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La construcción del sujeto en la literatura y la filosofía

Filosofía: sujeto y objeto


Categorías filosóficas. En un principio (por ejemplo, en Aristóteles), el sujeto se
concebía como portador de algunas propiedades, estados y acciones; en este
sentido, era idéntico al concepto de substancia. Dicho sentido del término “sujeto”
se conserva hasta en nuestros días. Sin embargo, a partir del siglo XVII, el
concepto de “sujeto”, lo mismo que el de “objeto” –que le es correlativo–
empezaron a emplearse, ante todo, en sentido gnoseológico.

Por sujeto hoy se entiende al hombre, que obra y conoce activamente,


está dotado de conciencia y voluntad; por objeto, lo dado en el conocimiento
o aquello hacia lo que está orientada la actividad cognoscente u otra
actividad del sujeto. Materialismo e idealismo han resuelto de manera distinta el
problema de la relación entre el sujeto y el objeto, problema unido a la cuestión
fundamental de la filosofía. El materialismo ha considerado el objeto como
existiendo independientemente del sujeto, lo ha concebido como mundo
objetivo y, en sentido estricto, como objeto de cognición. Sin embargo, el
materialismo pre-marxista no podía resolver científicamente el problema de la
relación entre objeto y sujeto, pues veía sus relaciones recíprocas sólo como
acción del primero sobre el segundo. Además, el sujeto era concebido como algo
pasivo, que sólo recibía la acción exterior. Se tomaba al sujeto como hombre
aislado, cuya esencia se veía únicamente en su origen natural. El sujeto
permanecía pasivo no sólo en el terreno de la cognición, sino, además, en el de la
actividad práctica, ya que el viejo materialismo no podía comprender el carácter,
objetivamente sujeto a ley, de la actividad del hombre, que persigue sus fines
subjetivos.

El punto de vista del idealismo sobre esa cuestión es opuesto. Los idealistas
inferían sólo de la actividad del sujeto la interacción entre sujeto y objeto, así como
la existencia misma del objeto, intentando en este plano explicar el papel activo
del sujeto en el conocer. El idealismo subjetivo, además, entendía el sujeto
como unidad de la actividad psíquica del individuo, y eliminaba el objeto,
concebido sólo como conjunto de estados del sujeto. Son valiosas las conjeturas
del idealismo objetivo, especialmente de Hegel, relativas al papel de la práctica
en la relación entre sujeto y objeto, a la dependencia en que esta relación se halla
respecto de la historia, a la naturaleza social del sujeto. Ahora bien, al conferir
valor absoluto a la actividad gnoseológica del sujeto, como es inherente al
idealismo, se llegó a la conclusión de que el objeto es resultado y producto de
la actividad del sujeto, al que se entendía, por añadidura, como ser o substancia
puramente ideal.
El materialismo dialéctico parte de que el objeto existe con independencia
del sujeto, pero a la vez los considera formando una unidad. El sujeto mismo en
otra relación es objeto, por lo cual se subordina a las leyes objetivas. De ahí que
no exista un abismo de principio entre sujeto y objeto. La base de su interacción
se halla constituida por la práctica histórico-social de la humanidad, y sólo
partiendo de semejante práctica es posible llegar a comprender la actividad
gnoseológica del sujeto. Esto significa que el hombre pasa a ser sujeto sólo en
la historia, en la sociedad; por ende, no es un individuo abstracto, sino un
ser social, cuyas facultades y posibilidades han sido formadas, en su
totalidad, por la práctica. Aun siendo una fuerza activa en la interacción del
sujeto con el objeto, el hombre depende, en su actividad, del objeto, dado que éste
establece determinados límites a la actividad libre del sujeto. Así surge la
necesidad de conocer las leyes del objeto para poder concordar con él la actividad
del conocimiento. La acción del sujeto, asimismo, se encuentra condicionada
objetivamente por sus necesidades y por el nivel a que haya llegado el desarrollo
de la producción. En dependencia de tal nivel, así como del grado de conocimiento
de las leyes objetivas, el hombre se fija fines conscientes, y en el transcurso de la
consecución de dichos fines, se modifican tanto el objeto como el sujeto mismo.

A medida que la sociedad avanza, aumenta progresivamente el papel de los


factores subjetivos, sobre todo bajo el socialismo, donde el desarrollo social es
controlado por el hombre, lo cual no significa, naturalmente, que se modifiquen los
fundamentos de la relación entre sujeto y objeto.

El sujeto en la literatura

El sujeto literario, llámese escritor, narrador o actante, también transita entre el


poder que lo constituye y lo subordina. El escritor está subordinado al poder del
discurso que lo constituye, el narrador al punto de vista del escritor, y al
actante a la acción de la trama, en cualquiera de los tres casos “el sujeto se
convierte en un signo, en un espacio, donde otros signos aparecen y se hacen
respetar” (Krysinski, 2006: 280).
En el caso de la literatura, el sujeto cumple el papel de “destinatario de lo
real” a través de la transmisión de los mensajes, cuyo contenido es
mayoritariamente idiosincrásico pues el sujeto se debate entre lo que es real y lo
que no lo es. Para el sujeto literario, entonces, “lo real no es dialógico” pues la
realidad como tal no se puede transcribir, por lo que la transforma en discurso. Un
discurso que, paradójicamente, constituye al sujeto como ente social y, de acuerdo
al contenido o a la forma de la obra, lo diferencia. Un sujeto que al mismo tiempo
es causa y efecto (Krysinski, 2006: 282). El discurso del sujeto literario,
entonces, se conoce como narración, pues ésta funciona como “un dispositivo
del lenguaje, complejo, que da forma a enunciados narrativos, discursivos y
dialógicos”, que indica la posición del sujeto en la comunidad donde se
desenvuelve, ya sea social o literaria (Krysinski, 2006: 283).

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