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MAGNO
Repasamos los últimos meses de su vida para saber cómo fue el inesperado final del rey.
El último aliento. El artista alemán Karl Theodor von Piloty, que cultivó la pintura de historia desde
una perspectiva realista, evocó el final de Alejandro en este óleo pintado en 1885. Nueva Pinacoteca,
Múnich. Foto: BPK / Scala, Firenze.
Primavera del año 323 a.C. Un rey se aproxima a la milenaria Babilonia, ya parte de
su imperio. A su encuentro salen un grupo de sacerdotes locales (llamados caldeos
por los griegos), que le piden encarecidamente que no entre en la ciudad. Han
observado los cielos y los signos que han encontrado ellos –quizás un próximo
eclipse– revelan una seria amenaza para la vida del monarca si éste entra en
Babilonia. El rey sigue sus indicaciones y se retira a la cercana Borsippa. Pero las
presiones de su séquito, que no se fía de esos sacerdotes extranjeros, hacen que
finalmente el soberano entre en Babilonia. Unas semanas más tarde, la profecía se
cumplirá y Alejandro Magno morirá allí.
CRONOLOGÍA
Primavera 323 a.C. Entrada en Babilonia. Los caldeos intentan conjurar los
presagios funestos que afectan a Alejandro con el ritual del rey sustituto.
321/320 a.C. El sarcófago del rey parte hacia Egas tras dos años de
preparativos. Ptolomeo intercepta el convoy y lleva el cuerpo a Menfis.
Los soldados
macedonios son
presa de la emoción
al desfilar ante
Alejandro, ya a las
puertas de la
muerte. Grabado
por André
Castaigne. 1899.
La muerte de un rey
Alejandro empezó a sufrir unas persistentes fiebres. En un inicio, el soberano seguía
realizando los sacrificios oficiales, seguía planificando la invasión de Arabia y
tomaba múltiples baños para aliviar los rigores de la fiebre. Pero, día tras día, las
fuerzas abandonaban el cuerpo de Alejandro y llevar a cabo esas tareas rutinarias se
convirtió en poco menos que una gesta. Incluso su voz quedó reducida a un débil
susurro. Ya gravemente enfermo, fue trasladado al palacio de Nabucodonosor II,
sólo rodeado por su estado mayor.
Los rumores sobre el estado de Alejandro se extendieron rápidamente entre los
soldados macedonios. Preocupados por la salud de su líder, el ejército en masa se
reunió ante las puertas del palacio exigiendo ver a Alejandro, temiendo muchos que
se les estuviese ocultando su muerte. Entonces, los generales dejaron entrar a los
soldados, que desfilaron ante su rey. Las tropas abandonaban sobrecogidas el
recinto: la sombra de la muerte se cernía sobre Alejandro. El soberano, reclinado y
vestido con una sencilla túnica, aguantó estoicamente la larga procesión, fijando su
mirada en cada uno de sus hombres, aunque incapaz de pronunciar una sola
palabra. Tras salir el último de los soldados, Alejandro dejó caer sus miembros,
totalmente agotado.
El fatal desenlace se acercaba de forma inexorable, así que sus generales decidieron
interpelar a los únicos que podían evitarlo: los dioses. Un grupo de los comandantes
más próximos al rey fue enviado a un templo a pasar la noche y a consultar si
Alejandro podía ser trasladado allí para que la divinidad intercediera por él. La
respuesta del oráculo fue clara: lo mejor para Alejandro era permanecer en el palacio.
No había esperanza para él. Entonces tuvo lugar uno de esos momentos clave de la
historia capaces de marcar profundamente los siglos siguientes.
Cuatro años antes, Alejandro se había casado en primeras nupcias con Roxana, hija
de un capitoste bactriano. Y después, tan sólo hacía un año, en Susa, el rey
macedonio había tomado como esposas a dos princesas persas: Parisatis y Estatira,
hijas de los reyes Artajerjes III y Darío III, respectivamente. Pese a ello, Alejandro
aún no tenía descendencia legítima; el único hijo de Alejandro era un niño de no más
de cuatro años engendrado con su amante Barsine. Por otro lado, Alejandro sólo
contaba con un hermanastro, Arrideo, que estaba incapacitado para el poder,
aquejado de un trastorno mental.
La reina que se dejó morir. Sisigambis, madre de Darío III y en poder de Alejandro desde 333
a.C., tal vez murió de muerte natural en fechas cercanas al fallecimiento de aquél. Arriba, la
reina en un grabado del siglo XIX.
La única esperanza para una sucesión natural era la criatura que en esos momentos
crecía en el útero de Roxana. Si resultaba ser un varón, podría reinar. Sin embargo,
todavía quedaban meses para el alumbramiento y, en todo caso, si nacía un niño se
impondría una larga regencia hasta que el joven heredero estuviera en edad de
reinar. Pero ¿quién desempeñaría esa regencia?
Sin embargo, en Grecia, la muerte de Alejandro fue vista por algunos como una
oportunidad para deshacerse del odioso yugo macedonio. No tardaría en estallar la
denominada guerra Lamíaca, en la que una coalición griega se enfrentaría
infructuosamente a Macedonia. En Atenas se instaló un profundo sentimiento
antimacedonio, y Aristóteles, que había sido el tutor de Alejandro, acabaría
abandonando la ciudad tras ser acusado de impiedad.
Las anteriores opciones presuponen que el rey macedonio murió por causas
naturales. No obstante, hay quién sugiere una opción más truculenta: el
envenenamiento. Así pues, otros investigadores han defendido que sustancias como
el arsénico, la estricnina o el eléboro blanco habrían sido las causantes de la muerte
de Alejandro. De ser así, surge inmediatamente una nueva pregunta: ¿Quién lo hizo?
La hipótesis del envenenamiento, de hecho, ya surgió poco después de la prematura
muerte del soberano. Los rumores apuntaron en su mayoría a Antípatro y sus hijos
Casandro y Yolao. Cuando la expedición de Alejandro partió hacia Asia, el veterano
general Antípatro quedó al cargo de Europa, controlando férreamente las ciudades
griegas. No obstante, a lo largo de los años, las relaciones entre rey y regente se
habrían tensado por diferentes motivos, y Alejandro ya había enviado hacia
Macedonia a Crátero, otro general, para relevar a Antípatro.
Por lo tanto, estos rumores señalaban a Antípatro como el instigador del crimen, si
bien algunos afirmaban incluso que la idea inicial habría sido del filósofo Aristóteles,
contrario a la transformación del rey en un despótico soberano oriental. El ejecutor
más probable habría sido Yolao, que era el copero real y podría haber introducido
fácilmente algún veneno en la bebida del soberano. Algunos incluso decían que la
sustancia había sido transportada por su hermano Casandro en el casco de una mula
porque era tan potente que ningún otro recipiente podía contenerla. ¿Significa todo
esto que Alejandro fue en realidad envenenado? Probablemente no.
Además de los signos negativos sobre el futuro de Alejandro que los caldeos leyeron
en los cielos, hubo un episodio del que los autores antiguos ofrecen diversas
versiones. Alejandro recorría en barco el Éufrates (el río que dividía Babilonia en
dos) cuando cayó al agua su diadema, la cinta de seda que indicaba su condición de
rey.
Más allá de la veracidad de hechos premonitorios como éste, hay uno del que casi
nadie duda y que ocurrió en mayo del año 323 a.C. Según cuenta Arriano, mientras
el soberano pasaba revista a las tropas dejó su trono para ir a beber, momento en que
lo ocupó un desconocido.
La entrada en Babilonia. En 331 a.C., tras vencer al rey persa Darío III en la batalla de
Gaugamela, Alejandro entró en Babilonia, momento que recrea este relieve en bronce del
siglo XVIII, basado en un famoso óleo de Charles le Brun.
En el año 331 a.C., Babilonia se rindió a Alejandro tras acordar unas condiciones
ventajosas. Las negociaciones previas y el gran recibimiento se describen tanto en las
fuentes grecolatinas como en los Diarios astronómicos babilonios. Alejandro asumió
desde un inicio las funciones tradicionales de la monarquía babilonia, guiado por el
clero local.
Entre ellas figuraba la protección de los templos. Alejandro impulsó la restauración
del Esagila (el gran santuario del dios Marduk) y su Etemenanki, el famoso zigurat
de Babilonia. Cuando el rey volvió en 323 a.C., las obras apenas habían avanzado y
éste fue uno de los motivos de suspicacia de su séquito: creyeron que los presagios
nefastos que aconsejaban a Alejandro no entrar en Babilonia eran excusas de los
sacerdotes para encubrir este retraso y la posible apropiación de los fondos
destinados a tal fin. El rey intentó dar un empujón a los trabajos y destinó hasta
10.000 soldados a la labor durante las semanas que precedieron a su muerte.
Después, las obras continuaron a menor ritmo. Una colina artificial al noreste de la
ciudad, Homera, da testimonio de los restos del zigurat.
LOS ÚLTIMOS PLANES DEL REY
PROYECTOS GRANDIOSOS
Matrimonio de Alejandro y Roxana (o tal vez Estatira) caracterizados como los dioses Ares y
Afrodita, en un fresco descubierto en Pompeya. Roxana era hija del noble bactriano Oxiartes.
Cuando murió de forma prematura, Alejandro tenía múltiples proyectos en marcha,
como la conquista de Arabia o las exploraciones de los mares Rojo, Arábigo y
Caspio. Ya en la Antigüedad se especuló acerca de qué otros planes a largo plazo
albergaba el ambicioso rey. Destaca un documento preservado por el historiador
Diodoro de Sicilia y que ha dividido a los investigadores modernos sobre su
autenticidad. Según este texto, Alejandro se dotaría de una inmensa flota para
conquistar Cartago y el Mediterráneo occidental. Bajo su dominio, una vía recorrería
el norte de África desde el estrecho de Gibraltar, y se establecerían puertos a lo largo
de su trayecto. Para unificar su vasto imperio se intercambiarían poblaciones enteras
entre Asia y Europa. Se destinaría una inmensa fortuna a construir seis magníficos
templos en la Hélade y una tumba colosal para su padre Filipo, que rivalizaría con la
Gran Pirámide de Gizeh. Tras fallecer el rey, Pérdicas habría leído estos planes a la
asamblea macedonia, que los habría descartado por ser descabellados. Reales o no,
quién sabe qué habría hecho Alejandro si no hubiese muerto tan joven.
EL SARCÓFAGO DE ALEJANDRO
Montado en su caballo Bucéfalo, Alejandro lucha contra los persas. Detalle del Sarcófago de
Alejandro. Museo Arqueológico, Estambul.
Pese a su nombre, este sarcófago hallado en 1887 en Sidón no es el del monarca
macedonio. Esculpido en mármol pentélico, esta pieza arqueológica destaca por sus
relieves, originalmente policromados. En uno de los laterales largos se puede
observar una representación de la batalla de Issos entre persas y macedonios, con
elementos parecidos a los del famoso mosaico hallado en Pompeya. En el otro
lateral, persas y macedonios, entre los que es posible identificar a Alejandro,
practican juntos la caza del león. Una escena similar puede observarse en una de las
caras cortas, donde se caza una pantera, mientras que en la cara opuesta se ha
representado una escena bélica, que se ha identificado con la batalla de Gaza en 312
a.C. o la muerte de Pérdicas en 320 a.C. Hay diferentes interpretaciones sobre quién
era el destinatario del sarcófago, pero parece probable que fuese para el rey sidonio
Abdalónimo, al cual se ha querido identificar en diferentes escenas y que subió al
trono después de que Alejandro se deshiciera de las autoridades partidarias de los
persas. Otros piensan que era para el sátrapa o gobernador persa de Babilonia,
Maceo.
Tablilla de los Diarios astronómicos de Babilonia donde se menciona la muerte del rey el día
29 del mes de Aiaru, día que iba de la puesta de sol del 10 junio a la del 11 de junio. Museo
Británico, Londres.