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TEMA 3: LA INTERPRETACIÓN DE LA NORMA JURÍDICA (II)

I. CRITERIOS, REGLAS Y DIRECTIVAS INTERPRETATIVAS.

De entrada, tiene que quedar claro que la actividad interpretativa no se puede desarrollar de modo
arbitrario. Se trata de una actividad que, para que llegue a adquirir un cierto grado de objetividad, ha de
estar sometida a unas determinadas restricciones y limitaciones; por lo tanto, no es una actividad
completamente subjetiva, ni sometida a la discrecionalidad del intérprete, sino que es una labor que, de
algún modo, pretende ser objetiva.

En todos los sistemas jurídicos existen normas. Y todos los sistemas jurídicos incorporan
disposiciones relativas a cómo se tiene que llevar a cabo la interpretación de dichas normas. Por lo tanto,
es normal y habitual que todo ordenamiento jurídico establezca las reglas que conforman el
procedimiento a seguir para interpretar las normas que lo integran, normas que, como no podía ser de
otro modo, son vinculantes.

Lo que sucede es que la enumeración que se hace de los criterios de interpretación no es


exhaustiva o de número cerrado. En otras palabras, no es una enumeración que impida o prohíba utilizar
otros tipos de criterios.

Tampoco se expresa de manera clara en qué consisten los criterios que se formulan; se enumeran,
pero de una forma bastante vaga y confusa. Tampoco se ofrece ninguna regla relativa al orden en que se
tienen que utilizar esos criterios (qué criterio es preferente, cuál se ha de utilizar en primer lugar, etc...)
sino que simplemente se mencionan unos criterios de interpretación, de modo que se afirma la falta de
desarrollo del sistema en este punto. Por lo tanto, nos movemos, en una situación que no es una situación
en la que el intérprete goza de absoluta discrecionalidad, pero que tampoco es una actividad taxativa y
meticulosamente limitada.

Normalmente, cuando se habla de criterios de interpretación o de directivas para la interpretación,


se suelen señalar una serie de argumentos que frecuentemente vienen utilizando los juristas, algunos de
ellos reconocidos por el legislador (si bien otros tantos no lo están). Estos argumentos que tienen o
ejercen dos funciones fundamentales:

1. Función heurística o de descubrimiento: La palabra “heurística” proviene del verbo griego


“eureka” que significa “encontrar”. Sirve como criterio para encontrar la interpretación correcta de la
norma. La doctrina no presta especial interés en el estudio de la función heurística.

2. Función justificadora: sirve para justificar por qué nos decantamos por un determinado
significado. Dan apoyo a la elección de un determinado significado.

Las directrices interpretativas sirven para descubrir cuál es el significado que le conviene a una
disposición. Estaríamos, por lo tanto, en lo que la moderna teoría de la ciencia llama “contexto de
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descubrimiento”. Son elementos que se utilizan en el contexto de descubrimiento para descubrir los
posibles significados de la interpretación jurídica. A su vez sirven para justificar que ése es el significado
que le conviene a una disposición; es decir, no sólo se utilizan para exponer los posibles significados,
sino que suelen decidir cuál de ellos es el que parece más correcto, cuál de ellos es el que parece más
adecuado. De hecho, es bastante habitual que los argumentos que se utilizan en la interpretación sirvan
tanto para decidir posibles significados de una norma como para decidir cuál de ellos es el significado
correcto o adecuado.

Según Igartúa “sucede que mientras nos resulta opaco el proceso de descubrimiento, (pues no
tenemos conocimiento del proceso volitivo que ha llevado al juez a decidirse por un determinado
significado determinado), en la motivación de las sentencias han de constar las razones justificadoras,
que sí que son controlables”. Por lo tanto, nos movemos en la dualidad contexto de descubrimiento-
contexto de justificación: en el primero no podremos conocer cuáles son las razones que han movido al
juez a decantarse o elegir las distintas alternativas, pero en el segundo sí que tendremos ocasión de
saberlo, pues es en el contexto de justificación donde se han de proporcionar los argumentos razonen los
motivos que han dado lugar a una determinada opción de entre varias. De hecho, la mayoría de las
teorías de la interpretación se centran precisamente en el contexto de justificación

Aun cuando los famosos cuatro criterios que sugirió Savigny rigen actualmente (lógico,
gramatical, sistemático y el histórico), no es menos cierto que son muchas más. Desde luego los cuatro
originales subsisten, pero existen otros con origen y funcionalidades muy diversas. El número de
criterios interpretativos que se usan en la actividad interpretadora del Derecho es muy extenso y de casi
imposible enumeración exhaustiva y completa. A pesar de las dificultades, Igartúa propone el siguiente
elenco de criterios, reglas o argumentos de la interpretación:

1.1. Clasificación de las reglas de interpretación por su fuerza.

La fuerza con que acompaña a cada uno de los argumentos es una diferente o distinta. No todos
tienen la misma eficacia y alcance ante la ley. Dependiendo del tipo de fuerza tendremos que dar más o
menos razones.

1. Insoslayables o de uso forzoso: Nos encontramos de entrada con unos argumentos que son
insoslayables, en el sentido de que necesaria, ineludible y forzosamente han que ser tenidos en cuenta.
Por ejemplo, cuando el legislador dice “a la hora de interpretar una norma deberán tenerse en cuenta
los precedentes históricos”, incorpora una norma jurídica que vincula tanto y es tan obligatoria como
cualquier otra norma. En estos casos, no se tendrá que dar ninguna razón de su utilización, pues es la ley
la que lo impone.

2. Aconsejables o de uso generalizado: Aconsejables en el sentido de que son generalmente utilizados,


es decir, ya no son forzosos, vinculantes u obligatorios, pero podemos utilizarlos según nos convenga.
La doctrina, jurisprudencia y la vida práctica del Derecho normalmente los emplean. Gozan de la ventaja
de que no necesitan mayor justificación para ser empleados

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3. Aceptables o de uso posible: Se asiste al supuesto de los otros argumentos, que se pueden utilizar
pero son infrecuentes o de uso no generalizado o habitual. Naturalmente, se podrán emplear, pero
habremos de dar más razones que justifiquen por qué utilizamos esos argumentos. Como no son los
argumentos que se ajustan a lo común o rutinario, tenemos que de alguna forma, dar razones y motivar
por qué se van a utilizar estos argumentos que no se utilizan normalmente.

Evidentemente la situación de cuáles son los argumentos que son forzosos, que son aconsejables
o aceptables, es una situación cambiante y variable según los distintos sistemas jurídicos, según los
distintos ordenamientos jurídicos. Por lo tanto, no se puede dar ningún tipo más de regla, sino
simplemente concluir con que en razón de que del tipo de fuerza que acompaña a cada uno de los
argumentos, habremos de dar más o menos razones.

1.2. Clasificación de las reglas de interpretación por su contenido.

Hay tres tipos en función de su naturaleza:

1. Lingüísticas: son las más comunes y frecuentes, pues al referirnos a la interpretación jurídica
normalmente estamos pensando en los problemas lingüísticos, en los problemas de sentido y de
significado de las reflexiones utilizadas por el legislador o del sentido o significado de la estructura
sintáctica que tiene un determinado enunciado normativo. Hay que hacer dos observaciones al respecto:

a. Hay que tener en cuenta que las expresiones que aparecen en los enunciados normativos son
expresiones que proceden o bien del lenguaje ordinario o bien son expresiones técnicas o bien
son expresiones tecnificadas. Del mismo modo hay que considerar que no todas ellas tienen el
mismo grado de indeterminación, ambigüedad o vaguedad. Según el tipo de expresión que sea,
si es una expresión común, tecnificada o técnica, serán más o menos precisas.

b. Hay que tener en cuenta que los enunciados normativos nos plantean problemas respecto a su
significado, respecto a los problemas semánticos, y también respecto a su estructura sintáctica.
Por lo tanto, a la hora de establecer el significado normativo de un enunciado, a veces lo que se
nos puede hacer oscura es una palabra y otras veces se nos puede hacer oscura la estructura
sintáctica utilizada por el legislador.

2. Sistémicas o sistemáticas: La norma jurídica no es una norma aislada, sino que se inserta en un
contexto normativo mayor, es decir, forma parte de rama del sistema jurídico (Derecho Civil -Libros,
Títulos, Capítulos, Secciones…-, Derecho Penal…) y así hasta la totalidad del ordenamiento jurídico.
El problema que se plantea es que, en ocasiones, para encontrar sentido y significado, hay que poner la
norma en relación con un determinado contexto, el cual puede ser tan amplio como amplio sea el
ordenamiento jurídico o más restringido como restringida sea la institución con la que se relaciona. En
relación con este tema dice Igartua que hemos de diferenciar entre sistema externo y sistema interno:
- El sistema externo hace referencia a la estructura meramente formal del Ordenamiento jurídico.
Por ejemplo, analizando el índice del Código Civil vemos la estructura que siguen las distintas materias
que el C.c. trata. Deben existir entonces directivas interpretativas extrínsecas, como el argumento a
rúbrica (que interpreta una disposición por el nombre que tiene).
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- El sistema interno se refiere a la razón lógica que subsiste entre los distintos contenidos del
Ordenamiento jurídico. Aquí aparecen problemas tales como la incoherencia, la inconsistencia y la
redundancia de las normas. Son necesarias directivas sistemáticas intrínsecas que determinen la
interpretación preferente para un caso.

Por ejemplo, con ocasión de las reglas que se establecen con carácter sistemático, es necesario
examinar el Título, Capítulo o Sección de una ley para precisar el significado de un término o el campo
de aplicación de una disposición legislativa, en última instancia, para averiguar la solución jurídica.
Evidentemente, en la medida en que ello fuera posible, también se debe acudir a las exposiciones de
motivos, preámbulos y otros anexos que acompañen a los textos jurídicos para descifrar su alcance y
objeto.

Otro tipo de normas que tienen carácter sistemático son las leyes que definen un término
contenido en las mismas. Esta definición es aplicable a todos los textos legislativos que versen sobre la
misma materia, no sólo a la ley que incluye el término definido por ellas. De lo contrario, puede surgir
el problema de la redundancia, pues “no debe atribuirse a una disposición un significado que la
convierta en una copia de otra disposición preexistente”. Es decir, si atribuimos a la norma 1 el sentido
S y al atribuirle el sentido S, le damos el mismo sentido que a la norma 2, la interpretación S no es una
interpretación perfecta, porque lleva a una redundancia. Habría que buscar una interpretación de la
norma 1 que fuera diferente al sentido de la norma 2.

Por otro lado, también podemos atribuir a una disposición un determinado significado con la
finalidad de evitar la inconsistencia con el significado de otra. Por ejemplo, cuando a una norma podemos
atribuirle el significado S1 y S2, al atribuirle el significado S1, la norma 1 se convierte en inconsistente
y contradictoria con otra norma del sistema. Tenemos que descartar el S1 porque nos lleva a una
antinomia, a una contradicción y, por contra, tenemos que elegir el S2, que sería aquel que corresponde
a la norma N pues no es contradictorio con ninguna norma del sistema.

En definitiva, constituyen una serie de reglas de interpretación que tienden, de alguna forma, a
mantener la conexión de la disposición con el resto de normas, obligándonos a escoger aquella
interpretación que sea más favorable a fin de mantener la consistencia y la plenitud del propio sistema
jurídico.

3. Funcionales: son las que están inspiradas en criterios históricos, teleológicos y valorativos. El Código
Civil presenta algunas, como los llamados trabajos preparatorios, que sirven para determinar el sentido
o significado de una determinada norma o los que se refieren a la intervención o voluntad del legislador
o, sobre todo, aquellos que se refieren a la búsqueda de la solución más justa posible. El intérprete debe
seleccionar un significado de modo que la interpretación no conduzca a resultados manifiestamente
absurdos, injustos o inmorales. Cuando se interpreta una disposición hay que tener presente lo que
consigue el legislador: el sentido de una disposición es deudor de la intención del legislador.

1.3. Clasificación de las reglas de interpretación por su origen.

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Existen una serie de normas, reglas y criterios de interpretación que tienen su origen en el propio
legislador. Existen otras que tienen su origen en lo que denominamos la cultura jurídica (en la práctica
jurídica y en la propia doctrina jurídica).

1.3.1. Reglas de procedencia legislativa.

Son los que tienen su origen en el legislador. Se caracterizan por ser argumentos interpretativos
que forzosamente deben ser tenidos en cuenta. Estos criterios de interpretación son tan vinculantes y
obligatorios como cualquier otra norma jurídica. Son normas de segundo grado o secundarias, pues son
normas que indican el modo de utilizar las demás normas; sin embargo, insisto, son normas tan
obligatorias como las demás.

Son normas del legislador que prescriben un determinado resultado. Esto es lo que sucede con las
definiciones y con las interpretaciones legislativas: en ellas se establece que a una determinada palabra
o una determinada expresión se le tiene que atribuir un determinado significado, por lo tanto, lo que se
exige es un determinado resultado. En otros casos las normas se limitan simplemente a establecer un
método o procedimiento para encontrar el significado de la norma jurídica: esto es lo que sucede cuando
hablamos de las normas generales sobre la interpretación, de los criterios generales sobre la
interpretación o de las normas sectoriales sobre la interpretación de un determinado sector de una
determinada rama jurídica. Nuestro Código civil establece los criterios que se tienen que utilizar, pero
no prescribe cuál es el resultado o significado que hay que atribuir a una determinada expresión o
término. Por lo tanto, estos son los dos grandes grupos: uno en el que se prescribe obligatoria y
vinculantemente el resultado y otro en el que se refleja la obligación de seguir un procedimiento
determinado para descubrir cuál es el significado que pueda corresponderle a una norma jurídica.

i. Definiciones legislativas: Mediante las definiciones legislativas, el legislador estipula, con la fuerza
vinculante propia de una norma, el determinado sentido o significado que se le tiene que dar a un término,
a una palabra o a una expresión, integrándose esa norma en el ordenamiento jurídico. Por lo tanto, es
simplemente un pronunciamiento claro y escrito del legislador respecto del sentido y el significado que
hay que darle a una norma.

Por ejemplo, nuestro Código Civil define lo que es “alimento”. Este término incluye la nutrición,
pero incluye también los gastos de habitación, vestido, educación, asistencia médica... en definitiva,
establece cual es el completo significado que para el Código Civil tiene la expresión o palabra
“alimento”. De este modo, se diferencia del significado que al término “alimento” se le da en el lenguaje
corriente o común (alimento como algo necesario para la nutrición). El concepto de “alimento” que está
empleando el Código Civil constituye uno de los llamados conceptos o términos “tecnificados”: aquello
que, tomados del lenguaje común, se les atribuye un significado propio y específico.

Con estas definiciones, el legislador pretende evitar la inseguridad que pudiera surgir en torno al
significado o sentido que se le tiene que atribuir a una determinada palabra o expresión. La doctrina ha
discutido acerca del carácter vinculante de ese tipo de definiciones legislativas. Sostenían los autores
que, en la medida en que el objeto de la discusión no era un problema lingüístico, es un debate en el que
cabe la libre discusión, pues no hay un criterio que se tome por exacto, correcto o definitivo. Por lo tanto,
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el legislador no puede prescribir un significado vinculante y obligatorio, pues es una cuestión sometida
a la libre discrecionalidad. Sin embargo, esta tesis hoy día ha sido superada, y hoy la doctrina admite
normalmente que al tratarse de una norma vinculante, la atribución de significado que hace la norma
también es una atribución de significado vinculante. No obstante, conviene resaltar dos puntualizaciones:

• Una cosa es que el legislador defina y fije el significado de una expresión y otra cosa que para
fijar tal significado haya que utilizar una serie de palabras que a su vez son susceptibles de
interpretación. Por lo tanto, cuando el legislador define el significado de un término y utiliza unas
palabras, éstas son susceptibles de interpretación como cualquier otra. En síntesis, no están
exentas las normas definitorias de una posible interpretación.

• Y en segundo lugar, el alcance de las definiciones legislativas no está claramente estipulado.


Algunos autores sostienen que cuando el legislador establece una definición en un texto jurídico,
tal definición es válida solamente para ese documento jurídico. Por ejemplo, si el legislador
establece la definición de “alimentos” en el Código Civil, únicamente será válida tal definición
para el Código Civil; otros piensan que, por el contrario, se le debe dar un alcance superior.
Sostendrán que la definición de “alimentos” que ofrece el Código Civil es válida tanto para éste
texto legal, como para toda la rama del Derecho Civil; y existe finalmente un tercer grupo que
defiende el alcance para todo el ordenamiento jurídico de las definiciones establecidas por el
legislador. Se ve, por tanto, la falta de unanimidad en cuanto alcance que se le puede dar a las
definiciones legislativas.
ii. Leyes definitorias: son leyes interpretativas que sirven para poder fijar el sentido y significado de
una expresión. Tienen algunas semejanzas o coincidencias con la definición legislativa pero tiene
también puntos de discrepancia. En las definiciones legislativas no se sabe con exactitud cuál es el
alcance que se le puede dar a la definición; por el contrario, en el caso de las leyes interpretativas, se
tiene suficientemente identificada la expresión, pero sola y únicamente para la norma preexistente.
Como decíamos anteriormente en relación con las definiciones legislativas, las normas interpretativas,
aunque sean normas que interpretan a otras normas, son normas que a su vez pueden ser también objeto
de interpretación. Por lo tanto, también puede darse interpretación de una norma interpretativa, como se
puede dar interpretación de la norma interpretada.

iii. Obligación legal de adecuarse a la Constitución: En este caso, la interpretación dada por el Tribunal
Constitucional a cualquier precepto (constitucional o no), vincula a cualquier órgano jurisdiccional. Es
decir, se desprende la obligatoriedad de seguir la interpretación que el Tribunal Constitucional ha dado
a cualquier norma. No se trata de establecer la subordinación de una norma infraconstitucional al tenor
constitucional, sino más bien de establecer el carácter general y “erga omnes” que tienen las
interpretaciones dadas por el Tribunal Constitucional (art. La interpretación constitucional dada por el
Tribunal Constitucional también es susceptible de interpretación, como lo hemos visto con los grupos
anteriores.

iv. Disposiciones generales sobre interpretación: todo ordenamiento jurídico establece unos criterios,
direcciones y reglas respecto a la forma en que se ha de desarrollar esa interpretación. Con carácter
general, los sistemas jurídicos prescriben y establecen los métodos o procedimientos que se tienen que
seguir para la interpretación de sus normas. Es este un claro supuesto en el que la norma no establece un
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resultado, sino un procedimiento: señala los instrumentos que se tienen que utilizar para descubrir el
sentido y el significado de las normas que integran el ordenamiento jurídico. En este punto, conviene
recordar el tenor del artículo 3.1 del Código civil, en cuya virtud “las normas se interpretarán según el
sentido propio de las palabras, en relación con el contexto, los antecedentes históricos y legislativos, y
la realidad social del tiempo en que han de ser aplicados atendiendo fundamentalmente al espíritu y
finalidad de aquellas”. Del precepto se extraen las siguientes conclusiones:

• Según el sentido propio de las palabras: las palabras tienen un significado propio, parece ser
que ahí lo que quiere decir es entendiéndolo en el sentido literal de las palabras.
• En relación con el contexto: hace referencia a argumentos de tipo sistemático.
• Los antecedentes históricos y legislativos: argumentos de tipo histórico.
• La realidad social del tiempo en que han de ser aplicados: argumentos de tipo sociológico,
contexto histórico, contexto ideológico.
• Atendiendo fundamentalmente al espíritu y finalidad de aquellas: aquí estamos hablando de que
las normas tienen un espíritu, por lo visto tienen un espíritu, y que las normas llevan implícita
una determinada finalidad. De alguna forma hace referencia a argumentos de tipo teleológicos.

Apreciaciones al respecto:

1ª.- En primer lugar, se trata de una enumeración que adolece de originalidad. Es una enumeración de
criterios de interpretación bastante estándar, repetida en todos los ordenamientos jurídicos, al haber
sido elaborada de forma más o menos simultánea en todos los sistemas. Se critica la incompatibilidad e
inconciabilidad de estos criterios, pues de alguna forma, el uso o empleo de unos, implica la exclusión
de otros

2ª.- Después hay que destacar o significar la vaguedad con que estos aparecen expresados. ¿Cuál es el
sentido propio de las palabras? De entrada ya sabemos que las palabras no tienen un sentido propio,
tienen tan sólo el sentido que nosotros le queramos dar. Cuando se habla, por ejemplo, de los
antecedentes históricos, ¿hasta dónde tenemos que remontarnos en los antecedentes históricos y
legislativos? Para interpretar una norma de nuestro Código Civil, ¿tenemos que remontarnos a las 7
partidas o basta simplemente con que nos detengamos en normas más cercanas? Pensemos después en
otro criterio, con relación al contexto, ¿cuál es el contexto en el cual tiene que interpretarse una norma?
¿Tiene que ser el de la propia institución en la cual el precepto está incluido? Cuando se habla de la
realidad social del tiempo, ¿qué es esto? Pensemos que ahí no puede entrar cualquier cosa, ahí no
podemos camuflar cualquier cosa haciéndola pasar por realidad social del tiempo. Pero, ¿Quién constata
que esa es la realidad social del tiempo?, ¿qué documentos tengo yo que aportar o que pruebas tengo yo
que dar para decir que esa es la realidad actual, que esa es la forma de pensar ahora, que esa es la forma
de entender ahora?, ¿qué argumentos tengo yo que ofrecer?

3ª.- Finalmente, nada se dice en relación al orden de empleo de los criterios de interpretación, es decir,
si hay que utilizarlos todos o solamente conforme no vaya resolviéndose el problema. No nos dice en
caso de conflicto entre los criterios cuál es el que debe prevalecer, cuál es el más importante. En
definitiva se dan una serie de ideas muy vagas, muy imprecisas, que lo que nos dicen es que al final se
puede hacer prácticamente todo, lo que hemos dicho que era un sistema reglado, metódico de
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interpretación, cuando llegamos a los criterios se nos descompone un poco el sistema porque son
criterios tan vagos, tan imprecisos, que prácticamente se puede hacer cualquier cosa, así, simplemente
con tener la habilidad suficiente de camuflar lo que haga con alguno de esos criterios, hacerlo pasar
como alguno de esos criterios, con eso se tendría resuelto el problema.

v. Disposiciones sectoriales sobre interpretación jurídica: no existe, desde luego, unos criterios
solamente comunes para todos los sectores, para todas las ramas de un mismo sistema jurídico, sino que,
en ocasiones, el legislador establece criterios propios y específicos sobre una rama, sobre un sector
jurídico, sobre una determinada parte de ese ordenamiento jurídico. De una parte están los criterios
generales, que valen para cualquier norma del sistema, pero después hay criterios específicos para un
determinado sector o para una determinada institución o para un determinado supuesto. Por lo tanto,
esos son criterios preferentes en ese sector, son criterios dominantes en ese sector, criterios que, de alguna
forma, se tienen que anteponer o postular primero antes que los criterios generales que son comunes para
cualquier tipo de norma.

Por ejemplo, los artículos 1281 a 1289 del Cc (Libro IV, Título II, Capítulo IV), relativos a la
interpretación de los contratos. Son, por lo tanto, normas específicas acerca de la interpretación de los
contratos, sólo de los contratos y nada más que de los contratos. Para la interpretación de los contratos
valen la regla de interpretación del art. 3.1 Cc, pero también, incluso preferentemente, la norma de los
artículos 1281 a 1289 Cc.

También la Constitución en el artículo 10.2, al establecer que las normas relativas a los derechos
fundamentales y a las libertades que la Constitución reconoce se interpretarán de conformidad con la
Declaración Universal de Derechos Humanos y los tratados y acuerdos internacionales sobre las mismas
materias ratificados por España. Por lo tanto, toda la interpretación está sometida a unos criterios
generales de interpretación que establece la Constitución, pero cuando llegamos a esta rama de los
derechos fundamentales hay que tener en cuenta los criterios generales de interpretación que establece
la propia Constitución más los específicos que señala el art. 10.2 que señala como elementos
complementarios de la interpretación a la Declaración de Derechos y a los textos que España tiene
suscritos en materia de derechos humanos.

Como vemos, nos encontramos, por tanto, con un abanico muy amplio, la vieja idea de que la
interpretación está regida por el artículo 3.1 del Cc, que ahí se dice lo que hay que hacer, las normas que
hay que seguir para interpretar la norma jurídica, es una interpretación reducida, no es completa porque
sabemos que existen normas de interpretación por doquier bajo la forma o el aspecto de definiciones
legislativas, normas de interpretación por doquier bajo la forma y el aspecto de leyes interpretativas, y
nos encontramos también normas de interpretación contenidas en la ley del TC cuando dice que las
interpretaciones que él hace de la CE y de las leyes son vinculantes.

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1.3.2. Reglas de la cultura jurídica: el legislador racional.

Estábamos hablando de las distintas directivas que se utilizaban o se podían utilizar en los textos
de interpretación, siguiendo concretamente el esquema que hace el profesor IGARTUA. Estábamos
hablando en razón de su origen. Habíamos desarrollado por su fuerza, por su contenido, y estábamos
hablando por su origen. Nos corresponde hablar hoy de aquellos que tienen su origen en la cultura
jurídica. Igartua entiende por cultura jurídica la doctrina científica y la práctica jurisprudencial.

Lo primero que tenemos que decir es que las directivas se utilizan en la interpretación y tienen
su origen en la cultura jurídica. Cuando hablamos de cultura jurídica nos referimos a un acervo común,
una especie de bolsa común, un criterio formado en parte por las aportaciones de la doctrina científica y
en parte por las aportaciones de la doctrina jurisprudencial. Lo cierto es que con independencia de cuál
sea su origen, todos los juristas, y especialmente los juristas prácticos, utilizamos una serie de brocardos,
una serie de aforismos, una serie de sentencias sobre el Derecho y sobre la interpretación jurídica, que
forman parte del oficio, forman partes de las artes propias de las profesiones jurídicas. Por lo tanto, nos
encontramos con un contenido muy amplio.

Comentando esta idea de las reglas de la cultura jurídica, dice el profesor Igartúa lo siguiente:
“Muchas de las disposiciones sobre la interpretación han sido extraídas de una amplísima gama de
argumentos que ha ido fraguando la cultura jurídica, de la cual se desprende que en esta especie de
enciclopedia jurídica, queda todavía una suculenta porción de argumentos de interpretación de curso
corriente en el ejercicio jurisdiccional”. Es decir, no pensemos que con el artículo 3.1 Código Civil ya
están los criterios de interpretación señalados. Los criterios son esos y muchos más. Esos son los que el
legislador español ha establecido y seleccionado de forma vinculante, pero eso no quiere decir que de
forma no vinculante no podamos utilizar otros argumentos.

Sigue Igartúa: “De los más socorridos de entre ellos, se pretende dar cuenta ahora. Bueno será
prevenir al lector, que la tradición jurídica no ha ido amontonando esos argumentos sin ton ni son (no
están ahí inconexos, deslavazados, sin ningún tipo de trabazón entre ellos), sino de conformidad con un
presupuesto fundacional: el del postulado del legislador racional”.

Es decir, lo que sirve como hilo conductor, como elemento que traba, como cemento que une
todos estos dispares y distintos argumentos interpretativos a los cuales nos vamos a referir es la referencia
a un idea, que es la idea del legislador racional, que el legislador es un sujeto racional, y por lo tanto,
todo lo que hace el legislador está justificado racionalmente y tiene carácter racional.

Dimensiones del paradigma del legislador racional

Con relación al paradigma del legislador racional, dice Igartúa que opera en la doctrina jurídica
en tres dimensiones distintas: como modelo, como hipótesis y como postulado o axioma.

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1. Opera, en primer lugar, como modelo. Cuando hablamos del legislador racional como modelo estamos
intentando señalar los requisitos que el legislador real ha de tener en cuenta para que el resultado de su
actividad, de su función, sea una actividad racional, sea una función ejercida racionalmente: ¿qué
requisitos tiene que cumplir el legislador real, el legislador empírico, el legislador teórico; qué
condiciones, a qué se tiene que someter para que el resultado de su legislación sea un conjunto de normas
racionales? Vemos pues, que este modelo (o esta idea de legislador como modelo) se refiere a cómo debe
ser la legislación, y su destinatario no es otro, sino que es el legislador real, el legislador empírico, el
legislador histórico.
En conclusión, esta caracterización del legislador racional como modelo se refiere al derecho que debe
ser y su destinatario es el propio legislador

2. En segundo lugar opera como hipótesis, pero no de forma diferente a como operan las hipótesis
científicas. Las hipótesis científicas consisten en formular una aserción, una proposición o enunciado;
después se somete a prueba o verificación; y si las pruebas son conformes con el enunciado, se verifica
y se declara como verdadero; y si por el contrario, las pruebas demuestran que no es exacto, entonces se
falsifica, se declara como falso, como que es incorrecto. Pues algo así también sucede con esta hipótesis
de legislador racional. Se formula una idea y se trata de comprobar y ver si un determinado legislador se
acomoda o no se acomoda a esa idea, y si por lo tanto al final podemos concluir que ese legislador opera
de forma racional o no. De acuerdo con este punto de vista, el legislador racional opera como guía para
comprobar lo que es ésta o aquella legislación. Ya no hablamos del derecho que debe ser, sino cómo es
realmente una determinada legislación. Si una determinada legislación se adapta o se aleja de patrones
racionales.

Por lo tanto, si antes hablamos del modelo que se refería a cómo debe ser el derecho y se dirigía
a los legisladores; ahora estamos hablando de la hipótesis, que se refiere a cómo es el derecho, y sus
destinatarios son los teóricos del derecho.

3. Finalmente, como postulado o axioma. Postulado en el sentido de que es una idea que es admitida
por el juez, que no puede ser en absoluto verificada, y que el juez la admite sin discusión, sin cuestionarla
y sin formularle ningún tipo de reparo ni objeción. De esta forma, opera igual que los axiomas. Los
axiomas son verdades o enunciados que se afirman como evidentes, y en virtud de su evidencia no
pueden ser demostrados; pero en realidad tampoco necesitan demostración porque se nos imponen de
forma necesaria y forzosa.

Pues algo así es lo que sucede con la idea de legislador racional cuando opera como postulado.
Hay que tener en cuenta que en este contexto el legislador racional no opera con una tesis psicológica:
los jueces, bien saben, a plena conciencia y con plena certeza, que el legislador no es un sujeto que opere
con racionalidad siempre; todos sus productos no son siempre racionales. El juez está trabajando con las
normas del legislador todos los días, y sabe las múltiples deficiencias, y defectos de las normas
elaboradas por el legislador. Así, no es una tesis psicológica: No es que el juez se crea que el legislador
es efectivamente racional. Se trata entonces de una tesis metodológica: el juez opera, desarrolla su
actividad de interpretación y aplicación del derecho, como si el legislador fuera un sujeto plenamente
racional. Por lo tanto, es un punto de vista metodológico, de operar como si lo fuera aun a sabiendas de

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que no lo es y de que la actividad que desarrolla el legislador está llena de deficiencias e imperfecciones
como cualquier otra actividad normal.

En este caso dice el autor: “El concepto de legislador racional como postulado sirve para
maquillar la legislación para que se parezca a la legislación racional que debiera ser”. Es decir, es una
estrategia o una habilidad que desarrolla el juez para tratar de que lo que no es plenamente racional (la
legislación), aparezca como algo que sí que es racional. Está claro que el destinatario de este postulado
del legislador racional son propiamente los jueces.

Resumiendo, por lo tanto, el modelo se refiere al derecho que debiera ser, y se dirige a los
legisladores. El segundo tipo, cuando estamos hablando de la hipótesis del legislador racional, se refiere
al derecho tal y como es, y sus destinatarios son los estudiosos del derecho. Y finalmente, cuando
hablamos del postulado del legislador racional, nos estamos refiriendo a ese intento de hacer pasar o
hacer colar o disimular: el derecho que es, hacerlo pasar como el que debiera ser, y sus destinatarios son
los jueces.

Dice Igartúa Salaverría que: “el juez interpreta los textos legales como si el legislador fuera
racional, aunque él es consciente de que no lo es, consistiendo en ello precisamente la diferencia abismal
con el principio de racionalidad que manejan las ciencias. En las ciencias, este principio es meramente
hipotético, y por ello, puede sufrir revocación si las oportunas pruebas verificatorias aportan un
resultado negativo”. Pero la función del juez, que no es una función teórica, no permite esa posibilidad.
El juez no puede hacer como un teórico: el teórico comprueba una hipótesis científica, la somete a criba
y a pruebas en el laboratorio y al final dice “esta hipótesis es verdadera” o “esta hipótesis es falsa”. El
juez no puede decir que la hipótesis del legislador racional es verdadera o falsa. No puede hacer eso.

El juez necesariamente tiene que aceptarla como verdadera. “No reconocerá que el legislador
haya sido irracional, pero entendamos que no se trata de una tesis psicológica según la cual los jueces
estarían persuadidos de la racionalidad del legislador real. Los jueces saben muy bien que no es así.
“Sino de una tesis metodológica, consistente en interpretar la ley como si el legislador hubiera sido
racional, aunque a la postre diste mucho de serlo”. Por lo tanto, vemos que es una actitud propiamente
metodológica.

Entre los tratadistas existe una notable coincidencia a la hora de señalar una serie de argumentos,
una serie de directivas que se utilizan en la interpretación. Por lo tanto hay bastante consenso de cuáles
son esas directivas y argumentos que de alguna forma se articulan y vertebran sobre el postulado (o
dogma) del legislador racional. Pero existen diferencias y discrepancias en cuanto a las denominaciones
que se le dan a ese tipo de directivas, a ese tipo de argumentos, y también en cuanto a las clasificaciones
que se llevan a cabo entre ese tipo de argumentos. Por lo tanto, hay bastante consenso entre cuales son
los argumentos y directivas que van conectados a la idea del legislador racional, pero ya no hay tanta
coincidencia en cuanto a la clasificación y en cuanto a las denominaciones o nomenclaturas que se
utilizan para referirse a esas directivas.

El autor sigue el mismo esquema que él había propuesto anteriormente. Si él había clasificado
las directivas interpretativas en razón de su contenido en tres grandes apartados: las lingüísticas, las
11
sistemáticas y las funcionales; pues ese es el mismo esquema que utiliza para referirse a todas aquellas
directivas que proceden de la cultura jurídica y que se articulan en torno a la idea del legislador racional.
Y nos señala alguna que vamos a citar:

1º.- En primer lugar tenemos aquellas que hacen referencia a la racionalidad lingüística .

De acuerdo con esto, se sostiene la idea de que el legislador es un sujeto especialmente


competente en el dominio del idioma, que tiene conocimientos suficientes, adecuados e incluso
superiores a la media del resto de las personas. Y eso le hace pensar que tiene un dominio tanto del
lenguaje corriente (lenguaje ordinario o común), como del lenguaje propiamente jurídico. Domina tanto
los significados y sentidos de las palabras en su uso ordinario como en su uso técnico y en su uso
específico. Sobre estas ideas básicas vamos a señalar unas cuantas directivas. Por ejemplo, que el
legislador, cuando utiliza una palabra del lenguaje común, lo hace según los usos o las reglas de
significado generalmente admitidas en ese idioma, en esa lengua, en el lenguaje propio del país en que
se manifiesta. Por lo tanto, hace un uso del lenguaje corriente según las reglas generalmente admitidas.
Y cuando el legislador quiere hacer un uso novedoso, es decir, quiere introducir un significado nuevo
para una palabra, utiliza las dos técnicas de introducción de nuevos sentidos: las normas interpretativas
y las definiciones legales.

En segundo lugar, la idea de que cada vez que utilizamos un concepto o nos queremos referir a
una misma cosa, debe el legislador utilizar la misma palabra. A sensu contrario, cuando quiera referirse
a cosas distintas, deberá usar palabras, términos u expresiones lingüísticas distintas.
Como dice María Ángeles Barrere Unzueta, debe haber por tanto una constancia terminológica,
en el sentido de que siempre que utilice el mismo término se está refiriendo a la misma cosa, y cuando
se refiere a cosas distintas, utiliza también términos distintos.

Después está la idea de que el legislador debe ponerle un título acertado a las normas, así como
también debe ordenarlas en capítulos, en apartados, en epígrafes y en subepígrafes. Tiene que poner un
título acertado y debe darle una estructura acertada y correcta. También, el autor expresa sus ideas e
intenciones a través de los textos preliminares. Existe por lo tanto una concordancia entre lo que el
legislador quiere hacer y los propios textos preliminares (los discursos y declaraciones orales que se
hacen en el Parlamento por parte del legislador son concordantes con el sentido de la norma, así como
los preámbulos y declaraciones de motivos, que también son concordantes con la norma que después se
desarrolla. Existe conexión entre ellos).

A estos mismos elementos se refiere la profesora Barrere Unzueta, que habla del argumento de
la constancia terminológica, del argumento a contrario (dice “a un caso que no está expresamente
regulado por la ley no debe extenderse la regulación prevista por otro caso, ya que eso sería ir contra la
voluntad del legislador”), habla también del argumento “a rúbrica” (refiriéndose a este diciendo que
debe ponerle a las normas el título que les corresponde, un título que sea significativo de aquello sobre
lo que trata la norma; un legislador racional traduce correctamente sus intenciones en los títulos de las
leyes y en las partes y capítulos que introduce en los textos legislativos. Por lo tanto, hay una coherencia
entre la estructura externa de la norma y las intenciones del propio legislador). Y después habla del
argumento psicológico (el significado de una disposición se corresponde con la voluntad del emisor o
12
autor de las mismas, y esa voluntad se manifiesta no solo en las exposiciones de motivos y preámbulos
de las leyes, sino más exactamente, en los trabajos preparatorios).

2º.- El segundo nivel en que se manifiesta la racionalidad del legislador es en la denominada


racionalidad praxeológica

Se dice que la praxeología o la praxis es un neologismo que sirve para referirse a un saber
científico que trata fundamentalmente sobre la acción, y que se centra fundamentalmente en las
cuestiones relativas a la estrategia y planificación de la acción. Se trata de un término usado muy
frecuentemente por el sociólogo francés Raymond Aron. La idea que se transmite es que el legislador,
en su actividad legislativa, actúa con racionalidad, es decir, actúa de forma estratégica y de forma
planificada: Se plantea unos fines y luego elabora unos métodos necesarios para alcanzar dichos fines.

Dentro de esto aparece la idea de la no redundancia, que viene a decir que el legislador no hace
nada inútil, de forma que no puede haber establecido dos normas que tengan el mismo significado y el
mismo contenido, pues si las dos normas son iguales, una de ellas sería superflua e innecesaria.

Así, el legislador no hace nada inútil, y cuando hay dos normas que parece que tienen el mismo
significado es que no las hemos interpretado bien; hay que atribuirle a una de esas normas un significado
propio y distinto de tal forma que deje de ser una copia o calco de la norma preexistente. El legislador
no hace nada inútil y por lo tanto el contenido de una disposición no puede ser la reiteración del contenido
de otra.

Otra idea es que el legislador ordena de forma consistente y coherente el sistema legislativo. Hay
una ordenación consistente, en el sentido de que no tiene contradicciones, y al mismo tiempo coherente,
en el sentido de que las normas son adecuadas para conseguir los fines que el legislador les ha asignado.
Por lo tanto, son instrumentos idóneos para conseguir las metas preestablecidas.

En definitiva, estamos afirmando la idea de que el sistema es un sistema completo, que no tiene
lagunas, porque el legislador (que es un sujeto racional), ha previsto cualquier posibilidad que se pueda
producir, y ha establecido con anterioridad una norma. Si no la ha establecido de forma explícita, sí que
lo ha hecho de forma implícita, es decir, sí que puede ser obtenida la norma en cuestión por inferencia o
cualquier otro procedimiento lógico a partir de las normas establecidas.
Comentando estos mismos elementos, habla Barrere del argumento económico (es decir, el argumento
de la no redundancia), habla del argumento a coherencia, del argumento “a simile”. Y dice: “cuando el
juez encuentra una exposición de significado incierto, debe interpretarla a la luz de otra disposición con
un significado no tan incierto, y que regule una materia semejante”.

Habla también del argumento “a fortiori”, y del argumento a partir de los principios. “Cuando
una disposición se preste a una pluralidad de significados, se optará por aquella que mejor se adecue a
los principios del sistema jurídico”. Finalmente, también aparece el argumento teleológico, que hace
referencia a la intención o voluntad de la ley. Es el argumento que se utiliza cuando se habla de la
finalidad objetiva de la norma.

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3º.- En tercer lugar se encuentra la racionalidad axiológica. Dice lo siguiente al respecto: “El legislador
racional conoce y comparte el sistema de valores generalmente admitido en la sociedad (el dominante y
generalizado en el grupo social de referencia). Está claro que las sociedades modernas y actuales son
sociedades diversas, y no podemos decir que todos compartamos el mismo sistema de valores y que
estemos de acuerdo con los mismos juicios de valor. Lo que sí que es cierto es que aunque no existe una
coincidencia total y absoluta, sí que existe un esquema de valores generalizados o admitidos (con mayor
grado de implantación que otros). “Al mismo tiempo, el legislador, en su actividad de producción de
normas (actividad normadora) respeta ese esquema de valores y trata de maximizarlo en la medida de lo
posible”. Trata que esos valores se realicen en el mayor grado. De acuerdo con esto aparecen una serie
de argumentos como puede ser por ejemplo el siguiente:

- El argumento apagógico (o el argumento cornuto o de reducción al absurdo): entre dos posibles


significados de una disposición han de descartarse aquéllos que dan lugar a consecuencias absurdas o
que llevan a una solución contraria al esquema de valores generalmente establecido. Cuando son posibles
varias interpretaciones de una norma, a que rechazar aquélla que nos lleva a una solución absurda o a
aquélla que lleva a una contradicción flagrante con el esquema de valores generalmente admitido.

- Después habla, por ejemplo, del argumento equitativo. Es un argumento de justicia. Dice lo siguiente:
“a una disposición se le tiene que atribuir un significado conforme -o al menos no disconforme-, a la
equidad, entendiendo que la equidad es la justicia del caso concreto”. Esto equivale a decir que una
disposición hay que interpretarla o atribuirle un significado que sea más conforme a la justicia, o por lo
menos, que no sea contrario a la justicia.

4º.- Por último, se encuentra la racionalidad epistemológica, que carece de importancia. Se refiere a
que el legislador es una persona que está al corriente de los conocimientos y avances técnicos y
científicos de su época.

En conclusión, Repitiendo y resumiendo, los cuatro elementos en que se integra la racionalidad


del legislador son la racionalidad lingüística, la racionalidad praxeológica, la racionalidad axiológica y
la racionalidad epistemológica. En cualquier caso, conviene que seamos conscientes en este y en todos
los criterios de interpretación de que los criterios de interpretación de directivas tienen una formulación
muy laxa, muy abierta, están formulados de una forma muy general y abstracta. Y no se habla de una
jerarquización, no existe una estructura de que unos valgan más que otros, de que unos sean preferibles
a otros, de que unos se tengan que anteponer a otros.

1.3.3. Los precedentes juridiciales

Los precedentes judiciales tienen una notable significación en los procesos de interpretación. No
es infrecuente que cuando se está debatiendo (y más si es ante un Tribunal de Justicia) cuál es el
significado o la interpretación que debe darse a una determinada norma, se invoquen (se traigan a
colación, se pongan sobre la mesa) sentencias o decisiones de otros órganos jurisdiccionales: precedentes
judiciales, en los cuales se ha seguido la interpretación que la parte o que el sujeto en cuestión propugna
y defiende. Por tanto, es bastante normal que se diga “la norma “N” ahora tiene que ser interpretada en
el sentido “I1” porque así lo hizo el Tribunal Superior de Justicia de Castilla-La Mancha en tal
14
sentencia”. Se le pone a continuación la sentencia al juez para que se entere, si es que el juez la
desconoce.

No cabe la menor duda de que los precedentes judiciales tienen una enorme capacidad de influir,
tienen un influjo persuasivo muy notable y determinante. Normalmente, los jueces toman en
consideración las interpretaciones que dan otros órganos jurisdiccionales, al margen de que estén
obligados o no a su seguimiento (a aceptarlos como criterio).

La situación de los precedentes judiciales es una situación que es propia y específica de cada
sistema jurídico. Se puede decir muy poco, en términos generales, sobre la fuerza, el alcance o la eficacia
de los precedentes judiciales si no se fija el marco de referencia de un sistema jurídico concreto. Al
mismo tiempo hay que tener también en cuenta las circunstancias. No es lo mismo el alcance que tienen
los precedentes de cualquier órgano jurisdiccional, sino que, normalmente, los precedentes establecidos
por los TSJ tienen un mayor influjo, tienen una mayor eficacia que los de los órganos inferiores.

Para configurar cuál es el sistema de precedentes judiciales existentes en un determinado país,


habría que compaginar y contemplar cuatro planos o dimensiones: un plano puramente institucional, un
plano objetivo, un plano estructural y un plano de eficacia.

- El plano institucional se refiere al tipo de relación que se da entre los distintos Tribunales de Justicia,
concretamente entre el Tribunal del que emana el precedente y el Tribunal que va a utilizar el precedente.
¿Qué tipo de relación jerárquica se establece entre ambos? En ese orden de cosas, podemos ver que
pueden existir relaciones de hasta cuatro tipos distintos: precedentes horizontales, precedentes verticales,
autoprecedentes y otros tipos de precedentes.

a) Precedente vertical: Es aquel en el cual existe una relación jerárquica entre el órgano que
establece el precedente, que es de superior rango, y el órgano que aplica el precedente, que es un
órgano de inferior rango. Este precedente se da muy frecuentemente en los Tribunales de tipo
anglosajón, donde con mucha frecuencia los precedentes de los Tribunales superiores operan
como modelos de justificación para los Tribunales inferiores. Pero no sólo se da en el modelo
anglosajón.
b) horizontal: Sería aquel en el cual el órgano del cual emana el precedente se sitúa en el mismo
nivel, en el mismo rango jerárquico, que el juez que va a aplicar el precedente. Son por lo tanto
del mismo nivel; podríamos estar hablando de Tribunales de Primera Instancia: un Tribunal de
Primera Instancia es el que establece el precedente, y el Tribunal que aplica el precedente es otro
de Primera Instancia. El profesor TORRES RUIZ no quiere decir que los Tribunales de igual
rango no tomen en consideración los precedentes de los de al lado, pero más bien lo utilizan con
una fuerza persuasiva, con una fuerza simplemente de ejemplo, como algo que ha sido
interpretado así por el propio Tribunal, pero no con carácter de subordinación ni vinculatorio.

c) Auto-precedente: Un Tribunal queda obligado a resolver los casos futuros en función del
precedente adoptado anteriormente: si ha resuelto un caso de un tipo determinado de una forma
concreta, tiene que aplicar la misma interpretación a los casos de igual o de semejante naturaleza
que se le presenten posteriormente. Por lo tanto, éste sí que es un principio claramente establecido
15
de que el Tribunal no puede apartarse de sus propias interpretaciones, salvo que existan razones
que así lo justifiquen.

d) Otros precedentes: En este caso se habla de líneas jurisdiccionales distintas. Por ejemplo, un
Tribunal que sea de la jurisdicción civil, precedentes provenientes de la jurisdicción contencioso-
administrativa o, lo que es más frecuente, entre
Tribunales de justicia que pertenecen a distintos sistemas jurídicos: por ejemplo, un Tribunal
español siguiendo la línea interpretativa aportada por un Tribunal francés, o lo que es más
frecuente, por los Tribunales Internacionales (de DDHH,…).

- El plano objetivo se refiere a qué parte o qué cosa de la sentencia es la que opera como precedente.
Las sentencias son muy amplias y extensas, dicen muchas cosas y no todo lo que se dice en la sentencia
puede considerarse como precedente. Con carácter general, se piensa que la única parte de la sentencia
que se considera como precedente es lo que los anglosajones llaman la “ratio decidendi”. Junto a la ella,
están los “obiter dicta”, que son todas aquellas cosas que son peculiares y específicas del caso, y que de
alguna forma no forman parte del contenido decisional de la propia sentencia. La parte denominada
“ratio decidendi” se refiere fundamentalmente a las razones, al fundamento y motivos que están en la
base que justifica por qué se adopta la decisión judicial. Por tanto, es ésta el elemento que se puede tomar
como precedente y no el resto de elementos que contiene la sentencia.

Básicamente hay dos tipos de Tribunales: unos que juzgan sobre hechos y aplican normas, y otros
que se limitan a determinar cuál es el significado y se centran en el problema de interpretación de las
normas. Un Tribunal de 1ª Instancia juzga sobre hechos y aplica normas, un Tribunal de Apelación hace
lo mismo; pero cuando hablamos de los Tribunales de Casación o de los Tribunales Constitucionales,
juzgan sobre las posibles interpretaciones a dar a la norma. Éstos son los segundos tipos de Tribunales,
los que se centran fundamentalmente en filtrar la interpretación que se le debe dar a una norma, los que
tienen mayor relevancia a la hora de establecer los precedentes judiciales, no sólo porque suelen ser
siempre Tribunales de alto nivel sino porque también su función se centra en la interpretación de la
norma.

- El plano estructural: Consiste en ver si se requieren muchos o pocos precedentes para que vinculen u
obliguen, para que marquen el camino a los otros tribunales, y si estos antecedentes tienen que ser
concordantes o pueden ser dispares entre ellos. Por lo tanto, nos referiremos al número de precedentes y
al tipo de relación que existe entre ellos: si son de coincidencia o no son de coincidencia entre ellos. Las
posibilidades son varias:

Nos podemos encontrar en casos de un único precedente. En tal caso, ésta es una situación
que se da principalmente en los países anglosajones, donde son muy pocos los asuntos que llegan
al TSJ, y por lo tanto, el Tribunal Supremo no se pronuncia por tantas cuestiones como en los
países de Derecho Continental: sobre una materia puede que haya sólo una sentencia.

En otros casos nos podemos encontrar con varias sentencias, varios precedentes que sean
uniformes. En este caso, tenemos la situación que más o menos prescribe nuestro legislador para
la jurisprudencia que se requiere (reiterada y constante).
16
Después tenemos casos en los que tenemos varios precedentes, pero son varios
precedentes en conflicto: no son uniformes, la interpretación que se propone cambia en un
precedente, la interpretación que se propone es diferente en otro precedente. Nos encontraríamos
en una situación en la que se nos ofrecen distintas modalidades interpretativas, y el órgano que
vaya a utilizar ese precedente puede seleccionar cuál es el precedente en función de cuál quiere
que sea el resultado interpretativo.

Y finalmente, podemos encontrarnos con un último supuesto: un caos jurisprudencial. Es


decir, existen muchas sentencias y todas ellas son dispares, son heterogéneas y distintas, no hay
ningún criterio, y sólo hasta que se produzca una unificación por parte de los órganos que tienen
facultad, lo que existe es un disparate donde cada Tribunal ha resuelto según su punto de vista.

- Y finalmente hablamos del plano de la eficacia, que se refiere a si los precedentes pueden ser o no
vinculantes. La idea que tenemos establecida es que en algunos casos obligan y por tanto, son plenamente
vinculante, y en otros casos, no obligan y sólo tienen cierta fuerza persuasiva y de convicción. Éstos
serían los dos extremos, pero existen otras series de alternativas.

En el margen de mayor dependencia y vinculación nos encontraríamos aquellos casos en los


cuales existe una obligación absoluta y sin excepciones de seguir el precedente: no hay forma de
apartarse del precedente porque hay una obligación absoluta e incondicionada de seguir siempre el
precedente.

En el margen inferior, en el extremo de menor dependencia, estaría el caso en el cual existe la


plena discrecionalidad para seguir o apartarse del precedente. Por lo tanto, el juez puede utilizar o no el
precedente según su opinión, su criterio y su punto de vista.

Entre la absoluta dependencia y la absoluta discrecionalidad, existen otras series de posiciones


intermedias, se encuentran hasta tres situaciones intermedias:

- Una primera situación en la que el precedente vincula pero admite excepciones. Estaríamos en
la zona alta. Inmediatamente después de la vinculación absoluta está la vinculación general pero
con excepciones.

- Por debajo de ella nos encontraríamos en la situación en la que el precedente vincula pero puede
el juez puede apartarse siempre que lo justifique, y está obligado a motivar ese apartamiento, a
exponer las razones por las que se aparta del precedente.

- Y finalmente tenemos aquellos sistemas jurídicos en los que se señala la conveniencia de seguir
al precedente, pero el resto de los Tribunales pueden apartarse de él y no están obligados a
exponer las razones por las cuales se apartan. Se recomienda seguir el precedente, pero no pasa
nada si se aparta del mismo, pues ni siquiera está obligado a motivarlo.

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En conclusión, habrá que ver en cada sistema jurídico cómo se incardinan estos cuatro planos
(las cuatro dimensiones), y entonces podremos saber cuál es la situación que existe con respecto a los
precedentes en cada sistema jurídico. No puede darse por lo tanto una solución general. En última
instancia, el Tribunal será el que decida o no si existe el precedente y de qué forma debe aplicarse.

1.3.4. La doctrina

Finalmente tenemos a la doctrina, refiriéndonos a la doctrina científica. Es muy frecuente a la


hora de interpretar una norma que se invoque ante el Tribunal en cuestión la opinión de un determinado
autor, de un determinado profesor, de un determinado teórico del derecho. Incluso no son sólo las partes
las que la invocan, sino que muy frecuentemente lo hacen el propio juez o el propio Tribunal, para
justificar las razones que da de por qué opta por una interpretación: utilizan en apoyo de su tesis la
opinión de la doctrina científica.

La doctrina científica tiene una enorme fuerza persuasiva: personas que son expertas en la
materia, que no tienen intereses en el caso, que están haciendo una interpretación abstracta de la norma
(no pensando en la solución concreta del caso), dicen que el significado de la norma “N” tiene que ser
el significado “S”, tiene una enorme fuerza persuasiva por ser una opinión independiente y objetiva al
margen de las circunstancias y condiciones que se dan en el caso.

El problema que sucede con la doctrina es que no es unánime, se caracteriza por la disparidad y
por la heterogeneidad de opiniones. En ella encontramos puntos de vista para sostener cualquier
propuesta interpretativa que se pueda presentar ante cualquier norma.

Por este motivo, todos los sujetos que invoquen la doctrina en apoyo de sus tesis interpretativas,
deberían mencionar o citar a qué sector de la doctrina se refieren: por ejemplo, según José Castán el
significado de la norma debe ser, o según Federico de Castro debe ser...

Pero claro, a los Tribunales no les gusta mucho decantarse o mostrar sus afinidades o sus opciones
aunque sean jurídicas, no les gusta manifestar ni su ideología política ni sus confesiones religiosas para
dar sensación de objetividad e independencia. Por tanto nos encontramos que no suelen ser explícitos
con qué líneas doctrinales son con los que se alinean.
Por ello utilizan técnicas o fórmulas complejas que son poco significativas. Para ellos es más
fácil y menos arriesgado mencionar genéricamente la doctrina, pues con eso se evita tomar partido
abiertamente, y si no hay otro remedio, se echa mano de expresiones como “la doctrina mayoritaria”, “la
doctrina actual”, etc...Y así se salva (tramposamente) la presunta neutralidad del órgano judicial.

Con toda esta serie de argumentos tenemos una serie de argumentos o de reglas para la
interpretación. Pero tenemos dos problemas:

1. Primero, la doctrina habla mucho de criterios de interpretación, pero nunca o casi nunca nos dice
cómo hay que emplear (no tenemos las normas de empleo de esas directivas interpretadoras);

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2. Y por otra parte, tenemos tantas directivas interpretadores, que no es anormal que se produzca un
conflicto entre ellas, es decir, que según la regla interpretadora que utilicemos nos lleve a una propuesta
de interpretación distinta.

En consecuencia, junto a la ausencia de reglas de procedimiento o de uso de las directivas


interpretativas, tenemos otro problema y es que no están jerarquizadas entre sí, y tenemos por lo tanto
necesidad de unas reglas o directivas de preferencia. Esto hace pensar, que junto a las directivas de
interpretación (que podríamos llamar directivas de primer grado) hacen falta para la interpretación (para
que sea un proceso metódico y regulado) que existan otras directivas, que son las directivas de
procedimiento y las directivas de preferencias, que podríamos llamar directivas de segundo grado. Dicho
de otra forma, hasta ahora hemos ido hablando de las directivas de interpretación de primer grado, y a
partir de ahora tendremos que hablar de otras directivas que se utilizan en la interpretación, que son las
directivas de segundo grado (que se refieren al procedimiento y a la preferencia en el uso de las
directivas).

1.4 Reglas o directivas de interpretación de primer y segundo grado.

A pesar del repertorio amplio para interpretar a la hora de la interpretación, sin embargo aunque la
doctrina se ha esforzado en hacer esa recopilación de directivas interpretativas ha demostrado muy poco
acopio a demostrarnos como hay que usarlas.

• El primer problema que nos plantea es que es lo que representa cada una de ellas, el problema es
su imprecisión en su formulación.

• El segundo problema sería que carecemos de un manual de utilización de cómo desenvolvernos,


como debemos entender esas directivas, dice ICARPO “carecemos de unas directivas de procedimiento,
para precisar el uso de cada uno de las directivas y después para programar la utilización de todas ellas
se requiere el uso de unas directivas de procedimiento”.

• Otra cuestión que nos requiere es que usando unas determinadas directivas interpretativas
puede llegar a una propuesta de interpretación y utilizando otras podemos llegar a otras distintas, así la
interpretación queda supeditada a la directiva que utilicemos, puede haber un conflicto entre dos
interpretaciones que han utilizado directivas distintas, en este caso el propio sistema no nos prevé de
reglas para resolver estos conflictos, por lo tanto carecemos de interpretativas de preferencia, en la
medida en que estas dos reglas ( de uso o de procedimiento o de preferencia) estas son directivas del uso
o empleo de cómo utilizar las directivas interpretativas podemos decir que son metadirectivas, las por
lo que podríamos decir que las directivas interpretativas son de primer grado, mientras que las directivas
de procedimientos y de preferencia serían de segundo grado.

Partiendo de esto nos encontramos que estas no se encuentra ni en la doctrina ni la regulación, por
lo que nos encontramos con una oferta bastante amplia de directivas de primer grado que son analizadas
por la doctrina, sin embargo no hay ninguna enumeración de directivas de segundo grado.
19
Si no enumeramos ninguna directiva de preferencia o de procedimiento es porque no se encuentra,
ni en la doctrina ni en la legislación, porque los autores son conscientes de que conlleva una valoración
del intérprete, y por lo tanto no se podría hacer una enumeración de directivas de segundo grado como
si hemos hecho de primer grado pues no había ni siquiera un consenso, si más o menos existe acuerdo
de las de primer grado de las de segundo que es un tema que va con la valoración no existiría. Pues
tendrá que haber una valoración del intérprete, incluso con sus propias concepciones de derecho por lo
que no se podría hacer una enumeración de directivas de segundo grado porque no habría un consenso
sobre cuáles son las de segundo grado que se deben utilizar, los autores consideran que es un tema
puramente valorativo y por ello no es posible.

II. LA TESIS DE LA ÚNICA INTERPRETACIÓN CORRECTA. LA MOTIVACIÓN DE LAS


DECISIONES INTERPRETATIVAS.

Esto plantea un problema, que es el proceso de interpretación el cual dijimos que era un proceso
metódico y reglada, por lo que el intérprete no puede desenvolver su actividad a su antojo, por lo tanto
es una actividad condicionada, existiendo un amplio margen de las valoraciones que lleva a cabo el
intérprete.

Pensemos en un juez que es conservador, poco dado a introducir modificaciones, valora por encima
de todo que el derecho debe ser predecible, este utilizaría unas reglas de uso de directiva de naturaleza
lingüística, trataría de dar sentido a las palabras del reglamento según piense que pensaba el legislador
en el momento que las creo, son tendentes a establecer el significado originario de las palabras, no
acudirá a utilizar reglas de naturaleza sistemática o funcional, solo en el caso de que tras utilizar los
criterios lingüísticos persisten las dudas utilizara criterios sistemáticos pues estos tienden a establecer la
continuidad, de ninguna forma utilizara directivas funcionales, sin embargo si nos situáramos ante un
juez distinto, que piensa que el derecho es una herramientas que debe de adaptarse a los cambios sociales,
este utilizara las directivas de naturaleza lingüísticas pero se centrara en el sentido que tienen estas
palabras actualmente, al mismo tiempo aunque no existan dudas porque se hayan resuelto, continuaran
utilizando directivas de naturaleza sistemática, este minimizara el significado y potenciara a las
directivas de naturaleza funcional, así las cosas nos podemos encontrar que el significado de una
disposición legal dependerán de los criterios que se utilicen, es decir las directivas para su formulación.

En este momento ICARPO se pregunta en donde ha quedado ello de que para cada disposición
hay solo una interpretación correcta y que el resto son erradas, los clásicos decían que el intérprete debe
de encontrar la correcta, pero la idea de que exista una única idea correcta es errónea, pues la actividad
interpretativa no significa constatar la actividad que el legislador ha dicho, de ahí que se puedan llegar a
interpretaciones distintas, en la interpretación nos encontramos en una actividad decisoria y valorativa,
donde nos encontramos que no existen conclusiones que sean verdaderas ni conclusiones falsas, lo que
existe son decisiones fundadas o que no están fundadas, así las cosas la conclusión interpretativa no se
pude valorar como verdadera o falsa, hay interpretaciones fundadas y no fundadas, pero debemos
entender que las correctas son las fundadas, en consecuencia ante una misma disposición se presenten
dos atribuciones de significado distintas y que ambas sean correctas.
20
ICARPO dice lo siguiente “La corrección de la interpretación depende de la calidad de la
justificación, es decir si tiene una justificación de calidad será correcta, sino la tiene no será correcta, es
decir, si son o no correctos los nexos existentes entre las valoraciones de las directivas de primer grado
y las de segundo grado, la consecuencia de todo ello es que no siempre se logra una única interpretación
correcta, sino que nos podemos encontrar con varias que pueden ser correctas si están bien justificadas.”

III. INTERPRETACIÓN EN EL ORDENAMIENTO JURIDICO ESPAÑOL.

3.1. En el Código civil: los criterios interpretativos tradicionales y su relación interna.

La mayoría de sistemas jurídicos, dentro de las denominadas normas secundarias, incluyen una
serie de disposiciones interpretativas, que pueden ser generales o comunes y especiales o específicas
(por ejemplo, la directiva extensiva en el Derecho penal).

Anteriormente, nuestro sistema jurídico no contemplaba normas comunes para la interpretación


de la normas, extremo éste del que se encargaban tanto la doctrina como la jurisprudencia. Fue a partir
de la reforma del Código civil de 1974 (Decreto 1836/1974, de 31 de mayo) cuando se establecieron
unos criterios generales para la interpretación de las normas, que se plasmaron en el artículo 3.1 del
Código civil.

Otro aspecto importante fue la promulgación de la Constitución de 1978, que vino a reemplazar
a las “7 Leyes fundamentales del Reino”, que regían hasta entonces. Se trata de la primera Constitución
que se adapta al modelo del moderno constitucionalismo y que deja atrás la naturaleza meramente
política que caracterizaba a los textos constitucionales anteriores para convertirse en un auténtico texto
de naturaleza jurídica.

De alguna forma, el hecho de que estos criterios estén contenidos en el Código Civil plantea una
doble dificultad. Por un lado, surge el problema de determinar hasta qué punto los postulados contenidos
en una norma con rango inferior pueden ser compatibles o utilizados para la interpretación de una norma
de rango superior. Es decir, se trata de examinar si las determinaciones contenidas en el Código civil (un
Decreto), pueden compaginar con los postulados incluidos en la Constitución (con rango de Ley
Orgánica). De otro lado, a pesar de que se trata de normas próximas en el tiempo, no hay que olvidar
que el Código civil data de época franquista, por lo que se plantea si su articulado (preconstitucional),
puede ser aplicado para la interpretación de la Constitución.

La doctrina normalmente habla de la interpretación desde la Constitución, la cual exige que todo
el sistema jurídico sea interpretado desde la Constitución.

Como decíamos anteriormente, las directivas comunes para todas las normas del sistema se
contienen en el artículo 3.1 del Código civil, en cuya virtud “las normas se interpretarán según el sentido
propio de sus palabras, en relación con el contexto, los antecedentes históricos y legislativos, y la
realidad social del tiempo que han de ser aplicadas, atendiendo fundamentalmente al espíritu y finalidad
de aquellas”. Friedrich Karl von Savigny consiguió hablar de forma exitosa de los elementos que
21
deberían intervenir en el proceso interpretativo, a saber: Elemento gramatical; elemento lógico; elemento
sistemático y; elemento histórico.

1- Elemento gramatical, en cuya virtud las normas deben ser interpretadas según sus palabras.
Según Federico de Castro y Bravo, se requiere realizar un análisis de la letra de la ley, que
consiste en aplicarle las reglas del lenguaje en que se están utilizando. El intérprete debe
descubrir cuál es el sentido propio de las palabras y atribuírselo. Los problemas, dice Larenz,
consisten, en primer término, en determinar qué uso hace de las palabras el legislador (¿uso
ordinario o uso técnico-jurídico?) y en segundo lugar, en averiguar cuál es el significado de las
palabras (¿originario o evolucionado?). En definitiva, en la medida en que las palabras tienen el
significado que el intérprete les asigne, no cabe hablar con propiedad de significado propio de
las palabras.

2- Elemento lógico. Bajo esta nomenclatura, algunos autores incluyen el resto de directivas de
interpretación que no son gramáticas. Su contenido ha variado a lo largo del tiempo.
Originariamente, Savigny identificaba su objeto con la teleología de la ley (con su finalidad), si
bien luego cambió de parecer y entendió que el contenido se relacionaba con las conclusiones
que se podían entender de las normas del sistema. Por lo que a nosotros respecta, nos quedaremos
con el criterio lógico en su sentido originario.

El Código ordena que se atienda al espíritu y finalidad de las normas, esto es, que tengamos en
consideración el método teleológico (para algunos, el argumento por excelencia que debe predecir toda
interpretación directiva), pues detrás de toda norma, hay una ratio legis que la fundamenta. Ésta no se
puede identificar, en ningún caso, con la voluntad del legislador, sino solamente con la voluntad de la
ley (es decir, la teleología de carácter objetivo).

Según Igartúa Salaverría, la referencia al espíritu esconde un uso metafórico, con el que se
pretende disimular el hecho de que realmente no se tiene una idea clara de qué es el espíritu de las
normas. Tampoco existe una idea concreta acerca de lo que se entiende por el fin de la norma. Hay
autores que lo identifican con el fin concreto de las disposiciones; otro que consideran que el fin de la
norma es el fin general de la materia en la que se incluye; otros que defienden que el fin genérico al que
tiende el Derecho en su conjunto (justicia, igualdad, etc.).

3- Elemento sistemático. En íntima conexión con el elemento lógico, el elemento sistemático


consiste en relacionar la norma de una misma institución jurídica con las demás hasta llegar a los
principios fundamentales del sistema jurídico. Luis Prieto Sanchís, comentando este criterio,
dice que “este elemento parte de la idea de que el Derecho es un sistema compuesto por
subsistemas, dotados cada uno de ellos de unidad interna”. Por su parte, Juan Igartúa Salaverría,
al hilo del comentario anterior, pone reparos a esa referencia al sistema. Hay que recordar que,
por “contexto”, se entiende el criterio sistemático; sin embargo, respecto del término “sistema”,
hay diferentes acepciones, pues ¿qué se entiende por sistema? ¿todas las normas que vienen de
una misma fuente? ¿las normas que regulan una determinada institución? ¿o las normas dirigidas
a los mismos destinatarios? Larenz, por su parte, considera que la idea de sistema exige la
22
consistencia de todas las normas. En este sentido, no sólo se trata de contextualizar, sino de que
las normas formen un sistema en el que no existan contradicciones entre ellas.

4- Elemento Histórico. Viene representado por la referencia a “los antecedentes históricos y


legislativos”. Según Luis Prieto Sanchís, este enunciado se puede formular de la siguiente
manera: a un enunciado normativo, en ausencia de indicaciones expresas, se le debe atribuir el
mismo significado normativo que tradicionalmente le ha sido atribuido”. Es decir, que todo
enunciado o disposición debe tener el mismo significado o sentido que la anterior. En síntesis, el
legislador no tiene que innovar el significado de las palabras. Sin embargo, este argumento
supondría hoy en día una carga a la modernización del Derecho, pues si se produce una novación
normativa es, simplemente, porque no se estaba conforme con el significado anterior. Por este
motivo, algunos autores incluyen en el elemento histórico el elemento psicológico, que no es otro
que el de la voluntad del legislador: para interpretar una norma, hay que atender a los fines
subjetivos del legislador. De esta manera, bajo el elemento psicológico se incluyen los fines
subjetivos, en tanto que los fines objetivos de la norma quedarían dentro del argumento
teleológico o lógico. Es evidente la enorme confusión que existe en la doctrina acerca de los
elementos interpretativos. Hemos visto que bajo el nombre de elemento histórico se puede incluir
el elemento psicológico, así como que dentro del elemento lógico, podemos entender incluido el
elemento teleológico.

La pretensión que subyace en este elemento es que el intérprete tome en consideración los
antecedentes históricos y legislativos, que no son la misma cosa. Karl Larenz repara en la dificultad que
supone determinar la voluntad del legislador y plantea en concreto dos problemas que tienen que ser
resueltos para su correcto uso. En primer lugar, hay que determinar quién es el legislador, pues en los
procesos legislativos intervienen distintos sujetos. Por este motivo, es necesario aclarar quién se
considera legislador. En segundo lugar, hay que determinar cuáles son los antecedentes a que se hace
referencia pues, a pesar de que el Código civil establezca que han de ser tomados en consideración los
antecedentes legislativos e históricos, es evidente que se tienen que imponer límites a los mismos. En
este orden de cosas, ¿hemos de remontarnos a los precedentes remotos, a los precedentes inmediatos o
quizás a los trabajos preparatorios?
Más interesante resulta acudir a los documentos que han elaborado los técnicos y miembros del
ministerio. En cuanto a tales documentos históricos, encontramos opiniones dispares. De Castro opina
que debemos estudiar la historia jurídica y los trabajos preparatorios. Nadie tiene claro qué debe tenerse
en cuenta como antecedentes. Algunos autores piensan que basta con la norma precedente, mientras otros
consideran que debemos remontarnos hasta el derecho visigodo o medieval… Igartua considera que
debemos tener en cuenta no solo los antecedentes legislativos, sino también los criterios económicos,
sociológicos, etc… Esto supone convertir la aplicación de este criterio en un verdadero pandemónium.
Los antecedentes legislativos pueden identificarse como las normas anteriores que regularon esa materia,
pero desconocemos qué debe entenderse por antecedentes históricos.
Desde luego, parece que tras este criterio subyace la idea de conocer las intenciones del legislador. Es
por ello que se buscan los trabajos preparatorios, para conocer las ideas que el legislador tenía.
Con carácter generalizado, la doctrina sostiene que no nos hemos de remontar más allá de los propios
trabajos preparatorios, es decir, al momento en que comienza a gestarse la idea de la creación o
23
modificación de la norma. Sin embargo, incluso en estos trabajos preparatorios se observa un influjo
distinto según la propia concepción de los autores, pues mientras que los antecedentes históricos serán
especialmente relevantes para aquéllos que sostienen que la función del intérprete es establecer la
voluntad de legislador (partidarios de la teoría subjetiva de la interpretación), para quienes defiendan la
teoría objetiva, aquéllos carecerán de relevancia.

También se hace referencia a la realidad social del tiempo en que hayan de ser aplicadas. Dice
Luis Prieto Sanchís que con esta expresión parece que el legislador ha denominado lo que la doctrina
conoce con el nombre de “elemento sociológico o evolutivo”. El Derecho envejece. O dicho de otro
modo, la realidad temporal cambia a mayor velocidad que la realidad normativa. Por este motivo, este
elemento ordena que las normas se interpreten teniendo en cuenta, no la realidad que contempló el autor
de la norma, sino la realidad del momento en que tiene que ser aplicada, dando importancia a los cambios
políticos, sociales o económicos que hayan podido producirse pues, en ocasiones, éstos pueden ser de
tal entidad que la norma puede resultar obsoleta o caer en desuso.

De este modo, la realidad social se configura como el contrapunto del criterio histórico, pues
mientras que éste supone una incursión al pasado, aquél implica que hayamos de tener presente el sentido
actual de las normas.

Igartúa Salaverría, criticando este argumento, considera que para que sea un elemento concreto
y específico, debe cumplir las siguientes condiciones (ninguna de las cuales, por cierto, se cumple en el
Código civil):

- Que se determine el grado de concreción que van a tener las referencias a los fenómenos sociales.
- Que se establezcan los procedimientos de verificación de los fenómenos sociales.
- Que se instituya un sistema de valores que permita otorgar relevancia a lo que se tiene por
realidad.

Finalmente, aunque en el artículo 3.1 del Código Civil no se haga referencia a él, la doctrina
viene unánimemente hablando del criterio de la interpretación conforme a la constitución, que sería
un criterio último. Dado el carácter preconstitucional del Código civil, resulta lógico que este criterio no
se incluyera en la redacción del precepto.

Para concluir con los criterios clásicos de interpretación, haré referencia a una idea que se ha
perdido con el devenir del tiempo, tal y como señala Marcelino Rodríguez Molinero y es que mientras
que “originariamente, Savigny entendía que los cuatro elementos de la interpretación tenían que ser
conjugados entre sí, no pudiendo ser utilizados de manera aislada o separada del resto (es decir, que en
la interpretación, se deben examinar conjuntamente los cuatro elementos, si bien se permite dar más peso
a unos o a otros dependiendo de las circunstancias), en un determinado momento la doctrina entendió
que se trataban de cuatro formas distintas de interpretar la norma y que, en consecuencia, podían
utilizarse con independencia del resto.

Podemos decir de estos criterios que están formulados con tal vaguedad e imprecisión que en
24
ocasiones no sabemos muy bien cómo valorarlos. En muchos casos la identidad de estos criterios es
discutida. Algunos autores pensaron ingenuamente que estos criterios acabarían con la discrecionalidad
y la libre interpretación de la norma. El intérprete no lleva a cabo solamente una actividad declarativa,
sino que constituye la norma transformando en esta la disposición. Las deficiencias de estos criterios
comienzan por su vaguedad e imprecisión, pero no se quedan ahí. Savigny tampoco dejó directrices
sobre procedimientos respecto de sus elementos de interpretación y tampoco la doctrina ha elaborado
una guía de preferencia entre unos criterios y otros en la medida en que puedan dar lugar a soluciones
diferentes.
Cualquier persona que intente interpretar un texto requiere en primer lugar ir al significado literal de las
propias palabras, si tiene alguna duda ir al contexto de esas palabras, interesarnos por el contexto
histórico en el que le texto fue elaborado, y atender también a la finalidad de ese texto. Se trata de
elementos de interpretación tan elementales que parecen ineludibles.
Algunos autores señalan que la eficacia de estos criterios no es solo persuasiva sino que tienen plena
fuerza vinculante al haber sido tomados por el legislador y convertidos en norma. Sin embargo, aunque
se insista en este punto, la fuerza vinculante de estos criterios formulados de forma tan vaga e imprecisa
queda un poco deslucida. Lo que sí resulta incuestionable es que su uso no tiene que ser justificado al
haber sido recogidos por el legislador. En principio, la idea es que el legislador autoriza esos argumentos
y libera al intérprete de justificar su uso, lo que no quiere decir que se trate de los únicos criterios de
interpretación posibles. Respecto de los criterios no mencionados, también puede ser usado el
reconocimiento por el legislador, lo que implica es que los criterios tomados en cuenta por el legislador
quedan liberados de justificación. Si se usasen elementos distintos, forzosamente deberá el intérprete dar
explicaciones sobre por qué emplea esos argumentos. Ahí está la diferencia.

La forma en que los criterios de interpretación han evolucionado y han sido utilizados distan mucho de
lo que concibió Savingy. En primer lugar, Savigmy hablaba de elementos de interpretación y no
consideraba que se pudiesen emplear de manera separada. Siempre pensó que se trataba de 4 elementos
que habían de emplearse de forma conjunta.

A pesar de todo ello, en la propia doctrina se han propuesto algunas directrices someras sobre la
utilización de los criterios. Larenz y MRM vienen a señalar ciertas indicaciones:

– El sentido literal constituye el punto de partida y al mismo tiempo el límite de la actividad


interpretadora. Lo primero que hay que hacer es considerar el significado de las palabras y
términos empleados, y al mismo tiempo la interpretación que se haga habrá de ser compatible o
conciliable con los términos de la disposición. No se puede proponer una interpretación que para
nada se corresponda con el significado más amplio posible de los términos del enunciado
normativo.
– El criterio sistemático es el segundo criterio al que se da más importancia. Muchas expresiones
sacadas de su contexto resultan difícilmente comprensibles. Este elemento del contexto es uno
de los dos básicos de la interpretación.

Así, Larenz y MRM sostienen que los principales problemas de interpretación son de índole
lingüística o en todo caso sistemática, pero eludiendo los problemas funcionales. Si estos dos criterios
no fueren suficientes para resolver las dudas podríamos acudir a los criterios teleológicos, entendiendo
25
por tales el teleológico subjetivo y el teleológico objetivo, que se trataría de criterios de segundo nivel
aplicables cunado el literal y sistemático no pudiese aclarar la disposición. Dicen los autores que “...en
los casos limites en los que existen varias interpretaciones válidamente defendibles, será el juez el que
decida motivando la decisión. Siempre que haya que adoptar una decisión jurídica habrá que motivarla,
pues eso es lo único que hace posible su revisión. Del intérprete se ha de exigir que tenga en cuenta los
diferentes criterios de interpretación y que argumente por qué considera unos criterios superiores a los
otros, algo que los tribunales no suelen hacer. La credibilidad de la ciencia el derecho depende de que
sus resultados soporten una crítica metódica.”

3.2. En la Constitución de 1978: la interpretación conforme a la Constitución.

Cuando se habla de interpretación constitucional en general hay que distinguir dos planos diferentes
relacionados entre sí pero con problemas y situaciones que resolver. Esos planos son lo que la doctrina
llama interpretación de la Constitución, del propio texto constitucional, e interpretación conforme a la
Constitución. Aquella interpretación aparece para algunos como supuesto especial de interpretación de
disposiciones. Para muchos la interpretación de la Constitución no puede adaptarse a los mismos
estándares que las normas no constitucionales. La interpretación conforme a la Constitución, por su
parte, consiste en interpretar el resto de norma conforme a los principios y valores constitucionales: en
qué medida la Constitución influye en la interpretación del resto de normas.

Marcelino Rodríguez Molinero entiende que la Constitución es la base que constituye la


regulación de una comunidad política soberana, la cual se debe erigir entre los principios y valores en
ella establecidos. Pues bien, junto a los criterios tradicionales de interpretación de las normas del
ordenamiento jurídico, hay que tener en cuenta aquéllos principios reconocidos en la Carta Magna. La
Constitución, aun siendo la norma suprema, es una norma más que requiere de la actividad hermenéutica1
que desarrollan los intérpretes. En síntesis, la Constitución es un criterio para la interpretación del resto
de normas del sistema (la doctrina lo define como interpretación desde la Constitución) y es, a su vez,
susceptible de ser interpretada (interpretación de la propia Constitución).

Por lo tanto, se trata de dos perspectivas distintas, pues una cosa es que el resto de normas tengan
que ser interpretadas de conformidad con la Constitución, y otra que la interpretación de la propia
Constitución sea también necesaria.

A lo largo de la norma constitucional se recogen toda una serie de principios y valores: Los
valores superiores del ordenamiento jurídico del artículo 1 de la Constitución española (libertad,
igualdad, justicia y pluralismo político), el principio de libertad en sus distintas manifestaciones
(ideológica, de expresión, de enseñanza, de empresa, etc.), el principio de seguridad jurídica… En
definitiva, un elenco de principios que, por otra parte, no es exhaustivo, pues sólo se recogen algunos de
ellos. La doctrina, basándose en la jurisprudencia constitucional alemana (de la que nuestra Constitución
es deudora), se ha cuestionado si realmente en nuestra Constitución existe un orden jerárquico de
principios. Nadie puede pensar que nuestra norma suprema contenga un catálogo completo de principios
y valores. El legislador se limita a plasmar aquéllos que considera para la vida social y política, pero

1Hermeneutica: Arte de traducir, interpretar o explicar.


26
entre ellos no existe ordenación alguna. Pero que el legislador no haya establecido una relación
jerárquica entre ellos, no quiere decir que, en algún caso y dependiendo de las circunstancias, alguno sea
más relevante que otro. Esta jerarquización no puede establecerse “a priori” y de forma abstracta, sino
que habremos de acudir al caso en concreto y ponderar los principios constitucionales controvertidos en
función de las circunstancias específicas que concurran.
El problema es que, dada la superioridad de la Constitución sobre las demás normas del sistema
pueden plantearse dos supuestos:
a) Supuestos de incompatibilidad de la norma no constitucional con la Constitución.
b) Supuestos de compatibilidad de la norma no constitucional con la Constitución.
En caso de que la norma infraconstitucional sea incompatible, estaremos ante un supuesto de
inconstitucionalidad. En caso de que sí exista compatibilidad, estaremos ante la aplicación de la
interpretación conforme a la Constitución.

3.2.1. La interpretación desde la Constitución o interpretación conforme a la Constitución.

El constitucionalismo moderno ha implantado la idea de que, junto a los criterios tradicionales


de interpretación, deben tenerse en cuenta también los principios y valores reconocidos en la
Constitución. En relación con este punto, se distinguen dos supuestos diferentes:

3.2.1.1. Que una norma del sistema se muestre incompatible con el texto constitucional
(consecuencia del uso del criterio de la interpretación conforme).

En este caso, asistiríamos a un supuesto de inconstitucionalidad de la norma legal, siendo


competencia del Tribunal Constitucional (Título IX CE. Arts. 159 y ss.) determinar la
inconstitucionalidad de las mismas. Con relación a las normas inconstitucionales, podemos diferenciar
entre:

a) Normas promulgadas con posteridad al texto constitucional.

Este supuesto es el paradigma de inconstitucionalidad. Si una norma promulgada a partir de 1978


es incompatible con los postulados constitucionales, simplemente corresponde su declaración de
inconstitucionalidad y su posterior anulación y expulsión del sistema. En la medida en que la
Constitución es Derecho directamente aplicable que no necesita desarrollo legislativo para su
aplicación, estas normas plantean el problema de determinar quién es sujeto competente para
concretar y desarrollar sus principios constitucionales, formulados de forma vaga, general e
indebidamente perfilados. En general, se dice que al desarrollo de estos principios están llamados el
legislador y la jurisprudencia de los Tribunales. El legislador ostenta una situación de primacía, pues
a él corresponde en primer término, el desarrollo de esta tarea. También se admite que corresponde
algún papel a la jurisprudencia de los Tribunales en orden al desarrollo y concreción de conceptos
que no están claramente delimitados. En este punto, la doctrina se agrupa entre quienes sostienen que
a la jurisprudencia le corresponde dilucidar las dudas cuando no lo ha hecho el legislador y quienes
defienden que a los Tribunales no les corresponde este tipo de cuestiones. A esta última postura se
adhiere Marcelino Rodríguez Molinero, que sostiene que “el Tribunal Constitucional no debe
27
concretar él mismo los principios constitucionales, pues usurparía al legislador la competencia que
le corresponde”. Karl Larenz, de forma más flexible, rechaza la intervención de la jurisprudencia,
pero admite algunos supuestos: “esta es una tarea prioritariamente atribuida al legislador pero que,
sin embargo, puede ser reconocida a la jurisprudencia de los Tribunales en dos supuestos: cuando
una laguna no pueda ser colmada de otra manera o cuando la misma ley, mediante el empleo de
conceptos, conceda al juez un cierto margen de discrecionalidad”.

b) Normas promulgadas con anterioridad a la Constitución. Es posible diferenciar


dos supuestos en función del nivel o rango de la norma preconstitucional.

• Que la norma anterior e incompatible sea del mismo rango que la Constitución.

En este caso, como consecuencia de la sucesión de normas constitucionales, dirá Marcelino


Rodríguez Molinero que “aunque no haya habido un pronunciamiento del legislador en la nueva
Constitución en relación con el texto constitucional anterior, con la naturaleza básica de estas normas
tendríamos que pensar que se ha producido una derogación explícita”.
La doctrina considera unánimemente que la promulgación de una nueva Constitución conlleva
la derogación de la Constitución anterior. Parece obvio que cuando se promulga una nueva C es porque
se quiere modificar el marco constitucional del Estado. Esa C2 sería de alguna manera una refundación
de la planta del Estado, lo que determina que la norma que anteriormente fijaba tal marció quede
inexorablemente derogada. Es tal la convicción que existe de que una nueva constitución deroga a la
constitución anterior, no haría ni siquiera falta que la C2 contuviese una disposición derogatoria – como
si contienen nuestra CE- . Estaríamos ante un supuesto claro de derogación expresa de la norma anterior,
y digo expresa aunque no contenga ninguna cláusula derogatoria. Sería absurdo que siguiera teniendo
vigencia C1 después de promulgada C2. Hablaríamos en este caso de derogación expresa, mientras que
en el caso anterior se trataba de derogación no expresa. En ambos casos hablamos de derogación con la
diferencia de que en este caso es expresa.

• Que la norma anterior e incompatible sea de rango inferior a la Constitución.

La doctrina planteó hace unos años la discusión acerca de si se trata de un supuesto de


inconstitucionalidad sobrevenida o de un simple supuesto de derogación de una norma por una norma
posterior. El escenario es el siguiente: ante una norma que en un determinado tiempo ha sido tenida por
válida y vigente, se produce una mutación en el exterior, que viene representada por la promulgación de
la Constitución. Al incorporarse la norma en el nuevo marco constitucional, se advierte su
incompatibilidad con el mismo. La doctrina se decantó por la tesis de que se trata de un supuesto de
inconstitucionalidad sobrevenida (en el antiguo régimen era constitucional y ahora no). Contra esta idea,
28
el magistrado Francisco Rubio Llorente emitió un voto particular en la sentencia de la que traía causa la
discusión doctrinal, en la que señalaba que “no es lo mismo inconstitucionalidad que derogación, pues
son dos instituciones distintas. Aún más, eso que llama la doctrina ‘inconstitucionalidad sobrevenida’
es un concepto híbrido y contradictorio. Las causas y motivos para decretar la inconstitucionalidad y
la derogación son distintos, como también los son sus efectos. Mientras que la primera sólo puede ser
decretada por el Tribunal Constitucional, la segunda puede ser acordada por cualquier tribunal
ordinario”. El profesor coincide con la tesis de la derogación más que con la de la inconstitucionalidad
sobrevenida.
Se trataría de una aplicación del aforismo lex posterior deroga lex anterior. En el supuesto de derogación
se reconoce la validez de la norma en el tiempo anterior, declarándose la pérdida de vigencia como
consecuencia de la promulgación de C2. Eso es especialmente interesante a los efectos de un posible uso
extemporáneo de la norma. En ocasiones normas no vigentes pueden regular supuestos que surgieron
cuando esa norma estaba vigente. Por tanto, una situación surgida al amparo de D1 durante T1 podría
seguir siendo regida por D1 en T2. Por el contrario, en el caso de la inconstitucionalidad sobrevenida la
norma pierde, además de su vigencia, su validez, quedando expulsada del Derecho y no pudiendo ser
aplicada a ningún supuesto posterior. Además, según la tesis defendida tendremos un tratamiento jurídico
procesal diferente, y serán diferentes los órganos que puedan declarar la inconstitucionalidad o
derogación. La inconstitucionalidad solo puede ser declarada propiamente por el TC. Sin embargo, en
el caso de la derogación serían los tribunales ordinarios los que determinarían la derogación de la norma,
puesto que a la hora de aplicar al caso la norma se percataría de que se trata de una norma no vigente
que no pueden tener en cuenta. Puede suceder en algún caso que no es diáfano o indiscutible que la
norma constitucional entre en conflicto con la norma preexistente. En aquellos en que exista duda sobre
la compatibilidad con la Constitución será preceptiva la intervención del TC.

Aunque el Tribunal Constitucional se decanta por la inconstitucionalidad sobrevenida, parece


evidenciarse que estamos en un proceso de derogación, Marcelino Rodríguez Molinero entiende que
“mientras que la derogación explícita se reserva para los casos en que la norma anterior incompatible
sea del mismo rango que la Constitución, éste es un supuesto de derogación implícita. Cualquier
tribunal que sea competente para resolver el caso lo es también para estimar que tales principios o
normas son derogados por ser contrarios a la Constitución, pudiendo acudir en los casos en que exista
duda al Tribunal Constitucional para que decrete si hay incompatibilidad o no”.

3.2.1.2. Que una norma del sistema se muestre compatible con la Constitución.

En este caso, estamos ante el denominado “criterio de la interpretación conforme a la Constitución”.


Según Antonio Enrique Pérez Luño “resulta claro que la Constitución es una norma cuantitativamente
superior a las normas del sistema pero la diferencia entre aquélla y éstas no sólo es cuantitativa, sino
también cualitativa, en tanto que la Constitución incorpora el sistema de valores esenciales que
constituyen el orden de convivencia y el ordenamiento jurídico”. La Constitución española es la norma
fundamentadora del ordenamiento jurídico y se le atribuye prioridad jerárquica y cualitativa. Esto se
traduce en la existencia de rasgos peculiares, pero no sólo eso, sino que además se convierte en el criterio
hermenéutico guía para la interpretación del resto de normas legales del ordenamiento. La naturaleza de
29
ley superior se representa en la necesidad de interpretar todo el ordenamiento a la luz de la Constitución.
El constitucionalismo moderno (caracterizado por su contenido material sustantivo frente a la naturaleza
formal y política de los anteriores textos constitucionales) supuso la aparición de un nuevo criterio de
interpretación, en cuya virtud, siempre que sea posible elegir entre varias interpretaciones, debemos
elegir aquélla que se muestre más conforme a la Constitución. Este criterio adquiere una doble veste:
desde una perspectiva positiva, se debe elegir la intepretación que sea más favorable a la Constitución;
desde una dimensión negativa, supone la anulación de las normas incompatibles, previa comprobación
de que no existe ninguna posibilidad de compatibilizarlas.

En este punto existen una serie de presunciones. En primera lugar, una presunción subjetiva o
presunción “favor legislatoris”, en cuya virtud la tarea legislativa que al legislador corresponde no
colisiona con la norma constitucional, pues al interpretarla, lo hace de modo correcto, lo cual se plasma
en la presunción de que su trabajo es “correcto” o, dicho más técnicamente, que su trabajo se adecúa a
la Constitución. La presunción objetiva o “favor legis” es aquella según la cual se presume que la ley se
ajusta a los parámetros dados por la Constitución.

La interpretación conforme a la constitución exige de alguna forma que el intérprete sea respetuoso con
la atribución de competencias de la C. Si la C ha permitido al legislador fijar aquellos extremos que no
están suficientemente delimitados, ha de respetarlo el legislador. La Constitución contiene muchos
preceptos que necesitan de un desarrollo que está atribuido al legislador. Aquí se sigue la idea de que
cuando el legislador desarrolla alguno de esos principios constitucionales, en cumplimiento del mandato
constitucional, el intérprete ha de restringir al máximo la inconstitucional y en principio debe pensar que
siempre que sea posible una interpretación que pueda salvar la constitucionalidad de la norma, es esa la
interpretación que debe dar. Ciertamente, en aquellos casos en que detecte la inconstitucionalidad puede
proponer una interpretación para salvar la constitucional pero ha de ser especialmente cuidadosos de
respetar la decisión del legislador, no pudiendo proponer una interpretación que transmute el sentido de
la ley.

En otro orden de consideraciones, el principio de que todo el sistema ha de ser interpretado conforme a
la Constitución, atribuye al Tribunal Constitucional la posibilidad de interpretar normas, no sólo
constitucionales, sino también infraconstitucionales, cuya última interpretación corresponde al Tribunal
Supremo, en tanto que órgano superior de las ramas civil, penal, contencioso-administrativo y social.
Por lo tanto, surge la idea de que el ámbito de actuación del Tribunal Constitucional no se circunscribe
únicamente a la propia Constitución, sino que abarca también al resto de normas que integran el
ordenamiento jurídico. El artículo 1 de la Ley Orgánica 2/1979, de 3 de octubre, del Tribunal
Constitucional, le atribuye a este órgano la función de ser el “intérprete supremo de la Constitución” lo
que, a contrario sensu, significa que la interpretación del Derecho legal ordinario no le corresponde. Sin
embargo, las sentencias del Tribunal Constitucional tienen eficacia “erga omnes” y, en consecuencia,
vinculan al resto de jurisdicciones. ¿Qué sucede en los casos en que se presenta un recurso de
inconstitucionalidad ante el Tribunal Constitucional y éste juzga que existe una posibilidad de
interpretación conforme a la Constitución que hace que la norma ya no sea incompatible y, por ende,
pueda mantenerse en el sistema jurídico?

30
Estas sentencias interpretativas, en las que se adopta una determinada interpretación, no gozan
de la eficacia “erga omnes”, pues tal eficacia queda circunscrita a los supuestos de
inconstitucionalización.

Sin embargo, Eduardo García de Enterría entiende que “estas sentencias son de eficacia “erga omnes”,
prevaleciendo sobre las del Tribunal Supremo, cuando hagan referencia a la compatibilidad
constitucional de la ley interpretada”. Por su parte, Antonio Enrique Pérez Luño sostiene que entender
esta situación así implicaría convertir al Tribunal Constitucional en una instancia interpretativa del orden
civil, penal… situación que no sería la adecuada.

En conclusión, el fundamento de la interpretación conforme a la Constitución se encuentra en la


exigencia de la unidad del sistema, en la exigencia de un texto único en cuyo seno no quepan
incompatibilidades ni incoherencias. En definitiva, en la exigencia de reforzar la seguridad jurídica,
dotando, de este modo, de estabilidad al ordenamiento jurídico.

3.2.2. La interpretación de la propia Constitución, como un supuesto especial de interpretación

En este caso podemos decir que aunque hayamos distinguido entre la interpretación de la
C y desde la C, en ambos casos existen coincidencias así como diferencias notables. Cuando se habla de
la interpretación del texto constitucional se incluyen consideraciones preliminares coincidentes con las
que hicimos respecto de las demás normas: objeto, fin (distinción entre si el horizonte que se debe
plantear el intérprete es la identificación del autor o la finalidad objetiva de la propia disposición), etc.
Ahora bien, al tratarse la constitución de la norma superior, no va cabe duda de que la interpretación
constitucional tiene una diferencia cuantitativa. Por otra parte, se pueden señalar como diferencias
funcionales que existe una configuración propia y diferente. El problema no se plantea directamente
respecto de aquellas disposiciones que se ajustan al modelo de regla jurídica sino prioritariamente a
aquellas disposiciones constitucionales que carecen de un supuesto de hecho y una condición jurídica
perfectamente determinadas. Eso se hace especialmente patente en la parte dogmática de la CE, en la
que se manifiestan los principios constitucionales así como los derechos fundamentales. Raramente en
el sistema jurídico encontraremos normas caracterizadas como principios.

De alguna forma, el planteamiento consiste en ver si la interpretación constitucional tiene que someterse
al mismo canon que establece nuestro CC, o a otras directivas propias de la CE no aplicables al resto de
normas. Pérez Luño viene a decir que la actitud adoptada frente a los criterios interpretativos
tradicionales esta condicionados por las actitudes metodológicas al respecto. MRM adopta un
planteamiento conservador y proclive a la ida de que la interpretación constitucional también ha de
acomodarse en medida a la interpretación tradicional, viene a decir que aunque los criterios tradicionales
son en principio válidos para interpretar todas las normas, incluidas las constitucionales, en la doctrina
más reciente se discute si tienen la misma validez cuando se trata de los principios y normas de la
constitución. De alguna forma se advierte que la CE tiene textos particulares. Respecto a las
posibilidades del papel que pueden desempeñar los criterios tradicionales agrupamos tres criterios:

a) Reconocen que los criterios tradicionales son de aplicación a las normas constitucionales.
A fin de cuentas, las normas constitucionales son normas escritas, enunciados lingüísticos con
31
funcionalidad normativa. Tampoco se pueden encontrar diferencias en la fuerza vinculante, pues las
doctrinas del moderno constitucionalismo coinciden en que las normas constitucionales son plenamente
normas jurídicas de aplicación directa inmediata y que no requieren de desarrollo normativo para poder
ser aplicadas. No solo eso, sino que n virtud de su jerarquía son, sui cabe, aun más vinculantes que el
resto de normas. No existen diferencias sustanciales, todo lo más diferencias cuantitativas, entre las
normas comunes y las constituciones. De acuerdo con esto, la C como norma escrita ha de regirse por
los mismos criterios que las demás normas.

b) Niegan la aplicación de los criterios tradicionales. Parten de la idea de que la C no es un texto


fijado y cerrado. Lejos de ello, piensan que la C debe ser considerada como un texto abierto, flexible y
que va evolucionando y cambiando según lo requieran los distintos cambios sociales. Abundan en esta
idea diciendo que gran parte de disposiciones constitucionales, que vienen formuladas como principios,
tienen un contenido necesitado de desarrollo y que por tanto son susceptibles de sufrir formulaciones
distintas. Por ello, si aquí empleáramos los criterios tradicionales, las posibilidades de evolución del
texto constitucional quedarían de alguna forma imposibilitados. Con ello, la C no podría ir
evolucionando con el devenir de los cambios sociales y esas constituciones válidas y vigentes con más
de doscientos años de antigüedad como la americana serían imposible. En resumidas cuentas, el uso de
los criterios tradicionales sería superfluo para l interpretación de los principios constitucionales y no
podrían ser aplicados. En caso de serlo, tendrían que ser tan profundamente modificados que serían
irreconocibles. La conclusión es que la interpretación constitucional ha de hacerse de tal manera que
esta sea contemplada como un proceso abierto.

c) Tesis de síntesis. La necesidad de ir más allá de los criterios tradicionales se manifiesta


especialmente en la parte dogmática de la CE, cuyos preceptos son más imprecisos y amplios. Hay
determinados situaciones concernientes a esas disposiciones constitucionales en las que la utilización de
los criterios tradicionales ayuda muy poco. Hay casos en que los problemas que se plantean están en la
frontera entre consideraciones de carácter jurídico y político. En estos casos, en esas situaciones límite
los criterios tradicionales tienen apenas nada que decir. Hay casos en que la búsqueda de una solución
aceptada por todos conlleva que se excedan los marcos jurídicos adentrándonos en el terreno político.

Concluye MRM que no existe razón alguna para desechar los criterios tradicionales de la interpretación
constitucional. Hay que tener en cuenta que como sucede con cualquier interprete, el constitucional no
está por encima de la disposición interpretada; en igual medida en que no se permite que el intérprete
ordinario se mueva libérrimamente y pueda libremente elegir la interpretación que desee, la actividad
del interprete constitucional ha de estar sometida da ciertas reglas y limitaciones y por tanto debe quedar
perfectamente claro que tiene que tratarse de una actividad reglada en la misma manera que la
interpretación de las normas infra constitucionales. Al intérprete constitucional no lo corresponde
seleccionar a su gusto los criterios de interpretación.

Estaría también el problema de la diferencia funcional. MRM admite que pueden existir casos límites en
los que el intérprete tenga que decantarse por opciones políticas en que se valore la oportunidad o
conveniencia de la decisión. En aquellos casos en que sea necesario adoptar una decisión política, el
intérprete constitucional debe actuar con extrema precaución, evitando en todo caso que la interpretación
constitucional se convierta en un instrumento al servicio de quien controla en cada momento del poder
político.

Pérez Luño sostiene que la cualidad especial de la norma constitucional exige criterios de interpretación
alternativos. Los criterios generales de interpretación, en cuanto que están contenidos en una norma no
constitucional, tienen que ser interpretadas de conformidad con la constitución. En realidad, no es que
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ella C tenga que ser interpretada conforme al título preliminar sino que es más bien a la inversa: es la C
la que tiene que interpretar el título preliminar. Por eso defiende el autor que la interpretación de la CE
no puede hallarse hipotecada por normas anteriores a la misma, jerárquicamente inferiores y que
responden a coordenadas políticas diferentes a las de la CE. De acuerdo con el principio de jerarquía, lo
que debe prevalecer es la CE. Eso no quiere decir en absoluto que la interpretación constitucional sea
una actividad libérrima. Los criterios deben ser unos diferentes y nuevos que en parte se distancien de
los tradicionales. Pérez Luño señala como criterios de interpretación constitucional tres principios:

- Principio de unidad: la CE es un texto único que como tal debe ser interpretado de forma
unitaria. Debe existir concordancia entre las interpretaciones que se dan a las distintas partes y
disposiciones de la C, lo que obliga a unificar la interpretación que se da a la parte dogmática y
a la parte programática. Se derivan de aquí también las ideas de coherencia y consistencia. A la
hora de resolver los conflictos se requerirá un método diferente al que se emplea para la
resolución de conflictos entre normas ordinarias. En esquema, cuando se plantea una
incompatibilidad entre normas ordinarias con estructura de regla, una vez detectada la antinomia
se utilizan los criterios de jerarquía especialidad y cronológico. Aquí, la idea de interpretación
unitaria, se rechaza el método de resolución de antinomias para las normas con estructura de
principio, por lo que se utiliza un criterio especial: el de ponderación de bienes en conflicto.
- Principio de corrección funcional: el intérprete debe en todo caso respetar la distribución de
competencias que ha hecho la C en los distintos órganos del estado, no debiendo alterar esa
distribución. Tiene dos manifestaciones. Un plano intrínseco y uno extrínseco. El intrínseco hace
referencia a que ningún operador constitucional debe rebasar los límites marcados por las
funciones que le son propias. (…?...). La doctrina mayoritaria considera que el llamado al
legislador es exclusivo y excluyente. Si el propio legislador no la desarrolla, ese derecho o
principio quedaría simplemente sin desarrollar. La función de los tribunales de justicia no es la
de producir normas. Entre estas dos teorías, la que afirma que la jurisdicción puede completar
subsidiariamente cuando el legislador no lleve a cabo su función de desarrollar los principios y
derechos fundamentales, y la que lo niega, existe una posición intermedia conforme a la cual la
función legislativa es un primado del legislador pero no se trata de algo absoluto sino que
presenta al menos dos excepciones: una cuando sea necesario para resolver una laguna legal.
(..?...)
- Principio de eficacia: tiende a encauzar la actividad del intérprete hacia las opciones que
optimicen y maximicen la eficacia de la constitución. Debe optarse por la interpretación que
optimice la eficacia de las normas constitucionales, y que por tanto las haga lo más efectivas
posibles. Este principio se manifiesta en lo que la doctrina ha llamado principio “in dubio pro
libertad”: aquella interpretación más favorable al reconocimiento de la libertad entre los
ciudadanos., y el principio de fuerza normativa de la Constitución. Este principio hace primar a
aquellas soluciones interpretativas que permiten una constante actualización de la normativa
constitucional, garantizando así su eficacia.

Finalmente, por lo que respecta las exigencias del procedimiento, en la interpretación constitucional se
requiere que se ponga especial interés en la motivación de las decisiones interpretativas. Según la
doctrina, la argumentación de las decisiones interpretativas en materia constitucional ha de ser completa,
con exposición de todas las alternativas y razones, sincera y transparente, pues la justificación ha de ser
expuesta de forma clara y comprensible. Se trata de un supuesto de justificación peculiar, pues el
Tribunal Constitucional no tiene que justificar las razones por las que dicta un determinado fallo, sino
que lo que debe hacer es motivar las premisas que han servido de base para llegar a una determinada
interpretación y para enjuiciar el caso concreto.

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En conclusión, la interpretación de la Constitución tiene rasgos singulares, propios y
característicos, en sintonía con la especial posición que ocupa dentro del ordenamiento jurídico.

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