Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Marina Müller
En el trabajo orientador movilizamos toda nuestra personalidad y también ponemos en juego
esa identidad que se replantea a la vez en cada orientado.
Al presentarnos siempre decimos “soy psicóloga”, “soy”, es decir que mi identidad está dada en
buena parte por la ocupación que desempeño, soy lo que hago, me defino en y por la tarea que
realizo.
La identidad: qué imágenes tengo sobre mí, quien digo que soy, como me percibo, en términos
personales y ocupacionales. De ahí la trascendencia, si trabajamos con nuestra propia
personalidad como instrumento, de poder reflexionar con otros sobre estas imágenes de uno
mismo y sus repercusiones en la tarea: nuestras dudas, crisis y conflictos personales interesan,
ya que no podemos prescindir de ellas sin desconocer que nuestra persona está presente y
actuante en todo trabajo clínico.
Existe la fantasía de un rol ideal, “perfecto” al cual el profesional debería adecuarse (cree). Les
resulta difícil aceptar el no saber sobre otros, y aun sobre si mismos; el no tener recetas, el
desestructurarse, admitiendo la duda y la confusión, el meter el cuerpo con flexibilidad.
Las escenas fantaseadas por parte de los orientadores, en su vínculo con los orientados, suelen
referirse a:
Un maestro: “hay que enseñarle lo que tiene que hacer” “hay que explicarle”
Un terapeuta (sano) con sus pacientes (enfermos) hay que curarlo, ayudarlo a cambiar.
Una madre nutridora inagotable y un bebe o niño indefenso, demandante, “hay que
darle, solucionarle los problemas”.
Un juez que dictamina en una causa, evaluando y resolviendo lo bueno y lo malo en la
situación del incriminado, “hay que decidir por él” ya que no está en condiciones de
juzgar su propia causa.
Algunos recursos empleados para explorar la identidad profesional de los orientadores son: