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esta vez le haremos un funeral,

esta vez lo haremos bien

X u

Juan Ruge
X u
ESTA VEZ LE
HAREMOS UN
FUNERAL,
ESTA VEZ LO
HAREMOS BIEN
Juan Ruge

· [20 2 2 ] ·
PARTE I

PERDER
A UN SER
AMADO
16-02-2021
A mi modo de ver, tratar de comprender el
problema del amor es como intentar comprender
el problema de la existencia misma.
Cuando nos acontece, lo percibimos
como un fenómeno complejo que es a la vez
particular y universal. A pesar de que es un
sentimiento que existe en nuestro imaginario
colectivo y es constantemente retratado (mil
películas, mil novelas, mil poemas, mil
canciones), cuando lo experimentamos por
cuenta propia nos encontramos con una
desconcertante y aterradora realidad: nos damos
cuenta de que ese sentimiento, tan vital para
nosotros —causa de nuestras penas o alegrías—
es para otros apenas perceptible, a veces
identificable, pero apenas relevante. Lloramos
y nos desvivimos, sin poder evitarlo, por un
sentimiento que se nos presenta como fútil e
intrascendente en el gran esquema de las cosas
comunes. Quizás el problema es que todo amor
es un amor cualquiera.
El filósofo italiano Giorgio Agamben
aborda en su libro “La comunità che viene”
(1990) la cuestión de la singularidad
cualquiera, enfocándose primero en la definición
del ser cualquiera:
“En la enumeración escolástica de los
trascendentales (quodlibet ens est unum,
verum, bonum sen perfectum—cualquier
ente es uno, verdadero, bueno o perfecto), el
término que, permaneciendo impensado en
cada uno, condiciona a todos los otros es el
adjetivo quodlibet. La traducción común de
este término como “cualquiera” en el sentido
de “no importa cual, indiferentemente” es
ciertamente correcto, pero en su forma en
latín dice exactamente lo opuesto: Quodlibet
ens no es “ser, sin importar cuál”, sino más
bien “ser, tal que siempre importe”. El latín
siempre contiene ya, es decir, una referencia
a la voluntad (libet). El ser cualquiera tiene
una relación original con el deseo.”
Tendría sentido aplicar esta idea al
problema del amor que intento abordar, en
la medida en que el amar implica siempre
un deseo. Uno quizás diga “te amo” a una
persona cualquiera, pero es precisamente al
poner el énfasis en el quiera que podemos
comprender que en el amor estamos aplicando
ese “ser, tal que siempre importe”. Cada uno
de los momentos particulares compartidos con
ese ser amado, cada uno de los actos efectuados
con y hacia él, buenos o malos, placenteros o
dolorosos, son una manifestación de mi deseo y
en esa medida van constituyendo, todos y cada
uno, el ser de ese amor.
Esta idea puede ser mejor entendida
a partir del principio de individuación que
Agamben describe como una especie de proceso
a través del cual lo universal se hace singular:
“Duns Scoto concibió la individuación como una
añadidura a la naturaleza o a la forma común
(por ejemplo, la humanidad)—una añadidura
no de otra forma o esencia o propiedad, sino de
una ultima realitas, de una “extremidad” de
la forma en sí”. Como el halo que vemos en
las imágenes de los ángeles y los santos, que
sería la añadidura que viene a significar la
extremidad de su beatitud, podríamos hallar en
el ser amado, y en el sentimiento amoroso como
su añadidura significante, la extremidad de una
propiedad a través de la cual el amor se nos
presenta como individual, singular, sin dejar
de ser un amor cualquiera: “Cualquiera es la
cosa con todas sus propiedades, ninguna de las
cuales, sin embargo, constituye diferencia. La
in-diferencia con respecto a las propiedades es
lo que individúa y disemina las singularidades,
las hace amables [deseables] (quodlibetables)
[cualqueribles]”.
Es común pensar que para amar a
alguien primero hay que conocerlo, pero quizás
tiene más sentido pensar que no se trata de
un proceso de conocimiento del otro, sino de
la individuación del amor mismo a través del
sentimiento amoroso. Es solo a través de este
sentimiento que el ser amado se nos presenta
como una singularidad deseable, como potencial
de ser de ese amor cualquiera. En el proceso
de individuación del amor también hacemos
presente a un otro que no es precisamente el
ser amado, sino su añadidura, el remanente
del sentimiento amoroso que, insatisfecho,
encuentra en el ser amado su extremidad, pero
no su completa realización. Este remanente
podría tomar la forma de una versión
idealizada del ser amado que, al no ser tal y
como desearíamos que fuera como potencial
amor, deja un espacio para que exista en la
imaginación ese otro ideal.
Cuando el potencial de ser del amor
nos es negado absolutamente por el ser amado
–cuando somos rechazados o nuestro amor
no es correspondido– nos vemos confrontados
con su potencial de no ser, potencial que
transforma cualquier sentimiento, antes
entrañable, en dolor. E incluso así podríamos
asumir el amor en su potencial de no ser, en
forma de infatuación o masoquismo. Pero por
otro lado estaría la posibilidad de asumir la
pérdida de ese ser amado, hacerlo desaparecer
de nuestras vidas y entrar en el duelo. En
“Duelo y Melancolía” (1917), Freud define el
duelo como “la reacción frente a la pérdida de
una persona amada o de una abstracción que
haga sus veces, como la patria, la libertad, un
ideal, etc. A raíz de idénticas influencias, en
muchas personas se observa, en lugar de duelo,
melancolía”.
Aun asumiendo su pérdida, quedaría
todavía en nosotros el remanente de sentimiento
amoroso, ese otro ideal que hemos creado y sin
el cual no concebimos la posible realización
de nuestro potencial amor. Freud se aproxima
a comprender esta situación al comparar la
melancolía, que “se singulariza en lo anímico
por una desazón profundamente dolida, una
cancelación del interés por el mundo exterior, la
pérdida de la capacidad de amar, la inhibición
de toda productividad y una rebaja en el
sentimiento de sí”, con el duelo que “contiene
idéntico talante dolido, la pérdida del interés por
el mundo exterior –en todo lo que no recuerde
al muerto–, la pérdida de la capacidad de
escoger un nuevo objeto de amor –en remplazo,
se diría, del llorado–, el extrañamiento respecto
a cualquier trabajo productivo que no tenga
relación con la memoria del muerto”. La
gran diferencia entre la melancolía y el duelo
es que en la melancolía se manifiesta una
“perturbación del sentimiento de sí que se
exterioriza en reproches y autodenigraciones
y se extrema hasta una delirante expectativa
de castigo”. Podría decirse que la persona que
asume el duelo encuentra la causa de su dolor
en una circunstancia externa, lidia con la
pérdida aceptando que el ser amado le ha sido
arrebatado por la muerte. Por otro lado, en la
melancolía, el dolido experimenta un odio hacia
sí mismo y una imposibilidad de concebir la
vida, no solo sin el ser amado; de concebir la
vida en sí. Quizás esto tendría que ver con
ese remanente de sentimiento amoroso que, con
la pérdida del ser amado, asume una forma
espectral dentro de nosotros, desatando un dolor
que encuentra su causa de vuelta en nosotros
mismos; no en la pérdida del ser amado sino
en el remanente de sentimiento amoroso que
ha dejado en nosotros y que se rehúsa a
desaparecer.
Cuando la pérdida es la consecuencia
de una muerte, el funeral se nos presenta
como un rito de paso para despedir a ese
ser amado y comenzar a comprenderlo en el
tránsito hacia su nueva existencia, en nosotros,
como recuerdo, como ausencia, como ángel o
fantasma; hacia su no estar. Dentro de la fe
cristiana, es común realizar, como parte del rito
funerario, una ceremonia religiosa en la que los
vivos ruegan a Dios por la salvación del alma
del difunto. “Dale señor el descanso eterno,
brille para ella la luz perpetúa”, repiten una y
otra vez en oración sus seres queridos.
Rodeamos al difunto con flores, una
tradición que en la antigüedad servía para
disfrazar el olor de la putrefacción del cuerpo
que permanecía varios días expuesto, mientras
los vivos lo velaban y oraban por la salvación
de su alma. También enterramos o cremamos
el cuerpo que el alma ya ha abandonado.
Llevamos el ataúd hasta el cementerio, que es
la tierra santificada donde descansará por toda
la eternidad, o ponemos sus cenizas en una
urna que reposará en un mausoleo o recinto
sagrado. Todas estas son acciones simbólicas a
través de las cuales encomendamos el alma del
ser amado a la misericordia de Dios. Después
de todo, la muerte es el momento de la justicia
divina, de la que ningún alma puede escapar.
Al asumir la muerte del ser amado como
un tránsito sin retorno, nos vemos obligados a
lidiar no solo con la pérdida de su amor, sino
de toda su existencia. Quizás creamos que
podemos comunicarnos con ellos en oración;
quizás, afectados por creencias más profanas
o folclóricas, creamos verlos como fantasmas,
deambulando todavía como almas en pena
que no han podido dejar este mundo; quizás
les digamos a los niños que un difunto ser
amado los cuida desde el cielo como un ángel.
En todo caso, tras la pérdida del ser amado,
el sentimiento amoroso queda relegado a un
pensamiento de lo sobrenatural.
Pero la pérdida del ser amado en el
rechazo, a primera vista, parece no tener nada
de sobrenatural. Y aun así es enigmática,
y aún así parece escapar la definición. Es
singular, es el amor en todo su potencial de no
ser que excede nuestra comprensión y quizás
por ello no hay conversación, ni oración, ni
canción, ni exorcismo, ni lamento, que logre
dispersar completamente el remanente de
sentimiento amoroso.
A falta de funeral, debemos encontrar
cada uno la manera de hacer duelo con
ese sentimiento y seguir con nuestra vida,
haciendo nuestro mejor esfuerzo por asumir la
pérdida, aun sabiendo que esa persona seguirá
caminando por la Tierra. Y quizás el único
consuelo sea la certeza de la melancolía, la de
cargar dentro de nosotros mismos el espectro, el
remanente de sentimiento amoroso, el otro ideal,
imaginario, en el que el amor se nos presentó
alguna vez como posible, y su impasible
reverberación.
· · ·
Ningún ritual de despedida parece suficiente.
El ser ideal de otro no encuentra su salida de
nosotros. Quizás su salida solo implicaría la
muerte del amor en nosotros.
En “Fragmentos de un discurso amoroso”
(1977), Roland Barthes, al tratar de definir
las “Ideas de solución” en equivalencia con la
palabra “Salida”, habla de una “manipulación
fantasmática de las salidas posibles de la crisis
amorosa”. Y, al profundizar en ello, se acerca
bastante a enunciar esa cualidad lúgubre y
espectral implícita en la pérdida de un ser
amado, pero desde la perspectiva de quien ama,
del doliente, del vivo sin vida:
“Todas las soluciones que imagino son
interiores al sistema amoroso: retiro, viaje, suicidio,
es siempre el enamorado quien se enclaustra, se va
o muere; si se ve encerrado, ido o muerto, lo que ya
es siempre un enamorado: me ordeno a mí mismo
estar siempre enamorado y no estarlo más. Esta
suerte de identidad del problema y de su solución
define precisamente la trampa : estoy entrampado
porque está fuera de mi alcance cambiar de
sistema : soy “hecho” dos veces : en el interior de
mi propio sistema y puesto que no puedo sustituirlo
por otro. Ese nudo doble define, al parecer, cierto
tipo de locura (la trampa se cierra, cuando la
desgracia carece de contrario : “Para que haya
infortunio es necesario que el propio bien haga
mal”). (...) Si no fuera parte de la “naturaleza”
del delirio amoroso pasar, decaer solo, nadie podría
jamás ponerle fin)“.
¿Y entonces qué queda? ¿Solo resignarse
a perder la vida propia en la melancolía, como
un suicidio? ¿O darle muerte a ese sentimiento
amoroso, convertirlo en ángel o fantasma para
asumir finalmente la pérdida, a través de un
funeral metafórico?
Ojo del amante
Avril 14th 2021
Visions of Gideon
15-02-2021
PARTE II

ESTA VEZ LE
HAREMOS UN
FUNERAL,
ESTA VEZ LO
HAREMOS BIEN
2020
I
E l único dolor que, silente y sin
límite, aunque contorneado,
apareció cada vez como una incomodidad
y resultó ser siempre más un territorio por
conquistar, que un acto de desahogo,
fue precisamente el incierto ardor de su
desprecio.
¿Qué pasaría si convirtiera toda esta
incertidumbre en ira?:
desbocada e incandescente,
maligna,
violenta,
ira
sin el más mínimo remordimiento ni deseo
de frenarla;
contenerla hacia atrás.
Atrás de mi cabeza, antes de rozar los
pelos de mi nuca,
cortar la circulación,
ahorcar,
asfixiar.
Delicioso calor en el que arden los
malditos,
los que de razón tienen muy poco a mano
alzada,
a puño cerrado,
a herida sin cerrar.
No más contenciones, esta vez he de
afrontar que sus palabras son
hielo seco
quema, y arde, y no prende fuego.
“De mí no esperes amor”:
No sé si es por ser
(inevitablemente ser)
yo
o por ser solamente incapaz.
Incapaz con todos,
incapaz de todo lo que implica
demoler
y cortar
y llorar.
Murmullos desde una nube rosa me
preguntan: ¿quién ha de recoger
el hermoso cadáver,
el único resquicio que sintió fue todos
aquellos de los que la piel no da señal
ni hubo testigos,
para llevarlo por el camino de la levedad
hacia la eternidad en la que se reúne con todos
los demás?
Porque este dolor, aunque sin despojo ni
reflejo,
no es único en su especie.
Cuan perecedero,
y dejan de ser dolorosos,
¿adónde van?
Se aferra con largos brazos a mi aliento y
mis cuerdas vocales,
se quiere quedar para alimentarse,
parasíticamente, de los esporádicos espasmos
de la incertidumbre
languideciente
languideciente
aspiración languideciente
he de ponerle fin,
no por necesidad,
por placer y rebelión de hacer lo que él no
es capaz de hacer.
No dejar escapar, el aliento,
esta vez, hacia el vacío,
esta vez, hacia la desintegración.
Esta vez hacia su exterminio total.
II
L
lejos
ejos

un paso lejos
hacia la oscuridad
la premonición de oscuridad
yaciendo
ya siendo sobre la cama
a plena luz del día.
Un libro con una rosa en la portada
y una gota de sangre magenta
que parece nacer en su espina,
en la planta misma,
de nadie
de nada.
Un momento de oscuridad
para tragar el leve pulso de un dolor en mi
cabeza
el dolor de tatar de tragar una certeza
(como casi siempre las certezas me
parecen dolorosas)
un temblor bajo mis piernas
y lento
y
Fluorescente
adusto
lujurioso
anti
anterior.
Sollozo sin respiro
pavoroso
sinsabor,
voy hacia atrás
a una casa llena de flores
en el penúltimo mes
del penúltimo año,
las flores de Navidad.
¿Comenzó por el final?
Los besos y el líquido desabrido,
dados desde el principio,
sin intención,
casi sin preámbulo,
casi sin porvenir,
un instante de verdad.
Ya lejos, desde acá, me dispongo
con manos lívidas
a recoger los pedazos
sin olvidar que he de
incrustarlos
embadurnarlos
iracundo
hasta ver sangre
y no el respiro de calma
de incertidumbre
de paz mental.
III
Q oizás si empiezo por el día que
recuerdo con más cariño,
no en vano
ni vano
fue ese en que nos encontramos
y con un vino (de tono purpureo y sabor
levemente oxidado)
se dulcificó, confesó, me dulcificó
y me dio un besito en la mejilla.
Los besos en la boca se los da de comer
a las bestias
carnales, sin espectro,
sin reverberación,
sin espasmo,
solo carne maloliente
en recintos de podredumbre;
y unos hongos que germinan en la
suculencia (qué delicia) de la prohibitiva
esclavitud.
Allá la carne y acá el verbo,
el intelecto,
sin acción,
sin caricia.
Un roce travieso,
un roto en el pantalón.
Siempre un aire de por medio,
una onda,
una definición.
IV
S abiendo lo difícil que es, con mi
carácter, para mí
conjurar la ira
me pregunto por los años
venideros
ya dados
ahora desahuciados
inhóspitos
como la tumba olvidada de un esclavo
huérfano.
; los años que no perdí cuando casi me
asesinan
a patadas
mi consciencia desconectada
(¿de qué?)
derramada en un charco de sangre
frente a una catedral gótica.
Y ni siquiera con el cadáver del recuerdo,
bajo una superficie hueca donde no me crece
el pelo, puedo hallar ese desprendimiento hacia
esa violencia que persigo.
; los años que ahora paso en profunda
meditación,
del aburrimiento
de melancolía.
Un olor que me da mala espina,
pero antes una impresión de él que no
había visto.
No como las fotos ni los videos,
más opaca, menos contrastada, bajo
capas de la persecución del sueño,
rescatada del momento que jamás fue.
; los años ensangrentados como esos
sentimientos que él guarda en bolsas de plástico
y acumula en el congelador
sin que se pudran
para devorarlos cuando la soledad o el
aburrimiento hacen que sienta hambre.
V
¿ Pero cómo hablar sin corazón?
y en el pecho, ahuecado,
el refugio de lo oscuro donde se siente
cómodo,
porque es en lo oscuro donde
acostumbramos descansar.
Y si se enciende la chispa del deseo,
e intuyo que solo en lo oscuro deseamos,
para desatar el fuego de la ira,
¿cómo hablar sin corazón?
Atado está y no crepita,
qué inútil,
y en mis labios se insinúa una sonrisita
malévola,
y en eso queda,
y eso es todo.
No el insulto dicho,
porque no hay insulto dadivoso en el
milagro de la furia.
Pero hay calor, deshielo y un hilo de luz,
insuficiente,
dentro de lo frio y contenido
sin adoración de la divinidad pretendida
por un simple mortal,
con su sentimiento extraviado en los
senderos del campo;
la luz pálida y acuosa de la madrugada
la luz grana y avivada del atardecer.
Lavado, sin sangre y sin clamor,
cómo dictar el camino de la ira,
las notas del fuego,
las palabras del ardor,
los dibujos de la ceniza,
el sudor del impulso ya tomado.
Quiero sincerarme,
pero qué suave y transparente,
qué pureza,
que así no puedo lanzar el cuchillo hacia
la estrechez,
hacia lo oscuro del vacío.
Lo ahuecado es un ataúd sin esqueletos
ni polvo,
en lo oscuro más oscuro porque está bajo
la tierra y los vivos caminan por el borde porque
es una tumba,
y a los muertos se les respeta y se les
regalan flores,
y no les hablamos,
no sin hacer un acto de fe.
VI
C rCreer en mí y en que puedo,
o admitirme que no puedo nada y nada
podría, y entonces tengo que
y no quedarme dormido otra vez con la
boca entreabierta:
que no me roben siempre el perdón.
Marchito se enreda en el tono purpureo,
porque es un golpe y así debería ser,
debería poder notarse,
debería no poder ocultarse,
pero también es un dolor y un mordisco y
el comienzo de la herida y un chupón:
la marca del amor,
así sea cualquier amor.
Y en estas líneas palpitantes se insinúa la
pasión, que siempre es el dolor que se necesita
para superar la muerte,
y salvarse.
¿Siempre se salva,
uno mismo y sin ayuda, provisto de poros
de los que brota la prueba del esfuerzo y de las
garras que se doblan, como papel, pero nunca
dejan de crecer,
o uno con todos, hacia el lugar que
habitan los otros salvados, que nunca son todos,
y en comunión lo llaman salvación,
nunca uno con el otro de quien uno se
salva,
el que sufre más?
¿Y el alma?
Verlo a él
y en sus ojos la luz del medio día que cae
y deslumbra sin arrullar
y en su olor la corriente de aire que me
hizo estornudar
y en su piel el cobijo áspero
y en su ser el guisante y el beso del
príncipe.
Pero qué instantáneo y aburrido,
qué despierto y sin misterio,
se seca y no germina la semilla de un “lo
siento”.
VII
M e miré en el espejo y me vi
(me vi con ojos abandonados, míos)
pulcro otra vez.
Ya no ensombrecido,
con un resplandor extraño,
que como extraviado bajo la cama
contra la almohada que recogía el llanto y
la baba
de sueños intranquilos de un niño perdido,
regresó sin avisar.
Y me encrespó los cabellos,
les dio brillo,
decoró mis pestañas,
definió mis rasgos,
tersó mi piel.
Al tacto seguía siendo áspera, porque el
precio de verse bello era este despojo:
y a mí me tocaban los restos para
mostrar y para desear.
VIII
D renado
y se desliza el rocío y cae,
no son las lágrimas de las flores,
sino un regocijo
y me quedo con el aire,
no sabiendo si babeo, o es sudor,
sobre su pecho.
Pero drenado era otra cosa,
cuando nublado,
fuera de lo apacible,
repaso los signos de la sentencia,
y me siento palidecer,
podro,
envuelto y sin ganas
regreso al rocío que se desliza y cae,
y entonces es lo que era:
la prueba de un esfuerzo,
el esfuerzo de hacer a nada.
Con nada me abismo y visito,
en el balanceo maquínico,
a mi poroso recuerdo,
y no lo riego.
Me siento palidecer ya dado
descorazonado,
sin color en las mejillas,
de rabia,
de vergüenza,
de un coqueteo,
de calor.
Blanca era la cepa de esta,
blanca, muda, languideciente,
y no supe cómo llamarle;
se inmoló
en el claro y cristalino regazo de un joven,
las palabras que vendía el héroe,
la mirada que caía desde el espejo del sol,
y en el aliento viajaban
insinuando un ansia en la boca.
Abrasa en sed el sabio sabor,
y de pronto en la contemplación odiamos
más que en el grito,
y el gélido es más violento que el fiero,
no requiere de otras bestias ni de nada en
absoluto:
solo la oscuridad, y el balanceo maquínico,
y el éxtasis,
y la madrugada después, siempre la
mañana después.
Todo eso es nada.
No se enciende,
permanece y se abisma, distanciado en lo
nublado de inanición.
Ahí hiere, donde el otro se siente
desairado, y lo devora en el silencio.
IX
A l no saber ponerle fin,
esperar que el sol lo haga. Y a veces ni el
amanecer puede,
ni el cansancio, ni la desgracia de
somnífera sobriedad,
separarnos.
Los quiero para siempre,
rehenes felices.
“Déjalo acabar,
no lo abuses,
no lo agotes,
regresa a casa”.
Y no,
permanecemos y entre todos:
el coro,
de respiros, de contactos, de des-sueños,
; los ángeles,
de emanar el calor, de llevar el mensaje,
la plegaría, la oración (¿no más?) hacia el cielo,
hacia la nube rosa,
hacia el cuerno del sol.
Ya en brazos de la más dulce
complicidad,
dejarlo morir,
lo que toca exterminar,
lo solo está cuando está el que falta.

· · ·
Él nunca ha aprendido a ver en el amor,
en él exudan las tragedias de quien jamás
se creó ninguna, ¿no ve,
el más cobarde entre los arrinconados
contra el borde del abismo?
y qué desafortunado,
del otro lado del espejo, tan atrapado, tan
solo, tan abandonado,
y altivo en todos.
Pero ya no es sino cuestión de escuchar
la sentencia,
y los ángeles y el coro,
en una comunión sin precedente,
cargando, con halo fúnebre e intención
macabra,
un hermoso cadáver.
Allá, allá, más allá y
mas allá que no sepa el camino de vuelta.
No ve, pero sabe gritar, lo hace como un
animal herido hasta que se agotó su voz,
o algo desconocido se posó en su oído,
¿y la compasión?
vivir, llorar, no más.
misdreavus playing needy by Ari
06-06-2021
my faggot feelings like a spritzee
24-03-2020
mourning roselia
02-04-2021
♡Xu : Esta vez le haremos un funeral, esta
vez lo haremos bien (Recital Digital)
10-03-2021
PARTE I
Perder a un ser amado
Ojo del amante
Visions of Gideon

PARTE II
Esta vez le haremos un funeral,
esta vez lo haremos bien
misdreavus playing needy by Ari
my faggot feelings like a spritzee
mourning roselia
♡Xu

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