Está en la página 1de 20

LA MUERTE DE ALEJANDRO

MAGNO
Repasamos los últimos meses de su vida para saber cómo fue el inesperado final del rey.

El último aliento. El artista alemán Karl Theodor von Piloty, que cultivó la pintura de historia desde
una perspectiva realista, evocó el final de Alejandro en este óleo pintado en 1885. Nueva Pinacoteca,
Múnich. Foto: BPK / Scala, Firenze.

En el verano del año 323 a.C. falleció en Babilonia el mayor conquistador de la


historia. Su repentina enfermedad y su muerte, completamente inesperadas,
alimentaron las hipótesis sobre la posibilidad de que hubiera sido envenenado.
Pira funeraria de Hefestión. Publicado hacia el año 1900, este grabado de F. Jaffe, coloreado por F.
Buracz, recrea a escala colosal la pira funeraria que Alejandro construyó en Babilonia para honrar a su
difunto camarada.

Primavera del año 323 a.C. Un rey se aproxima a la milenaria Babilonia, ya parte de
su imperio. A su encuentro salen un grupo de sacerdotes locales (llamados caldeos
por los griegos), que le piden encarecidamente que no entre en la ciudad. Han
observado los cielos y los signos que han encontrado ellos –quizás un próximo
eclipse– revelan una seria amenaza para la vida del monarca si éste entra en
Babilonia. El rey sigue sus indicaciones y se retira a la cercana Borsippa. Pero las
presiones de su séquito, que no se fía de esos sacerdotes extranjeros, hacen que
finalmente el soberano entre en Babilonia. Unas semanas más tarde, la profecía se
cumplirá y Alejandro Magno morirá allí.

Los últimos meses


Los meses anteriores no habían sido sencillos para el monarca macedonio. En
octubre del año 324 a.C. había muerto su amigo íntimo, quizá su amante, Hefestión,
lo que le había sumido en una profunda tristeza. La subsiguiente campaña contra los
coseos, un pueblo montañés, había sido innecesariamente sangrienta, mostrándose
un Alejandro sombrío y cruel. Así pues, el rey que recibió los malos augurios de los
caldeos estaba lejos de esa imagen de conquistador invencible que había irradiado en
su primera llegada a Babilonia, ocho años atrás. Alejandro se encontraba en uno de
los momentos personales más bajos de su triunfal carrera.

Alejandro moribundo. En este busto helenístico,


conservado en la galería florentina de los Uffizi, se vio
durante mucho tiempo la representación de Alejandro a
punto de exhalar su último suspiro.

CRONOLOGÍA

EL FINAL DEL REY


Primavera 324 a.C. Alejandro llega a la ciudad de Susa al término de su
expedición a la India. Bodas de Susa entre macedonios y mujeres persas.

Otoño 324 a.C. En Ecbatana muere Hefestión, íntimo amigo de Alejandro. El


soberano cae en una profunda aflicción.

Primavera 323 a.C. Entrada en Babilonia. Los caldeos intentan conjurar los
presagios funestos que afectan a Alejandro con el ritual del rey sustituto.

Verano 323 a.C. Alejandro muere entre el 10 y el 11 de junio, tras contraer


una enfermedad desconocida que lo lleva a la tumba en pocos días.

321/320 a.C. El sarcófago del rey parte hacia Egas tras dos años de
preparativos. Ptolomeo intercepta el convoy y lleva el cuerpo a Menfis.

290-280 a.C. Ptolomeo II Filadelfo instala la sepultura del rey en


Alejandría, donde el soberano recibirá culto religioso durante siglos.
La advertencia de los caldeos nunca abandonó su cabeza y, en alguna ocasión
durante esas semanas, se lamentaría en voz alta de no haber seguido a pies juntillas
sus indicaciones. Los sacerdotes babilonios intentaron remediar la situación llevando
a cabo el antiquísimo ritual del rey sustituto, en el cual un hombre de baja extracción
tomaba el lugar del monarca y actuaba como pararrayos para atraer el infortunio
sobre sí y alejarlo del verdadero soberano. Los macedonios se mostraron confusos
con el rito y es posible que no se llegase a completar.

Parecía que el destino de Alejandro estaba sellado. De hecho, tenemos constancia de


otros ominosos augurios que reflejan una reevaluación retrospectiva de ciertos
hechos casuales tras su fallecimiento, o bien una mirada excesivamente suspicaz y
supersticiosa del rey, tal y como lo describe Plutarco: «Así pues, Alejandro se entregó
a partir de entonces a las señales divinas, su espíritu siempre turbado y temeroso; no
había un suceso desusado y extraño, por mínimo que fuese, del que no hiciese un
prodigio o un presagio, y su palacio estaba lleno de sacrificantes, exorcistas, adivinos
y, en una palabra, de gentes que llenaban el espíritu del rey de necedades y
temores».

Alejandro se presentaba como hijo del


dios Zeus, que en esta tetradracma
acuñada en Babilonia aparece sentado en
su trono. 317-311 a.C.

Sin embargo, no sólo oscuros pensamientos ocupaban la mente de Alejandro durante


su postrera estancia en Babilonia. A sus 32 años, el macedonio no había saciado su
sed de conquista y ya tenía decidido su próximo objetivo: Arabia. Mientras ultimaba
los planes para lanzarse a la invasión arábiga, Alejandro recibió en Babilonia la visita
de embajadas de todo el mundo griego y de más allá: algunas fuentes hablan de
legados íberos, celtas, cartagineses e incluso romanos. Para algunos, el conquistador
macedonio empezaba a ser considerado un dios entre mortales.
Por último, recibió una deseada y balsámica noticia: el oráculo de Zeus-Amón en
Siwa, en el desierto de Libia, autorizaba que se rindiera culto como héroe a su amado
Hefestión. Parece que la heroización de Hefestión le arrancó el abatimiento de la
noche a la mañana, y Alejandro volvió a frecuentar los banquetes, caracterizados por
un elevado consumo de alcohol. Precisamente fue durante uno de estos simposios,
celebrado por su amigo Medio de Larisa, cuando el rey manifestó los primeros
síntomas del mal que le acabaría llevando a la tumba.

Los soldados
macedonios son
presa de la emoción
al desfilar ante
Alejandro, ya a las
puertas de la
muerte. Grabado
por André
Castaigne. 1899.

La muerte de un rey
Alejandro empezó a sufrir unas persistentes fiebres. En un inicio, el soberano seguía
realizando los sacrificios oficiales, seguía planificando la invasión de Arabia y
tomaba múltiples baños para aliviar los rigores de la fiebre. Pero, día tras día, las
fuerzas abandonaban el cuerpo de Alejandro y llevar a cabo esas tareas rutinarias se
convirtió en poco menos que una gesta. Incluso su voz quedó reducida a un débil
susurro. Ya gravemente enfermo, fue trasladado al palacio de Nabucodonosor II,
sólo rodeado por su estado mayor.
Los rumores sobre el estado de Alejandro se extendieron rápidamente entre los
soldados macedonios. Preocupados por la salud de su líder, el ejército en masa se
reunió ante las puertas del palacio exigiendo ver a Alejandro, temiendo muchos que
se les estuviese ocultando su muerte. Entonces, los generales dejaron entrar a los
soldados, que desfilaron ante su rey. Las tropas abandonaban sobrecogidas el
recinto: la sombra de la muerte se cernía sobre Alejandro. El soberano, reclinado y
vestido con una sencilla túnica, aguantó estoicamente la larga procesión, fijando su
mirada en cada uno de sus hombres, aunque incapaz de pronunciar una sola
palabra. Tras salir el último de los soldados, Alejandro dejó caer sus miembros,
totalmente agotado.

El dios que deshaució al rey. El dios consultado


por los comandantes de Alejandro probablemente
fue una divinidad babilonia, aunque Plutarco lo
identifica con Serapis (imagen).

El fatal desenlace se acercaba de forma inexorable, así que sus generales decidieron
interpelar a los únicos que podían evitarlo: los dioses. Un grupo de los comandantes
más próximos al rey fue enviado a un templo a pasar la noche y a consultar si
Alejandro podía ser trasladado allí para que la divinidad intercediera por él. La
respuesta del oráculo fue clara: lo mejor para Alejandro era permanecer en el palacio.
No había esperanza para él. Entonces tuvo lugar uno de esos momentos clave de la
historia capaces de marcar profundamente los siglos siguientes.
Cuatro años antes, Alejandro se había casado en primeras nupcias con Roxana, hija
de un capitoste bactriano. Y después, tan sólo hacía un año, en Susa, el rey
macedonio había tomado como esposas a dos princesas persas: Parisatis y Estatira,
hijas de los reyes Artajerjes III y Darío III, respectivamente. Pese a ello, Alejandro
aún no tenía descendencia legítima; el único hijo de Alejandro era un niño de no más
de cuatro años engendrado con su amante Barsine. Por otro lado, Alejandro sólo
contaba con un hermanastro, Arrideo, que estaba incapacitado para el poder,
aquejado de un trastorno mental.

La reina que se dejó morir. Sisigambis, madre de Darío III y en poder de Alejandro desde 333
a.C., tal vez murió de muerte natural en fechas cercanas al fallecimiento de aquél. Arriba, la
reina en un grabado del siglo XIX.

La única esperanza para una sucesión natural era la criatura que en esos momentos
crecía en el útero de Roxana. Si resultaba ser un varón, podría reinar. Sin embargo,
todavía quedaban meses para el alumbramiento y, en todo caso, si nacía un niño se
impondría una larga regencia hasta que el joven heredero estuviera en edad de
reinar. Pero ¿quién desempeñaría esa regencia?

Alrededor de la cama del moribundo conquistador macedonio se arremolinaban sus


ambiciosos generales, expectantes para saber sobre quién recaería el destino del
vasto imperio. En un momento dado, Alejandro se quitó el anillo con el sello real y
se lo entregó a Pérdicas, su segundo al mando. Interpelado por sus generales sobre a
quién dejaba el reino, el rey solo pudo musitar «al más capaz» o «al más fuerte».
Alejandro vaticinó, además, que se iban a celebrar unos magníficos juegos fúnebres
tras su muerte, convencido de los conflictos que estallarían cuando él ya no
estuviera. Tras esto, Alejandro se sumió de nuevo en el silencio, ya para siempre.
El palacio real de Babilonia. Reconstrucción del palacio de Nabucodonosor II, soberano que
llevó Babilonia a su máximo esplendor. En 561 a.C. falleció en este magnífico recinto, donde
dos siglos más tarde murió Alejandro

Muchos historiadores modernos han mostrado sus objeciones a esta historia. Es


posible que Alejandro, en sus últimas horas de vida, no tuviera fuerzas para hablar o
ni siquiera estuviera consciente. No obstante, ya fuese leyenda o realidad, este
episodio marcó la fragmentación del imperio de Alejandro y la creación de los reinos
helenísticos, que perduraron tres siglos.

En algún momento entre el 10 y el 11 de junio del 323, a un mes de cumplir los 33


años, el conquistador macedonio murió. Según las fuentes grecorromanas, cuando la
noticia de su fallecimiento se difundió, macedonios, babilonios y persas lo lloraron
como un solo pueblo. Incluso se dice que Sisigambis, madre del último rey persa
Darío III y que había «adoptado» al macedonio como un hijo propio, se dejó morir
de tristeza, rechazando ingerir alimento alguno.
Es imposible saber qué fue lo que acabó con la vida de
Alejandro sin disponer de los restos físicos del rey

Sin embargo, en Grecia, la muerte de Alejandro fue vista por algunos como una
oportunidad para deshacerse del odioso yugo macedonio. No tardaría en estallar la
denominada guerra Lamíaca, en la que una coalición griega se enfrentaría
infructuosamente a Macedonia. En Atenas se instaló un profundo sentimiento
antimacedonio, y Aristóteles, que había sido el tutor de Alejandro, acabaría
abandonando la ciudad tras ser acusado de impiedad.

¿Qué (o quién) lo mató?


¿Qué fue lo que causó la inesperada muerte de Alejandro? La enfermedad duró unos
diez días y los síntomas descritos en las fuentes antiguas son vagos: fiebre,
debilitamiento, pérdida de la voz, inconsciencia. Esto, sin embargo, no ha detenido a
historiadores y patólogos para enunciar una miríada de hipótesis acerca del mal que
habría llevado al soberano macedonio a la tumba: malaria, intoxicación etílica o
alcoholismo, fiebre tifoidea, virus del Nilo occidental, encefalitis, esquistosomiasis,
neumonía, antiguas heridas de guerra, depresión, pancreatitis, escoliosis congénita…
Pero es imposible saber qué terminó con la vida de Alejandro sin disponer de sus
restos físicos.
Peleas ante el difunto. Los enfrentamientos entre los partidarios de que reinara el futuro hijo
de Roxana y Alejandro y los partidarios de Filipo Arrideo (medio hermano del rey)
alcanzaron la sala donde se guardaba el cadáver.

Las anteriores opciones presuponen que el rey macedonio murió por causas
naturales. No obstante, hay quién sugiere una opción más truculenta: el
envenenamiento. Así pues, otros investigadores han defendido que sustancias como
el arsénico, la estricnina o el eléboro blanco habrían sido las causantes de la muerte
de Alejandro. De ser así, surge inmediatamente una nueva pregunta: ¿Quién lo hizo?
La hipótesis del envenenamiento, de hecho, ya surgió poco después de la prematura
muerte del soberano. Los rumores apuntaron en su mayoría a Antípatro y sus hijos
Casandro y Yolao. Cuando la expedición de Alejandro partió hacia Asia, el veterano
general Antípatro quedó al cargo de Europa, controlando férreamente las ciudades
griegas. No obstante, a lo largo de los años, las relaciones entre rey y regente se
habrían tensado por diferentes motivos, y Alejandro ya había enviado hacia
Macedonia a Crátero, otro general, para relevar a Antípatro.
Por lo tanto, estos rumores señalaban a Antípatro como el instigador del crimen, si
bien algunos afirmaban incluso que la idea inicial habría sido del filósofo Aristóteles,
contrario a la transformación del rey en un despótico soberano oriental. El ejecutor
más probable habría sido Yolao, que era el copero real y podría haber introducido
fácilmente algún veneno en la bebida del soberano. Algunos incluso decían que la
sustancia había sido transportada por su hermano Casandro en el casco de una mula
porque era tan potente que ningún otro recipiente podía contenerla. ¿Significa todo
esto que Alejandro fue en realidad envenenado? Probablemente no.

¿Significa todo esto que Alejandro fue en realidad


envenenado? Probablemente no.

En los convulsos años que siguieron a la muerte de Alejandro, las acusaciones


cruzadas de regicidio fueron una herramienta política. Así, la tensión entre
Alejandro y Antípatro se habría exagerado interesadamente en la propaganda de las
facciones rivales.

De hecho, Olimpia, madre del difunto monarca, usó las acusaciones de


envenenamiento en su enfrentamiento personal con Casandro en el año 317/6 a.C. y
profanó la tumba de Yolao, señalándolo como el asesino de su hijo. En un panfleto
de la época, los involucrados en el regicidio ya superaban la docena. Sólo cuando se
pudo hacer ese uso político de la muerte de Alejandro se dio pábulo a los rumores de
envenenamiento. No se buscaba la verdad, sólo rédito político.

La combativa madre del rey. Olimpia luchó contra la


familia de Casandro hasta morir asesinada. En la
imagen, la reina en un relieve del taller de Verrocchio.
La muerte no trajo reposo al cuerpo de Alejandro. Durante las discusiones para el
subsiguiente reparto de poder fue objeto de disputa violenta entre nobles y soldados
rasos macedonios. Tras el acuerdo final, por el cual Arrideo y el hijo nonato de
Alejandro (el futuro Alejandro IV) compartirían el poder bajo la atenta supervisión
de los generales con Pérdicas y Crátero a la cabeza, empezaron los preparativos para
dar el último descanso a Alejandro. Según dicen, pese a haber transcurrido seis días,
el cuerpo estaba incorrupto y los expertos egipcios y babilonios se mostraron
temerosos de proceder con su embalsamamiento.

La lucha por el cuerpo


El difunto rey debía volver a Macedonia, a la necrópolis real de Egas, lugar ancestral
de enterramiento de su dinastía. Sería transportado hasta allí dentro de un sarcófago
de oro, en un carruaje suntuoso y ricamente decorado cuya construcción se prolongó
no menos de dos años. Finalmente, en 321/0 a.C., el carruaje partió con destino a la
antigua capital macedonia, pero nunca llegaría a su destino. El convoy fue
interceptado en Siria por un escuadrón enviado por Ptolomeo, general de Alejandro
que gobernaba en Egipto, y el cuerpo del monarca fue trasladado a Menfis. Pérdicas,
enfurecido por este «robo», decidió atacar al ingrato Ptolomeo. Tras un desastroso
cruce del Nilo, en el que su ejército sufrió numerosas bajas, los propios oficiales de
Pérdicas lo asesinaron en su tienda mientras dormía.

Había empezado la disgregación del imperio de Alejandro, cuyo cuerpo ya nunca


abandonaría Egipto. En algún momento entre 290 y 280 a.C., Ptolomeo II trasladó el
cuerpo del conquistador a su ciudad, Alejandría, donde su tumba sería objeto de
reverencia durante siglos.

PRESAGIOS FUNESTOS Y CONJUROS CONTRA EL MAL


Los caldeos, que advirtieron a Alejandro sobre el peligro que le acechaba en
Babilonia, eran famosos por la capacidad que se les atribuía de conocer el futuro con
la observación del firmamento y la interpretación de presagios, fruto de una
tradición milenaria.
El zodíaco fue establecido por los babilonios, autores de minuciosos registros astronómicos.
En la imagen, constelaciones sobre Babilonia el 15 de enero de 499 a.C.

Además de los signos negativos sobre el futuro de Alejandro que los caldeos leyeron
en los cielos, hubo un episodio del que los autores antiguos ofrecen diversas
versiones. Alejandro recorría en barco el Éufrates (el río que dividía Babilonia en
dos) cuando cayó al agua su diadema, la cinta de seda que indicaba su condición de
rey.

Un hombre se arrojó al agua para cogerla y, a fin de nadar mejor, se la puso en la


cabeza; quien la rescató fue recompensado y luego decapitado o bien azotado. Se
consideró que este suceso profetizaba que el reinado de Alejandro estaba cercano a
su fin.

Más allá de la veracidad de hechos premonitorios como éste, hay uno del que casi
nadie duda y que ocurrió en mayo del año 323 a.C. Según cuenta Arriano, mientras
el soberano pasaba revista a las tropas dejó su trono para ir a beber, momento en que
lo ocupó un desconocido.

Alejandro en su trono. Este fresco, que


posiblemente representa al conquistador
macedonio como Zeus, y que tal vez se basaba
en una pintura original del famoso Apeles, se
halló en la casa de los Vetii, o de los Vetios, en
Pompeya. Siglo I d.C.
Según Plutarco, esto sucedió cuando el rey se había desnudado para ungirse de
aceite y jugar a la pelota; según Diodoro, cuando le daban a Alejandro un masaje con
aceite.

En definitiva, pasó cuando el trono estaba vacío y a su alrededor sólo había


babilonios. Éstos, cuentan las fuentes, se rasgaron las vestiduras y empezaron a
lamentarse. Cuenta Diodoro que Alejandro «pidió consejo a los adivinos sobre la
señal, y mandó matar al individuo de acuerdo con el criterio de aquéllos, para que
las desgracias pronosticadas cayeran sobre aquél». Los macedonios acababan de ser
testigos de un antiquísimo ritual del Próximo Oriente, que no alcanzaron a
comprender: el del rey sustituto, un hombre que ocupaba temporalmente el lugar del
soberano para atraer sobre sí la desgracia y librar al monarca de un destino fatal,
ritual que los babilonios que rodeaban a Alejandro debieron de poner en práctica
para conjurar los oscuros presagios que se acumulaban contra el rey.

La diadema, símbolo de realeza. Alejandro luce la


diadema (una cinta de seda que ceñía la frente) en
esta medalla, una de las halladas en 1902 en
Abukir. Museo Calouste Gulbenkian, Lisboa.
¿PROFECÍAS PARA ENCUBRIR UN ROBO?

DESCONFIANZA HACIA LOS CALDEOS

La entrada en Babilonia. En 331 a.C., tras vencer al rey persa Darío III en la batalla de
Gaugamela, Alejandro entró en Babilonia, momento que recrea este relieve en bronce del
siglo XVIII, basado en un famoso óleo de Charles le Brun.

En el año 331 a.C., Babilonia se rindió a Alejandro tras acordar unas condiciones
ventajosas. Las negociaciones previas y el gran recibimiento se describen tanto en las
fuentes grecolatinas como en los Diarios astronómicos babilonios. Alejandro asumió
desde un inicio las funciones tradicionales de la monarquía babilonia, guiado por el
clero local.
Entre ellas figuraba la protección de los templos. Alejandro impulsó la restauración
del Esagila (el gran santuario del dios Marduk) y su Etemenanki, el famoso zigurat
de Babilonia. Cuando el rey volvió en 323 a.C., las obras apenas habían avanzado y
éste fue uno de los motivos de suspicacia de su séquito: creyeron que los presagios
nefastos que aconsejaban a Alejandro no entrar en Babilonia eran excusas de los
sacerdotes para encubrir este retraso y la posible apropiación de los fondos
destinados a tal fin. El rey intentó dar un empujón a los trabajos y destinó hasta
10.000 soldados a la labor durante las semanas que precedieron a su muerte.
Después, las obras continuaron a menor ritmo. Una colina artificial al noreste de la
ciudad, Homera, da testimonio de los restos del zigurat.
LOS ÚLTIMOS PLANES DEL REY

PROYECTOS GRANDIOSOS

Matrimonio de Alejandro y Roxana (o tal vez Estatira) caracterizados como los dioses Ares y
Afrodita, en un fresco descubierto en Pompeya. Roxana era hija del noble bactriano Oxiartes.
Cuando murió de forma prematura, Alejandro tenía múltiples proyectos en marcha,
como la conquista de Arabia o las exploraciones de los mares Rojo, Arábigo y
Caspio. Ya en la Antigüedad se especuló acerca de qué otros planes a largo plazo
albergaba el ambicioso rey. Destaca un documento preservado por el historiador
Diodoro de Sicilia y que ha dividido a los investigadores modernos sobre su
autenticidad. Según este texto, Alejandro se dotaría de una inmensa flota para
conquistar Cartago y el Mediterráneo occidental. Bajo su dominio, una vía recorrería
el norte de África desde el estrecho de Gibraltar, y se establecerían puertos a lo largo
de su trayecto. Para unificar su vasto imperio se intercambiarían poblaciones enteras
entre Asia y Europa. Se destinaría una inmensa fortuna a construir seis magníficos
templos en la Hélade y una tumba colosal para su padre Filipo, que rivalizaría con la
Gran Pirámide de Gizeh. Tras fallecer el rey, Pérdicas habría leído estos planes a la
asamblea macedonia, que los habría descartado por ser descabellados. Reales o no,
quién sabe qué habría hecho Alejandro si no hubiese muerto tan joven.

EL SARCÓFAGO DE ALEJANDRO

UNA JOYA EN MÁRMOL

Montado en su caballo Bucéfalo, Alejandro lucha contra los persas. Detalle del Sarcófago de
Alejandro. Museo Arqueológico, Estambul.
Pese a su nombre, este sarcófago hallado en 1887 en Sidón no es el del monarca
macedonio. Esculpido en mármol pentélico, esta pieza arqueológica destaca por sus
relieves, originalmente policromados. En uno de los laterales largos se puede
observar una representación de la batalla de Issos entre persas y macedonios, con
elementos parecidos a los del famoso mosaico hallado en Pompeya. En el otro
lateral, persas y macedonios, entre los que es posible identificar a Alejandro,
practican juntos la caza del león. Una escena similar puede observarse en una de las
caras cortas, donde se caza una pantera, mientras que en la cara opuesta se ha
representado una escena bélica, que se ha identificado con la batalla de Gaza en 312
a.C. o la muerte de Pérdicas en 320 a.C. Hay diferentes interpretaciones sobre quién
era el destinatario del sarcófago, pero parece probable que fuese para el rey sidonio
Abdalónimo, al cual se ha querido identificar en diferentes escenas y que subió al
trono después de que Alejandro se deshiciera de las autoridades partidarias de los
persas. Otros piensan que era para el sátrapa o gobernador persa de Babilonia,
Maceo.

VENENOS Y ENFERMEDADES MORTALES


Al parecer, Alejandro enfermó después de consumir mucho alcohol durante un
simposio o banquete en casa de su amigo Medio de Larisa; según Diodoro, sintió un
dolor agudo tras apurar su enorme copa.

Las fuentes describen la enfermedad de Alejandro


de forma muy genérica: el rey es presa de fiebres y
pierde progresivamente el habla y el movimiento,
pero no se dice nada de otros síntomas como
vómitos, diarreas, dificultades de respiración,
temblores o cambios en la coloración de la piel, por
lo que las propuestas sobre distintas enfermedades
o diferentes venenos toparán siempre con esa falta
de datos, que, por otra parte, permite sostener
numerosas teorías.

Durante un simposio. Los síntomas de la enfermedad


del rey aparecieron durante un banquete. A la
izquierda, rátera de Derveni. 330-320 a.C. Museo
Arqueológico, Salónica.
En cuanto a los venenos, se ha sugerido el empleo de
eléboro blanco; como esta planta tenía un uso medicinal, se
ha apuntado que quizá los médicos de Alejandro se
excedieron en la dosis que le suministraron para curarlo.
Se ha especulado con que la trajo Casandro, enviado ante
Alejandro por su padre Antípatro, a quien el rey pretendía
despojar de la regencia de Macedonia. También se ha
mencionado el uso de estricnina, procedente de la nuez
vómica, que quizás habría usado Roxana, esposa de
Alejandro, supuestamente celosa de los matrimonios del
rey con princesas persas en Susa, lo que vincula el
asesinato del rey a una concepción anacrónica del amor
romántico. Hay otros candidatos, como la cicuta o el
arsénico, pero lo cierto es que existen dos argumentos de
peso contra la teoría del envenenamiento. En primer lugar,
se conocían bien los efectos de los venenos disponibles en
la época; y, en segundo lugar, el envenenamiento hubiera
tenido que ser rápido, puesto que el criminal se exponía a
la ira del rey enfermo, y éste nunca manifestó sospecha
alguna.

Plantas venenosas. Eléboro blanco (Veratrum album), cuyo


veneno se ha mencionado como causa de la muerte del rey.

Sobre la enfermedad que pudo matar al soberano se


han sugerido, entre otras, la malaria, las fiebres
tifoideas (lo que resulta extraño, porque se trata de
una enfermedad infecciosa debida a la contaminación
de agua y los alimentos con materia fecal, y sorprende
que sólo la hubiera sufrido Alejandro, que vivía en
condiciones higiénicas mucho mejores que sus
hombres) o una pancreatitis aguda, una inflamación
brusca del páncreas que tiene como una de sus causas
más frecuentes el consumo excesivo de alcohol. Pero
la parquedad de datos clínicos de las fuentes convierte
cualquier diagnóstico en pura especulación.

Tablilla de los Diarios astronómicos de Babilonia donde se menciona la muerte del rey el día
29 del mes de Aiaru, día que iba de la puesta de sol del 10 junio a la del 11 de junio. Museo
Británico, Londres.

También podría gustarte