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TEMA 4.

EL FIN Y LAS FUNCIONES DEL DERECHO

1. ¿EXISTE UN FIN ESENCIAL DEL DERECHO?

Decía Rudolf von Ihiering, filosófico alemán, en un libro que dejó inacabado que se titula el
“Fin del Derecho”, que el fin es el creador de todo Derecho. No existe ni una sola norma
jurídica que no tenga su origen en un fin, un propósito, un motivo práctico. Una norma jurídica
o una institución que no tuviera ninguna finalidad carecería de sentido.

Por ejemplo, si existen en el Derecho penal normas que prohíben el homicidio, el asesinato, la
mutilación, las agresiones... Es con la finalidad de proteger la vida humana y la integridad física
de las personas.

Sin embargo, parece poco realista adjudicar al derecho un fin propio de su esencia. Si tenemos
en cuenta que se trata de una obra humana presente en todas las sociedades conocidas, con
una estructura similar en todas ellas, entonces está justificada la sospecha de que es un
instrumento inmprescindible para la satisfacción de alguna necesidad colectiva.

Diversos autores han expresado su opinión respecto a este problema, que pueden ser
clasificadas en tres grupos:

En el primer grupo se incluiría a los autores que aceptan la existencia de un fin esencial
del Derecho.

En el segundo grupo incluiremos a los autores que niegan la existencia de un fin


esencial del Derecho.

 Y en el tercer grupo incluiremos a los autores o doctrinas que adoptan un ángulo


intermedio.

Primer grupo.

La mayor parte de los juristas y filósofos anteriores al siglo XIX se pueden incluir en el
primer grupo. Defienden la existencia de un fin que forma parte de la naturaleza del
Derecho. Pero discrepan a la hora de determinar cuál es.

Los pensadores ilustrados e idealistas de los siglos XVIII y XIX, entre los que destacan
Rousseau, Kant o Hegel, sostuvieron que el fin esencial del Derecho es hacer posible y
proteger la libertad del hombre y del ciudadano.

Marx se dio cuenta de que el derecho no es un instrumento al servicio de la libertad sino un


instrumento represivo a favor de los intereses de la burguesía. Su fin por lo tanto es proteger
el poder político y económico de esta clase.

Rousseau se plantea cómo hacer compatible la libertad del ciudadano con su inevitable
sometimiento a leyes y a gobiernos.
Otro filosofo muy influyente en su tiempo es el utilitarista J. Bentham, sostiene que el
fin propio del Derecho es maximizar la utilizad social, esto es, ayudar a conseguir la
mayor libertad posible para el mayor número posible de personas.

Segundo grupo.

El segundo grupo de autores niegan la existencia de un fin esencial del derecho. Esta es
una actitud doctrinal típica defendida por el positivismo jurídico, aunque no todos los
autores positivistas la han adoptado.

Hans Kelsen no defendió siempre este punto de vista. En algunas de sus primeras
obras, Kelsen reconoce que el Derecho cumple un fin esencial y este fin no es otro que
asegurar la paz social. En él, Kelsen afirma que el Derecho es un ordenamiento para la
promoción de la paz.

En otras obras posteriores, Kelsen rectifica y abandona este punto de vista o, por lo
menos, lo matiza drásticamente.

Dice Kelsen que el Derecho más que asegurar la paz lo que hace es aportar cierta
seguridad colectiva, que no es lo mismo que la paz pero que tiende a conseguirla. Esto
quiere decir que la paz no es el fin esencial del Derecho.

En resumen, tanto para Kelsen como para el positivismo jurídico en general, el


Derecho no tiene ningún fin esencial, porque el Derecho es solo un medio y como
instrumento que es se puede poner al servicio de múltiples fines.

Tercer grupo.

El tercer grupo incluye a quienes adoptan una posición intermedia. Estos autores no
afirman expresamente que exista un fin esencial del Derecho, pero defienden la
existencia de ciertos criterios, valores o ideales que orientan el rumbo del Derecho.

Stamller dice que el derecho es la estrella polar que guía al navegante. Dirige el rumbo, pero es
inalcanzable. Lo mismo ocurre con la justicia. Es un elemento orientador pero no se puede
llegar a realizar realmente.
3. LOS PRINCIPIOS INFORMADORES DEL DERECHO: justicia, seguridad, eficiencia

Las normas jurídicas tienen que regular las relaciones sociales de tal manera que hagan posible
el cumplimiento del fin último del Derecho: la paz social.

El primer criterio informador del Derecho es la justicia, porque sin justicia no puede haber paz
social. Luego sin justicia el Derecho no puede alcanzar su fin último.

La justicia, además, implica igualdad, ya que exige igualdad de trato para todos los miembros
de una comunidad política. Como ya observó Aristóteles, lo que exige la justicia es tratar igual
a los iguales y desigualmente a los desiguales.

Por lo tanto, la justicia tiene un papel tan central y protagonista en el mundo del Derecho que
merece un estudio más detallado. Pero no es el único valor del Derecho, existen otros que
también se pueden considerar jurídicos, valores menos relevantes que la justicia, pero
igualmente necesarios para que el Derecho pueda alcanzar sus objetivos, su finalidad última.

Destacamos la oportunidad, la eficiencia y la seguridad jurídica.

La seguridad jurídica se refiere a la forma que debe adoptar la regulación jurídica. Una forma
que debe ser cierta porque sin certeza en el Derecho, no se puede saber a qué atenerse en las
relaciones sociales. Es una condición previa del orden y la paz. No resulta extraño que muchos
autores, positivistas en su mayoría, hayan considerado que la necesidad de la seguridad
jurídica es tan importante o incluso más que el valor de la justicia.

Antes de estudiarlo más a fondo, hay que tener en cuenta otros valores, la oportunidad y
eficiencia.

La oportunidad significa adecuación al fin propuesto. Se dice que una norma jurídica es
oportuna cuando es adecuada para alcanzar el fin que el legislador se haya propuesto
conseguir con ella. La oportunidad es una condición previa de la eficiencia económica y en
general de la eficacia. Si una norma jurídica no es oportuna o apta para alcanzar el fin que
persigue, difícilmente puede ser eficiente.

La eficiencia: una norma jurídica, una institución jurídica o una sentencia judicial es eficiente
económicamente si contribuye a lograr el máximo beneficio social posible con el mínimo coste.
Dado que las normas y las instituciones jurídicas pueden contribuir a incrementar el bienestar
social, parece una exigencia elemental de racionalidad que esa contribución se produzca. No
hay duda, por tanto, que la eficiencia, económica especialmente, es un valor digno de ser
perseguido por medio del Derecho. Ahora bien, la eficiencia económica no es el valor supremo
del Derecho, contrariamente a lo que defienden los integrantes del Análisis Económico del
Derecho. La justicia nunca puede ser sacrificada en aras de la eficiencia económica .
3.1 La seguridad jurídica

Los requisitos formales que debe tener el derecho para garantizar seguridad jurídica son:

-La publicidad de las leyes. Si no fuesen públicas, sus destinatarios, no podrían conocer las
exigencias jurídicas, no sabrían que atenerse en su relación con los demás. No habría seguridad
jurídica en absoluto.

-La claridad de las leyes. Si no fuesen claras, habría muchas interpretaciones y eso aumentaría
la discrecionalidad de los jueces a la hora de aplicar las leyes a los casos. Puede sar lugar a la
arbitrariedad judicial. En cualquier sistema jurídico existen leyes más o menos indeterminadas.
Cuanto mayor sea el grado de claridad de las leyes, mayor será la seguridad jurídica que estas
proporcionen.

-La plenitud, compleción o integridad de las leyes. Si una ley no es completa, si deja cabos
sueltos, o si un derecho tiene lagunas, inevitablemente dejará muchos problemas sin resolver.
Naturalmente, en cualquier sistema jurídico existen lagunas. Cuanto mayor sea el número de
este, menor será la seguridad jurídica que proporcionen.

-La coherencia. Si un sistema cuenta con normas que se contradicen, los ciudadanos no sabrán
a qué atenerse en esas situaciones, reduciéndose así la seguridad jurídica.
Los sistemas jurídicos cuentan con antinomias. Cuantas más haya, menor será la seguridad
jurídica.

-Jerarquía normativa. De nada serviría que se nos garanticen determinados derechos, si un


alcalde, por ejemplo, puede dictar disposiciones anulando o recortando esas libertades o
derechos fundamentales. Es por esto que, este principio garantiza que las normas jurídicas de
grado superior prevalecerán siempre sobre las de grado inferior.
Esta ordenación jerárquica refuerza la seguridad jurídica.

-La estabilidad de las leyes. Si las leyes no fuesen estables o permanentes, los ciudadanos no
sabrán que normas están vigentes y cuales no, disminuyéndose así la seguridad jurídica.
De ahí la necesidad de que las leyes sean durareras.

A parte de los rasgos anteriores, existen en todos los sistemas jurídicos ciertos principios
tendentes a garantizar la certeza y la seguridad jurídica.

-El primero se anuncia en estos términos: “ignorantia iuris non excusat” es decir, la ignorancia
del Derecho no excusa, no exime de su cumplimiento. En términos casi idénticos se pronuncia
nuestro Código Civil en su artículo 6, párrafo 1: la ignorancia de las leyes no excusa de su
cumplimiento.

Si cualquier persona pudiera incumplir impunemente sus obligaciones jurídicas con la excusa
de que nos las conocía, la supuesta imposición inexorable del Derecho se quedaría en nada y la
seguridad jurídica que es la confianza en el cumplimiento del Derecho se vería profundamente
debilitada.

Pero, por otra parte, parece injusto que haya de sufrir consecuencias jurídicas desfavorables
una persona que sin culpa alguna por su parte ignora el Derecho. Especialmente teniendo en
cuenta que el Derecho actual está integrado por una enorme multitud de normas de
diferentes tipos que no cesan de crecer. Así las cosas, pretender que conozca íntegramente el
Derecho el pueblo en su conjunto, incluso los que carecen de cualquier formación jurídica,
parece absurdo.

Joaquín Costa, un jurista político y pensador de esa época, muy próximo al krausismo, llego a
titular un libro llamado “El problema de la ignorancia de Derecho” con el que trataba de
combatir el principio que ahora os ocupa. En su opinión, en este principio se refleja la tensión
latente siempre en el Derecho entre las exigencias de la justicia y las exigencias de la
seguridad.

La propuesta de Joaquín Costa era la siguiente: en vez de obligar al pueblo a conocer todas las
leyes, se debe admitir que solo son obligatorias jurídicamente las leyes que el pueblo conoce y
refrenda con su cumplimiento. En otras palabras, solo debe ser obligatorio jurídicamente el
Derecho vivo, el Derecho que el pueblo acepta y pone en vigor mediante su costumbre de
cumplirlo.

-Otro principio general del Derecho es el principio de la fuerza o autoridad de la cosa judgada .
En el lenguaje jurídico se habla de “cosa judgada” cuando sobre un conflicto jurídico planteado
ante los tribunales recae una sentencia firme, cosa que puede ocurrir o bien porque se ha
dejado pasar el plazo para recurrir la sentencia ante un tribunal superior o bien porque se han
agotado todas las instancias de apelación posible de manera que la sentencia en cuestión
procede ya de un tribunal en última instancia.

-Otro principio procesal cuyos efectos son muy similares a los del anterior, es el principio “me
bis in idem”: no dos veces en lo mismo. Quiere decir que cuando sobre un caso recae una
sentencia firme, el caso ya no puede volver a judgarse, aunque posteriormente se demuestre
que la sentencia era incorrecta o injusta.

Con este principio, al igual que con el anterior, se trata de evitar que las decisiones judiciales
puedan ser impugnadas una y otra vez, ya que de lo contrario, los conflictos jurídicos estarían
siempre pendientes de solución definitiva y las partes implicadas en ellos vivirían en una
situación de incertidumbre insoportable.

Al igual que ocurre con el primero de los principios, estos dos últimos principios a primera vista
pueden parecer injustos. Evidentemente sería más justo que no existieran límites a la
búsqueda de la verdad autentica, ni a la búsqueda de la solución más equitativa para cada
caso.

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