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PASTORES DAVO VOBIS

EXHORTACIÓN APOSTÓLICA
PP. JUAN PABLO II

FRAY JOSÉ EDUARDO VIANCHÁ ESPINOSA


NOVICIADO

P. FRAY LUIS GABRIEL SANCHEZ LOAIZA


MAESTRO

CONVENTO NUESTRA SEÑORA DE GRACIA


BOJACÁ, CUNDINAMARCA
20 DE JULIO 2023
La Formación Sacerdotal en la Exhortación Apostólica Pastores Davo Vobis

Justificación

El origen del documento es fruto del trabajo colegial del sínodo de los obispos de 1990,
donde se ha elaborado un documento, necesario y esperado que recoge la doctrina del
Concilio Vaticano II y la reflexiona sobre las experiencias de los veinticinco años de su
clausura. El documento, aunque va dirigido a todos los fieles, pero en particular al corazón
de los sacerdotes con el objetivo de delinear la figura del sacerdote del tercer milenio.
Creo que el documento en su riqueza bíblica es notorio desde el inicio de la introducción
que busca formar pastores según el modelo de Cristo buen Pastor tomando algunos textos
Bíblicos de referencia (Jer 3,15; Jn 10; Heb 13,20; 1Pe 5,2). De esta manera representan los
títulos de cada capítulo.
La Iglesia quiere demostrar la absoluta necesidad de que la nueva evangelización tenga en
los sacerdotes sus primeros nuevos evangelizadores, consiste, en presentar u proyecto o
propuesta vocacional, un itinerario y programa formativo que abarque toda la vida desde el
despertar de la vocación (Pastores Dabo Vobis, 2-3).
Esta propuesta está dirigida a las nuevas generaciones con una nítida y valiente propuesta
vocacional para trazar así nuevos programas capaces de sostener el ministerio y la vida
sacerdotal esa propuesta nace del corazón de la Iglesia junto a la voz de las Iglesias
particulares corroborada por el Papa y dirigida a los sacerdotes de corazón a corazón. Por la
razón que los sacerdotes representan el futuro de la Iglesia y su misión universal de
salvación (cf. Ibidem, 4).
Desarrollo

En el capítulo primero (I) “Todo Sumo Sacerdote es tomado de entre los hombres y está
puesto en favor de los hombres en lo que se refiere a Dios” (Heb 5, 1). En este aspecto se
resalta Dios llama siempre a sus sacerdotes desde contextos humanos y eclesiales diferentes
y a una fisionomía que nunca cambia: el sacerdote de mañana y el de hoy debe asemejarse
a Cristo. Debe el sacerdote continuar animando la vida de la Iglesia y aun en el inicio del
tercer milenio “vivir el único y permanente sacerdocio de Cristo” adaptado a cada época y
estilo de vida (cf. Ibidem, 5). También se resalta la los puntos negativos de la sociedad el
racionalismo que hace insensible la razón al misterio de la Revelación y la trascendencia; la
defensa exacerbada de la subjetividad que encierra en el individualismo incapaz de
relaciones humanas; el ateísmo práctico y existencial que lleva a una visión secularizada de
la vida; la disgregación familiar y el oscurecimiento del verdadero significado de la
sexualidad humana. También otros factores como la pluralidad religiosa y la subjetividad
de la fe que muchos no aceptan la doctrina cristiana (cf. Ibidem, 7).
Los jóvenes también viven un cambio fuerte en su proyecto de vida que cada día los aleja a
optar por la vocación sacerdotal, reciben otras propuestas y obstáculos. Los jóvenes sienten
el atractivo de la sociedad de consumo que los hace prisioneros de una vida individualista,
materialista y hedonista. Además, se da la tendencia de la desviada libertad con el
resquebrajamiento de los principios éticos y el rechazo a la existencia de Dios; en estos
contextos es difícil no solo la realización, sino la comprensión del sentido de la vocación al
sacerdocio (cf. Ibidem, 9). Ante esta compleja situación los creyentes encuentran principios
cognoscitivos y criterio de opciones de actuación nueva y original que se da con el
discernimiento evangélico es la interpretación que nace a la luz y bajo la fuerza del
evangelio y con el don del Espíritu Santo. En un ‘reto’ vinculado a una ‘llamada’ que Dios
hace oír en una situación historia determinada: en ella y por medio de ella Dios llama al
creyente: pero antes aun llama a la Iglesia, para que mediante exprese su verdad perene en
las diversas circunstancias de la vida. Este discernimiento evangélico se funda en la
confianza en el amor de Jesucristo (cf. Ibidem, 10).
En el capítulo segundo (II) reflexiona sobre la naturaleza y misión del sacerdote. Se
injerta por tanto que el conocimiento recto y profundo de la naturaleza y misión del
sacerdocio ministerial es el camino a seguir, ya que, la identidad sacerdotal y toda identidad
cristiana, tiene su fuente en la Santísima Trinidad. En efecto, el presbítero es enviado por el
Padre, por medio de Jesucristo, como cabeza y pastor de su pueblo se configura de un modo
especial para vivir y actuar con la fuerza del Espíritu Santo al servicio de la Iglesia y por la
Salvación del mundo. Por ese es decisiva la eclesiología de comunión para redescubrir la
identidad del presbítero, su dignidad original, su vocación y su misión en el pueblo de Dios
y en el mundo. Además, Jesús es el pastor anunciado, comunica con el único y definitivo
sacrificio de la cruz a sus discípulos la dignidad y la misión de sacerdotes de la nueva y
eterna Alianza (cf. Ibidem, 11-13).
Por otra parte, los presbíteros están llamados a prolongar la presencia de Cristo, único y
supremo pastor, siguiendo su estilo de vida y siendo como una transparencia suya en medio
del rebaño que le ha sido confiado. Son signo sacramental de Cristo, proclaman con
autoridad su palabra, renuevan sus gestos de perdón y ofrecimiento de salvación, es decir,
los presbíteros existen y actúan para el anuncio del evangelio al mundo y para la
edificación de la iglesia, Personificando a Cristo, cabeza y pastor. Igualmente, en su
relación con la Iglesia se inscribe en la única relación del sacerdote con Cristo, en el sentido
de representación sacramental de Cristo es la que anima la relación de sacerdote con la
Iglesia, mediante su ser y el obrar, es decir, su misión o ministerio. El cual constituye en la
comunión y colaboración con su obispo, establecer con los hombres relaciones de
fraternidad, de servicio, búsqueda común de la verdad, de la promoción de la justicia y de
la paz; en primer lugar, hombres de otras religiones y confesiones cristianas, pero también
de otras religiones, con los pobres y más débiles, y los que buscar la verdad y la salvación
de cristo (cf. Ibidem, 14-18).
En el capítulo tercero (III) se refiere a la vida espiritual del sacerdote. Que desde su
bautismo están llamados a la santidad más aún en la vocación que se basa en el sacramento
del Orden en virtud de una nueva consagración a Dios. Gracias a esta consagración el
sacerdote queda caracterizado, plasmado y definido por aquellas actitudes y
comportamientos que son propios de Jesucristo cabeza y pastor de la Iglesia. Así la
autoridad de Jesucristo coincide pues con su servicio, con su don, su entrega total, humilde
y amorosa a la Iglesia. Por eso, el presbítero está llamado a ser testigo del amor de Cristo
como Esposo y era capaz de amar a la gente con un corazón nuevo, grande y puro, con
auténtica renuncia de sí mismo, con entrega total, continúa y fiel, y a la vez con una especia
de divino. Así mismo, la virtud interior que lo anima en la vida espiritual es la caridad
pastoral que se manifiesta como donación de sí, la total donación de sí a la Iglesia,
convirtiéndose en esa virtud que imitamos a Cristo en la entrega a sí mismo y en su
servicio, por ello, determina nuestro modo de pensar, actuar, nuestro modo de
comportarnos con la gente. También encuentra su expresión plena y alimento en la
Eucaristía centro y raíz de la vida del sacerdote (cf. Ibidem, 19-23).
El presbítero es consagrado para la misión, se le llama a conformar su vida con el misterio
de la cruz por tanto requiere ser vivido con exigencia, vigilancia y viva conciencia, ya que,
la vida espiritual se desarrolla en su renovación constante y profundice a conciencia lo
significa ser ministro de Jesucristo; en ese sentido en el ejercicio del ministerio está
profundamente comprometida la persona consciente, libre y responsable del sacerdote;
manifestándose así en su triple ministerio: palabra, el sacramento y el servicio de la caridad
pastoral. Todas estas expresiones están sintetizadas con las virtudes evangélicas que son
fuerza que sostiene su perfección cristiana, consiste, en los consejos evangélicos del
Sermón de la Montaña y entre ellos la obediencia, la castidad y la pobreza. Todo esto es
necesario para que el presbítero manifieste su pertenencia y dedicación a la Iglesia
particular, en comunión con su obispo, en la participación por la preocupación eclesial, la
dedicación al cuidado evangélico del pueblo de Dios (cf. Ibidem, 24-33).
En el capítulo cuarto (IV) está marcado a la vocación sacerdotal en la pastoral de la
Iglesia. “venid y lo veréis” (Jn 1, 39) en estas palabras encontramos el significado de la
vocación. Se le invita a interpretar y recorrer el dinamismo propio de la vocación, su
desarrollo gradual y concreto en las fases del buscar a Jesús, seguirlo y permanecer con El.
La dimensión vocacional es esencial y connatural en la pastoral de la Iglesia. Define el ser
profundo de la Iglesia ‘Dios ha convocado la asamblea de aquellos que miran en la fe a
Jesús’. Toda vocación cristiana es la elección gratuita y procedente de parte del Padre, es
don de Dios, siempre tiene lugar en la Iglesia y mediante ella. La Iglesia se configura como
misterio de vocación, reflejo luminoso y vivo del misterio de la Santísima Trinidad. Es
tarea del Obispo o del superior competente no sólo examinar la idoneidad y la vocación del
candidato, sino también reconocerla. La vocación es un misterio inescrutable que implica la
relación que Dios establece con el hombre como ser único e irrepetible, un misterio
percibido y sentido como una llamada que espera en lo profundo de la conciencia. La
iglesia encuentra en la oración y en la celebración litúrgica los momentos esenciales y
primarios de la pastoral vocacional. La Iglesia cumple su misión cuando orienta a cada uno
de los fieles a descubrir y vivir la propia vocación en la libertad y a realizarla en la caridad.
El servicio de amor es el sentido fundamental de cada vocación. “Da su vida por las
ovejas”. (Jn 10,11). La iglesia está llamada a custodiar este don, a estimarlo y amarlo. Ella
es responsable del nacimiento y de la maduración de las vocaciones sacerdotales. La
primera responsabilidad de la pastoral orientada a las vocaciones sacerdotales es del obispo,
los presbíteros, los laicos y los padres de familia (cf. Ibidem, 34-43).
En el capítulo quinto (V) este destino a la formación de los candidatos al sacerdocio. La
Iglesia se ha dedicado a la pastoral vocacional acompañando las vocaciones al sacerdocio
promoviendo a las vocaciones llamada a tal estilo de vida y parándolos debidamente
mediante una respuesta libre y consciente. Por eso, la casa de formación es un ambiente
espiritual, un itinerario de vida que asegura el proceso formativo. La exhortación resalta las
dimensiones de la formación: humana, espiritual, intelectual y pastoral, como de los
ambientes y responsables de la formación al candidato al sacerdocio. (cf. Ibidem, 42).
En efecto, la formación humana es el fundamento de toda la formación sacerdotal que esta
relacionada con los destinarios de su misión: su ministerio sea humanamente creíble y
aceptable. Esto se refleja en una serie de cualidades humanas para la formación de
personalidades equilibradas, solidas, libres, capaces de llevar el peso de la responsabilidad
pastoral. Se les debe educar en la madurez afectiva con su puesto central del amor en la
existencia humana para saber incluir la amistad y la fraternidad y encontrar en ella la base
firme para vivir la castidad con fidelidad y alegría. (cf. Ibidem, 43-44).
En la formación espiritual es la vivifica su ser y ejercicio sacerdotal porque en ella
aprenden a vivir el trato familiar con Dios, con su Hijo Jesucristo y el Espíritu Santo. En su
configuración con Cristo por la ordenación trata de habituarse a Él como amigos, en la
vivencia del misterio pascual, en la meditación de la palabra, en la activa comunicación de
los sacramentos misterios de la Iglesia, sobre todo la Eucaristía y el Oficio divino. Esta
debe llevar a los candidatos al sacerdocio a conocer y experimentar el sentido auténtico de
la oración cristiana. El culmen de la oración cristiana es la Eucaristía. Venerar con filial
confianza a la santísima Virgen María. (cf. Ibidem, 45-50).
En la formación intelectual debe estar dispuesto a defender la fe y a dar razones de la
esperanza que vive entre nosotros (1 Pe 3, 15) porque la salvación de los hombres debe
buscar un conocimiento más profundo de los misterios divinos. Con los cambios culturales,
científicos y técnicos debe el sacerdote ser capaz de anunciar el evangelio en ese contexto y
hacerlo creíble a las exigencias de la razón humana. En necesario una formación en
filosofía que lleve al conocimiento profundo de la persona, de su libertad, sus relaciones
con el mundo y con Dios. Como lo es también, en teología, sobre el estudio de la doctrina
sagrada y la teología porque ellas deben llevar al candidato a una visión unitaria y completa
de las verdades reveladas por Dios en Jesucristo y de la experiencia de la Iglesia. (cf.
Ibidem, 51-54).
La formación pastoral es una reflexión científica sobre la Iglesia en su vida diaria con la
fuerza del Espíritu, a través de la historia. La formación pastoral no puede reducirse a un
simple aprendizaje. Aprenderán a abrir el horizonte de su mente y de su corazón a la
dimensión misionera de la vida eclesial. La conciencia de la Iglesia como comunión
‘misionera’ ayudara al candidato al sacerdocio a amar y vivir la dimensión misionera
esencial de la Iglesia y de las diversas actividades pastorales. (cf. Ibidem, 57-59).
Ambientes propios de la formación sacerdotal. El seminario mayor debe ser conformado
como ambiente normal, incluso material, de una vida comunitaria y jerárquica, es más,
como casa propia para la formación de los candidatos al sacerdocio, con superiores
verdaderamente consagradas a esta tarea. Está al servicio de un programa claramente
definido que tenga la unidad de dirección, manifestada en la figura del rector y sus
colaboradores, e la coherencia de toda la ordenación de la vida y actividad formativa y de
las exigencias fundamentales de la vida comunitaria, que lleva consigo también aspectos
esenciales de la labor de formación. (cf. Ibidem, 60-62).
Protagonistas de la formación sacerdotal. La presencia del Obispo tiene un valor particular,
no solo porque ayuda a la comunidad del Seminario a vivir su inserción en la Iglesia
particular y su comunión con el Pastor que la guía, sino también porque autentifica y
estimula la finalidad pastoral, que constituye lo especifico de toda formación de los
aspirantes al sacerdocio. La comunidad educativa del seminario para este ministerio debe
elegirse sacerdotes de vida ejemplar, y con determinadas cualidades: la madurez humana y
espiritual, la experiencia pastoral, la competencia profesional, la solidez de la propia
vocación, la capacidad de colaboración, la preparación doctrinal en las ciencias humanas
que son propias de su oficio, y el conocimiento del estilo peculiar del trabajo en grupo (cf.
Ibidem, 65-66).
En el capítulo sexto (VI) referente a la formación permanente del sacerdote, por tanto, se
exponen las razones de dicha formación: es una exigencia de realización personal
progresiva, en su opción fundamental de vida “vengo y te sigo” debe renovarse y
reafirmarse continuamente durante sus años de sacerdocio y su fidelidad hasta la muerte.
Sin embargo, es un acto de amor al pueblo de Dios, de justicia y verdadera propia. Por eso
la formación permanente debe continuar con la extensión de la formación del seminario en
sus cuatro dimensiones, humana, espiritual, intelectual y pastoral. Además, debe acompañar
siempre a los sacerdotes en cualquier periodo y situación de la vida como en los diversos
cargos de responsabilidad eclesial que le confíen. Por eso los responsables de dicha
formación son en primer lugar los mismos sacerdotes, luego, el obispo y su presbiterio. Por
otro lado, existen momentos y medios para incentivas la formación permanente: los
encuentros del presbiterio con su obispo, encuentros de espiritualidad sacerdotal, de estudio
y de reflexión común y asociaciones sacerdotales (cf. Ibidem, 70-81).
Conclusiones

En estos momentos de profundos cambios se necesita afrontar una nueva evangelización y


la Iglesia siente por tanto la obra formativa de Cristo y siente la necesidad de reavivar con
un nuevo esfuerzo lo que el Maestro hizo con sus apóstoles. El documento intenta presentar
de forma novedosa y con la fuerza del Espíritu Santo guía por la Sagrada Escritura y la
Tradición un itinerario formativo que abarque toda la vida desde el despertar de la
vocación.

En todo el documento intenta recordar la identidad sacerdotal, su naturaleza y misión que


nunca debe perder su horizonte: con la efusión del Espíritu Santo que consagra y envía,
queda configurado a Cristo cabeza y pastor de la Iglesia y es enviado a ejercer el ministerio
pastoral. De esta manera queda radicalmente marcado su ser y quehacer de forma indeleble
y para siempre como ministro de Jesucristo y de su Iglesia, fijo en una condición de vida
permanente e irreversible, además se le confía un ministerio pastoral que arraigado en su
propio ser y que comprendiendo toda su existencia es también perenne.

Por otro lado, la exhortación insiste que el sacramento del Orden le confiere al sacerdote la
gracia sacramental, que lo hace partícipe de su poder y ministerio de Jesucristo sino
también de su amor y le asegura todas las gracias actuales en su digno cumplimiento del
ministerio recibido.

Por eso la preocupación de la Iglesia que el candidato al sacerdocio reciba una formación
adecuada, idónea para que sea capaz de madurar en las dimensiones que exige la formación
al sacerdocio: humana, espiritual, intelectual y pastoral. No obstante, ninguna es más
relevante que la otra, sino que todas están en una estrecha sintonía. Además, la formación
no termina en sus estudios previos a la ordenación sino por el contrario para que su
ejercicio ministerial sea fructífero debe continuar con la formación permanente en deuda al
pueblo de Dios que lo a acogido y al cual pertenece.
Por último, recuerda que el ministerio sacerdotal nace del corazón de Jesús y toda la vida
del sacerdote debe estar configurado a Él. También, resalta la relación del sacerdocio
ministerial con la sucesión apostólica haciéndose embajadores de Cristo.

EMAUS
EL CAMINO DE LA CONVERSIÓN
EMILIO MAZARIEGOS

FRAY JOSÉ EDUARDO VIANCHÁ ESPINOSA


NOVICIADO

P. FRAY LUIS GABRIEL SANCHEZ LOAIZA


MAESTRO

CONVENTO NUESTRA SEÑORA DE GRACIA


BOJACÁ, CUNDINAMARCA
26 E JULIO 2023

La cruz dispersa la comunidad: Inicia afirmando el autor que la verdad del amor pasa por
la prueba del dolor, porque es en el sufrimiento donde se purifica la mente y el corazón. Por
eso el amor dado a Jesús en el día de la profesión religiosa sella el compromiso vocacional,
ya que la cruz asumida se convierte en la revolución de la vida y del amor. Quien rehúye la
cruz no desea la experiencia de la resurrección. El problema de la cruz se manifiesta en la
actitud interior del corazón.
Como comunidad de creyentes hemos nacido en lo alto de la cruz, del lado abierto, del
golpe de la lanza del soldado, en sangre y agua, nació la Iglesia, comunidad de
comunidades. Ahí se nos da la vida nueva en Cristo asumida en el bautismo y como
consagrados hemos nacido del Consagrado, Cristo crucificado. El crucificado es el norte
de la comunidad y al no dejarse atraer por el crucificado será manipulada por los ídolos.
Muchas veces la cruz en la vida consagrada molesta, molesta el dolor, el sacrificio y la
renuncia; tenemos miedo al esfuerzo, la lucha, la superación. La huida no es la solución de
la cruz, la dispersión no es el triunfo final. La comunidad fiel hasta la cruz tendrá dicha de
serla primera en saborear, la experiencia del crucificado resucitado.

Mínimo en lugar de la cruz se puesto otras cosas que se convierte en pesadas cruces que no
salvan, sino que hunden, dispensan la comunidad y rompen su armonía y unidad. Son los
estilos de vida que han quitado la cruz de en medio de la comunidad. Esos estilos de vida
son: egocentrismo, individualismo, narcisismo, materialismo, activismo y superficialidad.

Por eso la historia de los doce puede estarse repitiendo hoy, porque negamos nuestro estilo
de vida a Jesús y no le anunciamos con valentía ya que estamos demasiados mundanizados
y secularizados. De ahí que se presenten en a las comunidades las huidas, las buscas del no
se qué, hasta algunas comunidades se han convertido las lujosas pensiones vacías de
espíritu.

¿Qué nos agrupa como comunidad? No es algo sino Alguien que tiene la fuerza de unir y es
Jesús bajado de la cruz, rechazamos porque nos da miedo el amor autentico y nos
quedamos con cruces vacías sin Cristo, en cruces desnudas. El crucificado es el que da
sentido a la cruz, es el Amor que no es amado. El reto es volver a subir a la cruz de cristo
para poder mirarle como signo de amor firme y generoso.

El Resucitado, la reúne de nuevo: El resucitado era la sorpresa inesperada del crucificado


puesto en pie; da comienzo a una nueva era de la humanidad, y los, dos, cabizbajos y tristes
no habían sabido mirar con nuevos ojos. Ese día la creación y la humanidad entera se había
estremecido y todo de nuevo, había cobrado brillo único. Son las mujeres que
permanecieron firmes en comunidad al pie de la cruz, las primeras en sentirse envueltas por
la luz del resucitado. Van a la tumba, no encuentran al que buscan, su lugar no es la muerte.
Se convierten en las primeras en comunicar la alegría que está vivo. Es ahora el Jesús de las
comunidades, renacidas en su espíritu para que lleven la gran noticia de su muerte y
resurrección por el mundo entero. Jesús ahora se hace presente solo puede verle, el que
tenga fe. el que vaya más allá de sus ideas, pues la fe “comienza donde termina la última
razón”.

Dos ya hacen comunidad: los hombres y mujeres necesitan espacios para encontrarse a
solas consigo mismo para forjar su hombre interior. Esa sola soledad es fecunda para no
perder la propia identidad. La forjamos en la oración, la reflexión, la contemplación, la
escucha de la palabra, el conocimiento personal. La otra dimensión de la persona es su
capacidad de relación, de comunidad. La relación con los de la comunidad mide la madurez
afectiva de la persona, nos sentimos personas en la medida que nos abrimos al amor y lo
damos con generosidad y en la medida que acogemos al otro. En efecto, la comunidad
consagrada la hacen las personas y depende de la calidad de sus miembros. Personas
marcadas por el estilo de vida de la Persona plena: Jesús. Lo humano se acoge lo divino y
lo divino en lo humano. Por ende, el creyente que vive en comunidad lo humano soporta lo
divino y lo divino soporta lo humano; las dos dimensiones se abrazan y forman la persona
integral. Aquí la dimensión espiritual juega un papel importante, si esta no tiene fuerza, lo
biológico o lo social opacan lo espiritual y las relaciones no pueden ser auténticas. La
persona se relaciona con los valores que Dios le ha dado: una mentalidad evangélica fuerte
y clara; su afectividad, su voluntad y cuerpo.

Al caminar comparten el dolor: en el camino comparten los dos de Emaús el dolor de la


muerte en la cruz del Maestro. Han perdido el sentido de la palabra, de la verdad que hace
libres, es una comunidad perdida en la noche de su crisis de fe. ¿por qué sufre la
comunidad? ¿Cuál es la causa de tanto dolor? No es otra que la perdida de Jesús. Su
ausencia en la fe les incapacita para verle entre ellos. Cuando la comunidad pierde a Jesús,
abandona la cruz, ha perdido el norte y no sabe hacia donde se dirige, entonces, el dolor del
corazón se palpa con gran vacío. Ese el problema de la vida consagrada es la crisis de fe,
una vida que ya no sabe a configuración con Cristo, la conformación y transformación con
Cristo, al no tener esto presente se cuestiona el sentido de sí misma. La ausencia de la fe en
Jesús deja la vida en situación de ruina, de abatimiento. Se buscas otras salidas al problema
como refugio en la buena mesa, la TV, internet, pasatiempos de juegos, salidas a
restaurantes o ir a la familia. Entonces cuando Jesús no ocupa el primer lugar en la
comunidad se busca sucedáneos. Los religiosos encerados en la habitación, rodeado de mil
cosas, pero sin alma, sin espíritu; una vida sin Jesús casto, pobre y obediente se convierte
en algo y no en alguien. Solo el dolor unido al recitado será fecundo.

Se hablan y se hacen preguntas: la vida comunitaria, el camino del encuentro con los
hermanos es el diálogo, lluvia suave y sabrosa de palabra y contenido. Así caminan los dos
de Emaús al ritmo de la palabra. Así mismo debe ser la vida en comunidad que tiene la
capacidad para mantener la llama del amor. En cambio, una comunidad que no dialoga, una
comunidad que no tiene reuniones para compartir la vida, la fe, los proyectos, termina por
distanciarse. Somos obra de la Palabra de Dios y desde nuestro corazón hacer la palabra
convicciones, criterios limpios y fuertes. Ese buen dialogo en comunidad solo se da a partir
de la actitud de humildad, el humilde crea espacio para acoger a otro, esta como discípulo
para aprender, lleva a saber hablar y saber escuchar. También en el dialogo comunitario el
respeto por lo que expresa mi hermano es señal de educación, de gentileza, de elegancia
relacional. El respeto se logra si abro mi abanico y no me encierro en mis ideas. El dialogo
es el camino para el cambio, para re-orientar la vida en otra dirección, porque en el dialogo
cristiano está la búsqueda incansable de la voluntad de Dios, al cambio de mente y a la
metanoia que nos lleva a construir una verdadera comunidad.

Están abiertos a un extraño que se acerca: los de Emaús no están cerrados, acogen a un
extraño, esta entre ellos y no saben quien es. Comparten con ese extraño su dolor que se va
aliviando en la conversación. Se pregunta el autor ¿no ha entrado en nuestras comunidades
algún extraño que nos ha desorientado con su mensaje mentiroso? Hay un extraño que ha
entrado hoy en las comunidades y no es precisamente Jesús; y nos ha ido carcomiendo poco
a poco y se ha aceptado su estilo de vida que no tiene nada que ver con nosotros: Jesús y su
evangelio. Se llama la New Era que confunde y debilita las comunidades, va marcando el
ritmo de vida flojo, mediocre, indiferente, apático. Nos damos cuenta porque en las
comunidades molesta la cruz y se puede juzgar como algo anticuado el vivir una vida de
ascesis, de renuncia, de sacrificio, de lucha contra el mundo, la carne. Tiene actitudes de
soberbia, orgullo, de vanidad dejando huecos y vacíos. Muestra dioses falsos, nada de
espíritu. Por eso es necesario de vuelta el camino hacia Jesús y su evangelio como el
motivo serio de renovación, conversión de nuestra vida religiosa.

Jesús camina con ellos: la vida consagrada hoy esta llena de documentos, de fotocopias,
pero nos falta lo nuclear: el seguimiento a Jesús, solo tiene sentido si Jesús camina con
nosotros, como con los dos de Emaús. Pero un Jesús presente en la fe y explicitado en todo
momento de la vida. Jesús vive en la comunidad, por tanto, necesitamos abrir los ojos a ese
Jesús autentico, al Jesús del evangelio, en el encontramos la experiencia de quienes le
conocieron, de las primeras comunidades cristianas. El evangelio vivido se convierte en el
gran dinamismo de la vida consagrada y se convierte en evangelio para los que nos rodean.
El evangelio es esa Buena Nueva que necesitamos para salir de tanta mala noticia que nos
rodea cada día; es la Buena Nueva que rodea el corazón y lo estremece para dejar el
aburrimiento tanto gris y monótono que hemos caído. Porque el evangelio no es una teoría,
un libro más o una historia incompleta. El evangelio es Jesús mismo que se acerca a nuestra
comunidad, si tenemos ojos de fe le vemos, si tenemos oído le escuchamos. El evangelio
seduce, fascina, deslumbra, apasiona y le dejamos entrar en nuestra comunidad.

Sus ojos, sin fe, están ciegos: en la renovación de la vida consagrada ha hecho falta lideres
espirituales porque sin guías espirituales no es posible hacer camino al andar. Los dos de
Emaús llevan los ojos enrojecidos de tanto llorar, el corazón adolorido de lamentar su
perdida, llevan el alma vacía. Sus ojos vendados, sus pasos no conseguían seguridad.
¿Dónde encontraron respuesta? La cruz desnuda, la cruz como pecado como lugar de todas
nuestras miserias sumergidas en el amor misericordioso de Dios: Jesús. Quizás el problema
de la vida consagrada sea la crisis de fe. crisis que se ha tensado en una larga noche. Los
ojos de la fe se han colocado gafas de ciencias del espíritu. Además, la falta de vocaciones
a la vida religiosa sea una crisis de fe; pero no regala vocaciones de valor a congregaciones
que no tienen clima espiritual y fraterno para que crezcan. La fe nos lanza a confiar en el
espíritu de Jesús, sabiendo con certeza de quién nos hemos fiado. La fe sitúa la persona en
hacer todo con Jesús, al impulso del Espíritu, para dar gloria a Dios.

Caminan entristecidos: se pregunta Mazariegos si la vida de las comunidades irradia


gozo, alegría y entusiasmo, si viven un clima de magnifica o se siente un aire de tristeza,
falta de energía y mediocridad. El seguimiento de Jesús de manera radical si es autentico
irradia la misma vida del resucitado. Por eso nuestras comunidades no son llamado, signos
de interrogación, no cuestionan a los jóvenes hoy. Porque la alegría nace de un corazón en
la verdad, que contempla al Señor y vive en la intimidad del Espíritu. Ese entusiasmo nace
de vivir una vida en plenitud. Es como un reto nuevo de los consagrados empezar a vivir el
gozo, la alegría y el entusiasmo. Es momentos de rehacer la vida, darle nuevo impulso; es
como persona humana darle nuevo sentido a su vida. La respuesta está en la mirada a lo
definitivo, a los valores de la vida. Es decir, abrir la vida a lo religioso, a la interioridad a lo
trascendente, iniciar una vida nueva de oración de comunicación con Dios, es abrir mi
pobre espíritu al Espíritu de Dios para que lo invada, lo posea y ore con gemidos inefables.
Es todo un camino de renovación espiritual, es todo un proceso de caminar con Cristo, al
impulso del Espíritu.

¿Qué conversación lleváis por el camino? La vida consagrada es el corazón de la Iglesia


y quien anima ese corazón es el mismo Jesús. Es momento de pasar del Dios documento al
Dios de las obras, del compromiso. Las conversaciones en nuestras comunidades expresan
lo que hay en nuestro corazón y denotan el nivel espiritual de nuestras vidas. Se destaca la
lectura espiritual es como fermento que nos transforma, es como oxigeno que purifica y
renueva; es el clima de renovar nuestra fe. es clave la lectura espiritual para renovar la
mente y el corazón. Por eso falta en las comunidades un buen líder espiritual, hombres y
mujeres de Dios. No obstante, el líder de una comunidad debe ser una persona de Dios, con
mucha vida interior, de fe, de oración, de gran capacidad de estar en comunidad y de dar
amor y despertar amor en los hermanos. Cambio necesario si dejamos aun lado lo material
y le damos importancia a lo espiritual, sea la pasión de nuestra vida. La renovación viene
del Espíritu Santo y nos lleva a identificarnos a Jesús y hoy necesitamos entrar en ese
camino de desintoxicación de la vida consagrada.

Una pregunta al desconocido:

Estaban llenos de dolor por la ausencia del Señor, que se entrañan de Aquel desconocido
que se les ha juntado, no haya escuchado la noticia de esos días. Pero hay una realidad
damos por supuesto a Jesús en nuestra vida, en relaciones comunitarias, en la
evangelización y catequesis, pero no se cree en él. Hablamos de valores y más valores, pero
nos falta valor para hablar del único valor que da sentido a una vida: Jesús. ¿Qué nos ha
pasado, Jesús? Hablamos de la vida consagrada como “el seguimiento radical” de tu vida,
pero a la hora de la verdad, ¿hay radicalidad en nuestra vida consagrada? ¿vivimos la
comunidad como la vivieron las primeras comunidades cristianas? Ellos, Jesús, “te
vivieron” en ritmo de la Palabra, de la oración asidua, de la fracción del pan, de la
comunión fraterna; ellos se dejan poseer y dirigir por su Espíritu, se esforzaron en cambiar
de vida, pasando del hombre carnal al espiritual.

¿Qué? Dice Jesús ¿qué os pasa? Camino con vosotros y no me sentís, estoy cercano, y no
me reconocéis. Tenéis una fe débil porque la habéis dejado reducida a los mínimos
momentos oracionales y de contacto profundo con mi palabra. Vuestras Eucaristías están
reglamentadas pensado en las obras: breves y rápidas, porque no tenéis tiempo. Os habéis
refugiado en las obras, en el activismo, en el hacer y habéis perdido el ser. Jesús ha salido
al paso porque quiere que se haga la conversión del corazón del evangelio, al espíritu y
carisma de vuestra regla y al mensaje de la Iglesia. Quiere que se vuelva al amor primero
que se entrega en vuestra primera profesión religiosa. Los quiero de corazón pobre, como
una vasija frágil de barro, vacía de todo, que se abre a mi y me llena de riqueza; un corazón
casto por el reino, un corazón indiviso que me ame hasta las consecuencias y os quiero un
corazón obediente que escuche mi palabra en clima de oración y descubra la voluntad del
padre y gaste su vida por el servicio del reino.

Lo de Jesús de Nazaret refundar, reformar y renovar no son las palabras claras para que la
vida consagrada sea signo de Cristo Resucitado; la palabra que se debe emplear es la
conversión e identificándola al hijo prodigo que perdió el hogar paterno. Porque se ha
perdido el espíritu y el carisma de nuestras congregaciones. En efecto, se necesita una
cercanía al evangelio, sin glosas, y asumirle entero con todas las exigencias y
consecuencias. Una conversión lleva a hacer del Evangelio el estilo de vida de la
comunidad y no estilos de Hoy, actualizaciones de hoy, ondas de hoy. Por eso necesitamos
tomar el itinerario vocacional de Jesús: primero lo hace como uno de tanto, el Anawin de
Dios, se presenta como el hijo del Abba, el declarar a los hombres que Dios es Padre
nuestro, tiene como opción a los marginados, situándose en el mundo de los pobres,
enfermos, pecadores, mujeres, niños, etc. el cuarto rasgo el anuncio del reino, expulsando
demonios, perdonando pecados, curando y resucitando; otro el tesón con que vivió su
vocación hasta el final. Siendo fiel hasta el amor extremo en la cruz; por último, el padre le
llama a la vida eterna y le da el señorío de todo.

Una esperanza apagada con Jesús vivo todo era diferente pero las tinieblas de la cruz
caían sobre ellos como una maldición sin Jesús habían entrado en un vacío existencial y ya
nadie había llenado el centro de sus corazones como lo había planificado Jesús. Por eso es
necesario preguntarse si es posible volver a ser lo que éramos en vida consagrada; pero la
realidad es otra cuando los institutos se están debilitando, algunos dicen no tenemos
vocaciones o hay excusa hay crisis de vocaciones, pero esta crisis vocacional no depende
los jóvenes, la crisis está en la vida consagrada, no hay vida espiritual que atraiga, y en falta
de vida fraterna que se pueda vivir el seguimiento e Jesús con radicalidad. Por ende, esa
falta de vocaciones no depende de los jóvenes sino nuestro estilo de vida mediocre, de
nuestra falta de energía espiritual, falta de una fe ardiente que se contagie. La falta de fe es
la causante de que Dios no nos regale vocaciones.

Los hombres no lo vieron y esa es la prueba de que no ha resucitado. Es el gran obstáculo


para que, esos dos hombres, le tengan entre ellos, y no le sientan, le miren y no le vean.
Sucede porque Dios tan humano, se le escapa lo divino; es tan divino en su vida humana,
que lo humano no es signo de nada. Jesús es el rostro divino del hombre, y no se dan
cuenta. Cuando se destruye al hombre, se destruye a Dios; cuando el hombre pierde su
rostro divino, deja de ser hombre y no puede ser epifanía de quien le dio el ser. Creo que en
la vida consagrada necesitamos, tanto los hombres como las mujeres, cultivar desde
temprano esas dos decisiones, esas semillas que llevamos dentro. Así conseguiremos el
equilibrio de personas; así crearemos la armonía entre nosotros. La invitación es hacer las
bienaventuranzas como norma de vida de nuestro ser cristiano y consagrado, Jesús
aparecerá entre nosotros y nuestras comunidades estará ubicadas en el centro: Jesús. El
autentico hombre o mujer es el que está marcado por el Espíritu de las bienaventuranzas;
aquel, aquella que tiene un corazón de pobre: firme y suave.

¡Hombres sin corazón! Jesús les echa en cara su incredulidad, descubre la dureza de su
corazón. Los dos de Emaús no ha descubierto que el Dios revelado por Jesús se le adora, se
cree en Él, se le ora en espíritu y verdad. El corazón es la persona integrada, armonizada,
unificada en las dimensiones de su ser. El corazón es la interioridad. Por eso las crisis de la
vida consagrada es fundamentalmente crisis de fe, afrontarla supone “bajar al corazón”
hacer peregrinación a ese Emaús que todos llevamos dentro y es el lugar en que Dios se
manifiesta. No obstante, la falta de interioridad lleva a la persona a vivir a la intemperie,
desde la superficie donde se puede creer con raíces profundas. Sin interioridad la persona es
insegura, perdida, desequilibrada, rota. Siente que su casa no tiene roca firme; experimenta
que su casa está levantada sobre la arena y los vientos recios, las lluvias y temblores la
amenazan con la ruina. Además, en necesario que en nuestras comunidades falten espacios
de soledad; faltan zonas de silencio; faltan tiempos fuertes de desierto fecundos.
Necesitamos de la soledad para conservar nuestra imagen de Dios que somos; necesitamos
de la soledad para reunificar la vida, para cultivarla. Para que las comunidades al comunicar
su interioridad entre sus miembros, entran en comunión y llegamos a crear una intimidad,
una amista donde las relaciones son reales, fieles, verdaderas, hondas, tenaces, sinceras.

El camino de la palabra, Jesús deja caer la palabra de vida en el corazón de Cleofás y su


compañero esperando que, al fin, germinemos en buena tierra. Mientras la tarde se iba
apagando, una luz se encendía en sus corazones. Jesús los había llevado a sus raíces; hizo
memoria de las cosas grandes que hizo Dios con su pueblo. Ellos se quedaron sin palabras;
y la palabra de Dios se fue encarnando en sus vidas. Toda conversión autentica pasa por la
experiencia profunda de la palabra. Una palabra que anuncia y denuncia; una palabra que
cuestiona, interpela, sacude y aviva la fe. hoy necesitamos hacer esa Palabra de Dios estilo
de vida de nuestra comunidad, necesitamos encontrarnos con Jesús “verbo encarnado” y
que Él dé ritmo nuevo a nuestro caminar cansado. Porque una comunidad que acoge la
Palabra, la ora, la medita, la contempla, la lleva a sus obras, se va volviendo a Jesús y en
ella logra la unidad de pensamientos, de sentimientos, de acciones y creencias. El ritmo
orante de la Palabra cada día, pan fresco y sabroso, da agilidad, en los corazones de una
comunidad.

Jesús quiere seguir adelante, han llegado a Emaús y ahora atardece. Con esa media luz de
la puesta del sol, la calma y sosiego de la tarde. Hace el gesto de seguir adelante ¿le dejarán
los dos discípulos que han sentido cómo sus corazones se abrazan al escuchar la palabra?
La cruz había apagado el fuego y el resucitado les ha dado nueva vida. El amor probado no
madura, la prueba es al extremo. La prueba de renunciar a la propia vida por Él; la prueba
de contar, en la propia debilidad, con la fortaleza de su Espíritu. La crisis es necesaria y
mirar sus raíces para buscar solución. La crisis es crisis de fe. la fe en el hombre se
tambalea porque ha perdido su identidad. La crisis viene ante un problema fuerte y
continuado sin resolver, viene ante una dificultad que hemos encontrado en el camino y no
nos deja avanzar. La actitud ante el problema encontrado no es común, común es la mente y
corazón ante el problema. Hay tener varios pasos para solucionar: recoger los datos sobre la
crisis, haciendo un buen sondeo, una encuesta bien preparada sobre la fe en todas sus
dimensiones. El segundo paso es iluminar esos datos, con la Palabra de Dios. El cuarto
paso es enfrentar la crisis, es el “pedir ayuda” a quien este capacitado para orientar, saber
leer los hechos desde su visión certera. El quinto es la decisión, si es de Dios, sentiremos
gozo, paz, alegría, fuerza, entusiasmo, liberación interior y luz.

La comunidad ora, los de Emaús han llegado a casa, les cuesta separarse del camino que
se juntó con ellos y que les hablo en la cruz y de su sentido hondo y ahora abren su corazón
en sentido de súplica “quédate con nosotros, pues, atardece y el día va declinando” no le
ofrecen un cobijo material donde pasar la noche; se ofrecen ellos mismo-“nosotros”-para
ser su morada, su rincón donde se sienta a gusto y ellos puedan darle calor. Mismo pasa en
nuestras comunidades se atardece, esa luz tenue no nos deja ver lejos. Algunas vences las
comunidades se convierten a cumplir solo los mínimos mandados y no son suficientes para
que la fe se mantenga viva y despierta. Pues a la oración se expresa como un fruto de la fe,
que al mismo tiempo la alimenta. El cambio de vida que se ha descrito no es posible sin un
cambio de vida de fe, debemos entrar en una vida seria y profunda de oración. Porque la
oración personal es el motor de la oración comunitaria y la oración comunitaria es el alma
de la comunidad. Ese reto se debe asumir renovar nuestra vida religiosa y espiritual y el
camino de perfección se llama oración. Es hora de hacer armonía entre acción y
contemplación. Esas dos realidades separadas no tienen sentido.

Entró para quedarse con ellos, lo cierto es que la acogida fue fogueada por el ardor de su
palabra. La comenzaba a chisporrotear y la urgencia es redescubrir al Jesús del evangelio.
Redescubrirle orando el evangelio y así aprendiendo, un conocimiento existencial,
vivencial, experiencial en Jesús, se necesita hacer de Jesús alguien y no algo; lo oigamos,
gustemos, lo vivamos desde la fe. entonces los jóvenes, nos miran y se cuestionarán sus
vidas y, muchos, vendrán con nosotros y nuestras comunidades tendrán otro aire y sabor: la
de los consagrados en el consagrado, Jesús el Señor.

Sentados a la mesa, como Jesús hizo en la víspera de su pasión; sentados a la mesa, de


nuevo con el pan y el vino entre las manos; sentados a la mesa, en signo de fraternidad y
unidad; sentados a la mesa, porque ahora de compartir lo mejor; de celebrar la fe que se
había despertado como nuevo amanecer al ritmo de la palabra y la oración en el camino;
sentados a la mesa, Jesús es resucitado. En la fracción del pan sus ojos se abrieron y se
ofuscaron con la luz del resucitado; entonces sus ojos lo reconocieron, pero Jesús
desapareció porque vivía por la fe- en certeza en sus corazones. Por eso la vida consagrada
tiene su experiencia fuerte de amor y de fe en la celebración diaria de la eucaristía, el
sacramento de la unidad. La comunidad no oye misa sino la celebra la Eucaristía, no la
reduce a espacios mínimos, sino que cada día puede sentarse a la mesa con calma y al
menos los fines de semana la celebra en comunidad, sin tiempo que apremie y con
entusiasmo compartido. En la Eucaristía la comunidad aprende a ofrecer al Señor sus
dones, con el pan y el vino y a ofrecerse como pertenencia a Dios.

Entonces se abrieron los ojos, con el camino de la palabra hicieron camino para orientar
sus vidas y volvieron a celebrar la fracción del pan y sentados a la mesa por fin confesarán
que Jesús era el Señor de la muerte y de la vida, del hombre y de la historia. Conocer a
Jesús es mirarle con ojos de fe. en efecto la importancia de la mesa en comunidad lugar
privilegiado para mirarle con fe, lugar de reencuentro, de fraternidad, de gastar el tiempo
sin tiempo, que comer unos alimentos de prisa para irnos al trabajo, es el lugar del dialogo,
se sentir al hermano al lado. Entonces la comunidad es el lugar oportuno para celebrar, para
festejar, para convivir. De ahí que las reuniones comunitarias ponen de manifiesto el nivel
de encuentro, de buenas relaciones de la comunidad. En ella compartimos la fe y vamos
creciendo en la fe. En ella nos damos a conocer y conocemos a los hermanos.

Reconocen a Jesús, es el elemento vital de una comunidad que la impulsa y vigoriza


porque la fuerza viene de Cristo. La vida consagrada es la vivencia en comunidad de Jesús
de Nazareth y tiene una fuerza exterior: es su riqueza interior, su espiritualidad, su sello que
se irradia en las gentes que nos conocen y reconocen en nosotros a Cristo viviente hoy. La
vida en Cristo crea una espiritualidad marcada por el clima como el fundador o fundadora
vivió a Jesús y su evangelio. La vida espiritual necesita tener un eje, un centro, como
columna vertebral donde agarrarse. Por ende, la vida consagrada debe tener todo un
programa, un itinerario que lleve compromiso a compromiso; ese proyecto refleja la
manera de vivir, sentir, pensar, amar, actuar, pero tiene como modelo el hombre cabal
Jesús. ese proyecto es fruto de una vida espiritual que quiere ser vivida con radicalidad.
Ese proyecto tiene unas coordenadas del proyecto personal deben ir a las tres dimensiones
fuertes de la vida consagrada que presenta vita consecrata. Se trata que somos consagrados,
miembros de una comunidad y apóstoles.

Volver al evangelio, no le vieron resucitar, pero lo vieron resucitado, ese deseo ardía en
sus corazones en ganas de poseerle; pero Jesús se pone en camino para encontrarse con
otros discípulos que habían perdido la luz. Ya no está presente, sino que está dentro al ritmo
del corazón, en el fondo del alma. Y este es el nuevo lugar de encuentro con Cristo
resucitado: el evangelio. Que presenta a la misma persona de Jesús que vive entre nosotros,
camina con nosotros. Por eso la vida consagrada tiene nueve enfermedades que Jesús en el
evangelio nos puede sanar. El egocentrismo a volver a la generosidad; el individualismo
con la solidaridad; la vanidad con a la humildad; el materialismo con la vida espiritual; el
consumismo con a la sobriedad; el hedonismo con la mortificación; la superficialidad con
la interioridad y por último la mediocridad volver al entusiasmo.

Corren la noticia, sorprendidos, deslumbrados y enardecidos por el reencuentro con el


resucitado, los dos de Emaús no podían quedarse encerrada en sí misma. Ellos sintieron la
necesidad de gritar correr con la Gran Noticia de Cristo resucitado. Por tanto, el reto de la
Iglesia y el desafío de la vida consagrada hoy no es otro que, de la nueva evangelización, el
camino del encuentro con el resucitado, una evangelización de corazones evangelizados
antes por el evangelio orado; una evangelización transparente y de verdad que toque los
corazones. Una evangelización que no solo informe sino testifique.

Es verdad: ha resucitado, creer en la resurrección es un acto de fe. Pero el reto hoy es que
Jesús resucitado viva por la fe en la comunidad de los consagrados, de los que pertenecen y
quieren identificar sus vidas con Él. En efecto, el camino de hoy es volver a los fundadores,
volver a los orígenes. También el Espíritu Santo tiene una pasión: identificar nuestra vida
con Cristo, configurarla personal y comunitariamente para que Jesús viva y actúe entre los
hombres. El carisma es dado por el Espíritu Santo a nuestros fundadores y nosotros somos
los continuadores de su obra viviendo la vida en el espíritu, vivir la vida en el evangelio,
nos convertimos en continuadores de su obra en expresión dinámica de su fundación. De
ahí que el carisma es un don para el servicio de la comunidad interna y de la obra. Cuando
se deja el clima de la espiritualidad, deja de ser carisma y se convierte en mero trabajo
profesional. Además, resucitar a los fundadores es descubrir de nuevo y vivir su fe en Jesús,
vivir su fidelidad a la voluntad del Padre.

El camino de Emaús, deja un sabor de esperanza, virtud que surge de la fe firme que abre
camino hacia el amor de Dios. La esperanza son las alas del enfermo que espera volar hacia
el nuevo día, son los ojos abiertos del centinela que aguarda la salida del sol. Es un hecho
que en la vida consagrada necesite la esperanza, se necesita creer en lo imposible, creer que
todo lo que se hace en nombre de Jesús, con la fuerza del Espíritu da fruto abundante. Los
dos de Emaús nos dan el ejemplo, que el camino que ellos recorrieron se da cuenta que ese
camino es Jesús; no existe otro camino que recorrer. Por so la renovación en nuestras
comunidades pasa por el reavivar nuestra religiosidad, en las relaciones con Jesús en la
oración, en la vida. La vida consagrada en su aquí y ahora debe ser testigo del Señor
resucitado, somos un ensayo de la vida eterna, viviendo los votos de pobreza, castidad y
obediencia por el Reino. La vida consagrada tiene palancas fuertes para que la mantengan
viva ellas son: interiorización de la palabra de vida eterna, centrar su vida en la Palabra de
Dios; el pan de la vida eterna, de la Eucaristía; la oración como experiencia de Dios en el
Espíritu; el camino de la caridad, la experiencia del amor de Dios.

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