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La isla de Chiloé es una expresión bestial del modelo rentista extractivista que ha permitido
a Chile contar con una alta tasa de crecimiento económico desde finales de la década de los
ochenta. Minería, plantaciones forestales, pesquerías industriales son la base de una economía
que ha logrado un PIB per cápita superior a los 20 mil dólares anuales pero tremendamente mal
repartido.
Ante este escenario desolador, los chilotes perdieron la paciencia. Hoy están en las calles
y en las rutas al fragor de las barricadas, las asambleas y las ollas comunes. Una espíritu de lucha
une a la isla, que levanta un discurso sólido contra la explotación y sus efectos. Ello puede
observarse en el claro mensaje que la Asamblea Social de Castro hizo llegar a la autoridad central
durante la primera semana de mayo. En un documento de 14 puntos, pide el retiro de las
salmoneras y toda la industria extractivista. “Es el momento de comprender que el desarrollo que
ofreció el modelo neoliberal está sustentado en el desprecio de los trabajadores, del
medioambiente, del mar, de la cultura chilota”.
Los motivos de este desastre, y nadie lo puede tener más claro que los mismos chilotes,
están a la vista y han logrado incluso romper los cercos informativos de la prensa corporativa. La
tragedia de Chiloé no es la marea roja, fenómeno cíclico que se mantiene en la memoria colectiva
de los pescadores y habitantes costeros, sino los cambios en los ecosistemas por una
sobreexplotación indiscriminada de los recursos pesqueros y las costas por industrias externas a
la isla. Desde hace décadas, pero con mayor énfasis durante los últimos veinte años, todo el litoral
se ha transformado en una gran fábrica para la producción y extracción sin freno de especies
comercializables en otras latitudes. Una actividad apoyada por un enjambre de camiones que se
mueve de manera permanente desde la Ruta 5 hasta senderos de tierra y ripio para llegar hasta
las orillas y extraer los recursos. Un negocio tan rentable que ha impulsado la construcción del
puente más caro y largo de Chile entre Chacao y Pargua.
El levantamiento de los pescadores, apoyados por un movimiento social sin paragón en la
historia reciente de la isla, es una reacción natural que sumaba años de tensiones y
desatenciones de parte de los gobiernos de Santiago. Si el centralismo es violento en todas las
regiones, ha sido aún más evidente con respecto a la isla, dependiente de forma permanente del
continente en aspectos tan fundamentales como salud y educación de calidad.
El estallido social isleño ha sido esta vez por una conjunción de fenómenos naturales,
industriales, económicos y políticos. La rebelión de los chilotes es un grito que clama tanto por el
fin de la extracción y explotación, como también de los abusos. El vertido de miles de toneladas
de residuos orgánicos de la industria salmonera en el mar del sur ha sido la gota que rebalsó la
paciencia y ha llenado de indignación a toda la población. “No somos el patio trasero de nadie”, se
leía en lienzos que expresan la rabia y el dolor por la humillación al ver las toneladas de basura
tirada en sus puertas, acción realizada por las industrias salmoneras con la autorización de la
Armada y Sernapesca
LA CRISIS SALMONERA
La isla de Chiloé es una expresión bestial del modelo rentista extractivista que ha permitido
a Chile contar con una alta tasa de crecimiento económico desde finales de la década de los
ochenta. Minería, plantaciones forestales, pesquerías industriales son la base de una economía
que ha logrado un PIB per cápita superior a los 20 mil dólares anuales pero tremendamente mal
repartido. El modelo levantado durante las décadas de la transición como el patrón a seguir por
todos los países de la región, hoy se cae a pedazos por sus enormes distorsiones y
contradicciones. La isla reproduce a su escala y en su mar, con alta intensidad, este modelo.
Desde la privatización de las costas, que adquiere especial fuerza durante las últimas décadas, el
deterioro es progresivo. En este proceso la instalación de la industria salmonera marca en no
pocas zonas momentos terminales a partir de la década pasada.
Chiloé vio alterada su economía con la llegada masiva de jaulas de cultivo de salmones,
las que se instalaron de forma profusa en decenas de kilómetros de sus costas. Una mutación que
junto a la germinación de violentos cambios en el ecosistema de sus aguas, condujo también a
transformaciones igualmente violentas en las formas de vida. Pescadores tradicionales dejaron
sus faenas para ir a trabajar a una industria que resultó ser especulativa y temporal.
EL SALVAVIDAS ESTATAL
Tras este evento se produce, durante el primer gobierno de Michelle Bachelet, un punto de
quiebre entre esta industria y la sociedad isleña y chilena. Con el argumento falaz, como siempre,
de proteger los puestos de trabajo, el Ejecutivo dio luz verde a programas de ayuda a las
corporaciones salmoneras para que corrigieran sus números rojos. Concretamente, el Estado fue
aval ante el sector financiero al entregarse en concesión los bordes costeros a las salmoneras,
quienes a su vez los hipotecaron ante la banca. De esta manera se apretaba una trenza entre el
sector financiero, las salmoneras y las elites políticas en el poder y nuevamente quedaba
demostrada aquella consigna neoliberal en cuanto a que las ganancias son privadas y las
pérdidas públicas.
El resultado, muy favorable para las empresas, fue doblemente negativo para los chilotes.
La industria, que se vio regalada con nuevos espacios para instalar sus cultivos, se fue de muchas
zonas de la isla en busca de nuevas aguas, dejando un reguero de contaminación y sedimentos
en los fondos marinos así como miles de desempleados.
El espaldarazo que el gobierno pasado de Bachelet le dio a las salmoneras las hizo
redoblar su actividad. Tanto, que durante esta década se reinstalaron como el primer productor del
mundo y el segundo exportador chileno después del cobre. En 2015 el sector exportó casi 600 mil
toneladas de salmones, por un valor superior a los 4.300 millones de dólares. Así hasta el verano
pasado, cuando apareció una microalga tóxica que causó nuevamente la muerte de millones de
peces en cautiverio. En marzo pasado, junto a las toneladas de peces en descomposición, esta
industria tuvo también ingentes pérdidas económicas que comenzó a revertir de inmediato
mediante el cierre de plantas y despido de centenares de trabajadores.
Una figura clave en estas operaciones fue el militante democratacristiano Felipe Saldoval
Precht, fiel representante de la denominada “puerta giratoria” entre el sector privado y público.
Sandoval fue subsecretario de Pesca durante el gobierno de Ricardo Lagos y posteriormente, tras
la crisis del virus ISA, lideró la “mesa del salmón”, plataforma desde la cual salió el apoyo al
millonario rescate y sentó nuevas bases para la privatización del mar.
La ayuda del Estado a esta industria no se ha hecho esperar en el presente trance. Los
vertidos orgánicos al mar se realizaron para evitar mayores costos a las empresas, los cuales han
sido traspasados a los ecosistemas y a la población con las consecuencias ya conocidas. Según
informó la ONG Ecoceanos, que dirige Juan Carlos Cárdenas, el procedimiento de descarga de
miles de toneladas de salmones muertos que debía haberse realizado a trece kilómetros al
noreste de la isla de Chiloé, se habría realizado mucho más cerca de las costas. El senador por la
región de Los Lagos, Rabindranath Quinteros, a su vez informó haber recibidos numerosas
denuncias de organizaciones ciudadanas y de la pesca artesanal relacionadas con un conjunto de
efectos nocivos generados a partir de la descarga de peces muertos y en descomposición: “Según
sostienen quienes nos han entregado esta información, la descarga no se habría realizado a la
distancia necesaria del borde costero y ello estaría impactando fuertemente en la fauna marina”,
dijo el político PS en la primera semana de mayo.
Hasta la fecha se ha informado del vertido de unas cinco mil toneladas de salmones
putrefactos al océano frente a las costas de Chiloé. Pero el volumen de peces muertos en las
plantas excede en mucho esa cifra, la que superaría las diez mil toneladas. Aun cuando la
industria ha afirmado que la mayoría de los peces muertos se eliminó por otras vías, hoy en plena
crisis los pescadores y especialistas observan un escenario diferente. Además del afloramiento de
las microalgas tóxicas, durante el verano se han producido una serie de eventos inéditos en el mar
chileno, como el varamiento de más de 300 ballenas en Aysén y otros más recientes como la
muerte súbita de diez mil toneladas de sardinas, anchovetas y pejerreyes en la caleta Queule, el
varamiento masivo de machas en Cucao y Quetalmahue y, por último, la intensa marea roja que
abarca desde el norte de Aysén hasta Bahía Mansa, en Osorno.
La crisis pesquera de Chiloé no corre por carriles separados. Está unida y es parte de una
mucho mayor que afecta a todos los pescadores artesanales del país, que sufren de manera
permanente tras el regalo, mediante leyes, que el Estado chileno le ha hecho a las grandes
pesquerías de los recursos marítimos. La misma concepción neoliberal extractivista puede verse
tanto en la industria del salmón como en el diseño de las leyes de pesca, todas hechas a la
medida de las grandes corporaciones y en desmedro de los pequeños recolectores.
El Condepp ya tenía a Súnico en la mira tras sus declaraciones ambiguas sobre la espuria
Ley Longueira. En marzo, Bustos dijo que Súnico “hizo lobby a favor de la Ley Longueira en el
Congreso y apoya la pesca de arrastre, por tanto, no es un una autoridad válida para proteger los
recursos pesqueros de todos los chilenos”. Una acusación que se hunde en la oscuridad de esta
ley, llena de ilegalidades, coimas y boletas ideológicamente falsas.
Los pescadores de Chiloé negocian con el gobierno unos bonos de ayuda para paliar la
crisis, los cuales no resolverán ni sus causas ni sus efectos futuros. Pero este paliativo es sólo un
aspecto más en un problema estructural derivado de un modelo económico. Este subsidio no tiene
ninguna relación con una catástrofe causada por un modelo extractivista rentista que tiene
cooptada a toda la clase política en un escenario de corrupción que evidencia los niveles de
podredumbre en los que ha caído toda la clase dirigente chilena.
En este transparentado escenario, evidente para todos los ciudadanos, se abre también
una gran oportunidad para la rebelión popular durante esta crisis que marca nuevos niveles en los
abusos públicos y privados contra la población. La chispa ha saltado.