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1.

- GRANDEZA Y MISERIA DEL


SER HUMANO

Nuestra mano puede acariciar o pegar. Podemos orientar nuestra vida hacia la
competitividad o la compasión, hacia la exclusión o la integración. Puede ser vivida como
una oportunidad o como una condena. Desde siempre han existido personas que no
dudan en arriesgar sus propias vidas para ayudar a los demás y sicarios sin escrúpulos
capaces de matar por dinero. Los seres humanos somos capaces de realizar las acciones
más heroicas y las más miserables.

1 LAS TRES HUMILLACIONES DEL SER HUMANO

¿Quiénes somos?
La conciencia que el ser humano tiene de sí mismo
se ha ido construyendo con el paso de los siglos. Durante
tiempo prevaleció la visión antropocéntrica que hacía del
ser humano el origen y medida de todas las cosas. Sin
embargo, algunos logros intelectuales han ido recolocando
al ser humano en el universo. Para Sigmund Freud, el ser
humano, que se creía el centro de la creación, ha sufrido
en los últimos siglos tres grandes humillaciones:
 La primera de ellas, la humillación cosmológica, llegó en
el Renacimiento, siglo XVI, con la teoría heliocéntrica de
Nicolás Copérnico. Hasta entonces los seres humanos
tenían la ilusión narcisista, cosmocéntrica, de que la
Tierra, su sede, se encontraba en reposo en el centro del
universo, en tanto que el Sol, la Luna y los planetas giraban
circularmente alrededor de ella. Los descubrimientos
posteriores a Freud han agravado esta primera
"humillación" del ser humano. La Tierra, además de no ser
el centro del universo, ha resultado ser un puntito exiguo
dentro del sistema solar; que a su vez resulta
insignificante dentro de una galaxia, la Vía Láctea; que a
su vez es muy poca cosa en la inmensidad de los sistemas
estelares. Es toda una lección de humildad óntica que nos permite tomar
conciencia de nuestra pequeñez en medio del vasto universo.
 En el siglo XIX llegó la humillación biológica, cuando las investigaciones de
Charles Darwin revelaron que el ser humano no es tan distinto de los animales;
aunque quiera ignorar su pasado evolutivo, no deja de ser un mono sin pelo. El
ser humano explica su lugar en el mundo como consecuencia de un proceso de
selección natural en el que sobreviven los que mejor se adaptan al medio.
 El siglo XX llegó la humillación psicológica, cuando el propio Freud descubrió
el inconsciente. Desde la Ilustración el ser humano había comenzado a
considerarse libre, autónomo, dueño de sí mismo, pero el descubrimiento del
inconsciente acabó también con esa ilusión. Según las tesis de Freud, el ser
humano ha ocultado y reprimido las pulsiones básicas —sexualidad y
agresividad—, y las experiencias traumáticas que trae consigo reprimidas, en
la parte inconsciente de su identidad, están influyendo, sin que lo sepamos,
en nuestro modo de actuar consciente: "El yo tropieza con limitaciones de su
poder dentro de su propia casa, dentro del alma misma. Surgen de pronto
pensamientos que no se sabe de dónde vienen, sin que tampoco podamos
rechazarlos". Esos huéspedes parecen ser incluso más poderosos que los
controlados por el yo porque resisten a todos los medios coercitivos de la
voluntad, y —sobre todo en enfermedades como las neurosis— permanecen
fuertemente arraigados aunque nuestra razón y el testimonio de los demás
coincidan en que no responden a la realidad.
Todo esto es verdad, pero a la vez no podemos dejar de admirar la grandeza del
ser humano que, desde ese puntito insignificante llamado Tierra, ha sido capaz de
explorar los inmensos espacios, retroceder en el tiempo hasta el momento de la gran
explosión (big bang), cuando a partir de la "nada" emergió la materia, y escrutar las
profundidades del inconsciente.

2 BUENOS Y MALOS

Grandeza y miseria moral


En el campo moral encontramos la grandeza y la miseria de los seres humanos.
Fueron seres humanos los que inventaron las cámaras de gas de Auschwitz, pero
también los que entraron en esas cámaras con la cabeza erguida y rezando el
padrenuestro. Al recordar el sacrificio del padre Maximiliano Kolbe —que
voluntariamente ocupó el lugar de otro prisionero condenado por el coronel de las SS
a morir de hambre— vemos que, precisamente allí donde fue negada la humanidad del
modo más radical, tuvo lugar una extraordinaria floración de humanidad.
Sin embargo, rara vez podemos clasificar a las personas como "buenas" y
"malas"; por eso los personajes "de una sola pieza", característicos de las obras
literarias antiguas —el bueno, el malo, el valiente, el envidioso...—, han dado paso en
nuestros días a personajes divididos entre unos ideales sublimes y unas pasiones
contrarias. Casi todos nosotros somos una mezcla de bien y mal. Es frecuente que
acciones hechas con buena intención produzcan efectos no pretendidos e incluso
imprevisibles.
Muchas veces es necesario que pase mucho tiempo para adquirir esa sensibilidad
afinada que nos permite comprender el daño hecho con la mejor voluntad a nosotros
mismos o a otras personas. Recordemos la parábola del hijo pródigo (Lc 15,11-32):
creyendo sinceramente que alejándose del padre encontraría la libertad y la felicidad,
no encontró otra cosa que la esclavitud, la miseria y la abyección.

3 ABIERTOS A POSIBILIDADES INFINITAS

El riesgo de los reduccionismos


Muchas ciencias, corrientes de pensamiento o ideologías estudian o afirman
aspectos y características concretas del ser humano. A la de definir qué es el ser
humano y cuál es su destino, se corre el riesgo de dar como válidas algunas
concepciones reductivas que acentúan solo algunas de Las características con perjuicio
de otras. Hablamos así de reduccionismo biológico cuando se afirma que la naturaleza
humana —lo que somos y lo que hacemos— está determinada por los genes, o de
reduccionismo culturalista cuando la afirmamos que la naturaleza humana está más
determinada por las exgencias del individuo o la naturaleza.
No han faltado en el pasado, ni en este momento de la historia, concepciones
antropológicas que ignoran dimensiones esenciales del ser humano por algún tipo de
reduccionismo de origen económico, científico, etc.
Desde la concepción cristiana, frente a cualquier reduccionismo materialista —
que considera la materia finita como origen, sentido y destino de todo lo que existe, y
que cree absurdo pensar en cualquier otro tipo de realidad— se afirma que,
efectivamente, somos seres finitos, y sin embargo no nos encontramos a gusto en la
finitud. Nuestra identidad no se conforma solo a lo material.
Ni el espiritualismo que desprecia la realidad del cuerpo, ni el materialismo que
considera el espíritu una mera manifestación de la materia dan razón de la complejidad,
de la totalidad y de la unidad del ser humano.
Quienes ven en el ser humano solamente un mono que ha perdido el pelo y ha
aprendido a usar mejor que los demás monos la lengua y las manos no han comprendido
que hay dentro de nosotros un misterio que provoca simultáneamente estupor y
humildad, dimensiones ambas muy bien expresadas en los relatos bíblicos de la creación
al decir que somos "imagen de Dios" (Gn 1,2627) y "barro de la tierra" (Gn 2,7).
Pico della Mirandola, en el discurso fundador del humanismo, pone en boca de Dios un
discurso que afirma la libertad absoluta del ser humano para decidir su destino (Doc
1).

NI MORTAL NI INMORTAL
No te he dado una ubicación fija, ni un aspecto propio, ni peculio alguno, ¡oh Adán!,
para que así puedas tener y poseer el lugar, el aspecto y los bienes que, según tu
voluntad y pensamiento, tú mismo elijas. La naturaleza asignada a los demás seres se
encuentra encerrada por las leyes que yo he dictado. Pero tú, al no estar acotado por
ningún límite, definirás los límites de tu naturaleza según tu propio albedrío. [...] No
te he concebido como criatura celeste ni terrena. ni mortal ni inmortal, para que
como soberano escultor y modelador de ti mismo, te esculpas de la forma que
prefieras. Podrás degenerar en los seres inferiores, que son los animales
irracionales, o podrás regenerarte en los seres superiores, que son los divinos, según
la voluntad de tu espíritu.
G. PICO DELLA MIRÁNDOLA, De la dignidad del hombre

4 TENEMOS UNA DIGNIDAD INCONMENSURABLE

El ser humano, fin en sí mismo


Los filósofos han justificado de diversas
formas el valor y la dignidad de toda persona. Kant,
por ejemplo, en la Fundamentación de la metafísica
de las costumbres, lo hizo a partir del hecho de que
las personas son únicas e irrepetibles, y por tanto no
intercambiables. Los seres humanos se merecen un
trato especial y digno que posibilite su desarrollo
como personas. En este sentido, afirma Kant, el
hombre es un fin en sí mismo, no un medio para usos
de otros individuos, lo que lo convertiría en una cosa.
La existencia de las personas es un valor absoluto y, por ello, son merecedoras de todo
el respeto moral mientras que la discriminación, la esclavitud, etc., son acciones
moralmente incorrectas, porque atentan contra la dignidad de las personas.

Creados a imagen de Dios


A esas razones —y muchas más que podrían aducirse— la fe cristiana añade otras: en
primer lugar, hemos sido creados "a imagen y semejanza de Dios" (Gn 1,26-27);
semejanza que radica en nuestra alma inmortal (san Ireneo de Lyon); en nuestra
libertad (san Cirilo de Jerusalén); en nuestra inteligencia, capaz de dominar la creación
(san Agustín); en que somos, como Dios, causa de otras criaturas (santo Tomás de
Aquino)... En realidad, no solo somos imagen, sino también hijos de Dios; afirmación tan
sorprendente que no nos atreveríamos a usarla si no estuviera en la Escritura (1 Jn
3,1-2). La Encarnación del Hijo de Dios, Jesús, manifiesta la igualdad de todas las
personas en cuanto a dignidad: "Ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre
ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús" (Gál 3,28; Rom 10,12; 1 Cor
12,13; Col 3,11). Los Padres de la Iglesia (Tertuliano, Clemente de Alejandría...) fueron
más lejos todavía, porque decían: "¿Has visto a tu hermano? Has visto a Dios".
De todas estas afirmaciones brota un optimismo inconmensurable sobre la
dignidad del ser humano, sobre su valor infinito. La principal razón para respetar a
cada ser humano no es lo que hace, lo que tiene o lo que dice, sino lo que es. Esa dignidad
intrínseca ni se merece ni se pierde, sino que se tiene siempre y la tenemos todos.

Defender la dignidad
La Doctrina Social de la Iglesia insiste en la dimensión comunitaria de la defensa de la
dignidad de cada ser humano: a la igualdad en el reconocimiento de la dignidad de cada
persona y de cada pueblo, debe corresponder la conciencia de que la dignidad humana
solo podrá ser custodiada y promovida de forma comunitaria, por parte de toda la
humanidad. Solo con la acción concorde de las personas y de los pueblos sinceramente
interesados en el bien de todos los demás se puede alcanzar una auténtica fraternidad
universal; por el contrario, la permanencia de condiciones de gravísima disparidad y
desigualdad empobrece a todos.

5 LIBERTAD Y PECADO

Ir contra uno mismo


Cuando el cristianismo exalta la dignidad del hombre, no cae en un optimismo
superficial e ingenuo que ignora las sombras del cuadro. La historia universal está
marcada por el comportamiento de individuos concretos o regímenes políticos que se
han caracterizado por despreciar, abusar y aniquilar a sus congéneres sin un mínimo
atisbo de bondad o humanidad. De la misma manera, también forma parte de esa
historia de infamia la complicidad culpable de quien pudiendo intervenir no interviene
para evitarlo.
La dignidad del hombre está ligada a su libertad y ser libre es poder elegir.
Nuestra libertad, a veces, no elige lo que es bueno para nosotros y para los demás. A
esa elección voluntaria y consciente de acciones que nos alejan de lo que en conciencia
debemos hacer, de los demás y de Dios mismo es a lo que los cristianos llamamos
pecado.
Los creyentes consideran que el pecado ofende a Dios, pero porque hace daño a
sus hijos, empezando por el propio pecador. Según la Biblia, "los pecadores y los
malhechores atentan contra su propia vida" (Tob 12,10). El Corán también reproduce
casi literalmente esa sentencia: los pecadores "han sido inicuos consigo mismos" (azora
3, sura 113).
En el Antiguo Testamento el verbo hebreo hätä', que traducimos por "pecar",
significa, literalmente, "no dar en el blanco"; es decir, una meta no alcanzada, un
objetivo fallido. Quien peca no da en el blanco de la propia vida y echa a perder el
proyecto que Dios tiene sobre él. En consecuencia, pecar no quiere decir solo hacer el
mal, sino hacerse mal: el pecado impide la realización de la persona.
Lo expresó con extraordinaria fuerza Dostoyevski: cuando el protagonista de
Crimen y castigo confiesa a una pobre muchacha caída (Sonia) que ha matado a dos
ancianas para robarlas, ella exclama: "¿Qué ha hecho usted, qué ha hecho usted contra
sí mismo?".

PREGUNTAS DEL EXAMEN, PARA LOS QUE NO QUIEREN


ENTREGAR EL TRABAJO

CUESTIONES
1. Explica con tus palabras en qué consisten las tres humillaciones del ser humano a las
que se refiere Freud.
2. Pensando en el ser humano del siglo XXI, ¿añadirías alguna "frustación" más? ¿Cuál?
3. ¿Te parece que la bondad o la maldad son un asunto personal o pueden tener raíces
sociales?
4. ¿Qué nos hace decir de alguien que es bueno o malo?
5. Según tú, ¿el ser humano es bueno o malo por naturaleza? ¿Por qué?
6. En tu opinión, ¿la concepción que se tiene en la sociedad actual del ser humano es
reduccionista? ¿Aparece como un sujeto abierto a lo trascendente?
7. ¿Qué nos hace merecedores de derechos?
8. ¿En qué ocasiones se dice de alguien que ha perdido la dignidad?
9. Según tú, ¿cuál es la diferencia entre culpa y pecado?
10. ¿Qué elementos son necesarios para poder hablar de pecado?
11. ¿Por qué el pecado es un mal que nos hacemos a nosotros mismos?

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