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Lectura del santo Evangelio según San Lucas

Lc 17, 11-19
En aquel tiempo, cuando Jesús iba de camino a Jerusalén, pasó entre
Samaria y Galilea. Estaba cerca de un pueblo, cuando le salieron al
encuentro diez leprosos, los cuales se detuvieron a lo lejos y a gritos
le decían: “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros”.

Al verlos, Jesús les dijo: “Vayan a presentarse a los sacerdotes”.


Mientras iban de camino, quedaron limpios de la lepra.

Uno de ellos, al ver que estaba curado, regresó, alabando a Dios en


voz alta, se postró a los pies de Jesús y le dio las gracias. Ese era un
samaritano. Entonces dijo Jesús: “¿No eran diez los que quedaron
limpios? ¿Dónde están los otros nueve? ¿No ha habido nadie, fuera
de este extranjero, que volviera para dar gloria a Dios?” Después le
dijo al samaritano: “Levántate y vete. Tu fe te ha salvado”.

PALABRAS DEL SANTO PADRE


Este pasaje, por así decir, divide el mundo en dos: quien no da las gracias y quien da las
gracias; quien toma todo como si se le debiera, y quien acoge todo como don, como
gracia. El Catecismo escribe: «Todo acontecimiento y toda necesidad pueden
convertirse en ofrenda de acción de gracias» (n. 2638). La oración de acción de gracias
comienza siempre desde aquí: del reconocerse precedidos por la gracia. Hemos sido
pensados antes de que aprendiéramos a pensar; hemos sido amados antes de que
aprendiéramos a amar; hemos sido deseados antes de que en nuestro corazón
surgiera un deseo. Si miramos la vida así, entonces el “gracias” se convierte en el
motivo conductor de nuestras jornadas. Muchas veces olvidamos también decir
“gracias”. (Audiencia General, 30 diciembre 2020)

De la Imitación de Cristo
Tomas de Kempis(capitulo tercero)
Señor, Dios mío, no te alejes de mí: Dios mío, cuida de ayudarme, pues se han
levantado contra mí varios pensamientos y grandes temores que afligen mi alma.
¿Cómo saldré sin daño? ¿Cómo los desecharé? Yo, dices, iré delante de ti, y humillaré
los soberbios de la tierra. Abriré las puertas de la cárcel, y te revelaré los secretos de
las cosas escondidas. Haz, Señor, como lo dices, y huyan de tu presencia todos los
malos pensamientos. Esta es mi esperanza y única consolación, acudir a Ti en toda
tribulación, confiar en Ti, invocarte de veras, y esperar constantemente que me
consueles. Oración pidiendo la luz del entendimiento. Alúmbrame, buen Jesús, con la
claridad de tu lumbre interior, y quita de la morada de mi corazón toda tiniebla.
Refrena mis muchas distracciones, y quebranta las tentaciones que me hacen
violencia. Pelea fuertemente por mí, y ahuyenta las malas bestias que son los apetitos
halagüeños, para que venga la paz con tu virtud, y resuene la abundancia de tu
alabanza en el santo palacio; esto es, en la conciencia limpia. Manda a los vientos y
tempestades. Di al mar: sosiégate; y al cierzo: No soples; y habrá gran bonanza. Envía
tu luz y tu verdad para que resplandezcan sobre la tierra, porque soy tierra vana y
vacía hasta que Tú me alumbres. Derrama de lo alto tu gracia; riega mi corazón con el
rocío celestial; concédeme las aguas de la devoción para sazonar la superficie de la
tierra; porque produzca fruto bueno y perfecto. Levanta el ánimo oprimido por el peso
de los pecados, y emplea todo mi deseo en las cosas del cielo: porque después de
gustada suavidad de la felicidad celestial, me sea enfadoso pensar en lo terrestre.
Apártame y líbrame de la transitoria consolación de las criaturas; porque ninguna cosa
criada basta para aquietar y consolar cumplidamente mi apetito. Úneme a Ti con el
vínculo inseparable del amor; porque Tú solo bastas al que te ama, y sin Ti todas las
cosas son despreciables.

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