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Ateneo de docentes

narradorxs

RELATOS
ATENEO DE INTERPRETACIÓN Y DEBATE
Avellaneda, Junio 2019

Red de formación docente


y narrativas pedagógicas

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y narrativas pedagógicas

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Ateneo de docentes
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Índice ¿Qué es la Red de Formación Docente y Narrativas Pedagógicas?................................ 4


Memoria del ateneo de docentes narradorxs
Lucía Fiorino, María José Martínez y Sofía Quiroga........................................... 6
Relatos del Nodo CIIE Avellaneda
Gabriel Roizman . ................................................................................................ 8
La carrera de mi vida
Nadia Nuñez . ............................................................................................. 9
Juegos del Alma
Cecilia Paoletti...........................................................................................13
Ana
María Jesús Teira Romano.......................................................................16
Relatos del Nodo Facultad de Filosofía y Letras, UBA
Yanina Caressa y Gladys Zarenchansky...........................................................19
Valentín
María Lucía Fiorino ..................................................................................20
Doña, ¿me compra una rosquilla?
María Laura Galli.......................................................................................22
Inicio, desarrollo y revolución. Mi primera experiencia docente
Lluvia Medina............................................................................................26
Relatos del Nodo ISTLyR
Cecilia Tanoni.....................................................................................................30
La Directora Socorro
Santiago Barugel .....................................................................................31
Porfirio
Marina Vera ..............................................................................................35
Relatos del Nodo La Plata
Pamela Vestfrid..................................................................................................38
Elegir es transformarse
Sofía Dorrego............................................................................................39
La Rusconi
Alberto Ivern..............................................................................................42
Frío
María Antonieta Teodosio.........................................................................44
Escrituras sobre el oficio docente para el desarrollo
del pensamiento y la documentación colectiva
Pamela Vestfrid ........................................................................................45
Aquellas pequeñas cosas
Patricia Villada..........................................................................................50

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Relatos del Nodo Narrativas al Sur


Cecilia Tanoni ....................................................................................................52
Intensidades… Escenas en la extranjeridad
Nora Catoira..............................................................................................53
El corazón en las manos
Ximena Ferrari...........................................................................................54
Braian
Mariana Gesualdi......................................................................................57
¿Qué ves cuando me ves?
Ivana Murgia..............................................................................................59
Documentación narrativa como experiencia de un acontecer en educación
Rosana Scialabba.....................................................................................62
El cuerpo
Claudia Sciutto..........................................................................................68
Un metarrelato a dos voces escrito a cuatro manos
Virginia González y Silvia Sunsi................................................................72
Relatos del Nodo San Fernando|Norte
Mónica Landolfi..................................................................................................80
La Justificación
Dalia Falcón...............................................................................................81
Crónica de una escuela móvil
Mónica Landolfi.........................................................................................83
Iniciático y transformador
Mónica Landolfi.........................................................................................86
Y Colorín Colorado, estos relatos… ¿Se han terminado?
Marina Spiridonov.....................................................................................87
Relatos del Nodo TIUD - AMIA
Karina Korob......................................................................................................91
¡Felicitaciones, Tomi!
Janá Diskin................................................................................................92
El placer de narrar historias
Karina Korob.............................................................................................95
¿Qué sos?
Tamara Langsam......................................................................................98
¡S.O.S, nos visitan!
Diana Pollak........................................................................................... 100
El Kabalat Shabat… ¿con bebés?
Pnina Rucki............................................................................................ 104
¡Así, no!
Eli Vishnopolska......................................................................................107

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¿Qué es la Red de Formación Docente y


Narrativas Pedagógicas?
La Red Formación Docente y Narrativas Peda- Los Nodos que conforman esta red participan
gógicas reúne colectivos docentes que indagan y de espacios y actividades conjuntas y llevan ade-
reconstruyen narrativamente sus prácticas infor- lante por su parte acciones en articulación con
mados en el dispositivo de documentación narra- actores locales vinculados a las temáticas espe-
tiva de experiencias pedagógicas desde diversos cíficas que cada colectivo docente define para su
espacios institucionales, organizacionales y co- trabajo de indagación (auto)biográfica y narrativa.
munitarios del campo pedagógico, que llamamos A su vez, la Red participa de las acciones desple-
“Nodos”.1 gadas por otras redes de docentes investigadores
A partir del año 2010 esta Red se ha desa- del país y de la región, con quienes articula y sos-
rrollado en el marco de un Programa de Extensión tiene instancias de trabajo conjunto.
Universitaria en la Facultad de Filosofía y Letras de Esta apuesta por construir “redes de conoci-
la Universidad de Buenos Aires. mientos” con otros colectivos se desprende de la
La Red se orienta a activar la memoria peda- intención y la necesidad de intercambiar y apren-
gógica de las prácticas educativas mediante la der también de los aportes del campo pedagógico
producción, circulación y publicación de relatos y académico latinoamericano. Las redes peda-
de experiencia escritos por docentes, estudian- gógicas que vienen conformándose en nuestra
tes y educadoras/es. Esos documentosnarrativos región constituyen espacios de construcción de
elaborados mediante la investigación de la propia saberes y de sujetos en tanto configuran un entra-
experiencia permiten que el saber y el discurso mado de experiencias, relaciones y sentidos en el
pedagógicos construidos intervengan en el deba- cual sujetos, instituciones y grupos redefinen su
te público especializado sobre la educación y la propia identidad desde la participación activa y la
transformación de la escuela. articulación con otros. La heterogeneidad, como
Al mismo tiempo que investiga, la Red desplie- elemento constitutivo de las redes y como políti-
ga trayectos de formación entre pares y experien- ca de re-conocimiento, se enlaza en una trama de
cias colectivas de desarrollo profesional docente voces plurales, en una malla entretejida por iden-
centrados en la indagación narrativa y (auto)bio- tidades en construcción, procesos colectivos en
gráfica de la práctica y el trabajo docente, de los desarrollo, prácticas y conocimientos en constante
mundos pedagógicos y del saber de experiencia revisión y formas organizativas flexibles, que entra-
construido mientras se enseña. ma una comunidad pedagógica entre quienes la
conforman.

[1] Denominamos colectivos de docentes


narradores al conjunto de docentes, educadores y
estudiantes que participa de instancias de escritu-
ra, lectura, intercambios y reflexión pedagógica, en
el marco del dispositivo de DNEP. Dichos colectivos
están situados en diferentes espacios y tiempos
institucionales, organizacionales y sociales, que
denominamos nodos.

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La Red: un mapa
en (permanente) Nodo Jujuy

construcción Nodo Salta

Nodo ENS N° 1
Nodo Facultad de Filosofía y Letras, UBA
Nodo IMA – Red Salesiana
Nodo ISTLyR
Nodo TIUD - AMIA

Nodo Andares y Pensares


Nodo CIIE – Avellaneda
Nodo Chivilcoy
Nodo La Matanza
Nodo La Plata
Nodo Narrativas al Sur
Nodo San Fernando | Norte
Nodo UNAJ
Nodos de la Red
Nodo Andares y Pensares, Quilmes Nodo ISTLyR, Graduados en Técnicos en Colectivos CESAJ y Psicología de Berazategui,
Nodo CIIE - Avellaneda | ENSPA N°100, Agru- Recreación Talleres “Tomar la palabra” (Universidad
pación Educadores, IFD N°11, Lanús Nodo Jujuy, docentes de Facultad de Ingenie- Nacional de Quilmes)
Nodo Chivilcoy – ISFD N°6 ría (UNJU) Nodo Salta, Asociación de Docentes Provin-
Nodo La Matanza |Colectivo de docentes, ciales – ADP
Nodo ENS N°1 en Lenguas Vivas “Pte. Roque
Sáenz Peña” directores e inspectores de la Región 3 Nodo San Fernando | Norte
Nodo Facultad de Filosofía y Letras, Universi- Nodo La Plata, Región I – Facultad de Perio- Nodo TIUD – AMIA
dad de Buenos Aires dismo y Comunicación Social (UNLP) Nodo Universidad Nacional Arturo
Nodo IMA – Red Salesiana de Educación Nodo Narrativas al Sur | ISFD N° 54 Florencio Jauretche (UNAJ)
Superior Varela, Colectivo “ExLibris”, Colectivo Docen-
tes Jubilados, Colectivo “Mirar la escuela”,

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Memoria del ¿Qué es un Ateneo?


ateneo de Los Ateneos de lectura, interpretación y debate de los relatos pe-
dagógicos constituyen un espacio y un momento de conversación
docentes pública sobre temas del acontecer pedagógico. La lectura de relatos,
narradorxs los comentarios y preguntas a lxs autorxs configuran una instancia
de publicación que ratifica el saber docente, su experiencia y su pa-
Lucía Fiorino, María José Martínez labra. Diferentes actores con un lenguaje común participan de una
y Sofía Quiroga
conversación mediada por documentos narrativos, resultado del pro-
Nodo Facultad de Filosofía y Letras, UBA
ceso de indagación y formación.
Entre caras conocidas, saludos de reencuentro, curiosidad, ga-
nas de compartir y aprender de y con otrxs, docentes, estudiantes
y educadorxs nos reunimos en un gran salón del centenario ENSPA-
ISFD N° 100 de Avellaneda para dar comienzo al encuentro1.
En un primer momento, se organizaron pequeños ateneos en los
cuales se abrió un espacio de lectura, escucha y conversaciones en
torno de relatos con el fin de profundizar narrativamente la mirada
pedagógica. Los intercambios que se produjeron en cada uno de los
grupos dieron lugar a reflexiones, interpretaciones y debates sobre el
acontecer pedagógico. Fue un momento ameno donde se pusieron
en juego distintas voces, experiencias, miradas y emociones. Para
dar cierre a esta primera parte, se invitó a un integrante de cada
grupo a compartir lo ocurrido, contar qué se había leído y cómo había
resultado dicho intercambio. “¡Qué interesante lo que relatamos!”
fue uno de los comentarios que se escucharon, “lo que se lee y se
cuenta, nos pasa a todxs”.
A continuación, se produjo la lectura en plenario de cinco relatos,
en la voz de autorxs de los distintos nodos. Tras una escucha atenta
de todxs los presentes, se abrió un espacio para expresar aquello
que el encuentro despertó en nosotrxs. Una compañera pudo resu-
[1] Asistieron integrantes de diferentes nodos de la
mir y poner en palabras la sensación que muchxs teníamos ese sá-
Red de Formación Docente y Narrativas Pedagó- bado al mediodía: se desplegó “la magia de las narrativas”. El inter-
gicas: Nodo CIIE - Avellaneda, Nodo Facultad de
Filosofía y Letras (UBA), Nodo ISTLyR, Nodo La
cambio que habilitaron los relatos trascendió el ateneo. Compartirlos
Plata, Nodo Narrativas al Sur, Nodo San Fernando/ fue realmente una fiesta.
Norte, Nodo Tiud-AMIA. También estudiantes de
los Profesorados de Historia, Geografía, Biología y La posibilidad de generar encuentros entre docentes de diferen-
Química del ENSPA e integrantes de la
Red de Docentes Escritorxs del ENS N° 2
tes lugares y contextos y docentes en formación, nos permite pensar
“Mariano Acosta” de CABA. cómo venimos siendo docentes, cómo queremos proyectarnos, y a

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su vez nos habilita a reflexionar y tensionar los discursos que esta-


blecen lo que un docente “debe ser” y que desdibujan el saber que
lxs docentes producimos. Es así como narrar y narrar(nos) permitió
crear nuevos sentidos reconstruyendo experiencias a partir de la re-
flexión compartida. Se trata entonces, de encontrar en eso que so-
mos y hacemos, los caminos para repensarnos y recrearnos.
Finalmente, a modo de cierre y de apertura a próximos encuen-
tros, Daniel Suárez, coordinador del Nodo Facultad de Filosofía y Le-
tras – UBA, destacó el carácter político del Ateneo, ya que no se trata
sólo de compartir sino de reflexionar en torno a las propias prácticas
para avanzar en el desarrollo profesional docente de forma colectiva.

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Relatos del Nodo Los tres textos que compartimos del Nodo Avellaneda fueron
CIIE Avellaneda elaborados en articulación con el Laboratorio de Experiencias Pe-
dagógicas del Centro de Capacitación, Información e Investigación
Por Gabriel Roizman Educativa de Avellaneda (CIIE Avellaneda), dedicado a la Formación
Coordinador del Nodo Docente Continua, y la cátedra de Psicología del ISFD N°100 donde
desarrollamos la línea de documentación narrativa en la formación
docente inicial.
El primero de los textos es un ensayo de texto autobiográfico don-
de se le propuso a los estudiantes de primer año rastrear el interés
por la ciencia y la enseñanza en su propia decisión de estudiar el
profesorado en una disciplina científica como la Biología y a veces
resulta que la escritura ayuda a descubrir núcleos de sentido en la
memoria autobiográfica sobre los cuales los sujetos no tenían regis-
tro. Agradecemos a Nadia el compartirnos parte de su historia y los
descubrimientos que hizo a partir de su biografización.
El segundo texto, de Cecilia Paoletti, representa la búsqueda de
combinar la narrativa pedagógica y el ensayo con otros lenguajes
lúdicos y expresivos, es decir, diferentes juegos del alma puestos en
juego.
Por último, el texto de María Jesús Teira Romano, de alguna for-
ma representa una docente que habiendo transitado la experiencia
del Nodo en otra oportunidad, se apropió de la documentación na-
rrativa para seguir dando cuenta de lo que le pasa y le pasó en su
profesión, de lo que aprendió y enseñó, de alguna forma empodera-
da como Ana la protagonista del relato.

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La carrera de De pequeña mostraba gran interés, y amor por la naturaleza, es


mi vida así que mis padres me regalaban libros y enciclopedias. Entre ellas
quiero resaltar una enciclopedia de animales que para mi percep-
Nadia Nuñez ción de ese momento era un libro gigante, y pesado, de tapa roja, el
Nodo Avellaneda cual les pedía a mis padres que me lean porque tenía un vocabulario
científico, y difícil de entender para mi edad. Todavía la conservo.
También recuerdo que tenía ocho años aproximadamente, cuan-
do iba de visita a la quinta de mi tía, donde la ayudaba a cosechar
choclos, y frutas en canastas, que luego usábamos para preparar el
almuerzo.
Otro recuerdo que aflora en mi mente, el día que mis padres fa-
bricaron un geoplano, y jugaba mientras aprendía las figuras geomé-
tricas con banditas elásticas. Podía pasar mucho tiempo intentando
hacer figuras de todo tipo.
Además, hacíamos actividades como plantar. Recuerdo que sem-
bramos 150 semillas de mi pino favorito, el pino Piñonero. Primero
recolectamos las piñas con nuestras propias manos, en un paseo
por el Bosque de Pinamar, extraje las semillas metiéndolas en una
bolsa y agitando muy fuerte, mientras mis papás compraron bande-
jas de cultivo y sustrato. Y así comenzó esa experiencia, las regaba
regularmente, las cuidaba con mucha paciencia y entusiasmo. Luego
de varios días, comenzaron a crecer, hasta que finalmente sobrevi-
vieron 75 plantines de pinos, exactamente la mitad de las semillas
sembradas. Los cuales fui regalando, por ejemplo, a amigos de la
familia, quienes los plantaron en la provincia de Córdoba y al año
me mandaron una foto de los pinos, recuerdo que estaban enormes.
Otros, los plantamos en plazas y en una reserva forestal a 400 kiló-
metros de la ciudad de buenos aires. Esta es, sin dudas, una de las
experiencias más lindas.
El último año de la primaria fue cuando comencé a pensar en la
escolaridad secundaria, y decidí junto a mis padres cambiarme de
colegio, lo cual era todo un desafío, porque para ello primero debía
empezar a viajar sola en colectivo, asistir a un colegio muy grande
en el centro de la localidad vecina, y pasar por una instancia de exá-
menes nivelatorios. Por lo que fue necesario recibir clases particula-
res de materias específicas. En este proceso fui acompañada por mi

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familia, me dispuse a hacer el examen de ingreso obligatorio de la


nueva escuela. Aprobados los exámenes, al año siguiente comencé
mis estudios secundarios en EEM N° 18 “Próspero Alemandri” de
Avellaneda, más conocido como el ENSPA. Allí cursé el bachillerato
con orientación en Ciencias Naturales, donde creció mi interés por
la ciencia, gracias a la influencia de mis profesores. Destacando a
la profesora de Biología, María Rosa Granados, con quien sigo en
contacto y le tengo un gran cariño; y a Nilda Scian, profesora de Quí-
mica, quienes demostraron su pasión por la materia, compromiso y
responsabilidad con sus alumnos.
Otro momento que llega a mi mente, Romina, mi hermana que
en este lapso se encontraba cursando primer año de medicina en
la UBA. Me pedía que la ayudara a estudiar tomándole lección. Una
tarea que me encantaba porque aprendía anatomía humana casi
sin darme cuenta, y hacía crecer mi curiosidad, más al verla apren-
diendo los huesos con un cráneo humano separado para el estudio,
sobre la mesa donde estábamos almorzando.
Al egresar de la escuela secundaria, inicié mis estudios universi-
tarios en la facultad de Lomas de Zamora, donde cursé 2 años de la
carrera ingeniería zootecnista, pero luego abandoné.
Años después, decidí inclinarme hacia la gastronomía, rubro en
el que trabajo desde los 17 años de edad. Emprendí mis estudios
en el Instituto Argentino de Gastronomía (IAG) de Recoleta. Allí me
egresé de la carrera de Profesional Gastronómico, lo que me dio lu-
gar a encontrar un trabajo en una empresa donde me desempeñaba
como Chef capacitadora. Mis tareas eran enseñarles a los nuevos
ingresantes con poca experiencia cómo trabajar en una cocina, entre
otras. En esa labor descubrí que me gusta enseñar, soy muy dedica-
da a mis tareas, como llevar adelante un equipo de trabajo, armarme
de paciencia y lidiar con las problemáticas del día a día.
Mientras, seguí estudiando idiomas como inglés y árabe. Otra
cuestión importante para mí, fue estudiar idioma árabe, cursé en el
Centro Cultural Islámico Rey Fahd, donde no solo aprendí un nivel de
un idioma, sino también, las formas como se vivencian las relaciones
socioculturales, ideológicas, y religiosas. Comprendí la libertad reli-
giosa, que no es una subcultura, trasciende los lugares de culto, es
parte de nuestra cultura.

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Hice distintos cursos y seminarios gastronómicos orientados a la


ciencia como por ejemplo, Nutrición consciente, Alimentación para
celíacos, La Bioquímica del pan, entre otros. Este último, es un semi-
nario dictado por un chef mexicano, Sergio Ibarra, donde enseñaba
técnicas de masas madres, es un pre fermento, que consiste en un
cultivo simbiótico de las levaduras de manera natural en alimentos,
esto sirve para mejorar, y potenciar las características del pan. Esto
hace que un simple producto, se convierta en una experiencia sen-
sorial, se obtiene sabores muchos más profundos, notables, una cro-
cancia más pronunciada y aumenta la vida útil del producto.
El mundo de la gastronomía es mucho más que cocinar o se-
guir una receta, es complejo y maravilloso. De esta manera puedo
relacionar mis conocimientos previos en ciencias biológicas con mi
profesión, me ayudan a desenvolverme de una manera más eficien-
te a la hora de trabajar con ciertos productos y entender el porqué
de la técnica francesa gastronómica. También me dio la posibilidad
de enriquecerme de otras culturas, y conocer distintos aspectos de
otras naciones.
Otro acontecimiento valioso para mí fue que Romina, mi herma-
na, hizo un cambio de carrera, y ahora se encuentra estudiando Nu-
trición en la UBA, que por cierto la veo muy feliz por su decisión. Con
ella compartimos seminarios de nutrición y soberanía alimentaria
dictados por personalidades reconocidas como, por ejemplo, el Lic.
Diego Sivori que se realizan en su facultad. Lo que nos une de otra
manera, enlazando la gastronomía con la nutrición, que van de la
mano.
Al darme cuenta que mi interés y curiosidad por la ciencia se-
guía intacto, tiempo más tarde decidí inscribirme al profesorado de
biología, en el Instituto Superior de Formación Docente N°100 de
Avellaneda, que forma parte de mi historia, ya que se encuentra en
el mismo edificio donde estudié el secundario.
Hoy en día me encuentro en un lugar familiar al que le tengo mu-
cho aprecio, lugar en el que espero seguir aprendiendo y elijo para
formarme en esta carrera. Por otro lado, sigo trabajando en el rubro
gastronómico como jefe de cocina.

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En esta foto estoy cosechando choclos en la quinta de mi tía An-


gélica.
Me tomo un momento para hacer una breve reflexión final acerca
de esta actividad.
Sentí una gran rareza al escribir mi autobiografía, Porque me en-
contré con que no solo era la protagonista, sino también, la narrado-
ra, no sabía cómo empezar.
En este recorrido por el pasado, encontré muchos recuerdos gra-
tos, recordé muchas personas que me acompañaron en cada pro-
ceso, gente que compartió sus conocimientos conmigo, a mi familia
que es un pilar fundamental de mi crecimiento personal.
Anhelando los momentos que marcaron mi vida, logré transpor-
tarme a cada uno de los momentos descriptos. A través del relato
logré recuperar vivencias, emociones, vínculos y experiencias que
tienen un significado especial para mí otorgándoles un sentido per-
sonal e intransferible.

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Juegos del Alma “Todo tiene, todos tenemos, cara y señal. El perro y la serpiente y la
gaviota y tú y yo, los que estamos viviendo y los ya vividos y todos los
Cecilia Paoletti
que caminan, se arrastran o vuelan: todos tenemos cara y señal. Eso
Nodo Avellaneda creen los mayas. Y creen que la señal, invisible, es más cara que la
cara visible. Por tu señal te conocerán.”
(Galeano, 1993)

Mi nombre es Cecilia y quise empezar con esta Ventana sobre la


Cara invisible de Galeano, ¿qué será esto de las señales? Las mis-
mas se pusieron frente a mí cuando descubrí la carrera de Ludo-
tecaria, ahí experimenté este nuevo universo de la Lúdica Antigua.
El interés básicamente se centró en el sentido más sutil que se les
daba a los juegos de tableros antiguos, una cosmovisión totalmente
diferente a nuestra sociedad actual.
Los tableros antiguos, para ser más exacta estoy hablando de
5000 años de historia, se referían a un lugar, una ciudad, una co-
loneidad, un territorio, donde se hace posible la vida humana, la no
humana y del resto del planeta.
La vida parece estar en juego en estos tableros. No se gana o se
pierde, sino que se hace posible con la cooperación de todos los
seres en la partida planetaria, todos los que se preguntan o buscan
respuestas sobre qué clase de vida merece ser vivida, aun así des-
pués de la muerte.
Se transitan escenarios de casas pequeñas, allí llamadas casi-
llas, algunas protegidas otras no , lugares no sólo de naturaleza geo-
gráfica y física de países, comunidades, y hogares, sino de índole
simbólica, social cultural y política (sujetos, individuos, dioses y pa-
radigmas).
Poner una pieza es adentrarse en un lugar de reflexión y acción
donde se juega la vida, la propia y la de otros seres del universo. Aquí
la vida es movimiento a través del espacio, el camino que conduce
de un lugar a otro, entre varios posibles.
Estos tableros nos invitan y nos señalan cuánto tiene el camino
de juego y cuánto la propia vida de caminante. Sus casillas son tram-
polines a otros espacios de conocimiento y experimentación.
Se va construyendo una cadena de saber en una acción directa
que se hace fuerte y viral cuando nos dirigimos hacia la experiencia

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lúdica, permitiéndonos conformar nuestras propias subjetividades e


identidades y ser otro.
En estos juegos las vicisitudes son comunes y los acontecimien-
tos intercambiables con retenciones, retrocesos, avances, y trueques
incluso una resistencia final, los retornos a la casilla de salida a su
propio territorio de origen, a una vida eternizada.
Se crea un territorio que no existía antes del planteo de ciertas
condiciones. El juego consiste en eso, en explorar ese territorio de
posibilidades, ese campo a partir de las condiciones propuestas.
Condiciones que establecen algunas deidades, faraones, diosas o la
naturaleza misma.
Repito, un campo que no existía hasta que no se crearon las re-
glas de ese juego, por lo que la regla, desde este punto de vista, no
es el límite sino el punto de partida (Cortázar, 1996).
Cómo puede una cosa tan pequeña, como una casilla poner en
juego la ilusión de la eternidad, el camino en espiral o que formas
cíclicas representen la sabiduría, las plantaciones y cosechas y la
experiencia que acaba en otro mundo posible. Aquí las posibilidades
son infinitas.
Sus tablillas o dados piramidales nos transportan a una realidad
diferente, y nos convocan a entender lo simbólico, lo esotérico, mági-
co, que se invoca en ese universo paralelo quizás de vidas pasadas,
de memorias lúdicas. Y tal vez nos sumergen en las esferas del cielo,
la tierra, del aire, del fuego y del inframundo. Siempre trayendo de
vuelta en todo, el corazón, palpitando en la cabeza la historia de sí,
la vida de allá…para oír el silencio del más allá, percibiendo la invi-
sibilidad. Transitando puentes, combates, resolviendo conflictos del
buen o mal vivir.
Y ahí están las piezas cónicas, convexas buscando la casa de las
tres verdades o intentando cruzar el Nilo, madres con sus pechos al
desnudo buscando el oasis y enfrentándose a diferentes penurias,
leones que nos conducen a la iluminación, serpientes que nos invi-
tan a buscar la transformación, semillas que son estrellas moviéndo-
se gracias a los dioses, esperando la buena cosecha. Pues aquí in-
tento poner en juego algunas sabidurías del pasado, ensoñaciones,

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recuerdos, porque nuestros cuerpos tienen memoria, y a cada uno


nos pertenece una utopía.
Búsqueda de horizontes en sintonía con el azar, rompiendo nues-
tras propias cadenas del razonamiento impuesto en nuestra era mo-
derna y animándonos a pensarnos, y a dejarnos ver la inmensidad
de nuestras almas en la práctica de la lúdica antigua. ¿Y por qué no
pensar en cómo deberíamos transitar nuestra vida sino en base a
ésta?
Juegos del alma no es más que esto... es una invitación a soñar
este universo que engloba las culturas milenarias, nos propone otros
presentes y repensar los futuros.

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Ana Yoni y Sasha eran alumnos del jardín y Ana su mamá –no era Ana,
Maria Jesús Teira Romano eso no importa, tampoco son Yoni y Sasha, es mejor así. Aparecieron
Nodo Avellaneda una mañana como cualquier otra, esta vez cada uno con su mochila,
un peluche, una bolsa, venían del parque. Habían pasado la noche
fuera de su casa. Ana tenía unos anteojos oscuros, grandes, de esos
de sol berreta. Muchas veces los usaba. A veces desconfiamos.
Vuelvo a empezar.
En el Jardín habíamos rifado la hamaca de madera de dos asien-
tos y la calesita; los chicos se peleaban por sentarse más de lo que
jugaban y con esa plata en la Cooperadora compraríamos otras co-
sas. El numerito de Sasha y Yoni era el ganador de la hamaca. No
tenían quien la fuera a buscar, dijo Ana. Ahí fue Eduardo, el marido
de la directora, con su camioneta a llevarla.
La casa estaba a pocas cuadras, un poco vieja o descuidada. Pi-
las de papeles antes del comedor, cosas de los chicos por ahí pude
ver, no mucho más. El hombre fue amable a la fuerza, pinta de po-
licía nos dio, a mi esposo y a mí. Había una camioneta en la puerta
y los medio hermanos adolescentes. Él vende los papeles, dijo Ana,
sus hijos lo ayudan y son unos pesos más. En el patio delantero que-
dó la calesita con Yoni y Sasha felices. ¿Felices?
Empiezo de nuevo.
Sasha era tranquila, Yoni más ruidoso. No me acuerdo cuál de los
dos era el más grande, parecían mellizos. Siempre limpios, prolijos,
puntuales. Los dos queribles desde el primer día. Y también Ana. De
esas madres dedicadas, como a nosotras nos gustaría que fueran
todas las madres. Pagaba la Cooperadora, pedía el recibo. A veces
se disculpaba, el marido todavía no le había dado la plata. Siempre
amable. No ‘hacía puerta’ con las otras mamás. Cuando llenamos
la ficha nos dijo que era huérfana, que no tenía familia y que había
crecido en un orfanato. A sus hijos sólo los podían retiran ella o el
papá; cuando insistimos en que buscara a alguien más dijo que no
hacía falta, que ella no trabajaba y se encargaba de sus hijos y que,
bueno, podría ser el hermano mayor…
Ese día en que tocó muy temprano el timbre del jardín y nos pidió

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que los recibiéramos fuera de horario, pidiendo disculpas, la hice


pasar. Iba a ir al Polo Judicial a hacer la denuncia. No tenía con quien
dejar a los chicos, a la casa no iba a volver. Esta vez no. La hipocre-
sía, los insultos, los golpes, la prisión los había soportado. Esta últi-
ma humillación ya no más: después de una gran discusión la violó
delante de sus hijos.
Todavía se me pone la piel de gallina y los ojos mojados cuando
la recuerdo y me recuerdo a mí misma escuchándola, pensando en
mi esposo, mis hijos, mi vida y en ella. Me parece que la abracé, no
estoy segura, a lo mejor fue el impulso de hacerlo o lo que ahora me
parece que debí haber hecho. ¿Qué decirle?
Le dimos plata para el colectivo, le aseguramos que los chicos se
quedaban en el jardín hasta que ella volviera. Nos pedía por favor. Él
le había sacado el celular. No tenía nada, sólo sus hijos. Yo no sabía
que íbamos a hacer; si venía el padre sería para problemas. Ella nos
dijo que andaba armado. Eso yo no se lo dije a mi marido cuando
llegué tarde a casa y exploté contándole lo que había pasado.
Lo de la violación tampoco. Nunca se lo conté a nadie. Era como
un secreto de confesión.
Llamé a conocidos: necesitaba lugar para Ana y sus hijos, por
unos días hasta ver qué hacer. Por medio de un cura le conseguí un
hogar que funcionaba durante el día, por eso a las 7 de la mañana
tenía que irse. Esos dos días fue doble ración de desayuno para Yoni
y Sasha y muchos mimos, fueron los últimos. Hicimos lo que pudi-
mos, no sé.
Esa vez el equipo de Orientación se movió: la acompañaron por lo
de las denuncias y consiguieron escuela nueva para los chicos, noso-
tros no supimos a dónde. Una vecina de ella se acercó al jardín, dejó
unas cositas para Ana, nos contó que una camioneta se paraba fren-
te a su casa, que le digamos que por ahí ni vaya. Nosotros también
vimos la camioneta pasar despacio por la puerta del jardín durante
varios días. Yo tenía miedo, pero tenía presente su cara de ese día a
la mañana cuando abrí la puerta: eso sí que era miedo y desolación.

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Ateneo de docentes
narradorxs

Ana estaba en un refugio, aprendiendo un oficio para poder salir


a trabajar cuando se repusiera. Sus hijos estaban con ella, sintién-
dose amados a pesar de todo. Eso lo supongo, mejor, tengo certeza.
No supimos nunca más nada de ellos. Era mejor así.
La imagino sin los anteojos de sol berreta. Erguida, hermosa, li-
bre… y a tantas Anas…

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y narrativas pedagógicas

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Ateneo de docentes
narradorxs

Relatos del Nodo Los relatos aquí reunidos interpelan, abren interrogantes y, fun-
Facultad de damentalmente, nos sumergen en ese espacio único y singular que
es el aula. También, nos involucran en esas relaciones intensas y
Filosofía y Letras, elegidas como lo son las relaciones entre estudiantes y docentes.
UBA Las autoras de estos relatos, al narrar su primera experiencia do-
Por Yanina Caressa y cente o un día cualquiera de un año escolar, comparten diferentes
Gladys Zarenchansky aspectos de lo que les pasó y fundamentalmente nos entregan sus
Integrantes del Nodo reflexiones, sus aciertos, sus dudas y posicionamiento frente al he-
cho educativo.
“La escuela era y es eso: agarrar la mano y ayudar”
“Preferí relatar la escena de juego impermeable a condiciona-
mientos, a coletazos de pobreza y marginalidad”
“El cine foro quería ser una experiencia lúdica y de reflexión que
aprovechara el espacio escolar por las tardes cuando nadie lo utili-
zaba y acercara de otra manera a los jóvenes con la escuela; que les
ofreciera otras historias, otras narrativas, que los involucrara en un
momento creativo y de expresión”
Estas frases tomadas prestadas de los relatos dejan abierta la
invitación a su lectura, al involucramiento con lo que éstos plantean,
a reflexionar sobre la propia práctica y a dejarnos llevar, de la mano
de las autoras, por los sentidos pedagógicos que los relatos abren,
muestran y enuncian con las bellas palabras que una buena narrati-
va tiene para ofrecernos.

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Ateneo de docentes
narradorxs

Valentín En el 2017 tomé posesión de lo que sería mi primer cargo titular


María Lucía Fiorino como maestra de grado en la Escuela n° 6 distrito escolar 7, “la
Nodo Facultad de Filosofía y Letras, UBA escuela de Olaya”, o como se escucha en el barrio “la 6”. Dicha es-
cuela, se caracteriza por tener baja matrícula y un edificio pequeño
cuyas aulas tienen una capacidad de no más de diez niños y niñas.
A su vez, acompaña a su estructura edilicia un equipo de docentes
con muchos años trabajando en ella que han construido y perdurado
en el tiempo un proyecto escolar basado en la atención singular de
las diversas trayectorias de los alumnos y alumnos que ingresan allí.
Una cuestión que está habilitada y favorecida por los grupos reduci-
dos que hay en cada grado.
En fin, aquel año en el mes de febrero me informaron que estaría
en primer grado y que, en pocos días, tendría la reunión informativa
para las familias previamente a comenzar las clases. Ese día, me
puse uno de los tantos guardapolvos que estreno todos los años (he-
rencia o mandato de mi madre docente), y me acerqué a la puerta
de entrada de la escuela donde recibiría a las familias. Pero muy
distinto a lo que esperaba, vi a una mamá, sí, una sola.
Amanda era (es) la mamá de Valentín, mi futuro y único alumno
inscripto en primer grado para el turno tarde para ese año. La invité
a pasar a un aula vacía, me presenté y le conté todas las cosas que
se dicen en una reunión de primer grado: cómo es la escuela, su
proyecto, la modalidad de trabajo, los horarios y la famosa “lista de
materiales”. Luego de haber monopolizado la charla con cuestiones
escolares, le pregunté a Amanda: ¿cómo es Valentín? No recuerdo
todas sus especificaciones acerca de él, pero al cabo de unos minu-
tos sus palabras se invadieron de lágrimas, finalizando su relato con
“necesito ayuda, no la pasamos bien”. Frente a sus palabras, muy
conmovida, la miré, le agarré la mano y le dije: “quédate tranquila,
yo te voy a ayudar”. Internamente no sabía cómo, creo que ningún
docente sabe cómo ayudar a las familias que “la pasan mal”, nadie
tiene recetas, ni estrategias que siempre funcionan, pero supe en
ese momento y también entendí (creo que más fehacientemente al
escribir estas líneas), que la escuela era y es eso: agarrar la mano y
ayudar. Las lágrimas de Amanda me invitaron a pensar sobre aquello
que la escuela puede dar y hacer por el otro; ella buscaba ayuda y
me la estaba pidiendo.

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Ateneo de docentes
narradorxs

Durante ese año, Valentín transitó primer grado con todas las co-
sas que un niño aprende en primer grado: se alfabetizó, aprendió
a sumar y restar. Yo también aprendí con él, reí y lloré con él, me
frustré con él, fui su alumna (aunque él no lo supiera). Él, me brindó
la posibilidad de pensar en estrategias que no estaban en los libros,
me permitió reinventarme. Hoy me pregunto: ¿acaso él no me ayudó
a mí? Pero eso no es todo, también se sumaron más niños y niñas a
su grupo, ya no fue el único.
Valentín es uno de los tantos niños que transitan o han transitado
el sistema educativo de manera inmigratoria por no adecuarse a lo
esperado en las instituciones a las que van perteneciendo. Sus tiem-
pos en el aprendizaje, su aceptación o no a las normas de las institu-
ciones, y hasta sus (sobre)edades son algunos de los elementos que
acompañan a tantos “Valentines” que son desplazados de muchas
escuelas por no saber cómo ayudar. Por esta razón, existen escuelas
como la 6. Hoy Valentín, ya en tercer grado, está sostenido y alber-
gado por una escuela que lo invitó a ser querido y le enseñó que, con
aciertos y desaciertos, conocimiento y desconocimiento siempre hay
que estar dispuesto a ayudar.
Escribo estas palabras luego de haber sido convocada a una re-
unión de maestros titulares de esta escuela por un cambio en su mo-
dalidad que, en la teoría intenta dar respuesta al problema de la baja
matrícula, pero que, a la vez, en la práctica, dejará sin posibilidades
de educarse a 105 niños y niñas. Yo ya no pertenezco activamente a
ella, pero aún sigue siendo el espacio de Valentín y de muchos otros
niños que ayudan y se ayudan en la Escuela 6.

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Ateneo de docentes
narradorxs

Doña, ¿me Era la hora del almuerzo. Carmen llevó a los niños y niñas al co-
compra una medor. Mientras tanto, me quedé en la sala armando el espacio para
las propuestas de la tarde. En un sector, junto a la ventana, algunas
rosquilla? colchonetas, almohadas y mantas dobladas a los pies para Juana,
María Laura Galli Ismael y Ale que, en vez de jugar, prefieren hacer una siesta después
Nodo Facultad de Filosofía y Letras, UBA de comer.
En otro sector de la sala, cerca de la puerta, coloqué dos “go-
mas”, esas que se colocan en el piso para resguardar las caídas pero
que al mismo tiempo ofician de base de color para la presentación
de los materiales que ofrecemos. Sobre esas gomas azules coloqué
cilindros de cartón duro de diferentes diámetros y alturas. Algunos
parados, otros como si rodaran, algunos apilados, en fin, dispuestos
de una manera que sea atractiva, que guarde cierta estética. Agre-
gué luego algunos recortes de cartón con diferentes formas: círculos,
rectángulos y cuadrados. Algunas de esas piezas las dispuse interca-
ladas entre los cilindros apilados, otros como abanico de naipes so-
bre la goma. Otros, sencillamente dispuestos sin ninguna geometría.
Frente a ese sector, acomodé una mesa contra la pared, cubierta
con una tela brillante y libros expuestos sobre ella. Seguidamente,
una mesa más, con algunas sillas alrededor para que los niños/as
puedan mirar y leer las imágenes de los libros. A veces, hay quienes
prefieren llevárselos a las colchonetas y mirarlos antes de dormirse.
Se abre la puerta, Ismael y Juana se acercan a la mesa de libros.
Hojean algunos de parado y luego, casi en simultáneo se recuestan
en las colchonetas y se arropan. Carmen, la maestra de la sala, entró
con Ale de la mano, con los ojos medio entreabiertos. Lo recuesta en
las colchonetas y se sienta a su lado. Una o dos caricias en la frente
y ya se quedó dormido.
Byron hace un recorrido por toda la sala. Florencia lo sigue. Mira
a Ale, su hermano, y lo ayuda a taparse. Se acerca a la mesa de
libros. Mira las tapas, intenta abrir el “Sapo enamorado”, pero no
convencido se dirige al sector de construcciones donde estaban pre-
parados los cilindros y cartones. Florencia, lo sigue.
Los mira, toma uno y luego otro, los suelta. Así sucesivas veces,
probando, mirando, pensando… tal vez. Derriba los dos que estaban
apilados. Luego, selecciona los cilindros más cortos, los que vienen

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Ateneo de docentes
narradorxs

dentro de las cintas de embalar. Comienza a apilarlos nuevamen-


te, intercalando un cilindro, un cartón, un cilindro, un cartón. Hace
varias torres, escalonadas, bastante alta una de ellas. Se pone en
puntas de pie para colocar el último.
— ¿Doña, me compra una rosquilla?, me preguntó Byron.
— ¡Claro!, le respondí. Tomé unas tiras de cartón que me habían
quedado, sobrantes de las piezas recortadas. ¡Semejante invitación
merecía ser retribuida con algo de dinero!
— Hola Doña, ¿quiere una?, me preguntó Byron ofreciéndome
uno de esos cilindros que ya se estaban transformando por medio
de un acto creativo e imaginario.
— ¡Sí, claro! ¿Cuánto sale?, le pregunté interesadamente.
— Sírvase, mmmmm, ¡5 peso!, responde al tiempo que me entre-
ga una “rosquilla” sobre un cartón a modo de servilleta.
— ¡Muchas gracias! Mmmm, ¡Qué ricas!, le dije al darle un bocado
al aire.
— ¡Y calentitas! ¿Hija, quedate sentadita que estoy trabajando!, le
dice Byron a Flor que estaba jugando tímidamente con las “rosqui-
llas”, digo con los cilindros. En realidad, no sé bien con cuál de las
dos. Flor se quedó sentadita, en cuclillas, sonrió y pareció aceptar
ese rol.
— Uno, dos, tres, cuatro y cinco, cuento y le doy cinco recortes de
cartón.
— ¡Señora, tome el vuelto!, recibe mis “billetes” y me devuelve
uno.
— ¡Señora, señora, se va el tren, corra!
— ¡Uh, es verdad! Chau, gracias, ¡hasta mañana!
Improvisé dos sillas a un costado y allí me senté. Lo saludé por la
ventana y el vendedor también lo hizo.
— ¡Rosquillas, rosquillas!
En menos de unos pocos instantes baje del tren. Tomé mi cartera
y me dejé tentar nuevamente por esas ricas rosquillas.

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Ateneo de docentes
narradorxs

— ¿Hola señora, cómo está?


— ¡Muy bien! ¿y usted?
— Bien, con mi hija que me acompaña. Quedate ahí quietita, ¿eh?,
que estoy trabajando. A la tarde termino y nos vamos para Moreno.
Byron volvió hacia mí y me acercó una rosquilla.
— ¡Sí, claro! ¿Cuánto es?
— 5 peso, responde contundentemente.
Le di una sola tira de cartón, la única que tenía…el vuelto…
¿recuerdan?
Byron la tomó, y me devolvió otra tira.
— ¡Corra, corra señora! Se va el tren. Este va de Once a Moreno.
Después vuelve para Capital. Corra, corra!
Hice varias veces este recorrido, sola, hasta que en un momen-
to dado, Juana se despertó y Byron preguntó: “Señora, ¿es su hija?
Ahí tiene un asiento para ella”. Viajamos varias veces con Juana,
compramos varias rosquillas, hasta que luego de varias compras,
nos vimos obligadas a devolverlas para recuperar el stock de venta.
Mientras tanto, el joven vendedor le dijo cariñosamente a su hijita:
Me quedó una rosquilla. ¡Es para vos hija! ¡Muy bien! Bueno vamos a
casa que mañana volvemos. El tren se alejó en la distancia metafó-
rica de la imaginación.
Quizás podría haber iniciado este relato contando que esta es-
cena de juego tuvo lugar en una sala que recibe a niños y niñas cu-
yas familias se encuentran en situación de calle. Que mientras estos
niños/as están en la sala sus mamás y papás intentan cursar con-
tra todo pronóstico vulnerable, el segundo ciclo de nivel primario en
Centro Educativo Isauro Arancibia. Que Byron tiene 3 años y medio,
que su mamá es adicta y atraviesa dificilísimos períodos de abstinen-
cia. También podría contarles que la tarea en este jardín asume cier-
tas características que más allá de concebirlas como dificultades,
se transforman en desafíos y particularidades que asimilamos en
nuestra tarea: grupos de niños de edades heterogéneas, asistencia
irregular, rotación y fluctuación de los niños y niñas durante todo el
año, zapatillas rotas, necesidad de baños y de comida caliente. Ca-
racterísticas todas ellas que se desprenden de inimaginables situa-

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Ateneo de docentes
narradorxs

ciones de vulnerabilidad que se inscriben en esas familias día a día,


minuto a minuto. Paso a paso, respiro a respiro.
Sin embargo, preferí presentarles a Byron de otra manera: a tra-
vés de su juego, de la invitación a jugar que recibí amorosamente.
Preferí presentarlo recuperando sus palabras, su imaginación, sus
conocimientos acerca de lo cotidiano, su experiencia de vida. Preferí
presentar este espacio educativo describiendo escenarios de jue-
gos, materiales, propuestas. Preferí relatar la escena de juego imper-
meable a condicionamientos, a coletazos de pobreza y marginalidad.
Pretendí hablar “con” Byron y escucharlo, en vez de hablar “de” él y
silenciarlo. “Doña, ¿me compra una rosquilla?”

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Ateneo de docentes
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Inicio, desarrollo Recuerdo la neblina bajando y el sol que empezaba a clarear,


y revolución. una oficina amplia y ordenada, dos secretarias que se movían rápi-
damente, olor a café y a papel saliendo de la impresora; fotografías
Mi primera de la Sierra Tarahumara colgadas en las paredes y junto a ellas, la
experiencia temida sala de juntas del director de la escuela. Llegué muy tempra-
no por si llovía, por si no pasaba el colectivo, por si me perdía, por si
docente necesitaba preparar material, por cualquier cosa. Llegué temprano
Lluvia Medina y recogí las listas de asistencia de mis dos grupos de ese día, me
Nodo Facultad de Filosofía y Letras, UBA saludó el director y el coordinador del bachillerato, algunos maestros
y las secretarias; me desearon buena suerte, sonreí nerviosa y al
sonar una campana (“como en las series de televisión”, pensé) entré
en un ruidoso salón del tercer piso para dictar la primera clase de mi
vida.
Fue septiembre del 2002 en el Colegio Anáhuac Revolución, un
bachillerato salesiano de Guadalajara, en México. El curso se dirigía
a chicos de quinto semestre y se llamaba simplemente “Comunica-
ción”, pero detrás había un proyecto de educación para la recepción
crítica de los medios, que diseñamos con dos amigas como trabajo
para una asignatura de la universidad. Tenía 22 años y estaba a uno
de terminar mi licenciatura en Ciencias de la Comunicación. El dise-
ño del curso nos entusiasmó tanto que pasó de ser una simple tarea
de la licenciatura a una propuesta de intervención en ese colegio
donde una de mis amigas conocía al director, un sacerdote salesiano
grandote, barbón, serio al hablar, y sumamente entusiasta con las
nuevas ideas que vinieran a darle otro aire al colegio, que animaran
a los jóvenes a buscar la felicidad en su compromiso con la comuni-
dad. Así de simple y complejo.
Con toda la ingenuidad (que ahora me da algo de pena), nos pre-
sentamos las tres inexpertas con un largo documento académico
explicando la necesidad de educar para los medios masivos. El pa-
quete que entregamos incluía además un listado de temas a tratar
en un semestre, ejemplos de películas, textos y canciones que utili-
zaríamos; un monto aproximado de cuánto costaría implementar el
proyecto, y un llamativo tríptico rojo donde aparecía una viñeta de
Mafalda con uno de sus tantos alegatos contra la televisión. En algo
habremos conmovido al director porque experiencia docente no te-
níamos, tampoco el diseño acabado del curso; encima nuestra idea

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Ateneo de docentes
narradorxs

era ser contratadas como profesoras, no participar como voluntarias


de un proyecto piloto.
De las tres yo quedé frente a grupo, no recuerdo por qué si pre-
cisamente yo era la más tímida, con las menores cualidades para
socializar con el resto de los maestros, y la menos “rollera” para im-
provisar en clase (como decimos en México al “chamuyo”). Así, lle-
gué al primer día frente a mi grupo. Increíblemente segura logré que
todos se sentaran y pasé lista una vez que entendieron que yo era
la profesora, y no una nueva compañera con quien me confundieron
por mi apariencia, a pesar de haberme vestido con el atuendo más
“serio” que tenía. Al final de esa jornada, después de dos grupos de
45 jóvenes cada uno, me entró el pánico al pensar: ¡¿Qué estoy ha-
ciendo frente a estos bárbaros?! ¡¿Cómo voy a hacer durante todo un
semestre?! ¡Yo mañana no vuelvo!
Y ahí estaba presente al día siguiente. Entonces sí me temblaban
las piernas, la voz y supongo que hasta las ideas porque me costa-
ba concentrarme, notaba a detalle todo lo que no había observado
antes: una gran tarima de concreto para dictar desde ahí la clase,
dos pizarrones, un calendario donde había que escribir las fechas de
exámenes para que nadie las olvidara (tortura psicológica para estu-
diantes y maestros), la listas de alumnos con infinidad de cuadritos
para poner asistencias, faltas, retardos, permisos, ausencias repen-
tinas, puntos extras, puntos menos… y muchos, muchísimos chicos y
chicas que no paraban de hablar hasta que casi se me iba la voz en
los primeros cinco minutos de la clase.
Recordaba entonces mi propia experiencia en el bachillerato, ¿ha-
bríamos puesto atención a una chica que como yo, se parara frente
a nosotros y nos pidiera silencio para dictar un curso que represen-
taba dos horas extras de clase a la semana y encima con nota? Era
una materia más del currículum, como matemática y química, pero
sin la legitimidad de éstas. Pensaba en lo raro que sonaba eso de
“educación para los medios”, hablar de la televisión, de la música
popular, la publicidad, el cine, las revistas de moda. Estos no son re-
conocidos como “temas serios” para tratarse en el aula, dedicarles
tiempo valioso para leer, o hacer tarea, estudiar y ponerse nervioso
al presentar un examen.

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Ateneo de docentes
narradorxs

Supongo que en el imaginario de los maestros también rondaba


el “¿por qué se incluye un curso para aprender a ver la televisión, el
cine, la prensa?, ¿cómo puede ser profesora una chica de 22 años?”.
Tuve que esforzarme para que entendieran de qué trataba la clase,
para que me vieran como un “colega” (algunos nunca lo hicieron).
Me animé a hablar más y más fuerte, a participar de las largas juntas
académicas, de las actividades extraescolares, a planear una clase
y crear mis propios materiales, elaborar, aplicar y evaluar exámenes,
cuidando ser auténtica a pesar del falso atuendo serio.
Puse aún más empeño para ganar cierta “legitimidad” entre los
estudiantes; me refiero a la atención, empatía e interés por el curso,
el cual se fue volviendo significativo en la medida que abordábamos
situaciones y temas cercanos a su vida cotidiana. La materia tenía
una lógica distinta al resto, utilizábamos mucho video, música, fo-
tos, telenovelas, literatura; el tema era novedoso y abría una ventana
para expresarse, para cuestionar la realidad que se presentaba fren-
te a nuestros ojos deconstruyendo múltiples estereotipos.
Ahora me doy cuenta que la tensión que sentía era, en parte,
por estereotipos construidos. Yo también tenía instalada una idea
del perfil docente, de cómo se dictaba una clase o se elaboraba un
examen. Esta idea, producto de mi propia experiencia educativa, pe-
saba fuertemente; sin embargo, se fue aligerando en la medida en
que pasaban los días y conocía otras formas de asumir esos roles
entre mis compañeros, en que muchos jóvenes iban entendiendo-
respondiendo al reto de la materia, y en que yo me dejaba impresio-
nar porque todo en ese mundo era nuevo para mí.
Un año y medio estuve en el Anáhuac, la materia gustó y de ser
semestral pasó a ser anual. No todos se engancharon con el curso,
pero quienes lo hicieron sorprendían con sus ideas, superando quizá
sus propias expectativas y las mías, sobre qué podían pensar, criticar
y proponer frente a los medios. Sin esperar una respuesta específica
de estos chicos aquel día que presentamos con mis compañeras el
proyecto, la experiencia tomó su propio rumbo y me sacudió.
A partir del curso nació el “Cineforo Perrón”, un espacio extraes-
colar que buscaba mostrar un cine menos comercial al que consu-
míamos normalmente. Ya me olvidé de cómo surgió, pero tengo clara

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Ateneo de docentes
narradorxs

la imagen del director leyendo esta nueva propuesta: otra vez una
larga y contundente justificación teórica sobre el cine como herra-
mienta de crítica, aprendizaje y diversión. El cine foro quería ser una
experiencia lúdica y de reflexión que aprovechara el espacio escolar
por las tardes cuando nadie lo utilizaba y acercara de otra manera a
los jóvenes con la escuela; que les ofreciera otras historias, otras na-
rrativas, que los involucrara en un momento creativo y de expresión.
Sin pensarlo mucho el director dijo que sí y lanzamos la invitación
a todos los grupos para armar el equipo del cine foro. Yo iba con
“refuerzos”, amigos míos que también querían sumarse: dos diseña-
dores, un educador, un cineasta; de los estudiantes, se presentaron
ocho voluntarios. Sépase que años después, dos de ellos estudiaron
cine, uno más es diseñador gráfico, y de los buenos.
“Perrón” es sinónimo de “chingón”, de “chido”, de “copado”,
había otras opciones que fuimos lanzando pero votamos por ese
nombre, alguien dibujó el logotipo y muy rápido nos acoplamos. Nos
reuníamos en una pequeña plaza en el centro de la ciudad, los uni-
versitarios “proponíamos-imponíamos” la película para ver, prepará-
bamos unas líneas para empezar la reflexión, se hacía el bosquejo
del cartel, el profesional en el tema se encargaba del photoshop,
imprimíamos varios en gran formato, tres días antes pegábamos los
carteles en los pasillos, pasábamos a invitar de salón en salón, co-
brábamos la entrada (“¡a sólo un pesito!”, era el slogan), y hasta
llegamos a vender pochoclo con limón y chile en una función.
Todavía conservo algunos carteles que diseñábamos en el equi-
po, llegaron a ser tan cotizados que vigilábamos en los pasillos al
interior de la escuela para que los mismos estudiantes no se los
llevaran. El “ganador” en este sentido, fue el de Humberto, el primer
estudiante que se animó a diseñarlo solo. No quedó ni uno, a pesar
de que la imagen estaba pixeleada y medio mocha, y la combinación
de colores y tipografía no era muy armónica. Cuando llegó corriendo
y me dijo: “ya ve maestra, todos dijeron que mi cartel era el más feo,
¡pero fue el que más se robaron!”, fue una de las tantas veces que
sentí la revuelta en mi cabeza y en el corazón. Esa tarde el “Cineforo
Perrón” tuvo lleno total.

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Ateneo de docentes
narradorxs

Relatos del Los textos que acá se presentan corresponden a una colección
Nodo ISTLyR de escritos realizados en la Diplomatura en desarrollo profesional
docente centrado en la investigación-acción de la práctica que tuvo
Por Cecilia Tanoni lugar durante 2016-17 en el marco de un acuerdo de colaboración
Integrante del Nodo entre la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos
Aires y el ISTLyR.
La diplomatura fue cursada por graduados de la carrera de Tiem-
po Libre y Recreación y en su transcurso se escribieron tres tipos de
textos: 1) Los que daban cuenta de cómo llegaron a la carrera de
recreólogxs; 2) Los que daban cuenta de alguna experiencia como
recreólogos; 3) Los que daban cuenta de lo sucedido al coordinar
grupos de narradorxs del campo de la recreación.
Los que se presentan en este Ateneo son los segundos, que pre-
tenden dar cuenta de experiencias en el campo de recreación en-
tendidas como definitorias del campo en algún aspecto. La consig-
na implicaba que el texto debía poder ser acompañado por la frase
“...y de esto trabajo yo”.

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Ateneo de docentes
narradorxs

La Directora Un caluroso sábado a la tarde, los adolescentes del Club Peretz


Socorro de Lanús acompañados por sus dos coordinadores, bajaron a la
antigua biblioteca del establecimiento. Esta fue una de las últimas
Santiago Barugel actividades del año. La intensidad y la incertidumbre del momento
Nodo ISTLyR vibraron en el ambiente.
Ya pasaron las “excursiones” a fábricas recuperadas y las con-
versaciones con sus trabajadores, las observaciones de murales y
obras de arte en la “Estación Avellaneda” (años después cambiaría
su nombre a “Darío Santillán y Maximiliano Kosteki”). Para este gru-
po de siete jóvenes de 15 y 16 años fue un año de experiencias com-
pletamente nuevas, en donde conocieron distintos tipos de interven-
ciones sociales. Esta vez no tenían idea de por qué estaban bajando
al subsuelo del viejo y conocido Club, donde sábado a sábado han
concurrido a realizar actividades desde los 6 años.

Palabras “Prohibidas”
Santiago y Valeria, los coordinadores del grupo, se detienen
abruptamente ante la puerta de la biblioteca para proponer un juego.
Julián, quien va primero, tropieza con la torpeza que lo caracteriza,
provocando risas afectuosas entre sus compañeros. El juego se trata
de un clásico: el “Tabú”, o “Palabras prohibidas”. Pero con la diferen-
cia de que fue elaborado artesanalmente por los coordinadores.
Siete tarjetas, una para cada participante del grupo, contienen
las palabras prohibidas, y por turnos y en el menor tiempo posible
deben comunicarlas a sus compañeros sin nombrarlas. Iara toma la
delantera y decide comenzar. Ante ella aparece la palabra escuela, y
debajo estudiar, edificio, pizarrón, maestra.
— Es un lugar donde vamos todas las mañanas, algunos, y otros
a la tarde – dice Iara.
La velocidad con que el grupo acierta la palabra y las siguientes,
da cuenta del tiempo que hace que los adolescentes se conocen
entre sí. Entre las palabras descubiertas, se encuentran profesor;
directora; libros; estudiantes...

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Ateneo de docentes
narradorxs

El despacho de la Directora
Logrado el desafío en esa primera práctica, los coordinadores le
comunican al grupo que al cruzar la puerta de la biblioteca, dejarían
de ser sus coordinadores para convertirse en los asistentes de la te-
mible Directora Socorro, un personaje imaginario de gran presencia
e importancia durante el juego. Ella se encuentra esperándolos en
su despacho, del otro lado de la puerta.
Los coordinadores preparan al grupo: “ustedes se pusieron de
acuerdo en algo muy importante, y van a entrar con un objetivo: con-
vencer a la Directora Socorro, de que desean crear un Centro de
Estudiantes. ¡Pero cuidado! Esas son palabras que no le gusta escu-
char, intenten no nombrarlas. Adentro van a encontrar una lista de
palabras que le molestan. Si las dicen, o se dirigen de forma irres-
petuosa a la Directora, nosotros, sus fieles asistentes, los vamos a
expulsar de la mesa.”
Al entrar a la antigua biblioteca, los adolescentes observan en
el centro de la sala una gran mesa de madera, con una silla vacía
detrás. Los coordinadores, ahora devenidos en asistentes de Soco-
rro, ocupan sus lugares parándose a los lados de la silla, donde se
“encuentra” la Directora. Del otro lado de la mesa, a dos metros, una
línea blanca de cinta separa al grupo de la mesa.
— ¡Formen una hilera detrás de la línea! – exige la coordinadora/
asistente, en un tono casi irreconocible para el resto del grupo.
— Nuestra amada Directora Socorro los va a recibir. ¡Puede pasar
el primero! Julián, el primero de la hilera, cruza la línea blanca y tro-
pieza nuevamente. Esta vez no despierta risas por parte de sus com-
pañeros. Se respira cierta tensión y nerviosismo en el ambiente. Al
llegar frente a la mesa y enfrentar la silla vacía, Julián intenta erguir
su postura, lo que para su aspecto desgarbado y vestimenta de joven
Emo, da por resultado un cuadro casi surrealista.
Con la misma estética de las tarjetas, Julián descubre sobre la
mesa una cartulina con la palabra prohibida centro de estudiantes, y
una lista de palabras debajo (organización, delegados, política, agru-
paciones, entre otras).
El coordinador interrumpe la lectura agresivamente: — Por favor

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32
Ateneo de docentes
narradorxs

¿Puede comunicarle a la Directora para qué vino? Está muy ocupa-


da.
El joven tartamudea, sonríe, observa la silla vacía: — Con mis
compañeros queremos, este... Armar una… emm…
— ¿Qué le pasa? Con esos modos no puede dirigirse a la Directo-
ra ¡Retírese!
Y el coordinador lleva del brazo a Julián hasta el final de la hilera:
— ¡Que pase el siguiente!
Iara avanza más decidida, observó los errores de Julián y cree
poder aportar a una mejor explicación de por qué formar un Centro
de Estudiantes. Los demás adolescentes de la hilera miran con una
atención vibrante. Luego de que accidentalmente Iara nombrara la
palabra organizar es expulsada de la mesa por una coordinadora/
asistente indignada. Pasa Mauro, sonriente, habla más desenvuelto
que sus compañeros, pero queda en silencio. Tras un contundente
ademán de los asistentes de Socorro, también vuelve a la hilera.
Los participantes pasan uno tras otro al despacho. Van conte-
niendo la cólera contra esa Directora imaginaria, y observan las equi-
vocaciones de sus compañeros. Mientras tanto, van aprendiendo
una formulación correcta y fluida para explicar la formación de su
Centro de Estudiantes.
Tres veces debió pasar cada uno para que por último Maira diera
la estocada final. Ella descubre una estrategia: regar de adulaciones
a la Directora en los momentos en que no sabe qué decir.
— ¡Directora querida! ¿Cómo está? ¡Usted siempre tan linda!
¿Sabe, hace unos días nos dieron ganas de juntarnos más seguido,
y… Ese collar tan bonito ¿es nuevo, no?... Tenemos ganas de armar
algo, para hablar sobre cómo está la escuela, y que pueda estar
cada día mejor, y… ¡Ay, es que cada día la veo más joven, Directora!
Ahora sí pueden escucharse las risas de todo el grupo.
Después de un breve intercambio entre los asistentes y Socorro,
acuerdan permitirles a los estudiantes conformar su organización.
La invitación amable de los coordinadores a que el grupo se sien-
te alrededor de la mesa, y la desaparición de la Directora sin que

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y narrativas pedagógicas

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Ateneo de docentes
narradorxs

nadie la nombre, da cuenta de que la actividad va llegando a su fin.


Comienza un diálogo sobre qué sucede en sus lugares de estudio.
Visto que todos pertenecen a colegios diferentes, brindan un abani-
co de realidades de lo más diverso donde, en dos ocasiones, apare-
ció la viva imagen de Socorro en la vida real, y en otras situaciones
Directoras y Directores más amigables a sus iniciativas.
El coordinador concluye con una reflexión: Tanto en la Escuela,
como en cualquier otro ámbito de la vida, no deberían existir pala-
bras prohibidas. Por eso, se propone leer en voz alta las palabras
que se encuentran sobre la mesa y, al llegar al final, romper la cartu-
lina entre todos.
Sentados alrededor de la mesa, y en un tono más que elevado,
los adolescentes empiezan a descubrir el placer de nombrar esas
palabras que antes no podían y, en el acto de destrucción final, de
abolir la prohibición de la palabra.
Yo, Santiago el coordinador, el asistente de Socorro, el narrador y
autor en este relato, por mi parte descubrí que la próxima vez que lo
cuente, quiero hacerlo primera persona.

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Ateneo de docentes
narradorxs

Porfirio “Y ella es Marina, ella es Jodóloga”. Así, una y mil veces, cual
Marina Vera si fuera un paso de comedia, he sido presentada por mi socio-ami-
Nodo ISTLyR go-guardaparques Ricardo. Ya sea en San Isidro, en Corrientes o en
Misiones. Sin importar si el público es docente, guía de turismo o
poblador originario. Esa soy yo: la jodóloga.
Por supuesto que inmediatamente después, ya sea en palabras
de mi compañero o mías, viene la presentación formal: soy recreólo-
ga. Y lo soy en cualquiera de esos ambientes, con cualquiera de esos
públicos y con cualquiera de mis compañeros de trabajo.
La profesión del recreólogo es tan amplia como nuestro país que
tiene tantos tonos distintos, tantas manifestaciones culturales y tan-
tos otros con quienes compartir el territorio.
Esta diversidad con la que trabajo lucha contra la planificación.
Ese día estaba todo planificado: objetivos, tiempos, espacios y activi-
dades. Nos habían cedido un aula en una de las escuelas del pueblo
de San Ignacio, Misiones. Me parecía que la actividad de presenta-
ción que había elegido iba a cumplir con su objetivo de romper el
hielo. Había seleccionado algunas de las tarjetas con consignas que
me parecían más apropiadas para las características del grupo.
A medida que los participantes iban llegando, Paula (quien es-
taba en la coordinación general del curso) me los iba presentando.
Así fui saludando a docentes, comunicadores, guías de las ruinas
jesuíticas, jóvenes de las tres comunidades guaraníes con las que
trabajamos. Pero algo me llamó la atención, entre esos jóvenes ha-
bía un señor, muy delgado, de cara angulosa de unos 60 años. Esto
nunca sucedía, los caciques de las comunidades enviaban a sus hi-
jos o a los jóvenes (todos medianamente escolarizados) a tomar el
curso. Paula me lo presentó: “él es Porfirio, el segundo cacique de la
comunidad Tapé-Porá”.
Dijo segundo cacique, eso bastó para despertar a los hombreci-
tos y mujercitas internos. Inmediatamente empezaron a sembrar sus
dudas: “segundo cacique suena importante… pero viste que no ha-
bla con nadie... ¿hablará castellano o sólo guaraní?… ¿me entende-
rá?”. Tuvieron que callarse rápidamente porque comenzamos el cur-
so. Primero las presentaciones formales e institucionales y luego el
momento de conocernos. Expliqué el juego: debían sacar una carta

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Ateneo de docentes
narradorxs

del mazo, leerla y cumplirla. Nada más, ¡así de sencillo! Y nuevamen-


te los hombrecitos en acción: “¿Sencillo? ¿Te parece sencillo?...”
Pero el juego ya se había echado a andar y venía muy bien. Nos
estábamos divirtiendo mucho, la directora nos cantó una canción,
se suscitaron mini debates entre un guardaparques y una docente,
otros compartieron gustos y miedos hasta que llegó el turno de Por-
firio.
Mientras él leía con dificultad la tarjeta que le había tocado, de-
cenas de hombrecitos y mujercitas internos me retaban: “¿por qué
elegiste este juego de presentación?, ¿por qué no le seleccionaste
una consigna más sencilla?, ¿no era más fácil preguntar tu comida
favorita? ¿le diste tarjetas para que lean, y si no saben leer?”
Porfirio leyó: “¿a qué tiene gusto el cerebro?” Y ahí apareció el
silencio…
Tal vez fueron estos seres culpógenos internos los que me ayuda-
ron a no romper el silencio. Silencio de esos que parecen eternos.
Silencio necesario para acoger una respuesta. Muy estirado en su
silla, riéndose con una risa pura como la de un niño, Porfirio respon-
dió: “el cerebro tiene gusto a pensamientos”.
Ahí, como si esa frase tuviera el efecto residual de un insecticida,
todos los hombrecitos y mujercitas que intentaban boicotearme la
actividad, cayeron aniquilados. Y sin saberlo, Porfirio habilitó a que
los otros miembros de la comunidad se animaran a participar, y el
silencio que se generó esperando la respuesta de Porfirio agudizó la
atención de los demás participantes que inmediatamente se ofrecie-
ron a colaborar ante el menor indicio de dificultad de algún compa-
ñero, sin invadir con la simple actitud de estar disponibles.
Y yo era la recreóloga, la que le pedía al segundo cacique (para mí
una autoridad) que, al mejor estilo de Carlitos Balá, me dijera a qué
sabía el cerebro. Pero esto no quedó acá, también le propuse correr
por el campo con dos antenitas doradas en la cabeza, lo que aceptó
divertidísimo.
Además, en una noche increíble, luego de algunas actividades
de sensibilización, le propuse compartir un momento de historias. Y
acá también hubo silencio, silencio de niños que ingresan a un lugar

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narradorxs

en puntitas de pie para no ser descubiertos. Y en ese silencio Porfirio


nos narró su comunidad, su cosmovisión, sus historias, sus miedos
y sus deseos. En esa noche Porfirio nos contó muchas cosas de las
cuales nos habían advertido que los Guaraníes no contaban. Esa no-
che nos hermanamos, todos éramos sombras, era imposible saber
cuál era el color de nuestra piel así como también fueron imposibles
de ver mis lágrimas incontenibles ante ese tremendo regalo que Por-
firio, su comunidad, la vida y mi profesión me estaban haciendo.
Jugar, reír, abrazar, acompañar, preguntar y hacer silencio. Un si-
lencio que le dice al otro: en este silencio podés hablar, en este si-
lencio podés ser vos… escuchar, crear puentes, enseñar y aprender,
siempre aprender.
¡Esto hace un jodólogo! Y es en estas cosas que trabajo yo.

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Relatos del Los cinco relatos que se comparten, son autoría de algunos de
Nodo La Plata los integrantes del Nodo Región I: La Plata, Berisso, Magdalena y En-
senada, que comenzó a gestarse en el año 2014 y tiene su epicentro
Por Pamela Vestfrid en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Univer-
Coordinadora del Nodo sidad Nacional de La Plata, siendo sus dos coordinadoras Pamela
Vestfrid y María Susana Felli.
La documentación narrativa de las experiencias docentes, reva-
loriza el saber y el rol del educador como un actor clave que tiene
mucho por aportar en el oficio de enseñar. Es por ello, que desde el
Nodo Región I se articulan múltiples estrategias, como: seminarios,
cursos, jornadas, investigaciones, conversatorios, publicaciones,
entre otras modalidades, que permiten la circulación de la palabra
entre pares docentes y estudiantes, la reflexión y el aprendizaje co-
lectivo.
En ese sentido, compartimos las producciones de Sofía Dorre-
go, Alberto Ivern, María Antonieta Teodosio, Patricia Villada y Pamela
Vestfrid, donde el lector podrá conocer acerca de dos experiencias
que desde la mirada del educador nos permiten problematizar el
vínculo docente alumno, y entender que los encuentros pedagógi-
cos sorprenden muchas veces por lo inesperado -no solo a los es-
tudiantes- sino también a los propios docentes. Por otra parte, se
comparten otros escritos más ligados a lo autobiográfico. Es decir,
no responden a experiencias puras que transcurren en un momento
puntual del desarrollo de una clase. No obstante, son significativas
porque los docentes autores han efectuado miradas retrospectivas
de sus pasos como alumnos o docentes, realizando reflexiones que
les posibilitan pensar y repensarse como actores centrales del pro-
ceso educativo. Hay un hilo conductor en los relatos que tiene que
ver con el rol del docente, como un actor que experimenta prácticas
con un fuerte sentido ético político. Así, la pasión por el oficio de en-
señar recorre los párrafos de los cinco relatos, como el motor esen-
cial que lleva a cada uno de los autores a hacer lo que hacen cada
día, habitando las instituciones educativas.

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Elegir es “Vos vas a ser profesora y vos artista plástica” nos dijo a una
transformarse amiga y a mí, una maestra particular a la que íbamos juntas casi
todos los días durante el último año del secundario. El tema de qué
Sofía Dorrego “queríamos ser de más grandes” o qué podíamos estudiar era fre-
Nodo La Plata cuente durante esos tiempos donde una etapa se cerraba y otra se
avecinaba.
La maestra, le dio con la tecla. Yo elegí un profesorado en comu-
nicación y mi amiga, es artista plástica y estudia en Bellas Artes. Me
intriga mucho qué habrá visto en mí en aquel momento esta maestra
ya que yo elegí la carrera casi 6 años después de ese día.
Pienso por qué elegí ser docente y también tengo que ir hacia
atrás, pero un poco más reciente, justo en el 2015, y recordar esos
momentos en dónde pensaba elegir una orientación en la facultad
de periodismo. Recuerdo que el profesorado me resultaba lo más
obvio; primero porque era lo único claro dentro de la oferta educativa
de la facultad (ya que planificación en su momento no se entendía
mucho qué era y periodismo no me gustaba) y segundo, era claro
porque yo veía un lugar posible para mí forma de ser, mis anhelos y
mis preguntas.
Hoy, tres años después y muy cerca de recibirme, no puedo dejar
de pensar en ello, como cuando me dieron el papelito de certificado
de inscripción a la orientación y de lo importante que resultó ser;
si bien era un papel simple, completado por mí y con el sello de la
facultad por el que atiende en la secretaría, su valor fue desde lo
simbólico, desde lo afectivo. Todavía lo tengo guardado. Hoy pienso
que quizá tuvo que ver con que mis papás no fueron estudiantes uni-
versitarios y yo soy primera generación de estudiante universitaria
en mi familia.
Sentí que había avanzado, que había crecido. Sentí que tenía un
propósito, que lo había encontrado, que era una meta clara que po-
día lograr. Tanto que ese día llegué y lo pegué en la heladera, era un
evento que me impulsaba a mostrarlo por el orgullo y la alegría que
me daba a la vez.
Creo que esto me pasó, porque en los primeros años de la facul-
tad no entendía bien qué era ser comunicador, cuál era mi función
en el futuro en la sociedad. Se me aparecían preguntas como: ¿Cuál

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es mi servicio al mundo? ¿Estuve bien en hacerle caso a la psicope-


dagoga, con su recomendación con esta carrera? ¿Qué tengo para
ofrecer? ¿Necesitamos dar un servicio? ¿Para qué comunicar, si eso
lo puede hacer cualquiera? Tenía muchas preguntas que cada vez lo
complejizaban y qué más aspecto comunicacional que este, sólo que
en ese momento no me daba cuenta.
Al ver el recorrido que hice luego, muchas veces pienso que las
materias del profesorado, sólo despertaron o le dieron una vía a todo
lo que yo ya tenía y la maestra particular del 2008 veía en mí; a veces
creo que, si bien tenía muchos saberes e inquietudes propios, me
he apropiado con amor a los saberes que circularon en las aulas de
la facultad; pero también, creo que fue una mezcla de todo esto, es
decir que encontré en la carrera palabras, ideas, formas de expresar
y hacer para mostrar mi autenticidad.
Claramente no soy la misma que se inscribió en el 2015. Sabía
que un lugar posible de mi futuro era un aula con muchos alumnos,
porque me encanta proponer actividades que impliquen cuestionar
lo que pensamos y ver qué ideas tenemos, como también incorporar
el cuerpo y re-situarnos en el espacio, salir de la estructura tradicio-
nal del aula y poner un interés en la creación colectiva: ver grupos
trabajando en algo que sé que es una herramienta a futuro me da
energía para seguir. Me encanta coordinar, mediar, ayudar a “aclarar
ideas”, mostrar vías para transmitirlas y potenciar otras; pero lo que
no sabía, es que esta tarea iba a resultar en un compromiso político.
Tuve una transformación que me hizo encontrar un compromiso
político con la sociedad, después de tanta búsqueda. Una responsa-
bilidad y un hacer en el mundo que me contiene en él. Modo de ser
y hacer que apuesta a la diversidad de la palabra y a los deseos de
quienes generan los diálogos. Apostar por la diversidad, es priorizar
la apertura para recibir y contener al otro que se presenta en el viaje
de su búsqueda.
Si hoy me acercaran el papelito del 2015, y me preguntaran ¿por
qué te inscribiste? Diría que me inscribí en la docencia para trabajar
con varias personas, para trabajar con grupos, para escuchar mu-
chas voces, para mediar entre sus particulares búsquedas y contex-
tos; mediarlas con otra búsqueda que es mía y es la de encontrar

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Ateneo de docentes
narradorxs

algo que nos una, algo que nos lleve a la identificación, y a acostum-
brarnos a trabajar con la alteridad.
Antes de terminar, no puedo dejar de mencionar, algo puntual: y
es que, en la dificultad de los primeros años en la facultad, tomé en
aquel tiempo la decisión de ser perseverante, y aquí estoy. Bastante
orgullosa y totalmente transformada por el recorrido académico y
humano en la facultad: la búsqueda incesante, la mirada crítica que
más que un abismo sin respuestas, ha sido contención, la maestra
visionaria o mi perseverancia (quizá intuición), el papelito que aún
conservo; todo partiendo de una misma historia que espero que más
adelante sea la historia que se comparte con otras historias que son
búsquedas y quizá yo sea como ese cuento que leímos en donde
constantemente me esté cambiando los ojos, para caminar con otrxs
protagonistas en otras historias.
Me embarco en un compromiso político como comunicadora,
pensando que las ideas son el motor de la historia y de los días que
vivimos y que la comunicación y el aprendizaje, hoy más que nunca,
son un derecho de todxs.

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La Rusconi Tuve que apelar a la memoria de todos mis ex compañeros de


Alberto Ivern la secundaria para recordar su nombre –evidentemente la memo-
Nodo La Plata ria es grupal–. Bastó que uno dijera “¿la Rusconi?” Para que otros
saltaran: “¿Marilu?, puede ser?” “¡Sí! María Luisa Rusconi”. Ella fue
nuestra profesora de Castellano y Literatura en segundo año del co-
legio Superior de Comercio Libertador Gral. San Martín anexo a la
Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional del Li-
toral, en Rosario en 1963. Afuera la dictadura tratando de someter-
nos a los proyectos económicos del Norte. Adentro la dictadura del
uniforme, de los exámenes constantes, de esa latente sospecha de
estar siendo observados desde algún lugar; la corrosiva amenaza de
ir a rectoría y quedar asentados. Si el Bedel o un profesor te man-
daba a rectoría tu destino se volvía incierto: podías ser sancionado
con algunas amonestaciones, suspendido por uno o más días, o li-
teralmente resignarte a la peor de las condenas: ¡¡Quedar libre!! Lo
cual en aquel momento era como sentir que te arrojaban desde un
avión hacia la nada misma. Lo único permitido y valorado eran las
ciencias económicas que yo detestaba. No existía para mí un jarabe
más amargo que la legislación comercial o la matemática financie-
ra. Jamás le encontré sentido a picanear un sapo o constatar las
burbujas de un precipitado en el prestigioso laboratorio de biología,
nunca entendí por qué todo lo que entra se debita y todo lo que sale
se acredita ni qué estaba haciendo yo en ese colegio, más allá que
todos felicitaban a mis padres por el simple hecho de que yo hubiese
“entrado al Superior”, un colegio tan prestigioso que de él se podía
ingresar sin examen de ingreso a cualquier Universidad. Sin embar-
go luego de recibirnos todos –aun los que luego seguirían la carrera
de contador o licenciatura en economía–, saltábamos cantando “so-
mos peritos y no sabem’ un pito”. Creo que lo que más aprendimos
fue a cumplir los horarios y las normas, no salir del aula ni mirar para
fuera, quedarnos sentados en el banco con la vista al pizarrón, no
ayudar a un compañero en un examen, sentirnos vigilados y aproba-
dos por contestar correctamente en los continuos exámenes: men-
suales, bimestrales, trimestrales y cuatrimestrales ante cuanto ins-
pector estuviese revoloteando por allí.
Un lunes de junio, lloviznaba –como casi todo el invierno en la
Chicago Argentina– y yo desabrigado había llegado tiritando hasta

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el banco. María Luisa Rusconi entró al aula con nuestros trabajos


corregidos y empezó a repartirlos. De pronto se detuvo y miró a la
clase. Pupilas saltonas empañando los cristales de sus anteojos,
cabellos blancos algo desgreñados, su esbelta figura no la volvía
más agraciada sino candidata a todo un zoológico de sobrenombres.
“Ivern, Alberto e Ingracia, Guillermo, vengan por favor”. Fuimos hacia
su escritorio, sobre la inapelable tarima. Al menos yo, dispuesto a la
helada libertad de los expulsados. Me había permitido desplegar el
mismo humor con el que entretenía a mis compañeros en los “asal-
tos” (fiestas que organizábamos para recaudar fondos preparando
nuestro viaje a Bariloche).Ella había dicho que nos expresáramos
libremente, que fuéramos creativos. Pero tal vez yo me había exce-
dido en mi afán de destacarme, – como todos los de Leo, según mi
tía Nely –. Hubiese querido que el trayecto desde mi banco hasta el
Gólgota de la tarima fuese más largo. María Luisa nos miró sonriente
y nos pidió que nos pusiésemos uno a cada lado del escritorio para
que todos escucharan lo que tenía que decirnos: “ustedes dos tienen
un talento especial para la escritura, podrían ser escritores, periodis-
tas…me gustaron mucho sus trabajos…” luego de lo cual procedió
a leer fragmentos de cada una de nuestras narrativas. No puedo
recordar ni una línea de lo que había escrito pero sí recuerdo que mi
vida cambió desde ese preciso instante. Si algo me define como per-
sona es mi pasión por la escritura. En particular la escritura de fic-
ciones aunque los editores me piden textos científicos de educación,
de filosofía e incluso de arte, antes que arriesgarse a mis cuentos o
novelas. Debo aclarar que la educación, la filosofía y el arte son tres
de las vidas paralelas que vengo transitando con cierta felicidad y sin
consumir medicación alguna como suelen aconsejar quienes llaman
a esta virtud de vivir tres vidas paralelas, “esquizofrenia múltiple”.
Pero lo que quería referir ahora tenía que ver con lo importante que
fue para mí que una docente haya valorado mi capacidad de escribir
en lugar de atribuirse a sí misma o a su metodología, la calidad de
aquel texto. Y eso fue, sobre todo, lo que cambió mi vida. Desde que
ingresé en la docencia trato de reconocer el particular talento de
cada estudiante y, lo que más me cuesta, pero también suelo hacer,
el talento de cada uno de mis colegas.

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Frío Tomo una lapicera y esta se desliza como si tuviera vida propia.
María Antonieta Teodosio La detengo, hago fuerza para retenerla como si fueran las riendas de
Nodo La Plata
un caballo; me digo que tiene demasiado brío y eso es por mi culpa.
Enderezo el trazo y negocio: “Bueno, docencia sí, pero elijo el
para qué”. Y arranca. “No, esperá”, y ya vuelve a estar al mando,
como de costumbre.
Saca de su galera un recuerdo que no entiendo… Iba en tren ha-
cia Bernal, hacía mucho frío y todavía no se trataba de los trenes
nuevos: recuerdo las puertitas que se abrían y hacían estremecer a
todos, hasta que un vendedor o un guarda se compadecía y al pasar
las cerraba con un golpe fuerte. Y yo pensaba. Mis pensamientos
iban y volvían por la ventanilla, se confundían con el viento de ésas
que no se cerraban y revueltos volvían a mí para despeinarme.
Creo que estaba tratando de justificar ese frío que estaba toman-
do, segura de que sobrevendrían una fiebre o un catarro intenso.
Yo iba al trabajo y tal vez fuera el tren de las 6.30 hs. Me apretaba
contra los huesos ordenando todo lo que no se quisiera aferrar a
ellos; por momentos sentía un breve calor y otra vez el golpeteo de
la puerta.
¿Y yo, qué hago acá? Pensaba que llevaba años en esto, que
podía elegir otros espacios, más cercanos, más abrigados, pero no.
Este era, y era el mío.
La convicción iba ganando paso. Llevaba calor al cuerpo. Claro,
iba proyectando eso que es un cuerpo más un cuerpo más otro cuer-
po… Y esa masa resultante estaba llena de sentido. En ella no sentía
frío. Me sentía alguien más, alguien que estaba poniendo lo suyo
para los otros.
Mi certeza escribió palabras: “Para bien de los demás”. Entré al
aula y apreté el bolígrafo retráctil.

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Escrituras En el 2013 descubrí un camino colectivo de indagación pedagó-


gica, que me ha permitido reflexionar con otros y crecer en mis inter-
sobre el oficio pretaciones sobre el rol docente y la educación. Así, aprendí de edu-
docente para el cadores con vasta experiencia en la investigación y coordinación de
grupos de docentes que realizan documentación de las experiencias
desarrollo del pedagógicas en la UBA, en Quilmes, entre otros espacios, integrando
pensamiento y la el Nodo Narrativas al Sur y, posteriormente, siendo promotora del
documentación Nodo La Plata Región 1, con base en la Facultad de Periodismo y
Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata (FPyCS,
colectiva UNLP).
Pamela Vestfrid La documentación narrativa de las experiencias pedagógicas pro-
Nodo La Plata mueve el encuentro con otros educadores, de otras instituciones y
niveles educativos, para sentir, pensar y debatir. Para documentar
mediante la escritura con otros, para dejar huella, para mostrar esas
situaciones invisibilizadas sobre las que a veces se vuelve necesa-
rio echar un poco de luz, porque existen aunque no se las valorice.
Porque gracias a la documentación de las experiencias docentes me
siento más humana, menos alienada de mi realidad como docente
taxi del nivel superior.
Frente a un oficio tan ninguneado por los medios masivos de co-
municación y los políticos, que posee una gran exigencia intelectual
y emocional, a cambio de un salario bajo, no debe perderse de vista
la función social que se cumple: formar a otros en sus conocimien-
tos, actitudes y valores, lo cual demanda una responsabilidad social
enorme.
Poco a poco he conocido otra forma de comunicar mi oficio do-
cente, que se aleja de las escrituras “objetivas” que se proponen
desde ciertas líneas tradicionales de la investigación científica en el
ámbito universitario cercanas al positivismo. Resuenan en mi cabeza
las palabras: mesa, título, cantidad de caracteres, etc. Así, aparecen
las reglas que el sistema me enseñó, que me recuerdan el concepto
de habitus de Bourdieu. En el campo científico como docente e in-
vestigadora, aprendí a desenvolverme satisfactoriamente en convo-
catorias de becas, subsidios y concursos. Aprendí a jugar las reglas
del juego, a producir los papers que el sistema me demandaba, y en-
tender la máxima: publicar o perecer (Kreimer, 2007). No obstante,

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Ateneo de docentes
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empecé a sentir la necesidad de expresar otras cuestiones y de otras


maneras, la documentación narrativa de la experiencia docente fue
la respuesta que buscaba.
Las narrativas permiten discutir con otros haciendo vigilancia
epistemológica oral y escrita, de cómo cada educador lleva adelante
esta desafiante y apasionante tarea. Si bien, la categoría de vigilan-
cia epistemológica y reflexividad, responden al autoanálisis que un
investigador desarrolla a lo largo de todo el proceso de investigación
científica, tal como lo proponen Pierre Bourdieu y Rosana Gubern,
entre otros referentes claves del campo de la metodología, estimo
oportuno adoptarla también para comprender el quehacer docente,
con el fin de revisar las propias prácticas de enseñar, sea de un do-
cente joven o de muchos años de trayectoria, siempre es necesario
“mirarse”, y esta forma de trabajo propicia el “mirarse con otros”,
otros que tienen experiencias semejantes, y de allí el plus de este
ejercicio de autoconocimiento y comprensión.
Del 2013 a la fecha, he tenido la oportunidad de coordinar múlti-
ples talleres y espacios de formación docente en los cuales se traba-
ja desde la documentación narrativa de la experiencia pedagógica:
en la FPyCS de la UNLP, en un Instituto Superior de Formación Poli-
cial de La Plata, en la Asociación de Docentes de la Universidad de
La Plata (ADULP), entre otros ámbitos. Ha sido muy interesante pre-
senciar los cambios que está práctica genera en la subjetividad de
algunos educadores, cuando les provoca otra forma de posicionarse
y entender sus haceres docentes.
¿Cuál es el plus? Aquello que me conmueve y me mueve a hacer-
lo. La libertad en el decir y en el pensar, en el espacio de encuen-
tro intelectual, ético y político, que me conecta con otros docentes
que les ocurre lo mismo. Lo hacemos convencidos por aquello que
la documentación narrativa de la experiencia pedagógica habilita y
permite. Hacer foco en aquellas cuestiones del oficio docente que
no tienen espacio en los ámbitos tradicionales, donde se demandan
otras formas de escritura, que me resultan poco interesantes.
Otras formas libres. ¿Qué quiero decir?, ¿Qué quiero comunicar
como docente del nivel superior con muchísimos años de experien-
cia?. Desde esta otra modalidad de escritura, no hay estructuras, ni

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Ateneo de docentes
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límites. Tampoco hay soledad, porque se escribe con otros. Se es-


cribe de modo oral y escrito, porque hay encuentro, debate, risas,
lágrimas, enojos. La emoción, los recuerdos, las frustraciones, las
alegrías, están habilitadas como ventanas para pensar y documen-
tar. La objetividad aquí no es entendida como negación de la propia
subjetividad, sino que la misma debe ser comprendida para hacerla
parte del relato, en el cual se vuelve vigilancia epistemológica. ¿Qué
quiero documentar?, ¿Qué quiero decir de mi hacer docente?. De mi
habitar las escuelas, de los vínculos con mis alumnos y mis colegas.
Tengo una gran oportunidad, la libertad de elegir aquello que entien-
do relevante para compartir y dejar huella.

Bibliografía
Batthyany, K. y Cabrera, M. (2011).
Metodología de la Investigación en Ciencias
Sociales. Montevideo: Universidad de la República.
Guber, R. (2012).
La etnografía. Método, campo y reflexividad.
Argentina: Siglo XXI.
Kreimer, P. (2007)
“Sobre el nacimiento, el desarrollo y la demolición
de los papers”, en: Golombek, D. Demoliendo pa-
pers. La trastienda de las publicaciones científicas.
Buenos Aires: Siglo XXI Editores.

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Ateneo de docentes
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Aquellas ¿Qué es ser docente hoy?


pequeñas cosas Era jueves. A las 20,00 hs llegué a la escuela, saludé a Silvia,
la Directora, firmé el presente y me dirigí al aula a dar la clase de
Patricia Villada
Lengua y Literatura. Era el comienzo del primer cuatrimestre de
Nodo La Plata
tercer año de Fines 2 en la Escuela N° 710 (modalidad Adultos).
Eran 21 alumnos con edades que oscilaban entre los 20 y los
50 años. Durante dos horas trabajábamos, charlábamos sobre la
materia y sobre la vida. Nos reíamos.
Atrás, en el medio y al fondo se sentaba siempre un chico no
muy alto, flaquito, que no hablaba demasiado salvo para hacerme
consultas o contestar cuando yo hacía alguna pregunta en general.
Era serio, de pocas palabras. Me costaba verle la cara ya que siem-
pre estaba con la capucha puesta. Se llamaba Michael.
Michael venía a clase después del trabajo. Era albañil y trabaja-
ba con su papá, el que a media tarde lo alcanzaba hasta la escuela
De esto me enteré la anteúltima semana cuando él se me acercó
para preguntarme si había algún problema en que faltara a la próxi-
ma. Le dije que no había inconveniente ya que no tenía ausentes
y todos sus trabajos estaban entregados. Fue entonces que, por
primera vez, me habló de otra cosa que no fuera de Lengua y me
contó que estaba en una obra con el padre y querían terminar lo
antes posible porque tenían otra para hacer, es por eso que quizá
faltara. De todas maneras, agregué que, si no lo complicaba dema-
siado, sería bueno que estuviese en clase porque íbamos a hacer
el cierre y entregar las notas finales.
Volviendo al desarrollo de la cursada, el último mes el tema era
el texto argumentativo. Analizábamos textos, escribíamos textos.
No se sabía cuál de las dos cosas era más difícil: “que no me sale
la hipótesis, que para qué quiero argumentar, si algo me gusta es
porque me gusta y punto, que a estos textos los escriben complica-
dos y no se entienden, etc, etc, etc.” Igual, entre rezongo y rezongo
y cargadas entre ellos, fuimos avanzando.
La anteúltima clase entregaron sus trabajos. Algunos habían
elegido analizar un texto, otros escribir el suyo propio.
Cuando en mi casa empecé a leerlos me encontré con que

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Ateneo de docentes
narradorxs

Michael había hecho las dos cosas: analizó un texto y escribió una
nota en la que exponía por qué no estaba de acuerdo con lo que
su texto analizado planteaba. Había hipótesis, argumentos, recur-
sos, palabras difíciles (como decían ellos). Quedé sorprendida. No
lo conocía. Ese chico que se sentaba atrás y participaba lo justo y
necesario tenía mucho para decir y sabía cómo hacerlo.
El último día lo único que quería era que Michael viniera a cla-
se. Tenía que decirle lo que me había pasado. Entré al aula y no
estaba, hasta que uno de sus compañeros me dijo: “Ahora viene
profe. Está en el kiosco”. Fui entregando los trabajos y las notas
finales, como siempre nos pusimos a charlar de la vida hasta que
entró y me pidió su trabajo. Cuando se lo entregué le conté lo que
me había pasado, le conté de mi sorpresa, en el sentido de que
no sabía que escribía de esa forma, que tenía esa capacidad de
análisis. Lo felicité. Me observó como sorprendido él también, fue
la primera vez que me miró a los ojos, y me agradeció. Aproveché
para preguntarle qué iba a hacer cuando terminara la escuela, a
lo que contestó que se iba a anotar en la Vucetich porque quería
ser policía.
Tuve un proceso de cuatro meses para conocer a un alumno,
para relacionarme realmente con él y su cara de sorpresa me hace
pensar que él también sufrió un cambio. Tuve la sensación, en esa
mirada, de que por primera vez alguien le decía que lo de él era
distinto, era muy bueno y no podía dejarlo.
La educación es un proceso transformador o por lo menos debe
serlo. Tal vez la transformación no pase por los grandes cambios
sino por los pequeños, los del día a día, alumno por alumno, profe-
sor por profesor.
En el contexto actual, la educación y el sistema escolar están
siendo bombardeados desde diferentes frentes. El discurso hege-
mónico recalca que no hay calidad educativa, que los alumnos no
saben nada, que los docentes no quieren trabajar. En este marco,
la idea de no poder modificar el contexto a gran escala, es el primer
obstáculo que apaga los pensamientos, que lleva a los docentes a
convertirse en autómatas, en piezas de la maquinaria escolar que
se limitan a cumplir con su función.

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Ateneo de docentes
narradorxs

Ante este embate, es preciso tener en claro que la mejor arma


de lucha del docente es la palabra y el seguir buscando, invertir,
entregarse, logrando impactos mínimos que quizá en un alumno
es un gran impacto. La mirada de Michael, el último día de clases.
La actitud de Rosana, una alumna de Berisso, una ama de casa
que llegó a su primer año de Fines 2 dubitativa, temerosa, como
pidiendo permiso y finalizó su tercer año sin miedos, sin dudas,
participando, sonriendo. Cada vez que me la cruzo me cuenta que
está haciendo algún curso, que desde que terminó el secundario
siempre se hace un lugar para ella, para estudiar, para hacer lo que
le gusta. También me acuerdo de Facundo, que llegó a cursar con
su mamá. ¡Era tan tímido! Sólo se sentaba con ella y, sin embargo,
llegó a tercer año con su propio grupo, se reía, participaba. Esta-
ba feliz. Un día, su mamá me contó que había enviado a Facundo
a muchos y diferentes colegios públicos, al principio, pero como
no se adaptaba lo mandó a escuelas privadas pensando que allí
tendría mayor contención. Sin embargo, terminó abandonando la
escuela. Quería ser Diseñador de Modas, cosa que nunca lograría
si no terminaba el secundario. Así, después de mucho tiempo logró
convencerlo de anotarse en Fines y ella, que tampoco había termi-
nado el secundario, también se anotó, para acompañarlo y evitar
que su hijo abandonara nuevamente. Ver la cara de felicidad de
esa mamá por la contención que recibió su hijo y el cambio positivo
que él pudo generar, al mismo tiempo que, casi sin quererlo, ella
obtuvo su propio título secundario es una satisfacción que como
docente nadie me la va a sacar, ni a mí ni a ninguno de los docen-
tes que allí trabajamos.
Así podría seguir contando historias de muchos Michael, Facun-
dos, Rosanas. Cada uno de ellos constituye esas “pequeñas cosas”
como diría Serrat que no son tan pequeñas. Ser docente hoy es un
puesto de lucha en donde esas pequeñas cosas y, vuelvo a repetir,
la palabra, son nuestra mejor arma y en lo que nos tenemos que
apoyar cuando creemos que todo está perdido.
Es por ello que, para reflexionar, quiero dejar estos versos de
José Martí:

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narradorxs

¿Qué importa que tu puñal


Se me clave en el riñón?
¡Tengo mis versos, que son
Más fuertes que tu puñal!

¿Qué importa que este dolor


Seque el mar, y nuble el cielo?
El verso, dulce consuelo,
Nace al lado del dolor.

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narradorxs

Relatos del Nodo Actualmente Narrativas al Sur, nodo de la RFDyNP trabaja en la


Narrativas al Sur escritura de textos para tres eventos: 1. El Encuentro del Colectivo
Argentino que se realizará en Neuquén en septiembre de 2019; 2. La
Por Cecilia Tanoni investigación acerca del dispositivo de documentación en el marco
Coordinadora del Nodo del programa UNAJ INVESTIGA; 3. Por último, este Ateneo de la Red
el 22-06-2019.
De los tres grupos de textos, los más circunscriptos temáticamen-
te son los del proyecto de investigación, la consigna de escritura fue
específica en la búsqueda de aspectos distintivos del dispositivo.
En tanto que los que se presentarán en este ateneo son los de
mayor libertad temática. Cada autora escribió lo que quiso, en unos
casos encontrando la oportunidad de presentar un texto postergado,
en otros, de sacar a la luz alguna situación pendiente de ser pensa-
da.
Entonces, desde Narrativas al Sur, llegan a este Ateneo textos
que tenían ganas de salir al ruedo y que encontraron en este evento
la excusa perfecta.

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Ateneo de docentes
narradorxs

Intensidades… Como la figura de un extranjero, atraviesan escenarios inéditos


Escenas en la donde habitan familias, infancias y juventudes...
Allí van, con sus convicciones, desde un enamoramiento por su
extranjeridad quehacer, que a los ojos de otros adquieren extrañeza.
Nora Catoira
¿Cómo pensar en un texto que los aloje?
Nodo Narrativas al Sur
Infinitud de palabras brotan en mi mente cada vez que pienso en
este colectivo docente.
Bregar por garantizar el “ir a la escuela”, de tantos niños/as y
jóvenes, no es una misión sencilla en el vasto y complejo territorio de
nuestra provincia.
Hablarlos es asignar sentido a sus quehaceres....
Es dar visibilidad a los impulsos que habitan silenciosamente en
cada uno de sus corazones, toda vez que están dispuestos a ir al
rescate de un universo de infancias y de juventudes privadas de de-
recho...
Enhebrar palabras, parece ser la cuestión, al momento de dar
cuenta de las intensidades que se cuecen en cada una de las esce-
nas inéditas y que caracterizan una búsqueda acalorada de “los que
aún no están en las escuelas, los que no han llegado”...
Enlazar sentidos es connotar respecto de “encuentros” cargados
de amorosidad, de miradas habilitadoras, de decires que alojan un
destino diferente...
Recapacitar en torno a los equipos de inclusión educativa liga
con “reconocer”
“Reconocer” como palabra lleva implícito advertir respecto a su
significado etimológico..
Habla de un prefijo “re” en tanto repetición...
También, remite a “conocer “, en tanto cognoscere, palabra cuya
origen filológico nos advierte respecto a “que es todo en la vida”
¿Será entonces pues, que ser equipos de inclusión educativa, es
“ser un todo en la vida” de quienes han estado despojados del dere-
cho a la educación?...

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El corazón en Corría el año 2014, primer año del equipo de inclusión con sede
las manos en una escuela secundaria de Bernal oeste.

Ximena Ferrari
La elección de tomar cargo en el EDI fue algo arbitraria, “a ver
que queda”, soy provisional de equipos de distritos, mucho no que-
Nodo Narrativas al Sur
daba y uno busca “lo que le queda más cómodo”, a los equipos de
distrito nos pasa esto.
Primer año en el que, mi compañera y yo arrancaríamos a tran-
sitar la inclusión como nueva forma de trabajo. ¿Qué sería incluir?
¿Qué le puedo aportar a este nuevo rol? Recordemos que soy Orien-
tadora Educacional y que “patear” el barrio no era lo mío. ¿Tengo
que entrar a las casas? ¿Tengo que hablar con los chicos o con los
padres? ¿Tengo que articular con otras escuelas? ¡¿Qué tengo que
hacer?! Bueno le preguntaré a mi inspectora, pensé. O leeré las co-
municaciones y estudiaré de memoria mi rol. Hice todo eso, busqué,
pregunté, estudié. Divinamente y con toda la información acerca de
mi nueva función en el sistema educativo, fui con carpetas relucien-
tes a una escuela en donde nadie me esperaba, donde nadie nos
esperaba, ni hablar de querernos allí.
Esta secundaria, en donde Bernal está más lejos que cerca, tenía
pisos impecables, paredes sin graffitis, pizarrones con mucha tarea y
una estructura edilicia que no es tan común de ver cuando la escue-
la es realmente de los chicos.
Al llegar, nos recibe con desgano la directora y una profesora con
cambio de funciones, que ayudaba en secretaría.
“No hay aulas disponibles para ustedes, ni lugar físico para que
se puedan quedar” fue el destaque en la apertura de la incipiente
relación que entablaríamos. Conversamos de la organización de la
escuela y se les explicó que nuestro trabajo dentro de la institución
sería incluir en el sistema a aquellos chicos que por alguna razón
habían dejado de concurrir. Este “cambio de funciones”, comiendo
galletitas que ahogaba en su café, nos aclaró, antes que se nos ocu-
rriera pensar siquiera en incluir a alguien en esa institución, que “la
escuela está así, porque no hay de esos pibes”. El corazón se me
estrujo como cuando perdía una figurita con brillantina de mis pre-
feridas. ¿Qué le había pasado a “ese cambio de funciones” que no
podía ver pibes en vez de paredes limpias y bancos impolutos? ¿Qué

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le pasó que le importaba más la tranquilidad en un aula que verlas


llenas? ¿Me pasará lo mismo, me volveré oscura, sin ganas de tener
a los chicos cerca como le pasó a ella?
Comenzamos a funcionar como EOE, ya que teníamos dos días
de sede allí, y entonces conocimos a los alumnos que decían, “tenían
problemitas”.
Después de un tiempo, llegó a nosotros Diego.
“Trabajen con este pibe que no viene nunca” nos dijeron. Diego,
primer año en la secundaria, tenía su registro de trayectorias, ése en
donde se resaltan en negrita sus cambios de institución, su marcado
ausentismo, algunos de sus logros y hace hincapié en sus fracasos,
pero nadie lo había leído nunca. Nadie lo vió, igual que a Diego.
No solo tenía "legajo", sino que una historia muy importante
detrás.
Su mamá, muy joven ella y con dos niños más, hizo nueva pareja.
Esta pareja, papá de los más pequeños, no lo quería a Diego, enton-
ces lo maltrataba. Tan violento fue con el niño, pero tan violento, que
debió quedar hospitalizado por varios días.
La justicia intervino y Diego se fue a vivir con los abuelos
maternos.
Escribo su historia y el corazón se me vuelve a estrujar como
cuando lloraba sin parar al leer su vida en una denuncia policial.
¿Nadie había leído la causa en su legajo?, ¿nadie había intuido el
maltrato? ¿Nadie se había preguntado por qué se ausentaba tanto?
¿Nadie había visto a Diego? No. En esa escuela, NO.
Cuando conocí a Diego, dentro de la institución, después de leer
su historia, con el alma en las manos, le pegué el abrazo más largo
que él me dejó darle. Y fue largo. Diego me dejó abrazarlo y me dejó
también conversar un rato con él. ¿Por qué presuponemos que todos
deberían querer hablar? Que nos hace tan omnipotentes de poder
“sacarles algo”. Pero Diego habló, poco pero hablo. Tenía las pesta-
ñas tan largas que era imposible no mirarlo a los ojos, pero al mirarlo
ahí, bajaba la vista. No sé si era timidez o inseguridad. Hablamos de
sus abuelos, que eran hoy quienes lo cuidaban, de lo agradecido que
se sentía por estar allí y de sus pocas ganas de estar en ese colegio.

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narradorxs

Contó tímidamente por qué estaba viviendo con ellos y también


habló de lo mucho que extrañaba a sus hermanos.
Muchas veces tuvimos que ir a buscarlo porque no concurría con
continuidad. Y lo buscábamos sin que la escuela nos lo pidiera, por-
que para ellos, Diego era un chico problema de los que no querían
ahí.
Los abuelos eran muy mayores, tan grandes que no podían salir a
correrlo cuando se escapaba a jugar a la pelota al campito, y el barrio
no era de esos en los que en primavera se siente el olor a las glici-
nas, ni en el que los perros son amistosos cuando golpeas su portón.
Fue así que durante ese año, articulamos activamente con el ser-
vicio local, y pudimos vincular a Diego con sus hermanos, ¡qué fuerte
fue verlos juntos!
Después de muchos desplantes de esta secundaria, nos dimos
cuenta que la solución para que Diego continuará estudiando sería
sacarlo de aquella que lo “expulsaba”.
Y entonces se fue a otra escuela, cargando debajo del brazo un
pesadísimo legajo con una sonrisa, sabiendo que tenía detrás mu-
chísima gente que lo apoyaba, confiaba en él y una escuela en donde
sería bien recibido. Feliz de haberlo incluido, se me “desestrujó” el
corazón y pude decirle a la directora del colegio cuánto me molesta-
ba estar en una escuela, que teniendo el equipo de inclusión allí, era
la más expulsora que había conocido.

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Braian Se llamaba Aníbal Braian. Estaba en 6to grado, último año de su


Mariana Gesualdi escuela primaria. Grandote, de pelo castaño largo y lacio, lo imagina-
Nodo Narrativas al Sur ba en un grupo de cumbia de grande, música que le gustaba mucho
y cuyas melodías solía tararear en los recreos. Aníbal su nombre pero
lo llamábamos Braian, como lo llamaba su familia y sus amigos. Ami-
guero y un poco rebelde era Aníbal, tenía algunos encontronazos con
la seño del grado, pero conmigo y con Inglés, espacio curricular en el
que era suplente, se llevaba bien.
Un día en la clase, en las últimas horas de la tarde de la jornada
escolar, sucedió algo. Lo veía a él y a sus compañeros cuchicheando
en voz baja. Estaban realizando una actividad en pequeños grupos,
pero allí pasaba algo más. Me acerqué a su banco y le pregunté:
“¿qué pasa Braian?”. No respondió, pálido como estaba me miró
con lágrimas de miedo en los ojos. Le pregunté a los compañeros,
“Braian está amenazado de muerte, Seño, se peleó con unos chicos
de otra banda. Pasaron recién, los vimos por la ventana, tenían un
arma”. Ahora la que tenía miedo era yo, pensar en las posibilidades
de un enfrentamiento a la salida de la escuela, tan cotidiano en las
noticias en televisión, pero ahí, en mi escuela, con los niños y fami-
lias del barrio, con Braian...
Le pedí a Braian que hablara con la directora, yo no podía salir
del aula, estaba a cargo del grupo. Braian no podía moverse, fue una
compañera. Al ratito volvió con la vicedirectora, que llamó a Braian
para hablar con él. Unos minutos antes de que terminara la jornada
escolar, se acercó la vice y me dijo que demoraría la salida, que ha-
bía hablado con Braian, que habían visto por la ventana al grupo de
chicos en la esquina, que había llamado a la comisaría, que iban a
mandar un móvil…
Miles de preguntas me pasaron por la cabeza, ¿será esa la res-
puesta? ¿La ley y el orden? ¿Habrá otra posible? Necesitábamos
ahora un espacio seguro para los chicos y para Braian, y ¿después
qué? ¿Y los demás días? ¿Y esos otros chicos que también son chi-
cos y van (o no) a la escuela?
Salimos más tarde, el patrullero había parado a los chicos, me-
nores de edad, uno estaba armado, lo demoraron unas horas en la
comisaría.

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A Braian lo retiró su mamá, que llegó a la escuela en remis. Así


salió él de la escuela y nunca más salió de su casa. Nunca más vol-
vió a la escuela. Lo llamábamos, hablábamos con la familia, los vi-
sitaban las chicas del equipo de orientación escolar de la escuela,
pero él no quería salir. Su hermano, Fernando, que también iba a la
escuela, me lo decía. Braian tenía miedo.
Nunca supe por qué lo buscaban a Braian ni en qué andaba. Sólo
conocía de él lo que veía y charlaba en la escuela. No recuerdo si fue
Fernando quien me dijo que “se había mandado una” con la bandita
en la que andaba. El año pasó y el año escolar terminó para todos
menos para Braian. La mamá, su única familia junto con su hermano
Fernando, decidió mandarlo a vivir con un tío lejano y poco conocido
a Santiago del Estero. Su única oportunidad, quizás, para seguir ade-
lante, su única oportunidad para seguir viviendo.
Me preguntaron ¿qué otras cosas más pasaron en vos toda vez
que un niño se atreve a hacer una confesión así? Recuerdo la prime-
ra vez que, en un aula de secundaria, una estudiante me pidió hablar
conmigo sobre un problema personal, me pidió ser parte de su vida.
No recuerdo qué problema la aquejaba, recuerdo mi reacción de sor-
presa ante la situación. No me esperaba ni sabía qué hacer ni qué
decir. ¿Desde qué lugar escucharla? ¿Cómo aconsejarla, si acaso era
necesario? Hasta ese momento actuaba la enseñanza como lo que
yo tenía para transmitir a mis alumnos, sin tener en cuenta cuánto
recibía de ellos en el intercambio. ¿En qué momento la docencia se
convirtió en una relación que podría transformarme? ¿Qué hice para
que esa estudiante, para que Braian también, quisiera hablar conmi-
go, mostrarme parte de su intimidad, mostrar sus dudas y miedos?
Mucho se nos ha dicho sobre la relación pedagógica, sobre la
transmisión y sobre lo importante de hacer lugar a la voz de los estu-
diantes. ¿Dónde queda nuestra voz, nuestras sensaciones, nuestros
miedos, lo que nos pasa a nosotros cuando nos encontramos con
las historias de los otros, los y las estudiantes, cuando esas historias
nos movilizan y conmueven?

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¿Qué ves Ni bien me desperté tuve presente que hoy no era un día como
cuando me ves? todos los días. Hoy es un día especial. Un día esperado, ansiado,
soñado, un día para estar de fiesta. A las siete de la tarde en el Ins-
Ivana Murgia tituto de Formación Docente N°54 de Florencio Varela se llevará a
Nodo Narrativas al Sur cabo el acto académico para las carreras del profesorado de Inicial
y Primaria. ¡¡Las y los egresados del 2018 - marzo 2019 junto a sus
familiares y seres queridos recibirán orgullosxs sus títulos de maes-
tras y maestros!! Muchxs de ellxs son la primera generación dentro
de sus familias en obtener un título profesional. ¡Qué indescriptible
momento! - pensaba mientras me iba despabilando.
Abrí las ventanas, el día estaba lluvioso pero en ese momento
un interrogante como un destello atravesó mi mente, entonces me
pregunté: ¿Será que hoy le darán el título también a ella? Qué ganas
profundas me dieron de verla esta noche recibiendo su título. Mis
ansias ya vienen de lejos. Silvia comenzó a estudiar en 2007. Todo
le costó mucho, muchísimo. Yo la conocí desde la cercanía (de vista,
desde su ingreso) cuando tuvo que hacer las Prácticas en Campo 3.
Ella ya había desaprobado en dos ocasiones, era su tercer intento.
El tema es que Silvia tenía la fama, devenida en fama institucio-
nal con el transcurrir de los años, de que en primer lugar le costaba
horrores comprender y que, en segundo lugar, su actitud no la ayuda-
ba. Tenerla en el grupo me movilizó profundamente y, yo también me
pregunté, ¿Será verdad todo lo que cuentan? Entonces pensé en la
necesidad de re afirmar que toda situación educativa debe construir
una mirada sobre lxs estudiantes que parta de reconocerlxs como
inscriptxs en identificaciones que rompan con la idea de un ser edu-
cable único y monolítico. Pero una cosa es decirlo y otra cosa es
actuarlo, sentirlo, vivirlo.
Por suerte, rápidamente comenzó nuestro mutuo proceso de
reconocimiento. Luego de un tiempo, Silvia comenzó a aflojarse y
a entrar en confianza. Ella que siempre estuvo con la guardia alta,
se aflojó. Por mi lado, tenía el ferviente deseo de que ella pudiera
(aprender a planificar, lograr cumplir con los objetivos requeridos,
manejar los contenidos, elegir los recursos, buscar estrategias, inte-
grarse con sus compañeras, a la escuela asociada, al grupo de niñxs
del año asignado, etc., etc.) Las dos tirábamos muy fuerte del mismo
carro (perdón por la comparación, pero el dicho es más que ilustrati-

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Ateneo de docentes
narradorxs

vo) y así fue como terminó de consolidarse una profunda confianza,


dice Cornu (1999)“La confianza es una hipótesis sobre la conducta
futura del otro. Es una actitud que concierne el futuro, en la medida
en que ese futuro depende de la acción de otro”. Una hipótesis es
la idea anticipada acerca de cómo resultaran las cosas. Yo estaba
convencida de que resultarían bien y el año lectivo transcurría, ella
aprendía a ser maestra y yo me enamoraba más de mi trabajo, cons-
tatando la profunda necesidad de preguntarnos: ¿Cómo podemos
pretender que el maestro confíe en la educabilidad de sus alumnos
y en él mismo, en sus posibilidades, si no ha experimentado en su
propia formación procesos de reconocimiento de la misma índole? Si
en la preparación profesional está ausente el reconocimiento de lo
que el otro puede o podrá como maestro ¿Qué posibilidades tendrá
ese futuro profesor de abrirse al proceso de formación y al proceso
formativo con otros? (Alliaud, 2019). El hecho de que Silvia confiara
en mí y yo en ella, fue decisorio. Ella comprendió que yo estaba para
enseñarle, orientarla, acompañarla, sostenerla y no para vigilarla,
sancionarla o reprobarla.
A lo largo del año, Silvia pudo enfrentar todas y cada una de las
situaciones. Tuvo obstáculos pero supo enfrentarlos. Fue autocrítica
y cuando se equivocó buscó la forma de reintentarlo y lograrlo. Le
aportó al grupo, trabajó codo a codo con sus compañeras, se integró
estupendamente al grado, a la maestra, a la escuela. Por todo esto,
aprobó la práctica de tercer año ¡y obtuvo una nota destacada! El día
de la firma de libretas le dije que contará conmigo y que le meta pata
que ya le faltaba poquito y que iba a ser una excelente maestra. Las
dos estábamos felices.
Luego pasaron tres largos años antes que comenzara y termina-
ra la práctica de cuarto. La última vez que la vi en los pasillos del
Instituto, el año pasado, le dije que no dejara de avisarme el día en
que se recibiera. ¡Yo quería estar ahí! En noviembre me llamó para
decirme que había aprobado Campo 4, qué bueno, pensé; esta vez
sí se recibe.
Al mes siguiente recibo un mensaje que decía textualmente: “Hola
profe, le aviso que no me recibo este año. Me fue mal en el Ateneo
de Matemáticas”. Su mensaje me entristeció, mi contestación fue:
Arriba el ánimo, preparate para la próxima mesa. Terminó el 2018,

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vinieron las vacaciones, luego marzo, abril, el ciclo que comienza, de


nuevo al trabajo, a pensar en el aquí y ahora.
No me acordé más de Silvia hasta hoy, en que con la sensibilidad
a flor de piel por este día tan significativo de entrega de diplomas,
su recuerdo se me hizo presencia y su presencia ferviente deseo de
verla subirse a la grada para recibir su diploma y su medalla.
Estoy de vuelta. El acto estuvo muy emotivo, como siempre. La
felicidad de los egresados y egresadas era inmensa, y por supuesto
también la de sus familiares, padres, hijxs, esposxs, amigxs. Tanto
sacrificio, tanta apuesta, tanta optimización del tiempo, tanto todo.
Nuevos maestros y maestras saliendo al ruedo, apostando al po-
der de la educación y confiando en su impacto en la vida de las per-
sonas. Sin lugar a dudas es el día más feliz del año también para mí.
Pero este año mi alegría no es completa.
La lluvia no paró todavía, tampoco mi desilusión por la ausencia
de Silvia.
Yo me pregunto, ¿Por qué le fue mal? ¿Qué hicimos como colec-
tivo docente para evitar que eso suceda? ¿Cómo intervenimos? ¿In-
tervenimos?, ¿Qué vemos cuando la miramos? ¿Qué vemos cuando
miramos a todas las Silvias y los Silvios que tienen dificultades con
sus trayectorias? ¿Son dificultades de los sujetos o son dificultades
institucionales? Me estremece pensar cómo podemos impactar en
la vida de nuestrxs alumnxs para bien y para mal. ¿Será que el bien
y el mal definen por penal?

Bibliografía
Alliaud, A. (2019).
El Campo de la Práctica Docente.
Buenos Aires: Facultad de Filosofía y Letras de la
Universidad de Buenos Aires
Cornu, L. (1999)
La confianza en las relaciones pedagógicas.
Buenos Aires: Novedades Educativas.

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Documentación La palabra dicha, la palabra escrita, la palabra escuchada, la pa-


narrativa como labra pensada relata un acontecer cotidiano en el que el lugar y las
personas que habitan ese lugar se relacionan, se encuentran e inte-
experiencia de ractúan construyendo subjetividades según sea esta relación y este
un acontecer encuentro. Confluyen allí, sus vidas pasadas, presentes y futuras. Se
entremezclan sus historias, ilusiones, proyectos y circunstancias.
en educación Cuando el lugar de encuentro es la Universidad Nacional de Quil-
Rosana Scialabba mes. Cuando las voces se elevan para pensar lo que allí sucede, lo
Nodo Narrativas al Sur que acontece en los cuerpos y en los sentires de quienes la transitan
y la habitan; la palabra dicha, conversada, escuchada toma valor y
emerge en los relatos y narrativas de experiencias pedagógicas. La
experiencia, dice Domingo Contreras (2016), “rastrea las palabras
con las que decir la experiencia, con las que sentir y pensar la sor-
presa del otro, la experiencia de las relaciones con los otros, es ir a
la busca de secretos, (… ) De lo que no puede decirse, de lo que no
nos decimos pero necesitamos escribirlo para abrirle una posibilidad
a los sentidos (…) las sensaciones, los significados, las razones de
ser…”
Soy egresada en la Universidad Nacional de Quilmes. Casi al final
de mi carrera me incorporo como investigadora en dos programas de
investigación: Discursos, prácticas e instituciones educativas, dirigi-
do por Ricardo Baquero y Problemática del cuidado, metamorfosis
socioculturales y producción de subjetividades en los espacios cultu-
rales contemporáneos, dirigido por Cristina Chardón. Casi al mismo
tiempo me encuentro con las narrativas de experiencias pedagógi-
cas de la mano de Cecilia Tanoni en un seminario coordinado por
ella junto a Gabriel. Un antes y después en mi vida académica. Como
consecuencia de ello, soy parte del colectivo “Narrativas al Sur” de
la Red de Formación Docente y Narrativas Pedagógicas. Durante dos
años consecutivos (2017-2018) obtuve dos becas en docencia e in-
vestigación. En el marco de mi investigación coordine dos Talleres
de documentación narrativa de experiencias pedagógicas. Ambos
talleres se desarrollaron en la UNQUI durante los meses de octubre,
noviembre y diciembre de 2017 y 2018. Se llevaron a cabo siete
encuentros de tres horas. Los mismos eran quincenales. La convoca-
toria estaba dirigida a la comunidad universitaria. La propuesta y la
invitación de escritura giraron en torno a “rastrear” las palabras que

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narradorxs

contasen cómo es “estar” en la universidad, cuales son los modos


de construir una ciudadanía crítica y comprometida, qué lugar se le
da al “Otro”.
La propuesta fue que pudieran salirse de sí mismos, quitarse las
andaduras, correrse de la modorra (Skliar, 2016) para tomar la pa-
labra para decir. Las consignas de escritura que nos pusieron a con-
versar, a decir, escribir, y comentar lo escrito fueron durante el primer
taller: “¿Cómo llegué hasta aquí?”; Cuando llegué a la Universidad y
vi a esos extraños, a los otros ¿qué le pasó al cuerpo, a la mirada, al
ánimo en ese día? ¿Quiénes fueron los otros, objeto de mi extrañe-
za? ¿Por qué ese otro me fue un extraño? Y ¿qué le pasa al cuerpo
cuando el que está al lado, delante o enfrente mío son los adultos
mayores que participan en el programa PUNQAM? ¿Qué sensacio-
nes, creencias y sentimientos me atraviesan? Al inicio de los talleres
nos acompañó el grupo de jubilados que también forma parte de
nuestra red. Escuchamos sus relatos e intercambiamos reflexiones.
Necesitamos palabras, pensamientos, relatos para abrirnos a la
posibilidad de la experiencia, para aprender a silenciar el palabre-
río que se interpone entre el otro y yo. Necesitamos palabras para
conectarnos desde lo más íntimo con nosotros mismo y con el otro.
Necesitamos palabras que resuenen, que nos den la posibilidad de
explorar-nos, sentir- nos, palabras que recuperen el silencio, que nos
prepare para lo imprevisto, para la escucha. (Contreras Domingo,
2016).
Las palabras que hicieron experiencia, que encontraron su eco,
fueron acogidas en el decir de quienes participaron en los talleres.
Esos decires dijeron:
“Cuando vine por primera vez a la Universidad, fue como conocer
un mundo que yo no sabía que existía”. (Lorena O)
“Asisto a un proyecto de extensión de radio “uniendo voces” la
mayor parte de asistentes son mayores (jubilados) (…) me sentí rara
y por un momento pensé que me había equivocado de salón (…) lle-
gué a pensar que ellos estaban en el lugar equivocado, pero cuánto
me gustaría que en mi país existiera este mismo vínculo de inclu-
sión”. (Estudiante colombiana)

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Ateneo de docentes
narradorxs

“Esta perspectiva ha cambiado un poco, cuando comparto con


ellos (Adultos mayores jubilados) en un salón de clase (…) el profesor
empieza a generar un ambiente totalmente igual que con cualquier
tipo de estudiante y es allí cuando caigo en cuenta que aquí nadie
está en el lugar equivocado”. (Estudiante venezolana)
“Reconozco cuán valioso es tener la oportunidad de compartir y
relacionarme con tantas personas (adultos mayores jubilados) que
parecen tener un sin números de experiencias (…) es interesante y
enriquecedor las posturas que toman (…) al parecer el conocimiento
es infinito y gracias a ellos lo he comprendido”. (Estudiante).
“En cuanto a los mayores dentro de la universidad recuerdo haber
cursado la materia didáctica con una compañera que era maestra
jubilada. Mi primera impresión fue de rareza, y me pregunté: ¿para
qué querrá cursar la licenciatura? Y después pensé ¡Qué ganas de
querer estudiar después de tantos años! (…) Más adelante entendí
que estudiar no es una cuestión de edad sino un proceso de transfor-
mación individual y colectiva, una alimentación y retroalimentación
de conocimientos que fluye dentro de la universidad, en las aulas, en
los pasillos, en los centros de estudiantes...” (Estudiante)
“…cuando vi a los adultos ingresar al aula, tomar nota y comenzar
sus clases. ¡Cuánto entusiasmo! ¡Cuánta sabiduría poseen! Durante
las clases que comparto con ellos los observo, los escucho, creo que
tienen más por decir que solo lo que dicen sus palabras. La sabiduría
que poseen, el entusiasmo, las ganas de concretar sus sueños, la
experiencia académica, profesional y personal que tienen hacen que
la experiencia en la universidad sea más agradable, porque siempre
encontrás en ellos referentes, compañeros, aliados, buenos colegas
que tienden su mano para colaborar y ayudarte. Los adultos mayores
son el diamante de la facultad…” (Estudiante)
Los momentos de escritura y re escritura sucesivas encontraron
en la lectura de su par otras palabras, otros decires, palabras no
dichas, abrieron nuevas miradas y nuevos pensamientos. En la escri-
tura “hay” dice Carlos Slkiar (2016) un destinatario sin destino, hay
una morada, hay hospitalidad, hay encuentro.
En estos talleres hubo encuentro y reencuentro con lo olvidado,
con lo invisibilizado, con aquello que no se nombraba, con lo impen-

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Ateneo de docentes
narradorxs

sado “El Adulto mayor jubilado transitando, habitando y ocupando


la Universidad en ejercicio pleno de su derecho como ciudadano/a.
Unos/as sujetos/as que están transitando una vejez activa, que se
hace presente y no da lugar para el no reconocimiento”.
Este mismo dispositivo me vuelve a encontrar coordinado nueva-
mente talleres de documentación narrativa en la misma universidad
al año siguiente (2018). Esta vez el tema que nos convocaba era otro.
Se cumplía un nuevo aniversario de la reforma universitaria. Inmer-
sos en un contexto social, político y económico complejo, signado por
el avance atroz de políticas neoliberales, pérdida de derechos adqui-
ridos, gobernantes que hablan de “Caer” en la escuela pública y que
lo “pobres” no tienen derecho a acceder a la educación superior y/o
universitaria por ser pobres. Contexto en el que las escuelas vuelan
por el aire por falta de inversión y porque la educación es un “gasto”.
Por todo ello, la conversación en estos talleres se sostuvo alrededor
de pensar el derecho a la educación como un derecho humano.
En palabras de Cullen (2013), que la educación sea un derecho
humano obliga al poder político y social a garantizar la igualdad de
oportunidades para todos/as sin condicionamiento alguno. Ni por el
progreso excluyente del mercado globalizado, ni por la homogenei-
zación de la cultura actual. La educación es una práctica social, una
interacción, el resultado de la experiencia y de la acción. “La educa-
ción es el lugar de la relación, del encuentro con el otro” (Larrosa,
2016:9)
El encuentro, esta vez nos encontró diciendo y hablando, sobre
el derecho a la educación superior y/o universitaria. La palabra en
voz alta dijo:
“…Las puertas de esta casa de estudios superiores que hoy se
abren ante mí y que me acoge como un segundo hogar, estaban
cerradas para mis padres en aquel momento, así como para toda la
generación trabajadora de la época…” (Estudiante).
“…Poder pensar en el Derecho a la educación desde una pers-
pectiva Universal, que perfeccione nuestra humanidad, no torcería el
derecho. Por el contrario ese derecho a la educación ha sido vulne-
rado, obrando desde un lugar no neutral, movido por intereses eco-
nómicos, políticos y también por clasismo que empañan el brillo de

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Ateneo de docentes
narradorxs

la educación, haciendo que muchos no logren valorarla; no estimen


su importancia, no sientan su necesidad; eso también es vanidad…”
(Estudiante)
“..Asumo una actitud política comprometida, soy una ciudadana
argentina que ama la educación, soy maestra y amo lo que hago
pero sé que no me puedo quedar de brazos cruzados cuando se
cierran carreras, cuando se vulnera derechos de los trabajadores,
cuando se siente en el pecho dolor por muertes absurdas como las
de Sandra Y Rubén1 ; como las de Santiago2 , como las de Nahuel...
no, no puedo ser indiferente, no. La educación me enseñó a pensar
y a sentir; saber que un derecho y una obligación son valores dignos
de ser conservados, dignos de ser cuidados…” (Docente - directora
de un jardín de infante).
“con cada cohorte de estudiantes me veo a mí misma, muchos de
ellos también estudian para ser la primera generación de universita-
rios en su familia, continúo afirmando que el derecho a la educación
es un derecho humano y que las y los docentes tenemos la respon-
sabilidad de acompañar sus trayectorias educativas universitarias
para posibilitar su acceso, permanencia y egreso en la disciplina que
eligen transitar…” (Estudiante de la UNAJ)
“…Hace tiempo que la educación viene siendo captada por el
mercado, especialmente bajo los gobiernos neoliberales donde para
esta concepción, el Estado debe ser neutral, por ende, no debe in-
tervenir en la vida de las personas, aumentando de esta manera la
brecha entre los que más posibilidades tienen y los menos afortu-
nados del sistema. Este posicionamiento ético y político de pensar
[1] Sandra y Rubén eran trabajadores de una la educación, bajo el discurso de “calidad educativa”, esconde en
escuela de Moreno, ciudad del Gran Buenos Aires.
Sandra era la vice directora y Rubén, auxiliar de la realidad una política preverse de genera excluidos de la “sociedad
escuela primaria N° 49 de de Moreno. Al ingresar a del conocimiento”. (Egresada de la UNQUI)
la escuela 7:20 hs se produce una explosión a cau-
sa de una pérdida de gas. Esto ocasionó la muerte “Es una lucha interna, que no deja de ser social, y tiene que ver
inmediata de ellos.
[2] Santiago Maldonado desapareció el 1 de
con romper la desigualdad que subyace y que ella misma encarna
agosto, tras la violenta represión de Gendarmería en sus dichos de “que nadie que nace en la pobreza en la Argentina
en la Lof en resistencia Cushamen, Chubut. Estuvo
desaparecido 78 días. Su cuerpo sin vida fue
llega a la Universidad”. Qué es lo mismo que decir “que nadie que
encontrado el 17 de octubre en el Río Chubut, 400 nace pito llega a ser corneta” o peor “si sos pobre ‘morite’ porque
metros río arriba de donde fue visto por última vez.
Información disponible en
nunca vas a llegar a nada”. Los que la remamos de abajo sabemos
http://www.santiagomaldonado.com/ que la meritocracia lleva ropa que nunca podremos alcanzar, vestir y

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narradorxs

menos pagar, y que por tanto la única que nos queda es “bancar los
trapos”. Por eso muchos, muchas y muches, salimos a defender la
bandera de la educación”. (Egresada de la UNQUI)
En palabras de Jorge Larrosa, la experiencia es “eso que me
pasa”, supone un acontecimiento de algo que pasa y que no soy yo,
no depende de mí, no es resultado de mis palabras, ni de mis ideas,
es otra cosa que no soy yo. La experiencia es “eso que me pasa” que
pasa “en mí”. Es un pasaje el paso de lo exterior. La experiencia es
una relación, lo importante no es el texto sino la relación que entablo
con ese texto, no es la lectura sino la relación que entablo con esa
lectura.
En los encuentros, la escritura ensayó maneras de decir, pero lo
más importante fue que ese decir pasó por el cuerpo, atravesó los
sentimientos y transformó las ideas. La lectura hizo lo suyo, alzó su
voz para discutir, para pensar en alto, para poner en duda dejando
las sospechas suspendidas en tiempo. La lectura enriqueció la mira-
da, amplió el mundo. La lectura “nos pasó”.
Durante los talleres la hospitalidad entró y nos acompañó duran-
te todo el proceso. El yo, tú, él o ella se trasformaron en un “noso-
tros”. El lugar, acompañado de mate, té o café, algunos caramelos y
galletitas nos facilitó un clima cálido, la acogida del Otro fue el motor
del intercambio. La irrupción del Otro, la escritura derrotada que sale
a la luz para ser dicha, significaron y colmaron de sentido cada letra
escrita, cada letra leída, cada letra compartida.

Bibliografía
Cullen, C. (2013).
Perfiles éticos-políticos de la educación.
Buenos Aires: Paidós.
Skliar, C. (2016).
La educación (que es) del otro. Argumentos y
desierto de argumentos pedagógicos.
Buenos Aires: Noveduc.
Skliar C. y Larrosa J. (2016).
Experiencia y alteridad en educación.
Rosario: Homo sapiens.
Skliar, C. (2018).
Pedagogías de las diferencias.
Buenos Aires: Noveduc.

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El cuerpo ¿Qué leemos este año?


Claudia Sciutto ¿Cambiamos alguna obra o dejamos las del año pasado?
Nodo Narrativas al Sur
Reflexión grupal o solitaria que se reitera. ¡¡¡Hay tanto para leer!!!
¿Qué buscamos al acercar un texto?
Que el escalofrío no sea consecuencia climática. Que provoque
alguna emoción. Que componga imágenes nuevas o que recree las
conocidas. Que genere identificación y desahogo. Que enoje hasta la
indignación. O que haga ilusionar, soñar, enamorarse. Que despierte
curiosidad sobre otros lugares y tiempos. Que haga cambiar prejuicio
por comprensión. Que despierte algún debate… ¡¡que pase algo, por
favor!!
Algunas cosas, con el tiempo van quedando claras: leemos en
clase, con los y las estudiantes. No me perdería por nada lo que sur-
ge de esas lecturas colectivas o silenciosas. No adhiero a la “com-
probación de lectura”. Porque no entiendo qué pasa después de
comprobar. Si el grupo se lanza solo, de acuerdo, cuando nos vemos
lo charlamos.
Más tarde a eso le ponemos música de fondo, lo analizamos a
la luz de alguna teoría. Hacemos que los textos dialoguen o que se
peleen entre sí. La cuestión es movilizar conciencias o molestar quie-
tudes.
Y claro, me tiene que gustar a mí también. De lo contrario, no sé
si podría generar algún movimiento. A veces, alguien me sorprende
con una obra, una canción, una película, una historia conocida. Más
o menos así es la cosa. Pero cuando está arrancando el año, indefec-
tiblemente resurgen esas preguntas del principio.
Una vez, en la que no me tocó elegir. En esos períodos de suplen-
cias, alguien ya se había hecho las preguntas y había elegido una
obra de teatro que me habían hecho leer en mi secundaria: La dama
del alba, de Alejandro Casona. Me resultó grato. Me había gustado
cuando alumna, allá por los 80, en la escuela de monjas. El misterio
de la muerte, el esbozo de una historia de amor, la intriga develada
hacia el final, la sorpresa…
La historia transcurre en un ambiente rural y pueblerino, en Astu-

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rias, España, en la década de 1940 aproximadamente. Una familia


incompleta, un yerno viudo a los tres días de casarse con la hija
mayor de la casa, un padre del que no se habla, un abuelo triste, y
principalmente, una madre. Así llama Casona al personaje “Madre”.
Creo que cualquier nombre podría haber opacado su rol en la trama.
La cuestión es que esa mujer carga con un enorme dolor, que excede
a la pérdida de su hija. La muchacha se había ahogado en el río y su
cuerpo nunca había sido encontrado. Así estaba la angustia familiar
después de cuatro años. La consecuencias, una mujer encerrada,
niños que no iban ni a la escuela porque debían cruzar el río para
llegar, y el tiempo detenido en la habitación intacta de la joven fa-
llecida. Y bueno, los que leyeron la obra sabrán que ese cuadro se
ve alterado por la llegada de la mismísima Muerte, encarnada en la
dama del alba, que es la Peregrina, una mujer que aparece una no-
che y que desencadena un giro inesperado en la historia.
Casona utiliza sus recurrentes intentos de esperanzar a los lec-
tores. Le otorga belleza y desazón a la muerte personificada, la hace
reír, sentir y amigarse con el abuelo que la reconoce. Poco a poco
vamos descubriendo quién es y por qué visita a la familia. Y lo más
importante, que Angélica, aquella hija mayor, no estaba muerta. Ha-
bía cometido un “pecado”: había huido con otro hombre tres días
después de la boda. Había reunido todo su coraje y abandonado no
solamente a su cónyuge, sino también su rol en esa familia, el de
hija, hermana mayor y mujer “decente y buena”. Esa sería la firma de
su condena cuando quiso regresar, frustrada y abandonada, cuatro
años después. Y sería la propia Muerte, la Peregrina, quien le “expli-
caría” su único destino posible: dejarse llevar por ella como única
posibilidad de recuperar el honor perdido y exorcizarse, ser de nuevo
esa chica angelical, cuyo cadáver había sido perdonado por el agua
y por tiempo. De hecho la obra termina así, con un pueblo interpre-
tando un milagro: una santa que reaparecía más santa que nunca.
Casona remarcaba así, quizás sin proponérselo, los preceptos socia-
les y el único lugar para la mujer que pretendiera el respeto de su
lugar y de su época.
El descubrir esa trampa tantos años después, como profesora de
Literatura, fue movilizador pero jamás hubiera sido posible sin una
perspectiva de género nueva y liberadora. Espontáneamente comen-

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narradorxs

cé a contarles a mis estudiantes cómo habíamos dejado pasar esa


lectura, treinta años atrás. Creo que pensábamos que Angélica no
merecía la salvación. Después de todo era una adúltera y su hombre
había encontrado una reemplazante pura (Casona propuso una nue-
va historia de amor para el falso viudo, una que encuadraba mejor
dentro de los moldes didácticos de su pluma). Ciertamente teníamos
pocos elementos para verlo. Y simplemente comencé a habilitar ese
debate entre mis alumnxs. Confieso que lo descubrí releyéndola con
ellxs. En adelante, en otros cursos y en otros ciclos lectivos, las lec-
turas seguirían multiplicándose…Y siempre a instancias del vínculo
con nuestrxs estudiantes, del que nosotrxs, lxs profesorxs, nos nutri-
mos en las aulas.
En uno de esos cursos, un año, me encontré hablando con mis
alumnos acerca de la tremenda situación de perder a un ser querido
sin saber qué pasó ciertamente con él. De repente, la “madre” de la
obra se mimetizó, se hermanó en la angustia con otras madres de
hijxs desaparecidxs. Se impuso la conexión con la lucha de las Ma-
dres de Plaza de Mayo. No era una lucha extraña para mis alumnxs.
Ya lo habíamos tratado a comienzos de año, cuando habíamos leído
obras literarias contextualizadas por la última dictadura. Ahora, la
madre de Angélica, marchaba por su casa asturiana, exigiendo saber
cómo habían sido los últimos momentos de Angélica. Ahora, el cuer-
po por el que reclamaba (en su caso, quizás a Dios), nos lo imaginá-
bamos en coordenadas cercanas a las de nuestros desaparecidos.
Esos momentos en las aulas, cuando descubrimos nuevas lecturas
con nuestros alumnxs, son de una magnitud increíble. Se incorporan
para siempre en nuestras prácticas y pasan a formar parte de las
miradas que nos animamos a ofrecer en otros grupos, en otros años.
Son algo así como un sismo en nuestro entendimiento que marca el
terreno de los diálogos posibles.
Y en octubre de 2017, el terreno volvió a temblar.
— Profe, ¿Vio que apareció el cuerpo de Santiago?
— No se sabe si es el cuerpo de Santiago Maldonado — escuché
también.
Y seguí escuchando. Lxs chicxs de segundo año analizaban las
posibilidades de que el hallazgo de un cuerpo en el río Chubut, pu-

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diera terminar con la búsqueda del joven desaparecido hacía tres


meses durante un operativo de represión de la Gendarmería Nacio-
nal, en una manifestación mapuche por el reclamo de sus derechos
sobre la tierra. Una desaparición forzada. Un caso de violencia ins-
titucional que movilizó a gran parte de la sociedad argentina. Que
volvió a rescatar de la memoria colectiva la necesidad de defender
derechos y vidas. Que interpeló las prácticas escolares. Que abrió el
debate sobre su tratamiento o no en las aulas…mientras de hecho,
ocupaba espacios y tiempos escolares.
Y otra vez un cuerpo hablaría. Otra vez la literatura no alcanzaba
y la realidad la superaba.
Escena desbordante de significaciones. Sismos y cuerpos. Las
coordenadas de las búsquedas y posibles verdades ocultas, todo, en
una simple clase de Prácticas del Lenguaje.
Y justamente esa escena que ocupó la primera hora de las dos
de la clase del día, precedería a otra, de lectura en conjunto. Porque
increíblemente ese día teníamos que terminar de leer “La dama del
alba”. Ese día, Angélica aparecía... santa y respetada por el tiempo
y por el agua. Nosotxs sabíamos que no era así. Contemplábamos a
ese pueblo, confundido por la Muerte, vivando su milagro…
Al día siguiente, las noticias y una autopsia confirmaron que el
cuerpo hallado era el de Santiago Maldonado. Esa fue la única certe-
za. Y se instalaron otras búsquedas…

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Un metarrelato a Una serie de acontecimientos fortuitos han dado lugar a esta his-
dos voces escrito toria de alumnxs y maestrxs, que en primer lugar reviste interés para
sus protagonistas pero al mismo tiempo puede ser material útil para
a cuatro manos la investigación en el campo educativo.
Virginia González y Silvia Sunsi Por coincidencias inesperadas, los vínculos creados a partir de la
Nodo Narrativas al Sur documentación narrativa originaron esta historia, y al mismo tiempo
se convierten en eje de escritura del presente trabajo. Somos dos do-
centes del Nodo Narrativas al Sur, que integra la Red de Formación
Docente y Narrativas Pedagógicas de la Facultad de Filosofía y Letras
de la UBA y hemos decidido iniciar un epistolario que desempolvan-
do nuestra memoria pedagógica nos permita traer al presente nues-
tras experiencias escolares enlazadas por la condición de alumnx y
maestrx. Sin serlo la una de la otra, nuestras vivencias desde esos
lugares tienen un fuerte presente de reencuentros con compañerxs,
maestrxs, y alumnxs siendo el motor que impulsa este contrapunto a
dos voces o a cuatro manos como lo estamos nombrando.
Así como los relatos se echan a rodar y nunca se sabe bien qué
recorridos realizan, la finalidad de este escrito se le asemeja bastan-
te. Los relatos que conforman este corpus, son material de análisis
que refieren a distintos momentos de encuentro entre las autoras
y sus memorias. Así se comienza a abrir un camino en ese sentido.
Con ciertas ideas anticipatorias, pero al mismo tiempo dando lugar
a su fluir, se inicia una búsqueda en la relectura de los textos, que
intentando aclarar sentidos y construir significado, permita elaborar
reflexiones como parte de un proceso de investigación acción.
Este escrito hace referencia a los relatos que ambas autoras es-
cribimos pensándonos como sus destinatarias con la intención que
nos provoquen nuevas escrituras y que sean fuente de inspiración
para reconstruir nuestras respectivas biografías profesionales. Tal
vez lo logremos, por lo pronto los relatos que componen esta presen-
tación corresponden a nuestros respectivos encuentros con otros
personajes de las historias que contamos.
Son dos textos que se presentan ordenados cronológicamente
por el tiempo en que fueron escritos y es en este trabajo que por pri-
mera vez se encuentran. Con el estilo propio de cada autora, el con-
trapunto en esta presentación, adopta la forma de una invitación al

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lector a leerlas y a un despertar de sus vivencias escolares como les


surjan. Por decisión, no hemos querido hacer jugar los textos entre sí
a través de recortes de párrafos y hemos optado por su presentación
completa a riesgo que la extensión conspire contra su lectura. Aun-
que, como se anticipó, nuestro íntimo propósito es dedicarle tiempo
de relecturas y reflexiones que nutran nuestro acervo pedagógico.
Cada relato contiene interrogantes que han quedado abiertos a la
espera de respuestas. En ellos está la punta a desovillar.
Inicia el relato de Virginia…
La seño Susana y los de primerito
Querida Silvia, doy vueltas y vueltas para empezar a narrar
esta experiencia a dos voces que nos une, y nos atraviesa el
alma.
En uno de nuestros encuentros del Nodo Sur más exacta-
mente, de Narrativas al Sur, escucho a Silvia muy movilizada co-
mentar que después de treinta y cinco años va a encontrarse
con sus ex alumnos de 4to grado quienes la contactaron. Inme-
diatamente vienen a mi memoria las vivencias de reuniones que
tenemos hace más de siete años con Susana, mi maestra de
primero, segundo y tercer grado, la seño, como le decimos hasta
ahora.
Nuestras reuniones se hacen en la casa de David y Claudia,
mis compañeros, que en uno de estos primeros encuentros reci-
bieron un flechazo de Cupido.
Todos los fines de año, ellos abren sus puertas para recibir-
nos: hay una mesa muy larga y paqueta que prepara Claudia
cuidadosamente; David se encarga de la parrilla; a veces los chi-
cos llegan más temprano con la excusa de ayudar al parrillero,
quien ya tiene preparada una rica picada. Carlitos creo que es el
primero, después llegan Juan Carlos y Marcelo que además es
nuestro héroe de Malvinas, se suma Roberto, y es así como de
a poco vamos llegando también las chicas. Esperamos con an-
siedad que haga su aparición nuestra seño Su, en todas y cada
una de nuestras reuniones del grupo de primerito; es así como
nos bautizamos. Suele ser común sentir en el aire, el aroma de la

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emoción mezclada con la alegría que despierta en cada uno de


nosotros ese niñx que tenemos dentro, es entonces que se hace
presente, en los recuerdos que traemos, del cuaderno rojo que la
seño nos forraba con un papel afelpado que parecía de terciope-
lo y le dibujaba en una esquina la vaquita de San Antonio, de los
actos escolares en los que participábamos con gimnasia rítmica
con pelotas, otros con manubrios. También representamos las
canciones de María Elena Walsh “La vaca estudiosa” y “El brujito
de Gulubú”. La magia se producía cuando sacaba del armario de
madera una marioneta de un negrito que nos contaba historias.
Yo no me olvido de tercero cuando bailé representando al grado,
una danza clásica con un tutú blanco que me hizo mi mamá.
Tenía una estrella plateada bordada toda con lentejuelas en el
canesú de raso y la pollerita de tul. Bailé, en ese imponente sa-
lón de actos del colegio de hermanas.
También recuerdo cómo me gustaban los debates que ha-
cíamos por equipo sobre el homosapiens; la técnica apuntaba a
la apropiación de saberes, a interactuar respetuosamente entre
pares, a formular preguntas y fundamentar las respuestas.
Actualmente me sorprendo aplicando en mis clases esa téc-
nica de dinámica de grupo no aprendida en ningún libro precisa-
mente, sino en mis primeras épocas escolares disfrutando lo lú-
dico que ella traía. Hoy me divierto tanto con mis alumnas como
entonces, ya desde mi rol de formadora de formadores, tratando
de transmitir que no hay sólo una única forma de dar cuenta de
lo aprendido, valorando lo vivencial y la alegría, muchas veces
ausente en aulas.
Susana dividía el salón por la mitad, y decía: “equipo uno,
equipo dos, va un punto por cada respuesta correcta”; se daba
comienzo entonces a la puesta en escena de los saberes apren-
didos.
Tantos momentos gratos, divertidos, que sin duda he disfru-
tado, pasan como una cinta de película ante mí y me llevan al
reencuentro de esa niña pequeña que alguna vez fui.
La seño Su ríe con cada recuerdo que traemos y apor-
ta detalles; cantamos canciones infantiles y las grabamos por

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WhatsApp para los ausentes, como Alejandra que vive en Cór-


doba, pero que está pendiente de nuestros encuentros, ella
nos pide fotos, que nunca faltan, hasta nos hemos sacado fo-
tos sentados en la falda de nuestra seño, como cuando éramos
chiquitxs.
Solíamos ir al salón de actos, convocadxs por distintos acon-
tecimientos, como ir a misa, asistir a algún acto escolar, o mirar
alguna película. En esas ocasiones especiales, la seño, alzaba a
alguno de nosotros en su regazo. Un día, en una de estas, nues-
tras reuniones actuales, a Celia se le ocurrió reclamarle a Su-
sana, que a ella no la había alzado tanto, fue así como propuso
reparar el hecho sentándose con sus cincuenta y pico en la falda
de la seño y sacarse una foto, después muertos de risa continua-
mos los presentes haciendo lo mismo.
Ahora solemos escuchar muy atentos a Susana cuando nos
cuenta anécdotas de sus viajes por el mundo. Por momentos pa-
reciera que el tiempo se detuviera y que no somos estos adultos
reales; nos sorprendemos como esos niños y niñas de primerito
absortos, cautivados por la magia de su voz, de sus gestos, de su
forma de narrar.
Nuestra seño Su, fue un modelo a seguir para muchas de
nosotras que elegimos ser docentes, es de esas “Maestras” que
dejan huellas, marcas, que saben miran a los ojos y potencia a
quien es mirado ¿será por eso que la amamos tanto?
Continúa relato de Silvia… (Escrito a días de producido el primer
encuentro con sus ex alumnos)
¿Qué pasa con el tiempo?
Sí, el tiempo pasa y en tanto el título puede ayudarme a hilva-
nar ideas y revivir sensaciones apelando a mi memoria también
puede dejarme atrapada y vacía de recuerdos impidiéndome la
movilización y re- significación de acontecimientos que marcaron
mi vida. Estoy atenta y me esfuerzo por iniciar este breve escri-
to elegido con premeditación a costa de cualquier fatiga. Flujo
y quietud es lo que empiezo a sentir mientras voy escribiendo
esperando encontrar atajos, huecos y ventanas abiertas en mi
memoria que me permitan no perder las palabras precisas para

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Ateneo de docentes
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comunicar esos sucesos que quiero contar(me).


El tiempo es el protagonista de esta historia aunque no tengo
muy claro en qué pienso cuando aludo al tiempo. Hay un tiempo
que marcan los relojes pero aún detenidos, el tiempo sigue co-
rriendo y se hace presente en mi cansancio, en mis canas, en
mis arrugas, en mi artrosis y en la vista que se va perdiendo sin
embargo hay una dimensión subjetiva del tiempo que como en el
país de Alicia, me mueve a combinar como en una paleta de pin-
tor hechos y sucesos pasados, con la frescura de este presente
haciéndome sentir joven.
Ocurrió hace muy poco y se trató de un encuentro. Desde que
recibí la invitación hasta el día acordado armé un plan de traba-
jo con tareas que fui cumpliendo mientras imaginaba posibles
escenarios.
Hasta último momento tenía todo organizado para ir en auto
pero un temblor incontrolable se apoderó de mi cuerpo y sensa-
tamente opté por un remis. Desde que me acomodé en el asiento
trasero soné verborrágica y el chofer fue partícipe de mi ansie-
dad durante todo el trayecto. Las palabras me dominaban y sa-
lían con tal celeridad que no daban tiempo al pobre hombre a
preguntar nada; sólo aportaba algún bocado: “ajá”, “mire usted”,
“¡qué bien!”. Llegamos a la dirección y mi pulso cardíaco lo sentía
muy acelerado. Me deseó suerte, le pagué el viaje, y apelando
al celular avisé que había llegado. Y allí a la vera del auto del
que descendía con lentitud como queriendo detener el tiempo,
aparecieron a auxiliarme dos mujeres jóvenes… hermosas ellas,
con amplias sonrisas que iluminaban la noche. Eran dos de mis
queridas niñas –alumnas del pasado a quienes me ataba un hilo
temporal que nunca se había cortado y del que colgaban papeli-
tos lisos y coloridos como banderines o estandartes de una pro-
clama de amistad perdurable. Los cuerpos chocaron en fuertes
abrazos y las mejillas se humedecieron de efusivos besos. Espe-
raba sorpresas, emociones fuertes, tan fuertes como la tormen-
ta que se desataría ese sábado por la madrugada. Anticipada-
mente yo la registraba muy dentro mío.
La casa cálida y cordial nos albergaría en esa noche mágica;

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laberíntica como los acontecimientos que sucederían, descono-


cida en su geografía pero conocida en su habitar. Mis piernas
temblaban, no sé cómo pude subir las escaleras por las que mis
anfitrionas me conducían. Quería avanzar y retroceder, quería lle-
gar y fugarme. Me debatía en ese tiempo de veinte escalones en
traspasar la delgada línea, en sujetarme firmemente al fino y fir-
me hilo temporal al que he estado emocionalmente atada desde
hace treinta y seis años. Había llegado el tiempo del reencuentro
con el pasado hecho presente, con los chicos y las chicas del “C”
como les ha gustado autodenominarse, recordando la letra con
la que se los agrupó en cuarto y quinto grado de primaria de la
escuela 16 de Villa Domínico.
Atravesando ambientes de la casa que veía sin mirar, pasaba
entre objetos, muebles, prendas, artefactos que ocupaban el es-
pacio habitable, y yo seguía a las chicas con confianza absoluta:
perdida pero segura. Recuerdo haber visto algunos instrumentos
musicales y preguntado por ellos para descubrir luego la voca-
ción artística de sus propietarixs.
El cielo nocturno era el techo de una amplia terraza en la
que estaba el resto de lxs invitadxs que a nuestra llegada cam-
biaron la conversación por más abrazos cariñosos y ruidosos be-
sos. Eran hombres y mujeres con facciones adultas pero para
mi asombro se presentaban con la misma sonrisa infantil que
recordaba, con la misma mirada de entonces, con la palabra “se-
ñorita” que les había quedado grabada en los labios. Y fue en
ese instante, al recordar cada nombre, cada expresión, que cer-
tifiqué que el hilo emocional no lo había tejido sola; lo habíamos
hecho posible ellas, ellos y yo.
Sí, lo que siguió ocurriendo esa noche fue en sus palabras,
algo “mágico”, “inolvidable” le agregaría movilizante. Surgieron
anécdotas, tantos recuerdos colectivos que arrancaron risas y
asombro; se comió poco, casi nada, porque las gargantas recla-
maban humedad que alivianara la sequedad de la charla; hubo
amagos reiterados de ir por empanadas pero nadie quería sa-
lir, nadie quería perderse los momentos. Hubo música y de la
buena, amateur y profesional; hubo baile y del mejor género, del

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y narrativas pedagógicas

77
Ateneo de docentes
narradorxs

nuestro, del orillero, del melancólico… del tanguero.


Qué nos ha dejado este tiempo que pasó, a ellxs, a mí. Un
misterio que iremos develando juntos porque ha quedado mucha
tela por cortar, mucha tinta en el tintero, aunque hubo momentos
que asemejaban una sesión de terapia grupal por la intimidad de
algunos relatos. La confianza y el respeto eran compañeros de
las palabras pronunciadas y las vidas aparecían en apretadas
síntesis: los hijos, las parejas, las profesiones, los trabajos y la
vida, siempre la vida. Fuimos comunidad, la del “C”, la que se dio
identidad, la que nació por obligación escolarizada hace déca-
das atrás y se autoconvocó por deseo en el presente. Claro que
el tiempo pasa, pero las enseñanzas quedan y cuando el amor
las acompaña, más tarde o más temprano descubrimos que se
convierten en aprendizaje de vida.

Algunas reflexiones para desovillar


“…Como sabemos, la práctica de la escritura
implica necesariamente reflexión.”
(Barthes, 1994)

Virginia aporta… La narrativa pedagógica me invita a pensar y


re pensar por escrito sobre mi práctica; me lleva a otros tiempos, a
mi infancia, a mi época de alumna, me invita a revivir experiencias
de mi vida, de mi mundo, reinventarlas y en paralelo me trae a un
“aquí y ahora” como formadora de formadores; me permite rastrear
en la experiencia de alumna y docente encontrando similitudes y di-
ferencias en los propósitos de esas prácticas pedagógicas, en don-
de reconstruyo sentidos que me conectan con emociones, saberes
aprendidos, los que reactualizo desde otro tiempo, otra edad, otro
rol; los vuelvo a nombrar, para crear junto con otros, para formarme
junto con otros, permitiendo que un nuevo texto colectivo nazca.
Silvia añade… La escritura ha puesto en movimiento textos que
dan cuenta de algunas formas y criterios con los que hemos recorri-
do sendos caminos, en este caso un devenir existencial con aspira-
ciones de tornarse investigativo. Los relatos han fluido no sólo como
ejercicio de escritura sino como expresiones de reconocimiento del

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y narrativas pedagógicas

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Ateneo de docentes
narradorxs

sí mismo personal y profesional de cada una y en tal sentido como


ejercicio de re-construcción de nuestra subjetividad docente. Al expo-
ner nuestra propia individualidad podemos reconocer coincidencias
en relación a la dimensión emocional como componente esencial
de la relación pedagógica: la valoración mutua de quien enseña y
quien aprende acompañando(se) en los procesos vinculados al co-
nocimiento; la permanencia y resignificación temporal de los lazos
afectivos construidos y ciertos rasgos de identidad profesional que
irrumpen dando cuenta de un modo innovador de hacer escuela.
Desde Virginia, su recuerdo, su imaginación creadora cargada de
niñez y de pronto la estrategia docente para enseñar. Un salto en el
tiempo que le duró apenas unos segundos para asociar y disparar
recursos para agradar, entusiasmar, generar deseo.
Desde Silvia, una auto invitación a seguir siendo una caminante
de sueños, disparadora de saetas, jugadora de varios tiempos, tan-
tos como sus años y por sobre todo amante de la vida que se expone
con fuerza en cada acto de enseñanza.

Bibliografía
Alliaud, A. (2005)
“La biografía escolar en el desempeño profesional
de docentes noveles. Proceso y resultados de un
trabajo de investigación”, en: Revista del Instituto
de Investigaciones en Ciencias de la Educación.
Año XIII, N° 23.
Caporossi, A. (2009).
“La narrativa como dispositivo para la construc-
ción del conocimiento profesional de las prácticas
docentes”, en: Sanjurjo, L. (comp). Los dispositivos
para la formación en las prácticas profesionales.
Buenos Aires: Homo Sapiens.

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y narrativas pedagógicas

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Ateneo de docentes
narradorxs

Relatos del Estos textos que construimos en el Nodo San Fernando|Norte


Nodo San nos hablan:

Fernando|Norte de caminos y de rumbos,


de trayectorias y de experiencias,
Por Mónica Landolfi
Integrante del Nodo de relatos en la escuela y de momentos vividos en el aula,
de ganas de compartir experiencias,
de deseos de escuchar y de escucharnos,
en fin, del desafío de construir en colectivo
sentires y saberes para seguir andando.

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y narrativas pedagógicas

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Ateneo de docentes
narradorxs

La Justificación Que los adultos estudian sentados en la mesa, es cierto, que lo


Dalia Falcón hacen entre papeles, lapiceras, carpetas, termo, mate y galletas,
Nodo San Fernando | Norte
también. En este grupo, tres mamás traen a sus niños (lo que a ve-
ces dificulta la tarea de enseñar porque salen, entran, gritan, corren,
o todo junto al mismo tiempo).
Estaba tomando lista, y entre el presente y el “no vino”, algunos
preguntaban si me entregaban la tarea, mientras que otros, desde
lejos, a voz alta, se disculpaban de antemano porque debido al tra-
bajo no tuvieron tiempo para realizarla. Estábamos en eso, cuando
se abrió la puerta y entró Camila, sonriente (como es ella); feliz, salu-
dando a todos con un beso, un “¿cómo estás?”, un “¿qué hiciste?”,
un “yo quiero mate”. Se la escuchaba eufórica. Ese día llevó el pelo
suelto. Tenía el pelo ondulado. Rubios y platinados (que le quedaban
muy bien), de altura mediana, tez blanca, ojos color celestes, delga-
da, bonita. Junto a ella, Tomy, su hijo, de primer grado, muy parecido
a la mamá.
Realmente la relación entre los integrantes del grupo era muy
buena.
Camila se acercó con un fantásticamente divertido:
— ¡Hola profe, qué linda que está hoy! ¿Toca salir con el novio?
Levanté mi cabeza para responderle el saludo y la vi. Mejor dicho
la miré, bonita como siempre, simpática como nunca. Este día se ha-
bía maquillado, pero nada de eso podía ocultar el gran ojo morado.
Seguí mirando, el cuello con marcas. Continué observando, no podía
mover el brazo. No pude más que preguntar: “¿Qué te pasó?” Y allí
comenzó el relato repetido de su vida.
— Él es muy bueno pero cuando toma o se droga se pierde, a ve-
ces no regresa a casa, porque sabe que a mí no me gusta. Esto fue
hace tres días, ahora no es nada, lo que pasa que el moretón baja.
Creo que la situación nos conmovió a todos, porque en ese pre-
ciso momento, todos comenzaron a hablar. Surgieron historias pare-
cidas a ésta, o parecidas a otras. Criticamos, tratamos de entender,
tratamos de hacerle entender, debatimos, reflexionamos, buscamos
ayuda entre los conocidos de los mismos compañeros: “que la parro-
quia tiene un grupo que ayuda en estos casos”, que “mi amiga parti-

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Ateneo de docentes
narradorxs

cipa en estos grupos”. Aparecieron muchos temas como violencia de


género, el femicidio, drogadicción, la familia, los hijos, la prevención,
los pasos a seguir, la solidaridad, el amor, el abandono, el por qué, el
Estado, las leyes, la justificación.
Y allí, sin planificar, emergió uno de esos tantos momentos que
pasamos en los colegios. Quienes recorremos sus aulas, quienes
sabemos que es deber, por contrato, dar ciertos contenidos, (los va-
lederos, según el currículum), aprendimos que a veces hay tiempo
muerto (ese que no utilizamos para enseñar nuestro contenido es-
pecífico, pero que pasa) y parafraseando al rugby, diré que hay un
tercer tiempo, ese que uno disfruta con el otro, el que vino a com-
batir y a compartir con vos, y aquí hubo tercer tiempo. Un tiempo
sin contenido de lo planificado para ese día, pero lleno de ese otro
contenido que enseña, enriquece y enaltece, el de pensar y repensar
ciertas situaciones; y acá combatimos todos contra una justificación
aceptada como forma de vida.
De repente me vi parada frente a una experiencia angustiante,
pero me di cuenta que eran tantas las ganas de concientizar y en-
tender de todos, que ellos enriquecían la clase con su aporte. He-
mos aprendido entre todos, de todos. Cada uno con su bagaje, su
experiencia, dio contenido, ese “otro contenido” del cual la escuela
también está llena.

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Ateneo de docentes
narradorxs

Crónica de una "Los que estén en el camino, bienvenidos al tren"

escuela móvil Charly García

Mónica Landolfi Allá por 1986, el primero de abril, se creó la Escuela de Educación
Nodo San Fernando | Norte Media N° 6. El personal designado: la directora, el secretario y una
preceptora, organizaron la institución que empezó a funcionar den-
tro del edificio del colegio privado José Hernández. Coincidiendo con
la fundación de la escuela también empezaba mi vida como profeso-
ra de Lengua y Literatura.
El espacio de la escuela constaba de dos aulas y una pequeña
bohardilla que oficiaba de dirección y secretaría. Era tan pequeña
que había que mantenerse preferentemente sentado para no gol-
pearse la cabeza contra el techo.
El edificio escolar estaba ubicado en la calle Avenida del Trabajo,
paralela a las vías del ferrocarril Belgrano, frente al matadero, del
cual emanaban acres olores que los días de calor, perfumaban las
narices de alumnos y docentes.
Esto fue en los comienzos. Yo acompañaba como docente de ta-
lleres referidos a redacción comercial, teatro y técnicas de estudio y
expresión.
Como la escuela crecía, al año siguiente fue necesario otro espa-
cio para nuevos cursos y talleres, por lo cual el “improvisado edificio”
se extendió a una cuadra, al club de bochas “Juventud Unida”.
Allí, con el ingenio de los docentes se armaron dos aulas con
machimbre al lado de la cancha de bochas. Así que cuando los so-
cios venían a jugar debían “bochar” más silenciosamente para no
interrumpir las clases.
Era una escuela particular. El aula que estaba al final de la can-
cha, no tenía puerta ni ventana, sólo el hueco que le correspondía.
¿Será por eso que siempre me sentí tan libre para crear en mis cla-
ses de teatro o de literatura? ¿El ambiente me habrá condicionado?
No tengo respuesta a esta pregunta, lo que sé es que la ductilidad
en mis clases se veía favorecida.
En el año 1989, ya contábamos con una notable concurrencia y
tanto las dos aulas iniciales como el anexo en el club, nos quedaban

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Ateneo de docentes
narradorxs

chicos. Así que nos mudamos a una casa alquilada por la asociación
cooperadora que tenía dos locales en su parte de adelante y que es-
taba ubicada en la calle Burgos, a diez cuadras del colegio José Her-
nández, donde permanecían dictándose las clases para los alumnos
de primer año. Segundo y tercero comenzaron a funcionar en la casa
de Burgos. Por esto los profesores que dictábamos clases en pri-
mero y segundo año debíamos practicar caminata obligada hasta la
segunda sede. Este “ejercicio” lo realizábamos en el momento del
recreo que separaba una hora de otra. De esta manera el personal
docente se puso agilísimo y muy bien entrenado, aunque su asigna-
tura nada tuviera que ver con Educación Física, como es mi caso.
Finalmente, al año siguiente, y para el bien del nunca mejor lla-
mado “cuerpo docente” la institución se trasladó completamente a
la sede de Burgos y allí empezó otra historia…
La Escueli-casa quedó acondicionada de la siguiente forma: las
habitaciones oficiaron de dirección/regencia y preceptoría, uno de
los baños: biblioteca y dos habitaciones, como salones de clases.
En el patio, donde había un hermoso alcanfor, los chicos disfru-
taban del recreo y, a veces, cuando hacía calor, sacábamos las sillas
al aire libre y dictábamos clases. Por allí corrían vientos de cambios y
de sabiduría que me impregnaron en mi hacer docente.
En el frente de la casa había dos locales donde funcionaban dos
cursos y uno más pequeño que había sido en algún momento una
carnicería, ya que había quedado el gancho para colgar la media res.
La imaginación daba uso a todos los elementos porque nada era
desechado. Ese gancho se usó para las representaciones teatrales,
de donde se colgaba el telón o una horca para la representación de
“La casa de Bernarda Alba” de Federico García Lorca. Los recursos
pedagógicos siempre estaban en primer lugar.
En esta casa recibimos a nuestra primera promoción de egresa-
dos en 1990. Permanecimos hasta el año 1994, cuando debimos
mudarnos. Y, otra vez a trasladar las sillas, los bancos, los pizarro-
nes, los papeles y todo lo que formaba parte de la escuela, entre
todos: profesores, alumnos y padres.
Nuestro nuevo domicilio fue Santos e Italia, una esquina que ha-

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Ateneo de docentes
narradorxs

bía sido un centro comercial, con locales vidriados, más tres aulas
modulares de fibra de vidrio que instalamos en el patio sobre piso
de concreto. El resto de las aulas se instalaron en los locales, uno de
los cuales, curiosamente, también había sido una carnicería. Y, otra
vez el gancho del carnicero se hacía presente en nuestro derrotero.
Como las mudanzas incidían en la personalidad móvil y dúctil de
la escuela, la plasticidad para adaptarnos nos otorgó una personali-
dad artística y no nos faltó en el patio un escenario e innumerables
reconocimientos en concursos de pintura, literatura, video, poesía.
Con el paso del tiempo se iban sumando generaciones de alum-
nos que egresaban de nuestra escuela y ella, a pesar de las inco-
modidades edilicias, seguía albergando saberes. En este edificio se
incorporó el turno vespertino con el Bachillerato para Adultos y nos
poblamos de alumnos de edades diversas con ganas de superarse.
Después de numerosísimas idas y venidas el esperado edificio
se hacía realidad a media cuadra de donde estábamos, frente a la
Estación Vicealmirante Montes.
Final y merecidamente en el año 2000 nos mudamos a nuestro
edificio definitivo y dejamos de ser una “escuela móvil” para seguir
creciendo con el bagaje de recuerdos de nuestros comienzos.

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Ateneo de docentes
narradorxs

Iniciático y Cuando lo conocido se transforma,


transformador cuando lo que se sabe de memoria cambia,
Mónica Landolfi cuando los "cimientos" parecen ceder,
Nodo San Fernando | Norte cuando hay que aprender con "otros" y por "otros",
cuando llega el amor pero también el dolor,
cuando el mundo conocido se impregna del diferente,
se aprende, se enseña, se construye,
se crece en vivencias
y se deja huella.

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y narrativas pedagógicas

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Ateneo de docentes
narradorxs

Y Colorín “Ojalá hayan disfrutado de estas historias, ojalá las sigan disfru-
Colorado, estos tando: que vuelvan a ellas, las comenten, las discutan y se identifi-
quen con alguna.... Que se hayan encontrado con algunos protago-
relatos… ¿Se han nistas y reconocido en un hacer.” (Spiridonov, Et al., 2015)
terminado?1 Frigerio (2003:9) dice que “Es el poder del lenguaje el que porta
el mundo y puede volvernos a todos extranjeros en todas partes y en
Marina Spiridonov
casa (...) huéspedes y anfitriones”.
Nodo San Fernando | Norte
Ojalá, porque al finalizar el III Congreso de Educación Inicial, eva-
luamos, analizamos, leímos datos y sensaciones, discutimos lo que
faltó y lo que impactó…
Entonces surgieron nuevas preguntas: ¿Cómo seguimos? ¿Cómo
profundizamos este vínculo de aprendizaje con las maestras y las
preceptoras? ¿Cómo hacer para documentar todo lo que aprendi-
mos? ¿Cómo sumar nuestro entusiasmo a otros?
Y en aquel momento, en el ámbito semi oscuro del Centro Univer-
sitario de San Fernando, entre recuerdos, discusiones y alternativas,
aparecieron nuevamente las imágenes maravillosas que todo este
trayecto nos dejó: la escritura de anécdotas pedagógicas… los lazos
que construimos con profes y futuras maestras… y en Reunión de
Directivos, luego de disfrutar las fotos e imágenes que capturamos
en diciembre, compartimos la lectura de la “Carta Invitación ¿Vale la
pena relatar experiencias pedagógicas” (Suárez, 2003:9), poniendo
intención cómplice en cada párrafo.
La leí yo.
En la medida que leía, el silencio se hacía más espeso… podía
percibir la emoción, el susto, las miradas, la vibración… Y propusi-
mos el nuevo desafío:
Escribir y publicar este libro que hoy compartimos…
Silencio.
Como en film de suspenso y acción, Andrea rompió el silencio al
exclamar a viva voz:
[1] Este texto fue publicado originalmente en
Spiridonov, Et al. (2015) Relatos Polifónicos en la Y en 2015...: Propuestas y Desafíos. ¡La película!
Educación Inicial de San Fernando.
San Fernando: Ed. Grafito. Nos atrevimos a asumir desafíos, hacer propuestas y romper ba-

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Ateneo de docentes
narradorxs

rreras… hicimos juntos un enorme trabajo de construcción de cono-


cimiento y apropiación de un currículo que crezca en el aula. Y esta
tarea la compartimos con ustedes con la expectativa de construir
nuevos vínculos desde la complicidad de lo conocido y la potencia de
la invitación, del goce de invitar a descubrir lo que fuimos hallando
en nuestra búsqueda.
Hoy, desafiamos a que continúen ustedes esta tarea: compartien-
do miradas, revisando prácticas, discutiendo certezas, dudas y amo-
res que cotidianamente ponemos en nuestra tarea educativa.
Por eso y porque el producto de este trabajo nos ofrece la eviden-
cia que los docentes sabemos mucho más de lo que nosotros mis-
mos podemos reconocer… y desde esta convicción ojalá se atrevan
a continuarlo, para que sean ustedes quienes abran nuevos caminos
en la pedagogía desde el saber que porta cada maestro, cada maes-
tra, escuchándonos, escribiendo lo que nos pasa al escuchar, docu-
mentando cada exploración, cada pregunta que habiliten…
Nuevas propuestas…
Y nuevos desafíos.

Y no se habían terminado…2
Y Colorín Colorado… “Ojalá hayan disfrutado de estas historias,
ojalá las sigan disfrutando: que vuelvan a ellas, las comenten, las
discutan y se identifiquen con alguna... Que se hayan encontrado
con algunos protagonistas y reconocido en un hacer.” (Spiridonov, Et
al., 2015)
Así finalizaba en 2014 esa publicación en la que las directoras
de los Jardines de Infantes de San Fernando eran protagonistas del
relato de su propia historia, en ese intento de “hacer carne” el diseño
curricular en sus prácticas con las maestras: evaluando, analizando,
leyendo datos y sensaciones, discutiendo lo que faltó, lo que impac-
tó; las nuevas preguntas: ¿Cómo seguimos? ¿Cómo hacer para docu-
mentar todo lo que aprendimos? ¿Cómo sumar nuestro entusiasmo
a otros?
[2] Este texto fue publicado originalmente en "Narra-
tivas Pedagógicas San Fernando y Norte de Buenos Ensayamos cómo sería esto de escribir algo de nuestro hacer do-
Aires", coordiando por Marina Spiridonov. Disponible
en: https://www.tramared.com/revista/files/original/ cente a través de pequeñas anécdotas que cada una eligió rescatar.
35cbfcf5ed4fe7de70aac62a1fdb4690.pdf Las recopilamos y las hicimos públicas en un “Anecdotario pedagógi-

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Ateneo de docentes
narradorxs

co” sencillo, risueño, variado.


Y surgió un nuevo desafío. Porque sí, valía la pena relatar nues-
tras experiencias pedagógicas. También valía la pena continuarlas.
Pero desde otros lugares: ya no desde relaciones formales, sino des-
de el placer del descubrimiento, del pasaje, de la bienvenida a los
nuevos. Y yo me fui de esa función de supervisora para buscar nue-
vos caminos, para hacer exploraciones y descubrimientos pedagógi-
cos que desafiaran a los ya conocidos.
Y lo escrito se publicó y se presentó ese libro en el teatro más
grande de San Fernando, junto a ellas, las “dires”, emocionadas. Con
las colegas del distrito y de otros distritos. Frente a las autoridades
escolares y municipales. Con la tele local. Con luces y con sonido.
Andrea (secretaria de uno de los Jardines de Infantes) había di-
cho bromeando, allá en 2013, cuando nos propusimos escribir y
documentar: “Y en 2015... Propuestas y Desafíos. ¡La película!” Allí
estaba. Era el año 2015 y estábamos viendo una pequeña película,
contando lo que habíamos hecho y de qué modo, recuperando la
emoción, el susto, las miradas, la vibración de ese enorme trabajo
entre docentes.
Yo estaba paradita, vestidita con ese conjunto de pantalón y saco
rojos que me dejó mi mamá en su último viaje, mirando entre las
luces aquellos rostros queridos y deseando que suban a ese escena-
rio, para no estar tan solita, cuando Alicia3 dijo frente a todos:
— Esto es sólo el comienzo, porque Marina les va a hacer una
propuesta.
Tragué saliva. Sí. Yo quería invitar a todos a seguir escribiendo.
Pero quienes hubieran podido ayudarme ese día no vinieron. Y ¿quién
era yo, al fin y al cabo, para desde el llano, continuar documentando
lo que hacemos en las escuelas? ¿Quién se acercaría a trabajar por
el solo interés de contarlo? Sin marco institucional, sin jerarquías
formales. Yo solita, con mis ganas y las de quienes me preguntaban
cómo seguir “desde la complicidad de lo conocido y la potencia de la
[3] Alicia: en ese entonces, Directora de Educación
invitación, del goce de invitar a descubrir lo que fuimos hallando en
y Contención Social del Municipio, además de la nuestra búsqueda.”
esposa del Intendente, que siempre valoró
nuestro Proyecto. Bueno…

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Ateneo de docentes
narradorxs

Entre luces y sombras, un poco tartamudeando desafié allí mismo


a que continúen la tarea: compartiendo miradas, revisando haceres,
discutiendo certezas, dudas y amores que cotidianamente ponemos
en nuestra tarea educativa. Y agradecí profundamente sus miradas
expectantes.
Y me fui feliz, con el libro firmado y dedicado por la mayoría de sus
autores. Un tesoro.
Nuevos mapas. Nuevos mares. Nuevos viajes pedagógicos, explo-
raciones y descubrimientos. Y nuevos roles.
Como viajera continué participando de la Red de Formación Do-
cente y Narrativas Pedagógicas, en los encuentros con nodos de di-
versas comunidades, compartiendo escritos y relatos: un verdadero
mar de experiencias. Y un pasaje sin usar: nuestro libro.
En ese mar de historias me reencontré con Daniel, que finalmen-
te me ayudó a calibrar mi brújula para organizar un itinerario posible
para ese viaje y, definir un rumbo que me permitió la construcción de
una nueva embarcación para tomar el timón y alojar a aquellos com-
pañeros/as de aventura que habían quedado con ganas de seguir.
Aquí estamos. Nuestro barco se llama hoy Nodo San Fernan-
do y Norte. Y somos parte de esa Red, tenemos con qué navegar y
nuestras velas son nuevas escrituras de aquellas historias escola-
res desde el saber que portamos como docentes, escuchándonos,
escribiendo lo que nos pasa al escuchar, documentando cada ex-
ploración, cada pregunta, habilitando… nuevas propuestas, nuevas
Bibliografía
historias. Y nuevos desafíos, que no se terminan. Por suerte.
Frigerio, G. y Diker, G. (2003).
Educación y alteridad. Las figuras del extranjero.
Textos multidisciplinarios (N°48).
Buenos Aires: Noveduc.
Spiridonov, Et al. (2015)
Relatos Polifónicos en la Educación Inicial de San
Fernando. San Fernando: Ed. Grafito.
Suárez, D., Ochoa, L. y Dávila, P. (2003).
Narrativa docente, prácticas escolares y recons-
trucción de la memoria pedagógica. La documen-
tación narrativa de experiencias escolares. Manual
de capacitación sobre registro y sistematización de
experiencias pedagógicas. Buenos Aires: MECyT /
OEA - Agencia Interamericana para la Cooperación
y el Desarrollo [AICD]. Módulos 1 y 2.

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y narrativas pedagógicas

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Ateneo de docentes
narradorxs

Relatos del Nodo El Nodo AMIA está formado por representantes de distintas es-
TIUD - AMIA cuelas de la Red Escolar Judía de Argentina, por un grupo de 13 coor-
dinadoras, y sus docentes narradores, maestras, maestros, profeso-
Por Karina Korob res y profesoras de los tres niveles de enseñanza obligatoria. Desde
Coordinadora del Nodo TIUD - AMIA el año 2016 las coordinadoras se están formando en la coordinación
narrativa, al mismo tiempo que acompañan a distintos colectivos en
la escritura de sus experiencias pedagógicas.
Desde el Nodo disfrutamos los encuentros de docentes narra-
dores por lo que decidimos sumarnos este año al intercambio con
educadores de otros espacios, fuera de las escuelas que pertenecen
a nuestro Nodo, a partir de los relatos narrativos.
Para el presente Ateneo, seleccionamos 6 relatos. Los mismos
están enmarcados en realidades similares, son relatos de experien-
cias sucedidas en escuelas de Gestión Privada por docentes del área
judaica, que se dedican a la enseñanza y transmisión de contenidos
vinculados a la historia del pueblo judío, al hebreo, a las tradiciones
y costumbres de las festividades y días de recordación.
En los relatos se ve reflejada la cultura y tradiciones escolares,
y la forma en que cada docente adapta y adecua sus tareas a la
identidad institucional. Hay un lema que se puede leer en uno de
los relatos “acompañar y enseñar”, el cual se ve reflejado en las seis
narraciones presentadas.
Esta selección refleja mucho trabajo didáctico en la planificación
de las clases y proyectos, con un amplio conocimiento de la edad y
las características de cada grupo destinatario o de un niño sobre el
cual se relata. Se observa buen vínculo con los estudiantes y respeto
a sus características y las realidades por las que atraviesan.
Finalmente, consideramos que, además de hacer aquello que co-
rresponde a su rol docente, el ser respetuosos con sus alumnos y
fieles a la identidad judía institucional, los relatos elegidos por los au-
tores reflejan la sensibilidad, el compromiso, la capacidad de revisar
sus prácticas y la responsabilidad hacia la tarea que desempeñan.
Los mismos forman parte de una publicación digital, de relatos
escritos durante el año 2017 y se pueden encontrar en su formato
digital, presionado aquí.

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Ateneo de docentes
narradorxs

¡Felicitaciones, — Hola, morá1, te hago venir el lunes.


Tomi! — ¡Sí, me avisaron! ¡Gracias, Tomi!
Janá Diskin Ese día me sentí sorprendida, pero satisfecha. Los dos íbamos a
Nodo TIUD - AMIA compartir un momento inolvidable.
Pero esta historia no comenzó así y la quiero contar.
Desde que soy morá, trabajé en general en grados superiores,
hasta que una vez, siendo profesora de hebreo de sexto y séptimo en
el turno mañana, la coordinadora de mi escuela me propone tomar
un segundo grado en el turno tarde.
¡Segundo grado!, Lo primero que le dije es que eran muy chicos,
que no sabía si iba a poder. Ella me insistió porque confiaba en que
sí. En realidad era un trabajo que además, yo necesitaba por razones
económicas. Así que tomé en cuenta esto y a pesar de lo que me
costó la decisión, acepté el cargo.
Enseñar el idioma a alumnos tan chiquitos era para mí un gran
desafío.
Y ahí estaba él, mi otro gran desafío. Tomi, chiquito, inquieto, con
dificultades para aceptar las normas del aula.
“Entrá a clase, sacá el cuaderno, empezá a escribir, no tomes
Coca en clase, bajá los pies de la mesa, no empujes a tu compañera,
me estás faltando el respeto”, eran frases que yo repetía día a día y
que él solo escuchaba. Y todo, mientras yo debía seguir aprendiendo
a estar en ese segundo grado. De a poco me fui acostumbrando y
encontrando estrategias para la transmisión del idioma y de las fes-
tividades judías.
Pero no lograba acostumbrarme ni a Tomi ni a sus actitudes. Re-
cuerdo que pensaba: “es tan chico y ya se dirige al adulto con tanta
insolencia…”.
Cuando el año terminó, los alumnos —algunos más, algunos me-
nos—, lograron leer y escribir en hebreo. Y aunque a Tomi le había
costado más, también lo había logrado. Lo que me dolía era que él
no presentaba ninguna dificultad académica, todo tenía que ver con
su conducta, con su desinterés y con su falta de límites.
[1] Maestra Pero a mí me esperaba otro desafío; un largo camino.

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Ateneo de docentes
narradorxs

Fui también la morá de Tomi en cuarto grado y en sexto y en sép-


timo.
¡Uf! ¡Qué tarea difícil! Él iba creciendo y su insolencia también.
Solía interrumpir las clases con chistes poco pertinentes, molestaba
a sus compañeros; era muy irrespetuoso.
Yo seguía, parada frente a él, tratando de buscar estrategias para
que a pesar de todo, aprendiera. A veces me enojaba y lo sacaba de
la clase un rato para luego hacerlo entrar y que siguiera su tarea.
Otras veces le hablaba, me escuchaba y por un momento se trans-
formaba en un alumno amable y comprensivo. En ocasiones recibió
una sanción por falta de respeto a su docente.
Finalmente egresó. Siempre me pregunté cómo seguiría su es-
colaridad. Confieso que muchas veces imaginé encontrarlo en las
noticias policiales de algún diario. Sabía que había continuado sus
estudios en un colegio laico no judío.
Pasaron dos años, yo trabajaba en un secundario y en febrero,
antes de empezar las clases, saliendo del colegio, me encuentro con
su mamá.
— ¡¡Hola!! ¡¡Tanto tiempo!! — la saludé sorprendida, además de
preguntarle qué estaba haciendo ahí.
— El colegio de Tomi está por cerrar y decidimos inscribirlo acá
— me contestó ella muy contenta y me contó que él también estaba
muy contento sabiendo que conocía a alguna profesora, o sea, a mí.
Las clases comenzaron. En el colegio se dictaba hebreo por ni-
veles y ese año me tocó a mí dar clases a los alumnos de tercer año
del nivel C. El coordinador lo evaluó para ver lo que se acordaba de
su primaria, decidió que cursara en ese nivel y por supuesto ahí es-
taba yo, recibiéndolo con mucha expectativa. Había crecido mucho,
estaba alto, simpático, me hablaba con mucho cariño y encima se
acordaba algo de hebreo. En las clases se distraía fácilmente, pero
yo lo convocaba a la tarea y él se conectaba nuevamente. Yo sentía
que era su referente y a él le gustaba contar que fui su morá en la
primaria y que era muy “travieso”. Creo que los dos sentíamos cierta
complicidad.

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narradorxs

Pasó ese año y otro más. En quinto se les propuso a los alum-
nos que eligieran un seminario para cursar, relacionado con la ma-
teria hebreo. Apuntaba a que aquellos que no querían seguir con el
idioma pudieran aprender, en castellano, temas que los convocaran
más. Él eligió el mío: “La shoá y su transmisión a la luz de la literatu-
ra hebrea”. Transitamos la cursada con tranquilidad. Él participaba
activamente de las clases, le gustaba opinar acerca de los textos
estudiados y yo alentaba sus pertinentes intervenciones. Me sentía
muy contenta de que hubiera crecido y madurado y de verlo compro-
metido con la materia. Me acordaba de las situaciones vividas con
él cuando era chico y a veces me costaba creer que nuestro vínculo
hubiera cambiado tanto.
Finalizó el año lectivo. Tomi egresaba de la escuela secundaria.
— Hola, morá, te hago venir el lunes.
— Sí, me avisaron que me elegiste para que te entregue el diplo-
ma.
En el acto de egresados le entregué su diploma con una alegría
inmensa y con mucha emoción. Le regalé un bolígrafo que tenía gra-
badas dos palabras: “¡Felicitaciones, Tomi!”.
— Gracias, morá.

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El placer de Corría el año 2002 y yo recién llegaba a Quito, Ecuador, para


narrar historias iniciar una nueva etapa en lo personal y de trabajo como docente
del Departamento de cultura judía, en la escuela Albert Einstein,
Karina Korob la única del país, judía y abierta a la sociedad. Poseía un alto nivel
Nodo TIUD - AMIA académico, lo que la posicionaba como una de las mejores escue-
las de la ciudad.
Que la institución fuera abierta a la sociedad significa que allí
asisten familias de diversos credos y creencias, por lo que el peso
de las materias del área judaica es fundamental para mantener la
identidad escolar y para compartir nuestras tradiciones y valores
con el resto de la comunidad quiteña. Los contenidos del área ju-
daica eran abordados en todos los niveles de la escuela —inicial,
primario y secundario—, adecuados a la edad y los intereses de los
alumnos en las distintas etapas de su formación.
Yo era nueva en el país y en el trabajo, por lo que debía acos-
tumbrarme a formas diferentes, a un nuevo calendario académico,
otra manera de calificar y evaluar a los alumnos. Mis compañeros y
también los chicos, debían adaptarse a una persona con distintas
modalidades de trabajo, con palabras que, aunque sean en el mis-
mo idioma, no se entienden… ¡y ni que hablar del acento que nos
caracteriza a los argentinos!
Cuando me pasan el temario de la materia Historia judía, para
todos los grados de primaria, leo con mucha ansiedad y me deten-
go en 3º grado: “Vida de los judíos en Egipto”.
En la reunión con la directora del departamento de hebreo y
cultura judía le manifiesto mi asombro por el nivel de síntesis del
programa y lo consulto. ¿¡Es tan breve lo que se enseña en cada
ciclo!? ¿¿Cómo dar esta historia en todo un año escolar??
Ella me explica que es así, que la historia “hay que hacerla chi-
cle”.
¿Cómo se llenan las clases?
Encuentro una solución que me sirve, aferrándome a lo que sé
hacer:

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Ateneo de docentes
narradorxs

Resuelvo, con el aval de mi coordinadora, dividir el relato en


pequeños fragmentos que serían narrados en clase, y planifico dis-
tintas actividades para los días, vinculadas, de algún modo, con
ese fragmento relatado. Me gusta contar cuentos. Me gusta narrar
historias. Mucho más disfruto de transmitir nuestros relatos. Me
aferro a estas fortalezas y me dispongo con buena energía a lo que
se aproxima.
Nos caemos bien, la escuela (sus integrantes) y yo, por lo que
vislumbro, sin equivocarme, un buen año escolar.
Para cada clase me preparaba con entusiasmo: daba impor-
tancia al espacio físico, a que no interfirieran otros sonidos, a crear
un vínculo cercano con los alumnos y a generar un ambiente pla-
centero para todos. Planificaba propuestas variadas, para distribuir
las clases entre una primera parte de relatos y una segunda de
dibujos, actividades con letras y palabras, dramatizaciones, arma-
do de pósteres, diseño de juegos, etc. Las clases transcurrieron
sin problemas, se desarrollaron en un excelente clima, los chicos
trabajaron con entusiasmo y nos vinculamos afectivamente.
Disfrutaba narrando las historias y me daban ganas de seguir…
de contar más y más sobre cada relato y, si esa historia se termina-
ba, seguir con otro de nuestra historia, de nuestra tradición, pero
me contenía (sino, qué dar el año siguiente…).
En cada clase, durante mis narraciones, los chicos escuchaban
con atención, se emocionaban, se enojaban y acompañaban lo
que les sucedía a los personajes. Yo cortaba justo en la parte más
emocionante del fragmento elegido (o quizás lo transformaba en lo
más emocionante) para mantener el deseo de seguir escuchando
la semana siguiente, al retomarla. Y me encantaba oírlos expresar
su deseo de seguir escuchando.
Finaliza el año y, en las últimas clases, alguno de los chicos pro-
pone ver la película El príncipe de Egipto, otro sugiere traer un libro
en donde está narrada la misma historia con dibujitos y a colores….

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narradorxs

En ese momento, me animo a hacer la pregunta, cuya respuesta


— ahora sé —, ya conocía pero que ni ellos ni yo queríamos develar
(porque lo importante no residía en la sorpresa, sino en el tiempo y
el espacio compartidos):
— ¿Ya conocían la historia?
— Sí, claro — responden a coro.
Me sonrío y me emociono.

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¿Qué sos? Cada año, el colegio se prepara para el gran evento: el Iom
Tamara Langsam
Sport1. Los días previos se huele un clima de preparativos, se co-
Nodo TIUD - AMIA
mienzan a colocar las banderas, se retoca la pista de atletismo y
se está pendiente del clima que tocará. ¿Lloverá o hará muuucho
calor?
Ese día, toda la escuela se transforma en un arco iris de cuatro
colores: rojo, azul, verde y amarillo.
El color es un sentimiento. Si tu familia fue o es rojo, por ejem-
plo, te tocara también ese color, y si no hay una relación familiar,
el destino te deparará uno de los cuatro, que sentirás y vivirás a lo
largo de toda la escolaridad. Un sello.
Para esa jornada, los chicos vienen vestidos “del color”. Pero
no solo la ropa, también el pelo, tatuajes en el cuerpo, accesorios.
Toda una marca.
Llega la apertura y ¡¡cada equipo se prepara para el desfile!!
Es “el momento” ya que cada color se compromete con el espíri-
tu deportivo y fairplay. Se escuchan los alientos de los padres, las
canciones particulares de cada equipo y la alegría de los chicos por
haber llegado el día.
Y les llega el turno a los chicos de primer grado; es su primer
Iom Sport, pero como parte de la tradición ya saben todo lo que va
a pasar, de eso se habla durante todo el año: ¡¡¡el Iom Sport es el
mejor día!!! Sí, es el mejor día porque todo el colegio está unido,
también los padres y maestros.
Se ven filas de colores: azul, rojo, verde y amarillo. No importa si
sos del “A” o del “C”. Importa que en este día nos une el color.
El moré2 de educación física los ayuda a organizarse: azul por
acá, rojo más allá. Verde en el medio y amarillo al final.
Joaquín está parado, vestido con su uniforme de color azul, en
ninguna fila en particular, mirando lo que pasa a su alrededor. Tie-
ne seis años y es bastante disperso en las clases ya que su inte-
rés pasa siempre por el juego. Él quiere jugar. Siempre que tiene
[1] Día del deporte, jornada deportiva con
participación de toda la comunidad educativa
un objeto en la mano, lo transforma en espada, en poderes mági-
[2] Maestro cos, etc. Todavía su juego es muy simbólico y se lo ve disfrutar. La
[3] Pascuas

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lectoescritura es una puerta que no se abrió… ¡¡solo quiere jugar!!


Eso sí, disfruta mucho y se transporta cada vez que se cuenta algún
relato de la historia judía. En Pesaj3 se transforma en Moshé4 ¡¡y tam-
bién en su momento fue el rey David!!
Los festejos continúan, los chicos se van preparando… cada uno
en su fila de color. Pero Joaquín sigue sin ubicarse en ninguna en
particular.
El more le pregunta: “Joaquín, ¿qué sos?”.
Y Joaquín le responde: “¿¿Yo??, ¡¡Judío!!

[4] Moisés

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¡S.O.S, nos Buceando en mi memoria, me encuentro con un bagaje enorme


visitan! de recuerdos; años de trabajo en el aula con niños de primaria y más
tarde, adolescentes de secundaria. Recuerdo tantos proyectos pen-
Diana Pollak sados, creados, planificados y puestos en marcha, algunos más exi-
Nodo TIUD - AMIA tosos que otros. Me encuentro también con recuerdos emotivos, de
esos que te estrujan el alma, haciéndote soltar un lagrimón, y otros
muy cómicos que te dibujan una sonrisa en el rostro con solo reme-
morarlos… La siguiente es una experiencia muy interesante que me
tocó protagonizar.
Transcurrían aquellos duros años de la crisis económica argenti-
na y el colegio en el que yo me desempeñaba se hallaba sumamente
golpeado por la situación imperante. Sin embargo, puertas adentro
del aula, los docentes seguíamos trabajando con el mismo ímpetu y
enseñando a nuestros alumnos con dedicación y esmero. En ese en-
tonces, yo era morá (docente) de 4°grado. Los niños estudiaban he-
breo con bastante carga horaria desde 1° grado, y al llegar a 4° se
buscaba “poner en juego” sus conocimientos idiomáticos y hacer del
hebreo una “lengua comunicativa”; es decir, que puedan desenvol-
verse con naturalidad en situaciones cotidianas hablando en dicho
idioma. ¿Cómo lograrlo? Pues bien, planifiqué un proyecto de “Res-
taurante”: dediqué varias clases a enseñarles a los niños cuentos y
diálogos referidos a comidas, bebidas, cafeterías y lugares afines, y
aprendieron bastante vocabulario y estructuras relacionadas con el
tema en cuestión. Para cerrar el proyecto, los alumnos se dividieron
en grupos y escribieron guiones para dramatizar situaciones y apli-
car los contenidos aprendidos. Prepararon también escenografía y
menús para los comensales; que yo corregí con mucha dedicación
para que no hubiera errores de ortografía en ningún cartel. Las pro-
ducciones iban y venían, corrección mediante, mientras los chicos
ensayaban las puestas en escena. Todos estábamos abocados a
una tarea demandante, pero sumamente motivadora.
La presentación de los trabajos iba a ser interna, dentro del aula
y no más. Pero una semana antes del gran día, me citó mi coordina-
dora para avisarme que la semana entrante un contingente de nor-
teamericanos visitaría la escuela para ver cómo se estudiaba hebreo
en la diáspora (fuera de Israel) y hacer un “generoso aporte”. Y me
informó que habían seleccionado a mi grupo para ser observados.

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Hablamos acerca del proyecto de “Restaurante” y si era pertinente


para mostrar. También me avisó que el día de la presentación nos
mudarían de aula, a una de 1° grado que era más grande, más linda
y luminosa; un aula acorde con la jerarquía de las visitas ya que la
nuestra no era tan “presentable”; era pequeña, interna y se accedía
a ella subiendo por una angosta escalera.
Y llegó el tan ansiado día. Aprovechamos el horario del comedor
para mudarnos con el grupo, decoramos el aula (que no era nues-
tra) para que pareciera un restaurante; acomodamos mesas y sillas;
los chicos se disfrazaron de mozos, camareras y comensales según
el rol que irían a interpretar, colgaron carteles, pusieron centros de
mesa, menús y jueguitos de cocina con platitos, cubiertos, comidas
de plástico. Todos trabajaron ordenando el aula… Pero cuando se
fueron a sentar, no entraban, las mesas y sillas de 1° grado eran
bastante más pequeñas. “¡Morá, no entramos!, me decían entre ri-
sueños y sorprendidos. “No pasa nada, hacemos todos el esfuerzo
aunque estemos un poquito incómodos”, respondí. Se veía, sin lugar
a dudas, que el aula no era nuestra. Por debajo de los decorados
recién colgados asomaban los letreros de ese 1° grado. Los chicos
insistían: “Morá, se re nota que esta kitá (aula) no es nuestra”. Yo
intentaba contener la risa y pilotear la situación: “No pasa nada, se
ve todo bien, lo importante es el proyecto, que los escuchen hablar
en hebreo y los de allá vean cuánto aprenden y saben los chicos
de la Argentina”. Obviamente, a los alumnos jamás les mencione la
cuestión del “generoso aporte”.
Sonó el timbre, todo listo: “luz, cámara, acción…”. Los alumnos,
sentados en esas pequeñas sillas de ese aula que claramente no era
nuestra, disfrazados y con platitos, cubiertos y comiditas de utilería
en sus mesas. De pronto, se abrió la puerta y empezaron a entrar
personas y más personas, un contingente de más de veinte america-
nos, seguidos por los integrantes de la Comisión Directiva y todas las
autoridades de la escuela. Calculo yo, más de treinta adultos, todos
munidos de cámaras fotográficas y filmadoras. Instantáneamente,
empezaron a sacar fotos y a filmar, destellos de flashes por aquí y por
allá; los niños petrificados, estáticos, casi ni se los sentía respirar.
En ese instante tuve la impresión de que así se deben de sentir los
animales en el zoológico. Mientras las visitas se acomodaban en el

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Ateneo de docentes
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aula “no nuestra” intentando ubicarse en cada rincón disponible, sin


dejar de sacar fotos en ningún momento, se me acercó la Directora
y en voz baja me dijo: “Dina, esta gente no habla ni una palabra de
español ni tampoco de hebreo, ¿te animás a presentar en inglés?”.
“¿Eh? Mi nivel de inglés es el del secundario, década de los ochenta,
Normal N.° 8, súper básico. Nunca hablé en ese idioma, menos en
público, pero bueno… no pasa nada, haré el esfuerzo, intentaré, todo
sea por el generoso aporte”.
En fin, se produjo un silencio absoluto de todos los presentes,
respiré hondo y empecé a hablar en inglés ante la atónita mirada
de mis alumnos, en ese aula “no nuestra” de mesas y sillas ultra
pequeñas con fotos colgadas en la pared de niños que no eran ellos.
Mientras tanto, aquellos, los de allá, me filmaban y fotografiaban…
hoy por hoy, no recuerdo ni remotamente lo que dije, no sé si alguien
me entendió, no sé qué tan mal me expresé en inglés, realmente no
tengo idea; solo sé que hablé y nadie me interrumpió, nadie me corri-
gió y nadie me preguntó… ¿alguien me habrá escuchado?
Acto seguido, les di la indicación a los chicos para que comenza-
ran con la presentación, por un instante se quedaron congelados,
mirándome perplejos y sin terminar de entender que estaba pasan-
do. Pero por suerte, la dramatización empezó a rodar y realmente se
lucieron por el nivel de hebreo en el que se desenvolvieron, aunque
nadie les haya entendido ni una palabra. Mientras tanto, los flashes
de extraños seguían parpadeando y solo nosotros, mi grupo y yo, sa-
bíamos todo lo que habíamos trabajado para llegar a ese momento y
lo importante que era cerrar un proyecto tan lindo y tan significativo.
De pronto, así como llegaron, abrieron la puerta del aula y uno
por uno se fueron retirando… salieron los americanos, los miembros
de Comisión, las autoridades; todos. Se cerró la puerta del aula y en
forma espontánea los chicos empezaron a gritar, aplaudir, golpear
las mesas con las manos y zapatear, buscando, probablemente, libe-
rar un caudal de tensión y energía contenidas durante media hora…
¿y yo? Me empecé a reír a carcajadas, me tenté y no podía conte-
nerme, nos contagiamos la risa y era tremendo el barullo en el aula.
¡Fue tan cómico todo! Ni siquiera podíamos verbalizar la causa de
nuestra risa compartida.

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Al finalizar la tarde, me acerqué a la Dirección para preguntar


cuáles habían sido las repercusiones de la actividad. La Directora
me dijo: “Muy lindo todo, los americanos se fueron tan contentos,
tan impresionados… nos trajeron este regalo” y me mostró una bol-
sita con algunos pocos lápices negros.
— ¿Y qué hacemos con esto? — pregunté intrigada.
— Nada, no los podemos repartir porque no alcanzan para todos
los chicos. Y bueno, en fin… ellos pensaban que se iban a encontrar
con una situación peor, pero no… por suerte no estamos tan mal
como ellos creían — me respondió.
—Ah bueno, ¿y el generoso aporte?
—Bien, gracias.
Nos miramos un instante en silencio y sentí que pude pilotear
una nueva situación. Esta vez sí pude contener la carcajada.

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El Kabalat Finalizando el año 2002, se produjo una bisagra en mi carrera


Shabat… docente. La institución en la que había transitado 17 años de mi vida
cerraba definitivamente sus puertas. Fue un año muy difícil, tanto
¿con bebés? por la situación en sí como por la incertidumbre de lo que sería mi
Pnina Rucki futuro profesional.
Nodo TIUD - AMIA Pero, como decía mi querida y siempre recordada vecina Juanita:
“Dios cierra puertas y abre ventanas”…y así sucedió.
La Comunidad Bet El estaba concretando un proyecto muy ambi-
cioso. Abrirían una nueva sección en el jardín maternal: el peutón1, la
sala de bebés, donde concurrirían pequeños desde los 45 días hasta
los 14 meses. Y ahí estaba yo, escuchando la propuesta de lo que
sería, para mí, una maravillosa experiencia.
Estaba feliz, ansiosa y expectante. Empezábamos de cero, tenía-
mos que organizar el espacio y los contenidos. Visité varios jardines
maternales, observé sus instalaciones, estudié, conocí a profesiona-
les que se dedicaban especialmente a esta área y que, de manera
generosa, me brindaron información y bibliografía específica...y junto
con el equipo de conducción construimos la sala Levavot2, que en
hebreo significa “corazones”, nombre que quedó instalado a través
de los años.
Esta sala fue donada por una familia de la comunidad, que había
perdido a su hijo muy joven y, a partir de ese momento, el jardín lleva
su nombre.
El día de la inauguración fue una fiesta. Se percibían la emoción
y la alegría de todos. Después de que la familia colocara la mezuzá3
en la entrada, se cortaron las cintas y se abrieron las puertas del
peutón.
La sala había quedado hermosa, con su mobiliario nuevo y la
gran variedad de materiales. Todo previsto para asistir a los bebés
en sus necesidades básicas (la alimentación, la higiene y el sueño) y
para que pudieran jugar, explorar, descubrir y aprender en el nuevo
espacio fuera de su hogar.
[1] Sala maternal
[2] Corazones Nuestro lema fue desde un principio “¡asistir y enseñar!”. Y cum-
[3] Pequeña caja que contiene un pergamino plimos.
con fragmentos bíblicos, que se coloca en las
puertas de las casas Comenzaron las clases y la adaptación de los chicos y de los pa-

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narradorxs

pás…Los contenidos y las actividades se planificaban sobre la base


de claros objetivos pedagógicos. Los días se iban sucediendo y los
pequeños, acomodándose, adaptándose, creando vínculos con las
docentes, apropiándose del espacio.
El afecto, los abrazos, las miradas, los juegos estaban presentes,
hasta que llegó el día que al abrir la puerta para recibirlos estiraban
sus brazos para ir a jugar.
Como toda institución educativa, uno de sus objetivos es también
transmitir los valores, costumbres y tradiciones de su comunidad.
Fue entonces que comenzamos a planificar nuestro primer Kabalat
Shabat4 para el segundo viernes de agosto, puntapié para lo que
sería, luego, parte de la planificación semanal.
Preparamos una caja en la que guardábamos todos los elemen-
tos y símbolos necesarios y siempre estaría acomodada en el mismo
lugar.
Para mí, como docente judía, era muy importante realizar esta
celebración, pero cómo reaccionarían los bebés…era una incógnita.
Enviamos una nota a los papás avisando que a partir de ese viernes
realizaríamos semanalmente la celebración.
Llegó el día…los chicos, para ese entonces, tenían entre 7 y 12
meses aproximadamente. Algunos decían pocas palabras y daban
sus primeros pasos. Sentamos a cada uno en su sillita, sujeto con
un arnés y a los más chiquitos en la de comer, todos en semicírculo
alrededor de la mesa. Los varones usaban kipá5.
Les contamos del festejo, les mostramos la caja y los elementos
que contenía, cantamos las canciones alusivas, cubrimos la mesa
[4] Ceremonia de recibimiento del día de
con el mantel blanco, las velas, la copa de kidush6, la jalá7…. Ver a
descanso, el Shabat los Levavot sentados alrededor de la mesa de Shabat8 es un emotivo
[5] Gorro con que se cubre la cabeza para actos recuerdo.
religiosos o en forma permanente entre
los judíos más observantes Compartía la sala con dos compañeras y cantar las brajot siem-
[6] Bendición del vino
pre nos emocionaba, nos alegraba. Solíamos decir “Shehejeianu ve-
[7] Pan trenzado
[8] Sábado, día de descanso
kimanu vehiguianu lazmán hazé9”, ¡¡qué bueno que podemos disfru-
[9] Bendición a D”ios que nos dio vida y tar de este momento!! Desde ese primer día, siempre enviábamos
salud y nos permitió llegar a este momento. a la casa de cada uno, una jalá pequeña para compartir en familia.

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Con el correr de las semanas, al nombrar el Kabalat Shabat, los


bebés se mostraban alegres y señalaban la caja que estaba en el
estante. Les gustaba comer jalá y de a poco fueron aprendiendo a
estirar sus manitos para bendecir las velas, acompañando a las do-
centes.
Un viernes invitamos a la familia que donó el peutón. Vino la
mamá. Siempre recordaré su emoción y también la nuestra al ver a
los chicos sentados, en silencio, disfrutando de ese momento.
Nuestras compañeras de otras salas y las de la escuela prima-
ria solían pasar y mirar por la ventana que teníamos en la puerta, y
también se sorprendían de cómo tan chiquitos estaban atentos a la
ceremonia.
Algunas familias que habitualmente realizaban el Kabalat Shabat
en sus casas o en la de los abuelos, también nos comentaban de la
participación de sus hijitos, y eso para nosotras era un gran logro.
Así, en el ámbito del peuton, los Levavot vivenciaron semana tras
semana, año tras año el Kabalat Shabat. Y ahora, lejos de esos días,
¡pienso que todo se puede transmitir desde muy temprana edad!

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narradorxs

¡Así, no! Hace diez años, luego de tomarme licencia por maternidad, me
reincorporé a la escuela en la que trabajaba, justo a la vuelta del
Eli Vishnopolska
receso escolar de las vacaciones de invierno. Durante doce años
Nodo TIUD - AMIA
consecutivos, yo había tenido grupos de niños de 18 meses, 2
años y bebés jugando con mamás. Por primera vez, me otorgaban
una sala de 5 años.
Me sentía muy desconectada con la tarea, y además, muy an-
siosa y temerosa por asumir una labor con chicos de una edad que
nunca había tenido antes y que por ende, no contaba con experien-
cia previa.
Uno de los proyectos de ese año era contar los relatos de la
Torá1, empezando por el de Bereshit2, la creación del mundo: “Tou
Babou3” (todo revuelto).
Mientras yo estaba en el parque jugando con los chicos, le pedí
a mi compañera que subiera a la sala y la desordenara un poco.
(Este recurso, lo habíamos planificado con mis compañeras del ni-
vel, y supervisado por mi coordinadora y directora).
Al regresar a la sala, nos encontramos con bloques de madera,
muñecos, sillas, hojas, crayones, pinceles, una mesa dada vuelta y
unas cuantas cosas más, tirados y amontonados todos en el cen-
tro.
La sensación al verlo era muy fea, de angustia. De repente, una
alumna muy asustada dijo: “¡Entraron los chicos de primaria y tira-
ron todo!” Y el resto asintió: “¡Sí! ¡Fueron los de primaria!”
La cara de ellos me impactó, estaban desconcertados. Sin dar-
les de inmediato ninguna explicación, les pedí que nos sentáramos
en un costadito y les relaté la historia de la creación del mundo.
Al finalizar, hice un paralelismo entre lo que vieron y cómo es-
taba el mundo en sus comienzos. Y entonces sí, les contamos que
mientras ellos jugaban en el parque, nosotras, las morot, había-
[1] Biblia
mos desordenado. Que no habían entrado los chicos de primaria.
[2] Génesis, primer libro de la Biblia
[3] Desorden Luego entre todos pusimos la sala en orden.

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narradorxs

Desde esa vez, no volví a utilizar ese recurso para contar


Bereshit.
Fue una experiencia de aprendizaje pedagógico que a mí también
me shoqueó . Y me hizo reflexionar sobre los recursos por utilizar.
Siento que al relatar una historia, en este caso de nuestra tradi-
ción, y como docente, tenés que sentir placer al realizarlo para poder
transmitirlo de la misma manera.
¡Así, no!

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