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Robert Raikes

 (14 de septiembre de 1736 – 5 de abril de 1811) fue un filántropo y reformista educativo inglés, principalmente


reconocido por su fundación de numerosas escuelas Dominicales. Estas escuelas tuvieron más de un millón de
alumnos, y actualmente son consideradas como las primeras del sistema educativo estatal de Inglaterra.

Fundada en 1780 por Robert Raikes, un periodista británico, natural de Gloucester que sintió preocupación por el
abandono de los niños en los barrios bajos de su ciudad.
Raikes comenzó escribiendo artículos acerca de su preocupación, y pronto, muchos creyentes se le unieron para
organizar en varias iglesias británicas un sistema que enseñara a leer y a escribir a los niños pobres. Con los años,
las escuelas dominicales que enseñaban primeras letras se hicieron innecesarias ante el avance de la escolaridad
pública. Así entonces, comenzaron a dedicarse más bien a la formación religiosa de cada iglesia para sus niños.

El término «filantropía» designa, en general, el amor por la especie humana y a todo lo que a la humanidad
respecta, expresada en la ayuda desinteresada a los demás.
La palabra deriva del griego φίλος (filos) y άνθρωπος (ánthropos), que se traducen como «amor» (o «amante de»,
«amigo de») y «hombre», respectivamente, por lo que «filantropía» significa «amor a la humanidad».
Su antónimo es «misantropía».

Escuelas Dominicales

Robert inició el Movimiento de Escuelas Dominicales. Heredó el negocio de publicación de su padre,


convirtiéndose en el propietario del Gloucester Journal en 1757. El movimiento comenzó con una escuela para
varones en los suburbios. Raikes había conocido a los presos en una cárcel cercana a su hogar, y había visto que
la maldad podía ser prevenida antes que curada. Vio que la educación sería el mejor camino para llegar a ello. El
tiempo más propicio era el domingo, ya que los jóvenes trabajaban en fábricas el resto de los días de la semana.
Las mejores maestras disponibles eran laicas, pero el libro de texto era la Biblia, y el primer plan era enseñar a
leer y luego impartir clases de Catecismo.12

El horario original para las escuelas, según Raikes comenzaba cuando los niños llegaban a las diez de la mañana
y recibían clases hasta las doce; luego volverían a sus hogares y regresarían a la una; y luego de leer una lección,
eran llevados a la Iglesia. Después de la Iglesia, debían recitar lecciones de catecismo hasta las cinco, y luego se
iban, con la orden de no hacer un solo ruido.

En sus primeros años hubo varias discusiones acerca del movimiento. Las escuelas eran llamadas en forma
burlona las "escuelas andrajosas de Raikes". Las críticas se basaban en que debilitarían el hogar basándose en la
educación religiosa, en que había una profanación del sabbat y que los cristianos no deberían trabajar en el
sabbat. Estas disputas condujeron, en la década de 1790, al cierre de varias escuelas por falta de maestros y
alumnos.

Hacia 1831, las escuelas Dominicales en Gran Bretaña recibían más de 1.250.000 niños a la semana,
aproximadamente el veinticinco por ciento de la población. Ya que estas escuelas fueron las primeras de
Inglaterra en ser públicas, son vistas como precursoras del sistema educativo público actual en el país.
El Partimiento Del Pan Y La Oración

“Y perseveraban [...] en el partimiento del pan y en las oraciones” (Hech.


2:42). Esta referencia al partimiento del pan

Probablemente se refiera a una comida de confraternidad o a las comidas


regulares que compartían entre los creyentes. En algún momento durante
una comida de confraternidad, alguien ofrecería una bendición especial
sobre el pan y la bebida en memoria de la muerte y la resurrección de
Jesús, a la espera de su pronto regreso. Los primeros cristianos dedicaban
tiempo a recordar el significado de la vida y el ministerio de Jesús, y les
encantaba hablar de ello en las comidas de confraternidad. Las comidas que
compartían se convirtieron en momentos de adoración. “Y perseverando
unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían
juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios, y teniendo favor
con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de
ser salvos” (Hech. 2:46, 47). Sin duda, este tiempo de confraternidad ayudó
mucho a fortalecer el sentido de unidad que tenían en Jesús.

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