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Introducción
Durante un periodo de casi mil quinientos años comprendido entre los siglos II y XVI, la práctica de
la astronomía hizo pocos progresos en cuanto a sus técnicas y modelos, aunque gracias a los ára-
bes después del siglo VII conservó una vigorosa actividad en aspectos como la observación de los
astros y la elaboración de tablas y manuales astronómicos. En el transcurso de este periodo había
estado vigente el calendario juliano, pero hacia mediados del siglo XVI se presentaba un desfase de
cerca de catorce días entre los días de equinoccio y solsticio y las fechas correspondientes. El papa
Gregorio XIII ordenó a los astrónomos de la cristiandad la elaboración de un nuevo calendario que
restaurara el equinoccio vernal, y en 1582 se adelantó la fecha haciendo que el día siguiente al 4
de octubre fuera el 15 de octubre. El nuevo calendario fue adoptado inmediatamente por los países
de influencia católica, y con el transcurso del tiempo todos los demás fueron adoptándolo, con la
excepción de los países islámicos que todavía utilizan su propio calendario. En particular, Inglaterra
y sus colonias solo adoptaron el nuevo calendario en el año 1752.
El desfase que se presentaba entre las fechas del calendario y la ocurrencia de los fenómenos
astronómicos que le sirven de referencia se debía a que el calendario juliano se basaba en años de
365.25 días, pero el verdadero valor del año solar es de 365 días 5 horas 48 minutos y 46 segundos,
o sea 365.2425 días, lo que causa un retraso de casi un día por siglo. A diferencia del calendario
juliano, el gregoriano está concebido para que haya una adecuada correspondencia entre las fechas
y los eventos astronómicos durante 20.000 años debido a que elimina los años bisiestos en todos
los finales de siglo, excepto si son divisibles por 400 o por 4000.
La necesidad de reformar el calendario conllevó una revisión a fondo de las tablas astronómicas y
del modelo y los artificios de cálculo astronómicos vigentes para la época, lo que permitió evidenciar,
una vez más, lo extraordinariamente complicado que resultaba la realización de un cálculo al tener
que manipular de manera simultánea un gran número de epiciclos, dificultad que se veía agravada
cuando, como sucedía con frecuencia, los cálculos y las observaciones no concordaban y se hacía
necesario introducir correcciones. Los astrónomos clamaban por modelos más sencillos que simpli-
ficaran e hicieran más fácil su trabajo, y se empezó a contemplar la idea de que un modelo diferente
al de Ptolomeo podría satisfacer estas aspiraciones, lo cual encontró condiciones favorables en el
ambiente intelectual del Renacimiento.
El renovado interés por la cultura griega, que se generalizó en Europa a finales de la Edad Media,
puso en contacto a los estudiosos de la época con los grandes desarrollos científicos, matemáticos
y astronómicos que habían hecho los griegos, particularmente en Alejandría, lo cual fomentó una
Capítulo 2 : La revolución copernicana
actitud crítica a la filosofía de Aristóteles, que era el soporte de la doctrina de la Iglesia cató-
lica, y, por el contrario, a la exaltación de la filosofía de Platón y de las doctrinas pitagóricas
referentes a la perfección matemática del universo y la posibilidad de descubrir sus leyes a
partir del estudio de las matemáticas y la geometría, disciplinas que en la época tenían muy
bajo estatus intelectual frente a otras como la teología, la retórica o la filosofía, que gozaban
30 del máximo reconocimiento.
Fue en este ambiente intelectual que la obra del astrónomo polaco Nicolás Copérnico
(1473-1543) surgió como una alternativa esperanzadora. Copérnico estudió astronomía en
Italia con el famoso astrónomo Francisco María Novaro, y se familiarizó con el Almagesto,
la monumental obra astronómica de Ptolomeo, base fundamental de la astronomía oficial.
Pero Copérnico también conoció la dura crítica que hizo Pico de la Mirandola a la astrono-
mía de la época en su obra Crítica a la astrología adivinatoria, en la que descalificaba la
pretensión de los astrólogos de adivinar el futuro a partir de la interpretación de los astros,
cuando ni siquiera podían ponerse de acuerdo en la posición de los planetas. En efecto, el
modelo de Ptolomeo afirmaba que Venus estaba más cerca del Sol que Mercurio, y este
más cerca de la Luna, y que los dos recorrían órbitas en epiciclos entre la Tierra y el Sol,
por lo cual se denominaban planetas interiores; no obstante, otros afirmaban que los dos
planetas se hallaban más allá de la órbita del Sol, lo que daba cuenta de la incertidumbre
en la que se encontraba la astronomía de la época, y esto imponía, por tanto, la necesidad
de hacer reformas, tales como la que Copérnico estaba a punto de proponer. Es importante
tener en cuenta que en la época de Copérnico las profesiones de astrónomo, astrólogo y
matemático se confundían entre sí.
Física conceptual
Capítulo 2: La revolución copernicana
La obra magna de Copérnico, Sobre las revoluciones de las esferas celestes, se publicó en
1543 (el mismo año de la muerte de su autor) gracias al empeño del astrónomo protestante
Cornelio Rético, quien alentó a Copérnico a que publicara el texto y realizó gran parte de
los trámites necesarios para su impresión. Sin embargo, antes de salir a la luz pública, la
Iglesia protestante condenó el libro al considerar que defender el movimiento de la Tierra 31
y la inmovilidad del Sol era ponerse en contra de las Sagradas Escrituras, donde se afirma
explícitamente lo contrario. Por esta razón el impresor Andreas Ossiander, con el fin de
no perder la cuantiosa inversión que ya se había hecho, decidió publicarlo añadiendo un
prólogo apócrifo en el que, supuestamente, el autor afirmaba que las ideas expuestas en el
texto se debían tomar como meras hipótesis cuya única finalidad era facilitar la realización
de cálculos astronómicos, sin ninguna pretensión de verdad. Por su parte, la Iglesia católica
puso a la obra de Copérnico en el Índice de libros prohibidos en 1616, hasta 1822 cuando
se permitió a los fieles estudiar lo que para entonces ya era el modelo oficial de la astrono-
mía en la mayor parte del mundo civilizado (figura 2.1).
3. Todas las esferas giran alrededor del Sol, que es el centro del universo.
4. La relación entre la distancia de la Tierra al Sol y la distancia al firmamento es tan
inferior a la relación entre el radio de la Tierra y su distancia al Sol, que la distancia
de la Tierra al Sol es imperceptible comparada con la distancia al firmamento.
5. Todos los movimientos que parece hacer el firmamento no provienen del firma-
mento mismo sino del movimiento de la Tierra, que, junto con todo lo que la rodea,
32 realiza una rotación completa sobre sí misma diariamente, mientras el firmamento
permanece inmóvil.
6. Lo que se nos presenta como movimiento del Sol no proviene de su movimiento
sino del movimiento de la Tierra y de su esfera, con la que gira alrededor del Sol
como cualquier planeta; por tanto, la Tierra tiene más de un movimiento.
7. Los movimientos retrógrados y directos de los planetas no provienen de sus mo-
vimientos sino del de la Tierra. El movimiento de la Tierra por sí solo es suficiente
para explicar los movimientos de los cielos.
Copérnico asigna a la Tierra tres tipos de movimientos: el de rotación sobre su eje con una
duración de 24 horas, que explica la sucesión del día y la noche; uno de traslación alrededor
del Sol a lo largo de una órbita excéntrica, que dura un año sideral; y un movimiento de
declinación del eje de rotación, que explica la precesión de los equinoccios, que había sido
descubierta por Hiparco de Nicea en la época de oro de la astronomía en Alejandría. Fiel
a la tradición, Copérnico preserva la circularidad del movimiento astronómico y continúa
utilizando los epiciclos como artificio para reproducir las órbitas planetarias y para construir
órbitas excéntricas como la de la Tierra alrededor del Sol, o la de la Luna alrededor de la
Tierra, de tal forma que se puedan explicar las variaciones en las distancias relativas de
los astros, que se manifiestan en los cambios de brillo de los planetas o en la ocurrencia
de eclipses parciales o totales de sol. Pero a diferencia de Ptolomeo, Copérnico prescinde
del uso del ecuante, una construcción introducida por Ptolomeo con el fin de recuperar la
regularidad del movimiento astronómico mediante la definición de un punto desde el que el
planeta parece describir un movimiento angular uniforme. El punto ecuante fue introducido
por Ptolomeo para subsanar la aparente irregularidad del movimiento de los planetas que
cambian continuamente de velocidad a lo largo de su trayectoria cuando son vistos desde
la Tierra.
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Copérnico pretende responder a estas objeciones dentro del mismo esquema conceptual,
al afirmar que la Tierra es el centro de la gravedad, es decir, de la caída de los cuerpos, y
del movimiento de la Luna, y que todas las cosas que hay en la Tierra y alrededor de ella la
acompañan solidariamente en su viaje. Explica el movimiento de rotación y de traslación en
una órbita circular por ser lo más apropiado para un cuerpo que, como la Tierra, tiene forma
esférica. Además replica al argumento de que la Tierra se debería despedazar al rotar sobre
sí misma diciendo que, al ser mucho más grande que la Tierra, la esfera de las estrellas
fijas tendría una mayor razón para despedazarse, cosa que no sucede. En el caso de este
último contraargumento, Copérnico incurre en una omisión, pues aparentemente no tiene
en cuenta que los cuerpos celestes se suponían compuestos por un material de diferente
naturaleza al que compone la Tierra, y, por tanto, sujeto a diferentes condiciones.
Algunos historiadores, como Thomas Kuhn, afirman que, más que un revolucionario de la
astronomía, Copérnico fue el último astrónomo clásico, y que su modelo fue el último intento
por salvar la astronomía y sus conceptos de base tal y como se habían mantenido durante
más de dos mil años. Las radicales innovaciones que habrían de realizar los sucesores de
Copérnico para poner a punto su sistema y lograr su aceptación demostrando su sencillez
y eficacia respaldan esta posición.
traba quien llegaría a ser el astrónomo más importante de su época, el alemán Johannes
Kepler (1571-1630). Formado en la tradición pitagórica, lo que muy probablemente lo llevó
a adoptar la causa de Copérnico, pues los pitagóricos rendían culto al Sol como la máxima
deidad, Kepler se dio a la tarea de encontrar en el universo, a través del modelo de Copér-
nico, las armonías matemáticas y geométricas que, supuestamente, regían sus movimien-
36 tos. Dotado de una imaginación tan grande como sus capacidades de matemático, Kepler
creyó haber descubierto en los cinco sólidos perfectos la razón de que solo hubiera los seis
planetas que se conocían en su época. Buscando relaciones geométricas entre las órbitas
planetarias, Kepler inscribió los cinco sólidos regulares en las seis esferas planetarias, pero
como no pudo conseguir el acuerdo perfecto entre el cálculo matemático, el modelo geomé-
trico y los valores entonces conocidos de los radios de las órbitas, decidió que las esferas
planetarias debían tener un cierto espesor, de tal manera que forzando un poco los datos
pudo llegar a lo que para él fue un gran descubrimiento, aunque el resultado obtenido no
fue exactamente como se esperaba, pues en lugar de una única armonía celeste o música
celestial emitida por las esferas planetarias en su movimiento, se obtenía una melodía
que alternaba de tonalidad en notas altas y bajas. Al igual que en el caso de las órbitas y
los sólidos regulares, Kepler “descubrió” otras supuestas regularidades matemáticas en el
universo, que no resistieron la prueba del tiempo, como aquella que pretendía explicar por
qué Júpiter tenía cuatro satélites y la Tierra solo uno, pero en medio de la confusa maraña
de seudodescubrimientos y supuestas regularidades matemáticas, también encontró las
tres primeras leyes universales del movimiento astronómico, gracias, en gran parte, a las
tablas de observaciones astronómicas del astrónomo danés Tycho Brahe (1546-1601), cu-
yos datos tenían la mejor precisión que se podía lograr con los instrumentos de la época.
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el este, argumentaba Tycho, una bala de cañón debería avanzar más cuando es disparada
hacia el oeste, pues el blanco se mueve hacia el lugar desde donde disparó el cañón, que
cuando es disparada hacia el este, pues en el último caso el blanco se aleja de donde fue
disparada la bala. Aunque no hay indicios de que Tycho hubiera realizado ningún tipo de ex-
perimento con cañones, los de su época no le habrían permitido llegar a ninguna conclusión
definitiva en vista del muy corto alcance que poseían, de tan solo unos cientos de metros. 37
No deja de ser paradójico que cuando a principios del siglo XX los barcos dispusieron de
cañones con un alcance de hasta veinte kilómetros, los artilleros se vieron en la necesidad
de tener en cuenta la rotación de la Tierra para acertar en el blanco.
Una notable observación que realizó Tycho fue la de una estrella nova. Anotando su posi-
ción con mucho cuidado durante varios días consecutivos en los que la estrella iba cam-
biando de brillo, Tycho pudo determinar que se trataba de un cuerpo celeste y no de un
cometa o de otro supuesto fenómeno sublunar, pues no cambiaba de posición respeto a
las estrellas fijas. Esta observación contradecía claramente la doctrina aristotélica de la
perfección e inmutabilidad del mundo celeste.
Las relaciones entre Tycho y Kepler fueron tormentosas debido a que el primero era un cor-
tesano amante de los placeres mundanos, mientras que el alemán era un individuo retraído
y poco sociable, y no fue sino hasta después de la muerte de Tycho que tuvo Kepler pleno
acceso a los datos astronómicos de gran precisión con los que trató de demostrar la validez
del modelo copernicano.
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“Todos los planetas describen órbitas elípticas con el Sol situado en uno de los focos”.
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La primera ley de Kepler supone un sacrificio conceptual de igual o mayor valor que el
realizado por Copérnico al ceder el privilegiado centro del universo a un cuerpo diferente
a la Tierra, puesto que el axioma de circularidad, íntimamente asociado a la perfección del
mundo celeste, era la más antigua y venerada de las ideas de la astronomía; sin embargo,
Kepler renunció a él ante la evidencia de los datos astronómicos de Tycho. Se puede decir
que este es uno de los más importantes aportes metodológicos que Kepler hizo a la cons-
trucción de la ciencia moderna.
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damente tratando de llegar a la mejor concordancia posible entre el modelo que pretendía
verificar y los datos astronómicos de los que disponía, y de esta manera descubrió que “el
radio que va del Sol al planeta barre áreas iguales en tiempos iguales”, lo que constituye su
segunda ley del movimiento planetario (figura 2.8). Tal como sucedía con el punto ecuante,
esta ley permite recuperar la regularidad donde aparentemente hay una falta de uniformi-
dad. De acuerdo con esta ley, cuando un planeta está más alejado del Sol y su radio vector 41
es mayor, barre un área determinada en un lapso de tiempo T. Posteriormente, cuando el
planeta se encuentra en la posición opuesta, su radio vector es menor y en el mismo lapso
de tiempo T debe recorrer una distancia mayor para barrer la misma área, como conse-
cuencia de lo cual resulta que cuando el planeta se encuentra más cerca al Sol su velocidad
es mayor. La ley de áreas permite conocer la velocidad de desplazamiento del planeta en
cualquier punto de su órbita.
Kepler interpretó el hecho de que la velocidad del planeta aumentara cuando estaba más
cerca al Sol suponiendo que el Sol era responsable del movimiento planetario y trabajó
arduamente tratando de encontrar la forma matemática de la ley de fuerzas que gobierna
este movimiento. Aunque no logró su objetivo dejó planteado el problema que, al ser re-
suelto por Newton, habría de poner a la astronomía sobre sólidas bases físico-matemáticas.
También anticipó que dos cuerpos suspendidos en el espacio e inicialmente en reposo se
debían atraer hasta chocar en un punto tal que la distancia recorrida por cada cuerpo debía
ser inversamente proporcional a su masa. Actualmente este punto se denomina centro de
masas del sistema.
T2 α R3 (2.1)
Aunque las órbitas planetarias son elípticas, su excentricidad es muy pequeña, y en algu-
nos casos, como en este, se pueden considerar aproximadamente circulares, con un radio
igual a su radio promedio. Si se miden las distancias astronómicas en términos del radio
medio de la órbita de la Tierra, RT, y los periodos orbitales en años, lo que constituye las de-
nominadas unidades astronómicas, UA, la tercera ley de Kepler se puede expresar como:
T2 = R3 (2.2)
Valiéndose de la tercera ley de Kepler es posible determinar los radios de las órbitas plane-
tarias a partir de sus periodos. También es posible calcular la velocidad orbital
V = 2πR/T (2.3)
de modo que
V2 = 4πR2/T2 (2.4)
V2 = 4π2/R en UA (2.5)
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hacía que los planetas se movieran en sus órbitas, como si se tratara de un inmenso carru-
sel. Sin embargo, la rotación del Sol, descubierta por Galileo al observar el desplazamiento
de las manchas solares mediante el telescopio, no tiene relación directa con la suposición
de Kepler.
Aunque Kepler no hizo ningún avance positivo en la solución del problema del movimien- 43
to astronómico, dado que seguía aferrado a la concepción aristotélica del movimiento, al
sugerir la posible existencia de una ley matemática que describe las fuerzas que rigen el
movimiento de los astros contribuyó a plantear con más precisión el problema que habría
de ser resuelto con base en la dinámica elaborada por Galileo y Newton.
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Es importante notar que si bien la observación de las fases de Venus no constituye de por
sí una verificación del modelo de Copérnico, puesto que el de Tycho también puede prede-
cirlas, sí es un poderoso argumento en contra del modelo de Ptolomeo, lo que contribuyó
poderosamente a que Galileo se convirtiera en un ardiente defensor del heliocentrismo.
Pero el argumento definitivo que inclinó a Galileo hacia el modelo de Copérnico fue el
descubrimiento de los satélites de Júpiter. El hecho de que Júpiter poseyera cuatro cuerpos
celestes que giraban a su alrededor en órbitas definidas y en periodos bien establecidos,
conformando un sistema copernicano en miniatura, demostraba que la Tierra no era el
único centro de los movimientos celestes, al tiempo que sugería la posibilidad de que girara
alrededor del Sol sin perder su propia luna.
Aunque Galileo también observó los anillos de Saturno, la poca resolución de su telescopio
lo hizo pensar que se trataba de un par de satélites que siempre aparecían a su lado. Gali-
leo publicó sus descubrimientos en una obra titulada Sidereus nuntius, o El enviado de los
cielos, en 1610, un año después de la aparición de la obra de Kepler Astronomia nova, y en
1613 publicó Cartas sobre las manchas solares, donde no solo anuncia el descubrimiento
de la existencia de manchas sobre la superficie del Sol, una nueva refutación de la supuesta
perfección de los cuerpos celestes, sino que permite determinar la rotación del Sol sobre
su propio eje a partir del seguimiento de las manchas a lo largo de varios días consecutivos
(figura 2.12).
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Esta última publicación tuvo unos efectos indeseados desde el punto de vista de la acepta-
ción del modelo de Copérnico, pues dio lugar a una agria disputa respecto a la paternidad
del descubrimiento con el padre Christoph Scheiner, el astrónomo principal de la Compañía
de Jesús. La disputa, que llegó a alcanzar gran virulencia, fue particularmente desafortu-
nada pues los jesuitas, la avanzada intelectual de la Iglesia católica, se habían mostrado
inicialmente favorables al modelo de Copérnico, pero después del enfrentamiento de Gali-
leo con el Sagrado Colegio se inclinaron por el modelo de Tycho y pronto llegaron a ser los
grandes contradictores de aquel.
En 1616 Galileo fue denunciado ante la Santa Inquisición por la supuesta herejía de pre-
dicar el movimiento de la Tierra, y llamado a dar explicaciones, con el grave riesgo de ser
amonestado públicamente, e incluso procesado, en caso de sostenerse en su afirmación.
Pero esto no sucedió, pues Galileo, sabiamente aconsejado, adoptó una actitud diplomática
y declaró que sus consideraciones copernicanas no constituían una declaración de fe sino
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Capítulo 2: La revolución copernicana
que tenían un carácter puramente hipotético, lo que lo salvó, en esa ocasión, de una amo-
nestación que conllevaba serias consecuencias penales, y el expediente fue archivado sin
mayores consecuencias, luego de lo cual Galileo asumió una posición discreta respecto a
sus convicciones copernicanas. La situación habría de cambiar cuando el cardenal Maffeo
Barberini fue elegido papa, con el nombre de Urbano VIII, en 1623. Barberini, un intelectual
florentino de reconocido prestigio, e importante figura de la corte vaticana, había desem- 47
peñado un papel importante en su defensa cuando Galileo fue llamado a la Inquisición en
1616.
Luego de una visita al Vaticano, en la que sostuvo una larga conversación con el nuevo
papa sobre sus trabajos en astronomía, Galileo se sintió alentado para hacer públicas sus
convicciones copernicanas y los avances que había hecho al respecto, y en 1632 publicó,
con el beneplácito de la Inquisición de Florencia y la aprobación del Vaticano, su obra mag-
na, Diálogos sobre los dos máximos sistemas del mundo: el de Copérnico y el de Ptolomeo.
Pero tan pronto salió a la luz pública, el texto fue recogido por orden de la Inquisición y su
autor fue llamado a rendir cuentas.
Los Diálogos, como es conocida la obra de Galileo, se plantean como una cordial discusión
entre dos personajes. Simplicio y Salviati, que representan, respectivamente, el pensamien-
to escolástico de corte aristotélico, que se identificaba con el de la Iglesia, y el pensamiento
de Galileo, que se identificaba con los planteamientos de Copérnico. Un tercer personaje,
supuestamente imparcial, llamado Sagredo, escuchaba los argumentos de uno y otro y
terminaba siempre por darle la razón a Galileo en la persona de Salviati. Si bien la obra su-
puestamente cumplía con el formalismo de discutir en tono hipotético las dos teorías rivales
sobre el mundo, su sesgo copernicano era evidente para cualquier lector medianamente
informado. Pero la piedra de escándalo que permitió a los jesuitas acudir al Papa y acusar
a Galileo de ridiculizarlo fue que la teoría sobre la influencia de la Luna en las mareas, que
era defendida por el Papa, aparecía en la obra en boca de Simplicio. Por el contrario, el muy
brillante Salviati exponía la teoría de Galileo, en la que se explicaban las mareas como un
efecto del movimiento combinado de la traslación y la rotación de la Tierra, algo que hoy en
día se considera como el mayor fiasco intelectual del astrónomo italiano. El Papa se sintió
asaltado en su buena fe y traicionado por quien había considerado su amigo, y de inme-
diato ordenó a la Inquisición que procediera contra Galileo, quien fue convocado a Roma a
responder por el cargo de desobedecer la admonición de 1616 de no defender ni enseñar
la teoría copernicana, a pesar de que esta nunca se había concretado.
Desoyendo el consejo de algunos de sus amigos de escapar de Italia lejos del alcance del
Vaticano y la Inquisición, Galileo se presentó a Roma en pleno invierno a pesar de su preca-
rio estado de salud, seguro de convencer a sus contradictores con poderosos argumentos
de la veracidad de sus proposiciones y la bondad de sus intenciones, pero no tenía idea de
que su causa era perdida y la condena ya había sido sentenciada.
Tanto la obra de Galileo como la de Copérnico ingresaron al Índice, que era el nombre con
el que se conocía la lista de libros prohibidos para el catolicismo.
La identificación entre el pensamiento católico y el aristotélico llegó a ser tan estrecha que
se consideraba que cuestionar al uno era como cuestionar a los dos. Sin embargo, Galileo,
consciente de las grandes debilidades que presentaba la concepción aristotélica del movi-
miento, ideó una serie de ingeniosas refutaciones lógicas y prácticas de las premisas funda-
mentales de esta doctrina, y de paso estableció las bases metodológicas de la experimenta-
ción como instrumento de investigación científica y de verificación de teorías y postulados.
Física conceptual
Capítulo 2: La revolución copernicana
Resumen
La elaboración de modelos astronómicos geocéntricos que usaban en forma siste-
mática ecuantes y epiciclos permitió salvar hasta cierto punto las apariencias de los
eventos astronómicos, a costa de una considerable dificultad para la elaboración 49
de los cálculos; sin embargo, la limitada precisión de los modelos y la inexactitud
de sus predicciones, que se reflejaba en el desfase de más de diez días que tenía
el calendario a finales de la Edad Media, demandaba una permanente revisión de
los cálculos y la introducción reiterada de ajustes y modificaciones, lo que hizo de la
práctica astronómica una actividad extraordinariamente complicada. La importancia
creciente de la astronomía como auxiliar de la navegación en alta mar después del
descubrimiento de América, y la determinación papal de actualizar el calendario,
contribuyeron a la revisión de los fundamentos de la astronomía y a la elaboración
de modelos revolucionarios como el propuesto por Copérnico, que suscitó todo tipo
de polémicas debido a las fuertes implicaciones que tenía su aceptación respecto a
las creencias ancestrales sobre la posición del hombre y de la Tierra en el universo.
La Revolución Copernicana
Cuestionario
1. ¿Qué circunstancia determinó la necesidad de reformar el calendario a media-
dos del siglo XVI?
50 2. ¿Por qué no es suficiente con añadir un día al calendario cada cuatro años para
que las efemérides concuerden con los solsticios y los equinoccios?
3. ¿Cómo se puede explicar el movimiento retrógrado de los planetas a partir de
un modelo heliocéntrico con epiciclos?
4. ¿Qué ventajas, y qué inconvenientes, se le pueden reconocer al modelo astro-
nómico de Copérnico frente al de Ptolomeo?
5. Compare las fases de Venus tal como son predichas por los modelos de Ptolo-
meo y Copérnico.
6. Explique cuál es la diferencia más notable entre el modelo astronómico propues-
to inicialmente por Copérnico y el modelo de Kepler.
7. Demuestre que dados un cono y un plano secante, solo hay un ángulo entre los
dos que permite obtener una circunferencia o una parábola, en tanto que hay
una cantidad infinita de posibilidades de obtener elipses o hipérbolas.
8. ¿Cómo se puede explicar que los eclipses de sol y de luna no se produzcan de
manera regular por lo menos una vez al mes, sino con una frecuencia mucho
menor y una regularidad difícil de apreciar?
9. Calcule la velocidad a la que se desplaza un planeta en cualquier punto de su
órbita, suponiendo que se conoce su velocidad en el perihelio.
10. Calcule la distancia de la Tierra a un planeta cuyo periodo orbital es de doce
años, aproximadamente.
11. Calcule el periodo orbital de un cuerpo astronómico que ha sido observado orbi-
tando el Sol a una distancia de unas treinta veces el radio de la órbita terrestre.
12. ¿Cómo se puede calcular la altura de una montaña de la Luna vista desde la
Tierra?
13. ¿Cómo se puede utilizar la observación de las fases de Venus para verificar o
descartar el modelo astronómico de Ptolomeo o el de Copérnico?
14. ¿Cómo se podía saber que las manchas solares son fenómenos que ocurren
en la superficie del Sol, y no el tránsito de algún satélite o planeta, con la única
ayuda del telescopio de Galileo?
15. ¿Por qué se puede decir que la existencia de los satélites de Júpiter favorece la
aceptación del modelo copernicano?
Física conceptual
Capítulo 2: La revolución copernicana
Bibliografía
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