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En una remota e intrincada selva, no hollada jamás por la planta huma y más bonita, la tj '1 de 'a nutria que de la leona. La ballena, también se
na, y donde sólo de oídas se sobía la existencia de los hombres, estalló una moría porque su piel gris, monótona, carecía de los tonos brillantes, como
cruentísima guerra entre los animales fuertes, orgullosos de su poder, tira piedras preciosas de los peces de colores. La elefante con su paso lento y
nos todos, y los animales débiles, que vivían de milagro, siempre persegui ' torpe, envidiaba la graciosa ligereza de la ardilla, y la bisonte de la genti
dos, atropellados en sus haciendas y sus vidas, desdeñados. La causa que leza del ciervo, el águila cu fin, tan obscura y tan hedionda, envidiaba la
motivó esta cruentísima guerra no pudo ser más pueril. La que motiva to blancura de la poética paloma, y los pintados tonos de las alas cristali
das las guerras, el orgullo y e! egoísmo. Os explicaré cómo fue. La leona, la nas de la mariposa. ¡Guerra a muerte! Los machos, convocaron a toda pri
ballena, el águila, la elefante y demás hembras de la especie fuerte, instiga sa una asamblea, con objeto de organizarse, comprar aimae, disponer ,el or
ron a sus respectivos maridos para que exterminaran a los despreciables den de batalla, y nombrar jefe, pero... Como todos eran igualmente fuer
sujetos de la especie pequeña a pretexto de... poned aquí cualquier calum tes, c igualmente orgullosos, todos pretendieron asumir di mando y ves
nia. . La leona aseguraba que la nutria se mofaba de ella sin saber porqué; tirse de capitíin general de los valientes y tembles ejércitos de la selva...
la ballena de que ciertos pececillos se burlaban a su paso; la elefante-que
Con este motivo, como presumiréis, se armó la más descomunal trapatiesta
jábase de la ardilla, la bisonte de la infeliz cierva, y el águila de la mari
que conocieron los siglos... ¿Qué ¡lasó? ¿Quién fué nombrado jefe supremo
posa y la paloma... No había tales carneros. Aquel odio de las hembras
grandes hacia las pequeñas cbcdecía al celo, a la envidia. La leona, envi de las tropas de mar y de tierra? ¿O por el contrario acometiéndose todos,
diaba a la nutria, porque el hombre tiene en más aprecio por ser más rara no quedó sana y salva, ni una rata?
Ayuntamiento de Madrid
Ei afortunado poseedor del ejemplar que lleve este
R e g a lo s üe En el sorteo verifica
número, en el cupón que llUJi'ld iU> 41 ¡h : }H*nt
CAPERUCITÁ
do correspondiente al
número anterior, ha
s i d o a g r a c i a d o el
076 puede comunicarnos su nombre, apellido y residencia
(población, calle y número) para enviarle nuestro re
galo, previa presentación de dicho cupón.
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Tiburcio ' Qutaipón paseábase i El viejo ratero Manilargo pa-
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una tarde por la playa con su • scábase tina tarde, así como el
distinguido chucho “Chuchería”.' . fue no quiere la cosa, por la pla
Y admiraba, el hermoso cuadro ya de Sanlúcar, esperando una
oportunidad de apropiarse de lo
del océano con sus aves marinas
con rumbo hacia allá cuando ■ primero que se pusiese a tiro, á
una intonsa ráfaga de viento le ’ con o sin la voluntad de su due-
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Oído a la caja' Esos enanilos acaban de hacer una traviesa fechoría. Esta
ban en el castillo con un brujo m alc^que es el que aparece en a garita con
una tranca, en lam ano-y, de pronto, se les ocurro jugarle una mala pasada. ¿Y
aué hacen? Se salen del castillo sin que el brujo les vea. cierran la puerta y
echan a correr con la..; al hombro. Para saber (leftmtivarnente que es lo ^que
se llevan al hombro, trazad una línea del 1 aj 2 , del _ al 3 , dol 3 al 4 \ hm
cesivamente. ¡Me parece que C.\PEin-riT\ os dn toda clase de facilidades ij.ii.i
“acertar rompecabezas!
L A S 6. L A S 7 Y L A S 8
El camarero de un hotel se acerca •
a la puerta de la habitación de uno de que perder, echó mano a las ro
rías” tras él con tanto ímpetu que __
sus huéspedes y llama: pas del pobre bañista y cchó...
la tapa de aquél se fué a Arca- — ¡Señor, señor!... a correr, en tanto que la pesca-
chón a coger ostras. Figurar el — ¿Qué quiere'?
— ¿No me dijo usted que le llamara claro! Y ¿a que con el dibujo ante los dilla humana contorsionába.se de
asombro de Quitaipón al ver que
a las siete? ojog sabéis lo que ha de hacerse con lo lindo para sacar del salvavidas
“Chuchería” devolvíale, en lugar
— ¡No! ¡Le dije que me llamara, a las osos raaterialee? Intentadlo y tendréis aquella parte de eu cuerpo que
de sombrero, un corsé .. sino de seis! im auto que os habrá costado poco más falta le hacía para tomar
última, al menos de antepenúl —Bueno, es lo mismo. Era para di-
cirle que son ya las ocho. trabajo y mucho menos dinero. asiento.
tima novedad.
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Ayuntamiento de Madrid
R A D O U R A H . P R i M O k S A O L O H i M A . - S ,
salieron de la e.^anoia el rey y el emir, y ¿íle íiin- sLsima majestad.” Por de contado, que el rey no ae se hacía saber que si había en todo el Reino un
cizidose de rodillas, dijo a su señor: “ Por cuanto anduvo con chiquitas, y que ordenó que rebanaran médico, astrólogo o mago que se s:n*iera capaz de
acabo de oir. me convenzo de que sería perfoctaraen- el cuello al pobre emir. Algunos días después, con devolver la razón a la princesa, que .«e nn'senfase
u- inútil cuento intentara por curar a la princesa. tal de no tener que reprocharse nunca el no ha en Palacio. Si la curaba, se casaría con ella, si no
Vf) tenjíO remedios para su dolencia, y. por lo tan- ber hecho cuanto estaba en sus manos por curar se le cortaría el cogote. El primero que se ¡>resentó
fo, mi cabeza está a disposición de ^iieetra jn-acio- a su hija, hizo publicar el rey un bando en el que fué un astrólogo, a quien el rey hizo conducir por
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un esclavo al apo.sento de Radouruh. El astrólogo ros los espíritus dei cuerpo, y hacerlos pasar a este logo, amoscado, volvió a meter en el saco todos sus
sacó de un saco un gran anteojo, una pequeña es vaso que veis” “ ¡Maldito astrólogo 1— vociferó la utensilios de brujería y se dirigió di siUón del tro
fera. una retorta, y una infinidad de cosas inás, tan princesa— . ¿Me han tomado por loca? ¡Pues sabes no donde el rey le esperaba. “Señor— le dijo— , yo
curiosas como inútiles. La princesa Radourah, pre- que aquí no hay más loco que tú ! Si tanto es tu creía que vuestra hija estaba loca, pero me he con
iíuntó qué significaba tanto aparato: “ Alteza—res poder, haz que vuelva a mi lado el jovMi que se ha vencido que no tiene más sino que e;rtá enamorada
pondió el esclavo— todo esto ha de servir para saca- apoderado de mi corazón.” N;ituralraenie, el as'.ró como una gacela.” “ [Ahí ¿Sí?— respondió el rey— ,
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¡Conquo enamorada! Pues ya puedes disj)onerte a y demás gente holgazana. El rey, para que sirvie mano de leche de la princesa, con la cual se había
perder esa calabaza que te ha dado Dio¡> por cabe ran de escarmiento, mandó poner las cabezas en fila criado. Tanto habían llegado a quererse que se tra
zal” “Señor— repuso el otro— ; la calabaza está a en lo más alto de las murallas de la capital. Pero taban como hermano y hermana. Pues bien, Marza
vui-etras órdenes.” No hubo piedad. El pobre astró la historia se complica que es un primor. La prin ván había cultivado su espíritu con varias ciencias
logo perdió la cabeza, y, tras 61, ciento cincuenta cesa Radourali, como hemos dicho, tenia una nodri desde su juventud, y había llegado a ser, sobre to
infelices má.s, entre astrólogos, médicos, sacamuelas za, y ésta tenía un hijo llamado Marzaván, her- do en astrología, una verdadera eminencia. Uabía
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Hollín era el negrito que con menos trabajo se enoaininaba a un bosque de coeoterca. Allí Don Pascual trataba con gran despotismo a
no tardaba en ver algún simpático cuadruma yo diré ibfwta! cuando iiio dé la gana. Juanón
Don Cletifo tuvo necesidad de visitar al sabio es» realizaba la recolección del coco. Salía imiy sus criados Un día que Juanón le pregunó no respondió ni uija palabra. Cogió la esiJiier- Este era un farolero muy gracioso y ocurrente. X'n
pccialístíi Hipecacimna y se presentó en su clínica fempranito de su aduar, llevando una carreti no, al cual le arrojaba violeniaiíiente el coco, cuánta arena debía traer para el jardín res ta y empezó a traer arena y más arena. En
lla y un coco (Hollín no los tenia rniedo) y corriendo inmediatamente a esconderse debajo dia en que se hallaba cumpliendo pu "lucida” misión,
hecho un verdadero brazo de mar. El doctor le rogó pondió groseramente. —Tú ves trayendo’ que tretanto, don Pascual comenzó a dar cabeza- íué embestida su escalera por un auto que llevaba
que se quitara la levita con objeto de reconocerle ■» todos los caballos desbocados. La escalera perdió el
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pti. ya que b j:s si quiere
llevar la cam ¿mos jugar. ■rA' I
Asi lo hizo don Cletito, que era muy bien mandado, de la carretilla. El resultado no se hacía es cuando a) mono le ayudaban en la pedrea al ditas y, cinco minutos después, roncaba estre^ Cuando despertó» la arena amenazaba .sepul
no sin antes dejar la' chistera sobre la mesa del doc perar El mono, enfurecido, trepaba a un co gunos amigos, bastaban muy pocos minutos I me dijo puosamente. Pasaron varias horas y, mientras tarle junto con los árboles y la casa. Y Jua
equilibrio y se lo hizo perder al festivo farolero, que h
tor, con- tan mala fortuna, que quedó precisamente cotero, y “se liaba a tirarle a Hollín todos los para que Hollín regresara a su aduar con .su ra mi ni- aún tuvo humor para gritar: —¡A ver quién me
el incansable Juanón seguía trayendo espuer nón, entonces, le 'preguntó —Don Pascual
debajo dcl grifo que cerraba el depósito del agua. El cocos que hallaba a mano. Y algunas veces. establecimiento abarrotado de mercancía iiírinerito." sube la escalera!—Y cuando creyó que iba a aterrizar
tas de arena, don Pascual seguía durmiendo
sobre el adoquinado, encontróse cómodamente insta-
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doctor Hipecacuan'a, a pesar de que era la primera —¿Vosotros no habéis cazado nunca un león? Yo, tampoco, ir a la selva africana. Una vez allí, se espera la .'^M^Je os escudáis. Luego ya no hay que escudarse sus feroces rugidos. Esos rugidos los dan' para tratar de lado eñtrc^o^ atmohailones de^autoatropellador
vez que le ‘veía, le reconoció en seguida y le ordenó pero es la cosa más sencilla. Se coge la tapa de la tinaja, del feroz carnicero (no confundirle con el de la esAiu*^' / *8cuidarse, N o hay más que remachar las uñas asustaros; pero no es tan. fiero el león , y- una vez que ya Por eso exclamó en seguida: —Yo.tendré algunas
que comenzase a darse duchas. Y don Cletito, comq se coge un martillo y se coge., el camino más corto para cual clavará sus terribles garras en la inocente taf* I*'’’' el lado contrario de la tapa, sin hacer caso de lo habéis cazado, ¡no .soltéis la tapa, y a; casa., con cll , veces'poca gracia; pero hoy no me negarán iistede.s
era tan bien mandado, empezó el plan curativo.
que ha. tenido una buena caíd.'i. ¡Y tan buena!
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todo cuanto había a su alrededor "capot”. Hasta que Ja cama y sus do por un poste o por un guarda
• Manolín se acostaba todas-,las no-
ropas se convertían en un vertigi cantón,‘ y el choque era impepinable
í Parroedo se encontró a un sóida- , co?—dijo Parrondo. —¿Pero tú sa- ‘ de desagrado, terminando por ha cose su paisano y Je preguntó:
j ches pensando en su afición favorita: se trasformaba. Las ruedecitas do do de su pueblo, que era de caballe- 1 bes montar? —Ahora lo verás. Y, cer unas cuantas corbetas que die —pero, ¿no decías que sabías mon
! el automovilismo. .Y tan pronto co la cama crecían descompasadamenre noso auto de. marca desconocida. Y , Por esto Manolín. siempre amane na, Mompañado- del caballo de su i puso el pie en el estribo y larribat- ron con Parrondo en tierra. Cuan tar? —Y claro que sé montar. Lo
mo se quedaba “ roque”, soñaba que V la colcha iba tomando forma de claro está, el auto soñado era atraí- cía en el suelo o debajo de la cama. ■Estos único quo no sé es tenerme arriba.
, capitán.—¿Me.'dejas montar un po- El caballoi empezó a dar muestras do le vió tendido., en el suelo, acer-
de un m od (^« t^aldS" ■
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Aquel espectáculo fué sorprendente para ella. Las moneaban los retoños del espino albar, y los prime en el mismo sitio sin adelantar, a pesar de que fiaU
cabañas. e.?parcidas en grupos de dos o tres, se ocul ros rayos del sol doraban con su brillante luz el pai vueltas, como hacen las de los caiTuajes. La niña as
taban a la sombra de los árboles; el arroyo, en ex saje cubierto aún con los vapores de la mañana. Los se cansaba de mirar aquel agua que hervía baj.
tremo rápido, llevaba sus plateadas aguas sobre un niños, Edmundo y Blanca, corrían sobre la hierba y la rueda y saltaba convertida en blanco y esi)uaiosi
lecho de arena y de lucientes piedrecillas. Las ca jugaban con las cabras del molinero. El niño pre polvo, brillante como diamantes y pedrerías a 1«
bras, suspendidas sobre las puntas de las rocas, ra- guntaba por qué la rueda del molino permanecía reflejos dcl sol naciente. Marta y su ama se onipi.
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ban del cuidado de la casa, y poco tiempo despué.s ta con gran admiración— . ¿Y qué hará usted con eso. Si usted quiere que yo misma vaya, lo haiij
todo estuvo en orden. La señora pensó entonces en ellos?” “— Los haré cocer en éste agua que está ca con gusto, pero temo emplear mucho en hallar s-l
preparar el almuerzo. “Vamos, Marta— dijo la da liente.” “— ¡Ah! Y o no sabía que se comían los hue quiera un nido.” ”— No te hablo de huevos de pájvl
ma desconocida a su joven criada— . Ve a buscar vos de los pajariiosl Sin duda, en el país de don ros; te digo que vayas a buscar huevos de Ralli-I
huevos y procura que sean frescos. ¿A cómo cues de usted viene habrá gentes que se ocupen en irlos na; uno sólo de ellos vale más que tres doeeDs|
tan en este país?” “— Huevos, Señora?— exclamó Mar- a buscar al bosque; pero aquí nadie se cuida de de los otros." “— ^En verdad, señora, los huevos i
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grandes que he visto en mi vida son los de palomas dea parecerá inconcebible, hoy que hay gallinas por el molinero. Pronto advirtió que le sería muy di'
torcaces, y no sé lo que es una gallina. Y hasta donde quiera; pero en la época en que tuvieron lugar ficil procurarse carne y pescado; los carboneros iw
me ñguro que en todo el valle y aún en el pueblo los acontecimientos de esta historia eran tan ra conocían sino los alimentos mág sencillos y auh co
a donde van a vendei- el carbón nadie conoce ese ras en ciertas comarcas como lo son hoy ios pavos munes, y DO era posible encontrar otros en el valle
pájaro.” “— ¿Pues qué, ¿no hay aquí gallinas?” La reales en algunos países. La señora se contentó por Se hallaba por tanto muy confusa, sin saber cómo
ignorancia de los habitantes del valle y aún de la al- el momento con las legumbres que le suministró podría dar a sus hijos un alimento análogo aJ
ni
la costumbre había hecho casi necesario para ellos, fuese cosa tan preciosa una gallina y sus huevos. semillas para ei jardín. Más tarde hizo viajes
I:
Ahora no lo olvidaré." Kuno, el anciano servidor, duraron una semana y aun más. Cada ve»
lo cual le hacía muy sensible np tener un pequeño
había salido desde el amanecer con la muía para volvía conferenciaba largamente en secreto ^
corral. "jDios mío! cómo nos enseña la desgracia señora, y, sin duda, la ammeiaba funestas noticiad ^ 1
ir a buscar bien lejos de allí, en la llanura, muchos
a conocer vuestros beneficio.sl Cuando me hallaba objetos necesarios que no eran ni aun conocidos en porque parecía mucho más afligida que de costuo
en la abundancia, cuando sólo tenía necesidad de el \-alle; volvió al día siguiente con la muía carga bre, en los días siguientes al regreso de su criad®
formar un deseo para verlo cumplido, ignoraba que da de utensilios, de provisiones para la casa, y de f O o n t in u a r á »)
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besoji para mi tito de mi alm a!" ¡Tri, dad. Las gafas del profesor de latín no — ¡Cuidado que somos inteligentes!
tri, tri! Y pensar que el pobre señor pudieron contenerse: — pensaron las gafas con orgullo— . No
I>asa por ser un sabio y que nadie se — ¡Esa es la justicia de los hom sólo sabemos griego y latín, sino que,
O N D E están haya dado cuenta aún de que la sabi b r e ! Porque esas gafas del profesor en cuanto vemog un libro inglés, lo
mis gafas?— duría Se ln> damos nosotras. ¡Un hu de Matemáticas están montadas en comprendemos como si tal cosa.
preguntó e 1 milde par de gafas! ¿Quién se ha de oro, no se hace más que hablar de ellas, Por desgracia, Adolfo no había fija
profesor, que fijar en ellas? Ni siquiera preguntan y de nosotra.'i, que sahemes griego y do en su memoria más que aquellas
moría de im por el nombre dei fabricante, mientras latín y que nos pasíimos los días y las cuatro palabras: “ Bob, the little dog.”
paciencia por que él, el ilustre profesor, tiene di- noches quemándonos log cristales sobre Volvió la página, vaciló un instante, y
leer una car jilomas, y una cátedra y una enormi los libros... D e nosotras ni una palabra. volvió a leer: “ Bob, the little dog.” Y
ta intermina dad de elogios de todo el mundo. Volvió el profesor, v llnmaron a Ser- lo mismo le ocurrió en la tercera y en
•f'. ble qi-W' aca El profesor plegó la carta y subió .io, a Manuel y a Adolfo— unos niño.s la cuarta página.
baba de re a dejarla en su deepac! o. que \i\'ian en el piso segundo— para — ¿Qué significa esto?— pensaron las
cibir. — ¡Bah! ¡Bah!— terminaron malicio- (¡ue vinioson a beber una copita de gafas sorprendidas— . En los libros grie
.—Las habrá olvidado usted, como 'de .s-amente lag gafas— . Cuando no nos vino fcon los estudiantes. gos y latinos no se repiten siempre,
lui' da)], Iwsuimhre, sobre la me&a de piedra— tienes sobre las narices, no eres más como aquí, las mismas palabras.
que un pobre diablo, que no piensa III
niña, fio] Lfuiíó Marta, la vieja criada.
► 'ía b Y como el profesor pedía sus ga- má,j que tonterías. Ocurrió oue íVrgio traía una redeci
?l>uin(tt| I fus lo menos diez veces al día, Marta IV
lla para coger mariposas, y las gafas,
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[so se inquietó. viendo voltigear luiuellas redecillas por
e Entraron en el salón Sergio y M a
—La cosa está clam — exclamaron — ¡M a rta !— gritó el profesor— . tod<» lados, pensaron:
[las gafas riendo. ¿Tampoco están las gafas en mi cuarto? — Si pudiéramos metemos en la red nuel, y al verle con las gafas en las
¿y a que no sabéis en dónde esta- En aquel momento, el jardín fué in de Sergio.,. ¡Quién sabe! Acaso cayé narices armaron un escándalo de risas
Ibin las indinas? vadido por una alegre pandilla de es semos entre las manos de alguien que y burlas. A l ruido que promovieron,
Pues enredadas en unas matas de colares que, poco después, rodeyiba fuese menos avaro que nuestro dueño rtcudió su padre, cjuien al saber que
IBargarita.s, a donde habían caído des- al querido maestro, entre exclamaciones y que, tal vez, nos adornase con una Adolfito había, encontrado las gafas,
Ide un clavo en que habíalas dejado, y \itores. Eran sug alumnos del insti montura de oro. las probó para ver si le iban bien a
dvidadas, el sabio j)rofesor. . tuto que venían a ofrecerle un mag En efecto, procuraron quedar pren su vista.
Este se acababa de echar un,'i sies- nífico pt'rgamino en el cual estaban didas de los hilos de la red y lo hi Cogió uu libro de latín e intentó
1 tacita. Restregándose los ojos, buscó escritas, en su honor, cosas verdade cieron con tanta naturalidad que ni leer. No le fué posible. Ni las gatfas
por todas partos sin encontrar mida. ramente fantásticas. el mismo Sergio se dió cuenta; tampoco entendieron una sílaba.
—Acaso las haya dejado en mi — Esperad un poco— dijo el profe De vuelta a la casa, arrojó Sergio E l padre, mohíno, cogió lag gafas y
lenarto— pen.só. sor. Tomaremos juntos unas copas de la red en una peciueña habitación obs las tiró con violencia por la ventana
La carta pn\ de su sobrino. Era una vino blanco. cura en donde se guardaban las cas al campo.
Icarta Ilcma de simplezas y frasea ca- Y , con las lágrimas en los ojos por tañas. Las infelices cayeron en un montón
— Paciencia — pensaron las gafas— . de estiércol, y ya empezalian de nuevo
I rifiosas. la emoción, bajó a la cueva.
Eli mundo no se liz o en un día. a creerse tanto o más sabias que el
lo haiél El profesor la leyó en voz alta co Apenas quedaron solos los estudian
En aquel momento, volvía a gritar el profesor, cuando oyeron unas ranas
bailar ¿\ lmo Dios le dió a entender. ¡Qué ale- tes, empezaron a hablar de él, de su
de pá]’í-| [jria k. suya al leer aquello de: “ Que- bondad, de su modestia y de su pro profesor a Marta: croar en una laguna próxima:
de KiUi-j 0 viejo de mi corazón” ... Y aque- fundo conocimiento del griego y del la — ¡Pues sabes tú que no se encuen — ¡Cuá, cuá, cuá! Se creyeron sa
doceDí de: “ Mil be.<=os para mi tito de mi tín. Y , tal vez como compensación, se tran mis gufns por ninguna parte! bias porque Icíun griego }• latín y no
evos raáf lalma.” apresuraron a hablar mal de otro ca No pasó mucho tiempo sin que a quisieron ver <iue no eran ellas las que
Si el profesor hubiera prestado tedrático; y cayeron .sobre el de M ate Adolfito se le ocurriese ir al cuarto de lo leían sino el profesor que las usa
Utenrión habría oído una especie de máticas, ac|uel saco de vanidad, tan ig las castañas y encontrarse en la red lo ba. ¡ürgullosas! ¡Orgullosas! ¡Ibibial
|tinimco (]U(‘ surgía'de entre las flore^ norante como presuntuoso. (jup 61 consideraba como im juguete ¡Rabia!
jardín. Pero, estaba tan distante — Toda su importancia se reduce a c.xtraordinario. Se levantó y fuése al Vaya f^i sintieron rabia las gafas va
|tpje no oyó nada, y las gafas siguieron gus gafas— dijo uno. salón en doncíe, desinuis' de ponerse nidosas. Tanta (¡ue saltaron los crista
adose: Y se puso a imitar al criticailo, ¿A las gafas, se sentó a leer un magnífico les en mil pedazos, como confundidos
—Tri, tri, tri... ¡Pero qué borrico cual nunca Se había visto sin sug gran libro con c^lc.nipas. Era tm libro inglV, por la justicia inexorable de la Pro-
les ese pobre hombre! “ ¡Querido vie- des gafas con montura de oro, que le que empezaba: “ Bob, the little dog...” , a-idencia pani la que el orgullo es uno
U'do mi corazón!” ¡Tri, tri, tri! “ ¡Mil ■ dab;¡n un aspecto de imponente digni lo cual quiere decir: “Bob, el perrito” ... de los más horribles pecados.
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muy í' Ilacos, quiso Dios qUe se encontraran presenta ocasión tle pedir cuanto se te — Vamos, hermano— dijo San M ar
)Qoros Oí
con San Martín. No hay qu<» decir antoje. Fíjate que sólo depende de ti tín— cábnate y pide lo que. desees.
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A C E muchos que le bastó al santo echar una ojea- el que seas rico por todos los días ipie — ¿Lo que deseo? ¡Pues no deseo
. el valk'
años vivían ,ila sobre ellos para darse cuenta de te restan de vida. Vamos a ver si te más sino quedarme tuerto, para que
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:o al quf compa sug pera’ersas inclinaciones. San Mar portas como un hombre pidiendo: mi compadre se que<le ciego!
dres, los cíal tín caminó con ellos un iaicn trecho Pero su compadre, que se hubiera — ¡No, no!— protestó el otro.
es la la-rdatl sin darse a conocer. M llegar a im si muerto de cnaidia si le hubiera visto — Pien&a bien lo que pides— aconsejó
sea dicha, tio en que el camino se partía en dos, lograr el doble de lo que le conceilie- San Martín.
>r a n d o s les dijo quien era y qvie iba a sepa nm a él, le contestó: — Sé lo que pido: quedarme tuerto.
puntos • d c. rarse de ellos. Y , añadió: — Mira, compadre, mejor será que — ¡San Martín, iwr lo que más quie
ü ?uidado. — Quiero que tengáis iilgiin motivo pidas tú... Y o tengo muy poca cabeza, ras, no le hagas caso!— gritaba el codi
E l uno era para fe.Iic.itaros por haberme encon y tengo la se^m dad de que voj- a que cioso hasta ilesgañitarse.
de una codi- trado. Rdame lo que desee uno de darme corto. — Hijo mío— le respondió San M ar
incapaz de ser satisfecha con nadi vosotros y el otro obtendrá el <loble E l otro se negó, y el otro volvió a tín— yo no puedo por más que cum
este mundo, y el otro un envidioso de lo que pida el primero. negarse. San M artín Ies miraba son plir mi palabra. Algún castigo han de
* quien la felicidad de sus semejantes El codicioso, pese a sus grandes de riendo y leg dijo que si no se decidían, tener los malvados.
ponía enfermo. tendría que irse sin poder hacer el Y el cielo concedió al envidioso lo
ífi verdad que. un en\-idioso es “ una seos de pedir algo magnífico, tuvo
buen cuiflido d<> callarse a fin de lo milagro. ijUg con tanto ahinco había pedüdo.
despreciable, pero, ¿adónde rao
grar el doble de lo que el otro pidiera. El envidioso, al ver (¡ue su compa Ved - lo que lograron aqueJlos misera
al codicioso?... Porr|UC por co-
se presta con usura, por codicia Y excitaba a su compañero, ,a pedir dra ito daba su brazo a torcer, tem bles de la buena voluntad del santo:
Avenían los enrwlos miis bajó.'^. algo que fuera ^•e^dadera^u‘nte ex blando de cólera, le dijo: que el uno perdiera un ojo, y el otro
codicia se cometen las más infa- — Está bien. Seré yo quien pida, pe los dos.
traordinario.
acciones. El mal que ca© sobre !o« malvado.s
— Vamos, tú — le decía— no te vür ro te aseguro, por la gloria de mig
bien, una tarde m (¡ue coml-
vas a . quedar corto, ahora que se te ¡ladres, que no vas a salir ganando. rs justicia del cifío.
jimios nuestros dos grandes b(*-
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Cupón para el soríeo de nuestro regalo correspondiente al próximo domingo: ! n.M24;;r,
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telos todos los Parques de Bomberos, Acudieron las autoridades, la
— ¡Fuegol... ¡Fuegol— se oyó gritar a la puerta de! Parque do Curz Roja y todos los serenos. ¡ El señor Aguado casi se muere de repen
Bomberos. El intrépido señor Aguado, jefe interino, salió para ver
te ! La columna de humo que él creyó saldría de una terrible hoguera,
quién gritaba de aquel modo y no pudo ver quién era; lo que si
no procedía más que de la pipa de Paco el “ Mangante” , que fumaba
i'ió fué una columna de humo que salía del barrio de los Lateros.
a lá puerta de su casa-palacio. El señor Aguado ha pedido el “retiro” ,
¡Y allí fué Troya! Se “lió” a dar órdenes y más ordenes y cinco mi
nutos más tarde había congregado en tomo a las chozas de los La- porque no se atreve a volver al “Parque”.
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Los papas de Julita, como eran más pobres que las ratas, no po ya tenía lo menos dos reales, compró los dos mejores globos que lle
dían permitirse el lujo de tener criada. La pobre Julita, por tanto, vaba el “Gasista”. Y por fin, pudo darse Julita el “gustazo” de salir
era la que tenía que sacar de paseo a sus dos hermanitos, cosa una tarde a paseo sin la carga de sus'hermanitos que, por cierto, esta
que le “cargaba” sobremanera. Un día, tuvo una idea feliz. Cuando ban encantados con su papel de “aviadores”. >■
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“Roequeso” viene huyendo de “Canelo”, y se refugia en una mag tro de la bota y ha metido también “la pata”, porque ahora no la
nífica bota “sin par”. Allí le persigue “Canelo” ; pero, afortunada-, puede sacar. “Roequeso” se aprovecha de la situación, empuña los
xpente, la bota, igual que si estuviera viendo una cinta de Charlot, cordones a manera de riendas y le demuestra a “Canelo” que “esta
se ríe a- “contrafuerte batiente”. “ Canelo” ha metido la cabeza den haciendo el burro”.
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