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INTRODUCCIÓN
En el conocido «Sermón de la Montaña», Carta Magna del Reino de Dios, el Señor, finalizó
diciendo: «Quien escucha mis palabras y las pone en práctica, puede compararse a un hombre
que edificó su casa sobre roca [...] Quien las escucha y no las pone en práctica, puede
compararse a un hombre insensato, que edificó su casa sobre arena: vino la tempestad y su
ruina fue completa». (Mt 6, 24-27) Las palabras de Jesús fueron precisas y tienen una amplitud
eterna. No hablaba el Hijo de Dios sólo para aquellas personas que lo rodeaban, sino para la
Historia.
CAPÍTULO I: AUTORIDAD DE LA IGLESIA
La cuestión de la autoridad es fundamental cuando se trata de conocer el fenómeno del canon
en el Cristianismo, pues, como decía Leonardo Lessio, «Quia nulla est alia regula ordinaria,
quae fidem infallibiliter proponat praeter Scripturam et Eclesiam. At per Scripturam non potest
cognosci quaenam sit Scriptura, quae non. Ergo debet congnosci per Ecclesiam».1
Pié-Ninot explica que el significado de «la roca» asume dos dimensiones: Primero a Cristo y
después al mandato recibido por Pedro: «Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» (Mt 16, 18)2,
haciendo de Pedro el fundamento sobre el cual Cristo edificó su Iglesia.3 Punto de unión y
cohesión de todo el edificio. Pedro recibe la potestad de atar y desatar que simboliza la
capacidad de crear o abolir una ley que obliga en consciencia.4 Éste se presenta
ininterrumpidamente como la piedra de escándalo, desde las luchas medievales entre el imperio
y el sacerdocio, hasta las actuales oleadas de protesta contra la guía del Papa. 5 Aunque Jesús no
hable de sucesión, se constata la «étonante posterité de Pierre».6 El Papado garantiza la unidad
y la jerarquía constituye el fundamento.7
Por otro lado, lo que es edificado sobre la arena voluble del capricho personal de los
«reformadores», no soporta los vientos de la historia y se va deshaciendo y dividiendo, como
dejó escapar Lutero, en un conversación con Melanchthon, en Wittenberg:
1 cf. ARTOLA ARBIZA, Antonio María. De la Revelación a la inspiración: Los orígenes de la moderna teología católica sobre
la inspiración bíblica. España: Universidad de Deusto, 1983, pp. 140-141.
2 En los últimos cien años hubo muchas discusiones sobre la originalidad del texto escrito por San Mateo, alegando que sería un
texto manipulado alrededor del año 130 con miras a justificar el primado de Pedro y sus sucesores. Sin embargo, durante siglos
nadie puso dudas a ese pasaje, sino en el siglo XIX, cuando el racionalismo se infiltró en la exégesis bíblica y el historicismo
protestante del siglo XX empezó frustradas tentativas de descalificarlo. Los textos más antiguos que reproducen el pasaje no
presentan ningún vestigio de adulteración: ni el Diatessaron de Taciano, ni los escritos de los Padres de la Iglesia, ni tampoco los
4.000 códices de los ocho primeros siglos que hoy se conocen. Por el contrario, hay más de 160 pasajes del NT en que Pedro es
mencionado ocupando, en muchos de ellos, una posición de supremacía sobre los demás Apóstoles.
3 cf. PIÉ-NINOT, Salvador. Eclesiología, la sacramentalidad de la comunidad cristiana. Salamanca: Sígueme, 2006, p. 438-
445.
4 cf. CABALLERO BASA, Eduardo. Primato e infallibilità di Pietro. En: Rivista Araldi del Vangelo, n. 94, Roma, febrero de
2011, pp. 19-25.
5 cf. RATZINGER, Joseph. La Iglesia: Una comunidad siempre en camino. Madrid: San Pablo, 2005, p. 43.
6 cf. GRAPPE, Christian. D’un Temple à autre, Pierre et l‘Eglise primitive de Jerusalem. París: Presses Universitaires de
France, 1992, pp. 88-115.
7 cf. DE LA FUENTE, Eloy Bueno. Eclesiología, 2a. ed. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 2002, p. 215.
8 cf. ROPS, Daniel. A Igreja da Renascença e da Reforma (I), São Paulo: Quadrante, 1996, p. 338.
El fenómeno del Canon en el Cristianismo 2
A la única Iglesia de Cristo le fue confiado el Depósito de la Fe, constituido por la sagrada
Tradición9 y la Sagrada Escritura, competiendo a la misma Iglesia el poder y el deber de
interpretar auténticamente la Palabra de Dios, escrita o contenida en la Tradición. A este
magisterio y sólo a él, compete encontrar en este Depósito, todo lo divinamente revelado.10
CAPÍTULO II: MISIÓN DE LOS «PROTOCRISTIANOS»
Esta misión confiada a la Iglesia de estudiar y definir cuáles libros contienen, con certeza, la
Palabra revelada, tanto del Antiguo cuanto del NT, ha sido un trabajo largo y difícil, llevando
siglos hasta una definición definitiva y irreformable, que constituyó el Canon cristiano.
La enorme multiplicidad de la historia de las religiones11 muestra que cualquier credo
religioso que se considere revelado, termina por sentir la necesidad de fijar una regla sobre sus
escritos fundamentales, señalando los límites entre los que son, o no, considerados revelación, o
sea el límite entre lo humano y el divino. Este proceso natural ha acontecido también en la
Iglesia primitiva, con una diferencia fundamental: la dirección del Espíritu Santo. El prólogo del
Evangelio de San Juan afirma: «En el principio era el Verbo» (Jn 1, 1) así, el Cristianismo no
coloca en el centro ni un libro ni la liturgia, sino al propio Jesús, Palabra de Dios hecho hombre.
En las sesiones del Concilio Vaticano II, Mons. Neophytus Edelby afirmaba: «La Iglesia,
aún cuando no tenía el NT, ha vivido siempre bajo el impulso del Espíritu Santo, que Jesús
mismo le entregó». Y completaba: «La tradición es la epíclesis de la historia de la salvación, la
teofanía del Espíritu, sin la cual la Escritura es letra muerta».12 Como consecuencia de esta
acción del Espíritu Santo, el conjunto de la tradición apostólica, es expresión auténtica de la
tradición.13
La historia muestra que la diferenciación entre la fe judía y cristiana llevó años para definirse.
La destrucción del Templo de Jerusalén es considerada el marco de esta ruptura. La necesidad de
definición de las Sagradas Escrituras propiamente cristianas, era así, una misión que exigía un
alto grado de respeto y de libertad.14 La formación de una lista segura de los textos considerados
como de origen divino ayudaría a cumplir las necesidades de la Iglesia naciente.15
La primera consecuencia fue aceptar el origen del AT, como un fenómeno de inspiración (2
Tim 3, 16) y caracterizado por San Pablo como tal (2 Cor 4, 14), percibiendo la acción del
Espíritu Santo que intervenía en la redacción de los textos sagrados. El NT surgió, a su vez, del
conocimiento personal de la generación apostólica, como fruto de la ación pneumatológica.
Jesús no nos dejó escritos, ni mandó a sus seguidores que escribiesen sus memorias. Sólo
dijo: «Id por todo el mundo y predicad la buena nueva». Conforme a estas enseñanzas habladas,
reflexionadas y celebradas, vivieron las primitivas comunidades durante 20, 30 o más años.16
9 La Sagrada Tradición es la Palabra de Dios transmitida en la vida de la Iglesia. Podríamos decir que es el conjunto de verdades
doctrinales y espirituales que vienen de Cristo y de los Apóstoles, están reflejadas en la Escritura, son confesadas, celebradas y
vividas en el seno de la Iglesia. Cf. MORALES, José. Introducción a la teología. Pamplona: EUNSA, 1998, p. 150.
10 cf. CONCILIO VATICANO II. Constitución Dogmática Dei Verbum, sobre la Revelación divina, 18 de noviembre de 1965,
n. 10.
11 cf. RAHNER, Karl; WEGER, Karl Heinz. ¿Que debemos creer todavía? Propuestas para una nueva generación. Santander:
Sal Terrae, 1980, pp. 95-96.
12 cf. ARTOLA ARBIZA, Antonio María, C.P., La Biblia como palabra de Dios en el Vaticano I y el Vaticano II, en Alfa Omega
7, 2004, p. 54.
13 cf. SÁNCHEZ CARO, José Manuel. El Canon de la Biblia, apud ARTOLA ARBIZA, Antonio María; SÁNCHEZ CARO,
José Manuel. Introduccion al Etudio de la Biblia. 2. Biblia y Palabra de Dios. Navarra: Verbo Divino, 1989, p. 108.
14 cf. WILCKENS, Ulrich, La Carta a los Romanos, Tomo II. Salamanca: Sígueme, 1992, p. 429.
15 cf. BROWN, Raymond Eduard; FITZMYER, Joseph Augustin y MURPHY, Roland Edmund. Comentario Bíblico «San
Jerónimo», Tomo V. Madrid: Cristiandad, 1972, pp. 51-52.
El fenómeno del Canon en el Cristianismo 3
La palabra «canon», deriva del término griego kanw¢n, que viene del sumerio a través del
babilonio (quanu). Significa el «tallo de la caña» que era el instrumento para medir las
longitudes o tomar medidas. Para San Pablo, en 2Cor 10, 13-15, es el campo que le fue
encomendado para la predicación del Evangelio. Para otros Cristo es el canon para el pueblo de
Dios.22 Los Padres de la Iglesia, de San Clemente de Roma a San Hipólito, utilizaron la palabra
para designar todo lo que sirve de regla o fundamento de la fe y de la verdad. 23 Con el tiempo
pasó a denominar el catálogo completo de los libros considerados inspirados por la autoridad
competente,24 afectando el número de libros sagrados y el formato del texto.25
San Atanasio ( 295-†373) utiliza claramente el término «canon» aplicado a la colección de
libros inspirados, al afirmar que Hermas «no forma parte del canon». En su carta pascual
número 39 ofrece una lista de libros que designa con el nombre de ta kanonizomena.
16 cf. MIRANDA, José Miguel. Lecciones Bíblicas, guía práctica para el conocimiento de la Biblia. 21a. ed. Bogotá: San
Pablo, 2004, p. 36.
17 cf. AGUSTÍN de Hipona. Epistola 82 a Jerónimo. En: Obras Completas de San Agustin, Tomo VIII. Madrid: Biblioteca de
Autores Cristianos, 1953, p. 505.
18 cf. SÁNCHEZ ROJAS, Héctor Gustavo. Jesucristo Reconciliador, la reconciliación por Jesucristo en la Ciudad de Dios de
San Agustín. Lima: Vida y Espiritualidad, 1996, pp. 40-44.
19 cf. BENEDICTO XVI. Exhortación Post-Sinodal Verbum Domini, sobre la Palabra de Dios en la vida y misión de la Iglesia,
n. 41.
20 cf. ODEN, Thomas C. ; HALL, Christopher A. La Biblia comentada por los Padres de la Iglesia y otros autores de la época
patrística, Tomo II. Madrid: Ciudad Nueva, 2000, pp. 28-30.
21 cf. JEREMIAS, Joachim. Teología del NT, Tomo I: La predicación de Jesús. Salamanca: Sígueme, 1974, pp. 53-54.
22 cf. DE AUSEJO, Serafin. Diccionario de la Biblia. Barcelona: Herder, 1981, p. 265.
23 cf. ROPS, Daniel. ¿Qué es la Biblia? Andorra: Casal I Vall, 1961, p. 35.
24 cf. LAMBIASI, Francesco. Breve introducción a la Sagrada Escritura. Barcelona: Herder, 1988, p. 44.
25 cf. IZQUIERDO, Antonio. L’Interpretazione della Bibbia nella Chiesa, Atti del Simposio promosso dalla Congregazione per
la Dottrina della Fede. Roma, settembre 1999. Città del Vaticano: Libreria Editrice Vaticana, 2001, p. 341.
El fenómeno del Canon en el Cristianismo 4
Los criterios seguidos para la admisión de libros en el canon, a pesar de la cuestión histórica,
son de orden teológico y sólo pueden ser establecidos por una reflexión a posteriori. Casi
siempre la norma para la canonización de un escrito es la paternidad apostólica o aceptación por
los Apóstoles, bien como la posibilidad de la Iglesia en descubrir en el contenido de un escrito
determinado, un auténtico testimonio de la primitiva Iglesia. Esta reflexión muchas veces exige
un largo proceso.29
Desde la segunda mitad del siglo II existía un conjunto literario que podríamos llamar el
prototipo del NT y que comprendía de forma equivalente: los cuatro evangelios, los Hechos de
los apóstoles, las trece cartas de Pablo, 1 de Pedro y 1 de Juan.
Es un testimonio importante el Diatessaron de Taciano30 de finales del siglo II: «el evangelio
a través de los cuatro» (to dia tessaro/n euangellio/n). Una especie de «concordancia»
de los cuatro Evangelios, traducida del griego al siríaco hacia el año 172, esta obra original fue
adoptada como texto oficial por las iglesias de la región de Edesa.31
En su largo estudio sobre la canonicidad, Karl-Heinz Ohlig advierte que la multiplicidad de
criterios, diversos en el tiempo y nunca aplicados en su totalidad, demuestra cuan agitada haya
sido la historia del canon. Ohlig los divide en tres grupos:
Dentro de este contexto, los intérpretes modernos se esfuerzan por discernir cómo las
condiciones históricas del tiempo acondicionado, y testimonio de la Biblia se convierten en el
medio en que la revelación de Dios está y permanece presente. Así, la tarea de extender el
testimonio kerigmático del NT en un encuentro con el lector moderno es constitutiva de la
interpretación de la Biblia como escritura canónica y no como mero recuerdo del pasado.36
CAPÍTULO V – EL PROCESO DE FORMACIÓN DEL CANON
El proceso de formación del canon pasó por una sucesión de decisiones sinodales, sin
carácter de autoridad vinculante absoluta, entre las cuales podemos citar: los concilios locales de
Hipona y Cartago, la lista enviada por Inocencio I a Exuperio, el Concilio local de Trullo (692) y
el Concilio Ecuménico de Florencia. Sólo en el Concilio de Trento, con el decreto De Canonicis
Scripturis, se definió de forma irrevocable la lista de los libros reconocidos canónicamente
como inspirados. Analicemos cada etapa:
El proceso hermenéutico de formación del canon, hasta su definición dogmática fue paulatino.
Primero se reconoció como auténticamente inspirados los libros escritos por los apóstoles, que
eran considerados testimonios privilegiados de Cristo y habían aprendido su doctrina
personalmente. Después se fue aceptando los libros que los propios apóstoles indicaban para el
uso cultual. De esta forma el AT sólo encontró su plena madurez como Escritura cuando la
Iglesia lo aceptó por entero.
Karl Rahner ( 1904-†1984) afirma que el conocimiento del canon es connatural a la Iglesia.
Es decir no es el resultado de una deducción fundada en una premisa, sino más bien un acto de
autoconciencia por parte de la Iglesia.37
La definitiva formación del canon Bíblico y su delimitación convirtió la colección de textos
sagrados en una Escritura cerrada y completa, pasando a ser considerada como un Libro. Esta
consideración es novedosa, pues la esencia de un libro es ser un sistema complejo y unitario de
enunciados, cerrado y autónomo, en cuanto que, antes de la definición del canon, las Sagradas
Escrituras eran consideradas como una colección de colecciones. Con la definición y
delimitación definitiva, la Biblia pasó a ser considerada como un todo singular, dotada de una
unidad literaria autónoma y clausurada.38
Algunos libros obtuvieron el reconocimiento en fecha muy temprana y por eso eran
designados como homologoumena (sobre los que hay acuerdo), mientras los que entraban en
discusiones eran conocidos como antilegomena (discutidos) o amphiballomena (dudosos). Con
el tiempo, se pasó a designar estos libros como «protocanónico y deuterocanónicos»,
terminología introducida por Sixto de Siena ( 1520-†1569).39
Se denominan «protocanónicos» aquellos escritos bíblicos que siempre y en todas las
comunidades cristianas fueron considerados inspirados; «deuterocanónicos», en cambio, son
aquellos escritos que no siempre y por doquier fueron incluidos en el canon. Conviene no
confundir «protocanónicos» y «deuterocanónicos» con «inspirados de primer y segundo grado»
respectivamente. Todos los libros bíblicos son igualmente inspirados.
36 cf. CHILDS, Brevard S. The New Testament. As canon: an introduction. Philadelphia: Fortress, 1985, p. 40.
37 cf. BROWN, Raymond Eduard; FITZMYER, Joseph Augustin y MURPHY, Roland Edmund, op. cit. pp. 54-56.
38 cf. ARTOLA ARBIZA, Antonio María. Domingo de Soto pionero de la propedéutica Bíblica. En: CIENCIA TOMISTA,
CXXXII, (2005), p. 267.
39 Sixto de Siena había publicado la primera Introducción General a la Escritura, obra preparada por algunos intentos
precedentes, como las 333 Reglas para entender las Sagradas Escrituras, de Francisco de Ruiz y las Annotationes, de Pedro
Antonio Beuter y una Isagoge in totam Scripturam (inédita), de Cipriano de Huerga. Cf. ARTOLA ARBIZA, Antonio María.
Domingo de Soto pionero de la propedéutica Bíblica. En: CIENCIA TOMISTA, CXXXII, (2005), p. 266.
El fenómeno del Canon en el Cristianismo 7
Los libros o escritos deuterocanónicos son: Del AT: Tobías, Judit, 1 y 2 Macabeos, Baruc,
Eclesiástico, Sabiduría y algunas partes de Ester y Daniel. Siete libros en total. Del NT:
Hebreos, Santiago, 2 Pedro, 2 y 3 Juan, Judas y Apocalipsis. En total, siete libros.
Los judíos, protestantes y testigos de Jehová no admiten la inspiración de los
deuterocanónicos.
Los libros considerados apócrifos eran aquéllos cuyo contenido se aproximaba a la Escritura
canónica, pero que no habían sido admitidos en el catálogo oficial de la Iglesia. La producción
de escritos sobre la vida de Jesús no se acabó en las obras de los cuatro evangelistas, más bien se
originó una producción literaria que se llama con este nombre en contraposición a aquéllos en
los que la Iglesia reconoció la verdadera Palabra de Dios.
Dejando aparte los llamados evangelios de la infancia y la Epistula Apostolorum, el
Evangelio de Tomás (EvT) copto es el único apócrifo que se ha conservado en su integridad. No
hay datos históricos para un ordenamiento sistemático de los apócrifos. Los más mencionados
son: La tradición de los dichos (agrapha40; Evangelio de Tomás), los de fondo narrativo:
fragmentos anónimos y los que llevan título; los diálogos del Resucitado con sus discípulos;
Fragmentos de evangelios desconocidos, como el Papiro de Egerton 2 y el Papiro de Oxirrinco
84041, el evangelio de Pedro, el de los nazarenos, el de los hebreos, el de los egipcios, de la
infancia de Jesús (protoevangelio de Santiago; relatos de la infancia de Tomás o evangelio del
Pseudo-Tomás); Conversaciones del Resucitado con sus discípulos (La Espistula Apostolorun,
la Carta apócrifa de Santiago y el libro de Tomás el Atleta). Entre los hechos apócrifos, podemos
citar: Los Hechos de Pedro, de Pablo, de Andrés, de Juan y de Tomas.42
En el lenguaje de la Pseudo-Reforma43, los apócrifos son los libros del AT que nosotros
llamamos «deuterocanónicos», acrecidos de algunos más que la voluntad de los reformadores
quiso excluir del conocimiento de sus adeptos.44
DEUTEROCANÓNICOS DEL NT Y APOCALIPSIS:
En el NT, también hay algunos libros que recibieron la acuña de «deuterocanónicos», entre
las causas de incertidumbre, hay algunas que son de carácter general, como las dificultades de
comunicación y las diferencias culturales entre las diversas ciudades donde residían las
comunidades cristianas, que no facilitaban la transmisión de los escritos sagrados, llevando a
40 Hay muchas palabras de Jesús que no constan en los cuatro Evangelios canónicos. Se encuentran en el propio NT, en
evangelios y hechos apócrifos de los apóstoles, como colecciones en los papiros, o como citas aisladas en escritores
eclesiásticos, en liturgias y disposiciones eclesiásticas, lo mismo en textos gnósticos, en el Talmud o en el Corán. Se designan
estas palabras del Señor como agrapha, o sea «un único dicho de Jesús transmitido al margen de los cuatro Evangelios
canónicos« (Jeremías). Es evidentemente una designación paradójica, ya que estas palabras no nos han llegado en forma «no
escrita», pero la verdad es que «no están escritas en los Evangelios canónicos». Cf. VIELHAUER, Philipp. Introducción al NT,
los apócrifos y los padres apostólicos. Salamanca: Sígueme, 1991, pp. 643-644.
41 Actualmente tenemos la lista completa y actualizada de los papiros neotestamentarios en la edición del Novum Testamentum
Graece. Cf. Novum Testamentum Graece post Eberhard et Erwin Nestle editione vicesima septima revisa communiter ediderunt
Barbara et Kurt Aland, Johannes Karavidopoulos, Carlo M. Martini, Bruce M. Metzger. Apparatum criticum novis curis
elaboraverunt Barbara et Kurt Aland uma cum Instituto Studiorum Textus Novi Testamenti Monasterii Westphaliae, Deutsche
Bibelgesellschaft, Stuttgart 1993), aunque, hasta el presente, ha sido también de gran utilidad la que se encuentra en la obra de J.
K. Elliot. A Bibliography of Greek New Testament Manuscripts, Cambrigde-New York 1989.
42 cf. VIELHAUER, Philipp. Op. cti., pp. 647 a 739.
43 Utilizamos la denominación «Pseudo-reforma» del historiador alemán J. B. WEISS que, en su Historia Universal, prefiere
esta terminología por ser más coherente con la realidad. Lo que Lutero, Calvino y otros protestantes propusieran no fue una
reforma de la Iglesia Católica, en búsqueda de su perfeccionamiento, sino fue la negación de los dogmas y de la estructura
básica de la Iglesia fundada por Cristo. También RATZINGER, Joseph y RAHNER, Karl, en Revelación y Tradición, pg. 53,
presentan la llamada “reforma” protestante como “ruptura dentro de la Cristiandad” y no como continuidad o verdadera reforma.
44 Los protestantes denominan pseudoepígrafos a los libros que la terminología católica define como apócrifos. En la realidad,
pseudoepígrafo es un calificativo que sólo se aplica con rigor a aquellos libros ficticiamente atribuidos a unos autores que no lo
son en la realidad, como por ejemplo el Libro de Henoc.
El fenómeno del Canon en el Cristianismo 8
crear lagunas en su conocimiento. Algunos escritos iban dirigidos a una única persona (2 y 3
Juan) o a una comunidad concreta, por lo que no circulaban entre las demás Iglesias.
El Apocalipsis fue al inicio puesto en duda por el abuso que de este libro hacían los
milenaristas y los álogos45, herejías que se difundieron por todo el cercano Oriente, motivando a
que las iglesias orientales rechazaron, primero, su autoridad apostólica, y sucesivamente,
incluso, el carácter inspirado del libro.46 Por esta razón, los concilios posteriores remarcan la
autoridad del Apocalipsis, bien como su autoría por Juan el Apóstol y no otro Juan.47
45 Herejía que no admitía la doctrina del Logos, por la que el Verbo eterno se había encarnado en el tiempo, rechazando, por
consiguiente, el Evangelio de San Juan y el Apocalipsis.
46 El primero que rechazó la autoría del Apocalipsis parece haber sido Dionisio de Alejandría (†265), quien, para rebatir a los
milenaristas, intentó disminuir la autoridad del libro, negándole la paternidad de San Juan Apóstol y atribuyéndolo a otro Juan.
Su actitud influyó en muchos escritores orientales, entre otros, en Eusebio de Cesarea, que terminaron por rechazar la
canonicidad del Apocalipsis.
47 cf. TÁBET, Miguel Ángel. Op. cit., p. 205.
48 cf. DE TUYA, Manuel; SALGUERO, José. Introducción a la Biblia, Tomo I. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1967,
pp. 335-361.
49 Expresión acuñada por el semitista francés William Foxwell Albright ( 1891 –†1971).
50 Ver CROSS, Frank Moore, The history of biblical text in the light of discoveries in the judean desert, en Qumran and the
history of the biblical text, ed. Shemaryahu Talmon, Harvard University Press, Cambrige 1978, p. 185.
51 cf. TREBOULLE BARRERA, Julio. La Biblia Judía y la Biblia Cristiana, introducción a la historia de la Biblia. Madrid:
Trotta, 1993, p. 295.
52 Esta versión constituye el primer intento de traducción de la Biblia en otra lengua. El nombre de «Setenta» procede del
número de los traductores que, según un relato de la Carta del Pseudo-Aristeas, dirigida a su hermano Filócrates sobre el origen
de la versión griega de la Torah (Pentateuco), según la cual Ptolomeo II Filadelfo ( 285-†247) habría solicitado a las
autoridades de Jerusalén la realización de una traducción griega de los libros sagrados judíos para la gran biblioteca fundada por
él mismo en Alejandría de Egipto. En respuesta a dicha petición, las autoridades judías enviaron a Egipto, para realizar la
El fenómeno del Canon en el Cristianismo 9
judíos de la Diáspora. Sin embargo, cuando los apóstoles y misioneros de la Iglesia primitiva
entraron en contacto con las filosofías y religiones helénicas fueron asumiendo, con acierto,
imágenes y vocablos propios de los gentiles. Ello no supuso un falso sincretismo, ya que los
agentes de aquella evangelización dirigían sus palabras hacia el mismo Cristo, presentado por
otros con fórmulas tomadas del AT.53 En la práctica es lo que hoy se conoce por inculturación.
De esta forma, el AT no es meramente preparatorio para la nueva Alianza, sino parte
constituyente en unidad con la misma.54
Flavio Josefo testimonia que los judíos tenían veintidós libros considerados como divinos y
que contenían la historia del pasado,55 siendo cinco de Moisés, trece de los profetas y otros
cuatro que contenían himnos de alabanza a Dios y preceptos de vida. Por otro lado, el cuarto
libro de Esdras escrito a finales del Siglo I d.C., afirma que el número de los libros sagrados
sería veinticuatro, número que corrobora la cifra de 22 libros que nos da Josefo, y que se
consigue juntando Rut con Jueces y las Lam. con Jeremías. En consecuencia, la pequeña
diferencia de veinticuatro y de veintidós es sólo aparente y depende del cálculo que se siga.56
El descubrimiento, en 1947, por Muhammed edh-Dhib, de los manuscritos del Qumrán,
han venido a demostrar que los textos de las Sagradas Escrituras conservados por la Iglesia
Católica y propuestos a los fieles durante casi veinte siglos son perfectamente confiables.57 Los
hallazgos del Qumrán reflejan una situación muy libre en lo referente al canon. De los libros que
fueron incluidos en la Biblia hebrea, sólo Ester falta en los rollos y fragmentos hallados, lo que
puede ser por causa accidental, o por el rechazo de los esenios58 a este libro, en que no se
nombra a Dios y se carga el acento sobre la fiesta de los Purim.59 Es curioso que el mismo libro
de Est falta en algunas listas cristianas hasta tiempos de san Gregorio Nacianceno ( 330-†389).
El cristianismo asumió el canon más amplio, de los LXX, antes de que – en torno al año 90
d.C. – los judíos intentasen establecer el canon rabínico más breve.60
traducción, 72 hombres (cifra que se redondea en 70), seis por cada una de las doce tribus. Este relato fue enriquecido
posteriormente con otros datos legendarios. Según Filón, los 72 traductores fueron alojados en celdas separadas, y cada uno de
ellos elaboró la versión completa; al final del trabajo, todas las versiones habían resultado idénticas. Un comentario crítico de la
carta se puede encontrar en R. TRAMONTANO, La lettera di Arsitea a Filocrate. Napoli, 1931; A. PELLETIER, Lettre
d’Aristée a Philocrate. París, 1962. Cf. TÁBET, Miguel Ángel. op. cit., p. 264.
53 cf. GARCÍA-MORENO, Antonio. El Lógos, Misterio y Revelación, comparación con los Sinópticos. En: MORALES, José
et al. (eds.): Cristo y el Dios de los Cristianos. Hacia una comprensión de la Teología. XVIII Simposio Internacional de
Teología. Pamplona: EUNSA, 1998, p. 67.
54 cf. BRAWLEY Robert L. Reading Israel’s scriptures with a sequel. En: AUWERS, J. M.; DE JONGE, H. J. The Biblical
Canons. París: Universitaire Pers Leuven, 2003, p. 632.
55 cf. JOSEFO, Flavio, Contra Apión (1,7-8).
56 cf. DE TUYA, Manuel; SALGUERO, José. Op.cit., pp. 335-361.
57 cf. LINS BRANDÃO, José Messias, Qumrán, ¿confirmación o desmentido?, Revista Heraldos del Evangelio, n. 86, Lima,
Perú, Septiembre de 2010, p. 20.
58 Los esenios constituían, junto con los fariseos y saduceos, los tres grupos religiosos principales en los que se dividían los
judíos desde el segundo siglo antes de Cristo hasta la destrucción de Jerusalén. Procuraban vivir la estricta observancia de la ley
mosaica, ciñéndose aún más a la letra de ésta que los propios fariseos. Según los autores de cierta corriente, su nombre deriva
del griego esshnoi (los piadosos). Aunque no aparezcan mencionados por su nombre en la Sagrada Escritura, no faltan
referencias a ellos en escritores antiguos como Plinio el Viejo, Flavio Josefo o Filón de Alejandría. Cf. LINS BRANDÃO, José
Messias. Op. cit., p. 19.
59 De los hallazgos correspondientes a la cueva 4Q, se deduce que los esenios tenían gran veneración por las redacciones
antiguas, escritas en lengua aramea, del tema de Ester. Por el contrario, rechazaban la ampliación en lengua hebrea de este tema
tal como lo ofrece la Biblia hebrea. Tal ampliación fue realizada por otros judíos en el siglo II a.C. y sirvió desde el principio a la
fundación de la fiesta «Purim», que se celebra hasta hoy en el judaísmo. Esta obra «ajena» no tenía cabida en la biblioteca de
Qumrán, como tampoco tenía la fiesta Purim. Esto era un asunto de los soberanos asmoneos, considerados apóstatas por ellos y
de sus seguidores, los fariseos. Los esenios, conscientes de la tradición, no querían saber de esta innovación. Cf. STEGEMANN,
Hartmut. Los esenios, Qumrán, Juan Bautista y Jesús. Madrid: Trotta, 1996, pp. 101-102.
60 cf. TREBOULLE BARRERA, Julio. Op.cit., pp. 166-167.
El fenómeno del Canon en el Cristianismo 10
LEYENDA Y REALIDAD
Para algunos autores la Septuaginta no es resultado de una traducción hecha por orden de
Ptolomeo II (†246 a.C.), como cuenta Aristeas, sino el resultado de muchos siglos de traducción
y composición original. Para éstos, buen número de los deuterocanónicos se compuso en hebreo
(Eclo, Jdt, 1 Mac) o en arameo (Tob). Los hallazgos de Qumrán dan sustentación a esta tesis,
puesto que prueban que estos libros circulaban por Palestina y eran aceptados allí por
determinados grupos judíos. En los códices alejandrinos el grupo de libros hoy denominados
deuterocanónicos no aparecen como un grupo aparte, sino que se mezclan con los Profetas (Bar)
o con los Escritos (Eclo, Sab), lo que demuestra que no se consideraban como de un origen
diverso.61
La traducción de los Setenta se narra también en otros documentos antiguos, desde un punto
de vista notablemente distinto. Un ejemplo de descripción tenemos en la obra De vita Mosis, de
Filón de Alejandría, en la cual inserta algunos elementos nuevos que son suficientes para
modificar la atmósfera general del episodio. Cuenta Filón que para respetar su característica de
libros sagrados, los escritos fueron tratados con extraordinarias precauciones. Por ejemplo, los
72 traductores oraban antes de iniciar el trabajo. Se decidió reservar a los traductores una isla, la
de Faros62, que permitía eludir todas las «impurezas» presentes en el centro habitado. Añade un
dato importante sobre la excelente calidad de la traducción, que puede ser apreciada por quienes
conocen bien las dos lenguas, el hebreo y el griego. Por este relato se comprende que Filón
consideraba la traducción de los 72 sabios como una acción dirigida por una especial
intervención sobrenatural.63
Al referirse a la traducción de los LXX, en su discurso en Ratisbona, el Papa Benedicto XVI
asumió la postura de Luis Alonso Schökel, al afirmar: «Hoy sabemos que la traducción griega
del AT — la de «los Setenta» —, que se hizo en Alejandría, es algo más que una simple
traducción del texto hebreo (la cual tal vez podría juzgarse poco positivamente); en efecto, es
en sí mismo un testimonio textual y un importante paso específico de la historia de la
Revelación, en el cual se realizó este encuentro de un modo que tuvo un significado decisivo
para el nacimiento y difusión del cristianismo».64
El P. Alonso Schökel afirma: «podemos distinguir en los LXX tres planos literarios: el
sentido del original hebreo, el sentido diverso de la versión griega y el uso literario en el NT.
Benoit y Auvray defienden la inspiración de los dos primeros planos, como única alternativa,
sin la cual no se entenderían muchas citas del AT en el Nuevo. Yo – afirma Schökel – creo que
existe otra alternativa: poner la inspiración en el primer y tercer planos.
61 cf. BROWN, Raymond Eduard; FITZMYER, Joseph Augustin y MURPHY, Roland Edmund. Op. cit., pp. 67-68.
62 Por esto los judíos instituyeron una fiesta particular que se celebraba todos los años en la isla de Faros, para honrar el lugar
«en donde la luz de aquella versión brilló por primera vez, y también para dar gracias a Dios».
63 cf. BUZZETTI, Carlo. La Biblia y sus transformaciones. Historia de las traducciones bíblicas y reflexiones hermenéuticas,
Navarra: Verbo Divino, 1986, pp. 51-52.
64 cf. BENEDICTO XVI. Encuentro con el mundo de la cultura. Discurso proferido en la Universidad de Ratisbona, en 12 de
septiembre de 2006.
El fenómeno del Canon en el Cristianismo 11
«Inspirado el original hebreo, inspirado el uso que de la palabra hace el hagiógrafo del NT.
Con esto, no intento resolver definitivamente una controversia que ninguna definición ha
zanjado». La mayoría de los autores aceptan esta teoría de la inspiración de los LXX.
Finaliza afirmando: «La traducción de los LXX conservará siempre el prestigio de haber sido
prácticamente la Biblia de los hagiógrafos del NT, de la Iglesia en su momento de formación. Es
una preferencia que se prolonga en la Iglesia oriental».65
Pierre Grelot ( 1917-†2009) presenta a favor de la inspiración de la traducción griega los
siguientes argumentos: «a. La creación de la lengua, como vehículo para transmitir válidamente
la revelación; b. El progreso de la revelación en el seno de dicha traducción; c. Los textos
perdidos en el original hebreo; d. La tradición griega».66
La versión adoptada por la Iglesia Católica es la considerada del «canon largo», o «canon
completo», diferente del «canon breve» impuesto por los rabinos de orientación farisaica que lo
delimitaron según sus principios sectarios, con consecuente rechazo de la versión griega, por
oposición a los cristianos que la aceptaban.
Esta cuestión generó una discusión en el seno de la Iglesia Católica, sobre todo con la
traducción de la Biblia hebrea hecha por San Jerónimo ( 347-†420). Su obra fue fruto de la
preocupación pastoral del Papa San Dámaso I ( 304-†384), de ofrecer al occidente latino un
texto unitario y de buena calidad crítica y literaria. Jerónimo procuró preparar una versión
basada sistemáticamente en los manuscritos hebreos, a fin de favorecer el diálogo, o las
discusiones, entre los cristianos y los judíos. En otros documentos se palpa su preocupación en
favorecer un mejor conocimiento de la tradición hebrea bíblica entre los fieles cristianos. Sus
contemporáneos comprendieron muy pronto que se esforzaba por dejar un poco de lado la antigua
versión griega que desde siglos era estimada como la Biblia cristiana. Este hecho llevó a muchos
a considerar su obra como una novedad heterodoxa, casi sacrílega. Se murmuraba que tenía
relaciones excesivamente cordiales con diversos rabinos; se sospechaba que quería judaizar la
Iglesia, etc. Con el fallecimiento de San Dámaso, Jerónimo se encontró con más adversarios que
sostenedores en el mismo ambiente romano. Con el correr de los años, su traducción fue cada
vez más acogida, usada y apreciada, sobre todo por su competencia filológica excepcional.
Gracias a San Jerónimo nació un texto bíblico que en parte purificaba los intentos anteriores,
en parte los ratificaba y ofrecía una sólida base lingüística para todas las formas del hablar o
escribir latino-cristiano. Dentro de estos límites, la Vulgata de San Jerónimo67 fue, sin duda, una
gran empresa eclesial, una «transformación» de la Biblia que presentó para la Iglesia occidental
latina su más importante documento, que resultó válido para mil o mil y quinientos años.68
CAPÍTULO VII – ETAPAS DE FORMACIÓN
La palabra sólo puede ser fruto de la acción humana, pues, por sí misma, está constituida por
elementos esenciales para la propia humanidad. Es a través de los hombres que Dios transmite
su «Palabra» y este modo de transmisión y recepción fue muchas veces objeto de estudio y
especulaciones de los teólogos en el pasar de los siglos.
65 cf. SCHÖKEL, Luis Alonso. La Palabra Inspirada. La Biblia a la luz de la ciencia del lenguaje. 3a. ed. Madrid: Cristiandad,
1986, p. 274.
66 cf. GRELOT, Pierre. Sur l’inspiration et le canonicité de la Septante. En: Sciences Ecclésiastiques, T. 16, Montréal, 1964, pp.
387-418.
67 En apoyo a la Vulgata, Melchor Cano afirma: «O el antiguo tradujo la Sagrada Escritura por don especial del Espíritu
Santo, o la Iglesia latina desde hace muchos siglos no posee el evangelio de Dios, sino de un hombre. Y si objetas que el
traductor no era profeta, respondo concediendo que no era profeta, sino que tuvo un carisma semejante al profético». Cf.
CANO, Melchor, De locis theologicis, Cap. 13, apud. SCHÖKEL, Luis Alonso. Op. cit., p. 275.
68 cf. BUZZETTI, Carlo. Op. cit., pp. 69-71.
El fenómeno del Canon en el Cristianismo 12
San Agustín trajo una renovación con su libro De Magistro, donde afirmaba que «toda
palabra humana es enseñanza exterior», pero que sólo Cristo es el maestro interior. «Christus
intus docet; homo verbis foris admonet».
Más modernamente, Von Balthasar ( 1905-†1988) afirma que en el centro de todas las
palabras de Dios a los hombres está el Hijo único en el que, «al final de los tiempos», todas las
palabras se hacen una sola (Hb 1, 2). En el centro de esta única Palabra, está la muerte en la que
su palabra se vuelve grito y después enmudece. En el AT, como la Palabra no era todavía carne
sino sólo profecía y promesa, el receptor era un pueblo histórico que iba reflexionando cada vez
más profundamente sobre sí mismo; se interpretaba como elegido de Dios, al que Dios hablaba
por Moisés y los Profetas, y que respondía a esa palabra del mejor modo que podía.69
ACCIÓN DEL ESPÍRITU SANTO EN LA IGLESIA
Escrita por inspiración del Espíritu Santo, la Escritura fue, es y siempre será la fuente de toda
verdad revelada. La Santa Madre Iglesia considera que los libros sagrados tienen a Dios por
autor y que, como tales, fueron confiados a la Iglesia. Así, se debe acreditar que los libros de la
Escritura enseñan con certeza, fielmente y sin errores la verdad que Dios, para nuestra salvación
quiso que fuera consignada en las Sagradas Letras.70
La primitiva comunidad encontró en la autoridad de Pablo – guiado por el Espíritu Santo – un
factor importante para llegar a una definición de identidad propia de la Iglesia cristiana, basada
en la autoridad de Cristo, bajo el comando del apóstol Pedro. Fue en Antioquía que, por primera
vez, los discípulos de Cristo fueron llamados «cristianos» (Hch 11, 26). El primer Concilio de
Jerusalén atestigua ya el uso de la autoridad apostólica que, poco a poco se fue tornando más
clara hasta la conciencia total de la constitución de una Iglesia totalmente independiente de las
reglas judaicas.
Durante la vida de los apóstoles, su autoridad de testimonios vivos de la Palabra de Dios
encarnada, indicaba de forma segura e indefectible71, qué libros debían, o no, ser utilizados en el
culto cristiano.
EL PASO A LA SEGUNDA GENERACIÓN CRISTIANA
69 cf. VON BALTHASAR, Hans Urs. Gloria, una estética teológica. Madrid: Encuentro, 1989, p.78.
70 cf. CONCILIO VATICANO II. Constitución Dogmática Dei Verbum, sobre la Revelación divina, del 18 de noviembre de
1965, n. 11.
71 El hecho de que la Iglesia sea indefectible en su enseñanza conduce a hablar de su indefectibilidad en el creer. Es lo que
llamamos infallibilitas in credendo. La Iglesia no se equivoca en los que cree. Esto nos lleva a señalar lo que la teología llama el
sensus fidei. A este respecto, la Lumen Gentium, n. 12 enseña que la totalidad de los fieles, que tienen la unción del Espíritu
Santo, no pueden equivocarse cuando creen. Esto se da cuando todo el pueblo, desde los obispos hasta los últimos fieles laicos
asienten una verdad de fe o costumbres. Cf. ROSELL DE ALMEIDA, Carlos Alberto. La Revelación y la Iglesia. Lima:
Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima, 2010, p. 13.
72 cf. SÁNCHEZ CARO, José Manuel. Op. cit., p. 97.
El fenómeno del Canon en el Cristianismo 13
Por el año 360, tuvo lugar en Laodicea de Frigia un concilio en que, por primera vez en un
documento oficial, encontramos la palabra «canónico» en el sentido específico que conservará a
continuación. En el canon 59 el concilio prescribe que no hay que leer en la Iglesia «más que los
libros canónicos del Nuevo y del AT». En el canon 6083 enumera la lista de libros canónicos, con
la finalidad de zanjar todas las discusiones. Al menos por el número de sus libros, el AT es un
reflejo de la colección palestina; faltan Judit, Tobías, Eclesiástico y Macabeos. Por el contrario,
se cita a Baruc con Jeremías y, después de las Lamentaciones, se señalan unas «cartas» que
corresponden ciertamente a la carta de Jeremías. El orden – Jeremías, Baruc, Lamentaciones y
Cartas – es el de los Setenta. En el NT falta el Apocalipsis.84
La Ciudad Eterna fue sede de un concilio el año 382, bajo el pontificado de Dámaso, en el
cual se estableció una lista completa de las «divinas Escrituras» recibidas entonces en la Iglesia
de Roma. El Decretum Damasi, de las Actas del Concilio de Roma, afirma:85
«Las Escrituras divinas, que ha de recibir la universal Iglesia Católica y qué debe evitar.
«AT: Génesis, Éxodo, Levítico, Números, Deuteronomio, Jesús Navé, Jueces, Rut, 4 Reyes, 2
Paralipómenos, cientocincuenta Salmos, 3 Salomón: Proverbios, Eclesiastés y Cantar de los
Cantares; Sabiduría, Eclesiástico. Profetas: Isaías, Jeremías, con sus lamentaciones, Ezequiel,
Daniel, Oseas, Amós, Miqueas, Joel, Abdías, Jonás, Naún, Abacuc, Sofonías, Agéo, Zacarías,
Malaquías. Historias: Job, Tobías, dos libros de Esdras, Ester, Judit, dos libros de los
Macabeos. NT: Evangelios según Mateo, Marcos, Lucas y Juan. 14 Epístolas de Pablo Apóstol,
Apocalipsis de Juan, Hechos de los Apóstoles y las Epístolas canónicas, en número de siete».86
EL «DECRETO GELASIANO»
La lista definida por el Concilio de Roma quedó conocida por mucho tiempo como «decreto
Gelasiano», ya que la reprodujo dicho Papa (492-496)87 y es curiosamente idéntica a la que
publicará luego el Concilio de Trento, con los deuterocanónicos. Los libros declarados
canónicos son los mismos, aunque el orden difiere un poco.
Sólo a finales del siglo IV, los concilios de Hipona (392) y de Cartago88 (397 y 419)
aceptaron un número fijo de libros veterotestamentarios, en cuya lista figuraban varios de los
deuterocanónicos presentes en la Septuaginta, pero no consideraban su decisión como definitiva.
Los dos concilios no hacían más que comunicar al Papa y a los demás obispos el canon que
habían recibido por tradición para la lectura pública.
Por otro lado, los escritores orientales estaban más inclinados al canon breve palestinense 89
que a la traducción de los sabios alejandrinos.
Melitón de Sardes (†180), nos ofrece la más antigua lista cristiana de libros
veterotestamentarios, que es muy semejante a la que, en su época, era aceptada entre los judíos
(Ester está omitido).
Orígenes ( 185-†203) afirma el uso hebraico de 22 libros; San Atanasio insiste en que los
cristianos deben aceptar 22 libros, al igual que los judíos; San Jerónimo dedicó sus esfuerzos a
propagar el canon hebreo en la iglesia occidental, encontrando seria oposición de San Agustín90.
Los que prefieren el canon breve o expresan algunas dudas sobre la plena canonicidad de los
deuterocanónicos son, entre otros: San Gregorio de Nacianzo, San Cirilo de Jerusalén,
Epifanio, Rufino de Aquileya, San Gregorio Magno, San Juan Damasceno, Hugo de San
Victor, Nicolás de Lira y Cayetano.91 La traducción de los deuterocanónicos se conservaba
mientras tanto en la gran mayoría de los Padres, representantes de las más diversas sedes
episcopales: en África, San Cipriano y San Agustín; en Síria, San Efrén; en Capadócia, San
Basilio y San Gregorio Niceno; en Milán, San Ambrosio; en Antioquía, San Juan Crisóstomo.
Hacia los siglos V y VI se restablecerá el unánime favor de la Iglesia respecto a los
deuterocanónicos, gracias a los sínodos orientales.92
87 Suele anteponerse en algunos códices al Decreto propiamente dicho de Gelasio, una lista de libros canónicos, semejante a la
que pusimos bajo Dámaso. Sin embargo, entre otras cosas, aquí ya no se lee: «de Juan Apóstol, una epístola; de otro Juan,
presbítero, dos epístolas», sino: «de Juan Apóstol, tres epístolas» [cf 84, 92, 96].
88 Can. 36 (ó 47). [Se acordó] que, fuera de las Escrituras canónicas, nada se lea en la Iglesia bajo el nombre de Escrituras
divinas, Ahora bien, las Escrituras canónicas son: Génesis, Exodo, Levítico, Números, Deuteronomio, Jesús Navé, Jueces, Rut,
cuatro libros de los Reyes, dos libros de los Paralipómenos, Job, Psalterio de David, cinco libros de Salomón, doce libros de los
profetas, Isaías, Jeremías, Daniel, Ezequiel, Tobías, Judit, Ester, dos libros de los Macabeos. Del NT: Cuatro libros de los
Evangelios, un libro de Hechos de los Apóstoles, trece Epístolas de Pablo Apóstol, del mismo una a los Hebreos, dos de Pedro,
tres de Juan, una de Santiago, una de Judas, Apocalipsis de Juan. Sobre la confirmación de este canon consúltese la Iglesia
transmarina. Sea lícito también leer las pasiones de los mártires, cuando se celebran sus aniversarios.
89 Conocido como canon de Yamnia (o Yabneh), ciudad donde, alrededor de los años 90-100 d.C. Hubo un sínodo de los rabinos
para tentar definir un canon de los libros sagrados del judaísmo.
90 En la Carta a San Jerónimo, afirma San Agustín: «No quiero que se lea tu traducción del hebreo en las iglesias para no
turbar a los pueblos de Cristo con un escándalo grave contra la autoridad de los Setenta al presentar una cosa nueva. Todos
tienen los oídos y el corazón acostumbrados a aquella traducción, que fue, por añadidura, aprobada por los apóstoles». Cf.
AGUSTÍN de Hipona. Op. cit., p. 523.
91 cf. BROWN, Raymond Eduard, FITZMYER; Joseph Augustin y MURPHY, Roland Edmund. Op. cit., p. 69-70.
El fenómeno del Canon en el Cristianismo 16
Con Orígenes, se da comienzo a un estudio científico de las Escrituras. Por esta razón el
Adamasto alejandrino acumula a sus títulos el de fundador de una ciencia: la exégesis.
La versión de los LXX había perdido su primitiva integridad, por lo que en el Asia Menor la
conformaron con el texto hebreo, como se ve por las citas que aparecen en Filón, en los escritos
del NT y en Flavio Josefo. Las grandes diferencias que se comprueban los códices y su discrepancia
con el texto hebreo no dejaron insensibles a los cristianos, tenaces defensores de la
«Septuaginta». Para tentar poner remedio a esta situación, Orígenes emprendió la colosal obra
de las Hexaplas (ta£ e)caplaª - «séxtuple»)93 que constituyen el primer intento para establecer
un texto crítico del AT. Fue una tarea inmensa, a la cual dedicó su vida entera. Dispuso en seis
columnas paralelas el texto hebreo en caracteres hebraicos; el texto hebreo en caracteres griegos
con el fin de determinar la pronunciación; la traducción griega de Aquila, judío contemporáneo
de Adriano; la traducción griega de Símmaco, judío del tiempo de Septimio Severo; la
traducción griega de los LXX y, finalmente, la del judío Teodoción (hacia el 180). La obra
crítica de Orígenes consistía en hacer en la quinta columna, la de los LXX, ciertos signos que
indicaban su relación con el original hebreo. Según Eusebio, Orígenes publicó también una
edición que contenía solamente las cuatro versiones griegas, las Tétraplas (tetraplaj). En la
sección de las Hexaplas dedicadas a los salmos añadió tres versiones más, con un total de nueve
columnas, convertiéndose así en Ennéaplas (enneaplaj).
Eusebio de Cesarea ( 265-†340), en su Historia Eclesiástica, presenta una lista de libros
canónicos, que no menciona Hebreos y hace referencia a que algunos libros son objeto de
discusión: Santiago, Judas, segunda de Pedro, 1-3 de Juan y Apocalipsis. Enumera también una
lista de libros que no considera «auténticos», pero que eran leídos públicamente en las iglesias
apostólicas y ortodoxas: Hechos de Pablo, Pastor de Hermas, Apocalipsis de Pedro, Carta de
Bernabé y Didaché.
En 20 de febrero de 405, el Papa San Inocencio I, envió una carta a Exuperio, obispo de
Toulouse, en la cual presenta un «canon de la Sagrada Escritura y de los libros apócrifos»:
«Los libros que se reciben en el canon, te lo muestra la breve lista adjunta». Sigue la lista de
los libros aprobados, incluyendo el Apocalipsis de Juan.
«Lo demás que está escrito bajo el nombre de Matías o de Santiago el Menor, o bajo el
nombre de Pedro y Juan, y son obras de un tal Leucio (o bajo el nombre de Andrés, que lo son
de Nexócaris y Leónidas, filósofos), y si hay otras por el estilo, sabe que no sólo han de
rechazarse, sino que también deben ser condenadas».94
El canon del NT que se impondrá en 451 con el Concilio Calcedonense es el mismo que se
encuentra ya en San Atanasio ( 296-†373): 4 evangelios, Hch, 7 cartas católicas (Sant, 1-2 Pe,
1-2-3 Jn, Jds), 14 Cartas de Pablo (incluida Heb) y Ap. La misma lista es presentada por
Amfíloco, obispo de Iconio (394), en el orden de los libros que permaneció más tarde.95
Hay que aguardar hasta el siglo XV para encontrar un documento de cierto peso sobre el
canon bíblico, en que un concilio general tome posición frente a la cuestión del canon, con el
«Decreto contra los jacobitas96». En el Concilio de Florencia, de 1441, se expone el primer
catálogo oficial de libros sagrados de la Iglesia universal.97 El decreto no es propiamente una
definición dogmática solemne, sino, más bien una profesión de fe que presenta la doctrina
católica tal como se aceptaba universalmente. Reproduce el canon completo, siguiendo las
definiciones de los sínodos cartaginenses.98 Pero la controversia tomará aquí un giro con los
pseudo-reformadores protestantes, entre los cuales el principio de la sola Scriptura dará
importancia singular a la cuestión del canon. Todos los libros que ofrecieron dudas en la
antigüedad cristiana son puestos ahora bajo el juicio de los autodenominados «reformadores» de
la Iglesia. Lutero relega a un apéndice de su traducción alemana, como apócrifos, los libros
discutidos en la antigüedad. Pone aparte una lista variable de obras que él supone de menor
autoridad. Contra esta amputación del canon cristiano se dirige el Concilio de Trento.99
101 Traducción directa del hebreo, que probablemente data del siglo II, es la más antigua obra de la literatura siríaca conservada.
102 La mejor biografía sobre Soto es de Beltrán de Heredia.
103cf. ILLANES, José Luis; SARANYANA, Josep Ignasi. Historia de la Teología. 3a. ed. Madrid: Biblioteca de Autores
Cristianos, 2002, pp. 145-148.
104 Es reciente un interés especial de la Biblia como libro. Sin embargo, el nombre mismo de Biblia con que se designa la
Escritura es la más antigua de sus autodenominaciones. Es esta denominación arcaica la que da un interés particular al estudio de
la Biblia desde la calificación de libro. Cf. ARTOLA ARBIZA, António Maria. Op. cit.,p. 267.
El fenómeno del Canon en el Cristianismo 19
Soto afirma que para que la Biblia sea canónica, hace falta una verdadera revelación, pues la
autoridad divina de la Escritura exige una total ausencia de error. Por eso, no es suficiente la
inspiración, mas es necesario que la misma inspiración se complete en la recepción y
proposición autoritativa de la Iglesia. Así, no hay canonicidad sin inspiración, como también no
hay inspiración sin la autoridad del Magisterio.
Soto advierte que la potestad de componer las Escrituras Sagradas no se transmite de los
Apóstoles a los obispos y completa afirmando que ni las Decretales ni las definiciones
conciliares son Escritura.
Otro aporte original de Soto es la consideración de que en la Biblia existe también un punto
cero, desde el cual los textos estaban en estado bruto y a partir del cual surgen las redacciones
cada vez más cuidadas que constituirán en su día la Escritura. La deficiencia de esta
consideración, en relación a las posturas de otros autores, es que Soto pasa del momento cero al
término último de un atestado de inspiración divina que da el Espíritu Santo sobre un libro de un
primer origen no inspirado. Los críticos conectaron el punto cero con el punto final del libro en
estado sacro y canónico y la hipótesis pareció peligrosa. Pero, distinguiendo las etapas y
colocando un estadio primero de simple redacción humana carente de error, en movimiento
ascendente hacia la constitución en texto inspirado, se puede entender la dinámica positiva de la
teoría de Domingo de Soto.105
CRECIMIENTO DEL PROTESTANTISMO
105 cf. ARTOLA ARBIZA, Antonio María. Domingo de Soto pionero de la propedéutica Bíblic. En: CIENCIA TOMISTA,
CXXXII, (2005), pp. 265-281.
106 cf. ILLANES, José Luis; SARANYANA, Josep Ignasi. Op. cit., p. 135.
107 cf. CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Revolução e Contra Revolução. 4a. ed. São Paulo: Arpress, 1998, pp. 5-6.
El fenómeno del Canon en el Cristianismo 20
El protestantismo había resuelto la cuestión del canon de acuerdo con el principio luterano de
la sola Scriptura, por el que rechazaba cualquier valor normativo a una autoridad externa a la
Escritura, por tanto, la Tradición y las enseñanzas del Magisterio. En consecuencia asumieron,
para el AT, el canon restringido de la Biblia hebrea; para el Nuevo, opiniones a veces diferentes
y contrastantes, según las diversas corrientes en que se dividía el pensamiento protestante. En
general, los pseudo-reformadores ponían en discusión la canonicidad de algunos libros y
diversos textos,108 sobre todo los «deuterocanónicos» y algunas cartas católicas, bien como
trechos de otros libros y de los propios Evangelios. En 1520 Andreas Bodenstein, en Karlstadt,
Alemania, puso en duda la canonicidad de tales libros. Lutero los agrupaba al final del AT (los
deuterocanónicos) con una nota aclaratoria: «Apócrifos: éstos son unos libros que no se igualan
con la Sagrada Escritura, pero cuya lectura es útil y buena». La Biblia de Zurich, traducida por
Zwinglio y otros en 1527-29, incluía los libros deuterocanónicos como útiles, si bien los
relegaba al último volumen y no los consideraba canónicos. La Biblia Olivetana, publicada en
1534-35, con un prólogo de Calvino, reproducía los libros deuterocanónicos, pero aparte de los
restantes. En su Confesio Gallicana (1559) y en la Confessio Belgica (1561), los protestantes
excluían de la Escritura los libros deuterocanónicos. Las declaraciones confesionales luteranas
no contienen una lista obligatoria de libros, pero la práctica teológica de esta confesión presta
cada vez menos atención a los deuterocanónicos.109
Esta mutilación de la Palabra de Dios denuncia el peligro de una eclesiología en que la
Sagrada Escritura no se encuentra en el lugar que le corresponde en su relación real con las otras
estructuras establecidas por los apóstoles.110
NECESIDAD DE UNA DEFINICIÓN UNIVERSAL
Las grandes resurrecciones proceden siempre de grandes caídas. De esta forma, la Iglesia
emerge más fuerte después de las peores embestidas, confirmando la promesa del Señor: «Las
puertas del infierno jamás prevalecerán contra ella» (Mt 16, 19). Era urgente una afirmación
firme, definitiva e irrevocable sobre la cuestión del canon para dirimir de una vez las dudas y
afirmar los principios católicos, dando seguridad teológica al gran rebaño confiado al pastoreo
de la Santa Iglesia.
LA DEFINICIÓN CONCILIAR
Abdías, Jonás, Miqueas, Nahum, Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías, Malaquías; 2 de los
Macabeos: primero y segundo. Del NT: Los 4 Evangelios, según Mateo, Marcos, Lucas y Juan;
los Hechos de los Apóstoles, escritos por el Evangelista Lucas, 14 Epístolas del Apóstol Pablo: a
los Romanos, 2 a los Corintios, a los Gálatas, a los Efesios, a los Filipenses, a los Colosenses, 2
a los Tesalonicenses, 2 a Timoteo, a Tito, a Filemón, a los Hebreos; 2 del Apóstol Pedro, 3 del
Apóstol Juan, 1 del Apóstol Santiago, 1 del Apóstol Judas y el Apocalipsis del Apóstol Juan».
El texto concluye con la siguiente afirmación solemne:
«Y si alguno no recibiera como sagrados y canónicos estos libros íntegros con todas
sus partes, tal como se han acostumbrado leer en la Iglesia Católica y se contienen en la
antigua edición latina Vulgata113 y despreciara la ciencia y consciencia de las predichas
tradiciones, sea anatema».114
Esta definición dogmática proclama que todos los libros del canon poseen igual autoridad
normativa, sin que puedan existir diferencias entre ellos, superando las anteriores distinciones
entre los libros proto y deuterocanónicos, determinando la extensión de la canonicidad a los
libros íntegros con todas sus partes. El concilio explicita, además los criterios sobre los que se
apoya su declaración solemne: la lectura litúrgica de la Iglesia y la presencia de los libros del
canon en la antigua edición latina Vulgata. Dos criterios que se funden en uno: la Tradición viva
de la Iglesia, oral y escrita.115
CAPÍTULO IX – CUESTIONES POSTERIORES A TRENTO
¿PUEDEN EXISTIR OTROS LIBROS SAGRADOS QUE NO SEAN CANÓNICOS?
Hay discusiones sobre el tema. Para algunos autores, teóricamente esto es posible, puesto que el
Concilio no afirma expresamente que los libros enumerados en el canon de la Iglesia sean los
únicos libros sagrados e inspirados. El problema se ha planteado sobre todo, al detectarse que
podrían existir algunas cartas de San Pablo que no han llegado hasta nosotros (cf. 1 Cor 5, 9; Col 4,
16). En este caso, al proceder de un apóstol, habría que pensar que llevan consigo el carisma y el
ministerio apostólico, considerándose, por tanto, como inspirados. En todo caso, al no haberse
recogido tales escritos en el canon bíblico, ellos no han alcanzado la normatividad de los demás
libros bíblicos. Por tanto hemos de suponer que su contenido no aportaría ningún cambio sustancial
en cuanto nos ha llegado de la tradición apostólica y nos ha sido transmitido por la Sagrada
Escritura.116 En la hipótesis del hallazgo futuro de alguno de estos escritos, cabrá a la Iglesia la
decisión si los incluye, o no, en la lista de libros canónicos, una vez que en la definición del canon
actual no está absolutamente claro si es asertiva o también exclusiva, es decir, cerrada
definitivamente a otros libros. De esta forma la Iglesia podría, sin dificultad, proceder a su
canonización como lo hizo en Trento con los deuterocanónicos 117. Es evidente que una decisión de
este quilate sólo puede competir al Magisterio Extraordinario Papal o Conciliar en comunión con el
Papa.
113 La crítica moderna afirma que los Padres conciliares de Trento y las autoridades romanas que aprobaron el decreto tenían
conciencia de que en la traducción de la Vulgata se contenían errores y que no todas las copias estaban de acuerdo, lo que
dificulta el juicio que haya de darse sobre «las partes» de los libros sagrados. Incluso la Vulgata sixto-clementina (1592), texto
oficial de la Iglesia publicado para cumplir los requerimientos de Trento en cuanto a una edición más cuidadosa de la Vulgata,
deja mucho que desear desde el punto de vista moderno; en muchos lugares se atiene fielmente a la Vulgata original de San
Jerónimo. San Pío X creó en 1907 una Comisión Pontificia para la fijación del texto de la Vulgata, la cual ha tenido su sede
desde entonces en la abadía de San Jerónimo de Roma.Cf. BROWN, Raymond Eduard; FITZMYER, Joseph Augustin y
MURPHY, Roland Edmund. Op. cit., pp. 93-94; 206.
114 cf. TÁBET, Miguel Ángel. Op. cit., p. 209.
115 cf. Ibid. pp. 209-210.
116 cf. SÁNCHEZ CARO, José Manuel. Op. cit., pp. 119-120.
117 cf. Ibid. p. 195.
El fenómeno del Canon en el Cristianismo 22
CONCILIO VATICANO I
En su tercera sesión, el 27 de abril de 1870, el decreto tridentino fue confirmado y revalidado
por el Concilio Vaticano I, en contraposición al renacimiento de antiguas teorías que volvían a
plantear dudas sobre la autoridad de algunos libros canónicos, afirmando tajantemente:
«Estos libros del Antiguo y del NT, íntegros con todas sus partes, tal como se enumeran en el
decreto del mismo Concilio [de Trento], y se contienen en la antigua edición latina Vulgata,
deben ser recibidos como sagrados y canónicos».118
El Concilio renovó el anatema contra todo el que se negase a reconocer los libros de la Biblia
como «sagrados y canónicos». Sin embargo, respondiendo a ciertas tesis recientes que
intentaban refutar, dio la razón concreta del carácter «sagrado y canónico» de los libros bíblicos,
en estos términos:
«La Iglesia tiene [los libros del Antiguo y del NT] como tales, no ya porque, compuesto por
el trabajo del hombre, hayan sido luego aprobados por su autoridad, ni solamente porque
contengan sin error la revelación, sino porque escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo
tienen a Dios por autor y han sido transmitidos como tales a la Iglesia».119
EL MODERNISMO
El final del siglo XIX y el inicio del siglo XX vieron nacer la corriente modernista, con su
interpretación racional de la fe según las categorías de lo que se convino llamar «pensamiento
moderno», atrajo a numerosos teólogos y estudiosos y, desde Francia, con Alfred Loisy, comienza
a propagarse por toda Europa, procurando lanzar dudas a respecto de las Sagradas Escrituras, su
verdad, inspiración y exégesis. San Pío X en el Decreto «Lamentabili» del 3 de julio de 1907,
condena el Modernismo. El conjunto de errores condenados por el Papa van frontalmente contra la
doctrina católica respecto de la autenticidad y veracidad de los Evangelios y del canon Católico.
Los problemas suscitados por la crítica histórica representaron un nuevo reto para la teología
de la inspiración y, por ende, para la cuestión del canon católico. Frente al racionalismo la
Iglesia insistió en dos puntos: el origen divino de la Sagrada Escritura y su verdad absoluta, su
inerrancia120, afirmada con fuerza a partir de la Encíclica Providentissimus Deus121, de León
XIII.122 A pesar de la condena Papal, acrecida de la posterior Encíclica Pascendi, que venía en
refuerzo de las advertencias de la Providentissimus Deus, muchos movimientos en el ámbito
eclesial que eran compañeros de ruta del modernismo siguieron con sus planteamientos y
enfoques que ponían en duda verdades de fe, o las relegaba a los laberintos sin fin del
relativismo.
LA DIVINO AFFLANTE SPIRITU
Con la Encíclica Divino afllante Spiritu, del 30 de septiembre de 1943, el Papa Pío XII
volvió a situar la Vulgata en su lugar, sin alterar nada en las decisiones de Trento y del Vaticano
I, mostrándose favorable al recurso de las lenguas antiguas y a la utilización de «todos los
recursos que ofrecen las diversas ramas de la filología» a fin de explicar el texto primitivo. Es
importante la afirmación de que «el texto primitivo [...] tiene más autoridad y mayor peso que
ninguna otra versión antigua o moderna, por muy buena que sea».123
118 cf. CONCILIO VATICANO I. Constitución Dogmática Dei Filius, sobre la fe católica, del 24 de abril de 1870, cap. 2.
119 cf. PAUL, André. Op. cit., p. 55.
120 Término no utilizado actualmente en la teología, sobretodo a partir de la Dei Verbum.
121 En la Providentissimus Deus León XIII recordó la doctrina de los concilios de Trento y Vaticano I sobre la canonicidad de
los libros santos, lo mismo que había hecho para la inspiración. Justificó, además la autoridad infalible del Magisterio, fuera del
cual no es posible demostrar la autoridad completa de las Escrituras. Cf. PAUL, André. Op. cit., p. 55.
122 cf. DE LA POTTERIE, Ignace. La exégesis bíblica, ciencia de la fe. En: Escritura e Interpretación. Madrid: Palabra, 2003,
p. 69.
123 cf. PAUL, André, op. cit., p. 55.
El fenómeno del Canon en el Cristianismo 23
La Encíclica manda estudiar los textos originales con vistas a hacer nuevas traducciones. En
cuanto al verdadero sentido del decreto tridentino referente a la Vulgata, la autenticidad de ésta
ha de entenderse no primariamente en sentido crítico, sino más bien jurídico; ello significa que
en modo alguno se pretende presentar la Vulgata como una versión siempre exacta, sino que en
todo caso está libre de cualquier error en la fe y en la moral.124
LA INSTRUCCIÓN SANCTA MATER ECCLESIA
En las vísperas del Concilio Vaticano II sobrevino un nuevo ataque contra el uso de la crítica
en el estudio de la Biblia. Esta vez se centró en el empleo de los métodos histórico-críticos,
especialmente en lo que se refiere al NT y se prolongó a lo largo de las sesiones de trabajo del
Concilio, en las que se estaba elaborando y discutiendo la futura constitución Dei Verbum. En este
contexto la Pontificia Comisión Bíblica, el 21 de abril de 1964, publicó la instrucción Sancta Mater
Ecclesia, sobre la verdad histórica de los Evangelios. En ella se pide entre otras cosas, al exégeta
católico que atienda a las normas de la hermenéutica racional y católica y utilice con cuidado los
nuevos recursos de que dispone la exégesis, especialmente los que aporta el «método histórico»,
entendido en sentido amplio. Además se dice expresamente que el exégeta podrá utilizar los
elementos aprovechables aportados por el «método de la historia de las formas», si bien debe
atender a la posible infiltración de principios filosóficos y teológicos reprochables, sobre todo
aquéllos que parten de conceptos racionalistas que no reconocen el orden sobrenatural. Estas
orientaciones contribuyeron sin duda a la última redacción del texto conciliar.
EL CONCILIO VATICANO II
La última etapa del conturbado siglo XX conoció un acontecimiento que marcará para
siempre la historia de la Iglesia: El Concilio Ecuménico Vaticano II. De los documentos
emanados del Concilio, uno que suscitó más discusiones fue el que trataría del tema: De
Revelatione. El Concilio ha recorrido la doctrina magisterial precedente relacionada con el
canon bíblico en varios lugares; de modo especial en los capítulos IV y V de la Dei Verbum,
subrayando un doble aspecto:
• La función de la sagrada Tradición como criterio fundamental e insustituible en la
constitución del canon bíblico: «La misma Tradición da a conocer a la Iglesia el canon
íntegro de los libros sagrados, y hace que los comprenda cada vez mejor y los mantenga
incesantemente operativos» (DV 8).
• Ha orientado el estudio encaminado al examen de la estructura interna del canon,
delineando diversas perspectivas, como son:
a) La revelación dinámica que existe entre el Antiguo y el NT (DV 14-16);
b) La centralidad de los Evangelios en el conjunto de las Escrituras en cuanto testimonio
principal de la vida y de la enseñanza de Jesucristo (DV 17);
c) La ordenación específica de los demás escritos del NT a los Evangelios.125
La Dei Verbum se caracteriza por una actualización de la antigua tradición en el contexto de
los problemas del siglo XX. En una «hermenéutica de continuidad»126 esta tradición se esfuerza
por no separar de la unidad del «Libro»127 ninguna parte de la Escritura, pues es un mismo
espíritu el que lleva a cabo la revelación del mismo misterio de alianza en Cristo. Toda lectura
124 cf. BROWN, Raymond Eduard, FITZMYER, Joseph Augustin y MURPHY, Roland Edmund, op. cit., p. 336.
125 cf. TÁBET, Miguel Ángel. Op. cit., pp. 210-211.
126 cf. BENEDICTO XVI. Discurso a los Cardenales, Arzobispos, Obispos y Prelados superiores de la Curia Romana, 22 de
diciembre de 2005.
127 Entendido en el concepto tratado en el capítulo V, ítem 1.
El fenómeno del Canon en el Cristianismo 24
128 cf. CONCILIO VATICANO II. Constitución Dogmática Dei Verbum, sobre la Revelación divina, 18 de nov. de 1965, n. 2.
129 cf. CONGAR, Ives. Llamados a la vida. Barcelona: Herder, 1988, pp. 59-60.
130 cf. SÁNCHEZ ROJAS, Héctor Gustavo. Op. cit., p. 39.
131 cf. RATZINGER, Joseph. «Importancia de los padres para la teología actual». En: Teología e historia. Notas sobre el
dinamismo histórico de la fe. Salamanca: Sígueme, 1972, p. 149.
132 cf. BENEDICTO XVI. Exhortación Post-Sinodal Verbum Domini, n. 7.
133 cf. BROWN, Raymond Eduard; FITZMYER, Joseph Augustin y MURPHY, Roland Edmund. Op. cit., p. 94.
134 cf. KÜNG, Hans. Estructuras de la Iglesia. Barcelona: Estella, 1962, p. 165.
135 cf. Lutherans and Catholics in Dialogue IX. Scripture and Tradition, Minneapolis, 1995.
El fenómeno del Canon en el Cristianismo 25
CONCLUSIÓN
Vladimir Soloviev, en su obra Historia del Anticristo, presenta el adversario escatológico del
Salvador recomendándose, ante todo, por su doctorado en Teología obtenido en Tubinga y por
haber escrito una obra de exégesis reconocida por los especialistas como pionera en este campo.
Con esta paradoja, Soloviev iluminó, hace casi cien años, la ambigüedad de los métodos
modernos de interpretación de la Biblia, donde el dogma aparece como el verdadero obstáculo
para lograr una recta comprensión de la Biblia en sí misma.138
A pesar de que durante siglos cierta corriente de exégetas protestantes y, lamentablemente
también católicos, hubieran procurado disecar la Biblia como si fuera un cadáver en una lección
de anatomía, levantando discusiones y lanzando el espíritu de duda; el mensaje eterno de la
Revelación divina sigue inalterablemente siendo el «norte» que guía la humanidad rumbo al
futuro.
Al estudiar la formación del canon de las Escrituras, percibimos que la razón última por la
cual la Iglesia ha aceptado como norma de su fe y de su vida estos Libros inspirados, es que ha
descubierto en ellos la presencia y la autoridad del Espíritu de Jesucristo y, en consecuencia,
reconocer que sus autores deben ser hombres proféticos e inspirados.139
Es el propio Cristo, que por labios de Pedro, o de sus legítimos sucesores, indica el camino,
como otrora Moisés, con su cayado, indicó a los hebreos el rumbo de la tierra prometida,
pasando por el Mar Rojo que se abría solemnemente delante de sus ojos estupefactos. Pasado el
pueblo de Dios, los enemigos no dejaron de intentar su destrucción, pero con un simple soplar
de viento, las aguas volvieron a sus cauces llevando consigo caballos, armas y caballeros.
Con la definición del canon quedó expresado el contraste entre un texto estático y un proceso
dinámico, hermenéutico e histórico, donde la Palabra de Dios es recibida con el corazón abierto
por los hombres «de buena voluntad». Esta recepción, sin embargo, si fuera tan sólo humana y
despojada de la gracia del Espíritu, no produciría una hermenéutica que fructificase en obras de
santidad. Serían como las semillas lanzadas a la orilla del camino, que están condenadas a morir
por el calor antes de producir la vida. El problema básico no es tan solo de la relación entre el
texto y el proceso de canonización del mismo, mas del texto con el receptor a quien se destina,
la Palabra y la respuesta. Palabra que viene del Padre, por el Hijo y con el Espíritu Santo.
136 cf. PONTIFICIA COMISIÓN PARA LA UNIÓN DE LOS CRISTIANOS Y LAS SOCIEDADES BÍBLICAS UNIDAS.
Direttive per la cooperazione interconfessionale nella traduzione della Bibbia. Roma, 16 de noviembre de 1987.
137 cf. TÁBET, Miguel Ángel. Op. cit., p. 211.
138 cf. RATZINGER, Joseph. «La interpretación bíblica en conflicto». En: Escritura e Interpretación. Madrid: Palabra, 2003, p. 19.
139 cf. SÁNCHEZ CARO, José Manuel. Op. cit., p. 139.
El fenómeno del Canon en el Cristianismo 26
La literatura canónica final refleja una larga historia de desarrollo en el que se seleccionó la
tradición recibida, transmitida y formada por centenas de decisiones eclesiásticas.140 Es evidente
el carácter divino de este proceso de fijación de la tradición oral durante casi dos mil años,
donde las incertidumbres de las acciones humanas no fueron suficientes para alterar el contenido
básico de aquello que el propio Creador quería, en su entrañable condescendencia, revelar a sus
hijos, creados a su imagen y semejanza.
El gran historiador alemán Ludwig Von Pastor ( 1854-†1928), de origen protestante, inició
una colosal obra literaria sobre la historia de los Papas (Geschichte der Päpste seit dem Ausgang
des Mittelalters - 1886-1933). Después de años de laboriosas pesquisas en los archivos más
secretos del Vaticano y habiendo encontrado, al lado de relatos los más edificantes, vergonzosas
páginas sobre las miserias humanas que caminaron par-a-par en el transcurso de la Historia de la
Iglesia, su reacción fue la más inesperada posible: ¡La conversión! 141 Sí. Al conocer tantos
errores humanos y percibir la santidad inalterada de aquella edificación firmada sobre la Roca
firme que es Cristo, Von Pastor constató esta realidad: una iglesia compuesta por hombres tan
fallos, tener la firmeza, el esplendor y la pureza doctrinal de la Iglesia Católica, Apostólica
Romana, sólo se puede explicar con la afirmación de Jesucristo: «Estaré con vosotros todos los
días, hasta la consumación de los siglos» (Mt. 28, 20).
Sin la Iglesia la historia de la humanidad sería más triste y su horizonte más estrecho. La
Esposa de Cristo posee un don que sólo ella puede comunicar con alegría y convicción. Ésa es la
grandeza que la alienta a pesar de las miserias humanas y de las incomprensiones que padece142,
como afirma Henry de Lubac:
«Aunque se viera reducida a un pequeño rebaño, lleva consigo la esperanza del
mundo. Continuamente maltratada por todos nosotros desde dentro y desde fuera,
parece siempre que está agonizando, pero realmente siempre está renaciendo... Amo
a nuestra Iglesia, con sus miseria y humillaciones, con las debilidades de cada uno
de nosotros, pero también con la inmensa red de sus santidades ocultas».143
El Papa Pío XII termina la Encíclica Divino afllante Spiritus con estas bellas palabras:
«Resta ya, venerables hermanos y amados hijos, que todos y cada uno de
aquellos cultivadores de la Biblia que son devotos hijos de la Iglesia [...] perciban
toda la luz, fuerza persuasiva y alegría de las Sagradas Escrituras».144
El ejemplo de María, fiel seguidora de Cristo, que «guardaba todo en su Corazón» (Lc 2, 16-
21). Es el lucero que tiene la fuerza y el poder de clarear las tinieblas de la sociedad hodierna,
hedonista y nihilista, donde el poder, el dinero, el orgullo y la sensualidad se gallardean como
únicos valores delante de los ojos cansados de una humanidad que, como «profetizaba» Goethe,
«anda a ciegas, pues no sabe de dónde vino, ni para donde va, conoce poco del mundo y menos
aún de sí misma».
Sin la luz de Cristo el mundo ya no existiría, sin la luz de la Iglesia, el mundo no sabe para
dónde va, sin la luz de María, el hombre no tiene fuerzas para seguir el camino que el Espíritu
Santo abre delante de sus ojos. María es la estrella que guía siempre rumbo a Cristo, por eso,
delante de las incertidumbres que el relativismo lanzó la sociedad del tercer milenio, podríamos
volvernos a cada uno de los habitantes de este planeta globalizado y decir:
140 cf. CHILDS, Brevard S. Old Testament theology in a canonical context. United Kingdom: Fortress Press, 1986, p. 11.
141 cf. FRATTINI, Erick, entrevista a Q. Diario.
142 cf. DE LA FUENTE, Eloy Bueno. Op. cit., p. 327.
143 cf. DE LUBAC, Henry. Diálogo sobre el Vaticano II. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1985, pp. 112-113.
144 cf. PÍO XII. Carta Encíclica Divino afflante Spiritu, sobre los estudios bíblicos, del 30 de septiembre se 1943, n. 34.
El fenómeno del Canon en el Cristianismo 27
INTRODUCCIÓN
Edificación
Palabras de Jesús
Sobre roca Sobre arena
Perpetua Ruina
Permanencia completa
Pedro
Sagrada Tradición
Depósito de la Fe Confiados a la Iglesia
Sagrada Escritura
Poder Deber
Escritura Tradición
El fenómeno del Canon en el Cristianismo 29
Mons. Neophytus Edelby: «La Iglesia ha vivido siempre bajo el impulso del Espíritu Santo»
Tradición es la epíclesis de la historia de la salvación,
sin la cual la Escritura es «letra muerta».
Diferenciación Fe judía
Destrucción del Templo
Fe cristiana
Libertad
Inspiración
NT «purificado»
Clemente de Alejandría
Joachim Jeremías Marcos escribe el griego más primitivo
Es el más espontáneo
Basado en complejos de tradición –– didaskali¢ai
El fenómeno del Canon en el Cristianismo 30
Uso en el culto
Función del canon Participación activa en una tradición recibida del Señor
El fenómeno del Canon en el Cristianismo 32
ETAPAS
–––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––
Después los libros que los apóstoles indicaban para el uso cultual
Deuterocanónicos
Rechazaron la «Septuaginta»
Benedicto XVI: La de «Septuaginta» es algo más que una simple traducción del texto hebreo
Inspiración del Espíritu Santo Libros sagrados tienen Dios por autor
Fielmente
Sin errores
Siglo II
Fragmento Muratoriano
Montanistas
Instrumento de la Providencia
Siglo IV
Concilio de Laodicea (360) Primera vez en un documento oficial la palabra «canónico»
Falta el Apocalipsis
Concilio de Roma (382) Estableció una lista completa de las «divinas Escrituras»
Siglos V, VI y siguientes
4 evangelios, Hch
Concilio de Calcedonia (451) 7 cartas católicas (Sant, 1-2 Pe, 1-2-3 Jn, Jds)
14 Cartas de Pablo (incluida Heb)
Apocalipsis
A los obispos
Surgen las redacciones cada vez más cuidadas que constituirán la Escritura
Tradición Magisterio
¿Pueden existir otros libros sagrados que no sean canónicos? Teóricamente es posible
Si es también exclusiva
Definió que
La Iglesia tiene [los libros del Antiguo y del NT] como sagrados
Su verdad
Inspiración
Exégesis
Su verdad absoluta
Encíclica Pascendi
Utilización de «todos los recursos que ofrecen las diversas ramas de la filología»
Pide al exégeta católico Que atienda a las normas de la hermenéutica racional y católica
De la Revelación Plenitud
Exige ser
Más bíblico que la Biblia Más evangélico que el Evangelio Más paulino que San Pablo
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