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El Concilio de Elvira (cerca de Granada) de comienzos del siglo IV, el primer concilio de la Iglesia

Católica Hispana, en el que se establecieron cuatro cánones expresamente dirigidos contra los
judíos: prohibición de matrimonios, uniones y relaciones sexuales entre judíos y cristianas (y
cristianos y judías); prohibición de que los judíos bendigan los frutos y las tierras propiedad de los
cristianos; prohibición de que cristianos y judíos se sienten en la misma mesa, y excomunión de
cinco años al cristiano que cometa adulterio con una mujer judía.

El establecimiento de estos cánones (con independencia de su incierta cronología) nos está


indicando “que los judíos eran muchos e importantes, y que tenían mucho trato e influencia sobre
los cristianos” (J.M.Blázquez). La justificación de estas prohibiciones va a ser la misma que se
repita a lo largo de los siglos hasta la expulsión de 1492: impedir la influencia de los judíos sobre
los cristianos.

En el III Concilio de Toledo (589), por ejemplo, se prohibió de nuevo el matrimonio entre cristianos
y judíos, a la vez que se impedía a los hebreos la ocupación de cargos públicos. Estos sucesivos
intentos de segregación parece que no lograban nunca su propósito. ¿Por qué?

Junto a este rasgo psicológico (atracción/rechazo), que está en la base de la relación entre
judíos/no judíos, me interesa resaltar otro elemento extraño: la voluntad de permanencia del
pueblo judío en la Península Ibérica. La presencia de los judíos en Sefarad es algo que va más allá
del asentamiento de unos cuantos grupos o individuos. Es como si, especialmente a partir de la
destrucción del Segundo Templo (70 de n.e.), los judíos hubieran considerado a Sefarad como
sustituto simbólico y geográfico de la Tierra de Israel. No se entiende de otro modo su
determinación de permanecer en la Península a pesar del cúmulo de obstáculos, persecuciones y
muertes sufridas a lo largo de los siglos (recordemos que mucho antes de 1492, ya Sisebuto
decretó en el 616 la expulsión masiva de los judíos que no se convirtieran al cristianismo; y que
luego Ervigio impuso la conversión forzosa). Resulta insatisfactoria una explicación basada en
factores meramente económicos, comerciales o de supervivencia.

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