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Arismendi dirigió a unas 400 personas una invitación para que concurriesen a su casa el
24 a las 6 p.m., a fin de tratar un asunto, decía, del cual dependía «...la felicidad de la
República y la nuestra...» Entre tanto, circulaban rumores de que los ministros de Bogotá
propiciaban el establecimiento de una monarquía en la Gran Colombia y se insinuaba que
Bolívar apoyaba este proyecto y aspiraba a coronarse como rey; el proyecto sí existía,
pero el Libertador lo había desautorizado, aunque esto último no se sabía en Caracas. En
algunos muros de la ciudad aparecieron inscripciones contra Bolívar y la tensión política
creció; los notables convocados por Arismendi fueron informados del contenido de las
comunicaciones de Bolívar y de Páez, y después de un largo debate acordaron que debía
celebrarse una asamblea popular a fin de tomar una decisión definitiva.
El día 25, Arismendi instó por escrito al prefecto del departamento de Venezuela, general
Lino de Clemente, a publicar un bando «...antes de las 9 de la mañana convocando a
todos los ciudadanos a que concurran a las 11 de este día al convento de San Francisco...»
A pesar de que jerárquicamente el prefecto (cargo equivalente al de intendente) tenía
mayor autoridad que Arismendi, era éste quien tomaba la iniciativa; y no dejaba de
señalar que lo hacía en nombre de «...cuatrocientos de los ciudadanos más notables de
esta capital y casi todas las autoridades...», pero también «...como encargado del orden y
de la tranquilidad pública...» Con toda claridad se le decía a Clemente, quien no había
asistido a la reunión nocturna, que si él no publicaba el bando, Arismendi lo haría por su
cuenta; el prefecto cedió, Arismendi le dio órdenes directas al comandante de armas, Juan
Antonio Padrón, para que las fuerzas bajo su mando estuviesen alertas e invitó
igualmente a asistir a la asamblea al arzobispo Ramón Ignacio Méndez y al clero, así
como a los miembros de la Corte Superior y a la oficialidad de la guarnición de Caracas;
a los militares se les decía que debían acudir en calidad de ciudadanos, a fin de
desvanecer la idea de que en la manifestación de la voluntad popular hubiera influido la
fuerza armada. Para evitar las abstenciones, en las invitaciones y en el bando se hacía
énfasis en el hecho de que «...nadie está dispensado de discurrir en esta materia...» A las
11 a.m. del 25 de noviembre se abrió la Asamblea en el convento de San Francisco. El
general Arismendi, quien dirigía el debate, nombró a 4 secretarios: Andrés Narvarte,
Alejo Fortique, Félix M. Alfonso y Antonio Leocadio Guzmán; una comisión fue a
buscar al prefecto Clemente, quien pronunció el discurso de instalación y fue luego
elegido presidente de la Asamblea.
De este modo, la autoridad que como prefecto ejercía ya no era la emanada del Gobierno
de Bogotá, sino la que el pueblo allí congregado le acababa de conferir; después de
haberse adoptado un procedimiento de votación, se inició el debate, en el cual
intervinieron numerosas personas durante todo el resto de aquel día, sin que se llegase a
un acuerdo. El 26 se reanudó la sesión. Los principales argumentos de quienes
auspiciaban la separación de Venezuela de la Gran Colombia y el desconocimiento de
Bolívar eran, el hecho de que éste ejercía la dictadura desde agosto de 1828; la falta de
libertad de prensa; el favoritismo en la concesión de los empleos públicos; la crisis
económica, que afectaba tanto a los agricultores como al comercio; el proyecto de
monarquía promovido por el Consejo de Gobierno, desde Bogotá, en ausencia de Bolívar.
La forma como había sido convocada la Asamblea no daba mucha oportunidad para que
quienes pensaban de otro modo expusieran sus puntos de vista. Finalmente, el propio 26
de noviembre de 1829 se aprobó la «...separación del Gobierno de Bogotá y
desconocimiento de la autoridad del General Bolívar...», aunque conservando paz,
amistad y concordia con los hermanos de los departamentos del Centro (la Nueva
Granada, actual Colombia) y del Sur (Ecuador) que hasta entonces habían formado junto
con Venezuela la República de Colombia la Grande. Se le encomendaba al general Páez,
quien seguía en Valencia, el ejercicio del mando en Venezuela, así como los trámites para
la elección de diputados a un Congreso que debería restaurar el Estado de Venezuela
sobre la base de «...un gobierno republicano, representativo, alternativo y responsable...»
También declaraba la Asamblea que Venezuela reconocía sus compromisos con los
acreedores nacionales y extranjeros.