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Unidad N 2: La revolución copernicana

En esta unidad tenemos por objetivos que los alumnos:

1. Describir el contexto y los aspectos centrales de la Revolución Copernicana.


2. Comprender el proceso histórico que llevó al modelo científico moderno.
3. Comprender los procesos de continuidad y ruptura en la historia de la ciencia.
4. Comprender el entrelazamiento inseparable entre la historia interna y la historia
externa de la ciencia que incidieron en la sustitución del paradigma geocéntrico por
el heliocéntrico.
5. Familiarizarse con el vocabulario específico de la filosofía de las ciencias.

Ideas centrales de esta unidad

En esta unidad vamos a analizar la revolución científica que tal vez haya
marcado el cambio más importante de la historia del saber occidental: el
reemplazo del paradigma1 geocéntrico (que sostenía que la tierra estaba en el
centro del universo y estuvo vigente durante la antigüedad y la edad media) por el
paradigma heliocéntrico. Este paradigma empezó a desarrollarse en la
modernidad2 (repasar línea de tiempo de la UNIDAD N° 1) a partir de la propuesta
del astrónomo Nicolás Copérnico, quien conjeturó que la tierra no era el centro del
universo sino que se movía alrededor del sol.

Para que este reemplazo se sostuviera fue necesaria una modificación en el


campo de la astronomía pero también en todos los saberes e incluso de la forma
en la que esos saberes se adquieren.

No se trató solo de un cambio en la historia interna de la ciencia, es decir, en


el campo en el que los expertos proponen y ponen a prueba determinadas
hipótesis sobre sus objetos de estudio, sino también en lo que llamaríamos
“historia externa de la ciencia”, es decir, la interacción entre la comunidad
científica con los otros sectores de la sociedad de cada época.

1
Paradigma es un conjunto de supuestos compartidos por una comunidad científica que determina un modo de ver el
mundo estudiado. Este concepto será ampliamente desarrollado en la unidad 7.
2
La edad moderna es el periodo que va desde el descubrimiento de América hasta la Revolución Francesa (1492 al
1789) Siglos XVI, XVII y XVIII.

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A partir de este caso, podremos analizar cómo la historia interna y la externa


de la ciencia funcionan de manera entrelazada, que se pueden separar solo de
manera teórica y puede ser un error tratar de separarlas de manera estricta.

Una conmoción involuntaria

El concepto de “revolución copernicana” va más allá de una innovación puntual


en el campo de los cálculos astronómicos. Como mera innovación astronómica, fue
pensada por el polaco Nicolás Copérnico (1473-1543) nombre que le da su nombre a este
proceso en su obra De revolutionibus.
Copérnico se opuso a continuar con la teoría astronómica vigente y le adjudicó
al Sol la función cosmológica que hasta entonces se le había atribuido a la Tierra: que
fuera el Sol el que ocupara el centro del universo. Una visión heliocéntrica del universo
sería más precisa y elegante –conjeturó Copérnico- que la visión geocéntrica que la
cultura europea había heredado de los griegos.
La demanda directa para producir una reforma en los cálculos astronómicos
provino de la propia Iglesia Católica. Desde el siglo XIII se habían multiplicado las
propuestas para reformar el calendario juliano (llamado así porque había sido instaurado
en el año 46 a.c. y llevaba ese nombre en honor al emperador Julio César).
La necesidad de esta reforma, eminentemente práctica, respondía al desarrollo
de las actividades económicas en las ciudades europeas del renacimiento3. Había que
establecer un calendario capaz de computar las fechas de manera unívoca4 y precisa,
para organizar la vida administrativa y los intercambios comerciales, bancarios y
bursátiles.
Estas actividades eran de creciente importancia en la nueva sociedad que se
estaba conformando. Pero la complicación e incongruencias de los cálculos astronómicos
basados en el modelo geocéntrico conducían a una enorme confusión en la fijación de la
duración exacta del año.
Por eso, la Iglesia asumió la iniciativa de encargarle a Copérnico que asesorara
al Papa en esta materia. Copérnico rechazó esta oferta inicial y sugirió que el diseño de
3
Renacimiento: movimiento cultural que se produjo en Europa Occidental durante los siglos XV y XVI. Fue un período
de transición entre la Edad Media y los inicios de la Edad Moderna.
4
Unívoco: algo que tiene igual naturaleza o valor que otra cosa.

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un nuevo calendario se postergase hasta que los cálculos astronómicos se encaminaran


por una vía más precisa, segura5 :
La respuesta de Copérnico a la demanda de la Iglesia fue que no resultaría
posible calcular un nuevo calendario sobre la base de una astronomía llena de anomalías.
Primero había que componer una nueva astronomía y de ahí se derivarían los cálculos
precisos de la duración del año.
La objeción que Copérnico le hacía a la astronomía vigente era su falta de
armonía: el modelo geocéntrico había sido heredado de la antigüedad griega, y los
matemáticos durante muchos siglos trataron de reformularlo y corregirlo en sus aspectos
parciales, con la finalidad de “salvar las apariencias” de las trayectorias visibles de los
astros.
Pero eran tantas las reformas que se habían superpuesto, tantas las
modificaciones que se habían introducido para mantener la tesis principal de que la Tierra
estaba fija en el centro del universo y que el resto de los astros, incluido el Sol, giraban en
torno a ella, que la figura resultante de esa superposición de correcciones se parecía a un
monstruo carente de belleza.
Copérnico estaba convencido de que la astronomía no soportaba más reformas
parciales que no revisaran las bases mismas de la concepción por entonces vigente.
Proponía adjudicar al Sol una posición central en el universo (que como vimos, hasta
entonces ese lugar era atribuido a la Tierra) para empezar a construir una nueva
astronomía más armónica, a partir de la cual sería posible diseñar el nuevo calendario.
Entiéndase bien: Copérnico lo proponía a título de conjetura y no como una
certeza irrefutable; porque de lo único que él decía estar seguro era de la imposibilidad de
seguir reformando un esquema geocéntrico que consideraba maltrecho.
La cosmovisión que ubicaba a la Tierra en un centro alrededor del cual gira el
universo entero, ni aún en sus orígenes griegos, estuvo a salvo de críticas, por sus
predicciones fallidas y por los movimientos estelares inexplicables; en suma: siempre
mostró anomalías. Durante siglos, estas fallas mantuvieron preocupados a los expertos,
pero no los habían llevado a cuestionar el modelo geocéntrico.

5
Esta fue la respuesta de Copérnico: “En primer lugar, es tal su inseguridad acerca de los movimientos del
sol y de la luna que no pueden deducir ni observar la duración exacta del año estacional. (…) Finalmente, en
lo que respecta al problema principal; es decir, la forma del mundo y la inmutable simetría de sus partes, no
han podido ni encontrarla ni deducirla" .

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Siglos después, cuando una necesidad de origen práctico empujó a la Iglesia a


encargar un nuevo calendario, ese pedido iba a suscitar en Copérnico una idea que si se
tomaba en serio, iba a derribar la cosmovisión vigente y a obligar a construir otra nueva,
el heliocentrismo. Esto iba a caducar la totalidad del saber tradicional y, con ello, la
confianza en la tradición como fundamento del saber.

Si la propuesta de Copérnico se tomaba en serio, la Iglesia debía admitir que


las doctrinas que enseñaba en sus universidades podían ser erróneas y, por ende, su
autoridad era pasible de cuestionamientos. Si la Iglesia admitía eso, minaba el poder que
a través de varios siglos había acumulado.

¿Por qué hablamos de una conmoción involuntaria? Para resolver un problema


6
profano , el del calendario que ordena las transacciones comerciales, se acude a un
experto a cuyo sentido estético le repugna el desorden reinante en los mapas astrales.
Ni la Iglesia ni Copérnico se proponían conmover los pilares del saber europeo
ni dar a luz un nuevo modelo dl saber.
De hecho, el De revolutionibus del título del libro de Copérnico no encerraba
ningún propósito revolucionario, sino que hacía alusión al movimiento cíclico de los astros.
Pero había algo en el clima de la época, por un lado, y en la inconsistencia
propia del saber que empujaba a una revolución ya no solo planetaria, ni acotada al
campo de los cálculos astronómicos.
Se estaba configurando una revolución en el sentido más político del término.
La sociedad estaba lo suficientemente madura como para producir una reconfiguración de
sus saberes, de los criterios por los que esos saberes se regían y de los sujetos que
tenían la autoridad para producirlo.

Una innovación científica, política y filosófica

Recapitulando, la revolución copernicana no es solo una gran innovación


astronómica ni le pertenece solo a Copérnico, quien fue apenas su impulsor. Él, disparó
un cambio cuyas consecuencias irían mucho más allá de sus intenciones y del contenido
de su libro.

6
Que no se refiere a cuestiones sagradas.

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Este cambio no terminaría de asentarse sino hasta un siglo y medio después


de su muerte. Fue una revolución larga, precedida de una crisis aún más extensa. Dice
Thomas Kuhn7 en La Revolución Copernicana:
“Ni siquiera las consecuencias en el plano científico agotan el
significado de la revolución copernicana.
Copérnico vivió y trabajó en un período caracterizado por los rápidos
cambios de orden político, económico e intelectual que prepararían las
bases de la moderna civilización europea y americana.
Su teoría planetaria y la idea, a ella asociada, de un universo
heliocéntrico fueron instrumentos que impulsaron la transición desde la
sociedad medieval a la sociedad occidental moderna, pues parecían
afectar las relaciones del hombre con el universo y con Dios.
Aunque inicialmente se presenta como una revisión estrictamente
técnica y altamente matematizada de la astronomía clásica, la teoría de
Copérnico se convirtió en un foco de las apasionadas controversias
religiosas, filosóficas y sociales que, durante los dos siglos
subsiguientes al descubrimiento de América, establecerían el curso del
espíritu moderno.
Los hombres que creían que su habitáculo terrestre tan solo era un
planeta que circulaba ciegamente a través de una infinidad de estrellas
valoraban su ubicación en el marco cósmico de forma bastante
diferente a como lo hacían sus predecesores, para quienes la tierra era
el centro único y focal de la creación divina.
En consecuencia, la revolución copernicana también desempeñó un
papel en la transformación de los valores que regían la sociedad
occidental”. (Tomo 1, cap. 1, pág. 24).

Resulta fácil constatar que las ideas que los seres humanos nos formamos
acerca de la realidad cambian cada tanto. Lo que todavía nos resulta complejo de
entender es que los cambios no dependen solo ni principalmente, de la irrupción de
sujetos más sagaces, dotados de una imaginación más audaz que sus predecesores, ni
tampoco de la acumulación de las evidencias empíricas a lo largo de los siglos o de la
detección de errores que hasta entonces habían pasado inadvertidos.
Cambia nuestro saber acerca del mundo porque cambia nuestra forma de ser
en el mundo. Una revolución en el saber es la emergencia de una nueva subjetividad y a
esta emergencia contribuye una trama de acontecimientos imposibles de manejar a
voluntad. Y éstos acontecimientos tampoco se pueden reducir a una serie de sencillos

7
Thomas Khun: un filósofo de las ciencias del que luego hablaremos con más amplitud.

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pasos metodológicos.
Para comprender las fuerzas que se despliegan en un acontecimiento tan
complejo y extenso como la revolución copernicana -tanto en su duración como en sus
consecuencias- es conveniente desapegarnos de la idea de que el saber científico es
algo que se funda a sí mismo, a partir del desarrollo de su fuerza interior.
Es innegable que el saber tiene su propia dinámica que lo impulsa a volverse
más detallado, más preciso o a buscar fundamentos más convincentes y resultados más
eficaces. Pero los criterios que rigen esa convicción y esa eficacia dependen de factores
que van más allá de toda teoría y de cualquier método: lo que en determinado contexto
histórico resulta convincente y eficaz, en otro momento se revela infructuoso o irrelevante.

En términos de la filosofía de la ciencia, ésta se va construyendo en un


entrelazamiento de contingencias y necesidades provenientes tanto de su historia interna
como de la historia externa. Incluso la distinción entre lo interno y lo externo puede
volverse indetectable, porque en la práctica concreta estos factores se empujan o se
obstaculizan recíprocamente.

Las conclusiones a las que llegó Copérnico no solo pueden ser vistas como
una gran innovación científica (es decir, como un cambio en el plano de las teorías), sino
también como un cambio drástico en las condiciones en las que el saber se producía y se
validaba. Por ello mismo, resulta como una mutación política y antropológica: cambian las
relaciones de poder en las que el saber se funda, cambia el mundo en que vivimos y
cambia la humanidad que lo habita.

La revolución copernicana como modelo de cambio: la interpretación de


Kuhn

El investigador norteamericano Thomas Kuhn (1922-1996) dedicó varios años


a estudiar los múltiples aspectos que intervinieron para que la revolución copernicana se
produjera cuándo y cómo se produjo.
Su interés no era meramente histórico. Estudiando esta revolución, sostiene
Kuhn, se pueden extraer enseñanzas acerca de una más amplia serie de preguntas:
¿cómo es posible el cambio en la ciencia? ¿cuál es su dinámica interna? ¿hasta qué
punto se ve condicionado el curso de la investigación por el contexto histórico político,
económico, social y cultural? ¿cómo incide la educación en la forma de la subjetividad

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científica? ¿qué tipo de acuerdos implícitos comparte una comunidad de expertos y de


qué manera esos acuerdos pueden retardar o acelerar una innovación? ¿qué posibilidad
hay de evaluar una teoría científica de manera objetiva, sin dejarse condicionar por los
contextos que estamos mencionando?
Afirma Kuhn en su libro La Revolución Copernicana:
“Puesto que en muchos de sus aspectos la teoría copernicana es
una típica teoría científica, su historia puede ilustrarnos algunos de los
procesos mediante los cuales los conceptos científicos evolucionan y
reemplazan a sus predecesores.
Sin embargo, en lo que respecta a sus consecuencias extra-
científicas, la teoría copernicana no puede ser considerada como típica,
pues pocas son las teorías que han desempeñado un papel tan importante
en el marco del pensamiento no científico.
Tampoco se trata de un caso único. En el siglo XIX, la teoría de la
evolución de Darwin despertó las mismas cuestiones extra-científicas. En
nuestra época, la teoría de la relatividad de Einstein y las teorías
psicoanalíticas de Freud han levantado controversias de las que quizás
surjan nuevas y radicales orientaciones del pensamiento occidental. El
propio Freud hizo hincapié en el paralelismo existente entre los efectos del
descubrimiento de Copérnico, según el cual la tierra no era más que un
planeta, y su propio descubrimiento, que revela la importancia del papel del
inconsciente en el comportamiento humano.
Hayamos o no estudiado sus teorías, somos los herederos
intelectuales de hombres como Copérnico y Darwin. Los procesos
fundamentales de nuestro pensamiento se han visto transformados por su
causa, del mismo modo que el pensamiento de nuestros hijos o nietos se
habrá transformado gracias a la obra de Freud y de Einstein.
Necesitamos algo más que una simple comprensión de la
progresión interna de la ciencia. Debemos también comprender cómo la
resolución dada por un científico a un problema aparentemente menor,
estrictamente técnico, puede en ciertos casos transformar fundamentalmente
la actitud de los hombres frente a los principales problemas de su vida
cotidiana”. (op. Cit., p. 27)

Kuhn sostiene que, dada la incidencia histórica y la complejidad de la


revolución copernicana, de su análisis podrían extraerse pautas para comprender la

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dinámica de la ciencia occidental. Propone una perspectiva histórica que podría


revelarnos algo no solo sobre el pasado de la ciencia, sino sobre la historicidad misma del
conocimiento científico.

Por eso, a mediados del siglo pasado, su planteo estuvo dirigido a cuestionar
las nociones dominantes de una concepción cientificista que concibe la marcha de la
ciencia como el simple despliegue de la racionalidad humana.
Kuhn quería también cuestionar los planteos tradicionales acerca de cuál es el
método que nos garantiza descubrir u otorgar validez objetiva al conocimiento científico.
El resultado de su investigación lo expuso en el ya citado libro La revolución
copernicana 8. Cinco años más tarde, las conclusiones a las que llegó en esa
investigación fueron tomadas como base para proponer una nueva perspectiva sobre el
problema del progreso científico en general, ya no solo acotado a la revolución
copernicana, en un libro que produjo una polémica en el campo de los debates de la
filosofía de la ciencia: Estructura de las revoluciones científicas. (1962).
Veamos algunas de las ideas propuestas por Kuhn en La Revolución
Copernicana:

 La cosmología de Aristóteles (384 AC.-322 AC.) y la astronomía de Ptolomeo (100-


170 DC.) dominaron el pensamiento occidental durante varios siglos, incluso hasta
después de la muerte de Copérnico (1543). Aristóteles y Ptolomeo fundaron un
paradigma geocéntrico, según el cual todo el universo gira alrededor de una Tierra
inmóvil.
 En el siglo IV a. C. el helénico Aristóteles brindó el marco conceptual del
geocentrismo: el universo es finito y está enteramente contenido dentro de la esfera
de las estrellas. Fuera de la esfera de las estrellas no hay nada, ni materia ni espacio.
En el centro inmóvil de la esfera se halla la Tierra.
Entre la Tierra y la esfera de las estrellas se ubica la esfera que arrastra al planeta
más bajo, la Luna; esta esfera divide el universo en dos regiones: la Sublunar, que va
desde la Tierra hasta la esfera de la luna; y la Supralunar, que abarca desde la esfera
de la Luna hasta el confín del universo (ver figura 1).
En el universo no existe el vacío, el cielo está formado por un conjunto de
caparazones concéntricos constituidos por un elemento traslúcido e indeleble: el éter.
Estos caparazones cristalinos forman una especie de pieza de relojería celeste que
está en rotación perpetua, impulsada por la esfera exterior de las estrellas.

8
The Copernican Revolution. Planetary Astronomy in the development of Western Tought,1957

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Los humanos habitamos la Tierra, en la Región Sublunar, compuesta por cuatro


elementos: tierra, agua, fuego y aire. Mientras la Región Supralunar es la de los
movimientos circulares constantes, armónicos y perfectos, la región Sublunar en la
que habitamos está caracterizada por la generación y la corrupción de las cosas, y los
movimientos violentos y contingentes.

-
FIGURA 1 –

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 En consonancia con esta cosmología, Aristóteles elaboró una física. El tema central
de la física es el movimiento y dicho movimiento es explicado a partir de una causa
final, puesto que es propio de todos los entes tender hacia un determinado fin o
meta.
 Esta concepción se denomina finalista o teleológica (telos: meta, fin). Todo ente
tiende a ubicarse en su posición natural, dado que, para Aristóteles, hay un lugar
propio para cada cosa. Como lo explica Alexander Koyré:
“Todo, orden cósmico, armonía; estos conceptos implican que en el
universo las cosas están (o deben estar) en un cierto orden determinado,
que su localización no es indiferente ni para ellas ni para el universo; que,
al contrario, cada cosa tiene, según su naturaleza, un ‘puesto’
determinado en el universo, el suyo propio. Un lugar para cada cosa y
cada cosa en su lugar” (A. Koyré, Estudios de historia del pensamiento
científico, México, Siglo XXI, 1978, págs. 158-159).
Esta física explica el funcionamiento del universo, sus zonas de armonía y su
región turbulenta, el movimiento y el reposo:
“Lo que está en su lugar propio, lo que ha alcanzado su forma, no
tiene necesidad de moverse y podría permanecer en estado de reposo
indefinidamente(…). En este sentido, más que un estado, el movimiento
es una transición, un proceso de duración limitada que finaliza en la
recuperación del lugar propio. Este retorno al orden garantiza la armonía y
el equilibrio del universo”9.
Física y astronomía se hallan en mutua dependencia. El lugar propio de la Tierra es
el centro y su estado natural el reposo. Esto se explica de la siguiente manera: en la
región sublunar, todos los cuerpos se componen de los cuatro elementos mezclados en
diversas proporciones. Así se pueden clasificar los cuerpos en livianos o pesados según
cuál sea el elemento preponderante en ellos:
“La tierra, el elemento más pesado, se colocaría en la esfera que
constituyese el centro geométrico del universo. El agua, elemento también
pesado, aunque menos que la tierra, constituiría una envoltura esferica
alrededor de la región central ocupada por la tierra. El fuego, el más ligero
de los elementos, se elevaría espontáneamente para constituir su propia
esfera justo por debajo de la luna. Y el aire, elemento asimismo ligero,
completaría la estructura conformando una esfera que llenara el hueco

9
Giardina, Mónica, “La concepción aristotélica de la naturaleza” en Díaz, Esther (compiladora) La producción de los
conocimientos científicos, Buenos Aires, Biblos, 1994, pág. 137)

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existente entre el agua y el fuego. Una vez alcanzadas dichas posiciones,


los elementos permanecerían en reposo, manteniendo su pureza como
tales” (Kuhn T., pág. 121).
Sin embargo, la región sublunar nunca está en calma. Impulsada por el movimiento
de la esfera de la luna, la capa del fuego se mueve y empuja debajo de sí una serie de
corrientes que entremezclan los restantes elementos. Nunca podemos encontrar, en esta
región del universo, los elementos en forma pura. Cada elemento contiene rastros de los
restantes, a pesar de lo cual en cada una de las capas se concentra el elemento que le es
más propio. Por ello, el centro del universo tiende a concentrar el elemento más pesado,
la tierra.
Cinco siglos después de Aristóteles el astrónomo greco-egipcio Ptolomeo
escribe el gran libro astronómico de la civilización helenística: el Almagesto.
Si la cosmología aristotélica nos brinda un marco conceptual general para
figurarnos un universo geocéntrico, el aporte de Ptolomeo es estrictamente astronómico y
matemático.
Por primera vez, él reunió en un mismo sistema matemático una compleja
combinación de círculos que explicaban no solo los movimientos del Sol y de la Luna, sino
también las regularidades e irregularidades observadas en los movimientos aparentes de
los siete planetas hasta entonces conocidos. Su modelo matemático tenía tal grado de
detalle y precisión (evaluándolo con los estándares y las posibilidades empíricas de su
época) que su aceptación fue enorme y su vigencia se extendió por siglos.
Pero es importante marcar algunas diferencias importantes que distinguen las
teorías de Aristóteles y Ptolomeo. La cosmología aristotélica atribuía a las esferas
concéntricas un movimiento circular ( ello por motivos de armonía ya se pensaba que el
círculo es el movimiento más perfecto, porque un cuerpo moviéndose circularmente
puede desplazarse eternamente en una órbita idéntica).
El modelo matemático de Ptolomeo era mucho más complejo, dado que el
esquema circular de Aristóteles no permitía dar cuenta de las trayectorias visibles de los
astros. Para mantener el lugar central de la Tierra, Ptolomeo trazó un complejísimo
esquema formado por epiciclos y deferentes: un pequeño círculo, el epiciclo, gira
alrededor de un punto situado sobre la circunferencia de un segundo círculo en rotación.
(Ver figura 2).
Si esta descripción suena complicada, cabe aclarar que se trata de una versión
extremadamente simplificada de un modelo matemático. Desde Ptolomeo, astronomía y
matemática serán términos usados indistintamente para mencionar la disciplina que traza
el mapa estelar del movimiento del universo sin tratar de explicarlo. Esa disociación entre

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astronomía y física (que no existía en el pensamiento aristotélico) será mantenida durante


muchos siglos, hasta llegar a Copérnico, que también consideraba la astronomía como
una disciplina esencialmente matemática y se abstenía de buscar una explicación física
para el movimiento de los astros.

La cosmovisión que predominaba en la Europa de Copérnico, 1400 años


después de Ptolomeo, seguía siendo la geocéntrica.
No había habido cambios radicales en la astronomía medieval, sin embargo
esto no significa que durante tantos siglos la investigación científica no hubiera sido
intensa. Se investigó y se discutió mucho, se hicieron reformas parciales y creció la
conciencia de las anomalías que presentaba la astronomía vigente, pero la creencia en la
fijeza y la centralidad de la Tierra no fue revisada.
Los motivos de esta persistencia del geocentrismo hay que buscarlos más en
los condicionamientos políticos y culturales de esos siglos que en cuestiones intrínsecas
de astronomía.
Dice Kuhn:
“Los esquemas conceptuales envejecen a medida que se
suceden las generaciones que los toman como marco de referencia. A
principios del siglo XVI se seguía creyendo en la antigua descripción del
universo, pero ya no se le atribuía el mismo valor. Los conceptos eran los
mismos, pero se descubrían en ellos defectos y virtudes enteramente
nuevos” (op. cit., pag. 144).

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De Ptolomeo a los Escolásticos

A comienzos de la Edad Media, el saber antiguo se había eclipsado en Europa,


cuando la civilización que le dio origen declinó bajo el imperio romano. En esos siglos se
produjo la expansión del cristianismo, que pasó de ser una pequeña secta judía
perseguida por el poder romano a convertirse en la religión oficial del imperio (por un
decreto del emperador Teodosio en 380 DC).
En el siglo VII los árabes invadieron la cuenca del mediterráneo y encontraron
los documentos del antiguo saber aristotélico-ptolemaico, que en Europa se hallaba por
entonces completamente olvidado. Los árabes recogieron esa herencia cultural en un
período de gran desarrollo científico de la cultura islámica. Los científicos árabes
emprendieron la reconstrucción de la ciencia antigua, traduciendo al árabe los textos
griegos.
Esa traducción significó algo más que una traslación de un idioma a otro. Fue
una apropiación y reinterpretación del saber griego por parte la cultura islámica. Incluso el
título Almagesto, por el que conocemos la obra de Ptolomeo, no es el original griego, sino
una contracción del título árabe que le dio un traductor musulmán en el siglo IX. Los
árabes no produjeron innovaciones de fondo de la cosmología geocéntrica, pero
aportaron nuevas observaciones y nuevas técnicas para calcular las posiciones de los
planetas.
Desde el siglo X, la Europa cristiana empezó a redescubrir la cosmología
aristotélica, pero a partir de las traducciones árabes. La actitud del cristianismo respecto
de la ciencia helénica y helenística había sido hostil en la etapa del cristianismo primitivo,
pero varió a medida que la Iglesia acumuló poder político y asumió una hegemonía
cultural.
La cristiandad alcanzó una nueva estabilidad política que le permitió
reapropiarse del saber pagano, basándose en las traducciones árabes y tratando de
reenmarcarlo en la concepción judeo-cristiana de la existencia y en el ordenamiento
feudal de la sociedad medieval.
En ese período la Iglesia administró no solo las cuestiones de fe sino también
las del saber. Los eruditos medievales eran miembros del clero (el propio Copérnico,
siglos después, era sobrino de un obispo y canónigo de la catedral de Frauenburgo). Los

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textos científicos paganos comenzaron a ser estudiados en centros que finalmente se


constituirían en las primeras universidades europeas, dependientes de la Iglesia.
Entre el siglo X y el XIII tomó fuerza un movimiento cultural que intentó
compatibilizar la fe cristiana con el saber griego. Este movimiento se denominó
Escolástica.
La paradoja de esta apropiación es que la fe judeo-cristiana y el saber griego
eran fruto de culturas completamente diversas, cuando no adversas, pero 1000 años de
cristiandad ablandaron esa adversidad.
Los escolásticos, que elaboraban sus doctrinas bajo el propósito de ser fieles
simultáneamente a esa fe y a ese saber heredados del pasado, construyeron a pesar de
sí mismos un saber original, que no podía ser fiel a ninguna de las fuentes que trataba de
sintetizar.
El punto más alto de ese dificultoso esfuerzo de síntesis se produce en el siglo
XIII y su versión más consumada es la obra de Santo Tomás de Aquino (1225-1274), la
Summa Theológica, un tratado monumental que coordinaba cuestiones de teología pura
con la metafísica de Aristóteles y la cosmología geocéntrica.
Durante algunos años, las autoridades eclesiásticas miraron con desconfianza
esta conjunción elaborada por Tomás, pero al cabo del tiempo su triunfo fue completo:
tanto es así que la filosofía tomista fue finalmente declarada doctrina oficial de la Iglesia
Católica (el Papa León XIII en 1879 declaró a su autor Aeterni Patris, estatus del que goza
hasta la actualidad).
El cristianismo adoptó como suya la idea de la fijeza de la Tierra, un tema que
no encontraba su origen en las Escrituras, dado que el judeo-cristianismo no desarrolló
una cosmología propia.
Así como Aristóteles parecía decir cosas diferentes en diferentes libros pero –
se suponía- en el fondo decía siempre lo mismo, así también, las diversas correcciones
parciales que la astronomía acumuló durante siglos se suponían compatibles con la
vigencia del geocentrismo.
Por encima de toda objeción empírica10, la visión aristotélica de la naturaleza
fue finalmente aceptada como un saber verdadero, lo cual llevó a que los escolásticos
adoptaran un criterio de autoridad que tomaba a Aristóteles como “Magister”, en cuyo
nombre se zanjaba toda posible discusión.
El hecho de que el Maestro fuera un pagano justificaba que no hubiera
experimentado la “revelación” de la fe cristiana, pero su inteligencia prodigiosa, pensaban

10
Empírico: relativo a los hechos observables.

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los escolásticos posteriores a Tomás, señalaba el punto más alto al que una inteligencia
humana puede llegar sin la ayuda de Dios. Si al saber mundano de Aristóteles le
sumamos la fe en Cristo, se creía, tenemos la mejor de las combinaciones posibles: la
suma de una verdad natural y una sobrenatural, que en última instancia no pueden ser
contradictorias.
Una única verdad tradicional, heredada de los antiguos que solo requería saber
leerla en aquellos textos en los que estaba fijada: las Sagradas Escrituras y los libros
filosóficos y científicos de Aristóteles.
De allí que el irónico resultado de un movimiento innovador como la Escolástica
desembocara en un principio de autoridad dogmática y, lo que nos resulta hoy no menos
sorprendente, que la Iglesia terminara defendiendo la idea de una Tierra fija como parte
de la doctrina cristiana.
Este esfuerzo doctrinario (que suponía la supremacía cultural de la Iglesia
durante los siglos altos del medioevo) se logró mantener mientras las condiciones
sociales, económicas y tecnológicas lo hicieron posible. Pero el principio de autoridad
estaba destinado a no poder durar por siempre.

Un principio de autoridad en crisis y un largo camino al heliocentrismo.

La Europa del siglo XV vio proliferar una actividad cultural que desbordaba los
11
claustros escolásticos. Surgió una nueva clase social que venía a disputar la posición
dominante que durante siglos habían ejercido la nobleza y el clero. Se trataba de una
burguesía que se había enriquecido en la actividad comercial de las ciudades
renacentistas. Era una clase pujante y poco apegada a la inmovilidad de la tradición, para
la cual las innovaciones tecnológicas serían una clave de su poder creciente.
En el campo religioso, Lutero y Calvino encabezaron grandes desafíos al poder
del Papado y terminaron provocando un cisma de la Iglesia.
La invención de la imprenta en el año 1440, por parte del alemán Johannes
Gutemberg, implicó la posibilidad de la reproducción masiva de los libros, lo que ayudó a
la difusión de nuevas ideas y relativizó el poder de la Iglesia que hasta entonces había
acopiado los libros manuscritos en sus propias bibliotecas.

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Claustros: Lugares de enseñanza.

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Unidad N 2: La revolución copernicana

Uno de los primeros libros que circularon masivamente por Europa fue nada
menos que la Biblia traducida por Lutero al alemán. Esta novedad implicó un desafío al
poder de las jerarquías eclesiásticas católicas que se arrogaban 12 la potestad de leer el
texto religioso en latín culto e interpretárselo a una feligresía que no entendía esa lengua.
El propósito polémico de Lutero era que cualquier creyente pudiera establecer una
relación personal con las Escrituras, sin la mediación de una autoridad eclesiástica.
Otro factor de cambio queda marcado 50 años antes de Copérnico cuando
comienza un período de viajes y exploraciones marítimas, en el momento en que los
imperios coloniales se lanzan a la conquista de nuevos territorios.
El mal llamado “descubrimiento” de América fue realizado cuando Copérnico
tenía 19 años. Los navegantes, en su exploración de regiones desconocidas, pudieron
observar los cielos desde nuevas perspectivas. En los viajes transoceánicos, astrónomos
y navegantes descubrieron muchos nuevos errores en la astronomía heredada.
Durante el Renacimiento se multiplicaron sectas neoplatónicas que postulaban
que, más allá de las cambiantes apariencias sensibles del universo, este escondía claves
matemáticas eternas que solo estaban en conocimiento de los iniciados en los misterios.

El propio Copérnico había recibido el influjo de las doctrinas neoplatónicas que


valorizaban una exigencia de armonía en la estructura del universo, armonía que él no
encontraba en el estado de la astronomía heredada. Ese fue uno de los principales
motivos que lo llevaron a proponer un modelo que consideró más armónico y simple: que
la Tierra y los otros planetas se movieran en círculos alrededor del Sol.

Además, las sectas neoplatónicas del Renacimiento rescataron un antiguo


culto al Sol, fuente de luz, calor y fertilidad. Esta doctrina, que en principio se difundía
entre muy pocos iniciados, le permitió familiarizarse con la idea de la centralidad del Sol.
Sin ese clima de transformación cultural la innovación copernicana no habría encontrado
eco.
Aún así, el texto De Revolutionibus que Copérnico dedicó al Papa Pablo III no
tenía una intención revolucionaria. Copérnico no se proponía desencadenar una
conmoción científica, social y política como la que sucedió en los años siguientes. Ni
siquiera conoció el comienzo de las controversias, dado que recibió el primer ejemplar
impreso de su obra en el lecho en el que meses después iba a morirse, en mayo de 1543.
De alguna manera fue el último científico de una época, a la vez que su obra señalaba un
futuro que él acaso no vislumbró.

12
Arrogar:tomar para sí, apropiarse.

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Unidad N 2: La revolución copernicana

La conmoción no fue inmediata por varios motivos. Quizás el principal es la


dificultad casi insalvable de su texto. Más allá de lo insólito que podría sonarle a un
contemporáneo suyo la idea de que la Tierra se moviera alrededor del Sol, eran muy
pocas las personas que podían entender las demostraciones matemáticas que Copérnico
desarrollaba, de modo que su planteo quedó en principio acotado a un grupo muy
pequeño de expertos.
La Iglesia, destinataria directa de la obra, no iba a hacer ningún esfuerzo por
difundir sus conclusiones. Por eso, la propagación de sus ideas fue muy lenta, y en lo
inmediato no pareció estar viviéndose ninguna revolución científica. Incluso Copérnico no
proponía la tesis heliocéntrica como una verdad resuelta, sino apenas como una hipótesis
digna de considerar, lo que dejaba espacio a considerarla solo una especulación.
Aún para los que quisieran tomarla en serio, la idea de que la Tierra se movía
alrededor del Sol repugnaba la percepción cotidiana del hombre común. Nadie había
“sentido” jamás moverse a la Tierra.

La sociedad estaba habituada a pautar su tiempo, la sucesión de los días y de


las estaciones, por el “movimiento” del Sol en el cielo. La comunidad de expertos en
principio tampoco podía estar a favor. Si la Tierra se movía, todo el saber acumulado por
siglos estaba equivocado: habría que concebir nuevos principios físicos para explicar que
la Tierra se moviera sin que los hombres lo hayan notado.

Si la Tierra se mueve, ¿cómo es que las cosas se caen hacia abajo en línea
recta? Durante el lapso en que un objeto tarda en caer la Tierra debería haber estado
moviéndose, de modo que veríamos al objeto caer oblicuamente.
La Escolástica, que sostenía tener todo resuelto en los libros de la tradición
aristotélica, quedaría refutada si se aceptaba lo que Copérnico decía.
Los maestros avalados por la institución eclesiástica estarían exhibiendo una
falibilidad que al poder de la Iglesia le resultaba insoportable: si se admitiera un asunto tan
básico como el posible movimiento de la Tierra, eso podría dar lugar a otras discusiones
que la Iglesia no estaba dispuesta a dar.
Había aún un problema decisivo: Copérnico, al atribuir el centro del universo al
Sol y al postular la idea de que la Tierra y los otros planetas se movían en órbitas
circulares alrededor del Sol, estaba también equivocado. La trayectoria visible de las
estrellas no permitía afirmar ni que la Tierra ni que los otros planetas se movieran en
círculos. Por todo lo cual, la innovación de Copérnico parecía destinada al fracaso.
En las décadas posteriores a la muerte de Copérnico proliferaron los
astrónomos dedicados a demostrar que él estaba equivocado. El más célebre fue Tycho

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Unidad N 2: La revolución copernicana

Brahe (1546-1601), quien propuso un sistema en el que la Tierra seguía estando en el


centro. El Sol y la Luna se movían, según él, en las antiguas órbitas ptolemaicas.
Sin embargo, el resto de los planetas se movían en epiciclos cuyo centro era el
Sol. Era una solución de compromiso, más aceptable para época, para la que Brahe
había reunido numerosas observaciones, más detalladas y precisas que las del propio
Copérnico. La ironía de la historia haría que estas observaciones terminaran
contribuyendo a la nueva astronomía heliocéntrica, contra la voluntad de su autor.
El problema de la forma geométrica de las órbitas de los planetas alrededor del
Sol lo iba a resolver 50 años después de Copérnico el astrónomo alemán Johannes
Kepler (1571-1630), quien fue copernicano toda su vida.
Para él, el Sol regía a todos los planetas y la Tierra no gozaba de ningún
estatuto particular. Desarrollando una técnica muy precisa para calcular las posiciones de
los planetas, Kepler terminó por desechar la forma del círculo para describir el movimiento
de los planetas: concluyó, (con una precisión admirable teniendo en cuenta los
instrumentos de observación con que disponía en su época), que los planetas se
desplazaban alrededor del Sol con velocidades variables en órbitas elípticas tal como lo
grafica la figura siguiente.

FIGURA 3

De ese modo, Kepler dio una forma prácticamente definitiva al modelo


heliocéntrico. Su solución se vio propiciada porque además era un ferviente defensor del

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Unidad N 2: La revolución copernicana

neoplatonismo y consideraba al Sol “digno de convertirse en la morada del propio Dios,


por no decir en el primer motor” (Kuhn, Tomo II, pág 280).
A pesar de la admirable exactitud del modelo kepleriano, la revolución
copernicana no podía aún triunfar: como astrónomo-matemático, Kepler carecía de
algunos atributos que poco después iba a aportar el italiano Galileo Galilei (1564-1642).

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