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ABSTRACT
Este ensayo apuesta por un análisis comparado del poder soberano en Hob-
bes y en Rousseau: el Leviatán y la Voluntad General. Ambos absolutos y apa-
rentemente del mismo corte, se erigen en soberanías distintas. Aquí se postu-
la que es la construcción política de cada poder soberano, que paradójicamen-
te hace a ambos poderes -de características similares- diferentes de hecho, la
que también puede hacerlos potencialmente análogos y cercanos. Este argu-
mento se desarrolla desde tres enfoques en estrecha interdependencia: pri-
mero, distintas concepciones sobre el estado de naturaleza llevarán a Hobbes
y Rousseau a elaborar construcciones artificiales que se traduzcan en poderes
soberanos de diferentes, así como distintos fines y distinto origen; segundo, la
constitución y esencia de esas soberanías implicará que, pese a sus caracterís-
ticas comunes, denotarán diferencias agudas que las situarán en polos opues-
tos; tercero, la construcción misma de la Voluntad General la deja en un esta-
do de vulnerabilidad tal, que podría impulsarla a degenerar en su antítesis: el
Leviatán.
INTRODUCCIÓN
Las siguientes páginas abogan por un análisis comparado del poder soberano
en Hobbes y en Rousseau: el Leviatán y la Voluntad General. Ambos absolutos, ambos
unificando en sí a todas las voluntades, en fin, ambos aparentemente del mismo corte,
se erigen en soberanías distintas en cuanto a la manera y razón de su constitución, en
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Licenciado en Historia por la Pontificia Universidad Católica de Chile. Actualmente es estudiante de
Ciencia Política en la misma institución.
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cuanto al agente sobre el cual reposan, en cuanto a su naturaleza, en cuanto a sus fines
y, por último, en cuanto a sus impactos.
Postulo que es la construcción política de cada poder soberano, que paradóji-
camente hace a ambos poderes -de características similares- diferentes de hecho, la
que también puede hacerlos potencialmente análogos y cercanos. La construcción de
estos Soberanos, que marca las diferencias entre ambos, lleva en su interior los gér-
menes que podrían inclinar a la Voluntad General hacia el Leviatán…
Argumento y explico mi hipótesis desde tres enfoques, todos en estrecha inter-
dependencia. En primer lugar, distintas concepciones sobre el estado de naturaleza,
llevarán a Hobbes y Rousseau a elaborar construcciones artificiales que se traduzcan
en poderes soberanos de distinta naturaleza, distintos fines y distinto origen. En se-
gundo lugar, y derivado de lo anterior, la constitución y esencia de esas soberanías
implicará que, pese a sus características comunes (poder absoluto e ilimitado, jamás
injusto, etc), aquéllas denotarán diferencias agudas, diferencias éstas que las situarán
en polos opuestos: una, al pretender garantizar la seguridad, podrá ser vista como un
yugo opresor; la otra, como un reflejo de libertad. Por último, la construcción misma
de la Voluntad General la deja en un estado de vulnerabilidad tal, que podría impulsar-
la a degenerar hacia su antítesis, el Leviatán; después de todo, ambos poderes sobera-
nos, tan distintos en su ejercicio y finalidad, pueden ser –potencialmente- peligrosa-
mente cercanos.
Desarrollaré los argumentos en cuestión, en el mismo orden en que los he pre-
sentado.
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sa y protección, de paz. Ante este Leviatán, los hombres son súbditos y “someten sus
voluntades cada uno a la de aquél y sus juicios a su juicio.”3
El miedo es el móvil; los hombres hicieron el pacto y escogieron un soberano
por el mutuo temor que se tenían4, y concedieron el poder absoluto a un hombre o
asamblea que, también usando el terror, es capaz de conformar todas las voluntades y
alcanzar la paz. La obediencia se debe al miedo. La finalidad de esta institución es la
seguridad.
Es la concepción hobbesiana del estado de naturaleza, a mi juicio, lo que consti-
tuye la justificación, la fuente de legitimidad para el surgimiento del Leviatán, así co-
mo para su naturaleza y prerrogativas (esto es, una persona que está por sobre los
demás, en quien reside la soberanía y que ejerce un poder discrecional por el temor
que inspira): “y aunque respecto a tan ilimitado poder, los hombres pueden imaginar
muchas desfavorables consecuencias, las consecuencias de la falta de él, que es la gue-
rra perpetua de cada hombre contra su vecino, son mucho peores.”5 Una vez más, esa
condición de naturaleza legitima al Leviatán.
Por la interpretación que Hobbes tiene de dicho estado, es impensable para
aquél que el soberano sean esos mismo hombres que desconfían y luchan entre sí. El
poder absoluto que se impone desde afuera de los hombres, ahoga el estado natural y
siembra la paz y la seguridad…al precio de la libertad. Si la libertad en Hobbes consis-
te en la ausencia de impedimentos externos para hacer lo que yo quiera, y dada la
condición de lucha, rapiña e incertidumbre que marcan el estado de naturaleza, aqué-
lla libertad es peligrosa y debe ser sacrificada en aras de la conservación.
En su Discurso sobre el Origen y Fundamento de la Desigualdad entre los Hom-
bres, Rousseau presenta una visión diametralmente opuesta del estado natural. Alega
que todos los filósofos coinciden en la necesidad de remontarse a ese estado, mas na-
die ha llegado a él:
3 Ibid., p. 179.
4 Ibid., p. 205.
5 Ibid., p. 213.
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“Otros han hablado del derecho natural que cada uno tiene a conservar lo que le
pertenece, sin explicar lo que entienden por pertenecer. Otros, otorgando desde
el comienzo al más fuerte la autoridad sobre el más débil, han hecho nacer in-
mediatamente el gobierno sin pensar en el tiempo que debió pasar antes de que
el sentido de las palabras de autoridad y gobierno pudiese existir entre los
hombres. Todos, en fin, hablando sin cesar de necesidad, de avidez, de opresión,
de deseos y de orgullo, han trasplantado al estado de naturaleza ideas que
habían tomado en la sociedad; hablaban del hombre salvaje, pero dibujaban al
hombre civil.”6
6 Rousseau, Jean-Jacques. Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres.
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malo, que es vicioso porque no conoce la virtud, que rehúsa a sus semejantes servicios
que no cree deberles, ni tampoco que en virtud del derecho que se atribuye con razón
respecto a aquellas cosas de las que tiene necesidad se imagine por ello neciamente el
único propietario de todo el universo.”7 Es innato al hombre salvaje la piedad, esto es,
la imposibilidad de ser indiferente al sufrimiento ajeno. De nuevo, el estado natural de
Rousseau no justifica, no requiere un Leviatán.
El estado de naturaleza fue evolucionando, degenerando, a medida que iba im-
pregnándose de “luces”, conocimientos, ciencias, etc; los hombres empezaron a com-
petir, a figurar, surgió el orgullo y se encumbró el amor propio. El punto cúlmine de
esta evolución es el invento de la Propiedad: demarcar lo que es mío y lo que es tuyo.
Ello marcó las desigualdades, distanció a los hombres y exacerbó la competencia; el
hombre estaba corrompido. Fue este momento el que impuso la necesidad de la socie-
dad civil: “la sociedad naciente dejó espacio al más horrible estado de guerra”8, estado
que Hobbes adjudica a la condición de naturaleza.
En este estado de cosas, los poderosos y ricos, queriendo mantener su posición
y salir de esa situación de guerra, idearon un contrato para fundar la sociedad civil;
contrato éste fraudulento, mal intencionado. Los poderosos embaucaron a los débiles,
y el poder que instauraron fue fruto de una estafa; en palabras de Rousseau, los pri-
meros le propusieron a los segundos lo siguiente: “en lugar de volver nuestras fuerzas
contra nosotros mismos, unámoslas en un poder supremo que nos gobierne según
sabias leyes, que proteja y defienda a todos los miembros de la asociación, rechace los
enemigos comunes y nos mantenga en eterna concordia.”9 La sociedad fue fundada
siguiendo intereses particulares y no el bien común, los débiles se encadenaron y fue-
ron subyugados; en una palabra, Rousseau no ve en ello más que la institucionaliza-
ción de la desigualdad.
Ante este fraude, ante este pacto injusto y esclavizante, dada su concepción de
estado natural y estado civil, Rousseau propondrá un nuevo contrato, legítimo y que
reemplace a aquél. Para él, que los hombres estén sojuzgados a uno solo, refleja au-
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9 Ibid., p. 180.
10 Rousseau, Jean-Jacques. El Contrato Social. Madrid, EDAF, 1981. p. 47.
11 Ibid., p. 54.
12 Ibid., p. 55.
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13 Ibid., p. 84.
14 Ibid., p. 110.
15 Ibid., p. 77.
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En suma, estos han sido los orígenes y razones de la manera en que Hobbes y
Rousseau visualizaron y defendieron la institución de estos soberanos; Leviatán y Vo-
luntad General son construcciones artificiales que responden a inquietudes y percep-
ciones distintas.
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rano no está jamás en el derecho de recargar a un súbdito más que a otro, porque en-
tonces la cuestión conviértese en particular.”20
Al respecto, se desprenden dos cosas: por un lado, el poder soberano es ilimi-
tado en lo que atañe a la esfera pública (sólo puede exigir a los hombres según sea de
utilidad para la comunidad); además, independientemente de lo que requiera el sobe-
rano, éste no puede recargar a una persona más que a otra. Todos están igualmente
sometidos, igualmente obligados; ello es así por la naturaleza misma del pacto. Es
concordante con la existencia de una voluntad general, de y para todos, cohesionada e
indivisible.
Si bien en Hobbes esta última garantía no existe (también por la naturaleza del
soberano), ello no significa que el poder no esté circunscrito al fin por el cual fue esta-
blecido. El Leviatán fue erigido en aras de garantizar la seguridad y conservación de
los hombres, en un ambiente incierto y de temor mutuo. En consecuencia, “cada súb-
dito tiene libertad en todas aquellas cosas cuyo derecho no puede ser transferido me-
diante pacto.”21 Dadas las razones del pacto, el súbdito está en pleno derecho de des-
obedecer al soberano si éste le exige que se mate, se hiera, no resista a un ataque, deje
de comer; en fin, todo cuanto está relacionado con la conservación. Más aún, “la obe-
diencia no ha de durar ni más ni menos de lo que dure el poder mediante el cual tiene
(entiéndase, el soberano) capacidad para protegerlos.”22 El hombre jamás puede re-
nunciar al derecho a protegerse a sí mismo, cuando nadie puede encargarse de ello.
Por tanto, si bien no hay una garantía de trato igualitario a todos los súbditos,
de alguna manera a través de estas salvedades Hobbes asegura que el Leviatán no da-
ñe la integridad de quienes están a él sometidos. Nuevamente, las diferencias entre
ambos soberanos se remiten a la naturaleza distinta de cada constructo artificial; esto
es, a las distintas interpretaciones de soberanía, dónde ella reposa, qué se pretende
resguardar, etc. Y esto, a su vez, está en parte determinado por la concepción hobbe-
siana del estado de naturaleza, y la disidencia de Rousseau al respecto.
20 Ibid., p. 78.
21 Hobbes, Thomas…op.cit., p. 222.
22 Ibid., p. 225.
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ea.”25 ¿Hay que enseñarle al soberano lo que quiere? ¿Quién y cómo determina qué es
lo que este soberano quiere…o debe querer? La imposición (unilateral, tal vez) se pre-
senta como emanada naturalmente, consensualmente, por parte de aquellos mismos a
quienes ésta sometió.
Reconsiderando todo el poder de la Voluntad General, en cuanto el pueblo la
siente suya y, por tanto, obedece ciegamente y no por temor, el riesgo que la distor-
sión de ésta pase inadvertida para los ciudadanos es a considerar. Bajo el slogan del
“bien común”, la Voluntad General, inextricablemente ligada al pueblo constituyendo
la soberanía, puede arrebatarse ésta para sí; puede aumentar la brecha entre ella y el
pueblo que la parió, y dejar bajo su sombra al soberano sometido.
Más aún, con la intención de preservar a la Voluntad General de la contamina-
ción de voluntades particulares que tiendan cada una hacia sí, se puede dejar abierta
(inintencionadamente) la puerta para eventuales distorsiones de aquélla. “Cuanto más
concierto reina en las asambleas, es decir cuanto más unánimes son las opiniones,
más dominante es la voluntad general”26; además, si una opinión difiere de la que pre-
valece, no significa otra cosa que esa persona estaba equivocada. Se encumbra así
UNA verdad, LA verdad; no hay cabida para distintas visiones.
No sólo no se reconoce la disidencia; ésta es interpretada como un error por
parte de quienes la propugnan. Si esto degenera de manera tal que se traslada a la es-
fera privada, las consecuencias pueden ser de una intolerancia sangrienta y brutal
(como demostró serlo la radicalización de la Revolución Francesa y el Terror de Ro-
berspierre).
Por último, algunas conjeturas. ¿Hasta qué punto la construcción política de es-
ta Voluntad General puede garantizar la libertad, es decir, garantizar el objetivo de su
institución? El pueblo, sometido incondicionalmente a una Voluntad General distor-
sionada, a un poder supremo ahora particular, puede que viva tranquilo pero ya no es
libre. Y esto se acerca demasiado al Leviatán.
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Ibid., p. 148.
25 Ibid., pp. 85-86.
26 Ibid., p. 176.
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REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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