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Resumen
En este ensayo se trata de elaborar un análisis de la Ciencia Política latinoamericana
desde la perspectiva de la historia de la ciencia en su vertiente ecléctica. El desarrollo de
la CP en América Latina ha estado determinada por dos factores, uno estructural y otro
intelectual o académico. El primero es definido por las estructuras dedicadas a la
disciplina o al estudio sistemático de los fenómenos políticos, mientras el segundo está
relacionado con los paradigmas dominantes –no únicos- en el estudio de la política. En éste
ensayo se identifican con fines analíticos tres periodos estructural-intelectuales de la
Ciencia Política Latinoamericana: uno jurídico-institucionalista, otro sociológico –
dominado por el estructural funcionalismo y el marxismo- y finalmente el actual:
politológico de corte pluralista. La línea argumentativa es que el desarrollo de la CP
latinoamericana ha sido un proceso de entenderla en sentido amplio (ciencias políticas) a
concebirla en sentido estricto (ciencia política), marcado por dos tendencias: una que
tiende a absorber y desarrollar las modas intelectuales estadounidenses y europeas, y otra
que busca desarrollar una CP latinoamericana centrada en su propia dinámica y
tradiciones intelectuales. Finalmente se señala que actualmente los dilemas de la CP en la
región son los mismos que la disciplina tiene en otras latitudes: la subsistencia de una
fractura interna, metodológica, que ha llevado -equivocadamente- a varios de sus más
importantes representantes a dudar de la cientificidad de la misma disciplina y/o de sus
alcances.
1. I NTRODUCCIÓN
A principios de la década de los años 70’s del siglo XX, Octavio Ianni, uno de los más
reputados intelectuales brasileños, a propósito de una amplia reflexión sobre las ciencias
sociales en América Latina escribía:
“Si es verdad que existe reciprocidad entre pensamiento científico y configuraciones sociales de
vida, éste principio es especialmente válido para las ciencias sociales. En particular es verdadero
para la sociología, la economía política y la ciencia política. Sea cuanto a problemática o como
referencia a la visión del mundo subyacente en las contribuciones de tales disciplinas, en éste o
cualquier otro país, es obvio que existe siempre cierta correspondencia entre pensamiento
sociológico, por ejemplo, y las condiciones de existencia social” (Ianni, 1971:7)
Para muchos no pasaría desapercibido que es una perspectiva marxista fuertemente vigente
en aquellos años, compartida por varios otros intelectuales1 pero ciertamente inequívoca y
vigente todavía si se quiere entender el desenvolvimiento de las ciencias sociales en la
región.2 Siguiendo a Ianni (1971:85 y ss.) una cuestión central de las ciencias sociales es su
dinámica con las historia; dependiendo la perspectiva teórica en que se colocan los
científicos sociales es la manera en la cual se les presentan las transformaciones de la
sociedad, sea que interese la estabilidad o el cambio, el diálogo con la historia es siempre
necesario. Aún cuando el científico social esté totalmente identificado con el presente la
historia siempre es una coordenada básica de sus reflexiones.
De acuerdo con Thomas S. Kuhn (1974), al hacer historia de una ciencia se puede optar por
llevar a cabo una historia interna, analizando los manuales, libros y revistas teniendo un
amplio dominio sobre ella y de las tradiciones que preceden a los descubrimientos y análisis
contemporáneos. Implica observar el desarrollo de la sucesión de los paradigmas
dominantes a su interior (Kuhn, 1962) o la competencia entre ellos (Lákatos, 1970). La otra
vía es la historia externa –a la manera de la historiografía- que implica situar los desarrollos
científicos en el contexto cultural para así comprender mejor sus resultados e implicaciones.
En el caso de la Ciencia Política (CP), en los pocos estudios más conocidos, se ha se
optado regularmente por la historia interna y menos por vías externas o eclécticas.
El interés en los últimos años por la historia de la disciplina es notorio por la aparición de
obras en las cuales algunos de los padres fundadores de la CP moderna y otros, autores de
las más representativas perspectivas de análisis de la misma hacen una revisión profunda de
ésta a partir de sus experiencias personales en la docencia y en la investigación: European
Comparative Politics, The story of a profession (Hans Daadler, 1999), Passion Craft and Method in
Comparative Politics (Munck y Snyder, 2007)3 y Maestri della Scienza Politica (Campus y
Pasquino, 2006). Si estamos de acuerdo en que la CP la definen quienes la practican
1 Lo mismo señalaba Pío García: “Las ciencias sociales –en cuanto disciplinas que se definen un objeto de
estudio, un marco teórico y un método propios- reflejan las condiciones históricas en que surgen, se
constituyen y desarrollan” (García, 1975:49).
2 Coincide también con el argumento que en el mismo año Sartori publicaba en el primer número de la Rivista
Italiana di Scienza Política: “La noción de «ciencia política» en relación de dos variables: 1) el grado de
organización del saber –pensamiento científico- y 2) el grado de diferenciación estructural de los agregados
humanos –configuraciones sociales-” (1971:3)
3 Para una introducción y contextualización de dichas obras véase Pinna, 2008: 229-236
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La Ciencia Política en América Latina Fernando Barrientos del Monte
(Stoker, 1997:19), la importancia de dichos textos radica en que repasan en voz de los
fundadores el estado del arte de la disciplina y las perspectivas a futuro. Una obra que
merece atención por su amplitud y erudición es la Storia della Scienza Politica de Giorgio Sola
(1996) que recorre el devenir de la disciplina internamente, a través de los diversos
paradigmas que han prevalecido a lo largo de su relativa corta vida entendida como ciencia
empírica (es decir, de los años 50’s del siglo XX en adelante). El interés en hacer una
retrospectiva de la CP está, como señala Morlino (2000), impulsado en parte por el fin de
un siglo y el inicio de otro que obliga a la reflexión sobre el hacer, pero también por la
necesaria pregunta que implícitamente se hacen los científicos sobre su propia disciplina:
¿Dónde estamos y hacia dónde vamos?
Las reflexiones sobre la CP en América Latina (AL) han tenido como punto de partida,
implícita o explícitamente, una concepción amplia o estricta de la misma. Como ha
señalado Norberto Bobbio (1997:218), la CP en sentido amplio “denota cualquier estudio de
los fenómenos y las estructuras políticas conducidas con sistematicidad y rigor”, de allí que
para algunos abarque todas las formas de pensamiento político desde la antigüedad hasta
nuestros días. Mientras que el sentido estricto “designa a la ciencia empírica de la política,
conducida según la metodología de la ciencia empírica más desarrollada como es el caso de
la física, la biología, etc.”; coincide con la idea de CP dominante en la actualidad, se
circunscribe propiamente a una concepción de análisis empírico de los fenómenos políticos
con el apoyo de diversas técnicas de análisis y en más recientemente con avanzados
programas estadísticos en computadoras.
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La Ciencia Política en América Latina Fernando Barrientos del Monte
En este ensayo se sigue una vía eclética, se trata, más que de un texto acabado, de apuntes
para una historia intelectual (o interna) y estructural (externa) de la disciplina en la región,
son notas dentro de lo que se puede considerar “sociología de la ciencia política” en AL.
Siguiendo a Octavio Ianni antes citado, podemos decir inicialmente que se puede pensar la
CP en América Latina a partir de dos ejes: a) que ésta refleja el estado de la sociedad en la
que se desarrolla, y que b) la historia –así sea todavía breve- de la ciencia política en AL
refleja la postura que asume ante su presente y/o sus contemporáneos.
Un análisis profundo de las ideas políticas que dieron origen a la democracia moderna
(liberal representativa) nos mostraría que existe una relación entre ésta y el desarrollo de lo
que hoy consideramos CP. Allí dónde había (o hay) interés en crear o transitar a la
democracia, ó dónde ésta es fuerte, el interés por el estudio científico de los fenómenos
políticos es muy difundido. Como señaló Samuel Huntington (1992:132) el nacimiento de
una república y el desarrollo de una democracia hacen surgir a la CP y a los politólogos:
“dónde la democracia es fuerte la ciencia política también lo es; dónde la democracia es
débil la ciencia política es débil”.4 Dicha perspectiva es compartida en AL, y dados los
4Esta relación, como notó Huntington (1992:131) es muy clara en el contexto estadounidense: “El
surgimiento de la ciencia política fue parte de un movimiento de expansión de la Reforma Progresiva en la
vida intelectual y política Americana hacia fines del siglo XIX. Entre las principales figuras de la ciencia
política destacan: A. Lawrence Lowell, Woodrow Wilson, Frank Goodnow, Albert Bushnell y Charles Beard
que fueron asociados con el Movimiento Progresivo”. Lo que no sucedía en Italia y Alemania antes de la
Segunda Guerra Mundial, dice Huntington, dónde existía una fuerte tradición académica en historia, teoría
social y sociología, pero no en ciencia política (íbid: 135).
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La Ciencia Política en América Latina Fernando Barrientos del Monte
Sobre éste primer periodo es difícil identificar sus inicios pero es anterior a los años sesenta
y que coincide con la afirmación de la CP de corte empiriscista sobre todo en Estados
Unidos y Europa gracias a la denominada revolución behaviorista (o conductista), con la
diferencia de que en AL en dicho periodo dominan los estudios del tipo jurídico-
institucionalista (o legalista), es decir, lo que para algunos sería el institucionalismo clásico, el
constitucionalismo, el estudio de las normas y leyes, y la Teoría del Estado como
perspectiva dominante. En síntesis, una CP anclada en el formalismo jurídico (Fortín,
1971:1) y como consecuencia, enseñada en las aulas de las Facultades de Derecho o
Jurisprudencia, y sólo en algunos países en escuelas o facultades propiamente de ciencia
política.
Inicialmente las ciencias sociales en AL cobran importancia entre las décadas de los años
treinta y cincuenta del siglo XX en el contexto del modelo económico ISI y su agotamiento
trae consigo también, según algunos, un declive en las ciencias sociales. Así, el desarrollo
que tuvo la CP después de la Segunda Guerra Mundial en dichas regiones tuvo una
influencia desigual en AL. Cada país adoptó la disciplina siguiendo dinámicas internas de
las propias academias y universidades. Un elemento que para algunos parecería trivial pero
que es indicativo de la forma en como se concibe la disciplina, es su propia denominación,
que implica contenido y especificidad: ¿‘Ciencia política’ o ‘ciencias políticas’?. La primera
alude a una ciencia autónoma, mientras que la segunda alude a un conjunto de disciplinas
asociadas al estudio de fenómenos sociales que comparten una característica común, en el
caso de las ciencias políticas es el estudio del poder. En AL ambas denominaciones se
adoptaron indistintamente, para relacionar la disciplina con el estudio de la administración
pública y las relaciones internacionales. Pero fueron el Derecho y la Sociología –y
principalmente la primera- las que marcaron el origen de la CP en los países dónde ésta
empezó a dar sus primeros pasos y que al mismo tiempo hicieron lento el proceso de
autonomía y consolidación.
En México, si bien algunos juristas fueron los impulsores de la creación de una Facultad de
Ciencias Políticas en la Universidad Nacional (UNAM) para la emancipación de los
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La Ciencia Política en América Latina Fernando Barrientos del Monte
estudios políticos de las aulas del Derecho, durante muchas décadas y todavía hoy, los
constitucionalistas incursionan fuertemente en las áreas del estudio politológico. El caso de
México es significativo, porque en dicho país se había fundado ya en 1930 el Instituto de
Investigaciones Sociales y posteriormente después de la II Guerra Mundial, a partir de las
recomendaciones de la ONU para “crear instancias encargadas de formar a los ciudadanos
que deberían representar a su país en foros internacionales y, también a quienes deberían
crear y dirigir las nuevas instituciones que darían consistencia y fortaleza a las Estados
jóvenes o en proceso de desarrollo” (Torres Mejía, 1990:150) se funda en 1951 la Escuela
Nacional de Ciencias Políticas y Sociales (hoy facultad) en la UNAM.
Pero la dependencia hacia la disciplina del Derecho subsistió prácticamente durante varios
años más en países como Venezuela, dónde en 1958 se funda el Instituto de Estudios
Políticos (IEP) como parte de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas con una notable
influencia del Derecho Constitucional en sus programas, situación que cambia en la década
de los 70’s (Álvarez y Dahdah, 2005: 246-247). En Colombia todavía hasta finales de los
años 60’s la ciencia política no se consideraba como una disciplina independiente (cfr.
Sánchez David, 1994:15) y desde el punto de vista formal eran las facultades de Derecho
las que otorgaban los títulos en la disciplina, con el apéndice “Ciencias políticas” y la
enseñanza de la materia se limitaba en muchos casos al Derecho Constitucional. En
Uruguay la primera cátedra de CP inicia en la facultad de Derecho de la Universidad de la
República en 1957, y posteriormente se crea una más en la facultad de Economía, pero no
se funda una institución propia de la disciplina hasta 1985 teniendo como origen la facultad
de Derecho (Garcé, 2005: 233). Lo mismo sucedía en Perú dónde todavía hasta los años
70’s el estudio de la política estaba en manos de abogados constitucionalistas dentro de las
facultades de derecho y ciencias políticas por un lado, y por sociólogos e historiadores con
una marcada formación marxista por otro (Tanaka, 2005:223).
De la misma forma en Argentina existía una tradición formalista de estudios políticos que
se desarrollaba sobre todo en las facultades de derecho y sociología. Aguirre Alinari
(1979:19) analizando algunos expositores del pensamiento y la acción política en Argentina
en el siglo XIX (Mariano Moreno, Juan Bautista Alberdi, Bartolomé Mitre, Sarmiento,
entre otros) afirma que la CP en dicha nación nació de la mano de los juristas y hombres de
acción y que el legado continúa. Aguirre señala: “El análisis del pensamiento de algunos de
los más eminentes forjadores de nuestra nación […] se proyecta desde sus orígenes con el
signo del Derecho”. Los cursos existentes sobre la materia tenían el objetivo de “arraigar
las instituciones de la Constitución, bajo un marco positivista de confianza en la Razón”, es
decir, una CP ‘formalista’ centrada en los marcos legales en los que se desenvuelve la acción
política (Leiras, Medina, D’Alessandro, 2005:77).
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La Ciencia Política en América Latina Fernando Barrientos del Monte
A partir de 1949 se sientan las bases de una interpretación del desarrollo económico y
social latinoamericano que tendría impacto en el desarrollo de las ciencias sociales en la
región y en la ciencia política en específico: el dependentismo. Para muchos éste enfoque
superaba la visión jurídica de la CP, y subsistiría hasta entrados loa años setenta. Si bien es
un enfoque económico, su perspectiva abarca por obvias razones las formas de poder
5De allí que algunos la llamasen “Ciencia del Estado o Ciencia del Poder”, Cfr. Serra Rojas, 1964:79.
6De ésta perspectiva, podemos señalar algunos textos que se convirtieron en referencias obligadas: (1) J.
Maritain. 1952. El hombre y el Estado, Buenos Aires: Guillermo Kraft, (2) H. Heller. 1942. Teoría general del
Estado, México: FCE, (3) H. Kelsen. 1934. Teoría general del Estado, Barcelona: Labor, (4)
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La Ciencia Política en América Latina Fernando Barrientos del Monte
Los años sesenta y setenta fueron un periodo muy favorable para el florecimiento de la CP
en AL no obstante con significativas divergencias entre los países. Durante la segunda
mitad de los años sesenta se observa una diferencia respecto a los años anteriores en el
desarrollo de la disciplina. Para 1966 en Chile con el apoyo del Banco Interamericano
(BID), se crea dentro de la estructura de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales
(FLACSO)8 la Escuela Latinoamericana de Ciencia Política y Administración Pública
(ELACP), la cual comienza a publicar en 1970 la Revista Latinoamericana de Ciencia Política lo
que representaba un primer esfuerzo de carácter regional para su consolidación, y un año
antes, en 1969 se crea el Instituto de CP en la Universidad Católica de Chile (UCC). En
Brasil se funda el Departamento de CP en la Universidad Federal de Minas Gerais y el
Instituto Universitario de Investigación de Rio de Janeiro (IUPERJ). Otras escuelas de
Ciencias Políticas se crean en la misma década como en Cuba (1961), Guatemala (1968) y
Costa Rica (1968).
7 Octavio Ianni (1971:174) refiere una amplia lista de obras que tratan la cuestión, lo que muestra una
creciente preocupación por el dependentismo ideológico en la época, por ejemplo: O. Fals Borda. 1970. Ciencia
propria y colonialismo intelectual, México: Nuestro tiempo; A. Salazar Bondy.1968. ¿Existe una filosofía de nuestra
América?, México: Siglo XXI; Eliseo Verón.1968. Conducta, estructura y comunicación, Buenos Aires: Ed. Jorge
Álvarez.
8 La FLACSO tuvo origen en las resoluciones de la UNESCO en 1956 durante la Conferencia
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En la década de los 70’s los golpes de Estado en algunos países afectaron seriamente el
desarrollo de la CP. Para algunos politólogos estos eventos cambiaron totalmente su vida
truncando completamente su desarrollo profesional (vid. Fernández, 2005:70). En 1973 se
cierra la ELACP en Chile, y en Argentina entre 1966 y 1976 –dos golpes de Estado-
emigran varios profesores y pensadores de la política a otros países como México, EUA y
España, mientras quienes deciden permanecer sufren la parálisis de la actividad académica
(Mazzocone et.al. 2009:616). En Chile se trata de subsanar la ausencia de los estudios de CP
creándose en la Universidad de Valparaíso la Licenciatura en Historia con Mención en
Ciencia Política (Fuentes y Santana, 2005: 18) con poco éxito dadas las condiciones
políticas del país. En Cuba desaparece la Escuela de Ciencias Políticas y sus funciones son
absorbidas por la escuela de cuadros del partido desapareciendo su rol de ciencia social
(Alzugaray, 2005:141). Pero en otros países como en Brasil y México, la CP no se vio
truncada por los autoritarismos. La diferencia fue quizá que en estos dos países el
autoritarismo fue menos severo como en otros (Brasil era una dictablanda y en México era
un autoritarismo civil). Tampoco sucede lo mismo en Colombia dónde fue precisamente
durante la década de los 70’s que se inicia el proceso de profesionalización de los estudios
políticos (Leal, 1994: 118).
En Brasil por ejemplo, el régimen militar reprimió a los sectores de la comunidad científica
y académica más activos en la oposición, pero por otro lado posibilitó la ampliación de una
red de instituciones ligadas a la ciencia y la tecnología. Al inicio de la dictadura en 1969 se
hacía patente una línea dura dentro de la cúpula militar, pero ya en 1974 con el cambio
generacional aumentó la influencia de posturas más favorables al desarrollo científico y la
convivencia menos conflictiva con la comunidad académica (Forjaz, 1997:104) La Reforma
Universitaria de 1968 amplió el mercado de docentes universitarios, investigadores, becas
de estudio, etc., favoreciendo la expansión de las Ciencias Sociales especialmente la CP. Un
año antes se funda la Asociación Brasileña de Ciencia Política con el objetivo de estimular
el desarrollo de la disciplina en dicho país. Una encuesta realizada por la misma Asociación
en 1969 muestra que todavía la mayoría de los politólogos tenían una formación en
Derecho, y sólo unos pocos en Sociología y Ciencia Política. No obstante, ya las materias y
textos que los entrevistados comentaban eran ya propiamente de CP lo que mostraba una
diferencia importante con sus predecesores (Michetti y Miceli, 1969).
Los golpes militares tuvieron como efecto la migración de profesores argentinos, chilenos y
uruguayos a países como México y Venezuela. En éste último se aprovecha positivamente
el “shock externo” para ampliar el interés sobre fenómenos latinoamericanos y no sólo
internos, favoreciendo los estudios comparados principalmente en la Universidad Central
de Venezuela (UCV) y el Centro de Estudios del Desarrollo (CENDES) (Álvarez y
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La Ciencia Política en América Latina Fernando Barrientos del Monte
Dahdah, 2005: 247). En México fueron sobre todo las Universidades públicas como El
Colegio de México, la UNAM, la sede de la FLACSO-México y la Universidad Autónoma
Metropolitana (UAM) -ésta última fundada en 1974 como proyecto modernizador de la
educación después del movimiento estudiantil de 1968- que cobijaron a varios de los
exiliados de la dictadura y su llegada significó una bocanada de renovación para el
desarrollo de la CP en dicho país.
Todavía en estos años, como señala Dieter Nohlen (2007:18) es difícil diferenciar los
estudios políticos realizados por académicos provenientes de otras disciplinas, como la
Historia, la Sociología y la Economía, de la CP propiamente dicha. Algunos libros de la
época que hoy se consideran clásicos en la literatura politológica latinoamericana como La
democracia en México (1965) de Pablo González Casanova, Estudios sobre los orígenes del peronismo
(1971) de Miguel Murmis y Juan Carlos Portantiero, o La violencia en Colombia (1962) de
Guzmán, Fals y Umaña, son ejercicios de sociología e historia atentos a las estructuras
económico sociales influenciados por la mirada totalizadora del marxismo, pero al mismo
tiempo contienen la búsqueda de la complementariedad teórica y metodológica. Entonces
el estudio de la política era una mezcla de sociología y ciencia política: “los sociólogos
hacen ciencia política” (Fernández, 2005:64), pero también los economistas y los abogados,
quienes incluso siguieron liderando los centros de investigación y docencia. Estos aspectos
aún continúan vigentes en varios países como en Venezuela, Ecuador y Bolivia, y en menor
medida en México y Argentina, por mencionar.
El predominio que llegó a alcanzar el marxismo en esos años fue en parte producto de los
movimientos políticos mundiales de los años 60’s que impactaron también el pensamiento
político de la región. Los éxitos iniciales de la Revolución cubana (1959) así como la
difusión de algunos aspectos de revolución cultural en China (1966), como considerar a la
Ciencia como parte de la ideología “burguesa”, llevan a varios intelectuales y académicos a
retomar el marxismo que había sido relegado ya en los años 30’s y 40’s. Así a finales de los
años 60’s y durante toda la década de los 70’s el marxismo fue el paradigma dominante en
casi todos los círculos intelectuales de AL, sobre todo en México, Perú y Uruguay. La
visión de cómo se concebía la idea de las CP en esos años se nota en las palabras de un
filósofo chileno de la época:
“Si los nuevos contenidos de las ciencias sociales en América Latina, impuestos a ellos por la
realidad misma, proyectan perspectivas revolucionarias, entonces cabe demandar que
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La Ciencia Política en América Latina Fernando Barrientos del Monte
Llanamente se puede decir que si hoy en los congresos de ciencia política los papers que se
consideran más científicos son aquellos que muestran correlaciones y regresiones a finales
de los años 60’s y 70’s lo eran aquellos que pugnaban por una visión revolucionaria de la
realidad, no era la democracia el tema central, sino la revolución o la transición al
socialismo. Ahora bien, a pesar de las estructuras que se crean en los sesentas, todavía el rol
del politólogo era desconocido o incierto. Según el sociólogo argentino Marcos Kaplan los
cientistas políticos en esos años no eran todavía un grupo profesional reconocido y
valorado en las sociedades de AL. La necesidad de su existencia y su funcionalidad no
aparecían evidentes para el público medio ni para ningún grupo significativo e influyente.
La sola denominación CP y “su objeto manifiesto, subrayan el carácter peligroso,
potencialmente subversivo, de la actividad” y prosigue “su situación institucional es
también incierta. En el mejor de los casos, constituyen enclaves tolerados en las universidades
y el los órganos gubernamentales” (Kaplan, 1970:53-54, cursivas mías).
“La imposición de pautas correspondientes a los centros de Estados Unidos ha elevado niveles de
exigencia en cuanto a objetivos, organización, técnicas y equipos” también la “existencia y el
despliegue de actitudes independientes e imitativas, la aceptación acrítica, la identificación
incondicional, la mimetización, no sólo con respecto a las teorías, los modelos y los métodos, sino
incluso respecto a las falsas o defectuosas imágenes sobre AL que provienen de algunos centros
metropolitanos. En muchos cientistas latinoamericanos ha existido un sentido de minusvalía que
impide asumir y desarrollar plenamente las propias posibilidades de autonomía” (Kaplan, 1970: 69)
Pocos años antes durante la Conferencia sobre Tensiones en el Hemisferio Occidental, celebrada en
Salvador, Bahía, el politólogo mexicano Cosío Villegas señalaba algo similar:
“La verdad de las cosas es que nosotros los latinoamericanos (los individuos y las instituciones), no
estudiamos del todo nuestros problemas, o los estudiamos tarde o de manera insuficiente. Entonces
ocurre que, al vernos forzados por alguna razón a opinar sobre ellos, tratamos de reparar nuestra
desidia acudiendo a los estudios hechos por sabios europeos y norteamericanos, y sobre fenómenos
análogos (real o falsamente análogos). Tras esta primera tragedia, viene la segunda: pronto
descubrimos que esos estudios nos ayudan poco o nada, e incluso que nos hacen caer en la trampa
de creerlos válidos. […] Tratándose, sin embargo, de fenómenos humanos, con una fuerte,
inconfundible raíz histórica, las variantes que ofrecen pueden hacer inoperantes las conclusiones
basadas en condiciones europeas o norteamericanas.” (1963:317 y ss.)
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La Ciencia Política en América Latina Fernando Barrientos del Monte
Éste último periodo se ubica desde los años ochenta a la fecha, dónde ya se desarrollan,
sobre todo en los últimos años estudios propiamente de CP (en sentido estricto), alejados
del formalismo jurídico y se trata de dejar atrás las teorías sociológicas, sobre todo la
impronta del marxismo. La CP y la política latinoamericana son objeto de análisis no sólo
de los propios estudiosos en la región, sino que ya también es centro de atención
principalmente en universidades estadounidense permitiendo que en los países
latinoamericanos se introduzcan con mayor fuerza las corrientes dominantes en la CP
norteamericana.
A partir de 1983 en Argentina se recupera en poco tiempo el impulso que fue truncado
por la dictadura. En la Universidad de Buenos Aires en 1984 se presenta el Informe Strasser
para la creación de la carrera de Ciencia Política en la Facultad de Derecho. En Uruguay
igualmente, apoyados en centros de investigación privados creados en la década de los 70’s
dado que los militares habían irrumpido violentamente en la Universidad, en 1985 se crea el
Instituto de Ciencia Política dentro de la Facultad de Ciencias Sociales, separando así las
cátedras que se ofrecían en las facultades de Derecho y Economía y en 1991 se crea la
Revista Uruguaya de Ciencia Política (Garcé, 2005: 236 y ss.).
En 1990 Lechner señalaba que en Chile existía una doble paradoja: fuerte desarrollo del
análisis político con un bajo grado de institucionalización de la disciplina (cit. por Fernández,
2005:63.). Una afirmación que contrasta con el hecho de que a partir de 1980 en Chile se
crean más instituciones favorables al su desarrollo, en 1981 se crea el Instituto de Ciencia
Política en la Universidad de Chile (UC), dos años antes el Instituto de la Universidad
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La Ciencia Política en América Latina Fernando Barrientos del Monte
La creación de nuevas instituciones fue el motor que llevó a repensar los paradigmas
dominantes en la disciplina y a integrar enfoques que anteriormente sólo pocos politólogos
utilizaban en el estudio de la realidad latinoamericana. A simple vista no existe un
paradigma dominante, los politólogos se apoyan en instrumentos estadísticos, se recurren a
diversos esquemas teóricos en boga como el rational choice y el neoinstiucionalismo. Ya no
es el enfoque lo que define la agenda de investigación sino los temas. En el caso de México
la CP se liberó de la sociología, pero perdura la tradición histórica (Loaeza, 2005: 201).
Aunque lo mismo puede decirse para Brasil, Perú, Colombia y Venezuela.
Todavía a principios de la década de los años 70’s AL era una región marginal en los
esfuerzos de elaboración de “categorías de análisis para la comparación inter-cultural y la
comprensión de los procesos denominados de desarrollo político”. Las categorías de
análisis recientes en esos años en los estudios políticos habían emanado empíricamente del
análisis de los países emergentes de Asia y África (Fortín, 1971), la corriente, por ejemplo,
de los estudios del desarrollo político, había surgido del análisis de los procesos de
descolonización en África subsahariana y del estudio de la consolidación de los estados en
Asia sudoriental, (v.gr.) los sistemas políticos no occidentales (Lucian W. Pie) o la
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La Ciencia Política en América Latina Fernando Barrientos del Monte
aplicación del esquema estructural funcionalista de Almond (The politics of the developing areas).
Algunos politólogos como Schmitter, Stephan y O’Donnell empiezan a introducir es
estudio de la política AL con mayor impacto que en décadas anteriores, sobre todo el
estudio sobre el quiebre de las democracias. Posteriormente serán éstos y otros politólogos
norteamericanos quienes desarrollaran líneas de investigación ligadas al estudio de los
procesos de transición en la región. Ahora bien, el estudio comparado en y de AL no era
nuevo, lo relevante es que precisamente a partir de los procesos de democratización la CP
latinoamericana empieza a ver más a EUA y sus métodos de investigación, reduciendo así
la influencia, aunque no totalmente, de las perspectivas que habían dominado la disciplina
en los periodos anteriores.
Como sucedió a finales del siglo XIX y principios del XX cuando el positivismo era la
moda intelectual “dominante” –no la única- tanto en Europa como en EUA así como en
AL, hoy se podría decir, que nuevamente se presenta una situación de sintonía entre la
Ciencia social que se hace y desarrolla en EUA y Europa y la que se desarrolla en AL.
Aquello que se puede llamar neo-positivismo es la moda imperante en las ciencias sociales
en la región.
A pesar de éste largo proceso de desarrollo de la CP, incluso dentro de los países más
grandes de la región como México, Brasil, Chile y Argentina, todavía son pocas las
publicaciones serias en la materia con consistente periodicidad y la comunidad de
politólogos es reducida respecto a otros países de similares dimensiones. Pero sobre todo la
CP en AL se desarrolla sólo en pequeños archipiélagos –casi siempre copiando el modelo
de docencia e investigación estadounidense- y con poca comunicación entre universidades
públicas y privadas.
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La Ciencia Política en América Latina Fernando Barrientos del Monte
“A diferencia de las instituciones de enseñanza privada (que concebimos más como institutos de
capacitación que como verdaderos centros universitarios) las universidades públicas no pueden
modificar sus planes y programas de estudio con la celeridad de las cambiantes condiciones del
mercado laboral, entre otras muchas razones porque éstas últimas sirven a un conjunto heterogéneo
de demandas –muchas veces contradictorias-, tanto públicas como privadas, gubernamentales como
partidistas, patronales como sindicales, etcétera, y no a intereses específicos de ciertos grupos o
sectores como en el caso de las instituciones privadas” (de la Garza:1990, citado en de la Garza 1992:
126).
“La ciencia política de este Instituto y de varias otras entidades académicas de hoy han recibido y
siguen recibiendo un estilo, una impronta docente y una investigación típicamente anglosajona,
norteamericana más precisamente. Y, al día de hoy, es fuertemente tributario de la tradición
norteamericana.” (Fernández, 2005:67)
Finalmente el rol del politólogo aún no es claro para la sociedad, salvo en los mismos
centros de enseñanza, en general en AL los egresados de las carreras de CP no son
contratados como tales, porque “la sociedad civil no sabe que es un politólogo ni para que
sirve” (Suárez-Íñiguez, 1989:84). Además, el periodo anterior al actual, dejó una impronta
negativa sobre todo en las universidades públicas, todavía en algunos sectores
gubernamentales se consideran que son de “izquierda” y son mirados con recelo, más aún,
se desconfía de sus conocimientos. Empero, el Estado es el principal empleador de los
politólogos en AL (Álvarez y Dahdah, 2005: 257). En algunos países como Argentina y
Chile esta visión ha cambiado aunque no del todo. La mayoría de los politólogos que
logran ser identificados en las esferas del gobierno, en los medios y otros sectores de la
sociedad se desempeñan en universidades privadas o han adquirido su posgrado en el
extranjero.
A pesar de las diferencias que existen entre los países de la región sobre todo en relación al
grado de institucionalización, la CP en América Latina se ha insertado ya en el contexto
internacional al adoptar en gran medida ciertas pautas organizativas que la ubican en la
misma medida que aquella que se desarrolla en EUA o Europa. La CP es una empresa
académica transnacional, las redes de investigación no se circunscriben sólo a un país, por
ello la CP latinoamericana al mismo tiempo poco a poco se va enfrentando a los dilemas
que ha arrastrado desde que inició su proceso de autonomía de otras disciplinas y
consolidación interna.
A finales de la década de los años 20’s del siglo XX Walter Lippman (1929: 260) señalaba
“Nadie toma la Ciencia política en serio, pues nadie está convencido de que sea una ciencia
o que tenga influencia importante sobre la política”. Para 1966, cuarenta años después, G.
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Almond, uno de los politólogos más influyentes del siglo XX, en el marco de un congreso
de la American Political Science Association decía con palabras igualmente pesimistas:
Como Raquel, la amada pero estéril esposa de Jacobo, que se preguntaba así misma y a Dios cada
mañana «¿estoy encinta?», o «lo estaré?», así cada vez, cada presidente de ésta asociación, en éstos
eventos anuales se preguntan: «¿somos una ciencia?» o «podremos serlo?» 9
Comparada con otras ciencias sociales la CP es aún una ciencia joven. Es heredera de
diversas tradiciones de pensamiento político, sobre todo de la filosofía y la teoría políticas,
pero su afirmación como la conocemos hoy inició apenas en la segunda posguerra sobre
todo en universidades estadounidenses y europeas. La gran conquista de la CP en éste
periodo fue lograr su autonomía frente a otras disciplinas que también estudian el poder
como la filosofía, el derecho, la sociología, entre otras. Como señala David Easton (1974:
355):
“La situación de la ciencia política a mediados del siglo XX es la de una disciplina en busca de su
propia identidad. Como resultado de los esfuerzos hechos por resolver esta crisis de identidad, ha
afirmado su voluntad de constituirse como una disciplina autónoma e independiente con estructura
sistemática propia. El factor que más ha contribuido a ello ha sido la recepción e integración en
profundidad de los métodos científicos”
Lograr dicha autonomía no fue un camino fácil de recorrer. Fue precisamente el desarrollo
de la metodología comparativa en el sentido amplio del término lo que permitió que la CP
lograse su lugar entre otras disciplinas, y quizá menos que la integración de los ‘métodos
científicos’ que señala Easton. De allí que no es casualidad que en las obras que casi todos
los más reputados politólogos refieran «política comparada» como sinónimo de Ciencia
Política, demostrando la validez de la sentencia de G. Almond (1966:115) quien ha
señalado que «no tiene sentido hablar de política comparada en el ámbito de la ciencia
política, porque si ésta es una ciencia, entonces por definición es comparativa».
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(a) Los Hardliners, o la dimensión dura, en la cuál se encuentran los autores que
desarrollan estudios de carácter cuantitativo, econométrico y estadístico. En este polo
se promueve el uso de sofisticados programas estadísticos para elaborar análisis
politológico. Ya no sólo se trata de encontrar asociaciones para explicar las variables
dependientes, sino que prácticamente se exige encontrar correlaciones estadísticas. Con
el apoyo de la computadoras, y gracias al desarrollo de software sofisticado de las
últimas décadas se ha privilegiado el ‘aumento del número de casos’ (King, Keohane y
Verba: 1994), lo que ‘facilita’ el uso de correlaciones y regresiones estadísticas. Aquí se
encuentran sobre todo los –viejos y nuevos- seguidores del rational choice (J. Buchanan,
W. Ricker, y en los últimos años G. Tsebelis y A. Prezeworski).
(b) Los Soft-liner’s, o la dimensión blanda, dónde se encuentran los autores y estudios que
privilegian el análisis histórico, descriptivo y cualitativo. En éste polo se privilegia la
elaboración de conceptos y categorías de análisis antes que la cuantificación, la
comprensión antes que el análisis estadístico, así como la valoración de los procesos
políticos desde una perspectiva histórico-sociológica y no una mera suma de eventos a
lo largo del tiempo. En ésta dimensión se encuentran los seguidores del que podríamos
denominar ‘métodos tradicionales’ como G. Sartori, S. Huntington, R.A. Dahl, T.
Scokpol, J. Linz y otros.
Por otro lado, (II)el efecto del reforzamiento de la dimensión metodológica dura ha sido
dual: se ha generado (i) una insatisfacción hacia dicha corriente dominante –de allí la
posición de Sartori (2004)- y al mismo tiempo (ii) una limitación a la innovación fuera de
los cánones metodológicos dominantes dada la dinámica interna de la disciplina, que se
mueve por mecanismos endógenos, como la misma formación universitaria y las
publicaciones especializadas (journals). Los hardliners no están de acuerdo sobre todo con el
pluralismo metodológico y con cierta presunción han resucitado los principios del
positivismo extremo que supone es portadora de la verdad ‘metodológica’ para llegar al
saber politológico. La más recalcitrante defensa de esta situación se resume, por ejemplo,
en las afirmaciones de Colomer (2004), para quien “un signo evidente de debilidad teórica”
de la CP actual es que “todavía se siga colocando a los autores llamados “clásicos” en el
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mismo nivel -o incluso más alto- que a los investigadores contemporáneos”, y continúa,
“casi ningún escrito de Maquiavelo o de Montesquieu o de la mayoría de los demás
habituales en la lista sagrada sería hoy aceptado para ser publicado en una revista académica
con evaluadores anónimos” (2004:358). S. Hoffman, un fuerte defensor del método
histórico tradicional ha señalado irónicamente que “el estudio ideal en la ciencia política
contemporánea es el análisis comparado de la regulación sanitaria de la pasta en ciento
cincuenta países. De ésta manera existe un número suficiente de casos para hacer
generalizaciones y ni siquiera es necesario comer un espagueti: lo único que basta son los
datos” (citado por Cohn, 1999:31).
Por último, (III) en el debate entre ambas posturas se ha puesto en duda la ‘cientificidad’ de
la misma CP. Los hardliners en su afán de mejorar su posición dominante, argumentan que
el futuro inmediato de la disciplina es emular a las ciencias duras como la física hasta llegar
a tener una metodología de estudio igual o superior a la de la Economía. Los Softliners, por
su parte argumentan que la CP contemporánea, ha olvidado la teoría y la filosofía, se ha
olvidado de las grandes preguntas y sobre todo que ha hecho del rigor metodológico el
objetivo de la investigación. Para algunos es paradójico el uso indiscriminado de modelos
estadísticos como si su mero uso hiciese más ‘científicas’ nuestras afirmaciones; tomando
otra vez el ejemplo de las ciencias duras, S. Coleman señala que “mucho de lo conocemos
sobre la física fue descubierto sin el beneficio de los modernos sistemas de comprobación”.
Esta fractura de una u otra manera es persistente, de allí que después de más de cincuenta
años de desarrollo de CP moderna, todavía importantes politólogos tienen una visión de la
profesión que refleja que aún subsiste cierta indefinición al interior de la disciplina y cierto
temor hacia su cientificidad. Algunos ‘maestros’ de la ciencia política (cfr. Munck y Snyder,
2007) no están convencidos de ser científicos políticos -como R.H. Bates-, o piensan que la
disciplina está entre la ciencia y el arte -como J.C. Scott-. Otros, si bien reconocen los
desarrollos de las últimas décadas no están convencidos de ser ‘científicos’ -como David
Collier-, porqué la ciencia política “poco se parece a las ciencias naturales”, o prefieren
definirse scholars -como Huntington- y no scientist. Empero, otros -como Moore, Lijphart y
Linz-, convencidos de ser científicos, señalan que en las ciencias sociales ésta identificación
no puede tener el mismo sentido que en las ciencias naturales.
Por ello no resulta extraño que Giovanni Sartori, uno de los fundadores de la disciplina,
tenga una posición controvertida sobre su actual desarrollo. Para Sartori, el ‘modelo
americano’ de CP, que se ha impuesto y domina la comunidad científica, hace prevalecer el
método sobre los temas de investigación, y la cuantificación sobre la lógica. “La Ciencia
Política -señala- en los Estados Unidos ha entrado en un camino que no puedo ni debo
aceptar: la excesiva propensión a la especialización (y por lo tanto, a la estrechez), excesiva
cuantificación, y por lo tanto, un camino que conduce, en mi opinión, a la irrelevancia y la
esterilidad” (Sartori, 1997: 98-99). El pesimismo de Sartori es compartido por Robert A.
Dahl (en Munck y Snyder, 2007), para quien la ciencia política contemporánea corre el
riesgo de arrojarse en el precipicio de la especialización y el cuantitativismo si se pierden de
vista los objetivos y las grandes preguntas.
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