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Antonio Ferrero

Puntuaciones poéticas <> psicoanalíticas so-


bre la Historia de las Culturas y Mitologías

Apuntes de cátedra
Imagen de tapa: Sirena de John William Waterhouse
5

Agradecimiento: A la generosa colaboración de Graciela Iannuzzu,


y un reconocimiento hacia ella que fue la primera docente a cargo
del espacio de Historia de las Culturas y Mitologías, cuando el
mismo pertenencia al profesorado de psicología, antes de la crea-
ción de la Licenciatura en Psicología de la F.H.A. Y. C.S. también
realizó la fundamentación etimológica de la sigla que da nombre
a la Facultad.
7

Índice

Donación ....................................................................................................................... 9
Historización ............................................................................................................. 9
Presentación ............................................................................................................... 10
Referencia etimológica .................................................................................... 13
La construcción histórica ............................................................................. 19
Cultura, Religión y Mito, de Graciela Iannuzzo .................. 25
El juego en humanidad ................................................................................... 37
Ficción .............................................................................................................................. 46
El origen de lo social ......................................................................................... 51
El salvaje Post-posmoderno ....................................................................... 60
Animismo mágico ................................................................................................ 63
Moshé ............................................................................................................................... 71
El que fue sacado de las aguas ................................................................ 78
El estar mal por la cultura ........................................................................... 92
La ideología totémica y su tabú ............................................................. 97
El odio primordial ............................................................................................... 103
La conquista del fuego .................................................................................... 105
Errancia .......................................................................................................................... 107
Primero lo sexual .................................................................................................. 108
El Padre ........................................................................................................................... 111
El fin de la historia .............................................................................................. 113
8

El asesinato ................................................................................................................. 114


Europa perdió a Europa ................................................................................ 115
La ilusión que busca su devenir. La sangre del Titán ....... 117
Ensayo sobre Psicología de las masas y análisis del yo ........ 122
Consideraciones ...................................................................................................... 135
El horror de tener de enemigo a un muerto ............................... 136
En espera ........................................................................................................................ 137
La sombra que proyecta una muerte ................................................ 137
La peste ............................................................................................................................ 140
Ensayo sobre el tratado de la historia de las religiones ....... 141
Morir y renacer ....................................................................................................... 152
La roca ............................................................................................................................. 157
La piedra agujereada ......................................................................................... 159
El Rey de su madre ............................................................................................. 169
Los hijos de la tierra ........................................................................................... 162
El árbol de la vida ............................................................................................... 164
La iniciación ............................................................................................................... 168
Cuando lo religioso abandona lo sagrado ................................. 169
La fertilidad ................................................................................................................. 170
El sacro oficio ............................................................................................................ 173
Intimidad sagrada ................................................................................................ 176
El retorno a la eternidad ................................................................................ 180
Letras de fuego ......................................................................................................... 182
9

Donación:
Esta escritura está dirigida a todo aquel que le interese la his-
toria de la humanidad, su cultura y sus mitos y, de manera parti-
cular, a los estudiantes del espacio de Historia de las Culturas y
Mitologías (F.H.A.Y.C.S.).

Historización:
El espacio de Historia de las Culturas y Mitologías fue incor-
porado en el primer diseño curricular realizado en el año 2000.
La propuesta curricular de la carrera de Psicología se inicia en el
año 2001 y se ubicó la cátedra de Historia de las Culturas y Mi-
tologías (propuesta de mi autoría) en el tercer año del diseño de la
carrera; en segundo año se ubicó Antropología, siendo correlativa
a Historia de las Culturas y Mitologías. Su duración de cursado
académico fue anual y, en la modificación del plan de estudio lue-
go realizada en el año 2013, el espacio fue reubicado en segundo
año de la carrera y reducido su cursado a una cátedra cuatrimes-
tral (al igual que la cátedra de Antropología).
Reducir las referencias simbólicas, en cuanto a la historia de
las culturas y sus mitologías, produce una pobreza simbólica. Los
tiempos cambian y son los mismos, y la pasión del ser en su odio,
amor e ignorancia arrebata la existencia de una manera humana,
demasiado humana, al decir del pensador del martillo.
La miseria humana muestra su rostro salvaje de ilustrado
progreso, el que devora la carne cruda de los inocentes y ya no
hay más comida totémica que comer.
A medio vestir, por no poder investir la palabra, por el salva-
je recorte de las posibilidades de ser, desde el ofrecimiento de la
ignorancia como estructura del desconocimiento, tan generosa y
despiadada, con un beso sibilino que sopla la tempestad de la au-
sencia y en el invierno del claustro se ven estudiantes que buscan
la libertad en el augurio del sol, para leer en sus manos vacías una
transmisión plena de ausencias, y en el espejo, que no puede col-
garse en los pasillos, habita la sombra de un fantasma que desde
la muerte reclama, en el dolor de su angustia y su ira.
10

Presentación:
La propuesta de este ensayo es ofrecer un escrito azaroso,
aleatorio, en puntos y coma, con pie de página que el lector se
resistirá a leer, y también brindar la posibilidad de una cartografía
diferente y en la diferencia.
He trabajado en esta cátedra (la etimología de la palabra cá-
tedra nos remite a catedral y a cadera) desde su creación y, por la
pasión del odio, muchos la han querido destruir sin reconocer el
valor simbólico que representa ofrecer el don del saber acerca de la
historia de las culturas y las mitologías a las nuevas generaciones.
A través de dos décadas he puesto mi pasión en ella y, en estos
momentos, la puedo pensar de la manera en que mis letras hablan.
Intentaré utilizar de eje articulador la metáfora (para hacer pre-
sente al inconsciente en su estructura metafórica y metonímica),
estableciendo lazos desde la lógica holística y también desde otras
lógicas: rizomática, tríptica y cuaternaria.
¿Por qué articular historia de las culturas y mitologías desde
la metáfora?
Porque la metáfora constituye esa lógica innominada de la
que nadie habla por estar ella por fuera de la academia y ser ex-
cluida del campo “científico”. Sólo el psicoanálisis puede recu-
perarla en sus posibilidades hermenéuticas y heurísticas. Porque
permite pensar lo que la excluye y ella incluye; en su estructura de
vacío convoca al objeto de conocimiento a jugar a la ausencia y
desde lo que falta crea en heurística el origen; inventa tras la fic-
ción del deseo en amor, para luego dar lugar a una hermenéutica
en interpretación, traducción y explicación, la que abreve en las
aguas de la exégesis y, así, el alma en sed de saber busca en los tex-
tos sagrados que murmuran ecos de verdad en el vacío del tiempo.
La metáfora se sirve de la analogía, pero no es simple analogía, es
un jugar a las escondidas. El niño se aventura a jugar, en cambio,
el adulto abandona su capacidad lúdica ante el padecer de lo coti-
diano y la exigencia de la rigurosidad de una lógica binaria.
La metáfora nos retorna a una dimensión mítica y lúdica y,
entendida desde la estructura del inconsciente, nos permite desli-
zarnos en un tiempo sin tiempo que se historiza en cada época, en
cada siglo, en cada cultura y en el lenguaje de cada civilización.
Es aquello muerto que, puesto en letra (campo simbólico), habla
11

para actualizarse en cada sueño y en cada ritual que invoca y


evoca. Y esa historia se hace presente y es el “presente” que los
antiguos nos ofrecen como legado, pero para poder poseer esa
herencia hay que conquistarla.
De esta manera, se recupera el juego en su estructura de me-
táfora en metonimia, deslizándose no sólo en la historia universal,
sino haciendo sino, haciendo historia, cultura y mito en el destino
de la singularidad de todo sujeto que porta un amor en deseo. Re-
cibirán su premio aquellos que se aventuran a descubrir qué deseo
amoroso los constituye develando la historia que desconocen.
Damos la oportunidad de que: donde ello es, advenga un yo,
en cuanto valor simbólico de reconocimiento.
Ofreciendo un Kairos en Faino, un tiempo oportuno para la
creación.
Un tiempo de articulación en clave psicoanalítica.
Y por su arte en ficción, el psicoanálisis mudo en un artificio
que, en luz de palabras, busca atrapar las sombras de los sueños.
Esas sombras que no cesan de deslizarse siglo tras siglo, esas som-
bras que retornan en los ecos de los mitos de todos los tiempos.
¿Y quién soy yo? ¿Y quién eres tú? ¿Y quiénes son ellos?...
Ruinas circulares de una humanidad en el olvido.
¿Cómo saberlo si no interrogamos a nuestros ancestros?
aquellos que viven en nosotros; aquel poeta que ensoñó la felicidad
y nunca la tuvo, y que ubicó una espada en su lápida, escondido
filo en una frase enigmática para emular a Tristán e Isolda, niño
que aún juega a los laberintos ensoñando ser un minotauro.
Es un espejo en letra en donde, al leerlo, la Ninfa Eco le pre-
gunta: ¿Qué me amas?
Niño que en letras sólo ve el oro de los tigres y confiesa ha-
ber escrito desde la sangre de sus ancestros, los idiomas que lo
habitaron y las circunstancias del mundo exterior. Tres lugares de
inscripción y de escritura, y el que no puede escribir se puede leer
en esas huellas de enunciación que, en tambor ritual, retumba en
el silencio de un tiempo circular, siendo el ayer un hoy en devenir.
Esta escritura es un juego en donde el lector deberá pesquisar
lo que se juega en las palabras, tras lo que se pone en juego en
cada palabra; jugar a indagar sentidos escondidos que susurran la
polisemia del rumor; no son los pasillos en rumor de celos y envi-
12

dia, de intriga y actos de guerra y muerte, susurro que hace arder


la carne al sentir del incauto, porque siente que alguien robó su
luna en sol y que el amanecer de la felicidad es del otro por haber-
se él quedado dormido ante el deseo en amor sin poder despertar
en las alas de Eros.
Divinidad que sostiene sin dejar caer la pasión, es el que sopla
su aliento de amor deseante, el que a la vez que vivifica, aterroriza.
¿Por qué hay algo más terrible que el amor? Eros camina
desde la sombra de su hermano Anteros (porque lo familiar porta
lo siniestro) y cuando la noche se anuncia, esta sombra se alimenta
de la vida que late, y lo hace hasta secarla.
¿Está el lector dispuesto a ensoñar las posibilidades de su ser?
13

Referencias etimológicas

Historia: deriva del verlo istopeia -investigar- y del proto-euro-


peo -Wid - tor (saber ver - construcción hipotética) - idea - visión
- Y del latino Jistor: hombre sabio, testigo juez - Una derivación
jónica la remite a “inquirir”.
Lo que se cifra en el significante Historia lo despliego en pun-
tuaciones abriendo un camino de miguitas de pan para el pájaro
del método indiciario y, como es tan vivaz la represión, hay que
apresurarse antes de que el olvido las devore. Y si las devora, hay
que buscarlas en el estómago del inconsciente, el que lo digerirá
en los jugos de la metáfora y la metonimia.
La historia puede decirse en la metáfora, porque los poetas la
portan desde su latido de amor, y aunque el precio a pagar sea el
desconocimiento, en su eterno cortejo le ofrecen las más finas sedas
de oriente, porque la verdad está desnuda y tiene cuerpo de mujer.
Investigar es el arte del psicoanálisis, por eso busca poder in-
dagar en la “historia infantil” y en la historia de la humanidad, de
la historia singular a una “historia universal”. Busca aquello que
se repite de manera igual o diferente, un acontecer que oculta sus
causas, pero que encausa nuevos acontecimientos.
En su búsqueda de progreso -sostenido en una lógica binaria-
el hombre abandonó su infancia, aquella que aún juega en tiem-
pos remotos de humanidad. La historia que narra la secuencia de
tiempo lo confirma, pero la realidad psíquica lo interpela desde la
“progresión”, eso que en pérdida una y otra vez se quiere recupe-
rar, objeto perdido en la metáfora1. Y el hombre, en su progreso,

1
Las estructuras clínicas se pueden leer a partir de la metáfora, es la neurosis
en su posibilidad de pasaje en división y falta tramitada en el complejo
de Edipo la que puede sostener esta operatoria metafórica, la psicosis en
su forclusión la excluyo ya que no hay objeto ausente, su sufrimiento es
precisamente por esa omnipresencia que no se ausenta y en la perversión el
objeto esta mostrándose en el fetiche, el que denegando esa falta insiste en
una analogía que se fija, nada en el vacío se traslada, porque el vacío no es
posible, y en tiempos del mercado el objeto se ofrece en valor de fetiche y
allí el sujeto queda en analogía para per – verse en el reflejo de narciso.
14

regresa a ser el mismo de siempre, pero desprotegido de recursos


simbólicos. En tiempos posmodernos, el hombre es el mismo por-
que las pasiones son las mismas, cambian las circunstancias, los
modos, las singularidades, pero las pasiones en raíz de pulsión
no se mueven en su devenir, son una permanencia fluctuante que
arremete en la quietud y se desvanece en el agua al hacerse vapor,
y el hombre la respira desde el aliento del cielo y la tierra. La pa-
sión en pulsión es esa raíz que, cuando el hombre la corta, se seca.
Y la humanidad, en su circularidad presente, futura y antigua,
ha reconocido que esas pasiones son dioses que habitan en los
cuerpos, y que son la mirada, la voz y la letra de lo que fue, de lo
que es y de lo que será. Las pasiones del hombre son los dioses de
todas las mitologías y, por eso, su alma es inmortal, motivo por el
cual el psicoanálisis necesita saber de ellas.
Historia, en su etimología, nos remite a una construcción hi-
potética, toda historia es una conjetura, una ficción que da cuenta
de un origen perdido en cuanto a los acontecimientos que, al ser
narrados, son palabras que atraviesan la singularidad y así, en cada
narrador hay un prisma que descompone la luz en los colores del
arco iris de las pasiones, las que en ocasiones son tomadas por la
ideología. La imagen de ese color que se elige se torna única y se
pierde el espectro de la luz de la verdad, y todo se torna oscuridad.
Ese espectro toma vida y camina a la sombra de una idea que
representa lo que se dice que fue, aquello que en la singularidad
de cada historia familiar retorna como la “no-vela del neurótico”,
la que vela la historia en la historia por contar, porque contar no
se puede. A través de los tiempos hay historia narrada por los
vencedores e historias que se esparcen con la sangre derramada
y que, desde la tierra, claman una verdad en ausencia de palabra.
Una vela prendida en la llama de un recuerdo encubridor.
Historia significa también la posibilidad de una idea y de una vi-
sión. En ella, hay representaciones trasmutadas a fantasmas dan-
zarines que, en el día, no cesan de hacer ensoñar al sujeto y, por
las noches, lo habitan en sueños de amor, deseo y muerte. En el
sueño retorna la divina pasión en el niño que sólo quiere jugar a
la realización de su deseo.
La historia remite a la necesidad de ser sostenida por un hom-
bre sabio, por un testigo que, a la vez, sea un juez. Exige una histo-
15

rización, poder transmutar una experiencia vivencial en palabra,


en narración simbólica, porque el sabio es aquel que ha degustado
la vida y la muerte y sabe el sabor de las cosas, de las visibles y
de las invisibles, pudiendo emitir un juicio ante una Ley, la que lo
sostiene tras el decir de palabras verdaderas.
Historia es también poder inquirir, buscar esas huellas mné-
micas que dan cuenta de un camino, y que es un manantial que
vierte el retorno de una pulsión que no cesa en su empuje; divi-
nidad imposible de detener, pero sí posible de entretener y allí, el
juego aparece en su dimensión antigua y sagrada, en su verdadero
rostro filogenético.

Poner a jugar las pulsiones en sus diversos destinos de la his-


toria de la humanidad, cuerda que se tensa entre lo psíquico y lo
somático para caminar en la represión sin representación, con el
único fin de obtener el placer, ese preciado equilibrio que, en mu-
chos, transmuta en un salto al vacío.
Pulsión que, en su voz, calla, llama o insinúa, porque es niña
y se esconde tras los árboles frutales, dejando sus huellas en la
arena ardiente de la playa, en el preciso momento en que está por
llegar la marea.

Cultura: Ligada, en su etimología, a cultivo, a los saberes de un


pueblo, a lo que se crea y hace crecer en un grupo o comunidad,
a las pautas de conducta de un grupo social, a lo que el hombre
produce ligado a la naturaleza y que torna su segunda naturaleza
y, sobre ella, retornaremos con las referencias freudianas de los
textos Malestar en la Cultura y El Porvenir de una Ilusión.
Cultura que tiene, por primera institución, al lenguaje, en lo
que susurra y calla, porque la experiencia se liga a la palabra y, en
ella, el saber en verdad se transmite de generación en generación,
pero la nueva generación tiene que poner a prueba esa palabra en
una nueva experiencia (la propia para apropiársela), ya que hay
algo de lo intransmisible que la contiene y, a la vez, la funda. En
cada sujeto la cultura debe historizarse desde su singularidad.
Al concepto de ‘civilización’ algunos teóricos lo entienden
desde una referencia más amplia que el concepto de cultura, ya
que en una civilización (por ejemplo, europea) puede haber dife-
16

rentes tipos de culturas en cuanto a lo que se cultiva (en el campo


sublimar de la pulsión) en el arte, la religión, la ciencia, etc., pu-
diendo así haber diversidad de culturas en una misma civilización
o, para algunos teóricos, subculturas. Algunas teorías entienden la
civilización como la salida del hombre de su estado “salvaje” pero,
si este concepto se utiliza etnocéntricamente, el efecto puede ser
desbastador, por ejemplo, la civilización europea (eurocentrismo)
que, al tomar contacto con los pueblos originarios, los considera-
ron salvajes y esto los legitimaba a “civilizarlos” despojándolos
de su lenguaje, arte, creencias, quitándoles sus tierras y sus vidas.

Mito: En su etimología, nos remite al hilo que teje la urdimbre


de la existencia, el que otorga historias ejemplares como soporte
simbólico a una cultura, a una sociedad. Es el relato niño en los
cuentos de hadas2 y es la continua referencia que se hace carne
en una humanidad que se empeña en querer olvidar, lo cual sería
como pretender hacer callar el viento, secar los manantiales, qui-
tar la tierra que se pisa y, en ella, todo lo existente y por existir.
Entonces, privar a las nuevas generaciones de sus narraciones
antiguas, es arrojar su ser a un desamparo en desolación y con-
vocar el retorno de los filósofos de la ciencia y su afán de clasifi-
cación, aquellos que enumeran sin poder nombrar en la enuncia-
ción, los que dicen ser los nuevos hombres de la ciencia, los que se
dan en llamar Postmodernos.
En el hilo antiguo de míticas historias se teje la metáfora, que
será la vestidura para todo naciente; paradoja de lo que permane-
ce y se constituye como una encrucijada en plena época decons-
tructiva de la subjetividad.
La historia es la actualización de la letra y, en las letras, el len-
guaje, el que resguarda en su estructura un tipo de lógica: una lógi-
ca racional (lógica binaria) y una lógica inconsciente (lógica meta-
fórica), la que hace discurso desde la gramática que la constituye.
Sin esas letras hay un retorno a lo “primitivo”, como lo primero en
el cuerpo, lo salvaje en cuanto no hay un proceso de humanización.

2
Ferrero, Antonio. (2019). La palabra, un don para la infancia, los cuentos
de hadas. Laborde. Rosario. Declarado de Interés educativo por el Consejo
General de Educación de la Provincia de Entre Ríos. Resolución 4728.
17

Si ligamos historia a mito3 encontramos en la cultura griega a


Cronos, lo que nos permite pensar que el tiempo es una divinidad,
y que el devenir y la causalidad (lo que da en llamarse historia)
son el acontecer de Cronos. No se trata de una historia lineal
y explicativa en secuencia de hechos, porque toda historia es en
parte una ficción y el “objeto acontecimiento” está perdido y, por
lo tanto, se trata de lo que el hombre genera en su hacer y registra
desde su realidad psíquica al recrearla en narración y denominarla
historia.
El destino se halla en la historia en cuanto tiempo divino; en
la chispa sagrada que se resguarda en el ritual que hace al hombre
humanizarse, actualizando un saber no sabido, que crea y modela
a voluntad divina. Por lo tanto, la determinación de lo humano
se liga a la sobredeterminación de la divinidad, conjunción que es
visible e invisible. Un ejemplo es el lenguaje sagrado (hebreo) y su
Ley, otorgada por Dios a su pueblo elegido.
Los hombres eligieron sus dioses y los dioses sus hombres, y
su hacer está vigilado por sus potestades y potencias, porque toda
historia es mítica y todo mito es historia. Cada cultura registra
que su lugar, su región, su tierra, tienen potestades propias, por
eso, un hombre que crece en determinada región le pertenece a esa
tierra y es allí donde puede descansar al perecer.
El hombre es una pluma que, embebida en tinta, deja un trazo
y, a la vez, vuela y el viento de la vida lo lleva y el de la muerte
lo hace caer. En cuanto a esta verdad en desvelo, trabajaremos a
un Titán que emuló a Prometeo al quitarle el fuego a los dioses
y otorgárselo a los hombres. Así como Prometeo fue encadenado
y un águila devoraba su hígado durante el día - el que se regene-
raba en las noches- Freud, también encadenado a su teoría sobre
la sexualidad, la pulsión de vida y la de muerte, en su visión de
águila, pierde su mandíbula inferior y no puede articular palabra
hablada por haber otorgado divinas palabras escritas en el fogoso
ardor pulsional, las que desprendieron sus plumas como Ícaro,
salidas en el vuelo del diván soñador. Pero él, en las noches, atado
a su escritura, recuperaba su potencia de Titán para escribir ala-

3
Ferrero, Antonio. (2018). Epistemología, Mitología y Psicoanálisis. Mito-
poiesis. Editorial Delta. Paraná.
18

das palabras de interpretación, mudando a un nuevo Hermes que


mediaba entre los dioses de la inconsciencia y la racionalidad de
humana pasión; un Hermes que juró no mentir, pero no poder de-
cir toda la verdad; un Hermes que tuvo que hacer un pacto con las
Parcas (las repartidoras de los destinos) para otorgar el lenguaje
psicoanalítico a los hombres, y para acercarse al continente negro
en donde cubrían su desnudez, con plateadas escamas, las sirenas.
En el hilo del mito hace urdimbre la historia; texto en tejido
desde su hebra sobrenatural, extraordinaria, fabulosa, de fablar
en fantasía de sagrados hechos, desde el consagrado inconsciente.
Por lo tanto, como expresó el hombre de las historias sin contar:
“No importa lo que los hombres digan de los mitos, sino lo que
dicen los mitos en el hombre.”
Si una generación no puede transmitir ese decir que no se
sabe, la nueva generación no tiene nada que decir de lo que no
sabe. El mito en la historia y de la historia se encuentra en lo que
retorna, en la singularidad de cada sueño compartido desde los
tiempos sin recordar.
Freud mudado a Prometeo, mudado a Hermes, mudado a…
(y el lector puede jugar con las referencias míticas que conoce),
sopla su chispa divina de verdad y, al soplarla, pierde la mandíbu-
la inferior como precio a pagar por el secreto a revelar, pero sus
manos son liberadas para otorgar lo que la sangre cifra, lo que
su lenguaje cifra, lo que sus actos cifran, y ese número infinito de
causalidad en Cronos, en un tiempo en devenir que seguirá acon-
teciendo desde los inicios de la humanidad. En Freud, esa chispa
ardió, pero luego, no cesó de deslizarse en espera de un soplo que
nuevamente la haga arder para que aliviane el frío del alma de la
humanidad.
El psicoanálisis es una carta robada al inconsciente, y han
sido los mismos psicoanalistas los que han dejado en sufrimiento
esas letras de la verdad en espera, anqué cuando no, la partieron
en dos, como los psicoanalistas que le restaron un cuatrimestre al
cursado del tesoro de los sueños.
Dicen que dicen que, para aliviar el sufrir, que en todos los
humanos acontece, los dioses les otorgaron la posibilidad de jugar
y, en el jugar, poder amar, danzar, cantar y creer para crear.
19

La construcción histórica
Una construcción remite a una reconstrucción desde el len-
guaje oral o escrito. El lenguaje en transmisión oral es una voz
que se pierde, distorsiona, muda a eco, retorna en sueño y el decir
se cubre de imágenes proyectadas de parlantes encadenados en
la cueva de la historia que, ante el fuego de la pasión, proyecta
sombras de verdad, tan eternas como la divinidad, la que en carne
de deseo y amor late desde el corazón del susurro de la vida, gene-
ración tras generación.
La construcción en cuanto reconstrucción busca un origen en
el rastro, en la huella de lo que se conserva en lo que se perdió, y
queda sostenida en un resto de tiempo en reconstrucción.
Para la demarcación de la ciencia popperiana, es el armar
una narración que en ficción (psicoanálisis) guarda la consisten-
cia de un paradigma sustentado en el vapor de la ensoñación. La
comunidad científica que anhela el poder, el control y dominio no
puede reconocer a los mitos y su ensoñación, sin desconocer que
el psicoanálisis es una estructura de poder.
Unos y otros caminantes se dispersan en el desvarío de un en-
cuentro sin nombre; unos y otros recurren a la escritura como una
morada, como la huella de la ausencia en donde se aloja el silencio
en pos de una historia que espera por ser contada.
Para abordar esta temática he de tomar como referencia
un texto de Sigmund Freud: “Construcciones en Psicoanálisis”4
(1937), cuya fecha es significativa porque Freud fallece en el año
1939. Contextualizar la escritura es importante. Él está viviendo
un año de gran sufrimiento físico y psíquico, después de una gue-
rra mundial (1914 - 1918) y en la puerta de una segunda guerra
mundial (1939 - 1945). Freud está realizando una reconstrucción
de su propia teoría, sabiendo que dejará su legado a la humanidad
y también que su muerte está próxima. Átropos, la que corta el
hilo de la vida, ya estaba sentada a dos metros de la cabecera de
su lecho.
En el texto mencionado, hay un juego de analogía entre el
trabajo de un psicoanalista sobre la historia singular de un sujeto,

4
Freud, Sigmund. (1981). Obras Completas. Tomo III. Construcciones en
Psicoanálisis. Biblioteca Nueva. Madrid.
20

y el trabajo de un arqueólogo sobre la historia de la humanidad.


Analogía que transmuta en síntesis al referenciarse la historia en
los conceptos de ontogénesis y filogénesis. Al decir del poeta que
no fue feliz: “un hombre es todos los hombres”.
“Todos sabemos que la persona que está siendo psicoanaliza-
da ha de ser inducida a recordar algo que ha sido experimentado
por ella y reprimido (…) El analista ni ha experimentado ni ha re-
primido nada del material que se considera: su tarea no ha de ser
recordar algo ¿Cuál es entonces su tarea? Su tarea es hacer surgir
lo que ha sido olvidado a partir de las huellas que ha dejado tras
sí, o más correctamente construirlo.”5
Freud ubica al analista en una tarea de arqueólogo6 del psiquis-
mo. Para ello necesita de una espísteme (fundamento en validación
de un marco simbólico referencial) construida en parte desde su
doxa (análisis singular, su propia historia) y en instrumentación de
una téchne (método que le permita una instrumentación teórica),
para transmutar el campo de la hermenéutica, heurística y exégesis
en un arte bello, en una poiesis. El analista está obligado a la me-
táfora, como lo está el poeta, porque toda estructura psíquica se
construye en la metáfora y la metonimia; no obstante, el poeta no
está obligado a simbolizar la metáfora, su placer es dejarse seducir
por ella y hacerle el amor desde el lenguaje.
Podemos decir, entonces, que un psicoanalista está en trans-
ferencia con la metáfora porque es lo que lo constituye como tal.
No es un hacedor de metáfora, ni un demiurgo en acto creativo,
es más bien un trabajador que, en su arqueología, construye un
saber sobre esa verdad que se cree olvidada. Tiene un oficio en su
quehacer y debe saber realizarlo.

5
Ídem. Pág. 3365.
6
Ídem. Pág. 3366. “Su trabajo de construcción o, si se prefiere, de recons-
trucción, se parece mucho a una excavación arqueológica de una casa o de
un antiguo edificio que han sido destruidos y enterrados. Los dos procesos
son en realidad idénticos, excepto que el psicoanalista trabaja en mejores
condiciones y dispone de más material en cuanto que no trata de algo des-
truido, sino con algo que todavía se halla vivo (…) el psicoanalista deduce
sus conclusiones de los fragmentos de recuerdos, de las asociaciones y de
la conducta del sujeto. Los dos tienen un derecho innegable a reconstruir,
con métodos de suplementación y combinación, los restos que sobreviven.”
21

A la vez, podemos decir que su arte (téchne) en oficio refiere


a una sensibilidad y un saber acerca de la metáfora y la metoni-
mia, y si no tiene el talento necesario para construir metáforas su
trabajo no se liga al orden del “arte del buen decir”, a la estética
de la letra en palabra.
El psicoanalista, que porte un saber hacer sobre la metáfora y
en la metáfora, tiene el talento de la certidumbre anticipada, para
ver en lo que escucha esa chispa del tiempo que titila al volar en
la voz de un aliento de pena; luciérnaga de los recuerdos que agita
sus alas en su acto de vuelo encubridor.
Recostado, sin un ojo visor, el analizante despliega el plegado
libro de una existencia, la que en huellas de morada se torna un
laberinto en cuyo centro el minotauro de la verdad lo espera; no
espera por Teseo sino por el sino del deseo, desde lo que no se
nombra, y allí está tejiendo Ariadna su hilo de seducción para cu-
brir en dorado lienzo el cuerno que, una vez enfundado, se torna
agalma, sirena que despierta la pasión de una pulsión que resistir
no se puede. Una pasión de vida y de muerte que entona el canto
silencioso de Eros y Thánatos.
En la memoria del olvido trabaja el psicoanalista: “Todo lo
esencial está conservado; incluso las cosas que parecen comple-
tamente olvidadas están presentes de alguna manera y en alguna
parte y han quedado meramente enterradas y hechas inaccesibles
al sujeto (…) para el analista la construcción es solamente una
labor preliminar.”7
La construcción es reconstrucción porque ya construyó la
metáfora en metonimia, así como la elaboración es reelaboración
en cuanto trabajo onírico, porque hay un proceder psíquico in-
consciente que precede la labor; un ceder que es intrapsíquico y
que implica el trabajo de una inteligencia con lógica inconsciente,
que se estructura en una gramática poética al trabajar la analogía
en traslación.
Trasposición en imagen del objeto ausente en el sueño (refi-
riéndome a la estructura neurótica), es cuando en la música de la
pasión, el amor por los velos danza en la sala de los espejos, entre
las sombras de fantasmas; una voz, una mirada que se enciende

7
Ídem. Pág. 3367.
22

en sonrisas de seducción y, al frotar su lámpara mágica, promete


cumplir tres deseos…
En este trabajo de historización se trata de reconstrucción más
que de elaboración: “El psicoanalista termina una construcción y
la comunica al sujeto del análisis, de modo que pueda actuar so-
bre él; constituye entonces otro fragmento con el material que le
llega, hace lo mismo y sigue de este modo alternativo hasta el fi-
nal. Si en los trabajos sobre técnica psicoanalítica se dice tan poco
acerca de las ‘construcciones’ es porque en su lugar se habla de las
‘interpretaciones’ y de sus efectos. Pero creo que ‘construcción’ es
desde luego la palabra más apropiada. El término ‘interpretación’
se aplica a alguna cosa que uno hace con algún elemento sencillo
del material, como una asociación o una parapraxia.”8
Trabajo de análisis que implica lo que se transfiere en ese
amor coartado en sus fines, el que en sublimación se torna un arte
en el que ambos comprometen su deseo; uno, en casta profesión
que profesa lo simbólico y el otro, en pasión existencial que busca
la palabra y el navío de Caronte, pagando con la moneda de plata
el viaje que le permite ir hacia la otra costa del río Leteo. Muerte
simbólica que lo devuelve a la vida.
Hay un ex-sistere en e-x-clusión del sujeto, allí donde no pue-
de incluir su deseo amoroso la deconstrucción, la que al romper
aliena en fragmentos desperdigados de su ser, letras de un real
que retorna en la despiadada materialidad del objeto de consumo
capitalista, bajo las siniestras sombras de la familiar posmoder-
nidad.
Freud habla de la trasposición y trata de pensar cómo hacer-
la trabajar; reconoce que en el delirio hay una verdad histórica9

8
Ídem. Pág. 3367.
9
Ídem. Pág. 3372. “Pienso que este enfoque de los delirios no es enteramente
nuevo, pero pone de relieve, sin embargo, un punto de vista que por lo
común no se halla en el primer plano. Su esencia es que no sólo hay mé-
todo en la locura, como el poeta ya percibió, sino también un fragmento
de verdad histórica (…) Este trabajo consistiría en liberar el fragmento de
verdad histórica de sus distorsiones y sus relaciones con el presente y ha-
cerlo remontar al momento del pasado al cual pertenece. La transposición
del material desde un pasado olvidado al presente o a una expectación
futura es realmente una ocurrencia habitual en neuróticos no menos que
23

que se juega alucinatoriamente (en lo real que retorna), y allí no


hay metáfora porque no hay vacío que permita deslizar el objeto
y luego favorecer la sustitución, pero en ese fenómeno hay una
posibilidad de conocer e instrumentar. Una verdad loca que, por
fuerza del delirio, no puede callarse.
Freud busca en la analogía y la trasposición; busca en la me-
táfora y, al darse cuenta de que no es posible en la psicosis, su
espíritu de poeta retrocede ante su genio científico.
“Ya me doy cuenta que sirve de poco tratar un sujeto tan
importante del modo sumario que he utilizado aquí. Pero no por
eso he podido resistir la tentación de presentar una analogía. Los
delirios de los pacientes se aparecen como equivalentes de las
construcciones que edificamos en el curso de un tratamiento psi-
coanalítico: intentos de explicación y de curación, aunque es ver-
dad que en las condiciones de una psicosis no pueden hacer más
que sustituir el fragmento de la realidad que está siendo negado
en el presente por otro fragmento que ya fue rechazado en remoto
pasado. Será la tarea de cada investigación individual revelar las
conexiones íntimas entre el material rechazado presente y el de la
represión primitiva. Así como nuestra construcción sólo es eficaz
porque recibe un fragmento de experiencia perdida, los delirios
deben su poder de convicción al elemento de verdad histórica que
insertan en lugar de la realidad rechazada.”10 Elemento de verdad
histórica que se encuentra en los mitos, en los sueños y en toda
verdad metaforizada.
Freud da muestra de que el psicoanálisis es una investigación
que implica un arte en elaboración y no cesa de buscar cómo ins-
trumentar de la mejor manera esa bella arte. Ese delirio logrado
que es el psicoanálisis, del cual muchos participan y otros son par-
tícipes sin ellos haberlo reconstruido. En estas letras se hacen pre-
sentes las huellas freudianas para recordar que no hay que temer a
los delirios y los sueños diurnos, porque la metáfora tiene valor de
pulsión; ella empuja y busca realización y no hay forma de callar
lo que gime en el susurro de esa voz en goce que busca habitar el

en psicóticos (…) Creo que ganaríamos muchos conocimientos valiosos


de un trabajo de esta clase con psicóticos, aunque no llevara a un éxito
terapéutico.”
10
Ídem. Págs. 3372 - 3373.
24

aliento de la vida. Ese canto de la sirena que no es otra cosa que


escuchar gemir el goce y allí, todo ser humano se pierde y muere.
Ante los sonidos de lo que nace, no sólo hay que atarse al
mástil, es necesario taparse los oídos con ceras y remar sin levan-
tar la mirada.
Es el goce esa risa en placer del cuerpo. Y aquí, le revelaré al
lector un secreto: El que se aventure a enfrentarse a ese goce debe
estar dispuesto a donar su nombre.
“Si consideramos a la humanidad como un todo y la susti-
tuimos al individuo humano aislado, descubriremos que también
ella ha desarrollado delirios que son inaccesibles a la crítica lógica
y contradicen la realidad. Si a pesar de esto son capaces de ejercer
un extraordinario poder sobre los hombres, la investigación nos
lleva a la misma explicación dada en el caso del individuo. Deben
su poder al elemento de verdad histórica que han traído desde la
represión de lo olvidado y del pasado primigenio.”11
Y ahora, el lector puede releer las referencias etimológicas an-
tes escritas sobre Historia, Cultura y Mitología, y encontrará ese
retorno en juego circular de lo que se cifra en el nombre (hombre).

11
Ídem. Pág. 3373.
25

CULTURA, RELIGIÓN Y MITO

El pensamiento mítico edifica conjuntos estructurados


por medio de un conjunto estructurado, que es el lenguaje;
pero no se apodera al nivel de la estructura:
Construye sus palacios ideológicos con los escombros
de un antiguo discurso social.
Claude Lévi-Strauss, El pensamiento salvaje.

La doctrina romántica de una Musa que inspira a los poetas fue


la que profesaron los clásicos…
La palabra habría sido en el principio un símbolo mágico, que la
usura del tiempo desgastaría.
Jorge Luis Borges, La rosa profunda.

Cultura, según la RAE, es el cultivo; el “Conjunto de cono-


cimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico”;
el “Conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y
grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época,
grupo social, etc”. En otra acepción académica, calificada como
desusada, cultura es “Culto religioso”.
El sustantivo proviene del participio de futuro del verbo
‘colo’: cultura, es ‘lo que ha de cultivarse’.
Colo, colis, cŏlěre, colui, cultum, es verbo transitivo. Significa
cultivar, labrar, cuidar, en sentido real y figurado. Es un verbo
de gran amplitud semántica: practicar; amar, estimar, querer; dar
culto, honrar, venerar. Colere deos > honrar a los dioses. Colere
urbem > vivir en Roma.
Cicerón, en su Tusculanae Disputationes 12 (~45 a.C.), trata so-
bre la conveniencia de adoptar la sabiduría de los griegos y llevarla
a la lengua latina. Dice Cultura animi philosophia est y utiliza una
metáfora agrícola, para ejemplificar el crecimiento del alma

12
Cicerón, Marco Tulio: Disputaciones Tusculanas. Gredos, Madrid,
2005.
26

“… no todas las mentes que han sido cultivadas ade-


cuadamente producen fruto; y …como un campo,
aunque puede ser naturalmente fructífero, no puede
producir un cultivo sin labrarse, así tampoco puede la
mente sin educación; tal es la debilidad de uno sin el
otro. Mientras que la filosofía es el cultivo de la men-
te: esta es la que arranca los vicios de raíz; prepara la
mente para recibir semillas; los compromete o… los
siembra, con la esperanza de que, cuando lleguen a la
madurez, puedan producir una cosecha abundante”.
(Lib. ii, iv)
El término “cultura”, adquiere sus posteriores significados en
los escritos de los filósofos alemanes del siglo XVIII.
Para el estructuralismo, la cultura es un mensaje que puede
ser decodificado tanto en sus contenidos, como en sus reglas. Ese
mensaje habla de la concepción del grupo social que la crea, habla
de sus relaciones internas y externas.
De acuerdo con Lévi-Strauss, en El pensamiento salvaje
(1962), la cultura es básicamente, un sistema de signos producidos
por la actividad simbólica de la mente humana. Esta capacidad,
consiste en la clasificación de las cosas del mundo en grupos, a los
que se atribuyen ciertas cargas semánticas.
No existe un grupo de símbolos o signos (campo semánti-
co) que no tenga uno complementario. Los signos y sus significa-
dos pueden ser asociados por metáfora (como son las palabras)
o por metonimia (como los emblemas y escudos) a fenómenos
significativos para el grupo creador del sistema cultural.
Las asociaciones simbólicas no son necesariamente las mis-
mas en todas las culturas.
El mito, dice Lévi-Strauss:

“se define por referencia a un esquema temporal que


combina las propiedades de la diacronía y sincronía, pues
los acontecimientos desplegados en el tiempo conforman
una estructura perdurable. Pero el valor intrínseco atri-
buido al mito proviene de que estos acontecimientos, que
se suponen ocurridos en un momento del tiempo, forman
27

también una estructura permanente que se refiere simul-


táneamente al pasado, al presente y al futuro”.

“Entre todos los fenómenos de la cultura, los más refractarios


a un análisis meramente lógico son el mito y la religión”, afirma
Ernst Cassirer13. Para él, el mito parece a primera vista un caos,
una masa informe de ideas incoherentes y es ocioso buscar sus
razones. Piensa que el pensamiento religioso se opone al pensa-
miento racional o filosófico.
Para Tomás de Aquino (1225-1274), la verdad religiosa es
sobrenatural, pero no irracional.
Blas Pascal (1623-1662) sostiene que los verdaderos elemen-
tos de la religión son la oscuridad e incomprensibilidad.
Søren Kierkegaard (1823-1855) describe la vida religiosa
como una gran paradoja. Todo intento por atenuar esta paradoja
significa la negación y la destrucción de la vida religiosa.
Friedrich Max Müller (1823–1900) en su Mitología Compa-
rada,14 desarrolló una teoría por la cual el mito se explica como
producto accesorio del lenguaje. Consideraba el mito como una
especie de enfermedad humana, cuyas causas había que buscarlas
en la facultad del lenguaje.
El lenguaje es, por naturaleza y esencia, metafórico; no des-
cribe las cosas directamente, apela a la descripción indirecta, a
términos multívocos y equívocos. El mito debe su origen a esta
ambigüedad.
Para Max Müller, los mitos constituyen una creación propia
de la infancia de la humanidad; los hombres comenzaron a generar
mitos, afirma, en la que denomina edad mitopeica (también perio-
do mítico o mito-poético).
Si el mito, según Müller, es una enfermedad mental, o una eta-
pa infantil del devenir cultural de la humanidad, surge una con-
troversia con respecto a la religión, ya que al definir la mitología
como un “período de temporal insania que el espíritu humano ha

13
Cassirer, Ernst: Antropología filosófica. Fondo Cultura Económica,
México, 1968.
14
Müller, F.M.: Mitología comparada. Visión Libros, Barcelona, 1990.
28

tenido que atravesar”15, estamos concediendo implícitamente, que


la religión también sería una “enfermedad del lenguaje”.
Émile Durkheim (1858-1917) toma la teoría de Müller y
habla de mito y religión, como «inmensa metáfora vacía”, “una
especie de delirio verbal”:

“El pensamiento religioso no entra en contacto con la


realidad, más que para cubrirla pronto con un espeso
velo que disimula sus formas verdaderas; ese velo es el
tejido de creencias fabulosas que urde la mitología. El
creyente vive, pues, como el delirante, en un medio po-
blado de seres y de cosas que no tienen más que una
existencia verbal…”.16
Al mencionar el delirio (Perdón por esta digresión) recor-
damos la palabra de Freud, considerando la religión como una
neurosis que, en ocasiones, se acerca peligrosamente a la locura.17

M(yow es el relato imaginado, la invención. Muyolog Tv


es fantasear.
La raíz mu- indica misterio; m(sthw es el iniciado; lo que a él
se refiere es lo místico (mustuk w), lo concerniente a los misterios.
Mito es la historia de Amor y Psiquis, hermosísima historia,
que merece ser leída; contada precisamente, para entretener.

El mito se combina y embellece ad libitum; “cuenta una his-


toria sagrada… relata un acontecimiento que ha tenido lugar en
el tiempo primordial, en el tiempo fabuloso de los comienzos…
no habla de lo que ha sucedido realmente”. “Los griegos fueron

15
Müller, F.M.: Íd. Pág, 15.
16
Durkheim, É.: Las formas elementales de la vida religiosa. Schapire, B.
Aires, 1968. Cap. iii.
17 En
Los actos obsesivos y las prácticas religiosas (1907), escrito para el primer
número de la “Revista de Psicología Religiosa”, dirigida por Joh Bresler (Psi-
quiatra) y Gustav Vorbrot (Teólogo), Freud aborda el tema de la religión y
concluye: “…uno podría atreverse a concebir la neurosis obsesiva como la
pareja patológica de la religiosidad; la neurosis como una religiosidad indi-
vidual y la religión, como una neurosis obsesiva universal”.
29

vaciando progresivamente al mythos de todo valor religioso o me-


tafísico… Opuesto tanto a logos como a historia, mythos terminó
por significar todo lo que no puede existir en la realidad”.18

Religión, religio, proviene de relegere, que es recoger, elegir,


tomar nuevamente. Volver a leer, releer, repasar leyendo. En su se-
gunda acepción supone una doble significación, un doble discurso
que alguien debe revelar.
Religio se traduce: atención escrupulosa, escrúpulo, concien-
cia, exactitud, delicadeza. Escrúpulo, sentimiento, temor piadoso,
que se tiene a la divinidad.
Con ese valor la usan Tito Livio y Cicerón.
Religión es creencia, supone cultos, ritos, ceremonias:
Natio est omnium Gallorum admodum dedita religioni-
bus…
La nación de todos los galos está entregada a las prácticas re-
ligiosas…, dice Julio César y habla de las creencias y celebraciones
de aquel pueblo.19
Religión es compromiso sagrado, juramento y santidad:
Timori magis quam religioni consulere,
Obedecer más al temor que a sus compromisos solemnes (J.
César).
La santidad, la calidad de sacro se expresa con el mismo
vocablo:
Diana loco mutato religionem non amisit.
Diana20, al cambiar su asentamiento, no perdió lo sagrado.
Religión, por último, es objeto de veneración:
Fanum Iunonis tanta religione semper fuit ut...
El templo de Juno fue siempre objeto de una veneración tan
grande que...
El profesor filósofo e historiador, James G. Frazer (1854-
1941) dice: “Por religión entendemos una propiciación o concilia-
ción de poderes superiores al hombre, que se cree dirigen y gobier-
nan el curso de la naturaleza y de la vida humana. Así definida,

18
Eliade, Mircea, Mito y realidad. Labor, Barcelona, 1991. Cap. i.
19
De Bello Gallico, Lib. vi, Cap. xvi y ss.
20
La estatua de...
30

la religión consta de dos elementos, uno teórico y otro práctico,


a saber una creencia en poderes superiores al hombre y a la vez
la intención propiciatoria o el deseo de complacerlos”… “Dicho
en otros términos, ningún hombre es religioso si no es gobernado
en su conducta en alguna medida por el miedo o el amor a Dios.”

Más adelante sostiene: “Es cosa humana, y a la vez necesa-


riamente, cosa social, cosa lingüística y cosa económica, pues no
se concibe al hombre fuera del lenguaje y de la vida colectiva.
Importa ante todo considerarla en sí misma, en lo que tiene de
irreductible y de original. Sería muy difícil dar una definición pre-
cisa, unánimemente aceptable de la noción de religión: algo tan
pretencioso como intentar definir las emociones del amor, de la
poesía, o bien, de las creencias”.21

Freud articula su teoría psicoanalítica a partir de la mitología


griega: Y sustenta el mito de Edipo sobre Edipo Rey, de Sófocles.
Aristóteles en su Poética, la juzga obra perfecta y la toma de mo-
delo para trabajar la composición de las tragedias.
Sobre el mito en cuestión, ya aparece en obras de la literatura
griega, pertenecientes al ciclo tebano de la época arcaica (S. viii y
vii a.C.): Edipodia de Cinetón de Esparta; Tebaida de autor anó-
nimo de Mileto, y Epígonos de Antímaco de Teos.

La tragedia de Edipo se origina en La Maldición de Pélope22.

Los Tantálidas
Tántalo, rey de Frigia o de Lidia, hijo de Zeus y de Pluto, la Ri-
queza, había heredado la soberbia de su padre y espléndidos bienes
materiales, atributos de su madre. Los dioses olímpicos lo invita-
ban a sus festines y confiaban en él. Como a su progenitor, se le ad-
judicaban varias esposas; pero, fue Dione –casi con seguridad, hija
del Océano- la que le dio sus hijos más famosos: Pélope y Níobe.

21
Frazer, James George: La Rama Dorada. Magia y Religión. Fondo
de Cultura Económica, México. 1969.
22
Iannuzzo, Graciela: La Maldición de Pélope. En Teogonías Olímpi-
cas. Delta Editora, Paraná, E, Ríos, 2013.
31

Algunos hechos de Tántalo le valieron la cólera de su padre:


Por no devolver el perro custodio del santuario de Zeus en Creta,
que le fuera entregado por Pandáreo, fue confinado en el monte
Sípilo.
En otra fechoría se lo vincula con Ilo, fundador de Troya,
quien lo destierra de su territorio, luego de la seducción y poste-
rior rapto del joven troyano de estirpe real, Ganímedes, “el más
hermoso de los mortales”. Aunque este suceso frecuentemente se
atribuye al propio Zeus, que enamorado del adolescente, lo roba
y lleva al Olimpo, para que sea su escanciador de néctar y com-
pañero de lecho.
Tántalo fue admitido con regularidad, en los banquetes divi-
nos, hasta que hurtó algunos manjares para compartirlos –quizá
demagógicamente- con sus amigos mortales y comenzó a revelar
secretos de Zeus. Preparando en su palacio, un simposio al cual
invitó a todos los dioses, descubrió que los alimentos que tenía en
su despensa serían insuficientes para los comensales y despedazó
a su hijo Pélope, agregándolo al guisado que serviría. Los dioses
se percataron con horror, de la clase de carne que aparecía en su
plato y no la probaron; solo Deméter, distraída y preocupada por
su hija Perséfone, desaparecida misteriosamente, de la faz de la
Tierra, mordió el hombro izquierdo e ingirió un bocado. Por este
crimen, Tántalo perdió su reino y fue castigado al suplicio eterno
del hambre y la sed: cuelga de la rama de un árbol frutal, sobre
un lago pantanoso; las olas le llegan a la cintura, mas cuando se
inclina para beber, las aguas se retiran y queda el fondo cenagoso
a la vista. El árbol está cargado de frutos brillantes y maduros;
pero, cada vez que intenta tomar uno, una ráfaga de viento los
aleja de su mano.

Zeus resucitó a Pélope. Hermes reunió los miembros, volvió


a hervirlos en la misma caldera y pronunció un hechizo. La parca
Cloto, la que devana el hilo de la vida, rearticuló el cuerpo y Rea
le insufló vida, mientras Pan danzaba alegremente, según canta
Píndaro en su Primera Olímpica. Pélope revivió tan hermoso, que
Poseidón se enamoró de él y se lo llevó al Olimpo, para que fue-
ra su copero y amante, como había hecho Tántalo (o Zeus) con
Ganímedes. Pronto fue devuelto a la Tierra, porque su padre –sin
32

escarmentar- lo hacía robar néctar y ambrosía a los dioses, para


dárselos a los mortales. Con la ayuda de Poseidón, que le obse-
quió caballos alados, consiguió casarse con la bellísima Hipoda-
mia, hija del rey arcadio Enómao.

Lograr la mano de Hipodamia no fue sencillo, porque un orá-


culo vaticinaba la muerte de Enómao, por quien fuere su yerno.
Por este motivo, el rey había organizado una carrera de carros,
en la que cada pretendiente llevando como acompañante a la don-
cella, debía llegar primero, hasta el altar de Poseidón en Corinto. Si
él los alcanzaba, cortaba la cabeza al candidato; cosa que sucedía
sin dificultad, pues su carro estaba más liviano que el del conten-
diente, y sus caballos –regalo de Ares- eran de extrema ligereza.

Hipodamia se enamoró a primera vista del hermoso Pélope


y con la ayuda del auriga de su padre, Mirtilo, inconfeso enamo-
rado de la princesa, quien puso clavijas de cera en las ruedas del
carro del rey, consiguió refrenar el vehículo y hasta le provocó una
mortal caída, que dio la victoria al pretendiente y por consiguien-
te, la mano prometida. Unos mitógrafos dice que Enómao murió
en el accidente y otros sostienen que fue muerto por Pélope, como
había dicho el oráculo.

La pareja tuvo varios hijos, entre los que merecen nombrarse


por sobre todos, Atreo y Tiestes. Las tradiciones le atribuyen tam-
bién a Crisipo; aunque este último, es probable que haya nacido
de Pélope y la ninfa Axíope (Astioqué), y que Hipodamia jamás
lo haya aceptado.

Atreo se casó con una nieta del rey Minos, Aérope. El pa-
dre de esta, Catreo, había consultado el oráculo preguntándole
cómo moriría. La respuesta fue que sucedería a manos de uno de
sus hijos. Él guardó secreto; pero, para evitar el cumplimiento del
augurio, entregó a Nauplio, piloto de los Argonautas, a Aérope
y su hermana Clímene, para que las vendiera como esclavas. Un
hermano de Aérope y otra hermana huyeron de la corte. Nauplio
llevó a las dos doncellas a Argos, se casó con Clímene y dio a Aé-
rope en matrimonio, al rey Atreo.
33

La relación de los hijos de Pélope se basa en el odio y la ven-


ganza. A pedido de Hipodamia, temerosa de que el padre le cedie-
ra el trono al bastardo Crisipo, Atreo y Tiestes lo asesinaron. En
castigo, Pélope los desterró. Se refugiaron ellos en la corte del rey
de Micenas, Esténelo. Otra versión dice que los dos hermanos no
obedecieron la orden de la madre y que ella lo hizo por su mano.
Para ello se introdujo en el dormitorio de Crisipo, que dormía en
compañía del joven hijo de Lábdaco, el biznieto de Cadmo, Layo,
quien era huésped de Pélope. Hipodamia tomó la espada de Layo
y la clavó en el vientre de Crisipo. Luego, Layo fue acusado por el
crimen; pero, Crisipo que vio a Hipodamia cuando huía, la acusó
antes de morir.

Otros autores –y a estos damos mayor crédito- hablan de que


Layo sedujo al joven Crisipo y lo raptó (una atávica costumbre),
motivando la maldición de Pélope, para los Labdácidas, hasta la
tercera generación. Varios sostienen que Crisipo se suicidó de ver-
güenza, al descubrirse la relación.

Los Labdácidas
Lábdaco, nieto de Cadmo, perdió a su padre Polidoro, cuan-
do tenía un año; por este motivo, su abuelo Nicteo se encargó de
la regencia. Cuando Lábdaco llega al poder, su reinado fue marca-
do por la guerra contra Atenas, a causa de un conflicto fronterizo.

Según Apolodoro, Lábdaco murió despedazado por Bacantes


enfurecidas, pues él se oponía al culto de Dionisos. Como el hijo
de Lábdaco, Layo, era muy joven, asumió la regencia su tío abuelo
Lico. Una leyenda dice que por reyertas entre Dircea, la esposa,
y Antíope, concubina forzosa de Lico, fue asesinado por los hijos
de esta última, Anfión y Zetos, que se apoderaron del reino de
Tebas. El joven príncipe Layo huyó y se refugió en la corte de
Pélope, quien lo recibió hospitalariamente, y en donde se enamoró
de Crisipo.

Layo enseñó al jovencito, que tenía entre siete y doce años,


el arte del auriga y en cuanto se levantó la pena de destierro que
34

pesaba sobre él, volvió a Tebas, llevándose al muchacho como


amante... Al menos, así refieren Apolodoro, Higinio y Ateneo.
Este rapto motivó la maldición de Pélope, de que el pederasta
mataría a su padre y casaría con su madre.

Los tebanos, lejos de condenar la práctica de la pederastia,


mantenían un regimiento denominado Banda Sagrada, formado
por muchachos y sus amantes; un hecho que testimonian Higinio
(Fábulas, 85 y 271), Plutarco (Vidas Paralelas, 33) y Eliano (Varia
Historia, XIII, 5).
Cuando Anfión y Zeto murieron, los tebanos llamaron a
Layo, para que ocupara el trono vacante.

Una versión cuenta que en Tebas, Layo se casó primero, con


la hija de Ecfante, Euriclea, con quien tuvo a Edipo; y luego, con
Yocasta (Epicasta, para la tradición homérica), hija de madre no
mencionada y de Meneceo, que era nieto de Penteo y tataranieto
de Cadmo. De ser así, Edipo habría contraído matrimonio con su
madrastra. Asimismo se nombra como madre de Edipo a Euriga-
nia; a Eurianasa y a Astimedusa.

Siguiendo a Apolodoro en su Biblioteca (III, 5. 7), Layo, afli-


gido por no haber tenido hijos durante largo tiempo, consultó
secretamente al oráculo de Delfos, que le informó que cualquier
hijo nacido de Yocasta, lo asesinaría. Por este motivo, la repudió
sin explicaciones. Ella se ofendió de tal manera, que urdió un plan
para llevarlo nuevamente a su lecho: lo emborrachó; en este esta-
do cayó en sus brazos y esa noche concibieron al hijo que mataría
al padre. Cuando nació el niño, Layo lo arrancó de los brazos de
la nodriza, le taladró los pies con un clavo, lo ató y abandonó,
colgado de un árbol, en el monte Citerón.

Hay varias versiones del suceso: Layo mandó matar al niño


y quien fuera encomendado a la tarea, se enterneció y a su vez,
mandó a otro, que sin atreverse a darle muerte, lo colgó de un
árbol, exponiéndolo a las fieras del lugar. Lo cierto es que cuando
un pastor de Corinto lo encontró, lo llamó Pie Hinchado, ‘Oi-
dipous’, Edipo, por sus piecitos inflamados por las heridas. (No
35

debe asombrarnos el nombre asignado por una característica físi-


ca notable; pensemos en Platón, por su gran espalda; en los ape-
llidos españoles, Cabeza, Cuello; en los italianos, Gamba, Testa y
otros).

El pastor dio el niño hallado a los reyes de Corinto, Pólibo y


Peribea, quienes lo adoptaron de muy buen grado, pues no tenían
hijos. En la corte pasó Edipo su infancia y adolescencia. Al llegar
a la edad viril, alguien le dijo que no se parecía en nada a sus
padres y con mucha inquietud, marchó al oráculo de Delfos, para
averiguar su destino.

De regreso del santuario, que le había pronunciado el sinies-


tro augurio de que mataría a su padre y casaría con su madre;
cuando volvía dispuesto a desterrarse y no ver nunca más a los
que creía sus progenitores, en un estrecho desfiladero entre Delfos
y Daulis, se encontró con un arrogante viajero, quien no le cedió
el paso y le ordenó que lo dejara pasar primero, a él y sus acom-
pañantes. Esta acción insignificante provocó la ira del atribulado
Edipo, que no vaciló en matarlos a todos (una versión dice que
uno logró huir): comenzaba a cumplirse la imprecación del hijo
de Tántalo.

El viajero, que no era otro que Layo, se dirigía al oráculo


para preguntar cómo libraría a Tebas del terrible monstruo, que la
asolaba, impidiendo el paso hacia la ciudad: la Esfinge.23 Este fa-
buloso animal había sido enviado por Hera, esposa de Zeus, para
castigar a Layo –y con él a toda Tebas-, por el rapto del niño Cri-
sipo. Proponía el enigma que le habían enseñado las tres Musas o
Tríadas24 (“Diosas de la montaña” -el Parnaso-, según Pausanias

23
Equidna -hija de Crisaor y Calírroe, nieta paterna de Medusa y Posei-
dón, nieta materna de Océano y Tetis- unida a Tifón –hijo de Tártaro
y Gea- engendra a Ortro; unida a él, de esa relación incestuosa nacen
el León de Nemea y la Esfinge. Ver genealogías Nº 3 y Nº 9, de estos
Estudios.
24
Predecían el futuro mediante guijarros y así le enseñaron a Hermes.
36

eran originalmente tres) y que Edipo resolvió con presteza.25 La


Esfinge mortificada se arrojó al precipicio y murió despedazada.

Al vencer al monstruo, Edipo ganó el favor de los teba-


nos; luego de un tiempo accedió al trono y finalmente, se casó con
Yocasta: se cumplía totalmente, la maldición de Pélope.
¿Cuál fue la causa del tremendo anatema? ¿Qué condenó
Pélope?... No era el llamado “amor contra natura”; porque su
propio padre Tántalo había raptado al bellísimo Ganímedes y él
mismo había sido amante de Poseidón. El origen de la maldición
está en la edad de Crisipo; en la atribución que se toma Layo, al
enseñarle el arte del auriga y en la huída subrepticia, favorecida
por las intrigas de Hipodamia. Todo aparece como una evidente
contravención de las leyes de la hospitalidad, que son merecedo-
ras de máxima gratitud.

La terrible maldición26 proferida por Pélope no fue desme-


dida, entre quienes castigaban la ingratitud, como el peor de los
delitos.

GRACIELA IANNUZZO

25
Este era el acertijo: ¿Qué ser con una sola voz, tiene a veces dos pies,
a veces tres, a veces cuatro y es más débil cuanto más pies tiene? o
¿Cuál es el animal que camina en cuatro patas a la mañana, en dos al
mediodía y en tres al atardecer?. Otro enigma era: Son dos hermanas,
una de las cuales engendra a la otra y, a su vez, es engendrada por la
primera… El día y la noche, había que responder (en griego, los dos
sustantivos son femeninos).
26
La maldición es ineludible y alcanza al linaje completo del maldecido,
por tres generaciones. “El mito nos instruye del pánico que provoca-
ban las maldiciones… Pronunciada, la maldición se convierte en una
potencia objetiva”. Burckhardt, Historia de la Cultura Griega, Iberia,
Tomo I.
37

El juego en humanidad
Una de las referencias bibliográficas que he tomado, para la
escritura de este ensayo, es el libro de Johan Huizinga27, Homo
ludens, con el propósito de poner a jugar en la escritura el deseo
de danzar, en relación al juego en la historia de la humanidad, y
hacer en una ronda de palabras que ronde el origen y transmute
en danza y en cultura. Juego que constituye, juego <> cultura, lo
que se cultiva en la pulsión de ser tras el lenguaje que transmite
un decir. Fantasma que danza entre pulsión de vida <> pulsión de
muerte, el que juega a la ilusión de por-venir.
Huizinga parte del principio de que primero es el juego y, a
partir del juego28 (Ludens), el hombre (Homo) se torna hombre ci-
vilizado, siendo el juego lo que está en la base de toda civilización.
En Freud, el principio primero (fundamento fundamentador) es lo
sexual y, por represión de lo sexual, deviene la cultura, destino en
sublimación de la pulsión. Juego de la sexualidad en sexuación,
puesta en juego de la identificación inconsciente y su elección de
objeto erótico; señas del ideal de un devenir en ausencia y de un
porvenir de proyecciones de imágenes desnudas y danzantes. Dan-
zan las imágenes en el espejo de agua que se ondula con el viento.
Podemos jugar con la conjetura de que la construcción me-
táfora es la constitución, en ella se halla la constitución del sujeto
(Ley), tiempos del complejo de Edipo, metáfora paterna, Nombre
del Padre. Es, para el psicoanálisis, el origen de la exogamia como la
posibilidad del inicio de toda cultura, al pasar el hombre del juego
corporal al lenguaje y, en él, a toda forma de expresión. Interdicción
del deseo de la madre que permite la creación en invención.
“En la cultura arcaica el lenguaje poético es, todavía, el me-
dio de expresión más eficaz. La poesía cumple con funciones más
amplias y vitales que la mera satisfacción de aspiraciones litera-
rias. Traslada el culto en palabras, decide sobre las relaciones so-
ciales, es portadora de sabiduría, derecho y moral. Todo esto lo
hace sin padecer en su naturaleza lúdica, porque el marco de la

27
Huizinga, Johan. (2007). Homo Ludens. Editorial Alianza. Bs As.
28
Ídem. Pág.17. “Ahora se trata de mostrar que el juego auténtico, puro,
constituye un fundamento y un factor de la cultura.”
38

cultura primitiva sigue siendo un campo de juego.”29


En la metáfora hay un trasponer en donde el objeto ausen-
te de la pulsión muda en juego30 y así, es sublimada la acción
en cultura y constituye a la civilización, que no debe olvidar que
debe jugar y poner a jugar sus metáforas31 porque son las que dan
origen a su historia en lo que narran desde su oculto movimiento.
Si hay ausencia de metáfora en una sociedad, esa sociedad
corre el riesgo de disolverse, porque la metáfora es la que religa,
desde el lugar de lo que se cultiva, en culto, (de cualquier tipo), y
es la fe de la creación en palabra de donación; es la que se hace efi-
caz en las letras que articulan el deseo en amor; es la que permite
la vida en sus espacios y es la que, en sus silencios, permite habitar
tanto a Eros como a Thánatos.
Culto (cultivo - cultura) que se resguarda en un lenguaje que
se juega en las letras, que ponen a danzar sus vocales en ronda
con sus consonantes, las que mudan en música, las que nimban
los oídos de los que están por nacer y, en esa Ley que las letras
articulan, la sabiduría en ecos de verdad.
Una cultura que padece en su naturaleza lúdica, padece un
sufrir al que no se le puede poner letra. El ritual es un acontecer
que encausa la pulsión en su insistir de placer, pulsión que en su
Fisis muestra su rostro de Eros en Thánatos. Si observamos los
rituales que se juegan en una cultura, escuchamos las voces de su
hacer (pasiva - reflexiva - activa), como el ritual de la corrida de
toros, que luego muda en danza flamenca; plaza de toros en don-
de, luego del sacrificio, van los hijos a buscar el cadáver del padre
para devorarlo y, al taconear en alegría, hacen lazo en fraternidad
en una danza festiva y mortuoria.

29
Ídem. Pág. 171.
30
Ídem. Pág. 11. “El juego es más viejo que la cultura…”
31
Ídem. Pág. 16. “Las grandes ocupaciones primordiales de la convivencia
humana están ya impregnadas de juego. Tomemos, por ejemplo, el lengua-
je (…) Tras cada expresión de algo abstracto hay una metáfora y tras ella
un juego de palabras (…) En el mito encontramos también una figuración
de la existencia, sólo que más trabajada que la palabra aislada. Mediante el
mito, el hombre primitivo trata de explicar lo terreno y, mediante él, funda
las cosas en lo divino.”
39

En agalma,32 los cuernos de los toros y los machos cabríos por sa-
crificar, festival de la sexualidad y la muerte, adoración en becerro
de oro. Cuernos que, en Moisés, (las Escrituras describen a Moisés
con cuernos al bajar del Monte Sinaí) mudaron a Tablas de la Ley.
Represión de la sexualidad para regular en exogamia el goce.
La potencia sexual (cuernos) sujeta a la letra; el mayor sacri-
ficio al decir freudiano, contener la pasión en pulsión por un ideal
que cumplir.
Al decir del poeta de los laberintos, en cuanto a la condición
humana en la historia de la humanidad: “Le tocó malos tiempos
en que vivir, como a todos los hombres”. Ante el malestar en la
cultura (trabajado en otro ensayo), ante una humanidad nacida
para sufrir, sólo le cabe la alegría del juego para poner a jugar
sus pasiones, las que desde antiguo se sabe que son divinas y, por
ello, se necesita de los dioses para que encubran su potencia, es-
condiendo el poder que yace en el cuerpo que late en pulsión, en
entusiasmo (la etimología griega la remite a chispa divina). Es el
juego el que hace cultura en lo que enlaza en cultivo.
“En ningún caso se ha descrito, quizá, con tanta claridad la
relación entre culto y danza, música y juego, como en Las Leyes
de Platón. Los dioses, se nos dice, han instituido las fiestas de ac-
ción de gracias por compasión a la humanidad nacida para sufrir,
como descanso a sus preocupaciones, y han dado a los hombres
como compañeros de fiesta a las Musas, a Apolo, conductor de
las Musas, y a Dionisio para que, mediante esta divina comunidad
festiva, se restaure constantemente el orden de las cosas entre los
hombres.”33
Recuperar el orden social es recuperar el juego en Ley de me-
táfora. Cada generación debe transmitir el juego para inaugurarlo
en acción y luego, en articulado lenguaje, transmutarlo en cultura;
debe saber con-sagrarse a esta tarea para evitar el sino de la soledad
y el desamparo en el padecimiento social y el sufrimiento psíquico.

32
Ídem. Pág. 213. “agalma.(…) Se ha derivado de un tronco verbal
en cuya esfera de significaciones constituyen el centro conceptos
como júbilo, regocijo, exaltación y, también, fanfarronear, os-
tentar, celebrar, adornar, brillar, alegrarse”.
33
Ídem. Pág. 2103.
40

El juego infantil, como el juego adulto, es festivo en todas sus


formas (deportivo: jugar a la pelota en todas sus formas, etc.);
el juego en danza, la música, el baile, un abrazo al espacio en un
tiempo sin tiempo, y quien lo crea pone en juego34 algo sagrado
que otros tendrán que emular en la diferencia, y luego unos y
otros competirán por ser los mejores en su arte reclamando, ante
lo social, la divina gloria.
“La poesía, en su función original como factor de la cultura
primitiva, nace en el juego y como juego. Es un juego sagrado.” 35
Juego que en el mito36 se hace metáfora, la que muda a rito.
Juego sagrado, el del poeta en su poetizar; al jugar con la me-
táfora en metonimia, el poeta despliega el misterio, crea el secreto
en enigma y lo adorna, lo viste desde el lenguaje, lo hace jugar en
juego de imaginación, en sueños por soñar. Se tornan tibios los
labios que besan la boca del lenguaje; la besan con el cuidado del
amor, con el ansia de la pasión, con el anhelo de la adoración;
la besan buscando el sabor de un saber no sabido, aquel que en
especias aún recorre el Oriente para sazonar el conocimiento de
todos los continentes y a las letras en su andar, las que se vuelven
picante en las lenguas de los hablantes, los que de amor no pueden
dejar de hablar.
El poeta está obligado a la belleza37 al estar obligado al len-
guaje y, en él, al amor que en deseo discurre tras el silencio que
espera la divina sonoridad de una metáfora.

34
Ídem. Pág. 14. “Pero, quiérase o no, al conocer el juego se conoce el espíritu”.
35
Ídem. Pág. 156.
36
Ídem. Pág. 16. “Ahora bien, en el mito y en el culto es donde tienen su
origen las grandes fuerzas impulsivas de la vida cultural: derecho y orden,
tráfico, ganancia, artesanía y arte, poesía, erudición y ciencia. Todo esto
hunde así sus raíces en el terreno de la actividad lúdica.”
37
Ídem. Pág. 24. “El juego, decíamos, propende en cierta medido, a ser bello.
El factor estético es, acaso, idéntico al impulso de crear una forma orde-
nada que anima al juego en todas sus figuras. Las palabras con que sole-
mos designar los elementos del juego corresponden, en su mayor parte, al
dominio estético. Son palabras con las que también tratamos designar los
efectos de la belleza: tensión, equilibrio, oscilación, contraste, variación,
traba y liberación, desenlace. El juego oprime y libera, el juego arrebata,
electriza, hechiza. Está lleno de las dos cualidades más nobles que el hom-
bre puede encontrar en las cosas y expresarlas: ritmo y armonía.”
41

El poeta busca en las letras las distintas voces de la pulsión


para hacer un coro en sinfonía de palabras, que den letra a una
partitura entonada en ritmo, melodía y armonía, convocando al
placer y al dolor de la existencia.
El juego en metáfora, que danza en metonimia, abre un tiem-
po sagrado y consagrado. Es un círculo que se dibuja con el arre-
bato ante el despliegue de la energía de la pulsión. En el juego,
todas las voces de la pulsión son atendidas y danzan; la energía
libidinal es un cordel invisible que los ata y anuda, y nadie puede
salir del círculo hasta que el divino juego termine.
El juego es un ritual en inspiración, del que nadie puede apro-
piarse. Es tan inmortal como anónimo, al igual que un sueño que
se hace humanidad, al igual que una metáfora que transmuta a la
barca de los dioses (las pulsiones en pasión).
El tiempo del juego es el tiempo de la metáfora; es lo que
constituye y, a la vez, queda en espera, el eco de una eternidad que,
al retornar en cada giro de vuelta, vuelve a nombrar.
Y lo que se cifra en el juego, es lo que se cifra en la metáfora,
y su compañera de juego: la metonimia, la esconde y, a la vez, la
pone a jugar.
Tensión en lucha en el juego, tras la representación de lo que
no se puede decir. Es el espíritu del juego, en escenario mítico,
lo que torna sagrada38 la existencia. Es el momento en que los
dioses ofrecieron el juego a la humanidad y pusieron en juego
su humanidad. Y la huella de ese divino juego es la letra de sus
pisadas, la que cada cultura dibujó en abecedario de invocación
y evocación.
La palabra en juego de aclamación sostiene al mundo, lo
constituye y le otorga la frágil ontología de una sociedad. El juego
necesita de la metáfora para que el “acontecimiento” de la verdad
acontezca, la verdad constitutiva del ser, el espíritu que danza con
su deseo abrazado de amor.

38
Ídem. Págs. 35 - 36. “El hechicero, el vidente, el sacrificador comienzan de-
marcando el lugar sagrado. El sacramento y el misterio suponen un lugar
consagrado. Por la forma, es lo mismo que este encerrado y se haga con un
fin santo o por puro juego (…) Si aceptamos, por el contrario, la identidad
esencial y originaria de juego y rito, reconocemos, al mismo tiempo, que
los lugares consagrados no son, en el fondo, sino campos de juego…”
42

El juego crea la vida en lo que pone en movimiento, en lo que


sustenta en su deslizar, en lo que anuncia en su callar, en lo que
sugiere en su pronunciar; es el acto de la caricia de nombrar. Es el
abrazo de una emoción en su expresión de amor y deseo, por eso,
no todos quieren jugar y se quieren jugar en la vida, no todos se
abrazan al danzar. Lúdico placer la vida en lazo social; es una ron-
da que exige un compañero que sepa llevar el paso al bailar. Es la
sonrisa del tiempo que anuda lo social; es ese reconocimiento en
la mirada sin necesidad de nombrar; es la anticipación del anhelo
en el deseo de amar.
El juego es un suspiro de emoción que, al temblar, despierta
el rubor de la esperanza, la que en ilusión se anticipa para crear
la realidad ensoñada39, y es cuando el lenguaje no deja de hablar.
El juego es la música40 que no se puede dejar de escuchar.
Liturgia niña, la del juego, la que en fantasía hace posible la
magia de la vida entre los pliegues de la existencia.
¿Qué nos depara el juego de la existencia? Poner en juego el
deseo en amor es un misterio que cada uno pone a jugar y, en su
juego, el acto del encuentro ha de develar.
El juego demanda celebración al desplegar el sagrado acto de
jugar; es un querer que produce un acontecimiento, el que abraza
la existencia en anhelos de ser.
¿Qué le sucede a una sociedad que abandona la celebración
del juego?
¿Qué pone en juego en su vida el sujeto?
El juego demanda la fiesta del encuentro en abrazo, demanda
la emoción de los cuerpos al encontrarse, demanda el brillo de
una mirada en festejo, y la voz suave del reconocimiento.
El juego es una fiesta y la fiesta es un juego.
El juego es un niño41 que busca que se lo tome de la mano,

39
Ídem. Pág. 37. “Los dos polos del estado de ánimo propio del juego son el
abandono y el éxtasis.”
40
Ídem. Pág. 34. “El violinista siente una emoción sagrada, vive un mundo
más allá y por encima del habitual y, sin embargo, sabe que está ejecutando
o, como se dice en muchos idiomas “jugando”. (…) Los conceptos de rito,
magia, liturgia, sacramento y misterio entrarían, entonces, en el campo del
concepto de “juego”.
41
Ídem. Pág. 26. “La posición de excepción que corresponde al juego se pone
43

para luego en alegría soltarse y correr a esconderse para retornar


a jugar.
Estar poseído42 por el deseo de jugar es poder desprender
chispas de querer ante la mano que se extiende para ir a jugar,
porque todos están invitados a ello.
El juego produce el hechizo del ensueño y, una vez comen-
zado, no se puede dejar de jugar. Complacerse en el juego es la
manera de jugar, y una y otra vez y de nuevo a comenzar.
Podemos inferir una ecuación simbólica: juego = metáfora =
lenguaje = cultura, ya que es el lenguaje43 el que habilita a crear
ciencia. Ciencia de lógica binaria, corazón del hombre moderno,
hombre occidental de Europa central, ciencia que amó religiosa-
mente sobre todas las cosas; razón por la que Fausto tuvo que
hacer un pacto con Mefistófeles ante la presencia de Margarita.
El hombre europeo perdió su origen mítico constitutivo; per-
dió a la bella Europa que cruzó el mar desde Oriente, montada en
el divino toro del deseo en amor.
La risa44 es la compañera del juego en el jugar y, en ella, el
aliento de vida que se dona al amar. Y en el juego de amor, los
cuerpos se festejan; en el juego del cortejo, los suspiros ventilan
una vocal en agonía que juega en el laberinto del oído del que la
escucha, deslizándose en un tobogán de placer; ella en esperanza
de juego, porque insistirá con otra vocal en juego de suspiro a in-
sinuar, allí en donde esconde la pasión y nuevamente se emociona
el que la escucha y ella en espera por la piedra libre al amor.
En el azar del juego está la voluntad divina; hay una divi-

bien de manifiesto en la facilidad con que se rodea de misterio. Ya para los


niños aumenta el encanto de su juego si hacen de él un secreto.”
42
Ídem. Pág.154. “…en las culturas arcaicas, la poesía representa una fun-
ción vital, social y litúrgica. Toda poesía antigua es, al mismo tiempo, cul-
to, diversión, festival, juego de sociedad, proeza artística, prueba o enigma,
y enseñanza, persuasión, encantamiento, adivinación, profecía y compe-
tición. El poeta es vate, un poseso, lleno de Dios, un frenético. Es el que
sabe…”
43
Ídem. Pág. 45. “No es la ciencia, sino el lenguaje creador el que ha dado el
origen… “
44
Ídem. Pág. 54.”La significación de reír y jugar marchan juntas en el hebreo
sahaq.”
44

na causalidad que el hombre busca jugar. Si dios es inconsciente


(para el hombre de los cigarros curvos), en su verdad está el de-
signio que se oculta y la misteriosa causalidad, oráculo45 que se
aventura a la sexualidad y la muerte.
Divina la respuesta en enigma porque el enigma es un juego
sagrado, porque todo conocimiento verdadero es sagrado y será
la aporía posible en su juego; será Poros, que no tiene recursos, o
será a - Poros, con un objeto de deseo que lo lleva de las narices.
¡Oh! qué será si el tiempo es la ilusión del será.
Había una vez y no había una vez…
Ante la esfinge en pasión, el que se aventura a jugar, al res-
ponder se juega la vida; ante la esfinge de la pasión, el que se
aventura en amor se enfrentará al arrebato de su carnal verdad
en voracidad.
Porque hablar en el silencio permite escuchar lo que no se
puede oír.
La verdad que se presenta en forma de enigma, se resuelve en
forma de mito46 porque busca los labios de la metáfora, los que
besar quiere.
Recordemos los tiempos de constitución del lenguaje, en su
origen: primero es la imagen (instancia del sueño y la alucina-
ción); luego, en trabajo de pasaje a la letra, la imagen en jeroglífi-
co y, por último, la forma propiamente simbólica: la letra.
La letra, en el alfabeto sagrado (hebreo), es la consonante, la
que está descarnada de la vocal (que es la imagen) pero, al alejarse
el alfabeto de lo sagrado y acercarse al hombre, la vocal retorna
en todas las formas de goce: en el amor, el deseo y la muerte.
La letra cifra en significante las posibilidades de cada existen-
cia desde el nombre y apellido, que cada sujeto porta. Lo que se
cifra en el nombre (ecuación simbólica: letra=número=nota mu-
sical). Tenemos la imagen, el rebús como juego de imágenes que
transmutan a letra y, una vez escondida la imagen, sólo la letra.

45
Ídem. Pág. 106. “Se sacan palitos, se arrojan piedras o se abre al azar el
libro sagrado. De aquí aquel mandato del Éxodo (28,30), de meter el urim
y el tummim - no importa lo que hayan sido – en el “bolsillo del tribunal”
que el sumo sacerdote llevaba en su pecho…”
46
Ídem. Pág. 165. “En cualquier forma en que el mito nos haya llegado a
nosotros es, siempre, poesía.”
45

Pero esas letras en tesoros significantes están siendo deconstruidas


por nuestra sociedad y, con ellas, el lenguaje y la sexualidad.
Hay alfabetos que, para evitar la imagen, esconden o anulan
las vocales en la escritura y las guardan para la voz, dejando los
huesos descarnados del cuerpo latiendo y en espera. Sólo las con-
sonantes, las que en la oralidad se envisten de vida con el latido de
cada vocal; vocales del placer, las del gozo, vocales en suspiros que
nombrar no se pueden, vocales que gimen un nombre en pleno
desvanecimiento y desvarío; en la lengua, las vocales que buscan
un beso, porque jugar a la vida quieren.
Jugar crea historia y a la historia; la del jugar es la historia de
la creación de la humanidad, porque sin una caricia, una mirada,
una palabra que poner a jugar, para ser en el otro y que el otro
tenga ser, el deseo en amor no es posible.
Freud, en La interpretación de los sueños, siguió este camino
de indicios para descubrir una manera de interpretar, la que sería
un construir o reconstruir lo que la condensación en desplaza-
miento obró en su proceder psíquico inconsciente.
Elaboración que, en su juego enigmático de verdad, invita
a jugar lo que en número y nota musical cifra; y danzar con ese
enigma de ser, con ese ser ahí de una pregunta, que no calla en su
demanda, en su demanda de amor.
La metáfora convoca imágenes que, en ronda, jueguen su jue-
go. Algunas trasmutan en cuerpos de sirenas y no se terminan de
decir; otras, mudadas a serpientes silbadoras, dejan el rastro ser-
penteante de la ausencia, y otras son espuma en marea, la que en
su movimiento se acercan para retirarse a lo profundo de la mar.
En cada palabra hay una puerta que abrir, un espacio entre le-
tras para jugar con ella; en cada palabra, las letras se dan la mano
para jugar a la ronda y rondar en el aliento de su pronunciación;
son letras que buscan la voz para estar en vos.
Los caminos del ensueño ensueñan esa verdad en juego, la
eterna, la misma que retorna en lo que de ser, el ser se quiere olvi-
dar, retorna en la pulsión y lo hace porque en verdad nunca se fue.
Es el mito que origina el psicoanálisis para dar origen a su teoría,
la que pulsa después del romanticismo alemán y, antes de él, en
el juego esotérico del alfabeto hebreo, el que una cultura jugó en
divino azar a través de su legado, en su tradición, en su cábala de
46

Sefirot, para enseñar que las raíces están en el cielo y los frutos del
árbol de la vida en la tierra. Tradición que jugó a saltar de rama en
rama en ese árbol exotérico y divino; en las letras, las habichuelas
mágicas para llegar al cielo, temiendo que los caídos, ante el des-
cuido de la humanidad, lo prendan fuego.
El psicoanálisis invita a jugar lo que el amor en deseo transfie-
re, para poner en acto ese inconsciente de ardiente chispa divina,
y el convite a algunos no les interesa, no quieren jugar, otros se
retiran sin empezar y, los menos, al iniciarse el jugar, se esconden
sin poderse hallar y, los que salen en piedra libre, ansíen ellos
poder contar.
Si yo, tú y él salimos a jugar, quizás nosotros, vosotros y ellos
quieran empezar a jugar también, y una historia habrá para con-
tar.

Ficción
La escritura que aquí se presenta en forma de texto (tejido)
tiene el formato de un caleidoscopio. El lector puede tomar los
fragmentos que son pequeños ensayos y hacerlos girar para for-
mar diferentes figuras lógicas, figuras rizomáticas, trípticas, cua-
ternarias, holísticas, todo dependerá de cómo se hagan girar las
letras.
En este fragmento ensayístico jugaré con los colores de los mi-
tos tras la luz incandescente de la ficción, la que proyecta sombras
hirientes al iris de los que están atraídos por la pasión. Imágenes
en luz danzante de la caverna de Platón, las que en el instante de
desaparecer se renuevan en un nuevo movimiento. Sombras de di-
vinas ideas que se deshojan como margaritas al viento. Rescataré
imágenes de algunos de los mitos, a los que hace referencia Freud
en su escritura, para hacerlos danzar en la imaginación del lector.
Freud, en las noches, se quedaba solo con su bruja la metap-
sicología y su mítica pasión, la pulsión. Solo y recostado en su
diván, nimbando en humo de tabaco la habitación, ensoñaba para
luego escribir y, en sueño diurno, la Esfinge se posa en su pecho y
lo interroga: ¿Qué es el hombre? ¿Si me amas, dime qué es lo que
deseo? Freud no teme a las uñas de sus garras que buscan afir-
marse en su pecho; vacila si la pregunta es genérica o particular, si
47

remite a la humanidad o a un varón o a la intimidad de lo femeni-


no. Su razonamiento analítico busca respuestas, pero su ensueño
poético no puede dejar de contemplar su belleza.
Sabe que por sus alas lo puede levantar en vuelo y soltarlo
desde lo alto, y como Ícaro caer en lo profundo de un acantilado
o ser arrastrado por la bruma de su íntimo mar y ahogarse; sabe
que ante ella debe mantener una casta distancia, lo sabe sin querer
saberlo, pero su deseo se revela y él, en desvelo, cifra una ciencia
para buscar los indicios de sus rastros en el viento. Sirena ala-
da que, con su cola de serpiente, inocula un veneno mortal, bajo
la forma de una duda existencial. Entonces, se transforma en un
maestro de la sospecha.
Al cerrar los ojos y relajarse, la Esfinge acerca sus labios y su
aliento es un enigma porque ya no pronuncia palabra; se pregunta
si será un aliento devorador o la anticipación de un tierno beso,
pero de una u otra forma siente que su destino es ser su casto aman-
te. Ella viene por la exclusividad y ya no será la pulsión la que se
enrosque en cada parte de su cuerpo y transmute en Ananké, ni será
su metapsicología en reflejo de estatuillas arqueológicas. Estatuillas
que desprenden la energía de la filogénesis y arden ante la onto-
génesis de una época profana; ellas que acompañaron las tumbas
antiguas; ellas que cerraron los ojos de los faraones en la época
de Akenatón; ellas que inspiraron Moisés y la religión monoteísta,
ahora arrastradas a su consultorio, dispersas en su escritorio y en
las vitrinas de sus muebles, como vigías de la muerte, centinelas del
más allá, mensajeras de la anunciada pulsión de muerte, la que en
sus oídos le susurró Sabina Spielrein, la del triste final, quien fue
perseguida y asesinada, por siglos postergada, y ahora es alojada
en su diván entre los muros en reliquias que hospedan la verdad de
una respuesta sin revelar. Reliquias que son mudos testigos de un
recuerdo atormentador de la Esfinge.
Un nuevo paradigma en ciencia, su ancestral seducción; estre-
lla del Norte del psicoanálisis.
La descubrió detrás de escena y prometió no amarla, pero no
pudo abandonar aquella escenografía en donde su cuerpo mu-
daba de forma y color, de pitonisa a sirena, de sirena a diosa, de
diosa a prostituta sagrada, de prostituta sagrada a inigualable ac-
triz… ella que desde su matriz todo lo hacía transmutable. Es un
48

momento en detención, ella un Aleph; luego, la fragmentada vida


la vuelve múltiple y, a la vez, circular.
Encontramos a Freud por ingresar al umbral de un nuevo
siglo y, para inaugurar su existencia, está escribiendo La interpre-
tación de los sueños, esa pasión que es su tirano (psicoanálisis),
que lo obligó a ser un hombre célibe, devoto en castidad a su
nuevo amor; una teoría para responder a la Esfinge; una carta en
su terminable e interminable epistolario en espera, el que sufre en
la emoción de no recordar.
Él descubrió que ella fingía, pero también descubrió que, en
su neurosis de conversión, mudaba sus pasiones a los movimien-
tos de su cuerpo y a su luna en amor deseante. Conoció las dife-
rentes fases de su luna y la contempló entre estrellas. La descubrió
en la desnudez de la teoría sexual infantil y la vio jugar entre las
sombras de Tótem y Tabú.
Advierto al lector que el tiempo de esta escritura es circular,
no es lineal, el lector encontrará que el devenir en escritura ya esta-
ba en el advenir de ese sueño de verano del romanticismo alemán
que se dio en llamar: psicoanálisis.
Después de esta aclaración continúa el juego, dejando un ca-
mino de miguitas en cursiva para el arte del detalle.
Arrollado por el cansancio, precipitado a un profundo sueño,
creyó encontrarla en Irma y dudó de colocarle una inyección ante
una visión atormentadora de sus dos bocas. Entonces, dio un paso
hacia atrás sabiendo que no era para él ese destino. Había un es-
pacio abierto insaciable que era imposible calmar.
Ella muda en Ariadna y él a Te- deseo; recibió el hilo en aso-
ciación libre y al tirar ingresó al laberinto. Sabía del pulsional
minotauro y de su voracidad, pero en su destino de Ero-es (héroe)
no retrocedió. Se dice que allí recibió la primera cornada, el inicio
de la fatal enfermedad. Quizás allí murió un Freud y otro nació.
Herido en metáfora, comprendió en Delirios y sueños la in-
timidad de ser poeta y niño; tras el temor, pánico a la bestia que
hiere el alma del niño, lo familiar se tornó siniestro. Interpretó lo
complejo del mito de Edipo y de rodillas lloró.
Se recuperó al aspirar el blanco polvo de los dioses para po-
der continuar. Una multitud en masa sus emociones, las que le
provocaban el porvenir de una ilusión.
49

En malestar, la exigencia del cotidiano trabajar, que le impe-


día su proyecto de ciencia, de una humana ciencia en delirio de
creación tras la psicopatología de la vida cotidiana, la que se le
aparecía en trágico chiste en su relación al inconsciente.
Y Freud insistía, una y otra vez, en toda escritura sus huellas
querer buscar. En Pompeya vio cómo la diosa de las flores mu-
daba a Gradiva, y en novela leyó que era la vida, que era Zoe,
y tras una siesta de verano, corriendo a la verdad, se le apareció
Atalanta para desafiarlo y él, sin manzanas de oro que ofrecerle,
aceptó; al revelarse ese misterio cerró sus ojos y aspiró su cigarro;
soltó el humo como si fuera un beso que no se sabe a quién dar, y
la vio irse y desvanecerse y, en el humo, ella que sonreía desde el
pincel de Rafael.
Recostado en el sol se duerme (sin temor a que el veneno se
derrame en su oído) y, al despertar, toca sus bolsillos y encuen-
tra pequeñas manzanas de oro; sabe que fue ella, la de las largas
piernas, la que nadie puede alcanzar, la que puede correr sobre el
agua, aunque no llegue al cielo, porque su destino es estar entre
dos mundos.
Se dice que aceptará el desafío de los dioses reconociendo que
en Atalanta se halla la Esfinge que esconde sus alas y, por ellas,
hace tal portento. Quizás, pida la asistencia a Céfiro como Eros
solicitó cuando Psije se lanzó al vacío.
Se dirá que pedirá ventaja y que cuando la vea acercarse para
sobrepasarlo arrojará una manzanilla de oro, y así, una y otra
vez, se dirá que al final podrá esposarla en casta alianza y que el
precio que pedirá será que ella le revele todos los secretos, los que
por siglos a los hombres mortales calló y él, a cambio, le dará su
fidelidad hasta su muerte. Porque una mujer que ofrece su amor
y su goce reclama en tesoro todos los dones y una vida no es su-
ficiente para tal portento; quizás, por ello, él le ofreció el oro de
sus inmortales letras. Pero ella tomó las manzanillas de oro cui-
dadosamente una a una y, en un instante, lo sobrepasó y, al llegar
primera al final de la meta, desapareció.
Freud se miró a sí mismo en reflejo y escuchó el lamento de la
Ninfa Eco, y se preguntó si ella simulaba un eco, si su gemido era
de goce o dolor, de pena en ausencia o de soledad en existencia;
quiso olvidar y siguió un camino estrecho que daba a una encru-
50

cijada; allí, en Edipo el destino, el que lo abrazó para que le ayude


a resolver su encrucijada (en cruz su quijada).
Miró a Yo-casta a lo lejos; sus ojos lo llamaban, su sonrisa lo
alentaban; le tembló la mano y apretó por el filo el puñal hasta sangrar.
Freud, un hombre antiguo, que simulaba ser un alpinista de
la bruma del mar, el que caminó una y otra vez en peregrinación
hacia Roma buscando su inversión de Amor en transferencia; ese
reverso del deseo que en Ley encontró en los cuernos de Moisés, el
que desde su piedra de Betel habló, y en tablas lo interrogó; esa ira
en pasión lo atormentó, y contuvo entre sus puños su hibris para
transmutarla en el más alto ideal.
Esa Roma que, sin saberse pagana, mostraba los cuadros vic-
torianos de niños con rostros de hombres gozando de los pechos
de su madre.
En la sangre de sus ancestros sintió esas letras que, al bajar
del monte Sinaí, mudaban en filosas sacrificadoras del becerro de
oro.
En Jericó sopló el Shofar y las murallas de la represión en
estruendo cayeron. En su lengua sagrada unos y otros le recorda-
ron que primero fue Abraham a Moisés, aquel al que una letra le
cambió el destino.
Abrazando a Sarai mira a Agar y ve el desierto del descono-
cimiento en coronación. Un destino de diáspora en desierto para
llegar a la tierra prometida de una ciencia en la que no manaba
la leche y la miel. Diáspora de los días, sin maná del cielo, frío
invierno sin abrigo y, de alimento, patatas frías.
En ese atardecer de la existencia, ella sin aviso llegó, con su
pelo ensortijado en movimiento, sus ojos que lo inmovilizaban, lo
detenían en su sillón, lo suspendían ante su belleza, lo inquietaban
de deseo en amor. A Ella no podía mirarla a los ojos sin desfalle-
cer; medusino su esplendor, medusina su lengua en sabor; giró
detrás de ella y en el diván la acostó. Descansando de su mirar la
escuchó, se relajó y detuvo las letras de su enunciación, las enhe-
bró y en collar de perlas se las devolvió.
Tras la ventana del tiempo, a las Parcas las vio llegar; de las
tres, conocía a la niña y a la doncella, y a la madre que no paraba
de hilvanar; temió recibir a la abuela que el hilo venía a cortar.
Ensoñó el silencio que nunca dejaba de hablar.
51

Ensoñó el amor que sólo quería amar.


Ensoñó el deseo que deseo quería dar.
Pero para que un hombre antiguo pudiera recordar, más de
una muerte tuvo que ofrendar.
Historia de historiales que se espejan en el olvido.
Sólo un Titán camina por décadas con la sombra de la muerte
y la locura, uno que los siglos venideros ya no quisieron escuchar.
Porque ese dios del tiempo se niega a nuevas historias contar,
o quizás es Afrodita que al enamorarlos los hace olvidar, o quizás
es Dionisio que al embriagarlos sólo los hace festejar, o la casta
Atenea que sólo los hace pensar para que nada puedan pensar, o
quizás es Hermes, ese ladrón que le robó el sueño a la humanidad,
o quizás es…
Cuando las pasiones mudaron de ser pulsiones a ser dioses,
el velo del mito las cubrió, en silencio el enigma las escondió, en
metáfora la selló y el beso de la noche las guardó.
Es el vacío de lo inconmensurable que se dice mujer; hay una
causalidad imposible de entender para un varón, en el gemido de
ese goce que pronunciar no se puede.
Abierta al azar en el principio de lo indefinido, de lo infinito
en donde lo femenino se torna lunar.
Y entre los mitos, los dioses y las pulsiones, todo nuevamente
a de comenzar.

El origen de lo social
Para pensar el origen de lo social he de tomar como referencia
el texto de Sigmund Freud: Tótem y Tabú47, obra que consta de
cuatro ensayos publicados en la revista de psicoanálisis: Imago.
Freud ubica como subtítulo lo que en el artículo original iba como
título: “Algunos aspectos comunes entre la vida mental del hom-
bre primitivo y los neuróticos”.
En la escritura de Freud hay un sesgo darviniano, así como
un etnocentrismo, al considerar a los pueblos originarios como
primitivos y salvajes.

47
Freud, Sigmund. (1981). Obras Completas. Tomo II. Tótem y Tabú. Biblio-
teca Nueva. Madrid.
52

Diría que intenta hacer metáfora la escritura de Freud, a par-


tir de la analogía, para deslizarse a la transposición.
Brilla lo que en desplazamiento se condensa tras ese objeto
ausente al que se le busca un origen, dígase cultura, sociedad; se
trata de un producto que cae una y otra vez en cada generación;
un resto que, en lo perdido, pulsa en pulsión de ser e insiste desde
la memoria inconsciente de la humanidad, la que paradójicamente
al a-prender, reniega de lo que se prende.
Y unos y otros tomados en ideología, por ese fantasma en
sombras; unos a otros se dan muerte mediatizados por una lógica
de oposición (lógica binaria) al abandonar la potestad holística
del animismo mágico como eje de su accionar, ahora mudado a
un sujeto posmoderno, sin el mito, ni la religión, ni el rito in-
consciente que lo pueda sujetar, un sujeto <> objeto del mercado
capitalista.
Freud dirige su trabajo a ilustrados, y lo ubica entre la filo-
logía, la antropología social, el folklore y el psicoanálisis, lo que
generará el inicio del etnopsicoanálisis. Y tiene un especial cui-
dado con el tema del Tabú, al que liga en su retorno moderno, al
‘imperativo categórico’ de Emanuel Kant.
Habla de “razas” al hacer una distinción desde su lengua
y sangre en filiación; fecha el prólogo en: Roma, septiembre de
1913. Hay otro prólogo a la edición hebrea que lo fecha en: Vie-
na, diciembre de 1930, en el cual Freud da cuenta de su filiación:
“A ninguno de los lectores de este libro le resultará fácil situarse
en el clima emocional del autor, que no comprende la lengua sa-
cra, que se halla tan alejado de la religión paterna como de toda
otra religión, que no puede participar en los ideales nacionalistas
y que, sin embargo, nunca ha renegado de la pertenencia a su
pueblo, que se siente judío (…) Para semejante autor, pues, es un
suceso de índole muy especial si su libro es vertido al hebreo y
puesto en manos de lectores para los cuales este idioma representa
una lengua viva. Tanto más es ello así, cuanto que se trata de un
libro que estudia el origen de la religión y de la moral…”48 Freud
promueve la convicción de que la ciencia está libre de prejuicios y
apuesta al espíritu de un nuevo judaísmo.

48
Ídem. Pág. 1746.
53

Retomemos los indicios iniciales de esta carta robada de su


escritura de doble prólogo, de dobles en lo que esconde, ya que
al preguntarse a sí mismo: “Pero, ¿qué hay en ti aún de judío, si
has renunciado a tantos elementos comunes con tu pueblo?, le
respondería: “Todavía muchas cosas; quizás todo lo principal”49.
Y señala que puede ser un enigma para el lector, (para el lec-
tor no hebreo - primer prólogo). En lo que primero da a ver, en lo
segundo esconde. Da a ver la filiación, su lengua sacra (gramática
de una lógica inconsciente que transmuta en la epistemología del
psicoanálisis), religión (re-liga), nacionalismo (amistad y epistola-
rio con Einstein, en proyecto del futuro Estado de Israel - 1948).
¿Y qué esconde? Quizás lo mismo que da a ver, si seguimos a
la “carta robada” o quizás…un enigma a descifrar, una metáfora a
develar, un sueño a callar, los fantasmas que una y otra vez vienen
a jugar…
Jugamos con el lector el juego sagrado del Tótem y del Tabú.
Pero no se trata de una interpretación o, al mismo decir freu-
diano, de una reconstrucción “salvaje” de su psicoanálisis, es un
juego que cada lector a su modo puede jugar; es un rizoma que
cada uno puede armar; es una holística desde un principio que une
y relaciona, la que se puede dibujar, tras una cartografía de líneas
que buscan un punto en Aleph donde todo se pueda encontrar.
Es una lógica metafórica que tiene al vacío como centro.
Juguemos al rizoma con las partes que Freud nos ofrece: “El
horror al incesto”; “El tabú y la ambivalencia de los sentimien-
tos”; “Animismo, magia y omnipotencia de las ideas”; “El retorno
infantil al totemismo”.
Se puede hacer una lectura lineal, secuencial, narrativa, expli-
cativa de lógica binaria, o buscar indagar con otra epistemología.
En parte, jugaremos a buscar en esos segmentos la heterogeneidad
y la erogeneidad; la multiplicidad en unidad y la unidad en multi-
plicidad, descubriendo la metáfora en ruptura asignificante y, tras
mesetas y líneas de fugas de territorios móviles, esa cartografía
de pensamiento freudiano que sí tiene un principio: Primero es
lo sexual y de la represión de lo sexual (prohibición del incesto)
deviene lo social. Juego de la endogamia a la exogamia, instancia

49
Ídem. Pág. 1746.
54

que no deja de ser un “ideal”. Paradoja de culturas que en su ideo-


logía la tornan endógena; retomando a Huizinga: Homo Ludens.
Freud va a centrar sus referencias de análisis en los aborí-
genes australianos, buscando la analogía entre lo “primitivo” de
la prehistoria del desarrollo psíquico y la actual psicología del
“neurótico”.
Desde una perspectiva evolucionista, Freud encuentra el ori-
gen de la exogamia (parcial) y de toda organización en el totemis-
mo, el que va a generar un tabú, y la ambivalencia afectiva, que va
hacer retornar al sujeto al tótem desde el animismo, la magia y la
omnipotencia de las ideas.
Ouroboros, pulsión “animal” que embulle su propia cola y, al
formar un círculo, inscribe un circuito en su fuente, su objeto, su
fin y su perentoriedad, en voces activa, reflexiva y pasiva.
Voz que, en su juego parcial y múltiple, hace un pase (pasaje)
de la letra (parcial) al lenguaje (multiplicidad), el que sin metáfora
es literal y, si de ella sólo se rescata la analogía, es la imagen en ob-
jeto (idolatría, fetichismo, la fornicación con los dioses antiguos
o, ante los nuevos dioses de la post-postmodernidad, la fornica-
ción que se torna ideología, la divinidad no desaparece, sino que
cambia de lugar). Y en un ámbito ateo y profano posmoderno, la
sorpresa de que los oscuros dioses retornan con la furia de los ti-
tanes encadenados (solicitando sangre en sacrificio), y los rituales
paganos anuncian en novedad la adoración del becerro de oro.
Y si una ideología viola un tabú y copula con la madrecita
muerte, la peste no se hace esperar, y todos contemplaran con
asombro que es la misma peste que azoto a Tebas.
El análisis se torna más complejo al referenciarlo desde los
registros: imaginario, simbólico y real, produciendo un nuevo
Ouroboros…
¿Pero cómo se hace el paso, pasaje en pasión de ser? ¿En
pulsión que desde la multiplicidad busca la unidad?
¿Desde el animismo, la magia y la omnipotencia de las ideas?
Quizás, lo que se cifra en un Tótem50. En lo ante pasado que

50
Ídem. Pág. 1748. “¿Qué es un tótem? Por lo general, un animal comestible,
ora inofensivo, ora peligroso y temido, y más raramente una planta o una
fuerza natural (lluvia, agua) que se hallan en una relación particular con
la totalidad del grupo. El tótem es, en primer lugar, el antepasado del clan,
55

tiene un saber que permite proteger y anunciar oráculos en deve-


nir, que permite el lazo social51 en la abstinencia y en la comida
totémica, al dejar de ser tabú una vez al año, en esa fiesta en que
todos se lo devoran, para tenerlo dentro de sí un año más.
Quizás es ese inconsciente que, al saber lo no dicho, otorga
en sueños el oráculo cotidiano, el que el sujeto desconoce cada
mañana al despertar, insistiendo en lo que se empeña por conocer
desde la razón de su ser; comienzo en Ouroboros de su pulsión,
masticando en sueño lo que tragar no puede. No hay objeto po-
sible que satisfaga la voracidad de la pulsión, una vez que muda
de lugar el objeto.
A pie de página, un detalle que señala un origen: “Estas pro-
hibiciones totémicas demuestran que la herencia materna es más
antigua que la paterna.”52 Detalle que en indicios revelará una
pregunta que Freud trabajará en referencia al origen de las organi-
zaciones sociales, en cuanto origen mítico; ¿es primero lo gregario
o la horda?, lo que vuelve a interrogarse en el origen del pueblo
hebreo, el pasaje del politeísmo al monoteísmo, mediado por el
totemismo.
Al hacer este planteo, nos remitimos al origen de toda insti-
tución. Siguiendo lo ya trabajado, podemos decir que la primera
institución que el sujeto habita, si es alojado por ella, es el len-
guaje, después se organizarán líneas en fuga y en tensión, que la
atraviesan y anudan de forma vertical, horizontal y transversal.

y en segundo, su espíritu protector y su bienhechor, que envía oráculos a


sus hijos y los conoce y protege aun en aquellos casos en los que resulta
peligroso. Los individuos que poseen el mismo tótem se hallan, por lo
tanto, sometidos a la sagrada obligación, cuya violación trae consigo un
castigo automático de respetar su vida y abstenerse de comer su carne o
aprovecharse de él en cualquier forma.”
51
Ídem. Paginas. 1748 - 1749. “La subordinación al tótem constituye la base
de todas las obligaciones sociales del australiano (…) Vamos a señalar aho-
ra aquella particularidad del sistema totémico por la que el mismo interesa
más especialmente al psicoanalítico. En casi todos aquellos lugares en los
que este sistema se halla en vigor comporta la ley según las cual los miem-
bros de un único y mismo tótem no deben entrar en relaciones sexuales y,
por tanto, no deben casarse entre sí. Es ésta la ley de la exogamia, insepa-
rable del sistema totémico.”
52
Ídem. Pág. 1750.
56

¿Cuál es el origen de toda organización instituida? Realizamos


un tiempo suspendido en la respuesta, y seguimos indagando con
el método indiciario conjeturas posibles en el juego de las hipótesis
múltiples, construidas y por deconstruir y volver a reconstruir.
Otro detalle interesante en cuanto a las prohibiciones: “Cuan-
do el hermano reconoce en la arena las huellas del paso de una de
sus hermanas, no debe seguirlos. Igual prohibición se aplica a la
hermana. El hermano no puede siquiera nombrar a su hermana y
debe guardarse muy bien de pronunciar una palabra del lengua-
je corriente cuando dicha palabra forma parte del nombre de la
misma.”53
Es la huella de ese significante que, en el nombre, convoca al
deseo lo que debe reprimirse; este “salvaje” sabe muy bien que el
lenguaje conduce a la sexualidad y que la sexualidad es la base del
lenguaje; ya no son niños para jugar; en el pasaje en ritual del aban-
dono de la niñez, también debe abandonarse el juego en asociación
de palabras que hacían jugar el deseo, en lo que se nombra o lo que
se liga, de una u otra manera, a ese nombre (incluida la homofonía).
En el juego de lo instituido y lo instituyente se desliza una
verdad que deja el mismo rastro que el de una serpiente al desli-
zarse sobre una roca. El complejo, que es su nudo, hace mito en
Edipo, metáfora en sustitución y transposición en el lenguaje, y
opera de forma explícita en el “salvaje”, en ese real de sexualidad
<> muerte, continuidad de esta interrogación en el texto de Freud:
“El malestar en la cultura” (trabajado en otro ensayo), haciendo
estructural el malestar en cuanto parte constitutiva de la neurosis,
efecto de la represión.
Algo hay que interponer para no regresar al primer objeto de
deseo y es cuando Freud trabaja la etimología de la palabra tabú54
en diferentes idiomas, para mostrar cómo todas tienen en común

53
Ídem. Pág. 1753.
54
Ídem. Pág. 1758. “Para nosotros, presenta el tabú dos significaciones
opuestas: la de lo sagrado o consagrado y la de lo inquietante, peligroso,
prohibido o impuro. En polinesio, lo contrario de tabú es noa, o sea lo or-
dinario, lo que es accesible a todo el mundo. El concepto de tabú entraña,
pues, una idea de reserva, y, en efecto, el tabú se manifiesta esencialmente
en prohibiciones y restricciones. Nuestra expresión “temor sagrado” pre-
sentaría en muchas ocasiones un sentido coincidente con el de tabú.”
57

el rasgo de “temor sagrado”, ante lo sagradamente deseado, lo


divinamente anhelado.
Eso inquietante y peligroso será motivo de la “ambivalencia
afectiva” del neurótico, por lo que cuanto más se ubique el sujeto
en el plano de lo ordinario, menos debe temer al encuentro con lo
extraordinario.
Necesidad de contención del placer para no ir más allá, por-
que se desvanecería y desujetaría del deseo en el encuentro con el
goce; sólo por breves instantes le es permitido al sujeto esa muerte
en la sexualidad.
Y la imposibilidad y la impotencia eran campos de trabajo de
la neurosis, descubriendo Freud que la enfermedad55 se portaba
en el lenguaje.
Tabúes permanentes y tabúes transitorios ante lo que la cul-
tura olvida en su existencia de ser y, de esa fuerza espiritual, ema-
na un maná que, de no estar mediatizado, mata. Maná como el
origen de lo que causa y, ante ese origen perdido, las fuerzas exis-
tenciales intentan encausarse mediatizadas por el lenguaje.
Todo aquello que “inspire temor e inquietud” puede mudar a
Tabú, por lo que hay que evitar entrar en contacto con esa energía que
el objeto desprende, (concreto o imaginario), y porque esta energía libi-
dinal se expande al entrar en contacto con ella, motivo por el que hay
que evitar ligarse a ella. Una de las formas es cortar los nexos asociati-
vos desde el lenguaje, entonces transmuta en lo que no se nombra o no
puede ser nombrado, en lo inefable, como el inefable nombre de Dios.
En lo innominado que tras el silencio se torna un misterio,
sólo revelado a la luz del inconsciente.
Todo lo que provoca un deseo prohibido, desprende una
energía tan temible como seductora, caminos inciertos de la se-
xualidad y la muerte.
El Tabú advierte de un goce que no es de este mundo y, por lo
tanto, acceder a él implica la muerte (literal, imaginaria, simbólica
- anqué social).

55
Ídem. Pág.1763. “Sabe, en efecto, el de personas que se han creado por sí
mismas prohibiciones tabú individuales y que las observan tan rigurosamente
como el salvaje las restricciones de su tribu o de su organización social, y si no
estuviese habituado a designar a tales personas con el nombre de neuróticos
obsesivos, hallaría muy adecuado el nombre de enfermedad del tabú.”
58

La fuerza de una ceremonia que muda en ritual puede convo-


car o rechazar esa energía divina, porque de lo natural transmuta
a sobrenatural. Es el aliento de la divinidad que suspira fuego en
una carne que no lo puede soportar; es la pulsión que zigzaguea y
se enrosca e inocula el veneno de la pasión.
En la religión hebrea y la religión islámica, la imagen guarda
lo siniestro y es un retorno a la sexualidad (fornicación con los
ídolos); figuras de lo materno y paterno a las que no se deben
invocar con deseo de copular (adorar).
Paradoja existencial: ¿Cómo escaparse de lo que cada sujeto
porta en sí?
El intento de huida produce el efecto contrario, en un acto se
lo encuentra y su desenlace porta la causalidad de la fatalidad; lo
fatal es lo que en la “fisis” emerge como lo inevitable y, de lo que
ello retorna, hay un eco de sociedad. Es donde adviene ese yo que
intenta nombrarse sosteniendo en la bipedestación al hombre, un
pie para el nombre, otro pie para el apellido.
Búsqueda freudiana de analogía entre el niño que se tornará
neurótico56 y el “salvaje” o lo salvaje de ese cachorro humano

56
Ídem. Pág. 1766. “…señalamos como factor decisivo la prohibición im-
puesta al sujeto en sus más tempranos años infantiles. Ulteriormente, en
toda evolución de la neurosis pasa a desempeñar este papel principal el
mecanismo de la represión sobrevenida en dicha época de la vida. A con-
secuencia de esta represión, que se muestra enlazada con un proceso de
olvido (amnesia), permanece ignorada la motivación de la prohibición de-
venida consciente, y todas las tentativas encaminadas a descubrirla tienen
necesariamente que fracasar (…) La tendencia prohibida se desplaza de
continuo para escapar a la interdicción que sobre ella pesa e intenta re-
emplazar lo que le está vedado por objetos y actos sustitutivos. Pero la
prohibición sigue estos desplazamientos y recae sucesivamente sobre todos
los nuevos fines elegidos por el deseo. A cada nuevo avance de la libido
reprimida responde la prohibición con una nueva exigencia. La coerción
recíproca de las dos fuerzas en pugna crea la necesidad de una derivación
– de una disminución de la tensión existente - , necesidad en la que hemos
de ver la motivación de los actos obsesivos. En la neurosis se nos revelan
estos actos como transacciones, constituyendo, por una parte, testimonios
de arrepentimiento y esfuerzos de expiación, y, por otra, actos sustitutivos
con los que la tendencia intenta compensar la privación de lo prohibido. Es
ley de la neurosis que tales actos obsesivos vayan entrando cada vez más
59

que debe humanizarse, y el costo que deviene, anqué la significa-


ción de su sufrimiento en cuanto transacción pulsional, a pagar al
precio del mercado en capital, valor del objeto en su juego de lo
deseado por hallar.
Freud plantea que la transmisión del tabú se puede ligar a una
ley que viene de generaciones anteriores y que dicha prohibición
hace posible el lazo social y es el origen de lo social, para ser más
preciso, prohibición de: El asesinato, El incesto, El canibalismo,
las tres grandes prohibiciones sobre lo que se funda toda socie-
dad. Tenemos una prohibición que se torna herencia psíquica y
mandamiento social, que es heredada (filogénesis) y, a la vez, la
necesidad de actualizarla en cada generación (ontogénesis). Los
dos lugares de transmisión para Freud; la Cultura, sus mitos y
tradición y lo singular desde la historia familiar de cada sujeto.
Y nuevamente el Ouroboros en la trilogía: incesto, asesinato,
canibalismo, círculo que se embulle la cola de la pulsión al cerrar-
se, trenzando la sexualidad a la muerte.
Trilogía que, en su prohibición, funda toda institución desde
la exogamia (la escuela como primer lugar no endogámico). En
ella, la muerte y el asesinato es en lo simbólico, en cuanto superar
al padre y comerse los objetos de conocimientos que se ofrecen
como sustitutos.
Paradójicamente, la post-posmodernidad va deconstruyendo
la Ley (y su forma simbólica en el lenguaje) acercando más y más
al sujeto a su desubjetivación, es decir: al incesto, al asesinato y al
canibalismo. Filosofía práctica del nuevo ser (ideología transmu-
tada en política y ethos: nueva costumbre, ética).
En Eros encontramos a Anteros, (deseo y contradeseo - amor
y desamor), hermanos gemelos; uno de ellos no quiere mirarse al
espejo por temor de encontrar al otro.
El lector puede inferir si es a ambos a los que teme o sólo a
uno…con la paradoja de que separarlos no pueden existir.

al servicio del deseo y aproximándose así paulatinamente al acto primitivo


prohibido.”
60

El “salvaje” Post-postmoderno
Los nuevos paradigmas vacían de significación el campo sim-
bólico; lo transmutan a una decadencia nimbada de escepticismo
en donde el eclecticismo se funda en un discurso que devasta la
transmisión, al fragmentarla en imágenes desprovistas de palabras
que porten una verdad. El poder se nutre de la destrucción (reina
en la división) y la subjetividad es despedazada en nombre de la
libertad. Una subjetividad de la post-verdad, en donde todo es
ficción en ideología de relato, sin sustento del mundo exterior,
negando y rechazando su existencia en la confirmación de lo ima-
ginario, como real y simbólico a la vez; un delirio que, al ser sos-
tenido en lazo social, el sujeto en su singularidad no lo puede
reconocer al estar involucrado y ser partícipe del mismo, locura
de la época de la deconstrucción.
La deconstrucción, en el intento de destrucción, busca el te-
soro del lenguaje para implosionarlo. Saben los ideólogos de la
devastación qué es lo que hay que hacer al dejar sin el tesoro
significante a una cultura y, de esta manera, golpear en la piedra
fundante y así, de pronto, todo se cae. La pasión que se resguarda
en el lenguaje fluctúa en su circularidad de tiempo sin objeto; sólo
rompiendo las letras ésta queda herida de muerte en un balbuceo
que nadie entiende o en el grito ahogado de la desesperación.
El hombre ama ocultar la verdad en lo que construye como
saber, y las huellas borradas por el soplo de décadas, centurias,
siglos, al esconderse, simulan perderse. El hombre actual, perdido
en su pasión de odio e ignorancia, depreda el campo simbólico con
la misma intensidad que aniquila la naturaleza que le da cobijo.
En riesgo el pasaje de la constitución subjetiva de la imagen al
nombre transmutado en Ley por la metáfora paterna.
En ensayos anteriores se dio cuenta de la importancia de la
metáfora para la constitución psíquica inconsciente del sujeto; es
“salvaje” el acto al hacer un pasaje a lo “literal”, acción en acto
que hace intervenir un real sin representación.
Tiempos “salvajes” de deconstrucción de lo simbólico para
hacer del sujeto el reflejo de un fantasma que busca encontrarse
en las imágenes del mercado, o de una ideología en pulsión de
61

muerte y hace girar en externidad57 un deseo en objeto, desespera-


do ante el vacío de la enunciación, queriendo afirmarse allí donde
borra su nombre58. En eso que borra, podemos encontrar el rastro
de por qué las nuevas generaciones no leen, ni escriben.
El poder es el uso de la violencia y toda ideología busca po-
der; un intento de administrar la pulsión de muerte solicitando
que se ceda la energía de dicha pulsión por los que dicen querer el
bien común, pero toda muerte es causa de violencia: “El salvaje no
hace diferencia alguna entre la muerte violenta y la muerte natu-
ral. Para el pensamiento inconsciente la muerte natural es también
un producto de la violencia, son en esto los malos deseos los que
matan.”59
Y los malos deseos han matado y por ese hecho hay quienes
unas muertes están debiendo.
Los “malos deseos son los que matan” y ellos suelen escon-
derse en los discursos que promueven las buenas intenciones,
aquellos financiados en acción política por grandes capitales.
¿El hombre puede substraerse de sí mismo? La posesión, el
dominio60, el sometimiento del otro, su uso y abuso… ¿no es ésa
la historia de la humanidad?
Y, nuevamente, en círculo la dialetike (el arte del buen ha-
blar), en cuanto dia-logo, lo que está entre palabras, lo que hace
vía y camino entre la fisis (psíquico - somático - pulsión) - Eros /
Anteros - Thanatos.
Realismo trágico freudiano al dar cuenta de que no existe el
progreso, sino la progresión; ésa que es en pérdida y que consti-

57
Ídem. Pág. 1804. “No debe, pues, sorprendernos hallar que el hombre pri-
mitivo transfiere al mundo exterior la estructura de su propia psiquis.”
58
Ídem. Pág. 1783. “En sus desesperados esfuerzos para defender contra las
tentaciones de su propia imaginación se impuso la regla de no entregar
nada de su propia persona, a la que identificaba en primer lugar con su
nombre y en segundo con su escritura. De este modo terminó por renun-
ciar a escribir en absoluto.”
59
Ídem. Pág. 1787.
60
Ídem. Pág. 1794. “Vemos, pues, que el predominio de las tendencias se-
xuales sobre las tendencias sociales constituye un rasgo característico de la
neurosis; pero estas mismas tendencias sociales no han nacido sino de la
mezcla de elementos egoístas con elementos eróticos.”
62

tuye el lugar y camino del que se dice avanzar, de la modernidad


a la postmodernidad y de ésta a la post- posmodernidad, verdad
desprovista de Fisis, la que es sólo el reflejo de la sombra mudada
a ontología del ser, allí donde el vacío anuncia su muerte, espejo
de la ideología que, en idea, muestra el logos del Thanatos y, en
delirio, engendra la post-verdad.
Y los psicoanálisis post - posmodernos hacen gestos liber-
tarios poniéndose la máscara de Dionisio, porque toda tragedia
puede transmutar a comedia y, como el mercader de Venecia, se
aferran a su bolsa de monedas de plata y, a la vez, solicitan la libra
de carne, y colegiados se reúnen en sus foros, en banquete de ora-
toria anqué de adulación de unos a otros, olvidando que la deuda
es una libra de carne…Parresía que no se afilió al grupo de poder
y a su paradigma hegemónico de verdad única.
Por decir la verdad; ¿cuál es el precio a pagar?
El maestro murió con una mandíbula de hierro, casi sin arti-
cular palabra, con moscas por compañeras a su derredor y abra-
zado al exceso de morfina para que le quitara el dolor.
63

Animismo mágico
La aplicación del animismo61 resulta tener su Ley psicológi-
ca, la que implica una omnipotencia63 de ideas que genera una
62

magia,64 tanto animista como por contagio, en donde juegan un


papel importante la analogía y las asociaciones y sustituciones
buscando materializarse en el objeto, envistiéndose éste con el ca-
rácter de “mágico” y así poder contrarrestar a las “leyes natura-
les” desde el deseo del que ejerce la magia en su animación. Dicho
de otra manera, el deseo inaugura su propia Ley, la que no es sin
el amor, si no ha de tornarse “salvaje” en su determinación.
El “salvaje” post-postmoderno es una paradoja, porque se vuel-
ve “salvaje” al perder su fuerza interna, y así, su poder de acción
desde su singularidad, está desvalido al abandonar la creencia de la
omnipotencia de su deseo, lo que al hombre “primitivo” lo llevó a

61
Ídem. Pág. 1795. “En el sentido estricto de la palabra, el animismo es la
teoría de las representaciones del alma; en el sentido amplio, la teoría de
los seres espirituales en general.”
62
Ídem. Pág. 1796. “El animismo es un sistema intelectual. No explica úni-
camente tales o cuales fenómenos particulares, sino que permite concebir
el mundo como una totalidad. Si hemos de dar fe a los investigadores, la
Humanidad habría conocido sucesivamente, a través de los tiempos, tres
de estos sistemas de pensamiento, tres grandes concepciones del universo:
la concepción animista (mitológica), la religiosa y la científica. De todos
estos sistemas es quizá el animismo el más lógico y completo.”
63
Ídem. Pág. 1802. “Sin embargo, no podemos ver en la “omnipotencia de
las ideas” el carácter distintivo de esta neurosis, pues el examen analítico
nos lo revela también en las demás. En todas ellas es la realidad intelec-
tual, y no la exterior, lo que rige la formación de síntomas. Los neuróticos
viven en un mundo especial, en el que, para emplear una expresión de que
ya me he servido en otras ocasiones, sólo la moneda neurótica se cotiza.
Quiero decir con esto que los neuróticos no atribuyen eficacia sino a lo
intensamente pensado y representado afectivamente, considerando como
cosa secundaria su coincidencia con la realidad”.
64
Ídem. Pág. 1800. “Los motivos que impulsan al ejercicio de la magia re-
sultan fácilmente reconocibles. No son otra cosa que los deseos humanos.
Habremos únicamente de admitir que el hombre primitivo tiene una des-
mesurada confianza en el poder de sus deseos, En el fondo todo lo que in-
tenta obtener por medios mágicos no debe suceder sino porque él lo quiere.
De este modo, no tropezamos al principio sino con el deseo.”
64

humanizarse, en lo que hacía socialmente con su poder; al actual


hombre la deconstrucción lo torna débil y fragmentario, desampa-
rado ante un deseo que no lo halla en sí. Un deseo que el capitalis-
mo, en su per-versión, se lo ofrece en forma de objeto de consumo,
sosteniendo la “moderna” promesa de bienestar y confort.
En la modernidad, la “omnipotencia de las ideas”65 mudó a la
razón en principio lógico que, paradójicamente, creó una epistemo-
logía de lógica binaria, por lo que, al modo infantil del juego de au-
titos chocadores, unos a otros se enfrentaban para destruirse y, ante
este Eros, el fantasma se violentaba al copular con la muerte. Se
podía escuchar la risa de la pulsión de muerte detrás de los espejos,
esos espejos que Alicia no dejaba de atravesar y, a la vez, de buscar.
Porque hay algo cómico en lo trágico de la existencia humana,
dolorosamente irrisorio, que la ironía y el cinismo (ofreciendo una
verdad sin esperanza) de cada época, se obstina en revelar. Y un
nuevo Shakespeare del psicoanálisis surge al montar los escenarios
que, en eterno retorno, la humanidad no puede dejar de actuar.
Nuevos historiales clínicos que muestran la psicopatología de
la vida cotidiana de los tiempos postmodernos.
La metáfora puede danzar en su forma mágica en toda ex-
presión artística66 y, de esta manera, recordarles a las desgarradas
y deconstruidas generaciones la omnipotencia del deseo; locura
romántica que, en Freud, muda a un estado de certeza al decir: El
deseo es inmortal.
Deseo que construye la realidad psíquica, que en Freud no es
sin la anatomía.

65
Ídem. Pág. 1803. “Si aceptamos la evolución antes descrita de las concep-
ciones humanas del mundo, según la cual la fase animista fue sustituida
por la religiosa, y está, a su vez, por la científica, nos será también fácil
seguir la evolución de la “omnipotencia de las ideas” a través de estas fases
(…) En nuestra confianza en el poder de la inteligencia humana, que cuenta
ya con sus leyes de la realidad, hallamos todavía huellas de la antigua fe en
la omnipotencia.”
66
Ídem. Pág. 1804. “El arte es el único dominio en el que “omnipotencia de
las ideas” se ha mantenido hasta nuestro días. Sólo en el arte sucede aún
que un hombre atormentado por los deseos cree algo semejante a una sa-
tisfacción y que este juego provoque – merced a la ilusión artística – efectos
afectivos (…) Con razón se habla de la magia del arte y se compara al
artista a un hechicero.”
65

Hay “disfraces mágicos”, señala Freud, en cuanto a la pre-


ocupación y tabúes impuestos a las mujeres, al irse el hombre a
cazar o pescar; un tema ligado a la sexualidad y que es difícil de
abordar ante la vigilancia que genera la hegemonía de la ideolo-
gía dominante, en su esfuerzo de tornarse única (una moral que
se torna religión), esfuerzo de reducir todo pensamiento a una
lógica binaria, haciendo que las nuevas generaciones balbuceen
ante espejos babeantes, en donde el ideal de la postmodernidad le
devuelve su imagen en el rostro del grupo que los controla.
En las mazmorras medievales aún se escuchan las cadenas de
los que han de ser sacrificados.
Será misterio de iniciación lo que liga la menstruación a la
muerte y se religa en el tabú para hacerse religión. Paradójica-
mente, un tema tabú en tiempos postmodernos, porque la vida y
la muerte no dejan de ser un misterio ligado al aspecto mágico y
sobrenatural de la existencia.
Se trata de una pulsión, en su origen, perdida, la que irrefre-
nable intenta atrapar el objeto, y allí, donde parece satisfacerse,
nuevamente se inicia en un circuito parcial, múltiple y circular,
buscando lo eterno en la sexualidad y la muerte; ambas fuerzas
se enroscan como una serpiente que arde de pasión y por ello
necesita un tabú67 de prohibición y protección. Portento de la ci-
vilización que hace lazo en el tótem, figura fascinante y, a la vez,
siniestra que remite a lo familiar, lo que en secreto de asesinato
crea una nueva institución.
Y ciertas ideologías como las nuevas instituciones, las que
actualizan en su constante devenir, porque se actualizan en el
asesinato.
Freud hace un desarrollo acerca de las teorías68 que hay en
cuanto a la “naturaleza del tótem.69” Al referenciar, en calidad

67
Ídem. Pág. 1813. “El totemismo es un sistema a la vez religioso y social.
Desde el punto de vista religioso consiste en las relaciones de respeto y de
mutua consideración entre el hombre y el tótem.”
68
Ídem. Pág. “El psicoanálisis nos enseña, por el contrario, que los primeros
deseos sexuales del hombre son siempre de naturaleza incestuosa, y que es-
tos deseos reprimidos desempeñan un papel muy importante como causas
determinantes de las neurosis ulteriores.”
69
Ídem. Págs. 1837 - 1838. “El psicoanálisis nos ha revelado que el animal
66

de mito, al macho de la horda primitiva, (desde una lectura


darviniana), Freud conjetura una respuesta posible del origen
de lo religioso y lo social, a la vez que se responde y demues-
tra en su postulado teórico, ante la pregunta ¿Qué es primero,
la instancia de “horda o la formación gregaria”? Esta interro-
gación encierra el misterio del origen, el que un lector atento
podrá inferir.
En cuanto al padre muerto, la civilización lo encuentra en
el banquete que se realiza en el acto de “comer el libro”; en la
letra se halla el padre simbólico que nuevamente será devorado
en religioso banquete, a través de un ritual de expiación por su
asesinato. Por lo que se realiza un pasaje de lo literal de su carne
devorada a lo simbólico de su letra incorporada.
El padre muerto, en lo real, e incorporado en lo simbólico de
la letra, es compartido generación tras generación, habilitando en
Ley exogámica, anqué para Freud, a partir de un asesinato origi-
nario, que es el que funda toda institución.
No es lo gregario lo primero, lo primero para Freud es la
horda y, por el asesinato, se funda lo social (gregario), siendo la
fiesta totémica su celebración:“…la reproducción conmemorativa
de este acto criminal y memorable que constituyó el punto de par-

totémico es, en realidad, una sustitución del padre, hecho con el que se
armoniza la contradicción de que estando prohibida su muerte en época
normal se celebre como una fiesta su sacrificio y que después de matarlo
se lamente y llore su muerte. La actitud afectiva ambivalente, que aún hoy
en día caracteriza el complejo paterno en nuestros niños y perdura muchas
veces en la vida adulta (…) La teoría darviniana no concede, desde luego,
atención ninguna a los orígenes del totemismo. Todo lo que supone es la
existencia de un padre violento y celoso, que se reserva para si todas las
hembras y expulsa a sus hijos conforme van creciendo (…) la organización
más primitiva que conocemos (…) Basándonos en la fiesta de la comida
totémica, podemos dar a estas interrogaciones la respuesta siguiente: Los
hermanos expulsados se reunieron un día, mataron al padre y devoraron
su cadáver, poniendo así un fin a la existencia de la horda paterna (…) al
devorarlo se identificaban con él y se apropiaban una parte de su fuerza. La
comida totémica, quizás la primera fiesta de la Humanidad, sería la repro-
ducción conmemorativa de este acto criminal y memorable que constituyó
el punto de partida de las organizaciones sociales, de las restricciones mo-
rales y de la religión.”
67

tida de las organizaciones sociales, de las restricciones morales y


de la religión.”70
Este asesinato da lugar a una ley, a una prohibición y, de esta
manera, se pasa del padre de la horda (real) al padre de la Ley
(simbólico), y la función que éste cumplirá. Uno será en la carne,
en el otro se hará metáfora.
Esta insistencia en la distinción entre el protopadre (padre de
la horda) y la metáfora paterna, es importante para entender el
psicoanálisis y la función de la Ley, la función paterna, articulada
al valor de quien la cumple, en cuanto que transmite, (por ejem-
plo, la prohibición del incesto, que puede ser transmitida por la
madre, ubicándose en el lugar de la Ley).
Repito, esta distinción es de suma importancia porque actual-
mente se confunde, desde cierta ideología, al padre de la horda
con el padre de la Ley (metáfora paterna) y, en la intención de
hacer desaparecer uno, se hace desaparecer a los dos; siendo que
uno ya está muerto (no es un padre imaginario, es un padre sim-
bólico - en función paterna) es necesario distinguir en qué registro
nos ubicamos para poder comprender.
El efecto del acto del intento de asesinar al padre de la Ley
crea una paradoja, retornando lo social nuevamente a la moda-
lidad de relación de la horda primitiva. Causalidad que produce
singulares fenómenos en lo social.
Este asesinato, desde lo ideológico, torna una tarea imposible
la existencia en el marco de la Ley, una tarea terminable en la
singularidad imaginaria e interminable en la generalidad simbóli-
ca. El avance de la pulsión de muerte en la post-postmodernidad
intenta constituirse en un imaginario del banquete devorando un
cadáver exquisito, que dejó sus restos en la Ley, una nueva reli-
gión (religare) pero, al creer en su nueva fe, devorándolo e incor-
porándolo desde la identificación en lo real, lo que se proyecta son
las mismas sombras de la muerte en seres desposeídos de alma. Se
ven conminados a instaurar una nueva ley, por lo que tal acto de
deconstrucción lleva a una destrucción de la estructura de la ley,
al intentar inaugurar nuevos lazos sociales, donde se destruyen
los anteriores y el sujeto va perdiendo su condición de tal para

70
Ídem. Pág. 1840.
68

hallarse en el desamparo, desde la soledad del salvaje gregarismo.


Entonces, retornará el fantasma del padre de Hamlet, a recla-
mar sobre aquellos que derraman veneno en el oído de los dur-
mientes.
¿Y quién quiere tener un muerto de enemigo?
Recordemos que, para Mircea Eliade, el origen de las religio-
nes es el temor a los muertos.
Freud, en su desarrollo conjetural, trabaja su hipótesis de que
el tótem permite una función identificatoria inconsciente y que
su función es instaurar la ley exogámica, como ley fundante y
organizadora de lo social, la que se funda en un asesinato. Esa
potencia ya no se representa de manera material en un macho
dominante (real e imaginario), sino que ese real ahora toma forma
simbólica y es lo que en adelante fecundará a toda mujer. A partir
del animismo mágico, la concepción y el acto sexual71 pasan al
plano espiritual en el que gobernará el tótem en su función fálica.
A esta continuidad totémica podemos encontrarla, en forma
múltiple, en la religión egipcia con sus dioses antropomórficos.
Para Freud, el momento anterior a toda religión es el totemismo y,
sobre el asesinato, surge la religión72 como forma de culpa por tal
hecho, para sacralizarlo y, a la vez, volver a realizarlo simbólica-
mente, proceso de ambivalencia afectiva del neurótico.
Ese origen titánico del hombre tiene su precio: “Los hombres
eran descendientes de los titanes que mataron y descuartizaron a
Dionisio - Zagreo, y el peso de este crimen gravitaba sobre ellos.”73
Este rodeo en conjeturas, le permite a Freud hacer clínica: “De la
investigación que hasta aquí hemos desarrollado en forma más
sintética posible podemos deducir como resultado que en el com-
plejo de Edipo coinciden los comienzos de la religión, la moral, la

71
Ídem. Pág. 1822 “Los arunta suprimen, como ya indicamos, toda relación
entre la concepción y el acto sexual. Cuando una mujer se siente fecunda-
da, es que en el momento en que experimenta dicha sensación ha habido
un espíritu que aspiraba a la resurrección…”
72
Ídem. Pág. 1841. “La sociedad reposa entonces sobre la responsabilidad
común del crimen colectivo, la religión sobre la conciencia de la culpa-
bilidad y el remordimiento, y la moral, sobre las necesidades de la nueva
sociedad y sobre la expiación exigida por la conciencia de culpabilidad.”
73
Ídem. Pág. 1845.
69

sociedad y el arte, coincidencia que se nos muestra perfectamente


de acuerdo con la demostración aportada por el psicoanálisis de
que este complejo constituye el nódulo de todas las neurosis…”74
Freud nos enseña, en esta obra, a cómo hacer un ensayo psi-
coanalítico. Utiliza el método indiciario para indagar en los ras-
tros de la historia de las culturas y sus mitologías; realiza con-
jeturas múltiples, las que mueve de lugar (metonimia), pero en
relación a una metáfora central como estructura del inconsciente:
El complejo de Edipo.
De ese modelo (desplazamiento y condensación), J. Lacan
construye la estructura de los tres tiempos de Edipo, y muestra la
necesidad del vacío desde la falta en cuanto caída del falo imagi-
nario (madre fálica), para que la traslación se realice en sustitu-
ción (hacia el padre en cuanto representante de la Ley - función
simbólica) y luego se deslice en un tercer tiempo hacia la Cultura.
Así, el Falo, como premisa lógica, habilita a una ecuación simbó-
lica desde el deslizamiento y la condensación (metáfora en meto-
nimia).
Esta lógica tríptica hace ruptura epistemológica con la lógica
binaria de la ideología, que no puede distinguir diferencias sim-
bólicas por estar capturada en la pasión desde el rostro del odio
en destrucción; empuje de la pulsión de muerte, la que no hay
manera de racionalizar (registro de lo real).
Lo más conjetural del psicoanálisis freudiano, posiblemente
sea su concepto de filogénesis. Quizás por eso, J. L. Borges soste-
nía que el psicoanálisis pertenecía a la literatura fantástica.
El automatismo de repetición, sin diferencia, nos atrae a la
misma escena, generación tras generación, década tras década,
siglo tras siglo, con el mismo escenario de muerte y destrucción
tras el velo del ideal, encarnando un mandato de goce. Toda ideo-
logía, de cualquier tipo, en cuanto busca ser hegemónica promete
veladamente el incesto, lo que desata la pasión, aceptando sólo
relaciones dentro del grupo y excluyendo hasta la muerte, lo di-
ferente.
“No puede haberse ocultado a nadie que postulamos la exis-
tencia de un alma colectiva en la que se desarrollan los mismos

74
Ídem. Pág. 1847.
70

procesos que en el alma individual. Admitimos que la conciencia


de la culpabilidad emanada de un acto determinado ha persistido
a través de milenios enteros, conservando toda su eficacia en ge-
neraciones que nada podían saber ya de dicho acto (…) En este
sentido es como habremos quizá de interpretar las palabras del
poeta: ‘Aquello que has heredado de tus padres, conquístalo para
poseerlo’.”75
La pregunta por la herencia y la conquista nos remite a lo que
inaugura todo orden social: la Ley. Freud trabajará sobre la Ley
mosaica, a diferencia de la ley positiva, la que los hombres pueden
per-vertir invirtiendo a dicha Ley, haciendo una versión que con-
tradiga sus principios.
La post-postmodernidad ¿ha conquistado la antigua herencia?
Aquello que en don está en la cultura ofrecido en celebración.
Suspender la puesta en acto para lograr una acción suspendi-
da, que se torna simbólica, aunque su precio es la neurosis. Retor-
nar en la “salvaje” postmodernidad al principio de la acción sin
simbolización. A la palabra puramente imaginaria de la posver-
dad, una que se construye sin ontología, haciendo que la realidad
psíquica se acerque a los bordes del delirio. Inmediatez de una sa-
tisfacción en la virtualidad de la emergencia subjetiva, que deam-
bula en los caminos de la intemperie y el desamparo de la Ley.
“En el neurótico, la acción se halla completamente inhibida y
reemplazada totalmente por la idea. Por el contrario, el primitivo
no conoce trabas a la acción. Sus ideas se transforman inmediata-
mente en actos. Pudiera incluso decirse que la acción reemplaza en
él a la idea. Así, pues, sin pretender cerrar aquí con una conclusión
definitiva (…) podemos arriesgar la proposición siguiente: ‘en el
principio era la acción’.”76
Pasar de la acción a la simbolización, es pasar de un estado
“salvaje” a un estado civilizado.
En Freud, primero es la horda y, por asesinato, deviene lo gre-
gario (salida de la endogamia), como primero es lo sexual y, por
represión de lo sexual, deviene lo social (exogamia). Este circuito
se invierte en toda ideología que proponga retornar al sujeto a

75
Ídem. Pág. 1849.
76
Ídem. Pág. 1850.
71

su pulsión de horda (endogamia, relación sólo dentro del grupo).


Toda ideología en su pasión es violenta (busca su hegemonía) y
quiere poseer y dominar, emulando al macho de la horda primi-
tiva, anqué paradójicamente postule lo contrario. Es un circuito
inconsciente que el hombre sin saber sabiendo repite, sin querer
queriendo anhela inconscientemente y reproduce una y otra vez,
siendo los más jóvenes los captados en rituales de posesión y po-
sición, transmutando la promesa del incesto (todos en un pen-
samiento hegemónico copulando con una misma idea), los que
movilizan en una cultura, el porvenir de una ilusión tras el ideal,
el goce singular en lo colectivo, lo que nos conduce a otro texto
freudiano: Psicología de las masas y análisis del Yo.
Para los más neuróticos: El Malestar en la cultura los condu-
cirá sujetos a la inhibición, el síntoma y la angustia.
Si transmutamos el principio de que “primero es la acción” a
un teologema: En el principio es el verbo en la palabra, retorna-
mos en filogénesis a las raíces hebreas freudianas (circular retorno
al pro-logo, lo que ante-cede al Logos en su desarrollo).
Y nos anticipamos a la escritura que realizó Freud en proxi-
midad de su muerte: Moisés y la religión monoteísta.
Advenir de un final que ya está anunciado en el principio.

Moshé
La contigüidad es parte del arte rabínico de interpretación,
¿por qué ubicar una contigüidad entre Tótem y Tabú, y Moisés
y la religión monoteísta? Porque Freud siempre sigue el mismo
principio, no abandona su postulado de que en el origen de lo
social hay un asesinato, luego la comida totémica y, en fraterni-
dad, la Ley y la herencia. En su novela77 historia, Freud ficciona
un asesinato, el de Moisés78, al igual que conjetura otra filiación
posible.

77
Yerushalmi, Yosef Hayim. (1991). El Moisés de Freud. -Judaísmo termina-
ble e interminable. Nueva Visión. Bs As. Pág. 58. “Y en 1938, luego de que
se publicara en Imago las dos primeras partes, declaró en una carta a su
hijo Ernst: “Es mi primera aparición como historiador ¡bastante tarde!”
78
Ídem. Pág. 54 “Pronto descubrí la fórmula: Moisés creó a los judíos. De
modo que di a mi obra el título: El hombre Moisés, una novela histórica.”
72

Nos queda indagar, en el juego ficcional, lo que se cifra en el


nombre. El dios del tiempo sonríe y espera sabiendo que el inicio
es el final y que, a medio camino, todo es causalidad, divina causa
encausada por un extraño deseo que, en amor, interroga besando
la certeza y dejando, al irse, la fragancia de la duda.
Así como el origen de Abraham era caldeo, ¿podría ser el ori-
gen de Moisés egipcio? ¿O es un chiste hebreo el de Freud? ¿Por
qué me dices que no es judío sabiendo que es judío? ¿Qué es la
filiación? Al decir que es un chiste nos remitimos a la relación de
compromiso: “El chiste y su relación con lo inconsciente”, el que
tiene una función metafórica.
Entonces, ¿qué analogía está estableciendo Freud en Moisés?
¿Qué traslación? ¿Qué trasposición en la sustitución? y ¿qué va-
cío de enunciación?
¿Se juega en Freud la identificación y proyección inconsciente
con Moisés y, por lo tanto, la función paterna? En el “profeta”,
la metáfora79 del nombre del Padre y de lo que le “cae” en resto,
la Ley.
El retorno de lo reprimido afirma la Ley y lo que en ella es
manda-miento.
Yosef Hayim Yerushalmi, como historiador hebreo, otorga un
gran número de detalles para el método indiciario, desde la his-
toria del pueblo hebreo hasta la biografía de Freud en referencias
familiares y epistolares, pero los interrogantes siguen abiertos.

Una clave de lectura es el contexto histórico donde se conci-


bió la “novela”, y el intento de persuadir a un poder ominoso de
lo que era y no era verdad.
Freud, en diáspora, debe huir (como su pueblo al salir de
Egipto) a Inglaterra, donde sabe que morirá (sin cruzar el Jordán
hacia la tierra de la femineidad y la locura, tierra prometida para
la escuela inglesa y luego para la escuela francesa), y elige morir li-
gado a su última escritura, Moshé: “La historia de su publicación
es particular. La parte I, que postula el origen egipcio de Moisés

79
Ídem. Págs. 176 – 177. “En otra parte escribí que, así como la ‘vida de un
pueblo’ es una metáfora biológica, del mismo modo la ‘memoria de un
pueblo’ es una metáfora psicológica.”
73

por medio de la etimología egipcia de su nombre y una reinter-


pretación del relato bíblico de su nacimiento y rescate a la luz
de la novela familiar, y la parte II, un intento de reconstrucción
histórica de los acontecimientos en Egipto y el desierto, fueron
publicados en Viena en 1937, en dos números separados de la re-
vista psicoanalítica Imago. Freud retuvo la tercera parte hasta que
dos años más tarde se editó la obra completa, después de haberse
marchado a Londres y poco antes de su muerte.”80
Después de cruzar el desierto casi solo, sufriendo la diáspora
de aquellos que portaban su anillo, ya había bajado del monte
Sinaí y afirmado su Ley exogámica prohibiendo la adoración del
becerro de oro (separándose de la psicología y su consciencia).
Es una historia circular de un tiempo que retorna, a la vez que se
desliza y se dobla y desdobla.
Moshé, Moshé, Moshé…Es un eco que atraviesa los siglos y
hace latir a todo judeocristiano.
Freud, el poeta, busca hacer metáfora en el nombre del padre
antes de morir. ¿Lo logrará?
En la analogía hace jugar la etimología, en lo que se traslada
la ficción y la ausencia para trasponer en el velo del fantasma lo
que de la verdad no puede revelarse (quizás el fantasma del padre
de Hamlet). No-velarse en el tiempo es una promesa terminable
e interminable, la de una lengua que al hablar canta y enumera.
¿Cómo descifrar una lengua que juega a la divina ausencia?, la
que fluye en un huir del tiempo ante lo impronunciable del nom-
bre de Dios, divina providencia.
Retorna Edipo como la metáfora de su obra, pero ahora, La
(mujer) Esfinge giró su rostro hacia Freud y lo besó en la boca con
labios de muerte, y le suspiró su aliento en su oído y él está conmi-
nado a responder a su demanda de amor antes de morir.
Freud, el amante de los mitos griegos (de él quedarán ceni-
zas en una urna griega), siente desde las sombras la soslayada
mirada de Nyx (la negra noche, la que lo espera tras la bisagra
del tiempo). Cuando el vacío y el caos reinaba, ella era la diosa
primordial que en su mano portaba el descanso final. Ahora él, en
su debilidad y dolor de anciano, ansía el abrazo final de la morfi-

80
Ídem. Pág.33
74

na, que quizás descienda hacia él como una Valquiria hebrea, esas
selectoras de los mejores caídos en batalla.
Ha sido suficiente dolor para un solo hombre, tan inconscien-
temente realista como risueñamente trágico.
Al final de su existencia, ante esta diosa primordial (Nix), que
engendra por sí sola el destino, ante ella ¿podrá intervenir Moshé?
Dejaremos el interrogante abierto para luego regresar.
El asesinato es un acto que hace huella81 y marca un retorno.
Freud escribe un texto que transmuta la hermenéutica (in-
terpretación, explicación, traducción) en una exégesis (interpre-
tación de textos sagrados), para concluir en una heurística (crea-
ción, invención).
Quizás, la mítica pulsión tiene un lazo misterioso con otro
concepto mítico freudiano, la filogénesis en la ontogénesis: “Freud
está, en cierto sentido, implícito en el relato bíblico: ‘No sólo con
vosotros haré esta alianza y este juramento, sino con aquel que
está aquí con nosotros en este día ante Dios nuestro Señor, y tam-
bién con aquel que no está aquí con nosotros en este día’. (Deute-
ronomio 29:13-14), sobre la base de lo cual los sabios talmúdicos
aseveraron más adelante que las almas de todas las generaciones
de judíos aún no nacidos ya estaban presentes en Sinaí (…)” Han-
ns Sachs (…) Freud, maestro y amigo: “Es como si Freud siguiera
intuitiva e inconscientemente los pasos de sus ancestros y una de
las tradiciones judías más antiguas: la creencia de que todos los
judíos, nacidos o por nacer, estuvieron presentes en el monte Sinaí,
y que allí asumieron por sí mismos el ‘yugo de la Ley’.”82
Exégesis para comprender, hermenéutica para interpretar, heurís-
tica para crear.

81
Ídem. Pág. 85. “En cuanto a Jung, el concepto específico de un inconsciente
colectivo es superfluo dado que “el contenido del inconsciente, ciertamen-
te, es en todo caso una propiedad colectiva y universal de la humanidad”.
Y así, por último, se revela el secreto de la tradición religiosa. Su poder
radica precisamente en el retorno de lo reprimido, en el desencadenamien-
to de recuerdos, hasta entonces inconscientes, de sucesos reales del pasado
remoto. Lo que he denominado el drama esencial de Moisés y la religión
monoteísta, en tanto diferente de su trama externa, se encuentra aquí.”
82
Ídem. Pág. 87.
75

Se trata del retorno de lo reprimido83 que pone en acto la


Ley, que hace metáfora en el nombre del Padre, pero para tal fun-
cionalidad psíquica fue necesario un sacrificio en sacro-oficio, lo
que se actualiza en cada sujeto, especialmente si se religa en la
religión. Freud rechazaba esta forma de religarse, buscaba otra
manera de lazo social, ofreciendo un nuevo discurso: El discurso
psicoanalítico.
Un indicio a seguir en la escritura de Freud es su continuidad;
hay posiciones que sostiene durante toda su vida, una de ellas es el
rechazo a los sistemas religiosos84 por entender que tornan “niños”
a los hombres. Algo del orden de la función paterna y materna se
pone en juego y hace jugar su eterno retorno al complejo de Edipo.
Este posicionamiento lo interroga en el “origen” del Filicidio y del
Parricidio, lo que lo hace esforzarse por elaborar simbólicamente la
pulsión de muerte y este acto como inaugural de toda cultura.
Un indicio de lectura en el Moisés de Freud, es la ausencia de
referencia a lo que la tradición hebrea ubica en el inicio, la trilogía

83
Ídem. Pág. 88. “…el retorno de lo reprimido es la contraparte freudiana
de la revelación bíblica, ambos igualmente trascendentales e insondables,
cada uno dependiente, en última instancia, no de la evidencia histórica sino
de cierto tipo de fe, a fin de ser creíble.”
84
Ídem. Págs. 196 - 197, “Me parece que en el lugar más recóndito de su
corazón usted creía que el psicoanálisis es en sí mismo una prolongación
metamorfoseada adiciona, si no final, del judaísmo, despojada de sus ilu-
sorias formas religiosas, pero conservando sus características monoteístas
esenciales, al menos según usted las entendió y describió. En síntesis, me
parece que creía que, así como usted es un judío sin dios, el psicoanálisis
es un judaísmo sin dios (...) En 1977 se creó en la Universidad Hebrea
de Jerusalén el profesorado Sigmund Freud (…) Anna, su Antígona, fue
invitada a asistir, pero no pudo ir en persona. En cambio, envió un docu-
mento que fue leído en su nombre a los analistas congregados (…) Durante
su existencia, el psicoanálisis se conectó con diversas instituciones acadé-
micas, no siempre con resultados satisfactorios…Repetidas veces también
experimentó el rechazo por parte de las mismas, que le criticaban que sus
métodos fueran imprecisos, que sus hallazgos no estuvieran expuestos a la
prueba experimental, que fuera anticientífico, incluso que fuera una “cien-
cia judía”. Aunque los otros comentarios despectivos pueden ser evalua-
dos, creo que es la connotación mencionada en último término la que, en
las presentes circunstancias, puede servir como título de honor.”
76

de Patriarcas: Abraham, Isaac, Jacob. Y la importante trilogía de


matriarcas: Sara, Rebeca y Raquel.
Un tema que inquietó a los rabinos por siglos, en relación a
Abraham, fue el sacrificio en ofrenda de Isaac.
Ese niño ¿ha de ser sacrificado como el inicio de una cultura?
De un niño a un cordero pasado a cuchillo, sangre que será
derramada y ofrecida a la divinidad.
Y en Abraham, se abre a la escena de dos mujeres: Saraí y
Agar (la esclava egipcia) y dos descendencias: Isaac e Ismael y, en
ellos, la escena de la lucha histórica y fratricida de dos pueblos,
dos naciones igualmente bendecidas.
Y en Freud, ese hermano muerto que retorna como un fantas-
ma. Y allí, el primer crimen: Abel y Caín. En hierro, la marca en
la frente de Caín, el asesino, como fundador de la primera ciudad.
La pulsión de muerte es generosa en todos sus modos de or-
ganizar lo social, como retorno de lo reprimido.
Cuando la ideología de la postmodernidad, en la figura de
Derrida, comprendió que para deconstruir al Padre en su estruc-
tura -estructuralismo- movimiento creado por un grupo de inte-
lectuales (un gigante de pies de barro), debía ir a su “capital”, (a
sus pies de barro) el lenguaje y la sexualidad, y así, desde la des-
construcción (destrucción - realizar lo inverso de lo construido)
y, en este acto, dar una nueva versión de la ley. Lo paradójico es
que, desde el mismo estructuralismo, se fundamentará la decons-
trucción (del estructuralismo), como un guante en su reverso, al
desprender la estructura de su fundamento ontológico, algo que
Freud nunca realizó al no dejar de referenciar a la pulsión en una
doble fuente: somática y psíquica; pero si reducimos la pulsión
sólo a la fuente psíquica, los efectos en devenir son los que acon-
tecen en la actualidad, en especial con la denominada posverdad.
Aquí hacemos sonar el shofar, y lo antiguo está aconteciendo
en este instante, a la vez que acontece el devenir, porque el tiempo
en su divinidad es una serpiente que maneja la eternidad en su des-
liz, quizás la serpiente de bronce en el desierto85, quizás la serpiente

85
Números 21:9.8. “Y el SEÑOR dijo a Moisés: Hazte una serpiente abrasadora y ponla
sobre una asta; y acontecerá que cuando todo el que sea mordido la mire, vivirá. 9 Y
Moisés hizo una serpiente de bronce y la puso sobre el asta; y sucedía que cuando una
serpiente mordía a alguno, y éste miraba a la serpiente de bronce, vivía.”
77

Arco Iris, o la que se enrosca entre las ramas del árbol de la vida,
buscando las frutas de las Sefirot. Serpiente que enrosca la escritu-
ra de Freud, serpiente de papel, mas no de bronce; tinta que no se
puede tañer en campanadas de gloria, ni usar como un instrumen-
to que llama a la danza y el combate (o quizás sí). Es una serpiente
de tinta que se mueve buscando morder la pluma que corona su
mano. Es una serpiente que se empluma y se torna alada en la es-
critura de Freud. Esa ave del arca de su pensamiento, paloma que
luego del diluvio de la modernidad trae en su pico la rama de olivo
y, de ese olivo, el sagrado aceite, que ungirá a los profetas, aquellos
que el pueblo hebreo, en sagrado acto, sacrificará.
Su movimiento es un silencioso zigzagueo sobre el papel; un
deslizarse en los sueños configurando figuras de imágenes por ol-
vidar. Freud siente que le inocula un sueño de verdad y recae sobre
su diván a ensoñar. Sus ancestros llegan a él, se niega a levantar la
mirada (es Jonás en retirada); ansía mirar el horizonte y los abis-
mos que el romanticismo alemán abrió en su pecho; desea cami-
nar los Alpes y deambular por las calles empedradas de Pompeya,
buscando en el sol de mediodía a la bella Gradiva, la que al cami-
nar se desliza sin tocar la tierra. La que se desliza entre la vida y
la muerte. ¿Un fantasma que se encarnará en el sueño freudiano?
Esa doncella de pies descalzos y andar liviano y que dice lla-
marse Zoe Bertgang, y lo que se cifra en Zoe (vida) y en Bertgang,
significa lo mismo que Gradiva, la que resplandece al caminar.
Busca, en su pasión, a la sibilina pitonisa de Apolo (el ladrón
del oráculo) y ante su templo, Tiresias contempla la cópula de dos
serpientes enroscadas y ansía ser mujer.
Él busca, en aquellas doncellas, La doncella, la que decir en
palabras no puede, (por su neurosis de conversión). Ellas aman a
su nuevo Señor, un Amo que pasó de la hipnosis al silencio, y él la
dibuja como real (es Irma) en su imaginario texto de “Interpreta-
ción de los sueños”; él, un Señor y Amo del nuevo siglo.
Lo rodean en coro, anilladas en el oro y en el amor; juran
ser fieles hasta su muerte y mudar en sus inmutables viudas y no
dejar que los jóvenes parricidas devoren su cadáver, pero, una vez
expuestos sus restos, buscan nuevos anillos para sus delicadas ma-
nos antes de que éstas se arruguen, alianza de viudas que buscan
matrimonio.
78

El que fue sacado de las aguas.


Juego de ficción86

¿De las aguas de la madre?


Al texto sobre Moisés87 lo podemos pensar desde el regalo
de la Biblia que le hace el padre de Freud, en la fecha de su
cumpleaños, o desde esos inicios filogenéticos, o desde la in-
sistencia de Freud en su postulado de Tótem y Tabú, o desde
el ardid político de intentar salvar a su pueblo convenciendo a
los gentiles de que Moisés no era judío, o desde…caleidoscopio
que cambia de color en el juego de cristales de las conjeturas
a deslizar.
En el origen, un pecado sobre el que se forma una capital, pe-
cado y capital (pecado capital); una deuda de sangre que mancha
generaciones. Según la concepción antigua, aquel que comete un
asesinato o instiga a una muerte tiene una deuda que pagar, la que
se extiende a todos los de la misma sangre del criminal.
Letra capital, significante que se fija en la letra, la que es cabe-
za y encabeza, quizás allí los cuernos de Moisés. Miguel Ángel, en
su obra escultórica, no privó a Moisés de sus cuernos, un detalle
que Freud sólo menciona al pasar.
En la ley retorna la verdad y el goce perece con el primer pa-
dre, el de Tótem y Tabú88. Si jugamos a sustituir dios por pulsión
(concepto mítico), tendremos esa antigua divinidad que danza ser-

86
Freud, Sigmud. (1981). Obras Completas. Tomo III. Moisés y la Religión
Monoteísta. Tres Ensayos – 1934 -8 (1939). Biblioteca Nueva. Madrid.
Pág. 3243. “He aquí el objeto de mi breve ensayo. Su pretensión a tener
cabida en la revista Imago se basa en que su tema es una aplicación del
psicoanálisis.”
87
Ídem. Pág.3242. “la forma hebrea activa (Mosche podría significar, a lo
sumo: el que saca de las aguas) (…) el término egipcio “mose” (que signifi-
ca “niño”) y representa una abreviación de nombres más complejos, como,
por ejemplo, “Amen - mose”, es decir, “niño de Amon”, o “Ptah - mose”,
“niño de Ptah”, nombres que a su vez son abreviaciones de apelativos más
largos (…) el nombre abreviado “Niños” se convirtió pronto en un sustitu-
to cómodo para el complicado nombre completo…”
88
Ídem. Pág. 3271. “Semejante continuación de mi trabajo vendría a relacio-
narse con opiniones formuladas hace veinticinco años en Tótem y tabú…”.
79

pentina por el cuerpo del hombre.


Y se trata de evitar que el fin de la divina pulsión no sea
en goce de muerte (un hecho consumado en la postmodernidad),
sino que su destino sea la sublimación, alimentada con la fuerza
de trabajo que otorga la represión y su retorno, la que, en juego
de hacer y saber, se transmuta en cultura. Metáfora paterna que
permite la sustitución y el desplazamiento a partir del vacío.
Y en el retorno de lo reprimido la TRANSPOSICIÓN<> LA LEY.
Recortar el goce (en la madre) e instaurarlo como prohibido,
permite ser al sujeto, el que se amarra a la Ley para no ser devo-
rado en la boca del cocodrilo, lo que abre al campo de la pasión,
desde el paso, pasaje y sufrimiento, del padre gozador que se en-
carna en el protopadre darwiniano, al padre en la Ley freudiano,
categoría simbólica que descarna lo imaginario; se trata de una
función, del padre pasador, el que sujeto a la Ley la transmite.
Es un padre que tiene parte de su cuerpo de piedra porque lleva
inscripta la Ley de Moisés.
En este ensayo sigo los pasos de la danza freudiana y lacania-
na, que hacen sonar tambores en derredor de la metáfora, bella
niña en velos que sonríe al mostrar sus pies desnudos.
No crea el lector que me he olvidado de la Esfinge - Sirena.
Ella, en este texto, es el tejido, el nudo y el agujero; tiene un an-
dar de errancia por los hilos de los mitos, por lo que aparece y
desaparece; se materializa en las letras hilvanadas y, de pronto, se
hace invisible y espera. En ella todo es encuentro y desencuentro
a la vez y, cuando besa con delicadeza, al instante muerde. Pero
también es la pulsión en su multiplicidad que, al intentar ser una,
en ese acto, devora la racionalidad.
Una teoría en principio estético (metafórico) guarda el miste-
rio y abre al enigma para su continuidad, al modo de tótem; unas
se sentirán encintas por la potencia del espíritu creador y los jóve-
nes intentarán ser héroes. Algunos nuevamente buscarán matar a
los antiguos dioses de la creación para formar un nuevo Olimpo
y gobernar para sí, solicitando la total obediencia de los mortales.
Ella busca esa LETRA que la fije en significante – piedra
(Ley), cuando interroga si el amor es mucho, poquito o nada; ese
significante que dice que le falta. Ese significante que podría de-
tener sus ansias de goce, las que ningún mortal puede satisfacer,
80

salvo a través de un don simbólico o sacrificando su vida.


Porque aquel que hace gozar a una Sirena o le otorga el placer
indefinido a la Esfinge, no merece otra cosa que la muerte.
Ella se desliza siglo tras siglo sin un significante que la nom-
bre y, por eso, se dice que no cesa en fingir y, a la vez, exigir (en
una loca demanda de amor y muerte).
Se dice que detrás del vacío en ausencia hay vocales invisibles,
expectantes ante la presencia de las consonantes de la divinidad;
vocales en gemidos que insisten en nombrar lo que en ella goza.
Es un gemido en lo impronunciable y, por eso, no tiene nombre su
nombrar. Es el canto de sirena que los mitos anuncian y que sólo
Orfeo intentó detener sin saber el precio que debía pagar.
Y dicen los antiguos que en el momento en que ella exhala su
goce pronuncia el innominado nombre de Dios.
Ella dice que su goce no cesa, y anhela la Ley; es un ser abier-
to que se expande por doquier.
Sola la verdad afirma el con-sonante paso de su etéreo andar;
ella, la que se desliza al caminar, la que flota al suspirar.
¿Será posible que un amor en deseo la fije a una letra en Ley
de pasión?
Una verdad que, en imagen, se encarna en la que gime en
soledad.
Si la Esfinge ahora preguntara: ¿qué es un Dios? ¿Cuántos son
sus nombres? Y si, en respuesta, un arcángel viniera con sus cuatros
rostros: Hombre, Águila, Toro, León, ella lo amaría sin vacilar. Le
exigiría la visión del águila para desvelar sus misterios; el empuje
del toro hacia su intimidad; la caricia de un hombre enamorado
para su piel susurrar; y la insistencia de un león en el acto de amar.
Exigiría el goce del dios volcánico, su furia y el maná de su boca, y
escucharía en gloria una a una las palabras de la anunciación. La
atesoraría en su interior para dar a luz una nueva divinidad.
Ella, sólo conoce la Ley del amor y se detiene en vacilación
de voracidad ante la palabra del deseo; el vacío en metáfora es su
alimento, el que llega en gotas de elixir. El divino susurro es tan
invisible como real y, al tocar su piel las letras que articulan su
nombre, tiembla, se conmueve y se abre a la mar. En ella, es la voz
amante la que tiene un eco de eternidad.
El hombre de los susurros sabía que el lenguaje era un acto
81

de amor. Ella ansía copular abrazada por el viento, elevarse y des-


vanecerse.
Un dios invisible de puro soplo, en empuje divino, es el único
que puede ingresar sin romper el cristal de su virginidad. Porque
la mujer, en su misterio, es eternamente virgen, es una condición
mítica de la femineidad.
Ella que es imposible y, a la vez, genera todas las posibilida-
des; los que no se arriesgan, dicen que sus aguas son las aguas en
cocodrilos del Nilo. Pero bien saben, los que saben, que el origen
del Nilo se halla entre los muslos de Isis.
¿Separará Moshé las aguas del Nilo con su vara mágica?
Dice el texto bíblico que Dios ante la zarza ardiente no estaba
en la tempestad, sino en el susurro del viento, Freud aprende que
no es con la mirada que hay que tocar, es con la palabra sutil con
la que hay que operar.
Hay, en este texto, dioses antiguos que hacen remolinos entre
las letras mudadas en granos de arena.
“La gente comenzó a quejarse y a pelear contra Moisés. Y
disputó el pueblo con Moisés, diciéndole: ‘Danos agua para que
bebamos. ¿Por qué disputáis conmigo? ¿Por qué tentáis a Jeho-
vá?’ les respondió Moisés (Éxo. 17:2). Así que el pueblo tuvo allí
sed, y murmuró contra Moisés, y dijo: ‘¿Por qué nos hiciste subir
de Egipto para matarnos de sed a nosotros, a nuestros hijos y
a nuestros ganados?’ (Éxo. 17:3) Esto se puso tan mal, que las
personas estuvieron listas para empedrar a Moisés, cuando él le
oraba a Yahvé (Éxo. 17:4). Moisés estaba desesperado. Él ‘clamó
al Señor’. Jehová respondió a Moisés: ‘Pasa delante del pueblo
y toma contigo algunos ancianos de Israel; toma también en tu
mano la vara con que golpeaste el río, y ve. Allí yo estaré ante ti
sobre la peña, en Horeb; golpearás la peña, y saldrán de ella aguas
para que beba el pueblo’. Moisés lo hizo así en presencia de los
ancianos de Israel. (Éxo. 17:5-6).”

¿Golpeará la piedra en el desierto con violencia? Desatendiendo


el divino mandato y, a partir de tal acto de falta de fe, perderá la
posibilidad de cruzar el Jordán y llegar a la tierra de leche y miel.
Miel, la de su boca, virgen tierra por labrar.
¡Oh! todas esas enseñanzas ocultas en las Sagradas Escritu-
82

ras, las que a gritos llaman para que la revele un poeta profeta en
exégesis de amor. Uno, que la postmodernidad asesinó.
Una vez rescatado ese niño Mose de las aguas maternas89 y
hecho un héroe, ella se posará en sueños sobre su pecho y lo inte-
rrogará. Querrá saber si Eros es en él.
Retorna Freud en Moshé - Mose a los postulados del Com-
plejo de Edipo y de la novela familiar, la “novela del neurótico”,
transmutada en fábula, leyenda, mito, religión… ¿Hay una ambi-
valencia afectiva al volver al padre y, a la vez, un acto de parrici-
dio intelectual en la inversión del nombre?
¿Se funda el psicoanálisis sobre un asesinato? ¿La institución
psicoanálisis?
Freud afirma, en Tótem y Tabú, que toda institución se funda
en un asesinato, por lo tanto, en cada institución hay crímenes que
saldar, deudas adquiridas que pagar. Lo que nos permite jugar en
ficción con el enigma, transpolando la figura de la Esfinge, la que
ahora ya no es tebana (Tebas conocida como Waset, ciudad egip-
cia, centro de culto, y la ciudad más venerada del antiguo Egipto),
sino Esfinge en sedas egipcias, que interroga.
Si jugamos a la metonimia en metáfora, al deslizar el nombre
Moshé en Mose, por qué no hacerlo con la que finge que no sabe
en lo que pregunta. La Esfinge que, siendo egipcia, se desliza en
alado interrogante al con-texto griego, allí donde Sófocles le da

89
Ídem. Pág. 3244. “Un héroe es quien se ha levantado valientemente contra
su padre, terminando por vencerlo. Nuestro mito traza esta lucha hasta
la protohistoria del individuo, al hacer que el niño nazca contra la vo-
luntad del padre y que sea salvado contra los malos designios de éste. El
abandono en la caja es una inconfundible representación simbólica del
nacimiento: la caja es el vientre materno; el agua, el líquido amniótico. En
incontables sueños, la relación padre - hijo es representada por el extraer
o salvar de las aguas (…) Pero la fuente última de toda esta fábula se halla
en la denominada “novela familiar” del niño. Por medio de la cual el hijo
reacciona ante las modificaciones de su vinculación afectiva con los pri-
mogenitores, especialmente con el padre. Los primeros años de la infancia
están dominados por una grandiosa supervaloración del padre, de acuerdo
con lo cual los reyes y las reinas de los cuentos y los sueños representan
siempre a los padres (…) En consecuencia, las dos familias del mito, la
ilustre tanto como la humilde, son imágenes de la propia familia, tal como
se le presenta al niño en períodos sucesivos de su vida.”
83

su aliento. Ella también tiene una historia de incesto y, quizás por


ello, interroga, interpela y denuncia; quizás por eso quiere asesi-
nar, buscando castigar la seducción del Padre.
La que pasa de ser agua a ser arena; de allí, en desierto a pie-
dra y, ante la vara, nuevamente agua. Silueta de un reloj de arena
que, en su interior, marca el paso del tiempo, de los instantes,
minutos, horas, días, años, décadas, siglos…
Pero, ante ella, la vara de Moisés no es suficiente, necesita el
don en amor de la palabra que se hace Ley para sostenerse equili-
brada, y volar desde el risco de su amor, porque si no se abisma en
pasión y cae al precipicio del desenfreno en picada, sin nada que la
sostenga, y sólo una red de letras pueden contener su eterna caída.
Dicen, los que dicen saber, que ella se vistió del alfabeto sagrado
haciendo que cada letra transmutara en pluma para cubrirse de ellas
y que, al agitarlas en vuelo, produce un sonido similar al Shofar y
que, desnuda en amor, puede derribar mil murallas más altas que las
de Jericó, y que su desmesura hace de su corazón un tambor similar
al ruido de la marcha de mil ejércitos en combate. Pero ¿quién puede
decir que es verdad lo que dicen aquellos que dicen saber?
Toda teoría, de plateado bronce en conjetura, tiene pies de
barro: “Cuanto más importantes son los conocimientos así ad-
quiridos, tanto más poderosa es la resistencia a exponerlos sin
seguro fundamento a la crítica ajena, cual broncíneas figuras so-
bre pedestales de barro. Ni la más seductora verosimilitud puede
protegernos contra el error; aunque todos los elementos de un
problema parezcan ordenarse como las piezas de un rompecabe-
zas, habremos de recordar que lo probable no es necesariamente
cierto, ni la verdad siempre es probable.”90
Más que maestro de la sospecha, Freud es un maestro de la
incertidumbre; en la resistencia a revelar la verdad, el brillo de
una teoría en agalma de ilusión que se mece ante el viento tenien-
do pies de barro; la eterna seductora verosimilitud y el error, que
vuela como la fatalidad sobre nuestras cabezas, y tras el niño de la
ciencia que juega con los rompecabezas construyendo máquinas
de guerra, sabremos que lo que se simula cierto es probable, por-
que la verdad por más que simule ser probable en acierto, puede

90
Ídem. Pág. 3248.
84

ser cierta, quizás para darle una nueva posibilidad al ser. Esa ve-
rosimilitud que el psicoanálisis no abandono.
Quizás, el oro tallado en magnífica figura de becerro, fue
montado en un pedestal de barro.
¿Y cuáles son los pies de barro de la teoría del psicoanálisis?
Para evitar el destino de Cam, no miremos la desnudez del padre.
Freud muestra cómo se liga la divinidad al nombre91; portar
lo divino en un significante, en su posibilidad de abarcar el todo
para luego desaparecer en un borramiento que hace huella mné-
mica y transmuta a Ley hebrea, en la misma piedra mudada a
mandamiento (manda y miento).
Si seguimos el principio freudiano del retorno de lo reprimi-
do, se puede inferir el asesinato de Akhnaton - Mose <> Mose -
Akhnaton92. En Freud, es importante el valor de la etimología, de
la gramática en semántica y su tensión con el mito, para poner en
juego la hermenéutica en exégesis con valor de heurística, y esto
es lo que lo hace un maestro.

91
Ídem. Págs. 3250 – 3251 – 3252. “Durante la gloriosa dinastía XVIII, bajo
cuya égida Egipto llegó a ser por vez primera una potencia mundial, ascen-
dió al trono, por el año 1375 a J.C. un joven faraón que primero se llamó
Amenhotep IV, como su padre, pero que más tarde cambió de nombre,
y por cierto algo más que su nombre. Este rey se propuso imponer a sus
egipcios una nueva religión, una religión contraria a sus tradiciones mi-
lenarias y a todas sus maneras familiares de vivir. Tratábase de un rígido
monoteísmo la primera tentativa de esta clase emprendida en la historia de
la humanidad, en cuanto alcanzan nuestros conocimientos (…) En el sexto
año de su reinado la enemistad había llegado a punto tal que el rey modi-
ficó su nombre, pues una parte del mismo era el proscrito nombre divino
Amon. En lugar de Amenhotep se llamó Ikhnaton. Pero no sólo extinguió
el nombre del odiado dios en su propio gentilicio, sino también en todas
las inscripciones, incluso donde aparecía formando parte del hombre de
su padre, Amenhotep III. Poco después de repudiar su nombre, Iknaton
abandonó Tebas, dominada por Amos, y se construyó río abajo una nueva
residencia, que denominó Akhetaton (‘horizonte de Aton’). Sus ruinas se
llaman hoy Tell – el – Amarna.”
92
Ídem. Pág. 3253. “Si el parentesco fonético entre el nombre egipcio Aton
(o Atun). La palabra hebrea Adonai y el nombre del dios sirio Adonis, no
es tan sólo casual, sino producto de un arcaico vínculo lingüístico y semán-
tico, entonces se podría traducir así aquella fórmula judía: “Oye, Israel,
nuestro dios Aton (Adonai) es un dios único”.
85

Un juego de lenguas93 antes de encontrarse con la zarza ar-


diente.
Pero en tiempos actuales ¿qué ha quedado de los restos dis-
persos del maestro?
En una urna funeraria griega, sus cenizas.
Se dice que las viudas del psicoanálisis mudaron a Esfinges,
en tiempos anteriores a la actual devastación que produjo y pro-
duce el decontructivismo. Ahora ya no se escuchan sus llamados
de amor, en demanda de deseo solicitando el goce, es sólo el grito
de guerra en tambor, el gemido de una pulsión de muerte que in-
siste en la decapitación; las más tolerantes sólo exigen gozar en la
demanda de la emasculación.
Cibeles preside los nuevos rituales de iniciación.
De la circuncisión94 que torna un corte en filiación, a la actual
emasculación, es un punto de lectura en el que se detiene Freud (la
circuncisión). El pueblo egipcio también ejercía tal acto de purifi-
cación y alianza con lo divino, exigido a los varones de la tribu de
Israel para ser los elegidos.
Esa libra de carne que, en corte, paga lo que se adeuda en
sangre.

En tiempos de Cibeles, los actos se tornan bárbaros y el corte


exige más de una libra de carne, ritual realizado el día de la sangre.

93
Ídem. Pág. 3258. “Moisés habría sido “torpe de lengua”, es decir, habría
padecido una inhibición o un defecto de lenguaje, de modo que en las
pretendidas discusiones con el rey necesitó la ayuda de Aarón, el cual se
consideraba hermano suyo. También esto puede ser verdad histórica y
contribuiría a dar mayor vida al retrato del gran hombre. Pero es posible
asimismo que tenga una significación distinta y más importante. Podría ser
que el texto bíblico aludiera, en ligera perífrasis, al hecho de que Moisés
era de lengua extranjera, que no podía comunicarse sin intérprete con sus
neoegipcios semitas, por lo menos al comienzo de sus relaciones. Es decir,
una nueva confirmación de la tesis de que Moisés era egipcio.”
94
Ídem. Pág. 3259. “Este historiador aporta dos importantes indicios a nues-
tra precedente argumentación: primero el que Josué conmina al pueblo a
circuncidarse “para quitar de vosotros el oprobio de Egipto”; luego la cita
de Heródoto, según la cual los fenicios (seguramente se refiere a los judíos)
y los asirios de palestina confiesan haber aprendido de los egipcios la prác-
tica de la circuncisión.”
86

A las antiguas prácticas no las olvida el inconsciente y, sin sa-


berlo, las nuevas generaciones las actualizan, conjurando a los an-
tiguos dioses, en la inocencia salvaje de no saber el precio a pagar,
siendo el tributo de su alma lo que deberán donar. Vivimos entre
sombras95, las que devoran los ojos de los inocentes; sombras de
una verdad que, en voracidad de poder, aliena el pensamiento,
sólo aceptando el babeante balbuceo en desquicio de una ideolo-
gía que, al espejarse, se muerde el rostro.
Freud, en el texto bíblico, juega a indagar sobre la “carta roba-
da”.96 A la tercera parte de su obra, la denomina: El hombre Moisés
y la religión monoteísta. Realiza el primer prefacio en Viena (marzo
de 1938) y el segundo prefacio en Londres (junio de 1938). Freud,
en la proximidad de su muerte, pone en acto la diáspora y da con-
tinuidad97 a sus conjeturas hasta su último aliento. No se detendrá
ante su necesidad de trabajar la historización de su pueblo y rea-
lizar un “ensayo como un psicoanálisis aplicado” reconstruyendo
desde las huellas del “hombre - nombre Moisés”. Ese empuje ya es
mítico en Freud porque viene de su mítica pulsión.
Freud, en toda su producción, nos enseña a cómo trabajar
en la escritura desde el ensayo, y cómo pensar el psicoanálisis y
desde el psicoanálisis en dialogo con la historia, las culturas y las

95
Ídem. Pág. 3272. “Vivimos en una época harto extraña. Comprobamos,
asombrados, que el progreso ha concluido un pacto con la barbarie.”
96
Ídem- Págs. 3264 - 3265. “En la deformación de un texto sucede algo
semejante a lo que ocurre en un crimen. La dificultad no está en come-
terlo, sino en borrar las huellas. Quisiéramos dar a la palabra “deforma-
ción” (Entstellug) el doble sentido que denota, por más que hoy ya no se
le aplique. En efecto, no significa tan sólo alterar una forma, sino también
desplazar algo a otro lugar, trasladarlo. Por consiguiente, en muchos casos
de deformación de un texto podremos contar con que hallaremos oculto
en alguna otra parte lo suprimido y lo negado, aunque allí se encontrará
modificado y separado de su conexo, de modo que no siempre será fácil
reconocerlo.”
97
Ídem. Pág. 3274. “Como antes, vacilo frente a mi propio trabajo y echo
de menos ese sentimiento de unidad y pertenencia que debe existir entre el
autor y su obra. No es que me falte convicción de la exactitud de sus resul-
tados, pues ya la adquirí hace un cuarto de siglo, en 1912, cuando escribí
el libro sobre Tótem y Tabú; desde entonces mi certidumbre no ha cesado
de aumentar.”
87

mitologías, para formular conjeturas que pueden ir mudando de


acuerdo a la constatación de la clínica en el trabajo de historiales
de casos o del encuentro de una verdad que emerja y permita
generar una nueva postulación, y de esto se trata el psicoanálisis;
dicho para aquellos que aún no lo comprendieron e insisten en el
lecho de Procusto, al llevar el psicoanálisis a los protocolos cientí-
ficos en los espacios de los ausentes jardines de Akademos.
Freud, en esta tercera parte de su escrito, el que tiene un tono
de legado, reflexiona sobre lo que implica realizar una ruptura
epistémica y toma como ejemplo el trabajo de Darwin. Expone
su experiencia en cuanto a la resistencia afectiva inconsciente que
hay que vencer para exponer una verdad que implicará un gran
costo para el sujeto, por tener que confrontar con opiniones ad-
versas ya configuradas en la cultura.
Dialéctica de lo instituido y lo instituyente; lo que en su mo-
mento era la contra-cultura ahora es lo instituido, pero la verdad
no posee lugar fijo ni dueño que domine su poder.
Freud pone en juego la analogía al ubicar el proceso singular
de un neurótico, en cuanto a su propia historia por historizarse y,
a la “masa”, en experiencia de historia desde lo que se pierde en lo
que se intenta transmitir. Nuevamente, la analogía con la arqueo-
logía y la reconstrucción. Menciona que el poeta es un trabajador
creativo para llenar con la fantasía lo que se intenta vaciar por la
represión.
Analogía entre el período de latencia98 singular y el período
de latencia de la historia que espera su nuevo emerger.
Infancia de la humanidad que de historia pasa a la histori-
zación; experiencia de un niño en la resolución del complejo de
Edipo y la elección de objeto erótico a partir de la identificación
y proyección. Freud da cuenta de ello trabajando un caso clínico,
a partir de formular el concepto de retorno de lo reprimido, el

98
Ídem. Pág. 3283. “También allí nos encontramos con el fenómeno de la
latencia, con la aparición de manifestaciones incomprensibles y necesi-
tadas de explicación, con la condición básica de una vivencia temprana,
olvidada más tarde. (…) Todos estos rasgos análogos los presenta, en el
terreno de la psicopatología, la génesis de las neurosis humanas, fenómeno
correspondiente por entero a la psicología del individuo, mientras que las
manifestaciones religiosas atañen, desde luego, a la de las masas.”
88

trauma y los fenómenos de la latencia. Ante lo traumático, el ase-


sinato que en el retorno se hace fenómeno; latencia reprimida de
una religión, que religa en lo que anuda y mata.
En su ensayo, Freud trabaja desde la analogía, pero busca la
metáfora, aunque no la nombre en esos términos. Indaga en indi-
cios lo ausente y, tras el vacío, busca lo que se desplaza, siguiendo
las huellas de la traslación y transposición. La imagen de Moisés
(el hombre - imaginario) debe perecer (real), para que retorne en
la Ley (simbólico). Y, de esta manera, opere esa metáfora Paterna
en donde se construye una nación, la que dará letra en alfabeto sa-
grado a otras naciones. Alfabeto que portará en su seno de lengua
materna, la ecuación simbólica: letra = número = nota musical.
Metáfora Paterna que es piedra fundante en el psicoanálisis.
Freud hace un paso, pasaje del asesinato99 a Moisés hacia el
sacrificio del hijo en la nueva religión, el cristianismo.
La fiel memoria del olvido100 recuerda, de manera inconscien-
te, las huellas de lo acontecido101.
Freud señala que la indagación analítica102 da cuenta del

99
Ídem. Pág. 3295. “Si Moisés fue ese primer Mesías, Cristo hubo de ser
suplente y sucesor, y en tal caso Pablo también pudo decir a los pueblos,
con cierta justificación histórica: ‘Ved, el Mesías en verdad ha vuelto, pues
ante vuestros ojos ha sido asesinado’. En tal caso, también la resurrección
de Cristo tiene una parte de verdad histórica, pues él era, en efecto, Moisés
resucitado, y tras éste, el protopadre de la horda primitiva, que había vuel-
to en transfiguración para ocupar, como hijo, el lugar del padre”.
100
Ídem. Pág. 3298. “Lo olvidado no está extinguido, sino sólo “reprimido”;
sus huellas mnemónicas subsisten en plena lozanía, pero están aisladas
por “contracatexias”. No pueden establecer contacto con los demás proce-
sos intelectuales; son inconscientes, inaccesibles a la consciencia. También
puede suceder que ciertos sectores de lo reprimido escapen al proceso de
la represión, permaneciendo accesibles al recuerdo y penetrando ocasio-
nalmente en la consciencia, pero aun entonces aparecen en completo aisla-
miento, como cuerpos extraños inconexos con el resto.”
101
Ídem. Pág. 3307. “Según lo que hemos expuesto, la gran idea religiosa
sustentada por el hombre Moisés no era, en el fondo, la suya propia, sino
que la había tomado de su rey Ikhnaton:”
102
Ídem. Pág. 3300. “Pero la investigación analítica ha ofrecido algunos resul-
tados que deben ser materia de reflexión. Ante todo, nos encontramos con
el carácter universal del simbolismo lingüístico. La sustitución simbólica
89

proceso de la metáfora y la metonimia (condensación y desplaza-


miento). Es aquí donde podemos pensar la metáfora paterna. Hay
un primer padre gozador (protopadre), padre de la horda que,
después de su asesinato,103 queda un vacío, y es lo que permite
una traslación y, a la vez, una transposición, ubicar algo allí. Es
cuando aparece el padre simbólico, un padre regido por la Ley, un
padre del deseo y, a la vez, del don, haciendo funcionar la inter-
dicción del incesto y, de esta manera, el pasaje de la endogamia
a la exogamia, permitiendo así la cultura. Es necesaria mi insis-
tencia en repetir este tema porque lo considero central en nuestro
acontecer.
Ahora, esa herencia del complejo de Edipo en cuanto metáfo-
ra, ya que hay una analogía función Padre = Ley, una sustitución
y traslación para realizar una transposición, quedaría instaurada
para Freud en la instancia psíquica del Súper Yo: “Lo que en el
niño se llama ‘bueno’ o ‘malo’ se llamará más tarde, una vez que
la sociedad y el súper - yo hayan ocupado el lugar de los padres,
el bien o el mal, virtud o pecado; pero no por ello habrá dejado de
ser lo que antes era: renuncia a los instintos bajo la presión de la
autoridad que sustituye al padre y que lo continúa.”104
La Ley Mosaica exige esa dolorosa renuncia pulsional, que
hacía que Freud se identificara con Moisés y proyectara en él, lo
que implicaba un alto costo psíquico, como la represión de lo se-
xual para que, de ella, salga el lazo social105 regido por la Ley, en
la que todos comparten la renuncia a beneficio de la hermandad.
“Si recordamos una vez más a Moisés ‘santificó’ a su pue-
blo imponiéndole la costumbre de la circuncisión, comprendemos
ahora el sentido profundo de aquella palabra, pues la circuncisión

de un objeto por otro…”


103
Ídem. Pág. 3302. “El asesinato de Moisés fue una de esas repeticiones;
también lo fue, más tarde, el pretendido asesinato jurídico de Cristo, de
manera que estos sucesos ocupan el primer plano posible sin tales acaeci-
mientos. Se nos ocurre aquí el aforismo del poeta: “Lo que inmortal en el
canto ha de vivir, en la vida primero debe sucumbir.”
104
Ídem. Pág. 3313
105
Ídem. Pág. 3315. “Pero cuanto nos parece grandioso, enigmático y místi-
camente obvio en la ética desde tal carácter a su vínculo con la religión, a
su origen de la voluntad del padre.”
90

es el sustituto simbólico de la castración que el protopadre, en el


apogeo de su poder, había impuesto otrora a los hijos, y quien
aceptara este símbolo mostraba con ello estar dispuesto a doble-
garse ante la voluntad del padre, aunque éste le exigiera el más
doloroso de los sacrificios.”106
Freud, en la mención al “desarrollo histórico”, reduce el tiem-
po a un presente del inconsciente (filogénesis en ontogénesis) al
ubicar al protopadre en el protagonismo107 de la escena infantil.
Padre que muda a divinidad ante el animismo mágico del infante,
lo que luego transmutará en religión108, en un re-ligare (atar) por
medio de la Ley, que es lo que retorna del acto primero del crimen,
del asesinato del Padre.
Tenemos la religión del Padre: judaísmo y su asesinato en
Moisés, y la religión del Hijo, en su sacrificio por el Padre: cristia-
nismo, ambos del seno del judaísmo.109

106
Ídem. Pág. 3314.
107
Ídem. Pág. 3321. “El término ‘lo reprimido’ es aplicado aquí en una signifi-
cación impropia, no en su sentido técnico. Tratase de algo pasado, desapa-
recido, superado en la vida de un pueblo, algo que me aventuro a equipa-
rar a lo reprimido en la vida psíquica individual. Por ahora no podríamos
decir en qué forma psicológica subsiste eso, lo pasado, durante el lapso de
su latencia. No es fácil trasladar los conceptos de una psicología individual
a la psicología de las masas, y por mi parte no creo que se adelantaría
mucho adoptando el concepto de un inconsciente ‘colectivo’. De por sí,
el contenido del inconsciente ya es colectivo, es patrimonio universal de
la Humanidad. (…) Nos vemos obligados a concluir que los sedimentos
psíquicos de aquellos tiempos primordiales se convirtieron en una herencia
que en cada nueva generación sólo precisa ser reanimada, pero no adqui-
rida. Adoptamos tal conclusión teniendo presente el ejemplo del simbo-
lismo, sin duda alguno innato, que data de la época en que se desarrolló
el lenguaje, que es familiar a todos los niños sin necesidad de haber sido
instruidos al efecto, y que es uno y el mismo en todos los pueblos, a pesar
de todas las diferencias idiomáticas.”
108
Ídem. Pág. 3322. “Los sentimientos infantiles poseen una intensidad y una
profundidad inmensamente mayores que los del adulto, y sólo el éxtasis
religioso puede ser tan exhaustivo. Así, un rapto de devoción a Dios es la
primera reacción ante el regreso del gran Padre.”
109
Ídem. Pág. 3323. “En efecto, a pesar de los múltiples brotes de asomos de
esa idea en los diversos pueblos, fue en la mente de un judío, de Saulo de
Tarso – llamado Pablo como ciudadano romano - en la que por vez pri-
91

Freud no ofrece un “detalle”, buscar el origen en: “la época


en que se desarrolló el lenguaje, que es familiar a todos los niños
sin necesidad de haber sido instruidos al efecto, y que es uno y
el mismo en todos los pueblos, a pesar de todas las diferencias
idiomáticas.”110
Y nos quedan los restos de lo que fue en el resto de lo que
es; nos quedan los restos de esa voz que se dice sonido en la letra,
la que entona en una canción soñolienta ante el devenir de una
ilusión, quizás, el porvenir de una ilusión que yace en desvelo por
el malestar en la cultura.
Y nos queda el Eco de la Ninfa preguntando por ese amor
que no fue y que no deja de ser; nos quedan las huellas mnémicas
del vibrar del Shofar ante las murallas en represión de Jericó.
Es el eco de una vibración que hace latido en nuestro corazón.

Nos queda lo eterno de la metáfora que sopla en sibilino en-


canto, escamas plateadas de una sirena ante las arenas del desierto.
Nos queda el “pecado original” en el asesinato y el fantasma
que reclama sin poder descansar en paz.
Nos queda la voluntad del deseo y la pasión del amor.

mera surgió el reconocimiento: “Nosotros somos tan desgraciados porque


hemos matado a Dios Padre” (…) pero un crimen que debía ser expiado
por una muerte sacrificial, sólo podía haber sido un asesinato. Además,
la conexión entre el delirio y la verdad histórica quedaba establecida por
la aseveración de que la víctima propiciatoria no habría sido otra sino el
propio Hijo de Dios (…) El innominable crimen fue así sustituido por la
nebulosa concepción de un pecado original. El pecado original y la reden-
ción a través de la muerte sacrificial se convirtieron en los pilares de la
nueva religión fundada por Pablo.”
110
Ídem. Pág. 3323.
92

El estar mal por la cultura


Este ensayo aborda el texto de S. Freud: El malestar en la
cultura111 (1929 -1930), y se abre el interrogante acerca de ¿qué
precio paga el sujeto por acceder a la cultura? ¿Es más que una
libra de carne?
Hay un lazo de interrogación que se anuda y suelta en un
círculo de textos freudianos: Tótem y tabú; Psicología de las ma-
sas y análisis del yo; El porvenir de una ilusión, como los más
recurrentes. El origen de la religión como interrogante, aparece en
el texto bajo el señalamiento de su amigo Romain Rolland, al ex-
presar que la religión ofrece un sentimiento oceánico. ¿De qué se
trata este sentimiento? Y para ubicarlo en términos psico-analíti-
cos, Freud trabaja su concepto de huellas mnémicas, esa memoria
inconsciente que, al borrarse sin borrarse, se inscribe, remite este
sentimiento religioso en el hombre: “En cuanto a las necesidades
religiosas, considero irrefutable su derivación del desamparo in-
fantil y de la nostalgia por el padre que aquél suscita, tanto más
cuanto que este sentimiento no se mantiene simplemente desde
la infancia, sino que es reanimado sin cesar por la angustia ante
la omnipotencia del destino. Me sería imposible indicar ninguna
necesidad infantil tan poderosa como la del amparo paterno. Con
esto pasa a segundo plano el papel del ‘sentimiento oceánico’, que
podría tender, por ejemplo, al restablecimiento del narcisismo ili-
mitado. La génesis de la actitud religiosa puede ser trazada con
toda claridad hasta llegar al sentimiento de desamparo infantil.”112
El ser humano, en su fragilidad y desamparo inicial, está suje-
to a Eros y Ananké y, para dar cuenta de ello, Freud cita a Goethe:
“Quien posee Ciencia y Arte, también tiene Religión; quien no
posee una ni otra, ¡tenga Religión!”113
En esta línea reflexiva es que Freud da cuenta del estar mal,
y que este mal estar es estructural en el sujeto, y no depende de
una época, un lugar, si bien las circunstancias socio - histórica
- política - económicas lo pueden aumentar: “Tal como nos ha

111
Freud, Sigmud. (1981). Obras Completas. Tomo III. El malestar en la cul-
tura. 1929 (1930). Biblioteca Nueva. Madrid.
112
Ídem. Pág. 3022.
113
Ídem. Pág. 3023.
93

sido impuesta, la vida nos resulta demasiado pesada, nos de-


para excesivos sufrimientos, decepciones, empresas imposibles.
Para soportarla, no podemos pasarnos sin lenitivos (no se puede
prescindir de las muletas, (nos ha dicho Theodor Fontane). Las
hay quizá de tres especies: distracciones poderosas que nos ha-
cen parecer pequeña nuestra miseria, satisfacciones sustitutivas
que la reducen; narcóticos que nos tornan insensibles a ella (…)
también la actividad científica es una diversión semejante. Las
satisfacciones sustitutivas como nos la ofrece el arte son, frente
a la realidad, ilusiones, pero no por ello menos eficaces psíquica-
mente, gracias al papel que la imaginación mantiene en la vida
anímica. En cuanto a los narcóticos, influyen sobre nuestros ór-
ganos y modifican su quimismo. No es fácil indicar el lugar que
en esta serie corresponde a la religión.”114
Freud plantea que siempre hay una búsqueda, un intento de
lograr el placer y evitar el displacer y, en ese esfuerzo de felicidad,
el ser se desvanece. Pero la escena se complica en la vía de la pul-
sión: en su objeto, en su fin, en su perentoriedad y en su fuente, en
sus destinos posibles y, en especial, en la inevitable represión y su
retorno; en sus voces: activa, reflexiva, pasiva, en esa ruptura de
lo binario placer - displacer, ya que también hay un más allá del
principio de placer (concepto de goce en J. Lacan).
Entonces, el juego que parecía binario se torna rizomático y,
en lo femenino, es la holística en goce, porque no está localizado
en un órgano, sino que se extiende en todo el cuerpo. Es tan ex-
tenso, como intenso e indefinido; es tan abierto que es imposible
de abarcar, por lo que no tiene nombre, siendo del orden de lo
innominado.
Vacío que en el vacío se nombra; posiciones del goce en J.
Lacan: goce del Otro, goce Fálico, Otro goce. Ese Otro goce que
no es el del loco, ni el del esclavo, ni el masculino, hace que el
rizoma de la femineidad busque una holística desde el significante
que falta, el de la falta, el de la ausencia, pero no hay una ruptura
asignificante desde la metáfora en el sentido de Deleuze y Guatta-
ri. Y a la vez una diferencia con la estructura del rizoma, ya que
“si hay un centro”, pero ese centro es el vacío.

114
Ídem. Pág. 3024
94

Hay una metáfora que articula desde la ausencia (es un cen-


tro vacío en movimiento), porque es el vacío en falta lo que pro-
duce ese movimiento que no cesa en demandar; es la pulsión que
serpentea agitando los anillos en cascabeles de su cola.
Ese significante que falta y que busca su Letra para afirmarse
en el amor, quizás se deslice entre caricias, susurros y sollozos.
¿Quién puede saber lo que se cifra sin nombre?
Goce otro que busca un poeta que lo ofrende,
que lo escriba con los ojos vendados, sin ver su desnudez,
que lo suspire sin quitar el velo,
que lo encienda sin saber de su acto,
que lo ilumine en sombras de pasión,
que lo arrebate sin deshojar la rosa,
que lo abrace en las espinas de la existencia,
que lo arrebate conservando la tela del íntimo tejido,
que lo consuma sin quemarlo,
que lo aliente sin devorarlo,
que lo ensueñe sin terminar de crearlo.
Ante estas palabras, la Esfinge sonríe y muda en sirena,
para cantar desde lo alto de su desfiladero y en amor lanzarse
a volar.
Pero la post-posmodernidad ha asesinado a los poetas insta-
lando una post-verdad, desde la lógica desbastadora del poder y,
entonces, todo se torna literalidad en la espejada lógica binaria,
espejo de la pasión (odio - amor) que despliega sus garras en sal-
vaje violencia, y la primera en perecer es la que esperó dormida
más de cien años.
Ahora es el beso de la muerte la que la despierta.
No hay metáfora y lo biológico emerge sin simbolizar en la
paradoja de volver a la sangre en su intimidad.
Aún se escucha a la Ninfa Eco, es la que quiere articular la
LETRA ausente ante Narciso fascinado que se espeja y, al hacerlo,
se ama sin otra voluntad.
Se acaricia buscando ese más allá del principio del placer y,
ante ese intento, se escucha la risa de Thánatos que la espera en lo
profundo del eco de su soledad.
En la modernidad regia, la analogía espejada (lógica bina-
ria) daba una producción de enumeración que hacía de razón de
95

ser; intentaba escapar de la religión y formó una nueva religión


despojada de divinidad. En su niñez toleraba vivir con el arte que
le aportaba la metáfora, otorgándole ese paso en pasaje para la
pasión; permitía que el objeto salga del espejo y se ausente, se
traslade y, ese otro, que no era ninguno, se tornaba un juego a
esconder, un deseo en búsqueda de verdad.
La posmodernidad aportó la literalidad, y la analogía se es-
pejó tanto que terminó siendo la imagen y el objeto. Ahora, su
filo abre las venas de las nuevas generaciones; es una navaja en
imagen que corta el iris al pestañar.
Es el espejo humeante que lo devora para tornarlo un objeto
de consumo en el acto mismo del intento de constitución de sub-
jetividad.
Y ya no se escucha el latido de cristal de la tierra en huma-
nidad.
Retorno a la referencia epistémica. El psicoanálisis, en su es-
tructura tríptica freudiana o cuaternaria lacaniana, intenta buscar
una holística y lo hace ante significantes ordenadores que hacen
de articuladores de la polisemia, ejemplo: El Falo (Freud) y la au-
sencia de significante en la femineidad, una vez realizado el pasaje
por el Falo (Lacan), es diferente al rizoma en donde no hay un sig-
nificante ordenador porque hay una ruptura asignificante, como
bien lo señalan Deleuze y Guattari.
Freud señala la importancia del trabajo, en el que se liga el
amor y el placer, trilogía que permite una salud psíquica ya que,
en el trabajo, la pulsión encuentra posibilidades de desplegar tan-
to a Eros como a Thánatos pero, si el trabajo (también el trabajo
de la pulsión: la perentoriedad) está desprovisto de la pasión y,
en cambio, es sólo sometimiento ante la necesidad, entonces, el
trabajo es una fuente más de malestar, y en el displacer el placer
en sufrimiento.
El sujeto buscó históricamente, ante el malestar existencial,
quitapenas, el químico en todas sus formas, para aliviar el peso de
la existencia desde las tres fuentes de malestar: La naturaleza, el
propio cuerpo y, sobre todo, las relaciones sociales.
Es importante contextualizar el actual malestar y establecer
un lazo con el texto de Tótem y Tabú, porque aquello que parece
que desaparece, en verdad muda de forma y lugar, para reaparecer
96

de otra manera, siendo que, como señala Freud: “La energía no se


destruye, sino que se transforma.” Esa energía que enviste al Tó-
tem y hace de él un Tabú ¿cómo emerge en los tiempos subjetivos
de la post-postmodernidad tras la historia en tiempo circular del
inconsciente?
Realizo una repetición y, en ella, la insistencia de establecer
una clara distinción: herencia de un protopadre que al ser asesina-
do pasa de lo imaginario a lo real mediado por un “objeto” como
soporte, luego devendrá el padre simbólico en cuanto metáfora
paterna, sostenido en la Letra, la que a través del monoteísmo
se dice Ley Mosaica, valor ordenador para la cultura occidental
judeo cristiana.
Actualmente, el Tótem aparece en la imagen, ya sin soporte
del objeto ontológico. Éste tiene un sesgo de sostén simbólico en
la ideología, transmutando la ideología a Tótem (validado en lo
imaginario, talla fantasmática de las representaciones colectivas),
haciendo de ella (ideología totémica). La verdad (la posverdad),
la que no necesita de la confrontación con la realidad material
porque la sustituye (a manera de una nueva modalidad de delirio,
a modo alucinatorio). Atrás quedó el postulado aristotélico de la
verdad como la adecuación entre el pensamiento y la cosa.
Es un relato que se torna real en cuanto no remite a un simbó-
lico, sino que es lo que se impone desde un Otro omnisciente, que
guarda el carácter divino desde una lógica de poder instrumental.
Es un ojo visor de un Otro omnipresente que en la virtualidad
torna imagen a la palabra. Es un paso hacia atrás, porque primero
fue la imagen y despojarse de ella y su adoración habilito a la letra
y su campo simbólico y en ese punto es donde se ubican las letras
del alfabeto hebreo.
Alfabeto en parte suspendido en su efectividad.
97

La ideología totémica y su tabú


La ideología totémica es un cuerpo muerto por devorar; un
cadáver115 exquisito; el cuerpo del protopadre, dirían los surrealis-
tas, porque todo se torna surrealista. Al no poderse simbolizar la
muerte, ésta se desliza en espejo sobre la singularidad de los suje-
tos que son destinados a ser sacrificados para saciar, en sangre, un
ritual tan antiguo como posmoderno, ya que sin sacro-sacrificio la
ideología no adquiere su dimensión religiosa, en cuanto sin muer-
te los sujetos no logran re-ligarse. Consumado el asesinato, los
vínculos se afianzan y los que se hermanan comienzan a amarse.
Es un Eros en Thánatos, por lo que, para Freud, primero es
el odio en la constitución subjetiva. Es cuando aparece lo prime-
ro, el principio fundante de todo acto humano: el odio, y toda
ideología, en cuanto búsqueda de su hegemonía, remite al odio
primordial.
Un odio despiadado sin igual en el rechazo a lo diferente.
“Se establece así un redoblamiento del odio, (…) que está di-
rigido contra la impotencia del Otro (versagung) para reconstituir
el narcisismo del sujeto. Tal redoblamiento es anterior a un tercer
avatar que aparece cuando el odio primordial se desvía hacia el
semejante. Así, mediante este último relevo se genera la matriz
de los celos, con su ‘amarga mirada’ que expresa la sensación del
sujeto de que el otro le ha arrebatado ‘su’ objeto. La manifesta-
ción lisa y llana del odio en el espacio social genera un estado de
‘barbarie’ que puede reaparecer en tiempos de guerra, incluso en
culturas adelantadas. La civilización sustituye a la barbarie por
medio de represiones que procuran acallar el odio tendiendo so-
bre él un manto de amor. Empresa que se repite incansablemente,

115
Referencia a un juego de composición en secuencia, los jugadores escribían
por turno en una hoja de papel, la doblaban para no dejar toda la escritu-
ra expuesta y así la pasaban al siguiente jugador, al ver solo el final de lo
escrito el nuevo jugador reconstruye y agrega, sus teóricos fueron Robet
Desnos, Paul, Éluard, André Bretón y Tristan Tzara, y el nombre que le
dieron fue: « Le cadavre - exquis - boira - le vin - nouveau » (El cadáver
exquisito beberá el vino nuevo), lo que se agrega puede o no pertenecer a la
realidad, pero en el juego se torna realidad por cuanto inscribe una nueva
imagen, afirmando como valor lo anónimo y grupal, teniendo en cuenta lo
automático, buscando un efecto hipnótico o de desvanecimiento subjetivo.
98

pues el odio reprimido, alimentado por la fuente inextinguible de


la pulsión, amenaza siempre…”116
¿Cuáles son las nuevas formas encubiertas del odio que
ofrecen los tiempos actuales?
Hay un real que retorna en lo que se corta literalmente, elu-
diendo la falta en cuanto división; es un real a modo de emas-
culación para generar una imagen de semejanza en la ausencia,
y el objeto se torna fetiche desde una instancia rizomática de
multiplicidad e intercambio, sin privilegio de zona erógena. El
objeto está desprendido del cuerpo y puede ofrecerse en el orden
de satisfacción pulsional, ya que es lo más variable de la pulsión.
Esto se sostiene desde un discurso, el de la per-versión capita-
lista. Todo tiene un valor de intercambio, hasta los cuerpos en
trozo de anatomía.
Ese objeto erótico exploratorio es lo que se crea y en lo que se
cree, como resto y como rechazo a envestir un objeto erótico en el
cuerpo, o a erotizar los cuerpos biológicos.
La desconstrucción implica a la sexualidad (vida - muerte)
como al lenguaje, cuando muda a destrucción; el objeto erótico
se negativiza y, para tal suceso, se debe desprender de él el agalma
para que deje de ser un objeto de amor y deseo.
Se instala una nueva estética en el orden de la deconstrucción
- destrucción de los cuerpos biológicos como objetos eróticos, y
aparece el tabú117 en cuanto que el tótem ideología prohíbe la
“agalma” en el objeto biológico.
Es un intento de regular el goce (imponiendo una estricta
moral victoriana) y, a la vez, ofrecerlo desde una nueva moral en
promiscuidad mudada a ley imaginaria, la que al ser especular
se torna espectacular, ya que sólo se sostiene por el acto de una
escena constante, y es allí donde los medios de comunicación y las
redes aparecen como Garantes.

116
Le Rider, J. Plon. M. Raulet. G. Rey-Flaud. H. (1998). Sobre El malestar en
la cultura de Sigmund Freud. Nueva Visión. Bs. As. Pág. 39.
117
Ídem. Pág. 16. “…el banquete totémico que consagra, en Tótem tabú, la
muerte del padre primordial y demuestra que el canibalismo desempeña un
papel decisivo en la constitución de la civilización puesto que, de manera
metafórica, instituye la primera forma de sociedad y crea al mismo tiempo
la matriz del sentimiento religioso.”
99

Un garante imaginario que se torna un real en la idea omni-


potente que no cesa de aparecer a modo alucinatorio.
Se la devora a la ideología totémica, pero ésta no instaura
un orden de prohibición como efecto del acto, sino lo con-
trario, una endogamia que pulsa a la pulsión de muerte y al
retorno de la trilogía que disuelve lo social: incesto, asesinato,
canibalismo.
En forma de espiral, la intervención violenta genera, en res-
puesta, más violencia.
Hay un fracaso en ese intento de dominar a las tensiones in-
ternas para hacer civilización, lo mismo que las tensiones que ge-
nera la naturaleza, ya que al expandir su odio, el sujeto destruye
su espacio vital natural, a la vez que su subjetivad, en el intento de
destruir esa amenaza que es su semejante.
Esa amenaza que viene de su propio cuerpo, pulsión que por-
ta el destino de la vuelta contra sí mismo.
La sociedad actual, para preservarse, funda su relación
en el “preservativo”, allí donde la sexualidad-vida se une a
la muerte. El látex aísla de la enfermedad y retorna al sujeto
al onanismo en juego de fricción con otro. Una masturbación
contra otro, o en el otro que muda a objeto de satisfacción
desde el mismo cuerpo.
¿Es la ideología la que ofrece un nuevo tótem en esa cubierta
que aísla del tabú - enfermedad sin tener que renunciar al goce
en el acto? ¿Un acto sin la sensibilidad del tacto, en la prevención
ante el contagio de las pasiones?
Contacto que transmite una peste, la que respirar no se puede.
¿Es esa ideología la que muda a un nuevo Tótem y, en él, la
ley del goce, para prometer el todo ante la ausencia del amor en
deseo?
En esta operación sin realizar hay una cubierta que hace jue-
go en la imposibilidad y la impotencia, ausencia de metáfora para
validar la existencia.
“La función esencial del Otro primordial es introducir al niño
en el mundo de la metáfora, en el cual objetos de apariencia re-
emplazan a los objetos primordiales en virtud de una necesidad
lógica según la cual el narcisismo secundario (el del ‘yo’) descansa
sobre el sacrificio del narcisismo primario (…) La función primor-
100

dial del Otro del lenguaje es la de inscribir en el sujeto desde su


nacimiento la limitación, el corte sin el cual no habría sujeto.”118
Toda ideología que se torna hegemónica (cualquier tipo de
ideología que realice esta operación de poder) retorna a la recrea-
ción de Narciso contemplándose en las aguas, imagen de una idea
que, al reflejarlo, lo substrae del lazo social y los que no se reflejan
al igual que él, mudan en la Ninfa Eco.
Ninfa muda que transmuta en el silencio en interrogación de
la Esfinge sin alas o la Sirena, la que del mar solo la sal tiene.
“Los ‘individuos dobles’ ofrecen la imagen de la condición
humana inconclusa, inacabada, marcada por un defecto en el pro-
ceso metafórico que es el fundamento del sujeto del lenguaje y de
la comunicación civilizada.”119
Pero la vida, en su pulsión en cuanto Eros, es un convite:
“Según Freud, vivir es entonces moverse permanentemente en el
espacio de la diferencia (que remite al trabajo incesante del len-
guaje en el corazón del hombre).”120
Ese asesinato primordial, origen de todas las instituciones, en
cuanto pensar el origen de la escritura como la transmutación del
padre a la Letra, a la consonante que se recuesta y, en gramática,
hace una nueva ley, la ley del lenguaje, para ésta tornarse incons-
ciente en la filogénesis que la desliza tras la metáfora del ensueño
del objeto perdido (la imagen de la madre) ¿Puede la ideología
advenir en la recuperación de la madre? ¿En su imagen y, por lo
tanto, en el retorno de la idolatría? ¿Es esta ideología la nueva
religión? ¿Una ideología que es un cadáver imposible de ser sim-
bolizado? ¿Una ideología que suprime la ambivalencia afectiva y
arroja al sujeto a la unidad? ¿Primer anhelo de ser uno en el Otro?
Lo Uno excluye la diferencia y, si hay diferencia de sexo,
esto aparece como rivalidad y amenaza; por lo tanto, para evitar
el amor, el otro merece ser humillado, despreciado, explotado,
sometido, merece ser odiado con crueldad y con el fin de elimi-
narlo, porque el espejo ha demostrado que es igual de despia-
dado que el que mira. El odio primordial precipita al sujeto a

118
Ídem. Pág. 27.
119
Ídem. Pág. 40.
120
Ídem. Pág. 45.
101

la guerra de todos contra todos en un intento desesperado de


sobrevivir, siendo que, al matar a lo reflejado, se anula lo que
refleja. La cultura y la civilización fracasan cuando la pulsión
de muerte la sustituye, porque todo otro de la diferencia es un
enemigo a ser eliminado, aceptando sólo la convivencia de lo
igual. La ideología, en la hegemonía, abraza las aguas en reflejo
de Narciso, narcisismo primario, instalando la ausencia de ter-
ceridad, y de una Ley como mediadora de un Yo (nosotros) y el
Otro (ellos) anudando a todos en un combate a muerte. Instala
en lo social una “encerrona trágica”. Destino de la pulsión de la
vuelta a su contrario.
Volvemos al mito del andrógino (antes de la división). No
hay Dos (sexos) sino Uno y Uno, ambos en total repliegue iden-
tificatorio.
Ni la narcosis del arte es suficiente: “Mas la ligera narcosis en
que nos sumerge el arte sólo proporciona un refugio fugaz ante
los azares de la existencia y carece de poderío suficiente como
para hacernos olvidar la miseria real.”121
Ya no hay suficiente metáfora en el arte, y toda ciencia se tor-
na ideología, incluida la inciencia del psicoanálisis en su versión
francesa, ya que la deconstrucción la entrampó deconstruyendo el
estructuralismo del lenguaje para revertir sus principios de verdad
dándola vuelta como un guante.
Ese significante que esta solo danzando en el desvarío.
Algunos juegan al doblez, saltando de un lado hacia otro,
caminando firmes sobre la cuerda que tensa el poder.
La hegemonía de una ideología se torna religión, porque ya la
religión se tornó ideología. En este punto, es importante señalar lo
que Freud nos dice de la religión:
“La religión viene a perturbar este libre juego de elección y
adaptación, al imponer a todos por igual su camino único para
alcanzar la felicidad y evitar el sufrimiento. Su técnica consiste en
reducir el valor de la vida y en deformar delirantemente la imagen
del mundo real, medidas que tienen por condición previa la inti-
midación de inteligencia. A este precio, imponiendo por la fuerza

121
Freud, Sigmund. (1981). Obras Completas. Tomo III. El malestar en la
cultura. 1929 (1930). Biblioteca Nueva. Madrid. Pág. 3028.
102

al hombre la fijación a un infantilismo psíquico y haciéndolo par-


ticipar en un delirio colectivo.”122
En este señalamiento de: deformar delirantemente la imagen
del mundo real, podríamos pensar a la post-verdad y, en ella, a la
ideología como la fijación a un infantilismo psíquico y haciéndolo
participar en un delirio colectivo.
También señala Freud que aquellos que participan de un de-
lirio en común no pueden reconocerlo.123
La ideología se torna cultura delirante para evitar el costo de
la neurosis, el costo de la “castración”, de la “privación”, división
que, en la afanesis, despliega un hacer. Hay una ley por fuera de
la Ley.
“Compruébase que el ser humano cae en la neurosis porque
no logra soportar el grado de frustración que le impone la socie-
dad en aras de sus ideales de cultura…”124
Un nuevo ideal en ideología, en donde la castración y la pri-
vación se deniegan en un rechazo constante, y sus efectos ya son
descriptos como cuadro clínico para el psicoanálisis.
Infantiles exploradores de múltiples versiones.
Impera la imagen, en retroceso de la escritura, ya que no se la
porta, ni soporta (no hay soporte simbólico de la ausencia): “La
escritura es, originalmente, el lenguaje del ausente…”125
Ausencia que espera por una Letra en las letras.
Ausencia que hace que todos nos vaciemos de significación en
el vacío de la enunciación.
Ausencia que es el abrazo ausente ante la imposibilidad de
reconocer al otro en la diferencia.

122
Ídem. Pág. 3030.
123
Ídem. Pág. 3028. “Desde luego, ninguno de los que comparten el delirio
puede reconocerlo jamás como tal.”
124
Ídem. Pág. 3032
125
Ídem. Pág. 3034.
103

El odio primordial
En la dialéctica entre el órgano y la idea sin órgano, o sus-
tituyendo al órgano como causa de goce, hay una distancia que
hace cultura y es la represión y la renuncia a la pulsión olfativa,
para adquirir el sujeto la posición erecta y abandonar (en parte)
su estado animal: “La erección del hombre a la posición vertical se
hallaría, pues, en el origen del proceso de la cultura…”126
Pulsión en libido sublimada, que busca un destino en el lazo
social al precio de la renuncia, en el costo del mal estar, un estar
mal con la propia pulsión, la que no cesa en demandar en amor y
muerte, ¿puede ser reconocida la energía que en odio primordial
se despliega en una idea puesta en acto por un logos de muerte?
Una idea en ideología que arroja al sujeto a un más allá del
principio de placer confrontándolo con la máxima de la religión
cristiana: amar al prójimo como a sí mismo. Una paradoja, ya
que al espejo de la ideología, en sus despliegues de identificación y
proyección inconsciente, lo activa la pulsión de muerte para des-
truir al otro que ya no es un semejante sino un rival.
La pregunta retorna una y otra vez sobre el odio primordial y
cómo éste se pone en acto en la deconstrucción - destrucción, para
disolver las tensiones de las diferencias en una búsqueda de homo-
geneidad ideológica127 y de poder, que refleje a todos los sujetos de
una manera igual. En la homogeneidad hay un significante que se
torna primordial y que impide toda traslación; excluye la analogía
y, al hacer calco-manía, se suspende la traslación anulando en el
acto una transposición.
Cae la metáfora paterna y, con ella, se retorna a esa leche ma-
terna que ahoga al querer tragarla toda al mismo tiempo; retorno
a esa boca de cocodrilo que se cierra sin dejar respirar; a esas
fauces ideológicas que dejan al sujeto sin posibilidad de un deseo
propio, y lo apropiado queda por fuera, en ese Otro y su goce, lo
que hace que toda ideología extrema (en su hegemonía) se torne

126
Ídem. Pág. 3039.
127
Le Rider, J. Plon. M. Raulet. G. Rey-Flaud. H. (1998). Sobre El malestar en
la cultura de Sigmund Freud. Nueva Visión. Bs. As. Pág. 46 “En el racismo
se advierte el mismo odio hacia la diferencia, odio que se ejerce en nombre
de la in-diferencia que se impone a los miembros de la comunidad”.
104

un delirio, al decir de Freud, una religión, un delirio colectivo.


Un salto por fuera de la privación para percibir el cuerpo sin
anatomía, en forma de un perfecto círculo autosuficiente; estado
de una idea hegeliana que adquiere una nueva forma de síntesis
sin el Estado, promoviendo un nuevo Estado existencial.
Sin ontología de ser, el discurso teje y desteje en deconstruc-
ción la trama de una historia sin historia, de una construcción
delirante anudada en la ciencia y su omnipotencia mágica, bajo
los modos de la imagen como soporte o de la clonación y otros
recursos como la muerte del darwinismo.
Y aquello que antes se decía “naturaleza”, en su intento de
asesinato, queda olvidada, hasta que retorna en la catástrofe.
Irrumpe ese real en devastación y el hombre clama auxilio en
su desamparo.
Llega la peste clamando por la violencia a la naturaleza y
nadie se puede reconocer en ese oscuro espejo.
En un intento desesperado de amor en el odio, la culpa se
dice que ya no hace religión: De modo que la culpabilidad es el
lugar donde se anudan indisociablemente el amor y el odio, lo
que la transforma, según Freud, en “el motor de la civilización”:
“En una comunidad civilizada, cada uno sobrevive en nombre
del odio al padre (metaforizado en primer término por el herma-
no, luego por el extranjero, el excluido) y se salva en nombre del
amor por el padre (metaforizado en el líder político, el ídolo de
los deportes, la estrella). Se descubre, entonces, que el cese de la
culpa (producido al destejerse las pulsiones) indicaría el fin de la
historia…”128
¿Es un fin de la historia? o es el retorno a una antigua129historia
que está inscripta en la filogénesis del sujeto; es un intento de
civilización que, al caer, se derrumba sobre los sujetos que la
habitaban.

128
Ídem. Pág. 53.
129
Ídem. Pág. 42. “Freud (…) fue el primero en mostrar que el amor descan-
sa sobre la represión y la inversión a odio (…) los miembros de grupos
comunitarios abrigan una voluntad velada de autarquía que, en nombre
del “narcisismo de las pequeñas diferencias”, los hace elegir sus objetos
de amor dentro del mismo grupo (nacional, racial o local) y volcar el odio
hacia lo externo sobre los que no pertenecen a la comunidad.”
105

Se quita el velo a la verdad; dejar la verdad desnuda produce


rechazo, porque su decir es insoportable. Es una visión divina del
espanto.
Ese olvido de ser emerge como único y total en la pasión del
odio de todo aquel que atente otro decir, o a contradecir lo que se
afirma en lo que se rechaza: “…la posición de los protagonistas
(odio/indiferencia) está determinada por la relación que cada uno
de ellos tiene con la verdad.”130

La conquista del fuego


Ese dios devorador al que lo confronta la diosa del agua, la
que, en ocasiones, transmuta a fuego.
“De modo que el fuego aparece como potencia absoluta de
destrucción, idea que uno podría suscribir si no fuera porque lo
apaga el agua, potencia universal de vida, según lo atestiguan in-
numerables mitos, ritos y representaciones simbólicas como las
‘aguas’ que pierde la parturienta y la ceremonia del bautismo. En
un texto escrito tres años después de El malestar, titulado Sobre
la conquista del fuego, Freud vuelve a esta relación solidaria y
antinómica que vincula el agua y el fuego para ilustrar la dialéc-
tica de Eros y Tánatos. En una nota de El malestar en la cultura,
Freud sitúa el comienzo de la civilización en el momento en que
el hombre domina el fuego orinando sobre él, es decir, cuando
controla el desencadenamiento pulsional mediante una renuncia
consentida, que se opera con sus propias aguas (…) Este principio
queda confirmado por algo que subraya Lacan: la etimología de
la palabra orina, la que extingue el fuego, es la palabra latina uro
= yo ardo. Se confirma así el adagio de Freud de que ‘el hombre
extingue su propio fuego con sus propias aguas’.”131
Aguas en fuego de un orgasmo inacabado.
El fuego es lo que Prometeo le roba a Zeus (el dador de vida)
para dárselo a los hombres, un Titán que desafía y burla a un dios
civilizador (tercera generación de dioses, los Olímpicos). Ellos go-
bernarán, pero sobre ellos (el poder) estará en Eros y en las Parcas.

130
Ídem. Pág. 43.
131
Ídem. Páginas 46 - 47.
106

¿Les roba un poder que no tienen? ¿Les roba un deseo en


amor del que carecen?
Y podrá el lector indagar acerca de las consecuencias de este
acto. Porque sobre ellos están Eros y las Parcas. Los dioses admi-
nistradores de poder carecen de poder sobre el deseo en amor y
sobre el destino, desde el nacimiento hasta la muerte.
Freud retoma el tema del acto de control de la pulsión, en
beneficio de un bien mayor para el sujeto y la humanidad. Moisés
es el ideal, al dar cuenta de su contención después de romper las
primeras tablas de la Ley; su ira (odio) se reprime y la sublima, la
Ley lo ordena y lo disciplina. Esto le permite un cauce y encause
(una nueva causa) a esa energía, ahora transmutada en Ley. Serán
las letras hebreas, las letras sagradas, las que son de fuego porque
en ellas habita la divinidad, por lo tanto, tendrá el pueblo a su
dios en su Ley y en su alfabeto. Letra que fijará el significante, uno
que contiene y que no se derrama, el que es brasa y vasija. Y, en
el vacío de cada letra, danza la luz del alfabeto hebreo, cifrando
números y ofreciendo todas las letras musicales.
Letras que son la zarza ardiente, una zarxa que, siglos des-
pués, tendrá su anunciación, cuando la elegida contenga en una
letra=vasija=útero la nueva divinidad.
De los misterios femeninos, algo mencionó Tiresias en refe-
rencia al goce, pero acerca del santo sanctórum (útero), selladas
están las palabras. Freud retomó decires de Hipócrates para con-
jurar hipótesis peregrinas, sin cruzar el Jordán, porque esa tierra
prometida ante él, sólo era un “continente negro”.
Pueblo elegido que, mientras respete la Ley, permanecerá en
la metáfora (la metáfora del nombre del Padre), pero aquel que
sabe cuál es el origen también puede dar origen a la deconstruc-
ción. Un indicio para el atento lector.
Al bajar del Monte Sinaí y ver la adoración del becerro de
oro, Moisés pasa a cuchillo a gran parte del pueblo; luego se des-
lizará el corte de la garganta al prepucio y, allí, en esa circuncisión
se realizará el pacto.
Un nuevo destino para ese órgano.
Una marca que, en su rastro, señala que en la adoración está
en velo la orgía (en su reverso), un goce en abrazo de no diferen-
ciación. ¿Posmodernidad?
107

Contención de los fluidos para apagar el fuego, no lo pudie-


ron esperar a Moisés, no se pudieron contener y luego, el fuego se
hizo tan rojo como la sangre.
Dios le había enseñado a Moisés en la zarza (zarxa) ardiente,
cómo arder sin consumirse, ni consumarse; él, un profeta descalzo
en tierra sagrada sin poder comprender.
La conquista del fuego es esa conquista sobre la pulsión, la
que hace destino en la sublimación, en diferencia con el robo del
fuego de Prometeo a Zeus.

Errancia
Humano demasiado humano: “El doloroso rechazo de Ulises
a la oferta de Calipso, que le propone la inmortalidad, nos enseña,
por el contrario, que el hombre está condenado a la guerra y a la
errancia, al precio del deseo y de la muerte.”132
Freud no cesa de interrogarse por el precio a pagar ante el
sacrificio pulsional; la energía de la represión destinada a Eros
trabaja en diálogo, entre ese logos que, al disolverse, muestra el
rostro descarnado de Thánatos, con ojos sin pestañas, sin velos
que, al mirar fijo, hieren en la verdad que descubren, esa verdad
sin carne. Son los huesos del lenguaje que articulan palabras en
consonantes.
Y la violencia se hace poder y fuerza: “El estado hereda la
omnipotencia del padre primitivo; es ‘la institución que le permite
a la pulsión de muerte desplegarse en toda su amplitud’. Por una
parte, la aplica contra el individuo a fin de obligarlo a unirse a
la comunidad; por otra parte, la ejerce en nombre de la comuni-
dad…”133
Y la errancia en la femineidad es una puerta que Freud con-
templó y Lacan abrió.
Errancia de cuarenta años, en el desierto de un pueblo que te-
nía que blanquear los huesos de la generación que creció en Egip-
to y dar lugar a la nueva generación, la que nace en y del desierto,
la que en secreto portará la circuncisión en la Ley de Moisés.

132
Ídem. Pág. 69
133
Ídem. Pág. 81
108

La muerte espera en el descanso de un atardecer y ante ella


se doblegan los reinos y los poderosos; ante ella, el goce es un
aliento de vida, un intento más, uno que no cesa en su impulso y,
entonces, todo vuelve a comenzar.
Y el fantasma del que fue asesinado en conspiración los con-
templa en la distancia a la vez que abraza sus sombras. Y del dolor
que los espera ellos nada saben.
Nadie podría persuadir al poeta de sentir que la muerte es
generosa, y que los labios de Eros pueden ser negros por fuera y
púrpuras por dentro o su reverso, porque el poeta los percibió en
la sombra de Psijé, la que al caminar se desliza etérea en sonrisas
de noche, en los velos de Arabia, los que convocan a las mil y una
noches. Esas noches de estrellado contemplar, en donde el fuego
danza ante las palabras y el viento juega a cambiar de formas las
dunas, simulando cuerpos dormidos de desnudas doncellas; en esa
noche, la verdad del silencio se rebeló y se reveló ante el olvido.
Porque ya nadie quiere sentir ese poder que la sangre hace
fluir entre las estancias de la vida; porque ya nadie quiere des-
cubrir el deseo de un sueño; porque el amor está perdido en la
errancia de un deseo que no halla su destino.

Primero lo sexual
Freud, en su indagación sobre la causa del malestar en la cul-
tura, hace referencia al comunismo y su utopía, en cuanto a su
intento de modificar las pulsiones a partir de la administración del
dinero (aboliendo el capital y generando una justa distribución).
Señala que la disputa comenzó entre los hombres antes de la pro-
piedad privada, cuando ésta no existía en el lazo social, afirmando
que el dinero es un fenómeno, no una causa. Vuelve a retomar la
causalidad ya planteada en su texto Tótem y Tabú: Es primero lo
sexual y, por efecto de la represión, deviene lo social (soxial).
¿Qué representa el dinero? ¿Qué representa la propiedad
privada? ¿Por qué unos pocos se apropian de la riqueza? ¿De qué
se trata la riqueza? ¿Qué es lo que no distribuye el Amo para ser
tal? ¿El esclavo ama a su Amo?
El dinero es una metáfora para el psicoanálisis; en analogía
hace referencia al cuerpo en su intercambio (Levi Strauss - Las
109

estructuras elementales del parentesco), en especial al que engen-


dra vida, un precio que pagar y, en cuanto a la traslación, remite
a otro lugar en la dinámica psíquica, atendiendo a la trasposición
y sustitución en donde se pone en juego la relación con el “obje-
to” sexual (de elección erótica) y, entonces, recién allí se liga el
dinero a la sexualidad (en ecuación simbolica), ambos movidos
por Ananké, ambos moviendo al mundo: la sexualidad (Freud), el
dinero (Marx) y, en esta serie, falta un tercero (Einstein) que desde
la energía trabaja el espacio y el tiempo, mas no llega a un campo
unificado porque no devela el principio de gravedad.
¿De porque esta grávida aquella que en amor desea?
El dinero es factor de posibilidad de trabajo en el campo de
la transferencia, ya que en él se transfiere energía, y se hace en el
despliegue de lo sexual en cuanto lo libidinal es sublimado. Esto
permite inferir que sin dinero no es posible un trabajo de análisis,
el que implica una pérdida en cuanto placer - displacer; sin ese
valor de intercambio que opera desde una metapsicología (tópica,
dinámica, económica), se abre la puerta al goce, ese más allá del
principio del placer que, en sus beneficios secundarios, amordaza
la palabra a la carne en síntoma.
“La verdad oculta tras de todo esto, que negaríamos de buen
grado, es la de que el hombre no es una criatura tierna y necesita-
da de amor, que sólo osaría defenderse si se le atacara, sino, por
el contrario, un ser entre cuyas disposiciones instintivas también
debe incluirse una buena porción de agresividad. Por consiguien-
te, el prójimo no le representa únicamente un posible colaborador
y objeto sexual, sino también un motivo de tentación para satisfa-
cer en él su agresividad, para explotar su capacidad de trabajo sin
retribuirla, para aprovecharlo sexualmente sin su consentimiento,
para apoderarse de sus bienes, para humillarlo, para ocasionarle
sufrimiento, martirizarlo y matarlo.”134
Ante esto, es necesaria una Ley que regule las relaciones hu-
manas, pero ¿qué sucede cuando la ley se torna positiva y es admi-
nistrada desde una ideología que beneficia sólo a sus partidarios?
Hay formas en lo social que atemperan la pulsión de muerte

134
Freud, Sigmund. (1981). Obras Completas. Tomo III. El malestar en la
cultura. 1929 (1930). Biblioteca Nueva. Madrid. Pág. 3046.
110

y otras que la centralizan en su organización, desde una ideología


que encubiertamente la sostienen como origen sin develar (oculta
a ellos mismos). Pero siglo tras siglo el hombre se otorgó la posi-
bilidad del goce en las guerras y éstas se hicieron mundiales, hasta
llegar a la posibilidad actual de autodestrucción total y, ante la
eminencia de exterminio masivo, se detuvo en parte esa expansión
hacia todos; oferta ante la demanda inconsciente de gozar en el
sufrimiento y de otorgarle la muerte a otro.
Pero en ese intento sorprende la peste poniendo a todos en
situación de igualdad, ofreciendo en equidad la muerte a unos y
a otros.
Esta lucha entre Eros y Thánatos se cierra la exposición de
Freud: “Pues, en el fondo, no es otra cosa la que persiguen todos:
los más frenéticos revolucionarios con el mismo celo que los cre-
yentes más piadosos (…) Nuestros contemporáneos han llegado
a tal extremo en el dominio de las fuerzas elementales que con
su ayuda les sería fácil exterminarse mutuamente hasta el último
hombre. Bien lo saben y de ahí buena parte de su presente agita-
ción, de su infelicidad y su angustia. Sólo nos queda esperar que la
otra de ambas “potencias celestes”, el eterno Eros, despliegue sus
fuerzas para vencer en la lucha con su no menos inmortal adver-
sario. Mas, ¿quién podría augurar el desenlace final?”135
En cuanto a la situación de desamparo del ser humano, es
una condición existencial y, al sufrirla en la infancia, sus efectos
pueden ser mortales, pero al sufrirla en otra etapa de su vida tam-
bién sus efectos pueden ser mortales: “Cuando el hombre pierde el
amor del prójimo, de quien depende, pierde con ello su protección
frente a muchos peligros, y ante todo se expone al riesgo de que
este prójimo, más poderoso que él, le demuestre su superioridad
en forma de castigo.”136 Y aquel que ha sido desamparado perece
ante la mirada gozosa de su adversario.
Desvanecido Eros, el lazo se desanuda y el avatar de la erran-
cia es azotado por el remolido del desvarío.

135
Ídem. Pág. 3067.
136
Ídem. Pág. 3054.
111

El Padre
Dijo el profeta del apocalipsis: “Dios ha muerto”, y le replicó
el profeta que siguió sus huellas hasta la puerta de la post-posmo-
dernidad: “Y el hombre también”.
Y otra vez repito lo que no puede ser escuchado: J. Lacan, a
través de su postulación teórica, nos permite diferenciar al pro-
to-padre (macho de la horda primitiva), de la función del padre
(la que no es sin la función materna y de lo que cae como resto,
como vacío) desde la metáfora paterna, en donde la Ley cumple
la interdicción del incesto que permite la exogamia, salir de la
endogamia y hacer lazo social en la heterogeneidad, afirmando la
diferencia. Es un riesgo confundir al macho de la horda primitiva
con el padre simbólico y destruir a los dos al mismo tiempo postu-
lando, desde lo imaginario, una nueva hegemonización, disolvien-
do la ley, retornando a la horda en sus diferentes modos y, desde
allí, a los actos que disuelven el lazo social: el incesto, el asesinato
y el canibalismo.
Incesto en la ideología hegemónica de cualquier tipo (endoga-
mia). Asesinato en lo que no se puede nombrar (ritual del ofreci-
miento de sacrificio a los oscuros dioses) y canibalismo en el devo-
rarse unos a otros, como en las películas de los zombis, mudando
lo social a un deambular de muertos vivientes.
El destino que nos cabe es el desamor en todas sus formas y
el advenimiento de sus sombras en las formas de goce que se pro-
mueven vitalizando la pulsión de muerte.
Lo que antes era la contra-cultura, es ahora la cultura, pasan-
do a ser toda diferencia la contra-cultura. Por lo que ésta es poder
nombrar el espanto de la cultura, que ya no se puede habitar (en
sólo unas décadas su reverso), porque el hombre es siempre distin-
to y, a la vez, siempre el mismo.
Al seguir la cultura una lógica binaria, para algunos sólo cabe
esperar un próximo movimiento dialéctico que anule el actual
movimiento generando lo opuesto, pero la realidad demanda otra
lógica de interpretación.
“El destino es considerado como un sustituto de la instancia
parental; si nos golpea la desgracia, significa que ya no somos
amados por esta autoridad máxima, y amenazados por semejante
112

pérdida de amor…”137
¿Qué le sucede al sujeto sin el amor sostenido en la ley que lo
ampara? Sin esa función simbólica que permita instaurar la falta y
ofrecer en la prohibición habilitar al deseo que nos permita amar.
¿Qué nos cabe esperar sin la metáfora? ¿Sin los poetas del
deseo y el amor?
¿Qué nos cabe esperar ante la peste en pestilencia del desamor?
Ante los que anuncian el apocalipsis, ante los que promueven
la tragedia; aquellos pensadores que revelan la verdad desde el
rostro de la pulsión de muerte, ante esa revelación insoportable,
nuestro rostro se descarna y la mirada ya no tiene pupilas que
contener en sus cuencos.
Hay ciencia y arte en el psicoanálisis, las que se esfuerzan,
pero también las que no olvidan este saber de los poetas, lugar en
donde buscar, una y otra vez.
“No podemos por menos de suspirar desconsolados al adver-
tir cómo a ciertos hombres les es dado hacer surgir del torbellino
de sus propios sentimientos, sin esfuerzo alguno, los más profun-
dos conocimientos, mientras que nosotros para alcanzarlos debe-
mos abrirnos paso a través de torturantes vacilaciones e inciertos
tanteos.”138
En cuanto al asesinato como fundante, es una mancha de san-
gre que debe ser transmutada en óleo y generar nuevos colores.
De no poder el hombre hacer poiesis con ese acto, el destino es la
repetición idéntica, y la mancha cada vez se acrecienta más y más
en la culpa inconsciente.
“…el sentimiento de culpabilidad como problema más im-
portante de la evolución cultural, señalando que el precio pagado
por el progreso de la cultura reside en la pérdida de felicidad por
el aumento del sentimiento de culpa.”139
A pie de página del texto trabajado en este ensayo, hay una
referencia al monólogo ubicado en el acto tercero de Hamlet: “Así
la conciencia nos hace a todos cobardes…”

137
Ídem. Pág. 3055.
138
Ídem. Pág. 3060.
139
Ídem. Pág. 3060.
113

Cobardes por ceder nuestro poder a otros que nos gobiernan


buscando sus propios beneficios tras el velo del bien común.
Cobardes por ceder nuestro deseo ante esa voluntad de do-
minio.
Cobardes por ya no poder amar en lo que se trabaja y de ello
obtener placer.
Héroe aquel que no retrocede ante su deseo, es lo que nos
auguró el que usaba el tabaco en cigarros curvos.
Freud insiste en que es imposible amar al prójimo como a sí
mismo, porque sería negar el impulso de agresión que constituye
al sujeto. Esta sentencia es literalmente una sentencia y ubica al
sujeto entre la impotencia y la imposibilidad. Posiciona al sujeto
ante el desafío de hacer posible lo imposible, mudando lo imposi-
ble en una posibilidad.
“Cabría formular, pues, la siguiente proposición: cuando un
impulso institual sufre la represión, sus elementos libidinales se
convierten en síntomas, y sus componentes agresivos, en senti-
miento de culpabilidad.”140
En el bosque de la existencia, el hombre no deja de ser lobo
del hombre, expresión que Freud rescata de Thomas Hobbes; y
esa Ley que debe regular una justicia distributiva y acallar al Sú-
per Yo en su voz de goce, a través de un ideal que esté más allá de
la ideología en su captura imaginaria, ideas que proyectan som-
bras de muerte para todo aquel que no se refleje en el espejo del
grupo de pertenencia.
Y la escena de la lucha entre Eros y Thánatos nos retorna a
las palabras del poeta ciego, con la imagen de dos serpientes en-
roscadas: “No nos une el amor sino el espanto; Será por eso que
la quiero tanto.”

El fin de la historia
Francis Fukuyama plantea el fin de la historia al producirse
un pensamiento único, en donde las ideologías no son necesarias
ya que rige un sistema económico liberal capitalista, el que adopta
diferentes formas y el que surge como triunfante al caer el comu-

140
Ídem. Pág. 3063.
114

nismo como sistema. El thimos del hombre se ha paralizado; su


fuerza, su corazón se hallan sometidos, y la posmodernidad es la
organización de ese pensamiento único en donde el sujeto subsiste
bajo la ilusión de la libertad.
¿Es el fin de la cultura? ¿Es el fin de una civilización? ¿Es el
surgimiento de una nueva civilización? ¿Es la civilización de la
deconstrucción?
Hasta las ideologías más extremas y más libertarias están
promovidas con un fin capitalista, para producir dinero al capital,
y la nueva forma de control ya no es el panóptico como señalaba
Foucault, ni aun la biopolítica porque, una vez que el sujeto ofrece
su libertad, también ofrece su cuerpo sin necesidad de una fuerza
bruta u organizada desde el Estado para someterlo.
Byung-Chul Han da cuenta de cómo el sujeto, ante lo gratui-
to de los medios de comunicación, ofrece toda su intimidad y su
poder; ofrece información acerca de su deseo y amor, lo que los
medios capitalistas y del gobierno utilizan para dominarlo y ma-
nipularlo, transformando la subjetividad en objeto de consumo
para el mercado, generando desde la oferta, la demanda de amor.
El objeto de deseo es manipulado por el capital y consumido
y administrado por el poder, y aquellos sujetos que creen que re-
claman por sus derechos son utilizados para generar nuevas divi-
sas para el capital, en lo que ellos creen que son sus logros.
Las nuevas subjetividades en el adquirir un tener que confi-
gura el ser.
El cuerpo, en anatomía, también es un bien de consumo para
el capital, desde la ideología de la deconstrucción.
Detrás de un gran movimiento social (por más idealmente
benéfico que parezca) hay una promoción para obtener ganancia
y generar capital.
El sujeto, arrastrado por su pasión, en el odio o en la ignoran-
cia, sólo aclama por el goce en un ideal que acrecienta su Súper
yo, desde el mandato imperativo de Gozar.

El asesinato
Insisto en recordar que el asesinato funda toda institución
para Freud. Si la primera institución es el Lenguaje y allí, lo que
115

hay de resto, se transforma en Letra, la que fija el significante y


en él la polisemia en significación, es una verdad que las institu-
ciones de todo tipo, al protegerse en el lazo social, a la vez, son
mortificantes. Las instituciones pueden producir protección, pero,
a la vez, pueden producir un gran sufrimiento psíquico desde un
padecimiento social, así como un asesinato (simbólico o social
que se torna literal).
Toda institución demanda una renuncia pulsional, la que tie-
ne su retorno en un ofrecimiento de goce mediado por la pulsión
de muerte.
En muchas instituciones se ponen en juego montajes per-ver-
sos, dinámica económica de una tópica que reduce los cuerpos a
objeto de goce de quien o quienes ejercen el poder. Y es cuando
la pasión del ser en el odio transmuta las ideas en ignorancia, en
una estructura del desconocimiento que se torna académica y, al
englobar, engulle al ser en ese ser ahí sartreano en donde el otro
es la náusea.
Y en la academia hay tantas bibliotecas para un decir, como
las hay también para contradecir ese decir. Recurro al mito de
Eros y Psijé, el que no se resuelve en la tragedia; tiene su nudo
dramático, pero también su resolución esperanzadora. Y dejo
abierta esa puerta para la búsqueda del lector.
Los modelos de completud en lo semejante <> especular, es-
pectacularidad que rechaza la falta y anuncia un nuevo porvenir
de la ilusión en la ausencia de castración y privación, conducen
a un suicidio de a dos.
Sólo una imagen en idea se necesita para movilizar la pasión
en ser desde la fuerza arrolladora de la pulsión. Recordemos que la
imagen es anterior a la Letra y es desde donde se funda; es un espejo
que, al romperse, hace posible con sus trozos la simbolización.

Europa perdió a Europa


Nuestra representación de cultura y de sociedad nos viene
legada de Europa, ajeno el rostro a nuestra tierra y a los pueblos
originarios de América.
La carta robada se hace acto en el mito de Europa: “Zeus vio
a Europa cuando estaba jugando con sus compañeras en la playa
116

de Sidón o de Tiro, donde reinaba su padre. Inflamado de amor


por su belleza, se metamorfoseó en un toro de resplandeciente
blancura y cuernos semejantes a creciente lunar; con esta forma
fue a tumbarse a los pies de la doncella. Ésta, asustada al princi-
pio, va cobrando ánimo, acaricia al animal y acaba por sentarse
en su espalda. En seguida, el toro se levanta y se lanza hacia el mar
(…) de este modo llegan los dos a Creta (…) Europa dio tres hijos
a Zeus: Minos, Sarpedón y Radamantis (…) el toro cuya forma
había adoptado Zeus se convirtió en una constelación…”141
Tauro se levanta desde la sombra y es el centro de las ceremonias
de la religión minoica en Creta; rituales de juegos con el toro sa-
grado y de sacrificios consagran la escena originaria. En los juegos
sagrados enfundan los cuernos de los toros en agalma. Es una fun-
da de oro que los cubre, y representa una joya en brillo, adoración
y sacrificio.
España los continúa, pero en la barbarie de sacrificar al Padre
en la plaza de toros, y las mujeres de esa cultura lo bailan en el fla-
menco, representando en su cuerpo al toro y al torero a la vez (al
poder que embiste, al goce y a la muerte); representando a Zeus y
a Europa en cópula, gimiendo en taconeo y levantando sus faldas
en provocación, girando y, a la vez, embistiendo para terminar
en la estocada final, representando el cortejo en capa y espada, y
el goce del asesinato en taconeo de muerte. Ritual de seducción,
aplausos y vocales sostenidas en agonía para danzar la sexual y
mortal escena.
Y brillan en colores las telas que esconden la espada fatal y
se simulan giros y contragiros para preparar el instante de la es-
tocada final. Y la música lo anuncia con algarabía y los corazones
lo desean y los ojos lo ensueñan y la huella del acto no se borra.
Y la sangre del padre es derramada en la arena; luego, el festín
totémico los hermana, y unos y otros beben mientras devoran el
divino cadáver.
Minos se negará al sacrificio y un hijo portará el Toro en su
cuerpo, el que se volverá hacia el incesto, el crimen y el caniba-
lismo.

141
Grimal, Pierre (1994). Diccionario de Mitología Griega y Romana. Paidós.
Bs. As. Pág. 88.
117

Europa se desvanece y desaparece… queda la sombra de esa


doncella que hace fértil la tierra porque es sacrificada en lugar de
la divina potencia.
La divina potencia puede mudar a constelación, pero antes
busca en forma de pulsión el Eros, lo busca en toda su genero-
sidad antes de sentir el abrazo de Thánatos. Porque los dioses
perecen al ser olvidados, pero su huella es la filogénesis en la on-
togénesis que cada generación recrea sin conocer. Una huella de
indicios para ser rescatada por el lector.

La ilusión que busca su devenir


La sangre del Titán
Freud escribe El porvenir de una ilusión142 en el año 1927,
dos años antes que El malestar en la cultura, una cultura cuya
civilización143 puede caer ante la tanática fuerza de la destrucción,
de la autodestrucción.
La mítica pulsión tiene dos titanes en lucha: Eros y Thánatos,
los que se disputan el destino humano y, a la vez, convocan al
hombre al regreso a esa “naturaleza titánica” de la que está hecho.
Recordemos que uno de los primeros titanes es el tiempo
(Cronos), el que se devora a sus hijos. Otros son la misma natura-
leza, en su forma de sol o de luna, de cielo, tierra o mar…
En algunas versiones míticas, el hombre nace de la sangre
derramada de los titanes. En metáfora, esa sangre se torna pul-
sión, ese fuego interno robado por Prometeo al dador de vida
(Zeus), pulsión que es tanto vida como muerte; una moneda de

142
Freud, Sigmund. (1981). Obras Completas. Tomo III. El Porvenir de una
Ilusión. 1927. Biblioteca Nueva. Madrid.
143
Ídem. Págs. 2961 - 2962 “La cultura humana -entendiendo por tal todo aque-
llo en que la vida humana ha superado sus condiciones zoológicas y se dis-
tingue de la vida de los animales, y desdeñando establecer entre los conceptos
de cultura y civilización separación alguna-; la cultura humana, repetimos,
muestra, como es sabido, al observador dos distintos aspectos. Por un lado,
comprende todo el saber y el poder conquistados por los hombres para llegar
a dominar las fuerzas de la Naturaleza y extraer los bienes naturales con que
satisfacer las necesidades humanas y, por tanto, todas las organizaciones nece-
sarias para regular las relaciones de los hombres entre sí …”
118

dos rostros, que aquellos que juegan al azar de la vida, no dejan


de arrojarla al vacío; una potencia como Jano (el dios de los dos
rostros), en él, tanto el pasado como el devenir.
En el texto del devenir de una ilusión, Freud juega al espejo,
se dice otro y se interroga al mismo tiempo que se contesta; usa la
máscara de Jano y representa en su ensayo una escena, la que tiene
mucho cinismo en cuanto que conoce una verdad, pero no tiene
esperanza (luego devendrá la maestría del cinismo de J. Lacan).
Este diálogo interno, expuesto en escritura, es casi un soliloquio
con sus fantasmas, eso que lo re-liga, su religión y el esfuerzo titá-
nico por separarse de lo que lo constituye.
¿Hay en Freud un gnosticismo que muda a un nuevo
agnosticismo?
Un nuevo titán (racional) que se enfrentará a los antiguos
(pulsionales), quizás en una muerte anunciada, en ese golpe pul-
sional (directo a la mandíbula) que le hará perder la mandíbula
inferior.
Un texto pensado en voz alta, una reflexión en márgenes filo-
sóficas, una inflexión en los márgenes del psicoanálisis. Una línea
en torsión que muda a banda de Moebius.
El atento lector descubrirá que cuando Freud baja el tono
y susurra es cuando el Titán despierta, ese que se dice que está
escondido en la sangre, quizás en la sangre de sus ancestros que
hacen filogénesis en sus articulaciones teóricas.
Articulaciones que le dan movimiento a un cuerpo simbolico.
Y da fe de su arte en la letra, justo a medio camino, quizás el
lugar preciso de la encrucijada en Edipo: “En realidad, el psicoa-
nálisis es un método de investigación…”144
Se iluminan esas letras para que se enteren los incautos, los
que reproducen frases ante el muro de los lamentos, los que se
mecen al leer a los maestros y se golpean el pecho, a la vez que
reciben dinero para sus bolsillos.
Freud indaga la causa en el fenómeno, recordando una y otra
vez que la cultura y la sociedad son el efecto de la represión de
lo sexual, la que, a la vez, la incluye en enemistad: “…el hombre
mismo, individualmente considerado, puede representar un bien

144
Ídem. Pág. 2981.
119

natural para otro en cuanto éste utiliza su capacidad de trabajo o


hace de él su objeto sexual. Pero además, porque cada individuo
es virtualmente un enemigo de la civilización.”145
Lo reprimido guarda su enemistad con lo que lo reprime.
Y continúa señalando que el hombre crea cultura y en ella
sostiene su civilización a través de las instituciones (recordemos
que la primera es el Lenguaje) para defenderse de sí mismo y, tan-
to la ciencia como la técnica que crean, participan de la sangre del
Titán y son hijas del sueño y de su hermana la muerte.
La Ciencia y la Técnica fueron erguidas por el Titán que go-
bernó en la modernidad y de su sombra surgieron Frankenstein
y Drácula.
¿Qué potestad, qué Titán gobierna en la posmodernidad? ¿Y
qué surgirá como sombra desde su sombra?
Freud nos advierte sobre satisfacer a las “masas” en la de-
manda de ese principio del más allá del placer, porque ofrecer el
goce anula la posibilidad del trabajo, lo que tiene un efecto de-
vastador en la subjetividad y en la cultura, anqué el Amo por tal
hecho se constituye en el poder.
Freud restituye en todo momento la función de la Ley, si-
guiendo los pasos de Moisés, porque deconstruir la Ley es decons-
truir al sujeto, anqué el precio sea estructural en el sujeto, ya que
la coerción produce malestar: “En resumen: el hecho de que sólo
mediante cierta coerción puedan ser mantenidas las instituciones
culturales es imputable a dos circunstancias ampliamente difun-
didas entre los hombres: la falta de amor al trabajo y la ineficacia
de los argumentos contra las pasiones.”146
Estas consideraciones de Freud no son morales, remiten a
pulsión: falta de amor al trabajo y la ineficacia de los argumentos
contra las pasiones.
Cuando una pasión muda, en logos, a ideo-logía, su rostro
se torna Titánico, y busca sangre en donde alimentarse; crece su
poder con la sangre de los sacrificios y sus adoradores no sólo son
ofrecidos a la muerte, los mismos integrantes se inmolan a favor
de la causa.

145
Ídem. Pág. 2962.
146
Ídem. Pág. 2963.
120

Los sujetos tomados por la pasión ofrecen su cuerpo en sa-


cro-sacrificio y unos a otros, entrampados de manera especular en
una lógica binaria, se otorgan generosamente la muerte.
Hay ideas que liberan y hay otras que se atan a los Amos que
las encarnan o a las instituciones que las representan y ellas, que
fingen representar la cultura en sociedad, demandan en silencio su
reverso: El incesto, luego el crimen y después el canibalismo. Y a
ese Titán, cuando despierta, nadie lo puede contener, y su apetito
es tan voraz que culmina devorándose a sí mismo.
Una vía Titánica que otorga la sublimación al acto es el arte,
titánica pulsión que mezcla su sangre en la belleza de lo humano:
“…el arte ofrece satisfacciones sustitutivas compensadoras de las
primeras y más antiguas renuncias impuestas por la civilización
al individuo (…) lo único que consigue reconciliarle con sus sa-
crificios. Pero, además, las creaciones del arte intensifican los sen-
timientos de identificación, de los que tanto precisa todo sector
civilizado, ofreciendo ocasiones de experimentar colectivamente
sensaciones elevadas. Por último contribuyen también a la satis-
facción narcisista cuando representan el rendimiento de una civili-
zación especial y expresan en forma impresionante sus ideales.”147
Pero Freud insiste con la religión como el re-ligar en preferen-
cia que hace que una civilización se mantenga unida: “No hemos
citado aún el elemento más importante del inventario psíquico de
una civilización. Nos referimos a sus representaciones religiosas
-en el más amplio sentido- o, con otras palabras que más tarde
justificaremos, a sus ilusiones.”148
Y en lo que continúa su escritura, Freud trabaja sobre esa
ilusión llamada religión, en la que se constituye no sólo un sujeto
(independiente de que crea o no) sino una civilización, paradigma
a la que está obligada desde su cultura o su anticultura.
El reverso sólo afirma el modelo impuesto y, a la vez que lo
odia, lo ama.149

147
Ídem. Pág. 2967.
148
Ídem. Pág. 2967.
149
Ídem. Pág. 2969. “Pero la indefensión de los hombres continúa, y con ello
perdura su necesidad de una protección paternal y perduran sus dioses, a
los cuales se sigue atribuyendo una triple función: espantar los terrores de
la Naturaleza, conciliar al hombre con la crueldad del destino, especial-
121

El desamparo no abandona al sujeto, el que al crecer no pier-


de lo infantil (animismo mágico), como lo señala Freud en cuanto
al deseo de un sueño por soñar (fantasías diurnas), ubicando la
realización del deseo del sueño como un deseo infantil reprimido.
El desamparo que los tiempos actuales post-postmodernos
develan y ofrecen de manera descarnada al sujeto, sin palabra que
habitar, sin espacio donde alojar el amor y el deseo, sin esperanza
que soñar, sin la piel en huesos de las Letras que lo constituyan.
Entonces el sujeto se tatúa hasta cubrirme de una tinta que opaca
toda imagen y, ante la imposibilidad de la falta, se agujerea el
cuerpo, la pulsión de muerte lo muerde desde dentro.
Y esa caricia que no llega, y ante la claridad de esos ojos de
amor ausente, el sujeto en su resentimiento transmuta su mirada
en negros ojos que ofrecen el horror. Un horror para sí, el que
puede contemplarse en los fragmentos del espejo de su existencia.
Freud, en el final de su ensayo, ubica la ilusión en la religión (y
en la filosofía) y distingue que la ciencia no lo es (una fe positiva en
Freud), especialmente el psicoanálisis: “…el problema de una com-
posición del mundo sin atención a nuestro aparato anímico percep-
tor es una abstracción vacía sin interés práctico ninguno. No, nuestra
ciencia no es una ilusión. En cambio, sí lo sería creer que podemos
obtener en otra parte cualquiera lo que ella no nos pueda dar.”150
Una frase para los dinteles de las agrupaciones de psicoanalistas:
“No, nuestra ciencia no es una ilusión. En cambio, sí lo sería creer que
podemos obtener en otra parte cualquiera lo que ella no nos pueda dar.”
Los fantasmas danzan en derredor de Freud y él en un mar de
ilusiones que se aferran a su deseo en amor. Se aferra a una Ley
heredada en Moisés y, con esa Letra del abecedario sagrado en
gramática inconsciente, hace metáfora en metonimia y construye
la nueva ciencia: el Psicoanálisis.
Freud es un hombre antiguo que camina sobre la bruma sos-
teniendo una piedra que no lo hunde y, al mirar el mar, recuerda a
Gradiva en su deslizar, paradoja abierta al misterio y a los que se
aventuran a su interpretación.

mente tal y como se manifiesta en la muerte, y compensarle de los dolores


y las privaciones que la vida civilizada en común le impone.”
150
Ídem. Pág. 2992.
122

Ensayo sobre “Psicología de las masas y análisis del yo”.


Freud escribe hacia el año 1920-1921 este texto151.
Habrá observado el lector que, en cuanto al abordaje de los
textos freudianos, mi escritura ensayística no sigue una estructu-
ra lineal temporal, es más bien una serpiente que se enrosca y se
mueve, se contorsiona y danza. Y en su mover agita los cascabeles
que advierten un peligro por advenir, porque estas letras portan
tanto la vida como la muerte.
Freud señala que, una vez producido el proceso de identifica-
ción y proyección hacia el Líder que representa el ideal, la masa
(eso indiferenciado) ama someterse y someter y, ante la demanda
de goce, el Líder le ofrece la total satisfacción.
La introducción al texto da cuenta del lazo de lo singular y
lo social, abriendo a un campo intra-psíquico e inter-psíquico en
cuanto a los procesos inconscientes:
“La oposición entre psicología individual y psicología social o
colectiva, que a primera vista puede parecernos muy profunda, pier-
de gran parte de su significación en cuanto la sometemos a más de-
tenido examen. La psicología individual se concreta, ciertamente, al
hombre aislado e investiga los caminos por los que el mismo intenta
alcanzar la satisfacción de sus instintos, pero sólo muy pocas veces
y bajo determinadas condiciones excepcionales le es dado prescindir
de las relaciones del individuo con sus semejantes. En la vida aními-
ca individual aparece integrado siempre, efectivamente, “el otro”,
como modelo, objeto, auxiliar o adversario, y de este modo, la psi-
cología individual es al mismo tiempo y desde un principio psico-
logía social, en un sentido amplio, pero plenamente justificado.”152
Ese otro - semejante puede ocupar diferentes lugares para
Freud: “el otro”, como modelo, objeto, auxiliar o adversario.
Freud utiliza a Gustave Le Bon para hablar del “Alma colec-
tiva”153, y señala que la superestructura psíquica de un sujeto se

151
Freud Sigmud. (1981). Obras Completas. Tomo III. Psicología de las Ma-
sas y Análisis del Yo. 1920 - 1921. Biblioteca Nueva. Madrid.
152
Ídem. Pág. 2563.
153
Ídem. Pág. 2565. ““El más singular de los fenómenos presentados por una
masa psicológica es el siguiente: cualquier que sean los individuos que la
componen y por diversos o semejantes que pueda ser su género de vida, sus
123

disuelve en la pasión compartida, la que ahora es regida por una


idea (bien podríamos recordar a Louis Althusser en su postula-
ción acerca de los aparatos ideológicos del Estado).
Un Líder puede hacer tan poderosa una idea, que la misma
los envuelve a todos para hacer una homogeneidad que no acepta
diferencias.
Podríamos jugar con Tótem y Tabú, y traer el concepto
de horda a consideración, las nuevas hordas <> gregarias de la
post-posmodernidad.
Señala Freud que el sujeto encuentra en la masa (horda <>
gregaria) un sentimiento de fuerza y potencia que lo hace inven-
cible, sostenido en el número y el anonimato (internet), y que no
tendrá consecuencias de sus actos, por lo que desaparece el sen-
timiento de responsabilidad y principalmente de culpa, base de
la interioridad del Súper Yo. En J. Lacan, el Súper Yo sería más
activo porque le ordenaría al sujeto gozar hasta la muerte.
Las pulsiones se desatarían, la represión cedería, el fin se con-
seguiría inmediatamente y el destino, por cierto, que sería incierto
para ese “otro” que dejaría de ser su semejante en cuanto no sea
integrante de la masa (horda <> gregaria).
Desaparece la “angustia social” y ese acto de reunión y comu-
nión social, en su movimiento, hace que lo singular desaparezca.
El contagio se expande y el efecto hipnótico hace a la pérdida
de conciencia, y el movimiento colectivo disuelve todo gesto de
singularidad, gestionado por el poder de fascinación que ejerce el
líder (ideología).

ocupaciones, su carácter o su inteligencia, el solo hecho de hallarse trans-


formados en una multitud les dota de una especie de alma colectiva. Esta
alma les hace sentir, pensar y obrar de una manera por completo distinta
de cómo sentiría, pensaría y obraría cada uno de ellos aisladamente” (…)
Le Bon piensa que en una multitud se borran las adquisiciones individua-
les, desapareciendo así la personalidad de cada uno de los que la integran.
Lo inconsciente social surge en primer término y lo heterogéneo se funde
en lo homogéneo. Diremos, pues, que la superestructura psíquica, tan di-
versamente desarrollada en cada individuo, queda destruida, apareciendo
desnuda la uniforme base inconsciente común a todos.”
124

En cuanto al detalle, Freud, a pie de página, hace una ob-


servación que se la atribuye a Le Bond, en cuanto a la “raza”154
como motor inconsciente de esa masa, observación de la que se
distancia.
Los grupos étnicos confrontan entre sí, y ya no es el postula-
do de la lucha proletaria (de clases); tras ella algo más profundo y
místico se pone en juego y hace que se maten por la distribución
de la riqueza y por el amor, en el afán de ser el “elegido”. ¿Quizás
el preferido por la divinidad? ¿Una divinidad materna o paterna?
¿O quizás andrógina?
Toda escritura tiene sus sombras, nos dice Roland Barthes,
y nos recuerda que son necesarias a la escritura. En cuanto a las
sombras de una época, es importante contextualizarlas en el tex-
to, es decir en su contexto. Europa, la bella Europa (la doncella
que fue raptada por Zeus) en tiempos de Freud, se halla ante el
surgimiento del nazismo; una horda (masa) que, en su búsqueda
de hegemonía, retornará al asesinato, el incesto y el canibalismo,
de forma literal y analógica, suspendiendo toda metáfora.
Confrontará por ser el pueblo elegido de los antiguos y os-
curos dioses, y servirá a esos oscuros dioses que demandan sa-
crificios de sangre, los que en cada siglo retornan con un rostro
diferente.
¿Bajo qué rostro retornan en la posmodernidad?
Violencia que aniquila la metáfora del nombre del padre, re-
tornando al protopadre (macho de la horda primitiva). Y, ante
este acto, el primer objetivo es aniquilar a Moisés (judaísmo) y
destruir las tablas de la Ley, generando un “nuevo orden”, violen-
tando a la doncella de Sion y a toda doncella. Es sobre ella que se
funda el verdadero poder y ella, seducida por el poder, se lo ofrece,
he allí el misterio de iniquidad del amor.
En la post-posmodernidad ¿es posible que surja un “nuevo
orden”, para asesinar nuevamente a Moisés y quebrar las tablas
de la Ley, aniquilando la metáfora paterna?

154
Ídem. Pág. 2566. “Entre la concepción de Le Bon y la nuestra hay cierta
diferencia, resultante de que su noción de lo inconsciente no coincide por
completo con la adoptada por el psicoanálisis. Para Le Bon, lo inconsciente
contiene, ante todo, los más profundos caracteres del alma de la raza, la
cual no es propiamente objeto del psicoanálisis.”
125

En la masa se puede realizar eso que la neurosis suspende;


tanto en una fantasía como o en un acto suspendido, hay un pa-
saje a la acción, como señalará Freud en el hombre “primitivo”
(primero es la acción), en su texto Tótem y Tabú.
Freud se encuentra en un retorno a sus inicios: “Ahora, des-
pués de treinta años de alejamiento vuelvo a aproximarme al enig-
ma de la sugestión, encuentro que nada ha cambiado en él, salvo
una única excepción, que testimonia precisamente de la influencia
del psicoanálisis.”155
Sugestión ligada a la hipnosis y el efecto de la captura imagi-
naria, allí donde se suspende todo juicio, toda palabra, en donde
reina la mirada, en donde Medusa reina con los ojos abiertos.
El Líder ocupa ese lugar de poder necesario para ejercer la
sugestión y, los que se sujetan a él, ansían despojarse de su con-
ciencia y liberar sus pulsiones. Es una transacción que se establece
entre el que ejerce el poder recibiendo más poder y, a la vez, siendo
el Garante del Goce para esa masa que lo clama.
Como señala Platón en La República: “Si quieres conocer la
naturaleza de un hombre, otórgale poder”.
Y esto no ha cambiado en nada durante los siglos, es el Titán
Eros que marcha abrazado a su hermano Thánatos.
Freud trabaja el concepto de “libido”, esa energía sexual que
se torna lazo amoroso - odioso, transferencia que será el pilar en
el que se funda todo movimiento, pero esto no es nada nuevo, nos
dice el maestro, y referencia a Platón. Banquete al que retomará
J. Lacán para poner en escena nuevamente la relación entre eras-
tés y erómeno, eromonos… voces de la pulsión: activo, reflexivo,
pasivo y sus interrogantes, sus demandas de amor <> deseo, en la
pregunta que interpela y en el acto que constituye todo fenómeno
de existencia.
Freud cita a Pablo y su famosa Epístola a los Corintios, en
donde postula que el amor es más fuerte que la muerte, a precio
de un Dios sacrificado.
Quizás Ananké es el rostro oculto de Eros; son estos titanes
que se abrazan en el discurso de Freud, los que no cesan de frotar
sus cuerpos para desprender de ellos letras aladas.

155
Ídem. Pág. 2576.
126

Pero es tan frágil ese amor en la masa; es una carrera que


se define por una cabeza y la historia lo confirma en la figura de
Holofernes, general asirio que aún intenta (en sus descendientes)
besar a la doncella hebrea (conquistar la tierra de Sión).
En la misma lógica del Líder en su amor paternal, Freud ana-
liza a dos masas artificiales: La Iglesia y el Ejército. Masas que, en
otros tiempos, se caracterizaron por excluir como objeto de deseo
<> amor a lo femenino, auspiciando el amor <> deseo sólo entre
pares, haciendo que sus integrantes transmuten en su cuerpo las
voces de la pulsión (pasivo, reflexivo, activo), ligándose unos a
otros en íntimo y profundo abrazo.
Actualmente, sólo la Iglesia católica resiste a esta estructura de
pares, al precio que ya todos conocen (entre otros, la pederastia).
El odio primordial es una pasión titánica que debe transmu-
tar su negra sangre, su cuerpo amarillo, en bilis de celos y envidia,
mudar a un olvido de sí. Pero, la naturaleza inmortal de los tita-
nes, hace necesario que se los encadene a la Ley, no obstante, no
pueden ser destruidos porque son inmortales.
Quizás, inspirado en ello, el Freud poeta, dirá: “El deseo es
inmortal”.
“Intentaremos representarnos cómo se comportan los hom-
bres mutuamente desde el punto de vista afectivo. Según la célebre
parábola de los puercos espines (…) cuando la hostilidad se dirige
contra personas amadas, decimos que se trata de una ambivalen-
cia afectiva…”156
Demasiado cerca, y las espinas de los sentimientos reprimidos
(re-sentidos) lastiman en sus afiladas puntas; es un logro de Eros
que transmuten y ofrezcan un servicio altruista.
“La libido se apoya en las satisfacciones de las grandes nece-
sidades individuales y elige como primeros objetos aquellas per-
sonas que en ella intervienen. En el desarrollo de la Humanidad,
como en el del individuo, es el amor lo que ha revelado ser el
principal factor de civilización, y aún quizá el único, determinado
el paso del egoísmo al altruismo.”157

156
Ídem. Paginas. 2582 - 2583
157
Ídem. Pág. 2584.
127

Paradoja: el amor pasional, en la singularidad que hace de


dos uno, disuelve lo social; el amor coartado en sus fines transmu-
ta en lazo social. Y la masa, en su pasión efímera de ser, ¿dónde
se ubica?
Freud vacila en su postura de realista trágico; por momentos
escucha la risa de Dionisio y sonríe, entonces, apuesta en la ruleta
rusa del blanco o negro; luego, cambia de mesa y juega a las cartas
sabiendo que ellas ya están marcadas (sobredeterminación).
Divino azar que está predeterminado por una divinidad in-
consciente que lleva siglos arrojando los dados sobre los destinos
humanos; en cada nacimiento sopla sus dados y en la suma de sus
números se cifra un nombre que tiene el eco de una nota musical,
la que resuena en el corazón de cristal de la tierra para mudar en
una lágrima del cielo.
De arcilla roja está hecho el que camina sobre el cuerpo de su
madre, pero si no levanta su rostro al cielo, sólo ansía retornar a
su útero.
Cada infante, una lágrima del cielo que transmuta en gota
de leche materna, para que luego, en su huella de letra, aspire el
espíritu del fuego y sople el aliento de la eternidad en la fragilidad
de la existencia.
Ahora, ante mí, el teclado; letras que se borran al transmutar-
se en el teclado de un piano, así, al teclear los ritmos en melodía
de una sinfonía épica, se dan a sonar y la intriga del escritor es
la inquietud del misterio: ¿Qué música escucha el callado lector?
Colibrí que agita sus alas al abrirse la flor de la esperanza.
Libar en ella para desvanecerse en el olvido.
Palo borracho que desprende algodones al viento, en cuyo co-
razón esconde una semilla, generosa la brisa que susurra fertilidad
en su deslizar etéreo.

La Identificación
La identificación: Recordemos como la postula Freud: “…la
manifestación más temprana de un enlace afectivo a otra persona
(...) la identificación es siempre posible antes de toda elección de
objeto. Lo que ya resulta mucho más difícil es construir una re-
presentación metapsicológica concreta de esta diferencia. Todo lo
128

que comprobamos es que la identificación aspira a conformar el


propio yo análogamente al otro tomado como modelo.”158 Luego,
la relaciona a la prehistoria del complejo de Edipo, base del futuro
ideal a la vez que es un canal de la pulsión sexual. Esto hace a que
la tensión la torne ambivalente, incorporando en este punto Freud
el desarrollo de la libido y de las zonas erógenas, ligada a este
principio en donde el “objeto” adquiere privilegio y, en su desliz
pulsional (lo más variable de la pulsión), busca su destino.
Freud referencia el caso Dora, para desplegar la identificación
en el síntoma, y luego la carta del pensionado para poner en esce-
na el juego de la identificación en efecto de sugestión, el yo - otro,
la elección de objeto, la pulsión sexual desde escenas imaginarias
ligadas en el amor <> odio, desplegando la estructura clínica de
la neurosis de conversión, la que es tan afecta a esta identificación
imaginaria.
Realiza una síntesis de su despliegue y lo liga al tema por
abordar: la masa.
“…Puede resumirse en la forma que sigue: 1º La identifica-
ción es la forma primitiva del enlace afectivo a un objeto; 2º Si-
guiendo una dirección regresiva, se convierte en sustitución de un
enlace libidinoso a un objeto, como por introyección de objeto
en el yo; y 3º Puede surgir siempre que el sujeto en sí un rasgo
común con otra persona que no es objeto de sus instintos sexua-
les. Cuanto más importante sea tal comunidad, más perfecta y
completa podrá llegar a ser la identificación parcial y constituir
así el principio de un nuevo enlace. Sospechamos ya que el enlace
recíproco de los individuos de una masa es de la naturaleza de
tal identificación, basada en una amplia comunidad afectiva, y
podemos suponer que esta comunidad reposa en la modalidad
del enlace con el caudillo. Advertimos también que estamos aún
muy lejos de haber agotado el problema de la identificación y que
nos hallamos ante el proceso denominado ‘proyección simpática’
(Einfuehrung).”159
Freud, en el Cap. VIII., “Enamoramiento e Hipnosis”, da
cuenta de cómo a través de la captura hipnótica del amor el objeto

158
Ídem. Pág. 2585
159
Ídem. Pág. 2587.
129

puede ocupar el lugar del ideal de yo, donde va a hacer una distin-
ción difícil de distinguir entre el efecto de “fascinación” y de “ser-
vidumbre amorosa”, señalando que desde el enamoramiento a la
hipnosis no hay gran distancia. Recordemos el contexto en el que
surge el psicoanálisis, con un efecto del magnetismo animal desde
la figura de Mesmer, con la propuesta del método de la hipnosis
con Charcot, y con los movimientos sociales en donde los líderes
mueven grandes masas, texto escrito después de la Primera Gue-
rra Mundial y en instancias previas a la Segunda Guerra Mundial.
Freud desplegará diferencias y puntos de encuentro entre
el enamoramiento y la hipnosis, ambos ligados a la sensualidad
coartada en sus fines, ya que afirma que el amor sensual está des-
tinado a extinguirse en la satisfacción. Pero, en cuanto al tema
acerca de la hipnosis, se abre un enigma: “En la hipnosis hay aún,
en efecto, mucha parte incomprendida y de carácter místico.”160
En el inicio del psicoanálisis, la mítica hipnosis, la que dará
paso a la mítica pulsión. Una nueva ciencia gnóstica que esconde
en misterio lo sagrado.
Mito de Edipo (metáfora) que Freud ubica en casi todos sus
ensayos.
Y, en la estructura de todo mito, la metáfora. La eterna y
mítica metáfora.
Metáfora en su estructura: primero la analogía, luego el vacío
por la ausencia de objeto, traslación y, a la vez, en la sustitución la
transposición. Y, a partir de esta escena que organiza toda escritu-
ra ensayística de Freud, el método indiciario, una y otra vez seguir
los rastros, las huellas, de ese objeto (inconsciente) que no cesa de
moverse de lugar en lugar, con la fuerza de un Titán (trilogía de la
metapsicología: dinámica, tópica y económica).
En este capítulo, Freud realiza su reconocido esquema en
donde dibuja una tópica, su movimiento y su económica, es decir,
una metapsicología acerca de su tema planteado, otorgándole un
fundamento epistémico tríptico, articulando la relación del yo con
el ideal y con el objeto, distinguiendo el objeto interno del objeto
externo, ligazón que activa la identificación y la proyección in-
consciente.

160
Ídem. Pág. 2591.
130

“Tal masa primaria es una reunión de individuos que han


reemplazado su ideal del ‘yo’ por un mismo objeto, a consecuen-
cia de lo cual se ha establecido entre ellos una general y recíproca
identificación del ‘yo’.”161
Para reflexionar sobre los actuales efectos mediáticos de masa
y cómo el poder se ejerce desde ellos.
El problema dialéctico que Freud plantea en Tótem y Tabú, y
retoma en Psicología de las masas y análisis del yo, es acerca del
instinto gregario y la horda primitiva, ambos abordados desde la
pulsión sexual en tensión con la pulsión de muerte, que re traba-
jará en El porvenir de una ilusión. De lo que se trata es de la pro-
gresión y no del progreso; el hombre no progresa, hay progresión
porque logra por momentos en su historia sostener cierta paz de
manera civilizada y generar cultura, logro que tiene el precio de la
represión de la pulsión sexual y de muerte, es decir, en progresión,
en pérdida.
A pesar y en su pesar (malestar en la cultura), este esfuerzo
tiene un destino de fracaso, un retorno a instancias de tiranía (feu-
dalismo) y de persecuciones e intolerancia desde un ejercicio del
control sexual desde lo ideológico y político (inquisición). Desde
lo pulsional inconsciente, el hombre no deja de insistir en mani-
festarse en la búsqueda del destino final de su pulsión sexual y de
muerte.
El imperativo de goce sustituye al principio de placer - displa-
cer. Y, en este punto, es donde introducimos el más allá del princi-
pio del placer en Freud, para hacerlo dialogar con el concepto del
Goce en J. Lacan, y su mandato de Gozar.
Sólo un mandamiento exclama y escucha la masa: GOZAR.
Dos tiranos, diría Freud: el ello y el Súper yo, ante un yo que
intenta organizarse con la debilidad de la razón, la que exagera
hasta la exaltación de convertirla en la diosa razón, como bien lo
logrará reconocer el pintor Francisco de Goya: Los sueños de la
razón generan monstruos. Modernidad transmutada en posmo-
dernidad.
Freud señala ciertos caracteres de la masa: “…caracteres: la
disminución de la actividad intelectual, la afectividad exenta de

161
Ídem. Pág. 2592.
131

todo freno, la incapacidad de moderarse y retenerse, la tendencia


a transgredir todo límite en la manifestación de los afectos y a la
completa desviación de éstos en actos (…) sin duda alguna, una
regresión de la actividad psíquica a una fase anterior en la que
no extrañamos encontrar al salvaje o a los niños. Tal regresión
caracteriza especialmente a las masas ordinarias, mientras que en
las multitudes más organizadas y artificiales pueden quedar, como
ya sabemos, considerablemente atenuados tales caracteres regre-
sivos.”162
De esta manera, Freud hace una distinción entre la “masa”,
en cuanto a tiempo y espacio de las organizaciones de institu-
ciones, pero, no obstante, a pesar de estar atenuada, la hipnosis
que produce el poder, desde su estructura de lugares (lugares de
poder), ejerce su sugestión y clama servicio.
Los sujetos anhelan el poder y los beneficios que el mismo
otorga, por más que lo enmascaren con la propuesta del bien co-
mún o con la demanda de principios libertarios. El poder tiene su
propia lógica y su propia ley que es la ausencia de ley.
Como lo señala René Kaës (desde Freud), en el origen de toda
institución hay un asesinato y, retomando lo expuesto, algo de la
horda pasa a gregario por la búsqueda de sociabilizar la pulsión
(sexual y de muerte) al precio del beneficio secundario y con el
mandato de excluir el goce, instancia que se torna una paradoja,
porque todo aquel que busca el poder como ejercicio de dominio,
busca gozar de los otros, a los que pueda someter, dialéctica del
Amo y el esclavo que en todo tiempo se actualiza.
“El enigma de la influencia sugestiva se hace aun más oscuro
cuando admitimos que es ejercida no sólo por el caudillo sobre
todos los individuos de la masa, sino también por cada uno de
éstos sobre los demás.”163
Freud retoma el postulado de Aristóteles acerca del hombre
como un animal164 social, un animal público (político), para pen-

162
Ídem. Pág. 2593.
163
Ídem Pág. 293.
164
Ídem Pág. 296. “En 1912 adopté la hipótesis de Ch. Darwin, según la cual
la forma primitiva de la sociedad humana habría sido la horda sometida
al dominio absoluto de un poderoso macho. Intenté por entonces demos-
trar que los destinos de dicha horda han dejado huellas imborrables en la
132

sar lo que liga al hombre a lo animal y, en su condición primige-


nia, a lo gregario <> horda.
“…más que un animal gregario es el hombre un animal de
horda; esto es, un elemento constitutivo de una horda conducida
por un jefe.”165
Freud elabora hipótesis acerca de la prehistoria de la huma-
nidad, en cuanto este concepto de prehistoria permite articular lo
ya mencionado respecto al postulado de J. Lacan, de la metáfora
paterna, hay un primer momento en donde lo imaginario y real
se liga desde lo biológico, un asesinato en el campo literal, para
luego dar lugar al espacio simbólico sostenido en un pacto que
hace institución y, desde la primera organización, el pacto regula
lo social en forma de Ley.
Utilizo la recurrencia en cuanto a este postulado porque per-
mite organizar una referencia simbólica para acotar lo imaginario
que, en sugestión, captura a los sujetos sujetados a la posmoder-
nidad.
La primera institución es el lenguaje, su gramática, que se
hace inconsciente y, en ella, todas las relaciones posibles enuncia-
das en los significantes por darse a jugar en cada sujeto singular en
tensión en su cultura y la sociedad, que lo condiciona en relación
a la sobre determinación de su lenguaje de pertenencia.
Freud, al final de su ensayo, liga la hipnosis a lo siniestro:
“Pero esta referencia de la masa a la horda primitiva ha de ofre-
cernos enseñanzas aun más interesantes. Ha de explicarnos lo que
de incomprendido y misterioso queda aún en la formación colec-
tiva; aquello que se oculta detrás de los enigmáticos conceptos de
hipnosis y sugestión. Recordemos que la hipnosis lleva en sí algo
‘siniestro’ y que este carácter indica siempre la existencia de una
represión de algo antiguo y familiar.”

historia hereditaria de la Humanidad y, sobre todo, que la evolución del


totemismo, que engloba los comienzos de la religión, la moral y la diferen-
ciación social, se halla relacionada con la muerte violenta del jefe y con la
transformación de la horda paterna en comunidad fraternal. Esto no es
sino una nueva hipótesis que agregar a las muchas construidas por los his-
toriadores de la Humanidad primitiva para intentar establecer las tinieblas
en la prehistoria…”
165
Ídem Pág. 296.
133

¿Qué es lo familiar que retorna? ¿La escena originaria


reprimida en el origen?
¿Mandato bíblico de no crear imágenes, ni adorarlas?
El lector tiene que estar atento a lo que no se dice en el texto,
ya que ello es lo más importante, están todos los indicios para ser
encontrado.
Ese origen perdido, que no cesa de repetirse en el retornar y,
en tal acto, cada generación promueve la novedad en el antiguo
acto, ofreciendo el goce a los antiguos y oscuros dioses. Y, nueva-
mente, la sangre en sacro - oficio, derramada por los sacerdotes de
ideas que claman por la carne humana.
¿Qué funciona como hipnosis en la masa para que los que
la integran entreguen su voluntad? Sólo se trata de pertenecer…
Un alma disuelta en el alma colectiva de la masa.
La pulsión sexual y la de muerte se ligan a la pulsión escópica
e invocante. Freud referencia a Moisés y la escena del monte Si-
naí, imantado en divinidad, su poder se torna insoportable (maná)
para el hombre común; no puede ser mirado y su palabra es de
vida o muerte.
Moisés desciende con las tablas de la Ley, y ya no es un hom-
bre (la imagen de un hombre), ahora representa en la Letra (sim-
bólico) a la Ley de la divinidad (real). Desciende a cumplir una
función, la de un padre, intercepta el goce (del becerro de oro) y,
a la vez, dona en la Ley el amor simbólico.
El ideal surge como efecto de la represión y lo reprimido que
retorna en estructura psíquica: Súper Yo. En Freud, como man-
dato de la Ley incorporada; en J. Lacan, como mandato de goce;
esa parte de la pulsión que lo constituye desde lo inconsciente, lo
pulsa y le exige por fin el placer.
¿Por fin el placer <> goce en la masa?
Insistiendo en la repitencia: El problema del “objeto” (interno
/ externo) en el lazo identificación / proyección (extimidad del
ideal), ligado a la pulsión sexual, y de muerte, ambas coartadas en
su fin para tornar la relación libidinal en un lazo afectivo tierno,
el cual no siempre tiene éxito de ser tierno y sin fin sexual orgá-
nico, se da a ver de modo ejemplar para Freud en las dos grandes
masas artificiales: El ejército y la Iglesia (aunque estén destinadas
a fracasar).
134

Todo modelo institucional social fracasa ante la pulsión.


“En las grandes masas artificiales, la Iglesia y el Ejército, no
existe lugar alguno para la mujer como objeto sexual (…) Parece
indiscutible que el amor homosexual se adapta mejor a los lazos
colectivos…”166
Freud hace una referencia sesgada, desconociendo los lazos
establecidos en contextos griegos y espartanos por los integrantes
del ejército, así como lo sucedido en la Iglesia en todo el Medioe-
vo (de manera explícita) y, más sesgado, en la modernidad, hasta
ser reconocidas públicamente ciertas prácticas de los hombres de
la Iglesia (que la estructuran) en la actual posmodernidad.
Esa igualdad que lleva al amor en su narcisismo a la igualdad
biológica.
Al final de su ensayo, Freud establece una serie de relaciones
entre enamoramiento, hipnosis y formación colectiva, recordando
sus postulados de la filogénesis, enlazando las tendencias coarta-
das en su fin en la organización psíquica y corporal de la libido
y sus relaciones de objeto, y explicando así, de dónde extrae su
energía la instancia psíquica del ideal del yo.
Separa, de esta serie, a la neurosis, aunque le hace compartir
características con el amor, la hipnosis y las formaciones de com-
promiso: “La neurosis posee un contenido muy rico, pues entraña
todas las relaciones posibles entre el yo y el objeto, tanto aquellas
en las que el objeto es conservado como aquellas en las que es
abandonado o erigido en el yo, y por otro lado, las relaciones
emanadas de conflictos entre el yo y el ideal del yo.”167 Y deja
abierta la pregunta sobre la neurosis, al concluir su ensayo sobre
la psicología de las masas y el análisis del yo.
Un silencio para que las letras dancen en interrogación hacia
el lector.

166
Ídem. Pág. 2608.
167
Ídem. Pág. 2610.
135

Consideraciones
Buscar el origen de lo social desde lo social es una tautología
que produce una fenomenología espejada, la que genera un cierto
efecto de fascinación que es curioso y a la vez inútil.
Indagar acerca de la causalidad de lo social nos compromete
con lo sexual y con el intento de hacer lazo social tras la insisten-
cia pulsional de vivir en Eros (amor – deseo – pasión exaltada) y
la igual insistencia pulsional de vivir en Thanatos (desamor - odio;
asesinato / suicidio), dialéctica que lo social occidental europeo
tenso entre la construcción (modernidad) y la deconstrucción
(posmodernidad), de una razón racional de ser, produciendo ideas
que mudaron a ideologías, sosteniendo siempre como principio la
afirmación de uno de los opuestos (principios) en juego (lógica bi-
naria), pero si postulamos que esos opuestos (principios) son solo
una ilusión para velar el vacío, entonces la dicotomía se diluye y
podríamos ingresar a una lógica metafórica en donde el vacío es
el centro, entonces el juego de la existencia se pone en acción en
lo que se desplaza (como significante) para trasladarse desde una
“transposición”, eso (en ello) que en sustitución viene a ocupar
un lugar vacío desde la ausencia de un objeto “real”, con el valor
que le otorga el fantasma (imagen) el que busca afirmarse en la
palabra (anhela un cuerpo simbólico), palabra que en cada letra
anuda ese “tejido” (texto) social, el que cubre al sujeto y se “esti-
ra” en amparo, por el solo hecho de que esta agujereado.
Discurso que discurre en las turbulentas aguas de lo social.
La verdad es de lo que nadie quiere saber, antigua Parresia
que camina descalza en las arenas del desierto, ante la ideología
empoderada de hegemonía en festejo sonríe la retorica y en la
corte del poder danza embriagada y frenética la adulación. Nueva
oratoria que en soberbia desconoce las antiguas leyes.
Y el lector ante esta encrucijada de camino; ¿cuál ha de se-
guir?
¿Parresia?, ¿Retorica?, ¿Adulación?
136

El horror de tener de enemigo a un muerto


Dicen los antiguos que así como la “sangre” de Abel clamo
por justicia, igual sucede con la sangre de los que son ajusticiados
por hordas o por las intrigas de poder, cuando la violencia singu-
lar o grupal le quita la vida a quien desea vivir, su sangre clama y
su alma no descansa en paz.
El alma que pena en la desolación por la abominación de
aquellos que ejercieron violencia pensando que el poder de los
hombres o el anonimato social los protegía ahora en sus sueños
una sombra cubre sus ojos y desvela su espíritu.
Ante esa realidad que no es de este mundo, nadie puede escon-
der el rostro, ante la mirada de la verdad todos tendrán su juicio.
Un rostro sin carne es el futuro que a todos espera.
El crimen rompe el sello de una ancestral maldición y todos
los que ejercieron violencia y en intriga asesinaron al débil deben
responder por sus actos, no solo ellos sino los que se vinculan con
su sangre, de esta manera sus descendientes adquieren una deuda
de sangre que pagarán generación tras generación.
Para los antiguos la muerte es tan sagrada como la vida y
sobre ella rigen leyes que el hombre actual prefiere ignorar, negar,
rechazar, al declararse ajeno a lo sagrado, como si tal cosa pudiera
ser posible.
En este suspiro que es el tiempo, los que en vanidad creen te-
ner el poder y con soberbia apoderarse del destino de sus semejan-
tes, la ordalía de las antiguas leyes será su lecho y en el perecerán
en angustias.
Sus ojos serán el valle de las sombras, de sus almas emanara
el hedor de la podredumbre y ese aroma siniestro hará que la
Erinias puedan seguir sus pasos y los pasos de sus descendientes.
Dicen los antiguos que en la sangre esta el latido de la divini-
dad, es un suspiro que en susurro dice la silenciosa verdad, los hom-
bres ante su cotidiano tormento no la pueden escuchar, pero en el
silencio de la muerte es un grito que parte la tierra y abre los cielos.
Y esa sangre que injustamente fue derramada no cesa en su
clamor hasta que la divina justicia le dé consuelo.
Los que sonríen con ironía y desprecio no deben olvidar el
misterio de sus nombres y que las antiguas letras de fuego le pue-
den quitar su aliento.
137

El poeta nos enseño que entre la tierra y el cielo hay más co-
sas de las que un hombre puede comprender.
La vida guarda sus misterios así como la muerte y es de incau-
tos desafiar ese orden sagrado tan antiguo como el tiempo.

En espera…
En la sombra de los misterios el silencio de la espera,
Cristal al sol los velos del tiempo,
Transparencia la de una mirada de amor.

Ante el devenir, la inquietud de un beso desnudo,


Temblor niño que llora ante la tormenta,
Los rayos verdes del bosque destellan en tu corazón.

Camina ella con su alma de loba y luna,


Camina hacia el antiguo roble, aquel que con sangre los hombres
nutrían,
Sus raíces las estrellas del antiguo cielo.

Runas y flores adornan su cabello,


Princesa que retorna a su hogar tras el silencio de los siglos,
En aguas clara los ojos del que ensueña, él todo lo vuelve a ver.

La sombra que proyecta una muerte


En la antigüedad la horda asesina mata para devorar el ca-
dáver o parte de él, para incorporar su carne y digerir la muerte,
transmutando las pasiones que desataron el asesinato. Luego es
necesario un ritual de purificación y ofrendas al muerto para que
no retorne su espíritu por venganza, y a través del ritual el espíritu
del muerto pasa a ser parte de la vida de los que acometieron con-
tra él, ya sea en acto, en pensamiento, en intención o en silencio
y callada colaboración, ya que hay una consciencia de que los
implicados desearon su muerte.
En el deseo ya está el acto consumado para los pueblos anti-
guos y el que desea una muerte tiene que hacerse responsable de
tal deseo.
138

No hay anonimato, no hay donde ocultarse ante el espíritu de


un muerto, ni ante las potestades que rigen el orden sobrenatural
de la vida.
En muchas culturas no hay como evitar la justicia divina, en-
tre los griegos las Erinias no descansan hasta dar justicia al alma
que la reclama.
Los que acometieron para cortar el hilo de una vida quedan
impuros ante la comunidad y su nombre es Tabú, así como su ape-
llido, lo que implica que las generaciones que surjan de su sangre
portaran un mal designio para ellos mismos y para todos los que
lo rodeen.
El hombre posmoderno descree del orden sagrado, hasta la
religión descree al tornarse una institución política subvertida al
poder y sus ideologías.
El orden sagrado en la antigüedad implicaba la intervención
de la divinidad sobre la vida y la muerte, lo divino es la fuente de
los misterios de la vida y la muerte.
El hombre podía intervenir sobre ellos a través de una comu-
nión con la divinidad, en común unión, en participación y en ordalía.
Para ciertos pueblos originarios la muerte es una “hermanita”
que nos acompaña cuya sombra está a dos metros a la derecha, la
cual solo pueden ver los hombres y mujeres medicinales y al verla
pueden saber si ella avanza para cubrir todo el cuerpo o está dis-
puesta a retirar sus pasos. Un hombre la puede llamar y ella se va
acercándose para corresponder el deseo de ser abrazado por ella.
Pero muy diferente es que la violenten al arrebatar el aliento de
una vida, porque la furia de la muerte perseguirá a los que rom-
pieron su ley, y no persigue solo a uno, sino a la sangre, es decir, a
los descendientes y lo hace por generaciones.
La figura del enlazador de mundos representa para el pueblo
azteca aquel que puede caminar con la muerte, el que puede desli-
zarse en esa línea del tiempo en donde el presente se diluye y hace
confluir en el futuro a los tiempos antiguos.
La rigurosidad o la flexibilidad de las fronteras temporales
esta resguardada por la muerte en la mitología griega; Las Morías
y por su hermano mensajero el sueño; Morfeo, hijo de Hipnos y
Nix. En la mitología romana: Las Parcas, en la mitología nórdica;
Las Normas.
139

Se necesita una iniciación para acceder al silencio en sabidu-


ría de la muerte, nadie sabe lo que ella enseña cuando escucha
los últimos suspiros y en secreto se lleva las últimas palabras, ese
último aliento de vida.
Sus alas al extenderse provocan una sombra que produce
angustia en los humanos porque oprime el pecho y impide la
respiración. Es semejante a cuando la Esfinge se posa sobre el
pecho de un varón para realizar su pregunta en demanda de
amor.
Sus ojos no pestañean y al mirar nadie sabe qué es lo que
reflejan, algunos sospechan que la vida misma que se ha de llevar.
Los varones de la divina letra aseguran que ella los llevara
a un banquete con las Huríes, hacía el jardín de su intimidad.
Paraíso de doncellas vírgenes de grandes ojos, las que portan en
su mirada más resplandor que todo el oro del mundo. Y las mu-
jeres tendrían sirvientes sobrenaturales que las complacerían en el
goce, el goce que el varón no pudo, ni supo ofrecer.
Los varones nórdicos tatuaban su cuerpo con runas ante la
batalla, porque anhelaban el abrazo de las Valkirias, deseaban re-
cibir el Valhala en cada uno de sus besos.
Recibir la muerte buscando un destino en el morir, antiguas
mitologías que habitaban al hombre y a su hacer.
En la posmodernidad lo sagrado ha sido desconstruido desde
el lenguaje y la sexualidad y cierta filosofía existencial ofreció la
nausea como condición de vida, allí donde la sombra de la muerte
transmuta en lecho de la vida cotidiana.
La muerte guarda el secreto del goce y cuando la pasión en su
desmesura de amor o de odio busca a la muerte, está convocando
a un goce que no es de este mundo, anqué algunos iniciados lo
pueden hacer participar de este mundo.
Lleva toda una vida descubrir estos misterios, los que ante
ojos profanos no pueden ser revelados.
Misterios que ante los incautos produce risas, sarcasmos e
ironía, aumentando la soberbia de su ignorancia.
Misterio es esa pequeña muerte que es el goce, un momento
de éxtasis, si hay pasión en amor, reducido al placer en un varón
y abierto a lo inconmensurable en una mujer. De ello he de callar
por temor a revelar el secreto de Hera.
140

Solo realizaré una advertencia a los varones de la posmoder-


nidad: “Si un varón ofrece el goce a una doncella despertando su
pasión y amor, debe estar dispuesto a morir”.
Quizás por este antiguo saber en secreto de la femineidad, es
que las doncellas protegen a los actuales varones y deciden ya no
amar apasionadamente.

La Peste
No se trata del psicoanálisis como peste, idea peregrina de
Freud al llegar al nuevo continente desde la agotada Europa. El
psicoanálisis portaba el deseo de la cura, si bien el maestro francés
dice que lo importante es acompañar y aliviar en referencia a la
función de un analista.
La peste en muchas épocas danzo en el aire y por el aire se
transmitió.
Tiempos en que el pensamiento y las ideas llamaban a la
muerte, ella escucho; antigüedad, medioevo, modernidad, posmo-
dernidad.
Dicen algunos cabalistas que en el momento que un amor
acontece en el cuerpo o en el alma, un demonio es engendrado.
La cultura griega poseía un dios (para Platón solo era un dai-
mon) a Eros y su hermano gemelo Anteros, el amor y su sombra;
el desamor, uno no podía estar sin el otro y cuando el amor des-
cansaba el desamor trabajaba en forma de celos, envidia, intriga,
porque anhelaba destruir lo que su hermano había conquistado.
Cuando una pasión se torna una idea, esta puede devastar
como la peste, la historia nos muestra la muerte, persecución y
tortura en la Inquisición, pero también en otras épocas.
La Inquisición no es un hecho histórico, es una modalidad
existencial que tiene la figura del Uróboro, circular en su eterno
retorno.
Al exigir en celo el amor único, la idea mudada en ideología
se torna cruel y tiránica. Al reclamar la hegemonía en exclusividad
destruirá todo lo que no la reconozca o amenace, y todos están
expuestos al aire de ese pensamiento, el que de forma contagiosa
se extiende y hace que los cuerpos ingresen a un éxtasis mortuorio
de conciencia y su razón encuentra extraños y temibles sueños,
141

en donde la verdad única silencia lo que se le opone, exigencia de


sometimiento que promete eternidad.
Se pide pleitesía por el valor de una gota de sangre y es cuan-
do sin saber, en una gota de saliva el pacto se realiza.
Y Mefistófeles sonríe con su nueva mascara veneciana.

Ensayo sobre el Tratado de la Historia de las religiones


Mircea Eliade, en su Tratado de Historia de las religiones,168
nos ofrece una experiencia de lectura asombrosa; las letras mudan
en templo y su maná exhala un espíritu antiguo, uno propio de
la divinidad, pero, a la vez, son profanas, son académicas, son de
divulgación vulgar; entonces, la experiencia vivencial dependerá
de la singularidad de cada lector.
Mircea Eliade (1907-1986, Estados Unidos - Chicago, de
familia de origen rumano): filósofo, historiador, estudioso de las
culturas y de las religiones comparadas, escritor (valorado por
su destacada novela: La noche de San Juan), erudito en múltiples
lenguas antiguas, perteneciente al Círculo de Eranos, (círculo de
eruditos). La cercanía con Carl G. Jung nos permite observar
influencias de ambos autores entre sí, en sus letras. Eliade sostie-
ne, como mito central, el cosmológico y entiende a la mitología
como una historia sagrada (una verdad revelada), por eso, es
tan importante una mitología comparada en donde establecer
relaciones y principios comunes. Desarrolla el postulado de que
la raíz de toda cultura es la religión. Preocupado por la desacra-
lización de la cultura y el pragmatismo material de la posmoder-
nidad, busca, en la fenomenología de la existencia, la epifanía de
la divinidad.

Nos dice Dumézil, en el prólogo del texto, que lo que re-liga


en la religión está en la fuerza de una divinidad y que ésta puede
tomar diferentes formas o configuraciones. ¿Será la misma poten-
cia a la que cada grupo étnico le otorga su forma, o son diferen-
tes potencias divinas? “…las religiones no eran sino las diversas

168
Mircea Eliade. (1974). Tratado de Historia de las religiones. Tomo I. Edi-
ciones Cristiandad. Madrid.
142

configuraciones del maná: fuerza mística dispersa, sin contorno


propio (…) indefinible…”169
La primera distinción es académica: “En una palabra, la in-
vestigación se coloca hoy bajo el signo del logos y no bajo el del
maná.”170
Más allá de Mircea, el logos tiene su maná, su potencia, su
fuerza y, si remite a lo sagrado, lo participa; se “contagia de su
misterio” y puede producir sucesos asombrosos. En cada letra,
una lámpara de aceite ¿Quién tiene el fuego para encenderlas?
¿Quién porta en la mirada la chispa del entendimiento? ¿Quién se
agita con la divina voluntad indomable del anhelo de saber?
Ante cada lector, la llave del cofre que contiene el tesoro de
los significantes.
Mircea Eliade hace su propio prólogo como profesor de His-
toria de las Religiones de la Universidad de Chicago: “El presente
trabajo tiene por objeto un doble problema: 1) ¿Qué es la religión?
2) ¿En qué medida puede hablarse de historia de las religiones?”171
Su intención de escritura es explicativa, narrativa, secuencial, di-
gamos metonímica, ir deslizándose de tema en tema y dar cuenta
de diferencias y semejanzas, llegando a la analogía, pero la metá-
fora lo está aguardando porque su objeto de estudio está ausente
y es lo que verdaderamente se desliza en lo que se sustituye, en ese
intento de transposición imposible de ser revelado.
El tema por abordar abre la puerta a lo sagrado y, en ello, a
todos los misterios por advenir.
Mircea Eliade trabaja desde la etimología de lo sagrado en su
manifestación, es decir: la hierofanía.
La divinidad, como la verdad, ama ocultarse, pero sin dejar
de darse a conocer, y es allí donde habita la manifestación de lo
que ha de acontecer. Es el lugar de lo extraordinario, la ruptura
con el orden natural o la revelación y, en su cimiento, se halla lo
sobrenatural, fuerza imperante que todo lo hace posible.
Para Mircea Eliade, el rito permite el movimiento, pero el
símbolo cifra la divinidad: “La diferencia entre el nivel de un sím-

169
Ídem. Pág. 9.
170
Ídem. Pág. 9.
171
Ídem. Pág. 18.
143

bolo, por ejemplo, y el de un rito es de tal naturaleza que jamás


podrá el rito revelar todo lo que el símbolo revela.”172
La manifestación de lo divino, en la cosmovisión de los pue-
blos antiguos, era parte de la vida cotidiana; la epifanía podía
acontecer en cualquier momento porque los dioses caminaban
entre los hombres. Y las fuerzas de la naturaleza eran divinas y
las potencias del cielo daban cuenta de ese poder al caer un rayo
o al manifestar un arco iris. Todo lo que se ligaba a la vida y a la
muerte era una manifestación de lo divino y también todo lo que
ligaba al devenir; todo era posible de mutación y transformación,
porque se trataba de un cambio de forma. La realidad era una
danza de la energía en constante fluir, y la vida continuaba des-
pués de desprenderse de la envoltura material. De esta manera, el
espíritu de los muertos y de todo tipo de entendidas compartía la
existencia con el latir del corazón humano.
Las diferentes culturas, en su construcción histórica, encon-
traron una manera de ofrecer un recipiente, un receptáculo a esa
energía y utilizarla en forma de símbolos. Ese recipiente, en un
principio, fueron las letras y su origen fue divino; era el soplo
sobrenatural que constituía los alfabetos sagrados, tornando el
escribir y el hablar en un acto de hierofanía, de manifestación de
lo sobrenatural en participación con el hombre.
El alma, contenida en las letras, permitía exhalar el aliento de
vida<>muerte, recordando lo que no se puede olvidar; juego de la
evocación <> invocación y, de esta manera, el hombre participan-
do de su fuerza, cuanto más cerca de la divinidad, mayor maná
por compartir.
La palabra crea un tiempo y espacio sagrado, y el que la porta
también se torna sagrado; hace participar a otros de una fuerza
y voluntad sobrenatural, arrebatando el alma en la pasión y el
éxtasis.
Como maestro de la ironía, el hombre de los cigarros curvos
expresó que el inconsciente era divino. Pasaje de la antigua sacra-
lidad de lo divino a un campo posmoderno agnóstico.
Las formas naturales manifiestan la hierofanía en su “per-
fección”; el hombre participa, pero su hacer es imperfecto y esto

172
Ídem. Pág. 32.
144

lo ubica en condición de “criatura”; el hombre puede emular la


divinidad o recibir el favor de ésta y realizar, en diferentes mani-
festaciones de su vida, un acto de perfección, pero por sí solo, tal
hecho no le está permitido. Es un desafío y una ofensa a los dioses
el querer suplantarlos.
Acto que el hombre realiza en la modernidad, lo que le hace
decir a Friedrich Nietzsche: “Dios ha muerto” (en el hombre, para
el hombre de su época).
El hombre antiguo se acercaba a la divinidad con humildad,
elaborando una forma imperfecta de la perfección, una que en su
vacío la contenga, quizás la metáfora.
Esa doncella, que por el delicado peso de su caminar, deja
suaves huellas.
Las deja para que, en ellas, el viento dance en remolinos de
brisas.
Ansiado su habitar.
Ella que no es de este mundo y que, al participar de él, lo
fecunda.

Mircea Eliade, así como Freud, trabaja la ambivalencia afec-


tiva que despierta lo sagrado y, por lo tanto, los objetos que par-
ticipan de tal hecho, tornándose tabú.173
En la concepción antigua, la enfermedad y la muerte son par-
te de la ruptura de las fuerzas naturales y, por lo tanto, implican

173
Ídem. Paginás.38 - 39 “La ambivalencia de lo sagrado no es sólo de orden
psicológico (en la medida que atrae o repele), sino también de orden axio-
lógico; lo sagrado es a un mismo tiempo “sagrado” y “maculado” (…) No
puede uno acercarse impunemente a un objeto maculado o consagrado
cuando se está en condición profana, es decir, cuando no se está preparado
ritualmente. Lo que – con una palabra polinesia adoptada por los etnó-
logos – se llama tabú, precisamente esa condición de los objetos, de las
acciones o de las personas “aisladas” y “prohibidas” por el peligro que su
contacto lleva consigo. En general, es o se convierte en tabú todo objeto,
acción o persona que tenga en sí, en virtud de su propio modo de ser, o que
adquiera por una ruptura de nivel ontológico, una fuerza de naturaleza
más o menos incierta (…) Otro término malgache es loza, que los dicciona-
rios definen en los siguientes términos: “Todo lo que es ajeno o contrario al
orden natural, un prodigio, una calamidad pública, una desgracia extraor-
dinaria, un pecado contra la ley natural, un incesto.”
145

una amenaza, un peligro, y la comunidad tiene que alejarlos o


separarse de ellos. La energía que desprende un cuerpo enfermo
o un cuerpo muerto puede afectar a los que se encuentran a su
derredor, y esta idea de “contagio” se extiende también al campo
psíquico.
Para ingresar a un espacio sagrado se necesita de un ritual174
que permita consagrarlo; es un acto que abre un círculo temporal
actualizando, en el presente, al pasado y al futuro; es un agujero
en el tiempo, a la vez que un vacío en el espacio.
El hombre antiguo tenía “conciencia” de tal acto; sabía cómo
realizarlo y la implicancia de sus efectos, y esto permitía mantener
un equilibrio entre la naturaleza y lo sobrenatural que habita en
lo natural. Esa convivencia debía estar en armonía para que la
existencia de todo ser sea posible.
Su concepción era holística, “animista mágica” y, en ella, sa-
grada.
Si se rompía el equilibrio del mundo ontológico, humano,
espiritual, una forma de restaurarlo era el sacrificio, retornar al
sacro - oficio, ofreciendo el espíritu, la materia en que habitaba
el alma en el hombre: su sangre. La sangre era la materialización
de la existencia y los seres estaban vivos por su latir; regalo de
los dioses y, en ella, el eco de los ancestros, la voz en susurros del
tiempo y los secretos de la divinidad.
Cuando la sangre buscaba un espacio por fuera del cuerpo,
tal acto implicaba lo sagrado, y el hombre temía que la vida mude
a muerte.
Nos encontramos, en el texto de Mircea Eliade, con otro
principio ordenador del mundo antiguo trabajado por Freud: “El
maná es para los melanesios la fuerza misteriosa y activa que po-
seen ciertos individuos y generalmente las almas de los muertos y
todos los espíritus (…) El acto grandioso de la creación cósmica
no ha sido posible más que por el maná de la divinidad (…) Pero
los objetos y los hombres tienen maná porque lo han recibido de
ciertos seres superiores, dicho de otro modo: porque participan

174
Ídem. Pág. 57 “El rito coincide con su “arquetipo” por la repetición; el
tiempo profano queda abolido, Asistimos, por decirlo así, al mismo acto
que se realizó in ello tempore, en el momento de la aurora cosmogónica.”
146

místicamente de lo sagrado y en la medida en que participan.”175


Los que participan se pueden ligar a lo sagrado; los que no
participan, por voluntad o por desconocimiento, no pueden rela-
cionarse con lo sagrado; el mediador es el ritual, lo que implica un
“saber hacer”, un oficio sacrificador y de ofrenda para inaugurar
una iniciación.
El lector puede pensarse en su existencia, a la vez que pensar
la modernidad y los tiempos actuales de la posmodernidad.
Esta energía o maná adquiere otros nombres en otras cultu-
ras, pero el principio es el mismo: “Los sioux llaman a esta fuerza
wakan; circula por el cosmos entero, pero no se manifiesta más
que en los fenómenos extraordinarios.”176
Pensemos el amor y el deseo como fuerzas que producen fe-
nómenos extraordinarios y que su ausencia torna extremadamen-
te ordinaria la vida de un sujeto.
La fuerza de una Idea, el principio de la realidad psíquica en
Freud, el deseo y el amor actuando sin desligar al sujeto de su per-
cepción consciencia para reconocer el mundo exterior. El amor y el
deseo constituyen al sujeto desde su mundo interior, hacen posible
toda realización y en su acto desprenden una energía que puede
crear, inventar y establecer lazos de unidad, pero, a la vez, el des-
pliegue de la energía del odio, puede hacer exactamente lo opuesto.
El campo ontológico era esencial en la antigüedad (su rever-
so es el deconstructivismo de la posmodernidad, o destrucción
de la ontología) para concebir la idea de esa fuerza sobrenatural
que liga todos los mundos posibles: “Lo que está dotado de maná
existe en el plano ontológico y, por consiguiente, es eficaz, fecun-
do, fértil. Por tanto, no puede afirmarse la ‘impersonalidad’ del
maná, porque esta noción carece de sentido en el horizonte men-
tal arcaico. Además, no aparece en ninguna parte el maná hipos-
tasiado, separado de los objetos, de los acontecimientos cósmicos,
de los seres o de los hombres.”177
Para entender epistémicamente el mundo antiguo hay que in-
gresar el juego dialéctico de los opuestos a una lógica holística

175
Ídem. Pág. 43.
176
Ídem. Pág. 45.
177
Ídem. Pág. 47.
147

animada, es decir, trenzada en el “animismo mágico”. Hay que


ubicarse en la posibilidad de la vivencia de una epifanía, de una
experiencia divina o sobrenatural.
Para ingresar al mundo antiguo hay que poder ensoñar,
y retomar a la realidad de los sueños (realización de deseo)
con todo el valor y poder con que lo toma el psicoanálisis, no
sólo en el gnosticismo de la interpretación, sino en la acción
existencial ligada a una interrelación con la naturaleza y sus
manifestaciones.
Para ingresar a este mundo antiguo se necesita seguir los ac-
tos ejemplares descriptos en las historias de la creación: “Ahora
bien, todas las acciones que el primitivo ejecuta, suponen un mo-
delo trascendente; por eso sus acciones sólo son eficaces en la me-
dida en que son reales, ejemplares. La acción es al mismo tiempo
una ceremonia (en la medida en que introduce al hombre en una
zona sagrada) y una inserción en lo real.”178
Al decir de Freud: En el hombre primitivo primero es la ac-
ción. Pero debemos entender de qué se trata esa acción, porque el
hablar es una acción que pone en acto una consecuencia, ligada a
la vida / sexualidad y a la muerte.
El hablar es una acción que crea realidades.
El hablar es retomar las huellas dejadas por los dioses (Le-
tras) y, al ubicar el pie humano (la lengua) en la huella de la divi-
nidad (Letras), de esta manera, el hombre participa de su energía
y tal hecho desencadena consecuencias extraordinarias.
Es el poder mágico de las palabras que hace decir a Freud en
Tótem y Tabú que, a través de ellas, curamos o enfermamos.
Lo que re-liga es la metáfora, en su dinámica metonímica,
de esta manera: “Las creencias en el maná, el orenda, el wakan,
etc., el animismo, el totemismo, la devoción a los espíritus de los
muertos y a las divinidades locales colocan al hombre en una po-
sición religiosa distinta de la que tenía frente al ser supremo celes-
te. Hasta la estructura de la experiencia religiosa cambia (…) La
sustitución indica el triunfo de las formas dinámicas, dramáticas,
ricas en valencias míticas…”179

178
Ídem. Pág. 59.
179
Ídem. Pág. 80.
148

“La sustitución indica el triunfo de las formas dinámicas”,


sustitución y traslación a partir del movimiento en deslizamiento,
siendo, de esta manera, la metáfora en metonimia, el corazón de
la holística animista.
La polisemia divina es un rizoma en donde la metáfora pro-
duce una ruptura asignificante, al cambiar de territorio y pasando
de una divinidad a otra. En el monoteísmo es una metáfora en
objeto ausente que hace girar todo el movimiento de lo terreno y
lo divino. Es una metáfora que cubre su velo de misterio y hace de
la belleza su agalma.
Y brillan los ojos de la divinidad ante la doncella elegida.
Es la doncella de Sion que, por su brillo, se sabe que está por
recibir la anunciación.
Es la Talita cumi que perece ante la ausencia del amor y retor-
na a la vida por un beso. Ante ella, dos palabras arameas: “Niña,
a ti te lo digo: levántate”. Es la escena de la bella durmiente a la
que le llegó la hora de su despertar.

Una palabra que la invoque y la nombre.


Una palabra que la sostenga en su sopor.
Un suspiro de letra que la rescate de su sueño eterno.

Más de cien años de durmiente belleza.


Más de mil años de olvido.
Y todo en un instante de eterna epifanía.

La posmodernidad no despertó a la niña en su gloria; le otor-


go el olvido y un sueño eterno en el desamor; la ignoró al desco-
nocerla y le ofreció el odio en alimento de pasión.
Pero, a pesar de la posmodernidad, la epifanía sigue aconte-
ciendo, sólo es suficiente la existencia de un hombre antiguo sobre
la tierra, y la epifanía será el latido del cielo y la tierra, del viento
y las aguas, del fuego y los metales, de las raíces de lo eterno en
lo cotidiano. Sólo se necesitan letras invocadas por un hombre
antiguo para que le recuerden a ella lo que una vez se le anunció:
“Niña, a ti te lo digo: levántate”.
Mircea Eliade trabaja en el texto sobre los dioses uránicos,
los dioses creadores, recorriendo los mitos y su cosmología ¿Por
149

qué crean los dioses? ¿Para quién? ¿Para qué? … Una serie de pre-
guntas que de la multiplicidad pasa a la unidad en el monoteísmo,
y las respuestas son el sistema que religa (religión) a las diferentes
culturas en su humanidad.
Una pregunta que no deja de ser una demanda de amor; el
hombre, un niño ante el dios o diosa creadora, en la intemperie
de un tiempo limitado por la muerte, en el desamparo de una
existencia, en peligro por la fuerza y abuso de los semejantes, en
fragilidad ante el azar y las enfermedades, en la soledad de una
libertad simulada al tener que entregar la fuerza de su poder (pul-
sión) a la sociedad para pertenecer a ella y ser reconocido en lo
que acumula, creyendo que su ser es el tener, trasmutando la epi-
fanía a divina propiedad.
En la desolación del encuentro con el otro, en la náusea exis-
tencial de la posmodernidad, en el deliro en errancia de un sueño
ofertado en el mercado, en un capital de objetos inútiles, en el
espacio vacío de una esperanza cercada en alambres, de allí se
espera que emerja algo que no se parezca a lo existente.
La analogía en metáfora nos permite pensar una referencia de
exégesis bíblica, la que puede ser la figura del arcángel de cuatro
rostros: Águila, toro, león y hombre. Implica una condensación
que cifra un misterio. En muchas religiones, el toro es la figura en
que se representa una divinidad fecundadora, así como el viento
(águila) pero, para tal hecho, debe luchar (león), y la creación está
ligada siempre a la palabra (hombre), en el hombre la potencia y
la posibilidad divina.
El águila, en analogía, representa la posibilidad de volar y
tener visión; implica poder desprenderse de la tierra y dejarse
llevar por las corrientes de viento jugando con ellas como las
olas en el mar.
En muchas culturas, aún permanece este substrato. La hu-
manidad resiste esa chispa divina que manifestarse no puede.
Las sombras de la codicia y de la barbarie tecnificada devoran
el alma y crean una nueva sombra, la que carece de alma. El
hombre actual es una sombra capturada por el espejo de la
vanidad.
150

En la protohistoria,180 desde el politeísmo se ofrecía en el ori-


gen cosmológico el incesto como principio, volviéndose un dios
creado por una diosa principal, y tornándose el toro de su madre.
Cuernos de toros, en analogía con la luna, símbolo de una
luna llena en su interior; lo masculino que contiene por destino a
lo femenino, pero ¿es su potencia dirigida a la madre, y ella retor-
nando su producto en su hijo? ¿Protohistoria que se hace presente
en la posmodernidad?
Es una protohistoria que difiere de la relatada por Darwin
y retomada por Freud en Tótem y Tabú. En la protohistoria re-
latada por Mircea Eliade, a partir de los mitos cosmológicos de
diferentes culturas, la madre toma a uno de sus hijos para sí y, a
través de él, es fecundada.181
Se sacrifica lo que representa al dios; se sacrifica el toro, el
caballo, el carnero… (en India no se puede sacrificar a la divina
vaca). En la protohistoria, es un dios hijo, y su sangre, en analogía,
fecunda a la madre tierra.
El hombre se identifica con la divinidad y proyecta en ella sus
posibilidades, acción mediatizada por el ritual.
De esta manera, se reemplaza la teofanía por la hierofanía
desde una antropofanía. Se trata de ubicar el centro de interés en
el hombre y su relación con la divinidad, y no en la divinidad en
sí y su manifestación.
Recordemos que los eruditos de los Siglos XIX, XX y XXI,
ligados a la academia, para poder ser aceptados y conservar sus
cargos de grandes pensadores, han debido cumplir un requisito

180
Ídem. Pág. 120. “Vemos, pues, que ese conjunto cielo lluvioso-toro-gran
diosa constituía uno de los elementos de unidad de todas las religiones
protohistóricas del área euroafroasiática. Indudablemente, aquí se acentúa
la función genésico-agraria del dios tauromorfo de la atmósfera. Lo que
ante todo se venera en Min, Ba’al, Hadap, Teshup y otros dioses taurinos
del rayo, esposos de la gran diosa, no es su carácter celeste, sino sus posi-
bilidades fecundadoras. Su sacralidad deriva de la hierogamia con la gran
madre agraria. Su estructura celeste se valora por su función genésica. El
cielo es, ante todo, la región donde “muge” el trueno, donde se forman las
nubes y se decide la fertilidad de los campos, es decir, la región que asegura
la continuidad de la vida sobre la tierra.”
181
Ídem. Pág. 122. “Todo lo que está en relación con la fecundidad pertenece,
en forma más o menos directa, al amplio círculo luna-aguas-mujer-tierra.”
151

implícito: ser gnósticos. Son eruditos, pero no sabios; transmiten


desde una narrativa explicativa, enumerativa, secuencial, desde un
discurso metonímico, y no desde la poética (metáfora), en bús-
queda de un acto creador, es decir, no recurren a la poiesis como
tejné, como arte hermenéutica, exegética y heurística. Suelen ser
kantianos en cuanto que describen los fenómenos afirmando que
es imposible conocer las causas, y este postulado los libera de
indagar acerca de los misterios (al estar ajenos a la poética, están
ajenos a los misterios de la femineidad).
En la escritura, se halla el secreto de la transmisión. Dar lugar
a la metáfora es posibilitar tanto la teofanía como la hierofanía.
Hay un misterio y un enigma que se enuncia en la enunciación
metafórica y, de esta manera, la metáfora adquiere el agalma ne-
cesaria, el brillo que la hace luminosa y que convoca a los astros
en su histórica y antropológica divinidad.
Las antiguas divinidades celestes: el sol, la luna, las estrellas,
danzan en la noche de los tiempos y bailan en su derredor druidas,
egipcios, mayas, aztecas, incas, nórdicos, árabes, indios…se toca
el tambor, se bebe hasta el éxtasis en la circular danza, la que los
hace hermanos, y los dioses y diosas se hacen presentes para par-
ticipar del divino festejo.
La antigua y eterna algarabía por la vida es la teofanía, la hie-
rofanía, en donde unos y otros mezclan sus jugos en la existencia
que se dona. Quien ha de beber de la existencia del olvido tendrá
tiempo de pensar y de sopesar las palabras del destino, las que
aún no fueron pronunciadas, las que esperan por la balanza de la
verdad en la pluma de la justicia.
Recostado en la hierba, bajo el sol de primavera, sintiendo los
árboles crecer y dar sus frutos, cerrando los ojos para percibir
la brisa del tiempo que arrulla a las nubes del cielo, agitando el
aliento hasta el beso del olvido.
152

Morir y Renacer
Los astros más elegidos en la mitología de las diferentes cul-
turas, para encarnar la divinidad, son el sol182 y la luna183, a los
que se les otorgan distintos poderes. La luna hace fluir la energía
del cosmos en la naturaleza y en los procesos de cambios, la mu-
tación, la muerte y el nacimiento y renacimiento, poder que se
atribuye a su marea de sutil energía que impregna y mueve todos
los elementos de la naturaleza. Para algunas culturas, el hombre
porta en su ser mucho de la luna (psijé), así como del sol (nous) y
de la tierra (soma). Es la tierra que pisa la que reclama su cuerpo,
y el tiempo hace que el principio de gravedad lo atraiga más y más
a la tierra, hasta abrazarlo en silencio.
“Por eso para Plutarco (…) para quien el hombre está com-
puesto de cuerpo (soma), de alma (pyché) y de razón (nous), las
almas de los justos se purifican en la luna, mientras el cuerpo
vuelve a la tierra y la razón al sol.”184
Es Plutarco el que sostiene que el alma va a la luna en donde
residirá con sus sueños y recuerdos. Si es posible una transmigra-
ción de las almas, al retornar el alma para reencarnarse, cada una
se encuentra obligada a olvidar, pero todo no se puede olvidar y
ciertos sueños continúan y, de esta manera, atraviesan el tiempo y
se sueñan una y otra vez por las nuevas generaciones.
El hombre, a través de la historia, ha contemplado la luna
ensoñando sus sueños, anhelando su caricia y su olvido, sintiendo
cuándo decrece su forma, percibiendo la hoz y el filo de su corte,

182
Ídem. Pág. 183. “El héroe solar tiene además siempre una ‘zona oscura’: la
de sus relaciones con el mundo de los muertos, la iniciación, la fecundidad,
etc. El mito del héroe solar contiene asimismo elementos de la mística del
soberano o del demiurgo.”
183
Ídem. Pág. 188. El sol es siempre igual a sí mismo, no cambia, no tiene
‘devenir’. La luna, por el contrario, crece y decrece, desaparece, su vida está
sujeta a la ley universal del devenir, del nacimiento y de la muerte. La luna,
como el hombre, tiene una ‘historia’ patética, porque su decrepitud, como
la del hombre, desemboca en la muerte. Durante tres noches no hay luna
en el cielo estrellado. Pero a esta ‘muerte’ sigue un renacimiento: la ‘luna
nueva’. Esta desaparición de la luna en la oscuridad, en la ‘muerte’, no es
nunca definitiva”.
184
Ídem. Pág. 207.
153

anhelando el nacer bajo otra forma en otro tiempo, disfrutando


en algarabía el plenilunio de su vientre pleno en luz, esperando en
el silencio para que retorne después que juega a esconderse.
El hombre buscó la luz del sol y anheló entender, a la vez que
besó a la tierra y de su fruto se alimentó.
Ahora, el hombre citadino posmoderno no mira el cielo, no
sabe en qué ciclo de la luna transcurren sus días, no pisa descalzo
la tierra, no ama la verdad que se revela en la naturaleza, de la que
pende su propio ser. El hombre posmoderno, en su ignorancia,
odia lo que lo sostiene y lo mantiene con vida y, por tal hecho, su
destino es incierto.
La geometría sagrada se halla en la luna (y en lo femenino
que la representa), y ella es la que mide y reparte. En cuanto a
esta apreciación, los mitos griegos hacen un nudo en íntimo lazo
con las parcas (las repartidoras del destino); ellas hilvanan, tejen y
cortan, ciclo a ciclo; dictaminan todo lo que ha de ser engendrado
bajo su dominio y la tierra es la carne del hombre y todos deben
obedecer a su sagrada Ley. Es una Ley sagrada para las antiguas
culturas, y la actual posmodernidad desconoce dicha ley o la de-
safía o atenta contra ella, en la ignorancia de no poder reconocer
que tal acto de asesinato es un suicidio.
Los sonidos secretos de todas las cosas le pertenecen a la luna, su
mecer, su tormenta en torbellino, su desliz suave en marea o su monta-
ña de agua arrasadora; sonidos de las sirenas que aletean al jugar con
su cola de pez y los marineros, al verlas, ansían la perla de su vientre.
Los varones se ahogaron en el tiempo suspirando por su de-
venir, y los secretos siguen allí, en un altar de arrecife de coral, en
ofrendas de caracolas y nácar.
Sigue la espera de lo eterno, en el silencio del porvenir, y la luz
de los tiempos actuales torna la noche185 en devenir.
Y los varones y las doncellas se tornan sombras que deambu-
lan con el cuchillo del sacrificio en la mano, pero sin sacro oficio,
sin respeto por la sagrada ley de la naturaleza, ni la sagrada ley
de la palabra.

185
Ídem. Pág. 216. “Según la tradición india, la humanidad está hoy en el
Kaliyuga, es decir, en la ‘edad sombría’, época de confusiones y de total
decadencia espiritual, última etapa de un ciclo cósmico que se cierra.”
154

Y en las instituciones, el odio genera desde la locura, un goce


en el asesinato.
“…Integrar en su totalidad al hombre y al cosmos dentro
de un mismo ritmo divino. Tienen ante todo sentido mágico y
soteriológico; al apropiarse las virtudes latentes en las ‘letras’ y
en los ‘sonidos’, el hombre se inserta en ciertos centros de ener-
gía cósmica y realiza así una armonía perfecta entre el todo y él.
Las ‘letras’ y los ‘sonidos’ desempeñan el papel de imágenes que,
por meditación o por magia, abren el paso entre el hombre y los
distintos planos cósmicos. (…) La integración del hombre en el
cosmos no puede, evidentemente, realizarse más que si el hombre
logra armonizarse con los dos ritmos astrales, ‘unificando’ la luna
y el sol en su propio cuerpo pneumático.”186
El alfabeto (sagrado) hebreo ofrece una holística a través de
la ecuación simbólica: Letra = nota musical = número, en donde la
divinidad participa del mundo y, en su movimiento, lo crea, pos-
teriormente, desde una interpretación gnóstica de la rabínica he-
brea y, luego, desde la etapa post-cristiana, la divinidad es ubicada
fuera del mundo, división que crea un dualismo: materialismo #
espiritualismo, y la intromisión de una lógica binaria como modo
de comprensión, lo que resulta ser como el intento de cerrar el
puño de una mano para contener el agua de la mar.
Referencio en cuanto a lo que hace a Occidente, en este límite
y torpeza se desarrolla la modernidad, y lo que de ella se engendra
en mayor decadencia: la posmodernidad. Y de lo que de Europa
se despliega en las Américas, a fuerza de plomo y cruz, además de
la viruela y de las enfermedades venéreas.
Aguas que surcan para invadir a los pueblos originarios y
ofrecerles la muerte y la destrucción, imponiéndose una cultura
sobre otra, desde la lógica de poder binaria, buscando la hegemo-
nía de un culto único y un pensamiento único. Esas aguas que, en
las cosmologías, son el principio porque todo lo asimila y le da
forma, lo transmuta y también lo desintegra.

186
Ídem. Pág. 213.
155

Aguas bautismales que se tornan de fuego ante el espíritu del


amor.
Aguas de bocas sedientas en deseo.
Aguas que anuncian las nupcias en espumas de mar.
Aguas que se abren en canal de parto.
Aguas en sal por el dolor, lágrimas en espinas y silencio.
Aguas que se abren en lágrimas, huellas de agua de un recuerdo
que viaja entre los mares del olvido.
Aguas en felicidad por la implosión de los sentidos, los que piden
más y más.

Esos sentimientos de agua que se tornan vapor ante el calor


de los cuerpos en fricción o se solidifican ante el frío de la distan-
cia en ausencia.
Se hace agua la boca del deseo y, en fluidos de querer, la pa-
sión del encuentro.
Y cuando el agua se va, el cuerpo se seca, se torna otoño y se
resquebraja la piel sin el agua de una mirada; ojos en agua, los de
la belleza del amar.
“El simbolismo de las aguas deriva de la intuición del cosmos
como unidad y del hombre como un modo específico de existencia
que se realiza a través de la ‘historia’.”187
Historia que se renueva después del diluvio, narración que se
repite en cada civilización, una nueva posibilidad en las nuevas
aguas188 que habitar.

187
Ídem. Pág. 232.
188
Ídem. Págs. 236- 237. “Los protosardos veneraban las fuentes, ofreciéndo-
les sacrificios y levantando junto a ellas santuarios (…) Junto a los templos
y las aguas tenían lugar las ordalías, fenómeno religioso característico de
todo el grupo atlanto - mediterráneo (…) En Lilibeo (Marsala), el culto
griego de la Sibila vino a superponerse a un primitivo culto local que tenía
su centro en una gruta inundada de agua; los protosicilianos acudían a
ella para las ordalías o las incubaciones proféticas; durante la colonización
griega, la Sibila profetizó y dominó en ella, y desde el cristianismo se ha
venido perpetuando allí una devoción a San Juan Bautista, a quien está
dedicado el santuario erigido en el siglo XVI en la antigua gruta, que ha
seguido siendo hasta nuestros días lugar de peregrinación por sus aguas
milagrosas. Los oráculos están situados muchas veces cerca de las aguas.
Junto al templo de Amfiraos, en Oropos, los que eran curados por el orácu-
156

Porque no es sólo mágica y sagrada el agua, sino también el


recipiente que la contiene.
Y la profecía en espera tras la ordalía, esa prueba en demanda
de amor, esa respuesta de un deseo en ansias por aguas habitar;
un misterio que no se revela hasta que las íntimas aguas sean de-
rramadas. Y cuando gime la Sibila, la Pitia, la profetiza, la esfinge,
las sirenas, Medusa, y las diosas todas, en un solo eco, entonces,
cae un rayo en resplandor que parte la tierra. Pero se dice que esos
hechos ancestrales de epifanía ya no acontecen porque no hay
hombres que lo convoquen.
Ya nadie puede hacer derramar las divinas aguas para obte-
ner para sí el más divino de los sacramentos.
Embebiéndose en el más inolvidable de los misterios.
Y en la más terrible espera ante el instante por venir.
Cuando una Ninfa189 espera, en la desnudez de su aliento, al
mediodía.
Pero ya nada hay que temer en tiempos posmodernos, porque
se dice que las ninfas han muerto.
Que esa magia es imposible que acontezca en aguas de ma-
nantiales contaminados y que Acteón ya no tiene La divina des-
nudez que mirar.

lo tiraban al agua una moneda (…) La Pitia se preparaba bebiendo agua de


la fuente de Kassatis. En Colofón, el profeta bebía de una fuente sagrada
que estaba en la gruta (…) En Claros, el sacerdote bajaba a la gruta, bebía
agua de una fuente misteriosa (bausta fontis arcani aqua) y respondía en
verso a las preguntas que se le dirigían mentalmente (…) El poder profético
emana de las aguas, intuición arcaica que aparece en un área muy vasta.
El océano, por ejemplo, recibe en Babilonia el nombre de “casa de la sabi-
duría”. Oannes, el personaje mítico babilonio a quien se representa como
mitad hombre y mitad pez, surge del mar de Eritrea y revele a los hombres
la cultura, la escritura, la astrología.”
189
Ídem. Págs. 239 - 240. “Por eso aparece, junto a la veneración de las ninfas
(…) el miedo a las ninfas (…) Las ninfas son además peligrosas porque en
pleno día, a la hora del calor, turban el espíritu de los que las ven. El centro
del día es el momento de la epifanía de las ninfas. El que las ve queda preso
de un entusiasmo ninfoléptico; así, Tiresias, al ver a Palas y a Cariclo; Sí
también Acteón al descubrir a Artemisa y sus ninfas. Por eso recomiendan
no acercarse en el centro del día a las fuentes, a los manantiales, a las co-
rrientes de agua o a la sombra de ciertos árboles:”
157

La Roca
¿Por qué el hombre construye pirámides y templos de piedra?
Dólmenes y menhires, figuras en Tótem de sólida roca, allí
donde algo es adorado por lo que representa.
Piedra divina en la magia que absorbe, majestuosa en lo que
se hace presente y tal hecho, la hace preciosa, en el brillo de sus
colores, y la seducción de sus laberintos en esmeralda, seduce en
un querer sin poder olvidar.
Piedra, fragmento de estrella en un cielo de tierra.
Agalma, la de una mirada plena.
Devoción190 por “eso” que está en el misterio de la inmovi-
lidad, baúl y arcano del tiempo, cifrado e inmutable, allí espera,
siglo tras siglos.
Piedra suave en alquimia, piedra de muralla en defensa, pie-
dra en ataúd que resguarda a los vivos ante el deseo de retornar de
los muertos. Ante el deseo de muerte que tienen los muertos hacia
los que desearon su muerte, ya que ninguna muerte es de muerte
natural en el mundo antiguo; por ello, aquellos que causaron una
muerte no podrán descansar en paz y su acto se extiende a todos
los de su sangre.
La piedra nos remite a otro tiempo, no es el material de cons-
trucción de la posmodernidad; no es el plástico, ni el cartón, ni
el líquido (líquido que cifra nuestra época). Es esa fuerza en la
piedra la que hacía que antiguas culturas construyeran falos de

190
Ídem. Pág. 253. “La dureza, la rudeza, la permanencia de la materia consti-
tuyen para la conciencia religiosa del primitivo una hierofanía. Nada más
inmediato y más autónomo en la plenitud de su fuerza, nada más noble
ni más aterrador que una roca majestuosa, que un bloque de granito au-
dazmente erguido. Ante todo, la piedra es. Es siempre la misma, subsiste,
y lo que es más importante, golpea. Aun antes de cogerla para golpear, el
hombre tropieza con ella. Si no siempre con su cuerpo, sí al menos con la
mirada. Y percibe así su dureza, su rudeza, su poder. La roca le revela algo
que trasciende de la precaria condición humana: un modo de ser absoluto.
Ni su resistencia, ni su inercia, ni sus proporciones, ni sus extraños contor-
nos son humanos: son índice de una presencia que deslumbra, que aterra,
que atrae y que amenaza. En su tamaño y en su dureza, en su forma y en
su color, el hombre encuentra una realidad y una fuerza que pertenecen a
otro mundo, distinto del mundo profano del que él forma parte:”
158

piedra para simbolizar la potencia divina; un dios masculino bus-


cando a la diosa Nut en el cielo egipcio, en tensión con la grave-
dad de la tierra que lo atraía hacia sí, granítico vuelo en fortuna
de fecundidad.
Se traslada una gran piedra hacia la tumba de un patriarca o
una matriarca, para fijar su alma a la piedra (ofrecerle una casa)
y que, desde allí, gobierne y otorgue sabiduría y fecundidad a su
pueblo.
No es un muerto que otorga fecundidad, es un espíritu que
vela por el bienestar de su comunidad y, por eso, se le otorgan
ofrendas y el mayor de los respetos.
Una piedra puede contener a un muerto191 en su tumba, como
a la vez fijar su alma al pie de su descanso; una piedra puede de-
tener en muralla a un ejército; pueden las piedras moverse de la
montaña y aplastar al poblado; puede esa piedra ser la piedra de
Caín ante Abel o puede ser la piedra de David ante Goliat.
Puede ser la piedra fundacional del Duomo de Santa María
del Fiore (flor).
Flor de piedra revestida en velos, tenues en color de vitro,
transparencias para seducir a la luz de la divinidad, y que ella
ingrese majestuosa en su interior, sin romper el cristal.
Piedra mudada en altar para recibir la sangre del sacrificio.
Piedra de Betel para subir en escalera al cielo, (Beth - el, casa
de dios)
Letras en escritura sagrada, piedras de la Ley.
Espíritu petrificado de una divinidad o de antepasados que
suspiran un aliento inmóvil.
Piedras en runas que resguardan la sabiduría de Odín.
Piedra sagrada pendiente del cuello de la dulce doncella.
Agua que se torna piedra en los órganos del dolor.
Angustia de un pétreo pesar.
Sueño de Jacob192 que retorna en los sonidos de una canción.

191
Ídem. Pág. 255. “…el sentido originario de los monumentos líticos fune-
rarios, porque la muerte violenta deja un alma agitada y hostil, llena de
resentimientos. Cuando la vida se interrumpe bruscamente, se supone que
el alma del muerto tiene tendencia a continuar, junto a la comunidad de la
que se le ha separado, el tiempo que normalmente hubiera durado su vida.”
192
Ídem. Págs. 266 - 267. “En su camino hacia Mesopotamia, Jacob atravesó
159

Esa piedra que será testigo193 de un pacto de Josué con Dios,


y del compromiso de Labán con Jacob, una piedra para la consa-
gración de los hijos de Israel con Yahvé.
Luego de estos hechos maravillosos, los hombres comenza-
ron a adorar las piedras, por lo que la divinidad ordena su des-
trucción.
Rígido el hombre en su imposibilidad de hacer metáfora.
El hombre en el dogma de piedra.
Piedra en literal dogma.
Y así, una y otra vez ese eterno retorno.

Una idolología puede ser la piedra de una nueva cultura, ado-


rada, divina, y todos creen que es la escalera al cielo, una terrena,
una sin Dios que encontrar, una con los peldaños de oro y, sobre
esa idea en piedra, se construye un altar y en ese altar se derrama
en sacrificio la sangre de los inocentes, para alimentar a los oscu-
ros dioses del capital.

La piedra agujereada
Dicen los antiguos que para ver el mundo mágico es necesa-
ria una piedra horadada por el agua; una piedra trabajada por
la paciencia del tiempo y la constancia del agua, gota a gota, en
la insistencia de abrir una ventana a una realidad extraordinaria
velada por una mirada de ensoñación.

Harran. “Llegó a un lugar en el que pasó la noche, porque el sol se había


puesto. Cogió una piedra que allí había, para que le sirviera de cabecera,
y se acostó en aquel lugar. Tuvo un sueño y vio una escalera apoyada en
la tierra, cuyo extremo llegaba al cielo, y he aquí que los ángeles de Dios
subían y bajaban por aquella escalera. (…) Zimmern ha demostrado que
Betb-el, “casa de Dios” es a la vez un nombre divino y uno de los apelati-
vos de la piedra sagrada…”
193
Ídem. Pág. 268. “Después de haber cerrado el pacto entre Yahvé y su pueblo,
Josué “cogió una gran piedra y la erigió allí, bajo la encina plantada en el lu-
gar consagrado a Yahvé. Y Josué dijo al pueblo: He aquí que esta piedra ser-
virá de testigo contra nosotros; porque ha oído todas las palabras que Yahvé
nos ha dicho: ¡servirá de testigo contra vosotros a fin de que no abandonéis
a vuestro Dios! (Jos 24,26 - 27). Dios es “testigo” también en las piedras que
Labán erige con ocasión de su pacto de amistad de Jacob (Gn 31, 44s).”
160

También dicen que los antiguos, en su embriaguez, se diver-


tían fabulando un mundo posible o un mundo imposible que se
escondía de todo lo posible.
Pero es cierto que todo lo incierto tiene una razón que la ra-
zón desconoce y que la verdad de la imaginación, en su razón, se
empeña en creer.
Son voces de otros tiempos, escritas en caracteres sagrados
que ya nadie puede leer, porque la pasión de los hombres aban-
donó su cuerpo.
Letras de los dioses que suspiraban fuego al dibujarse su con-
torno en el cielo, por lo que para tal acto de visión era necesa-
rio que lo ejecutara un hombre consagrado dispuesto a morir, así
como a renacer en cada escritura que transmuta en una oración
al cielo, para que la letra mude a invocación en su vocación de ser
aliento; letra sometida al fuego y a la alquimia y, tal acto, a la vez
que la hacía desaparecer, la tornaba inmortal.
Letras de fuego que ingresan a un mundo invisible, a un espacio
de no olvido, a un refugio de susurros en sueños, de fragancias en so-
nidos, de sabores en tacto de emoción, eso que te toca y no percibes.
El portal para ese templo de letras olvidadas era sólo una
piedra agujereada por agua de mar, por agua en deshielo de mon-
taña, por agua en brizna de manantial, por agua en lágrima, la de
una doncella enamorada…
No sólo se podía mirar por esa piedra agujereada, sino tam-
bién pasar por ella. Nunca nadie explicó cómo hacerlo, o quizás
era el espíritu el que era atraído a una realidad inmaterial de la
que no se podía substraer. Se decía que pasar el espíritu por esa
piedra era un renacer o quizás un despertar.
Un portal que la naturaleza ofrece para atravesarlo en un ritual
de ensoñación, y llegar allí donde todo es posible y todo vuelve a
comenzar.

El Rey de su madre
Un niño que ansía el lugar de su padre al precio del asesinato,
desde el deseo de su madre, es una historia compleja que se hace
un complejo psíquico constitutivo de todo sujeto que camine en
dos pies sobre la tierra.
161

Pero esta historia griega (y que otras culturas recrean) tiene


un origen: “La Tierra madre (…) ‘La Tierra (Gaia) engendró pri-
mero un ser igual a ella, que pudiera cubrirla entera, el Cielo (Ura-
nos) estrellado, que fuera para los dioses bienaventurados una
sede segura para siempre’ (Hesíodo, Teogonía, vv.126s). De esta
pareja primordial nació la innumerable familia de los dioses, de
los cíclopes y los demás seres míticos (…) El matrimonio del Cielo
y de la Tierra es la primera hierogamia; los dioses se apresurarán
a seguir su ejemplo y los hombres lo imitarán con la misma gra-
vedad sagrada con que han imitado todos los gestos que fueron
ejecutados en la aurora de los tiempos.”194
Nos dice Mircea Eliade: “…los hombres lo imitarán con la
misma gravedad sagrada con que han imitado todos los gestos que
fueron ejecutados en la aurora de los tiempos.”
En cada época, los hombres repiten, a veces igual, a veces en
diferencia, aquello inscripto en el origen, en un origen anterior a
la inscripción de la Ley Mosaica.
La separación del Padre todopoderoso, en el mito trágico, es
por asesinato o mutilación (Cronos emascula a su padre Uranos
con la ayuda de su madre).
El poder tiene su propia lógica, la que es ajena a toda ideo-
logía, y se sirve de ella para la sumisión de las tropas, ya que su
estado es la guerra continua en defensa y acumulación de poder.
Pero para mantener el poder hay que hacer “sacrificios”, de-
rramar sangre, ofrendar lo más preciado, y en esta escena retorna-
mos a esos dioses que sacrifican a sus hijos para poder continuar
siendo divinos.
Las ansias de ser Rey para gobernar sobre el cuerpo de su
madre y luego de sus descendientes, con el derecho de acceder
sexualmente a todo aquel que esté bajo su poder; ansias ilimitadas
que no retroceden ante la realidad que se le resiste.
La posmodernidad cree borrar las huellas de los orígenes y
de la pulsión en su destino, y en el no reconocimiento; repite de
manera atroz una y otra vez y, en tal acto, genera monstruos desde
su madre la Modernidad, la que justifica su razón de ser.

194
Mircea Eliade, (1974). Tratado de Historia de las religiones. Tomo II. Edi-
ciones Cristiandad. Madrid. Pág. 9.
162

Es mucho más lo posible de desplegar en el deseo de ser Rey,


de su madre, posición de todo Rey (en las formas actuales de po-
der), para entender el retorno de la emasculación, la devoración,
el encierro, la exclusión, la conspiración y la guerra. Y de esa nue-
va peste que se actualiza y no es el psicoanálisis.
Pero, dejaré que el lector, si está atento a la escritura, busque
los indicios en los rastros dejados en el camino de estas letras.

Los hijos de la tierra


Dicen los antiguos que la tierra195 envuelve a sus hijos con su
energía y que, en lamentos, los llama cuando ellos se van y ellos
no pueden dejar de sentir esa nostalgia que los invade desde la
lejanía y, en algunos, se torna un sufrir que se transmite de gene-
ración en generación.
A quienes sienten la agonía de sus ancestros en su sangre, la
que late el momento de partir
En la cultura griega, en los tiempos de Sócrates, existía la
posibilidad de elegir entre la muerte y el exilio. En particular,
Sócrates elige la muerte, pues era preferible ese veneno (cicuta)
que lo adormecía en horas hasta hacerlo perecer, que el veneno
del exilio que lo despertaba en desvelo sin darle el descanso del
abrazo final.
La tierra templa el alma, la configura con su aliento de valle o
de montaña, de río o de mar, de llanura en cosechas o de desiertos
en ardor; le ofrece las nubes en lluvia o el sol en claridad pristísi-
ma, la isla o el continente; le brinda un camino en páramo o un
sendero en el bosque entre cascadas y lagunas de cristal.
Ubica la mirada de un hombre ante el mar o ante el volcán
pronto a la erupción; le ofrece la tierra negra, la arcilla roja, la
arena, las piedras en agitado rodar…le ofrece todos los lugares
posibles por habitar o buscar.

195
Ídem. Pág. 16 “Los hombres no están vinculados entre sí más que por sus
madres, e incluso este vínculo es precario. En cambio, esos hombres se
sienten vinculados al mundo cósmico que los rodea de una manera infini-
tamente más estrecha de lo que una mentalidad moderna, profana, puede
concebir. Son, en el sentido concreto y no alegórico de la palabra, ‘hijos del
lugar’.”
163

Deben saber los jóvenes y los incautos que no estén adver-


tidos, que la tierra es una amante sutil y apasionada que nunca
abandonará, y el que estuvo en sus brazos su eterno fuego sentirá;
en lo que mire la mirará, en lo que huela la percibirá, en lo que
toque la recordará, en cada paso que camine la buscará, en el
aliento que suspire la anhelará y en el sueño que sueñe la soñará.
Los pueblos originarios lo sabían y aún lo saben, y perecieron
y perecen en su lugar196. Los hombres del resto del mundo se mu-
dan de lugar, pero dejan el alma en su tierra natal y en cada letra
balbucean su lactancia, en cada palabra entonan la primera can-
ción de cuna, en cada frase buscan ese sujeto perdido que retorna
en el verbo que conjuga el olvido.
¿Quién podría decir que todo esto tiene certeza de verdad?
Sólo aquel que ensueña la realidad.197
No hay dueño de la tierra. En la antigüedad era un acto de
locura sostener que alguien era propietario de la tierra; ese deseo
de posesión generó los territorios y las guerras.
Y la sangre198 derramada en la tierra engendra enfermedad

196
Ídem. Pág. 26. “Lo que nosotros llamamos vida y muerte no son sino dos
momentos distintos del destino total de la tierra madre; vivir no es más que
separarse de las entrañas de la tierra, y la muerte se reduce a una vuelta
a “casa”. El deseo, tan frecuente, de ser enterrado en la tierra patria no
es sino una forma profana del autoctonismo místico, de esa necesidad de
volver a su propia casa.”
197
Ídem. Pág. 27. “…existe entre la tierra y las formas orgánicas por ella en-
gendradas un vínculo mágico de simpatía. Juntas, constituyen un sistema.
Los hilos invisibles que vinculan la vegetación, la fauna y los hombres de
un lugar al suelo que los ha producido, los sostiene y alimenta han sido
hilados por la vida que palpita tanto en la madre como en sus criaturas. La
solidaridad que existe entre lo telúrico de un lado y lo vegetal, lo animal y
lo humano de otro, se debe a la vida, que es la misma en todas partes”.
198
Ídem. Pág. 28. “El crimen es un sacrilegio que puede tener consecuencias
muy graves en todos los niveles de la vida por el mero hecho de que la
sangre derramada “envenena” la tierra. Esta calamidad se manifiesta en el
hecho de que campos, animales y hombres quedan estériles. En el prólogo
de Edipo Rey (25s), el sacerdote se lamenta de la desgracia que ha caído
sobre Tebas: “La ciudad se va muriendo en los gérmenes fructíferos de la
tierra, en los rebaños de bueyes que pacen, en los partos de las mujeres;
todos terminan sin nacimiento (…) Un rey prudente, un reino basado en la
164

y pestes (como la derramada por una institución o por agrupa-


ciones o por un gobierno). Sucede en la escena de Caín199 y Abel,
sucede en Edipo y las consecuencias de su crimen, suceden y no
dejan de suceder.
Y la tierra, en el cuerpo de la mujer, se torna seca e infértil
desde su alma hasta sus pies. Ella ya no quiere dar su leche ni
ofrecer su miel, nada quiere engendrar, ni dar sus frutos de dulce
sabor. Esa tierra doncella200 que no se deja horadar, cierra su surco
a toda semilla y esconde la virtud de su fertilidad a los pájaros del
cielo. Quien se acerque a ella, recibirá la muerte en ordalía.

El árbol de la vida
El árbol,201 una metáfora desde su analogía; desde lo que sus-
tituye y traslada, raíz en ausencia que se mueve en rizoma de ser.
Recordemos las Sefirot de la cábala hebrea, un árbol de la
vida (el mundo del alma) y sus veintidós senderos de aprendizaje,
el que tiene su raíz (que se nutre de divinidad) en el cielo (raíz
oculta) y su copa en frutos en la tierra. Y el otro árbol a nombrar
es el conocimiento del bien y del mal, cuya raíz está en el cuerpo y
su fruto es el descubrimiento de la sexualidad y, a partir de su ha-
cer, el obrar en el bien o el mal, lo amargo y dulce de la existencia,
el nacer y reproducir, la espera y la muerte, la tensión en el cuerpo
ante el deseo y el amor.
La divinidad habita en el árbol y es la vida, tanto del alma
como del cuerpo. Hay quienes pueden subir a las ramas de ese

justicia son, por el contrario, garantía de la fertilidad de los campos, de los


animales y de las mujeres.”
199
Génesis 4: 10 “Y el SEÑOR le dijo: “¿Qué has hecho? La voz de la sangre
de tu hermano clama a Mí desde la tierra.
200
Mircea Eliade, (1974). Tratado de Historia de las religiones. Tomo II. Edi-
ciones Cristiandad. Madrid. Pág.45. “El “lugar sagrado” es un microcos-
mos porque repite el paisaje cósmico, porque es un reflejo del todo. El altar
y el templo (…) que son transformaciones ulteriores del “lugar sagrado”
primitivo…”
201
Ídem. Pág. 39 “En efecto árboles sagrados, ritos y símbolos vegetales se
presentan en todas las religiones (…) Es evidente en el contexto del Ygg-
drasil, por ejemplo, o el del árbol de la vida de la Sagrada Escritura.”
165

árbol hasta la copa y obtener el éxtasis; hay quienes llegan a


medio camino y hay quienes quedan firmes en la tierra esperan-
do los frutos caer. Quien desee la vida (del alma y del cuerpo)
debe dirigir su voluntad en libre albedrío hacia la manifestación
divina (árbol).
Emana la vida desde la raíz en tronco y hojas, en fruto y en
madera, emana uniendo todos los elementos, respirando la vida y
ofreciendo la salud, emana en un fluir de energías envolventes que
todo lo ofrecen.
En otras culturas (no judeo - cristianas), la divinidad adquiere
la forma de una planta, una enredadera, un fruto… y los hombres
la comen o la aspiran mediada por el fuego, o la toman en infu-
sión; se alimentan de la carne de los dioses, de sus jugos o de su
vapor y, de esta manera, adquieren conocimiento.
En tiempos posmodernos, los hombres olvidan202, por lo que
se intoxican, comiendo, aspirando, tomando…hiriéndose el cuer-
po hasta el placer de la sangre, gotas de sangre que, al tocar tierra,
claman al cielo a la vez que todo lo tornan infértil.
Se ha perdido el soma de los dioses, la miel de la divinidad, la
que los egipcios creían que se hallaba entre los muslos de Isis, allí
donde nace el Nilo.
En diferentes culturas, el árbol se liga a la serpiente203, y la

202
Ídem. Pág. 43. “…el árbol se convierte en objeto religioso en virtud de su
poder, es decir, en virtud de aquello que manifiesta (y que trasciende de él).
Pero ese poder está respaldado a su vez por una ontología; el árbol está
cargado de fuerzas “sagradas porque es vertical, porque crece, pierde ho-
jas, pero las recobra, es decir, se regenera (“muere” y “resucita”) infinidad
de veces (…) Un árbol se convierte en sagrado en virtud de su poder; dicho
de otro modo: porque manifiesta una realidad extrahumana…”
203
Ídem. Págs. 63 - 64 “El conjunto hombre pirmordial (o héroe) en busca de
la inmortalidad – árbol de la vida – serpiente o monstruo que guarda el
árbol (o impide por astucia que el hombre pruebe sus frutos) aparece tam-
bién en otras tradiciones. El sentido de esa coexistencia (hombre, árbol,
serpiente) está bastante claro: la inmortalidad es difícil de adquirir; está
concentrada en un árbol de la vida ( o una fuente de la vida), emplazado
en un lugar inaccesible (en el confín de la tierra, en el fondo del océano,
en el país de las tinieblas; en la cúspide de una montaña muy alta o en su
“centro”); un monstruo (una serpiente) guarda el árbol, y el hombre, que
tras múltiples esfuerzos consigue acercarse a él, tiene que luchar con el
166

serpiente a la vida y a la muerte, a la sexualidad en su ciclo, a la


vez que a la eternidad en su cambiante permanecer.
La serpiente en forma de dragón que custodia las manzanas de
oro del árbol de las hespérides; la serpiente en agua que serpentea
la amazona y adquiere forma en las lianas de la ayahuasca; los espí-
ritus del monte que habitan en el chañar argentino y que, de saber
de su medicina, muchos adquirirían el bien de la salud y del querer.
La serpiente que también engaña, seduce o ataca, que puede
enroscar hasta asfixiar o inocular hasta envenenar.
Porque es peligrosa la serpiente de la sexualidad. En la cultu-
ra india muda a la kundalini, serpiente enroscada en la columna
vertebral de todo ser humano, la que conecta todos los chacras, la
que otorga la energía vital, la que ofrece la unión de la genitalidad
y el conocimiento espiritual.
Serpiente dormida que sólo los sabios pueden despertar, de
lo contrario, muerde la carne hasta producir un caos pasional,
desbordada pulsión que ansía la muerte.
Serpiente de la seducción que, en su silbar (susurrar), hipnoti-
za a la víctima por devorar.
Serpiente que deja su huella en la roca para que el águila la
vaya a buscar.
Serpiente que se esconde en el ondular de las olas del mar.
Serpiente que deja una escama en forma de lágrima para es-
pejar un querer, a la vez que muda su piel.

Los antiguos prohibían a todo niño tocar la piel de una ser-


piente, si encontraban su abandonado cuerpo al pasar, porque en
esa piel habitaba de manera invisible un saber visto en la muerte,
el que podía producir enfermedad o un sueño de pesadillas que
no se podía quitar o un anhelo a la oscuridad que atentaba contra
la comunidad.
Los actuales hombres citadinos están protegidos en sus ciu-
dades del peligro de encontrar una piel de serpiente, pero a la vez
ajenos de esa posibilidad.

monstruo y vencerlo para apoderarse de los frutos de inmortalidad. Salta a


la vista que la lucha con el monstruo tiene un sentido iniciático; el hombre
tiene que pasar por una serie de “pruebas”, tiene que convertirse en un
“héroe” para tener derecho a adquirir la inmortalidad.”
167

Serpiente que en cada escama porta un espejo ondulante, y el sol


en ellas refleja su mortal luminosidad.
Serpiente que se enrosca una y otra vez para copular.
Serpiente, pulsión de la humanidad.

También prohibían los antiguos a todo niño mirar a los ojos


a una serpiente, porque ella no podía pestañar y su ojo vidrioso
los podía devorar; sus ansias no se velaban en las pestañas y la
energía de su mirar podía desvanecer su conciencia para habitar
ella en sus sueños.
La serpiente en el chamanismo es la que maneja el tiempo,
ella es la única que tiene esa potestad y por ende también maneja
la fertilidad.
Se dice que hay doncellas que portan ojos de serpientes y que
con sus ojos pueden devorar, que en el caminar susurran un silbar
que hace perder el alma, ante su pasar. Inmóviles se alimentan con
sólo mirar, inmóviles envuelven en el velo de un ensueño con sólo
susurrar y, en las noches, el que se atrevió a mirar, sólo con ellas
puede soñar.
El varón actual nada tiene que temer a este antiguo decir,
porque él ya nada puede recordar y las doncellas no cesan de
pestañear.
Y aquel que todo lo perdió, siente que nada tiene por recupe-
rar y su realidad es un insomnio fatal de ausencias.
Generosas las palabras del poeta que en la verdad ansía des-
cansar, el que cierra los ojos al paso del tiempo para permanecer
inmóvil ante el sufrido esperar.
Y ella silba a la distancia porque ansía sus piernas enroscar…
Ese soplo sibilino, esa mirada medusina, ese agitar corporal,
es un golpe de tambor al sistema hormonal. Panal de abejas en
agitado zumbar. Allí está la miel, pero también el veneno de do-
loroso picar.
Quien sabe esta verdad, respeta la vida en su agitado andar.
Y el varón que comprendió, sólo ansía el silencio en soledad.
168

La iniciación
La serpiente danza y en su danzar ofrece la vida en fertilidad
y, a la vez, todas las muertes en su fecundidad. Ella espera al niño
/ niña, en su pasaje de niñez-pubertad a la adultez (la adolescencia
es una creación de los tiempos modernos). Ese paso, pasaje en
pasión, en la antigüedad sólo es posible a través de una iniciación.
La generación que sobrevivió a la danza de la serpiente le ofrece a
la nueva generación un saber sobre la vida y la muerte, a través de
la iniciación sexual: las abuelas a sus niñas y los hombres mayores
a sus jóvenes.
Se ofrecen historias ejemplares (mitos) que habitar, por me-
dio de la identificación y proyección inconsciente; se le ofrece la
metáfora en canción y danza, en cifrado número por develar; se le
ofrece un tiempo sin tiempo que ensoñar. Se le ofrece el rito para
iniciar la acción hacia la vida.
Tras los nombres secretos de lo divino, los senderos de la ini-
ciación.
Y las historias hablan de aquellos que buscaron la inmorta-
lidad y no supieron conseguir la juventud y la salud eterna (re-
generación). Una sin la otra es un tormento, hasta que el desvelo
sin el dormir enloquece al hombre; sumirse en la hybris es querer
emular a la divinidad y el castigo es el conseguirlo y, así, el logro
es el fracaso porque no hay una iniciación para sostener el peso
del tiempo.
El que accede a la sexualidad, en su genitalidad sin iniciación,
se expone a un peligro de muerte, al dulce veneno, al abrazo de
la pasión que enrosca hasta triturar la razón, a la desmesura en el
caos de los sentidos, al desvarío en el tormento de la encrucijada
de la existencia.
La historia, en su cultura, es el pasaje en diálogo de los ritos
con sus mitos. Si se pierde esta iniciación, se pierde el hombre,
porque se ofrece al desconocer, se ofrece a la pasión de la ignoran-
cia y retorna a ser un inocente salvaje (posmoderno) que, al lanzar
una flecha, se hiere a sí mismo.
Es la flecha de la pulsión que no puede buscar por destino el
cielo de la sublimación.
La iniciación de la bella durmiente que cien años esperó y
recibió el beso de la desilusión y el desamparo la habitó; y en el
169

dolor, transmutó el amor en odio y, en lugar de la vida, sólo la


muerte buscó.
Es el joven en el desierto de la multitud sin la presencia de los
adultos mayores, que tomen su mano y guíen su espíritu y en sus
ojos, la noche en niebla y tormenta. Y, entre el lamento y el ahogo,
los niños en espera y desesperación.
Los poetas tienen un saber que simbolizar no pueden, y la
metáfora los protege de su propio saber, así como a los místicos,
los profetas, y a todo aquel que ensueña la realidad de la verdad.
Dicen los hombres antiguos: “A los jóvenes he de revelarles
un secreto, nada hay más peligroso que despertar el amor de una
mujer y que ella en su pasión ofrezca su goce, porque su goce
produce en ella una despersonalización, su apertura la pierde y la
desvanece, es una experiencia única y sobrenatural que la liga a la
muerte. Por ofrecer ella esa experiencia, por compartir un secreto
que no revela en la palabra porque es del orden de lo innominado,
por despegar su alma de su cuerpo, por compartir esa vivencia
única, ella exigirá un don, una retribución, la que a veces es im-
posible de pagar en una existencia, si el varón quiere huir de tal
exigencia será perseguido hasta la muerte.
Un varón está protegido si ella no quiere ofrecer su amor en
pasión de goce.”

Cuando lo religioso abandona lo sagrado


Al religarse lo religioso a un sistema de poder y dominio, al
transformarse en ideología y forma de Estado, al mudar a una
máquina sanguinaria de conquista en la invasión y exterminio de
pueblos originarios en América y en otros lugares del mundo, re-
velaron los hombres religiosos su consagración al poder, y que lo
fundamentalmente sagrado (en la mayoría de los sistemas religio-
sos) es la estructura de poder y dominio ejercida desde un orden
institucional totalmente antropológico.
La epifanía abandona los templos, y las vestiduras de los sa-
cerdotes se tiñen de la sangre de los inocentes.
Tras la aurora de los tiempos, el abandono de la sacralidad y
del misterio en lo esotérico, la divinidad desfallece en tiempos de
profanación (fuera del templo), escuchamos a la naturaleza que
170

gime de dolores de parto y su intimidad se expone a publicidad.


Los nuevos sacerdotes del poder religan sus oraciones en la
mentira y el engaño; ofrecen holocausto de inocentes y entregan
su alma y la de sus hijos a los oscuros dioses.
La sangre derramada mancha nuestra tierra, y la torna una
“mal dicción”; es la invocación a un poder que todo lo aniquila,
profanando el don de la vida y, en ella, la humanidad.
¿Quién puede escuchar la verdad en el hambre de un niño?
Los vitrós de los templos no reflejan la luz, ni el color; no se
pueden ver danzar las chispas divinas en la luminosidad del me-
diodía. Todo se oscureció y el fuego abraza en desesperación a las
antiguas catedrales, cuyos cimientos son los ancestrales árboles
sagrados abatidos en tiempos de arrebato y persecución religiosa;
ahora, esos antiguos árboles de centurias arden desde los cimien-
tos, recordando su fuego, aquel que la muerte no pudo apagar.
Ya no hay anunciación, ni se lo ve a David danzando desnudo
ante el Arca de la Alianza, pero aún, tras la lluvia, el sol al emerger
dibuja un medio anillo en colores (la mitad está en el cielo y la
otra mitad oculto en la tierra). Es una danza de reflejos, arco iris
de la esperanza y, entonces, tras la lágrima del cielo, un recordato-
rio, una posibilidad, la gracia de un día más…
Y ese arco del triunfo, no es romano ni está en Roma.

La fertilidad
La fertilidad, en diferentes culturas, estuvo ligada a la naturale-
za y a sus ciclos.204 Para activarlos y acompañarlos, el hombre debe
realizar rituales205 en hierogamia con la naturaleza y, de esta mane-
ra, por una magia simpática (analogía en imitación), se contagia y
activa de manera sobrenatural el ciclo de la vida206 y la muerte.

204
Ídem. Pág. 130. “El vínculo entre los antepasados, las cosechas y la vida
erótica es tan estrecho, que los cultos funerarios, agrarios y genéticos se
entremezclan a veces hasta fundirse totalmente.”
205
Ídem. Pág. 99 “En todas partes encontramos la misma intuición funda-
mental y la misma tendencia a celebrar el acontecimiento cósmico en un
microcosmos, a celebrarlo simbólicamente.”
206
Ídem. Pág. 101. “El rito se “realiza” en fórmulas distintas de las de un
ideograma, un mito o una leyenda. Pero todas estas fórmulas expresan una
171

La naturaleza207 reclama sacrificio, demanda esfuerzo; ella


está destinada a ofrecer, pero también a tomar y si no se la com-
place desata su furia y le hace recordar al hombre su fragilidad.
Para la mitología de diferentes culturas, la mujer208 (niña,
doncella, madre, abuela) es la luna (creciente, llena, menguante,
negra), y la tierra (el valle, el prado, el bosque, el páramo, el yer-
mo, el desierto, la estepa) es la vertiente de agua dulce, el pantano
y la mar en su sal.
La fertilidad es un vientre que se mece en cada ola de mar.
Es la doncella que, desnuda, siente el abrazo del sol.
Esa divinidad que por las noches la abandona.
Y, al hacerlo, llora en la lágrima de rocío el cielo.
Y ella, en espera, latiendo en su cuerpo la primavera del tiempo.

misma “verdad”: la vegetación es la manifestación de la realidad viviente,


de la vida que se regenera periódicamente.”
207
Ídem. Pág. 110. “…vivir ritualmente los ritmos cósmicos significa ante todo
vivir entre tensiones múltiples y contradictorias. El trabajo agrícola es un
rito no sólo porque se realiza sobre el cuerpo de la tierra madre y porque
desencadena las fuerzas sagradas de la vegetación, sino además porque im-
plica la inserción del labrador en ciertos períodos de tiempo benéficos o
nocivos, porque es una actividad que lleva consigo peligros (por ejemplo, la
ira del espíritu que era dueño del terreno antes de ser desbrozado), porque
presupone una serie de ceremonias, de estructura y de origen diverso enca-
minadas a promover el crecimiento de los cereales y a justificar el gesto del
labrador; finalmente, porque introduce al labrador en un dominio que, en
cierto modo, está bajo la jurisdicción de los muertos, etc.”
208
Ídem. Pág. 111. “La solidaridad mística entre la fecundidad de la tierra y la
fuerza creadora de la mujer es una de las intuiciones fundamentales de lo
que podríamos llamar la “conciencia agrícola”. Es evidente que si la mujer
ejerce tanta influencia sobre la vegetación, la hierogamia y la orgía colectiva
habrán de tener, con mayor razón, excelentes consecuencias para la fecundi-
dad vegetal (…) un gran número de ritos atestiguan la influencia decisiva de
la magia erótica sobre la agricultura. Recordemos aquí que las campesinas
finlandesas vierten en el surco antes de la siembra unas gotas de leche de
sus propios pechos (Ranatasalo, III,6). Esta costumbre podría interpretarse
de varias formas: ofrenda a los muertos, transformación mágica del campo
todavía estéril en gleba fértil o sencillamente influencia simpática de la mujer
fecunda, de la madre, sobre la siembra (…) conviene citar también el papel
que la desnudez ritual tiene en los trabajos agrícolas.”
172

En el pestañeo de un siglo, la eternidad abre su ojo.


Tan claro como la luna.
Tan brillante como la constelación de Sagitario.
Magnífico como la aurora boreal.
Misterio de vida que se esconde en el macrocosmos, allí donde
infinitos microcosmos se dan a conocer en el enigma de la creación.

En tiempos antiguos, la orgía209 era el ritual que convocaba a


la fertilidad, luego, el acto de hierogamia, ceremonia sagrada en
intimidad con la divinidad.
Y la fertilidad es una diosa que tiene los ojos de Medusa, de
una Medusa enamorada. Ojos dulces, suaves, tan penetrantes, que
cosquillea el alma su mirada, tan tiernos que ensueñan la imagina-
ción de un querer. Ella, enamorada, tiene el poder de inmovilizar
la razón, suspender el habla y, al verla, Poseidón se arrodilla y
llora.
Ella, con el perfume de sus cabellos, ha sometido a los ángeles
del cielo, a los que se los recuerda como “Los caídos”.
Con hebras de su cabello ha atado sus pies, sus brazos, su
lengua y su corazón; su alma, toda ella, ha atado con la fragancia
de sus cabellos.
Y cuando ella goza, su quejido parte la tierra y, de la madre
tierra (Deméter), sale Perséfone anunciando la primavera en ferti-
lidad, para que una y otra vez retorne la vida a los hombres.
En los misterios de Eleusis, su íntimo caminar (sinuoso dan-
zar), resguardada en su divino santuario la verdad, esotérica sa-
cralidad que no es pública, ni religa en religión, porque sólo un
iniciado en el deseo y el amor puede acceder a ella. Uno que haya
sido iniciado en ella y por ella.

209
Ídem. Págs. 136 - 137. “Generalmente, la orgía corresponde a la hieroga-
mia. A la unión de la pareja divina debe corresponder en la tierra el frenesí
genético ilimitado. Junto a las parejas jóvenes que repetían la hierogamia
sobre los surcos debían acrecentarse al máximo todas las fuerzas de la
colectividad. (…) La orgía hace circular la energía vital y sagrada. Los
momentos de crisis o de opulencia sirven especialmente de pretexto para
desencadenar orgías. En muchos sitios, en tiempos de sequía, las mujeres
corren desnudas por los campos con el fin de despertar la virilidad del cielo
y provocar la lluvia.”
173

La fertilidad en sus jugos, en su sangre, en su aliento, en su


beso de vida y muerte.
En tiempos actuales, Medusa ha retornado a buscar a quien
la rescate de ella misma, de su ira, su resentimiento, su deseo de
odio en muerte, su palabra de furia y destrucción; un regreso para
no perder la cabeza.
¿Pero qué varón tendrá el valor de sostener su mirada y llegar,
en decidido paso de amoroso combate, a sus carnales labios?

El sacro oficio
El sacro oficio de representar en un ritual el origen210; rea-
lizar una acción que tiene la intención de poner en escena “lo
perdido”.
Circularidad del tiempo, eterno retorno, recreación para la
creación; emular el acto de sacrificar para compensar el sacrificio
de la divinidad, la que muere o entrega parte de sí, en generosidad,
para la subsistencia de la humanidad.
Afilada la daga de Abraham ante el tierno cuello de Isaac.
Los clavos se hunden en el madero al traspasar la carne del
Cristo.

210
Ídem. Págs. 125 – 125. “Hay que buscar el sentido de estos sacrificios
humanos en la teoría arcaica de la regeneración periódica de las fuerzas
sagradas. Está claro que todo rito o escenario dramático que persigue la re-
generación de una “fuerza” es, a su vez, la repetición de un acto primordial
de tipo cosmogónico que tuvo lugar ab initio. El sacrificio de regeneración
es una “repetición” ritual de la creación. El mito cosmogónico implica la
muerte ritual (es decir violenta) de un gigante primordial, de cuyo cuer-
po se hicieron los mundos, brotaron las hierbas, etc. Lo que ante todo se
vincula a tal sacrificio es el origen de las plantas y de los cereales (…) las
hierbas, el trigo, la vid, etc., brotaron de la sangre y de la carne de una cria-
tura mítica sacrificada ritualmente “en los comienzos”, “en aquel tiempo”.
De hecho, el sacrificio de una víctima humana para la regeneración de la
fuerza manifestada en la cosecha se propone la repetición del acto de la
creación que dio la vida a los granos. El ritual reproduce la creación; la
fuerza activa de las plantas se regenera por una suspensión del tiempo y un
retorno al momento inicial de la plenitud cosmogónica. El cuerpo despe-
dazado de la víctima coincide con el cuerpo del ser mítico primordial que
dio vida a los granos por su despedazamiento ritual.”
174

Entre estas dos escenas, Occidente en su judeo-cristianismo.


Dejo indicios para un lector atento, aquel que pueda seguir
los pasos de “los senderos que se bifurcan” en estas letras, las que
avanzan y, a la vez, retroceden; las que juegan a danzar un baile
antiguo; las que pierden su paso y aun así continúan.
Letras en imaginación, por momentos lúcidas, por momentos
ebrias en el vino de Dionisio, por momentos solas o en desvarío.
Se abren laberintos en la historia; se tejen telas en red de ara-
ñas, las que de noche no se ven y, entonces, para no caer en ellas, el
caminante tiene que esperar al rocío de la mañana, esperar hasta
el amanecer.
¿Quién puede esperar en los tiempos de urgencia de la
posmodernidad?
¿Quién puede velar sus armas una noche?
Se escucha el sonido de la metáfora al sacudir las letras que
contienen este libro.
Es una campana de cristal que ante el viento del tiempo tañe
una verdad frágil y eterna.
Ella es el instrumento; su vacío, un eco; en ella, la vibración;
ella fluye en la energía que emociona al tocar con sus manos invi-
sibles el corazón de la humanidad.
Ofrecer un decir sin recuerdo en una historia perdida, histo-
ria de una cosmología que late en teofanía.
La metáfora sagrada es el lugar sagrado (el lugar sagrado es
una metáfora sagrada). No es una figura retórica en referencia al
lenguaje humano, lo es en relación al decir divino; es cuando el ob-
jeto no está ausente, sino que produce desde su vacío, una presencia
(invisible), una azarosa movilidad, ajena a la comprensión humana.
El lugar211 sagrado es un lugar que se torna el hábitat de la di-
vinidad, la cual es esencial para la existencia humana. Y es la divi-

211
Ídem. Pág. 149. “Toda cratofanía y toda hierofanía, sin distinción, transfiguran
el lugar en que han acontecido: aquel espacio profano pasa a ser un espacio sa-
grado. Así, para los canaques de Nueva Caledonia “hay entre la maleza innume-
rables rocas, piedras horadadas, que tienen un sentido especial. Aquel agujero es
propicio para buscar la lluvia, este otro es la morada de un tótem, en el de más
allá ronda el espíritu vengativo de un hombre asesinado. Todo el paisaje está así
animado, sus más pequeños detalles tienen una significación, la naturaleza está
cargada de historia humana.”
175

nidad la que se manifiesta y, al hacerlo, transfigura el lugar con su


presencia, transmutándolo en sagrado. En el Antiguo Testamento
tenemos la escena de la zarza ardiente, ante la que se encuentra
Moisés,212 o la piedra de Betel en la que duerme Jacob.213
El hombre camina sobre la tierra sin conocer la sacralidad214,
a veces tropieza con ella, o bien se afana por descubrirla o des-
truirla.
Para muchas culturas, el hombre porta la “chispa divina” que
está encendida al nacer (entusiasmo, deseo <> amor) y que arderá
si puede mantener la vinculación con lo sagrado en el tiempo que
le toca vivir.
En la cultura occidental, la modernidad quiso iluminar con
la razón a la humanidad, llegando hasta el desvarío de tornarla
una diosa; luego, el romanticismo intentó recuperar el poder de la
creación y retornar, de manera trágica, a la naturaleza, la propia y
la que rodea y nutre al hombre; luego, las chispas, poco a poco, se
fueron apagando hasta llegar a las tinieblas de la posmodernidad.
Dos mitos culturales, que se nutren en la antigüedad, nos
ofrece la modernidad (europea) como paradigma de lo que será la
posmodernidad: Frankenstein (ligado al mito de Golem) y Drácu-
la (ligado al mito de Lilith), dos mitos hebreos.
Un silencio para que el lector realice su interpretación.

212
Éxodo 3; 2 “Y se le apareció el ángel del Señor en una llama de fuego, en
medio de una zarza; y Moisés miró, y he aquí, la zarza ardía en fue-
go, y la zarza no se consumía.3Entonces dijo Moisés: Me acercaré ahora
para ver esta maravilla: por qué la zarza no se quema. 4 Cuando el Señor
vio que él se acercaba para mirar, Dios lo llamó de en medio de la
zarza, y dijo: ¡Moisés, Moisés! Y él respondió: Heme aquí. 5 Entonces
Él dijo: No te acerques aquí; quítate las sandalias de los pies, porque el lugar
donde estás parado es tierra santa. 6 Y añadió: Yo soy el Dios de tu padre,
el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Entonces Moisés
cubrió su rostro, porque tenía temor de mirar a Dios”.
213
Génesis 28:17 “Y tuvo miedo y dijo: ¡Cuán imponente es este lugar! Esto no
es más que la casa de Dios, y esta es la puerta del cielo.”
214
Mircea Eliade (1974). Tratado de Historia de las religiones. Tomo II. Ediciones Cris-
tiandad. Madrid. Pág. 151. “De hecho, el hombre no “elige” nunca el lugar: se limita a
“descubrirlo” (…) es decir, el espacio sagrado se le revela bajo una u otra especie.”
176

Intimidad sagrada
Esa serpiente entrelazada, que es la cadena del código gené-
tico, porta en misterio el ciframiento de toda la creación, lo que
hace que haya una hermandad entre todos los seres vivientes.
El cuerpo humano, considerado como un templo, es una con-
cepción sostenida por muchas culturas, en especial el tantrismo
hindú, en donde la sexualidad, en términos genitales, es sagrada,
porque une el cielo y la tierra; y es la mujer el íntimo umbral, el
portal entre dos mundos. En ella se penetra hacia el santuario
de la divinidad, allí donde el suceso maravilloso de la creación
acontece.
En tiempos antiguos, sólo los elegidos podían penetrar ese
“umbral” para acceder a esa divina Arca de la Alianza. Si el varón
la violentaba (profanaba) merecía la muerte. Era necesario prime-
ro ser purificado e iniciado en los misterios de la sexualidad y, en
especial, en el ingreso al laberinto215 de la femineidad, porque no
pocos perecieron cuando la luz de la luna se ocultó o transmutó
en profundas sombras.
Es un laberinto, cuyo centro es un vacío (es la metáfora por
excelencia); quizás, La metáfora216 (mito) sagrada que buscaban
los descifradores de enigmas. Centro y vacío que permite ir hacia
todas direcciones y, por ello, los incautos se desorientan ante el
desafío de la intimidad sagrada.

215
Ídem. Pág. 163. “Sin prejuzgar la significación ni la función originarias
del laberinto, lo que es indudable es que suponen la idea de la defensa de
un “centro”. No todo el mundo podía pretender entrar en un laberinto y
salir de él indemne; la entrada tenía el valor de una iniciación. En cuanto
al “centro”, evidentemente podía tener formas muy distintas. El laberinto
podía defender una ciudad, una tumba o un santuario, pero en todos los
casos defendía un espacio mágico religioso que no debían violar los no
llamados, los no iniciados.”
216
Ídem. Pág. 197. “La función principal del mito es fijar los modelos ejem-
plares de todos los ritos y de todas las acciones humanas significativas. (…)
Asistimos en él a una transfiguración hierogámica del acto de generación.
La pareja humana se identifica con la pareja cósmica: “Yo soy el cielo -
dice el marido - tú eres la tierra” (…) y la concepción se convierte en una
construcción de proporciones cósmicas...”
177

Quizás, el ritual (y todos los rituales en ese ritual) que un


varón realiza es con el solo propósito de pedir la asistencia divina.
No se conoce varón que con sólo la intención o la voluntad huma-
na haya podido lograrlo (ni pensar lo que sucede en los tiempos
actuales, en que el hombre abandonó la dimensión sagrada de la
existencia).
Para los místicos, la energía de los cuerpos se libera al fric-
cionarse en el deseo y el amor, y a la vez se enlaza y ata más allá
del olvido de las almas. Y, en ese ritual, se abre un tiempo217 fuera
del tiempo, un tiempo otro, el que desconoce la linealidad, el que
tiene la perfección de una esfera. Porque al repetirse una fecha
trae consigo antiguos hechos, acto de amor y deseo que produce
un acontecimiento.
Un laberinto en carnal y mítica virginidad.
Cuando lo circular danza, la vida acontece, la algarabía se da
a conocer y hay una verdad ancestral que, por medio del amor y
del deseo, anhela ser revelada.
Es la desnudez de un alma, cuyo velo es la piel.
En la intimidad sagrada, el silencio crea los sonidos de la eter-
nidad.
Allí, donde las vocales se extienden hasta la agonía.
En donde el portal del tiempo es un umbral de agua en marea.
Es cuando las divinidades del agua se dan a conocer.
Y la luna hace danzar en efluvio la existencia.
Es un abrazo íntimo que sostiene los corazones en el instante
eterno de un latido.
Ese latido en el deseo y el amor que por siempre en el olvido
se recordará.

Sin contradicción, lo opuesto se abraza en intimidad creado-


ra. El varón, al construir un pensamiento desde una epistemología

217
Ídem. Pág. 176. “Estas repeticiones periódicas bastan ya casi para demos-
trar que las mismas fechas traen consigo los mismos hechos (…) En religión
como en magia, la perioricidad significa ante todo la utilización indefinida
de un tiempo mítico hecho presente. Todos los rituales tienen la propiedad
de ocurrir ahora, en este instante. El tiempo que vio el acontecimiento
que se conmemora o se repite con el ritual en cuestión, es hecho presente,
“re-presentado”, si puede decirse, por muy remoto que lo imaginemos.”
178

de lógica binaria, creó una estructura del desconocimiento de la


femineidad, de la naturaleza y de la vida, logrando sólo la separa-
ción; un enfrentamiento entre pasiones y el odio en los opuestos,
los que se aniquilan en enfrentamiento.
Lo femenino218 danza con la luna, y en la soledad, el gesto de
incomprensión de su cambiante fluir.
Y los dioses, en cierta cultura como Shiva en la India, encar-
nan las pulsiones, dioses de de vida y la de muerte.
El hombre, en lo que construye como “conocimiento”, en la
modernidad lo continúa en su reverso: el paradigma de la decons-
trucción en la posmodernidad.
En su razón, el hombre logró con mucho esfuerzo construir el
paradigma del desconocimiento, una pasión de ser en la ignoran-
cia. El hombre creó al hombre como un gigante con pies de barro,
con la endeble firmeza, sostenido en la razón. Desconocer las fuer-
zas “naturales” que lo dominan en pasión, es crear un estado de
fragilidad en desamparo.
El hombre moderno cree poder empezar un nuevo origen des-
conociendo la historia de las culturas y sus mitologías, pero él no
es Shiva, el que a la vez que destruye puede crear.
Y la diosa Kali danza ajustando a su cadera cráneos huma-
nos.
Quedan, para las generaciones de la posmodernidad, los res-
tos, los pedazos, los fragmentos de un ser que J. P. Sartre profetizó:
La náusea. El estado existencial que es el portal de los tiempos de
un porvenir sin ilusión.

218
Ídem. Pág. 205. “…las grandes diosas indias (Kali, etc.), como las grandes
diosas en general, reúnen tanto atributos de dulzura como atributos terro-
ríficos. Son a la vez divinidades de la fecundidad y de la destrucción, del
nacimiento y de la muerte (y con frecuencia también diosas de la guerra). A
Kali, por ejemplo, se la llama ‘la dulce y la benevolente’, lo cual no impide
que su mitología y su iconografía sean terroríficas (Kali está cubierta de
sangre, lleva un collar de cráneos humanos, sostiene un cáliz hecho de un
cráneo, etc.) y que su culto sea el más sangriento de Asia. En la India, cada
divinidad presenta, junto a una ‘forma dulce’, una ‘forma terrible’ (krodba-
murti). En este aspecto, Shiva puede ser considerado como el arquetipo de
toda una serie de dioses y diosas, puesto que crea y destruye rítmicamente
el universo entero.”
179

En todos los tiempos, el mito da cuenta de los efectos de la


represión sexual y su organización social: Para la mística, La mu-
jer en la singularidad no existe (no es igual a La mujer que no
existe de J. Lacan, haciendo referencia a las singularidades de las
mujeres), pero la mujer existe en la participación del principio219
femenino fundante.
Es lo místico que se hace presente en lo femenino.
Lo singular no puede separarse de lo general, así como lo
general de lo singular; se ligan en un lazo de común - unión. De
esta manera Lo femenino condensa todas las lógicas epistémicas,
juega a lo binario y no lo es, baila en la danza del psicoanálisis y
su abrazo (lógica tríptica <> cuaternaria), fluye en el rizoma a la
vez que es un todo (holística), y en el enigma muestra y desvela en
metáfora su centro, en ausencia.
La exegesis busca en la escritura y escucha el eco de la frase:
“El que pueda entender que entienda”.
Para entender los tiempos actuales,220 sólo hay que conocer y
entender los mitos.
En muchas culturas, la orgía221 era una ceremonia cívico - re-
ligiosa que, en ese éxtasis de intercambio, anulaba toda diferencia
(socio-económica, étnica, etc.)
El mito, en todas las culturas, otorga un marco simbólico
(historia ejemplar) y encausa las pasiones en donde la pulsión se-
xual y de muerte se liga de diferente manera, de acuerdo al “obje-

219
Ídem. Pág. 208. “La mujer” en un texto mítico o ritual no es nunca la “mu-
jer”; nos remite al principio cosmológico incorporado en ella.”
220
Ídem. Pág. 211. “El mito del andrógino esférico se funde con el del huevo
cosmogónico. Así, por ejemplo, según la tradición taoísta, en los orígenes
los “halitos” - que entre otras cosas encarnaban a los dos sexos – estaban
confundidos y formaban un huevo, el Gran Uno, del que se separaron más
tarde el cielo y la tierra. Es evidente que este esquema cosmológico sirvió
de modelo a las técnicas de fisiología mística de los taoístas (…) El mito
del dios andrógino y del ‘antepasado’ (el ‘hombre primordial’ bisexuado es
el paradigma de todo un conjunto de ceremonias colectivas que tienen a
reactualizarse periódicamente aquella condición inicial considerada como
el modo perfecto de la humanidad.”
221
Ídem. Pág. 212. “Morfológicamente, el ritual del “cambio de trajes” es
análogo a la “orgía” ceremonial; era frecuente además que este “disfrazar-
se” diera ocasión a orgías propiamente dichas.”
180

to” y su destino. Puede ser en una separación o en una alternancia


(bisexualidad) o en una indefinición (orgía), o puede que todas
convivan al mismo tiempo sin que la sociedad ubique a una como
ideal.

El retorno a la eternidad
Las letras del silencio, en palabras ensoñadas, retornan222 en
el dormir de la humanidad.
La ficción es parte del origen223. El trabajo de Mircea Elia-
de se encuentra muy influenciado por los postulados de C. Jung:
“Si se quiere entender bien esta misión de ‘historia ejemplar’ que
el mito le ha cabido es preciso relacionarla con la tendencia del
hombre arcaico a realizar concretamente un arquetipo ideal, a vi-
vir ‘experimentalmente’ la eternidad en este mundo; aspiración
que descubrimos al analizar el tiempo sagrado.”224
En toda su obra se encuentra una insistencia con los postu-
lados de símbolo225 y de arquetipo, entendido a modo junguiano.
Es de rescatar la erudición de Mircea Eliade y las fuentes de refe-
rencias y de información que ofrece al lector, pero a la vez es de
señalar que, con todo ese recorrido de viajes, experiencias, cono-
cimiento de lenguas antiguas y títulos universitarios no ha podido
hacer una metáfora que cifre en enigma su saber, ni ubicar cuál es

222
Ídem. Pág. 218. “…el mito reintegra al hombre a una época atemporal, que
en realidad es un ilud tempus, es decir, un tiempo auroral, ‘paradisíaco’,
allende la historia. Al realizar un rito cualquiera, el hombre trasciende el
tiempo y el espacio profanos; de la misma manera, al ‘imitar’ un modelo
mítico o simplemente al escuchar ritualmente (es decir, tomando parte en
ello) el recitado de un mito, el hombre es arrancado del devenir profano y
vuelve al gran tiempo.”
223
Ídem. Pág. 218. “La historia que fue en los orígenes debe repetirse porque
toda epifanía primordial es rica; dicho de otro modo: no se agota por
una sola manifestación. (…) La función de historia ejemplar que los mitos
tienen se percibe además en la necesidad que el hombre arcaico siente de
mostrar las ‘pruebas’ del acontecimiento registrado en el mito.”
224
Ídem. Pág. 219
225
Ídem. Pág. 235. “…el símbolo prolonga la dialéctica de la hierofanía: todo
lo que no está directamente consagrado por una hierofanía se convierte en
sagrado por el hecho de participar de un símbolo.”
181

el objeto de estudio en su devenir en inmovilidad eterna.


La metáfora no abandona la dimensión estética de la expe-
riencia con lo sagrado, por más que ésta adquiera otra forma: “El
mito puede degradarse en leyenda épica, balada o novela o sobre-
vivir en formas menores - ‘supersticiones’, costumbres, nostalgias,
etc. - sin perder por ello su estructura ni su alcance.”226
El mito muda a los cuentos de hadas y demás relatos fantás-
ticos; transmuta en niño y juega en su sagrada danza del dormir,
suspirando su aliento en los sueños de los infantes que recibieron
en la escucha esas letras, ahora borradas de la pizarra mágica de
su conciencia.
Ese Block Maravilloso los resguarda y, a la vez, los continúa;
es el decir que espera por la ternura de una caricia, por el beso de
Érase una vez… en lo que es y no existe y en lo que existe y no
es…
Las letras son los nudos de esas redes mágicas de palabras
que, al ser lanzadas, retornan rebosantes de emociones, las que
saltan por fuera de la barca de la consciencia.
Y el tiempo circular de lo sagrado se rompe y su hilo se extiende
en una línea histórica de pasado, presente y futuro, sin ruptura
del tiempo.227 El hombre posmoderno,228 en la globalización de
su soledad, se encuentra con otro ser que no sabe en qué son se-
mejantes.

226
Ídem. Pág. 219
227
Ídem. Pág. 251. “La existencia humana discurre, pues, simultáneamente
en dos planos paralelos: el de lo temporal, el devenir y la ilusión y el de la
eternidad, la sustancia, la realidad.”
228
Ídem. Pág. 246. “…la existencia auténtica del hombre arcaico no se reduce
a la existencia fragmentada y enajenada del hombre civilizado de hoy.”
182

Letras de fuego
El proceso de escritura de este ensayo, con destino de apun-
tes de cátedra, fue muy agotador, a la vez que implicó una gran
lucidez en la reflexión y un poder de palabra en el esfuerzo de
construcción metafórica.
Por circunstancias inesperadas que me ubicaban en otra posi-
ción, en relación a la cátedra de Historia de las Culturas y Mito-
logías, sentí que debía dejar una huella de escritura ante mi inten-
ción de retirarme de la academia.
Para mí implicaba la instancia final de una iniciación en la te-
mática, la que se realizaba desde tiempos antiguos; experiencia exis-
tencial que mudó a formato académico cifrado en una nominación.
La articulación de la revisión de historias en mitologías de
diferentes culturas, ligadas desde una interpretación psicoanalíti-
ca enlazada a la hermenéutica, exégesis y heurística, fue una tarea
que me significó un gran esfuerzo y me agotó, porque sentía que
la lectura por realizar era excesiva y que el ver y concluir ante
ella demandaba de una lucidez que debía mudar a una síntesis
estética, es decir, debía ser articulada con delicadeza y belleza,
guardando el misterio y el enigma, respetando la sacralidad de
los mitos, y la única manera posible era a través de la metáfora.
Al mismo tiempo, me sentía obligado a la transposición didáctica
que exige la academia para la comprensión, por lo que debía ser
claro y preciso. Y mi escritura tiene un valor testimonial a nivel
real, imaginario y simbólico.
También, y muy a mi pesar, estuve obligado a los pie de pá-
gina, quizás en demasía para el lector -como para mí- pero si hu-
biese tomado la vía de transmutarlo a poesía sin dar cuenta de
las referencias simbólicas, el texto sólo hubiera estado dirigido a
eruditos en el tema que tendrían que descifrar en las palabras el
juego de las metáforas que danzan en la escritura.
Sentí una gran resistencia al escribir y me esforcé hasta la ex-
tenuación. Podía reconocer el porqué, pues en el último tiempo de
mi transcurso en la academia mi pesar aumentó y con él un senti-
miento de que mi escritura eran letras sin esperanzas, sin porvenir
ante un devenir de deconstrucción y desolación.
Fue así que soñaba, en el transcurso de la escritura de este
ensayo, que no podía realizar una metáfora, una que diera cuenta
183

del enigma en creación, hasta que otro sueño, al final de esta tarea,
me habitó y habilitó, a la vez que cambió mi posición y también
los destinarios y, entonces, la metáfora se ofreció en posibilidad.
Mis Letras ya no eran sólo un resto que caía en la indiferen-
cia ante la abulia y la enajenación. A mis letras las quemaba, las
transmutaba en un fuego que, al encenderse, las hacía fluir etéreas,
buscando al aire como destino, anhelando el azar de lo divino
desde una causalidad ajena a mi intención.
He expresado mi verdad en la verdad y, de renunciar a ella,
tendría que dejar de escribir.
El sueño me alivió y me permitió el descanso; soltar las letras
al fuego para que por un instante eterno dancen ígneas y luego se
desvanezcan.
Soltar las letras para que muden en el aliento de lo descono-
cido, tan extraño, tan divino y, a la vez, tan sagrado.
Y quizás, algún día, quien camine sin dejar huella sobre la arena,
agitada por la espuma de la mar, sienta la brisa de estas letras y
sonría.

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