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VII

ALIMENTACIÓN, VESTIDO Y ENFERMEDADES

La alimentación

Procurarse alimentos que echarse a la boca fue quizá la máxima


preocupación para el con1ún de los n1ortales en una guerra caracteri-
zada por la pobre~a. La angustia c?tidiana del hambre, que llegó a ser
paradójico remed~o para much~: ulcera~ eston1acales, motiva afirma-
ciones de esta guisa: «En relacion al miedo, la muerte ocupaba, des-
pués del hambre, el segundo lugar. Por lo tanto, se arriesgaba la vida,
si era preciso, en el n1omento en el que se vislumbraba la ocasión de
poderte llevar algo a la boca.» Delmiro Bauzas, veterano combatiente
de la República, llega a señalar que la mayoría de los voluntarios del
ejército frentepopulista se alistaban «por motivos de hambre». En este
sentido, Manuel Seises (Madrid) se incorporó voluntariamente al
batallón Stajanof, «porque en Madrid iban escaseando los alimentos».
Las necesidades alimenticias eran cubiertas con más holgura en
las zonas rurales que en las urbes. En los pueblos, la escasez de los
alimentos conseguidos a través de la cartilla de racionamiento se
compensaba con los productos cultivados en las propias huertas~ las
~atanzas de animales de su propiedad. Francisco Domín~uez (V1~l?-
na de Orbigo, León) recuerda cón10 en su pueblo «la ahmentacw~
nunca se echó en falta. Aquello era un pueblo de labradores Y la com_i-
da fue rudimentaria antes, durante y después de la guerra. Se comi_a
lo que se cultivaba». Se contaba con distintos animales: cerd0 s, galh-
nas, vacas, conejos, etc. . de la
F El padre de Joaquina Rodríguez desempeñaba la Jefatur~,
alange en León: «En la guerra no nos faltó de nada, porque vivia;ios
con los que mejor comían de todo León, los militares de Franco. ero
Yllo he visto cómo los soldados colgaban las ratas en una calle que
la
atnab "L
ª a condesa" y cómo se las com1an , d , La otra cara
espue5 » · ,
J:
Fernán-
de~~nedba la represe~taba el entonces pequeño José c;sarqe:e cuando
' arn ién leonés: « Yo recuerdo que tenía la coS tUrn re

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112 HISTORIAS ORALES DE LA GUERRA CIVIL

me iba al colegio n1e llevaba un trozo de p a n y cuando e ~


rra me costó n1uchos 11oros.» Iba ahora al colegio sin ~ talló la
'
monio d e quien res1'd'rn en una 1oca I.1c1a d de l a provi Pun. · Otr > 1giie
•:
. e , I ncia (VI·¡¡ ~ i.
Puerto) es igualn1ente tnsle: « om1amos sa vado hervido con ar el
la n1itad yo creo que eran cagad~s de ratones.» al, q e
Las tierras que poseía Antonio Palomo en Astudillo (PaJe .
ernlilieron disponer durante toda la guerra de aves de e ncia) le
P . l b .- orra], e .
n1 enor cerdos horta1izas, grano, egurn res y v1nas. En Jas af a,.a
, , , 1 ·' p. . Ueras d
la localidad se pod1a pescar, pues e no 1suerga estaba repleto d · e
bos y cangreJOS · d e arroyo. e bar.
Higuera de Vargas (Badajoz) era autosuficiente, pues corn o a
· · PUn.
ta Rafael Pascual, l os pro bl emas d e a b astec1n11ento eran contrarres.
tados con los alimentos que se encargaban de traer los contraband·
tas desde Portugal. La guerra sorprendió a la familia de Concepci~~
Enegas en Azuaga (Badajoz), pueblo minero en manos de la Repúbl·.
ca hasta el 24 de septiembre de 1936: «De entrada nos quitaron a
todo el servicio, lo que para nosotros fue una bendición porque co-
míamos de lo que las asistentas, que habían estado a nuestro servicio
durante muchos años, nos tiraban por las tapias del jardín por la
noche. Comíamos de eso, de un saco de azúcar que mi madre consi-
guió esconder y dos jamones que también escondió. No nos daban
absolutamente nada, ni agua. Y Azuaga era un pueblo donde no
había agua potable. Tuvimos que beber agua del pozo con unas goti-
tas de lejía.» Por el contrario, otra colonia minera, la inglesa de Río-
tinto (Huelva), era autosuficiente, por lo que la familia de Esperanza
Alos pudo vivir allí desahogadamente.
En ocasiones no bastaba con disponer de tierras propias para sol·
ventar el problema de la escasez de alimentos. Los padres de Maximi·
na (Va~decaballeros, Badajoz) tuvieron que recurrir durante la guerra
exclus1vamen~e a ]a~ cartillas de racionamiento, ya que sus tierras de
labranza hab1an ca1do en pleno frente de b a t a11 a y es ta b an m1·nadas' ·
Q ue daron yermas.
Teodoro Moreno (Cubo de Bureba Bur os) r . .. rácti·
ca ilegal para afrontar los bl ,. g . . ecurno a una p e
pro e mas ahmenhc1os. . 1 d ·tra·
perlo era matar cerdos por la h · «eJemp os e ex
noc e, para que d. 1 · ara
Algunos nos hicimos ricos de esta, n1anera» na 1e os reqms, ·
Todas estas prácticas no tan comune~ .
expresivas del c1irna de necesidad reinante en tiempo de paz eran

acometer. La madre de Teresa Velasco (Ciud~~l


tro de la mesa la cazuela de 1a que comían tod
R::t
nas a sacrifi cios que en olro licmpo no s; (u~/on~ucfa a las perso·
1
sto 1;recisadas a
) P 0 n1a en el cen·
se servía cucharadas más pequeñas para que su~sh_pero con disimulo
Su padre era albañil y sus angosturas económicas
'
fi°s
comiesen más.
evaron a la fami·

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ALIMENTACIÓN, VESTIDO y ENFERME
· DADES
113
Udir a un comedor de caridad, donde alm ~ .b
.
l1a a ac b b
nar acostun1 ra an a servir . 1es patatas con orza
b an Y cena ban.
Para-ece la guerra ap1.en d'1 a comer tomates -co fiaca ao · . 1
al de Miran d a de Eb ro-. N o 1os podía ver ni ne esa. Luis Al onso,
«Pn
natur, es1'dad entran1os en un huerto y entre un co n p1~tura Y un día
de nec . os un n1ontón d e ell os.» Gregario ' Acinas (Campancro
. y yo , nos
co1111rn E . scaJares de la Sie
urgos) reconoce: « n una ocasión tuvimos que . ·
rra, Bcomer.» Ju 1·10 M art1nez , (V' )
1go recuerda que los h
comprar gaviota
d
ara
P sabían a pesca o. d uevos e este
avefrancisco Montes (Granada) sobrevivió comiendo 1 ..
d h b , . agart1Jas en
. rra Nevada, d
S1e . _ on e « _ a 1a muJeres que disfrazaban 1os Jamones .
serranos de n1nos pequenos
h , para que . no se los confiscasen . Los envo1.
, n en mantones y ac1an como s1 1os meciesen».
via · 1 . . d o Ov1e
. d o 1a alimentación era precaria. La
En el inic1~ mente sitia
niña María Luisa pudo co~probar, después de la liberación, que en la
localidad pesquera de Cud1llero se comía mejor. Otra pequeña Car-
men, pudo abandonar la capital del Principado al poco de estaÚar la
guerra. Perteneciente a una familia acomodada refugiada en zona
nacional, sólo notó la guerra en que de postre comía una pieza de
fruta entregada en mano, cuando anteriormente la cogía de una fuen-
te. La familia de María Jesús Prada no pudo abandonar Pola de Lena
(0viedo) y sufrió la represión de los adversarios ideológicos: «Yo iba
con la chica de casa a la cola. Cuando llegábamos al principio de la
cola decían: "Estos son fascistas, al final." Nos volvíamos a poner en
la cola y cuando llegábamos otra vez al principio, ya se había acaba-
do todo. Llegábamos a casa y no teníamos qué comer, sólo cuatro len-·
tejas amarillas y poco más [ .. .] Gracias a dos personas de ideas dis-
tintas a mi padre, ateas y de izquierdas, pero muy amigos suyos, no
nos morimos de hambre. Le regalaban harina, lentejas, alubias, arroz,
lo que podían en pago de favores que les habían hecho en el banco.»
El niño Marcelino Menéndez (Serrapio, Oviedo) salía de su casa a
las cuatro de la mañana para recoger avellanas y pescar a mano tru·
chas en el río: «para cenar teníamos catorce avellanas cada uno [... ]
Un día recuerdo que nos dieron a mi hermano Luis Y a mí unos pane-
cillos, Y como teníamos tanta hambre, que en los dos kilómetros que
and'b ª amos todos los días nos los comimos todos, Y no nos po d'amos k ,
P:esentar en casa sin ellos. Así, con el último cachito de miga ... no se
como me dio por ahí el caso es que cuando entregaban el pan te po-
nían una equis • con un ' lápiz de dos colores ... Y yo con 1ª miga. de pan
conseg ,b d vo me dieron 1os
sei ui orrarla, me puse a la cola otra vez Y e nue
s Panecillos»
n· · · d ) Para que no
I
le fu eIShnta picardía gastaba Blanca Corral (Santan er ·
1 d,,0 la despensa a
se requisada la comida que acumulaba trasª

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HISTORIAS ORALES DE LA GUERRA CIVIL
114
·boles las ]atas de leche condensada
1 ó de Ios á l 1 h . , 1as e .
jardín. eo g l lle ar el otoño y caerse_ as OJas quedó todo al ªJas de
galletas, etc. A g mbi' arlo de escondite. <lescu
. l vo que ca ' . . ·
b1erto Y u . 1·endió a Tonb10 Ruano veraneando e0
La gu erraS s01t Pnder. Dado que en 1a pens1on ·, n su
en qui! se alo· b lío
sacet·dote , en an ªvo duro con una patata asa da, so•1,1an cena~a as·¡ oo
1
les servian unb 1ue asaban pues no disponían de aceite. r Pecec¡.
t ue pesca an y e: , ,
os q . ci·a vasca de Vizcaya se consum1an unas tarta] t
En 1a prov1n e as d
, 11 d artua» y «talua» («borona» y «ta1o», en castel!
rnaiz arna as «e: • • ano)e
emeJ'aban a las tortitas amencanas, pero con h . ·
Las «artua» se ,as , , . anna
de maíz. El «talo» era un pan hecho con 1:1a1z, muy solido.
Una de las ciudades menos desfavorecidas por la guerra, en lo que
a abastecimiento de alimentos hace, fue Salamanca, durante algún
. po sede del Cuartel General de Franco. Elena recuerda haber vist0
tiem
guisar a alemanes e italianos en 1os Jar · d.1nes de 1os palacios donde
éstos se hospedaban. Una amiga suya, que le comentó cómo había
esperado en Madrid una cola en la que se repartían bocadillos de
ratón, al llegar a la ciudad del Tormes «comía el queso como si fuera
pan»; cierto día le compró una peseta de bollos (cada uno costaba diez
céntimos), que su amiga devoró seguidos uno tras otro. La bonanza de
la provincia salmantina lleva a afirmaciones tan reduccionistas como
sinceras, tales como la de Emiliano García (Ledrada): «En la España
nacional nunca faltó nada para comer.» Opinión que se atrevería a des•
mentir Felisa Sancho (Fuenterrebollo, Salamanca), quien se vio forza-
da a dejar el colegio a los trece años para segar, vendimiar, labrar y
hacer las tareas domésticas: «Recuerdo que teníamos una gallina y nos
co~í~?s dos ~uevos para cinco. Se ponían en un plato y allí el que
mas rap1do comia era el que más se llenaba la barriga.»
De los testimonios se desprende que las penurias alimenticias fue·
ron mayores en zona republicana intensificándose conforme el curso
de ~a guerra se decantaba progre~ivamente más a favor de los parti-
danos
d0 b ) de Franc:;>· A 1ª entra d a de las tropas nacionales . en Baena (C0'r·
~ e1 pequeno José Luis pudo probar productos que había deseo·
noc1do hasta ento nces.. «A,un mantengo en la memoria del Paladar ' el
b
sa or salado y se d 1 . d ·no
tinto . co e as sardinas arenques y el primer trago e VI
que me hizo to d
Jose' B 1 mar e una bota un moro.»
rra que ale montet, .
(Eld a, Al'icante) pasó tanta han1bre durante lª gue·
, ermmo d , st d .1· tarse
voluntario a la Divis. : e a, no tuvo reparos a la hora e ~ 15 sus
anteriores ideas ~n Azul con el solo objeto de comer bien. de
Luis Martos (F' repu icanas no fueron un obstáculo. El hermano a
,mes Al ') ·-un
calabaza asada ( ' d mena , a su regreso del frente, se co0110 de
un verdadero m que . ebía d e estar repugnante) como s1• se tratara
anJar.

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ALIMENTACIÓN, VESTIDO y ENFERMEDADES
115
rcelona, la escasez había engendrado un f t' .
En Ba , , or 1s1mo m d
1 que solo ten1an acceso 1as clases elevadas A 11 . erca o
neg~í= Buxeres, que había llegado a pagar 500 pes~tase :: ~ert~necía
R0 ~ de estraperlo. Aunque señala que el pan ant n litro de
1
acehite •na se elaboraba a base de mijo, habas y alp' ist e ªr au~~ncia
de an ' . . . . e, su amiba n 0
esó precisamente ninguna penuna alimenticia· «Aqu ll .
atrav , 1 h, h · e as navida-
omimos turran, un ec on y asta bebimos champa' E
des C . d bl h d 1 , n.» scon-
d'an la comida en un o e tec o e salon.
1
Es obvio que este caso . de. abundancia no entraba den tro d e 10
·ente, pues otros test1mornos apuntan hacia la escasa cal'd d d
corn d' d . . 1 a e
los productos que se po ian a qu1nr en 1a Ciudad Condal: «Mojabas
l Pan y se cortaba la leche.» Rafael Ortega, que residió en Barcel
etoda la guerra, ego' a perd er veinte
11 · k'l
I os y su hermana perdió casi
ona
cuarenta.
Los territorios insulares no atravesaron grandes penurias alimenti-
cias. En Canarias, con10 señala María Benítez (Las Palmas de Gran
Canaria), el único producto que escaseó durante la guerra fue la pata-
ta, que por otra parte ya escaseaba antes de la guerra. Compensaban
la carencia de este tub 'rculo con el boniato. En Mallorca -afirma
Antonio Garau, natural de Inca- no hubo problemas de abasteci-
miento, sah o en lo que e refiere al azúcar y al café (productos que,
por otro lado, eran artículo d lujo en toda Españ~), sustituidos por
azúcar negro , achicoria.
Madrid, no obstante, vueh e a er en este capítulo tristemente céle-
bre por las calamidades que e \ io obligada a sobrellevar su población.
Alvaro Baselga recuerda lo fina que se cortaban las cáscaras de la
naranja, para coger el pellejo blanco que quedaba entre la naranja y
la cáscara, mojarlo, salarlo y freírlo como si de una patata frita se tra-
tara: «Yo lo he intentado voher a hacer y es incomestible totalmente.»
Conseguía suelas de goma, de zapata, con las que se cocinaba. El pro-
blema no era lo mal que ardían, sino el olor que desprendían Y que
pasaba a la comida, aunque ello no le importaba en exceso, ya que se
comía todo lo que le daban.
Las penalidades sufridas en Madrid motivaron la fascinación del
falangista Rogelio de la Torre cuando se incorporó a la zona na~ional:
•Al llegar a San Sebastián, mi primer asombro fue la norm~h~ad Y
abu nclancia de ví eres. En una tasca que había en fuenterrabia, Junto
al puente internacional coleaban los J·amones Y chorizos que yo, con
el re d , º
cuer o de Madrid tomé por muestras de carton. »
,
M , d b, ayudar a su
r.,_.1_anuel maduró prematuramente por cuanto e ia ,
•QJ.1uu ' has veces veia
Pasar 1
ª en un Madrid muy duro: «Recuerdo que mue
mil' · nos Yo era con
catorce c~n\ O) por Atocha con comida para los . ~c1a mi erra era
e anos Y treinta y tres kilos el cabeza de familia, Y gu

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HISTORIAS ORALES DE LA GUERRA CIVIL
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.l casa J)Or lo que muchas veces pensé en
11 ,ar co1111c a a ' e:, asalt
e\ . . alquicra se atrevía». Otro pequeño recogía ar el e
vo ' p to ... ,cu~ . b 1 . con su h ºn-
'1as bol a de pan que arroJa an os - aviones nacionales el'rna.
no . ÉS'fE ES EL PAN DE LA ESPANA DE FRANCO ) Olevaba
cnto: « 1 · b . » , Per ¡ 1\
b 11 10 s guardias de asalto y se as requisa an. En cierta ocas' 6 o lega.

ueron q u
ue "lgunas bolsas habían quedado suspendidas en ¡ 1 n ad-~
os 1 1.. •
del Retiro. Las bajaron 111erced .ª su buena puntería con el tira~t~le.1
Mª n uela de Julián, que cocinaba con sebo por carecer d h1nal
bajó con su 111 adre un parapeto d e 1a ca ll e en el ~agor de un
a e acte,
·
bª1·deo y se topó con" su 1padrastro dando tumbos: « No me d' or.
has es tado bebiendo - e IJO m1 ma dre-. "N'1 he bebido ni higas q e
d' · ·
' . . b
do Juana" -le d1JO el pobre hom re-. engo munéndome." p 1-
"V . e corn.
'
le llevamos a la casa de socorro y a 11',1 se muno. · ' M uno
· ' del coraz,ronto
. on, 1
había pasado muy ma1. Apenas com1a, para que comieran sus h¡· 0
, . . d Jos y
además pasó mue h 1s1n10 m1e o.»
Hubo días enteros en los que en casa de María Cruz García no
_ M' se
comía, salvo un trozo de pan por las mananas: « 1 madre, que era
muy escrupulosa, se negó a comer un _día de un filete de toro, ya que
éste tenía un aspecto desagradable; sin embargo, cuando empezó a
pasar de verdad hambre, cogía una cafetera y se iba a las Ventas a
recoger la sangre que caía de los toros o de las mulas que mataban,
luego la freía y se la comía. A veces se podía conseguir un poco de len-
tejas o de judías; éstas siempre estaban llenas de bichos, pero yo
decía: "no quites los bichos porque nos quedamos sin carne".»
La familia de Pilar Gamonal, que vivía en el paseo de la Castella-
na, llegó a comer gachas de maíz de almorta todos los días. Dado que
comían una sola vez al día y tan escasa cantidad, no ponían siquiera
la mesa. Otros testimonios hablan de consumo de alimentos que en
circunstancias normales pueden parecer repugnantes: «Yo he comid~
carne de caballo. Una vez fui con mi novio por la Puerta del Sol)
comimos higaditos de borrico, sin pan[ ... ] Un día teníamos carne co.no
t omate para cenar y como vivíamos muy cerca de don de vivia · , Lan!.º
Caballero,
. tiraron una bomba , se nos vino todo el hollín de la cocina
encima, y no pudimos comer la carne.» ér·
1
Carlos Ovalle, soldado republicano solía coger gatos para cond 0 ,
selos·

L , f '
• ~< 0 com1amos rito si había un poco de aceite, Y si n '
· 0 asatos ·y
Victoria Ag~ado afirn1a que «era normal que la gente matara g~i\inf,
se los c~miera durante la guerra: n1e acuerdo de una cena fa dijo
con mot ivo d e1 cumpleaños de una prin1a n1ía donde mi· tía. nos que
que h b' ' 10105
ª
no era con ·
ia para cenar conejo en salsa. Al final de la cena supd
· . 1 · n o... ¡
pero
la ve . eJo, sino ¡gato!; me pasé toda la noche devo Vle . ero e
rddad es que no estaba n1alo. Era más fino que el coneJ~, ~otiVº
sab or e la ca , p r este
rne s1 se notaba que era más fuerte. 0

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ALIMENTACIÓN, VESTIDO y ENFERMEDADES
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ve muchísin1os años sin probar el conejo; me daba ,
estU lo» No obstante, Dolores Navarro una ni'n~ d asco solo de
sar · '
pen , remilgos a la hora de con1er lo que se le pu . a urant e 1a guerra,
tenia b . s1ese a tir . v h
110 ·¿ hormigas y esta an inuy neas. Me hinch b d o. « io e
orn1 o d ,, a a e ho .
e z que se me que o una poco n1asticada me a d b rm1gas.
(]na vneta » Margarita Vergara, por su parte , dice hn ba a por ~oda la
g.arga · d • ' a er comido
t ocasión to o «un manJar»: 1engua de burro . 1 en
c1er a ,, 1 • , anima del qu
b"én se con11an as ore3as. e
tarn ni otras ocasiones,
. 1as mas, , 1a a1·1mentación no p. asab h
E , · d I . a por acer
de tripas corazond com1en
1t
o o que se terciara, sino que se ce t b
t d. . 1 n ra a en
evas recetas e p a os ra 1c1ona es, modificadas por la f lt d
. gredientes. As1,' 1a 11 ama da «tort1·11 a evacuada» se elaborabas·ª ªh e
nu
in h . E m ue-
vos, con agua, ar~na y patata. ran muchas las formas de preparar
sucedáneos de tortilla. Otra receta es aportada por Maria del Carmen
Vázquez (Santoña, Santander): «Las tortillas eran de nabo. Echába-
mos unos polvos en la leche y se hacía el huevo para cuajar la torti-
lla.» Su padre trataba de poner una nota de humor a las escaseces del
momento: «Teníamos un muñeco que se llamaba "El Tío Zaramborn-
bón". Era un muñeco de trapo con una manivela detrás y una prima
mía le decía: "Tío Zarambombón, ¿nos darás racionamiento esta
semana?" como no t~níamos cartilla, mi padre cogía el muñeco por
detras y le hacía decir que no.» .
Otra niña, María Antonia Campa, desayunaba todos los días en la
Ayuda Suiza, una organización situada en la calle de Toledo, donde
daban una taza de cacao y una barrita de pan a los inscritos. Debido
a su delgadez, le obligaban a tomar una cucharada de aceite de híga-
do de bacalao antes del desayuno. Esta delgadez extrema le valió ser
elegida para comer en el número 136 de la calle de Serrano, donde
también Ayuda Suiza prestaba servicio.
Mercedes Maraver aborrece las galletas «María», por todas las que
tuvo que comer durante la guerra. Su hermana se hacía pasar por
subnormal en las colas de racionamiento de Madrid para, valga la
redundancia, colarse. No cabe dudar del riesgo que hubiera corrido
de descubrirse su mascarada: otra encuestada, que opta por permane-
cer en el anonimato aún conserva en el brazo derecho la marca del
rn.?rd'isco que le dio 'una señora al intentar ella colarse. E n cier · t ª 0 ca-
sion encontró dos huesos de jamón en la basura e hiz~ con ell~s cald~
¡ara tres días. También María Luz Bajo recuerda la incomodidad d
i°s :acionamientos: «Éramos cuatro y lo pasábamos muy m~, porq~=
en1amos mucha hambre y muchos días lo único que com1~mos e
agua e 1·
d ª lente. Por la noche nos levantaba mi. mad re Y nos ibamos 1a
rnº;de creíamos que había algo. Además, las 9~e llegabl~~a~~::
ana decían que no había derecho a que estuv1esemos al

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JIISTORI/\S ORALES DE LA GUERRA CIVIL
118
ía que er a parlir de las ocho, y los sinv .
rano que ten ' J L h í crguc
p ' -'r . os nos echaban [... o ac an para meter a la n:,,,a~d
lo m1 ic1_atndo por la noche con ellos.>> s golfa~9•·
habían es a Villarejo de Salvan és, Ma d n'd) recuerda el b ue
(
Juana S a Z
• dí as por fu era tenía o11 o el e Pa
.. 11 y las legumbres: «E stas JU
por cai ll a
.11 h b
pero cuando las ec a as en agua se abrían y
. n una n
Pinta
marav1 osa, b estab
nas de gusanos. Aun así, se espurga an y se comían. No habí:~lle.
remedio que hacerlo.» . , . . ºás
A la s madres de rec1en nacido se les proporcionaba un .
.- h, racio
miento especial, que Fuensanta Patino no aprove~ o: «A las que na.
ban criando las proporcionaban queso, ~a~~equ11la, leche condeesta.
da ... En vez de comerlo yo,,, se lo1daba -a m1 h1Jo, Antonio. Era Io quensa. s
llamaba la "Gota de Leche . Por a manana coc1a arroz con agu e
1 , al l d l a, echa
ba azúcar, dejaba que se pegase e _azucar c~ o e a cacerola, lo da~
vueltas hasta que estuvieve dorad1to y ya tema para desayunar e
'fi d . l d M , , orner
y cenar». Parecido es el sacn ca o eJerr_i p o e anuela Alvarez: «Yi
0
crié a mi hija dieciocho meses a pecho. sin comer yo. Es todo un rn·¡1a.
gro, porque no es posib1e .cº? l o poquito que yo comía. No tenía para
darle de comer durante d1ec10cho meses. Y luego fue la mejor, la más
mujerona y la más guapa.» Otros niños no t~viero~ tanta suerte, pues,
como afirma Isabel Colmenero, muchos bebes muneron a causa de las
papillas adulteradas; se les había mezclado almidón para especular.
En casa de María Dolores Rueda llegaron a comerse las sobras que
guardaban para el perro. El animal murió de hambre, pues no se
podían permitir el lujo de darle un trozo de pan o un hueso que sir-
viera para hacer caldo. El testimonio de María Cruz Pérez es igual·
mente desolador: «Normalmente teníamos tanta hambre que no po-
díamos esperar a cocer los garbanzos de un día para otro, así que nos
los tomábamos crudos.»
La envidia motivó que cuando Natividad Anaima cocinó un poco
de bacalao con cebolla la llamaran «fascista», sólo «porque olía bien».
~ampoco pasó excesivas penurias Goyita Pérez, pues gracias a que su
tia poseía una pastelería disfrutaban de productos tan cotizados como
el. azúcar o el café, con los que se podía negociar la compra de otrOS
alimentos.
En contraste con la austeridad de Madrid en Valencia -recuefcla
Teófilo V:eIasco-, «h asta las pastelenas , estaban ' llenas».

La comida en el frente
. en·
Probable t ·¿ des alirn 0
f • mene era en el frente donde menos necesi ª •ércit
icias se arrostr b . b' . . ., . de1 eJ
ª an, s1 1en las condiciones h1g1e01cas

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l1 'I ·'.' 111 • ~r li e r rtuilc s: 1 ;1l lo nd, lm ·dr , 11·~(I . ' ·r nr1
,r,n 1 c1 d( r 11c1 e m-
l ' . ~ te nn ~¡l nal , n:uT~1 qu a trav : and la ·icrra d Pal ' .
·,11 n . . . m a • 1 u n1-
t ·..l: 1 1 u11 1 ~st 1 b .11 unn d1en \ eJa '· 1 • oldacl· e 1<1, r par.
ti~t n y "I J l r h m 1 . que 6 con el morral I perr n .
·r-.. lt:in , p ~ a l d_, lo t s lim_onio de soldados de amb ejé r-
it u p. ~r n hamb1 e en su unidades: «Yo pa é má hambr qu
n 1:ig;irt COJO,»

\ estido y frío

Uno de los enemigos comunes al frente y la retaguardia durante la


guerra fue el terrible frío que asoló amplias zonas de la península lb, .
rica. A Juana Romero (Pajares, Guadalajara) le sorprende la pregunta
de si los hogares contaban con calefacción durante la guerra: «E n
todo Pajares hay una casa con calefacción, que es la de mi hermana,
y la puso hace seis o siete años.»
Araceli Jiménez (Ávila) recuerda haber utilizado contra el rigor de
las temperaturas ladrillos calientes para calentar las camas, botellas
de agua caliente y, sobre todo, mucha ropa, remedios que hacían las
frías noches de invierno más llevaderas.
Era habitual en los hogares españoles que el calor de la cocina
fuera aprovechado para templar el resto de la casa, más si cabe en un
momento en el que la luz eléctrica estaba al alcance de muy pocos. En
las grandes ciudades el uso de la electricidad se restringía a el termi-
nadas horas. María Cruz García (Madrid) recuerda que «una vez 11 -
?aron los mi licianos y a una vecina le dio Liempo para d scone tnr el
infernillo Y melcrse el cable entre las tetas, tapándos on s u hijo n
blr~;º 5· El niño no hacía n1ás que decir: "mamá tetas luz, mnm{t t . t~s
Uz » L <l 1'f
~ · ª eren te kleología ele los vecinos el ¡a nsa 11 I,\ qu r:-..s1dn
t.= •
una en. cuestada no les impidió colaborar haciendo trnm¡ ns en los
contad ores <l e la luz.

. .
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HISTORIAS ORALES DE LA GUERRA CIVIL
122
. .a de María Antonia (Madrid) se vio f
La f ami11 orzad
as de vino del bar que regentaban en 11.K d . a a q
todas 1as eUb t; 11 . . ina tid llet-..
1 frl
, 0 No contentos con e o, pros1gu1eron co Para h·1at 1

frente a · . D l · d n el p a
cubría el suelo del pasillo. e m1si:1:10 mo o, Eugenia Sá arqué ~et
.d había deJ·ado con una h13a de meses para . Uchez qu~
man o 1a lnc 0 ' cuy
b o de quemar las contraventanas y la mesa d tporars o
fr ente, h u b . e1corn e a\
. _ madrileños acostubra an a caminar hasta los edor, l
nmos _ montes os
Pardo para recoger len~. , de ~I
Algunas personas solo podian entrar en calor durant
1abo ral , como es el caso de Sergia Fernández (Peñacabealslu horatio
, y l a un1ca , . calefa .era
nea) . «Los inviernos eron muy fnos
fu , , Sala.
ma • . d cc1on d
0
podía disfrutar era la propia e 1os trenes -que lirnpiab e que
y a- e 1
horas de trabajo.» ' n as
La dureza de las condiciones climáticas en algunas carn ~
cretas es destacada por Jesús Fernández (Puebla de Lillo pla~as) con.
., , eon q
vestía con la ropa elaborada por l a Seccion Femenina: «N ' ue
todavía estábamos b1en . vestI"d os, porque eramos , de Falange yosotros
. , ten1,a.
mos camisas, capotes y b otas, pero h. u b o tien:ipo que los soldados lle-
vaban en Teruel, con un metro de nieve y mas, hasta zapatillas blan.
cas, porque no había botas.» No es de extrañar que en la caja de 1o
camiones se apilaran los soldados para dormir, sin otro consuelo qu:
una cantimplora de coñac.
El puesto de telegrafista que ostentaba Dionisia Encinas le permi-
tió no sólo disfrutar de la misma comida que sus superiores, sino gua-
recerse del frío mejor que el resto de su unidad, que soportó en Terne!
temperaturas de hasta 23 y 24 grados bajo cero. En la misma campa•
ña, Antonio Sánchez-Cámara, comandante del ejército nacional, apar·
te de soportar las gélidas temperaturas, hubo de dormir bajo una lona
sobre la que corrían ratas. En esa batalla murieron por congelamien·
to n1uchos conocidos de Valentín Martínez (Almodóvar del Campoi
Ciudad Real), pues la mayoría combatía con alpargatas a temperatu·
ras escalofriantes. Una noche en Teruel Lorenzo Delso Ysus camara l ·
d , , b he an·
as de armas se empezaron a reír sin saber por qué. Se esta an .
do, .pue st0 que era «una risa tonta que nos producía la baja tealrnperaDe
tura»· Tuvieron· que pasarse la noche andando para entrar ene . , or.•t de
no haberse levantado, hubieran muerto. Un veterano del eJerci ?rna·
Franco n ª tural d e Val1adolid que prefiere permanecer en el anoni rto por
to qu d , · ' rnue
' e ~ ,vivamente impresionado al ver a un conducto:
congelacion,, con los ojos abiertos y la sonrisa en los labios. paraba
Cuando
. Angel Bamos . tuvo que vigilar. . , f,errea que se
la via . le
a s1IJ1P
Segovia y M drid 1 . , h bía un
caset ª , a rueve lo cubría todo y solo ª 5 solda¿os
para ~i::r resguardarse del frío. Allí se juntaban todosd~ todos,
· Para darse calor tenían que tumbarse de la
coll
~
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123
ntr r 111, ~ 1 1 s qu ~ liu l i ran ·ntrado n la a ta
bieto d , n e n-
o J. e nort11, 1e · .
dictOO t' 1 ri ~,li~in rcmnnl, 1\ la 'l. na r ·i ub_li an·t I rind ·1ba ú ile
El_n:,..' l ¡ r 1 l l ·ma l ·l ír . .l JS~ ;m , JU· in ,r · n . ·p ¡ mbrc
1
s lu 7 'tl .¡ u •rp l · é\ral in ·r s, mbatía I f rí qu m· n<lrJ
d t r · 1· ll:1I ·,· ,~· t , l'- · 1· 1, · 1·u" . ,
111,•
d sl s .
t El pnd t, d .Mnda in I lún era in ni r y f e de i-
d 111 npitán a r t r la haber pa a<l ham re, per
n~f ~í . N - hi im unas hnqu ta · on la tela de un paraca'cl .
\ qu na i Ia l1crmana le M ar fa Va a I ( ant iag <le e mp
sí 1 :'o. t a .,)
_
El ni, d l f . 6 . o
Ln Con111 n ·u ma re con ccc1on cam1 ne con la tela d
t 1a, neo d azucar. ' L .,(.6 ·1· b h e
un . , . . as Set anas se ut1 iza an abitualmente para
eh1borar la r~pa i~tenor. . .
La austeridad impuesta por la guerra en el aliño indum entario fue
tho de di\ersas situaciones insólitas, como la que narra Terencia-
:~o Alvarez, nacido :n 1927 en Vill~buena del Puente (Zamora):
«Muchos años despues de aquello tuvimos una cena entre antiguos
alumnos de bachillerato. La mayoría no lográbamos reconocemos,
pero otros sí. ~a cosa pro~ovía gritos d~ _s~ipres~, fr~ses humorísti-
cas y comentanos de todo tipo. Uno se d1ng10 a m1 gntando mi nom-
bre. y exclamó: "¡Me acuerdo perfectamente de ti. Llevabas siempre
un abrigo medio verde, medio caqui!" Cuando le conté a mi madre la
anécdota, sorprendida de tal alarde de memoria, me contestó riendo:
"Pues es verdad, hijo. Me acuerdo perfectamente. ¿Cómo no me voy a
acordar? Fue un abrigo de tu padre, después un abrigo tuyo y final-
mente una chaqueta de tu hermana. Duró unos veinte años para toda
la familia.»
Paradójicamente, los actos de exaltación triunfalista sirvieron para
vestir, aunque estralafalariamente, a los niños pobres. Carmen Ayala
ofrece un botón de muestra: «Mijas es un pueblo patriótico, en el que
la gente es muy extravertida y por cualquier cosa poníamos los balco-
nes engalanad.os. Como la bandera nacional es roja y amarilla y los
balcones grandes, yo tenía mucha tela de esos colores y les hacía ropa
ª. todos los gitanillos y niños harapientos que veía desnuditos. Daba
nsa ver a tantos niños vestidos de rojo y a otros tantos de amarillo.»
Muchas familias pobres no pudieron calzar decentemente a sus hijos
hasta bien entrada la posguerra y en este sentido, Luis Martos (Fines,
~mena) no estrenó sus primero~ zapatos hasta que cun1plió los die-
ciocho años (en 1942): «Antes lo que me ponía eran esparteñas de
esparto que nos hacíamos no~otros n1isn1os o unas alpargatas que
nos ,podía n comprar mis padres y que só'1 o ut1·¡·1Z,\...<.b amos el .día
que ibamos d ·¡ - de V1lla-
rej 0 d ª sa1·ir a algún sitio.» En la población

n1a n ena ~
e Salvanés nadie tenía zapatos, todos usaban alpargatas, segun

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R/\ 1.FS DE LA UER RA CIVI L

124
):1 rf. ·. Jos'· Anto ni o {mchcz, 111 0 . .
1. Lll .fíl .l • 1 f '1 b v,1t~ad
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I· . !d a d ap turac o p o r s rcp tblic-
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.¡ ¡ J •sus ! 1.
b, 1a lb kl 1~l>1 . ' a q 1 L; , a lza ro n co n u nos sacos a tados e n _ eri la
Una C.IJP¡.
la n l s l bdlds.' br ·a ran d e ·hec hos para co nfecci o na r co n ell .
L · ·a Id d 5 E c uri oso Jo que podía d a r de sí u .~ Jer.
J s 'º n
, <L µc1rn . las• muj e res vestidas con saco . Yo ten ía un s1rnple
. \'. he v1 s lo a . ; na v .
·n o. « . l hiJ'os y la pobre muJer pues cog1a un saco ec1.
u t nfa 1e e 'b . Y Io p •
na q _, d e azul Le hacía arn a un aguJero con las rn ·
01 ro , Jo stem a · angas
brazos si era verano.» Y
aca b a ,1OD •,' afirma que eI ves t'd 1· ·
1 o era una comp 1cación 1-
Jose u1 a n ' . ,b 1 . ne1uso
·os n1ili tares: «Necesita amos ca zonc1llos y fuirn
para 1os prop l os al
pue 61 o ma
's cercano
' ·
Yo g
. anaba 299 pesetas y un calzoncillo ve
n1a, a
t . r una pesela y media. El tendero, que era un listo, los hab·
cosa d .d. b a
to a quince pesetas. Entonces ec1 irnos comprar ragas, po~q
pue S 1 tu· 1· , 1 ue
daba tres a una peseta. Al vo ver irnos a exp 1carse o al alférez. Le
dijimos que de maricones, n~~a, pero que la peseta era la peseta. 1 0
veas el revuelo que se organizo y las bromas. Tres sargentos (iba con
los sobrinos de Muñoz Seca) con bragas, pero luego nos imitaron más
de uno y sé que algunos llevaban bragas de colores. Imagínate si nos
cogen los rojos con bragas encima.» No es de extrañar que en estas
circunstancias las n1edias se convirtieran en un artículo de lujo.
No parece, sin embargo, que atravesaran similares problemas de
vestuario los combatientes alemanes llegados a España: «Cuando
vinieron los alemanes el raso y los cordones desaparecieron de La
Bañeza y León, porque los cogieron ellos para hacerse pijamas. Ves•
tían de maravilla. Las telas estaban racionadas, sábanas y telas blan·
cas no se encontraban y tela para hacer vestidos, nada. Por eso hice
yo de un colchón viejo que andaba rodando por casa, una bata para
andar por casa.»
Los soldados nacionales no echaron en falta el tabaco en ningún
mo:11ent?. de la guerra, pues les llegaba de Marruecos. No obst ~'.
tenian dificultades para conseguir el papel de fun1ar, que era prod .
1
ª:
dl~ en el Levante. Pablo de la Fuente que combatía en las filas 1d ~p~~
b 1canas era uno d 1
, e os mue h os fi.1111adores
' frustra dos: «Al finalc. 01ear·
guerra, e 1o que e . ,
d , 1de HI '
de las f ' b . d aieciamos era de tabaco. Ten1an10s pape el por
.a neas e Tarra 1 , b' · el paP
el tabaco de 1 ' . 'sa Y o que hac1an10s era can1 1m en una
1
piedra a las tr~s ~ac1onales. Tirában10s un paquete envuedttan otrO
paquete con el ~a\ eras ;e los nacionales y ellos nos ma~ \na trio·
chera a otra . >> . aco. os poníamos de acuerdo a voces e

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ALIMENTACIÓN, VESTJDO Y ENFERMEDADES
125
dades y epidemias
fJJferxne
las epidemias n1ás extendjdas durante ]a guerra • .1 f
vna de ' d fi . ; ClVl .ue 1a
·o,ios. La falta e su cientes garant1as sanitarias en fr
1
de los PO J lo insalu bre d e algunas v1v1endas . . e1 ente
, corn . . . ' que careci'an
' de agua'
1
as~iente, detern11naron que e plOJO se conv~rtiera en compañero de
co. de niños, adultos y mayores. El tamano de los molestos ,
f ugas d' b para-
a rrnitía que se pu iesen ce1e rar carreras y otras competi·c·
sitos pe 10nes
con ellos. . . . , h
La rnihcia constituia para n1uc os una desagradable experiencia
el momento en que se topaban con las epidemias más habitua-
des de fu ·1· d
les. Antonio Díez ~ movi iza o en _ago~to. de .1937 por el ejército
nac1•anal·· «Nosotros ingresamos . en Vitoria limpitos
, · Pero de Viton·a
fuimos a Zaragoza y nos n1:tieron en un salan grande, donde antes
había habido moros. A n1edianoche ~os empez~ a bullir el cuerpo ...
pero un llenazo. En1pezamos a d:cir todos: Estamos apañados."
Todo el jersey, todo por dentro bulha ... Oye, pero una cosa rara. Por-
que normalmente por aquí los chiquillos de la escuela tenían los pio-
jos en la cabeza. Y nosotros, que estábamos llenos ·de piojos, en la
cabeza no teníamos ni uno.» El soldado que cogía piojos no acostum-
braba a abandonarlos hasta el regreso al hogar. Un tío de Concepción
Huerta (Madrid), al volver a su pueblo, lleno de piojos, no quiso
entrar en su casa hasta después de haberse quitado la ropa y haberla
lavado a conciencia en una fuente.
Como señala Herminia Peña, los combatientes «llevaban todas las
costuras de las camisas y de todo que no se veían, y las cabezas esta-
ban cuajadas, madre mía, parecían que estaban nevadas de liendres».
Corrobora esta idea Mercedes Marín (Tetuán, Marruecos), quien no
~iene remilgos al destacar que «los que venían de la guerra traían pio-
Jos para parar un tren».
El padre de un encuestado decía en una de las cartas que dirigía a
su familia: «Aquí vivimos como animales», ya que no podía lavarse la
car~ Y comía bellotas para engañar al hambre. En otra carta a su
muJer era más explícito: «Tengo que decirte que mi propósito de vol-
verª casa con barba no lo puedo cumplir'. ya que hoy mismo me voy
ª afeitar la barba y hasta es muy posible que ' la cabeza/ pues los "tn-.
motores"
'fi• -as1, 11 ama siempre a los pioios- han hec ho en mi, un mag-
b _ampo de aterrizaje, y hay que organizar
n1 co e J e .
la 01ens1va contra os
I
~~d:~~tos .animalejos ( ... ] Desde que salí de casa aún no me he des-
M0 ' ni creo que vuelva a hacerlo hasta que vuelva». Teodoro
'd d ta
hanrenos·
t
·,
irvio en las filas de Franco y reconoce que en su uni ª es -
PUebtn atacados por los piojos que, cuando podían, robaban en los
os ropa .
, para cambiarse con regularidad de camisa.

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"S ORALES DE LA GUERRA CIVIL
H[STORJ,,
126
. . tenían espectadores de excepción e
Algunos despwJcés García (Caslrejón, Valladolid): «Un nd,el ftent
1a e
como recuet.e'la Sen ·n ' .á d
C . .0 y yo al sol qui l n o nos los pioio estáb~'
. 1 de ar pi . 'd J s y p ,..
mos Fe l1x e . y0 ,e puse en pie y en segu1 a nos dijo as6 el
st0 · 1
g eneral Asen ?
11.tos" Al día siguiente, al de Carpio le e general•
"tranqu1·1·itos, tranqtu . ara que · •
se camb1ase.» niand ar ·
00
d comp1eta p e 1 . .
una mu ª la gran plaga de os p1OJos no desapar .
. ·to es que ' ., eció
Lo ciei . un medio de locomoc1on era arriesgarse a en la
posgu erra · Tomar D, l b
Francisco Montes 1ez, a aca ar a guerr h· en l entrar
to con e11 OS, e 1 a IZ
c?~tac vios con su esposa y, ya en e tren, ambos cogieron . º. e]
viaJe de ~o r la cabeza en los asientos». PIOJos
«nada n1 as apoya · d l 'd d 1
, pioJ· os quedaron asocia os a a v1 a e soldad .
No so1o 1os . d 1 • 'd o, s1n
e d des venéreas expresivas e a promiscu1 ad sexu 1 0
las emerme ª ' Los soId a d os contra1an , a Yel
Con la prostitución. gran núrner d
contac to d l . . o e
venéreas en tabernas y casas e enoc1n10. La exten .,
en fermedades . d s1on
de es t e tipo de enfermedades fue ingente urante la guerra. Car!
h b'l' ' 1 d e la madrilen·os
Romero (Madrid) señala que se a 1 lto un. padecete d' a
calle de Martínez Campos para tratar este tipo e iagnósticos. Resu].
ta asombroso pero, no obstante, cierto, el hecho de que muchos jó\e.
nes contrajeran a propósito estas enfermedades con objeto de librarse
del frente.
La falta de higiene se hallaba en la base de estas infecciones, pues
en la mayoría de las casas, como en la de un encuestado anónimo de
La Palma del Condado (Huelva), el retrete se reducía a «un agujero y
una palangana». «En las casas particulares -afirma José M.ª Ortiz, de
Madrid- no había cuarto de baño, aunque en la mía, en particular, sí
que disponíamos de uno que mi familia había construido. El agua
para ducharse había que calentarla primero y luego ponerla en un
cubo que tenía una trampilla en su base. Con una cuerda y un siste-
ma de polea se conseguía dejar caer el agua a modo de ducha, como
se concibe en la actualidad. Por supuesto que de este sistema_ ~e
ducha sólo disponía la gente que tenía dinero en guerra y mi familia,
~orno ya he dicho, gozó de una situación privilegiada durante eSlOS
infernales ~ños tre~nta en España.» el
. Lo r~~imentano · del sistema de ducha habitual casaba con r
Jab~n ~tilizado. Carmen Boza (Madrid) no lo ha olvidado: «Enconbtra
un Jabon que no raspara era como un milagro. Mis • be1rea an
. h'1J0S
cuan do 1os lavábamos »
No obstante t b·., fu no dege·
neraban f, am ien eran habituales los excesos que., posa
en en ermed d A , 1 . , A unc1on
(Orense) h' b
« izo arb 'd d
ª · s1, e mando de Mana 5
1 r a 1 frente,
«Bebió v· d an a es» con obJ'eto de evitar vo ve to yse
1no e una b 1 pt1es
empacho' d cu a en a que había un moro descoI11 per0
e uvas ve d 'rnago,
r es para que le diera algo en el esto

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ALIM ENTACIÓN , VESTIDO y ll NPE
RM l.?.DADl:!s
'd 127
formaba.» E n parec1 as circunsta .
ca en (C 1 - H e netas cs tu
nun .. Aif1'guel Raya a a nas, uelva) al cont vo a Punto d
010
ru i v1 b b 'd
or haber e 1 o agua en un pozo de Fra
raer unas f' b
1c res infec-
e
ciosas p dáver es ga donde habían 'd
··o·ados ca .· . . . s1 o
ar1 ~ ra de ev1tai se1 conducidos a prime ,
A 1a 110 E . ra 1inea no h b'
·or que el que narra ugen10 Arruga, soldado del e'é . a ia truco
111eJ Al unos soldados andaban y bebían toda 1 hJ rcito .de Fran-
1 co: ~ :os para que les provocase la fiebre y e;t noc e con ajos bajo
los bra n d~s meses en el hospital de infecciosos yrasen en el hospital.
Esta a f a casa.>>
En los peores casos, ante 1a a1ta de atención s 't .
f d d
'demias o en ern1e a es se revelaban mortale . S
an1 ana adec d
ua a,
]as ep l h b' 11 d s. « e me mu . ,
errnano. Lo a ian an1a o para hacer la instru . , no
un h f , d cc1on en El
ol y al mes en ermo, creo que e sarampión pero no h b' ..
Ferr . . ' a 1a sit 10
1 hospita1 y estuvo en casas particulares con malo 'd d
en e fu 1· d C s CU! a os y
poca higie~e, y se e comp ican o. ogió infecciones y al poco tiem-
po se muno.» ., . .
Otras veces la_ at~nc1on san1tana se reh~í~ por motivos de simple
recio a la propia vida. Un encuestado anon1mo huyó de Toledo
aP I . . . d con
su familia ante e nesgo 1nm1nente e ser «paseado». Llegó a Madrid
con difteria y hubo de curarle un veterinario, pues no conocía médico
alguno y debían evitar acudir a un hospital «por no declarar la identi-
dad ni la procedencia».
Encama Gamboa (Jerez de la Frontera, Cádiz) señala que a los
niños solían salirles forúnculos por la mala alimentación. La pequeña
Maria Bertina Vasalo (Santiago de Compostela) sufrió la sarna, por lo
que le rascaban la piel con piedras de azufre. El niño José Luis de la
Torre (Baena, Córdoba) también sufrió tan desagradable enfermedad,
que refiere con pelos y señales a su hija: «El sarnazo que cogí fue de
órdago a la grande, hija mía. Tendrías que haberme visto las rascabi-
nas que me pegaba, y cómo me defendía corriendo en pelotas de habi-
tación en habitación, perseguido por tu abuela Carmen y mis tías,
hasta que conseguían acorralarme y reducirme, y entre las tres emba-
durnarme aquella pomada asquerosa y maloliente todas las noches.
Pe:º luego, cuando me dejaban solo en la cama, me levantaba Yme I_a
quitaba en las sábanas de mis hermanos, porque era imposible dormir
con aquella mierda peguntosa por todo el cuerpo.» Para colmo de
males ' tamb'ien , los p10Jos
. . y otras 1nfecc1ones
. . nad a reco mendables , se
ce baron e J , L . . . • lo' en mi· cabeza llego a
t1 . n ose u1s: «La p10Jera que se insta
:acan_tidad que no daba abasto a atraparlos entre mis uñas du~antde. ª
1
'
11
Yona d 1 h· · 'roca 1s-
tra ·, e tiempo que empleaba en el colegio en tan igie
cc1on r d . el para con-
se11i, · ' emata a por continuos aplastamientos entre pap
b'-dr artíst' d' •· abstractas co 0
su san icos 1bujos y caprichosas compos1ciones cho»
gre, que era la mía. De las ladillas, prefiero no hablarte mu ·

11
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RALES DE LA GUERRA CIVIL
HISTOR TAS O
128
] a s c o p r e s t aba, Servicio de condu ctor en el ciér .
J c1 to
Teófi lo Ve teró de que, a caus a de l rcI>u.
l1a r la u err a . Se e n a Ea
blic ano al es ta gu na gua' rdería habían contraído la sarn lta de
higien e, lo s m . -
� o s d
·l
e
l ava dos, ]e cont ag
.
i aron la enfermedad e0tnoª·
r c ió a cwda 1 os Y a'
se of e la que vivía, d ormía con un , uo Para
t"n

pen s1 ón en

no ser ec had de 1 a
r así q ue su cuerpo en trase n 0 9Ue
O
u er p pa ra evi ta
le cubiía tod o :� c
� pa trona no llegó a enterarse .i con 1:� ��n.
tacto con al s sa anas. u ig,e.
ne preci. sa.'._tanto os l mn . - os como él mismo san aron.
11 a ma do Pedro, e] herm ano de Amparo Vi cente (
Otro n. mo, . V
. muno, a causa de la es carlatina d urante ] a guerra. «Cuando adle¡·n.
cia), e ¡.
raba, so,1 o ha c1a , re petir su deseo de que; se fueran 1 os m1.li. c.ianos d
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casa, aquello s tres milicianos que le hab1an . usurpa d o s u ha bi ta ción,,,
La pelagra se llevó a l a madre de M:g�e1 G 1·1• (M d n'd), pero fue l ª
tuberculosis la que se cobró numeros1s1mas v1das durante la guerraa
entre ellas la d e la hermana de Ánge les Pérez (Madrid). Fue una de¡�
enfermedade s más terribles, por cuanto se operaba e n vivo, s in
tesia, esto es, rompiendo las costillas y desecando los pulm n anes­
dolor del paciente no podía ser sino horroros o. Para Amali o es. El
Solana era ésta «la enfermedad que más se temía, a Gutiérrez
cura». Al car lista Francisco Lapied ra, la tuberc porque no tenía
donar el frente. ulosis ]e obligó a aban-

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