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La toma de Jerusalén
De las ocho cruzadas contra el Islam mediterráneo, la primera
fue la única que triunfó. Se apoderó de Jerusalén tras una
violenta expedición que duró tres años.
La mezquita de
al-Aqsa. Su nombre
significa «la mezquita
más lejana»; según la
tradición, Mahoma
oraba en dirección a
ella antes de hacerlo
hacia la Meca.
La torre de
David, la
ciudadela donde
se refugió el
gobernador
fatimí de
Jerusalén cuando
triunfó el asalto
cruzado se
levantaba en el
barrio armenio
de la ciudad.
Los sedientos
cruzados. En este
óleo de 1836,
Francesco Hayez
representó una
de las privaciones
de los cruzados
ante Jerusalén: la
sed. Palacio Real,
Turín.
EL ASEDIO
Las murallas de Jerusalén eran robustas y estaban rodeadas de amplios fosos, que en
algunos tramos alcanzaban los 17 metros de ancho por cuatro de profundidad. Los
defensores, además, habían envenenado gran parte de los pozos del exterior, y se
habían llevado el ganado, arrasado los cultivos y talado los árboles de los
alrededores, lo que condenaba a los atacantes al hambre y la sed si no tomaban
pronto la ciudad.
Sin embargo, los musulmanes, aunque bien provistos de armas y provisiones, eran
escasos en número para cubrir tan largas murallas. No se sabe exactamente con
cuántos guerreros contaban, pero se cree que no eran más de 3.000 o 4.000, aunque
fuentes musulmanas los reducen a no más de un millar y otras cristianas los
multiplican por más de diez. Dada su debilidad militar, y antes de que llegasen los
expedicionarios, el gobernador de la ciudad, Iftikhar ad-Daula, expulsó a casi todos
los cristianos que vivían en ella para evitar que se sublevasen en apoyo de los
atacantes. Por su parte, los cruzados se desplegaron en dos campamentos
principales, uno al norte y otro al sur de Jerusalén, para planear el asalto después de
que los musulmanes rechazasen la capitulación. La desesperada situación de los
cruzados –sin agua y sin comida– les impelía a atacar, lo que hicieron el día 13, pero
fueron rechazados clamorosamente por los defensores.
Estos últimos lanzaban todo tipo de objetos (flechas, líquidos inflamables, paja en
llamas, arena incandescente…) para interrumpir los trabajos. Por fin, al anochecer
del día 13 de julio todo estaba dispuesto para el asalto. La guarnición fatimí vio con
preocupación como, al amanecer del día 14, aquellos altos monstruos de madera de
varios pisos, montados sobre ruedas, casi desconocidos para ellos, se acercaban
lentamente empujados por los atacantes. Iba a comenzar el asalto final.
LA CONQUISTA
Las torres se fueron aproximando por el norte y por el sur. Iban forradas con pieles
impregnadas de orina (apenas había agua) para que el fuego de los defensores no
prendiera en ellas. Desde sus protegidas alturas se dominaban las murallas sobre las
que se iba a saltar. Al mismo tiempo, los atacantes trataban de emplazar sus escalas
en otros puntos, amagando con subir por ellas, a fin de apartar a los defensores de
los verdaderos puntos de ataque. Cuando despuntaba el día 15, la torre del norte,
comandada por Godofredo de Bouillon, pudo soltar su puente levadizo sobre las
almenas enemigas y un tropel de hombres se desparramó por las murallas, matando
a diestro y siniestro, para, rápidamente, correr a abrir las puertas de la ciudad a sus
correligionarios. La torre de sur, a cargo de Raimundo IV de Tolosa, quedó atascada
en el foso, pero cumplió su misión de distraer a buena parte de la guarnición
musulmana.
Godofredo de
Bouillon. Tocado
con la corona de
soberano de
Jerusalén, el
caudillo cruzado
dirige el ataque a
la ciudad desde
una torre.
Miniatura del
siglo XIV.
LA MATANZA
Al caer la noche ya había cesado la resistencia, pero durante dos días los cruzados,
casa por casa, violaron, saquearon y acabaron con cualquier atisbo de vida. Sólo se
salvaron de la matanza el gobernador Iftikhar ad-Daula y su guardia; refugiado en
la Torre de David, logró pactar su rendición y evacuación a cambio de todas sus
riquezas. También hubo algún afortunado que pudo camuflarse entre la multitud o
que, capturado después, pasó a ser esclavo. Tras aquella violencia, los vencedores
marcharon en procesión a la iglesia del Santo Sepulcro en acción de gracias. Pero el
sueño de una Jerusalén cristiana duraría menos de cien años. Saladino se encargaría
de acabar con él.
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En 1077, los profatimíes se rebelaron contra los turcos, pero ahora no hubo
compasión: cuando éstos recuperaron la ciudad, mataron a 3.000 habitantes. Los
fatimíes recobrarían Jerusalén en agosto de 1098, tras medio año de asedio. Diez
meses después, los cruzados se plantaban ante sus murallas.
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La masacre de
Antioquía. Litografía
de Gustave Doré para
la Biblioteca de las
cruzadas, de J.F.
Michaud 1877.
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Esta miniatura
muestra a los
cruzados, con
Godofredo de
Bouillon a la
cabeza, asaltando
los muros de la
Ciudad Santa.
EL ASALTO CRUZADO
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La matanza de los habitantes de la Ciudad Santa por los cruzados fue casi total y de
una violencia inusitada. Raimundo de Aguilers, que participó en el combate, escribe:
«Algunos de los paganos fueron decapitados con misericordia, otros perforados por
flechas, arrojados desde torres, y otros más, torturados durante largo tiempo,
quemados al fin entre espantosas llamas. Pilas de cabezas, manos y pies, yacían en
las casas y las calles, y corrían de un lado a otro hombres y caballeros, por encima de
los cadáveres».