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TU CEREBRO Y TÚ
Cuando un tuit contiene un término emocional o moral, es más probable que lo retuiteemos. A partir de una ilustración de Id-Work
(Getty Images)
En Twitter (y en las demás redes sociales) tienen más éxito los mensajes que apelan a
nuestras emociones. Un nuevo estudio muestra que no solo nos sentimos más
impulsados a compartir estos tuits, sino que además las palabras que se refieren a las
emociones y a la moral captan más nuestra atención que las neutras.
El trabajo de los psicólogos Ana P. Gantman, William J. Brady y Jay Van Bavel muestra
que los términos que apelan a lo que creemos que está bien o mal “son
particularmente efectivos a la hora de capturar nuestra atención”. Esto, según
escriben en un artículo publicado en la revista Scientific American, “podría ayudar a
explicar la nueva realidad política”.
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4/2/23, 15:04 Cómo nos manipulan y polarizan las emociones en redes sociales | Verne EL PAÍS
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En el primer experimento de su trabajo, a los participantes se les mostraban tuits
ficticios con diferentes tipos de palabras usadas como hashtags: las referidas a la
moral ("crimen", "piedad", "derecho"), a la emoción ("miedo", "amor", "llorar") o a ambas
cosas a la vez ("abuso", "honor", "despecho") captaban más atención que las neutras.
Además de eso, también examinaron casi 50.000 tuits reales sobre tres temas: el
control de armas, el matrimonio entre personas del mismo sexo y el cambio climático.
Los más compartidos tendían también a incluir términos emocionales y morales. De
hecho y según otro estudio anterior de los mismos autores, es al menos un 20 % más
probable que compartamos un tuit si contiene una palabra de esta clase.
Eso sí, los autores advierten de que este no es el único motivo que explicaría el éxito
de una publicación. Por ejemplo, el hecho de que se esté compartiendo mucho y sea
ya popular podría hacer que su éxito se incrementara aún más.
El papel de las emociones en redes sociales ya era conocido, aunque eso no haya
evitado que se usen para manipularnos (o intentarlo) con bulos, mensajes políticos
hiperpartidistas y provocaciones.
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Todo esto no tiene por qué ser negativo: la indignación pública tiene también
beneficios para la sociedad, al permitir que todos podamos castigar o al menos
recriminar comportamientos censurados por la mayoría (como la corrupción), además
de reforzar nuestra adhesión a una causa o a un grupo social con el que nos sentimos
identificados.
Pero tiene riesgos, como señala Crockett. Al menos tres: primero, la posibilidad de
que nuestra participación en movimientos cívicos y sociales sea menos significativa.
Ya no nos hace falta cooperar como voluntarios o hacer donativos, nos sentimos
satisfechos con solo tuitear.
Tercero, nuestras opiniones tienden a polarizarse. Las propias redes nos permiten
agruparnos en cámaras de eco con audiencias similares. O, como escribe el psicólogo
Jonathan Haidt en La mente de los justos, nos unimos a “equipos políticos que
comparten narrativas morales”. Es decir, el famoso filtro burbuja de Eli Pariser.
Esto hace que el intercambio de opiniones con personas que piensan diferente (o que
simplemente se han equivocado) se vea mediatizado (y caricaturizado) por otros
miembros del grupo. Como escribe el profesor de Derecho de la Universidad de
Harvard Cass Susstein en su libro #Republic, las conversaciones profundas que
cruzan barreras ideológicas son extremadamente escasas en redes sociales.
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dedique tanto tiempo a Twitter, explica el lingüista George Lakoff. Soltar una
barbaridad en esta red social le ayuda a marcar el debate: da igual que los mensajes
sean de apoyo o en su contra, su objetivo es simplemente marcar la agenda y lo hace
provocando la indignación y el enfrentamiento. Su caso no es único, desde luego.
El panorama parece desolador, pero los autores del estudio apuntan un par de claves
que ofrecen algo de optimismo.
Una segunda clave es que entender cómo nos motivan las emociones (indignación
incluida) nos puede ayudar a detenernos unos segundos antes de compartir o tuitear
ciertos contenidos.
En una línea similar se manifestó Chris Wetherell, el diseñador del botón de retuit en
Twitter, introducido en 2009. Recientemente habló de esta innovación, afirmando
que “a lo mejor le dimos un arma cargada a un niño de 4 años”. Antes había que
escribir ese RT a mano, lo que nos daba unos segundos para reflexionar sobre lo que
íbamos a iba a compartir.
Tenemos que imaginar este botón porque Twitter difícilmente lo incorporará. Como
recordaba la periodista Delia Rodríguez, “si a estas alturas las plataformas no han
desarrollado redes menos nocivas es por la misma razón por la que las tabaqueras no
han creado cigarrillos de plantas medicinales. Va contra la esencia misma de su
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negocio”. Cuanto más contenido publiquemos o compartamos, mejor para ellas.
Aunque nos cueste una úlcera.
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