paulatina, escribía Mariano Ospina en Medellín en 1875: «An-
tioquia es un país de orden y seguridad, en donde el gobierno
y la població n ofrecen cumplidas garantías de respeto a la pro-
piedad; pero desgraciadall!ente no puede decirse lo mismo del
resto de la Confederación» 7•

HACIA LA PARTICIPACIÓN ELECTIVA

A las poblacion es antioqueñ as fundadas entre 1835 y 1914 se les


otorgaron por lo menos 26 concesion es de baldíos (de 12.000
hectárea~ en promedio cada una) en desarrollo de la política
tendiente a estimular la colonización de las tierras ocupadas. Es-
tas nuevas colonias, especialm ente en Caldas y Tolima, eran aso-
ciaciones agrarias unidas fraternal y sólidamen te, entre quienes
se había desarrolla do altamente el cooperativismo en el desmon-
te, la siembra y la cosecha y un alto sentido de la responsab ilidad
comunal.
La venta de las tierras generalme nte se regía por estipula-
ciones restrictivas que prescribía n que ellas no podían ser vendi-
das hasta que se desmontas en, o hasta pasados cuatro años. La
acumulac ión de grandes porciones por unos mismos individuos,
se evitaba cuidadosa mente por medio de las restriccion es en las
·ventas o propietari os que ya tuvieran más de un número dado de
hectáreas en el mismo sector8 •

A todo ello debe añadirse que la distribución de tierras la-


brantías y de solares urbanos estuvo casi siempre a cargo de
juntas repartidoras, compuestas por los propios vecinos, en de-
sarrollo de una audaz innovación municipal que hincaba sus
remotas raíces en el régi,men medieval español de poblamiento durante
la Reconquista y que las circunstancias de los colonos actualizó
eficazmente.
La capacida d de asociación voluntaria, electiva y no adscrip-
ticia, se desarrolló de manera pau,atina entre los antioque ños,
en la medida en que la minería del «mazamorreo» y la colo-
nización posterior estimular on las relaciones interpers onales
344 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

entre gentes no forzosamente vinculadas por lazos familiares


o por una común depend encia patronal. Ya a mediados del
siglo XIX fue notable la habilidad de las «élites» antioqu eñas
que habían migrado hacia Bogotá capitan eando un incipien-
te comercio capitalista, para abarcar cuantiosas y arriesgadas
empresas, mediante la asociación de individuos y capitales en
busca de un lucro común 9•
Pero el proceso social que mold~ó finalmente los rasgos de
la sociedad antioqueña, determi nando incluso las estructuras
sociales de los viejos núcleos urbanos de los no migrantes, fue
la colonización territorial que cubre la mayor parte del siglo
XIX. Al termina r ese período , los antioqu eños han tomado
plena conciencia de sus divergencias características respecto
al resto del país, y a su turno, son identificados con claridad
por los demás, como un núcleo dotado de originales signos y
formas de acción y de conducta.
Antes de intentar un más detenid o análisis de los carac-
teres y de las consecuencias sociales de esa colonización, vale
anotar que se trata de un fenóme no insólito en la América La-
tina. Con excepción de la aventura paulista de los bandeirantes
brasileños, los antioqueños inician y cumple n la única coloni-
zación espontá nea en grande escala y victoriosamente seguida,
después de la Indepen denciq.
Las condiciones que en el siglo XVIII habían modela do
una sociedad fluida y escasamente inhibida por normas pater-
nalistas o por actitudes de neurosis autoritaria, permiti eron e
impulsa ron la marcha constante de los colonos hacia el sur y
el oeste, pero solamente las circunstanci~s del poblamiento
y sus proyecciones sobre los centros originarios de la migra-
ción, construyeron cabalmente los modelos de «estructura aso-
ciativa» domina ntes en esta entidad social, excepcional en el
territori o colombiano.
La lucha de los colonos ocupantes contra los residuos la-
tifundistas se desarrolló con armas particul armente flexibles y
eficaces. A Felipe Villegas los nuevos pobladores lo persuadie-
ron a donar parte de sus tierras en Sonsón, halagándolo con
las ventajas comerciales de las colonias. A los propietarios de la
Concesión de Aranzazu, González, Salazar y Cía., los colonos,
además de negarse a desocup ar las tierras, les entablaron
lA CON FLUE NCIA DE DOS MUN DOS
345

con tinu as acc ion es jud icia les y fina lme nte
org ani zar on una
com pañ ía com uni tari a (M ore no, Wa lke r y
Cía .) par a com pra r
los terr eno s de la que hoy es la tiud ad de
Ma niza les. Téc nic as
lega les y fina nci era s, aud ace s y firm es, die
ron el triu nfo fina l a
los ocu pan tes, en térm ino s tale s que sus
opo nen tes pud iero n
igu alm ent e con sid era r que hab ían hec ho
un bue n neg oci o,
cua ndo los litig ios term ina ron . El reg ate o
me rca ntil y la astu cia
ant e los trib una les pud iero n log rar sin vio
len cia la imp osic ión
de la estr uct ura com uni tari a ant ioq ueñ a10

En un solo cas o, el de la llam ada «co nce
sión de Bur ila» ,
en el sur de Cal das , no se lleg ó a nin gun
a tran sac ció n. Per o
aun en ese con flic to se evit ó la efu sión
de san gre . Los col o-
nos litig aro n inc ans abl em ent e con la ayu da
de Her acl io Uri be
Uri be, has ta cua ndo un jue z dec retó que
la «So cied ad An óni -
ma de Bur ila» era inc apa z de pro bar sus
der ech os· sob re ese
vas to glo bo de tier ra que pro ven ía de una
don aci ón de la Co-
ron a en 164 1 11 •
La estr ateg ia de ocu pac ión y rep arti ció n
de la tier ra y las
nec esid ade s de org ani zar la def ens a jurí dic
a o fina nci era de las
nue vas col oni zac ion es, imp licó forz osa men
te par a sus hab itan -
tes un con stan te ejer cici o de par tici pac ión
en la tom a de dec i-
sion es fun dam ent ale s par a la sup erv ive nci
a y el pro gre so de la
com uni dad . La viej a exp erie nci a ant ioq ueñ
a de enf ren tars e a
la tier ra com o a un bien capital, sus cep tibl e
de com pra y ven ta y
des tina do a la pro duc ció n de exc ede nte s
par a el me rca do, fue
una con dic ión de la ma yor imp orta nci a par
a el bue n éxi to de
esta participación voluntaria en el «ne goc io»
com ún.
Otr as dec isio nes , com o las mo difi cac ion es
en el uso de la
tier ra y el cam bio de cult ivo s que se ope
ró en la zon a a par -
tir del aug e del café , tuv iero n raig am bre
igu alm ent e en el in-
terc am bio de opi nio nes de tipo igu alit ario
ent re los col ono s,
con duc ido s por diri gen tes com uni tari os ant
es que por gra nde s
hac end ado s o doc tore s en el cur so de la
ocu pac ión y con soli -
dac ión de la ten enc ia de las nue vas tier ras
abi erta s al cult ivo .
El pre dom inio del oro y de los bie nes
mu ebl es sob re la
pro pie dad inm obi liar ia ( trad icio nal en
la vid a ant ioq ueñ a y
fort alec ido por la mig rac ión mis 1na ) con
trib uyó de 1no do de-
cisivo a la em anc ipa ció n de los hijo s. Hav
ens ha obs erv ado que
el dom icil io ant ioq ueñ o es cas i siem pre
neo loc al, aun que ello
346 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

no inhibe la solidaridad familiar en tiempos de crisis o de cala-


midades. El domicilio patrilocal de las sociedades hacendarias
no tiene sentido en una tradición de migrantes e invasores de
selva, de fundadores casi maniáticos de nuevos pueblos duran-
te cien años 12 •
El mito de los enterramientos indígenas arrancó hacia la
migración a incontables familias antioqueñas hasta la zona del
Quindío. Los «guaqueros» quindianos, antiguos mazamorre-
ros del norte o arrieros trashumantes, se hicieron famosos en
Colombia por sus arriesgadas correrías y sus enriquecimientos
súbitos. Finalmente, asentados en los territorios cuyas tumbas
habían violado hasta la última «tumbaga», formaron parte bien
importante de los nuevos poblados y de la nueva sociedad se-
dentaria.
Estos ingredientes ordenaron las normas y valores de las
mutuas prestaciones sociales, en una economía monetaria re-
gida por la voluntad de los individuos en actos consensuales y
personales. No hay en la región de la expansión antioqueña
rastros de los derechos y deberes estamentales que condicio-
naron los mutuos servicios y decidieron el status individual en
otras comarcas colombianas.
La mayor parte de la creciente población antioqueña que
marchaba hacia el sur y hacia el oeste estaba compuesta por
mineros o por descendientes de mineros. La minería, excepto
en los antiguos reales con centenares de esclavos, era un riesgo
calculado cuyas pérdidas eventuales se compensaban con el lu-
cro del comercio de las «fondas»:
«Y vea, Rosa: la minería sola resulta muy pocas veces: hay
que champurriarla con otros negocios. Las minas son una pla-
za para conseguir buenos marchantes; y si las minas no dejan
mucho, las ventas y las compras dejan siempre. Ya ve en este
pedacito de río: lo que nos ha producido en esta fonda y la
otra, que tenemos más arriba» 13 •
La ardua experiencia de las ventas «al fiado», en los reales
de minas y en las pequeñas concentraciones de mazamorreros
(que detenían las aguas de los ríos con «caballos» o pequeñas
represas de madera, para zambullirse hasta las arenas profun-
das), hizo de los antioqueños un pueblo de comerciantes, que
en pequeña y en grande escala se apropiaron de las riquezas
1A CONFLUENCIA DE DOS MUNDOS 347

auríferas y desarrollaron una sutil habilidad de propietarios


autosuficientes y sagaces.
Los colonizadores llevaron esta sapiencia al manejo de la
tierra. Sus valores de prestigio se fundaron en la habilidad para
conseguir o mantener riqueza mueble o dinero, aunque ese di-
nero estuviera representado en predios rurales y urbanos. Si bien ya
en 1850 los antioqueños eran los «banqueros» de Bogotá, en
el medio siglo subsiguiente su capacidad para comprender la
riqueza y el poder en términos abstractos de habilidad individua~
fue acreciendo la diferencia que los separaba del resto de la
nación.
Los límites raciales no consiguieron impedir la movilidad
social ascendente ni descendente en tal estructura social. Qui-
zá no haya otro territorio colombiano en donde, como en An-
tioquia, la angustia del status precario por causa del color de
la piel, haya ocasionado mayores recelos. Expuestos a perder
su primacía social en los avatares del mercado financiero, los
blancos construyeron un arsenal de palabras y frases despecti-
vas, destinadas a estorbar la rápida e inevitable o la igualitaria.
«Los zambos», «los negros», «los forásticos», iban resultando
compañeros igualitarios e indispensables, que alcanzaban la je-
rarquía social y la defendían con su dinero. La última actitud
de autodefensa de las antiguas clases privilegiadas por la san-
gre, se encamó en la resistencia a otorgar la categoría de «se-
ñor» a los mulatos enriquecidos en las poblaciones caldenses.
Se intentó, por su tiempo, llamarlos simplemente «ño», mien-
tras alcanzaban las más altas situaciones políticas y mercantiles,
dentro de una estructura social que nunca pudo dar piso esta-
ble a los privilegios de la casta de consanguinidad 14.
Una prueba indirecta de los resultados sociales de la es-
tructura hacendaria en cotejo con la estructura de la parroquia
antioqueña podría obtenerse comparando el lenguaje y las
actitudes respectivas de las novelas de Eugenio Díaz y de To-
más Carrasquilla, ambos. testigos casi folclóricos de su pueblo.
Mientras en Díaz, las diferencias de clase y aun de casta, se dan
como cosa inevitable e incluso provocan alguna caritativa con-
sideración inútil, en Carrasquilla hay una morbosa tenacidad
por mostrar las inestables y difíciles condiciones en las cuales
los «blancos» intentan asegurar su predon1inio precario sobre
348 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

los «negros» y los «zambos», siempre en trance de sublevación


o de enriquecimiento y ascenso.
Carrasquilla, que exploró con meticulosa curia el pasado
reciente de Antioquia, ha dejado en sus novelas una descrip-
ción profunda y dinámica de esa tensión social antioqueña que
va culminando en el igualitarismo, vanamente resistido por
las viejas familias. En Hace tiempos, en cuyo relato se pasa de
la búsqueda azarosa de las minas tropicales hasta la incipiente
burguesía mercantil del Medellín de fin de siglo, se alude a la
suerte que cupo a antiguos peones agrícolas y mazamorreros
mestizos:
Nicanor se ha trasladado a Medellín desde principios del si-
glo, y los Builes figuran hoy entre los principales de la ciudad.
No se quedaron atrás los descendientes de Eladio. Los Dávila, de
comerciantes en maderas han pasado a ser financieros afortu-
nados. En nuestro último viaje a Europa nos acompañaron dos
médicos muy importantes: Juan de Dios Builes, el hijo último de
Rufino, y Plutarco Osorio, nieto de «El Emblema».
Tano, que ofreció el oro en el misterio consabido, tiene una
descendencia acaudalada de comerciantes y cafeteros, que traba-
jan en los principales centros de Colombia ... 15 •

Este proceso de creciente autonomía individual y de ne-


cesaria participación electiva y voluntaria en la toma de deci-
siones sociales se acelera en las últimas décadas del siglo XIX
merced al avance de la colonización, pero ya era una tendencia
dominante en el interior de Antioquia en mitad de la centuria.
Patrones de arriería y pequeños comerciantes enriquecidos en
las remotas aldeas y reales mineros se concentraban en Me-
dellín para impulsar desde allí la exportación -clandestina o
legal- del oro y organizar un comercio importador que bien
pronto satura los mercados de consumo, aunque permitiendo
grandes utilidades que se acumulan en sus manos.
Como ha observado López Toro, estos capitales, al no po-
der ser reinvertidos en nuevas y más amplias operaciones mer-
cantiles, dada la estrechez de los mercados, se vinculan a las
especulaciones financieras, haciendo de los comerciantes ban-
queros privados del Estado y de los empresarios y propietarios
de todo el país.

r
LA CONFLUENCIA DE DOS MUNDOS 349

La vieja experienci a asociativa de la minería y el antiguo


juego mercantil de las pequeñas ventas a crédito son el aporte
de la nueva cultura mestiza a las vastas operacione s de las finan-
zas. Cuando se inician las primeras casas de banca de Medellín,
los comerciant es de «La Villa» acuden con sus fundos para im-
pedir la quiebra de una de ellas afectada por el pánico a raíz de
una de las guerras civiles16•
Esos comerciant es son también especulado res con tierras.
Han invertido su dinero en la compra de los «vales» de recom-
pensa a los militares, adquiriend o así grandes latifundios que
luego parcelan y venden a · los nuevos colonos, cooperand o
con ellos en el establecimi ento de los pueblos recién creados.
Y son también los comerciant es quienes se constituyen en los
dirigentes políticos de Antioquia y echan el peso de la autori-
dad gubernativ a en favor de los intereses mancomun ados de
colonos, pequeños comerciant es y especulado res territoriales .
Toda la sociedad antioqueña marcha al unísono hacia la crea-
ción de mecanismos de participación social determinad os por
el común interés y por la autonomía individual de los miem-
bros de sus comunidad es.
Las condicione s de la colonización incrementa n, por su
propia naturaleza, la aparición de una activa artesanía local.
Herreros, carpinteros, talabarteros, fabricantes de sombreros y
de «carrieles» prosperan y se multiplican en las nuevas pobla-
ciones. YeUo a tal punto que en 1869 los artesanos eran ya más
numerosos en el vasto y creciente territorio antioqueño que los
mineros y los sirvientes 17 •
Coincidien do con el movimiento colonizador, la población
antioqueña , prácticame nte estancada numéricam ente hasta fi-
nales del siglo XVIII, comienza a multiplicarse a partir de las
primeras empresas colonizadoras con un ritmo creciente. Du-
rante los primeros cincuenta años del siglo XIX esa población
se duplicó cada 22 años y la fertilidad de las mujeres antioque-
ñas, algunas de las cuales llegaron a tener 22 y más hijos vivos,
se convirtió en un hecho proverbial entre los colombiano s. Los
antioqueño s que representab an en 1835 el 10% del total de
la población de Colombia aumentaro n desmesura damente su
proporción en el siglo subsiguiente. Para 1939 representar ían
el 26%.
350 EL PODER POÚTICO EN COLOMBIA

Lejos de provocar un proceso de pauperización y anarquía,


esa fertilidad a veces increíble se convirtió en uno de los factores
capitales del desarrollo social y económico dentro del modelo
antioqueño. Dada la inexistencia de una tradición «hacenda-
ria», el alto número de hijos estimuló el carácter neolocal de
los nuevos hogares y ~on ello el espíritu arrojado y valeroso
de los precursores de la colonización y el espíritu ingenioso de
los pequeños comerciantes y artesanos 18 •
De otra parte, la prole numerosa y emigrante contribuyó
de modo notable al incremento del mestizaje, pues las viejas
pautas de estratificación iban siendo naturalmente quebran-
tadas por la condición cuasinómada de los primeros coloniza-
dores y por la ruptura de las raíces territoriales que podrían
haberles ofrecido piso propicio. En el desarrollo de las nuevas
comarcas resultaba bien dificil mantener los valores del linaje
separados de los únicos indicadores visibles del poder: el color
de la piel y el volumen de la riqueza individual. Y en la medida
en que la misceginación iba borrando las fronteras fundadas
en consideraciones somáticas, la habilidad empresarial otorga-
ba nuevos soportes a las clases emergentes 19 •
Es dudoso que el aprecio por la tierra, que parece ser ca-
racterístico de los campesinos antioqueños en el siglo XIX y
aun en nuestros días haya tenido origen en las tradiciones co-
loniales. Al contrario, las descripciones de Silvestre y de Mon y
Velarde muestran una población desinteresada de la vida agra-
ria, holgazaneando en las cercanías de los reales de minas o en
las pocas ciudades existentes. Por otra parte, la tierra fue mi-
rada en los años posteriores casi como una mercancía por los
comerciantes que con ella especularon. El latifundio nunca se
convirtió en el símbolo de poder social ni el minifundio encon-
tró aprecio como forma de obtener la protección hacendaria y
ofrecer mano de obra adscripticia a los patrones.
En verdad fue la colonización misma la que, a partir de las
reformas de Mon y Velarde, otorgó a la pequeña propiedad
territorial un valor simbólico de poder social, aunque bien dis-
tinto del significado en el ámbito «hacendario». La pequeña
propiedad territorial fue en Antioquia el resultado de una ad-
quisición voluntaria y es/orzada. Para llegar a ella, los mazamorre-
ros y los pequeños comerciantes, los arrieros y los artesanos,
lA CONFLUENCIA DE DOS MUNDOS 351

tierr a
han pasa do por el tami z de una econ omía mon etari a. La
se compra o se obtie ne med iante el traba jo del desmonte
y de la
repartici,ón comunitaria.
Por ello, mien tras en la regió n de la «hac iend a» la pro-
ión
pied ad terri toria l tiene siem pre el signi ficad o de una sujec
es
adsc ripti cia, pres upon e un dom inio o una sujec ión inev itabl
a
entr e el latif undi sta y el mini fund ista, en la cultu ra antio queñ
por
es el sign o de la auton omía indiv idual , ardu ame nte busc ada
co-
otros med ios para las gene racio nes que ante cedi eron a los
a en
lono s de 1850. Podr ía deci rse que los apre cios por la tierr
pri-
Anti oqui a y fuer a de Anti oqui a tiene n signo inver so: en el
chos
mer caso son el lazo que dete rmin a here ditar iame nte dere
y el
y debe res socia les, en el segu ndo caso son el instr ume nto
emb lema de la liber ació n pers onal y fami liar neol ocal.
Esto es lo que perm ite la apar ición de una socie dad agra ria
cipa -
no «trad icion al» en el senti do liace ndar io, dond e la parti
ulad a
ción socia l y polít ica es amp liam ente nece sitad a y estim
ión.
por el reto del amb iente fisico y psíqu ico de la colo nizac
Gon -
Faen a com o la «roza», capt ada por Greg ario Guti érrez
te
zález, y el desm onte de la selva virge n, exig en impe riosa men
ios o
la insti tució n del «convite» dond e los pequ eños prop ietar
sus
los aspir ante s a la prop ieda d de la nuev a tierr a han de unir
n-
hach as, sus mac hete s y su esfue rzo en una tarea com ún, volu
taria, delib erad a.
Esta relac ión entr e el valo r psico socia l de la tierr a y la au-
se ha
tono mía indiv idua l gana da tras dura luch a tiene , com o
que
dich o, una proy ecció n para lela en otro ámb ito. Mien tras
sim-
la parr oqui a y el cura signi fican en la socie dad hace ndar ia
ia
ples esfue rzos ético s del pate rnali smo y de la actit ud auto ritar
n en
pers onal , entr e los antio queñ os del siglo XIX se conv ierte
nes
sinó nimo s de oportunidad para participar en las decisiones comu
ada
y en los agen tes casi únic os de la acció n colec tiva racio naliz
hacia un fin conc reto y elect ivam en te dete rmin ado.

CLASES, EXPECTATIVAS Y DES CUB RIM IENT OS


ea,
Refi riénd ose a una pobl ació n antio queñ a cont emp orán
ns,
uno de los hitos inici ales de la colo nizac ión, Euge nio Have
ito
ha hech o bien agud as obse rvac ione s: « Un obse rvad or fortu
352 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

probable mente se iría de Támesis creyendo que se trataba de


una comunid ad totalmen te homogén ea, en la cual se recono-
cía el mismo prestigio de todos los individuos ... en lo que con-
cierne a la comunid ad, el observad or fortuito encuentr a ciertas
bases para consider ar a los habitante s de Támesis como miem-
bros de la misma clase social».
Y luego añade, aludiend o a un examen más detenido de la
estratificación:
Las definicion es locales de las clases sociales dependen en gran
parte de la renta, del nombre de la familia y de una aparente
orientació n en el trabajo. Quienqui era que trabaje a tiempo
completo, por ejemplo un agricultor de subsistencia, no puede
ser definido localment e como un miembro de la clase baja. Las
distincion es locales reservan su definición de miembros de la
clase baja a aquellos individuo s que no buscan activamen te ni
obtienen un empleo más o menos permanen te.
En fin, las clases sociales no forman grupos cerrados. Hay
evidencia de una movilidad tanto ascendent e como descenden -
te. La movilidad ascenden te se efectúa principalm ente a través
del incremen to de los ingresos y de la educación . La movilidad
descende nte ocurre cuando una familia pierde su capacidad de
producció n económic a20 •

Aunque tales observac iones correspo ndan al aspecto de


una comunid ad contemp oránea, una tendenci a semejant e
perfilaba la imagen de las «élites» mercanti les y mineras de
Santa Fe de Antioqui a y de Medellín , de Marinilla , de Rione-
gro, cuando entran en contacto cada vez más estrecho con el
régimen de la hacienda del centro de Colombi a. Gentes como
Francisc o Montoya , como Raimund o Santama ría, como los
Vélez o los Uribe, aunque intentab an mantene r celosame nte
sus privilegio s como «blancos de señorío» frente a la tumul-
tuosa y creciente capacida d ascenden te del «zamberí o», no
hubieran consegui do mantene r su estatus en su región nativa
sino por la capacida d empresa rial para el lucro y el riesgo
financier os que los hizo respetad os y famosos en Colombi a.
La mera frontera étnica no hubiera bastado para preserva rlos
en privilegio s hereditar ios ni para perpetua r la lealtad de sus
servidore s y clientes.
1A CONFLUENCIA DE DOS MUNDOS
353

~l ardu o apre ndiz aje de la dom inaci ón por la habilidad fi-


nanc iera ha mold eado el carác ter de estos comerciantes antio
-
queñ os cuan do se enlaz an con la sociedad de Bogotá a travé
s
de su cond ición de prestamistas apar entem ente inagotable
s.
Pero la cálid a recep ción social dispensada por las «élites» ha-
cend arias y buro cráti cas de la capital a estos recié n llegados,
prod igios amen te ricos en oro, les revela a estos últimos un
arma hasta ento nces no existente en su panoplia: la posibili-
dad de man ipula r el pode r político central, ya no medi ante
el esfuerzo merc antil o colonizador, sino por la sumisión o
el
sobo rno de los func ionar ios públicos.
La alianza entre el pode r adscripticio de los patro nes y doc-
tores de Bogo tá con los comerciantes y financistas de Anti oqui
a
artic ula una nuev a form a del pode r político: la empresa seudo-ca-
pitalista, que toma de la cultu ra de Antioquia la habil idad finan
-
ciera y de la regió n «hacendaría» la utilización indis crim inada
de una man o de obra sujeta a la prote cción paternalista y afec-
tada por los traum as autoritarios que garantizan la sumisión en
la base. En los cien años siguientes, la cont extu ra elitaria de
la
socie dad colo mbia na tend rá el apara to exter ior de la «raciona-
lidad capitalista» para servir las viejas norm as adscripticias de
la enco mien da y de la hacie nda. La nueva era se inicia cuan
-
do Francisco Montoya y su familia desc ubre n, por ejemplo, de
qué man era pued en utilizar sus nuevos enlaces, parentescos
y
alianzas con la «hacienda» docto ral del centr o del país, para
cons eguir que su agen te en Lond res sea designado casi siem-
pre como cóns ul de la República ante Su Majestad británica.
El auge de la econ omía expo rtado ra de materias primas en
el siglo XIX coinc ide con el cont rol que cons iguen los come
r-
ciantes antio queñ os, ya no solam ente sobre el oro sino sobre
el
tabaco. Mon toya Sáenz y Cía. sigue siend o un símbolo. No so-
lame nte por su arrie sgad a oper ación tabacalera de Amb alem
a
sino por su progresivo mon opol io de los transportes, que con-
cluye en el dom inio casi abso luto de la navegación por el río
Magdalena. Los antio queñ os apor tan todo el meca nism o de
la
expo rtaci ón colom biana . Pero los bogo tano s tiene n el usufruc-
to de los bien es mate riale s e inma teria les que Euro pa expo rta
a la Nueva Gran ada: los paño s, las porcelanas, las plumas, los
libros, los perfu mes y los diccionarios bilingües, y se reservan
el
354 EL PODER POÚTICO EN COLOMBIA

derecho de interpretar el uso adecuado de esos bienes, cuando


llegan al poder en otras regiones del país.
No hay hasta este momento innovaciones tecnológicas de-
cisivas en la región antioqueña. La importación de maquina-
rias, técnicos y tecnología europea para la explotación del oro
carece de efectos económicos o sociales inmediatos y se refleja,
más bien, en fracasos evidentes 21• Pero las «élites» antioqueñas
han entrado, con su dinero, en el juego del poder «hacenda-
rio», mientras sus colonizadores mestizos siguen fraguando la
potencia de una sociedad de participación electiva.

«LAS RECONCILIACIONES »

La estructura «hacendaría» de las lealtades políticas y la apa-


rición de una actividad mercantil que necesitaba rápidamen-
te utilizar su nueva energía para insertarla en las tradicionales
formas de poder originaron en la segunda mitad del siglo XIX
y en la primera mitad del siglo XX una profunda y peculiar
. .
1ncongruenc1a.
Por una parte, resultaba indispensable para las «élites» re-
forzar las pautas de subordinación adscripticia y hereditaria,
como herramientas para conservar el poder por medio del su-
fragio electoral, del fraude o de la guerra civil. Por otra, esas
mismas «élites» desarrollaban crecientes necesidades económi-
cas que las impulsan a la centralización nacional del poder y a
la alianza de los intereses de clase, por encima de las lealtades
«partidistas».
Las oligarquías colombianas, a través de los «partidos tra-
dicionales», consiguieron mantener un inestable y permanen-
te equilibrio, absorbiendo esta contradicción interna mediante un
sistema estratégico de guerras y «reconciliaciones» sucesivas
entre «liberales» y «conservadores» hasta 1957 y aun más allá.
Los episodios crí ricos de este proceso que buscaba un pro-
pósito de dominación con instrumentos policlasistas de origen
/
«hacendario», abarcan el intento de Federación que se inicia
en 1863, la lucha centralizadora de Rafael Núñez, la violen-
cia rural recurrente a partir de 1948 y la consolidación de una
nueva «alianza» táctica de los partidos en el llamado régimen
del Frente Nacional, lejano pero evidente rejl,ejo de la reconcilia-
LA CONFLUENCIA DE DOS MUNDOS
355

ción de generales hacendados al termina r la guerra contra José


María Melo.
La culmina ción del período , hacia 1970, postula un siste-
ma político-social capaz de «moder nizar» las formas exterior es
del poder económ ico y de desarro llar una actitud «progresista»
de asociación de «élites» sin sustituir las estructuras asociativas ge-
neradoras de mando y de influencia, antes bien alentán dolas y esti-
mulánd olas artificialmente, para eludir o impedi r por la fuerza
la aparició n de nuevas estructu ras perman entes de poder.
La parafer nalia mercan til que se inicia con el auge de las
exporta ciones de tabaco hacia 1850 fracasa constan temente
en su intento de elimina r las estructu ras asociativas que tienen
su paradig ma en la «hacienda» y termina por utilizarlas en su
beneficio. Los nombre s de Tomás Ciprian o de Mosque ra, de
Rafael Núñez y de Rafael Reyes marcan algunos de los hitos
fundam entales de estas contrad iccione s, aparent emente inex-
plicables, de los últimos cien años de la vida política de los
colombianos.
En el camino van quedan do en jirones los restos de los falli-
dos intento s de sustituir los partidos «tradicionales» por nuevas
formas de captaci ón y reclutam iento partidista: el «Naciona-
lismo» de Mosque ra y de Núñez, la «Unión Republicana» y el
«Partido Republi cano» de Reyes y de Carlos Restrepo, la «Con-
centrac ión Nacional» de Enrique Olaya Herrera .
Y, por paradoj a aún más notable , también sucumb en y des-
aparece n durante el lapso final todos los intentos de creació n
de partido s de masas de tipo socialista, a los cuales ni la energía
ni el talento teórico de sus sostene dores pudiero n salvar de la
consun ción y la muerte causada por la no percepc ión de las
estructu ras asociativas perman entes del país.
A la liquidac ión de las sociedades de artesano s y de los cua-
dros regular es del ejército veteran o de Melo sucede la aparato -
sa reconci liación de los general es hacend ados y de su clientel a,
profund amente alentad a y conmov ida por las perspectivas de
la econom ía tabacalera.
Mallarino, elegido Vicepre sidente y llamado a gobern ar
por el resto del período que corresp ondiera inicialm ente a
Obando , hubo de decir, mostran do el interés de los vencedo -
res: «La adminis tración que princip ia hoy, no adminis tra los
356 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

intereses de ningún partido político, ni concederá a ninguno


de ellos protección especial». En realidad, la administración
Mallarino representaba tan solo protección especial a los dos parti-
dos tradicionales y a sus «élites» contra posibles conatos de rivali-
dad como los que acababan de ser liquidados en 1854.
Las «élites» partidarias, desembarazadas de artesanos y
militares y de la amenaza de impuestos sobre las exportacio-
nes se lanzan a la conquista de los mercados europeos para la
hoja de tabaco. De 1857, cuando representaba un 27.42% del
valor de las ventas del exterior, la exportación de tabaco para
representar en 1859 un 47.50% de ellas. Mientras tanto el oro,
amonedado en pastas o alhajas, representa apenas en ese úl-
timo año menos de un 3% de las exportaciones globales 22 • La
economía de la «hacienda», inserta en los mercados del capita-
lismo neocolonial internacional, está en pleno ascenso.
Pero si bien las oligarquías hacendarias y mercantiles de
los dos partidos tradicionales requerían con urgencia de una
tregua y de un gobierno que representara sus intereses man-
comunados y solidarios (como en el caso de la administración
Mallarino) necesitaban con no menor ansiedad mantener la
lealtad, el respaldo y la solidaridad de la población para conti-
nuar su dominio. Y esta última necesidad no podía ser satisfe-
cha a través de la «alianza» y de la «reconciliación».
El conflicto entre ambas necesidades contradictorias que-
dó nítidamente planteado cuando los conservadores, capi-
taneados por los que el general Espina llamó más tarde «los
caciques de Guasca» 23, Pastor y Mariano Ospina Rodríguez,
impusieron la candidatura presidencial de este último y con
ello la posterior e inmediata ruptura de la transitoria alianza
estratégica encarnada en Mallarino.
Pastor y Mariano Ospina representaban excelentemente el
tipo de caudillos políticos que hacen la paz y la guerra entre
los partidos a partir' de 1850. Reúnen en sí caracteres específi-
cos de gran interés sociológico: descendientes de grandes en-
comenderos y ganaderos de la provincia de Neiva24, poderosos
hacendados centroandinos por sus propiedades territoriales
en el pueblo de Guasca (lo que los convierte en jefes heredi-
tarios de una guerrilla de peones), vinculados por parentesco
y por algunas de sus actividades con los grupos de comercian-
lA CONFLUENCIA DE DOS MUNDOS 357

tes y de mineros de Medellín 25 tienen en sus manos todos los


elementos de poder posibles en ese instante en Colombia: la
tendencia autoritaria-paternalista de la sociedad encomende-
ra, la solidaridad adscripticia fortalecida por el régimen «ha-
cendario» y las palancas financieras que Antioquia aporta a su
confluencia con los modelos de poder·del centro de la nación.
No obstante, ese poder básicamente enmarcado por las
lealtades de la «hacienda» requiere estimulantes bien distin-
tos de la transitoria alianza política de 1856. Fuera de Antio-
quia (donde Mariano Ospina adopta el «razonable» idioma de
los hombres de negocio) es necesario encende r el proselitis-
mo de las peonadas mediante la apelación a la guerra de tipo
religioso. Sin este lema -el único que les permite a los conser-
vadores presentarse como antilibe rales- la estructura entera
de las lealtades sucumbiría irremediablemente 26 •
Ospina llega a la Presidencia con el doble propósito de res-
taurar el entusiasmo y la apretada disciplina «hacendaria» del
Partido Conservador y de hacer sucumbir el régimen modera-
damente federalista impuesto en 1858 bajo el nombre de Con-
federación Granadina, que él, sin embargo, sancionó y mandó
ejecutar. El conflicto de Ospina entre el federalismo y lacen-
tralización política nos introduce de lleno en las incongruen-
cias básicas del proceso político en ese período.
Consolidada la dominación hacendaria sobre Melo, los
tradicionales terratenientes de casi todo el país muestran un
explicable interés en precaverse en cuanto es posible contra
el peligro de una nueva centralización de tipo militar o de ca-
rácter urbano-popular como la que hizo eclosión en el golpe
de Estado de 1854. La autonomía de cada una de las regiones
era un instrumento naturalmente eficiente para manten er el
control del poder político y social sobre la población. Ya desde
antes de la elección de José María Obando , los terratenientes
regionales y sus representantes intelectuales habían querido
escudarse reducie ndo en 1853 el alcance del poder ejecutivo
central27•
Empero, al mismo tiempo, la inserción de la econom ía
agraria colombiana en los mercados internacionales por medio
del tabaco y la confluencia del liderato financiero antioqu eño
con los terraten ientes bogotanos traían como consecuencia
:158 EL POnER POt.fTICO l~N COLO MHIA

tica, que garan-


un máximo inte rés por la cen tral izac ión polí
der oso a los
tizara el man t.:jo de un Estado unit ario tod opo
valían y el aug e
financistas que con él con trat aba n o de él se
de medios de
co nsec uen te de los inte ntos por dot ar al país
ento provincial
com unic ació n cap aces de elim inar el aisl ami
orm e par a los
y crea r un mer cad o de con sum o vasto y unif
, franceses y
com erciantes imp orta dores de artí culo s ingleses
nor teamericanos:¿1:1.
rnativa de
Don Mariano Osp ina vaciló un tiem po en la alte
ticas, vinculadas
satisface r una u otra de tales necesid ade s polí
ente , opt ó por
ambas a su pasado familiar y personal. Fin alm
sevadoras de
ech ar el peso de las lealtades «hacendarías» con
de la centraliza-
Guasca en favor de las necesidades financieras
ma, que obligó
ción, en una ope raci ón inco her ente por sí mis
«federalista»
a los liberales a def end er viol enta men te la tesis
ado res por el
para com peti r de algún mod o con los con serv
con trol del poder y del presupuesto nacional.
serv ado r y
En consecuencia, en nom bre de un gob iern o con
adores, el Pre-
con emp lead os públicos exclusivamente conserv
pau lati nam ente
side nte Osp ina se pro pus o eros iona r y des trui r
de 1858.
el régi men federal imp ues to por la Con stitu ción
ent e de ori-
El can dida to presidencial der rota do -igu alm
Tom ás Cipria-
gen con serv ado r- fue el exp resi den te gen eral
el Esta do del
no de Mosquera, quie n pres idía en ese mom ento
ta de Pop ayá n
Cauca. Mosquera, un anti guo hac end ado esclavis
Estados Uni dos ,
convertido en financiero y com erci ante en los
er med iant e la
hab ía inte ntad o, sin éxito, llegar otra vez al pod
a la que dio el
coalición eventual de liberales y con serv ado res
nom bre de «partido nacional».
tile s de la
Nat ural repr esen tant e de los inte rese s mer can
en ello a Ospi-
nue va actividad tabacalera -eq uip ará ndo se
con duc ta políti-
na - Mo squ era fue siem pre en el fon do de su
bó su hist oria
ca un acé rrim o cen tral ista político, com o lo pro
osib ilid ad de
pos teri or. No obs tant e, pers uad iénd ose de la imp
nue vo par tido
crea r lealtades políticas por inte rme dio de un
Mo squ era cam-
que rem plaz ara el mod elo de la «hacienda»,
sta arm ada de
bio bru scam ente de rum bo e inte ntó la con qui
istas» liberales,
la Pre side ncia uni énd ose a los furiosos «federal
con tra el pod er cen tral de Osp ina.
LA CONFLUENCIA DE DOS MUNDOS
359

Ya para fines de 185 8-d ice un mod erno com pilad


or desu co-
rres pon den cia- pare ce que Mos quer a habí a reco brad
o su espí-
ritu y que en él com enza ba a nace r un plan para reha
cers e com o
prim er hom bre del país. Vio clara men te que nece sitab
a hace rse
firme en una base geopolítica. En el cent ro del país,
los herm a-
nos Osp ina y sus allegados políticos dom inab an la
Con fede ra-
ción. En Antioquia, en los Sant ande res y en la costa
Atlántica,
regí an otras figuras los destinos locales. Era lógico que
Mos quer a
busc ara su base en el gran Cauca, don de tenía exte
nsísima pa-
rent ela y amistades de anta ño 29 •

Mos que ra vio intu itiva men te los valores y pau tas
de la es-
tructura dominante. Y en su corr espo nde ncia son disc
erni bles
algunos elem ento s de esa com pren sión , que se exti
~nd e a sus
amigos políticos. En víspera de su alzamiento mili
tar con tra
Ospina, uno de sus más asiduos corresponsales le
com unic a
noticias de Bogota: «Los Arru bla fuer on traic iona
dos por casi
toda su peo nad a, en razó n de que Mad ero (el May
or) les cam-
bio las boletas por Ospina; ellos rem edia ron el mal
cua ndo lo
supi eron , hast a don de les fue posible, pero ya una
gran part e
de los peones hab ía votado» 30 •
Mos que ra atac a mili tarm ente a la Con fede raci ón
con la
ayuda de los liberales de los dem ás Estados, tom a
a Bog otá y
convoca la Con venc ión de Rionegro, que hab rá de
con sagr ar
en 1863 el plen o régi men federalista, bajo el nom
bre de los
Estados Uni dos de Colombia. Pero Mosquera, anti
guo con-
servador com erci ante en gran de escala y latifund
ista atávico,
repr esen ta los inte rese s cent raliz ador es de la burg
uesí a mer -
cantil. Sin emb argo , no hall ó form a de llegar al pod
er en 1860
dife rent e a una asociación apa rent eme nte absu rda
(en térm i-
nos de inte rese s ideológicos) con los liberales fede
ralistas que
le ayu daro n a com bati r y a ech ar por tierr a el régi
men cons er-
. vador de Mar iano Ospina.
Ni las con side raci one s ideológicas, ni el con trol
financie-
ro o mili tar cent ral, bast aban para dom inar y aseg
urar la obe-
dien cia de la base pop ular . El part ido «nacional» de
Mos que ra
(com o más tard e el de Núti.ez) no pod ía rem plaz ar
la articula-
ción pira mid al de las lealtades inco ndic iona das que
el régü nen
de «la hacienda>> exte ndía de la base a la cim a de
toda la es-
truc tura social. Para el colo mbi ano de med iado s del
siglo XIX
360 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

y para sus descendientes de varias generaciones, solamente era


posible asegurar alguna participación en el poder y en sus ven-
tajas socioeconómicas, enlazándose en esa serie de eslabones
hereditarios progresivamente más amplios, que culminaban en
el «partido» tradicional.
La paradoja de un hombre de negocios semiantioqueño
como Ospina, que apela al régimen de obediencia conserva-
dora «hacendaria» para mantenerse en el poder, es seguida e
incluso superada por Mosquera, cuyo prestigio militar y cuyo
enlace con los centros del poder financiero norteamericano 31
parecían ponerlo a cubierto de la necesidad de apelar al «par-
tido» para hacer reconocer su preeminencia y autoridad.
Y todo el período federal colombiano que represente el
dominio político del radicalismo liberal ante la resistencia ar-
mada o inerme de los conservadores significa una larga con-
tienda dialéctica entre las estructuras asociativas y los objetivos
«modernos» de las «élites»; entre los fines y los medios de los
dirigentes regionales, que no encuentran vías para resolver la
antinomia entre la necesidad de utilizar su poder en el marco
de la nueva «hacienda» exportadora y los únicos métodos que
están a su alcance: los métodos del partido hacendario. Al final, los
federalistas no hallan otra solución que destronar a Mosquera,
el hombre que los llevó a la victoria, solo para encontrarse,
en 1885, con la reacción centralizadora de Núñez, envuelto en
idéntico conflicto.

TERRATENIENTES Y ESPECULADORES FINANCIEROS

Los dos hombres más largamente envueltos en la vieja polémica


sobre la licitud de la «traición a los partidos», Tomás Cipriano
de Mosquera y Rafael Núñez, están igualmente comprometi-
dos en una de las medidas políticas de más virulentos efectos ·
en la historia colombiana del siglo XIX: la desamortización de
los bienes eclesiásticos.
Vieja aspiración de las clases dirigentes económicas del
país desde los tiempos de los virreyes «ilustrados», ningún go-
beman te había tenido ni el poder ni la decisión para llevar-
la a cabo. Las necesidades seudorreligiosas de «partido» y la
lA CONF LUEN CIA DE DOS MUNDOS
361

presión de los intereses «hacendarios» dier on a Mos


quera y a
Núñez el piso necesario para darle realidad.
Por decr eto del 9 de septiembre de 1861, el gob iern
o ex-
prop ió con especial indemnización, fundos agrarios
y edificios
urba nos pert enec ient es a la Iglesia, por un valor que
se ha cal-
culado en más de onc e millones de pesos en mon
eda de la
época. Se trata ba de bienes sobre los cuales pesaban
obligacio-
nes perp etua s como censos y capellanías y, en todo
caso, de
bienes que no eran transferibles por el comercio
com ún, en
razó n de hab erse don ado por testadores privados a
determina-
das congregaciones, parroquias u otras fundaciones
religiosas,
para la perc epci ón perp etua de una rent a y en su favo 32
r •
El Estado inde mni zaba a los expropiados reco noc iend
o el
capital y los créditos al 6%, proc edie ndo en seguida
a ven der
los bien es a los particulares en remates de peq ueñ os
lotes y de-
dica ndo los fondos así obte nido s al pago de la deu da
pública.
Núñ ez, secretario del Tesoro, resumía las ventajas
del de-
cret o en tres pun tos principales: sacar a la vida econ
ómi ca una
eno rme masa de bienes improductivos, aten der al
pago de la
deu da púb lica inte rna y con tribu ir a la «distribución
equitati-
va de la prop ieda d sin perjuicio de ning ún dere cho
individual
ante rior » 33 •
El resu ltad o final de la expr opia ción -qu e tení a
antece-
den te en otro s países, com o México o Esp aña -
resultó casi
exac tam ente en lo cont rario . Aun que entr ó al com
ercio finan-
ciero de los bien es una eno rme exte nsió n de tierr
a, la mayor
part e de ella resultó tan pob rem ente expl otad a com
o lo estaba
en man os de los eclesiásticos y de sus arrendatario
s. La deu da
púb lica no fue reco gida ni pag ada y la mayor part
e de los fun-
dos agrarios fue a man os de los antiguos terra teni
ente s, por
prec ios irrisorios 34 •
Hab iénd ose adm itido que el Estado recibiría com
o pago a
los post ores en los rem ates doc ume ntos de deu da
púb lica y ha-
bién dose dep reci ado éstos en form a casi total en
el mer cado ,
los pap eles fuer on adq uiri dos a bajo prec io por la
clase terra-
teni ente , en una obvia espe cula ción comercial que
perm itió a
los latifundistas acre cer en form a abru mad ora su prev
io pod er
social y polí tico 35 •
362 EL PODER POLÍTICO E.~ COLOMBIA

Dictada en beneficio exclusivo de la clase terrate niente


merca ntil que surgió en la era dorad a del tabaco , aunqu e sus
autore s afirm aban lo contra rio, la desam ortiza ción de los bie-
nes eclesiásticos contó entre sus apoya dores y panegiristas a las
«élites» comerciales de Bogotá, si bien los consenradores ocul-
taron su alborozo por el temor a las censu ras espiiituales que
les hubie ran restad o el respal do político de sus peona das. Pero
entre los liberales, homb res como don Salvador Cama cho Rol-
dán, vinculado a las finanzas intern acion ales a la vez que a los
intere ses agrarios colom biano s, saluda ron el decre to como un
36
nuevo paso hacia la liberta d y hacia el progr eso demo crátic o •
Al suprim ir a la Iglesia sus propi edade s territoriales de un
modo casi absoluto, el gobie rno de Mosq uera no hizo cosa di-
ferent e de contin uar y ratificar defini dame nte el poder ío «ha-
cendario» que había alcanzado sus triunfos mayores bajo el
gobie rno de José Hilario López, una décad a atrás.
El afianzamiento absoluto del sistema «hacendario» tras
la desamortización trajo consigo algunas consecuencias con-
tradictorias, bajo los gobie rnos federalistas que siguieron a
la triunf ante revolución política de Tomá s Cipria no de Mos-
quera . De una parte, ratificó el domin io que del poder social
y econó mico había n ejercido en las difere ntes provincias los
terrat enien tes tradicionales, transf ormad os en «caciques» y je-
fes hered itarios de los partid os políticos y dueño s del Tesoro
Público. Ello arraigó aún más el sistema de pauta s y valores
que se despr enden de la jerarq uía «hacendaria» y del mode lo
de partic ipació n adscripticia que ella implicaba. Las revueltas
civiles se transfirieron al interi or de cada uno de los «Estados»
creado s por la Convención de Rionegro, donde liberales y con-
servadores se dispu taron a tiros el contro l social y político, del
mismo modo que Montescos y Capul etos en la peque ña ciuda d
medieval italiana recrea da por Shakespeare. Pero, al mismo
tiempo, fue hacién dose cada vez más evide nte para las «éli-
tes» domin antes el valor de un gobie rno centra l todop odero so
para efectos de las especulaciones con la Deud a Pública, con la
constr ucció n de vías de comu nicaci ón y con los contra tos por
servicios extran jeros al Estado.
Ambas fuerzas se desarr ollan, sin choca r apare nteme nte,
duran te una década. El enlace entre el sistema hacen dario in-
1A CONFLUENCIA DE DOS MUNDOS
363

tern o y el neocolonialismo capitalista exte rior func


iona con
precisión de máq uina bien aceitada: «Todo sonr eía
(en 1872)
alre ded or del gob iern o afor tuna do a quie n toca ba
reco ger la
triple cose cha de diez años de paz, del movimiento
com unic a-
do a las transacciones por la tras cend enta l med ida
de la desa-
mortización y del alto prec io de los frutos de exp
orta ción en
los mer cado s extr anje ros: Tod o fue, por lo mismo,
fácil: orde -
nar las finanzas por la virtual eliminación del déficit,
pag ar la
deu da inte rior y exte rior y emp rend er con valor,
aun que sin
favorable resultado, la transformación de las com
unic acio nes
comerciales» 37 •
Prol etat jzad a absolutamente la vida agraria del país
, a ex-
cepc ión de la regi ón de las colonizaciones anti oqu
eñas , los
gran des señores terra teni ente s encu entr an suficien
te apoyo a
su pod er en la explotación de las tierras destinadas
a la prod uc-
ción expo rtab le, coexistentes con la agricultura de
autoabaste-
cim ient o local.
Así, el fortalecimiento de la econ omí a agraria por el
enla ce
con las imp orta cion es internacionales trajo consigo
el reforza-
mie nto de las lealtades hace ndar ias del «partido» pero
tam bién
la articulación de una luch a arm ada cons tant e por
el dom inio
del pod er público regional, con sus adehalas de cont
rol fiscal y
tribu tario y sus innu mer able s posibilidades de lucr o
a través de
la adm inis trac ión pública. En palabras de Núñez:
Desde 1860 en que tuvo comienzo la luch a de los dos
antiguos
partidos nacionales, luch a que terminó, como es sabid
o, por el
triunfo completo del liberalismo a principios de 1863
, la Repú-
blica no había, hasta ahora, gozado de un perí odo
presidencial
en com pleta paz.
De 1864 a 1866 hubo tres revoluciones: una en Cun
dina-
marca, otra en el Cauca y otra en Panamá.
De 1866 a 1868 hubo un golpe de Estado del gene
ral Mos-
quer a, la contrarrevolución encabezada por el gene
ral Acosta y
varios trastornos locales relacionados con esos dos suce
sos.
De 1868 a 1870 hubo una revolución en Cun dina
marc a y
otra en Panamá.
De 1870 a 1872, una o dos revoluciones en Boyacá
y Cundi-
namarca.
:l64 EL l'OllEI{ POl.fTICO l~N COI,( >Ml\1/\

De_ lH~~ a 1874, hu?º una snic dl' trastorno/! en Panarníí y


gran ag1tano11 t'll Boyarn.
De 187 1! a 187t1 hubo a~itarión y 1ra11Lorno11 ('ti toda Ju f<(•·
pública.
D<' 1876 a IH7H hubo guerra civil 1-{l'lleral.
De 187H a 1800 hubo trastornos en Panam{t, Antioquia, Cau-
1
ca, Magdalena y Tolima y agit,.tri<'m ~c11t•r,.1F H.

«Los diez aüos de paz>> general de que hablaba CaJdcr6n,


no toman en cuenta las luchas civiles intestinas de Jos Estados,
mencion ados por Nú11cz. Y al mismo tiempo que los terrate-
nientes locales agudizaban sus disputas, la articulación con el
mercado exterior hacía cada vez más necesaria la unificación
política de todo el territorio a fin de que los hacendados-co-
merciant es de Bogotá y sus socios de la «élite» antioqueñ a uti-
lizaran al máximo sus nuevas vent~jas.
El propio Mosquera, a pesar de haber abierto el paso al fe-
deralismo «liberal», encarna vivamente el interés centralizador
de los hacendados-comerciantes. Por ello sus actos dictatoria-
les chocan con el radicalismo de 1867 y engendra n a pocos
aúos una convulsión que determin a la ruina de la federación
y la aparición del centralismo, bajo la dirección de su antiguo
ministro del Tesoro, Rafael Núfiez.
Mosquera a lo largo de toda su carrera pública muestra
un obsesivo interés en las mejoras materiales del país, esen-
cialmente en la construcc ión de una red de vías de comuni-
cación que eliminen la insularida d regional y coloquen a los
colombia nos en relación cada vez más directa y cercana con
sus socios importad ores-expo rtadores de Europa y de los Es-
tados Unidos. Ello se refleja en su continua do esfuerzo por la
construcc ión de caminos de montaña desde los valles andinos
hasta el río Magdalena, en su intento de promove r a toda costa
la navegaci ón a vapor de esa arteria vital de la economía colom-
biana, en sus persisten tes proyectos sobre ferrocarriles y en su
recurren te interés por promove r en Panamá la construcción
de un «camino de hierro» o de un canal que comunica ra los
dos océanos39 •
Todo ello, exigido por las nuevas condicion es de la econo-
mía de la «hacienda» no es posible dentro del límite regional
l..¡\ CONFLUENClA DE DOS MUNDOS
365

al cual ha sido confinada la luc ha por el pod


er político en el
régimen federalista. Mosquera fracasa, finalme
nte, en ese em-
peño, a pesar de hab er jug ado con las lealtade
s partidistas has-
ta el último día de su vida, inte nta ndo obt
ene r apoyo par a sus
especulaciones político-mercantiles centralizad
oras.
El próximo paso lo dar á Rafael Núñez, en la
misma líne a
de conducta. Afiliado originalmente al Par
tido Liberal «ra-
dical», con cuya retórica obtiene nom bra día
local y prestigio
nacional al ingresar al gabinete de Mallarino
tras la conspi-
ración de Melo, Núñez se ve premiado con
un «destino» que
decidirá providencialmente su papel político
: el de cónsul en
Liverpool.
Naturalmente ambicioso y dotado de algunas
cualidades
como escritor, Núñez complementa los esca
sos deb eres de su
cargo en Inglaterra con la redacción de artí
culos políticos y
económicos, par a periódicos suramericanos40

Lo que ve en la Inglaterra de su tiempo modific
a por com-
pleto el rum bo de sus procedimientos, aun
que no el de sus
ambiciones. Es el pan ora ma de la revolución
industrial, impla-
cable, victoriosa, imperialista, con su cohorte
de ban que ros y
manufactureros que van alcanzando la prim
acía universal e
imp oni end o sus pautas y normas sobre el mu
ndo del final de
la centuria. El joven intelectual que había par
ticipado en las
luchas ideológicas afrancesadas de 1854 y def
end ido com o mi-
nistro del Tesoro la desamortización de Mo
squera va convir-
tiéndose en un flexible apóstol de la «modern
ización», según
el mo del o británico apetecido por los nuevos
hacendados-ex-
por tad ore s de su patria.
Doñ a Soledad Acosta de Samper ha informado
que fue don
José María Samper el primero que pensó en
Núñez com o can-
didato a la Presidencia <le Colombia. Don Jos
é María, her ma no
de don Miguel, rep rese nta nte de una familia
bien significativa
par a su mo men to. Arr end ado res de tierras
par a el cultivo del
tabaco en Hon da, comerciantes y dirigentes
políticos coloca-
dos en ambos partidos trad icio nale s (don
Miguel era libe ral
mo der ado mientras don José María se había
convertido al con-
scrvatismo) ]os Sam pcr enc ont rab an estrech
a e intransitable
la sen da traz ada por las estr uctu ras asociativ
as de los par tido s.
Ellos y sus amigos y allegados imaginaron
la posibilidad de
366 EL PODER POLÍT ICO EN COLOMBIA

un part ido nue -


rom per esas leal tade s med iant e la crea ción de
era el paso a
vo, de tend enc ia fran cam ente burg uesa , que abri
ción capi talis ta
los nue vos mod os de la pro duc ción y la arti cula41
y pseu doc apit alis ta, el «pa rtid o inde pen dien te»

tica inde -
Los inte ntos de crea r una nue va agru pac ión polí
pro vini eron en
pen dien te de las viejas leal tade s trad icio nale s
com erci ante s y
el curs o de los año s pos teri ores de gru pos de
tier ra par a fine s
fina ncie ros vinc ulad os a la exp lota ción de la
que ra, los de
de exp orta ción . Los «ind epe ndie ntes » de Mos
a», pos teri or-
Núñ ez, los mie mbr os de la «Un ión Rep ubli can
entr e las estr uc-
men te, son el resu ltad o de las inco ngru enc ias
ient os de una
tura s asoc iativ as de la ~<hacienda» y los requ erim
oca sion ada
amp liac ión mer can til del hori zon te eco nóm ico,
bási cam ente por el com erci o exte rior .
orta cion es
Las util idad es prod ucid as hast a 188 0 por las exp
nte cam po para
de taba co, de quin a o de oro, no hall an fáci lme
es agrí cola s, ya
ser inve rtid as en el aum ento de las exp lota cion
o inte rno está
que el mer cad o exte rior es inel ásti co y el con sum
etar izad a. Los
fren ado por el pau peri smo de la pob laci ón prol
tro del país se
hac end ado s imp orta dore s-ex port ado res del cen
s sun tuar ios de
enc uen tran con que , aun den tro de sus patr one
con sum o, disp one n de capi tale s ocio sos.
ipul acio nes
Cie rtam ente , las gue rras crón icas y las man
re en ban ca-
fina ncie ras y fiscales de los gob iern os -sie mp
s. Per o aún
rro ta- lími tan la acu mul ació n de esos capi tale
y de Med ellín .
así, exis ten en pod er de las «élites» de Bog otá
acti vida des ca-
Y fina lme nte hall an emp leo lucr ativ o en dos
s y la espe cula -
ract erís tica s de la épo ca: los cam inos púb lico
pec unia rias
ción con la deu da púb lica y con las reco mpe nsas
fide lida d de los
dec reta das con stan tem ente par a man tene r la
part idos42 •
púb lico ,
El Esta do se con vier te, a trav és del pres upu esto
espe cula cion es
en el cen tro de toda s las inve rsio nes y de las
la con stru cció n
fina ncie ras. Con trat os jam ás cum plid os par a
a los gob ier-
de carr eter as, can ales y ferr ocar riles , emp rést itos
can enla ce con
nos , crea ción de soci eda des de fach ada que bus
do su infl uen -
el cap ital euro peo y nor team eric ano , ofre cien
s indu stria les
cia con el gob iern o para gara ntiz ar ope raci one
lA CONFLUENCIA DE DOS MUNDOS 367

o mercantile s de monopolio , impresión litográfica de billetes


y libranzas oficiales, representa n la actividad económica a las
cuales se aplican las utilidades financieras de los exportador es
o importado res políticame nte influyentes .
Aunque en realidad se trate de empresario s notoriame n-
te ineficiente s, el control del poder público otorgará a estos
especulado res un fácil camino para el triunfo económico .
El manejo de los criterios fiscales, de las tarifas aduaneras, de
los auxilios oficiales para proyectos «progresistas» hacen de
este grupo (que abarca a los mayores comercian tes y hacenda-
dos de Bogotá) una asociación pseudobur guesa, que adopta
rápidamen te las racionaliza ciones ideológicas del capitalismo
internacion al.
El culto formal a la «laboriosid ad», al respeto demagógi-
co a la propiedad «porque el hombre ama más la propiedad
que la vida» 43 , la defensa pública de la libertad empresaria l y
la adopción paradigmá tica de los puntos de vista de los perió-
dicos ingleses son algunos de los elementos de la publicidad
ostensible de esta nueva vida hacendaria .
Su vinculació n estrecha con el capitalismo imperialist a lle-
ga a veces a extren1os grotescos. Don José María Samper escri-
be en 1861, refiriéndos e a las actividades de los diplomátic os
europeos y norteamer icanos en Colombia: «Se han hecho opu-
lentos con el agio, el contraband o, la usura y los contratos con
los gobiernos por interpuesta persona» 44 •
Se trata de una superestru ctura dominador a de la vida so-
cial. Pero no podrá subsistir por sí misma en tan to que la in-
fraestructu ra asociativa, que le confiere el poder político, 1,e sea
adversa. El poder político condiciona y delimita al poder económico
en Colombia, y su juego dialéctico explica el proceso de centra-
lización política que culmina en 1886.
Por lo pronto, en 1875 el anhelo de estos empresario s de
las negociacio nes con los presupuest os públicos, respecto de un
gobierno centralizad o, «racional» y firmement e vinculado a los
grandes intereses del capitalismo internacion al progresista va
concentrán dose en la figura del joven exministro , cónsul de
Colombia en Liverpool y hábil redactor de textos periodístic os
de apariencia «británica» . En Rafael Núñez.
368 EL PODER POLÍ TICO EN COLO MBIA

LOS PARTIDOS TRADICIONALES


YE L CENTRALISMO CAPITALISTA
ecto de Mosquera,
Fue jus tain ent e Núñ ez qui en escribió resp
a n1a ner a de elog io pós tum o cua ndo
se erigió su esta tua en el
ser aplicadas a él
Cap itol io de Bog otá , estas frases que pod rían
tard e en el mis mo
nüs mo y tam bié n a su estatua, col oca da más
edi fici o, aun que mirai1do al lad o opu esto :
ino mia s sup er-
«En la esta tua de Mo squ era se observan ant
ina s elo cue nte s de
ficiales ; per o en el fon do, ella enc ierr a pág
ar frec uen tem ent e,
cien cia sociológica, que pue den con sult 45
mu cho pro vec ho, los que des een apr end er esa ciencia» •
con
pol ític o y la es-
Y en efe cto , las rela cio nes ent re el pod er
ent es y visibles a lo
truc tura social resu ltan ext rañ am ent e pat
a de Col om bia que
larg o del pro ces o de cen tral izac ión pol ític
XIX y las prim era s
con mu eve las últimas déc ada s del siglo
del XX:.
d~ Nú ñez van
Los imp ulso res de la prim era can did atu ra
gen era r soli dar ida d
per cib ien do len tam ent e que es imp osib le
de la me ra pro pa-
social resp ecto de sus amb icio nes por me dio
de la «ha cien da» no
gan da ideo lóg ica. La estr uct ura asociativa
a través de su mal la
apo ya ni moviliza esas con cep tua liza cio nes
es le hab ía ocu rrid o
de infl uen cias tradicionales. Igu al que ant
ará n el pod er con la
a Nfosquera, se dan cue nta de que con serv
smo de los «parti-
exp res a con dic ión de apoyarse en el mec ani
dos trad icio nale s».
80-86 la exp or-
«En los año s inm edi ata me nte ant erio res al
de pesos, y en los
taci ón (del tab aco ) no dab a ya ni el mil lón
en cam bio , lleg aba
sigu ien tes año s tod avía men os. La de qui na,
en 1880-1981, per o
a un val or mu cho más alto: cin co mil lon es
des pué s, era insigni-
cae pro nto cata stró fica men te. Cin co año s
fica nte » 46 •
Las con dic ion es de «no rma lida d» luc rati
va que el aug e de
qui na hab ían cre a-
la exp orta ció n de tab aco y má s tard e de la
cen tro del país, por
do par a los hac end ado s-co me rcia nte s del
rna cio nal es, esta ban
me dio de sus nue vas vin cul acio nes inte
en el cua l esas «éli-
gra vem ent e am ena zad as en el mo me nto
leal tad es par tidi stas
tes» inte nta n des bor dar los ma rco s de las
to pol ític o cen tra-
trad icio nal es par a cre ar un nue vo mo vim ien
-
1A CONFLUENCIA DE DOS MUNDOS 369

lizador y «racional», como una fórmula para impedir su propio


colapso.
Entonces el esfuerzo para imponer la candidatura de Rafael
Núñez asume otras formas tácticas. Se apoya, alternativamen te
en las lealtades partidaristas «liberales» y «conservadores» en
un largo juego que va a desembocar en la guerra civil de 1885
y en la eliminación del federalismo de 1863, desbaratado en la
batalla de Humareda y destituido por el voto unánime de las
«élites» en la asamblea constituyente de 188647 •
Aunque frustrada en sus intentos directos por instaurar
formas de dominación «racionalizada» sobre la población, a
través de los intentos de Mosquera y de la primera candidatu-
ra de Rafael Núñez, la «élite» hacendaria consiguió triunfar
rle un modo decisivo en cuanto movilizó en su favor la herra-
mienta de las estructuras partidarias, acicateadas por la necesi-
dad de dominio regional y de control sobre el presupuesto
público y sobre la capacidad manipuladora del Estado sobre
la economía.
El gobierno de Núñez, propiciado inicialmente por José
María Samper en 1875, cuando duraba aún la dorada bonanza
del tabaco, se convierte en una urgencia inmediata para un lus-
tro más tarde. Acosados por la baja continua de sus productos
en los mercados ultramarinos, los hacendados y comerciantes
del centro del país, apoyados en este caso específico por los
comerciantes antioqueños, que se habían mantenido en un
bastión cuasi-separatista durante el tiempo de la Federación,
necesitan un control absoluto, sobre los comandos en un Es-
tado centralizado, para remplazar con las especulaciones políti~fi-
nancieras la antes «tranquila armonía de la interdependen cia»
y del libre comercio.
Núñez funda el Banco Nacional y se vuelve, inopinadamen -
te, hacia el proteccionism o industrial, al menos de un modo
formal. Ospina Vásquez encuentra un misterio histórico en
esta brusca variación del rumbo ideológico, no solamente de
Núñez sino de todos sus partidarios y aun de toda la «élite» del
país, sin que aparezcan objetivamente las razones que pudie-
ron impulsarlo o justificarlo, al menos en términos económi-
cos. Y al hacerlo, añade aun otra obsenración más significativa,
involuntariam ente esclarecedora:
370 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

Sin duda ha influido en la manera como se han planteado y re-


suelto entre nosotros los problemas de protección y libre cambio
(y aun el de intervenció n versus libertad económica) el hecho
de que en Colombia no ha sido este problema una cuestión de
partido. Conservado res y liberales han sido alternativam ente li-
brecambista s y proteccionis tas, amigos y enemigos del laissez /ai-
re; pero cuando los conservadores han sido librecambistas no lo han sido
menos los liberales, y la misma unanimidad ha habido cuando se ha
operado el cambio al proteccionismo. Es éste un fenómeno realmente
extraordina rio en un país donde las discusiones entre los parti-
dos han sido tan seguidas y tan agrias48 •

Proteccion ismo, Estado central «fuerte» y «unificació n de


la legislación civil» 49 se convierten súbitament e en las necesida-
des más trascenden tales de las «élites» partidistas y sobre esa
necesidad se pacta la unidad nacional, se «reconstitu ye la na-
ción», para usar las formas retóricas de la época. Aquello que
no había conseguido Tomás Cipriano de Mosquera, en los días
del auge exportador , luchando abiertamen te contra uno u otro
partido, lo consigue Núñez utilizando soterradam ente a uno y
a otro partido.
La Constituci ón de 1886 y el gobierno de la llamada Re-
generación , representa n el primer intento victorioso de las
«élites» hacendaria s para conciliar su común necesidad de do-
minio con las estructuras de poder básico nacidas y formadas
por la «hacienda» y por los partidos que la reflejan.
Desde luego, se trata de un equilibrio inestable que pe-
riódicamen te deberá rendir tributo al origen de su autoridad,
desencade nando de modo recurrente el odio mutuo de las dos
parcialidad es en paréntesis de aguda violencia, so pena de ser
eliminado como forma «normal» del progreso y posteriorm en-
te del «desarrollo ». Así, el golpe de Estado de los «conseivado-
res históricos» y la revolución liberal que marcan el final de la
Regenerac ión en tiempo de Sanclemen te, llenan de sangre a
la nación por tres años. Igualmente , la violencia recurrente de
1930 a 1964 es el precio que la dominació n «_h acendaria» paga
por mantener su capacidad de poder moderniza dor a través de
alianzas estratégicas y fundament ales.
El panorama económico que muestran los gobiernos
de la Regenerac ión inaugurada por Rafael Núñez permite
1A CONFLUENCIA DE DOS MUNDOS 371

internarse con alguna lucidez en el laberinto contradictorio en


que se debaten las luchas partidistas y los aparentes cambios
sociales: «En un plano o campo de lo político no sujeto a la es-
tricta y literal apreciación partidista, tal vez en el plano en que
se elabora el "proyecto vital" que nos proponemos (para usar
un concepto orteguiano que parece muy aplicable), y sobre el
cual, en el fondo, y aunque no nos lo representemos sino muy
vagamente hay un acuerdo general y una real continuidad. Una
continuidad que miraba a la finalidad y no a los medios», siguiendo
la indicación sagacísima de Ospina Vásquez 5º.
En nombre de la integración nacional, del progreso tecno-
lógico y de la centralización del poder económico y fiscal del
Estado, surgieron nuevos modos de asentamiento del poderío
de la «élite». La Corte Suprema de Justicia, verbigracia, se ex-
presaba así el 10 de junio de 1886, en relación con los contra-
tos realizados con financ_istas europeos para la construcción de
ferrocarriles en Antioquia y Santander:
La responsabilidad del ministro de Colombia en Londres se de-
ducía de una carta, que original figura en el proceso, de William
Ribly al señor Angulo (Felipe) noviembre de 1892, referente a
otra de 29 de abril del mismo año, en que la casa de Punchard
& Co., ofrece al mismo señor Angulo, por sus servicios endereza-
dos a la pronta aprobación de los contratos, la suma de diez mil
libras esterlinas sobre el total del empréstito autorizado para la
construcción del ferrocarril de Antioquia.
Figura, además, entre los documentos traducidos del inglés y que
fueron remitidos por el gobernador de Antioquia al ministro de
Justicia, una lista de comisiones, que la casa de Punchard debía
pagar aquí a diferentes personas; el señor Felipe Angulo aparece
allí con la suma de dieciocho mil seiscientas seis libras esterlinas
por los dos contratos sobre construcción de los ferrocarriles de
Antioquia y Santander5 1•
La responsabilidad de Angulo, ministro de Colombia en
Londres, no puede establecerse judicialmente, porque el go-
bierno de Bogotá encontró «escandalosamente alta» la suma
de cuatrocientas libras que eran necesarias para obtener decla-
. ración judicial en Londres a los socios de Punchard, a Santiago
Pérez Triana y a William Ridley, que habían participado en di-
versas formas en la negociación.
372 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

Las rentas del Estado, por concep to de monop olios arren-


dados tienen en ocasiones aspectos caricaturescos:
En la salina de Zipaqu irá se defraud aba de una manera escan-
dalosa: no hubo en mucho tiempo contabi lidad; libros y pape-
les import antes se arrojar on a los excusa dos para ocultar malos
manejos; se tomaba n de la caja sumas para entrega r o enviar a
ciertos persona jes políticos; se falsificaban docum entos y recibos
por millares de pesos; se adulter aban libranzas cohtra los alma-
cenes, se hacían figurar en las nómina s nombr es supues tos para
52
repartir se entre algunos emplea dos los sueldos ... •

El gobier no centra l podía manip ular a las asambleas sec-


cionales para conseg uir que la renta de aguard iente fuera sa-
cada a públic a licitación, bajo las presio nes de los interes ados
en su explot ación 53 • Los hacend ados y comer ciantes de Bogotá
especu lan con la situación fiscal, agravada por las guerra s, ofre-
ciendo sus ahorro s al Estado en condic iones de eviden te usura:
Sabía, en efecto, que tal vez se podía conseg uir un emprés tito
en oro, del cual se había ocupad o ya el anterio r ministr o del
Tesoro , señor Roldán, y quise estudiarlo. Efectivamente, se ofre-
cían al gobiern o, con la hipotec a del ferroca rril de la Sabana , un
millón de pesos en oro, al interés del 7 por 100 anual, con un
20 por 100 de descue nto inicial y desde el princip io juzgué que
54
con tales condici ones la oper~c ión era ruinosa para la nación •

Para los primer os días del gobier no de Sancle mente , un


solo prestamista afortun ado, el señor José María Sierra, cobra-
ba al gobier no 900.000 pesos y otro, el señor Uribe Toro, pre-
sentab a acreencias por 300.000 • Y el enlace entre el recién
55

nacido centralismo y los hacend ados-c omerc iantes contin uaba


fortaleciéndose:
Por convoc atoria del excelen tísimo señor Vicepr esident e, se re-
uniero n alguno s capitalistas en Palacio, e impues tos de la mala
situació n del Tesoro, ofrecie ron algunas cantida des en présta-
mo ... la respeta ble casa comerc ial de los señores Francisco Var-
gas y herman os le hizo un emprés tito de $100.000 y la de don
José Manue l Restrep o Sáenz uno de $10.000 con lo cual se pudo
atende r por lo pronto a gastos urgente s del Ejército.
Estaba ya descon tada la parte conside rable de la renta de
aduana de Barran quilla y Cartage na, que son las únicas que dan
1A CONFLUENCIA DE DOS MUNDOS 373

algún rendimiento, porque las del Pacífico apenas contribuyen


para una pequeña parte de los gastos que hace la nación en el
Cauca, y la de Cúcuta no produce nada, como tampoco la de
Santa Marta y Orocué. La salina de Zipaquirá también había re-
cibido libranzas que estaba cubriendo, y por todo esto las entra-
das del tesoro eran insignificantes56 •

En 1889 se otorgaba, en forma irregular, un privilegio


. monopólico al Barón de Morand, originalmente traspasado a
este por el señor Eurípides Salgar. El privilegio, constituía a
Morand en fabricante exclusivo de cerillas y en importador de
ellas, autorizándolo igualmente para exportar su producción a
otros países57 •
El Banco Nacional sirvió a la Regeneración para pagar al
recién nacido Banco de Bogotá obligaciones de deuda pública
por más de tres millones de pesos, compradas a los particulares
a menos precio. Yun tiempo más tarde, el gerente del Ban-
co de Bogotá, Arturo Malo O'Leary (quien había propuesto
y realizado el negocio), aparece gerenciando el Banco Nacio-
nal, es decir, la entidad semipública que había actuado como
compradora. De otro lado, las emisiones de billetes (emisiones
clandestinas) que habían servido para realizar la operación,
ocasionaron otro lucrativo contrato en favor de Miguel Cama-
cho Roldán, encargado de hacer imprimir esos documentos en
los Estados Unidos58 •
La acción del Banco Nacional en favor de las «élites» pro-
gresistas especuladoras es de amplio alcance. Así, contra las
reglamentaciones internas de la institución, se compraron
acciones del ferrocarril de la Sabana a los «señores Tancos»,
«pagadas con obligaciones a cargo de ellos, por sumas que el
banco les había prestado anteriormente en distintas fechas e
instalamentos que el mismo banco había pagado por dichos
señ ores Tancos por cuenta de dichas acciones y también en
dinero de los fondos comunes»59 .
Negocios de reconversión de moneda de plata o de prés-
tamos sobre libranzas apócrifas e irreglamentarias, impresas
para servir como depósito, sirvieron a gentes como «Schloss
Brothers» de Londres (vinculados después por enlaces matri-
moniales con la'i «élites» colombianas) o como Juan Manuel
Dávila, para obtener ingentes provechos en sus relaciones
374 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

financieras con el Estado. Dávila utilizó las libranzas apócrifas


para obtener un crédito de 60.000 en el Banco Nacional otor-
gado por el gerente,Juan de Brigard60 •
Las actitudes de los nuevos «empresarios capitalistas» que
habían forzado la centralización del poder público fueron di-
bujadas con claridad por Carlos Martínez Silva y otros conser-
vadores en 1896:
Decíase antes que las pretensiones regionales desarrolladas por
la federación hacían imposible la concentración de los recursos
públicos en favor de ninguna obra verdaderamente nacional; y
el cargo era, a la verdad, justo como lo acreditó la experiencia
de largos años. Sin embargo, el cambio de instituciones no ha
puesto tampoco remedio al mal. Diez años cuenta ya la Regene-
ración, diez años de paz apenas interrumpida por unos pocos
meses, y todavía no se ha visto ni hay esperanza de verse una
obra grande llevada a término o iniciada siquiera por el esfuerzo
común de la nación. En cambio, abundan hoy más que antes,
los proyectos de empresas descabelladas, los contratos leoninos
para la construcción de ferrocarriles y caminos, que implican
dispersión de los recursos y que invariablemente terminan en
litigios y en ruidosas indemnizaciones, perseguida de antemano
por los especuladores61 •

De la encomienda se ha pasado a la hacienda. De esta a la


hacienda-exportadora y federalista. Al final del siglo se inten-
ta la centralización política y el auge de un capitalismo «mo-
derno». Pero, tras las mutaciones económicas y las estrategias
ocasionales de la dominación, subsiste el «proyecto vital» de
continuidad que «miraba a la finalidad y no a los medios».
Este proyecto vital que apunta hacia la obtención incondicio-
nada del prestigi,o personal y de la obediencia adscripticia como un
medio para el lucro y el poder político, está originado en la suma
de normas y valores que constituyen la estructura asociativa de
la hacienda, proyectada sobre toda la actividad social. De allí
emanan el «acuerdo general» y la «real continuidad».
Pero en tanto que las «élites» de ambos partidos conflu-
yen en el vasto movimiento regenerador de 1886, no pueden
olvidar que los requerimientos de la propia estructura que les
ha dado el poder impiden la alianza formal y definitiva de sus
intereses. La manipulación de la burocracia centralista no al-
lA CONFLUENCIA DE DOS MUNDOS 375

canza, en una o dos décadas a sustituir los éslabones del po-


der hacendario en los niveles populares y regionales. Se hace
indispensable la apelación a esas viejas lealtades tradicionales
para conservar el poder de negociación y el poder de alianza, entre
conservadores y liberales.
De este modo, la que parecía vigorosa y definitiva unión de
los partidos en el común campamento Regenerador está con-
tradicha por su propio origen estructural. En febrero de 1899,
ingenuos y sinceros periodistas no encontraban razón para la
supervivencia de los partidos tradicionales:
De esta suerte, ninguno de los dos grandes partidos llamados
históricos, que en épocas pasadas contribuyeron ambos a su me-
dida y a pesar de sus exageraciones, al progreso del país, corres-
ponde hoy a las aspiraciones verdaderamente nacionales.
Uno y otro hicieron su obra, y como entidades apegadas a un pa-
sado que no puede revirir, no tienen nada nuevo ni bueno que
ofrecer a la nación; viven de recuerdos, se alimentan los odios y
pasiones, debilitados en lo anterior por las naturales disidencias
e incapacitados para obrar de un modo benéfico en favor del
país, por las desconfianzas que recíprocamente se inspiran.
Situación tan anómala e irregular no cesará sino cuando los po-
líticos de uno y otro bando reconozcan los hechos cumplidos
por modo irremediable, y en vez de consumir inútilmente sus
energías en mantener unidades artificiales, promueven sin mie-
do la liquidación definitiva de los elementos heterogéneos que
constituyen nominalmente cada partido.
Por lo mismo que la unión es fuerza, la coexistencia dentro de
un mismo cuerpo, de organismos antagónicos, es causa de per-
manente debilidad.
Pensar en inteligencias y combinaciones entre liberales y con-
servadores que tengan cierta comunidad de ideas es cosa excu-
sada mientras no se rompan por completo las viejas armazones,
porque ninguno querrá dejar su propio campo y echar sobre sí
la nota de traidor para reforzar otro en el cual no tiene seguri-
dad, ni siquiera probabilidad de hallar lo que busca su azorado
patriotismo.
Si, por el contrario, no se oponen estorbos al curso lógico de las
ideas, si se deja que los partidos sigan en su obra fecunda de
descomposición , los elementos dispersos y libres buscarán sus
37H 1•:I , 1'01>1•:I{ 1'01.ITICO EN COLOMBIA

ali11idadcs natural es: y entonces se formarán nuevos partidos ver-


daderatncntc fuertes y verdaderamente utl , ·1es para e 1 pa1s
, 62 .

( )hscsionado por la retórica formal de los partidos, el au-


tor de las frases citadas no percibió bien en ese momento que
la afiliación y el reclutamiento partidista no tenían ninguna
rclació11 estructural con el «curso lógico de las ideas», sino
que se insertaban en un sistema sociativo relativo a las nor-
mas ele obed iencia y de movilidad social que tenían en la ha-
cienda su orige n paradigmático. Los partidos -aun dentro
del c-·spl{·ndido negocio de gobernar que significaba la alianza
regenerad ora no podían continuar en su «obra fecunda de
descomposición», sin comprometer radicalmente la suerte
de quienes se arrogaban en ellos la supuesta representación de
la voluntad popular.
El propio M.artínez Silva hubo de sufrir, personalmente, en
su patrimonio, en su persona y en su honra, las consecuencias
de su infantil creencia en el fundamento «ideológico~> de los
partidos colombianos.
Ocho meses después de escritos los párrafos citados, la base
«hacendaría» del Partido Liberal, en parte instigada y en parte
sofrenada por las «élites» centralizadas de Bogotá, se lanza a la
guerra civil63 •
Núñez, astuto conocedor intuitivo de la estructura política
y social de Colombia, había echado más y más a los gobiernos
«regeneradores» en mano del Partido Conservador, a fin de
mantener el poder.
Sus sucesores, aun denominándose formalmente «nacio-
nalistas», siguieron su huella, cada vez con mayor ahínco. Los
empleos públicos, las curules parlamentarias, incluso los con-
tratos de servicios con el Estado, habían llegado a ser el patri-
monio de los conservadores, apoyados normalmente por sus
gamonales regionales.
Cuando el doctor Pablo Emilio Villar, Simón Figueredo,
Ramón Neira, los hacendados regionales, alzan la bandera de
la revolución liberal el 20 de octubre de 1899, todo el Partido
Liberal había sido forzado por su propia estructura a refugiarse
en sus l.e altades «hacendarías» primitivas. El doctor Rafael U ri-
be U ribe decide marc~ar hasta el fondo del llano boyacense a
LA CONFLUENCIA DE DOS MUNDOS
377

ofrecer 1~ jefatura de su partido a un anciano y olvidado «caci-


que» re~onal: el general Gabriel Vargas Santos, quien acepta
el extrano encargo como un símbolo involuntario de la estruc-
tura real del liberalismo decimonónico 64 •
Martínez Silva y sus amigos, empeñados en el espejismo de
crear partidos y movimientos «ideológicos», deciden, median-
te un golpe de Estado, eliminar al anciano presidente Sancle-
mente y sustituirlo por José Manuel Marroquín, en la creencia
de que ·«el curso lógico de las ideas» pondría fin a la guerra
y crearía un puente con los dirigentes liberales. Pero Marro-
quín es ante todo un hacendado conservador; la guerra recru-
dece su sevicia. Cien mil hombres y setenta y cinco millones
de pesos desaparecen en la hoguera bélica. La atroz batalla de
Palonegro, absurda mezcla de valor individual y de ciega tor-
peza combativa, sirvió de bárbaro ejemplo sociológico sobre el
verdadero marco de las «viejas armazones». Y poco más tarde,
el propio Martínez Silva hubo de rendirse a la evidencia, deste-
rrado por el mismo gobierno que su golpe de Estado el 31 de
julio de 1900 había instaurado, para concluir con la guerra y
propiciar la reconciliación 65 •
Las referencias anecdóticas son necesarias para la explica-
ción del _c hoque y de la contradicción implícitas en el «proyec-
to vital» de las élites hacendarias, al iniciarse el siglo XX. No es
posible reducir el problema a un mero juego teórico, sin eludir
la visión esencial de ese conflicto, indispensable para la com-
prensión del sistema de asociación para el poder predominante
en los decenios posteriores.

¡EMPUJEN, PARA QUE SE ACABE ESTO!

Liberales y conservadores se mataron con gesto mecánico, estú-


pido, rabioso, sometidos a un impulso de odio impersonal. Los
reclutas de Pinzón, perdido el miedo de la primera tarde, se de-
fendieron con ahínco, pttjantes y atrevidos; los voluntarios de la
revolución, curtidos por el fuego de Peralonso, cargaban sobre
ellos con esperanza de aniquilar su resistencia, pero eran dema-
siados. Morían y morían y otros mocetones fornidos y descan-
sados llenaban sus claros. Era una tarea inútil. Sobre la meseta
áspera, sucia de sangre, sobre las montoneras fúnebres, sobre
378 EL PODER POÚTI CO EN COLOMRlA

los grito s de los he1idos, las blasfemias de los homb res, el humo
,
de las hogu eras y el silbido de las llamas, un alaiid o arrol lador
os a
palpi tante , histé iico, queb ró los servicios de estos cond enad
66
mori r: «¡Empttjen , para que se acabe esto! » •

Y el méd ico Carlos Puu1ain ~orega:


Una
A poco s metr os de un ranch o hume ante nos detuvimos.
n al
muje r de esas que con heroí smo incom parab le acom pmia
n
solda do, entra n al comb ate, defie nden a su homb re, le busca
imas
refug io si cae herid o, le consu elan y besan en las horas próx
a su muer te, yacía tendi da entre un charc o de sangr e. A su lado,
la
aún vivía, una criatu ra de pocos días sobre el cuerp o frío de
madr e, cerca da por los cueivos ávidos de esa carne frágil , con
67
gesto torpe busca ba el seno exhau sto. Eso fue Palon egro •

La guer ra de los Mil Días, culm inad a con la derr ota de los
de-
revo lucio nario s liberales y agravada por la sepa ració n del
parta men to de Pana má, que los Estados Unid os prom ovie ron,
el
afianzó en el pode r a los grup os de la «élite», apoy ados en
la
pred omin io polít ico del Parti do Conservador. Galvanizada
«mística» de los parti dos y aseg urad a la lealt ad de base, el nue-
el
vo gobe rnan te, gene ral Rafael Reyes, pudo ensayar de nuev o
,
proc eso de alianza y acerc amie nto con el adversario «vencido»
e-
otra vez en nom bre de la conc ordia «nacional» y de los supr
mos inter eses nacionalistas.
El efecto polít ico de la guer ra sobr e el tamb alean te anda -
la
miaje de la Rege nera ción consistió en colo car de nuev o a
-
base camp esina bajo el cont rol direc to y eficaz de los gamo
nales partidistas, estim ulan do med iante la viole ncia y el odio
reco rdato rio, las paut as de obed ienc ia y de parti cipa ción ads-
ri-
cripticia y here ditar ia, que pare cían extin guid as por el expe
do
men to bipa rtidis ta de Núñ ez y de sus sucesores. Cons egui
a-
ese efecto, era otra vez viable la estra tegia de la «reconcili
ción», sin pelig ro de una desin tegra ción parti dista .
El gene ral Rafael Reyes, antig uo miem bro del parti do «in-
68

depe ndie nte» , habí a juga do saga zmen te entre las cont radic cio-
e,
nes características de la estru ctura de lealt ades pres entá ndos
bi-
caute losam ente, bien com o miem bro de la Rege nera ción
do
partidista, bien com o voce ro ortod oxo del viejo Parti
pa-
Conservador. Mientras dura ba la batalla, ejem plarm ente ,
1A CONFLU ENCIA DE DOS MUNDO S 379

seaba sus ocios por Europ a, sin comp rome terse en el estall ido
sangr iento de las crisis. Su nomb re podía ser postu lado como
un puen te hacia la paz y el progr eso.
Por eso fue posib le -refo rzada la infraestructura de kaltades
por la inyección del odio- - come nzar el interr umpi do camin o de
las «élites» hacia la mode rniza ción, acent uando , si cabía , la
centr alizac ión del pode r políti co y abrie ndo algun as vías para
comp artir ese pode r entre los dirige ntes de amba s agrup acio-
nes partid istas «histó ricas» .
Al reabr ir la posib ilidad de colab oraci ón con los libera les,
amen azand o sutilm ente a los conse rvado res con repet ir los
desvíos partid istas de Mosq uera y de Núñe z, Rafae l Reyes inició
resue ltame nte en Colom bia la era de un feudalismo indust rial
inducido, prote gido y en ocasi ones repre senta do por el Estad o,
69
sin consideraciones por el costo social de su políti ca •
La crisis de los precio s intern acion ales del tabac o había
sido parte bien impo rtante del camb io políti co que llevó a la
centra lizaci ón del pode r y del presu puest o públi co. Pero, con-
segui da esta centra lizaci ón, que convi rtió al Estad o en la palan -
ca esenc ial de las espec ulacio nes de la «élite», si el gobie rno
de Reyes alcan zó una nueva venta ja inesp erada , la apari ción
del café como nuevo artícu lo de expor tación y, como conse -
cuenc ia, una mejo ra sustan cial en la balan za de pagos y en la
70
capac idad adqui sitiva de Colom bia •
Al mism o tiemp o, come nzaba a crece r el cultiv o del bana-
no, en mano s de empr esario s extran jeros, y la produ cción de
oro recob raba su vigor, igual mente enaje nada a invers ionist as
71
ingles es y norte amer icano s •
En conju nto, Reyes simbo liza un perío do en el cual se for-
talece n y defin en esenc ialme nte dos direcc iones de la vida eco-
nómi ca colom biana : el prote ccion ismo indus trial confe rido a
grupo s privil egiad os y la depen denci a cada vez más estrec ha de
los capita les y de los merca dos exter nos de toda la vida social y
de la capac idad de decis ión del país. Reyes const ruye el eslabón
funda menta l del neoco lonial ismo, larga ment e prepa rado por
los inten tos «emp resari ales» de los tiemp os de Mosq uera, de
Núñe z y de Caro.
Desd e luego , en una visión socio lógica de este proce so his-
tórico , no se trata de pone r en duda o de discu tir la hone stida d
380 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

on las ten den cias


per son al de los diri gen tes que pro tag oni zar
con side re, no fue-
dom ina nte s. De cua lqu ier ma ner a que se les
del dra ma. De don
ron en nin gún caso acto res inco nsc ient es
ó y mu rió pob re en
Miguel Ant oni o Caro, verbigracia (que vivi
Reg ene rac ión ), se
me dio de los seg uid ore s enr iqu ecid os de la
trap ace rías de un
cue nta que , info rma do por algu ien de las
todo, hac e ses ent a
min istr o suyo, resp ond ió sencillamente: «Sé
sese nta mil pesos;
días que N.N. es ministro y tien e ya más de
yabas, com o gu-
¿pe ro qué qui ere n ustedes?, el que com e gua
sanos» 72.
ges tión gub er-
Reyes tuvo aún men ore s escrüpulos en su
reses de las «élites»
nativa, que reflejaba per fec tam ent e los inte
tes ind ustr iale s y
bipartidistas, aho ra convertidas en inci pien
fue neg ado en el
necesitadas de un pod er político que no les
73
med io siglo subsiguiente .
Rafael Reyes,
El pro ces o de industrialización ind uci do por
ivos clar ame nte ex-
con todos los recursos del Estado y por mot
ran sfo rma ció n de
trae con óm icos (el fortalecimiento y seu dot
ndo la Memoria de
la clase hac end aría ), pue de resumirse estu dia
hacienda de 1912, tres años des pué s de
la ren unc ia del «dicta-
actividad y el estilo
dor» que quiso emu lar, según sus críticos, la
74
de Porfirio Díaz en México •
los resu ltad os
El ministro Francisco Restrepo Plata analiza
dad a ese nci alm en-
de la política proteccionista de Reyes, fun
orta ció n de bie nes
te en las altas tarifas adu ane ras par a la imp
las mat eria s prim as
term ina dos y en la baja tarifa con ced ida a
1iúa a los seu doi n-
y a los artículos semielaborados, que pem
ame nte, rea liza ndo
dustriales colo mb iano s lucrarse esc and alos
eriales imp orta dos :
las ope rac ion es industriales finales a los mat
l y falsa? Poco que
¿Qué gan a el país con esa industria artificia
s tantos fabrican-
valga la pen a, fuera del enri que cim ient o de uno
emp lean pod rían
tes, pues el salario que gan an los obr eros que
echosas al país. Im-
obte nerl o éstos en otras industrias más prov
arm arlo s aqu í y
por tar hilazas, es dec ir, géneros desannados, para
que sea una indus-
ganarse dere cho s de adu ana , no me pare ce
icante nacional
a;a que convenga estimular. AJ pro tege r al fabr
ro .q ue hila el algo-
protegemos sin remedio al fabricante extr anje
ia.
dón y nos vende las hilazas con eno nne gananc
1A CONFLUENCIA DE DOS MUNDOS 381

La crítica se extiende a las fábricas de velas esteáricas a los


'
molinos de trigo establecidos en la región del litoral Atlántico,
a la protección extendida contra la competencia extranjera, a
los fabricantes de calzado:

¿Qué está sucediendo?, pues que se están montando fábricas de


calzado con maquinaria moderna, con las que producen mucho
más barato que nuestros modestos zapateros manuales, de modo
que éstos serán completamente desalojados en el curso de pocos
años y toda esa protección para la zapatería, esa enorme pérdida
que hace el Fisco en los derechos sobre los cueros manufactu-
rados, sólo redundará en beneficio de los manufactureros y de
esos pocos fabricantes de calzado establecidos en el país que dis-
pongan de maquinaria moderna. Nuestros humildes y honrados
zapateros, y lo mismo hay que decir de los talabarteros, tendrán
que abandonar su pequeña industria, quedarán en la calle, obli-
75
gados a buscar trabajo en otra forma, para ganarse el sustento •

Era el impacto de la revolución industrial sobre el peque-


ño artesano. Pero no espontáneame nte surgido de las fuerzas
sociales productivas -como en el caso del capitalismo euro-
peo-, sino artificialmente disparado e impuesto por el Estado,
como una forma de vigorizar y disfrazar de «modernidad» el
arcaico perfil de la estructura hacendaria.
Y al lado de esta deliber~da expropiación que el Fisco su-
fría en beneficio de los «industriales», que suponía, además
un subsidio oficial colombiano a los fabricantes de bienes se-
mifacturados extranjeros, Restrepo denuncia las maniobras de
algunos empresarios colombianos, que encubrían intereses fi-
nancieros externos, interesados en la refinación de petróleo:

Fuera de los graves inconvenientes que dicho monopolio encie-


rra, el contrato es ilegal porque ... establece esta cláusula corno
garantía de las utilidades en la refinación: «El gobierno se com-
promete a mantener una diferencia de gravámenes entre el pe-
tróleo bruto y el petróleo refinado, no menor de cuatro centavos
el kilogramo, corno actualmente está establecido». Esta cláusula
anula las facultades del Congreso en materia de ftjación de im-
puestos y tanto ella como otras demuestran las irregularidades
del contrato 76 •
382 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

Toda la descripción económ ica conteni da en la Memoria


de Restrep o muestra con sencilla transpa rencia cómo la coyun-
tura de la industrialización no escapa a una constan te históri-
ca de la sociedad colombiana: la de que el poder económ ico
surge de un poder extraeco-nómico, político, cuya base descans a en
las relaciones interper sonales de la «hacienda» y cuyo reflejo
ostensible es el sistema de partidos «tradicionales».
Por lo demás, el modelo de industrialización creado por
Reyes siguió siendo, hasta hoy, el patrón fundam ental de los
cambios económ icos tecnológicos y económ icos de Colomb ia,
hasta llegar a los procesos de «sustitución de importa ciones»
práctica mente agotados en la segund a mitad del siglo XX.
Y es por ello por lo que las «élites» y su clientel a policlasista
no han podido constitu ir jamás una alianza perdura ble, que
represe nte la defensa neta de sus intereses. Sin la violencia par-
tidista, que surge de la estructu ra hacenda ria, el poder se deshace.
Y sin el poder político, desapar ecen el «lu~ro capitalista» y la
«moder nizació n».
La amenaz a latente de la violencia fue sin duda el elemen to
fundam ental que permiti ó el desarrollo del largo lapso pacífi-
co que llega hasta 1930, durante el cual una serie de gobier-
nos «conseivadores » consigu ieron echar las bases de nuevas
alianzas y entendi mientos con los liberales -en término s de
mecáni ca burocrá tica y de transacciones seudoid eológic as-
mien tras se implant aba y se desarro llaba por coacció n la re-
volución «capitalista», que surge del enlace de la haciend a
agroexp ortador a con las finanzas imperialistas de Europa y de
los Estados U nidos.
Sin esa amenaz a de violencia, las «élites» liberale s y sus
clientelas no hubiera n podido particip ar de las ventajas de la
industri alizació n inducid a, ni las «élites» conseiv adoras mani-
pular tranqui lamente sus interese s neocolo niales, sin tomarse
el trabajo de justificarlas ideológ icamen te. Mientra s ostensible-
mente se seguía discutie ndo sobre la pena de muerte o sobre la
influen cia del catolicismo en las escuelas, el protecc ionismo de
estirpe reyista concluí a la proletar ización de la poblaci ón y la
destruc ción de toda forma emerge nte de asociac ión perdura -
ble en el nivel popular . El terror de que se repitier a Paloneg ro
-terro r conven ienteme nte estimul ado y propag ado por los di-
1A CONFLUENCIA DE DOS MUNDOS
383

rige ntes de amb os par tido s- imp edía toda prot esta
con scie nte
y aún mer ame nte espa smó dica77 •
·
U na sola man ifes taci ón de inco nfor mid ad ocu rrid
a en el
enclave extr anje ro .de las plan taci one s de ban ano
en la zon a
de San ta Mar ta fue con test ada por los fusiles del
Ejér cito en
una mat anz a indi scri min ada que hizo céle bre el nom
bre de las
ban ane ras78 •
· ·
Emp ero, agra vad a y no resuelta por la investidura mod
erna de
la estructura social hacendaria, convertida en la estructura
social de la
sociedad global, la pesa dilla de Palo neg ro volvió a
repe tirse de
la déc ada de 1946 en adel ante . Solo que el nue
vo epis odio
de suci a y sórd ida viol enci a no enc ontr ó a los
líde res enca r-
nan do el pap el «he roic o de caudillos» -ya desa
cred itad o por
los esqu ema s de la «mo dern izac ión urb ana »-, sino
maq uina n-
do e inci tand o a la ola de mue rte desd e los limp
ios escr itori os
«empresariales» e «ideológicos» de la capi tal de la
Rep úbli ca.

LA MO DER NIZ ACI ÓN IND UST RIA L

Los acu erdo s polí tico s que acer caro n a los dos
part idos en
191 O para intr odu cir refo rma s parc iale s a la Con
stitu ción de
1886; que más tard e asoc iaro n a las dos «élites»
para dese m-
bara zars e de Rafael Reyes y para inte ntar una nue
va form a de
alia nza enc arna da en el «Pa rtido Rep ubli cano », son
una pau sa
que perm ite utili zar el pod er púb lico para obli gar
a la nac ión a
prov eer a la «élite» hac end aria de los privilegios y
estí mul os in-
disp ensa bles para hacerse industrial. Ello está aco
mpa ñad o por
una larg a pro pag and a sent ime ntal que mue stra
de qué 1no do
el «org ullo naci ona l» pue de ser satisfecho con la
apa rici ón de
indu stria s «cad a vez más gran des» , que culm inan
en el proc eso
de sust ituc ión de imp orta cion es, en el cual el apa
rato de las
man ufac tura s es más dep end ient e que nun ca de
las iinp orta -
cion es de equ ipo y de mat eria s sem i elab orad as,
es deci r, más
dep end ient e que nun ca de la gran indu stria inte rnac
iona l y de
sus fina nzas 79 •
La polí tica deli bera da de prot ecci ón y privilegio
a las in-
dustrias bási cam ente den unc iada por el min istro
Res trep o Pla-
ta, fue incr eme ntad a rud ame nte a part ir de 1931
, a raíz de la
384 EL PODER POLÍTICO EN COLOMUIA

depresión financiera mundial, cuyas oleadas llegaron a Colom-


bia hacia 1930.
El economista Miguel Fadul ha resumido esa política de la
siguiente manera:
El desarrollo de la industria en Colombia es el reflejo de la protec-
ción que le ha brindado el gobierno a la misma. En primer término se
encuentra la protección arancelaria, que fue definida y definiti-
va a partir de 1931. En efecto, en 1931 se expidió un arancel de
aduana por medio de la Ley 62 del mismo año, que restringía
fuertemente la importación de bienes de consumo directo, fa-
voreciendo el crecimiento de las industrias existentes y de aque-
llas que pudieran atender el abastecimiento interno. La fuerte
protección inicial se fue debilitando lentamente debido a que se
adoptó el sistema de gravámenes específicos, que dismi?uía su
eficacia frente al aumento de los precios externos, y muy espe-
cialmente, ante las devaluaciones internas.
La efectividad y protección del arancel de 1931 se vieron fuerte-
mente disminuidas también con la vigencia del tratado comer-
cial que se suscribió entre los Estados Unidos y Colombia en
1935, que señaló tarifas de favor para los productos norteame-
ricanos que en muchos casos llegaban al 50% de las tarifas esta-
blecidas. Este tratado, que se mantuvo en vigencia hasta 1949,
limitó parcialmente la posibilidad de un desarrollo industrial, a
pesar de disponer el país de un instrumento adicional como ha
sido el control de cambios e importaciones.
En 1950 se modificó nuevamente el arancel aduanero y se conci-
bió para sustituir en el mayor grado posible la protección que se
daba seleccionando cuantitativa y cualitativamente las importa-
ciones a través del sistema de cupos.
En 1959, en desarrollo de la política de sustitución de impor-
taciones, se reformó nuevamente el arancel, sobre la base de
incrementar considerablemente la incidencia de los derechos
específicos y ad valorem.
No hay duda que el proceso de sustitución ofrece resultados muy
halagadores e importantes para el desarrollo económico del
país, especialmente en el sector industrial. La incidencia media
del arancel vigente desde mayo de 1959 es de 21.7% para los
bienes de capital, 29% para los bienes intermedios y 53% para
bienes de consumo. El promedio total de recargos por el arancel
de 1959 se ha calculado en el 29 .3 %.
lA CONFLUENCIA DE DOS MUNDOS 385

Y lueg o añad e:
Adem ás de la prote cción aranc elari a a que nos hemo s refer
ido
en capít ulos anter iores , el gobi erno ha estab lecid o deter mina
-
dos estím ulos para el desar rollo de la indu stria manu factu
rera.
Entre ellos se encu entra la exen ción total o parci al del impu
es-
to sobre la renta a las socie dade s anón imas , cuyo único objet
o
sea el estab lecim iento y explo tació n de indus trias básicas
para
el desar rollo econ ómic o del país, así como a aque llas que
ex-
plote n indus trias comp leme ntari as a la prod ucció n del hierr
oy
que utilic en mate rias prim as proc eden tes de Acerías Paz del
Río.
Tam bién se facul ta a las socie dade s anón imas para cons tituir
re-
seivas espec iales de fome nto econ ómic o, exen tas de impu
esto
a la renta , para que se invie rtan en la prod ucció n de mate
rias
prim as nacio nales y merc ancía s que sustituyen impo rtaci ones80

Algu nos de los rasgo s carac terís ticos desa rroll ados por los
indu stria les colo mbia nos a través del med io siglo de prote
c-
ción polít ica inco ndic iona da ayud arán a com pren der mejo
r las
paut as y las tend enci as del país «mo dern o».
En prim er térm ino, aunq ue la mag nitud de las impo rtaci o-
nes de mate rias prim as y de bien es semi man ufac turad os crec

cons tante men te,- a med ida que se acen tuab a la prot ecci ón
y se
desa rroll aba la polít ica de susti tució n de impo rtaci ones , la
pro-
porc ión de esas com pras de «insumos» creci ó en una prop
or-
ción muy infer ior al aum ento de impo rtaci ón de maq uina
rias
y equi pos de capit al, com o se desp rend e del sigu iente cuad
ro:

INDU STR IA MANUFACTURERA FABRIL*

Importaciones de materias primas y bienes intermedios

l. EN MILL ONES DE DÓLARES CIF

Grupos industrial.es 1958 1959 1960 1961 1962 1963 1964


l. Biene s de consu mo 65.1 64.2 58.1 56.5 56.6 45.3 61.4
11. Biene s interm edios 72.0 76.7 90.0 90.8 95.4 108.0 109.8
III. Biene s de capita l 29.5 41.3 54.1 59.0 63.3 56.0 75.0
IV. Indus trias diversas 0.7 0.9 1.0 1.1 1.1 1.1 1.3
Total indus tria fabril 167.3 182.1 203.2 207.4 216.4 210.4 247.5
386 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

2. DIST RIBU CIÓN PORCENTUAL

1959 1960 1961 1962 1963 1964


Grupos industria'les 1958
28.6 27.2 26.2 21.5 24.8
l. Biene s de consu mo 38.9 35.2
26.6 43.8 44.1 51.3 44.4
11. Biene s interm edios 43.0 41.6
26.6 28.5 29.2 26.6 30.3
111. Biene s de capita l 17.7 22.7
0.5 0.5 0.5 0.6 0.5
IV. Indus trias diversas 0.4 0.5

100.0 100.0 100.0 100.0 100.0


Total industria fabril 100.0 100.0

3. ÍNDICES DE CRECIMIENTO

1959 1960 1961 1962 1963 1964


Grupos industria'les 1958
98.6 82.2 86.7 86.9 69.5 94.3
l. Biene s de consu mo 100.0
105.1 125.0 126.2 132.5 150.0 152.4
11. Biene s interm edios 100.0
100.0 139.9 183.3 200.0 214.5 189.5 254.1
111. Biene s de capita l
100.0 129.1 140.3 160.4 153.0 161.2 185.0
IV. Indus trias diversas
108.8 121.4 123.9 129.3 125.7 147.9
Total industria fabril 100.0

4. TASAS DE CRECIMIENTO RELATIVO ANUAL

Grupos industrial,es 1958/59 1959/60 1960/61 1%1/6 2 1%2/6 3 1963/64 1964/65


-1.5 -10.5 -2.9 0.3 -25.1 35.7 -0.7
l. Biene s de consu mo
5.1 19.0 0.9 5.1 13.2 1.6 7.5
II. Biene s interm edios
39.0 31.0 9.0 7.3 -13.2 34.1 18.0
III. Biene s de capita l
29.1 8.7 14.3 -4.9 5.4 14.7 11.2
IV. Indus trias diversas
8.8 11.6 2.1 4.3 -2.9 17.7 6.9
Total industria fabril

* Bern ardo Garcí a y otros, cit. p. 17.

Com o no hay indic ios de que la utiliz ación de mate rias pri-
ex-
mas de orige n naci onal haya aum enta do hasta el punt o de
o
plica r esta diver genc ia, hay que acep tar que se han «efe ctuad
impo rtaci ones redu ndan tes de bien es, es decir , impo rtaci ones
ca-
de inver sión, para plan tas que no pued en oper arse a plen a
-
pacid ad, por prob lema s no resue ltos en la prop orció81n de facto
res o por limit acion es estru ctura les en el merc ado» •
1A CONFL UENCI A DE DOS MUNDO S 387

Adem ás de requ erir hasta un 72.8% de mate rias prim as im-


porta das para ciert as indus trias, el país ha paga do el valor de
biene s de capit al en gran parte inuti lizab les, entre los cuale s no
es el men or el dese o de prest igio o por la limit ación de un mer-
cado creci entem ente depa uper ado y prole tariz ado, que debe
paga r los costo s de la indus triali zació n, pero que no es capa z
de aum enta r su prop ia capa cidad de comp ra a fin de autos us-
tenta r y ampl iar la indus triali zació n.
Esta estra ngul ación de las venta s en un merc ado pequ eño
y pobr e es por otra parte el resul tado de la conc entra ción de
la prop ieda d y de los ingre sos, básic amen te ocas ionad os por
la índole del proc eso indus triali sta. El 30.6% del ingre so total
del país llega ba en 1966 a las mano s del 5% de la pobl ación .
La indu stria prod ucía a sus prop ietar ios un prom edio de 32.3%
de utilid ad sobre los capit ales inver tidos ; 59·5 accio nista s po-
seían el 52.7% de las accio nes en 775 socie dade s anón imas , es
decir , en casi todas las agru pacio nes juríd icas de esa clase dedi-
cada s a la indus tria; y la mayo r prop orció n del capit al paga do
de esas empr esas (26.2 5%) corre spon día a socie dade s cuyo ca-
pital fluct uaba entre 100 y 300 millo nes de peso s en 196482 en
los dos mayo res depa rtam ento s indus triale s, Anti oqui a y Cun-
dinam arca.
«En resum en halla mos la perm anen cia de una prod ucció n
indu strial (y no indus trial) mono polít ica, de dond e se pued e in-
ferir qué tipo de racio nalid ad orien ta la econ omía , en func ión
de la cual son expli cable s los deseq uilib rios estru ctura les»83 •
«Lo esen cial en el mon opol io es la capa cidad de fijar preci os
que le perm itan altas gana ncias , sin some terse a los meca nis-
mos de la comp etenc ia» 84 y si esto es así, se pued e objet iva-
men te cont emp lar el proc eso de susti tució n de impo rtaci ones
como un meca nism o por medi o del cual una exigu a parte de
la pobl ación abso rbe la mayo r parte del ingre so nacio nal con
el prete xto de ahor rar divisas al país y de ofrec er empl eo a los
colom biano s. La falac ia verba l impl ícita en el razo nami ento
cons iste en que para justi ficar el ahor ro de divisas se hace refe-
renc ia a la nación como un todo, pero se ocul ta prud ente men te el
hech o de que la mayo r parte de la nació n, sufre, no disfruta los
resul tados conc retos de la prote cción indu stria l que cond uce
al mon opol io.
388 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

Y a pesa r de su cons tante préd ica en cont rario , la indus-


de
ttia prote gida apen as daba emp leo en 1967 a poco men os
in-
30.000 col01nbianos, most rand o «clar amen te que el secto r
y
dustr ial ha cont ribui do poco a la creac ión de emp leo urba no
de
que no ha podi do abso rber una parte gran de del aum ento
la pobl ación urba na» 85 •
Al final del perío do, hacia 1970, cuan do el proc eso de
sustitución de impo rtaci ones estaba prác ticam ente agot ado,
los industriales se most raba n patét icam ente incapaces de am-
de
pliar decisivamente los merc ados inter nos de cons umo o
las
finan ciar el peso que sobr e la balanza de pagos significan
enor mes impo rtaci ones de «insumos» y de equipos, con fon-
er
dos prov enien tes de expo rtaci ones industtiales. Para el prim
io
caso, es evidente que las altas utilidades obte nida s por med
s
del poder político proteccionista resul taban muc ho más halag üeña
.
que cualq uier política de elevación de los ingresos popu lares
Para el segu ndo, los cont roles estatales gara ntiza ban que los
cafeteros debe rían paga r el desequilibrio de la balanza, en aras
-
de la «modernización» colo mbia na y en beneficio de los gran
des prop ietar ios industriales.
Todo ello se ha conseguido, además, man ipula ndo y cua-
simo nopo lizan do el ahor ro y el créd ito bancario. Un exam en
y
some ro de las nóm inas de las junta s directivas de los banc os
es
de las corp orac ione s financieras y de las empr esas indu sttial
más impo rtant es del país most raría las verd ader as razo nes por
las cuales la mayor parte del ahor ro colo mbia no ha ido a for-
talec er el feudalismo man ufac turer o implícito en la polít ica de
-
sustitución de importaciones, que surge de los «frentes nacio
nales»: el de Núñe z hacia 1880, el de Reyes hacia 1905, el de
s
Olaya Herr era hacia 1930 y los de Ospi na Pérez, Gustavo 86Roja
Pinilla y Alberto Lleras en la segu nda mita d del siglo XX. •

LOS MOM ENT OS DE LA CON FLU ENC IA


-
La conversión de la clase hace ndar ia en una pseu dobu rgue
as
sía indu sttia l que se lucra no con las arma s capitalistas clásic
(aunq ue no renu ncie a ellas), sino con el control del poder públi
co
a partir de los partidos tradicionales, no es explicable sino como
ia
resul tado de la conf luen cia entre la estru ctura hace ndar
-
LA CONFLUENCIA DE DOS MUNDOS 389

tradicional del centro del país y la estructura mercantil-parro-


quial que emerge de la zona antioqueña.
Yen esa confluencia, súbitamente caudalosa a partir de los
finales del siglo XIX, juegan un papel trascendental dos facto-
res conexos: la ampliación del sistema de transportes interno s
y la aparición de una economía cafetera en grande escala en el
occidente del país87 •
El informe del cubano Cisneros, constructor del ferrocarril
de Antioquia, que permitió por fin el fácil acceso de las abrup-
tas montañas, hasta la hilea magdalenesa, vincula la posibilidad
de su construcción con el comienzo del cultivo cafetero en las
tierras por donde debía transitar la vía férrea88 •
Los dirigentes políticos y mercantiles de Antioquia des-
cubrieron en el cafeto una solución económico-política a vie-
jos problemas que parecían insolubles. Aunque sembrado de
tiempo atrás, casi durante un siglo en las tierras de Santander,
el café solamente vino a significar una revolución social en tie-
rras de Antioquia y en el contexto de la colonización antioque-
ña del occidente colombiano89 •
El café (como ha sido abundantemente señalado por eco-
nomistas y sociólogos) es un cultivo que perniite la creación de
una renta alta en un fundo pequeño. Requiere cuidados rela-
tivamente escasos. Tiene un alto valor en relación con su poco
volumen y su corto peso 90 • Cisneros vio en el cultivo cafetero
una solución para el autosostenimiento del ferrocarril que, lue-
go de transportar mercaderías y máquinas hacia la montañ a,
descendería de ella cargado con los bultos del grano. Así ocu-
rrió en la realidad y Antioquia, tratando de llegar al mar, en-
contró un punto vital de confluencia con el resto de la nación,
en el nuevo atracadero de Puerto Berrío.
Pero si las consecuencias de esta articulación fueron deci-
sivas para el futuro sociopolítico del país, no lo fueron menos
los resultados de la aparición de los cafetos en las zonas de re-
ciente colonización antioqu eña sobre los Andes occidentales.
Hacia 1880 el café, cultivado sobre todo en las zonas de
Santander, represe ntaba el 13.53% de las exportaciones tota-
les. En 1913, la ampliación de los cultivos antioqu eños eleva
esa proporción al 53.16%. Colombia está comenz ando a de-
pender en forma cada vez más unilateral de la explotación y el
390 EL PODER POLÍTI CO EN COLOMBIA

merc adeo del grano, la mayor parte del cual va a los puer tos de
los Estados Unidos de América91 •
La autoconfianza individual gene rada inicialmente por el
proceso de colonización, y más tarde por el cultivo familiar del
café y por el incre ment o de la vida mercantil local que ello
supuso, hizo aún más noto ria la superioridad de la expansión
num érica de la población antio queñ a en toda la nación. El pe-
queñ o y casi olvidado núcleo de mineros y «holgazanes» de
finales del siglo XVIII, que en 1835 apenas repre senta ban el
10% de una población rala y escasa en un país casi deshabi-
tado, se habí a convertido en un grup o que alcan92 zaba casi a la
terce ra parte de toda la gente del país hacia 1940 •
Desde luego el cultivo del café, por sí mismo, no hubi era
significado nada y quizá ni siquiera hubi era sido emp rend ido
en la escala en que lo fue si los anted ecen tes estructurales de la
sociedad antio queñ a no se hubi eran articulado de una man era
clásica con la nueva exportación, acen tuan do la posibilidad de
auto nom ía personal e individual y el valor de uso y no de prestigi,o
que la tierra tuvo ancestralmente para la cultu ra antio queñ a.
Tam bién en Cundinamarca, verbigracia, el cafeto se con-
virtió en una parte impo rtant e de la econ omía agrícola. Pero
s
el viejo régim en hace ndar io no perm itió allí que las peculiare
condiciones del cultivo derivaran hacia una subdivisión de los
s
gran des fundos y hacia la dinámica ascensión de num eroso
93
prop ietar ios inde pend iente s •
En manos de la sociedad del centr o del país andi no el café
no hubi era sido much o más que el tabaco, como signo de re-
novación social. Antioquia, significativamente, no tomó parte
popu lar en el auge de la econ omía hace ndar ia a través del ta-
baco, aunq ue algunos antio queñ os como Montoya Sáenz hu-
biera n actua do como los empresarios fund amen tales de esta
tarea, desd e Bogotá y desde Europa.
Sí, relativamente tardí o -pu es los colon os iniciales no se
sinti eron inclinados a un cultivo ·q ue requ ería algunos años an-
tes de entra r en prod ucció n, cuan do aún no habí an definido
el térm ino de su trash uma ncia -, después de 1880, el café co-
men zó a invadir las tierras de pastos y ganados, desd e la vieja
Anti oqui a hasta las laderas de las mon tañas quin diana s, en una
94
rápid a e inco nten ible invasión •
-
lA CONFLUENCIA DE DOS MUNDOS 391

Aunque es cierto que se ha documentado cómo las inicia-


les formas del cultivo de café en Antioquia-se desarrollaron en
fundos de apreciable extensión relativa95 , e igualmente se ha
demostrado que las primeras fincas cafeteras de la región de
Caldas no llevaron directamente a un sistema de minifundio
sino a la explotación masiva de originarias fundaciones de ga-
nadería, en un proceso decisivamente corto, el café se convirtió
en la base de una nueva clase creciente de pequeños propieta-
rios rurales cuya propia autonomía formal llegó a convertirse,
años adelante, en azarosa fuente de incertidumbr e 96 •
El café, básicamente producido para la exportación, per-
mite igualmente, en una parcela pequeña, desarrollar una agri-
cultura de subsistencia que fortalece la independenci a familiar,
hasta que, a la larga, el crecimiento demográfico y el excesivo
fraccionamien to de la tierra desborden ese marco inicial en un
proceso catastrófico97 •
Al mismo tiempo, carreteras y ferrocarriles van ampliando
sus redes en el norte y en el occidente, contribuyend o a una
lenta integración de las comunicacion es interregionale s, aun-
que, de modo característico, esas vías se dirigieron buscando
crear enlaces entre el mar y algunos centros aislados del inte-
rior, sin interés en las relaciones interprovincia les, denuncian-
do con ese esquema la índol,e independiente y neocolonialista de los
intentos hacia el desarrolla9 8 •
Pero, en conjunto, ni las vías férreas ni las carreteras del
resto de la nación, ni los intentos hacia la apariencia del desa-
rrollo hubieran tenido ningún sentido sin los acontecimien tos
básicos de la aparición del predominio cafetero en la zona an-
tioqueña y su comunicación autónoma con el río Magdalena y
con el mar.
Mientras el café quebrantó de modo decisivo el predomi-
nio de la gran propiedad territorial en las regiones culturalmente
ajenas al proceso hacendano, no hizo nada diferente de reforzarlo,
donde los antecedentes de la economía tabacalera habían ins-
talado definitivamen te en el poder los modelos de prestigio
procedentes de la vida encomendera , cuyas pautas de consumo
emergían del poder político sobre la población.
La situación antioqueña en las primeras décadas del siglo
XX determinó algunas circunstancias decisivas para Colombia:
392 EL PODER POÚTIC O Ei'í COLO MBIA

-La apari ción de un merc ado de consu mo rápid amen te


ampl iado en la base de la pobla ción camp esina de la zona.
-El auge desm esura do de la pobla ción que, una vez alcan-
zado un punto crític o dentr o de la expan sión colon izado ra,
come nzó a crear una creci ente ofert a de mano de obra en Me-
dellin , Manizales y otras ciuda des.
-El surgi mien to de una fuent e creci ente de mone da ex-
tra.ajera, capaz de sopor tar una ampl iació n progr esiva de las
impo rtacio nes y de perm itir la form ación de capit ales que se
dirig ieron hacia la indus tria bajo la proteccifm y el prívilegw del
Estad o.
-El fortal ecimi ento paula tino de una nueva estru ctura
asociativa que deter mina rá espec tacul arme nte la vida políti ca
de la nació n: el mode lo del sindicato indus trial.
-El sumin istro de una nuev a másc ara «mod emiz ante» a
las viejas pauta s hacen daría s de pode r y prest igio del resto de la
nación, cuya inser ción en el capita lismo intern acion al a travé
s
del café, fue más eficie nte y «naci onali sta» que por medi o de
otros recur sos y alianzas, desde los tiemp os del tabac o.
Entre 1907 y 1934 surge n en Antio quia cuatr o de los ac-
tuales «giga ntes» indus triale s, que llegan a funci onar con un
virtua l mono polio de los creci entes merc ados de la zona popu -
lar antio queñ a y más tarde domi nan en igual form a al país: la
Com pañía Colo mbia na de Taba co (1919 ), Fabri cato (1 920),
Colte jer (1907 ), Tejic óndo r (1934 ). Es el comi enzo de un pro-
ceso acele rado que llega a conc entra r en la zona la mayo r par-
te de la pobla ción indus trial del país (prop orcio nalm ente) y
defin e su pode r de decis ión con la creac ión de la Asoc iación
Nacio nal de Indus triale s (ANDI) en 1944, en Mede llín.
Algu nas de las cond icion es que perm itiero n y expli caron
la apari ción de la indus tria de sustit ución de impo rtacio nes
en Antio quia (una regió n sin antec eden tes inme diato s artesa-
nales o manu factu reros ) son carac teríst icas endó gena s: mer-
cados de consu mo ampl iados y expansivos; ofert a abun dante
de mano de obra (sobr e todo feme nina) como subp rodu cw de
la expa nsión demo gráfic a; tende ncias popu lares empr esari ales
y merc antile s y senti do prest igios o de la eficie ncia econ ómic a y
finan ciera . Pero otra, esencial para el cumplimiento del pror:eso,
es el producto del enlace geográfico y cultural creado por los
lA CONFLUENCIA DE DOS MUNDOS
393

nuevos transportes entre la estructura social antioqueña y la


de la antigua zona hacendaria: la manipulación del poder público
como elemento primordial y casi único del lucro y de la riqueza.
El ferrocarril, apoyado en la producción cafetera y en la ex-
pansión del sistema vial interno total que fue su consecuencia,
al poner en contacto activo e interdependiente las dos estruc-
turas sociales (es decir, sus pautas, expectativas y conductas),
engendró el feudalismo industrial monopólico, que es hoy la carac-
terística más importante de la «modernización» económica y
cultural de Colombia y de sus convulsiones políticas.
El efecto político más importante de la nueva estructura
económica-bicultural (verdadero engendro de la miscegina-
ción_de dos «especies») fue la lenta pero implacable ordenación
de un nuevo modelo de pautas asociativas y la consiguiente ero-
sión de toda la parafernalia ideológica del pasado hacendario,
a pesar de todos los intentos por «modernizarla» y convertirla
otra vez en el lazo captor de las energías sociales.
Algunos de los episodios críticos de este camino hacia nue-
vas farmas asociativas requieren una breve pero seria conside-
ración histórica, capaz de conferir sentido propio y significante
a la vida política del siglo XX.

EL CLERO, BUROCRACIA DE ENLACE


En tanto el régimen republicano mantuvo, legal o formalmen-
te, el principio fundamental del «patronato», según el cual era
de competencia del Estado la manipulación y el sostenimien-
to del clero católico (privilegio capital de la monarquía espa-
ñola), la burocracia clerical significó solamente un apéndice
«doctrinal» de las normas de la estructura hacendaria en la
vida política colombiana y su valor como grupo organizado fue
desdeñable y desdeñado. Regulares y seglares -sobre todo los
últimos- siguieron la suerte de los partidos tradicionales, en
un juego de alternativas que colocó a la disciplina eclesiástica
en una situación de relajamiento interno y de subordinación a
los poderes extraeclesiásticos, notoria y esclarecedora del pro-
ceso social colectivo.
Obispos y párrocos, usufructuarios de salarios públicos
-tanto en su carácter de funcionarios de la Iglesia, como en
394 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

su papel puram ente polític o-, integra ntes del Congreso, por
ejemplo, depend ieron económ icamen te de los favores del go-
bierno . La supresión de los censos y la desamortización de los
bienes perpet uamen te enajenados a la Iglesia, acentu aron pro-
visionalmente esa dependencia, en favor de los intereses de la
«hacienda», pero movieron al grupo de los clérigos hacia una
situación autodefensiva, que multiplicó su escaso sentido de la
disciplina y lo empujó sin remed io a un model o de mando s y
obediencias, favorable al predom inio episcopal.
El exceso del poder «hacendario» permitió al Papado ro-
mano recobr ar lo que había perdid o en manos de los reyes
españoles y de los primeros gobiernos republicanos: la lealtad
clerical incondidonada, como elemen to económico defensivo
esencial para los individuos de la burocracia eclesiástica colom-
biana. La lenta pero reiterada actividad de los emisarios roma-
nos en este sentido (imponer la disciplina ciega a los mando s
papales y episcopales, indepe ndient emente del poder secular y
de las opiniones de los clérigos) resultó impen sadam ente favo-
recida por la expansión del poder «hacendario» de la Era del
Tabaco.
El resultado fue el debilitamiento ideológico de los valores
eclesiásticos en gran parte de la población (al menos entre las
«élites» de turno) para el fortalecimiento operadonal de las leal-
tades y de los rituales en la propia estructura de la burocr acia
clerical. En lo sucesivo -tras la desam ortizac ión- se subrayan
no los valores ideológicos del cristianismo sino las paraferna-
lias litúrgicas -«las tumbas de nuestros padres, el altar sacro
de nuestros hogares, la virtud de nuestras mujer es»- unidas a
la necesidad de la obediencia jerárquica, como condiciones de
la supervivencia económica clerical.
La supresión de los salarios públicos reforzó en el clero
su sentido organizativo y lo convirtió en un grupo de presión,
que apeló a las lealtades arcaicas, ya no en beneficio exclusi-
vo ~e encom endero s y hacendados sino en su propio benefido.
El Concordato firmado por Rafael Núñez con el Papa León
XIII permit e compr ender la dirección sociológica del proceso.
El preám bulo del docum ento --cuan do se relaciona con
el proceso interno del poder en Colom bia- tiene un valor
interpretativo inapreciable: «En el nombr e de la Santísima e
>

1A CONFLUENCIA DE DOS MUNDOS 395

individua Trinida d, su Santida d el Sumo Pontífice León XIII


y el Presidente de la Repúbl ica de Colombia, Excelentísimo
señor Rafael Núñez ... ». rirmad o en un momen to en que la
soberanía tempor al del Papado no existía, el convenio asume
la forma de un tratado entre Colomb ia y la «Santísima Trini-
dad»99. En realidad, el Estado colomb iano pactaba por prime-
ra vez con una asociación burocrática interna que se escapaba a su
control aparentemente, e incluso asumía potestades soberanas en
algunos aspectos: el Clero.
La laxa disciplina tradicional, vinculada a la existencia del
patronato real y luego del patrona to republicano, cede el paso
a una estructu ra racionalizada e institucionalizada de poder:
«En la Iglesia, represe ntada por su legítima autorid ad jerárqu i-
ca, reconoce el Estado verdade ra y propia persone ría jurídica
y capacidad de gozar y ejercer los derechos que le correspon-
den». No se trataba, desde luego, de la Ecclesia, de la comuni-
dad de los fieles y de los clérigos, sino exclusivamente de una
«Iglesia» que se entendí a como el grupo de funcionarios cleri-
cales de todos los niveles, a cuya autorid ad y protección econó-
mica sirve el Concor dato.
Y aún más. Contra lo que ocurre en cualquier otro tipo de
asociación institucionalizada, esta «Iglesia» goza del amparo
de la ley sin tener necesid ad de la previa aprobación del
Estado, única entidad que en ~l resto de la legislación puede
reconocer u otorgar personerías jurídicas:
Podrán constituirse y establecerse libremen te en Colombia ór-
denes y asociaciones religiosas de un sexo y de otro, toda vez
que autorice su canónic a fundació n la compete nte superiori-
dad eclesiástica. Ellas se regirán por las constituciones propias
de su instituto; y para gozar de personer ía jurídica y quedar
bajo la protecci ón de las leyes, deben presenta r al Poder Civil
la autoriza ción canónic a expedid a por la respectiva autorida d
eclesiástica100 •

Conseguido esto, el Concor dato trata enseguida del con-


trol que ese Clero ejercerá sobre la educación y sobre los de-
rechos que surgen del matrimonio, lo cual condiciona la vida
económica de la familia a las decisiones eclesiásticas, dictadas
por su peculiar interés como grupo organizado y autónomo.
ti. l'OIJl'.K J10J.iTICO f.N LOJ,L JMHI/\

La circunstanda ck haber utilizado como lema electoral


y bélico la cuestión clerical -del mit;rno modo que se había
agitado con éxito Ja cuestión del ,,civilísrno,> y de] «rnilítari8--
rno »- ohJigó a los clérigos a organizarse alrededor de los obis-
pos para salvaguardar sus derechos económicos y algunos de
sus privil egios individual es. Y de modo inevitable, esos obispos
y esos clérigos se vieron Í<Jrzados a la defensa del «partido»
político que babia utilizado la defe nsa de 1a «religión » (es de-
cir, de la or~anizac:ión católica) corno bandera para atacar a
sus adversarios. Oc esta manera, a partir de 1887, los conser-
vadores contarán siempre, de manera mecánica, con el apoyo
in condi cional <le la «Iglesia>,, a lo largo de su dominación de
medio siglo.
Empero, si el Concordato y la previa abolición del Patro-
nato otorgaron al Clero organizado un poder decisivo como
grupo de presión institucionalizado, este triunfo no se proyec-
tó corno estructura asociativa sofffe la feligresía, a través de la «pa-
rroquia». Quizá con la excepción de Antioquia, esa feligresía
siguió escindida en dos grandes «partidos» (uno de los cuales
fue fórmalmcnte anticlerical) y a pesar de los esfuerzos de cu-
ras y de frailes en parroquias, colegios y misiones, para orientar
decisivamente a sus fieles en el sentido de una sola filiación
partidista. Por el contrario, tales esfuerzos clericales en favor
del Partido Conservador contri_buyeron a dar a la guerra civil y
a la lucha electoral un carácter cada vez más brutal y enconado,
en vez de determinar una amplia integración comunitaria.
Ello fue el obvio resultado de la vinculación de la burocra-
cia eclesiástica -como un todo- a la suerte de uno de los par-
tidos tradicionales colombianos. El Clero aumentó su poder
de presión, asociado a la represión estatal, pero disminuyó su
capacidad de elegir entre diversas opciones sociales o políticas
y fracasó en la construcción de una vida parroquial integrada y
poderosa.
A la larga, los privilegios otorgados a los obispos y arzobispos
se articularon insensiblemente dentro de la tradicional estruc-
tura de la «hacienda», fundada en el paternalismo, el prestigio
individual y el autoritarismo desesperado en la base de la pobla-
ción. Esos privilegios, al no abarcar a toda la comunidad -al
menos potencialmente- en un nuevo estilo de sociedad para
LA CONFLUENCIA DE DOS MUNDOS 397

el poder Y para la acción, se convirtieron, otra vez, en meros


mecanism os para un relativo ascenso social de los sacerdotes
más humildes y pobres (reclutados entre los campesinos) y para
e~ . .uso d~ las viejas y tradicionales ventajas derivadas de la «posi-
Cion soCial» en los estamentos más altos de la jerarquía.
La diferenci a entre los «curas de pueblo» y los «monse-
ñores» que recibían instrucción, títulos honoríficos en Roma,
para equipara rlos a los honores laicos otorgados por los gobier-
nos a los jerarcas del poder civil hacendar io, repite simplemen-
te el sistema de estratificación social tradicional de Colombia'
en vez de modificarlo.
Todo ello quiere decir que el Clero, como estructura aso-
ciativa (a pesar de su institucionalización privilegiada por el
Concord ato) ha sido soslayado en parte y en parte absorbido y do-
minado por la estructur a hacendar ia, corriendo por distinto ca-
mino, la misma suerte que cupo a los artesanos y a los militares
de 1854. Hasta tal punto ello ocurrió así, que se convirtió en
un lugar común atribuir a la influencia inicial de la Iglesia la
persisten cia de los rasgos más arcaicos de la sociedad, sin per-
cibir que el Clero, simplemente, siguió actuando -despué s de
1887, con mayor virulenc ia- como simple portavoz de los va-
lores y pautas sociales engendra das en el régimen hereditar io
de la encomie nda y de la hacienda. Como un Clero esencial-
mente misioner o, cumplido r de una misión coactiva en bene-
ficio del modelo social dominan te y ejercida sobre la base de
la població n. Fue una misión de relaciones públicas y propaganda,
cuyos centros de decisión nunca residieron en el Clero mismo,
internam ente.
Aunque, consider ado en general, fue este el papel cumpli-
do políticam ente por el Clero, en algunos casos las comunid a-
des religiosas conserva ron un poder de decisión autónom o de
cierta importan cia. Tal es el caso de los jesuitas, cuyo papel en
el desarroll o del sindicalismo se convierte en preponde rante,
habida cuenta que 1~ imagen eclesiástica le confiere un respal-
do que juega decisivamente en la psicología social colombia na,
en la emergen cia de las asociaciones laborales, como se verá
más tarde.
Las pautas más visibles de la estructur a cleri_cal -por lo
pronto- se diferenci an bien poco de las predomin antes en el
IA
398 EL PODER POLÍTICO EN COLOMB

nto de la est ruc tur a soc ial glo bal. El pre sti gio individual
co nju
ció n son las me tas no tab les
Yel po de r sob re la ma sa de la po bla
for ma co mo cu mp le su fun-
de la car rer a eclesiástica y de la
stigio, se con str uy e la maqui-
ció n. A pa rti r de ese po de r y pre
e con vie rte a la Iglesia en un
na ria eco nó mi ca y fin anc ier a qu
válido pa ra el gru po clerical,
org an ism o po der oso . Y lo qu e es
ces o vital-social de los indivi-
en co nju nto , es válido pa ra el pro
101
du os qu e lo co mp on en •
eci o po r los vínculos de
El mi me tis mo con for mi sta , el apr
lea lta des int erp ers on ale s, el
co mp ad raz go pir am ida l y po r las
ori tar ism o de tip o ma gis tra l y ret óri co, son tan to las seña-
aut
ia el ascenso social gen era l
les má s características de la vía hac
rát ico clerical y pa ra el pre -
co mo las vías pa ra el ascenso bu roc
mi nio cle ric al sob re la po bla ció n. Pe ro, visiblemente, estos
do
cre aci ón de l Clero, qu e se
signos y valores est ruc tur ale s no son
usufructo y en su propagación.
lim ita a participar ampliamente en su
sta nci as pe rm itió a las
El claro conocimiento de estas cir cun
ites» hac end ari as de la era de la cen tra liz aci ón pa cta r la
«él
do sup ere sta tal del Clero, sin
ins titu cio nal iza ció n en cie rto mo
de lea lta des tra dic ion al. An-
co mp rom ete r co n ello el rég im en
mi no s de los valores socia-
tes bie n, al ser int erp ret ad o en tér
om bia no s, ese Co nc ord ato
les de los obispos y sac erd ote s col
la socialización (espedficamente
en tre gó tod os los me can ism os de
los voceros de la ha cie nd a
el aparato educacional) en ma no s de
pli ad a hac ia la ind ust ria . To do s los sup ues tos básicos de la
am
io y de la par tic ipa ció n limi-•
ob ed ien cia y del ma nd o, del pre stig
incólumes de la era de l tab aco
tadas y mi mé tic as se tra nsf irie ron
po rta do a la ave ntu ra de la ind ust ria pro teg ida . La ga ran tía
ex
sto rno s básicos imprevisibles
qu e tal cam bio no oca sio nar ía tra
iva est aba en las ten den cia s
en las no rm as de la co nd uc ta select
ente, quedaba confiada a la ac-
de un a ed uc aci ón qu e, estratégi,cam
da po r él.
ción del Clero o est rec ha me nte lim ita
ora, en el mo me nto de
Es ta fun ció n eclesiástica socializad
finales de l siglo XI X y en la
la cen tra liz aci ón ind ust ria lis ta dt
idé nti ca y po r lo me no s tan
me dia cen tur ia po ste rio r, es casi
po rta nte co mo la qu e cu mp lie ron los clé rig os ga ran tiz an do
im
de ob ed ien cia me sti za fun da-
pa ra los ha cen da do s un sis tem a
en las mis ma s pau tas qu e la ob ed ien cia ind ia en co me nd a-
do
aic a pu do pe rpe tua rse baj o
da. Gracias a ell a la est ruc tur a arc
lA CONFLUENCIA DE DOS MUNDOS 399

i-
las cond icion es nuevas y aun revolucionarias, cuan do las cond
no
ci~n?s ob}etivas que habí an enge ndra do esa estru ctura ya
de
ex1st1an sino en la mem oria colectiva. Revivieron, dent ro
ia
nuev os. factores, merc ed a la cultu ra impa rtida por la Igles
-
(es decir , por el Clero) perfe ctam ente artic ulad a al movimien
la
to social de la haci enda y proy ectad a com o estru ctura sobre
plan ta indu stria l.
Com o burocracia socializadora de enlaces (papel en el cual no
se lo ha estud iado suficientemente) entre las estructuras sociales
de
situaciones técnicas y económicas diferentes, el Clero cumplió en Co-
lomb ia un pape l fundamental. Lo ente ndie ron bien los dirigen-
tes enco men dero s y hace ndad os de los siglos XVII, XVIII y XIX.
Lo ente ndió mejo r la Regeneración en su inten to de supe rar
la brec ha inter parti daria y el abismo entre la peonada y el prolR-
tariado urbano. Cuan do se observa con perp lejid ad y suspicacia
al
la persi stenc ia de ciertos valores arcaicos colombianos frente
proc eso del resto de América Latina, no se ha enten dido bien
-
el conv enio celeb rado por León XIII, en la supuesta representa
ción de la «Santísima Trinidad», y Rafael Núñez, en la supu esta
102
repre senta ción de la «República de Colom.bia » en 1887 •

PAZ INDU STRI AL YVIO LEN CJA RURAL


Desd e el final de la «Gue rra de los Mil Días», al albo rear el siglo
y
XX hasta 1948, el proc eso básicamente diseñ ado por Núñe z
Rafael Reyes, y acele rado bajo gobi erno s com o el de Pedr o Nel
en
Ospi na, perm itió la conversión de las «élites» terra tenie ntes
in-
grup os equi pado s con los instr umen tos y «la mod ernid ad
dustr ial y financiera», conservando, no obstante, la estru ctura
les
de las lealt ades y los canales de movilidad social tradiciona
en su más íntima persistencia.
Liberales y conservadores cont inua ron desa rroll ando su
-
pugn a polít ica y su comb ate electoral como un rito litúrgi,co, mien
te
tras crecí a la estru ctura de la indu stria prote gida , súbit amen
-
estimtilada prim ero por los efectos de la crisis finan ciera mun
dial de· 1929 y lueg o por las consecuencias de la Segu nda Gue-
rra Mun dial sobr e el come rcio exter ior y la balanza de pagos
103

Apar ente men te pacífico, este proc eso suscita en Colo mbia
e
cond icion es nuevas cuyo man ejo va esca pánd ose fatal ment
400 EL PODER POLÍ TICO EN COL OMB IA

a par tir de 1948 sus


a la vieja est ruc tur a asociativa, que libra
preservarse com o mo-
luchas más sangrientas en un inte nto par a
del o esencial de las relaciones sociales.
ello que lo se-
El signo más enigmático del per íod o, aqu
iones (aun de otras
par a de las formas históricas de otras nac
a cap aci dad de la es-
nac ion es lati noa me rica nas ), es la pro bad
«modernización»
tru ctu ra hac end aria por llevar a cabo una
tecnológicos y demo-
de su parafernalia, abs orb ien do cambios
determinante de la es-
gráficos sustanciales, sin perder su condición
nos, esa estr uct ura
tructura social global. Hasta 1948, por lo me
rra», «el progreso»
hac end aria consiguió hac er «la paz», «la gue
lica pro pia y ext rañ a,
y «la democracia», ant e la opi nió n púb
nte pod ían per mit irse
mu cho más allá de lo que raz ona ble me
sus supuestos 104•
n ent re la pobla-
· En efecto, ent re 1900 y 1948 la pro por ció 105
n rur al y la pob lac ión urb ana se mo difi ca dra má tica me nte •
ció
imp orta cio nes lleva
La industrialización par a la sustitución de
nte s des de el cam-
a las ciu dad es crecientes oleadas de em igra
ind ust rial efectivo o
po, movidas por el hallazgo de em ple o 106
el sim ple «ef ecto de dem ost rac ión » de la vida urb ana •
por
tribuye a la for ma ció n
La pro por ció n en la cual la ind ust ria con
en ascenso 107 •
del pro duc to nac ion al bru to se ma ntie ne
s ricos y los más
La distancia ent re los ingresos de los má
lac ión total se mul-
pob res aum ent a vertiginosamente. La pob
a eleva más y más la
tiplica por siete. La est ruc tur a dem ogr áfic
de 20 años. La eco no-
pro por ció n de jóv ene s y niñ os me nor es
fina nci era y tecnológi-
mía col om bia na ace lera su dep end enc ia
ros1°8 • Y, sin em bar go,
ca res pec to de los centros de decisión extranje
sie ndo -ín tim am en-
las pau tas y valores de la soc ied ad siguen
da ind ian a en el siglo
te - los mismos que ori gin ó la enc om ien
ón capitalista y de tec-
XVI, lev em ent e pin tad os de mo der niz aci
«el con cie rto de los
nol ogí a «eficiente» par a ser ace pta dos en
er den tro del cua l las
pue blo s civilizados» en el jue go de pod
109

ció n se det erm ina n


rela cio nes sociales «modernas» de pro duc
·
por la propiedad o la no propiedad de capital.
«élites» han cam-
De sde lue go, es posible dem ost rar que las
mo vili dad social no
bia do con sta nte me nte de mie mb ros . La
cio nes los due ños del
per mit e que por más de una o dos gen era
tos. El rec luta mie nto
pod er lo tran sm itan a sus hijos y a sus nie
lA CONFLUENCIA DE DOS MUNDOS 401

de los dete ntad ores del pod er asum e form as dem ocrá
ticas110 •
Pero el ingr eso sigue conc entr ándo se en man os cada
vez me-
nos num eros as. El prestigio es celo sam ente cons erva dor
para
unos poco s por los med ios de com unic ació n de masa
s. La oli-
garquía, subsiste aunque cambien parcialmente sus usufructua
rios1 11 •
Es aquí don de el com port ami ento de los dirig ente s colo
m-
bianos -pol ítico s, sociales, eco nóm icos - ofre ce un
apor te
significativo al exam en de la real idad social latin oam eric
ana y
de sus mod os de com port ami ento , de su cultura, en sum
a.
En la mism a med ida en que las .cond icio nes del mer
ca-
do exte rno crea n dific ultad es a los hace ndad os-e xpor
tado res
tran smu tado s eri «pioneros» indu stria les, crec e el esfu erzo
para
pers uadi r a la pobl ació n de que los nuevos «hé~oes» man
ufac -
ture ros repr esen tan a la naci ón ente ra y significan su pun
to de
acue rdo naci onal ista máx imo 112 •
En uno de sus aspe ctos más imp orta ntes , ese esfu erzo
sig-
nifica una tenta tiva de crea r artif icial men te una nación
com o
refe renc ia de la solid arid ad colectiva, por med io de la
acci ón
persuasiva y coercitiva del Esta do al servicio de las tend
enci as
de «élite». Tod o el apar ato de los med ios de com unic
ació n
y de los sistemas de socialización disp onib les se colo
can al ser-
vicio de este «nacionalismo» que debe satisfacer las ansi
edad es
psicológicas de la pobl ació n y que se pres enta com o inev
itable
pede stal para los nuev os emp resa rios, supu esta men te
pred esti-
nado s por el «ord en social» para dar prot ecci ón y emp
leo a los
pobr es y para cons titui rse en la vang uard ia de la mas a
campesi-
na y obre ra, dirig iénd ola haci a «la mod erni zaci ón» y la
defe nsa
econ ómi ca de «la patr ia» 113 •
La actividad fina ncie ra y emp resa ria de la zona antio
que-
ña, proy ecta da sobr e el conj unto de la actividad econ ómi
ca del
país y actu ando aho ra con el apayo de las lealtades hace
ndarias de
las mayorías nacionales y, por cons igui ente , con el firme
sust ento
político de los gobi erno s, da a los viejos mod elos estru
ctur ales
de asociación un nuev o cont enid o y un nuev o ímp etu,
aunq ue
al prec io de no modificar esen cialm ente sus meta s y expe
ctativas.
Al paso que la estru ctur a hace ndar ía recib e la enér gica
impu l-
sión mer cant il de Anti oqui a y su capa cida d de ahor ro, apor
ta las
fuerzas políticas que gara ntiz an el sistema y mantienen el
privilegio
com o form a norm al de apro piac ión del pod er y de la
riqueza.
402 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

Así, en 1944, los empr esario s indus triale s tiene n ya una


«conc iencia » que les perm ite prese ntars e como los dirige ntes y
plane adore s de una nuev a econo mía:
Como toda iniciativa, la creac ión de la ANDI (Asociación Nacio-
nal de Industriales) obede ció a la coincidencia de unas pocas per-
sonas en la formulación de ciertos principios y propósitos. Para el
caso de esta asociación, los piinci pios y propósitos prove nían de
una exper iencia novedosa en ton ces: el desarrollo industrial del
país. En 1944 se advertía, sin necesidad de esfuerzos mentales, que el
impulso inicial lograd o por la indus tria manu factur era impo nía
un acerc amien to entre quien es había n comp romet ido su capi-
tal, su inteligencia y su entusiasmo, en el mismo frente de trabajo
y en el deseo de impul sar la econo mía nacional.
Las perso nas que coinc idiero n en la neces idad de armon izar el
proceso de la indus tria fuero n veinticinco geren tes de Medellín,
quien es sintetizaron sus propósitos al constituir, sin ánimo de
lucro, una entida d «para repre senta r y defen der los intere ses in-
dustriales de Colombia, fomen tar el desarrollo de las indus trias
existentes y prope nder a la creac ión de curas nuevas y en gener al
a la industrialización del país; prese ntar ante los poder es públi-
cos y el país las necesidades y las aspiraciones de la indus tria y
defen der dichas aspiraciones y necesidades».
La AND I ha sintet izado sus fines en algun os docu ment os
infor mativ os así: 1. Estim ular la creac ión de una conc ienci a in-
dustr ial. 2. Fome ntar la produ cción . 3. Defe nder la econ omía
nacio nal. 4. Colab orar en el avanc e socia l. 5. Cont ribui r a la
plane ación . 6. Prest ar servic ios. Desd e luego , ha insist ido en
que «sus conce ptos ante la opini ón públi ca o ante quien es ex-
presa ment e los solici ten, siemp re [que] hayan estad o rigur osa-
ment e ajusta dos a un criter io técnic o».

Y natur almen te, la Asociación Nacio nal.de Indus triale s no tiene


políti ca distinta a la riguro sa interp retaci ón de sus princ ipios bá-
sicos y al anhel o, comú n a todos sus asociados, de estim ular la
producción nacional en el frente manufacturero. Estos propó-
sitos que coinciden con los más altos intereses de la nación colombiana,
impo nen a la ANDI un sistemático estudio de la vida econó mica
del país y de las posibilidades que ofrec e el come rcio mund ial.
Además es una especie de catalizador del progreso soda~ porqu e, aten-
ta a las conquistas internacionales de las clases trabajadoras,
pro-
lA CONFLUENCIA DE DOS MUNDOS 403

picia todo cuanto tienda a la armonía del capital y del trabajo


dentro de un criterio democrático y sobre la base de mejorar
sistemáticamente el nivel de vida del pueblo colombiano, como
camino indispensable para el desarrollo del país114 •

Al autoerigirse en la avanzada económica de la sociedad y


representar «los más altos intereses de la nación», los manufac-
tureros no están muy lejos de repetir la prédica de don Miguel
Samper en el siglo XIX, cuando prescribía como motor para
el desarrollo y el bienestar, la proletarización de los parceleros
y de los artesanos forzándolos a trabajar como peones en las
tabacaleras de Ambalema, a fin de modernizar a la sociedad
colombiana en su conjunto 115 •
Desde luego, no por casualidad, en plena quiebra de la Era
del Tabaco y en el momento de la consolidación centralizadora
de la Regeneración, que vinculó a los comerciantes al Estado del
modo descrito anteriormente, orientando sus actividades hacia
la especulación con los controles administrativos, el propio don
Miguel Samper fundó en Bogotá la primera Cámara de Comer-
cio en 1899, con los correspondientes privilegios oficiales 116 •
Con significativa insistencia estos esfuerzos por moderni-
zar pacíficamente la parafernalia de la vieja estructura hacen-
daria por medio de acuerdos básicos de los intereses urbanos
partidistas, coinciden en el tiempo con el recrudecimiento de
la violencia interpartidaria campesina inducida d.e..sde la cima del
poder.
En 1899, cuando los con1erciantes extabacaleros Yohieron
sus ojos a la especulación con el Estado centralista1 ,-a a iniciar-
se la hecatombe de la guerra de los 1lil Días. En 1931. cuando
los intereses de los diligentes económicos parecen YolYerse le-
vemente hacia las crecientes masas obreras para acentuar la
protección indisciiminada a la 1wf'l 1a másca ra industrial, en me-
dio de la incertidtunbre creada por la c1isis mundial, los cam-
pesinos deben nueva1nente fortalecer sus lealtades mediante el
odio: (<El país tiene tma urgente. una imperiosa necesidad de
paz, y en favor de ella clainan todos los días en términos con-
movedores el señor Presidente de la República~ el Ilustrisimo
Seii.or Arzobispo Pritnado. el ministro de Gobien10 y los di-
rectorios políticos. la prensa y los electores, las um1bas apenas
404 EL PODER POLÍTI CO EN COLOM BIA

cerra das de las víctim as y de los hoga res huér fano s que seño-
rean la angu stia y el hamb re. Pero a esas voces, que form an
ya un coro lúgu bre, respo nde únic amen te el anun cio de nue-
vas mata nzas y la resol ución colér ica de prose guir sin tregu a el
duel o hom icida que está inun dand o litera lmen te la Repú blica
de sang re y opro bio» , dice la retór ica de los perió dicos amig os
del gobi erno . Y luego se infor ma de la viole ncia desa tada en
Tunj a, en Carta go, en Capi tanej o, en Cali, en Since lejo, en Flo-
117
rida y «en much as otras pobl acion es del país» •
En 1944 , cuan do los indus triale s crean la AND I, el país está
atrav esan do un accid entad o perío do dura nte el cual ha sido
nece sario inten tar some ter a los prole tario s de las ciuda118 des
a
-fru to exces ivo de un pequ eño creci mien to indu stria l-
las norm as de los viejos parti dos, realiz a:ndo un giro apare n-
te hacia la destr ucció n de desu etos privi legio s, que realm ente
busc aba su conti nuac ión bajo otras form as, tal como habí a
119
acae cido con las refor mas «anti colon iales » de 1850 •
Desd e la prim era déca da del siglo, la estru ctura polít ica del
país se ve de nuev o conf ronta da por un nuev o estam ento que
se escap a lenta ment e de sus mano s, como habí a ocur rido con
y
los artes anos de los días de Melo . Los obre ros de la indu stria
de los servi cios públi cos van conf orma ndo un prole taria do pro-
gresi vame nte exen to de los víncu los patro nales deter mina dos
por su orige n camp esino .
Aun que la impo sició n de norm as y valor es arcai cos proc e-
dent es de la hacie nda habí a cons eguid o crear ·más bien una
peonada indus trial que una clase proletaria, las cond icion es de la
vida socia l de las ciuda des comi enza n a amen azar con abrir
una brec ha para la luch a de clases, en la cual los pose edor es
de los biene s de capit al, por medi o de la mani pula ción de los
y
parti dos polít icos, tend rían que enfre ntars e a los asala riado s
a los dese mple ados , cada vez meno s mane jable s por las norm as
el
de lealt ad proc eden tes del pasá do inme diato . Inclu so desd e
punt o de vista litera rio, ello creab a una situa ción enoj osa y an-
gusti osa no mera men te para los miem bros ocas ional es de las
y
«élite s», sino para la estru ctura mism a que les daba orige n
las hacía autoperpétuarse por virtud de sus tend encia s hege -
móni cas. Por ello en -1925 un nota ble educador, Tom ás Rue-
da Varg as, reco men daba a Albe rto Llera s la visió n de los
1A CONFLUENCIA DE DOS MUNDOS
405

«pastores de ganado del llano», «porqu e ellos son el pueblo,


nuestro pueblo de todos los tiempos», mientra s se crispab a
ante el pueblo «de botines , ignoran te, orgullo so y esencia lmen-
te estúpid o» 120 • Tanto más estúpid o cuanto que parecía instin-:-
tivamente rechaza r los proceso s socializadores proveni entes de
la haciend a y cristalizados en la educaci ón conven cional de co-
legios y univers idades urbanas .
En los días siguien tes a la creació n de la ANDI, cuando la fi-
gura «nacionalista» de la industr ia se instalaba solame nte sobre
el país centrali zado, «nuestr o pueblo, el pueblo de todos los
tiempos», estaba a punto de ser lanzado nuevam ente a la lucha
fratricida.__como precio necesar io para impedi r la sublevación
de esta gente urbana «esenci almente estúpida» y para mante-
ner una base política conform ada en las normas hacenda rías.
Este proceso , que se conoce en la historia colomb iana
con el nombre de «la Violencia», muestra con diaman tina cla-
ridad el juego dialécti co de las estructu ras asociativas durante
la mayor parte del siglo XX colomb iano. La paz industri al y la
violencia campes ina, virtualm ente entrelaz adas e interde pen-
dientes en un sistema singula r en Améric a 121 •

URBANIZACIÓN, PROLETARIZACIÓN, SINDICALISMO


Miguel Urrutia Holguí n ha relatado y docume ntado con minu-
ciosa eficacia la Historia del sindicalismo en Colombia en sus proce-
sos fundam entales y en sus implica ciones políticas. El examen
detenid o de ellos debe por fuerza referirse a su excelen te
trabajo 122 •
Hacia 1918 se inicia en Colomb ia la era de las grande s
huelgas de trabajad ores con la de los estibad ores de los puer-
tos atlántic os. Quizá, como lo cree Urrutia , porque los obreros
portuar ios estaban más expuest os a las influenc ias externas o,
simplem ente, porque la econom ía monoex portado ra y neoco-
lonial del país solame nte permití a en ese momen to la aparició n
de grupos trabajad ores no formalm ente sujetos a las normas
hacend arías, en los puntos vitales del transpo rte , clave de la
seudotr ansform ación de las «élites» desde los días d el tabaco.
Organi zados por una «Socied ad de Artesan os y Obre-
ros», los huelgui stas saquear on el comerc io de las ciudade s
406 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

costaneras, chocaron con la policía y recibieron finalmente


aumentos decisivos en sus salarios. La actividad huelguística,
en los años inmediatamente posteriores, se extendió a través
de los transportadores del río Magdalena y de los operarios de
los ferrocarriles.
El ámbito urbano ofrece escasas posibilidades en ese mo-
mento para la integración sindical. Solamente los peones de la
construcción y algunos artesanos intentan asociarse, bajo la di-
rección de movimientos socialistas y «anarcosindicalistas» cuyo
liderato reposa en manos de intelectuales inconformes.
Algún tiempo más tarde, hacia 1924, la efectiva presencia
sindical expresada en largas y poderosas huelgas se manifiesta
en aquellos enclaves extranjeros en los cuales la concentración
de mano de obra y la ausencia de lealtades hacendarias origi-
nan una violencia clasista y nacionalista de grandes proporcio-
nes, reprimida por la acción de las tropas gubernamentales.
Es el período de las huelgas en la Tropical Oil Company y en
las posesiones de la United Fruit Company.
La influencia ideológica socialista y más tarde comunista
sobre el movimiento obrero organizado fue específicamente
eficaz en aquellas actividades económicas en las cuales se dio
una neta separación de intereses entre propietarios y asalaria-
dos, donde las vinculaciones entre los dos estamentos se limi-
taron a la explotación de la mano de obra y a la imposición
de una dirección administrativa, sin que existieran previas leal-
tades o intereses comunes de participación. Este era el caso
específico de las compañías norteamericanas del petróleo y del
tabaco. Y, en menor grado, también la situación de los estiba-
dores y de los ferrocarrileros, al iniciarse el proceso de orga-
nización obrera en los años antecedentes a la crisis financiera
mundial de 1929 123 •
Sin embargo, el hecho de que los trabajadores del trans-
porte hubieran conseguido organizarse y luchar con violencia
contra los patronos bajo la dirección socialista permitió que la
creciente masa de proletarios urbanos, organizados eficazmen-
te o no, pertenecientes a servicios oficiales (como el monopo-
lio de salinas), a las escasas industrias manufactureras y a la
industria tradicional de la construcción, formarán la causa de
un Partido Socialista que fue capaz de obtener el 25% de los
1A CONFLUENCIA DE OOS MUNDOS 407

votos emitidos en Medellín en 1921 para elegir representantes


a la Cámara y que mostró tendencias crecientes en Bogotá y
otras ciudades.
Las sociedades mutuarias, originalmente creadas con fi-
nes de pura beneficiencia común, habían derivado claramente
hacia «el socialismo científico, sinónimo del verdadero cristia-
nismo», como lo explicaba un delegado al Congreso Obrero
reunido en Bogotá en 1919124 •
Hay ya en ello un fenómeno que tendrá vasta trascenden-
cia en la vida posterior colombiana: el hecho de que la estructu-
ra interna de las asociaciones, sea cual fuere su objetivo, genera p<ff sí
misma una actitud ideológica y plantea una posición política, aparen-
temente sin relación con el origen ni las metas del grupo. Y en
esta relación es posible comprender ampliamente las mutacio-
nes políticas posteriores de la sociedad colombiana.
La amenaza del socialismo proletario urbano -con su
secuela ideológica proyectada en razón de la lucha de cla-
ses- propone a la estructura centralista elitaria del Estado
colombiano una amenaza aún mayor que la de los artesanos
melistas de setenta años atrás.
El cambio de partidos en el gobierno, el subsecuente for-
talecimiento del centralismo administrativo y gubernamental
y la creciente disgregación de las fuerzas políticas hasta 1946
son parte de un proceso en el cual la estructura hacendaría del
neoindustrialismo intenta desesperadamente absorber y domi-
nar las asociaciones emergentes, encuadrándolas dentro de]
marco de las lealtades y los ascensos tradicionales, con suerte
varia v dramática.
J

Los cambios demográficos ,inculados a este proceso me-


recen una particular atención. En Bogotá, ,,erbigracia, el cre-
cimiento de la población en los años anteriores a 1938 no fue
superior al 2% anual. «Si se considera que el promedio de]
crecimiento vegetatiYo en esa época era del 0.91 %, se puede
afirmar que la inmigración hacia Bogotá era inferior al 1.1 %,; .
Desde 1948 en adelante, la tasa de crecimiento «ha sido del
5.5% anual», es decir, que la población tiende a duplicarse
cada trece años 1ñ .
Aunque es e,idente que esta ltipertrofia de la población
urbana, general en las principales ciudades colombianas, debe
OMBIA
408 EL PODER POL ÍTIC O EN COL

ustrialización pa ra la sustitu-
rel aci on ars e co n el pro ces o de ind
rte mu y gra nd e de estas masas
ció n de im po rta cio ne s, un a pa
ma na s lle ga a la ciu da d sin en co ntr ar tra ba jo en las fábri-
hu
en te y ofr ece rel ati va me nte
cas, cuya pro du cc ión cre ce len tam
on óm ica me nte activa de l país
escaso em ple o. La po bla ció n ec
en la pro po rci ón de tra ba jad o-
mu est ra un pe qu eñ o au me nto
ind ust ria les , mi en tra s qu e ese au me nto es co mp ara tiv am en -
res
e en lo qu e se ref ier e al sec tor «terciario», es de cir ,
te en orm
qu e ge né ric am en te ha da do en
aq ue lla s ge nte s oc up ad as en lo
urb es co lom bia na s act ua les
lla ma rse «servicios» y qu e en las
mp ren de de sde los em ple ad os bancarios, ha sta los ve nd ed o-
co
bla ció n urb an a qu e se mu lti-
res am bu lan tes de loterías. La po
dé ca da qu e se ini cia en 1940
pli ca en Co lom bia a pa rti r de la e lo
no es el res ult ad o lógico de126 l cre cim ien to ind ust ria l, sin o qu
so bre pu ja cau da los am en te •
nq ue no se dis po ne de est ud ios sistemáticos qu e expli-
Au
ció n rur al ha cia las ciu da de s
qu en la raz ón de l auge de la mi gra
e, al lad o de los inc en tiv os de l
de spu és de 1940, es evidente qu
ple o ind ust ria l y de cie rta s fac ilidades cu ltu ral es de las zo na s
em
as, eje rci ó un a en orm e pre sió n la ole ad a de ref ug iad os
urb an
pu eb los en los días en qu e la
pro ve nie nte s de los pe qu eñ os
a la na ció n, a pa rti r de 1946.
«violencia política» en san gre ntó
est e últ im o éx od o es un a con secuencia y no un a causa de las
Pe ro
ero n pre cis am en te pa ra im pe -
pre sio ne s políticas qu e se eje rci
ón de las masas urb an as qu e
dir la be lig era nc ia y la pa rti cip aci
en az ab an de sb ord ar la est ruc tur a ha cen da ría -in du str ial ,
am
ció n ha cia los día s en los cu a-
qu e lle ga ba a su pri me ra cu lm ina
na l de Ind ust ria les .
les se cre ab a la Asociación Na cio
em ba rgo , au nq ue el cre cim ien to ind us tri al rel ati vo
. Y, sin
on ten ibl e au ge de las po bla -
no jus tif ica ba po r sí mi sm o el inc
ne s urb an as, es ind ud ab le qu e ori gin ó un fen óm en o po lí-
cio
cia s: fue el mo tor ori gin al de l
tico de inc alc ula ble s co nse cu en
es y ofr eci ó un nu ev o mo de lo
éx od o ca mp esi no ha cia las urb
tur a aso cia tiv a qu e mi nó las bases de los pa rti do s po -
de est ruc
s de po de r y de co ntr ol so bre
líticos, en ten did os co mo fue nte
la po bla ció n.
Li\ CO~lfl..UENCL'\ DE DOS MlJÑl)O S 409

1AS CAPT ACIO NES ESTR ATÉG ICAS

La activ idad sindi calist a y sus conse cuenc ias sobre el orde n
públi co tuvie ron parte bien iinpo rtant e en el relev o de los
partid os en el pode r en el año 1930. Aunq ue cmnb atida s por
los repre senta ntes de las regio nes 1nás atrasa das y arcaicas de
la zona rural , las «élites» de los parti dos enco ntrar on una vía
de escap e para enca rar las nueva s presi ones en la elecc ión de
tu1 «libe ral 1nod erado », Enriq ue Olaya Herre ra, pród igam ente
vincu lado a los proce sos finan ciero s y políti cos de la (<n1oder-
nizac ión» y de las alianzas partid istas, comp rome tido a realiz ar
tm gobie rno de «Con centr ación Nacio nal», con miem bros li-
beral es y conse n,ado res, al regre sar de su estrat égico c~go de
emba jador en Wash ingto n para asmn ir el pode r.
De tien1po atrás, el pequ eño reto socialista había sido en-
carad o por las lealta des de los partid os, inicia ndo un astuto
n1m1.nüento para encu adrar a los prole tarios urban os desco n-
tento s dentr o de las filas del Parti do Liber al. La estrat egia no
era den1asiado dificil.
La 111isma debil idad de la propo rción urban a de la pobla -
ción hacía de los socialistas-sindicalistas una fuerz a mino rit;ui a
denu ·o del conjt mto de la nació n. Y la pugn a entre libera les
y conse rvado res había derhrado al finalizar el a.110 de 1929 en
un esfue rzo de los libera les por capita lizar la viole ncia gub<:>r-
na1nental antitr ab~ja dora. como una palan ca para la captu -
ra del pode r. Dirig entes libera les como Jorge Eliéc er Gaitá n,
proce dente s de la dase medi a urban a, acrec ían su prest igio
denu ncian do las matan zas realizadas por las tropa s en las plan-
tacio nes bana neras 127•
La tende ncia de las masas urban as a separ arse de los pa-
trone s y mode los del ga1nonalismo partid ario fue utilizada a
fondo por los socialistas y tenid a cons cicnt nncn te por los diri-
gente s conse rvado res )' libera les de la {·poca l'.!ts_ No mera ment e
porqu e los ideal es socialistas conlleYaran un criter io antfr apita -
lista de la propi edad , sino Jwrqut1 Jmstulaban 1111 1111r-uo mal'Cn para
la distributión dd /Jodn politim y dt la f>articiparió11 f'II a.
En nn mom ento en que las ~élites ~ finan cieras han organ i-
zado las bases de su nuevo pode r fnnda ndo t'l Banc o de la Repú -
blica (1920 ), crean do una Socie dad Colo mbia na de Fome nto
410 EL PODER POLJTICO EN COLOMBIA

y una Compañía Nacional de Petróleos 129 bajo los auspicios del


«nacionalismo», que ya había dado frutos en la Sociedad de
Agricultores de Colombia (creada a comienzos del siglo con
privilegios de control sobre la administración pública), esa cre-
ciente divergencia entre los modelos de asociación propuestos
por los socialistas y los de los partidos «históricos» significaba
un peligro creciente.
El sistema defensivo asume varias formas. Por una parte,
se crean a toda prisa asociaciones de «empleados» (que cons-
tituyen sociedades policlasistas mutuarias) en los centros don-
de los comerciantes-hacendados tienen aun mayor poder. U na
de ellas, encabezada por un futuro gerente del Banco Central
Hipotecario, funciona en Bogotá con el nombre de «Socie-
dad Colombiana de Empleados» 130 • Otra se crea en Honda, el
tradicional puerto de entrada a Bogotá desde el Magdalena,
donde los López, los Samper y otros comerciantes son fuertes
desde medio siglo atrás. Lo característico de estas asociaciones
de asalariados consiste en que envuelven en su organismo a
todas las jerarquías de la burocracia privada, transportando así al
seno de la agremiación el sistema de jerarquías proveniente de la
estructura hacendaria. Por ello, al hablar de sus fines, insisten
en que están creando «un hogar» para desarrollar «aptitudes»
y sobre todo para «cultivar su inteligencia». Desde luego, los
miembros de este «hogar» efimero son reclutados para firmar
condenaciones contra todo ataque socialista al sistema político
y económico imperante 131 • Por otra parte, se esperaba que los
servicios mutuarios fortalecieran los vínculos entre administrado-
res y administrados y crean expectativas de ascenso social sola-
mente satisfechas por el paternalismo de los «altos empleados»
respecto de sus subalternos. _
Los partidos tradicionales insistieron en la esencial «de-
bilidad numérica» del socialismo, y los liberales lucharon por
persuadir a las masas urbanas de que solamente podrían obte-
ner avances económicos sustanciales aliándose con sus huestes
rurales.
La retórica utilizada es sencilla. Los socialistas han «fracasa-
do» en la dirección de los sindicatos y de la clase obrera. Pero
«en materias sociales, peor que estos reveses del socialismo es
la reacción que en los últimos días del año se inició respecto a
1A CONFLUENCIA DE DOS MUNDOS 411

las doctrinas y prácticas sociales que parecían ya aceptadas por


todos. Estruendosame nte se han proclamado teorías de la más
exagerada reacción. Regresión que no podrán menos de de-
plorar y condenar todos los espíritus liberales y progresistas» 132 •
Jorge Eliécer Gaitán, desde sus días de universitario, con-
sidera que el socialismo debilita al obrerismo: «No es destro-
zando la corriente política que en Colombia representa el
partido avanzado o de oposición, como mejor se labora por
el triunfo de los altos principios que guían hoy los anhelos
reformadores de los pueblos ... » 133 • Las «élites» políticas del
Partido Liberal contribuían a diseminar y a fortalecer esa ac-
titud, que terminó por persuadir a la población urbana de las
mayores ciudades hacia 1930 134•
Y, desde luego, se echó mano de los lemas más antiguos en
la convocatoria partidista; los lemas religiosos. En un incohe-
rente documento, que hoy nos aparece pasmoso por su pueril
malignidad, que abre ancha brecha a la penetración sociológi-
ca, el presidente Abadía Méndez (apenas unos meses después
de la matanza de las bananeras) resumía sus adhesiones doctri-
narias y su ideario político135 • Es tal vez necesario transcribir lo
esencial de ese texto:
Colombia, que en su Carta Fundamental tiene consagrada la
religión católica como la religión del Estado; que la reputa ele-
mento esencial del orden social, puesto que su moral sublime es
base firme y rumbo seguro de la legislación y de sus costumbres,
así públicas como privadas, acude hoy representada en la perso-
na de sus funcionarios para entonar por boca de los prelados y
pastores de la Iglesia engendrada por aquella religión y en los
templos alzados a la gloria de su Divino Fundador, el cántico en-
cendido en que Ambrosio y Agustín acendraron los sentimientos
de gratitud que en el pecho de toda criatura racional despierta la
magnitud de los beneficios recibidos del Creador.

Y, tras Ambrosio y Agustín, la United Fruit y la Tropical Oil


Company:
Y no es el menor de aquellos beneficios para nosotros la con-
servación del don inestimable de la paz, a cuya sombra hemos
realizado los pasmosos adelantos de que al presente disfrutamos
y que son apenas presagio de otros aún mayores que nos guarda
412 EL PODER roünco EN COLOMBIA

el porvenir. Por un momento pudo temerse no poco que esa paz


bienhechora pudiera verse gravamente perturbada, pues doctri-
nas subversivas, anárquicas y demoledoras prod~jeron al fin sus
naturales fmtos de fuego, sangre y exterminio. Esas doctrinas
exóticas enantes en nuesu·o suelo, han sido traídas de lejanas
comarcas exu·anjeras para replantarlas en el terreno feraz de la
ignorancia, regándolas la codicia de desalmados explotadores y
agravándolas la protervia de hijos descastados a quienes la pa-
sión banderiza ha cegado hasta el extremo de llevarlos a perpe-
trar verdaderos delitos de u·aición y felonía, porque a trueque de
vencer al adversario político no vacilan en atravesar antes con su
puñal envenenado el corazón amante de la patria...
Esperamos, también, que de hoy en adelante no habrá de fal-
tarnos, como no nos ha faltado hasta el presente, el concurso del
capital extran_jero, del cual necesitamos para el fomento de todas
nuestras empresas públicas y privadas, y que tan valiosa ayuda
nos ha venido prestando. El gobierno por su parte declara que
mantiene incólume su tradicional política de acoger con todo el
favor que ellos se merecen, el capital y la industria extranjeras y
que no habrá en Colombia ni autoridad, ni poder públicos que
no les dispensen la más amplia protección ...
Y si a los recursos pecuniarios que pueden venirnos de fuera su-
mamos los que podamos allegar con nuestros propios produc-
tos, especialmente los provenientes de los hidrocarburos, en que
tan pródiga parece haberse mostrado la naturaleza con nosotros,
entonces el porvenir risueño de Colombia puede reputarse ase-
gurado136.

Resultan enteramente claras las razones por las cuales el


Partido Liberal pudo apropiarse del voto de las masas urbanas
-captando las tendencias socialistas- y elegir al embajador
colombiano en Washington -tras haber garantizado Colom-
bia las inversiones extranjeras- ante la mirada «neutral» del
presidente conservador, Abadía Méndez. El «risueño porve-
nir» quedaba asegurado.
La administración del sucesor de O laya Herrera, Alfonso
López Pumarejo, de 1934 a 1938, representa un momento de
singular interés para el estudio de las captaciones partidistas
obtenidas por la vieja estructura respecto de las masas urbanas.
López, un antiguo banquero, perteneciente a una fami-
lia de comerciantes vinculada a las operaciones de la familia
lA CONFLUENCIA DE DOS MUNDOS
413

Samper en Honda y nieto de uno de los fundado res de las


«socieda des democrá ticas» de 1852137 había cooperad o estre-
chament e con Olaya Herrera en la divulgac ión de las «ideas
liberales» antes de 1930138 y su candidat ura presiden cial provi-
no del hecho de que los grupos urbanos, escamote ados a los
socialistas por el Partido Liberal, mostraba n claras señales de
inconfor midad con los procedim ientos de un sistema que, sin
ampararl es con la red rural del compadr azgo, los abandon a al
arbitrio total de los patronos de la ciudad o a la trágica condi-
ción de desempl eados estaciona les.
López y sus colabora dores gubernam entales iniciaron la
tarea de «integrar » esas masas a la estructur a prevalec iente de
la sociedad colombia na, desafian do a la opinión, aunque de nin-
guna manera los intereses de las élites de ambos partidos.
Básicam ente, se empeñar on en una reforma tributari a que
gravara la renta individua l en forma aproxim adament e justa,
permitie ndo una transfere ncia del ahorro privado hacia el sec-
tor público, a fin de hacer frente a las creciente s necesida des
de servicios reclamad os por la població n de las ciudades ; en
un fortaleci miento de la acción sindical, que permitie ra a los
asalariad os contar casi constant emente con la ayuda de los fun-
cionarios gubernam entales en sus enfrenta mientos con los pa-
tronos por reivindic aciones salariales o relativas a la segurida d
en el empleo. Por otra parte, intentaro n dar a la propieda d de
la tierra una función social produc~iva, dando derechos a los
pequeño s tenedore s contra los latifundi stas que tenían el regis-
tro de la propieda d, pero lograron tan solo que estos últimos
expulsar an a los aparcero s por el temor de perder a la larga el
dominio jurídico del fundo rústico y con ello algo mucho más
importan te: el dominio psicológico-social del peón, tal como
había sido postulad o por los hacendados del siglo XVII al extinguir -
se la encomie nda.
Examina das en detalle, las reformas constituc ionales y
legales de Alfonso López en 1936 (como las de José Hilario
López en 1850) lejos de constitui r un ataque a la estructur a
social predomi nante, significa ron una captació n estratégi ca
de las fuerzas divergen tes hacia ese modelo primordi al. Elimi-
nando la posibilid ad de enfrenta mientos de clase y procuran -
do insertar al proletari ado urbano dentro de los lindes de las
414 EL PODER POÚTICO EN COLOMBIA

lealtades convencionales, abrieron nuevamente el paso franco


a los procesos de industrialización inducida y patrocinada por el
Estado, aunque ello suscitara la incomprensión estentórea de
muchos liberales y conservadores, temerosos (en forma más in-
genua) de las mismas amenazas que López trataba de conjurar
con su política.
La eficacia de esas captaciones estratégicas está a la vis-
ta del historiador. La actividad sindical, por ejemplo, dejó de
crecer al margen de las élites partidistas y al margen de la es-
tructura social y legal, para convertirse en un apéndice del
Partido Liberal tradicional, hasta tal punto que la sustitución
de los liberales por los conservadores en 1946 significó la rui-
na y la dispersión para la Confederación de Trabajadores de
Colombia (CTC), por cuanto -como ha demostrado Urru-
tia- su actividad inicial y su éxito dependieron del apoyo del
gobierno, a cambio del cual debió prestarle su contingente
electoral y garantizarle una lealtad partidista constantemente
probada 139 •
Empero, si las medidas políticas y sociales del régimen de
López no significaron un debilitamiento sino una garantía para
la estructura social hacendaría del nuevo industrialismo, el pe-
ríodo aportó nuevos modelos divergentes para la asociación
permanente en busca del poder y de su ejercicio.
El primero de ellos surge del sindicato mismo, en cuanto
que las reformas lopistas garantizan su estabilidad a pesar de
cualquier actitud del empresario, restando a este último la opor-
tunidad de establecer respecto de sus trabajadores la misma
relación de paternalismo despótico vigente en las haciendas y,
por consiguiente, el mismo marco de participación adscripticia
como clientela política.
Este fue el precio inevitabl,e que las élites hubieron de pagar
a fin de conseguir, al menos, que las lealtades de los proletarios
urbanos siguieran asociados a los límites de los partidos tradicio-
naks, cuyo control, al fin y al cabo, quedaba en manos de esos
mismos patronos y de sus seguidores de la clase media.
El segundo de tales modelos, divergentes por su forma al de
la lealtad hacendaría vertical, fue dado por los mismos empre-
sarios y latifundistas, al organizarse políticamente -aunque de
manera fugaz y transitoria- en un grupo de presión patronal,
LA CONFLUENCIA DE DOS MUNDOS
415

la «Asociación Patron al Econó mica Nacion al (APEN) », a fin de


conten er la «revol ución en march a» de López en 1936140 •
Paradó jicame nte, la APEN se inspira en el model o del ad-
versario que deseab a comba tir: el sindicato. Y más paradó ji-
camen te aún, la APEN tuvo corta vida porqu e precis ament e
las medid as reform istas de López introd ujeron al prolet ariado
dentro de los esquem as de la élite, e hiciero n innece sario este
prema turo intent o de asocia ción política empresarial de ambos
partidos.
Pero con todas sus limitac iones y no obstan te su caráct er
de institu ciones depen diente s o fugaces, la CTC y la APEN in-
troduc en en el model o polític o colom biano la posibi lidad de
obtene r poder polític o o de luchar por conservarlo, por fuera
de los canales de lealtad partidista, postulados por los hacendados del
siglo XVII y conver tidos en pilares de la estruc tura social global
de la nación a través de las dos centur ias siguientes.
Las consec uencia s que esto tiene para la vida polític a co-
lombi ana son de la mayor import ancia. Los sindicatos obrero s
cuya estabilidad se asegura legalmente y las asociaciones empre sa-
riales que no cuenta n con la lealtad incondicional de clientelas po-
pulares ( aunqu e subord inadas o disueltas por sí mismas en los
días del gobier no de Alfonso López y sujetas de nuevo a la dis-
ciplina de los partido s) eran el embri ón de un nuevo model o
estruc tural que desart icularí a las institu ciones y las norma s de
la hacien da tradici onal, alguno s deceni os adelan te.

LA GRIETA CRÍTICA DEL MODE LO

Al llegar a la Presid encia Enriqu e Olaya Herrer a, _con el apoy~


impetu oso de liberal es y conser vadore s, Colom bia ha _cu~I'h-
do un proces o básico de industrialización~ y «mode m1zac ion»
capital ista sin que pueda n encon trarse en el ~uellas de su~~es-
tos enfren tamien tos entre «viejas élites agrana s y nuevas ehtes
comer ciante s» 0 rastros de la formac ión de «partid os radicales,
caracte rístico s de las nuevas clases medias urbana s», desafian-
do así lo que poster iorme nte se hiciero n lugare s comun ~s _de
la sociolo gía latinoa merica na para encon trar un marco teonco
a la histori a del poder 141 •
EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA
416

En el proceso colo mbia no no hay nada pare cido a alianzas


-
y ruptu ras entre diversos niveles de clase o de inter eses profe
sionales, en el jueg o del pode r que se prolo nga hasta muc ho
más allá de la mitad del siglo XX. Los cambios demográficos,
tecnológicos, los cambios en las formas de la prop ieda d, son
a
absorbidos por un mod elo de estru ctura social que encu adra
la pobl ación en su totalidad, sin otro conflicto expr eso y reco-
noci do que el que surge de las divergencias y violencias entre
los dos partidos políticos tradicionales.
Por un sistema complejo de here ncias y capta cione s, las
enco mien das derivan en la hacie nda y abso rben la pobl ación
y
mestiza, así como la hacie nda enge ndra al gran com ercia nte
r-
acoge a la población urba na de la clase media. El gran come
-
cian te, a su turno , se hace industrial desde el gobierno, abso rbien
y
do en su sistema de lealtades a la buro craci a man ufac turer a
a la buro craci a de servicios del Estado, inten tand o amp liar su
i-
dom inaci ón hasta la base obre ra medi ante la abso rción polít
ca del sindicalismo. No hay tensiones de pode r entre la ciud ad
y el campo, ni entre los estamentos sociales, ni expr esion es po-
líticas del desc onte nto de la clase media, ni guer ras sociales.
Sola ment e la «solidaridad nacional» queb ranta da perió dica-
men te por las luchas armadas entre los «partidos tradicionales»
y sutur ada nuev amen te por las «concentraciones», «uniones
»y
«frentes nacionales».
Y esos resultados se prod ucen aunq ue Colo mbia -co n la
-
exce pción de una inmigración masiva o al men os significati
va- haya sufrido el golpe de los mismos acon tecim iento s de-
cisivos de otras naciones de América Latina: econ omía agra ria
es
y mine ra, comercialización neocolonialista de los exce dent
productivos, invasión del capitalismo extra njero , mon taje de
,
un apar ato industrial para la sustitución de impo rtaci ones
hipe rtrof ia creci ente de las masas urba nas, hasta la mita d del
siglo XX. Para ento nces la historia polít ica de la mayo r parte
del cont inen te ha derivado hacia otras formas y otras defo rmi-
-
dades, inco here ntes y casi incom patib les con el acae cer colom
biano .
Pero los dieci ocho años que cond ucen de 1930 a 1948 son
un lapso en el cual ocur re el prim ero y quizá el decisivo de los
.
agrie tami entos críticos de este mod elo de pode r político-social

lA CONFLUENCIA DE DOS MUNDOS 417

Es una situación que los observadores no colombianos des-


criben como divergente de los modelos latinoamericanos, sin
dar ninguna explicación concreta sobre el sentido de esa ex-
cepción:
Sólo renuentemente el sufragio fue ampliado y la oligarquía in-
culcaba al creciente electorado los ideales conservadores o libe-
rales básicos. La tensión tradicionalista siempre poderosa en la
mentalidad colombiana, permitía a los padres pasar a sus hijos su
propia fidelidad política. Sólo en época absolutamente reciente,
con masas ligeramente mejor educadas, alimentadas y vestidas,
ha habido una participación política considerablemente más
amplia. La industrialización y el ascenso de la clase media aún
no ha rebasado la astuta retirada mediante la cual la oligarquía
ha adaptado la dirección política a las cambiantes situaciones 142 •
Pero, con todo, se supone que los cambios tales como «el
ascenso de la clase media», serían sin duda, el factor que corre-
giría la excentricidad colombiana y modificaría el régimen de
partidos, descalabrando y abatiendo «la oligarquía» 143 •
Pero «la oligarquía» en Colombia no es un grupo de pri-
vilegiados, sino una estructura asociativa, una tendencia y una
tensión generales de la sociedad, a cuyo fortalecimiento ha contri-
buido quizá como ninguna otra fuerza «el ascenso de la clase
media» 144 •
Solamente en esta perspectiva es posible comprender la
herida que sufre esta «oligarquía» a partir de la tercera década
del siglo y cuya terapéutica revela con entera claridad el origen
básico de las tensiones y la forma como se transmiten de ge-
neración en generación, en un continuo proceso de socializa-
ción controlada, de tal manera que «los miembros de las clases
inferiores generalmente han buscado la ayuda del partido a
que pertenece la lealtad de sus familias, en vez de acudir a los
inestables grupos de intereses y a los terceros partidos autopro-
clamados»145.
La persistencia a esa forma tradicional de lealtades familia-
res adscripticias es mucho más importante para la formación
de ideologías políticas en Colombia que la ingenua percepción
de que «en los últimos dos decenios, las instituciones políticas
colombianas han funcionado bajo varias filosofias de gobierno
fundamentalmente distintas», como aseguraba hace un tiempo
418 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

un joven norte amer icano sobre satur ado de infor maci ón anec-
dótic a 146.
Las «varias filosofías» se reduc en al grado en el cual los
dos partidÓs tradic ional es consi enten una apert ura refor mista
que logre capta r y absor ber las lealtades urban as en los viejos
esque mas. Mientras que Alfonso López desde 1936 se siente
más inclin ado a interv enir como Presi dente en la adop ción de
medi das legislativas defensivas de los grem ios traba jador es y 147
en
la interv enció n discr eta a favor de las petic iones sindicales ,
Albe rto Lleras consi dera que en 1945 es opor tuno ataca r y des-
mant elar el pode r acum ulado de los estiba dores y marin eros
del río Magdalena. En tanto que Edua rdo Santo s conte mpla
con retice nte recel o el auge de las petic iones de los margi-
nado s urban os, Jorge Eliéc er Gaitán quier e incor porar en el
viejo Partido Liberal una serie incoh erent e de reivin dicac iones
que lo conv ierten en el precu rsor de los popu lismo s colom-
bianos. Pero incluso en este últim o caso es visible el esfuerzo
por encu adrar y absor ber en la estructura disciplinaria del arcaico
partido la aflora ción de las neces idade s popu lares urban as no
satisfechas.
Por su parte , los conse rvado res actúa n con la mism a flexi-
ble ambivalencia. Aunq ue un grup o de intele ctual es urban os
sin caud al elect oral trate de prop ugna r una milit ancia semifas-
cista148, Mari ano Ospi na o Laur eano Góm ez enca rnan difer en-
tes versiones de un mism o inten to por abarc ar en el concepto
jerárquico del partido las muta cione s produ cidas por los camb ios
indus triale s.
Para aclar ar mejo r en qué senti do todo esto difier e de los
lugar es comu nes sociológicos hoy en boga respe cto de la Ainé-
rica Latin a, basta rá saber que los empr esari os manu factu reros
más impo rtant es, los antio queñ os, lejos de repre senta r una
avanz ada «burg uesía liberal», estab an afiliados disciplinada-
ment e, en su mayoría, al «Part ido Cons ervad or», mien tras que
(en apare nte parad oja) un núme ro muy grand e de latifundis-
tas de Boyacá y de Santa nder eran vehe ment es y belig erant es
49
miem bros del Parti do Liberal1 •
El perío do 1930-1948 no es, pues, una lucha entre viejas
clases terra tenie ntes conse rvado ras auxil iadas por la Iglesia y
«nuevas burgu esías y clases medi as emer gente s», aliadas con
lA CONFLUENCIA DE DOS MUNDOS
419

el ~role~~do, co~~ pre~eriria creerlo un obseIVador super-


fiaal y qmza tendría mteres en presentarlo cualquier político
colombiano de la época15º.
Lo que ocurre en el lapso es bien diverso. Las «élites» libe-
rales-conservadoras, modernizadas aparentemente por la Con-
centración Nacional de Olaya Herrera, persisten en su tarea de
industrialización dentro de un modelo hacendario, utilizando
sagazmente el soporte arcaico de la violencia o la amenaza de
violencia armada como «cemento» para la cohesión de sus par-
tidarios, hasta cuando las propias condiciones objetivas de la
urbanización amenazan con la violenta ruptura del modelo, a
pesar de la «Unión Nacional» de Ospina Pérez en 1946.
No se trata en este proceso sociopolítico, cuyo episodio
crítico es la «violencia» a partir de 1948, de una especie de
conspiración lúcida y deliberada de los dirigentes liberales y
conservadores, lo que resultaría como explicación sociológica
un pueril deus ex machina sin consistencia.
Lo que ocurre es que ambos partidos están determinados
por una tendencia de «élite» que siIVe idénticos intereses de
fondo, los cuales, sin embargo, no permiten mantener el con-
trol de la población y alcanzar su liderato, sino apelando de
modo recurrente al odio adscripticio hacia un adversario que
lucha por apropiarse los mismos empleos públicos y los mismos
controles «nacionalistas» en ambos bandos tradicionales. Es la
estructura asociativa de los dos partidos y de la oligarquía ( conside-
rada como tendencia social generalizada) lo que lleva a los mo-
vimientos pendulares de alianza «progreso» violencia, alianza
«progreso» violencia, alianza «progreso» «violencia», desde
1854 hasta 1948, en el juego político colombiano.
Hacia 1946, no obstante, la ampliación de las masas urba-
nas marginales y anónimas inducidas por el avance de la trans-
formación industrialista, había obligado al Partido Liberal a
extender su juego, desde 1930, a fin de captar el nuevo fenó-
meno en su estructura de lealtades. Jorge Eliécer Gaitán, quien
había intentado capitalizar y movilizar esas masas como jefe de
un partido socialista (la UNIR) sin conseguirlo, triunfó en su
empeño de atraerlas corrw jefe liberal.
Pero aun esta captación no socialista parecía un peligro
para los valores estructurales de los partidos. Los liberales
EL PODER POLÍTICO EN COWMBl A
420

postul aron como su candid ato oficial a Gabriel Turbay, y los


conservadores a Mariano Ospina Pérez, con el resultado de la
victoria de este último. Característicamente -com o lo había
hecho Olaya Herre ra-, Ospina llamó al relevo de partidos en
el poder con un nombr e tradicional: «Unión Nacional».
Dentro de la pugna interna liberal Gaitán demostró en las
elecciones presidenciales de 1946 que podía movilizar esas ma-
sas urbana s en propor ción mucho mayor que sus adversarios 1.
15

Cuand o se inició el gobier no de Ospina Pérez y Gaitán obtuvo


la dirección suprem a del Partido Liberal por muerte de Tur-
bay, esas mayorías urbanas convertían al nuevo caudillo en el
jefe de un grupo populista mayoritario en las grande s ciudades,
aunqu e a él se asocian igualmente los grupos liberales de otras
zonas sociales. Aun sin su voluntad, Gaitán estaba escapándose
de las lealtades tradicionales de los partidos durant e la primer a
época del gobier no de Ospina Pérez quien, significativamente,
no dio participación a los amigos personales de Gaitán (ni este
la hubier a aceptado) en su primer gabinete.
De nuevo se inició una situación en la cual liberales y con-
servadores, para mante ner las lealtades de sus partidarios, ini-
ciaron una serie de desmanes y escaramuzas en todo el país,
del mismo modo que lo habían hecho al disolverse la «Concen-
152
tración Nacional» de Olaya Herrer a tres lustros atrás •
Pero un acontecimiento imprevisible mostró sobradamen-
te que el modelo no podía ya funcionar con la sangrie nta eficacia
con que había sido utilizado hasta entonces. Al ser asesinado
Gaitán el 9 de abril de 1948, Bogotá fue presa de las llamas,
mientras turbas anónimas enfurecidas, surgidas de los barrios
suburbanos, saqueaban las tiendas y amena zaban con mache-
tes y fusiles la existencia de la «oligarquía».
Duran te algunas horas la capital colom biana asistió a la
movilización turbule nta de una multitud, que no solamente to-
maba como bander a política el exterminio de los «ricos» por
los «pobres», sino algo más insólito aún: de una multitu d que
ni aun bajo el golpe de las balas acataba las instrucciones de los
dirigentes liberales o conservadores, a tal punto que los jefes
gaitanistas fueron incapaces de endere zar esa violencia hacia la
conquista del poder. El puebl,o no les prestó atención alguna.
LA CONFLUENCIA DE DOS MUNDOS 421

Esos minu tos de vacío -dur ante los cuales desap arecie ron
las redes estruc turale s de las lealtades cono cidas - llena ron de
horro r a los dirigentes. Se tratab a de un vacío que repre sentó
la grieta crítica del modelo.
Para repar arla se suced ieron , en vértigo cinem atogr áfico,
«la violencia», la dicta dura militar, el Frent e Nacional. Al am-
pliarse, pese a todo, se abrió un nuevo capítu lo en la histor ia
del pode r políti co en Colombia.

ETIOLOGÍA DE LA «VIOLENCIA»
Amenazadas las bases de la lealta d partid ista por el fogon azo
popul ista del 9 de abril en Bogotá, los dirige ntes del Partid o Li-
beral, tan consc ientes como los conse rvado res del significado
de la nueva crisis, acudi eron al Palacio Presidencial, con el do-
ble objet o de negoc iar una paz indisp ensab le con el Presi dente
Ospin a y de aprov echar la confu sión para recob rar su coma n-
do sobre el conju nto del Partid o Liberal, tan pelig rosam ente
condu cido por Gaitán hacia «el caos» de tipo urban o.
Surge enton ces un breve gobie rno bipartidista, duran te
el cual dirige ntes tradic ionale s como Darío Echa ndía y Carlos
Lleras Rcstr epo hacen esfuerzos const antes para reduc ir de
nuevo a la obedi encia de tipo hacen dario a los miem bros
de su partid o.
A pesar de la neces idad de mant ener por un tiemp o la
alianza liberal-conservadora en el gobie rno, retorn a simultá-
neam ente la urgen cia df1jórlalatrr las lealtades partidistas quebran-
tadas. Medi ante 1.os mismos mecanismos que diero n orige n
a las guerr as civiles del siglo XIX, las bases provinciales y los
dirige ntes nacio nales de ambos partid os no encue ntran otros
re<.:ursos que el uso cada vez más desem bozad o de la violencia
rural, por medi o de la cual cspl'r an estim ular la cohes ión y la
dinámica que son la fuente cs(·nrial del fJOder tfo las élites 1r' 3 •
El tipo de violencia provincial que comcnzú a desar rollar -
S<: en todo el paíH - ron el apoyo abit'rto o encubierto de los
dirip;t~ntcs uacio11alcs de los parl'idos- puede ilustrarse con el
informe rtndi do por el goh<"rnador d(' Norte de Santa nder,
rcMptrlo a lor, choques iniciales en s11 departamento en '1948:
422 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

Estos sucesos tuvieron su origen en la quema que los habitantes


de la vereda liberal de Román hicieron de los puentes de made-
ra que permitían a los habitant:s conservadores de San José de
la Montaña el acceso a Cúcuta. Estos llegaronª carecer hasta de
sal y se vieron sitiados por el hambre. La rivalidad entre Román
y la Montaña viene de muy atrás. Viven permanentemente te-
miéndose y provocándose y manteniéndose en estado de al~rma.
Esta situación volvió a recrudecerse con los hechos referidos y
condujo a un combate de largas horas, librado de peña a peña.

Y aludiendo a otro incidente, agrega: «Admito que los con-


servadores de Arboledas son responsables del éxodo de los li-
.
b era1es, a qmenes ..
sitiaron por h amb re ... » 1s4 •
Al producirse los motines del 9 de abril y más tarde el cho-
que entre los dirigentes nacionales y conservadores y liberales,
«la salvación de la patria» y «la resistencia civil» son desencade-
nadas por las «élites» utilizando las lealtades adscripticias y he-
reditarias que dividen a Colombia desde el siglo XIX en zonas
geográficas partidistas inmutables155 .
El mecanismo de las lealtades hereditarias que se funda en
el compadrazgo y en el gamonalismo es la red asociativa que une
a los estamentos de la población específicamente allí donde
la herencia de la encomienda y de la hacienda han dejado su
huella más profunda: en Cundinamarca, en Boyacá, en los San-
tanderes, en el Tolima. Y luego en el Llano, donde la influen-
cia social y política de la zona andina de Boyacá fue casi única
y predominante a lo largo de todo el siglo XX.156 •
Esta «geografia de la violencia» 157 muestra con claridad me-
ridiana que en las zonas donde la estructura hacendaría era
más débil, por ausencia de coparticipación histórica de las gen-
tes en su sistema de beneficios y riesgos (en los departamentos
costaneros del Caribe, por ejemplo) la violencia .apenas tuvo
importancia.
En la zona central del país, a partir de un centro de disper-
sión que coincidía con la clásica región de la encomienda, la bárbara
lucha entre los campesinos es inducida desde los altos niveles
del liderato político. Los conservadores utilizan además los me-
canismos oficiales de represión, como aliados de sus peonadas
beligerantes. Los liberales acicateados por la violencia personal
que estalla en la Cámara de Representantes en 1949 organizan
1A CONFLUENCIA DE DOS MUNDOS 423

cuerpos armados cuya misión es la de aterrorizar a los campesi-


nos conservadores y combatir a las fuerzas policivas y militares
al servicio de un gobierno que se hace más y más sectario.
De 1948 a 1953 la enloquecida oleada de brutalid ad y de
sangre ~e propaga con los incentivos_tradicionales: apropia-
ción de tierras del adversario, promesa de empleos públicos,
satisfacción de venganzas personales, cada vez más numerosas
y aterradoras158 •
La desorbitada eclosión de los viejos odios lleva a un punto
que hace exclamar a un obispo conservador:
¿Por ventura se registran estos hechos entre los salvajes? ¿O si-
quiera entre los caníbales? ¿Qué deidad diabólica cierne sus ne-
gras alas sobre Colombia? ¿En qué país del hemisferio occidental
o del mundo entero se registran semejantes crueldades obede-
ciendo a una consigna infernal? En ninguna parte. Sólo en Co-
lombia están ocurrien do tan abominables hechos. Violaciones
de las vírgenes y de las mujeres que caen en las garras de estos
vampiros de la virtud; profanación y muerte de los sacerdotes;
miembros mutilados, lenguas y ojos arrancados, extremidades
cortadas por particulares, entrañas abiertas a barbera y machete,
cabezas cortadas, pies y rostros desollados; hombres y mujeres y
niños crucificados, bienes materiales robados y reducidos a pa-
vesas; templos, imágenes, objetos sagrados sacrílegamente pro-
fanados. El infierno en la tierra, sin mano fuerte que conteng a
eficazmente la avalancha y vengue la justicia de tan horrend a
manera violada 159 .

Mientras un comandante de escuadrón denunc ia a su su-


perior el lanzamiento de prisioneros vivos desde los aviones en
el Llano, el goberna dor de Boyacá se expresa así:
No describo los pormeno res del suplicio que en Vega del Pau-
to se le dio el pasado 15 de abril al campesino Agapito Gaitán
por haber dado al~jarniento a las tropas del teniente Francis-
co Afanador. oficial que personalmente me relató el hecho; fue
rrucitica do sobre un tablón. expuesto al sol y luego rematad o
por dos puntillones que le clavaron por los ojos; ni tampoco los
que me refirió el coronel Gómez Arenas sobre el sacrificio que
sufrió Ramón Cacabí en Nunchía y que presenci aron los padres
Fray Esteban López y Jesús de Anzola, durante el cual, después
de quebrarl e los dientes con unas tenazas, le rebanaro n con un
424 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

cuchillo la planta de los pies y lo obligaron a caminar sobre el


piso regado de sal hasta que expiró de dolor 160 •

La delirante brutalidad de la violencia, cuyos aspectos pa-


tológicos siguen aún sin estudiarse con seriedad, muestra fría-
mente el grado en el cual el autoritarismo se había constituido en
uno de los el.ementos psíquicos esencial.es de la población rural modesta,
como un sucedáneo de la necesidad de «prestigio», inducida
por el sistema de gamonalismo piramidal. El asesinato y el des-
cuartizamiento de sus hermanos de clase pareció al campesino
un signo inequívoco de superioridad «individual», asociada a su
complicidad con los altos jefes nacional.es y local.es de los partidos.
Mientras la orgía de sangre campesina continuaba, los
dirigentes políticos conservadores trabajaban en el relevo de
Mariano Ospina Pérez y en la instalación presidencial de Lau-
reano Gómez, y los dirigentes liberales confiaban aún en que
la explosión de la barbarie, que ellos denominaban «fe y dig-
nidad», fortaleceria su poder sobre las masas liberales rurales
y les daria un poder de negociación fuerte e indudable en su
gestión antigubernamental desde Paris 161 •
Solamente cuando la violencia, ascendiendo por los estra-
tos sociales y regresando del campo a la ciudad, ocasionó el incen-
dio y el saqueo de los periódicos liberales de Bogotá y de las
residencias de Alfonso López y Carlos Lleras Restrepo, pareció
comenzar a extinguirse la creencia en que la lucha armada ru-
ral era un sistema eficaz para dar solución a los problemas de
lealtad política planteados a los partidos colombianos desde
1948.
Cuando la violencia llega fisicamente hasta las personas de
los dirigentes liberales nacionales, en el Llano ha comenzado
a sucederse un fenómeno de la mayor importancia sociológi-
ca: los grandes hacendados liberales que habían organizado
y armado a sus peones para la revuelta anticonservadora, con
el apoyo y el concurso de los intelectuales y políticos de Bogo-
tá, comienzan a asociarse con el Ejército para perseguir como
«bandoleros» a sus auxiliares de ayer162 • Las propias condicio-
nes de la lucha habían creado cuadros campesinos de combate,
cada vez más autónomos respecto de los intereses de los hacendados y
de los jefes nacionaks. La guerrilla estaba convirtiéndose en una
lA CONFLUENCIA DE DOS MUNDOS
425

fuerza auto sufic iente que ame naza ba llevar la luch a de


clases a
los gran des fund os.
Los part idos , que habí an indu cido y utili zado la viole
ncia
cam pesi na com o un mec anis mo para elim inar y tran
sferi r el
pelig ro de una luch a de clases a part ir del 9 de abril,
com enza -
ban a reci bir el cont rago lpe de una nuev a fuer za que
se esca-
paba de sus man os.

LA VIO LEN CIA


YLA S NUEVAS EST RUC TUR AS ASOCIATIVAS
Camilo Torr es Rest repo pres entó al Prim er Con gres
o Nacio-
nal de Soci olog ía en 1963 un trab ajo relat ivam ente exte
nso, en
el cual estu diab a el pape l repr esen tado por los part idos
com o
«grupos de segu rida d» en el dese ncad enam ient o de
la violen-
cia a través de un «gam onal ismo vereda!» y su prog resiv
o dete -
rioro por las cond icio nes que espontáneamente fue gene
rand o la
luch a cam pesi na.
A través de la «violencia» y en virtu d de las urge ncia s
de la
lucha, los cam pesi nos enco ntra ron nuevas form as de
asocia-
ción'-J)ara el auto gobi erno , para la mov ilida d social asce
nden te ,
para la crea ción de mec anis rµos de segu rida d del grup
o , que
fuer on dista nciá ndol o de su depe nden cia pira mid al
resp ecto
de las «élites» gam onal istas .
Por cond ucto de ella (de la violencia) las com unid ades
rural es
se han integ rado dent ro de un proc eso de urba nizac
ión en el
senti do sociológico, con todo s los elem ento s que esto
implica:
la división del traba jo, especialización cont acto socio
cultu ral,
socialización, men talid ad de camb io, desp ertar de expe
ctacio-
nes sociales y utiliz ación de méto dos de acció n para reali
zar una
mov ilida d social por cana les no previstos por las estru
ctura s vi-
gent es. La violencia, adem ás, ha estab lecid o los sistemas
necesa-
rios para la estru ctura ción de una subc ultur a social, de
una clase
camp esina y de un grup o de pres ión cons titui do por
esta mism a
clase, de cará cter revo lucio nario 163 •

Inde pend ient eme nte de l':1, validez defi nitiv a que estas
ob-
servaciones de Torr es pue dan tene r para exam inar el
conj unto
de la luch a cole ctiva que cons tituy ó la viole ncia , es
evid ente
424 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

cuchillo la planta de los pies y lo obligaron a caminar sobre el


. regado
piso . , d e d o1 i6o
de sal hasta que expiro or •
La delirant e brutalid ad de la violencia, cuyos aspectos pa-
tológicos siguen aún sin estudiarse con seriedad, muestra fría-
mente el grado en el cual el autoritarismo se hama constituido en
uno de los elementos psíquicos esenciales de la población rural modesta,
como un sucedán eo de la necesidad de «prestigio», inducid a
por el sistema de gamonalismo piramidal. El asesinato y el des-
cuartiza miento de sus herman os de clase pareció al campesino
un signo inequívoco de superio ridad «individual», asociada a su
complic idad con los altos jefes nacionales y locales de los partidos.
Mientras la orgía de sangre campesina continu aba, los
dirigent es políticos conservadores trabajaban en el relevo de
Mariano Ospina Pérez y en la instalación presidencial de Lau-
reano Gómez, y los dirigentes liberales confiaban aún en que
la explosió n de la barbarie, que ellos denomi naban «fe y dig-
nidad», fortalecería su poder sobre las masas liberales rurales
y les daría un poder de negociación fuerte e indudab le en su
gestión antigub ername ntal desde París 161 •
Solame nte cuando la violencia, ascendiendo por los estra-
tos sociales y regresando del campo a la ciudad, ocasionó el incen-
dio y el saqueo de los periódicos liberales de Bogotá y de las
residencias de Alfonso López y Carlos Lleras Restrepo, pareció
comenz ar a extinguirse la creencia en que la lucha armada ru-
ral era un sistema eficaz para dar solución a los problem as de
lealtad política plantead os a los partidos colombianos desde
1948.
Cuando la violencia llega físicamente hasta las personas de
los dirigent es liberales nacionales, en el Llano ha comenz ado
a suceder se un fenóme no de la mayor importa ncia sociológi-
ca: los grandes hacenda dos liberales que habían organizado
y armado a sus peones para la revuelta anticonservadora, con
el apoyo y el concurs o de los intelectuales y políticos de Bogo-
tá, comien zan a asociarse con el Ejército para persegu ir como
«bandole ros» a sus auxiliares de ayer162 • Las propias condicio-
nes de la lucha habían creado cuadros campesinos de combate,
cada vez más autónomos respecto de los intereses de los hacendados y
de los jefes nacionales. La guerrill a estaba convirtiéndose en una
1A CON FI.\ ll•'.Nl '.IA IW l)l)S MI
INl) OS

tüc rza ,m tos túk kn te qn t' anw na1


.ah a l\e\'ar la lnr ha de rla ses a
los graneles fun do s.
Los partidos, que ha bía n ind uci do
" utiliza do la vio kn cia
ram pt' sm a rom o nn nw ran ism n par
a eli mi nar " tra nsf eri r el
pel igr o de un a lur ha de rla ses a
par tir dd ~) dt' al)l·il. rom en ,.a-
ban a rec ibi r t'l con tra go lpe de
un a nue va fuerza qu e st' esca-
pab a de sus ma no s.

LA VlOLENCl.-\
Y LAS NUEVAS ES TR l1CTl1RAS
.-\SO ClA Tl\ '.-\S
Ca1nilo To rre s Re str ep o pre sen
tó al Pri mt 'r Co ng res o Na cio -
nal de So cio log ía en 1~)6:) un trab
.~jo rel ati vam ent e ext ens o. en
el cua l est ud iab a el pap el rep res
ent ado po r los partidos cm no
,<gr up os de seg uri dad ~ en el des
enc ade nam ien to de la violen-
cia a través de un «2:mnonalismo
\,J ver eda l" v su proo-resiYo det e-
rioro po r las con dic ion es que t spo11ta1 • ~
1
11•amt•11tci fue gen era nd o la
luc ha cai np esi na.
A u·avés de la «vi ole nci a» y en vir
tud de las urg enc ias de la
luc ha, los cam pes ino s enc on u·a
ron nueYas formas de asoci.a-
ció it pa ra el aut og ob ier no , pa ra la
mo vil ida d social asc end ent e.
par a la cre aci ón de mec-tnis111os
de seg uri dad del gru po . qu e
fue ron dis tan ciá nd olo de su de
pe nd enc ia pin un ida l res pec to
de las «élites» gm non ali sta s.

Po r con duc to de ella (de la violen


cia) las com uni dad t'S rur ale s
se han int egr ado dent1·0 de un pro
ceso de urb ani1.ari ún en el
sentido sociológico, con todos los
ekm ent os que esto implica:
la división del u-ab,tjo, especial.iz
aC'ión rom ano sociocultural,
socialización , me nta lid ad de cam
bio, despertar de exp ert .,do -
nes sociales v utiliza rió n de mé tod
I os dc:- acción para realizar una
movilidad social po r nm ale s no pre
vistos po r las estructuras Yi-
,s,
gentes. La violencia, ade m .. ha est
rios par a la esu ·uc tur aci ón de una sub
ablecido los sistemas necesa-
cu\ttu-a social. de un a clase
campesina y de un gru po de presió
n constituido po r esta misma
clase, de car áct er revolucionario'l\.1

Ind epe nd ien te1 nen te de la valide


z definitiva qu e estas ob-
servaciones de To n-e s pued an ten
er par a exm nin ar el con jun to
de la luc ha col ect iva qu e con sti
tuyó la violencia, es eYidente
426 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

as y
que al paso del tiempo las organizaciones guerriller
que
contraguerrilleras fueron llegando a un sistema asociativo
ades
dejó progresivamente de lado el sistema vertical de las lealt
gamonalistas.
«La estructura del liderazgo campesino cambió con la im-
da
plantación de la violencia. Los líderes carismáticos de la vere
los
adquirieron una importancia muchas veces16mayor que la de
de
líderes del "pueblo" o cabecera municipal» 4. Ydebilitando
«doc-
esta suerte el enlace con el «patrón»-hacendado y con el
ales
tor» que dirigía la lucha política desde Bogotá y las capit
o
departamentales, la nueva estructura asociativa del campesin
sino
no solo resultó ya inútil a los fines elitistas de los partidos,
que
que se postuló como una amenaza aún más grave que la
el
había originado la violencia como un méto do para conjurar
populismo clasista urbano.
Lentamente, los dirigentes liberales com enza ron a de-
de
nom inar a los .guerrilleros de su part ido con el nom bre
os
«bandoleros», como lo habían hech o los grandes hacendad
dos,
liberales del Llano. Y los jefes políticos de ambos parti
-
que habían inducido y provocado la violencia campesina, se dispu
a
sieron a liquidar sus diferencias por inter med io de una nuev
alianza.
Por otra parte, las condiciones ideológicas implícitas en
as
todo el proceso seguían dando sus frutos en las tendenci
eano
económicas de los gobiernos de Mariano Ospina, de Laur
su
Gómez y de Roberto Urdaneta Arbeláez. Con excepción de
ad-
trágica pugn a por el control de la Presidencia y de toda la
s
ministración pública, los dirigentes liberales y conservadore
s
no parecían en absoluto divididos en cuanto a sus opinione
sociales y económicas.
El proceso de industrialización por sustitución de impor-
enra-
taciones seguía su rumbo sostenido a expensas de los
ción
recidos mercados de consumo populares, la concentra
ban-
de los ingresos aumentaba con los nuevos mecanismos
ica
carios y financieros respaldados por el Estado. Ni la polít
arro-
internacional, ni los proyectos de modernización y «des
e-
llo» económicos, ni la política láboral de los gobiernos sufri
n
ron ning ún quebrantamiento en su continuidad y progresió
sores
al pasar del gobierno de Alberto Lleras a los de sus suce
LA CONFLUENCIA DE DOS MUNDOS 427

conseIVa dores. John D. Martz ha podido decir con equidad


una frase aplicable casi literalme nte a todo el período que an-
tecedió a la dictadura , a partir del año 1930:

Al aproximarse 1952, a pesar de su endeble salud, Laureano Gó-


mez continuaba trabajando satisfactoriamente por el régimen
que deseaba: la economía prosperaba en beneficio de la oligar-
quía; los órganos de gobierno estaban firmemente asegurados
en manos de conseivadores; la oposición liberal se encontrab a
desorganizada y era inefectiva; el rápido ascenso de Alzate Aven-
daño había sido controlado y ningún otro conseivador sobresa-
lía significativamente; el control administrativo había pasado al
más incondicional de sus lugartenientes, el competen te Urda-
neta Arbeláez, y aunque la guerra civil se encontrab a todavía en
aumento, parecía que no representaba una amenaza inmediata
a la estabilidad del régimen 165 •

Empero, la que Martz llamaba «guerra civil» era una ame-


naza vital para ellos al quebrarse la estructur a asociativa rural
por el propio peso de la angustios a sangría. El remedio deci-
monónic o de la guerra civil estaba desborda ndo sus clásicos
marcos de holocaus to campesin o como fundame nto para el po-
der político de tendencia oligárquica.
De nuevo el quebrant amiento de las lealtades parecía qui-
tar el piso al constante avance del «empresa riado moderno ».
Volviend o a citar a Martz:

Sólo durante algo más de ·un año, Laureano Gómez tuvo bajo
su control directo las labores presidenciales, pero en ese lapso
se consagró a sus deberes otorgando importancia especial a los
asuntos económicos. La clase empresarial fue favorecida delibe-
radamente. A pesar de que Ospina Pérez no logró hacer mucho
en materia económica, la situación favorecía a las clases superio-
res y a los empresarios prósperos. La supresión de los controles
de guerra en 1946 y el auge impetuoso en la producció n de café
trajeron una floreciente prosperidad a quienes ya poseían capi-
tales de importancia. Gómez no estaba dispuesto a dar marcha
atrás en lo que respectaba a los negocios y a la industria e in-
tensificó la reglamentaci.ó n y el control de los trabajadores. Los
niveles de salarios fueron prácticamente congelados y los ingre-
sos ftjos, en la realidad, se reducían constantemente a medida
que los precios se elevaban con el industrialismo y una especie
428 EL PO DER POLÍTICO EN COLOMBIA

de nacionalismo económico aprobado por los conservadores, el Pre-


siden te Gómez encontró ardientes defensores de.su programa166_

Hacia 1951 la población económicame nte activa del país se


distribuía del siguiente modo:
Sector primario 55.5%
Sector secundario 15.8%
Sector terciario 28.7%167

Con un lento crecimiento del sector secundario y con una


acelerada emigración hacia las ciudades, que hipertrofiaba el
sector terciario de servicios -tan peligroso políticamente para
los partidos tradicionales -, permitir la escisión de las lealta-
des en el sector primario, como estaba empezando a ocurrir
en gran parte de las zonas donde se desarrollaba la violencia,
hubiera significado el suicidio para el sistema bipartidista y para el
modelo de «modernizaci ón industrialista» cuyos intereses esta-
ban vitalmente unidos a ese sistema.
Estas condiciones son las que básicamente determinan un
lento cambio de rumbo dentro del Partido Conservador y en
sus émulos liberales. Los industriales y los grupos financieros
cercanos a Mariano Ospina Pérez y las «élites» liberales com-
prometidas en el proceso de desarrollo, aunque no tuvieron
razones concretas para quejarse de la política económica de
Gómez y de sus ministros, sí las tenían para temer que la base
política, precondición de su poder económico monopolista, se derrum-
baría en el campo, como había amenazado derrumbarse en las
ciudades, si continuaba la violencia.
Por eso, al mismo tiempo que los liberales de Bogotá van
retirando cautelosamen te su apoyo a las guerrillas, los conser-
vadores lanzan contra "el gobierno de Gómez el reto de una
nueva candidatura de Ospina Pérez, quien comienza a hablar
en público de la necesidad de eliminar la «dictadura» y de ofre-
cer garantías.,. «d emocraticas»
.,. . a to d os 1os co1omb"1anos168 .
Cuando Gómez resiste esta presión por razones puramente
personales, están dad~s las condiciones para la segunda fa~e
defensiva contra los riesgos instaurados el 9 de abril de 1948.
Está abierta la puerta para la intervención militar.
LA CONFLUENCIA DE DOS MUNDOS 429

DE «SALVADOR DE LA REPÚBLICA»
A FASTIDIOSO «TIRANO»

La instauración del teniente general Gustavo Rojas Pinilla


como Presidente provisional de Colombia el 13 de junio de
1953 es un paso de comedia, dentro del cual no tienen signi-
ficación las supuestas ansias de poder político de las Fuerzas
Militares.
Al contrario de lo que ocurre en algunos otros países la-
tinoamericanos169 y por las razones discutidas al estudiar el
papel del Ejército Regular de la Independencia, los militares
colombianos de carrera no encontraron en su profesión cana-
les de ascenso social que los condujeran al poder político y
se limitaron a cumplir una misión castrense casi meramente
ornamental en los desfiles patrióticos, hasta el momento en el
cual comenzaron a ser utilizados como policía interna para con-
tribuir al choque interpartidario a partir de 1946.
Para el conjunto de normas y expectativas de la nación
entera, en todos los estamentos, el rango militar no solamen-
te no garantizaba un status social rel,evante, sino que era sinóni-
mo de una condición segundona, subrayada por la actitud
de las élites hacia los oficiales, respecto a su aceptación como
miembros de las clases superiores. El número de oficiales que
surgió del seno de las familias oligárquicas más importantes,
que contrajeron matrimonio con mujeres de esa misma clase
o que fueron aceptados como miembros de los clubes sociales,
por ejemplo, desde el comienzo del siglo XX era tan reduci-
do que los convertía en un fenómeno excepcional y llamativo.
Y en ausencia de ese poder social su participación en la vida
política quedaba fundamentalmente excluida, tanto por las
normas ~onsuetudinarias de la repartición del poder como por
las especificaciones y prohibiciones de la ley.
La lealtad y la pasividad de los cuadros oficiales en materia
política estaba virtualmente garantizada por la tradición (mar-
cada por la herencia de las guerras civiles y de sus jefes impro-
visados) hasta tal punto que cuando se dio el caso insólito de
un golpe militar en 1945 contra el Presidente López, los rebel-
des eran simples agentes del Partido Conservador y rindieron
EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA
430

las arma s en cuan to comp rendi eron «la ilega lidad » de sus pro-
pósitos 170 •
La partic ipaci ón de los oficiales en las decis iones relativas a
sus propi os organ ismo s y cuad ros era tan limit ada que Gustavo
Rojas Pinilla fue llevado al coma ndo supre mo de las Fuerzas
Militares, no en atenc ión a sus capac idade s técni cas e intelec-
tuales ni por su especial influ encia perso nal sobre sus cama-
radas de armas, sino en consi derac ión a que perte necía a una
vieja familia de Boyacá, sujet a por las viejas norm as hacen daria s
adscripticias a la discip lina del Parti do Cons ervad or. Su con-
ducta al repri mir la insur genc ia libera l en Cali, despu és del 9
de abril de 1948, le valió un ascenso que sus coleg as oficiales no
discu tieron ni podía n discu tir frent e al gobie rno conse rvado r.
Gustavo Rojas Pinilla fue forzado a toma r el pode r presi den-
cial el 13 de junio de 1953 por la presi ón de las élites de ambo s
partid os tradic ional es, amen azada s por la revol ución estru ctu-
ral que la violencia camp esina estab a hacie ndo emer ger·en los
campos, a pesar de que sus indudores inici,al,es la habían desatado
como un medio para preservar las normas Jieredadas del poder soci,al
hacendario.
La terca decis ión partid arista de Laur eano Góm ez estab a
hacie ndo pelig rar la estru ctura social enter a, al no pode r ven-
cer a los guerr illero s ni pacta r con ellos para evita r el desen-
cade nami ento de una lucha de clases ruraL Los hace ndad os del
Llano, que inicia lmen te había n levan tado a sus peon es contr a
el gobie rno, estab an pidie ndo la solid arida d del Ejército para
171
atacarlos como «ban doler os» •
La migr ación rural -urba na causa da por la viole ncia estab a
aume ntand o vertig inosa ment e el núme ro de marg inado s anó-
nimo s en las ciuda des, ajeno s e inmu nes a la discip lina partidis-
ta, como lo demo stró el horro roso vacío del 9 de abril de 1948.
En conse cuen cia, un oficial que tenía ya en sus mano s el más
alto cargo militar, que había demo strad o su lealta d ciega a la
disci plina de los parti dos y que había sido objet o de los conse-
jos y de la presi ón de los dirig entes políti cos «moderados» fue
oblig ado a declararse en el ejercicio del poder, con la anuencia
de las élites parti daria s (hast a ese mom ento enem igas irreco n-
ciliables) como lo demo stró el texto del anun cio que se hizo a
la nació n respe cto al camb io del gobie rno y como lo confi rmó
LA CONFLUENCIA DE DOS M UNDOS 431

la posterior actitud de los dirigentes mayores del conservatis-


mo y del liberalismo tradicionales 172 •
Rojas Pinilla cumplió con eficacia su encargo. Permitió que
los grandes periódicos liberales y conservadores lo exaltaran
como el «Segundo Libertador de Colombia», organizó su gabi-
nete ministerial con los hombres de las élites partidarias, con-
cedió amnistía y consiguió la rendición de la mayor parte de los
guerrilleros en todo el país y, antes que todos, de los del Llano.
Ospina Pérez, como presidente de la A5amblea Nacional Cons-
tituyente, tenía derecho a estar satisfecho cuando ese cuerpo
legitimó la Presidencia de Rojas y él tuvo la oportunidad de
darle posesión de su cargo.
Y es evidente que los temores de las élites sobre la muta-
ción de las estructuras sociales, causadas por el proceso de
la violencia, eran más que reales. Allí donde, según Camilo
Torres, los campesinos liberales, conservadores y comunistas
habían conseguido formas comunes de asociación, indepen-
dientes de los directorios políticos, como ocurrió en el Valle de
Cunday y en la región de Villarrica173 • Rojas se vio obligado a
utilizar la violencia militar para reprimir la que Guzmán ha lla-
mado «la segunda ola de violencia», represión dirigida esta vez
por las tropas, exclusivamente contra los campesinos pobres,
bajo la presión y con el aplauso de los dirigentes sociales y po-
líticos de ambos partidos 174 •
Las palabras de los dirigentes campesinos de Villarrica,
profundamente influidos por ideologías socialistas, son una
radiografia del choque estructural que originó el nuevo con-
flicto:
A raíz del asesinato de los estudiantes en Bogotá, a partir de ju-
nio de 1954, los camp'esinos de Villarrica, debidamente organi-
zados en comités de frente democrático y sindicatos de agricultores,
iniciamos la fijación de centenares de consignas murales por ca-
minos, casas, árboles y demás medios disponibles manifestando
nuestra protesta, acompañado todo ello de memoriales y peticio-
nes exigiendo el cumplimiento de las promesas de Rojas Pinilla,
a cambio de seguir engañando al pueblo con promesas y más
promesas. La existencia de una organización general del campe-
sinado y la acción de protesta, dio pie al gobierno para preparar
la iniciación de la nueva ola de violencia175 •
432 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

Sin embargo , la nueva avalancha de violencia que enfren-


taba al Estado con los campesinos organiza dos por fuera de
los canales de participación tradicionales de los dos partidos,
era reductibl e en la medida en la cual Rojas había consegui do
la rendición del resto de los guerriller os en la mayor parte del
país. La tarea restante iba a ser 'realizada directam ente por las
élites partidarias, después del derrocam iento de quien había
sido el instrume nto inicial de una nueva e inteligen tísima ma-
niobra para prolonga r la estructur a hacendar ia por encima de
la violencia partidista, cuando esta última se desvió de su inicial
sentido «policlasista».
Rojas Pinilla y sus iniciales aliados y consejeros habían pre-
sentado el nuevo estado de cosas como un «Régimen de las
Fuerzas Armadas», sugiriend o con ello que se trataba de una
nueva fuerza autónom a que serviría de mediado ra entre los
viejos odios partidarios, asumiend o una discreta autonom ía
frente a los líderes de esos grupos hostiles.
En realidad, el llamamie nto de algunos oficiales a cargos
decisivos de la administración pública176 y la elevación de los in-
gresos y de los niveles de vida de la mayor parte de los cuadros
militares permitie ron pensar, superficialmente, que el gobier-
no de Rojas concitaba la lealtad de los profesion ales castrenses
alrededo r de una nueva forma asociativa para el ejercicio del
poder.
Esto resultó ser falaz desde un doble punto de vista: ni las
élites que llevaron al poder a Rojas Pinilla estaban dispuestas
a ver remplaza do su sistema de normas y valores por el que
surgiera de la simple disciplina castrense, súbitame nte llamada
a una discutible vocación política, ni Rojas Pinilla echaría la
suerte de su recién despertad a ambición en brazos de sus ca-
maradas. Entrevió otras posibilidades más halagüeñ as.
La movilización proletari a urbana, ~tilizada primordi al-
mente por Jorge Eliécer Gaitán y acrec;ida por la emigraci ón
177
desmesu rada de los campesin os hacia las ciudades en el pe-
ríodo crítico ·de la violencia, era un panoram a que, unido a
experien cias populista s como la que estaba llevando a cabo
en la Argentin a Juan Domingo Perón, condujo a un grupo de
políticos liberales y conserva dores relativam ente marginad os
de sus grupos y resentido s por las élites partidari as, a sugerir
lA CONFLUEN CIA DE DOS MUNDOS 433

a Rojas una nueva ruta para el gobiern o de las Fuerzas Arrna-


das11s.
Rojas Pinilla, contand o con el que creía apoyo incondic io-
nal de sus subalter nos militares no consulta dos, intentó lanzar-
se por ~l ~~evo camino que le permitir ía emancip arse de sus
tutores 1n1nales . Aceptan do la organiza ción del «Movim iento
de Acción Naciona l» (MAN) y apoyand o la creación de una
nueva central obrera de afiliació n peronist a (la CNT) se prepa-
ró para inaugur ar oficialm ente la existenc ia del nuevo partido,
en una asamble a popular masiva.
Martz anota:
Entre tanto la oposició n se había acrecent ado y la reunión pro-
gramada fue puesta en peligro aún por su propia propagan da.
El 7 de febrero Semana publicó que «aparecie ron carteles pidien-
do el apoyo al gobierno y la lucha contra las oligarquí as». Esto
produjo órdenes oficiales, tanto liberales como conserva doras, a
todos los miembro s de sus partidos, para que no participa ran. La
reunión fue pospuest a primero del sábado 26 hasta el siguiente
lunes, cuando todos los funciona rios municipa les de la nación
entera iban a agregars e a la manifesta ción. Esta idea, no obstan-
te, fue discretam ente relegada durante la semana, y la manifesta -
ción nunca se materiali zó 179 •

Sin embargo , el simple intento ingenuo de Rojas Pinilla


por emancip arse de la tutela de los partidos tradicion ales que
lo llevaron al poder fue suficien te para decidir su derrocam ien-
to en circunst ancias esclarec edoras en extremo .
' A partir de ese punto, como puede docume ntarse en el tono
de la prensa periódic a de la élite, el «Salvado r de la Repúbli-
ca» había comenz ado a converti rse en fastidios o e inoportu no
«tirano» . La democra cia -en término s tradicio nales- estaba
nuevam ente en peligro, como había ocurrido en 1854.

LA RENUN CIA A LAS VIEJAS ARMAS


En término s estrictam ente econqm icos, los interese s de las éli-
tes hacenda rias-ind ustrialis tas fueron enérgica mente ampara-
dos por Rojas Pinilla. El gobiern o militar coincide con un alza
sustanci al de los precios del café en los mercado s exterior es
y cuando -derroc ado Rojas- trató de acusarse al régimen
434 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

.militar de un «antipatriótico despilfarro de las divisas» pudo


constatarse con asombro que la mayor parte de los egresos en
dólares en el período estuvieron destinados a la compra de
equipos y maquinaria para las grandes industrias del país 180 •
Sin embargo, esta favorable ~ctividad gubernamental en re-
lación con los intereses económicos directos de las élites indus-
triales, dentro de una política que continuó sustancialmente
las tendencias de regímenes anteriores, era menos importante
que el hecho de que Rojas Pinilla y sus nuevos colaboradores se
proponían remplazar en el control directo del poder a los dos
partidos tradicionales y a sus clases dirigentes.
Esto pareció evidente cuando uno de los boletines de in-
formación de la Presidencia advirtió que «la labor del Estado
y una de sus obligaciones esenciales en liberar al ciudadano ...
especialmente al hombre de la clase media y a las masas de tra-
bajadores y campesinos, de la dictadura de los periódicos, del
despotismo impreso, del permanente estado de sitio con el que
la prensa intimida a la opinión nacional. La realidad nacional
no es la realidad de los periódicos» 18 1 •
Rojas intentaba atacar las bases de la influencia elitaria de
los partidos, minando la capacidad de influencia de los grandes
medios de comunicación de masas, tradicionales portavoces de
las normas y valores de la estructura social predominante. A sus
enfrent~mientos con los periódicos por esa causa, que origina-
ron la clausura de varios de ellos (inclusive del mayor de todos,
El Tiempo) siguió la creación de un Diario Oficial, beligerante
defensor de los actos oficiales y de un vespertino bogotano La
Paz, subrepticiamente financiado y sostenido por el Banco Po-
pular, un instituto del Estado.
Esto y la creación de la «Tercera Fuerza» que buscaba su
apoyo más directo en los trabajadores organizados, en las ma-
sas urbanas de la clase media y en las propias Fuerzas Armadas,
dibujaban un panorama dentro del cual era claramente posi-
ble contemplar dos influencias predominantes: el ejemplo del
justicialismo peronista en la ~gentina y la utilización crecien-
te del vocabulario de Jorge Eliécer Gaitán, como método para
atra~r la atención de las masas urbanas movilizadas a fin de
integrarlas en un movimiento vertical, esencialmente diverso
del modelo inspirado por los partidos tradicionales.
I.A CONFI.IH:NCJA 1)11, DOS MIJNJJO,"l

A partir de ese momento las {~lites de los dos partidos tra-


dicionales oq~aniz.arún rápidamente la defensa no tanto ck sus
inlen1.rns ecoru>'micos (que nadie amenazaba inmediatamente),
sino de su tradicional rnnlrol de fJohlru:ión, en términos de pat.cr-
nalismo político.
Una manifestación femenina (hay que recordar las fra-
ses de don Mariano Ospina Rodríguez sobre e] papc1 político
de las m~jeres en el siglo XIX) recorrió las calles de Bogotá
para protestar contra la clausura de El Tiempo. El grupo estaba
compuesto por m~jeres pertenecientes a la oligarquía social y
financiera. Curiosamente, entre las desfilan tes figuraba, en pri-
mera línea, la madre del cura Camilo Torres, posteriormente
guerrillero, muerto en combate contra el «Frente Nacionah>,
doña Isabel _Restrepo de Torres 18 ~.
Hasta el 9 de abril de 1948 los hacendados-industriales ha-
llaron su salvaci,ón (como usufructuarios del proceso social y
económico del país), apelando a las lealtades de los partidos.
Después de que la violencia rural obligó a los dirigentes parti-
darios a buscar refugio en la elevación al poder de Rojas Pini-
lla, el arma tradicional de conscripción y disciplina partidista
está rota; el simple odio adscripticio se ha convertido en un instrumen-
to capaz de volverse contra quienes lo inducen y manejan.
Por ello, cuando el gobierno militar de Gustavo Rojas Pini-
lla muestra una abierta tendencia a separarse de los controles
de mando que lo habían erigido en árbitro del país, el proce-
dimiento se invierte. Ahora serán los hacendados-industriales
quienes salvarán a los partidos, utilizando los mecanismos de
sus grupos de presión.
Los acuerdos entre Alberto Lleras y Laureano Gómez para
crear una forma de gobierno liberal-conservadora, instituciona-
lizada, hubieran sido simples pedazos de papel sin la acción
concertada de los gremios ·patronales que finalmente derribó a
Rojas. La irrupción del «Frente Nacional» que ha sido llamado
con lamentable ingenuidad «una de las innovaciones más pas-
mosas en la América Latina del siglo XX» 183 , fue posible solo
en la medida en que Lleras Camargo y los líderes conservado-
res consiguieron «uncir» a los principales hombres de nego-
cios y comerciantes para que se unieran contra el gobierno. Su
persuasión logró el acuerdo y el jueves 7 de mayo la actividad
IA
436 EL PODER POL ÍTIC O EN COL OMB

s cen tro s urb ano s de ma-


com erc ial se paralizó en la capital. Lo
jue go , a través de los gra n-
yor im po rta nci a par tic ipa ron en el
po s de pre sió n ori gin ado s
des sindicatos pat ron ale s. Los gru
sus titu ció n de im por tac io-
po r el des arr oll o ind ust ria l par a la
su con tro l pol ític o en forma
nes ent rar on en acc ión par a salvar
tid os salvaran sus int ere -
directa. Si ya no era posible qu e los par
ític a de odi o, sí lo era in-
ses pro po rci on ánd ole s un a base pol
o institucionalmente su poder.
ten tar salvar a los par tid os congeland
dos » -a rm a ya mella-
Olv ida ndo sus «viejos odios her eda
da rio s- los «h om bre s de
da en ma no s de los dir ige nte s pa rti a
a la jer arq uía de la Iglesi
em pre sa» , asociados est rec ham ent e 184
ent e a los altos oficiales y
Católica, sob orn aro n psi col ógi cam
Gustavo Rojas Pinilla.
der roc aro n el 1O de mayo de 195 7 a
po rta nci a pa ra la com-
En este pu nto es de par tic ula r im
om bia no la con sid era ció n
pre nsi ón del pro ces o pol ític o col
po r las clases me dia s -u r-
ate nta sob re el pap el des em peñ ado
to de Rojas Pin illa y en la
ban as y rur ale s- en el der roc am ien
», com o un a fór mu la par a
im pla nta ció n del «Frente Nacional
de r de facto has ta ent on -
sal vag uar dar constitucionalmente el po
r las élites de los par tid os
ces eje rci do des de el siglo XIX po
tradicionales.
lat ino am eri can os y no
Solo rec ien tem ent e los sociólogos
dos a con fes ar qu e la em er-
lat ino am eri can os se ha n visto obliga
ste nci a se mi de po r el con-
gen cia de un a clase me dia (cuya exi
s de ase gu rar la apa ric ión
jun to de ing res os y con sum os) lejo
de un estilo de vid a social
de un a más am pli a par tic ipa ció n y
quías, ha sig nif ica do jus ta-
des fav ora ble a la for ma ció n de oligar
as déc ada s 185 •
me nte lo con tra rio , en las tres últim
de qu e la mo vil ida d so-
Pa ra el caso col om bia no, el hec ho
iva me nte po r el sis tem a de
cial hay a est ado gar ant iza da exc lus
da de ma ne ra int act a des de
com pad raz go s y lealtades, tra nsf eri
rno s» urb ano s y dad o qu e
la hac ien da hac ia los neg oci os «m ode
nti ca est ruc tur a y garanti-
los par tid os pol ític os ob ede cen a idé
a y adm ini str ati va a todos
zan el con tro l de la bu roc rac ia pol ític
nci alm ent e dep end ien te.
los niveles, cre a un a clase me dia ese
ta hac e mu y po co tiem-
En tan to qu e los «empleados», has
s, pa ra im ped ir qu e se les
po , se ha n neg ado a for ma r sindicato
em ple o y el asc ens o <lepen,.
asimile a los sim ple s «obreros», el
end aci on es» 186 tan to en el
de n exc lus iva me nte de las «re com
LA CONFLUENCIA DE DOS MUNDOS 437

sector público como en el sector privado. Ello fuerza a la clase


media a un sistema de lealtades que busca esencialmente la
defensa de los intereses elitarios y coloca el bienestar familiar
y personal al arbitrio de los patrones industriales o partidistas.
T. Lynn Smith lo ha admitido, con una mezcla de sorpresa
sociológica e infantil resentimiento cultural:
A genuine middl,e class is largely lacking in Colombia. The bulk of those
who appear at first glance to be middle class peopl,e, of those actually liv-
ing at a modest, middle class level, are rnerely the impoverishing hangers
on of the old elite. They have not brought themselves to accept middle-class
status, nor developed a solidarity of conciousness of kind, with those in a
similar position, nor resigned themselves with a good grace to pe,Jorming
the indispensable labor function 187 •

Del mismo modo que la hacienda desarrolló un sistema de


solidaridad y de lealtades de tipo vertical, que se fundaba t.n el
continuum del mestizaje, la clase media urbana, organizada en
relación con el sistema de «recomendación», se asoció estre-
chamente y en forma piramidal con relación al foco de la élite,
cuyas pautas y modos de comportamiento fueron autoritaria-
mente asumidos y desarrollados por esos grupos emergentes.
Esta lealtad policlasista, arraigada en la necesidad de segu-
ridad y en la ansiedad de obtener prestigio como instrumento
de la movilidad ascendente, ocultó y disolvió la conciencia de
las desigualdades, haciendo olvidar públicamente -por ejem-
plo- la existencia de continuas y sutiles discriminaciones ra-
ciales o religiosas, que en otras culturas y en otras esu·ucturas
asociativas son cuestiones públicas y patentes, reconocidos fo-
cos de conflicto social explícito.
Aunque, como tendencia implícita, esta inclinación oligár-
quica hace parte también del patrimonio cultural de las clases
más bajas, el tipo de organización que representa el sindicato,
garantizando la seguridad en el empleo y ofreciendo otra for-
ma de participación en el poder y en la seguridad social, fue
eliminando lentamente la eficacia de ese esquema «policlasis-
ta», mientras que las clases medias eran arrastradas por ella con
eficacia sorprendente. ,
Cuando el 10 de mayo de 1957 Rojas Pinilla imaginaba
que esas clases medias, a las cuales había cortejado demagó-
438 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

gicamente, formarían un frente común con trabajadores y


militares, frente a las oligarquías, se encontró con que las mul-
titudes de empleados privados y aun públicos lanzaban gritos
de júbilo asociándose a las instrucciones y al triunfo de los
grandes hacendados, financistas e industriales y hacían sonar
rítmicamente las bocinas de sus automóviles en las calles de
Bogotá, en una doble afirmac~ón de su voluntad de obtener
prestigio social: la posesión del automóvil y la solidaridad con
los intereses de las «altas clases sociales».
A este respecto hay algunos ejemplos, ocurridos durante
la crisis consiguiente al «paro general», descriptivos por sí mis-
mos de la situación general. Cuando funcionarios oficiales qui-
sieron intervenir los grandes bancos para ponerlos de nuevo
en funcionamiento, fueron los empleados de ellos, de todas
las categorías burocráticas, quienes estorbaron e interfirieron
esas medidas por todos los procedimientos a su alcance, aun
ocultando las llaves de oficinas y locales en sus propias casas188 •
Se trataba, no obstante, de uno de los grupos de empleados
relativamente de menores ingresos y a quienes, aún tiempo
después, con especial ensañamiento, se pretendía impedirles
el derecho de sindicalización por parte de las empresas.
Las Fuerzas Armadas demostraron no haber desarrollado
un «espíritu de cuerpo» capaz de emanciparse de las estructu-
ras oligárquicas de las clases medias. Los generales que rodea-
ban a Rojas fueron fácilmente captados por los dirigentes de
los dos partidos y solamente algunos oficiales de rango inferior
mostraron posteriormente algún deseo de reconstruir la perdi-
da hegemonía militar.
Por otra parte, las fuerzas sindicales, tras el fútil episodio
de la CNT, tenían pocas razones para apoyar a Rojas y no lo
hicieron. Se limitaron a contemplar, pasivamente, cómo la
población de clase media de los barrios residenciales agitaba
banderas y lanzaba vivas a Alberto Lleras, sin participar en el
proceso del cambio de gobierno.
En ello tuvo particular importancia el progresivo desman-
telamiento de la CTC realizado por los gobiernos conserva-
dores y el nacimiento y auge de la UTC, que será materia de
análisis posterior.
1.A CONFLUENCIA DE DOS MUNDOS 439

De to?as maneras los sucesos políticos de 1957, incluyendo


el mecanismo plebiscitario utilizado para reformar la Consti-
tución, marcan un momento en el cual los grupos patronales
«modernos», que debían su poder a las lealtades adscripticias
de los partidos «tradicionales», realizaron un movimiento político
directo para salvar del colapso a sus viejos apoyos, otorgándoles
una autoridad absoluta sobre la vida institucional de Colombia.
La vieja arma de un siglo entero, ya no era útil para cumplir el
mismo cometido.

LA «PASMOSA INNOVACIÓN»

En el Decreto Legislativo número 247 de 1957, que convocó


a los colombianos a votar en plebiscito nacional un texto «in-
divisible», los cinco generales que tomaron el poder a la caída
de Rojas declararon sin más explicaciones que los pactos ce-
lebrados entre Alberto Lleras y Laureano Gómez representa-
ban la voluntad del país. Y así, hicieron el llamamiento a estos
comicios «interpretando la opinión nacional expresada en los
acuerdos suscritos por los partidos políticos» 189 •
En resumen, el texto votado en plebiscito nacional el 1º
de diciembre de 1957 y los Actos Legislativos que lo comple-
mentaron posteriormente establecieron un sistema constitu-
cional por medio del cual los escaños de los cuerpos legislativos
colegiados, los cargos judiciales y la totalidad de los empleos
públicos se dividieron como un derecho adquirido entre los
partidos tradicionales, «el conservador y el liberal» 190 • Yla Pre-
sidencia de la República se entregó sucesivamente a un liberal
y a un conservador, alternados hasta el año 1974.
El sistema, bautizado con un nombre creado años atrás por
Alfonso López (cuando postulaba que las fronteras ideológicas
entre esos partidos habían dejado de existir), recibió el nom-
bre de «Frente Nacional» y llevó a sus últimas consecuencias lógi,cas
y expresas, las tendencias latentes desde los días de la asociación
de generales-hacendados para derribar la dictadura militar de
José María Melo.
Para el análisis de la significación política del «Frente Na-
cional» tienen especial importancia tres circunstancias:
440 EL PODER POÚflCO EN COLOMBIA

a) Aunque los partidos tradicionales habían llegado en la


práctica en muchas ocasiones hasta la coalición de sus éli-
tes, singularmente en aquellos momentos en los cuales se
verificó una mutación de la «vestidura» económica, mantu-
vieron sie1npre abierta la posibilidad de la lucha armada o del
simple confrontamiento electoral como un sistema vertical
de excitar las lealtades partidarias y obtener una base de
apoyo popular para el proceso continuado de transforma-
ción, hacienda-gran comercio-industria. Solamente cuan-
do la violencia rural en el siglo XX llegó a significar una
posible transformación de las estructuras asociativas, los dirigen-
tes de los partidos admitieron francamente su esencial identidad
de intereses e ideologías, renunciando a la violencia y encon-
trando otro camino para evitar ser desplazados del poder:
repartiéndolo por mitad gracias a un mandato constitu-
cional.
b) Mientras que por primera vez en la historia jurídica e insti-
tucional del país se reconoció la existencia de los dos par-
tidos «tradicionales» enajenando en ellos la representación
política total de la nación, esos partidos continuaron siendo
irresponsabl,es desde el punto de vista legal, carecen de perso-
nería jurídica y ninguna disposición pública reglamenta
la forma como se ingresa a ellos o se les abandona, ni los
sistemas de su gobierno interno. De esta manera, las élites
mantuvieron un control incondicional sol,re sus adherentes, co-
locando en su propio beneficio indisputable las ventajas
constitucionales concedidas por la reforma constitucional
plebiscitaria191 •
c) Habiendo sido el 10 de mayo de 1957 un triunfo específi-
co de los grupos de presión patronales, por encima de las
convencionales lealtades y odios partidistas, el control de la
burocracia total de la nación (en lo político y lo administra-
tivo) quedó en manos de los «hombres de empresa», que
habían salvado a los partidos para utilizarlos como simples
testaferros de su expreso poder, dramáticamente demos-
trado. Ello, en un momento en que se habían hipertrofia-
do los organismos de servicio del Estado y en que avanzaba
caudalosamente la intervención gubernativa en la vida eco-
nómica para garantizar el éxito del proceso de industriali-
LA CONFLUENCIA DE DOS MUNDOS 441

zació n induc ida, dejó en mano s de los grupo s patro nales


un gigan tesco pode r de capta ción y de amed ranta mien to
sobre el conju nto de la pobla ción rural y urban a bajo el dis-
fraz de la afiliación partid arista conve ncion al, ahora trans-
muta da en su pasap orte const itucio nal que garan tizab a el
«dere cho a mand ar»192 •

La «pasmosa innov ación » enca rnada finalm ente en el ré-


gime n del «Fren te Nacional» había estad o fragu ándo se por
más de un siglo en el pano rama políti co colom biano . Empe ro
solam ente tomó figur a form al instit ucion al, cuan do qued ó en
claro que las lealta des partid arista s no podía n ser nuev amen te
induc idas por los méto dos tradic ional es de capta ción y de vio-
lencia hace ndaii a y, por tanto , fue neces ario impo nerla s como
una orde n legal, coact ivam ente ejecu table frent e a una estruc-
tura social que amen azaba con esenciales divergencias respec-
to del mode lo tradicional.

ESTR UCTU RA SOCIAL Y ESTR UCTU RA


DE LAS ASOCIACIONES

La forzosa solid arida d cread a por el «Frente Nacional » entre


los dos partid os tradicionales y alred edor de los sucesivos go-
biernos altern antes cegó el cami no hacia otra estrat egia polí-
tica característica del pasad o inme diato : la de inten tar capta r
los intere ses y las lealtades de las pobla cione s movilizadas del
campo a la ciuda d o «urbanizadas» en el senti do sociológico
adop tando el recur so de ampl iar las «ideologías» partid arias
para dar cabid a en la estru ctura hacen daría -indu strial a las exi-
gencias de servicios y de partic ipaci ón políti ca de las masas.
A parti r de 1962, por lo meno s, fue visible que las gente s
de toda cond ición aban dona ron a los partid os tradic ional es
como canales para la recla maci ón o la presi ón a los gobie rnos
y enco mend aron esta tarea al esfue rzo de las asociaciones gre-
miales (ya de traba jador es, ya de patro nos) a fin de forza r a los
titulares del pode r públi co a adop tar medi das de tipo políti co
favorables a sus partic ulare s intere ses. Por otra parte , el ejem-
plo del paro cívico del 10 de mayo y de la subsi guien te ruptu ra
del orden const itucio nal y legal en favor de los autor es de la
442 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

maniobra abrió el camino para que, a un nivel local, el «paro


cívico» se convirtiera en la única forma triunfante de presión
dondequiera que era necesario exigir una acción pública, a pe-
sar de las reticencias o de las resistencias (a veces armadas y
represivas) de los gobernantes.
Cuestiones políticas de vasta importancia nacional, tales
como la adopción de una legislación de Reforma Agraria, las
reformas a los sistemas educativos, la política de tarifas de los
servicios públicos y los proyectos para su ampliación, las cues-
tiones relativas al manejo de la moneda en relación con el cos-
to de la vida y con los niveles de salarios dejaron de ser materia
de las especulaciones y de las presiones partidarias, para con-
vertirse en temas de pugna y de enfrentamiento o de arreglo
directo entre los gobiernos y los gremios patronales y laborales
o encontraron una solución de compromiso bajo la coacción
cívica de los «paros locales» 193 •
Una lista parcial de estas presiones y enfrentamientos di-
rectos de los gremios y de las comunidades locales ante los go-
biernos a partir de 1962, que se incluye como apéndice de este
trabajo, permite inferir claramente la nueva tendencia, a pesar
de las declaraciones formales de los gobernantes en el sentido
de rechazar como «ilegítimas» tales formas de actividad para
colocar el poder al servicio de intereses específicos de los gru-
pos comprometidos 194 • ·

Lo esencial en esta mutación de los canales políticos, que


por otra parte llevan al ejercicio directo del poder a indivi-
duos surgidos del seno de los gremios 195 es la forma de la par-
ticipación en una nueva estructura, en una nueva serie de normas,
expectativas y valores, sobre todo en lo que concierne a las orga-
nizaciones de trabajadores y a su modelo, proyectado sobre el resto
de la estructura social.
No se trata simplemente de la emergencia cruda de los in-
tereses económicos de grupo, proyectados en el conjunto de
la política nacional, a fin de fragmentarla o de distribuir los
beneficios sociales a dentelladas. Se trata de algo más sutil y so-
cialmente significativo. Para decirlo en las palabras de Kalman
H. Silvert, hablando de los rebeldes estudiantiles: «Las razones
para el descontento estudiantil de esta especie son suficiente-
mente obvias. El problema no consiste en la exclusión ocupa-
f.A OOX.fLCv.iClA. lJE DOS MCXDOS

cional o de clase sino del sentimi ento de que sus puntos de


vista, deseos y compro misos, sus verdade ras vidas, no son ele-
mentos positivos en la elabora ción de las decision es políticas
naciona les» • La asociac ión gremial por su propia estructu ra
196

ofrece a la poblaci ón colomb iana, tras la crisis bipartidista, un


teatro efectivo para elimina r ese tipo de frustrac ión y para ha-
cerse particip ante en las decision es del poder.
Es particu larmen te importa nte constat ar que, en la misma
medida en la cual esta particip ación en el poder a través de los
canales gremial es aument a en frecuen cia y en notorie dad, dis-
minuye el número de ws el,ectores en los comicios ordinar ios. Al con-
trario de lo que se ha sostenid o comúnm ente por los teóricos
políticos, según los cuales el aument o de la poblaci ón moviliza-
da tiende a traducir se en una particip ación política aument ada
y por tanto en las estadísticas electorales, la movilización del
proleta riado y de las masas margina das urbanas se produjo en
Colombia, con una tendencia decreciente de participación el,ectoral
que se mantuv o en esos niveles hasta el 19 de abril de 1971, a
pesar de que en ese día fue visible la crisis de los partido s tradi-
197
cionales y la emerge ncia de otras fuerzas políticas .
Alguno s observa dores han anotado que en Colombia, a
partir del período de Rojas Pinilla, hay una alta movilización
social, acompa ñada de una baja movilización. Pero esto, que
seria cierto si se acepta que los marcos partidar ios y las estadís-
ticas electora les son los indicad ores y paráme tros de la parti-
cipación en el poder, resulta falso si se examin a la alta tasa de
actividad de tipó político -aunqu e no partida rista- adelan-
tada por los gremio s y asociaciones laborales, en la misma me-
dida en que aument aba la abstenc ión en las urnas electorales.
La crecien te tendenc ia a particip ar política mente por fue-
ra de los marcos de «partidos» y eleccion es encuen tra una ex-
plicación relativa mente clara cuando se examin an ws conflictos
de valores1 98 que surgen dentro de la socieda d colomb iana al
increme ntarse la movilidad social de la poblaci ón por la urba-
nización y al aparece r un nuevo modew asociativo, cuyas normas
comien zan a proyect arse rápidam ente sobre las actitude s y la
expectativa de grupos crecientes.
Frente a los valores constitu cionale s de «la haciend a»,
significativos de una particip ación condici onada y de una
444 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

movilidad social controlada, de una seguridad colectiva soste-


nida por la red de compadrazgo, del gamonalismo político y
adscripticio y del sistema de «recomendación» como fórmula
de sujeción política y social de las clases medias (bases esen-
ciales de las lealtades políticas liberales y conservadoras) surge
una constelación de valores radicalmente antagónica.
Algunos aspectos deunahis toriaconc retadentr odeestep ro-
ceso contribuyen a esclarecer la situación dentro de este
marco teórico de posibilidades.

LAS CONDIC IONES ASOCIATIVAS


PARA EL CAMBIO DE VALORES

El nacimiento y posterior desarrollo de la Unión de Trabaja-


dores Colombianos (UTC) puede servir como caso de estudio
para el análisis de las tendencias y condiciones del proceso.
Creada en 1946 como un esfuerzo de la Iglesia católica
«para contrarre star la creciente influencia del comunism o
entre las clases trabajadoras» 199 , los sindicatos fundador es de
la nueva central obrera fueron dominad os en su primer Con-
greso por «representantes de Antioquia, el departam ento más
industrializado del país», que «no represen taban a los trabaja-
dores artesanales o del transporte, que eran los que primero se
habían organizado en ese departam ento y en el centro del país,
sino a los trabajadores industriales de las grandes empresas de
Medellín y sus alrededores» 200 • •

Eso implicaba que, por su propio volumen, la nueva cen-


tral obrera no podía ofrecer apoyo electoral importan te a
ningún partido político -ya que no movilizaba a los grandes
sindicatos de masas- ni a la població n marginad a que recibía
su «efecto de demostración» y que no podía concretar se a tarea
diferente de las negociaciones colectivas con los patronos , en
defensa de reivindicaciones puramen te laborales, favorecidas
por la Ley 6ª de 1945201 •
La influenci a de la Iglesia sobre los trabajado res antioque -
ños tiene un sentido radicalm ente diverso al de la autoridad
eclesiástica sobre la població n campesin a del centro hacenda-
rio del país. Como se ha explicado en capítulos anteriore s, el
LA CONF LUEN CIA DE DOS MUND OS 445

un cen tro de
cura párr oco en Ant ioqu ia fue trad icio nalm ente
avo z de los
orga niza ción com unit aria y no mer ame nte un port
apa rcer os y
patr ono s par a man tene r la obe dien cia de peo nes,
No fue , com o
más ·tard e emp lead os y obre ros man ufac ture ros.
ulsó y per-
se ha dich o, una reac ción con serv ado ra la que imp
y lueg o en el
miti ó el éxit o de la UTC , prim ero en Ant ioqu ia
nto de una
rest o del país . Se trat aba más bien del fort alec imie
gara ntiz ar se-
estr uctu ra asoc iativ a, que tend ía dire ctam ente a
leo y part i-
guri dad soci al perm ane nte, esta bilid ad en el emp
os cad a vez
cipa ción igua litar ia en las deci sion es a sus mie mbr
202
más num eros os •
com ienz o
En con secu enci a, la UTC se decl aró desd e un
sind ical ism o
estr icta men te adv ersa ria de la part icip ació n del
con las ins-
en las luch as part idis tas trad icio nale s y, de acu erdo
que adel anta -
truc cion es de sus ases ores ecle siás tico s, anu nció
uyen do todo
ría la luch a por las reiv indi caci one s labo rale s excl
crite rio que pud iera llev ar a «la luch a de clas es».
la his-
Lo que ocu rrió más tard e pue de ser ilus trad o por
aces diri gen -
tori a pers ona l de uno de los más bril lant es y efic
irad or de
tes actu ales de esa cent ral, fun dad or prin cipa l e insp
pesi na de la
la Fed erac ión Agr aria Nac iona l (Fan al), filia l cam
Uni ón de Tra baja dore s Col omb iano s.
su niñe z,
Nac ido en Bog otá y zap ater o de prof esió n desd e
d Obr era
ingr esó en 193 2 com o mie mbr o activ o a la Juv entu
mor al y reli-
Cató lica, una orga niza ción de cará cter pur ame nte
gios o, cuya s secc ione s euro pea s deri varo n más tard e hac ia for-
203
mas cuas i-fas cista s de acci ón ideo lógi ca •
orga ni-
«La JOC reun ía a jóve nes trab ajad ores en grup os,
para su mej o-
zado s por barr ios y mun icip ios, en un pro gram a
prác tica de
ram ient o mor al y para la divu lgac ión y apli caci ón
ción , viaj é
los prin cipi os cris tian os. Patr ocin ado por la orga niza
en 193 9 a Itali a y lueg o ade lant é una acti204 va cam pañ a de recl u-
tam ient o y divu lgac ión por todo el país » •
los pá-
LaJ OC tuv-0 una cort a vida . Hos tiliz ada a vece s por
dato espe cial -
rroc os, sing ular men te en regi one s com o Boy acá (
arzo bisp o de
men te sign ifica tivo ), fue fina lme nte veta da por el
de capa cita -
Bog otá. No obst ante , alca nzó a desa rrol lar tare as
que incl uía
ción y divu lgac ión por med io de una orga niza ción
blos , hast a
desd e la célu la inic ial en barr ios y peq ueñ os pue
446 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

congreso s departam entales y nacionale s elegidos por ellas.


En centros nocturno s se adelanta ron cursos de enseñanz a
moral y de instrucci ón general y se llevaron a cabo proyecto s
de acción comunal en los municipi os rurales.
Miembro más tarde de un sindicato gremial de zapatero s
afiliado a la CTC encontró que los dirigente s socialistas comu-
nistas ejercían sobre sus adherent es un liderazgo «mucho más
eficaz» que los otros trabajado res por su «mayor capacida d cul-
tural». Yun poco más tarde, bajo la inspiraci ón de un abogado
de la Universidad Javeriana, participó en un plan consisten te
en infiltrar los sindicatos de la CTC, con militante s cristianos,
algunos de ellos veteranos de la antiguaJ OC, con el fin de to-
mar las posiciones directivas y desplazar a los dirigente s comu-
nistas. Pero a pesar de la ayuda financier a de los jesuitas, los
conspirad ores fueron identificados y sistemáti camente expul-
sados de los sindicatos de la CTC.
Estas experiencias llevaron a sindicalistas de su grupo y a él
mismo a contribui r en la creación de una nueva central obrera
(la UTC), con «apoyo económi co de los patronos antioque -
ños». Y más tarde a la formació n de la Federaci ón Agraria Na-
cional, como filial campesin a de la nueva organiza ción.
Los sindicatos campesinos inicialme nte creadore s de Fanal
fueron asociaciones mutuaria s formadas por los párrocos con
fines de socorro y, ocasiona lmente, sindicatos de mineros como
los de Suesca. Tales sociedades mutuaria s eran manifies tamen-
te apolíticas y entre sus fines originales no figuraba ninguna
reivindicación salarial o laboral, ni mucho menos reclamac io-
nes respecto a la propieda d o la tenencia de las tierras.
No obstante, «actuand o sobre realidades», la Federaci ón
Agraria Nacional se había constitui do en 1955 en una institu-
ción especializada en la invasión de tierras improduc tivas de la-
tifundios en todo el país, particula rmente en las regiones de la
costa Atlántica. En ese año unas 10.000 hectárea s habían sido
ocupadas ilegalme nte por los miembro s de los sindicato s cam-
pesinos de la UTC, obligand o a las entidade s gubernam entales
a presiona r sobre los patronos a fin de llegar a transacci ones
aceptable s para la definitiva adquisici ón de los fundos, finan-
ciados muchas veces con dineros del Estado. Como es obvio,
LA CONFL UENCI A DE DOS MUND OS
44í

esta estra tegia de ocup ació n de tierra s es todav ía la activ idad


más impo rtant e de Fana l 2º5 •
Los camp esino s son lleva dos a obra r en esta fonn a cuan do
«se dan cuen ta de que la socie dad les nieg a su parti cipac ión
en
las decis ione s» 206 , cuan do no encu entra n ning una posib ilida
d
de hace r oír sus razo nes ante el Esta do o la opin ión públ ica.
Al mism o tiem po, los líder es de Fana l, incluyend o al en-
trevi stado habí an cons egui do el dere cho a form ar parte de
la
Junt a Dire ctiva del Insti tuto Colo mbia no de la Refo rma Agra
-
ria y habí an parti cipa do antes en la reda cció n del proy ecto
de
ley que creó ese orga nism o. Escl arece dora men te, la ley fue
el
prod ucto de un com prom iso en el cual los gre1n ios labo rales
y
patro nale s form aron parte de un comi té que inclu ía igual n1en
-
te a la Igles ia, ante s de llega r a su apro baci ón conv encio nal
por
parte del Cong reso.
La UTC y Fana l se viero n impu lsada s a inter veni r en la
vida naci onal , bajo el gobi erno de Guil lerm o León Vale ncia.
«com o fruto de una expe rienc ia histó rica» . Aine naza ndo con
un paro a esca la nacio nal, en asoc io de otras entid ades sindi
ca-
les, obtu viero n una serie de reivi ndica cione s que desb orda ban
amp liam ente sus inter eses pura men te labo rales e invad ían
el
cam po gene ral de la cond ucci ón econ ómic a y polít ica del país,
nego cian do direc tame nte con el Pres iden te, a espa ldas de
los
dirig ente s de los parti dos y de los cong resis tas 2º7 •
La expe rienc ia «se repit ió bajo el gobi erno de Carlo s Lle-
ras Rest repo », quie n tamb ién entró en nego ciaci ones con
los
grem ios de traba jado res de man era direc ta, a pesa r de su
re-
nuen cia a obra r «bajo presi ón». Y final ment e la UTC orga nizó
el 8 de marz o de 1971 un «par o nacio nal» ( dive rsam ente juzg
a-
do com o un éxito o un fraca so) pero que reun ió alred edor
de
la cent ral sindi cal el apoy o mora l o efect ivo de grup os polít
icos
com o la «Ali anza Naci onal Popu lar», el «Mo vimi ento Libe
ral
Gaita nista », y el Parti do Com unis ta.
Lo más relev ante del proc eso cons iste en la conc ienc ia sin-
dical de que las masa s popu lares , parti cula rmen te las masa
s
urba nas, están expr esan do su conf ormi dad o inco nfor mida
d
polít icas con el Esta do, a través de las organizaciones gremiaks,
mu-
cho inás que por med io de los parti dos polít icos tradi ciona
les.
448 EL PODER POÚTI CO EN COLOMBIA

Y aunq ue esos dirig entes labor ales son plen amen te cons cien-
tes de la respo nsab ilida d polít ica que ello les acarr ea, no han
busc ado delib erad amen te esta situa ción, que ha llega do a sus
mano s por un proc eso socia l comp lejo, en gran parte ajeno a
su volu ntad indiv idual .
Por otra parte , en la evalu ación inter na reali zada por Fana l
sobr e los resul tados del paro nacio nal del 8 de marz o, las res-
pues tas de los líder es camp esino s most raron una sorp rend ente
tend encia igual itaris ta, antie litari a y demo strati va de una con-
cienc ia de «clase camp esina ».
Una expe rienc ia seme jante surgi ó de la parti cipac ión cam-
pesin a, en los días final es de la viole ncia, segú n el análi sis de
Cam ilo Torr es, al eman cipar se los grup os en arma s del cont rol
de los gamo nales polít icos de las cabe ceras muni cipal es y de la
red nacio nal de los parti dos.
La cond ición básic a para que una nuev a estru ctura asoci a-
tiva, porta dora y cread ora de nuev os valor es pued a subsi stir y
proy ectar se parec e ser, a la luz de esta persp ectiv a, la de que
los miem bros de las asoci acion es se aglut inen en funci ón de sus
intereses perm anent es (profesión, vecindaá) y tenga n aseg urad a una
relat iva segu ridad en sus ingre sos, que no pued a ser arbit raria -
men te elim inada por fuerz as exter nas. Las asoci acion es const i-
tuida s por indiv iduos en razón de inter eses trans itorio s, como
es el caso de las asoci acion es de estud iante s, no han cread o
cond icion es que perm itan gene rar en su seno pode r polít ico
perm anen te, ni han proy ectad o su estru ctura asoci ativa sobre
el conj unto de la socie dad como un todo.
Igual expe rienc ia es perce ptibl e cuan do se inten tan asoci a-
cione s polít icas en las cuale s el inter és com ún de los afilia dos
es meramente ideológi,co y no se ident ifica con inter eses vitale s co-
tidia nos de sus miem bros.

VALORES Y CON FLIC TO DE VALORES

La estru ctura mism a de la asoci ación sindi cal y grem ial, como
mode/,o asociativo, intro duce en la acció n socia l una serie
de
valor es que se fund an esen cialm ente en: a) la parti cipac ión
igual itaris ta en las decis iones ; b) el senti mien to de supe riori-
dad perso nal y de posib ilida des de ascen so socia l por razón de
lA CONFLUENCIA DE DOS MUNDOS 449

la habilidad individual y la capacidad de dirección de grupos


hacia objetivos concretos; c) la percepción de opciones racio-
nales en relación con las propias posibilidades como objetivos
del progreso individual y colectivo, y d) el sentimiento de par-
ticipación permanente y no discontinua y ocasional en el desa-
rrollo de un esfuerzo colectivo inteligible y aceptable para el
grupo.
A esto debe añadirse un sentimiento de autoidentifica ción
personal como miembro de una colectividad conocida y cons-
tantemente presente a los ojos del asociado, en razón de los
intereses concretos y cotidianos, que motivaron la pertenencia y la
mantienen como una red de seguridad que viene a remplazar
paulatinamen te los viejos compadrazgo s y «recomendac iones».
El modelo asociativo del sindicato ha desbordado caudalo-
samente las propias organizacione s laborales por un efecto de
demostración y ha contribuido a crear formas de integración
de grupos, sobre todo en las zonas más pobres de las grandes
ciudades, donde la mera incoherente vecindad se ha conver-
tido paulatinamen te en una red de participación deliberada, a
través de organismos espontáneos o inducidos de acción co-
munitaria. La experiencia de las parroquias suburbanas de los
llamados «curas del Movimiento de Golconda» 208 , la espontá-
nea generación de ideologías en el seno de las juntas de acción
comunal, la eficacia del reclutamiento electoral de la Anapo
por medio de la creación de células permanentes de barrio y
la expedición de carnés individuales que dan respuesta al an-
helo de auto-identificación participante son apenas unos cuantos
ejemplos de la influencia del modelo asociativo sindical sobre
el comportamie nto y la mutáción de valores de la sociedad co-
lombiana contemporán ea209 •
Dadas las condiciones básicas de estabilidad de los indiviuos
en cuanto a su posibilidad de continuar perteneciend o a una
asociación ligada a sus intereses concretos y cotidianos (a pesar
de la acción hostil exterior), la estructura de la. asociación gene-
ra por sí misma nuevos valores y por tanto nuevas tendencias
ideológicas, incongruente s e incompatible s con el sistema de
lealtades tradicionales verticales procedentes del modelo de la
hacienda. Ello ha conllevado al deterioro crítico de los parti-
dos tradicionales comprometid os en el «Frente Nacional» y el
450 EL PODER POLÍT ICO EN COLOMBIA

form as y
paul atin o aban dono de los siste mas elec toral es com o
ndar io
cana les de acci ón polít ica. La asoc iació n grem ial y el veci
ades a
orga niza do han remp laza do larg ame nte en las ciud
eso de
los orga nism os polít icos poli clasi stas deriv ados del proc
indu stria lizac ión del mod elo hace ndar io.
-
Emp ero, la proy ecci ón de ese mod elo estru ctur al ha pene
e de las
trad o larg ame nte en las zona s rura les. Independientement
( com o
moti vaci ones ideo lógic as expr esas de las asoc iacio nes
al era el
ocur rió en el caso de Fana l, en el cual el prop ósito inici
asociar
com bate cont ra la infil traci ón «com unis ta»), la estructura
res, que
tiva por sí mism a intro duce un nuev o siste ma de valo
y polí-
entr a en inev itabl e conf licto con las estru ctur as socia les
ticas tradi cion ales de Colo mbia .
r-
Un ejem plo espe cífic o de este proc eso pod ría enco ntra
pesi nos
se en la evol ució n de las asoc iacio nes de usua rios cam
erno de
de s~rv icios públ icos, crea das orig inalm ente por el gobi
ctam en-
Carl os Ller as Rest repo con el obje to de relac iona r dire
su ori-
te a los cam pesi nos con los servi cios del Esta do. Aun que
esas
gen ofici al pudi era hace r pens ar en la posi bilid ad de que
lealt a-
orga niza cion es rura les desa rroll aran cons ecue ntem ente
part ido
des vigo rosa s haci a el Esta do que las creó o haci a el
rroll o
polít ico del gobe rnan te que les dio exis tenc ia, su desa
ideo ló-
histó rico ha mos trad o que gene raro n una cons telac ión
idos , que ha
gica prop ia, ajen a al siste ma tradi cion al de los part210
sido frec uent eme nte calif icad a com o «sub versi va» •
inos
Inde pend ient eme nte de su «mo dern izac ión» ( en térm
un siste-
de alfab etiza ción , aum ento de ingr esos , inte grac ión a
los sec-
ma econ ómic o naci onal , acce so a la info rmac ión, etc.)
erso
tore s de cam pesi nos asoc iado s evol ucio nan haci a un univ
s por el
de valo res fund ame ntal men te disti ntos de los pres crito
mod elo hace ndar io.
-
De esta man era desa pare ce el esqu ema de un sect or «atra
de un
sado » vers us un _sect or «mo dern izan te», com o facto res
luch a
conf licto de valo res. Eme rge, en cam bio, la figu ra de una
del mo-
entr e estructuras asoci,ativas antagónicas. la proc eden te
(en la
delo de la haci enda y de la indu stria lizac ión indu cida
aque lla
cual se enm arca n aún las masa s de las clase s med ias) y
grem io
que proc ede de la proy ecci ón socia l del sind icato y del
com o mar co de las relac ione s socia les glob ales.
l.A CONFLUENCIA DE DOS MUNDOS 451

Ese conflicto de valores es mucho más profundo que el


simple choque interpartid ista por el poder y más intenso y visi-
ble que el que aparece del enfrentami ento latente o explícito
entre las clases y estamentos sociales. Surge de una nueva fqr-
ma de obtención del prestigi,o y de la participación en las decisiones y
no meramente de una pugna por la distribución de la riqueza
social o de la propiedad de los bienes económicos esenciales,
aunque involucre estos aspectos de la tensión colectiva.

NOTAS

l. James J. Parsons, La colonizadón antioqueña en el ocddente de Colom-


ma, versión de Emilio Robledo, Imprenta Departamen tal de Antioquia,
Medellín, 1950, p. 108.
2. Eugene Havens, «Támesis», op. dt., p. 115.
3. a. Luis H. Fajardo, «La ética protestante de los antioqueños », ya
citado. En realidad a los pequeños comerciantes socorranos del final del
siglo XVIII les hubiera convenido perfectamen te la descripción que
del antioqueño hace José María Samper, medio siglo más tarde: «Ade-
más en todo tiempo lo hallaréis negociante hábil, muy aficionado al por-
cientaje, capaz de ir al fin del mundo por ganar un patacón, conocido en
toda la Confederaci ón por la energía de su tipo y por el cosmopolitismo
de sus negocios, burlón y epigramático en el decir, positivista en todo,
poco amigo de innovaciones y reformas y muy apegado a los hábitos de la
vida patriarcal», José María Samper, Ensayo sobre las reuoludones políticas y
la condici,ón sodal de las repúblicas colombianas, Imprenta de Thumot y Cía.,
París, 1861, p. 86; cf. Marco Fidel Suárez, Sueños de Luci,ano Pulgar.
4. Así, en 1864, después de haber sufrido una breve ocupación de
tres años por parte de las tropas caucanas federalistas que apoyaron la
revolución de Mosquera, el doctor Pedro Justo Berrío llegó al poder en
el Estado Soberano de Antioquia por medio de una rebelión triunfante.
Antoquia se mantuvo aislada y en cierto modo hostil a todo el resto de la
nación hasta la muerte de Berrío.
«Poco después de muerto el doctor Berrío, Antioquia y la Repúbli-
ca entera fueron quebrantada s por la violenta conmoción de 1876, en
pos de la cual vinieron la vandálica invasión, y los gobiernos violentos
Ybrutales que allí se sucedieron, tratando en vano de echar raíces y la
revolución general de 1885, y el cambio consecuencia! de régimen y de
instituciones políticas en la República. A pesar de tamañas mudanzas y
452 F.L PODER POLÍT ICO EN COLO MBIA

vicisitudes, Ant.ioquia ha segu ido sien do el depa rtam


ento mejo r gobe r-
nado de Colo mbia ... ». (Martínez Silva, Ensayos biogr
áficos, p. 63).
5. Así, en 1862, dura nte la guer ra entr e los cons
erva dore s gobi er-
nistas y los revolucionarios federalistas dirig idos por
Mos quer a, el gene -
ral Braulio Hen ao se retir ó de Anti oqui a con sus
fuerzas, sin aten der a
los plan es estratégicos del dire ctor de las oper acio
nes legitimistas, Julio
Arboleda. Cf. Quij ano, op. cit., pp. 111, 274, 277.
6. En reali dad uno de los incentivos may ores para
la colo niza ción
espo ntán ea de la cord iller a quin dian a, fue el dese
o de muc hos grup os
antio queñ os de esca par a las cont inge ncia s mili tares
ocas iona das por las
guer ras entr e 1860 y 1863, a part ir de cuya fech a la
luch a se hizo crón ica
en todo el resto de la Con fede ració n. (Cf. Pars ons,
op. cit., p. 120) .
7. Osp ina Rod rígue z, op. cit., p. 35.
8. Parsons, op. cit., p. 148.
9. Safford, Commerce and Enterprise, cit.
10. Parsons, op. cit., p. 113.
ll. lbíd., p. 124.
12. Havens, op. cit., p. 112.
13. Tom ás Carrasquilla, Hace tiempos, en Obra s com
pleta s, Edit oria l
Bedo ut, Medellín, 1958, pp. 211 y ss.).
14. Entrevista pers onal con Bern ardo Guin gue Sal.µ
ar sobr e la vida
social en Manizales haci a 1900 (1971). Guin gue, prop
ietar io terri toria l,
com ercia nte, perio dista y adm inist rado r del diari
o La Patria de Mani-
zales, y de La Razón de Bogotá, pose e una rica expe
rien cia indi vidu al
acer ca de los cambios en el proc eso social de su regi
ón nata l.
15. Carrasquilla, op. cit., Hace tiempos, pp. 455 y ss.
16. Frie drich Schenck, Viajes por Antioquia en 1880
, Arch ivo de la
Econ omía Nacional, Banc o de la República, Bog otá,
1963, pp. 45-46.
17. Anuario estadístico de Colombia, Imp rent a de Med
ardo Rivas, Bo-
gotá, 1875, p. 22 (citado por López Toro , op. cit., p.
57).
18. Osp ina Rod rígu ez escribía en 1875: «En los
últim os 33 años se
ha dupl icad o, tanto la pobl ació n de Med ellín com
o la del Esta do, no
obst ante , la copi osa emig ració n que ha salido para
los Esta dos del Cau ca
y Toli ma y para otro s de la Con fede ració n. El aum
ento de la riqu eza es
muc ho más rápi do que el de la pobl ació n, pued
e cons ider arse que se
ha cuad rupl icad o en los últim os 40 años y decu plica
do si se tom a por
pun to de com para ción la riqu eza exis tente al emp
ezar el pres ente siglo».
(Osp ina, op. cit., p. 215; Parsons, op. cit., pp. 156 y
ss.).
19. «En los días de merc ado todo s los miem bros
de la com unid ad
se halla n pres ente s y bebe n en el mism o luga r y
en la mism a mes a... ».
«En lo que conc iern e a la com unid ad, el obse rvad
or fortu ito encu entr a
ciert as base s para cons ider ar a los habi tante s de
Tám esis com o miem -
bros de la mism a clase social». «... Quie nqui era trab
aje a tiem po más o
men os com pleto y omis ión hech a de lo que gane
con su traba jo es consi-
dera do com o un miem bro de la clase med ia. Resu
lta, pues , que la mer a
LA CONFLUENCIA DE DOS MUNDOS 453

consideración económica no basta para trazar el continuum de las clases


sociales». (Havens, op. cit., pp. 109 a 111). Cf. Fajardo, op. cit., pp. 51 y ss.
20. Cf. Nota 85 del Capítulo V.
21. Cf. Sa.fford, Commerce and Enterprise, cit.
22. Compendio de estadísticas históricas, cit.
23. «Demasiado de la guerra que le hacen a U. desde aquí, ese Cír-
culo miserable i asqueroso, por perverso i sínico como nadie, que por
una aberración que no puede desifrarce, ni menos comprenderce, do-
mina la Repa. a pesar de ser detestados de todos. Ahora tienen de refuer-
zo al poeta Dr.Julio que no podrá servirles de otra cosa q.e para que con
tiempo escriva un poema a la caída infalible de los Caciques de Guasca».
(Carta del general Ramón Espina a Tomás Cipriano de Mosquera, de
enero 12 de 1859; en Archivo epistolar del general Mosquera, cit. , p. 283.
24. Cf. Nota 59 del Capítulo V.
25. Miguel Samper, Escritos, Selección Samper Ortega, cit., p . 196:
«La creación de Antioquia como Estado Federal fue debida principal-
mente al anhelo de los conservadores, dirigidos por el señor Mariano
Ospina, de salvar las tradiciones conservadoras, la civilización misma,
amenazada, en su concepto, por lo que entonces se llamaba el rojismo.
Allá en esas nuevas Asturias, se refugió cual nuevo don Pelayo el señor
Ospina con esas tradiciones». Recuérdese, además, la tradición gana-
dera de los Ospina en Neiva y el carácter de «Cacique de Guasca» que
les asignaba Espina, para comprender la naturaleza de su nuevo poder
mercantil antioqueño.
26. Sobre el valor entendido de los pretextos religiosos para excitar
los odios de partido, indispensables en el sistema de dominación hacen-
daria.
«Hoy están atormentando a su familia, a sus numerosos amigos con-
servadores con otro rumor a saber: que usted ha hecho dejación pública
del catolicismo y profesión en una de las comuniones protestantes. Esto
causa sumo disgusto; y los conservadores con su sistema de escepticismo
para todo lo que no les conviene, niegan el hecho. Como en materia de
religión no se puede seguir la que se quiera sino la que obliga a seguir
la convicción y la conciencia es una impertinencia decirle a una persona
que no debe seguir tal religión sino tal otra. Sin embargo, la posición
política de un hombre público, cuyos hechos religiosos pueden ejercer
una grande influencia en el éxito de una contienda que interesa funda-
mentalmente a su país, sí puede obligarlo y frecuentement e lo obliga,
a proceder con reserva en el ejercicio de su religión; por tanto, yo he
negado como los demás conservadores la exactitud del hecho». ( Carta
de Mariano Ospina Rodríguez a José Eusebio Caro, de 7 de septiembre de
1852. En Epistolario de Caro, p. 357).
Y la carta continúa: «Como para el pueblo de la Nueva Granada son
sinónimos catolicismo y religión y lo son igualmente herejía e impiedad,
el abandono del catolicismo y la profesión pública de cualquier religión
454 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

n de
por usted significaría para el puebl o de la República, la renun ciació
s-
la religión y la profesión pública de la impie dad. En las actuales circun
tancias no podrí a imaginarse un triunf o más satisfactorio para los rojos,
o
ni un motivo más profu ndo de disgusto y desconfianza para el puebl
conservador». (/bíd., p. 358).
El pretex to religioso encub re todos los motivos políticos y económi-
con-
cos. Martínez Silva escribe: «Ni que cosa más sencilla y rutine ra que
to,
servarse así en el poder , conta ndo, adent ro, con un nume roso ejérci
con
con abund ante parqu e, con el valioso mecanismo oficial y, afuera,
un gran partid o cuya opinió n ni se inquie re ni se respeta, pues de ante-
ca-
mano se sabe que está dispuesto a march ar a toda hora al sacrificio,
s
llado, sumiso, disciplinado, no como quien pelea por cosas perec edera
su
y mund anas, sino como quien cump le un deber religioso, que tiene
recom pensa en la otra vida». (Carlos Martínez Silva, Artícul.os doctrinarios,
1935, Impre nta Nacional, Bogotá, p. 79).
27. Las tensiones entre los intereses federalistas origin ados en el do-
-
minio de las «élites» regionales comp romet idas en los cultivos de expor
los
tación y el deseo de centralización partic ularm ente notor io entre
de
grand es comerciantes que a su turno eran igualm ente planta dores
el
tabaco o recolectores de quina, tienen una contra dicció n insoluble en
seno de ambos partidos tradicionales hasta 1885.
De esta manera, Mariano Ospin a Rodríguez es firme partid ario del
federalismo en 1849. (Ver Ospina, «Los partid os políticos en la Nueva
Granada», en Escritos sobre economía y política, cit., pp. 147 y ss.) y acusa-
ba a los liberales de haber sido sucesivamente centralistas y federalistas
cen-
sin ningú n motivo justo o racional. Ospin a se hizo luego acérri mo
tralista.
La pugna entre los partidos, atraídos simul táneam ente por el cen-
se
tralismo y el federalismo -a causa de sus contra diccio nes inter nas-
por
comp rende mejor al leer docum entos como la carta de renun cia
Miguel Samp er al Presidente Zaldúa en 1882. (Cf. Apéndice documental):
«Este sistema (de intereses en la época federal) tiene que consistir y
consiste, en halagar los intereses de las secciones, llevándoles del tesoro
rios.
federal los auxilios que la desidia de sus gobie rnos les hace necesa
de
Y no sólo se buscan auxilios para las necesidades, sino que ellos han
to
satisfacer también los antojos que se formu lan en empre sas de fomen
os
de todo orden y sin estudio comp etente de los hechos. Todos aquell
r
cuyo géner o de vida muest ra que han sido incapaces de conce bir, funda
s de
y mane jar empresas industriales para sacar de ellas honra dos medio
de que
subsistencia, apare cen comp etente s para aplicar las cualid ades
carece n al manej o de los intereses públicos».
Del mismo modo que el conse rvado r Ospin a, el libera l Samp er vacila
sido
en su lealtad entre centralismo y federalismo. Miguel Samp er había
uno de los convencionistas que aprob aron en Rione gro en 1863 la Cons-
a
titución Federal, fue empre sario tabacal.e ro y sus quejas contr a el sistem
LA CONFLUENCIA DE DOS MUNDOS · 455

federal en 1882 corres ponde n a un rn~rnento en que es inocultable el


desastre de las exportaciones tabacaleras. Ello explica la tenden cia hacia
la centralización política corno un instrum ento de supervivencia de las
«élites» ante el colapso económico.
28. ' lbíd.
29. Archivo epistolar del general Mosquera, cit., p. 38. Es notable que
Mosquera, figura descollante del Ejército Libertador, empresario ca-
pitalista en los Estados Unidos y expresidente de la Nueva Granada,
descubriera tardíam ente el valor sustancial de la clientela «hacendaría
regional», corno base de su acción política, triunfante en 1860.
30. lbíd., p. 267. Se trata de notorios hacendados y comerciantes
de la Sabana de Bogotá, aunqu e oriundos de Antioquia. Manuel An-
tonio Arrubla, junto con otro antioqueño, Francisco Montoya, fueron
encargados en 1824, corno «honorables comerciantes» de renegociar en
Londres, en 1824, los escandalosos créditos adquiridos en nombr e de
Colombia por Francisco Antonio Zea (Henao y Arrubla, op. cit., p. 542).
Arrubla negoció con B. A. Goldshrnidt de Londres, por cuatro millones
setecientos cincue nta mil libras. Goldshrnidt quebró y «la República per-
dió más de cuatrocientas mil libras». ·(Jbíd. p. 823).
31. Mosquera estableció en Nueva York, en 1851, en asocio con
el marido de su hija Amalia Mosquera, el expresidente general Pedro
Alcántara Herrán , una casa de consignaciones en Nueva York, bajo el
nombr e de Mosquera y Compañía, la cual quebró en 1857. Sin embargo,
Herrán no regresó a la Nueva Granada y se había hecho nombr ar minis-
tro en Washington cuando en 1854 se le llamó a dirigir las operaciones
contra Melo. El ministro granadino en Washington era, pues, un activo
negociante neoyorquino en el momento de la lucha antiartesanal. (Cf.
Archivo epistolar de Mosquera, cit., p. 36; Henao y Arrubla, op. cit., p. 696).
32. Nieto Arteta, op. cit.
33. Nieto Arteta, op. cit.
34. Abel Cruz Santos, «Economía y Hacienda Pública», en Historia
extensa de Colombia, Vol. XV, T. I, Bogotá, 1965, pp. 480 y ss.
35. Una confirmación adicional sobre el efecto social de la desa-
mortización puede hallarse en el relato novelesco de un contemporá-
neo: Olivos y aceitunos todos son unos, de José María Vergara yVergara.
Miguel Sarnper comen taba así los resultados de la «desarrnotización»
en 1867, cinco años después de haberse adopta do la medida:
«A pesar de todas las esperanzas que se fundar on en la desamorti-
zación, sucedió, con los bienes que ella ocupó, algo parecido a lo que
acontece cuando el diablo entra en tratos con los humanos, a quienes
engaña con su oro, que al llegar el alba se convierte en carbón. Los
bonos de 1861 que habían de dar a sus poseedores una cantidad en me-
tálico o en bienes equivalentes en su valor nominal, jamás subieron del
30 por 100, y han terminado por no levantar el 10 por 100. Al principio
se llamaba la baja de los bonos alza del valor de los bienes, sofisma que
456 EL PODER POLÍTIC O EN COLOMBIA

habría aparecido descarnado si éstos se hubier an remata do por dinero y


pagánd ose con él los bonos; pero al fin ya fue un escándalo que los bie-
nes sólo produj esen el 50 por 100, y se mandó cotizar su valor corrien te
en el mercad o para la admisión en los remates».
Según Cruz Santos, «si al valor de los bienes rematados hasta 1866, que
ascendía a $5.079.426.20, se agrega el de los bienes en poder del gobier-
no, en aquel año, $6.050.000, se llega a la suma total de $11.129.426.20,
a que ascendió la desamortización de los bienes de manos muer-
tas». (Cf. Miguel Samper, Obras compl.etas, Editorial Cromos, Bogotá,
1925, «Estudios político-económicos», T. I, p. 68; Cruz Santos, op. cit.,
pp. 475 y ss.).
36. «... es el paso más atrevido y feliz que se haya dado desde 1810;
como medida económica está a la altura de la extinción del monop olio
del tabaco y de la libertad de exportación de oros». (Camacho, El Tiem-
po, octubr e 8 de 1861, citado por Cruz, p. 484).
37. Nieto Arteta, op. cit., T. 11, p. 178.
38. Rafael Núñez, «La paz científica», en Los mqores artículos,
cit. , pp. 41 y SS.
39. Cf. Restrepo, Historia de la Nueva Granada, T. 11, cit., pp. 11 y
ss. , «Presidencia de Mosquera».
40. Cf. Abella Rodríguez, Núñez.
41. «La reacción liberal se ha realizado al fin dentro del partido
mismo, en virtud del principio de renovación que vive latente en todos
los cuerpos físicos y morales para impedi r su descomposición prema-
tura. La política indepe ndient e, que obedece a este principio, ha triun-
fado porque es una política natural que estaba en la atmósfera y se ha
infiltrado en los espíritus y tomado poder en las voluntades». (Núñez,
op. cit. , p. 57).
«Los partidos militantes no constituyen todo el capital político de
un país. En el fondo del escenario en que se represe nta la lucha activa y
encarnizada de las ideas, de los intereses y de las pasiones, hay siempre
una gran reserva, por el estilo de.la que decide, con frecuen.cia, el éxito
de una batalla». (Núñez, «El realismo en política», 11 de agosto de 1882,
en Los mejores artículos, p. 103).
42. Puede presumirse que, a la caída de los precios del tabaco, se
había verificado una acumulación de capitales en manos de los grande s
comerciantes importadores, que se transfirió luego al sector industrial
incipiente. Este punto reclama una cuidadosa investigación histórica
aún no realizada.
43. En punto a la defensa de la propie dad, a la exaltación de la labo-
rización y a la defensa de las tesis económicas ecuménicas de origen in-
glés son indiscemibles unas de otras las actitudes de los mayores voceros
partidistas del períod o de la Regeneración. Sería inútil y excesivo aducir
una muche dumbr e de ejemplos. (Cf. Jaramillo Uribe, El pensamiento co-
lomlnano en el sigw XIX, ya citado).
lA CONFLUENCIA DE DOS MUNDOS 457

44. «Ministros hemos conocido que han hecho fortuna patrocinan-


do acreencias incalificable s; que siendo negociantes y propietarios han
pretendido esquivar la acción de los tribunales civiles en asuntos en que
la ley y la dignidad excluían todo fuero diplomático ; que han pretendido
vivir a expensas de la hospitalidad privada y escandalizad o a la opinión
con vergonzosas cuestiones de dinero y hospedaje; que han organiza-
do bailes públicos de mujeres equivalentes a las loteras francesas de la
peor clase; que se han presentado en los grandes bailes, los teatros y las
fiestas con sus concubinas; que se han hecho opulentos con el agio, el
contrabando , la usura y los contratos con el gobierno por interpuesta
persona ... ». (José María Samper, op. cit., p. 208).
45. Rafael Núñez, «El gran general Mosquera», en Los mejores artícu-
los, pp. 117 y ss.
46. Ospina Vásquez, op. cit., p. 276: «La crisis comercial y económi-
ca se sumaba al fracaso político y al desastre fiscal para imponer cambios
fundamenta les».
47. Es característic o que, para conseguir el afianzamien to de las
lealtades de base, sea necesario fortificarlas mediante la instigación del
odio interpartidis ta y de la guerra civil, como condición para que los
dirigentes puedan ulteriormen te concertar alianzas duraderas.
48. Ospina Vásquez, op. cit., p. 440: «Es este un fenómeno realmen-
te extraordina rio en un país donde las discusiones entre los partidos han
sido tan seguidas y tan agrias; y aun ocurre que aunque el partido, haya
tomado una posición oficial, libre cambista o proteccionis ta, algunos de
sus miembros salientes se pueden apartar de ella, sin que esto se conside-
re indoctrinari smo serio o falta grave contra la disciplina».
49. En el «Acuerdo sobre Reforma Constitucion al» expedido por el
Consejo Nacional de Delegatarios el 30 de noviembre de 1885, figuran
como bases de esa reforma».
«l. La soberanía reside única y exclusivame nte en la Nación, que se
denominará República de Colombia».
«2. Los Estados o secciones en que se divide el territorio nacional,
tendrá amplias facultades municipales y las demás que fueren necesarias
para atender al desarrollo de sus peculiares intereses y adelantamie nto
interno».
«3. La conservació n del orden general y secciona} corresponde a la
Nación. Sólo ella puede tener Ejército y elementos de guerra, sin perjui-
cio de los ramos de policía que corresponde n a las secciones».
«4. La legislación civil y penal, electoral, comercial, de minas, de or-
ganización y procedimien to judicial, es de competenci a exclusiva de la
Nación».
50. Ospina Vásquez, op. cit., p. 440: «En el hecho librecambis-
mo y proteccionis mo nos resultaban igualmente desastrosos; no cesa-
ban nuestra miseria y nuestro atraso, no disminuían. Claro está que la
parte que en ello correspondí a a la política económica en ~atería de
458 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

protecc ión o libre cambio era pequeñ a, pero por lo menos en ciertos
aspectos se podía establec er la relación en forma más o menos estrecha:
el libre cambio no traía ese gran aument o en el comerc io interna cional
que nos sacara a una vida de plenitu d económica, la protecc ión no traía
las industrias, como se esperaba. Pero en nuestro caso no ha habido el
proceso , presum iblemen te penoso y gradual, de desilusión y conversión.
Los cambios han ocurrid o en cada caso en forma de polarización casi
instantá nea, de cristalización».
51. Carlos Martínez Silva, Revistas políticas publicadas en el repertorio
colombiano, Impren ta Nacional, Bogotá, 1934, pp. 43 y 69. Los conser-
vadores históricos añadían en 1896: «En cambio abunda n, hoy más que
antes, los proyectos de empresas descabelladas, los contrat os leonino s
para la constru cción de ferrocarriles y caminos, que implica n disper-
sión de recursos y que invariablemente termina n en litigios, y en ruido-
sas indemn izacion es, perseguidas de antema no por los especuladores».
(Martín ez Silva, Artículos doctrinarios -Motiv os de disidencia-, Impren ta
Nacional, Bogotá, 1935).
52. Inform e del visitador Rufino Gutiérrez, de abril 11 de 1899 (en
Martíne z Silva, Revistas políticas, cit. p. 445).
53. El monopo lio de licores y el arrenda miento de estos monopo -
lios a particu lares fue otro de los más pingües negocios de la época. En-
tre los rematad ores más importa ntes se encontr aba el señor José María
Sierra, igualm ente prestamista del gobiern o Central. (Cf. Nota 55 de
este capítulo ).
54. Sobre la situación de la deuda pública para ese momen to. Ver
Carlos Martínez Silva, Las emisiones clandestinas del Banco Nacional y otros
ensayos, Impren ta Nacional, Bogotá, 1938, p. 19.
55. Martínez Silva, Revistas políticas, p. 389. José María Sierra era el
mayor acreedo r del gobiern o. El total de la deuda a los bancos comercia-
les apenas alcanzaba a 600.000 pesos, mientras que Sierra era acreedo r
por 900.000.
56. Martínez Silva, Revistas políticas, p. 393.
57. . Ibíd. pp. 453 y ss. La obtenci ón de concesiones y monopo lios
por particulares, para ser luego cedidos a inversionistas extranj eros se
convirtió en una práctica común.
58. Martíne z Silva, Las emisiones clandestinas, p. 63.
59. Ibíd., PP· 95 y SS.
60. Ibíd., p. 109.
61. Cf. Nota 51 de este capítulo.
62. Carlos Martínez Silva, Artículos doctrinarios, Impren ta Nacional,
Bogotá, 1935.
63. Cf. Joaquín Tamayo, Nuestro siglo XIX (La ·revolución de 1899),
Editori al Cromos, 1925.
64. Ibíd., p. 49. Eduard o Santa, Rafael Uribe Uribe, Ediciones Trián-
gulo, Bogotá, 1962, p. 199.
lA CONFLU ENCIA DE DOS MUNDOS 459

65. Luis Martínez Delgado, A propósito del Dr. Carlos Manínez Silva,
Bogotá, Editorial Marconi, 1931.
66. Joaqu ín Tamayo, op. cit. Yañade: «¿Por qué peleab an estos hom-
bres? La respue sta es dificil y aventurada. Si esa pregun ta se les hubier a
hecho en vísperas de Palone gro, los soldados de la Revolución habría n
contestado: "Por el triunfo del gran Partido Liberal"; los reclutas con-
servadores: "por la victoria del gobier no legítimo"; sin saber a derech as
el motivo. Indisc utiblem ente los jefes revolucionarios obedec ían a una
razón de orden político, pero la muche dumbr e armad a y los guerrilleros
ignora ban los fundam entos filosóficos del liberalismo, sus aspiraciones
doctrinarias, sus tradiciones civilistas. Fueron a la revolución empujados
por un sentim iento emotivo, ajeno a todo análisis». (Pp. 91-92).
67. lbíd., p. 105.
68. Luis Martínez Silva (citado por Luis Martínez Delgado, A pro-
pósito del Dr. Carlos Martínez Silva, Bogotá, 1930, p. 488). «De extracción
o filiación liberal hasta el día en que vio triunfa nte al genera l Payán en
el Cauca en 1885, no puede decirse fuera hombr e de partido , de ideas
definidas, estudiadas y digeridas, sino que iba con los acontecimientos
que los rodeab an y con lo que conven ía más a sus ambiciones personales
del mome nto. De ahí que no vacilaran en buscar según las circunstan-
cias, apoyo en las derech as o en las izquierdas; en el Clero, preten diendo
colocarlo ante la ley en condic iones de igualdad política a los demás
ciudad anos, o en el liberalismo, ofrecié ndole puestos de gran influencia
y tambié n en las multitu des, alterna ndo con ellas en bacanales, como lo
vio con asomb ro la buena sociedad bogota na en ciertas fiestas en la plaza
de San Victorino».
69. Ospin a Vásquez, op. cit., pp. 322 y ss. Hablan do de la política
económ ica de la Regen eració n: «Núñez fue una excepc ión en ese senti-
do, por cuanto recono cía explíc itamen te un costo a la industrialización,
que st; había de cargar a la creació n y sostenimiento de una clase social,
polític ament e necesaria». (P. 326).
«Evidentemente, había mucho que se prestab a a la crítica en la crea-
ción de estas industrias, que tan eviden temen te "molían derech os de
aduana", como se dijo de los molino s de trigo de la costa Atlántica. Pero
si se quería a todo trance tener industrias (y ya se dijo que las razone s
que hacían tan deseab le tenerlas, aunqu e costaran, no eran primar ia
o directa mente razone s económicas) era esta la maner a de que se pu-
dieran establecer, tal vez la única maner a o la más práctic a y asequible.
Reyes estaba dispuesto a tomar la respon sabilid ad que el país pagara el
precio del estable cimien to de alguna s empre sas fabriles, que iniciab an
su industrialización». (P. 339).
70. Compendio de estadísticas históricas, ya citado Colombia, comerci,o ex-
terior, 1835-1962, pp. 206 y ss. Para 1906 el banano repres entaba el 3.38%,
el café el 42.40%, y el oro el 20.59% del total de las export acione s co-
lombianas.
460 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

71. La producció n de banano «cayó de tal modo en manos de ex-


tranjeros que pronto constituyó un enclave extranjero en nuestro campo
económic o, el primero de importanc ia mayor, probablem ente. Algunas
minas eran ya, en forma más o menos marcada, enclaves económico s,
pero su importanc ia dentro del conjunto era moderada ». (Ospina, p.
338).
72. Luis Martínez Delgado, Apuntes histórico-biográficos, Editorial
A.B.C., Bogotá, 1940, p. 297.
73. «Y no limitó el grupo liberal reyista (que sin duda represen-
taba la opinión predomin ante en el partido) su apoyo a las medidas
de intervenci onismo relativame nte incoloras e invisibles que resultaban de
una bien calculada combinac ión de los derechos de aduanas. Prestó
su ascenso a medidas de orden más directo, personal, en muchos casos
(monopol ios y privilegios ... ), de los cuales hubo muchos durante el pe-
ríodo, como podrá verse más adelante». (Ospina, p. 329).
«Para ganarle adeptos a su gobierno, creando empleos y distribuyen-
do dinero de multitud de contratos, emprendi ó en obras públicas sin
plan alguno y diseminó los recursos del erario nacional...». «Con idénti-
co propósito creó el Banco Central, gran pulpo, de cuyas acciones dispu-
so como a bien tuvo, sin que los favorecidos con ellas tuvieran que hacer
desembol so alguno de dinero». (Luis Martínez Silva, en Luis A. Martínez
Delgado, A propósito del Dr. Carlos Martínez Silva, p. 490).
74. Ospina Vásquez, op. cit., pp. 330 y ss.
75. Ibíd., pp. 372 y SS.
76. Ibíd.
77. «La patria por encima de los partidos», frase atribuida a uno de
los más altos jefes militares revolucion arios de la guerra de los Mil Días y
posteriorm ente director del Partido Liberal, general Benjamín Herrera:,
se convirtió en un Leitmotiv constante de periodista s y jefes políticos du-
rante la primera mitad del siglo XX.
78. En la década de los años veinte los conflictos obrero-pa tronales
que &e desarrolla ron caracterís ticamente , en su mayor parte, en los en-
claves económic os extranjero s (petrolera s, bananeras ) fueron liquida-
dos por el gobierno mediante el uso de la represión militar. La huelga
de 1928 en los terrenos de la United Fruit Company , verbigraci a, costó
más de cien muertos en las filas obreras y ocasionó una larga serie de
tropelías, mal investigadas por las autoridad es. (Cf. Miguel Urrutia, His-
toria del sindicalismo en Colombia, Universid ad de los Andes, Bogotá, 1969,
pp. 123 y ss.).
79. Cf. Bernardo García, Manuel Trujillo, Leonidas Mora, José A.
Gutiérrez y Octavio Barbosa, «El comercio exterior y los problema s de
la industrial ización en Colombia », Universid ad Nacional de Colombia ,
Centro de Investigac iones para el Desarrollo (CID), julio de 1969, mi-
meografia do.
461
l.A CONFLUENCIA DE DOS MUNDOS

Colomma en cifras, editores Li-


80. Miguel Fadul, «La industria», en
, Bogotá, 1963, p. 219.
brería Colombiana Camacho Roldán
81. lbíd.
acionalidad» capitalista intro-
82. lbíd. Sobre los elementos de «irr
el proceso del crecimiento indus-
ducidos por las pautas culturales en
biana, ver, por ejemplo, Osp ina
trial, a lo largo de la historia colom
ecialmente imp orta nte a las ideas
Vásquez: «Hay que hac er µna par te esp
a ella le conviene en ma teri a de
corrientes en la com uni dad sobre lo que
miran ciertas actividades y a los que
producción, a la simpatía con que se
s de los hom bre s salientes. Cuan-
a ella se dedican a la opi nió n de los acto
auge y se tomaban medidas par a
do la política proexportista gozaba de
a esa finalidad el sistema viario del
favorecerla (en particular, inclinando
re los que que rían ser bien vistos
país) enc ont rab an especial acogida, ent
n a ayudar a ello: sem bra r tabaco,
en su grupo, las actividades que ten día
s, era n ocupaciones que ten ían
"quinear", "tancar" añil, pon er cafetale
hacerse un estudio sum am ent e
gran prestige value». Sobre esto pod ría
ar y per íod o esbozó ya Me dar do
interesante que en el caso de cierto lug
Rivas en Los trabajadores de tierra caliente,
op. cit., p. 425.
83. Ibíd.
84. Ibíd.
85. /bíd.
ent re el dominio de los capita-
86. Esta casi inextricable confusión
des industriales ha sido intensi-
les financieros y el control de las activida
nes financieras, la creación del
ficada por la aparición de las corporacio
inversiones de los bancos extranje-
Instituto de Fomento Industrial y las
mbiano. Para ten er una ima gen
ros en el sector financiero-industrial colo
ceso cf. Héc tor Melo, Obseroacio-
clara de este dramático y acelerado pro
relaciones con los grupos local.es de
nes so/Jre el papel del capital extranjero y sus
al de Colombia, Cen tro de Inves-
capital en Colombia, Universidad Nacion
otá, 1973: «La fundación de las
tigaciones par a el Desarrollo (CID), Bog
ligada al manejo de las líneas de
corporaciones financieras ha estado
un factor de gran incidencia en el
crédito provenientes del exterior y es
el sector financiero y el sector in-
estrechamiento de los vínculos ent re
de los grandes bancos, las com-
dustrial. A la vez que recogen los fondos
de capital local, y los prestamistas
pañías de seguros, los grandes grupos
ras se han convertido en un im-
extranjeros, las corporaciones financie
dos a actividades industriales».
portante canal de incorporación de fon
p. 352.
87. Ospina Vásquez, especialmente,
88. Parsons, op. cit.
89. Ibíd..
90. Ibíd.
91. Ibíd.
92. Ibíd.
93. Ibíd.
94. Ibíd.

L
462 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

del
95. La excesiva subdiv isión de la tierra en las region es cafete ras
gra-
occid ente colom biano produ jo en las décad as poster iores a 1940
s trajo
ves proble mas de orden social. El limita do tamañ o de los fondo
idades
consig o la impos ibilida d de atend er con su produ cto a las neces
fue uno
de la econo mía familiar. Un auge notor io de la prosti tución
obró
de los subpr oduct os de este fenóm eno. Más tarde, la misma causa
como un aceler ador de la violencia, cf. La violenci.a en Colom.bia.
96. lbíd.
97. /bid.
98. Ospin a Vásquez, op. cit., p. 351.
bia,
99. •<Concordato», en Constitudón Política dt /,a República de Colo,n
la Santa
Edit01;a1 Volun tad Ltda. , 1965. «Conc ordato celebr ado entre
Sede y la Repúb lica de Colombia)),
100. lbíd~
101. Camil o Torres, «La violen cia y los cambi os socio- culrur
ales en
Naa~
las ár eas rurale s colombiana..~ ». en Memoria del Primer Congreso
1963,
na./ de Soriologin. Asoci ación f'A>lombiana de Socio logía, Bogot á.
pp. 137 y SS.
un
«El canal de ascens o en su prime ra etapa (el semin ario) tiene
caráct er pre-do miname mc nte cultur aJ fonna l. Este ascen so se
efectú a
hasta la es-
gener almen te desde la escuel a prima ria (escue la apostó lica)
cuela unive rsitaria. (Semi nario Mayor ) ,. _
los
«Los cr·iteri os d e ascens o en esta etapa son predo minan temen te
de capac idad intelecn1al y confo rmism o en la condu cta ...
es-
,, En las et1.pas siguie ntes, el criteri o primo rdial de ascen so en la
o. Por
tructu ra actual de la Iglesia latino ameri cana e.s el confo rmism
ción
ejemp lo, en algun os países los obispo s no son degid os sin la acepta
de l candi dato por todo el episc~opado m,don al. Esto implic a una nive-
lación del candidar.o con base en el confo nnismo, prind palmc
nte ... •.
«Natu ralme nte que la unión de int~re ses entre la alta jerarq uía
y la
clase dirige nte produ ce que los ascens os edesiásricos tengan como
uno
se mani-
de los criteri os básicos el confo nnism o t·on las estn1cturas, que
fiesta en la escala local en el confonu.ism o con los grupos minoritarios
dirige ntes de las comu nidad es de base •.
im-
I 02. En tan to que la Jglesia. como superv igilan te de la educa ción
ción
partid a a todos los niveles y como empre saria privad a de la educa
nte, la
(prim aria, secun daria y unive rsitari a) tiene un papel prepo ndera
las
social izació n escolar transm ite unos valore s que se identi fican con
tro
ne-ce-s idade s de la estruc utra social a la c ual sirve. Un antiguo minis
.Abel
de Educa ción, notab le teórico sociológico y católico re-conocido ,
Nar.mjo Villegas, ha escrito: -Colocado el poder público en la pers-
pectiva social de )a educación y la Iglesia en la moral , no cxistt una
tiva
oposic ión sino una integr ación . Permi te hacer u.na. polítiCil educa
conjunta en la que se conjuguen el principio de la soberanía nacio1Ul.
a
que va implíc ito en el pode-r de educa r, y el de la liben.ad df la Iglesi
LA CONFLU ENCIA DE DOS MUNDO S 463

para expan dir el Evange lio. El Estado colom biano no ha compr endi-
~o que_ en la educac ~~n exc_l~ sivame nte otorga da por el Estado puede
1mpart J.rse la educac 10n rehg1o sa y ha permit ido que la indust ria pri-
vada de educac ión al denom inarse católic a, sugier a el absurd o de que
la oficial no lo es». (Abel Naranj o Villega s, «Morfo logía de la nación
colom biana» , en Histori a extensa de Colombia, Vol. XIII, Editor ial Lerner ,
Bogotá , 1965, p. 208).
103. A partir de 1930, lo contro les de cambio y export ación dieron
un apoyo decisiv o a la industr ializac ión induci da. La crisis financ iera
mundi al, al imped ir a Colom bia la adquis ición de bienes de consum o
extran jeros, permit ió dar una forma «salvad ora» y nacion alista a los pri-
vilegio s otorga dos a las industr ias domés ticas. De maner a acelera da la
partici pación de la indust ria en el ingreso nacion al aumen tó a partir de
esa fecha. Cf. El comercio exterior y los problemas ... , Univer sidad Nacion al
(CID).
104. Los períod os de violenc ia ciega, propio s de «socie dades pre-
moder nas», alterna n con los mome ntos en los cuales Colom bia aparec e
como «mode lo latinoa merica no de democ racia» e incluso como «la vitri-
na de la Alianz a para el Progre so», cf.Joh n D. Martz, Colombia, un estudio
de política contemporánea, Univer sidad Nacion al de Colom bia, 1969.
105. Bernar do García y otros, El comercio exterior y los problemas ... cit.
106. lbíd.
107. lbíd.
108. En la misma medid a en que avanza el proces o de ayuda exte-
rior nortea merica na, en forma de inversi ones o de crédito s, para apo-
yar la industr ializac ión, los model os de desarro llo son definid os por las
entida des financi eras, estatal es o privada s, finalm ente multin aciona les
de las cuales depen de el otorga miento o la negativ a del apoyo. Así, fue
Colom bia la primer a nación que obtuvo del World Bank una asesor ía
técnica para la evalua ción de un crédito destina do a financ iar el ferroca -
rril del Magda lena, en la década de los cincue nta. Crecie ntemen te, esta
interve nción técnica ha asumid o el carácte r decisiv o que hoy tiene en
casi cualqu ier proyec to de fomen to en el país.
109. Cf. Ospina Vásque z, pp. 46M67 .
110. Sobre movili dad social y perma nencia de los privile gios, cf.
Luis López de Mesa, «La clase media social en Colom bia»; T. Lynn Smi-
th, «Obser vacion es sobre la clase media en Colom bia», Univer sidad de
Antioq uia, No. 105, enero y febrero de 1952.
111. Fernan do Guillé n Martín ez, «Perfil y destino de la oligarq uía
colomb iana», revista Mundo Nuevo, Bueno s Aires, París, No. 63, noviem -
bre de 1970, pp. 4 y ss.
«El resulta do social del sistem a oligárq uico es la cristali zación de una
forma de autorid ad que toma en cuenta básica mente los patron es de
prestig io individ ual y que articul a las decisio nes públic as en razón de
los compr omisos individ uales de los miemb ros de una élite siempr e mó-
464 EL PODER POLÍT ICO EN COW MBIA

dem ocrá tico- bur-


vil pero siem pre desp ótica bajo apariencias formales
r sigu é siem pre el
gueses. La parti cipa ción de los individuos en el pode
otros, jerar quiz ada
cam ino de la adhe sión inco ndic iona l, de unos por
la haci enda ».
subc onsc iente men te en el mod elo de lealtades de
, Edit or, Bogotá,
112. ANDI, Industrias de Cowmbia, 1964, E. H. Bosh
1964, pp. 3 y SS.
113. Ibíd.
114. lbíd.
zaci ón agra ria
115. Para las tesis de Sam per en favor de la prol etari
ésticas ver, por ejem-
Yde la elim inac ión de las pequ eñas industrias dom
Orte ga, Edit orial Mi-
plo: «La prote cció n», en Escritos, Selección Sam per
nerva, Bogotá, s.f.
, cit. «El gran
116. Cf. Carlos Martínez Silva, en Ensayos biográficos
eros direc tores del
ciud adan o». Sam per fue igua lmen te uno de los prim
do accionistas otras
Banc o de Bogotá, fund ado en Bogotá en 1870; sien
a, Anto nio Sam per,
pers onas y grup os de su familia: Sam per y Com pañí
, Cam acho Rold án
etc. Figu raro n tamb ién com o fund ador es, entr e otros
siglo del Banc o de
Herm anos , Koppel y Schloss, y Mariano Tanc o. ( «Un
1970, p. 2-D).
Bogotá», ElEspedador, Bogotá, 20 de noviembre de
11 7. El Espectador, Bogotá, ener o 13 de 1931.
tas colo mbia nos
118. Es un hech o acep tado por todos los econ omis
no -pri ncip alm en-
de que el proc eso de crec imie nto demográfico urba
orci ón ni para le-
te por obra de migraciones inte rnas - no guar da prop
que lo sobr epuj a,
lismo con el proc eso del crec imie nto industrial, sino
ación de nuevas tec-
cada vez más amp liam ente , por la alta tasa de utiliz
nologías y de capital instalado, entr e otras razones.
que el gobi erno
119. «Los sindicatos ya no estab an inter esad os en
les, pues to que el
inter vinie ra en los conflictos de relaciones industria
conservatismo eran
gobi erno creía en la libre emp resa, y los líderes del
a trata do de derr ibar
muy hostiles haci a un movimiento obre ro que habí
del Dire ctori o Na-
al gobi erno varias veces, y que pare cía ser un apén dice
ndió por expe rien cia
cional Liberal. El mov imie nto obre ro tamb ién apre
med io del chan taje.
prop ia que no podí a obte ner nada del Estado por
ción de estad o de si-
Por el cont rario , resu ltaba claro que bajo una situa
icatos significaba su
tio, cual quie r actividad ilegal que realizaran los sind
la prác tica forta lecía
disolución inme diata , y era por lo tanto algo que en
mov imie nto obre ro
al gobi erno conservador. En tales circunstancias, el
haci a las negociacio-
aban donó las nego ciaci ones políticas y se orie ntó
o en Cowmma, ya
nes colectivas». (Miguel Unu tia, Historia del si,ndicalism
citado, p. 209).
ás Rue da Vargas»,
120. Juan De Garg~nta, «Lit eratu ra política, Tom
, pp. 288-291.
en Revista de las Indias, Epoc a 2ª, No. 53, mayo 1943
nero , y se con-
121. «En 1950 se modificó nuev ame nte el aran cel adua
ecci ón que se daba ,
cibió para sustituir en el may or grad o posi ble la prot
LA CONFLUENCV\ DE DOS MUNDOS
465

seleccionando cuantitativa y cualitativamente las importaciones a través


del sistema de cupos».
«En 1959, en desarrollo de la política de sustitución de importacio-
nes, se reformó nuevam ente el arancel, sobre la base de increm entar
considerablemente la incidencia de los derecho s específicos y ad valo-
rem». (Miguel Fadul, op. cit., p. 224).
122. Urrutia, op. cit.
123. Urrutia, op. cit., Capítulo VII.
124. Urrutia, ibíd., p. 91. Es característico que también en 1850 or-
ganizaciones artesanales que no tenían carácter ni ideología política es-
pecíficos derivaran hacia una asociación ideológica claramente definida,
cf. Nota 124 del Capítulo VIII.
125. «La tasa de crecimiento de Bogotá en el período 1951-1964 fue
una de las más altas del mundo: 6.8%; proviniendo ella, según parece,
por partes iguales del crecimiento natural de la población y del flujo in-
migratorio. Fue, sin embargo, seguida muy de cerca por Medellín, Cali
y Barranquilla, con un promed io de 5.2%. La tasa de crecimiento para
las doce ciudades más grandes fue de 6%; para otras poblaciones, 5%,
y para las áreas rurales, 1.6%». (Alternativas para el desarrollo urbano de
Bogotá, D.E., Universidad Nacional, Centro de Investigaciones para el
Desarrollo (CID), Bogotá, 1969, p. 3).
Para un examen detenid o y detallado de estos procesos demográfi-
cos, cf. Ramiro Cardona, editor de Las migraciones internas, Ascofame,
División de Estudios de Población, Bogotá, s.f.
126. Cf. Nota 118 de este capítulo.
127. Urrutia, op. cit., pp. 132-133.
128. El Tiempo, Bogotá, ed. Año Nuevo de 1926, p. 3ª.
129. El Tiempo, Bogotá, febrero 3 de 1920, febrero 19 de 1920.
130. El Tiempo, Bogotá, enero 11 de 1920, p. 4ª.
131. El Tiempo, Bogotá, enero 18 de 1920, p. 5ª.
132 .. El Tiempo, Bogotá, ed. Año Nuevo de 1926, p. 3ª.
«En las elecciones para Cámara de Represe ntantes en febrero de
1921, los socialistas present aron listas propias y obtuvie ron un gran
número de votos en las ciudades donde los trabajad ores asalariados
eran numerosos. En Medellín, la cuna de la industrialización, pero
al mismo tiempo una de las ciudade s más conservadoras del país, los
socialistas obtuvie ron el 23% del voto, mientra s que los liberales sólo
obtuvieron el 15%; y en Bucara manga los liberales anuncia ron haber
perdido las elecciones porque los socialistas se abstuvieron». (Urruti a,
op. cit., p. 107).
133. Jorge Eliécer Gaitán, Las ideas socialistas en Colombia, Editorial
América Libre, Bogotá, 1963, p. 11.
134. Urrutia, op. cit., pp. 108-109.
135. El Tiempo, Bogotá, 1º de enero de 1929, p. 3ª.
466 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

136. El prese ntar la defen sa de la propi edad de la empre sa capitalis-


de
ta y en especial de las inversiones extran jeras en ella, como una parte
la defen sa de la «fe cristiana» es un eleme nto bien notab le de las luchas
fol-
antisocialistas en Colombia, hasta hoy. Hace parte de la «ideología
clórica» de la pobla ción.
137. López descie nde en línea recta de Ambr osio López, que fue
Nota
presid ente de la «Sociedad Demo crátic a de Artesanos» en 1850, cf.
123 del Capítu lo VIII.
138. «Luego comen zaría a decir en las tertulias, liberales que el ca-
ones
mino hacia el poder pasab a precis ament e por allí a través de posici
de la
dentr o del gobie rno mismo y no por las ·enme lezada s trinch eras
el go-
guerr a civil y lo corrob oraba acepta ndo el minis terio del Tesor o en
bierno parita rio del señor Holguín. En el mismo gabin ete estaba como
ra,
secret ario otro joven dirige nte liberal, el señor Enriq ue Olaya Herre
de
quien sería el prime r Presid ente de su partid o despu és de 40 años
ico,
hegem onía conse rvado ra (Antonio Cruz Cárdenas, «López», El Periód
ar a
Bogotá, 20 de noviembre de 1972, pp. 4A-5A). Esta tende ncia popul
denom inar hegem onía conservadora a lapsos guber nativo s que fueron
s,
en realid ad compa rtidos por las élites de ambos partid os tradicionale
en la
ha oculta do frecue nteme nte el sentid o de los proce sos políticos
histor ia colom biana de la prime ra mitad del siglo XX.
139. Urrutia, op. cit., Capítulo XI, «La CTC y el períod o de la acción
política sindical, 1935-1950», pp. 189 y ss.
140. John D. Martz, op. cit., p. 39; Urruti a, op. cit., p. 147.
-
141. Es un lugar comú n entre los sociólogos políticos latino ameri
con
canos el interr elacio nar el increm ento de una clase media urban a
Ar-
la aparic ión de partid os «radicales» semej antes al qu~ surgió en la
de la
gentin a como conse cuenc ia ante todo de la inmig ración europ ea y
aparic ión
conce ntraci ón de la pobla ción en la zona de Bueno s Aires. La
mero
y desarr ollo de los partid os políticos es, en este marco teórico, un
result ado de la aparic ión y el auge de las clases sociales.
142. Martz, op. cit., p. 26.
143. Martz, op. cit., p. 20. No obstan te, T. Lynn Smith (Probkmas
la
social.es de la actualidad en la América Latina) observa a propó sito de
rosos
clase media: «Una cuesti ón harto discutible es la de si los nume
esas
aboga dos, funcio narios públicos, escribientes, notari os y el resto de
clase
clases que tanto abund an en Amér ica Latina consti tuyen o no una
media social», p. 33.
-
144. Cf. Ferna ndo Guillén Martínez, «Perfil y destin o de la oligar
quía colom biana» , ya citado:
«La estruc tura social engen drada por la encom ienda y la hacien da
no
se convi erte en la estruc tura de la "oligarquía". Pero la oligar quía
ser
es una clase opreso ra, ni una pandi lla de aristócratas susceptible de
elimin ada media nte la guillo tina o la guerrilla, la oligar quía es la forma
cien-
sistemática de las relaci ones sociales de toda la comu nidad . Verda d
lA CONFLUENCIA DE DOS MUNDOS 467

tífica evidente que, sin medir el alcante de sus palabras, expresaba hace
poco tiempo un Presidente de Colombia en vísperas de la elección de
su sucesor, cuando trataba de restar importancia al epíteto de "oligarca"
con que le motejaban sus enemigos, explicando a través de la televisión:
"Meditando en los últimos días, se me ha ocurrido una idea insólita:
creo que todos los candidatos y yo mismo, somos oligarcas. En Colombia
todos somos oligarcas"».
145. Martz, op. cit., p. 28.
146. Martz, op. cit., p. 10.
147. Urrutia, op. cit., pp. 144yss., 204.
148. Ver, por ejemplo, Silvia Villegas, No hay enemigos a la derecha.
149. No existe estudio sistemático que haya conseguido demostrar
las supuestas correlaciones «evidentes» entre clases sociales, sectores
económicos o formas culturales (urbanismo, ruralismo) y la militancia
en los dos grandes partidos tradicionales colombianos. Algunas esporá-
dicas tendencias que parecen confirmar ciertos modelos «clásicos» se
ven interferidas por situaciones históricas como el fenómeno anotado
por Urrutia, de que Medellín, «cuna de la industria» haya sido tradicio-
nalmente una de las ciudades más conservadoras de Colombia.
150. Ibíd.
151. Anita Weiss, «Tendencias de la participación electoral en Co-
lombia (1935-1966)», Universidad Nacional de Colombia, Departamen-
to de Sociología, 1968 (cuadro 29, p. 117).
152. Germán Guzmán y otros, La vioúmcia en Col,ombia. Estudio de
un proceso social, 2ª edición, Ediciones Tercer Mundo, Bogotá, 1962,
PP· 24y SS.
153. Femando Guillén Martínez, Consideraciones previas para un aná-
lisis de l,os resultados el,ectorales del 19 de abril de 1970 en Col,ombia, Universi-
dad Nacional de Colombia, Centro de Investigaciones para el Desarrollo
(CID), 1970, pp. 9-10.
154. Guzmán, op. cit., p. 35.
155. En todas las regiones colombianas la existencia de poblaciones
y veredas hereditariam ente conservadoras o liberales es un hecho bien
conocido. Se trata de un fenómeno tan corriente que no requiere ejem-
plos específicos.
156. Ya desde comienzos del siglo XIX la influencia de las zonas de
vertiente de la cordillera, más densamente pobladas y conectadas con
el poder político de Tunja, había sido un elemento fundamental de la
vida política llanera. Particularmente estrechas han sido las relaciones
económicas y sociales del Llano con la ciudad interior boyacense de So-
gamoso.
157. Guzmán, op. cit., pp. 118 y ss.
158. Guzmán, op. dt., pp. 236-264, entre varios ejemplos.
159~ Guzmán, op. cit., p. 113.
160. Guzmán, op. dt., p. 79.
468 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

161. Martz, op. cit., p. 23.


162. Guzmán, op. cit., pp. 71 y ss. «En el año de 1951 se opera un
curioso fenómeno que implica la escisión del bloque llanero. El fenó-
meno consiste en que los amos, dueños de los hatos, se vuelven contra
la peonada en armas». «A los hombres en armas que los amos habían
seducido, envalentonado, cohonestado, los llaman ahora "bandoleros" y
con este término (¿quién niega la intrínseca dinámica de los vocablos?)
se crea toda una mentalidad de características punitivas».
163. Camilo Torres, op. cit.
164. Ibíd.
165. Martz, op. cit., p. 167.
166. Martz, op. cit., pp. 147 y ss. El flujo del capital extranjero y la
creciente magnitud de los créditos otorgados por los Estados Unidos a
Colombia son la materia del capítulo de Martz que tiene por título «El
estímulo a las empresas».
167. Censo de 1951.
168. Martz, op. ci,t., pp. 206 y ss.
169. En la Argentina, por ejemplo, o en Venezuela, los oficiales mi-
litares han gozado tradicionalmente de un alto estatus social y desempe-
ñado un permanente papel político como dirigentes o altos consejeros
del Estado. Condiciones histórico-sociales peculiares durante el siglo
XIX explican el fenómeno.
170. Depuesto el Presidente López y detenido por los oficiales al
mando del coronel Diógenes Gil, el mandatario continuó dando un tra-
tamiento despectivo a los militares:
«Llámenme a ese sujeto», decía López en Pasto, donde ocurrió el
atentado y cuando su condición era de Presidente depuesto y prisione-
ro. Y el coronel obedecía, acudía y lo trataba de «excelencia». (Anto-
nio Cruz Cárdenas, op. dt.). En una encuesta realizada por el politólogo
James L. Payne entre estudiantes universitarios colombianos, sobre la
escala de prestigio conferido por las diferentes ocupaciones y profesio-
nes en 1965, el cargo de «oficial del Ejército» aparece en el rango 19,
más abajo que ocupaciones tales como médico, profesor universitario,
hacendado, comerciante, sacerdote,jefe de ventas de una gran empresa
e incluso estudiante universitario. El cargo de oficial de la Armada apa-
rece levemente más alto: ocupa el nivel 16. Qames L. Payne, Patterns of
Conflid in Colombia, New Haven and London, Yale University Press, 1968,
pp. 34 y ss.).
171. Cf. Nota 162 de este capítulo.
172. «El golpe del 13 de junio», relato de Urdaneta, El Tiempo, Bo-
gotá, 17 de junio de 1973, p. l; Martz, op. cit., p. 217.
173. Camilo Torres, op. ci,t., p. 108.
174. Martz, op. cit., pp. 252 y ss.
175. Guzmán, op. dt., p. 105.
l..A CONF LUEN CIA DE DOS MUND OS 469

la Repú blica fue


176. Así, por ejem plo, la Con tralo ría Gen eral de
Novo a, quie n inici ó
entre gada al ento nces tenie nte coro nel Albe rto Ruiz
así su carr era polít ica, más tarde frust rada .
177. Guz mán , op. cit., pp. 294- 295.
178. Mart z, pp. 272 y SS.
179. Mart z, op. cit.
de las impo rtaci o-
180. Para el perí odo, la distr ibuc ión porc entu al
nes es eloc uent e por sí mism a:
Bien es de cons umo 17 .1
Mate rias prim as y B.I. 44.4
Maq uina ria y equi po 38.5
«Pla n Gen eral de
Fuen tes en Bern ardo Garc ía y otros , op. cit., p. 13:
Desa rroll o Econ ómic o y Soci al », Icnp ep.
be the cand idate
181. «Sho rt of a mira cle, or revo lutio n, Roja s will
tary cand idate s have a
of the Thir d Forc e for the Pres iden cy in 1958 . Mili
elect ions, parti cula ry
cons isten tly good reco rd of wins in Latín Ame rican
Lee F1uh arty, Danc e of
when they run to succ eed them selve s». (Ver non
in Colombia, 1930 -_,_' 956,
the millio ns, milit ary mi.e and the socia l revol ution
Univ ersit y of Pitts burg h Press , 1967 , p. 308) .
La Hab ana, com o
182. Doñ a Isab el Rest repo de Torr es falle ció en
ía aban dona do a Co-
hués ped pers onal de Fide l Cast ro, en 1972 . Hab
es Rest repo , quie n
lomb ia desp ués de la mue rte de su hijo, Cam ilo Torr
que ella cont ribu yó
habí a falle cido com batie ndo el siste ma de gobi erno
gobi erno de Roja s, en
a insta urar con su actit ud en las post rime rías del
1956 .
183. Mart z, op. cit.
eció fielm ente las
184. La Junt a Mili tar que susti tuyó a Roja s obed
cons erva dore s dura n-
instr ucci ones de los dirig ente s polít icos liber ales y
te su man dato . Los ofici ales que la cons tituy
eron recib ieron sus cons ig-
lla de la mad ruga da
nas y órde nes el 9 y 1O de may o de 195 7. ( Cf. «La bata
del 10 de mayo », Sema,na, may o 17-2 4 de 1957 ).
nte la clase med ia,
185. Cf. Nota 145 de este capí tulo. Indu dabl eme
al buen éxito de los
espe cialm ente en Bogo tá, cont ribu yó deci sivam ente
derr ibar on a Roja s.
dirig ente s polít icos liber ales y cons erva dore s que
El régim en de lealt ades vige nte así se .Jo impo nía.
de la form ació n
186. El siste ma de «rec ome ndac ión» cara cterí stico
XIX , refle ja el sen-
de la buro crac ia públ ica, segú n la tradi ción del siglo
a la emp resa priva da,
tido pate rnali sta del asce nso socia l. Tran sferi do
enor me efica cia en la
sing ularm ente a los banc os, ha segu ido tenie ndo
«ins titut os desc entra li-
prov isión de carg os, espe cialm ente en los nuev os
ndar » a la clien tela
zados>'> del Esta do. Bási cam ente cons iste en «rec ome
o el dirig ente de una
polít ica pers onal ante el jefe de una ofici na estat al
emp resa priva da.
187. T. Lynn Smit h, citad o por Fluh arty, p. 190.
4-70 1,:1. POl1t1:R Púl.fTICO l•:N C...:01.0MBIA

188. lk este modo, vcrbigrada, e) Banco de Bogotá logró mantener


cerradas sus puertas en apoyo del paro general.
189. Reforma Constitucional aprobada por el Plebiscito del l u
de diciembre de J9!>7; Acto Legislativo 25 J de J957; Acto Legislativo
No. 1 de 19MJ.
190. lbíd .
.191.. El proceso no hace sino culminar en la institucionalización de
muy antiguas tendencias partidistas en Colombia.
192. Particularmente significativa a este respecto es la hipertrofia
de una burocracia técnica (o al menos en vía de especialización técni-
ca) como expresión concreta del Estado frente a las demandas socia-
les de la población. Para formar alguna idea sobre la importancia y
pode r d e esta burocracia t:iecutiva (reclutada frecuentemente en las filas
de la empresa privada) basta mencionar que, según el ministro de Ha-
cienda en 1970, los institutos descentralizados «efectúan la cuarta parte
de la inve rsión total en Colombia y las dos terceras partes de la inversión
pública. (Abdón Espinosa Valderrama, «La espuma de los acontecimien-
tos», El 'tiempo, 29 de febrero de 1972, p. 4).
193. Bajo los gobiernos de los presidentes Guillermo León Valen-
cia, Carlos Lleras Restrepo y Misael Pastrana Borrero, estos paros a todos
los niveles (local, regional, nacional) se constituyeron en herramienta
habitual para el logro de reivindicaciones gremiales, seccionales o fran-
camente políticas.
194. Cf. Apéndice documental.
195. Así, por ejemplo, bien como grupos de presión por fuera del
Estado, bien como miembros de las corporaciones legislativas o de las
juntas directivas de los institutos descentralizados, los líderes sindicales y
los dignatarios de las asociaciones patronales ejercen un poder directo
y cotidiano sobre las decisiones políticas al nivel del Estado centralizado.
196. Kalman Silvert, Man 's Power, The Viking Press, 1970.
197. Ver, por ejemplo, Rodrigo Losada, «Análisis de la votación
presidencial en Bogotá», en Colombia Política -Estadísticas 1935-1970-
DANE, Talleres del DANE, marzo de 1972.
198. Cf. Nota 148 del Capítulo VIII, comentarios sobre sistemas
proyectivos en Kardiner y otros, cit.
199. Urrutia, üp. cit., pp. 215 y ss.
200. lbíd.
201. lbíd.
202. Tbíd.
203. Entrevista personal del Grupo de Ciencia Política del CID,
Universidad Nacional de Colombia, con Eugenio Colorado, marzo de
1971, Bogotá.
204. En la formación de laJOC intervinieron intelectuales conser-
vadores de formación jesuítica (Colegio de San Bartolomé, Universidad
Javeriana) como los doctores Luis Javier Mariño y Emilio Robledo.
I.A CONFLUENCIA DE DOS MUNDOS 471

205. Cf. Urrutia, op. cit., p. 157: «La técnica de las invasiones rura-
les, organizadas por los sindicatos agrarios todavía se practica con éxito.
En la región de la costa Atlántica, miembros de Fanal, la Federación
Agraria Nacional afiliada a la UTC, han organizado invasiones de tie-
rras que han dado derecho de propiedad de Jacto a miles de campesinos.
En el informe del secretario general de la UTC ante el X Congreso de
esa central obrera, se dijo que los sindicatos afiliados a Fanal habían
conseguido 44.000 hectáreas para los campesinos sin tierras por medio
de invasiones de tierras ociosas privadas y públicas. En algunos casos, el
sindicato agrario paga la tierra en cuotas anuales, de modo que la inva-
sión obliga al propietario a vender a crédito la tierra a los campesinos;
en otros casos, el Instituto Colombiano de Reforma Agraria interviene y
declara la tierra invadida "zona de reforma agraria"; en otros casos, los
campesinos retienen su tierra por la fuerza».
«Es importante recordar que Fanal es un sindicato católico y que tie-
ne asesores morales clericales en la mayoría de los departamentos. Estas
invasiones se efectúan a menudo con la aprobación de los consejeros
eclesiásticos y con frecuencia los mismos sacerdotes las dirigen».
En el momento de la entrevista con Colorado, las invasiones habían
continuado regularmente, aunque no fue posible establecer la magni-
tud total de los territorios invadidos hasta 1970. En el Bajo Magdalena,
Colorado mencionó 10.000 hectáreas para este último año.
206. Debe relacionarse esta frase con la opinión de Silvert citada en
la Nota 196 de este capítulo, pues actualmente representa la reivindica-
ción expresa más frecuente entre los dirigentes campesinos.
207. Enero de 1965.
208. El llamado «Movimiento de Golconda» patrocinado por al-
gunos obispos, que convirtió a muchos párrocos jóvenes en líderes de
acción comunal en barrios marginales de las grandes ciudades colombia-
nas, tuvo un curioso antecedente cuando en enero de 1967 los feligreses
del municipio antioqueño de Don Matías decretaron un paro general
de graves características porque el obispo de la diócesis quiso remover a
un párroco excepcionalmente activo en empresas de desarrollo comu-
nitario.
209. La tendencia es igualmente visible entre los gremios patrona-
les. Así, por ejemplo, en 1971 la Federación Colombiana de Ganaderos
pidió a sus afiliados constituirse en un gremio político. ( «Politizar gre-
mios de la producción pide Fedegan», El Tiempo, Bogotá, 24 de noviem-
bre de 1911, p . 2ª).
210. En 1965 un «comité operativo» encargado por el entonces Pre-
sidente electo, Carlos Lleras Restrepo, presentó a este un documento
que contenía las bases para la organización de los campesinos en asocia-
ciones de usuarios de los servicios del Estado.
472 EL PODER POLÍTICO EN COWMBIA

En el Documento A de sus informes, los miembros del «Comité Ope-


rativo » mencionan «razones sociológí,cas», «razones sicowgí,cas», «razones
macroeconómicas» y «razones políticas» para la «participación popular».
Las «razones políticas» se definen así:
«A fin de que los campesinos participen de modo consciente y res-
ponsable en los asuntos públicos, debe estimularse la creación de canales
adecuados, para que esa participación pueda darse de modo efectiva-
mente democrático. Estos canales son precisamente las organizaciones
populares de base».
«Mientras el individualismo campesino no se rompa en agrupaciones
que colaboren organizadament e en el bien común nacional; mientras
persista el actual estado de desintegración la ruralía colombiana conti-
nuará siendo tutelada por caciques y gamonales que interfieren su capa-
cidad de actuar como sujetos dignos y autónomos».
«La desorganización actual del campesino impide a los gobernantes
contar con su colaboración y respaldo conscientes para las grandes em-
presas del bien común. La gestión del gobierno requiere el equilibrado
poder de intervención de los grupos organizados, en todos los sectores
y categorías, en los cuales las asociaciones campesinas deben estar en
un plano de igualdad. En la medida en que cualquiera goce de algún
grado de privilegio, se convierte en elemento restrictivo del desarrollo
armónico».
«Por otra parte, creemos oportuno indicar que existen peligros de
frustración , entre otros: que el ritmo de organización popular sea tan
rápido que supere las posibilidades del Estado para prestar los servicios
adecuados y que al promover las asociaciones no se tenga en cuenta,
como el elemento básico, la responsabilidad de los asociados para la
solución de sus propios problemas».
Este temor parece haber resultado justificado. Las asociaciones de
usuarios han ido separándose rápidamente de la tutela gubernamental,
entrando en conflicto con las decisiones del Estado y convirtiéndose en
una herramienta autónoma de acción política y económica. La prensa
periódica registra hoy casi a diario aspectos de ese difuso conflicto. Véa-
se, para un ejemplo entre centenares: «Luego de invadir por segunda
vez una hacienda se tomaron la plaza de Tena - 63 familias actuaron
bajo la orientación y subvención de los usuarios», El Siglo, 20 de enero de
1972, Bogotá, p . 2ª. Otro: «Usuarios atacan a todos los grupos políticos»,
El Tiempo, agosto 31 de 1971, p. 11.
CAPÍTULO 10

EST RUC TUR A ASOCIATIVA Y DESARROLLO

Para Colombia, com o para todos los países de la América Lati-


i-
na, el desa rroll o social y econ ómic o prese nta un escollo polít
co de la mayo r impo rtanc ia: el prob lema de la «legitimación»
del pode r y, por consiguiente, de la «legitimación» de la pla-
neac ión y la direc ción de la vida económica-social.
Se trata de un prob lema específico cuyos perfiles gene ra-
les han sido trata dos por el auto r de este trabajo, en una co-1
mun icaci ón dirig ida al VII Congreso Mundial de Sociología
y cuya impo rtanc ia para el proceso colom biano es creciente,
a parti r del colapso político origi nado por la «violencia» y los
-
subsiguientes episodios de dicta dura militar y asociación bipar
tidista del «Frente Nacional».
Sin un sistema de valores que surja de estructuras asociativas
i-
capaces de dar apoyo masivo a las decisiones del pode r públ
li-
co, la pros pecc ión del desarrollo econ ómic o y social se crista
za en mera s utop ías incapaces de cond ucir la acción colectiva
hacia meta s y objetivos eficazmente perseguidos. Inde pend ien-
s
teme nte de su bond ad teórica, esas metas y los proc edim iento
a ellas cond ucen tes requ ieren algo más que decisiones técnicas
y coercitivas lógicas, impuestas por algu na form a de violencia
institucionalizada.
Los parti dos tradicionales gara ntiza ron en Colo mbia ese
la
sistema de valores, proy ectad o desd e la enco mien da hasta
mod erniz ación industrial, en el marco fundamental de la hacienda.
la
En el vaivén de la violencia y la alianza, se mant uvo intac ta
e-
vinculación individual al sistema elitario perm itien do el proc
.
so de industrialización inducida sin graves obstáculos hasta 1948
474 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

El model o hacend ario centro -andin o, sucesivamente victo-


rioso de los Comun eros socorranos, de la burocr acia «ilustra-
da» de los Borbo nes españoles, del Ejército Regula r de Bolívar,
de los artesanos «democráticos» que apoyar on a José María
Melo, de los socialistas de la segund a década del siglo XX, en-
tró en forzosa conflu encia con la socied ad merca ntil antioq ue-
ña del siglo XIX, engen drando el proces o de indust rializa ción
inducida desde el poder público para la sustitución de import acio-
nes, en un esquem a domin ador de todas las relacio nes sociales
productivas.
Ese model o fue fractur ado por la fuerza acumu lativa de la
urbani zación , produc to de la propia tenden cia industr ialista
y de la crecien te depen dencia económ ica de Colom bia respec-
to de la tecnología y las formas de financ iación extran jeras. Las
masas urbana s origina ron la aparición del sindica to labora l y
con ello el nacimi ento de un nuevo model o de estruc tura aso-
ciativa que se proyecta sobre el conjun to de la socied ad global.
Frente a esta realidad, las élites sociales se organi zaron si-
guiend o el model o sindical y erigen su propia capaci dad de
presió n como una forma de acción política directa no electoral
frente al Estado 2• Sin embar go, su incapa cidad para garant izar
una lealtad masiva hacia la direcci ón gubern ament al crea una
situación desesperada, que separa a la burocr acia técnic a del
Estado de la ratificación y «legitimación» políticas.
Las estruct uras asociativas requie ren para su validez desa-
rrollar un sistema de valores congru ente con las tenden cias his-
tóricas del proces o social. Habid a cuenta de que la tradici ón
colom biana (e hispan oamer icana) señala una primac ía del
prestigi,o sobre la riqueza, la «legitimación» de la direcc ión pla-
nificad ora no puede proven ir de un simple esfuerzo por la re-
distrib ución de la propie dad o del produc to social e~onómico,
sino de una nueva forma de participación en el poder de decisión,
eleme nto esencial del prestigi,o y de la eficacia colectiva e indivi-
dual en el desarr ollo 3 •
En Colombia, durant e el períod o del «Frente Nacional»
se produ jo un final divorcio entre el desarr ollo y la «legitima-
ción» del poder político, económ ico y social. La imposibilidad
de, manio bra de los partido s tradicionales y la aparic ión de un
nuevo model o de estruc tura asociativa para el poder empuja-
ESTRUCTURA ASOCIATIVA y DESARROLLO 475

ron a .los gr~mios patronales a transferir sus propios líderes y su


autoridad directa a la burocracia del Estado -diversificada en
centenares de institutos que adoptaron la forma de empresas
semiprivadas- dejando de lado, excepto para fines puramen-
te rituales Y formalistas, a los miembros activos de la política
partidaria.
El Congreso mismo, expresión concreta de esa clase política,
aunque se convirtió en índice de movilidad social ascendente4
fue paulatinamente despojado de sus poderes de planeación,
discusión y decisión respecto de los problemas públicos esen-
ciales.
A la larga, esa burocracia del Estado originariamente reclu-
tada y apoyada por los gremios de empresarios se constituyó en
un grupo dotado de una fuerza de inercia propia, de una ilu-
soria autonomía, que la llevó a intentar una planeación y eje-
cución de programas de desarrollo, sin la previa captación de
lealtades polí ricas que le dieron apoyo y sirvieron como canales
de comunicación con la base popular. En un corto tiempo la
clase burocrática modernizadora del Estado entró igualmente
en conflictos particulares con los gremios empresarios, sin apo-
yarse en otra cosa que en la legalidad formal de sus actividades
institucionales.
Los canales de «legitimación» y de consenso indirecto res-
pecto de la planeación para el desarrollo que habían sido los
partidos tradicionales durante el siglo XIX, aunque dueños del
aparato formal del Estado no pudieron a lo largo concitar las
lealtades necesarias para crear un sentimiento de participación
sentida en el desarrollo social y económico, puesto que habían
perdido en gr~ parte su eficacia los elementos característicos
del modelo de estructura hacendaria, como fuente generadora
de poder y de seguridad de grupo en el siglo XX.
La Reforma Constitucional de 1968, que puso en manos
del Ejecutivo todo el poder de planeación y de decisión res-
pecto al desarrollo económico (dejando al Congreso una mera
función de inspección ritual), no hizo sino reconocer indirec-
tamente el hecho cumplido de que los partidos tradicionales
habían dejado de ser canales de la participación pública en
el ejercicio de las grandes determinaciones políticas. Y por un
efecto colateral, esas decisiones quedaron libradas al regateo
476 EL PODER POLfTICO EN COLOMRJA

o al compr omiso directo s entre los gremios y la rama ejecutjva


del Estado 5 •
En tal situación de orfand ad estatal, respec to de las leaJ..
tades políticas -de cualqu ier clase- es apenas lógico que un
coman dante de la Policía Nacional haya declar ado: «Me pa-
rece que el estado de sitio no es sólo una medid a de policía,
no es tampo co una medid a de autorid ad, sino ante todo una
medid a de desarrollo. Un país como Colom bia no puede darse
el lujo de abrir las puerta s a la anarqu ía, porque primer o está
organi zar la produc ción y la educac ión que estimu lar el uso de
liberta des mal emplea das por gentes sin decoro »6•
El propio Preside nte Carlos Llera~, bajo cuyo gobier no
se produj o el más amplio divorcio entre el «desar rollo» y la
«legitimación» pública, percibió intuitiv amente la natura leza
del proble ma, al final de su administración: «Es indispe nsable
fortale cer los vínculos de comunicación de toda índole con el
pueblo . El doctor Apolinar Díaz, por ejemplo, a~í lo entend ió.
Fue a las juntas de usuarios, trabajó con ellas. Se empeñ ó en
ayudarlas. Y ganó las elecciones» 7•
La integra ción política es un prerreq uisito indispe nsable
para el desarrollo económico y social y no a la inversa, como se
sostiene común mente con pueril tenacidad. Así se explica lo
que está ocurrie ndo en la mayor parte de América Latina:
The obvious ineffidency of a nation whose peüpl,e do not intentionally
participate in the scüpes or procedures of gauernment plans, goes along
with the difficulty to achieve public order once the mechanisms ofpatr011r
age have been destroyed, hence f orcing Latín A menean governments to
authoritarism, supported by material forces or identified unth them, in
the event that militaries are compel/,ed to ta'Ju the power. But even when
it does not assume the charactmstics pure technical solution a way to
solve social pressures which demand pubüc welfare and social benefits.
The material force and the moderniz.ation of techniques coaüscing: the
technician becomes an unefficient dictator, whi/,e the poütician (civil or
military) unll begi,n to mix his ro/,e as a /,eader unth the prospects of mod-
ern progress taken from the academic patterns of the technician. In the
meantine and in relation unth this process, the inefficiency and demands
Jrom the non integrated groups will increase, threatening unth the col-
!apse of the entire nation8 •
ESTRUCTURA ASOCIATIVA Y DESARROLLO 477

Pero, del mismo modo que sería ilusorio y descabellado


intentar la creación de lealtades en Europa Occidental o en
los Estados Unidos, olvidando que la estructura asociativa de los
gremios urbanos medievales fue el marco generador de los valores
de la sociedad global, en un proceso que va desde el protestan-
tismo hasta la creencia en un lucro competitivo como un canal
de ascenso al poder, la confianza en la técnica mecánica y en
el desarrollo económico como motor de la sociedad, la forma-
ción de lealtades políticas en Colombia debe insertarse en las
tradiciones socio-históricas, que señalan algunas características
predominan tes:
a) La ansiedad por el prestigio y el poder individuales, heren-
cia cultural de la Edad Media española origina las actitudes
predominantes en la estructura asociativa de la sociedad.
b) En las condiciones demográficas y tecnológicas dadas por
la situación existente durante la Conquista y la coloniza-
ción hasta el siglo XVIII, la estructura asociativa predomi-
nante, de carácter permanente resultó de un proceso que
llevó de la encomienda a la hacienda y de esta a un mode-
lo de tendencia oligárquica, como marco de participación
controlada y de movilidad social por compadrazgo.
c) La aparición de un nuevo modelo de estructura asociativa
dado por el sindicato laboral, en los medios urbanos en el
siglo XX, proyectó una nueva constelación de valores sobre
la sociedad global, por encima de las diferencias meramen-
te «ideológicas» formales.
d) Dentro del nuevo modelo de estructura asociativa de ca-
rácter permanente que proyecta sus valores y normas sobre
el conjunto social, la ansiedad por el prestigio y el poder
siguen siendo sobredeterminantes, ocasionando una exi-
gencia drástica de coparticipación y redistribución del po-
der decisorio.
e) La aparición de formas de asociación, construidas sobre
los intereses permanentes y cotidianos de sus miembros,
no ocurre con un azar social. Puede ser deliberadamente
inducida como base para una mutación política, que pro-
mueva una participación dinámica en el proceso de pla-
neación y ejecución de un gran proyecto de desarrollo,
478 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

generador por sí mismo, de lealtades políticas eficaces y


enérgicas.
f) Dado que, por sí misma, la estructura asociativa de la asocia-
ción predominante genera una constelación de normas y
valores, la aparición y fortalecimiento de un nuevo modelo
asociativo, permanente, está generando espontáneamente
un nuevo sistema ideológico cong,ruente con formas de-
mocráticas y participantes de la población en la construc-
ción de su futuro social.

NOTAS

1. Fernando Guillén Martínez, «Planning and social participation


in Latin America», Seventh World Congress of Sociology, Varna, Bulga-
ria, September 14-19, 1970. (El autor fue vicepresidente del Grupo de
Trabajo No. 6, «Comp~ative analysis of planning in different types of
society»). En «Transactions of the Seventh World Congress of Sociolo-
gy», ISA Secretariat, Hemus, Rouski, Sofia, Bulgaria, 1971 (Papers by: F.
Guillén Martínez [Colombia], K. Emst [RDA], R. Moldovan [Rumania],
H. Constas [Canada], C. Kostik [Yugoslavia]. Traducción en español:
«Planeación y participación social en América Latina», «Aportes», Ins-
tituto Latinoamericano de Relaciones Internacionales, No. 21, julio de
1971, París, pp. 16 a 29.
2. Notoriamente, al mismo tiempo que esto ocurre, los dirigentes
empresariales asumen el papel de columnistas de los diarios y revistas,
tomando la defensa de intereses concretos que hasta hace una década
eran protegidos a través de argumentos políticos por líderes partidistas
y periodistas profesionales. Cf. Fernando Guillén Martínez, «Estructura
histórico-social del poder y mitología de los medios de comunicación de
masas», Centro de Investigaciones para el Desarrollo (CID), Universidad
Nacional de Colombia,julio de 1972, mimeografiado.
3. Cf. Havens, p. 158: «Una de las hipótesis centrales de este es-
tudio es que en las zonas diferentes a aquellas en las cuales existen en
la América Latina formas estructurales semifeudales, como el complejo
latifundio-hacienda, ese tipo de asociaciones voluntarias ha surgido ya o
se está creando actualmente. En esas zonas, el problema no consiste en
crear los grupos sino más en hallar la mejor manera de ayudarlos para
que se hagan más efectivos en la consecución de sus objetivos. No es éste
siempre un problema más fácil que el de crear los grupos. Pero dada la
ESfRUCil.JRA ASOCIATIVA Y DESARROUO 479

cantidad de investigaciones re~Jizadas sobre las organizaciones sociales


formales , es muy posible que nos encontre mos en mejor posición para
especificar las condicio nes bajo las cua1es los grupos ya existentes pue-
den hacerse más eficaces en la realización de sus propósitos. Nos halla-
mos aquí en una importan te zona de la contribuc ión que puede prestar
el sociólogo a los problem as del desarrollo económi co».
4. Cf., por ejemplo, Rodrigo Losada, «Propied ades y disposiciones
políticas de los congresistas y su relación con las funciones del Congre-
so Un modelo empírico », Universidad de los Andes, Departam ento de
Ciencia Política, 1973.
5. Acto Legislativo No. 1 de 1968 (diciembre 11) «por el cual se
reforma la Constitu ción Política de Colombia».
6. El estado de sitio se ha convertido en una situación casi normal
para Colombi a en los últimos años, a causa de las perturbac iones socia-
les, económi cas y poli ricas.
7. El Espectador, Bogotá, 17 de mayo de 1970, p. 12-A.
8. Cf. Nota 1 de este capítulo.
APÉNDICES

SANTA FE YTUNJA-1755

«Los indios de los ochenta y cinco pueblos, que he visitado de las


dos jurisdicciones de Tunja y Vélez, para que fue nombrado en los
que incluyen, lo que visité de tránsito de las dos referidas jurisdic-
ciones, a esta ciudad de Santa Fe, se hallan todos bien ladinos y
hablan la lengua castellana, sin que necesiten de intérpretes para nada,
como reconoó, lo necesitaban en todos los actos judiciales, que ac-
tuó en su visita Vro. Oidor Don Juan de Valcárzel, por los años de
mil seiscientos treinta y cinco y treinta y seis; y todos los pueblos con
doctrineros que los instruyen en la doctrina cristiana a excepción de
los pueblos que llevo arriba referidos, todos con aquella libertad, que
la piedad de unos católicos monarcas les tiene conducidas y por lo
común tan flojos como siempre por lo que no se aprovechan de tan
fértiles y abundantes tierras que las liberalidades de Nuestros Cató-
licos Reyes les han concedido, las que son mucho más, por el corto
número de indios, a que se han reducido, las antiguas poblaciones».
(Pp. 144-145) Informe: Berdugo y Oquendo.

***
«Capitanías sujetas al Cacique Sogamoso a la llegada de los espa-
ñoles y las encomiendas correspondientes en 1564 con el número de
Tributarios».
482 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

Capitanes Encomiendas en 1564


(tributarios)

Busbenz a (Busban zá) 260


Coaca (Coasa y Siama) 468
Comeza 208
Coymyte
Cueytiva (Cuítiva) 468
Chámez a y Tibasos a 591
Chasbit oa (Chisbit a) 206
Chiama(l)
Chiguat a (Chibatá ) 520
468 (2)
Furavito va (Furatov a)
1.086 (3)
Gámeza
884 (4)
Guáquir a
Menbas a
291 (S)
Mangua (Mangu a)
499 (fi)
Morequ ira (Moniqu irá)
Ochica 362
Pasa
Pesca 468
728 (7)
Pisba (Pisua)
Soaca (Suasa) 146
Socha
Sogota 468
Suscon
Tatoya
Tirin to basya
Toca 520
Tocoaca
Topaya
Tópaga (Topaca ) 697
Tutaras go (Tutatas go) 187 (S)
Tusasip a
Isa (Yssa) 125
Yscote

34 Capitan es 9.650
21 Encomi endas
APÉNDICES 483

cacicazgos
Fuen te: Visita del fiscal Antonio de Lujá n en 1543, a los
so Luis de
de Duit ama y Sogamoso, por orde n del gobe rnad or Alon
. Las cifras
Lugo. Los caciques fuer on enum erad os por Sogamoso
(21) en la
de 1564 corr espo nden a las enco mien das censadas
retasa de 1565.

Notas:
(I) (P. 19) Consideraciones: J. Friede.
2
<l Firavitova y Com inito chop e.
los
3
<l En dos enco mien das. Gámeza se nom bra tamb ién entre
de 12 tribu-
sujetos a Duit ama, lo que pued e origi nar una difer encia
tarios por cada capitán.
4
< ) Guáq uira y Tota.
5
<) Actu alme nte el pueb lo se llama Mongua.
y Mo-
6
( ) En dos enco mien das. En los censos apar ecen Mon quirá
y Sogamo-
niquirá. Igno ramo s a quié n de los dos caciques, Duit ama
so, perte necí a cada pueb lo.
(7) Pisva = Pisba, se escribe Pisua.
(8) Con Tobasia.

***
CABILDO DE PAMPLONA
RAS
ADJ UDI CAC IÓN DE SOLARES Y MERCEDES DE TIER
Luis E. Páez Courvel

Diciembre de 1552 AJu an de Torr es dos solares.


A Francisco de la Parr a una estancia junt o al
pueb lo llamado Cuita arrib a del Pára mo.
A Juan Lore na una estancia de gana do may or
que está entre Cúcu ta y...

ricos. Tení a
Noviembre de 1553 Esteban o Sebastián (uno de los más
obligación de tene r caballo) .
Lorenzo. Estancia de gana do en la Cula ta del
Valle a los Olisares cami no del Pára mo.

Enero de 1554 Juan Rodríguez Suárez una estan cia para gana -
do en Bucarica linda nte con la estan cia de Hor-
tún Velasco.
484 EL PODER POLÍT ICO EN COLOMBIA

Junio de 1554 Alonso de Espe ranza pide un solar dond e estaba


una cruz o barre ra que hizo maese Francisco.
Francisco García Mora. Petición de un solar.
Juan Ramírez. Un solar junto al del dicho Mora.

Agosto de 1554 Hort ún Velasco pide una estancia para gana dos
en términos de esta ciuda d en la Mesa de Gerid a
dond e están nuev e o diez peda zos de arcabucos.
Miguel Trujillo. Estancia junto a la del dicho
Hort ún Velasco.
Juan Ramírez. Estancia para gana dos en la dicha
Mesa de Gerida.
Hern án Vásquez. Estancia de gana do junto al
pueb lo que se llama Mena ca que es más arrib a
de una peña de un paso malo en el vado del Ge-
neral ...
Pedro Alonso. Un peda zo de tierra en un solar
que está en ... de Gabriel Nieto.
Juan Ramírez. Estancia para gana do entre los
indios de ... 1e Hont ibón.

bajo
Diciembre de 1554 Juan Pérez pidió un peda zo de tierra por
del solar de Cuéllar que será un cuart o de solar.
Pedr o Quin tero. Un solar río arrib a y una estan-
cia del arroyo de las Palmas hasta el cami no de
Tuya y hasta el río Chitagá.
Juan de Tolosa. Estancia de gana do entre los in-
dios de Matanza y los de Pirita.
Nicolás de Palencia. Estancia para gana do.
Juan Rodríguez Suárez. Estancia para gana do
encim a de Opaga.

Marzo de 1555 Marcos de la Higu era. Solar que era de Hern án


Muñoz.
Juan Montañez. Estancia de gana do junto a los
indios de Tequ isqui ma, en un peda zo.de tierra
que se llama Tape ta, de una parte y de otra el río
que pasa por los.di chos indios.

das de
Noviembre de 1555 Pedr o López de García. Un solar a espal
otro que tiene Juan de Torre s.
APÉNDICES 485

Alonso Velásquez. Un solar que linda con el de


Alonso Durán El Viejo.
Francisco Hernández. Pide confirmación de
una estancia que le dio Pedro de Ursúa en la
Encomienda de Nicolás de Palencia y un solar
en Barrionuevo.

Enero de 1556 Nicolás Nieto. Un solar para adobes junto al de


Miguel Lorenzo.
Juan Cuéllar. Una huerta.
Juan Rodríguez Suárez. Una estancia de gana-
dos encima de la ...
Francisco Hernández. Una estancia de ganado
en el río Rabicha.
Antón Esteban. Estancia en el río Rabicha.
Hern ando de Morquecho. Una estancia de ga-
nados yendo para el Páramo.
Nicolás de Palencia. Estancia para ganados en
los indios de Tópaga.
Juan Ramírez. Estancia para ganados.

cia
Noviembre de 1556 Gutierre de Oruña. Petición de una estan
para ganado yendo de los indios de Cuéllar a los
de Antón García Fron tero a la sierra.
Andrés Recuero. Petición para que lo tengan
por desavecindado y que no quiere gozar de las
libertades de esta ciudad.
Francisco Hern ánde z Castañeda. Pidió una es-
tancia cerro abajo.

gana-
Diciembre de 1556 Francisco Castro. Pidió una estancia para
dos entre sus indios y los de Hern án Vásquez.

Abril de 1557 Francisco de Mora. Pide dos estancias en el río


Frío de una band a y en el camino de Bucarica.
La otra es para pan llevar en el río de Oro y Su-
ratá.
El Alcalde Juan Andrés Varela pidió una estan-
cia para pan en la queb rada Los Alisares.
Jimé nez Romero. Pidió una estancia para sem-
brar en la queb rada de Los Alisares junto a la de
Juan Andrés.
486 EL PODER POLÍT ICO EN COLOMBIA

El Alcalde Palencia pidió una estancia en la que-


brad a de Los Alisares.
Juan Torres. Pidió una estancia en la misma
queb rada para pan y un solar abajo de Maldona-
do y abajo de Muñoz.

Juni o de 1557 Juan Ramírez. Pide un solar que está a una cua-
dra de esta ciud ad y una estancia para gana dos
que pidió se le mida desd e un arroyo que parte
de términos de Tequ ia y Cinbita.
Pedr o de Arévalo. Pide un peda zo de tierr a que
está vacío junt o a un solar que fue de Juan Mon-
tañez.
Pedr o Quin tero. Regidor. Pide que le camb ien
un corral que tiene por un solar.
Andrés Martín Calvillo. Pide un corral.
Gil Peralban. Pide un peda zo de tierr a linde ro
con unos solares suyos . .
Miguel de Trujillo. Pide aposto junt o a Cldery
y un pedazo de tierra a espaldas de Miguel Lo-
renzo.
Alonso de Esperanza. Estancia para suste nto
de su gana do y un solar para gana do junt o a la
fuen te de Oruñ a.
Martín Jimé nez Romero. Un corra l para gana do
que teng a tanto com o un solar.
Nicolás de Palencia. Un corra l frent e al solar de
San Francisco.
Juan Andrés. Un corra l para gana do.
Luis Jura do. Un corral frent e al cami no del
Chop o.
Francisco Hern ánde z. Un corra l para gana do.

Julio de 1557 Pedr o Quin tero. Una caler a com o la de Diego


Sánchez.
Nicolás de Palencia. Alcalde: Un solar para ha-
cer adobes.

a de nuev e
Sept iemb re de 1557 Gil López Albán. Un peda zo de tierr
pasos.
Gonzalo de Castañeda. Un solar.
Rodrigo Alonso. Un solar.
APf.:NJH<:l~S 487

Juan o Rodrigo de Ja Parra. Una ci;tanda d e pan


en las sabana,'tj unto a los ríos Chjtagá y Bakgra.

Noviemb re de 1557 Francisco f-fernánd ez. Estancia de ganados que


limite con sus indios. También un solar para un
corral de ov~jas cerca de la huerta de Pedro d t:
Arévalo.

Diciembr e de 1557 Pedro Díaz. Un sitio para hace r un rnoJino hasta


la banda de Chopo.
Gutierre de Oruña. Un sitio para corral de gana--
do por encima de una huerta de Pedro de Aré--
valo.
Juan Ramírez. Pide licencia para hacer un mo-
lino de una estancia que tiene Jinderos con ]a
estancia de Nicolás Nieto y Alonso Velasen.

Enero de 1558 Sebastián Lorenzo. Un solar que linda con uno


que es suyo, y una estancia de ganado encima de
los indios de Hicota.
Nicolás Nieto. Un solar para edificar y tener ga-
nado.

Abril de 1558 Gonzalo de Castañed a. Un solar que está vacío


en un pan tan o que da a la espalda de un solar
de Benito Castro ... Hacia el molino del Padre.
Juan Cuéllar. Un solar que se proveyó en el re-
partimie nto de esta ciudad a Francisco Gómez.
En este mismo cabildo se nombró al señor Pa-
dre Juan de Cañas cura de las minas.
Se proveyer on por diputado s a Juan Ramírez y
Gonzalo Serrano.
Alonso Durán El Viejo. Pide dos solares que le
fueron otorgado s y pide el título de ellos. Igual-
mente pidió que se le provea de nuevo la estan-
cia que tiene el valle de esta ciudad por cuanto
no parece el proveimi ento que se le hizo, y se le
dé el título.
Juan Rodrígue z Suárez. Alcalde. Pidió se le pro-
vea de nuevo dos solares, y que se le dé el título.
Alonso de Esperanz a. Una estancia y se le dé el
título.
488 EL PODER POJ.Jnco EN COLOMBIA

Nicolás de Palencia. Una estancia (huerta) y


que se le dé el título.

Mayo de 1558 Juan de Pinilla. Unos pedazos de tierra que es-


tán a los lados de los Melchor de la Peña.

Junio de 1558 Miguel Lorenzo. Un pedazo de tierra para trigo


que es lindero de Juan Pinilla y con la estancia
de Juan Rodríguez Suárez.
Juan Ramírez Suárez. Dos huertas para sembrar
y corrales de ganados medidos, junto a Miguel
Lorenzo y Alonso de Esperanza.

Agosto de 1558 Bartolomé Maldonado. Un pedazo de tierra que


sean dos huertas.
Nicolás Nieto. Un solar que linde de otro que
viene por encima la cruz que va al molino del
padre Velasco.
Juan de Velasco. Una huerta para ganado.

Septiembre de 1558Juan de Tolosa. Huerta en el primer vallejuelo


por encima del molino del padre.
Andrés de Acevedo. Un solar que está encima
del que le tiene proveído a Castañeda.
Juan Sánchez Vásquez. Un pedazo de tierra que
será hasta dos huertas.
Nicolás de Palencia. Pidió dos huertas por enci-
ma de lo de :fy.figuel Lorenzo.

Diciembre de 1558 Fra~cisco Sánchez. Se le mida una estancia y


una huerta en el valle Hermoso y otra que era
de Cornejo.

Diciembre de 1558 Francisco Sánchez. Una huerta que compró de


Francisco Cornejo.
Pedro Quintero. Una estancia que queda yendo
de esa ciudad a Tunja.
Pedro Alonso. Alcalde. Un solar.

Enero de 1559 Diego Páez. Regidor y Alguacil mayor. Pidió una


estancia para ganado en la culata del valle co-
rriendo hacia los páramos.
APÉNDICES 489

Juan Torr es. Regidor, y pidi ó un a estan ciaj unto


a su casa.

Marzo de 1559 Francisco Her nánd ez. Una estan cia yend o de
esta ciud ad para el valle de Santiago.
Pedr o Quin tero. Un pedazo de tierr a que está
vacía entre una huer ta de Pedr o Quin tero y o tra
de Luis Jura do.
And rés de Acevedo. Pidió un peda zo de ti erra
cam ino de Hon tibó n.
Francisco García de la Mora. Un solar para ha-
cer una casa junt o al moli no del padre.
Alonso Parada. Una huerta.
Francisco García de la Mora. Petición de un so-
lar para hace r una casa.

Abril de 1559 Alonso Durá n. Pide un peda zo de tierr a de las


que se deja ron para ejidos.

Marzo de 1560 Juan Sánchez. Pidió se le hicie ra merc ed de


unas tierras que sobr aran medidas la de PiniJia y
Alonso de Esperanza.
Andrés Martín Calvillo. Se le otor gan unas tie-
rras tan gran des com o el corral que le quit aron
para el Consejo de esta ciudad.

Agosto de 1561 Padr e Velasco. Cura y Vicario de esta ciud ad - y


Antó n Esteban. Pide n dos estancias para gana do
en un lind e que corr e en las junt as del río que
pasa por esta ciud ad y del río ... que se junt an
para arriba.
Nicolás de Palencia y... Camero. Petic ión de
mer ced de dos estancias para gana do en térmi-
nos de esta ciudad.
And rés de Acevedo. Se le mid a una esta ncia
para gana do que le fue prov eída por el cabi ldo
en el río de Táchira.

cia para gana -


Diciembre de 1561 Pedr o Gómez. Regidor. Una estan
do en el río Cho po.
490 El , J'ODF..R POLÍTICO EN OOU)MBIA

***
CABILDO DE PAMPLONA LUIS E. PÁEZ COURVEL

Diciembre de 1552 Escribano Público:


Alcaldes Ordinarios: Andrés de las Rodas
Juan de Torres
Andrés de Acevcdo Justicia:
Juan Andrés Varela
Regidores:
.Juan Mal donado Capitán, Justicia Mayor y Alcalde
Diego de Colmenares de Minas:
Nicolás de Palencia Juan de Pinilla
Juan Lorenzo Romero
Fernando de Ma-;cua Abril de 1553
Todo ídem, menos: Escribano
Escribano Público: Público:
Andrés de las Rodas Juan Ramírez

Justicia Mayor: Marzo de 1553


Hortún Velasco Justicia Mayor:
Hortún Velasco
Enero de 1553
Alcaldes Ordinarios: Alcaldes Ordinarios:
Juan Maldonado Juan Maldonado
Alonso de Ávila Juan de Torres

Regidores: Regidores:
Juan de Torres Andrés de Acevedo
Andrés de Acevedo Miguel de Trujillo
Juan Andrés Varela Juan Díaz
Juan del Rincón
Pedro Alonso de los Hoyos Diputados para marzo y abril:
Miguel de Trujillo Miguel de Trujillo
Juan Díaz Juan Díaz
.Juan López
Visitador de las minas:
Procurador: Juan Maldonado
Diego Colmenares
Marzo de 1553
Mayordomo: Justicia Mayor y Alcalde
Pedro Quintero de las Minas: Juan de Pinilla
APÉNDICES 491

Alcaldes Ordinarios: Miguel de T~jillo


Juan Maldonado Juan Andrés Varela
Alonso de Ávila Juan López Galaz
Juan del Rincón
Regidores: Juan Díaz
Pedro Alonso de los Hoyos
Juan de Torres Escribano:
Andrés de Acevedo Juan Ramírez
Juan Andrés Varela
Diputados por cuatro meses:
Escribano: Juan de Torres
Juan Andrés de las Rodas Juan López Galaz

Abril de 1553 Julio de 1553


Justicia Mayor: Alcalde:
Juan de Pinilla Andrés de Acevedo
(En remplazo de Juan Maldona-
Alcaldes: do)
Juan Maldonado
Alfonso de Ávila Regidores:
Juan de Torres
Regidores: Pedro Alonso de los Hoyos
Miguel de Trujillo Miguel de Trujillo
Juan López Juan Andrés Varela
Andrés de Acevedo Juan López Galaz
Juan Díaz Juan Díaz
Juan del Rincón
Pedro Alonso de los Hoyos Alcalde:
Juan Andrés Varela Pedro Alonso de los Hoyos
(En remplazo de Acevedo)
Escribano Público:
Juan~mírez Escribano:
Mayo de 1553 Andrés de las Rodas

Alcaldes: . Septiembre de 1553


Juan Maldonado Alcalde:
Alonso de Ávila Alonso de Ávila

Regidores: Regidores:
Juan de Torres Juan de Torres
Andrés de Acevedo Juan López Galaz
Pedro Alonso de los Hoyos Juan Díaz
492 - EL PODER POÚTICO EN COLOMBIA

Pedro Alonso de los Hoyos Diciembre de 1553


Miguel de Trujillo Alcaldes Ordinarios:
Juan Andrés Varela Juan Mal donado
Alonso de Ávila
Alguacil:
Miguel de Hoyos Regidores:
Juan de Torres
Nuevo Alguacil: Andrés de Acevedo
Alfonso Velásquez Pedro Alonso de los Hoyos
Miguel de Trujillo
Escribano: Juan Andrés Varela
Andrés de las Rodas Juan López Galarza

Octubr e de 1553 Escribano:


Alcalde Ordinario: Andrés de las Rodas
Juan Maldonado
Procurador:
Regidores: Juan Maldonado
Andrés de Acevedo
Juan López Galaz Diciembre de 1553
Justicia Mayor:
Vicario y Cura: Hortún Velasco
Alonso Vela.seo
Alcalde:
Escribano: Alonso de Ávila
Andrés de las Rodas
Regidores:
Noviembre de 1553 Andrés de Acevedo
Regidores: Juan de Torres
Andrés de Acevedo Pedro Alonso de los Hoyos
Miguel de Trujillo Miguel de Trujillo
Juan López Galaz Juan López Galaz
Juan Andrés Varela
Juan Díaz Escribano:
Juan Ramírez
Justicia Mayor:
Juan de Pinilla Enero de 1554
Justicia Mayor:
Alcalde de Minas: Hortún Velasco
Juan Díaz
APÉNDICES 493

Alcalde: Marzo de 1554


Alonso de Ávila Justicia Mayor:
Hortún Velasco
Regidores:
Juan de Torres Alcaldes:
Andrés de Acevedo Andrés de Acevedo
Pedro Alonso de los Hoyos Diego de Colmenares
Miguel de Trujillo
Juan Andrés Varela Regidores:
Juan López Galaz Juan Maldonado
Juan del Rincón Pedro Alonso de los Hoyos
Juan López Galaz
Alcaldes:
Andrés de Acevedo Junio de 1554
Diego de Colmenares Justicia Mayor:
Hortún Velasco
Regidores:
Juan Maldonado Alcaldes:
Alonso de Ávila Andrés de Acevedo
Juan de Torres Diego de Colmenares
Alonso de los Hoyos
Miguel de Trujillo Regidores:
Juan López Galaz Juan Maldonado
Juan Rodríguez Suárez Juan de Torres
Nicolás de Palencia Pedro Alonso de los Hoyos
Miguel de Trujillo
Procurador:
Andrés de las Rodas Diputados por cuatro meses:
Pedro Alonso de los Hoyos
Mayordomo: Juan Maldonado
Pedro Quint~ro
Procurador:
Escribano: Andrés de las Rodas
Juan Ramírez
Escribano:
Mayordomo de la Iglesia: Juan Ramírez
Gil Cano
Julio de 1554
Diputados por cuatro meses: Justicia Mayor:
Alon~o de Ávila Hortún Velasco
Nicolás de Palencia Juan Andrés Varela
,-\.lG1ldt-'S: lligud d e T ntjiUo
And1~s de::' .:-\cev~>do Jum1 Rodrígu ez Su~ire.z
Di~-!'O de Cohnt"mu-es ~ icolas de Rllerncia
' Juan López Galtu
Regidor es:
Juan ~ htldona do Enero de 15...~
Ju~m de T on't's Justicia Ma~ur:
Pedro .-\Jonso de los Hm"\.J.S Honún Yelasco
:\ ligud T n~jillo
Ju~Ul Ló pt"z Galaz Alcaldes:
Jm1n Maldon ado
-\:-tYDsto d e 155-l Pedro _-\lonso de los H oYos
Regidores:
_-\ndrés de .-\.cevedo Regido res:
J uan ~Ialdo n ado _:\.ndrés de A.c5edo
:\ligu e! de T rujillo Diego de Colmen ares
<.3

Juan López Galaz Juan del Rincón


Juan Andrés Yarela
Septiem bre de 1554 Diego Páez
Alcalde: _-\lonso de L ~
Andrés de Acevedo
Alguacil Mayor.
Regidor es: Simón del Basto
Juan Maldon ado
Juan de Torres Mayonl omo de la ciudad:
:M iguel de Trujillo Antón Esteban
Juan López Galaz
Procura dor:
Escriban o: Nicolás de Palencia
Juan Ramírez
~1ayord omo de la Iglesia:
Diciemb re de 1554 Antón Esteban
Justicia Mayor.
Hortún Velasco F.scriba no:
Juan Ramírez
Alcalde :
Andrés de Acevedo Febrero de 1555
Ídem..
Regidor es:
Juan Maldon ado Mano de 1555
Juan de Torres Idem.
Pedro Alonso de los Hoyos
APÍO:Nl11Cl'.S

Duran te todo el año contin ua- Escrib ano Púhlko :


ron lo mismo s sin carnbi ar el es- Martín de . ..
criban o.
Con estos mismo s cargos conti-
Diputa dos por cuatro m e ses: nuaron todo el año.
Diego de Colme nares
Diego de Páez Se nombr aron por alcalde s y e n
las Minas del río d e Suratá a Luis
En agosto de 1555 fueron nom- Jurado ve cino de esta ciudad y
brados Alcald es de Minas en El e n las Minas del Páram o a Antón
Páram o, Gil Cano, y en el río Su- Esteba n.
ratá, Sebast ián Lorenz o.
Se nombr aron dipula dos por
Enero de 1556 cuatro meses a los señore s Pe dro
Justici a Mayor : Alonso de los Hoyos y Hcrna ndo
Hortú n Velasc o Morqu echo.

Alcald es: En el año de 1556 el diez y nueve


André s de Aceve do de septiem bre se reunió e l Cabil-
Diego de Colme nares do y nombr aron Escrib ano Públi-
co en rempla zo de Juan Ramír ez
Regido res: a Martín de Zurbar án.
Juan Maldo nado
Pedro Alonso de los Hoyos En ese mismo mes y año fue nom-
Migue l de Trujill o brado en rempla zo d e André s
Juan López Galaz de Aceve do el Regido r Nicolá s de
Nicolá s de Palenc ia Palenc ia.
Herna ndo de Morqu echo
Gil Cano Enero de 1557
Antón Esteba n Justici a Mayor :
Hortú n Velasc o
Alguac il Mayor :
Franci sco de la Parra Alcald es:
Juan André s Varela
Mayor domo de la ciudad : Nicolá s de Palenc ia
Alonso Durán El Viejo
.Regid ores:
Procur ador: Juan de Torres
André s Calvill o Luis Jurado
Diego Páez
496 EL PODER POLÍTIC O EN COLOMBIA

Juan del Rincón En marzo de 1557 es nombr ado


Pedro Quin tero Procu rador General por la Pro-
André s Martín Calvillo vincia de Pamplona ante el Rey a
Francisco Herná ndez Herná n de Villalobos.
Martín Jimén ez Romero
En este mismo mes y año fue
nombr ado Procu rador Don Pe-
Procu rador de la ciudad: dro Alonso de los Hoyos.
Alonso Durán El Mozo
En noviembre de 1557 fue nom-
Mayordomo de la ciudad: brado Alcalde de Minas del rio de
Gutier re de Oruña Suratá a Alonso Durán El Viejo.

Alguacil Mayor: Enero de 1558


Juan de la Parra Justicia Mayor:
Hortú n Velasco
Receptor de penas de Cámara:
Nicolás Nieto Alcaldes:
Pedro Alonso de los Hoyos
Tened or de bienes de difuntos: Juan Rodriguez Suárez
Juan Andrés Varela
Regidores:
Tened or de bienes de difuntos: Juan Andrés Varela
Juan de Torres Nicolás de Palencia
Alonso de Esperanza
Escribano Público y del Rey, del Alonso de Durán
Cabildo: Pedro Quinte ro
Berna rdino Fernánd ez
Alguacil Mayor y Regidor:
En el mes de enero del mismo año Alonso Carrillo
de 1557 se nombr ó como Alguacil Gonzalo Serran o
Mayor en remplazo de Juan de la Juan Ramírez
Parra a Maese Duarte.
Procur ador:
Queda ron nombrados para conti- Miguel de Hoyos
nuar sus cargos durant e este año. Escribano:
. Juan Ramírez
Igualm ente fueron nombr ados
Alcaldes de Minas del río Suratá Duran te todo el año continua-
a Alonso de Parada y de las Minas ron en estos cargos las mismas
de Páram o a Gil Cano. personas.
APÉNDICES 497

En el mes de agosto de 1558 se Receptor de penas de Cámara:


proveyeron por diputados du- Francisco de Castañeda
rante tres meses a los señores: Bemardino Fernández
Juan Ramírez y Gonzalo Serrano.
Fueron nombrados en enero de
Escribano: este año por diputado durante
Bemardino Femández tres meses: Andrés Martín Calvi-
llo, Diego Páez.
En noviembre de este mismo año
nombraron medidor de las huer- En marzo de 1559 se nombró di-
tas y estancias de esta ciudad a putados a Luis Jurado y a Francis-
Alonso Durán El Viejo. co Hemández.

Enero de 1559 Enero de 1560


Justicia Mayor: Justicia Mayor:
Hortún Velasco Hortún Velasco

Alcaldes: Alcaldes:
Andrés de Acevedo Juan de Torres
Gil Cano Andrés Martín Calvillo

Regidores: Regidores:
Juan de Torres Nicolás de Palencia
Francisco Hemández Pedro Quintero
Luis Jurado Alonso CaiTillo
Andrés Martín Calvillo Gonzalo Serrano
Diego Páez Juai1 Pérez
Alonso de Esperanza
Alguacil Mayor:
Juan de Tolosa Escribano:
Alonso de Parada Bernai·dino Femández
Francisco García de Mora
Escribano Público y Procurador Diputados para tres meses:
Pedro Quintero
Mayor: Juan Pérez
Alonso Durán El Viejo
Enero de 1561
Mayordomo: Justicia Mayor:
Juan Sánchez de Gálvez Hortún Velasco
498 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

Alcaldes: Proc urad or:


Dieg o Páez Guti erre de Oruñ a
Juan del Rinc ón
Mayordomo:
Regi dore s: Pedr o de Arévalo
And rés de Acevedo
Gil Cano Rece ptor de pena s de Cámara:
Luis Jura do Bern ardin o Fem ánde z
Alon so de Para da
Juan Ram írez Escr iban o Públ ico y del Cabildo:
Antó n Este ban Bern ardin o Ferná ndez .

Alguacil Mayor:
Juan Sánc hez de Gálvez

EY
MEM ORI AL DEL CAB ILDO DEL SOC ORR O AL VIRR

Muy pode roso Señor:


dirig imos a
En la noch e del 6 de julio , lleno s de temo r y sobr esalt o
vivo emp e-
V.A. una pres enta ción en que le supli cába mos con el más
tros ánim os
ño que librase una prov iden cia a fin de tranq uiliz ar nues
amos en el Co-
conm ovid os por los prep arati vos hostiles que obse rváb
verb alme nte
rreg idor don José Valdés a quie n habí amo s com unic ado
segu ridad de
los motivos de nues tra desc onfia nza para que nos diese
nes que en
nues tras vidas. No satisfechos con ese paso por las razo
oficios en que
la citad a pres enta ción expusimos, le pasa mos varios
tras vidas ni se
solic itába mos lo mism o para que no pelig rasen nues
en vez de cau-
pertu rbas e la tranq uilid ad públ ica. Las cont estac ione s
igüe dad para
sar el efect o que dese ábam os, sólo sirvieron por su amb
las med idas
aum enta r el espa nto. Tom amo s ento nces abie rtam ente
tro soco rro.
de natu ral defe nsa conv ocan do algu nas gent es a nues
an pues to a
El Corr egid or fiado en las fuerz as milit ares que se habí
tiran o y des-
su dispo sició n para que nos trata sen con la altivez de un
amo s pere cer a
prec iánd onos com o a hom bres desa rmad os que debí
ocó del mod o
balazos, si nos emp eñáb amo s en algu na acció n, la prov
de los quar -
más inhu man o. Tres paysanos que pasa ban por la calle
on requ erido s
teles com o a las siete de la noch e del día nuev e fuer
s, dicie ndo D.
desd e el balc ón dond e estab an los solda dos con fusile
r fueg o . .A estas
Mari ano Monroy, «atrás», y que si no, man daría hace
llove r balas de
voces ocur rió el pueb lo, sobr e el cual emp ezar on a
te a otro. Los
los balc ones de los dos quar teles que estab an uno fren
a emp eñad o
juec es por evitar un ataq ue tan desig ual en que se habí
-199

rar, ;¡oe ma _de "Mo nro ,-_. co me - ron a reu-rar 1.c:1


1_
gen te.
el pu ebl o po r la _ e5t --,:, ver
qu e no ~u die ro~ co nse gu rr ran pro nto ~- rm ier on el do lor de
lo má s
a och o ho mb res qu e no ten ían
que se hub ies e_ qm rad o la nd a o
as ~u e las pie dra s qu e tom aro n en la cal le y qu e est o hub ies e sid
arm os
era nos y ~u un os rec lut as ~- pa~-san
po r ma s de ses enr a sol dad os ,-ec e--
en l½:,aar ven raj oso y con arm as sup
q_ue se hal la} µn en los qu ane les la
pas am os en \-ela ag1.rardan d o en
nor es. . To do el res to de la no che
tie se con su gen te: ~-al am ane cer
pla za a qu e el Co rre gid or nos aco me n,-e n-
del día die z sal ió pre cip ira dam
enr e con la rro pa ~- se ret iró al Co
s fix and o
IO de Pad res Ca puc hin os.
. do nd e se les abr ier on las pue rra
des
a qu e cor res pon die ron los _-\.lcal
en las tor res ban der as de gu err a. es
les pus im os siri o for ma l qui tán dol
con igu al cer em on ia y ent on ces -
la igl ~ia ~- des de un a ,-en ran a ma
el agu a y dem ás... En el alta._'1Ilo de dra
arr ojo de lle gar allá con un a pie
rar on a un pa~-:sano qu e nn u el
1
-
on a orr o que se hal lab a a dos qua
en la ma no . De sde la tor re ma ra.r se
de qu e era mu cho el fue go qu e
dr.as de dis ran cia ; ~- sin em bar go ron
alg ún ord en. las d~ ora cia s no fue
hac ía. co mo ~ª ob ráb am os con o
El pue blo bra ma ba de cól era ,i end
según los des eos del Co rre gid or. que
sal ir las bal as y la mu en e. de un
a cas a qu e no hac ía mu cho s año s
asi lo
su fre nte no par a qu e ofr eci ese
hab ía edi fic ado con el sud or de s
die se cul to a la DiY inid ad po r uno
a un os car ibe s sin o pa ra qu e se a
, -ale ncia. de un a pro ,in cia situ ad
min istr os qu e aun qu e ,en ido s de d ~-
í,. jam ás les ha fal rad o com un ida
a má s de do s mi l leg uas de aqu
sari:sfar:ción en tre nos otr os. .
d con úrt ió de rep ent e los sen ti-
l-n aac ció n de tan neg ra ing rat itu -
el pu ebl o po r el Co nve nto y cla ma
mi ent os de yen era ció n qu e ten ía ase
pie dra sob re pie dra, y qu e se pas
ba voc es pid ien do no que das e ras
den tro . Ya se pre par aba n esc ale
a cuc hil lo a cua nto s se hal las en los
or de las bal as y sin da r oyd os a
par a tom arl o po r a__~to sin tem
los siti ado s no era me nes ter der ra-
jue ces qu e ren ían qu e par a ren dir ;
ltit ud se aum ent aba po r ins tan tes
ma r má s san gre . El fur or de la mu a
esp ect ácu lo tan atr oz int im aro n
y los jue ces des eos os de evi tar un tra -
los com and ant es qu e se rin die
sen pro nta me nte ~ pu es de lo con
de má s de och o mi l ho mb res
qu e
rio per ece ría n tod os en ma no s
s la seg uri dad de sus per son as en-
los siri ah: m. En ton ces ofr eci énd ole las
duc ido s a la pla za en me dio de
tre gar on las arm as y fue ron con viva
o qu e gri tab an: viv a la Re lig ión ,
per 50n as má s qu eri das del pu ebl n
de la Na ció n. El Co rre gid or do
Fe ma nd o \ fil., ma la jus ta cau sa

Se llam aba José To má s Ag uil lón


, y po r tan to pu ede con sid erá r-
t1 >
to con José Ma ria Rm illo y Vic ent e Ca den a, al lad o de las víc tim as
sel e jun
má rtir de la Ind epe nde nci a.
de la noc he del 9 de jul io com o pro
500 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

José Valdés, el Teniente D. Antonio Fominaya, el Alférez D. Maria-


no Ruiz Monroy quedaro n presos de la administración principal de
aguardientes donde se les trató por dos días del modo más humano
y decente que se pudo; pero habiendo traslucido el pueblo que no
se pensaba en castigar a estos sujetos autores de tantos males, y que
protestaba ya abiertamente que asaltaría la administración y tomaría
por sus manos la venganza; los jueces a pesar de los sentimientos de
su corazón creyeron que debían trasladar al Corregidor a una de las
piezas del Cabildo para aquietar la multitud. No bastó esta diligencia
sino que exigieron algunos que se le remachase por un par de grillos.
El mismo Corregidor conoció la necesidad de este procedimiento,
que bastó para reservarlo de un insulto popular. Nosotros no hallába-
mos en el caso de contemporizar con un Pueblo generoso y valiente
que en veinticuatro horas acudió en número de más de ocho mil a
derrama r su sangre por salvar nuestras cabezas que por un plan bien
combinado entre el Corregidor y los más de los Europeos que hay en
la provincia y aun algunos de la Capital estaban destinados a la horca,
al cuchillo y al garrote.
Todo esto resulta de las deposiciones de los testigos, de las decla-
raciones de la tropa, y de las cartas de correspondencia que hasta
ahora se han visto. También se han hallado tres cadenas para condu-
cir a cuarenta y cuatro hombres. Aún no las ha visto el pueblo; y si el
imperio de las circunstancias no nos obligan a tomar otras medidas
de seguridad, estos fatales instrumentos del despotismo, este presen-
te oculto que se mandó a unos habitantes dignos de haber tenido
mejores manos; estas enormes cadenas, repetimos, las que tuvo don
Joaquín Castro y otros; se arrojarán a un profund o río por mano
del Verdugo. Los demás presos serán conducidos a algunos de los
puertos para que pasen a Filadelfia a tomar lecciones de humani-
dad. El pueblo ha depositado el gobierno en el Cabildo asociándole
seis sujetos para que le ayuden al desempeño de los varios objetos
interesantes que actualmente ocupan su atención. En medio del en-
tusiasmo por haber dado el primer paso hacia nuestra libertad civil
• consideramos que debemos justificar todos nuestros procedimientos
para con la Provincia confiante, para con la América toda, la Penín-
sula Española y la ilustre nación inglesa, protecto ra y aliada de los
enemigos del tirano Napoleón.
El sumario que se está formando, el diario recomen dado a un
eclesiástico virtuoso donde constará la serie de todos los sucesos, el
tratamiento humano que damos a nuestros crueles perseguidores
presenta rán a la posteridad al pueblo socorrano en medio de sus dis-
cusiones civiles revestido de aquel carácter de virtud que nos pinta la
APÉNDICES .~OJ

histori a como. /un fenóm eno polític ·


o de que no habi/a ~Jernp J
/ . o antes
de la Revolu c10n de Norte amenc a y parecí a reserv ado exclus ivamen -
te a los dichos os habita ntes de Filadelfia. Difun diendo a5í Jas ideas de
la hu~a~ idad y de virtud para que sean la base sobre que se apoya
el ed1fic10 que vamos a elevar de nuestr o gobier no, no perdem os
de vista los medio s de una justa defens a, ni se nos oculta n la zaña y
el odio desesp erado con que serem os tratado s como Jo fueron Jos
desgra ciados habita ntes de Suito, pero estamo s pronto s a la defensa.
Tamp oco se nos oculta la fortun a que podem os correr en la suerte
de los comba tes; pero si la justici a de la causa, el valor a toda prueba ,
y la unión más estrec ha son índice s de que el Dios de los Ejércitos
nos favore cerá, podem os asegur ar a Vuestr a Alteza que el suceso má"i
feliz coron ará todas las accion es a que la necesi dad nos obligue. Vea
no se equivo que; antes de declar ar la guerra a nosotr os piense que
así todo el Contin ente Ameri cano proteg ería nuestr a causa aunqu e
no sea sino hacien do votos secretos.
Seis días hace que la presen cia del Correg idor y de sus infame s
amigos y satélites no nos permi tían ni la liberta d de pensa miento, y
mucho menos la de solicitar pólvora, ni armas; pero derrib ando el
tirano en la mañan a del día diez, recobr amos tales energí as que ya
contam os con quinie ntas bocas de fuego con bastan te pólvor a y más
de dos mil cartuc hos.
Nos parece que oímos la mofa de alguno s hombr es instru mento s
fatales del despot ismo que aconse jan a Vuestra Alteza la guerra ; que
asegur an nuestr o exterm inio anima dos de este odio infern al que no
hemos podid o destru ir con la sumisión, con el cariño ni con el en-
lace de los matrim onios ni con el tierno recuer do que en medio de
nuestros padec imient os no hemos dejado de hacerl os de que nues-
tros padres respir aron con ellos el aire de la Europ a, que allí vie-
ron por prime ra vez la luz, que allí yacen confun didos los hueso s de
nuestr os abuelo s, que tenem os unas mismas leyes, usos y costum bres;
finalm ente que la moral del evangelio une a los hombr es con el estre-
cho víncul o de amor que no podrá rompe r el impío ni sentir como ya
sienten alguno s el brazo del Todop oderos o que pensa ndo sobre su
cabeza los confu nde y dejan que corran a precip itarse por sí mismos.
No presum a Vuestr a Alteza que hemos olvida do lo que puede
contra nosotr os ese formid able tren de artille ría que se constr uyó
en el interio r del Reyno sin otro objeto que el de mante nemo s en la
esclavitud; si no hubiés emos contad o con que tenem os recurs os que
anular án la artillería, jamás habría mos pensa do en evitar el golpe fa-
tal que nos amena zaba desde el día seis del presen te. Todo lo hemos
previsto antes de manife star que somos hombr es dotado s de razón y
G02 EL PO0ER POLITICO EN COLOMBIA

consiguientemente acreedores a no ser tratados como bestias. Nues-


tJ·a moderación ha sido tanta que hasta la fecha no hemos tocado
los caudales públicos para los gastos en preparativos de nuestra justa
defensa; pero como tenemos con sobrados fundamentos que nos he-
mos de ver en la necesidad de repeler la fuerza con la fuerza, o tal vez
en la de atacar primero, para lograr nuestra seguridad, lo hacemos
presente así para que Vuestra Alteza quiere evitar este paso se sirva
de adoptar temperamento capaz de tranquilizarnos, y para que en el
reposo y silencio de las armas podamos organizar nuestro gobierno
asociados a las demás Provincias del Reyno. Ya se ve por el orden
mismo de los sucesos políticos, y por los respectivos ejemplos que
nos han dado, las Provincias de la Península Matriz, y por muchos de
América, que el único medio que puede elegir Vuestra Alteza es el
de prevenir al muy ilustre Cabildo _de esa Capital para que forme su
Junta, y trate con nosotros sobre objetos tan interesantes a la Patria, y
consiguientemente a la Nación, de cuya causa jamás nos separamos.
Dios guarde a Vuestra Alteza muchos años.
Socorro,julio 10 de 1810
José Lorenzo Plata-Juan FranciscoArdila-Marcelo-José Ramírez
y González - Ignacio Magno -Joaquín de Vargas - Isidro José Estévez -
Pedro Ignacio Fernández -José Ignacio Plata- Miguel Tadeo Gómez
- Ignacio Carrizosa -Acisclo José Martín - Martín Moreno - Francisco
Javier Bontfont (rúbricas).
Delgadillo (rúbrica)
Escribano.

Al Excelentísimo Señor Virrey del Reyno don Antonio Amar y


Borbón 2•

El altivo memorial que constituye una página de gloria para el


Socorro, fue enviado inmediatamente a Santa Fe con una posta es-
pecial y con orden de dejar copia de él en manos de los miembros
de los cabildos de Vélez y de Tunja para que siguiendo el ejemplo de
la ciudad Comunera procedieran a instalar sus respectivas Juntas Su-
premas, así como también con la amenaza a los santafereños de que
si no la constituían irían los socorranos a integrarla por la fuerza de
las armas.

<2> Copia auténtica y certificada con la firma del Escribano Delgadi-


llo. Propiedad del autor.
Al'ÉNDICES

El movimiento del 10 dejnlio no fue espontáneo sino largamente


planeado por el Cabildo del Socorro, en combinación con los curas
y vecinos principales de algunos pueblos cercanos.
El día 11 de julio de 1810, reunido el Cabildo con la asesoría de
seis ciudadanos más, se constituyó la Junta de Gobierno y en seguida
se procedió a extender y firmar el Acta respectiva, que al igual que la
hecha en Santa Fe diez días más tarde, es considerada como la de
)a Independenc ia de la Villa del Socorro, aun cuando en realidad
es la de la Provincia, y cuyo tenor es el siguiente:

***
ACTA DE INDEPEND ENCIA DEL SOCORRO

La Provincia del Socorro, siempre fiel a su legítimo Soberano y cons-


tantemente adicta a la causa nacional, ha sufrido por el espacio de
un año al Corregidor don José Valdés Posada, que con una actividad
y celo sin igual ha querido sostener entre nosotros las máximas del
terror y espanto dignas del infame favorito Godoy. A la justa indig-
nación de los habitantes de esta Villa, y de los lugares circunvecinos
que se auxiliaron brilló por fin la noche del día 9. Hacía algunos días
que se actuaba sumario por los Alcaldes Ordinarios doctor don Lo-
renzo Plata y doctor donjuan Francisco Ardila, contra el Corregidor,
en que resultaba ya simplemente probado que meditaba poseer en
ejecución una lista de proscritos. En la noche del día 7 se aumentó
el espanto con el denuncio que se dio por un Juez, de que dos de sus
partidarios, don Manuel Entralgo y don Marcelino Martín, habían di-
cho en San Gil que las primeras cabezas destinadas al cuchillo eran la
del Alcalde Ordinario doctor don Lorenzo Plata y la de don Miguel
Tadeo Gómez, Administrador de Aguardientes. En el instante se le
pasó oficio por los jueces diciéndole francamente lo que resultaba,
y la desconfianza en que se hallaban de ser degollados a sangre fría;
que les diesen alguna seguridad personal mientras Su Alteza deter-
minaba sobre el asunto, según se lo suplicaban en el recurso que
pendía ya en aquel Regio Tribunal. La respuesta del Corregidor lejos
de suavisar los ánimos con una contestación franca y generosa la dio
tan ambigüa, e hizo tales movimientos en los cuarteles puestos a su
disposición por el Excelentísimo Señor Don Antonio Amar, Virrey
de Santa Fe, que con estos procedimien tos acabó de confirmar las
sospechas. En aquella misma hora se acuartelaron los Alcaldes Ordi-
narios en sus casas esperando el acontecimie nto. Lo mismo hizo el
Corregidor poniendo al día siguiente la tropa formada y con fusiles
504 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

en los balcones de los de cuarteles, que estaban el uno frente del


otro. Los soldados insultab an entre el día a los vecinos que pasaban
por la calle amenazá ndoles con que les harían fuego; pero como se
les contesta ba con sumisión, no hubo rompim iento hasta la noche
del 9, en que los soldados previnie ron a un paisano que pasaba por
la calle que volviese atrás, y valiéndose de la estratag ema de dar la voz
de «fuego» con que creyó el pueblo que la tropa iba a atacarle salien-
do de los cuarteles, se abalanzó hacia aqllella calle para rechazar su
agresión , y aprovec hándose entonce s de esta oportun idad comen-
zaron desde los cuarteles las descargas, sin que los jueces pudiesen
impedir un choque tan desigual por la situación, por las armas y por
la disciplina. Costó mucho reprimir el valor del pueblo y poniend o
en gran peligro la vida; pero el día 1O por la mañana cuando vio
mancha das las calles por la sangre inocente de diez hombres que
muriero n a balazos entró en tal furor, que sin embargo de que el
Corregi dor se hallaba sitiado en el Convento de Capuchi nos, donde
se le recibió al amanece r, que no tenía agua ni esperanz a de salvarse,
trataba la multitud de tomar el Convento por asalto y pasar a cuchillo
a cuantos encontra se; la acción habría sido muy sangrienta; y para
evitarlo se intimó por los Alcaldes que los sitiados se rindiese n a dis-
creción, lo que ejecutaron. Los comand antes don Antonio Fominaya
y don Mariano Ruiz Monroy, con el Corregidor, fueron conduci dos
en medio de las personas más queridas del pueblo a la Administra-
ción de Aguardi entes donde se les ofreció que gozarían de segurida d
personal . Todo se les ha cumplid o con exactitud y se les trata con
humanid ad en recompe nsa de la barbarie y crueldad con que nos
han oprimid o por tanto tiempo.
La sencilla narració n de estos hechos manifiesta clarame nte que el
Corregi dor Valdés, como procesad o por la justicia, no pudo ni debió
después que se le anunció su delito, usar de la fuerza militar, si hubie-
se contado con el poder de las leyes y con la autorida d del Tribuna l
a donde se le dijo que se había ocurrido . Tampoc o debió mandar
hacer fuego sobre gentes desarmadas que no podían ofenderl e en el
lugar superior donde se hallaba con su tropa; menos pudo temer que
se atentara contra su vida, habiénd ose ofrecido en los oficios que le
pasaron los Alcaldes Ordinar ios dar la segurida d que quisiese.
Restituido el pueblo del Socorro a los derecho s sagrados e impres-
criptibles del hombre por la serie de sucesos referida, ha deposita do
provisio nalment e el gobiern o en el muy ilustre Cabildo, a que se han
asociado seis individuos, que lo son: el doctor José Ignacio Plata, cura
de Simacota, el doctor don Pedro Ignacio Fernánd ez, don Miguel Ta-
deo Gómez, Adminis trador de Aguardientes, don Ignacio Carrizosa,
APÉNDICES 505
don Javier Bonafont y don Acisclo Martín Moreno para que les ayu-
den al desempeño de multitud de asuntos y negocios en que deben
ocuparse, para defender la Patria de las medidas hostiles que tomará
el Señor Virrey de Santa Fe contra nosotros, como lo hizo contra los
habitantes de la ilustre ciudad de Quito. Pero hallándose unidos por
estrechos vínculos de fraternidad con los ilustres Cabildos de las muy
nobles y leales ciudades de Vélez y Villa de San Gil, y siendo comunes
nuestros intereses por la respectiva situación geográfica determinó ,
en Cabildo abierto, que se comunique esta Acta a los dichos ilustres
Cabildos convidándolos a que manden dos diputados para deliberar
sobre el plan y modo de gobierno que debemos establecer tomando
desde ahora las medidas más activas contra la agresión que se espera
de parte de la fuerza militar que tiene el Virrey de Santa Fe, en cuya
lucha el pueblo del Socorro saldrá gloriosamente mediante la justicia
de su causa, el valor y unión de sus habitantes que en veinticuatro
horas derribaron la tiranía de don José Valdés sostenida con tanto
ardor por el Jefe del Reyno. Ya respiramos con libertad habiéndose
restituido la confianza pública, ya sabemos que podemos conserYar
nuestra sagrada religión y esta Provincia a su legítimo Soberano el
señor don Fernando VII, sin peligro de que los favoritos de Godoy,
y los emisarios de Bonaparte nos esclavicen dividiéndonos. Y para
manifestar a la faz del universo la justicia y la legitimidad de nuestros
procedimientos se circulará esta Acta a los demás Cabildos del Re~·-
no. Con lo que quedó concluida esta Acta que firmamos en la \ rtl1a
del Socorro el 11 de julio de 1810.
José Lorenzo Plata-Juan Francisco Ardila - Marcelo José Ramírez
y González -Ignacio Magno -Joaquín de Vargas - Isidoro José Este,,ez
-José Ignacio Plata- Doctor Pedro Ignacio Fernández - Miguel Tadeo
Gómez - Ignacio Carrizosa - Acisclo José Marín Moreno - Francisco
Javier Bonzj'ont.
Ante mí,Joaquín Delgadillo, Escribano Público y del Cabildo 3•
***
INSTRUCCIÓN
Que da el muy ilustre Cabildo, Justicia y Regimiento de la Villa del
Socorro al Diputado del Nuevo Reyno de Granada, a la Junta Supre-
ma y Central Gubernativa de España e Indias.
3
( ) Copia manuscrita y certificada con la firma del Escribano Del-
gadillo. El texto tiene al margen algunas anotaciones manuscritas del
prócer Miguel Tadeo Gómez. Propiedad del autor.
506 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

en de fecha 22
En cumplimiento de lo dispuesto en la Real Ord
del seño r don Anto-
de ener o de 1809, y al teno r del mandamiento
ada, el Cabildo,
nio Amar y Borbón, Virrey del Nuevo Reyno de Gran
reunió con el objeto
Justicia y Regimiento de la Villa del Socorro; se
Cortes Españolas; y
de acor dar la tem a que lo representará en las
Camilo Torres y
por unanimidad, salieron favorecidos los doctores
Durán, sujetos todos
Joaq uín Camacho y el señor don Tadeo Gómez
reconocida virtud
de relevantes prendas, de prob ado patriotismo, de
o sorteo, la fort una
y una ilustración nad a común. Hecho el respectiv
aron al seño r Amar
favoreció al seño r Gómez Durán, y así lo comunic
y Barbón.
ndo sorteo verifi-
Sabedores los socorranos del resultado del segu
que el Diputado del
cado en Santa Fe el 16 de septiembre de 1809, y
de Narváez y Lato-
Nuevo Reyno sería el señor general don Antonio
nte se reun iero n
rre, meritorio hijo de Cartagena de Indias, nuevame
las instrucciones ne-
los ediles del mencionado año con el fin de dar
Narváez y Latorre,
cesarias «al Excelentísimo señor don Antonio de
Representante en
Diputado por el Nuevo Reyno de Granada, para su
y que son del teno r
la Jun ta Central Gubernativa de España e Indias»
siguiente:
nte y med iodí a
«l º. La Provincia del Socorro confina por el orie
de Guacha y el pue-
con la de Tunja, de la cual la separa la cordillera
uinquirá y lagu-
blo de Saboyá, situado en las inmediaciones de Chiq
re las márgenes de
na de Fúquene, de don de nace el río Suárez. Sob
ende del med iodí a
este río, y siguiendo el curso de sus aguas, se exti
cha, que le divide
al nort e hasta don de se junt a con el río Chicamo
as de distancia de
de la de Pamplona al poniente, como a cuatro legu
ues antiguos que
su capital, tiene la cordillera de Yaraguíes, y bosq
cuales se cree haya
llegan hasta el río Grande de la Magdalena, en los
y de la pesca, no
una u otra hord a de salvajes que, viviendo de la caza
Si los caminos de
tiene comercio alguno con los pueblos civilizados.
o se ha proyectado,
Carare, Opó n y Chucurí llegan a efectuarse com
incia exte nde rá en-
franquearán el paso por estos bosques, y la Prov
Guacha hasta el río
tonces sus límites desde el orie nte o cordillera de
as por lo menos.
Magdalena, que sería una travesía de cincuenta legu
leguas del terre no
En la actualidad solamente se pue de cont ar ocho
pie de la cordillera
que ha entr ado en cultivo desde Guacha hasta el
cha, que dan una
de Yariguíes, y treinta desde Saboyá hasta Chicamo
n asciende según los
área de doscientas leguas cuadradas. Su població
tantes de todo sexo
últimos estados a cerca de ciento setenta mil habi
do en tres partidos,
y edad. Este núm ero de gentes se halla distribui
, la Villa de San
que son la Villa del Socorro, capital de la Provincia
1/J;

a par tido están ag reg ada~ ,..-ari:aii


P'f.r
Gi l~ la Ciu dad de Vé le~ . A cad :
nes qu e se de no mm an Pa rro qui as y alg uno s pu ebl ú5 de md iv!-
bla c1o
r lo com ún viv en e n com un ida d y a .son de cam pan a.~ y__,n
ést os po ;;;
e no en tie nd en sus ide a~ ~ .aJJ-
est úpi dos y tan po bre s q ue pa rec
del mo me nto pre sen te ».
s, desce nd ie nlé S de e urv-Ot::<.A
«Lo s de las Par roq uia s son bla nco
a do nd e con cur ren Jus días {k ~
qu e tie nen sus cas as en el lug ar t df
tie nen en k,s cam pos en ILt dK
ta y de me rca do y tam bié n las -a..
ica dos tod o el año a la ~JT:c .:. =_=:
sus pla nta cio nes , do nd e viven ded , a
e es la ocu pac ión de la gen te lib r e , ~- po r con sig uie n c.e no -sók
qu
s luc rat iva , sin o la rn.á s apr eci abl e. Las con rril iuc ion ~ dd Té-
la má
bli co, seg ún el est ado rel atn ·o a 180 3. r end ían de can riciz.d
sor o Pú _,_
a ing res abl e en Ca jas Re ale s, alg o má s de 10.000 pes rJS fu.e-r~
líq uid
sta s de die zm os, p rim icia s. ó lec..15_
ca.s:.ii-
Las ren tas ecl esi ást ica s com pue c.er-
sta s de pat ronos, inf orm acion es.
mi ent os, cof rad ías , ent ier ros , fie é
s, de fáb ric a : d esp ens a.. a los q-c.
tifi cac ion es, der ech os de sac rist ane e2
los gra dos p roh ibid os. no se S20
con tra en ma trim on io den tro de ~
erá n per o juz gan do po r lo s rt i e zm
pu nto fijo a qu é can tid ad asc end
7.0 00 pes os fue rtes .. se con ¿<lE-2
que en 180 3, pro du cía n cer ca de .
s no baj ará d e 14... 000 pesos aJ año
que el tot al de ren tas ecl esi ást ica ci2
trib uci one s p úbl ica s de la Pro~
Re sul ta de lo dic ho qu e las con 5
e la sum a de 24. 000 pesos fue rl.E:
del So cor ro, com po nen anu alm ent J-
ori oso con el p rod ucLO de la ~ur icu
que pag a est e pu ebl o fru ga l y lab ad de
tur a y po ca ind ust ria . El ter ren
o es fec und o y se pre sra a nu ied
la
ido tie mp o en qu e se ha ,en cli do
pro duc cio nes , per o com o ha hab ón
co pesos fue nes , y a esr a pro po rci
lib ra de ace ro de 16 onz as, en cin
rro , el cul tiv o no ha cor res po nd ido ni a las , enc aja s n aru ral es
en hie
rad or» .
del paí s, ni a los esf uer zos del lab
est abl eci mi ent o de for jas en el int eri or de l, rrr ~a to , eri rar ia
«El
suc esi vo otr a igu al car est ía qu e po dri a hab er am rin ado la má s
en lo
ien te agr icu ltu ra, y con ma yor raz ón la n u ~ que po r é.sr as y
flo rec
sas pol ític as es tan lán gui da, qu e sus pri nci pales fru tos con -
otr as cau
en alg odó n, azú car , arr oz y ma íz. La ind ust ria está red uci da
sist en nte
s de qu e se vis te casi tod a la ge
a teji dos de alg od ón muy bar ato e-
rey nat o. La juv ent ud se educa gen
pob re de la ma yor par te del Vrr
rel igi ón cat óli ca po r los pad res
de
ral me nte en los pre cep tos de la a
; y en las Vil las de San Gil y So cor ro se aña de la enseñanz.
fam ilia as
os de gra má tic a lati na, , po r esc uel
de pri me ras letr as, de rud im ent
las ren tas con cej iles . No se con oce
púb lica s pag ada s par a est e fin , de d-
bio del cor to sob ran te de la ag ria
otr o com erc io act ivo qu e el cam , d
a a las pro vin cia s cir cun\m lla S;
tur a e ind ust ria , qu e se tra nsp ort s
sis te en efe cto s de Eu rop a qu e ~o
pasivo que , en tie mp o de paz , con
508 EL PODER POÚTICO EN COLOMBIA

vienen de Cádiz; y en tiempo de guerra se introdu cen los mismos


efectos, pero la mayor parte por la vía del contrab ando, y aun por la
mano de los enemig os, que con este arbitrio hacen notable guerra a
la Nación» .
«2º. Hallánd ose la Suprem a Junta bien persuad ida, como lo acre-
dita las órdenes que han emanad o de su autorid ad soberan a, de que
la felicida d del Estado depend e esencia lmente de la inviolab ilidad de
los precept os constitu cionale s, el Cabildo del Socorro espera: que el
señor Diputad o reunien do su voz a la de los demás sabios patriota s
que compo nen aquella augusta Asambl ea, concur ra con ellos a echar
los fundam entos de la opinión pública , de la confian za y patrioti s-
mo, que son el más seguro baluart e contra la ambició n usurpad ora,
y cuyas virtude s produc irán infalibl emente aquella constitu ción que
tenga por base la ley eterna, que destina al hombre a vivir del sudor
de su frente, y señala la tierra como su patrimo nio».
«Supres ión de clases estériles , reducci ón de empleo s improd ucti-
vos, libertad de las tierras y de trabajo, imposic ión de tributos , recau-
dación y distribu ción según las leyes de la justicia , en que se apoya el
pacto social; he aquí una pequeñ a parte de los bienes que natural -
mente emanar án de una tal constitu ción. Esta misma estrech ará más,
si puede ser mayor, la unión de la madre patria con los habitan tes de
este vasto hemisfe rio».
«3º. Por un princip io de política conform e con las ideas de huma-
nidad y de justicia , suplica el Cabildo al señor Diputad o, que solici-
te en la Suprem aJunta, que los resguar dos de indios se distribu yan
entre estos natural es por iguales partes, para que como propiet arios
puedan enajena rlos o transmi tirlos a su posterid ad, según las leyes de
sucesió n, quedan do exentos de los tributos que actualm ente pagan.
Pero sujetos a las contrib uciones de los demás habitan tes; con esta
provide ncia se olvidar á la idea de conquis ta, tan odiosa para ellos y
que los tiene siempre abatido s; y pagarán mayor cantida d a la masa
general de rentas pública s, que lo que hoy produc en los tributos por
razones que son bien obvias» .
«4º. Que siendo el comerc io de negros una degrada ción de la
natural eza humana , y causand o el envilec imiento de todas aquella s
profesio nes a que son destina dos estos miserab les africano s, se supli-
ca al señor Diputad o, solicite se PROHÍ BA PERPE TUAME NTE TAL
COMER CIO; y se libren las provide ncias que se conside ren oportu-
nas a fin de que, concilia do el interés de los propiet arios, se propor-
cione la LIBERT AD DE LOS MUCH OS ESCLA VOS QUE HAY EN
EL VIRREY NATO, y entren éstos en socieda d como las demás razas
libres que habitan las Améric as».
APt..1°"DICI.S
509

«5°. ~ue ~iendo un principio incontesta.blt" de N::onomía poliUt a


que el pnnctpal fomento que el gobiern o put.'Cle dispensar a b agn-
cuJtura, comercio e industria. es la libertad de sus gen tt"s. o )o qu; es
lo mismo, l:a protección del interés indi\"idu.al ,. que sjendo incompa-
rable esta hbertad o protección con ,-anos estorbos políticos, fis.icos ,
morales, tratará el seúor Diputado de que se remuevan lodos•.
«6"!. Por una consecuencia de este p1incipio. se concedtTá comer-
cio libre por todos los puertos de América ,. de Espai1a con las nario-
nes amigas y neutrales».
«7°. Se prohibirá para siempre la esclavitud de las prnpiedadt'5 te-
rritmiales, y se ordenará que las que ya se hallan fuera del comercio .
vuelvan a la libre circulación , como los demás bienes., por Jos me-
dios y arbitrios que proporcionará la nación j unta en Cortes. donde
examinará este negocio con el más vivo interés. tanto por los biene5
de que su ejecución han de resultar a la sociedad entera. como por
la dificultad que ofrece la abolición de w1 abuso tan ün-eterado "
sostenido por la ignorancia; a pesar de que los hombres más sabios
de la nación, entre ellos los señores Jovellasos y Campo manes lo han
combatido y denunciado al primer Tribw1al de ella como w10 de lo:-
mayores males políticos que la afligían y la arrastraban hacia su ruina.
Los escritos de esos grandes hombres, sin embargo. de su elocuen-
cia y de las miras profundas de humanidad que contienen. no han
hecho en los pueblos la impresión que debía esperarse. La barbaiie
opone obstáculos y no hay otra autoridad que pueda superarlos s.ino
es la opinión pública y se cree que el medio de establecerla o ~jarla
será el de las luces que sobre un objeto tan interesante esparce en el
mundo la parte más ilustrada de la nación rewüda en Cortes>,.
«8 2 • Se establecerá un sistema de rentas menos dispendioso en que
se ocupe menor número de agentes; y que las aduanas sean el term&
metro que gradúe la protección de la industria nacional y el cono-a-
rresto de la extranjera. Ya no se mirará como w1 proyecto quiméiico
el de la única contribución: los pueblos más ilustres en la época es
que quiso establecerla el Excelentísimo señor don Miguel de Muzgún.
concurrirán a repartirse el equivalente de lo que hoy entra en el Te-
soro Público. Esto evitará que tal operación, los fraudes y quiebras de
los subalternos, como que cada Provincia responderá al Estado y los
pueblos ganarán tal vez un tercio que se disipará en la recaudación y
manejo. La multitud de hombres ocupados hoy en la administración
de rentas públicas, como que ya no hallará en ellas su subsistencia, la
buscará en el trabajo, y entonces la agricultura, el comercio y el arte se
fomentarán del modo más justo, con la concurrencia de tantos brazos
que en el día desean estas fuentes de riqueza pública».
510 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

ingo s y dem ás consa-


«92 • La redu cció n de días de fiesta a los dom
otro fom ento que pod rá
grad os por la religión a sus misterios, será
s».
dispensarse a la agricultura, com erci o y arte
des objetos de pros-
«10º. No es de men or imp orta ncia para gran
os dere cho s eclesiásticos
peri dad nacional, el que se sup rim an tant
que den redu cida s las
com o se han intr odu cido con el tiempo, y que
en esta Provincia, y las
rent as de la Iglesia a diezmos y primicias, que
te para la dec oros a sus-
dem ás del Virreynato, alcanzan sob rada men
s trib utar a la divinidad,
tent ació n del clero, y del culto que deb emo
eficios».
que con larga man o nos ha colm ado de ben
« 11 º. Otr o de los gran des esto
rbos que reta rdar án el prog reso de
pue ntes en la Provincia,
la riqueza púb lica es la falta de caminos y de
que el espacio inm ens o
y aun en todo el Virreynato. Si se con side ra
ciones de la famosa cor-
que éste ocupa, situado en la base y ramifica
iend en de ella y dividen
dillera de los Andes, los muc hos ríos que desc
ega ríam os al desaliento,
una s poblaciones de otras, tal vez nos entr
o una obr a sup erio r a
y veríamos la construcción de pue ntes com
as al acaso en todo el
las fuerzas de tres millones de almas esparcid
rsos de un gob iern o pa-
Virreynato; más refl exio nan do que los recu
fuerzas se repr odu cen
tern al y just o son inagotables, como que sus
s con ceb ir esperanzas
por una acción y reacción continuas, deb emo
de una s provincias con
de ver men os imp edid as las comunicaciones
ramos de pro pied ad na-
otras, y con sigu ient eme nte fomentados los
cional».
uye tant o a la felici-
«12º. El Cabildo con side ra que nad a contrib
ntud ; no en aquellos
dad de la patr ia com o la edu caci ón de la juve
enta n las clases estériles
estudios que por su tend enc ia natu ral aum
exactas y que disp one n
y gravosas a la sociedad, sino en las ciencias
Tales será n en esta Pro-
al hom bre al ejercicio útil de todas las artes.
geo met ría y dibujo, y en
vincia, el estu dio de la filosofia, aritmética,
y universidades, que se
las capitales gran des, don de hay colegios
s de eco nom ía política.
aña dies e al plan de estudios uno o dos año
y gran des resu ltad os de
De este mod o se vulgarizarían los prin cipi os
los pue blos así rectifica-
una ciencia tan imp orta nte; y la opin ión de
tácito y gen eral , que das e
da, acer carí a la épo ca en que por un pac to
hum ano , que por tant os
irre voc able men te ftjada la suer te del gén ero
y de todas las injusticias».
siglos ha sido la víctima de todos los erro res
aJu nta, que por un
«13º. El señ or Dip utad o suplicará a la Sup rem
ladas pru eba s, ech e una
acto de bon dad de que nos ha dad o tan seña
que han ido aum enta n-
mir ada sob re esas leyes civiles y criminales
y regl ame ntos que com-
do en el tiem po, y sob re tantas ord ena nza s
APÉNDICES 511

ponen el derecho extravagante cuyo laberinto no es dado recorrer


sino a uno u otro hombre de juicio y grandes facultades, para que
convencida su Soberanía de las dificultades insuperables que tienen
los vasallos de imponerse en las leyes para obedecerlas, y los magis-
trados y jueces para no excederse en su ejecución, y precipitarse en
el abismo de la arbitrariedad, forme un nuevo código de leyes civiles
y criminales, tan sencillo y conciso, que su inteligencia no esté como
ahora, reservada a los sabios y profesores del derecho, sino que se
proporcione al alcance de todas las clases del pueblo ».
«14º. Consiguiente a este mismo objeto, de que la Nueva Grana-
da se ilustre, sería muy conveniente que el señor Diputado comu-
nicase a los cabildos poderdantes el resultado de las gestiones de la
Suprema Junta, lo que podrá verificarse por los medios y conductos
que considere más fáciles. El Cabildo con la más sana intención y
con los deseos más ardientes de concurrir al bien general del Estado,
ha extendido los catorce artículos que comprende esta instrucción.
No se oculta a este cuerpo, que la inmensidad de ramos que abraza
la organización de un Imperio como el de España e Indias, es traer
infinitos puntos de que no se habla en la presente instrucción, tanto
por la cortedad de nuestras luces, como porque ahora nos hemos
limitado a instruir sobre la abolición de los abusos que se creen en
una influencia más general. Cuando haya cesado el tumulto de las
armas, y se hayan suspendido las calamidades que padece la madre
patria; cuando se haya destruido ese edificio gótico, que ha levanta-
do la mano lenta de los siglos, y que parecía eterno como nuestros
males, cuando el progreso de las luces haya difundido las ideas de
humanidad por todas las clases de la sociedad; en una palabra, cuan-
do la Nación se halle más instruida de lo que esencialmente interese
a su felicidad, entonces la Junta Central, esas asambleas de sabios y
de buenos ciudadanos, ese cuerpo, el silencio de la sabiduría, formar
una constitución que a pesar de los ataques del tiempo y del furor de
la barbarie, ftje para siempre los destinos de la nación».
Socorro, octubre 20 de 1809.
Joaquín Plata (rúbrica) - Alberto José Montero (rúbrica) - Pedro
Ignacio Vargas (rúbrica) - Ignacio Magno (rúbrica) -Joaquín de Var-
gas (rúbrica) 4•

<4l Ejemplar manuscrito con las firmas autógrafas de sus signata-


rios. Propiedad del autor.
512 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

***

ACTA DE LA INSTI TUCI ÓN DEL ESTADO LIBRE


E INDEPENDIENTE DEL SOCO RRO

El pueblo del Socorro, vejado y oprim ido por las autori dades del an-
tiguo gobier no, y no hallan do protec ción en las leyes que vanam ente
reclam aba, se ve obligado en los días nueve y diez de julio de 1810
a repele r la fuerza con la fuerza. Las calles de esta Villa fueron man-
chadas por la prime ra vez con la sangre inocen te de sus hijos que
con un sacrificio tan heroic o destruyeron la tiranía; y rompi endo el
vínculo social fue restituido el pueblo del Socorro a la plenit ud de sus
derech os e imprescriptibles de la libertad, igualdad, seguri dad y pro-
piedad que depositó provisionalmente en el Ilustre Cabildo de esta
Villa y de seis ciudadanos benem éritos que le asoció para que velasen
en su defensa contra la violencia de cualqu ier agresor, confia ndo al
propio tiempo la administración de justicia a los dos Alcaldes Or-
dinaiio s para que protegiesen a cualquier miemb ro de la socied ad
contra otro que intentase oprimirle.
En el propio acto deliberó convocar a los Ilustres Cabildos de la
ciudad de Vélez y de la Vtlla de San Gil para que cada uno enviase
dos diputa dos por el pueblo respectivo que asociados a otros dos que
eligiría esta Villa, compusiesen una Junta de seis vocales y un presi-
dente que nombr arían ellos mismos a plurali dad de votos. Verificada
la concu rrenci a de cuatro Diputados que son el D.D. Pedro. Ignaci o
Femán dez, el doctor don José Gabriel de Silva, el doctor don Loren -
zo Plata y don Vicente Martínez, se halla legítim ament e sancio nado
este Cuerp o y revestido de la autori dad pública que debe orden ar lo
que convenga y corres ponda a la sociedad civil de toda la Provincia,
y lo que cada uno debe ejecutar en ella. Es incont estable que a cada
pueblo compe te por derech o natura l determ inar la clase de gobier -
no que más le acomode, tambié n lo es que nadie debe opone rse al
ejercicio de este derech o sin violar el .más sagrado que es el de la
libertad. En consecuencia de estos princip ios la Junta del Soc~rr o,
repres entand o al pueblo que la ha establecido, pone por bases fun-
damentales de su constitución los cánon es siguientes:
1º. La religión cristiana que uniend o a los hombr es por la carida d,
los hace dichosos sobre la tierra, y los consue la con la espera nza de
una eterna felicidad.
2º. Nadie será molestado en su person a o en su propie dad sino
por la ley.
APÉNDICES 513

31.1. To do ho mb re vivirá del fru


to de su ind ust ria y tra baj o pa
cum pli r con la ley ete rna qu e se ra
des cub re en los pla nes de la cre
y que Dios int im ó a Ad án nu est ro aci ón
p1i me r pad re.
4-.i. La tie rra es el pat rim on io del
ho mb re qu e deb e fec un dar co n
el sud or de su fre nte , y así un
a gen era ció n no po drá lim ita r o
de su lib re uso a las gen era cio pri var
nes ven ide ras con las vin cul aci
mayor azg os y dem ás trabas con one s,
tra ria s a la nat ura lez a y sag rad o
cho de pro pie da d a las leyes de der e-
la sucesión.
5!J . El qu e em ple a sus tal ent os
e ind ust ria en servicio de la pa uia
vivirá de las ren tas públicas; per
o esta can tid ad no po drá señ ala
sino es po r la vo lun tad exp res a rse
de la soc ied ad a qu ien cor res po
velar sob re la inv ers ión del dep nd e
ósi to sag rad o de las con trib uci
de los pu ebl os. on es
6º. Las cue nta s del Te sor o Pú bli
co se im pri mi rá cad a año su pro
vecho. dis tin ta a los age nte s del -
fisco qu e cum pla n sus deb ere s,
ma nd e se castigue a los qu e falten y
.
79.. To da aut ori dad qu e se pe rpe túa
tiranía. está exp ues ta a erigirse en
8º. Los rep res ent ant es del pu
ebl o ser án elegidos anu alm ent e
esc rut ini o a vot o de los vecinos po r
útiles, y sus per son as ser án sagrad
e inviolables. Los pri me ros vocale as
s per ma nec erá n has ta el fin de
de 1811. año
9º. El Po de r Legislativo lo ten drá
la.Junta de Re pre sen tan tes cuyas
del ibe rac ion es san cio nad as y pro
mu lga das po r ella y no rec lam ada
po r el Pu ebl o ser án las leyes del s
Nuevo Go bie rno .
10º. El Po de r Ejecutivo qu eda rá
a car go de los Alcaldes Or din a-
rios y en los Ca bil dos con ape lac
ión al Pu ebl o en las causas qu e
rez can pe na Ca pit al, y en las ou- me-
as, y civiles de mayor cu an úa a
ter cer Tr ibu na l qu e no mb rar á un
la Jun ta en su caso.
11 º. To da aut ori dad ser á est abl eci
da o rec on oci da po r el Pu ebl o y
no po drá rem ov ers e sin o po r la
ley.
12º. So lam ent e la. Jun ta po drá con
vo car al Pu ebl o, y éste no po drá
po r ah ora rec lam ar sus der ech os
sin o po r me dio de Pro cur ado r
neral, si alg ún par tic ula r osa re Ge-
tom ar la voz sin est ar aut ori zad
ello leg ítim am ent e, ser á rep uta o pa ra
do po r pe rtu rba do r de la tra nqu
dad pú bli ca y cas tig ado co n tod ili-
o el rig or de las pen as.
13º. El ter rito rio de la Pro vin cia
del So cor ro jam ás po drá ser au-
me nta do po r de rec ho de con qu
ista .
14º. El go bie rno de l So cor ro da
rá auxilio y pro tec ció n a tod o
Pu ebl o qu e qu ier a reu nír sel e
a go zar de los bie nes qu e ofr ece
lib ert ad e igu ald ad qu e ofr ece n la
mo s com o pri nci pio s fun dam ent
en nuesu-a felicidad. ale s
514 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

No habiendo reconocid o el Cabildo del Socorro al Consejo de


Regencia hallándose ausente su legítimo Soberano el señor don Fer-
nando Séptimo, no habiéndose formado todavía Congreso Nacional
compuesto de igual número de Vocales de cada Provincia para que
reconozca y delibere sobre los grandes intereses del cuerpo social, y
los de paz y guerra, reasume por ahora todos esos derechos. Cuando
se haya restituido a su trono el Soberano, o cuando se haya forma-
do el Congreso Nacional, entonces este pueblo depositará en aquel
Cuerpo la parte de derechos que puede sacrificar sin perjuicio de la
libertad que tiene para gobernarse dentro de los límites de su territo-
rio, sin la intervención de otro gobierno. Esta Provincia organizan do
así el suyo será respecto de los demás como su hermano siempre
pronto a concurrir por su parte a la defensa de los intereses comunes
a la familia. Un tal pacto no podrá degradar sino al que nos quiere
reducir a la antigua esclavitud, lo que no tememos ni de la virtud de
nuestro adorado Soberano el señor don Fernando Séptimo que será
el padre de sus pueblos, ni tampoco de alguna otra de la Provincias
de la América que detestan como nosotros el despotismo y que reu-
nidas en igualdad van a formar un imperio cimentado en la igualdad;
virtud que se concilia también con la moral sublime del Evangelio,
cuya creencia es el amor que une a los hombres entre sí.
En el día que proclamamos nuestra libertad y que sancionam os
nuestro gobierno por el acto más solemne y el juramento más santo
de ser fieles a nuestra CONSTITUCIÓN, es muy debido dar un ejem-
plo de justicia declarand o a los indios de nuestra Provincia LIBRES
DEL TRIBUTO que hasta ahora han pagado y mandado que las tie-
rras llamadas resguardos se les distribuyan por iguales partes para
que las posean con propiedad y puedan transmitirlas por el derecho
de sucesión; pero que no puedan enajenarlas por venta o donación
hasta que hayan pasado veinticinco años contados desde el día en
que cada uno se encargue de la posesión de la tierra que le corres-
ponda. Así mismo se declara que desde HOYMISMO ENTRAN LOS
INDIOS EN SOCIEDAD con los demás ciudadano s de la Provincia
a gozar de igual libertad y demás bienes que proporcio na la nueva
CONSTIT UCIÓN, a excepción del derecho de representa ción que
no obtendrán hasta que hayan adquirido las luces necesarias para
hacerlo personalm ente.
El gobierno se halla bien persuadid o que para su establecimiento
y organizac ión necesita del aumento de las rentas públicas, pero con-
tando con la economía de la administra ción de ellas y con desinterés
patriótico con que se ha distinguid o muchos de nuestros conciuda-
danos, y con que esperamos se distingan todos los agentes del Nuevo
- ---

APÉNDICES 515

gobierno: perm itim os la SIEMBRA DEL TABACO en


toda la Provin-
cia del Socorro, y el estanco de este géne ro cesará lueg
o que se haya
vendido el que se halla en las administraciones y facto
rías.
La Junt a de la Provincia del Socorro, compuesta por
ahor a de los
cuatro individuos referidos, habi endo leído en alta voz
al pueblo esta
Acta, y preg untá ndol e si quer ía ser gobe rnad o por los
principios que
en ella se convienen, resp ondi ó que sí, y entonces
los Procuradores
Generales del Socorro y de San Gil a su nom bre pres
taron el jura-
mento de fidelidad a la CONSTITUCIÓN, y de obed
iencia al nuevo
gobierno, dicie ndo con la man o puesta sobre los Sant
os Evangelios
y con la otra haci endo la Señal de la Cruz, juram
os ante Dios en
presencia de la imag en de nuestro Salvador que los
pueblos cuya
voz llevamos cum plirá n y hará n cumplir el ACTA
CONSTITUCIO-
NAL QUE ACABAN DE OÍR LEER, y que si lo cont
rario hicieren
serán castigados con toda la severidad de las leyes com
o traidores a
la patria. Los repr esen tante s jura ron con igual solem
nidad la invio-
labilidad del Acta y su fidelidad al nuevo gobierno
protestando que
en el mom ento que alguno viole las leyes fundamentale
s caerá de la
alta dign idad a que el pueblo lo ha elevado y entra ndo
en el estado
privado será juzg ado con todo el rigor de las leyes. Con
lo cual se con-
cluye esta Acta que firman por ante mí los referidos
Representante s
y Proc urad ores Generales para que sea firme e inva
riable en la Villa
del Socorro, en quince de Agosto de mil ochocientos
diez.
José Lorenzo Plata - Doctor Pedro Ignacio Femánde
z - Doctor
José Gabriel de Silva - Vicente Romualdo Martínez
-Jua n Francisco
Ardila- Marcelo Ramírez y González - Pedro Ignacio
Vargas- Ignacio
Magno -Joa quín de Vargas - Salvador José Meléndez
de Valdés -José
Manuel Oter o - Miguel Tade o Gómez - Ignacio Carr
izosa - Francisco
Javier Bon afon t - Juan de la Cruz Oter o - José Rom
ualdo Sobrino
- José Ignacio Martínez y Reyes - José Lorenzo Plata
- Isidoro José
Estév~z - Pedr o José Gómez - Narciso Martínez de la
Parra - Francisco
José de Silva - Carlos Fern ánde z - Luis Francisco Durá
n - Juan José
Fem ánde z - Ignacio Peña -José Ignacio Durá n - Doctor
Jacinto María
Ramírez y González -José María Bustamante.

***
516 EL PODER POLITJCO EN COWMBJA

CARTA DE RENUNCUA DE DON MIGU EL SAMPER


AL DOCTOR FRANCISCO JAVIER ZALDÚA, EN EL AÑO
1882 DE SU CARGO DE SECRETARIO DE HACIENDA
Ciud adan o Presidente de la Unión:
mi
Con la más sincera pena os presento, muy respe tuosamente,
que
irrevocable renun cia del empl eo de secretario de Hacie nda con
tengo el hono r de servir bajo vuestra administración.
an
La posición de peculiar respeto y veneración en que me coloc
lpen,
ciertos antec eden tes respecto de vos, exigen, y esper o que discu
os e1
la extensión que daré al presente acto, pues aspiro a transmitir
ser, sí
convencimiento que tengo de que mis servicios han dejad o de
acaso lo fueron, oportunos.
mi
Cuan do acepté el puesto, os hice prese nte que el estad o de
mi ca-
salud, la natur aleza de mis negocios y la comp araci ón entre
des-
rácte r y las exigencias de nuest ra política eran impr opios para
ente
empe ñarlo , de tal modo que mi aceptación era casi exc1usivam
termi-
un acto de defer encia personal que sólo durar ía hasta que
me
nasen las sesiones del Congreso. Con todo, debo confe sar que
ració n
sentí a inclinado a conti nuar, en el caso de que aque lla corpo
pre-
hubiese conse ntido en vuestro deseo de _que la ley nivelase los
co
supuestos de rentas y gastos nacionales y arreglase el crédi to públi
ses de
de mane ra que fuese posible reasumir el pago de los intere
incli-
la deud a exterior. Explicaré en seguida los motivos de aque lla
nación.
to
La nivelación de los presupuestos y el honr ado cultivo del crédi
rno
son medidas naturales, procedimientos ordinarios en todo gobie
situa-
que quier a mere cer tal nombre; pero en esta República y en la
ulable
ción actual, habrían tenido una significación política de incalc
er
alcance: la reacción eficaz contra una tende ncia que nos hace deca
.
como poten cia en Hispanoamérica y nos cond uce a la disolución
Cuan do se enfre ntan dos vehículos que en una misma dirección
ud se
se mueven con distinta velocidad, el que se mueve con más lentit
no-
ve desde el otro como si caminase en sentido retró grado . Entre
sino
sotros hay, sin duda, progreso; pero éste no es casi obra nuestra,
rsal.
el indeclinable resultado del contacto con la civilización unive
o muy
La estadística comp arada nos asigna en la actualidad un puest
en el
inferior al que ocupábamos en esta parte de nuest ro conti nente
no nos
mom ento en que nos segregábamos de la Gran Colombia; y si
ue
vemos retro grada ndo, es porqu e nos toca el vehículo lento y porq
s, que
la idea de la patria decae delante de las aspiraciones seccionale
son las que hoy embargan nuest ra atención.
Al'Í•:NOICES 517

La rea cc ión a qu e he alu did


o, de l mo do co mo h e co mp
vu est ros pro pó sit os , no se re nd id o
dir igí a co ntr a nin gú n pa rti
mi ra el res tab lec im ien to de do , ni ten ía en
l po de río d e otr o. Es te pr
ha po did o atr ibu ir po r la de op ós ito se os
sc on fia nz a inf un da da de un
esp era nz as irr efl ex iva s de otr os y po r las
os . La un ión lib e ral no er a
el ob jet ivo de un a po lít ica ni po día se r
na cio na l , de ve rd ad era reg
un sim ple me dio de ad qu iri e ne rac ión , sin o
r vig or e ind ep e nd e nc ia pa
Co nv en go en qu e se ex pli qu ra la ac ció n.
en aq ue lla d esc on fia nz a y aq
ran za s en un a so cie da d co ue llas esp e-
mo la nu est ra, e n do nd e los
los pa rti do s ha n lle ga do a intere ses de
fo rm ar el ob jet ivo y a co nv
pa tri a en ins tru me nto . A esa e rti r los d e la
ex pli ca ció n se d eb e el eq uív
ser vid o de falsa ba se a la luc oc o qu e ha
ha pa rla me nta ri a má s lar ga
qu e se reg ist ra en nu est ros y pe lig ros a
an ale s.
Os ma nif es té mi vivo de se
o de qu e el m e nsaj e d e 21
tim o llevase al Co ng res o , en d e ab ril úl-
tér mi no s co nc re tos , y e n un
mó nic o, tod as vu est ras ide cu erp o ar-
as so br e el co nju nto d e h ec
co mp on e nu es tra co mp lic h os d e qu e se
ad a y pe lig ros a sit ua ció n po
Ta l vez os ins pir a tem or es lít ica y fi scal.
la ex po sic ión fra nc a d e vic
or de n, alg un os de los cu ale ios d e dis tin to
s am en az an ya co n la d eg
ca rác ter na cio na l; pe ro yo rad ac ió n d el
pe rsi sto en cre er qu e aq ue
ha be r sid o im po lít ico , lo ha l ac to , lej os de
br ía visto la na ció n co mo o
Se a co mo fue re, el me ns aje po nu n o .
cit ad o pr od ujo fav ora ble im
en las cá ma ras y en el pú bli pr esió n
co , ya po rq ue el am or pa tri
ad or me cid o, ya po rq ue no o no est é sin o
se pu ed e d eja r d e cre er e n
de l go be rn an te qu e de se a la sin ce rid ad
de sp ren de rse d e m e dio s d
de arb itr ari ed ad . e se du cc ión o
La ley de ga sto s es casi la fot
og raf ía po lít ica d e un pu e blo
se co nc en tra n, y ha cia ell a . En ell a
co nf luy en , tod as las asp ira
pir an , o qu e im po ne n, las cio ne s qu e ins-
co rri en tes po lít ica s do mi na
ve r en esa ley si ha y or ga niz nte s. Se pu ed e
ac ión , fue rza , ne rvi o , ho mo
cla ra vis ión de los de sti no s ge ne ida d y
de un a na ció n o si en és ta
co nc ier to y la de bil ida d. La rei na n el de s-
ley de ga sto s es la qu e de
pu eb lo es ve rd ad era me nte sc ub re si un
lib re y so be ran o, ca pa z de
vo lun tad pa ra la inv ers ión im po ne r su
de su s co ntr ibu cio ne s, o si
est á su pe dit ad a po r fue rza es ta vo lun tad
s pa rás ita s.
Os co nfi eso , se ño r, qu e no
ten go án im o pa ra ha ce r aq
fle xio ne s tod as qu e me ins uí las re-
pir a el es tud io de nu es tra ley
tos. Lo s int ere se s qu e la dic de pr es up ue s-
tan ob ed ec en a ten de nc ias
el án im o, y el pu nt o ha cia qu e co ntr ist an
el cu al ell os no s im pu lsa n,
to. En ses ión se cre ta de l ca us a es pa n-
Se na do de jé qu e hic ier a
fra ter na l co nf ian za y lág rim ex plo sió n, co n
as en el ac en to , tod as las
tod os los se ntimi en tos qu ref lex ion es y
e la sit ua ció n me ha inspir
ad o. No pu de
518 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

cosechar la confianza que solicitaba para el poder ejecutivo, limitán-


dose ella como debo reconocerlo, a mis opiniones personales, y esto
solamente en determinado aspecto de las cuestiones fiscales con ex-
clusión de las de gastos de auxilios y fomento.
La verdad es que este último punto forma hoy el nudo de la si-
tuación, tanto fiscal como política, o más bien, que la primera sólo
es consecuencia de la segunda. La Constitución creó los poderes fe-
derales bajo la absoluta depende ncia de los gobiernos de los Esta-
dos, sin cuidarse de dar a sus pueblos garantías efectivas que para
tales gobiernos fueran verdadera base de una república federal y de
nueve repúblicas seccionales. Se invocaron principios en aquel Códi-
go, cuando era necesario establecer las reglas que se derivan de esos
principios.
Formados nosotros en la escuela del centralismo, las ideas fede-
rales no iban acordes con los sentimientos, y durante cerca de vein-
te años los partidos políticos han dado preferen te importancia al
gobierno central, convirtiendo los gobiernos seccionales en mero
instrumento para dominar en aquél, y desatendiéndose en éstos los
cardinales objetos a que deben atender. Semejante estado de cosas
debía producir una reacción, que es el punto a que hemos llegado
en la actualidad. Por desgracia el partido que domina en la mayoría
de los Estados no acertó a discernir la verdadera causa del mal, que
se enc~ent ra en el modo de constituir los poderes políticos de ambos
órdenes y se ftjó tan sólo en la conveniencia de hacer solidario el or-
den público, lo cual es evidente si ese orden ha de dar por resultado,
o mejor dicho, si él ha de ser el resultado del buen orden constitu-
cional. De otra manera sólo se conseguirá fortalecer o perpetua r el
mismo mal orden existente, dominado y beneficiado por un mismo
sistema de intereses.
Este sistema tiene que consistir, y consiste, en halagar los intere-
ses de las secciones, llevándoles del tesoro federal los auxilios que
la desidia de sus gobiernos les hace necesarios. Y no sólo se buscan
auxilios para las necesidades, sino que ellos han de satisfacer tam-
bién los antojos que se formulan en empresas de fomento de todo
orden y sin estudio compete nte de los hechos. Todos aquellos cuyo
género de vida muestra que han sido incapaces de concebir, fundar
y manejar empresas industriales para sacar de ellas honrado s medios
de subsistencia aparecen compete ntes para aplicar las cualidades de
que carecen al manejo de los intereses públicos. El freno de la con-
tribución no sirve de correctivo a las concepciones ni a las inspiracio-
nes, porque no son las localidades favorecidas las llamadas a hacer
desembolsos, y porque frecuent emente los más entusiastas amigos
APf.N rnct:.s f>l9

del progr eso local disfru tan de sue ldos con los cuak s put·ck11
suf rc1-
g-ar a su respe ctiva cuota de la carga ge neral.
De estas libe ralida d es dt· carác ter cokrt ivo se ha pasad o fácilm
en -
te a las d e todo gé nero ck favore s perso nales , y un as y otros
se ha n
conve rtido e n m edio de engan ch ar nLwvo s reclut as para los band
os
políti cos.
No result a d e este ord e n de cosas fortal eza y vigor para la vid a
ck
las seccio nes, sin o d e bilida d para el vín culo fe deral. f~slc 110
pu ed e
tene r nervi o y efi cacia si el gobie rno carec e de rec ursos . Tamp
oco
puede n te ner e n ergía los gober nante s para luch ar e n defe nsa
de los
intere ses gen e ral es, pues por e l contr ario , e n lo futuro les ser:1
pre-
ciso plega r cad a día m ás a las exige n cias d e sus parciales. Si
i·stos
están apod erado s de los gobie rnos seccio nales , la habil idad apare
n te
puede consi stir e n reuni r e n un haz todas aquel las exige n cias
para
conve rtirlas en artícu los de la ley de presu puest os; p ero la verda
dera
grand eza no estará sino en acept ar franc amen te la lucha y arrqja
r de
aquel recin to toda la carco ma que destru ye la savia de la vida políti
ca .
A esta obra, rápid amen te bosqu ejada en vuest ro discu rso d el
1!.! ele
abril, fue a la que yo quise asoci arme, resue lto a arros trar una
im-
popu larida d mom entán ea o durab le, según los result ados. Por
des-
gracia , la cuest ión de la prepo ndera ncia políti ca d e los partid
os ha
estad o incru stada en la cuest ión fiscal y ésta ha recib ido una soluc
ión
desas trosa. Las mayo rías de las cáma ras acept aron de buen a fe,
e n mi
conce pto, la idea cardi nal de las econo mías y del restab lecim
ie nto
del crédi to, como lo dejan comp rende r los prime ros actos con
que
fue acogi do el mens aje de 21 de abril. Qué inspir acion es torcie
ron
aquel prim er impu lso, y por qué circu nstan cias preva leció la
d esvia-
ción, son cosas que no me propo ngo ahora averig uar.
Baste hacer const ar que las renta s de aduan as y salina s han salido
de las sesio nes del Cong reso con nuevo s gravá mene s espec
iales, es
decir, que el presu puest o ha recor tado los ya exigu os recur
sos que
él dejab a para el soste nimie nto del gobie rno feder al. La vida
de éste
será preca ria, angus tiosa. La situac ión fiscal será un lazo tendi
do con-
tinua ment e al pode r ejecu tivo para que viole cierta s leyes y
se le so-
meta a juicio , o para que sucum ba por impo tenci a.
Lo más alarm ante y aflict ivo de esta situac ión es que ella se
en-
grana con las dispo sicion es de otras leyes que acaso sólo hayan
sido
dictad as como medi das preca utela tivas de carác ter transi torio,
pero
que será difici l recog er más tarde en cuant o ellas hayan fortal
ecido
el pode r, ya exces ivo, de los estad os.
Disip adas las ilusio nes que hizo conce bir la cre~c ~ón del_
Ba~-
co Nacio nal como instru ment o para funda r el cred1 to nacio
nal;
520 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

considerado el cultivo de las fuentes permanentes de renta como ob-


jeto secundario en la ley de presupuestos; fortalecida la práctica de
dar preferencia a los gastos no necesarios para la existencia del go-
bierno; despejada la incógnita de la emisión indefinida de documen-
tos de crédito como recurso permanente, y arraigado el hábito de
ver en el tesoro federal una segunda Providencia, que convida a no
poner límites a los deseos, no quedará a las futuras administraciones
sino el recurso a uno o más de los siguientes medios:
La traición a la patria entera, enajenando con más o menos dis-
fraz nuestra soberanía en el istmo.
La traición parcial, enajenando del mismo modo las salidas de
Cundinamarca.
La bancarrota, empleando los billetes del Banco Nacional como
moneda de forzoso recibo.
Después vendrá la disolución.
Cuando las naciones decaen, parece que el severo juez que las
condena deja a sus miembros ojos para no ver y oídos para no oír.
Es después de la catástrofe cuando el historiador recoge los hechos,
los encadena y los exhibe en su fatal desarrollo. He aquí lo que el his-
toriador Cantú dice sobre los que precedieron a la desmembración
de la Polonia:
«La República polaca fue el Estado más poderoso del norte, hasta
que los progresos de la Suecia, de la Turquía y de la Prusia le quita-
ron la preponderancia y muchas Provincias. Más que el aumento de
sus vecinos, la perjudicó su propia constitución anterior ... ».
«En cada interregno había una revolución y una guerra, a veces de
armas, siempre de corrupción y sucias intrigas de extranjeros, urdi-
das en favor de sus respectivos protegidos y en contra de sus rivales».
«El supremo poder del Estado era la Dieta, pero debiendo sus
decretos ser dictados por unanimidad, un solo noble podía impe-
dirlos diciendo: sisto activitatem. Para remediar este desmenuza-
miento de la soberanía se formaban federaciones de nobles con el
fin dado, y cada federación se daba leyes y estatutos como si fuese
cuerpo soberano; remedio más peligroso que el mal, pues desde el
momento en que toda la nobleza de un círculo, de un palatinado
o de una provincia se coligaba y pretendía dominar en la Dieta, el
Estado se dividía en otras tantas partes pequeñas cuantos eran los
círculos cuyos nobles se habían confederado, y así resultaba organi-
zada la guerra civil».
«Los grandes procuraban colocar hechuras suyas en los tribuna-
les, cosa importantísima en un país en que el estado de las propie-
dades, fideicomisas e inenajenables, pero oprimidas con hipotecas,
:,2 1

daba rn·a1'iún a fn·,·,wnll'S


lilil,(ioK. ~:nt rc tan to na rlic
p,wblo, (•1rual 14(·~n la su,lc se cu ida ba de l
~lo <'ntno sh·rvo al t<'f rt·no
ba y :tl(ohiaha11, qu e lo alime nta -
¡Lc •<·d ú11 terrible t•s {·s ta qw
· nos ha dc:jado arpJCI pw.-b
y rol111ado d(· n ·n1t·rdw1 ln h<.-'licoso
µ;loriosrn~I l ,(:jos de rní el
ata rar la forma ft·<lt-ral q11 pe nsam ien to d e
t· tc1wmos ad op tad a . MC' limito
los (H'li~ros qut• ofr<'ccn 1-1u a prese ntar
s <·xcc1-1o s. Entn· (·st.os me toc
los prnvt·ni< ·11ll's de; la rep ab a co mb ati r
art iri ún dt· las re ntas, y
dw ro n franqueza. Si las cre o ha be rlo h e-
mayoría s d<· las cá ma ras ha
ro rd ma al dc:spc·rdidar la n ob rad o co n
oc asi ón dt' qu t· los ~olpc
sus pr op ias lilas, y <k se r s no pa rti e ra n d e
inv ita do s po r un a adminis
('ílr~a r la im po pu lar id ad tra c.:ión qu e de bía
ronsiKt1i cn tc t·s r osa qu e
su ce sos qu e s<· es pt' ran ha el de sar ro llo d e los
hr án d<· de sc ub rir . Po r mi
re tiro sal isf crh o co n ha be pa rt e, se ño r , m e
r in te nta do d esfuer1. o h~
da di rc cd ón , y os rep ito mi jo vu es tra ilu str a-
pr of un do rec on oc imie nto po r la co nfi
za qu e me ha bé is dis pe ns an -
ad o.
Ci ud ad an o Pr es id en te .

Mi gu el Samp er
Bo go tá, 22 de sep tie mb re
de 18 82 .
DOCUMENTOS

Documento No. 1978


Tomado de: Documentos inéditos para la historia de Colombia, T. VIII
(1545-1547).
Autor:Juan Friede.
Tema: Encomienda de indios del Cacique Hurabaive en el golfo
de Urabá.
También Vuestra Majestad manda que los gobernantes no enco-
mienden indios y yo me he atrevido, sabiendo que sirvo a Vuestra
Majestad, a enviar un capitán llamado Gómez de Mosquera a San
Sebastián de Buena Vista, que es el golfo de Urabá, pueblo de esta
gobernación, para que allí resida y tenga aquel puerto abierto y sos-
tenga aquel pueblo donde ·ya no había sino dos hombres; y para esto,
le he depositado un cacique principal que allí está llamado Hurabai-
ve, del cual Vuestra Majestad ningún provecho había, porque no da
tributo ni se ha podido acabar con él hasta ahora.

***
Documento No. 1803
Tomado de: Documentos inéditos para la historia de Colombia, T. VIII
(1545-1547).
Autor:.Juan Friede.
Tema: Igualmente sobre el Cacique Hurabaive.
En lo que decís que por dichas Nuevas Leyes está mandado que
los gobernadores no encomienden indios y que vos, viendo que
en ello servíais a Su Majestad, habéis enviado un capitán que se
Barna Gómez de Mosquera a San Sebastián de Buena Vista, que es
el golfo de Urabá en la gobernación de Cartagena, para que allí
resida y tenga aquel puerto abierto y sostenga aquel puerto donde
ya no había sino dos hombres; y que para ello le habéis depositado
un cacique principal que allí estaba, llamado Hurabaive, del cual
524 COLOMBIA
EL PODER POLÍTICO EN

, ni se ha
ca ciq ue ni ng u. . n pr ov eeh o se tem a po rq ue no da tri bu to
.d I • r do nd e os movisteis
P 0 d 1 o .ac ab ar co n e. . 1• Aun qu e os motivos po con-
a. d epos1tar el d Ic · h o caCi· que pa rec e qu e po dr ían se r bu en os '
os ma nd o la
qu e la Jey qu e so b re es to ha bla se gu ard e, y así
vie ne .... . ex ce de r en cosa alguna
· en to d o y po r todo, sm
gu ard e1 s y cu m prais
d
e 1O en ell a co nt en id o.
I ** *
Do cu me nt o No. 1809 T VIII
do de : Do cum ent os iné dit os para la historia de Colombia' .
To ma
(1545-1547).
Au tor : Ju an Friede. s de la
: So br e el ca ciq ue Ta ma lam eq ue . Un a mu es tra má
Te ma no mb re del
mb re es pa ño la de as ign ar a los asentamientos el
co stu
ca ciq ue pr inc ipa l. cedió que
ué s qu e a Vu est ra M aje stad escribí la po str era , su
De sp um br e de
pr ov inc ia de Xe gu a vin ieron otr a vez gr an mu ch ed
en 1a is de Man-
en ca no as , y de sd e qu e su pie ro n qu e el ca pit án Lu
in di os n los ber-
qu e en no mb re de Vu est ra Majestad allí se halló co
jar re s, pusieron
y ap ar ejo qu e ten go dic ho, er a salido de la villa, le
ga nt in es ir de ella,
rco , de ma ne ra qu e na die er a po de ro so pa ra sal
co mo ce y así ve-
es tab a tod o an eg ad o y no po día n salir de sus casas,
po rq ue os, en
ios ) cas i a 1a ba rra nc a del río a fle ch ar a los cristian
ní an (los ind eb lo, así
tar on a mu ch os ind ios de los qu e servían en el pu
que les ma pes-
rb a pa ra Ios ca ba llo s en canoas co mo a pe sc ar algún
ye nd o po r ye m-
ían ha rta ne ce sid ad , y pr ete nd ían matarlos de ha
ca do de qu e ten n avisados (de
En es to est uv ier on alg un os días hasta qu e fu ero
br e. ab an , fu era de
el dic ho ca pit án no se ha bí a ido, co mo ellos pe ns
qu e) s indios los
, má s an tes po r ot ra pa rte , sin top ar po r los dicho
Ja tie rra sampara-
a bu sc ar a su s as ien tos . Lo cual sabido, la villa de
ha bí a ido anos,
y fu er on co n to do el ím pe tu posible so br e los cristi
ro n Ju eg o os
s gu er ra qu e ha sta aq uí. Pe ro co mo ha bía tan buen
ha cié nd ol es má s
en te ha lla ro n res ist en cia, pe ro los ap art aro n má
ap are jos , no so lam e pe ns ab an .
me nt e, de ma ne ra qu e sin tie ro n no se r la pa rte qu
re cia o muer-
a Nu es tro Se ño r qu e ha ve nid o casi tod os de paz sin
Axí pJ ug o do Talai-
e de ni ng un a pa rte , en es pe cia l el pr inc ipa l, lla ma
te de ge nt y esta
sid o un a co sa qu e las ge nt es ac á no lo pe ns ab an . Do
gu a, qu e ha os
tra M aje sta d pa ra qu e se pa qu e mi lag ro sa me nte Di
cu en ta a Vu es Él, aq uí ad ela nte recibirá de
aq ue lla vil la, y es pe ro en
le ha gu ar da do lo he ch o tam bié n se seguir
á
ia ser vic io se gu ro . Y de
aq ue lla pr ov inc po r ha be r ad mi tid o la paz
pit án me es cri be , qu e
10 qu e eJ di ch o ca
r DOCUMENTOS 525

a dicho Talaigua, se ha ofrecido de hacer que Tamalameque venga


asimismo de paz y se consienta la población que en nombre de Vues-
tra Majestad va a la hacer. He tenido por bueno por ahora lo que el
dicho capitán ha hecho con este indio, aunque ha muy pocos días
que mató malamente un cristiano y fue conque matasen a otros dos,
por donde se movió luego a alzarse. Y tuvo menos razón que indio
en todas las Indias, para hacer lo que hizo, porque ha sido siempre
amigo de cristianos y ellos lo han muy bien tratado. Cuando vaya a ,la
dicha villa, que será en breve, veré lo que más convenga al servicio de
Dios y de Vuestra Majestad.

***

CONCESIÓN AL CORONEL BIDDLE


Sobre la Concesión otorgada al coronel norteamericano Carlos Bidd-
le, con el apoyo del Ministro de los Estados Unidos en Bogotá, Mac
Afee, dice el historiador Gustavo Arboleda (Historia contemporánea de
Colombia, T. I, pp. 27, 271, Librería de Camacho Roldán y Tamayo,
Casa Editorial de Arboleda & Valencia, Bogotá, 1918):
«El Congreso concedió privilegio a Biddle, pero Santander objetó
el respectivo proyecto, oído el dictamen del Consejo de Estado y del
Consejo de Gobierno, por considerar que él peligraría la integridad
nacional en el futuro. La Cámara estudió una propuesta que para
amir el mismo canal presentaba una compañía granadina formada por
Vicente Azuero, Francisco Montoya, Diego Davinson,Joaquín Orran-
tía, Raimundo Santamaría,José Hilario López,Joaquín Escobar,Juan
Manuel Carrasquilla, Ignacio Morales, Pedro Ignacio Valderrama,
Diego Fernández Gómez, Alejandro Mac Dowall, José de Obaldía y
Miguel Saturnino Uribe. Tal compañía proponía condiciones menos
onerosas que las de Biddle. Esto, unido a la circunstancia de ser ella
nacional, hizo que el Congreso, a indicación del Ejecutivo expidiera
el decreto sin nomlJres propios».
«El decreto, de fecha 6 de junio, concedió privilegio para un fe-
rrocarril o carretera entre Panamá y los alrededores de Cruces y para
el establecimiento de la navegación en el Chagres, por cuarenta y
cinco años, caso este último, de que el Barón de Thierry no llevase
el canal, a la persona o personas, nacionales o extranjeras que ofreciese
mayores ventajas al país».
«Las compañías de Biddle y de Azuero y socios se fundieron en una, que
obtuvo del gobierno granadino, el 22 de junio, la concesión del privilegio».
526 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

aba,
«En los Estados Unidos no halló Biddle el apoyo que esper
taba aquel
bien fuese por la grave crisis comercial que entonces afron
ón con gra-
país, o bien porq ue desagradara la empresa en colaboraci
al nuestro
nadinos. Mac Afee, por instrucciones de su gobierno, avisó
ni indirecta
que los Estados Unidos no habían tenido parte directa
falleció en
en las proposiciones hechas por el coronel Biddle, quie n
ntado nada
Filadelfia, en el mismo mes de diciembre, sin habe r adela
en su empresa».

***

PRIVILEGIO PARA UNA COM UNI CAC IÓN


O
DE TRANSPORTE DEL ATL ÁNT ICO YDE L PACÍFIC
granadinos,
El Estado de la Nueva Granada se comp one de todos los
(hay una
reun idos bajo de un mismo pacto de asociación política
ión (con
llamada) para su comú n utilidad. Artículo 1º de la Constituc
tinta); del doctor V. Azuero.
inarse
Ha pasado ya en la Cámara de Representantes, y va a exam
concede a
en terce r debate en la del Senado, el proyecto de ley que
asociar a su
Carlos Biddle y a las personas que él juzg ue conv enien te
ión de trans-
empresa, el privilegio exclusivo de abrir una comu nicac
Chagres en
porte del Atlántico al Pacífico, hacie ndo navegable el río
hierr o, des-
botes de vapor, y construyendo un cami no de carriles de
de Panamá.
de el punt o en que cese esta navegación hasta la ciud ad
a a va-
La noticia de este privilegio causó una sensación de alarm
mos de ver
rios granadinos, de la cual participamos nosotros. Trata
s que pre-
el infor me de la Comisión de la Cám ara de Repr esen tante
anecieran
sentó el proyecto, y no hallamos en él razo nes que desv
oyen do a va-
estos temores; tamp oco hemo s qued ado más satisfechos
erno . Por el
rios miem bros del Congreso y a otros individuos del gobi
nuev a fuerza
cont rario , ellos han aum enta do nues tras duda s y dado
han most rado
a nues tras objeciones: porq ue en lo gene ral, todo s se
dich o para
sorp rend idos al oír nues tras observaciones, nada nos han
aun nos han
destruirlas, la mayor parte han conv enid o en ellas, y
nos nos han
most rado su abier ta opos ición a dich o proyecto. Algu
se atrevían a
conf esad o que, a pesa r de que lo creía n perju dicia l, no
en efecto, que
cont rade cirlo abie rtam ente en las cámaras; y sabe mos,
los males de
hay miem bros del Cong reso que por fuera reco nozc an
seno .
la idea, y que sin emb argo haya n vota do por ella en su
DOCUMENTOS 527

¿Y es de este modo que ejecutan el juramento de cumplir fiel y


exactament e los deberes de sus empleos? ¿Es de esta forma que sir-
ven a la Patria y que desempeña n la santa confianza que les ha en-
cargado?
Nosotros nada sornos, sino simples ciudadanos ; la República nada
nos paga para que defendamo s sus derechos, y tenemos amistad con
varios individuos de la diputación istmeña, cuya prosperida d anhela-
mos con todo el ardor y entusiasmo propios de nuestros principios
francos y liberales. Pero no tememos publicar nuestros sentimiento s
sobre la materia: y nos basta ser granadinos para creernos en el po-
der de hacerlo, cuando vemos que otros enmudecen , o disimulan, a
pesar de la misión directa que han recibido del pueblo.
Nosotros hacemos la justicia a los Diputados istmeños de creer-
los bastante justos, bastante ilustrados, bastante patriotas y bastante
granadinos , para que no se molesten ni se ofendan de una oposi-
ción nacional y de buena fe, para que tributen homenaje a la razón
dondequie ra que se les presente, para que no aspiren a su prosperi-
dad de una manera que dañe el resto de la Nueva Granada, y para
que prefieran aquellos medios que concilien los intereses de toda la
República con los especiales a una de sus partes. Los istmeños son
buenos granadinos , y estiman como un deber precioso vivir some-
tidos a la Constitució n, que quiere que nuestra asociación política
sea nuestra común utilidad. Si nuestras observacion es fueron débiles,
siempre habremos hecho el gran bien al público de haber provocado
a que se combatan victoriosam ente, y de que se le ilustre, persuada y
convenza, sobre una cuestión que le concierne, y de tamaña entidad.
De nuestra parte ofrecemos la más grande docilidad para someter-
nos al dulce yugo de la razón, desde el momento en que se nos haga
conocer, según lo hemos hecho otras veces.
El secretario de Hacienda ha dicho en el Senado: «Debía, pues, el
Gobierno de la Nueva Granada, como me parece lo ha hecho hasta
aquí, proteger a los istmeños en sus reclamacio nes, siempre que sean
justas y no contrarias a los intereses generales de la Nación». Este
mismo es nuestro sentimient o y este propio es, sin duda, el de todo
granadino sensato.
Pero el señor secretario nos debía haber demostrad o que el pro-
yecto del privilegio del coronel Biddle tenía estas condicione s, a sa-
ber, que era justo y no contrario a los intereses generales de la Nueva
Granada; debió haber satisfecho los fundament os que se han aduci-
do para manifestar ~ue p~sitiva~e nte pugna con dichos intereses; y
sobre todo, que era 1mpos1ble verificarlo por otros medios, expuestos
528 EL PODER POLÍTIC O EN COLOMB IA

a menor es inconv enient es y al propio tiempo más ventajo sos. Mas


no habién dolo así verific ado y habien do dado, por toda respue sta,
razone s en nuestr o concep to demas iado vanas, incohe rentes y ajenas
de la cuestió n, nos ha hecho sospec har que no hay otras mejore s y de
consig uiente nos ha afianz ado en nuestr a opinió n.
Creem os que a ningún granad ino se haya ocurri do la perver sa
idea de que el istmo sea tratado como una coloni a del resto de la
Nueva Grana da, y que haya de teners e avasall ado por medio de la
ignora ncia y la miseri a, obstru yéndo le los medio s de su prospe ri-
dad, como lo hj.ciera la antigu a Metróp oli Españ ola con sus colonia s.
Tamp oco ha retrog radado nuestr a civiliza ción hasta tal grado, que
haya quien imagin e deba revoca rse el artícul o 209 de la Consti tu-
ción, ni las multip licadas leyes que se han dictad o favore ciendo la
inmigr ación y coloni zación de extran jeros, para encerr arnos como
el doctor Franci a en el Paragu ay. Tales argum entos tienen por obje-
to dar un aire de ridícul o y de absurd o a los argum entos contra rios,
desnat uralizá ndolos y desfigu rándol os; pero están muy distant es de
ser convin centes ni satisfa ctorios . Todas las cosas tienen sus términ os
y sus modos : son útiles los privile gios, son útiles las coloni zacion es;
debem os franqu ear a todas y cada una de las Provin cias de la Nueva
Grana da sus medio s de prospe rar; pero en todo de una maner a que
no pospo ngamo s el bien genera l al bien particu lar, y que no aspire-
mos a un bien menor priván donos de un bien mayor . Vamos al fondo
del asunto .
El paso que va a darse otorgá ndose este privile gio al corone l Bi-
ddle, es, en nuestr o concep to, muy precip itado. Los legisla dores de
la Nueva Grana da no han tenido en consid eració n que con este pri-
vilegio va a hacer una inmen sa fortun a un individ uo que no tiene,
ni jamás ha tenido ningún interés en el país; mientr as que la Nación
pudier a hacer el gran canal, cuya ganan cia se regala a aquél tan in-
discre tamen te. La operac ión del señor Biddle , luego que obteng a el
privile gio, está reduci da a traslad arse a Nueva York, para abrir allí su
oficina con el título de «Ofici na de la Empre sa de Panam á», vende r
las accion es a los individ uos que quiera n tomar parte en ella, a pre-
cios muy subido s, y ganar así mucho s millon es de pesos.
La suposi ción de que sin semeja nte privile gio, y sin la interve nción
del que lo preten de, no puede llevars e a efecto esta grande empre sa,
es absolu tamen te infund ada y contra ria a toda verosim ilitud: porqu e
si Biddle ha venido a solicit ar dicho privile gio, es porqu e hay quiene s
entren en ella, es porqu e está seguro de que habrá mucho s compr a-
dores de accion es y de sacar de ella una inmen sa utilida d. Y no se
concib e cómo es que el Gobie rno de la Nueva Grana da no encuen -
>
DOCUMENTOS 529

tre, con superiores razones, esos mismos accionista s o comprado res,


con quienes cuenta Biddle. Es claro que si aquél diese una comisión
a alguno o algunos ciudadan os del país, para que en nombre del Go-
bierno y de la Nación vayan a ofrecer acciones a los Estados Unidos,
bajo las mismas bases del proyecto, o semejante s; o que es lo mismo,
acordando éste, no en favor de determin ada persona sino de todos
los que quieran tomar acciones para la empresa, bajo las expresada s
bases o bajo las ftjadas en el Decreto de 25 de mayo de 1834, se logra-
rá, sin duda alguna, el mismo fin; pues Biddle jamás podría ofrecer
otra garantía a sus comprado res que la fundada sobre el decreto de
la concesión del privilegio; es decir, sobre la fe del Gobierno de la
Nueva Granada.
Nos atrevemos a asegurar que con la venta de estas acciones en la
ciudad de Nueva York se puede pagar toda la deuda, tanto interior
como exterior, que gravita sobre la Nueva Granada, y si esto es, no
ya verosímil y casi seguro, sino siquiera posible, ¿no es una precipita-
ción y ligereza indisculpa bles el ir a enajenar un bien tan grande a un
particular, y para sólo su singular provecho, renuncian do a los incal-
culables beneficios que pudiera recoger la Nación de esta empresa?
Ha llegado el tiempo en que el espíritu de especulac ión que se
generaliza por dondequi era induce a los capitalitas a entrar en tales
proyectos. Bastante lo comprueb an las numerosa s empresas de ca-
minos de fierro y de canales, que están en movimiento actualmen te
en los Estados Unidos. La mayor parte de éstas se costean con fon-
dos traídos de Europa, en donde los capitales no producen intereses
muy ventajosos; y por esta razón, para obtener utilidades , o premios
duplos, o triplos, de los que allá se logran, se dan a préstamo dichos
capitales a los americano s del Norte, o se remiten para tomar accio-
nes e invertirse en las empresas lucrativas que acá se presentan . Ape-
nas hay casa alguna comercial en el Viejo Mundo que al presente no
tenga algún establecim iento subalterno en Nueva York, con el objeto
de buscar empleo para sus fondos; y así es, que aquella ciudad es en
nuestra opinión, la más aparente para la enajenació n de las acciones.
No es extraño que cuando, en conformid ad del Decreto de 25 de
mayo de 1834, fue a Europa el ciudadano Paredes a buscar accionis-
tas y fondos para esta propia empresa, no los hubiera encontrad o: 1º
Porque el descrédito que se había granjeado este país en todos los
años anteriores por las continuad as conmocio nes y trastornos polí-
ticos que había sufrido, no era de ningún modo adecuado para que
nadie en tal época quisiese aventurar sus capitales, principalm ente
cuando reinaba la mayor incertidum bre sobre la suerte y pago de la
deuda; 212 Porque Londres ni París no eran ya los lugares más aparen-
530 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

tes para conseguir empresarios, pues, como acabamos de observar


los capitales europeos remiten ahora sus capitales a los Estados Uni~
dos; y de consiguiente, es en esta República donde se puede realizar
con más facilidad y con mayor concurrencia una negociación se~e-
jante.
No podemos desconocer, y nuestros mismos papeles oficales lo
publican así, que hoy se ha restablecido muy notablemente nuestro
buen nombre en lo exterior, que ya se tiene confianza en la esta-
bilidad y marcha del gobierno, y que de consiguiente se encuentra
ya la disposición, que antes faltaba, para entrar en especulaciones
sobre este país. Prueba de ello son la solicitud del Barón de Thierry
en el año pasado y la misma del coronel Biddle en el presente. Si el
Congreso tiene el buen sentido de no disolverse en la actual sesión
sin dar una buena ley de crédito público, y si sabe sacar partido del
proyecto de transporte por el istmo en favor de la misma deuda, será
ahora más que nunca infalible un brillante resultado.
¿Por qué, pues, va a ceder la Nación a Biddle, ni a ningún indi-
viduo, una ganancia tan extraordinariamente cuantiosa, cuando su
crédito está comprometido y sus ciudadanos por causa de una deuda
doméstica y extranjera, cuyo enorme peso los .abruma? La Nación
debe comenzar por ser justa y compasiva consigo misma y con sus
hijos, antes de ser generosa y despilfarrada con los extraños, propor-
cionando con los recursos, que por este medio puede facilitar, un
modo seguro y ventajoso de satisfacer sus empeños; pues obrar de
otra suerte y hacer ricos a quienes nada les debe, dejando a sus acree-
dores en descubierto, sería un procedimiento tan insensato como
inexcusable.
No por esto deben creer los Diputados del istmo que se queda sin
efecto una empresa que debe proporcionar a su país la mayor rique-
za y prosperidad: porque lo mismo que había de hacer el coronel
Biddle, eso mismo verificarán los comisionados, los cuales deben ser
escogidos entre los istmeños más interesados en el bien de su país
natal, quienes no omitirán esfuerzo alguno para la más pronta y ven-
tajosa ejecución de esta medida.
Acaso no tenemos hombres con las relaciones bastantes en los Es-
tados U nidos, y con la práctica necesaria en tales operaciones; pero
no faltan individuos que han acreditado el interés que toman por ~l
país, y que, aunque extranjeros, desempeñarían con gusto la comi-
sión, si se les quisiera asociar a los comisionados del país que nom-
brara el gobierno.
Tampoco faltarían compradores de acciones en el número sufi-
ciente. Bien lo sabe el coronel Biddle; él no es más que un agente
p

DOCUMENTOS 531

las gra nd es
al~ un os co me r cia
__ nte s qu e ha n calculado co n acierto
de ores, si el
Jª~ qu e po dn an sac ar de tales ventajas; y los comprad
ve~~a y a Ile-
eg 10 se les oto rg a so n los qu e van a costear la em pre sa
pnvd gación,
ca bo , po rq ue es bie n sab ido qu e los qu e ha ce n la ero
:ar la a a seme-
do s en no pe rd er su din ero , tom an em pe ño en da r
m ter esa su
la dir ec ció n co nv en ien te, no mb ran do personas de
jan tes ob ras s
e se po ng an al fre nte de ésta y tom an do todas las demá
co nfi an za qu
dis po sic ion es de l caso. insinua-
em pr en de la ob ra del mo do
Ot ra ve nta ja res ult ará , si se de tierras
a tan de sco mu na l concesión
do. Y es qu e om iti én do se un a utilidad en
de sp ué s venderlas co n mu ch
baldías, el go bie rn o po dr á lor conside-
en te ha br án de tom ar un va
el istmo, en do nd e na tur alm
piece.
rab le de sd e qu e aq ué lla em otras na-
qu e na tur alm en te causará a
Ta mb ién se evitará el celo americanos,
ne s el su po ne r qu e si la em pre sa se confia a los norte
cio ias a todas
os va n a est ab lec er all í un a colonia y a ha ce r sus tributar
ést l globo,
cio ne s en su pa saj e po r aq ue l pu nto tan im po rta nte de
las na e po r
s la ley en las inm en sas negociaciones mercantiles qu
dá nd ole gra nd es
se ha ga n; lo cu al aca so pu ed e tra er a la misma em pre sa
allí mprome-
lta de s, y a la Nu ev a Gr an ad a disgustos, embarazos, co
dificu qu e pro po -
ien tos y pe sar es. To do esto se allana po r el me dio
tim nos de las
mo s, po rq ue en ton ce s se ab re la pu ert a a los ciudada
ne habitantes
ere nte s pa rte s de Eu ro pa pa ra tom ar acciones, y a los
dif o el resul-
tod o el mu nd o pa ra ve nir a co mp rar allí tierras; siend
de rra ma rán en
o qu e el ist mo ve nd rá a se r el canal po r do nd e se de
tad de todas las
Nu ev a Gr an ad a la ind us tri a, la civilización y la riqueza
la
na cio ne s de Eu rop a. ntes en
ultados de concesiones semeja
Te ng am os pre sen tes los res jico un a
os pa íse s. El do cto r Be ale s obtuvo del Gobierno de Mé
otr dó a los Esta-
cia de est a esp ec ie en la Provincia de Tejas. Se trasla
gra plio prove-
s Un ido s a en aje na r ac cio nes, qu e vendió con el más am
do yectado;
o: log rós e, en efe cto , de est a su ert e el establecimiento pro
ch , y no hay
s las co ns ec ue nc ias ha n sid o funestas, como todos saben
má r otros me-
da qu e hu bie ra po did o ob ten ers e el mismo objeto po
du uti1idad qu e
s ha bié nd os e ase gu rad o pa ra la Nación Mejicana la
dio
lar.
recogió un individuo particu ala n al
as qu e po r el proyecto se reg
Las cu are nta leguas cu ad rad pesos fa-
el Bi dd le co nti en en 14 4.0 00 fanegadas, cuyo valor a 2
co ron ido po r el artículo 6 de
2
cia s ma rít im as, est ab lec
ne ga da en las Provin uas cua-
11 de oc tub re de 18 21 , es de 288. 000 pesos. Las 200 leg
la ley so po r fa-
s qu e po r el mi sm o pro ye cto se ofrece vendérsele a pe
drada adas.
y en ob lig ac ion es de la de ud a, co nti en en 720.000 faneg
ne ga da
532 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

Calculándose que las obligaciones se compren al 6 por 100 importará


43.200 pesos a Biddle la adquisición de las 720.000 fanegadas las cua-
les pudiera acaso la Nación vender más adelante, por numerario, en
1.440.000 pesos, a razón de 2 pesos fanegada.
La experiencia debiera habernos hecho más cautos en la conce-
sión de ciertos privilegios, recordando lo que ha sucedido con el pri-
vilegio de la Nación del Magdalena, y con otros. No comprendemos
por qué razón no se ha ofrecido a las discusiones de la opinión públi-
ca y a meditaciones más detenidas, una concesión de tanta trascen-
dencia y que puede acarrear al país consecuencias que comprometan
directamente su felicidad y su existencia. La ley de 31 de julio de
1823 contenía diferentes sabias disposiciones para el otorgamiento
de estos privilegios; ella preveía que se publicaran todas las propues-
tas, que se concedieran largos términos, que se provocara de todos
modos la competencia. En una medida de la importancia de la pre-
sente, ¿no convendría nada de esto?
No es fácil calcular con alguna exactitud a cuánto puedan ascen-
der los derechos de transporte por el istmo; pero es muy probable,
atendido el vasto mercado que se facilita a la mitad del mundo con
la otra mitad, que llegando estos derechos desde los primeros años
a 100 ó 200 mil pesos suban muy pronto a uno o más millones de
pesos. Calculando sólo un millón, como término medio, al cabo
de diez, o veinte anos, él es rédito de un capital de 20 millones de
pesos al 5 por 100. En los Estados Unidos cuesta la construcción de
cada milla de un camino de fierro 3.000 pesos; y en el istmo sólo hay
que hacer 15 millas. Mas supongamos, lo que acaso es excesivo, que
en realizar la empresa, haciendo navegable el Chagres en botes de
vapor, etc., se invierta un millón de pesos, todavía quedan 19 mi-
llones, adjudicables al valor del capital que pone la República en el
istmo. De suerte que damos desde ahora este capital, exponiéndonos
a perder la importancia política que debe asegurarnos la posesión
de aquel punto, con la sola esperanza de que nuestros nietos here-
den, de aquí a cincuenta años un camino de fierro y unos botes de
vapor. Nosotros carecemos de todo conocimiento práctico en estas
materias; estamos expuestos a sufrir grandes equivocaciones, y por
lo mismo, es menester navegar con sonda en mano para que no nos
suceda lo que a los inocentes indígenas de esta tierra, que regalaban
su rico oro y piedras preciosas por espejos y baratijas.
Cuando se da al mismo Biddle el plazo de dos años para comenzar
la empresa, tiempo innecesario, si no es para negociar acciones y ven-
derlas al más alto precio posible, ¿no merecerá el pueblo de la Nueva
Granada el plazo, siquiera de un año, para que su gobierno mande
DOCUMENTOS 533

comisionados a hacer el mismo negocio, que se regala a aquél? Si


dentro de seis meses, o un año, comenzamos a leer en los periódicos
extranjeros las cuantiosas ventas que haya hecho de acciones la com-
pañía de Biddle, y los millones que le comience a producir esta gra-
cia, ¿no será éste un motivo de dolor para los que hayan privado de
este bien a su patria? ¿Y de qué nos aprovechará entonces un tardío
arrepentimiento ? Las consideraciones expuestas, ¿no serán dignas al
menos, de que se examine la materia más despacio?
Vicente Azuero
Bogotá, 17 de mayo de 1836.
Imprenta de N. Lora. Año de 1836.
Tomado de: Miscelánea de Cuadernos, Sala 11", número 8879, pie-
za 55. Folleto V.A.

***

SOBRE UN NUEVO PLAN DE ADMINISTRA CIÓN


EN EL NUEVO REINO DE GRANADA

Por Antonio Nariño

«Yo no puedo responder sino de la pureza de mis designios, decía el


Consejo de un rei de Persia. La ejecución depende comúnmente de
otras personas, i sobre todo de la fortuna que de nadie depende».
Sin entrar en el pormenor de la jeneralidad del reino, de sus pro-
ducciones preciosas i ricas minas; sin detenerme en la pintura de su
estado actual, i de las ventajas que ofrece en jeneral, solo diré: que
por rico que sea un país en minas y otras producciones, si sus habi-
tantes son pobres, el Estado no puede sacar grandes ventajas: el que
nada tiene no puede contribuir, i el único modo de que contribuya
es proporcionarle medios de que adquiera. Qué medios son los que
se pueden adaptar en este reino para que sus habitadores adquieran
i puedan cómodamente contribuir, son los que voi a hacer el ensayo
de proponer. Si mis esperanzas no correspondieren a mis deseos, yo
repito lo del consejero del reí de Persia ...
La población de este reino, apesar de lo que aparece en los de-
fectuosos padrones que hasta ahora se han hecho, monta a un mi-
llón ochocientas ochenta mil almas, sobre poco más o menos, en
una estensión de terreno descubierto de más de cien mil leguas cua-
dradas. Su fertilidad es prodijiosa en todo jénero de produciones
de ámbas Américas, i de las Indias Orientales en los países que se
534 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBV\

hallan bajo las mismas latitudes. Posee también renglones esclusivos


al resto del universo, o a lo ménos desconocidos hasta ahora en todo
lo descubierto. Los caudalosos ríos que desagüan al Este, al Norte i
al Sur en ambos mares, proporcionan la salida de sus frutos; y la va-
riedad de temperamentos al cultivo de todo jénero de producciones
estranjeras.
Aunque el reino ofrece por su situación en tanta variedad de tem-
peramentos bajo la zona tórrida un comercio ventajosísimo a la mo-
narquía i a sus habitadores, no obstante vemos todo lo contrario. El
comercio es lánguido: el erario no corresponde ni a su población
ni a sus riquezas territoriales; i sus habitantes son los mas pobres de
la América. Nada es mas comun que el espectáculo de una familia
andrajosa, sin un real en el bolsillo, habitando una choza miserable
rodeada de algodones, de canelos, de cacaos i de otras riquezas, sin
esceptuar el oro i las piedras preciosas.
La riqueza sigue en todas partes a la población, i aquí es en senti-
do inverso: a proporción que se multiplican los hombres, se aumen-
ta su pobreza, i la decadencia se anuncia por todas partes, Tunja,
Mariquita, Vélez, Muzo, La Grita, Tocaima i un sin número de otras
ciudades, que se hallan en el día casi desiertas, prueban bien la ne-
cesidad en que se han visto sus pobladores de retirarse a una choza,
para ocultar su miseria en medio de los bosques.
Si el erario no se resiente de esta decadencia, es porque todo el
trabajo del día se refunde en él. Pero la pobreza junto con la necesi-
dad de contribuir, es la causa de que el reino esté amenazado, si no
se atiende a su remedio.
Hai un jénero de contribuciones que son mas gravosas por los
obstáculos que oponen al adelantamiento de los vasallos, que por la
cantidad que de ellos se exije, o por lo que el erario reporta. Tales
son en este reino las alcabalas interiores i los estancos de aguardien-
tes i de tabaco.
Los estancos y alcabalas en este reino parece que han sido la pie-
dra fundamental sobre que se ha querido estribar la prosperidad de
erario. Pero si es induvitable que todo vasallo está obligado a con-
tribuir a las cargas del Estado, no lo es menos, que todo jénero de
contribucion no es igualmente aparente en todas partes. El producto
que aquí dejan al erario los estancos i alcabalas interiores, no corres-
ponden al atraso que causan i al riesgo en que ponen continuamente
al reino; pudiendo sustituirse en su lugar otro jénero de contribucio-
nes que, sin deteriorar la Real Hacienda, no traigan estos inconve-
nientes.
DOCUMENTOS
535

El tab ac? es aqu í un ram o de pri


me ra necesidad, si ram o de pri-
mera nec esi dad pue_d~ llamarse aqu
el sin el cual las jen tes no se pue-
den p~ ar. La Admi~ist.racion est
á mu i ma l servida; obliga a tom ar
bue no 1 ma lo a un mismo pre cio ;
los dep end ien tes pillan, atr ope llan
i malu·a tan con la aut ori dad de que
se ven revestidos; i así no es es-
traüo que el púb lico se que je. El est
anc o limita las siembras al consu-
mo int eri or, i no solo esta limitac
ion tra e gra nde s escaceses los aüo
que se pie rde la cos ech a en un a pro s
vincia, sino que pro hib ién dos e la
cultura en un ram o que pro spe ra
po r todas partes se hace mas sensi-
ble su privacion. Per mi tién dos e la
sie mb ra i esu·accion del tabaco, se
har á un ram o fortísimo de comerc
io, que con trib uye ndo a la salida
del rei no con un tan to po r ciento
, estoi cierto que en pocos año s
bal anz ear á un a par te mu i con sid era
ble del pro duc to que aho ra dej a
líquido al era rio . El tabaco no pag
a hoi diezmo, i deb eri a con tin uar
del mismo mo do per o pag ánd olo
a S.M. en el mismo fruto; que au-
me ntá ndo se, com o es de creerse
su cultura, no será este ren glo n de
poca con sec uen cia , si hac em os ate
nci on que solo Marilandia i Virji-
nia pagabari el año de 723 al tesoro
real de Ing late rra en este ramo,
de u·es a cua tro cie nto s mil libras est
erlinas, i que se cosechaban de 60
a 70 mi l barricas, de a cua tro quinta
les.
De l pro duc to de este diezmo real
en materia, se pue de establecer
una fáb1ica de rap é, ced ida a una
com pañ ía que reciba el tabaco en
hoj a al pre cio cor rie nte , i que pag
ue un corto der ech o por la espor-
tación o el esp end io. Yo estoi pro nto
a com uni car las luces que poseo
en la ma ter ia, si se ada pta el pen sam
ien to; sin que sirva de obstáculo
la tentativa que se hizo en años pas
ados, por que si no se sintieron
sus bue nos efectos, fue po r la imp
ericia del dir ect or enc arg ado de su
lab ore o i composicion.
Si no se adaptase el pen sam ien to
del rapé, se pue de remitir a Es-
paü a en hoj a, de cue nta de S.M. par
a las fábricas de tabaco en polvo
&. I si tam poc o se creyere esto con
veniente, se pue de rec aud ar este
ram o po r arr end am ien to, en los mis
mos términos que están hoi los
diezmos, esto es, po r me dio de sim
ples cobradores, i con la misma
den om ina cio n.
La sup res ión del estanco del agu
ard ien te, par ece que no deb e
tra er nin gun a ventaja al público; per
o no es así: va a influir podero-
sam ent e sob re otr o rari10 de mu cha
importancia, como son los azú-
cares. Un o de los mayores obstác
ulos par a la pro spe rid ad de este
ram o, es el no po der los due ños de
los injenios o trapiches em ple ar
la mie l que llam an de pur ga, i que
así en La Ha ban a como en las islas
francesas se convierte en el agu ard
ien te de caüa, de tan to consumo
en el día. Su pri mi do su estarico, se
sacarán tres ventajas: el fom ent o
536 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

de los azúcares que abundan en el reino, i que nunca merecen tanta


atencion como en el día, por la destruccion o atraso de las islas fran-
cesas; el producto que deben dejar al erario los derechos, que así la
azúcar como el aguardiente deberán pagar a la salida; el remedio del
reino de que se trata.
Se me objetará quizás, que la sal es de más necesidad, i que no
obstante nada digo contra su estanco, mientras me limito a los que
solo son de los que se llaman vicios. Estoi muí léjos de hablar contra
los estancos, solo porque son estancos; i solo creo estos perjudiciales
con atencion a las circunstancias locales. El de la sal no solo no lo
creo gravoso, sino útil al público; i aquí se notará la diferencia que
hai en saber elejir los ramos que convienen igualmente al público i
al erario. Las salinas, que aquí se trabajan de cuenta de S.M., están
limitadas a ciertos terrenos que producen el mineral; el público está
bien servido; se le provee de toda la que necesita, de buena calidad
i a precio cómodo; i despues de comprada a S.M. puede traficarse
libremente con ella, lo que no sucede con el tabaco i el aguardiente.
Si S.M. abandonara el trabajo de las salinas, se baria un daño mani-
fiesto al público; porque este no es un ramo que puede hacer flore-
cer la industria i el trabajo, sino que está limitado a ciertos terrenos
particulares, que cayendo en poder de algunos individuos, alzarían el
precio a su antojo, sacarian mas o ménos sal, segun sus fuerzas i activi-
dad, i el público estaría espuesto a sufrir sus caprichos i alteraciones;
miéntras que ahora la tienen a precio fijo, cómodo i en abundancia.
No solo no creo los estancos enjeneral perjudiciales, sino que es-
tos, como las compañías, los creo sumamente útiles, siempre que se
sepa hacer elección de los ramos, i que sean temporales. Como este
punto no solo puede conducir al remedio presente, sino que puede
ser de mucha importancia en lo sucesivo, i puede tambien aplicarse
en otras partes, me detendré en él un instante, sin pasar los límites
que me he prescrito en este papel.
El establecimiento de estancos i compañías sobre renglones que
produce el suelo de una colonia, i que permanecen dormidos por
falta de conocimiento i de industria en sus naturales poseedores, es
el medio de darles movimiento, i sacarlos de la inacción, sin que-
branto del público, que no los disfruta i con notoria utilidad. Veamos
un ejemplo que aclare este pensamiento. La quina de Santafé no se
conocía en esta parte del reino ahora 20 años, hasta que los desvelos
del sabio Mutis, de este hombre cuya memoria pasará con gusto i
admiración a nuestra posteridad la sacó del caos en que estaba;
i habiéndose establecido un estanco de un ramo en que el público
no tenia conocimiento, se hizo universal la idea de sus ventajas, por
DOCUMENTOS 537

el prec io a que S.M. la tom aba a los part icul


ares : todo el mun do se
anim ó, y la quin a de San tafé entr ó a ser un
nue vo ram o de riqu eza.
Sup ong amo s que hub iera con tinu ado pro spe
rand o su esta nco : que
S.M. no solo hub iera reem bols ado los cost os
de su esta blec imie nto,
sino que hub iera con tinu ado algu nos año s
de utili dad , hast a deja r
bien enta blad o su desp ach o i con sum o, i que
entó nce s los hub iera
aba ndo nad o al púb lico con un dere cho de
salid a. Pre gun to aho ra
este esta nco tem por al i en un ram o desc ono
cido , no hab ra sido útil
a esta colo nia, al Era rio, a la Nac ión i al mun
do ente ro? Per o ya veo
que se me dirá , que en este mis mo ejem plo
man ifies to los inco n-
ven ient es de mi pen sam ient o: por que el ram
o no pros peró , i S.M.
sufr ió que bran tos en su real Erar io. No está
el dañ o en el esta nco ,
ni en el ram o, está en una enfe rme dad que
pad ece la Nac ión. Yo la
com paro a un hom bre opu lent o que goz a gran
des rent as, i que esta
abu nda ncia le hac e desp reci ar la eco nom ía
i la con stan cia, que solo
form an la riqu eza de otro s hom bres que no
goz an tan rica s pose sio-
nes. Los hola nde ses no se hab rian desm ayad
o por el mal suce so que
tuvo la quin a al prin cipi o: hub iera n exa min
ado la cosa en su ori-
jen; hub iera n hec ho nue vas tent ativ as, i al
fin hub iera n logr ado un
ram o mas ven tajo so, sin disp uta, que el de
la cane la. Per o nos otro s
que por toda s part es se nos pres enta n rica
s pose sion es, no que re-
mos tene r esta pac ienc ia i eco nom ía, que
hab rían salv ado aqu ello s
inco nve nien tes. La quin a que se rem itió al
prin cipi o a Cád iz hab ia
espe rim enta do los inco nve nien tes que tien
en toda s las cosa s en su
orij en. Se mez clar on cort ezas estr añas , cuyo
ama rgo i las seña les es-
terio res hac en pare cer a la quin a: se emp acó
en cajo nes húm edo s,
que con el calo r de los dist into s tem pera men
tos por don de tuvo que
pasa r, alte raro n su natu rale za; el señ or Mút
is no pod ia form ar en un
dia hom bres inte lijen tes. Esto s inco nve nien
tes se hub iera n rem edia -
do; pero apé nas se vió que las prim eras rem
esas no corr esp ond ían a
las espe ranz as, se sup rim ió el aco pio de cue
nta de S.M., i este ram o
sufr ió la suer te de otro s muc hos , de mor ir en
su nac imie nto por falta
de paci enci a. Yo, que con ocía toda s sus ven
taja s, emp rend í el rest a-
blec imie nto por mi cue nta; i si mi desg raci
a no me hub iera cort ado
el cam ino en la mit ad de la carr era, ya se hab
rían con ocid o sus utili -
dad es con mi con stan cia. Per o ya me apa rto
dem asia do: volv amo s al
asun to prin cipa l.
Par ece rá una para doja el que se diga , que para
la pros peri dad de
las alca bala s con vien e sup rim irla s en lo inte
rior del rein o; pero si se
exa min a mad urai nen te este pun to, se verá que
no lo es. Las alca bala s
pro duc en en razo n del con sum o i de la estr
acci on; i así pro duc irán
mas O mén os, seg un que el con sum o i la
estr acci on fuer en mas o
538 EL PODER POLÍT ICO EN COLOMBIA

obst ácul o invenci-


mén os abun dant es. Las alcabalas inte riore s son un
ccio n i el cons u-
ble para la pros pedd ad del rein o, que limi tan la estra
ram o.
mo, i por cons igui ente la pros peri dad del mism o
ntes tabl e a mi
No entr o a dem ostr ar por men or este pun to, inco
miro mas com o re-
ver, porq ue así este com o los dos ante riore s, los
io, no obst ante las
med io del públ ico, que com o aum ento del Erar
, que aun el Erar io
vent ajas que ofre cen en su refo rma; i así conc luyo
raíz las quej as que
pier de, sse debe rían supr imir ; así para quit ar de
éndo se otro ram o
ocas iona su adm inist racio n, com o porq ue, sust ituy
an llena s las mira s
que los repa re i no sea gravoso, pare ce que qued
del gobi erno ente rant e.
que prod ucen
Com o la supr esio n de unos ram os ya esta blec idos
en su luga r, pod ría
una rent a ciert a i la crea cion de otro s nuev os
sen en la prác tica,
hace r tem er que las espe ranz as, o no corr espo ndie
o en el Erar io inte-
o que en caso de corr espo nder deja rían un vací
para quit ar todo
rior se estab lece i tom an incr eme nto, es nece sario
ituir un ram o, que
tem or i rem edia r este últim o inco nven iente , sust
s, los llene desd e su
inde pend ient e de las espe ranz as que dan los otro
capi tacio n. Ya sé
orije n sin ning unjé nero de duda . Este debí a ser una
tiem pos, i en va-
que este pens anüe nto ha sido prop uest o en disti ntos
itado su ejec ucio n
rias naci ones ; i que se ha desp recia do, e impo sibil
o en part e. Mas sea
en unas ; y que otra s lo han adop tado en todo ,
se ha teni do para
lo que fuer e del fund ame nto que en otra s part es
fácil su ejec ució n;
adop tarlo , o desp recia rlo, lo ciert o es que aquí es
imie nto, siem pre
es útil, no es gravosa; i de ning un pelig ro su esta blec
que se adop ten los pens amie ntos ante riore s.
o tiem po que
Hac iénd ose el esta blec imie nto de este ram o al mism
se recib a, no com o
se supr iman los otros; para que su impo sició n
ienc e a llen ar el
una nuev a carg a, sino com o un alivio; i para que com
otro s ramo s, creo
vacío que al prin cipi o deja rían la supr esio n de los
rein o, no conv en-
que no habr á pers ona sens ata que cono cien do este
bida con los braz os
ga en que su impo sicio n de este mod o, sera reci
i la aleg1ia, que
abie rtos, i que éspa rirá por toda s part es el cont ento
debe n aseg urar la tran quil idad .
udar este ram o,
Ante s de entr ar en mate ria sobr e el mod o de reca
que paga n los cura s
es nece sario deci r una pala bra sobr e las cuar tas
o del asun to, no
a los obispos; que aunq ue pare ce este pun to ajen
o no hai padr ones
obst ante , tien e una íntim a liaci on con él. En el rein
itos para la perc ep-
exac tos, sino los que los cura s form an en sus distr
tas, que los cura s
ción de sus dere chos , pero com o el ram o de las cuar
padr ones dim inut os
cree n que no debe n paga r, les hace form ar otro s
rse por este med io
para pres enta r a los obis pos i visitadores, i libra
lll)Cl' MENTO-S

de.. 1.ma. parte de los derechos: de ahi viene que la poblacion pare1.ca
menos de lo que en la realidad es; cuvo inconveniente no s<:~ rá fácil
1
de ren ediar 1nientras subsistm1 aqueÚas. Si la opinion de los curas
es fui~dada: supuesto las crecidísitnas rentas que gozan en el re ino
los obispos 1 arzobispos, seria conveniente suprimir esta contribudon
que ~Ultos n1unnullos ocasionan a los curas. De este modo no solo
tenchia~nos padrones esactos, con10 yo he visto que los tien e n los
cw-as, sino que debiendo e llos concurrir a este 1n1e:!vo ramo, a su es-
t:ab~ecin1iento i recaudación, lo h,trán con 1nas g·usto i actividad, si se
les nnpone esta peque úa carg-a al nlis1no tiempo que se les dispensa
de las cuartas.
Con1-o la recaudacion de la capitacion podria traer los mismos in-
convenientes que se quieren re 1ne diar, i que quizás seria mas gravosa
que la misma contribucion, yo voi a hacer ver e l modo. Los curas,
como dejo dicho, tienen padrones esactos con distincion d e sexos,
edades i condiciones, divididos por cuadrillas, i en cada una un hom-
bre que ellos conocen bien por su probidad, al que encargan la re-
caudacion de sus derechos, sin 1nas sueldo que la escepcion personal
de la conu·ibucion. De este modo estan bien servidos i sus vecinos
no sufren los inconvenientes que en la ad1ninistracion de los ramos
reales se esperi1nentan.
La sencillez en todas las cosas aclara i facilita la ejecucion. Este
principio con el ejemplo de los curas 1ne parece que es el que se
debe seguir en la recaudacion de la capitacion. No creo apesar de
las cuantiosas sumas que debe producir este nuevo ramo, sea necesa-
Iio ahora comenzar por la creacion de nuevos tribunales, cuya com-
plicacion suele muchas veces detener los progresos de un ramo, i
no deja conocer con1-unmente, en quienes consiste su malversacion.
Me parece que con solo la creacion de correjidores de partido, ha-
ciendo unas divisiones arregladas con los gobernadores i correjido-
res de provincia, con los oficiales reales, con la inteIVencion o ausilio
de los curas, i el nombramiento de cuadrilleros cobradores, estará
este ramo perfectamente servido.
El nombre del correjidor de partido que adopto aquí, hace ver
que hago atencion hasta en los términos; yo llevo por_ d~lante sie~-
pre el carácter de los pueblos de que hablo; el de Administrador qui-
zá no seria tan aparente, i sin mudar los términos, la naturalez~_de las
cosas suelen ser de mucho recurso en la ocasion. Así los correJid~res
deberian ser los administradores o recaudadores de cada. partido,
sin necesidad de mas dependientes arrentados qu~ dos oficiales que
le ayudasen a llevar los libros, a reci~ir el dinero, 1 que firmasen las
cuentas alternativamente uno cada ano.
540 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

Los goberna dores o correjido res de cada provinci a con dos ofi-
ciales reales, podrían firmar el Tribuna l de que deberían depende r
inmedia tamente los correjido res de partido, i a cuyo centro deberían
hacer sus remesas, para que de allí pasasen a los oficiales reales de la
capital.
Los curas libres de las cuartas, no tendrán embaraz os en entregar
a los correjido res de partido los padrone s verdader os, ni en remitir
al Goberna dor de la provincia una copia firmada. De berían tambi en
pasar noticia circunsta nciada de los que nacen o mueren para que
süviese de arreglo i claridad , en la recaudacion i formacio n de las
cuentas.
Los cuad1illeros cobrado res en los mismos términ os que los ti e-
nen ahora los curas, se les debería aumenta r un pequ eño tanto por
ciento sobre lo que cobrasen . Los correjido res de partido , i los go-
bernado res de provincia de que se hablará en adelante . tambien de-
berían tener sus sueldos sobre este ramo. pero no fij o. sin o sobre un
tanto por ciento de lo que cada un o recaudar a propo rcio nalm ente.
El sueldo de tanto por ciento trae la ventaja. en este caso del interes
que resulta al recaudad or de no d('.jar partidas <1tras.ad as. i no u-ae
inconven iente para el público, porque siendo fijo s la ca ntidad de la
contribu cion i el tiempo. no dá lugar a csrorcion es i 0 11-as ,i olencias
que el interes personal haiia come ter a los reca11<lad ores.
Vista la facilidad que hai para la recaudacio n de es te ramo, los
ninguno s ínconven ienles e n su imposicio n i las vencajas que deben
resultar al público por la supresion de los otros ramos: solo nos resta
hacer ver la utilidad que Lraerá al real Era1io.
Aunque esta demostra cion podia 1ener padrone s exactos a la vis-
ta, yo me contenta ré con dar un cálculo. sobre poco mas o ménos,
para hacer sensibles las utfüdade s que promete al Erario.
Las mttjeres en una parte del reino exceden al número de hom-
bres, i en otras, como en Guayaquil, por ejemplo , exceden los
hombres al de las mt~jeres; i así haciendo una compens acion dare-
mos número igual. Si de un millon , ochocien tos ochenta mil almas
de ambos sexos, reb~jamos diezioch o mil esclavos, que tiene el rei-
no, quedará n un millon , ochocien tas sesenta i dos mil. Partamos el
número de hombres i de mujeres, i nos dará novecíen tos treinta i
un mil hombres. Rebájese una tercera parte de párbuJos varones
i una quin ta de ancianos, reljjiosos i mendigo s i quedará un total de
hombres útiles, desde la edad de 15 hasta 60 años, de cuatrociencos
treinta i cuatro mil, cuatroci entos treinta y cuatro mil, cuatrocientos
sesenta i siete. De esta cantidad se deben rebajar un dos por d ento
para los cuadrille ros cobrado res, resultara un líquido en estado de
DOCUMENTOS 541

pagar la capitacion, sin incluir las tropas, de cuatrocientos veinte i


cinco mil, setecientos sesenta i ocho hombres; que a razon de ocho
pesos al año producirán tres millones cuatrocientos seis mil doscien-
. .
tos vem te 1 cuatro pesos. '
Census e:rat brevis commune magnum.
Horado

Para que se vea que no hai arbitrariedad en este cálculo, he aquí


mi cuenta. Los consumos interiores, se cree que son el termómetro o
la base de la aritmética política, sobre que se deben reglar los impues-
tos: un millon, ochocientos ochenta mil almas me dan trescientas
setenta i seis mil familias, que consumiendo unas con otra a setenta
i tres pesos, componen una renta de veintisiete millones, cuatrocien-
tos cuarenta i ocho mil pesos. Calculo que aquí los consumos inte-
riores deben contribuir con una octava parte, i me dan tres millones,
cuatrocientos treinta i un mil pesos, cuya cantidad se uniformabas-
tante con la de la capitacion.
Tambien pongo indistintamente una cantidad determinada de
ocho pesos sobre cada hombre útil desde 15 hasta 60 años. Es un
error creer que una misma cantidad repartida sobre todos los con-
tribuyentes igualmente, es una desigualdad perjudicial a los pobres,
i en favor de los ricos que tienen mas comodidad de contribuir.
El pobre vive a espensas del rico, i no le trabaja sino en cuanto le
contribuye con lo necesario para su subsistencia. En el día se calcula
que un hombre necesita para su subsistencia de setenta i tres pesos,
i que por esto se da en arrendamiento al rico en esta cantidad; pero
al instante que se le grave con ocho pesos su subsistencia se regulará
valer ochenta i un pesos, i él no se dará por ménos en arrendamiento
al rico; de donde resulta que esta desigualdad es aparente, i que la
necesidad equilibra la contribución, haciéndola recaer sobre el que
tiene: viniendo de este modo a pagarla las rentas en lugar de las per-
sonas, que es cuanto se puede desear en la materia.
Se podrá quizas objetar que este aumento de salario será un per-
juicio para la agricultura que se pretende animar. Pero no es así:
porque el propietario se ve recompensado de este aumento de gas-
to, con la escepcion de los derechos interiores, i con la salida de
sus frutos. A mas de esto, el derecho de capitacion anima el trabajo;
miéntras que los derechos interiores sobre los frutos, lo d~sal_ienta.
El hombre que por una parte se ve obligado a pagar las 1..n~1spen~
sables cargas del Estado, i que por otra no se le ponen hmites m
embarazos a su trabajo, sino que se le anima i se le pr~senta un vasto
campo en que ejercitarlo, es imposible que no trabaje, En lugar de
542 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

que el derecho sobre los frutos detiene el cultivo i_ atra~a el Era_~o:


porque absorviéndose lo que debia quedar al prop1e~no, _opomen-
dole también obstáculos a su adelantamiento, lo desamma, 1 abando-
na un trabajo de que no reporta utilidad, con cuyo abandono q~eda
libre de contribuir: lo que no sucede en la capitacion que le obhga a
trabajar para poder contribuir, porque la ociosidad no lo exime de la
contribucion, como sucede en el día.
Este impuesto se puede aumentar hasta cierto grado, a propor-
cion que el reino vaya tomando incremento; i el aumento de esta
contribucion, que no ataca al manantial, aumentará la industria i el
trabajo de los que la pagan. «En donde el terreno es fértil i el pueblo
no es numeroso, dice el caballero Temple, las cosas necesarias a la
vida se hallan tan baratas, que un hombre puede ganar en dos días
de trabajo con que alimentarse toda la semana. Considero esto, aña-
de, como el orijen de la pereza atribuida a los habitantes porque es
natural al hombre preferir el descanso al trabajo, darse a la ociosidad
i vivir sin afán. Al contrario sucede cuando la necesidad le ha hecho
contraer el hábito del trabajo; el hombre hecho laborioso por preci-
sión, no puede vivir sin trabajar».
Que se compare la cantidad que debe producir la capitacion con
lo que ahora producen a la real hacienda los ramos del tabaco, aguar-
diente i alcabalas interiores, i se conocerá la utilidad que ofrece, sin
contar las esperanzas que estos mismos ramos prometen en lo su-
cesivo.
Es preciso que en esta comparación se rebaje el producto actual
de los tributos, o el número de indios que lo pagan, si se quiere es-
cluirlos de la capitacion, supuesto que el tributo exede comparati-
vamente. Pero sería de desear que esta raza miserable de hombres
saliera del estado en que se halla en el dia. A pesar de los privilegios
i especial proteccion que les acuerdan nuestras leyes, los que los esta-
mos viendo, palpamos su miseria. Yo creo que reduciendo los indios
a la clase de los <lemas vasallos, el Estado ganaria, i haria una accion
mui conforme a las piadosas máximas de nuestro gobierno i a sus
intereses.
No rebajo de número de los contribuyentes a los empleados ni a
los eclesiásticos, porque pagándoles el Estado su trabajo, no hallo ra-
zón para escluir a unos ni a otros de las cargas a que todo vasallo está
obligado, cuando ellos disfrutan como los <lemas de la proteccion de
las leyes*.

<*> . Es decir,
.
que 1os fueros son gravosísimos a los pueblos, porque
constttuyen una multitud de derechos que pesan como doble carga
Ollt \ de lasco..._~ que nece sita re1nedio en d
rein n. es \a mon eda
mac uqui na.. E.l gob iern o se ,--e prec isad o todo
s lo.-. d ías a espe dir ó r-
dene s para obli gar al púb lico a que reci ba toda
la que n o estu vies e
c0rt ada; pero ~tá ya t'.lll dinü nnta i tan u s 1da
, qtw casi son infr uctu o-
sos los deS \"el~ del gob iern o . Se ha pen sado ,.uia s yec-es
en recc.~je rla ~
pero los. 1nu cho s que bran tos que deb e o casi ona r su
refu ndic io n. ha
hech o su..~pender esta pro ,ide ncia con bast ante
fund anw nto pue s no
baja de un 25 por cien to la dife renc ia de esta
m o ned a en su peso
resp ecto a la de cord onc illo. En una pala bra.
e\ iob iern o com o los
part icul ares con\.ien en en la nec esid ad de su
refu ndic ion: mas en el
mod o de efec tuar la sin un grav e que bran to de\
púb lico o del Erar io,
es en lo que no con vien en. Yo ,·01 a h acer e\ ensa
yo de pro pon er uno
que salv e esto s inco nve nien tes. i que proc ure
ou-a s com odid ade s al
púb lico , al Era rio i al co1n erci o naci ona l. Tal
es e n mi con cep to la
crea ción de \-'al.es real es, la ani. oned acio n d el cob
re, i la intr odu ccio n
de pap el mon eda~
Para acla rar este pen sam ient o, en cua nto perm ite
n los lími tes d e
este pap el, asen tem os prim ero sin con test ació
n, que es d e n eces ida d
sum a el reco jer la mon eda 1nac uqu ina: así por
que su poc o p eso da
luga r a la muc ha mon eda falsa que corr e en
el dia; con1 0 por que
sien do de figu ra irre gula r, se cort a con faci lida
d, sin ries go evid ente
de que se note . Bajo este prin cipi o, la sola refu
ndic ion de la 1no ne da ,
va a ocas iona r una pérd ida a los part icul ares
de un 25 por cien to en
su cau dal num éric o: va a disi ninu ir una cua rta
part e de la mas a de \a
circ ulac ion de esta mon eda, i va a abri rse su
salid a, redu cien do\a a
mon eda corr ient e fuer a del rein o.
Tod o el num erar io que entr a en el dia en la
circ ulac ion de este
rein o por el trab ajo de sus min as, i el poc o co1n
erci o con las dem ás
part es de Am éric a, vuel ve a salir para Espa fi.a
i de con u·ab and o, i no
que da mas mon eda para los cam bios inte rior es
que la n1o neda 1nac u-
quin a>que redu cida com o acab o de dec ir a 1no
ned a de cord onc illo
corr ient e fuer a del rein o, sald rá com o el oro
de las min as y los duro s
que nos vien en de Méj ico, i se que dará el rein
o sin sign os con que
repr esen tar sus cam bios inte rior es. Se dirá que
se acu ñe prov inci al
de mén os peso . Esto es hac er un círc ulo para
volv er a los mism os
inco nve nien tes. A más de esto , en el dia está
la sum ame nte esca so
el num erar io: no es prop orci ona do a la circ
ulac ion inte rior de los

sobr e los no esce ptua dos, para pod er form ar el


equi libri o. Clar o está que
si las cont ribu cion es vale n com o 500, los cont
ribu yent es son 1.00 0 pero
entr e esto s hai 300 emp lead os i ecle siást icos , los
700 indi vidu os resta ntes
pag arán com o 1.00 0.
544 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

cambios; i aun cuando no saliera la moneda reducida a cordoncillo;


cuando no se disminuyera en un cuarto la masa de su circulacion
actual, siempre hai necesidad de un aumento de signos para solo el
cambio interior, i de unos signos que no tengan valor del reino, esto
es, que no tengan valor intrínseco como el papel.
Introducido el papel en una justa proporción, el aumento de
los signos facilitará los cambios. Los primeros años el aumento
de la salida del numerario, que facilitará la refundicion de la moneda
macuquina, aumentará la introduccion i el consumo de los jéneros
de Europa; i como el aumento de esta moneda es momentáneo, su
disminucion en los años siguientes obligará a los negociantes a cam-
biar una parte de sus mercaderías por papel, que no teniendo valor
fuera del reino, se han de ver precisados a cambiarlo por frutos para
poder espartar su valor: i he aquí que el papel que a primera vista
parece que va a destruir el reino, es el que va a forzar, digamoslo así,
su prosperidad.
Por lo que hace a las ventajas que esta sola parte ofrece a la me-
trópoli, la cuenta es bien sencilla: las cantidades que ahora entran
de esta colonia continuarán lo mismo, i los primeros años se aumen-
tarán con la refundicion de la moneda macuquina. Pero esto no es
nada: un millon de pesos, por ejemplo, solo aumentan la riqueza
pasajera de un millon de pesos: en lugar de que recibiendo tambien
materias primas, un millon de pesos en algodón aumentan su rique-
za en una riqueza permanente de cuatro o cinco millones despues
de manufacturado: con el empleo de muchos brazos nacionales i de
·la marina.
El cobre, como el papel moneda, debe entrar en parte para saldar
las pérdidas que la refundicion de la macuquina debía ocasionar, i
para facilitar las compras en el menudeo, quebrados y gasto diario.
Pero no circunscribamos su utilidad a tan estrechas miras: veamosla
en grande.
Es cierto que el mayor volúmen de la moneda de cobre hace que
su tráfico en grande no pueda ser tan usual como el oro i la plata;
pero también es cierto, que en Europa circula hoi un numero inmen-
so de esta moneda. Acúñese al principio solo la necesaria a nuestro
intento del finísimo cobre de Moniquirá, con un tanto mas de su
peso respectivo a las monedas de Europa, i permítase su salida, no
solo para España, sino para los países estranjeros; désele un valor en
España correspondiente a su peso respectivo a la que corre en el dia:
i las inagotables minas de Moniquirá van a ser un nuevo Potosí.
La Suecia paga una parte de las mercaderías del mediodía con su
cobre. Las minas de este metal en Ungria se calculan como un ma-
DOCUME.iWOS 545

nantial de riquezas, que harían circular muchos millones si su cobre


fuera mas manejable. Por qué no lo serán las nuestras, que son mas
ricas, i su metal dulce, mas manejable i cargado de plata, lo que sube
naturalmente su lei?
El cobre bajo la forma de moneda no deja de ser fuera del reino
una mercaderia que compra, no solo el que tiene necesidad de este
metal, sino el que tiene necesidad de signos. En una palabra, el co-
bre bruto lo compra el comerciante que quiere traficar con él: i el
cobre moneda lo compra el comerciante, el artesano , el labradori
todo el mundo.
Ya se conoce que no es aquí el lugar donde yo debo entrar a deta-
llar el método de recojer la moneda macuquina, i de hacer el cambio
del papel i del cobre.
Aunque he apuntado, hablando de las alcabalas, que los frutos
que deben pagar a la salida, recompensarán las pérdidas que la su-
presion de los derechos interiores debian causar, no creo que deba
entrar a tratar de las tarifas. Este importante punto pide un plan
bien meditado, i formado sobre buenos principios: esto es, sobre
el conocimiento práctico de los frutos del reino, i de las distancias
de los puertos en que se cultivan con mejor suceso: su estimacion
respectiva en los mercados de Europa; su mayor o menor compe-
tencia; i finalmente, los que merecen fomentarse con preferencia,
distinguiendo los que entran en nuestro consumo i manufacturas,
de los que solo entran en el comercio con las otras naciones. Sin
estos conocimientos particulares en cada ramo; sin esta atencion en
equilibrar la utilidad del Erario con las ventajas del comercio i de la
nacion en jeneral siempre se encontrarán en las tarifas una porcion
de inconvenientes que se entrechocarán para destituirse mutuamen-
te. El cacao, por ejemplo, paga hoi derechos crecidos, i el añil no los
paga, sin otra razon que un principio demasiado jeneral, de que es
un ramo nuevo, i que libre de derechos se animará su cultivo. Pero
se ha examinado si conviene el cultivo del añil en este reino? Se
han pesado los inconvenientes que puede traer en lo sucesivo este
fomento? El añil, de ménos volumen que el cacao, i sin derechos, va
destruyendo su cultivo, que para restablecerlo se necesita de 7 a 1O
años. El añil es destructor de la población: es un ramo ya mui comun
en los mercados de Europa: la química va sustituyendo otros colores
en su lugar, i la competencia del añil no puede durar largo tiempo
sin decaer mucho de su valor. En lugar de que el cacao se hace cada
día de un uso mas universal: su cultivo no ataca a la poblacion, ni
hace temer la competencia; es una de las producciones que mas con-
vienen a este suelo; esta es su patria, i su consumo en algunas partes
546 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

era ne-
de Espa ña i en toda la América se pued e mira r como de prim
quizá
cesid ad. Así el añil debe ria paga r derec hos en este reino , que
paga r
no conv endri a que pagase en Guat emal a; i el cacao debe ria
méno s de lo que paga en el dia.
sido
Por lo que qued a dicho hasta aquí, se ve, que mi idea ha
ándo me
solo prese ntar mis pensa mien tos a un golpe de vista, sujet
su utili-
a lo que he creíd o suma ment e preciso para que se cono zca
as veces
dad, sin entra r en detalles ni reflexiones que ofuscan much
toda la
el fondo del asunt o principal; pero si se creyere que mere cen
s que
atenc ión que yo pienso, estoi pron to a levantar las dificultade
; i de
ocurr an, i a dar un plan detal lado de cada punt o en parti cular
libert ad
todos enjen eral, con los auxlios necesarios. Solo me tomo la
o incon -
de suplicar que no se decida, a prim era vista, de su utilid ad
nism o;
veniencia, sino que ántes bien se exam ine con un sabio pirro
refor-
porq ue no es extra ño enco ntrar oposicion cuan do se trata de
corre r
mar abusos inveterados, por mas esfuerzos que se haga n para
tuvo
el velo que los cubre . Newton, el prim er calcu lador del universo,
ión,
que cede r en un asunt o de cálculo al impe rio de la preoc upac
así,
cuan do se tratab a de refor mar la mone da de plata en Inglaterra;
o asun-
yo repit o lo que decia el caballero Bern ard tratan do del mism
a que
to: «Convido, decia, a todos los que cono cen el daño prese nte
rán a
en lugar de desap robar mi propo sició n haga n otra mejor: servi
la patria, i yo se lo agrad eceré de todo corazón».
me
Es necesario tener prese nte que hablo de una colon ia, i que
cular,
contr aigo a los principios que me parec e le conv ienen en parti
exanli-
sin deten erme en que estén o no recibidos gene ralm ente, ni
interes
nar si son convenientes en otras partes. Baste que sigan el
recíp roco de la colonia con la metrópoli.
o
Es necesario tamb ien advertir, que todo cuan to digo es sacad
de todo
del fondo de mis meditaciones en un encie rro, desti tuido
i que
ausilio; que no he tenid o otra guía' que mis deseos de acert ar,
hubie ra
mi situacion me disculpa de los defectos que quizá en otra
nto de
podid o evitar. Mas en política como en matemática, el conju
ado
much as verdades produ ce casi siemp re un uso útil; si yo he acert
doi por
a prese ntar algunas, aunq ue no haya atina do en el modo , me
como
satisfecho. Nada me presajia tan fuert emen te mi suert e futur a,
al pa-
la comp lacen cia que esper imen ta mi coraz ón cuan do traslado
pel el fruto de mis meditaciones i desvelos.
s
No he creid o conv enien te el mezclar en este pape l otros punto
pued en
igual ment e útiles, aunq ue no de tanta impo rtanc ia, i que se
son
mira r en parte como perte necie ntes a la policía del reino : como
osi-
los árbitr os para aume ntar las renta s de propi os i para la comp
OOCI JMl•'.N TOS 547

don de cam inos ; el mod o de dar salid a a ciertos reng


lone s part icula-
res, i el de fom enta r otros que no e ntra n en el dia
en cl ,com e rcio; los
med ios de prov eer el rein o de algu n os utcn cilios
de sum a nece sida d;
el esta blec imie nto de una fábrica de riqu ísim as
porcelan as en Pam-
plon a; el trab ajo de las mina s de plati na i del meta
l; los fond os para
man tene r i adel anta r las mision es &. &. Sobre todo
esto habl aré, si
se adop ta lo que llevo prop uesto, i que ha de se
rvir com o de base a
estos obje tos men ores . Pero deja ría sin llena r la idea
que me he pro-
pues to, si conc luye ra sin deci r una pala bra sobr
e la adm inist rac ion
de justi cia.
Una de las enfe rme dade s mas dest ructoras de
este rein o, es la
man ía de los pleit os, que junt o a la lenti tud i emb
arazo de los proce-
sos i al pilla je de los escr iban os &, a causa un atras
o in crciblc en la
fortu na de los part icula res. Nad a es mas com un que
ver un prop ieta-
rio aban don ar sus pose sion es hace r un viaje de vein
te o trein ta dias
de cam ino, perm anec er años ente ros en la puer
ta de los tribu nale s
i cons umi r fina lmen te la part e de haci enda que
tiene cultivada, por
litigar otro terre no incu lto, que ni él ni sus hijos
pod rán cultivar.
Qui én cree ría, si no lo estu viéra mos palp ando , que
en don de nada
está mas de sobr a que las tierr as, la may or parte
de los pleitos sean
por un peda zo de tierra? Pero no se limi ta a este
pun to su man ía, i el
desó rden de los proc esos . Tod os los dias vemos
com en zar un pleito
por los lind eros de unas tierras, i acab ar por la hon
ra i la h acie nda
de los litig ante s. Hom ero habr ia enco ntra do aquí
en que emp lear su
fecu nda imaj inac ion, si hub iera quer ido limitarse
a cant ar las guer ras
de los part icul ares que han com enza do por un
capr icho i acab ado
por la ruin a de ámb as part es. Pod emo s aseg urar sin
exaj erac ion, que
los pleit os en este rein o son un azot e mas dest ruct
or que los hura ca-
nes i los terre mot os en las Antillas. Yo cono zco una
pobl acio n ente ra
en la prov inci a de Mér ida, que años atras esta ba flore
cien te, i que en
el día no cono ce mas riqu ezas que los legajos de los
pleit os que la han
dest ruid o. ¿No se pod rá opo ner un diqu e a este
torre nte imp etuo so
que arra stra tras sí la deso lacio n del rein o?
Com o este pun to no me es ente ram ente prop io,
i por otra part e
teme rla exce derm e si quis iese prof undi zarl o dem
asia do, me cont en-
taré con apu ntar lo que me pare ce mas nece sario
para su r~m e~io .
Tod o el celo i activ idad de los min istro s de la real
Aud1enc1a no
pued e dar abas to a la mul titud de pleit os i causas
cri~ inal es q~e ~cu-
rren diar iam ente , i así seria conv enie nte crea r un
tribu nal cnm mal
ente ram ente sepa rado de la Aud ienc ia, o una
sala de alcaldes del
crim en com o la tien e Méj ico, para que de este mod
o se facilitara el
desp acho ; pues si los litig ante s sufr en en sus haci
enda s, no sufr en
548 EL PODER POLÍTICO EN COLO MBIA

ménos en sus person as los infelices a quiene s su desgrac ia conduc e


a una prisión ,
El adopta r aquí el estable cimien to de jueces de paz, me parece
que seria otro remedi o para cortar de algun modo la mania de los
pleitos. Si por una parte se obliga a los litigant es a que no puedan
ocurrir a los tribuna les sin habers e presen tado antes a los jueces de
paz, i oido verbalm ente las propos iciones de acomo do: i por otra les
asigna a los jueces de paz una cierta cantida d sobre los litigantes, en
el caso que termin en sus querell as, para animar los con el interes que
les resulta rá en el acomo do de las partes, creo que bien presto se ha-
rian sentir los buenos efectos de su estable cimien to.
El pié sobre que están montad os alguno s de los gobiern os, co-
rrejimi entos i tenenci as en este reino, es el método apropó sito para
manten er la tranqui lidad la justicia i el buen órden; el tráfico con sus
súbdito s ess permit ido a unos, ordena do en otros, i tolerad o a casi
todos. Este punto me arrastra ria demasi ado léjos si quisier a pintar las
estorcio nes, las injusticias i desórd enes que ocasion a esta tolerancia
o abuso; bástem e decir con un poeta:

... el vil interes,


Arbitro de la suerte,
Vende siempr e el mas débil
Al crimen del mas fuerte.

He oido decir muchas veces que estos desórd enes son inevitables
en América; pero lo cierto es, que si hai desórd enes inevitables en
todo el mundo , estos no lo son absolut amente en América. ¿Por qué
ha de ser inevitable que, como lo vemos todos los días, parta un Go-
bernad or o Tenien te sin camisa, i vuelva al cabo de tres o cuatro años
cargad o de los despojos de los pueblo s que se le confiar on para que
les admini strase justicia i promov iese su adelant amient o? Me parece
que esto necesit a remedi o, i que lo tiene: el escojer person as de luces
i de probid ad para estos empleo s; el asignarles rentas proporc iona-
das, i prohibi rles el comerc io; el promov erlos al fin de sus gobiern os
si han llenado las intenci ones del Sobera no i el castigarlos irremisi-
blemen te si han abusad o del poder que se les confiri ó son en mi con-
cepto, verdad eros remedi os para un mal tan contajioso en América,
i que puede al fin ocasion ar mui malas consec uencias , por la igno-
rancia i arbitra riedad de los que llenan comun mente estos empleos.
No sé si será fuera de propós ito el apunta r aquí, que seria con-
venien te la formacion- de un pequeñ o código crimina l americ ano.
DOCUMENTOS 549

¿Por qué los distintos climas que produce n la palma i el moscatel, no


produci rán variedad en los delitos i exijirán un método distinto de
castigarlos i precaverlos?
Además de esto, su formacio n simplificaria las fórmulas, abrevia-
ria los procesos, haria sensible el terror que trae la pronta ejecucion
del criminal, i aliviaria al inocente de una larga prision mil veces peor
que la muerte. Me parece que esta no es una obra de muchos años.
Los modelos que en esta clase ofrece hoi la Europa i el conocimiento
del hombre i de las costumbres de estos paises, para poder hacer jus-
tas aplicaciones, creo que son todos los materiales que se necesitan
para facilitar su pronta formacion.
Estos son en mi concepto , los remedios que la necesidad, la justi-
cia i el interes de la monarqu ía exijen por ahora en estas provincias.
Estos son los medios de hacer florecer el Erario, el reino i el comer-
cio nacional ; estos son finalmente, los muros de bronce que deben
asegurar una perpetu a paz apesar de cuanto han dicho respetables
políticos que conocian la América por anteojo de larga vista. Yo no
propong o el que se establezcan fábricas o manufacturas, que harian
decaer el comerci o nacional, i que perjudicarian en una colonia na-
ciente, abundan te en frutos i escasa de brazos; no me olvido de que
las riquezas de una colonia deben ser diferentes de las de la metrópo-
li, i que esta diferenc ia es la que debe entreten er el comercio recípro-
co. No propong o la impunid ad de los delitos, sino el que se castiguen
sin demora, i que se reforme n los abusos en la administracion de
justicia. No presento pensami entos metafisicos e impracticables, sino
fáciles i accequibles. No me olvido del interés de los pueblos cuando
trato del fomento del Erario, ni de este cuando hablo de los medios
de fomenta r el reino; i finalmente, en el conjunto de todas estas co-
sas mas bien que en las fuerzas de las armas, creo que consiste la
segurida d i la paz de estos dominios.
Bendito sea mil veces el sabio Ministro que a la sombra de un gran
Monarca podrá. decir: «yo plantée la paz en uno i otro mundo: por
mí respiran millares de vasallos al otro la~o de los mares; i en mis dias
la abundan cia i el contento se han derrama do en uno i otro hemisfe-
rio ,., como el rocío de la mañana sobre las flores marchitas».
Presenta do al escelentísimo señor virrei para que lo dirijiese a
S.M. en 16 de diciemb re de 1797.
Antonio Nariño

***
550 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

USUARIOS ATACAN A TODO S LOS GRUP OS POLÍT ICOS

El Tiempo, agosto 31 de 1971, p. 11.

Dice el prólog o que «resulta indispe nsable pregunG\rse por la


posició n que frente al problem a agrario han asumid o los diferentes
sectore s políticos que expresa n los interese s de la burgue sía y los te-
rrateni entes y tratar de explicarse, por lo tanto, las contrad iccione s
que parece n haber emergi do entre los sectores liberales y conser-
vadore s autode nomina dos «progresistas» y aquello s que prefier en
seguir reclam ándose como represe ntativo s de las «más puras tradi-
ciones democráticas».
«La contrad icción política más relievante emergi da en el seno de
la política de las clases domina ntes tomó la forma de un enfrenta-
miento del sector llero-lopista del liberalismo con el sector dirigi-
do por Gómez -Ospin a en el conserv ador y aparen tement e amenaza
quebra r la alianza política entre los sectores que represe ntan los in-
tereses de los grande s terraten ientes y los tradicio nales voceros de la
burgue sía colonial».
«El sector turbayista coincid e exactam ente con las tesis latifun-
distas según las cuales, la solución del problem a agrario radica, ante
todo, en promov er la colonización».
«No hay duda que el ospinismo y el turbayismo apoyan altamen te
los interes es del latifundio, aun cuando continu amente reiteran su
adhesió n a los princip ios de la Ley 135, precisa mente porque , como
ya se hizo notar, una reform a agraria de este tipo constituye la per-
fecta combin ación entre la política de retenci ón del campesinado
parcela rio sobre sus tierras y el modo de desarro llo neocolo nial de la
agricul tura y la ganade ría».
«Para el expresi dente Ospina Pérez una reform a agraria integral
es ante to~o, afirmac ión de la propied ad, "porqu e no se puede hacer
propiet arios destruy endo el derech o de propied ad ... "».

Críticas a Lleras R.estrepo


Sostien en los usuario s que «resulta mucho más comple jo juzgar los
interes es que mueve n al sector llero-lopista y ello, especia lmente , por
la gran diferen cia que se observa entre las declara ciones que formal-
mente emiten ahora alguno s de sus voceros y la política misma que
ha puesto en práctic a cuando en el propio gobiern o del Presidente
Lleras ocupar on cargos en la ejecuci ón instituc ional de las políticas
para el sector agrope cuario» .
DOCUMEN TOS 551

Los usuario s declara n que «el llerismo coincid e perfect amente


con la posició n del actual gobern o» en lo que se refiere a la política
agraria y el problem a de las migraci ones campes inas hacia las ciuda-
des.
«Ademá s, la estrateg ia llerista se ha hecho muy pocas ilusione s
sobre la posibili dad de solucio nar algún problem a del sector agro-
pecuari o sin crear condici ones previas de acelera da expans ión en la
industri a» .
«De allí que la estrateg ia llerista con relación al problem a del cam-
pesinad o se haya basado en la combin ación de tres tácticas , además
del interés electora l que les inspira ba este sector en primer lugar,
retener al campes inado parcela rio sobre sus tierras, aflojar tensio-
nes sociales en el campo y utilizar tácticas de alta densida d de mano
de obra en el mayor número posible de las ramas de la produc ción
agrope cuana».
«Como se ve, este program a no tiene nada de progres ista. Inclu-
so la creació n de la Asociac ión de Usuario s Campe sinos obedec ió al
vano intento de concen trar y reducir los esfuerz os del campe sinado a
la simple obtenc ión de servicio s más ágiles por parte de las entidad es
del sector público . .. ».
«En término s general es, puede sostene rse que, en definiti va, la
política del llerism o carece de un enfoqu e progres ista, aun cuando
aislada mente parecer ía present ar rasgos de esta natural eza».
«Polític amente , la fracció n llero-lo pista busca garanti zar una
alianza con el campes inado parcela rio que pueda contrar restar el
avance elector al de la Anapo y el descon tento de las masas . . . ».

Contra la Anapo
En relació n con los lineam ientos de la política agraria de la Alianza
Popular , dicen los usuario s:
«Anapo no es una amenaz a a la hegem onía del capitali smo. En
la práctica la Anapo es un movim iento domina do por la ideolog ía
de la pequeñ a burgue sía que busca por todos los medios posible s la
multipl icación y la perman encia de un hecho primor dial: el respeto
de toda propied ad».
«El regresi va proyec to ideológ ico de reform a agraria formul ado
por la Anapo corresp onde a la idea de la multipl icación de los pro-
pietario s por progra mas de coloniz ación en gran escala. El progra ma
agrario de Anapo resulta increíb lement e incohe rente, confus o y re-
acciona rio».
552 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

Proyecto del gobierno


Finalmen te los usuarios critican el proyecto de modificaciones a la
reforma agraria, presentad o por el gobierno al Congreso.
«El proyecto, en algunos artículos como el de la participación
de utilidades, fue concebido para aliviar un poco la tensión en el
campo en el marco, desde luego, de los intereses de la burguesía y
del latifundio. Dicho mecanismo, tal como está ideado, elimina toda
posibilidad por parte de los trabajadores de discutir el origen de las
utilidades y su cuantía. Represent a la posición de la clase burgue-
sa-terrateniente, que entiende en una u otra forma, el peligro que
represent a la conflictiva situación en el campo colombiano, pero no
se decide, por sus limitaciones elásticas, a ir más allá de "sacrificar
el concepto de propiedad ", pero en manera alguna a sacrificar un
propietari o».

***
La plataform a aprobada por la ANUC en Fúquene Isla del San-
tuario el 22 de agosto de 1971 pretende marcar la orientació n del
movimiento campesino colombiano para lograr una verdadera re-
forma agraria cambiando la estructura de la tenencia de la tierra en
Colombia.

PRIMER MANDATO CAMPESINO

La Asociación Nacional de Usuarios Campesinos de Colombia, cons-


ciente de las limitaciones y de los intereses de clase de los partidos
políticos que hoy tienen asiento en el Congreso de la República, para
dar solución a la cuestión agraria colombiana en el marco de los in-
tereses de la clase campesina y de la mayoría de nuestro pueblo y
convencida, por otra parte, de la inoperanc ia del llamado Instituto
Colombiano de la Reforma Agraria, Incora, y de la falta de decisión
política del gobierno nacional para adelantar un proceso de reforma
agraria, democrático, masivo y rápido, que transforme radicalmente
la actual estructura agraria colombiana, y la sustituya por un sistema
justo de propiedad , tenencia y explotación de la tierra que al mismo
tiempo garantice la justicia social en el campo y el desarrollo econó-
mico del país,
DOCUMENTOS 553

Resuelve:

Aprobar y publicar el presente documento, que será conocido con el


nombre de PRIMER MANDATO CAMPESINO, y cuyo desarrollo y
ejecución se adscribe a las Asociaciones de Usuarios Campesinos ,, a
los organismos que se crean en virtud del mismo. ·

CAPÍTULO I
OBJETIVOS DEL MANDATO

ARTÍCULO 1º -Inspirado en la necesidad de incorporar al cam-


pesinado a los procesos de decisiones nacionales y promoYer el de-
sarrollo socioeconórnico del país sobre bases de justicia y equidad, y
teniendo en cuenta la función social que la Constitución de la Repú-
blica asigna a la propiedad, este Mandato tiene por objeto crear las
condiciones para modificar, bajo el lema de TIERRA SIN PATRO-
NOS, la estructura del campo colombiano, mediante un proceso de
reforma agraria que parta de los siguientes presupuestos:
a) Eliminación del monopolio sobre la tierra y liquidación defini-
tiva de la propiedad latifundista.
b) Prohibición y liquidación de los sistemas aberrantes de arren-
damiento, aparceria, poramberia, agregados, vivientes y similares.
c) Entrega de la tierra gratuita y rápidamente a los que la trabajan
o quieren trabajarla.
d) Sustitución del actual régimen de propiedad, tenencia y explo-
tación de la tierra, por el de las grandes unidades de las coope-
rativas de autogestión campesina, sobre la base de la asociación
voluntaria y el desarrollo tecnológico del campo.
e) Proteger al pequeño y mediano propietario que explota direc-
tamente su predio, ayudándole a desarrollar su producción so-
bre bases cada vez más técnicas y económicas, facilitándoles su
tránsito gradual y voluntario a las explotaciones cooperativas de
autogestión campesina.
f) Dar la debida protección al pequeño y mediano campesino,
víctima inconsciente del actual régimen, para eliminar las secue-
las de los prestamistas, intermediarios y usureros que se expresan
en los juicios de desahucios que se han adelantado y continúan
adelantándose, o de cualquier procedimiento que implique su
desalojo de la parcela donde trabaja.
g) Facilitar a las explotaciones, cooperativas de autogestión cam-
pesina y a los pequeños y medianos propietarios, la asistencia
554 EL PODER POLITICO EN COLOMBIA

técnica, la maquinaria, el crédito suficiente y oportuno, adecua-


dos sistemas de mercadeo, programas de vivienda, educación, sa-
lud y seguridad social.
h) Crear fuentes de trabajo y propender por el crecimiento y di-
versificación de la industria y del aprovechamiento racional de los
recursos naturales.

CAPÍTULO 11
DE LOS ORGANISMOS DEL MANDATO
ARTÍCULO 2º -Con el objeto de acelerar el proceso antes descrito,
y lograr su realización, así como contribuir efectivamente a la búsque-
da de soluciones a los problemas surgidos en el campo colombiano,
créanse los consejos ejecutivos de reforma agraria a nivel nacional,
departamental, regional, municipal y veredal.
ARTÍCULO 3º -La composición de los consejos ejecutivos de
reforma agraria será, en lo posible, la siguiente:
Dos representantes de los asalariados agrícolas, peones, jornale-
ros o 1guazos.
Dos representantes de la Asociación de Usuarios Campesinos.
Un representante de los medianos propietarios.
Un representante de los pequeños propietarios.
Dos representantes de las cooperativas de autogestión campesina.
Dos representantes de los campesinos de zonas de colonización.
Dos representantes de los campesinos indígenas.
Dos representantes de los obreros sindicalizados.
PARÁGRAFO. Podrán hacer parte de los consejos ejecutivos de
reforma agraria, representantes de organizaciones que estén identi-
ficadas con los objetivos del Mandato y que la respectiva asociación
estime conveniente.
ARTÍCULO 4º -Los representantes de los consejos ejecutivos de
reforma agraria serán designados por las Asociaciones de Usuarios,
nacional, departamental, municipal y veredal, quienes de inmediato
deben proceder a nombrarlos teniendo en cuenta los criterios ftja-
dos para ello. Los miembros de los consejos ejecutivos de reforma
agraria son de libre nombramiento y remoción de las Asociaciones
de Usuarios Campesinos.
ARTÍCULO 5º -Los consejos ejecutivos municipales de reforma
agraria gozarán de plena autonomía para determinar la posible cabi-
da máxima que una persona natural o jurídica pueda poseer en una
zona o municipio del país y, además, para adelantar las funciones
DOCUMENTOS 555

que le asigne expresa mente este Mandato . Las determi nacione s de


los consejos veredale s de reforma agraria en cuanto hace la fijación
del límite máximo de la cabida, sólo se tomarán en cuenta, cuan-
do estén aprobad os por el respectivo consejo municip al de reforma
agrana.
Los consejos nacional es y departam entales de reforma agraria son
coordin adores y asesores de los demás consejos que se encuent ren
bajo su jurisdicc ión y tendrán además de las funcione s establecidas
por los consejos, la de velar por la aplicación consecu ente de este
Mandato y resolver en última instancia los problem as que no se pue-
dan solucion ar a niveles inferiores.
ARTÍCULO 6º -Para determi nar la cabida máxima que una per-
sona natural o juridica pueda poseer en un municip io del país, los
consejos ejecutivos municip ales de reforma agraria tendrán en cuen-
ta EL INGRESO MEDIO VITAL que una familia campesi na necesite
para la satisfacción de sus necesidades. Para la obtenció n del ingreso
medio vital se tendrá en cuenta la fertilidad del suelo, topograf ía,
vías de comunic ación, distancias a centros urbanos , clase de cultivo y
població n familiar.
El consejo naciona l de la reforma agraria reglame ntará lo perti-
nente.
PARÁGRAFO. -Los consejos municip ales de reforma agraria de-
termina rán a quienes se consider en como mediano s propieta rios.
ARTÍCULO 7º -Son funcione s de los consejos ejecutivos de re-
forma agraria las siguientes:
a) Interven ir para buscar la solución más conveni ente a los pro-
blemas a que diere lugar la inequitativa distribuc ión de la tierra,
especial mente en los casos de ocupació n.
b) Resolver los conflictos que a nivel campesi no se presenta ren
por problem as de tierras, siempre y cuando los campesi nos cuya
diferenc ia trata de dirimirse, se sometan a la decisión del consejo.
Las decision es de los consejos de reforma agraria son apelables
ante la junta directiva de la Asociación Municip al de Usuarios, la
cual resolver á en primera instancia.
c) Adelant ar los estudios o investigaciones tendient es a aportar
element os de juicio para determi nar el posible máximo de la pro-
piedad privada que una persona natural podria poseer en una
zona o municip io del país.
d) Propone r con base en estos estudios la posible cabida máxima
de la propied ad privada en el área de una zona o municip io.
e) Elabora r un censo lo ~ás complet o posible sobre los pre-
dios que podrian estar por encima del límite máximo fijado
556 EL PODER POLÍTIC O EN COLOMBIA

tentat ivame nte por el conse jo ejecut ivo munic ipal de reform a
agrari a y de los que se encue ntren afecta dos por arrend atario s,
aparc eros o simila res, o estén aband onado s por más de dos años,
o sean de propi edad de perso nas jurídi cas distin tas a empre sas
comu nitari as o coope rativa s de autog estión campe sina, señala n-
do su grado de explo tación econó mica, agríco la o ganad era y su
extens ión.
f) Recog er la inform ación y organ izar un listado de los campe si-
nos sin tierra, de los asalar iados perma nente s y transi torios , de los
arrend atario s, aparc eros o simila res, y de los peque ños propie ta-
rios o minifu ndista s.
g) Tram itar y decid ir sobre las solicit udes de las organ izacio nes
campe sinas o de los campe sinos indivi dualm ente, que se hicier en
con relaci ón a la coloni zación , expro piació n, adjud icació n, explo-
tación y demás aspect os de la reform a.
h) Estim ular y ayuda r a las coope rativa s de autog estión campe sina
que se consti tuyan y al desarr ollo econó mico y técnic o de la pe-
queña y media na propie dad.
i) Establ ecer relaci ones con las entida des públic as y privad as que
tenga n que ver con el desarr ollo de la comu nidad en el camp o re-
lativos a la reform a agrari a, y coord inar la presta ción de servicios.
j) Organ izar charla s y confer encias para divulg ar el conte nido del
Mand ato.
k) Las demás que les asigne n el Mand ato y su reglam ento.
ARTÍ CULO 8º -Los consej os ejecut ivos de reform a agrari a y sus
miem bros perso nalme nte estará n obliga dos a rendi r cuent as de sus
gestio nes a las respec tivas asocia ciones de usuari os campe sinos.

CAPÍ TULO 111


ASPE CTOS PROG RAM ÁTIC OS DEL MAN DATO

ARTÍ CULO 9º -Los aspect os del progr ama agrari o que deben servir
de base para el trabaj o de motiv ación, concie ntizac ión y organ iza-
ción a realiz ar por los conse jos ej~cut ivos de reform a agrari a son:
1. Crear las condi ciones para que se establ ezca al tenor del artícu -
lo 30 de la Const itució n Nacio nal la expro piació n como la úni-
ca forma de adqui rir predio s de propi edad privad a con destin o
a la reform a agrari a.
2. Logra r que sean declar adas de utilid ad e interé s social , y por
lo tanto expro piable s, las grand es propi edade s latifun distas de
person as natura les o jurídi cas.
DOCUMENTOS
557

3. Lograr que se establezca y apruebe la unidad de predios para


efectos de expropiación, esto es, que se considere como un solo
predio los que pertenezcan en el país a. una misma persona
natural o jurídica y, en consecuencia, la expropiación recaiga
sobre el área excedente a la cabida máxima ftjada para la zona
o municipio, donde se encuentre ubicada. '
4. Lograr que se prohíba la tenencia y propiedad de predios rura-
les por parte de sociedades anónimas o cualquier otro tipo de
sociedades distintas a las empresas de autogestión campesinas.
5. Lograr que para establecer el límite máximo de la propiedad
privada de personas naturales en el país se tengan en cuenta los
estudios o investigaciones realizados por los consejos ejecutivos
de reforma agraria y su proposición sobre el límite de la cabida
máxima.
6. Lograr que sea reconocida la utilidad pública y el interés social
en la expropiación de la totalidad de los predios de propiedad
de sociedades anónimas o cualquier otro tipo de sociedades
distintos a las empresas cooperativas de autogestión campesina;
en la totalidad de los predios abandonados por sus dueños por
más de dos años, en la totalidad de los predios con arrendata-
rios, aparceros o similares, respetando la pequeña y mediana
propiedad.
7. Lograr la declaratoria de utilidad pública e interés social, en la
expropiación de las instalaciones, edificaciones, maquinarias,
ganado y demás medios de producción de los latifundios con
desarrollo agroindustrial o ganadero que para su operación
utilicen mano de obra asalariada, para ser explotada por los
propios trabajadores.
8. Lograr se declare la afectibilidad para fines de reforma agraria
de los predios rústicos concedidos para las explotaciones de
hidrocarburos y demás actividades mineras y las dadas en con-
cesiones para explotaciones madereras, cuando pudiere n ser
explotadas en producciones agropecuarias campesinas, sin per-
juicio de interferir el desarrollo de las actividades antes citadas.
9. Lograr que las tierras de propied ad de la nación sean declara-
das «TIERRAS DE PROPIEDAD SOCIAL» y se prohíba, en lo
posible, su adjudicación a título de propied ad privada; queda-
ría excluido el siguiente caso:
Que el actual poseed or demuestre su posesión y explotación
con anterio ridad a este Mandato, y que la extensión adjudicada
no exceda el límite máximo fijado para la zona o municipio
donde esté ubicado.
558 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

10. Lograr sean abolidos los contratos de arrendamiento, aparcería,


porambería, 1nedianería, agregados y que las deudas pendien-
tes contraídas entre campesinos y latifundistas, sean declaradas
extinguidas.
11. Lograr sean igualmente extinguidas todas las garantías reales
o hipotecarias con que estén grabados los predios de propie-
tarios por debajo de la cabida máxima fijada para una zona o
municipio del país y las tierras expropiadas para los fines de la
reforma agraria.
12. Lograr que las tierras expropiadas sean adjudicadas en forma
gratuita a los campesinos que las trabajan o quieran trabajar-
las y las deudas pendientes por compra de tierras por parte de
campesinos al Estado, o a las latifundistas, sean declaradas ex-
tinguidas.
13. Lograr sean declarados inembargables los predios cuya exten-
sión sea inferior a la cabida máxima ftjada para una zona o mu-
nicipio del país por los consejos ejecutivos de reforma agraria
y, en consecuencia, los juicios de desahucio o cualquier otro
procedimiento que implique desalojo del predio o de la par-
cela por parte del campesino trabajador, sea suspendido en el
estado en que se encuentre, inclusive habiéndose dictado sen-
tencia.
14. Lograr que le sea reconocido el derecho a los latifundistas
expropiados de retener una extensión igual al máximo de la
cabida establecida para una zona o municipio del país donde
estuviere ubicado el predio garantizándole la unidad de la por-
ción que haya de retener y la distribución equitativa y justa de
las aguas.
15. Lograr que los pequeños propietarios minifundistas que po-
sean extensión inferior al ingreso medio vital se les adjudique
gratuitamente las tierras necesarias para completarlo.
16. Lograr que puedan ser distribuidas entre los campesinos las
tierras de la nación, los departamentos y los municipios, excep-
tuando apenas los siguientes casos:
a) Las entregadas a las empresas de autogestión campesina o a los
campesinos individuales.
b) Las que se dedicaren a establecimientos públicos o granjas de
servicio general a la comunidad, mientras se mantenga esta situa-
ción para el cumplimiento de sus propios fines de modo directo,
sin derivar de ello renta.
c) Las áreas dedicadas a fines de enseñanza, recreación popular,
fomento agropecuario, investigación y salubridad social.
DOCUMl-:NTOS 559

d) Las {1reas destinadas a programas de vivienda popular.


e) Las declaradas reservas nacionales.
t) Las destinadas a ciertos fines de asistencia social previa declara-
toria de su carácter por el respectivo cons~jo municipal de refor-
ma a~raria.
ARTICULO 1O" -Por los latifundios expropiados, no se pagará
ninguna indemnización . . . . .
ARTÍCULO 11 11 -Las instalacion es, ed1ficac1on es, maqumanas,
g,mados y demás medios de producción que hub_iere lugar a ~-xp:o-
piar para los fin es de la reform a agraria se rán obje to de tasac1on m-
dependient.e y su pago correrá por cue nta del Estado. . .
ARTÍCULO .12 11 -Las tierras expropiadas o de prop iedad soCial
se dedicarán o cooperativas de autogesti ón campesina o se d istri bui-
rán en parcelas a los campesinos, de acue rdo co n la decisió n de l res-
pectivo consejo ~jec utivo de reform a agraria, pre\~a consul ta co n los
campesinos beneficiarios. . .
ARTÍCULO 132 -Los latifundios con desarro ll o agro rndustnal o
ganadero se destinará n a la producció n po r e l siste m a d e coo pe ra ti -
vas de autogestión campesina.
ARTÍCULO 142 -Elaborar un Estatut o de la C.oo pe ració n Agra-
ria que se fundamente en lo siguienre:
l. Las cooperativas de autogestió n cam pesina son e mpresas de
producción a gran escala que su rge n d e la unió n vo lu ntari a d e
pequeños propicta 1ios. d e la ~xpropiaci ó n de la üfun d ios con
desarrollo indusu·ial o ganadt'ro v d e la decisió n de un gru po
de beneficiarios de la reform a agrar ia.
2. Las coopera tivas de aurogesri ón campt.>si na se basan e n el u-aba-
jo colectivo de socios con ig ualdad de de rec hos y deberes y rea-
lizan Loda su actividad eco nó mi ca . con ple na inde pe nde n cia ,
basándose en la de mocracia inLe rna coope rativa y su p ropio
reglamento.
3. Los principios de la Organización y de las fo rmas d e trabajo
de las coope rativas de autogestió n campes ina , los derech os y
obligaciones de sus mie mbros deben quedar reglam e n tados e n
el Estatu to de la Cooperació n Agraria.
4. Las coopera tivas de autogestió n cam pesin a pod rán decidir e n
dejar una parte de la e xplotación p ara parcelas de beneficio
individual e n la proporció n que Jo determin e n los socios.
5, Las ~ooperativas de auto,g estió n cam pesina plan earán su pro-
ducc1.ón de acuerdo con las n ecesidades del desarrollo na cio-
nal, ron m iras a satisfacer las necesidades d.e alimento d e la
población colombiana susti tuir el mo nocul tivo consolidando
560 EL PODER POLlT lCO EN COl.<.H,llllA

nuevos renglones d e producción con d estino a la exportació n y


proveer a la industria de materias primas.
ARTÍCULO 15º -De acuerdo con la socializació n de los medi os
de producción y el desarrollo tecnológico alcanzado y para combinar
el interés gen eral con el inte rés individual exist.irún los siguientes
tipos de cooperativas de autogestión campesin a:
Tipo l º. Coope rativas d e producció n y se rvicios basados e n la pe-
queña y mediana propiedad , con el fin d e utilizar m aquin arias . se mi-
llas, etc. , y organizar el me rcad eo d e productos.
Tipo 2º. Cooperativas basad as e n el aporte d e parce las d e distintos
valores y el trabajo conjunto.
Tipo 3º. Cooperativas sobre la base d e la colectivizació n d e latifun-
dios expropiados que se encuentre n inad ecuadam e nte explotados.
Tipo 4º. Cooperativas sobre la base de la colectivizació n de los
latifundios con desarrollo agroindustrial.
Tipo 5º. Cooperativas sobre tierras d e propied ad social.
ARTÍCULO 16º -El Estatuto de la Cooperación Agraria velará:
a) Por establecer una estrecha cooperación entre los campesin os
cooperados y los individuales.
b) Por la creación de un Banco Agrario que proyea d e crédito a
las cooperativas de autogestión campesina y a los peque úos y me-
dianos propietarios para el fomento de la producción. Este ban co
adaptará su política de crédito a las determinacione s del organis-
mo ejecutor de la reforma agraria.
c) Que sea decretada la nacionalización de las importaciones de
maquinaria e insumos agropecuarios y se adscriba su administra-
ción al organismo de la asistencia técnica de la reforma agraria,
el cual deberá establecer en distintas zonas del país, estaciones de
maquinarias para satisfacer las necesidades técnicas de las coope-
rativas de autogestión campesina de las propiedades individuales.
Dichas estaciones suministrarán maquinarias a las cooperativas y
prestarán por precios módicos los servicios de utilización de estos
equipos y maquinarias mediante el alquiler a quien necesite de
ellos.
d) Adelantar programas de vivienda en las cooperativas para lo
cual deben destinarse los aportes respectivos.
e) El Estado debe destinar de su presupuesto las cantidades su-
ficientes para la realización y desarrollo de la Reforma Agraria
propuesta.
f) Elaborar programas de seguridad social en el campo como
complemento de la Reforma Agraria.
DOCUMENTOS
561

g) Que el Estado por inte rme dio del organismo


de la asistencia
téaü ca de la Refo rma Agraria establezca cent ros de
investigación
de cará cter agro nóm ico o zootécnico y cent ros de asist
encia técni-
ca para cons ulta de los campesinos y de las cooperati
vas.
ARTÍCULO 17º - Para logr ar la mod erni zaci ón y
mecanización
del ca1npo el Estado debe fom enta r la cons truc ción
de una indu stria
naci onal de maquimu-ias.
Los objetivos del Man dato servirán de guía para
su reglamenta-
ción , inte rpre tació n y ejecución.
Este Man dato rige desd e la apro baci ón por part e
de la Junt a Di-
rectiva Nacional.
Los cam pesi nos pued en hace r más por Colombia
com o hom bres
libres que com o esclavos.
Fúq uene , Isla del Santuario, 22 de agosto de 1971.

Asociación Nacional de Usuarios Campesinos


IV Junt a Directiva Nacional
ÍNDICE

PRÓLOGO ...................................................................... . 7
Notas ........................................................................... . 15

INTRODUCCIÓN··························································· 17

CAPÍTULO l. CONSIDERACIONES TEÓRICAS


YMETODOLÓGICAS ................................................... . 19
Notas ............................................................................ . 24

CAPÍTULO 2. LAS HERENCIAS


YAPTITUDES TRADICIONALES ................................ . 25
El «gremio político» ................................................... . 29
Partidos y asociaciones ............................................... . 32
América Latina - Historia y poder ............................ .. 35
Notas ........................................................................... . 37

CAPÍTULO 3. LAS ASOCIACIONES INICIALES


YIAPARTICIPACIÓN EN EL PODER ...................... .. 39
El grupo indígena y el individuo ibérico ................. .. 39
La esencia de la encomienda .................................... . 44
., es e1cacique
¿Qu1en . ~
................................................. .. 45
El grupo indígena como productor ......................... .. 49
La evolución de los tributos ..................................... .. 52
La encomienda y la ley.. :............................................ . 55
La encomienda y la tradición ibérica ........................ . 56
La estructura funcional de la encomienda .............. .. 61
564 EL POUER POLÍTICO EN COLOMBIA

Asociación, estratifi cación y movilid ad social............ 72


Autorit arismo, paterna lismo, individu alismo. ........... 74
Notas............................................................................ 80

CAPÍT ULO 4. LA ENCOM IENDA


YELPO DERPO LÍTICO ........... ........... ........... ........... .... 91
La sede geográf ica del gobiern o .. .. ... .. .... .. .. .. .. .. .. .. ... .. 91
Los·enc omende ros y el poder regional.................... . 94
El mecani smo de la particip ación política ................ 97
Notas............................................................................ 99

CAPÍT ULO 5 - TIERRA, DEMOGRAFÍA,


PRESTIGIO...................................................................... 101
La extinció n del indígen a y el mestizaje................. .. . l 01
Las tierras del encome ndero.. ..... ............................... 103
Individ uo, prestigio, participación...................... ...... . 11 O
Paterna lismo, autorita rismo,
solidari dad adscrip ticia .... ... .. .... ... .. .. .. .. .. .. ..... .. .. .. ... .. ... 114
Latifun dismo, Iglesia, ciudad ... .. .. ... ... .. .. .... .... ... .. .. .. ... 119
Las zonas dependientes......................................... ..... 123
Caña, ganado , esclavos................................................ 125
El polvo de oro............................................................ 131
El país de los «lienzos bastos»..................................... 14 l
Notas............................................................................ 147

CAPÍT ULO 6. GUERRA YPAZ.


LAS ASOCIACIONES INCOMPATIBLES .. ....... ........ .. . 177
La estructu ra del poder «hacendario» ..................... .. 177
El poder colectivo de «El Común»............................. 181
El poder de negociación................................ ............. 185
Los temas de la querella .. .... .. .. .. ... .. .. .. .. .. .. ... ..... ... ... ... . 188
Las dimens iones y el perfil de la lucha .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. 191
Notas............................................................................ 197

CAPÍTU LO 7. EL DESENLACE DE LAS TENSIO NES


POLÍTICAS...................................................................... 199
Violencia y captació n sociales..................................... 199
El escalam iento del poder supremo.......................... 205
El perfil del modelo domina nte ................................. 210
ÍNDICE 565

Los contex tos del prestig io ........................................ . 212


Notas ············································································ 217

CAPÍT ULO 8. LA HACIE NDA YEL NACIM IENTO


DE LOS PARTI DOS POLÍT ICOS ·································· 223
Comer ciantes y hacend ados ............... ....................... . 223
Las evidenc ias iniciale s ··············································· 224
Central istas y federal istas .......................................... .. 227
Ideolog ías y recluta miento ........................................ . 229
El «escua drón de arrenda tarios» ............................... . 235
Las disensi ones del Casana re ................................... .. 241
La estruct ura y el carácte r
del nuevo ejército ....................................................... . 244
La iniciaci ón históric a del conflict o .......................... . 255
El conflic to en la disoluc ión de Colomb ia .............. .. 258
El Ejército Regula r se niega a morir ......................... . 267
El balance de la transici ón ........................................ .. 270
Vino nuevo en odres viejos ....................................... .. 279
El modelo de los consum os ...................................... .. 286
La «empre sa capitali sta»
y el predom inio político ............................................ . 291
Iglesia y contra- Iglesia ............................................ :... . 295
Las raíces de la revoluc ión de Melo .......................... . 299
El espectr o de Banquo ............................................... . 304
Las condic iones del poder en 1854 .......................... . 309
Burocr acia, religión y guerra civil ............................. . 313
Notas ........................................................................... . 317

CAPÍT ULO 9. LA CONFL UENCI A


DE DOS MUND OS ........................................................ . 339
La diverge ncia excepc ional ................... •· •••••••••···· ······ 339
343
Hacia la particip ación electiva ....................... •····•·······
Clases, expecta tivas y descub rimient os ..................... . 351
354
«Las reconci liacion es» ................. •••••••••······· ···············
360
Terrate nientes y especu ladores financi eros ............. .
Los partido s tradicio nales
368
Y el central ismo capitali sta ...................... ····················
377
¡Empaj en, para que se acabe esto!. ........................... .
383
La modern ización industr ial ...... ••••••··················· ·······

;
566 EL PODER POLÍTICO EN COLOMBIA

Indust ria manuf acture ra fabril* ................................ . 385


Los mome ntos de la conflu encia ............................. .. 388
El clero, burocr acia de enlace ................................... . 393
Paz indust rial y violen cia rural .................................. . 399
Urban izació n, proleta rizació n, sindicalismo ............ . 405
Las captac iones estratégicas ...................................... . 409
La grieta crítica del model o ...................................... . 415
Etiolo gía de la «violencia» ......................................... . 421
La violen cia y las nuevas estruc turas asociativas ...... .. 425
De «salvador de la repúbl ica»
.
a f ast1.d.1oso «tlrano » ................................................... . 429
La renun cia a las viejas armas .................................... . 433
.
La «pasm osa 1nnova .,, .......................................... .
c1on» 439
Estruc tura social y estruc tura
de las asocia ciones ...................................................... . 441
Las condic iones asociativas
para el cambi o de valores ......................................... .. 444
Valores y conflicto de valores .................................... . 448
Notas ........................................................................... . 451

CAPÍT ULO 10. ESTRUCTURA ASOCIATIVA


Y DESA RROL LO ............................................................ . 473
Notas ........................................................................... . 478

APÉNDICES ................................................................... . 481


Santa Fe y Tunja - 1755 ............................................. .. 481
Adjud icació n de solares y merce des de tierras ........ .. 483
Memo rial del cabild o del socorr o al virrey-............... . 498
Acta de Indep enden cia del Socorr o ........................ .. 503
Instru cción .................................................................. . 505
Acta de la institu ción del estado libre
e indepe ndient e del Socor ro .................................... :. 512
Carta de renun cua de don Miguel Sampe r
al doctor Francisco Javier Zaldúa, en el año 1882
de su cargo de secret ario de Hacie nda .................... .. 516

DOCU MENT OS .............................. :.............................. . 523


Conce sión al corone l Biddle ..................................... . 525
ÍNDICE 567

Privile gio para una comun icación


de transp orte del Atlánti co y del Pacífic o......... ......... 526
Sobre un nuevo plan de admini stració n
en el Nuevo Reino de Granad a......... ........... ........... ... 533
Usuari os atacan a todos los grupos político s......... .... 550
Primer manda to campe sino ....... .............. ............... ... 552
CAPÍT ULO 1......... ........... ........... ........... ........... ........... 553
Objetiv os del Manda to........ ........... ........... ...... ............ 553

CAPÍT ULO 11 .. .. ........... ............................................... 554


De los organi smos del Manda to........ ........... ........... ... 54
CAPÍT ULO l11...... ........... ........... ........... ........... ........... 556
Aspect os progra mático s del Manda to........ ........... ..... 556
Las reflexiones de este ensayo marcaron un hito en el
momento de su aparición, a mediados de la década del
setenta del siglo pasado, y se convirtieron con el tiempo
en referencia obligada de estudios posteriores. Fernando
Guillén Martínez fue, en palabras del prologuista Fernán
González, un iconoclasta porque con este trabajo logró
varias rupturas contundentes. Por una parte, con la
historia política tradicional, acartonada y decimonónica,
a la que solo le importaba el listado de próceres,
pre@dentes y guerra civiles. Por otra, con la mirada
economicista de la historia política, que subordinaba
esta a las condiciones del desarrollo económico nacional
e internacional. Lo que Guillén hizo en esta obra fue
mirar las raíces sociales del poder político en el país. En
el proceso se preguntó cómo los tipos de la sociabilidad
prepolítica, heredados de la encomienda colonial y la
hacienda de mediados del siglo XIX, incidieron en las
sociabilidades políticas que constituyeron la base social
del bipartidismo y les permitieron a conservadores y
liberales organizarse de una manera muy pragmática.

ISBN-13: 978-958-42-4739-1
ISBN-1 O: 958-42-4739-5
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U 1
9 7895 7391 H I ST ORl~

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