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MARIO BENEDETTI

Mario Benedetti (Paso de los Toros, 14 de septiembre de 1920-Montevideo, 17 de mayo de 2009). Poeta, novelista,
dramaturgo, cuentista y crítico uruguayo perteneciente a la Generación del 45. La literatura ciudadana es el medio
que tiene Benedetti para comunicarse con sus lectores.

Desde temprana edad tuvo que ejercer distintos oficios, y no fue hasta 1948 cuando empieza a entrar en contacto
con el mundo literario al publicar el volumen de ensayos Peripecia y novelas  y al fundar y tomar la dirección de la
revista Marginalia, que serviría de inspiración para su generación.

Su formación como periodista comenzó en el semanario Marcha, llegando a dirigir la sección literaria. Como periodista
trabaja también en El Diario  y La Mañana, centrándose sobre todo en crítica cinematográfica y teatral.

Su primer libro de poemas, La víspera indeleble, se publica en 1945. Un año después, se casa con Luz López Alegre,
duradera relación que serviría de inspiración para el poema Bodas de Perlas, recogido en La casa y el ladrillo (1977).
En 1949, publica su primer libro de cuentos, Esta mañana, con el que obtiene el Premio del Ministerio de Instrucción
Pública. Su primera novela, Quién de nosotros, aparece en 1953.

Con Poemas de la oficina (1956), Benedetti impacta en el desarrollo de la poesía uruguaya y con La tregua (1960),


adquiere trascendencia internacional. Abarca gran variedad de géneros como la novela Gracias por el fuego (1965), el
ensayo Revolución posible  (1974), los cuentos Con y sin nostalgias (1977) y la poesía Viento del exilio (1981).

Lleva a cabo varias direcciones, desde 1968 a 1971 dirige el Centro de Investigaciones Literarias (La Habana) e
integra el Consejo de Dirección de la misma. A esta dirección le sigue entre 1971 y 1973 la del Departamento de
Literatura Hispanoamericana de Montevideo. Tras esta etapa, abandona el país por razones políticas y no volvería
hasta pasados doce años. Este tiempo reside en distintos países hasta establecerse en Montevideo y Madrid.

Para salvaguardar su extensa obra, traducida a más de 25 lenguas, en su testamento deja creada la Fundación Mario
Benedetti con la cual pretende preservar su obra, apoyar la literatura y ser un medio de lucha por los derechos
humanos.

Sus poesías también han llegado al mundo de la música a través de sus propias grabaciones leyendo sus poemas.
Además, ha escrito canciones y numerosos músicos como Joan Manuel Serrat, Daniel Viglietti o Nacha Guevara se
han encargado de musicalizar su obra.

Al margen de los numerosos premios con los que ha sido galardonado, también ha participado como jurado de cine en
los festivales internacionales de La Habana, San Sebastián y Valladolid, y de literatura en Uruguay, Argentina, Cuba,
México, Ecuador, Panamá y España.

La noche de los Feos


(Fragmento)

Ambos somos feos. Ni siquiera vulgarmente feos. Ella tiene un pómulo hundido. Desde los ocho años, cuando le hicieron
la operación. Mi asquerosa marca junto a la boca viene de una quemadura feroz, ocurrida a comienzos de mi
adolescencia.
 
 Tampoco puede decirse que tengamos ojos tiernos, esa suerte de faros de justificación por los que a veces los horribles
consiguen arrimarse a la belleza. No, de ningún modo. Tanto los de ella como los míos son ojos de resentimiento, que
sólo reflejan la poca o ninguna resignación con que enfrentamos nuestro infortunio. Quizá eso nos haya unido. Tal vez
unido no sea la palabra más apropiada. Me refiero al odio implacable que cada uno de nosotros siente por su propio
rostro.

Nos conocimos a la entrada del cine, haciendo cola para ver en la pantalla a dos hermosos cualesquiera. Allí fue donde
por primera vez nos examinamos sin simpatía pero con oscura solidaridad; allí fue donde registramos, ya desde la
primera ojeada, nuestras respectivas soledades. En la cola todos estaban de a dos, pero además eran auténticas parejas:
esposos, novios, amantes, abuelitos, vaya uno a saber. Todos -de la mano o del brazo- tenían a alguien. Sólo ella y yo
teníamos las manos sueltas y crispadas.

Nos miramos las respectivas fealdades con detenimiento, con insolencia, sin curiosidad. Recorrí la hendidura de su
pómulo con la garantía de desparpajo que me otorgaba mi mejilla encogida. Ella no se sonrojó. Me gustó que fuera
dura, que devolviera mi inspección con una ojeada minuciosa a la zona lisa, brillante, sin barba, de mi vieja quemadura.

Por fin entramos. Nos sentamos en filas distintas, pero contiguas. Ella no podía mirarme, pero yo, aun en la penumbra,
podía distinguir su nuca de pelos rubios, su oreja fresca bien formada. Era la oreja de su lado normal.

Durante una hora y cuarenta minutos admiramos las respectivas bellezas del rudo héroe y la suave heroína. Por lo
menos yo he sido siempre capaz de admirar lo lindo. Mi animadversión la reservo para mi rostro y a veces para Dios.
También para el rostro de otros feos, de otros espantajos. Quizá debería sentir piedad, pero no puedo. La verdad es que
son algo así como espejos. A veces me pregunto qué suerte habría corrido el mito si Narciso hubiera tenido un pómulo
hundido, o el ácido le hubiera quemado la mejilla, o le faltara media nariz, o tuviera una costura en la frente.

La esperé a la salida. Caminé unos metros junto a ella, y luego le hablé. Cuando se detuvo y me miró, tuve la impresión
de que vacilaba. La invité a que charláramos un rato en un café o una confitería. De pronto aceptó.

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