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Le odiaba desde siempre, desde la primera vez que se

conocieron. Eran unos niñ os, tan distintos como el día y la


noche. É l iba vestido de militar, como su padre, y andaba recto
como una vela, con la mirada al frente, altanero y orgulloso. Ella
era un algodó n de azú car, inquieta como un pececillo, dulce y
adorable. Por má s que Elish se movía a su alrededor haciendo
monerías y gansadas, él no perdía su rictus serio, su actitud
hierá tica, ni siquiera la miraba ni la hablaba, hasta que cansada
se iba a dibujar a un rincó n o a jugar sola. Aaró n no jugaba con
ella pero se las arreglaba siempre para molestarla o enfadarla
del tal modo, que siempre acaban castigá ndola a ella en vez de a
él, que permanecía imperturbable frente a todos.

Fueron creciendo y acabaron en dos bandos diferentes,


como era ló gico, y eso solo acentuó sus diferencias. Elish se
dedicó a estudiar y Aaró n a formarse como soldado.

Los planetas de la Galaxia estaban gobernados por la


Unió n, representantes de cada planeta formaban el Senado y los
Tribunales, desde donde se tomaban todas las decisiones de
forma democrá tica. Pero algunos políticos empezaron a
aprovecharse de su posició n privilegiada para enriquecerse y
ganar poder. Uno de ellos fue Althun Minth, representante del
planeta Auron y padre de Aaró n. Era de formació n militar,
descendiente de militares y había llegado a ser General en Jefe
de los ejércitos de su planeta. Sus ideas políticas eran
conservadoras y autoritarias, sus aspiraciones eran acabar con
el régimen democrá tico. Sacó a su planeta del gobierno de la
Unió n y les declaró la guerra, se autoproclamó Emperador de la
Galaxia.

Elish era una joven idealista, creía fervientemente en la


democracia, la igualdad y la libertad. Acababa de licenciarse en
Medicina y a pesar de las protestas de su familia se presentó
voluntaria como médico para atender a los heridos en los
campos de batalla. Y en secreto, se unió a la resistencia rebelde.

Aaró n era capitá n de los ejércitos de su padre, y peleaba


contra las fuerzas rebeldes. Llevaba tiempo haciendo una lista
con los supuestos cabecillas de la resistencia, y entre ellos
estaba Elish. En cuanto tuvo la menor oportunidad y aunque no
tenía pruebas de ello, la mandó detener.

Desde que habían cumplido los quince añ os no se habían


vuelto a ver. Elish forcejeaba con los guardias que la retenían
por orden del capitá n Minth.

-Les repito que me suelten. Soy la embajadora de Soltex,


consideraré esto como un ataque a mi gobierno.

Aaró n apareció detrá s de sus hombres, se había convertido


en el hombre má s guapo e irritante que Elish había conocido en
su vida. Caminaba como siempre, muy erguido, impecablemente
vestido con su impoluto uniforme, y mirando a todo el mundo
por encima del hombro, como si nadie fuera importante para él.
Ella estaba segura que ni siquiera sabía sonreír.

-¡Tenía que ser usted! - soltó Elish irritada. - ¡Exijo que me


libere en este mismo instante!

-Eso no va a ocurrir. – contestó él muy tranquilo.

-Le advierto que mi Gobierno no va a quedarse cruzado de


brazos ante esta ruptura del protocolo diplomá tico. 

-No estoy rompiendo ningú n protocolo, estoy deteniendo a


una criminal.

-Como se atreve. Le exijo que se disculpe ahora mismo o... -


Aaró n dio un paso hacia ella y la sujetó por los brazos para
pegar su nariz a la suya.

-¿O qué? Sé que sois una de las cabecillas rebeldes. Voy a


acabar con todos vosotros, sois un peligro para el Imperio de la
Galaxia. - Elish no se asustó y sonrió descaradamente.

-Soy una embajadora del gobierno democrá tico de la


Unió n, y va a soltarme ahora mismo o pediré su cabeza en una
bandeja de plata al Senado. - Aaró n la apretó con má s fuerza.

-Desde el calabozo donde la voy a meter, puede pedir lo


que quiera.

-No puede hacer eso. No tiene ninguna prueba para


encarcelarme, esto es un asalto a los derechos civiles.
-Pero la conseguiré.

-No puede conseguir algo que no existe. Suélteme ahora y


quizá s no lo denuncie a los Tribunales.

-No me dan ningú n miedo sus amenazas. Tengo


autorizació n del Emperador para encarcelar a cualquier
sospechoso de traició n sin previo aviso a la Unió n, aplicando la
ley antiterrorista.

-Ley que ha promulgado sin la aprobació n de la Unió n.


Puede que su querido Emperador se salte las leyes del Senado
como le venga en gana, pero le recuerdo que ademá s de
embajadora soy la Princesa Galiana. ¿También va a ignorar eso? 
- Aaró n apretó las mandíbulas.

-No olvido quien es. Precisamente su padre fue el primer


rebelde en caer, si no recuerdo mal. - Elish le pisó y luego, le
golpeó la entrepierna. - Hable de mi padre con má s respeto,
imbécil.

Aaró n la miró desde el suelo, flexionado aú n por el dolor


de sus partes má s delicadas.

-Le juro que...

En ese momento una explosió n hizo vibrar la nave, algunos


soldados perdieron el equilibrio.
-¡Nos atacan tropas rebeldes, señ or! – gritó un soldado que
venía corriendo por el pasillo central. Aaró n cogió a Elish por el
brazo.

-¡Todos a sus puestos! Yo me ocupo de la prisionera.

-¡Embajadora! - chilló Elish.

-¡Prisionera rebelde! - insistió él.

Ella luchó por soltarse, Aaró n la cogió por cintura y la


cargó sobre su hombro, sin que ella dejara de golpearle.

-¡Suélteme, imbécil! Voy a redactar un informe sobre su


penoso comportamiento tan largo que el Senado va a necesitar
semanas para leerlo.

-Primero tendrá que salir de mi prisió n, “princesa”. –


agregó con ironía.

Ella pataleó y le golpeó sin resultados ningunos, a pesar de


que él avanzaba tambaleá ndose a causa de las explosiones, era
mucho má s fuerte que ella.

-Señ or, han dañ ado los reactores. Tenemos que evacuar la
nave. – le avisó un soldado con el que se encontraron en los
pasillos.

Aaró n se llevó a Elish hacia una de las Cá psulas de


Salvamento, accionó el interruptor de lanzamiento y salieron
despedidos de la nave. Pero los disparos de las naves rebeldes
les alcanzaron, y cambiaron el rumbo de la pequeñ a cá psula,
ademá s de dañ ar los propulsores de aterrizaje. Por suerte,
estaban cerca de un planeta que les atrajo con su campo
gravitatorio y cayeron en un bosque. Gracias a que se golpearon
con varios á rboles que fueron frenando la caída, no murieron.
La pequeñ a nave fue dando tumbos y girando sobre si misma
hasta que llegó al suelo. Aaró n protegió con su cuerpo a Elish de
los golpes contra el fuselaje, quedando gravemente herido.
Cuando al fin la cá psula dejó de dar golpes y se detuvo, Elish
salió ilesa de entre los brazos de Aaró n. Las llamas prendieron
parte del interior, y tenía toda la pinta de ir a explotar. Aaró n no
podía moverse y parecía que en cualquier momento, iba a
perder el conocimiento. Elish le sujetó como pudo y tiró de él,
salieron justo unos segundos antes de que explotara la cá psula.
Se quedaron tumbados sobre la hierba, recuperando el aliento.

-¿Capitá n? - Elish le llamó pero no contestó , se arrodilló a


su lado y le dio palmadas en las mejillas. - ¡Capitá n! Vamos, abra
los ojos. Ni se le ocurra dejarme aquí sola en mitad de la nada. -
él abrió los ojos por fin.

-¡Deje de golpearme de una vez! – dijo molesto y


sujetá ndole la mano por la muñ eca.

-¿Có mo se encuentra? ¿Dó nde le duele?

-Donde no me duele, sería má s exacto.


-Está sangrando mucho. Voy a ver si encuentro el botiquín
de la cá psula. No se mueva de aquí.

-Como si pudiera hacerlo.

Elish volvió con el botiquín, algo chamuscado pero entero.


Aaró n tenía los ojos cerrados y volvió a abofetearlo en la cara.

-Deje de golpearme de una vez - dijo irritado. Elish le


revisó las heridas y empezó por las má s graves.

-Ni se le ocurra acercase a mí con ese lá ser en la mano. – la


sujetó de nuevo por la muñ eca.

-¡Vamos, no sea quejica! Tengo que cerrarle las heridas o


se va a desangrar. – se soltó de su agarre.

-No soy una de sus muñ ecas, a las que seguramente habrá
mutilado con un lá ser parecido, jugando a ser médico.

-Soy doctora en medicina, se perfectamente lo que hago.

-¿Y dó nde le dieron el título? ¿En una escuela de


princesitas?

-Fui médico de campañ a durante las guerras de.... No tengo


porque darle explicaciones, ¿sabe? Y ahora va a quedarse
calladito, antes de que mis ganas de matarlo sean má s fuertes
que mis deseos de curarle.

-¡Ay! – chilló .
-Estese quieto de una vez o tendré que atarle.

-Eso ha dolido.

-Y má s que le va a doler si no se está quieto. No había


anestesia en el botiquín, así que tendrá que portarse como un
hombre y no como un crío.

-Pues casi que prefiero que me deje morir en paz, a que me


acribille con ese lá ser.

-¿Igual que me dejó morir usted?

-No sé de qué me habla. – le apartaba la mano y ella le


apartaba las suyas a él, con pequeñ os golpecitos para no hacerle
dañ o.

-Si no me hubiese protegido con su cuerpo, no estaría en


un estado tan lamentable.

-Yo no hice tal cosa. Fue un accidente, me caí sobre usted.

-Claro, y yo soy un conejo de tres cabezas.

-Tendiendo una ya es usted bastante desagradable, no le


hacen falta má s. ¡Ay! Eso ha sido adrede. – volvió a quejarse.

-Es usted el peor paciente que he tenido nunca. Estoy por


golpearle en la cabeza y dejarle sin sentido.

-Eso, aprovéchese de un hombre moribundo.  -Elish se rio


y Aaró n sonrió .
Era la primera vez que le veía sonreír, y eso en vez de
gustarle, la incomodó , porque con ese gesto parecía casi
humano, incluso resultaba aú n má s atractivo. Una vez que acabó
con las curas y le ajustó las vendas, le dijo que no se moviera, le
puso su chaqueta de almohada y le tapó con una manta térmica
del botiquín.

-Voy a buscar algo de comer y agua. – dijo Elish poniéndose


en pie.

Estaban en medio de un frondoso bosque, rodeados de


unos enormes á rboles de forma conoidal, y sobre un suelo
plagado de plantas de grandes hojas y flores azules que
desprendían un empalagoso aroma a dulce néctar. El ruido de
los pá jaros y animales salvajes, armonizaban con el extrañ o
paisaje. Les envolvía una leve niebla rosada que se enredaba
entre la vegetació n, dando pinceladas de rocío a todas las
superficies.

Aaró n la sujetó por el tobillo, algo inquieto. Estaba


acostumbrado a tenerlo todo bajo control, no sabía dó nde
estaban ni que peligros les acechaban. Quería ponerse de pie y
explorar pero no podía ni levantar la cabeza.

-Puede ser peligroso. Vendrá n a buscarnos, no hace falta


que vaya.
-No sabemos cuá ndo será eso, y usted necesita hidratarse y
recuperar fuerzas. – se soltó de su débil agarre.

-No se vaya, só lo necesito dormir un poco. – intentó


agarrarla de nuevo sin conseguirlo.

-¿Está intentando protegerme?

-Por supuesto que no. Só lo intento evitar que se fugue mi


prisionera. - Elish se rio.

-No se preocupe por mí, se cuidarme sola y no voy a


abandonarle. Volveré enseguida.

-¿Y có mo va a saber una princesita mimada distinguir lo


que es comida? No creo que en el bosque vaya a encontrar
platos preparados entre las hojas.

-Traeré lo que encuentre, se lo daré a probar a usted


primero, y si no se muere es que es comestible.

-¡Ja, Ja, me parto de la risa! Llévese mi arma.

-Prefiero no tocarla, podría tener la tentació n de dispararle


y librar al mundo de su incó moda presencia.

-Entonces, iré con usted. -Intentó levantarse de nuevo, y se


mareó .

-No sea idiota, va a conseguir que le vuelvan a sangrar las


heridas. - Le ayudó a tumbarse de nuevo.
Elish no era una princesa mimada, era una joven
comprometida y responsable. Se había dedicado a prepararse a
conciencia para ser una buena líder para su planeta y para la
Galaxia en general. Era muy buena estudiante y se interesaba
por muchos campos, aunque la medicina era lo que má s le
gustaba, pero sabía que no era una profesió n para una reina, así
que estudió también derecho, historia, sociología, astrología, y
algo de botá nica y biología, aunque muy superficialmente, solo
había conseguido acabar la carrera de medicina. Por supuesto,
también había sido formada en protocolo, sabía varios idiomas y
le habían enseñ ado esgrima y tiro al arco, aunque esto ú ltimo no
le gustaba demasiado. Conocía todos los planetas de su sistema,
sus habitantes, sus costumbres y algo de su flora y fauna. Así
que no tuvo problemas a la hora de distinguir los frutos y bayas
comestibles de aquel bosque, estaba deseando probarlos porque
había leído que aquel tipo de vegetació n, gracias al clima cá lido
y la humedad, daba unas frutas dulces y jugosas. Recogió agua
con un bote del botiquín, del rocío de las grandes hojas.

Regresó a la media hora, sorprendiendo al herido, con


suficiente comida y agua. Se sentó a su lado y fue cortando en
dados la fruta con un cuchillo que había cogido de Aaró n.
Mientras le daba los trocitos le tomaba el pelo sobre su
toxicidad, diciéndole que le iban a salir granos del tamañ o de un
huevo y de diferentes colores, pero le pareció cruel y al final,
antes de darle a él tomaba un trozo para tranquilizarle. Estaba
grave y había perdido bastante sangre, así que nada má s comer
se quedó dormido. Elish le vigiló toda la noche, tumbá ndose a su
lado, y comprobando su pulso y temperatura cada cierto tiempo.
Cuando Aaró n se despertó ya le había preparado el desayuno,
verlo así tan débil la hizo bajar la guardia y empezó a
considerarle como a un paciente, dejando a un lado sus
perjuicios.

-¿Có mo llegó a ser el hombre de confianza del Emperador?


– le preguntó mientras le ofrecía trozos de fruta.

-¿Y usted una líder de la rebelió n?

-Soy embajadora. Ademá s, yo pregunté primero.

-El Emperador me recogió cuando era un niñ o y me educó


como si fuera su hijo.

-Pues aunque no sea su hijo, se parecen como dos gotas de


agua. Bueno el Emperador no anda tan tieso como usted, con el
tiempo se le ha debido doblar el palo que… Perdó n, voy a obviar
mi propio comentario. Es el uniforme, todas las tropas del
imperio parecen clones. ¿Los eligen así antes de reclutarlos? De
la misma estatura y con cara de… perdó n, voy a morderme la
lengua de nuevo.

-No hace falta que se reprima, no me ofendo fá cilmente.


-Es un alivio, porque encuentro gratificante insultarle y
encontrarle defectos.

-¿Solo a mi o es así con todo el mundo?

-No, creo que es algo personal. Me irrita usted de una


forma incomprensible. Creo que desde que éramos niñ os. –
Aaró n rompió a reír.

-¿Todavía no me has perdonado lo de aquellos gusanos? –


se secaba las lá grimas mientras hablaba, y se encogía de dolor
por las heridas.

-Mejor no lo menciones, aú n tengo pesadillas.

Estuvieron hablando y riendo, tirá ndose pullas e


insultá ndose. Los dos cambiaron la opinió n que tenían de ellos,
pero ninguno lo quiso confesar.  Cuando le tocó cambiarle los
vendajes, Aaró n aprovechó la cercanía  para olerla, tenía un
agradable aroma a vainilla y flores. Siempre le había fascinado
la princesa, desde que su padre le llevó a su palacio y ella
intentó por todos los medios hacerle reír, pero no se atrevía a
hacerlo porque sabía que el Emperador no permitía ninguna
debilidad y le tenía mucho miedo. Estaba siempre deseando
acompañ ar a su padre adoptivo para verla de nuevo, no tenía
amigos y ella era lo má s parecido a un amigo que había tenido
nunca. Pero su padre adoptivo no permitía debilidades y le
enseñ ó a odiar a todo el mundo, pero era algo superficial porque
en realidad él no era como su padre. Ella giró la cabeza y se
quedaron un rato callados, mirá ndose a los ojos.

-No hace falta que se acerque tanto. - susurró Elish.

-No hace falta que me toque de ese modo. No está bien


aprovecharse de un hombre herido. - Elish se rio.

-Antes seduciría a un apestoso drako que intentar algo


contigo. - ahora rio él.

-Vamos, no disimules. Sé que soy irresistible. – le guiñ ó un


ojo.

-Arrogante y engreído sí, un estirado también, pero


¿Irresistible? ¿En qué planeta? – ya se estaban tuteando sin
darse cuenta, sintiéndose má s cercanos.

-En toda la galaxia. - Elish volvió a reír.

-Lo que si tienes es el ego del tamañ o de la Galaxia. Pó rtate


bien o vas a tener que curarse tú solito. No tenemos antibió ticos,
puede que te dé algo de fiebre, tienes que beber para no
deshidratarse.

-Sobreviviré, no te preocupes. Nunca dejo las cosas a


medio hacer, y todavía tengo que llevarte a prisió n.

-No sé có mo no te dejo aquí tirado y moribundo.

-Porque admítalo, sin mí tu vida sería muy aburrida.


-Eso seguro, pero mucho má s agradable.

Aquella noche empezó a subirle la fiebre, como ella había


temido, y empezó a temblar y delirar.

-Tengo frío. – le dijo encogiéndose y abrazá ndose a si


mismo.

-No tenemos má s mantas.

-¿Podrías abrazarme? – dijo mirá ndola con ojos vidriosos.

-Claro, y la luna podría salir de día.

-Vamos cariñ o, no seas dura conmigo. – Elish se ablandó y


al final le abrazó , él se acurrucó en sus brazos. - Es un planeta
agradable, podríamos quedarnos aquí a vivir.

-Porque no, y también podríamos construir una cabañ a


juntos.

-¿Te casará s conmigo, princesita? - Elish se rio.

-Por supuesto, y también tendremos un montó n de niñ os- 


dijo sarcá sticamente.

-Eso me haría muy feliz. Me gustaría que nuestros hijos se


parecieran a ti, eres tan bonita. - Elish se estaba divirtiendo de
lo lindo.
-La fiebre te está subiendo mucho. – dijo preocupada. Le
tocó la frente y estaba ardiendo. É l la miró con cara de bobo y
los ojos vidriosos.

-¡Seremos muy felices! ¡Cielos, que bonita eres! Soy un


hombre con suerte.

Aaró n la apartó el pelo de la cara y le acarició la mejilla con


una dulzura y delicadeza que la sorprendió , cuando se acercó a
sus labios Elish no se apartó y dejó que la besara. Fue
demasiado agradable para ser enemigos. Aaró n se volvió a
acurrucar en sus brazos y se quedó dormido. Aquello se estaba
volviendo má s raro por momentos. Elish también se quedó
dormida. Se despertó con ruido de voces y un lametazo en la
cara, de un perro de rescate.

-¡Por aquí!-  oyó que gritaban.

Se puso en pie, acariciando al perro que movía la cola


alegremente. Unos soldados aparecieron entre los á rboles.
Suspiró aliviada al reconocer los uniformes. Estaban en Arthin,
gobernado por la reina Ardorin, amiga de su familia. La reina
había mandado una expedició n al ver caer la cá psula sobre el
bosque, para buscar supervivientes. Improvisaron una camilla
para Aaró n y los llevaron hasta Palacio.

La reina les saludó emocionada cuando reconoció a su


amiga. Elish no le dijo a la reina que Aaró n la llevaba prisionera,
só lo le contó que habían tenido un accidente. Les atendieron
como era debido, como invitados de la reina, y les
proporcionaron todo los cuidados necesarios. Ardorin le prestó
a Elish vestidos de su propio ropero.

-Quédatelos querida, he mandado hacer un ropero nuevo


para esta temporada.

-Gracias Ardorin, pero no necesito tanta ropa.

-Claro que sí, una mujer no puede vivir sin suficientes


vestidos de sobra. ¿Cuá ndo vas a dejar de vagar de un lado para
otro y sentar la cabeza? Ese capitá n es muy apuesto, deberías
casarte con él. Estoy segura que no tendrías noches aburridas a
su lado, parece un buen....

-¡Para ya! Eres terrible. – la reina se rio.

- Si tú no lo quieres, podría quedá rmelo yo. – dijo la reina,


sentada en el borde de la cama mientras veía como le quedaban
los vestidos a su amiga.

-¡No es un juguete! – se giró para ganar su aprobació n y la


reina sonrió con un gesto afirmativo, por la elecció n del vestido.

-En mis manos lo sería, no te quepa ninguna duda. - le


guiñ ó un ojo y Elish se rio.

-Voy a ver como está , ese médico tuyo no parece muy


competente.
-Es muy competente, querida. Pero no precisamente con el
bisturí, aunque sabe utilizar muy bien sus manos, era el má s
atractivo de su promoció n. ¿No te parece guapo?

-¡Irresistible! - rieron las dos juntas.

Aaró n estaba tumbado en la cama, leyendo un libro. Elish


pidió permiso para entrar y él se sentó al borde de la cama, con
dificultad pero disimulando el dolor que sentía, como si sentirlo
le hiciera menos varonil a ojos de su enemiga. Le revisó los
vendajes con mucho cuidado, porque como se había negado a
tomar analgésicos ella sabía que tenía que dolerle de lo lindo, y
le cambió los que estaban manchados. Había aceptado los
antibió ticos y ya no tenía fiebre, se encontraba un poco mejor y
con má s fuerzas. Para acelerar la curació n, Elish había
aprendido a dar masajes para activar la circulació n de los vasos
linfá ticos, se colocó detrá s de él y le masajeó el pecho y la
espalda hacia arriba y en direcció n al brazo, que era donde tenía
la herida que estaba má s grave.

-Te está s aprovechando. - dijo él.

-Tranquilo, tu honor está a salvo. Antes intentaría ligar con


un buku verrugoso  que contigo. – se defendió ella, algo
divertida.

-Ya, por eso me besaste cuando estaba inconsciente.


-¿Besarte yo? Venga ya, no podría aguantar las ná useas si
lo hiciera.

-Abusaste de mí. – insistió él, tomá ndola el pelo.

-¡Será s imbécil! Tú me besaste, y no só lo eso, ademá s me


pediste que me casara contigo.

-¡Venga ya! Antes me casaría con una meoloch peluda con


aliento de yack. – dijo poniendo los ojos en blanco.

-¡Imbécil!

-¡Niñ a mimada! ¡Ay! – gritó cuando ella le dobló el brazo.

-¡Quejica!

-¡Matasanos!

Aaró n se estaba divirtiendo como nunca en su vida, junto


al Emperador todo eran obligaciones y conspiraciones, la
disciplina militar llevada a su má xima expresió n. Le decía que
un buen líder no podía mostrar debilidad ninguna, y la risa era
una debilidad imperdonable. Se resistía a reconocer que ella
estaba muy guapa cuando sonreía, pero le gustaba verla reír,
oírla reír.

-No le he dicho a su Majestad que soy tu prisionera. – dijo


cortando los insultos.
-¿Por qué? ¿Tenías miedo que te encerrara en una
mazmorra?

-Má s bien para salvar tu estirado culo. La reina es amiga de


mi familia, somos como hermanas. Si se entera de tus
intenciones, tu menor preocupació n sería acabar en una
“mazmorra" porque seguramente mandaría arrojarte al espacio
o acabarías siendo comida para tiburones. Así que ten cuidado
con lo que dices.

-Nunca se atrevería a contrariar al Emperador.

-Al Emperador y al mismo Dios, si hiciera falta. En mi


familia nos tomamos muy en serio la amistad. Así que
compó rtate como un invitado educado y ya resolveremos
nuestras diferencias cuando nos vayamos. No quiero
preocuparla ni ocasionarla problemas.

-Por mí no hay ningú n problema. He sido educado para


gobernar, se comportarme, no tienes que preocuparte.

-Y con ésta, ya son dos veces las que salvo tu apestoso


trasero.

-¿Tú a mí? No necesito que ninguna rebelde me salve, se


cuidarme muy bien yo solito. Lo ú nico que has hecho ha sido
causarme problemas, uno tras otro. ¿O tengo que recordarte que
fueron tus amiguitos los que volaron mi nave y dispararon
contra la cá psula en la que íbamos?
-¿Cuantas naves y ciudades ha destruido el Emperador?

-¿Así que admites que eres una traidora al Imperio? 

-No pongas palabras en mi boca que yo no...

-¿Interrumpo? - dijo la reina golpeando la puerta con


suavidad- ¿Pelea de enamorados? – preguntó divertida.

-¡No estamos enamorados! - dijeron los dos a la vez. La


reina sonrió maliciosamente.

-He preparado un baile para esta noche. ¿Crees que el


apuesto capitá n podrá asistir? – dijo mirando a su amiga, que se
había separado de él para no dar pie para má s bromas.

-Pregú ntale a él, ya es mayorcito para tomar sus propias


decisiones. Si me disculpá is. - Elish salió de la habitació n
dejá ndolos solos.

-¿Podré contar con vuestra agradable compañ ía? – le


preguntó la reina con coquetería.

-Por supuesto, Majestad. Será un honor. – dijo poniéndose


en pie y haciendo una reverencia.

El Palacio de la reina Ardorin parecía sacado de un cuento


de hadas, con grandes estancias de techos increíblemente altos
y decorados con colores de tonos pastel, difuminados como si
fueran reflejos nacarados. Los ventanales eran enormes dejando
entrar mucha luz, parecía imposible encontrar una sola sombra
con tanta claridad, las vidrieras y las obras de arte eran alegres
con motivos florares en su mayoría. También había flores
naturales por todas partes, pero no en jarrones sino en macetas
para que duraran má s, la reina odiaba cortar flores y verlas
apagarse rá pidamente. Aaró n no había visto nunca un edifico
tan impresionante y bello como aquel. Pero no podía
compararse con la belleza que bajaba las escaleras, hacia el
saló n de baile.

El traje de Elish era en verdad, digno de una princesa,


aunque Aaró n estaba seguro que no sería igual de majestuoso
en otra persona, estaba espectacular. La reina sonrió
pícaramente al verle enmudecer cuando Elish entró en el saló n.
El capitá n no podía entender como la odiaba en el mismo grado
que la admiraba. A Elish le pasaba igual, quería odiarle pero no
podía evitar encontrarse atraída por él al mismo tiempo.
Molesta por sus propios pensamientos, intentó ignorarle y se
dedicó a conversar con los demá s invitados. No faltaba nunca un
varó n que no mariposeara a su alrededor, y eso incomodaba al
capitá n sin poder evitarlo. La reina se estaba divirtiendo de lo
lindo al ver los intentos infructuosos de los dos por ignorarse.

-¿Sabéis que la princesa aú n no se ha comprometido? – le


contó sujetá ndose a su brazo.

-No es de mi incumbencia. – Aaró n alzó la vista por encima


de ella.
-Y no es por falta de pretendientes. La oficina de protocolo
de su reino recibe cartas solicitando un compromiso con la
princesa a diario. Pero ella aú n no le ha entregado su corazó n a
nadie. ¿No os parece que el hombre que al final elija será muy
afortunado?

-Posiblemente. - dijo bebiéndose la copa de un trago.


Aquella conversació n le estaba incomodando.

-¿Y vos? ¿Está is comprometidos?

-Con el Imperio, majestad.

-¡Oh, que desperdicio! Un hombre tan apuesto como vos.

En ese momento, el Conde Urdo le pasaba la mano por la


cintura a Elish, susurrá ndola algo al oído. Aaró n dejó la copa en
un arrebato, sobre la bandeja del camarero, y fue hacia ellos.
Ardorin sonrío satisfecha. El Conde y él eran adversarios desde
hacía mucho tiempo, ninguno de los dos se soportaba. Cogió a
Elish de la mano y sin decir una palabra la empujó hacia la pista
de baile.

-No hace falta que me aprietas tanto. Y quita esa mano de


mi trastero. –Elish presionó sobre su pecho para separarse de él.

-No te estoy tocando el culo, engreída.

-¿Porque bailas conmigo? – preguntó intrigada por aquel


arrebato.
-Para fastidiar al Conde Urdo, no le soporto, es un imbécil
petulante. Eso compensa de sobra, las arcadas que me dan por
tenerte tan cerca.

-Pues yo no sé si podré reprimir las ganas de vomitar que


siento cuando te tengo a mi lado. ¿Será por tu perfume o por lo
infinitamente desagradable que eres? ¿Tú que crees?

-Puedes besarme para que se te pase. – le ofreció ,


apretá ndola má s contra su cuerpo para molestarla.

-Si hiciera eso echaría hasta la primera papilla que tome


cuando era un bebé. – luchó por separarse un poco.

-¿Prefieres besar a ese baboso del Conde?

-Creo que cualquier opció n sería mejor que la de vuestros


labios, incluso los de una salamandra venenosa.

-Pues no os parecieron tan indeseables cuando me


besasteis en el bosque...

-¡Tú me besaste, no yo! Y todavía no me he recuperado de


esa experiencia tan desagradable, aú n tengo pesadillas.

-Pues no es como yo lo recuerdo. Oí tus pequeñ os gemidos


de placer cuando pegabas tu cuerpo al mío.

-Claro, porque sois terriblemente irresistible. – dijo con


sarcasmo.
-Por eso, y porque te vuelvo loca.

-En eso estamos de acuerdo. Tu compañ ía me lleva a la


locura, pero de la que necesita camisa de fuerzas y un recinto
acolchado.

-Perdó n, ¿Puedo bailar con la princesa? - pidió un joven


aristó crata, tocá ndole el hombro al capitá n.

-¡No! - dijo él, con un tono claramente cortante, alejá ndose


del estupefacto joven.

-¿Supongo que mi opinió n no cuenta? – se quejó Elish.

-Te hago un favor, ese niñ o aú n necesita pañ ales.

-En cambio, tú eres todo un hombre.

-Y mucho mejor bailarín. – la hizo girar varias veces


mientras reía.

-Y modesto.

-También.

-Si sigues apretá ndome así, van a pensar que somos


siameses.

-El Conde está rojo de la ira. Déjame disfrutar un poco má s.

-¿Que tienes contra el pobre Conde? Es un hombre


inofensivo.
-Es una vieja historia que no me apetece contar.

-Si no apartas tu mano de mi trasero ahora mismo, te voy


a... -él se rio.

-No será peor que lo que quieren hacerme tus


admiradores. Está n asesiná ndome con la mirada. Si te beso creo
que me lincharían.

-Ni se te ocurra, o seré yo la que te mate. - volvió a reír.

-Primero tendrías que recuperarte, mis besos son...

-¡No quiero oírlo! ¿Así torturas a tus prisioneros? Porque


prefiero que me ejecutes directamente.

-Sí, primero bailo con ellos y luego, los beso hasta dejarlos
sin sentido. -Elish se rio. Aaró n se puso serio y tenso al recordar
algo, ella se apartó un poco para mirarlo.

-He llamado a mis hombres, vendrá n a buscarnos mañ ana.


Iremos a la capital de la Unió n y te entregaré a los tribunales. –
dijo con voz neutral y dejando de sonreír.

-¿Ya no vas a ocuparte personalmente de torturarme?

-¿Decepcionada? Tendrá s un juicio justo.

-¿Y no iba a tenerlo antes? - él apretó las mandíbulas y


miró hacia arriba. – ¡Capitá n! Os he hecho una pregunta.

-El Emperador quiere acabar con la rebelió n.


-Saltá ndose todas las leyes que le vengan en gana, ¿no?

-Yo no he dicho eso.

-No hace falta, se leer entre líneas. No quiero bailar má s.


¿Podéis soltarme? Por favor.

-Yo...

Elish se fue del baile, disculpá ndose antes con la reina. A la


mañ ana siguiente los soldados imperiales estaban allí, para
escoltarlos. Ardorin obligó a Elish a llevarse todos los vestidos y
le hizo prometerla que no dejaría escapara a aquel bombó n.

Elish no habló en todo el viaje, Aaró n no la esposó e intentó


no molestarla, la dejó aislada en un camarote. Estaba muy
incó modo, y por primera vez en su vida tuvo dudas sobre
cumplir sus ó rdenes. Elish no merecía ser encarcelada ni
ejecutada. Se aseguraría de dejarla en el Tribunal de la Unió n y
no en los calabozos de Emperador. Así tendría una oportunidad
de salvarse, aunque no estaba tan seguro de lo que le iba a pasar
a él.

Los rebeldes estaban má s activos que nunca e intentaban


interceptar todas las naves del Imperio. Les volvieron a
sorprender sin escolta armada y causaron dañ os graves en la
nave del capitá n. Sin saber que la princesa Elish se encontraba a
bordo. Aaró n cogió a Elish de nuevo, y volvieron a escapar en
una Cá psula de Salvamento.
-Esto se está convirtiendo en una costumbre. – dijo Elish
acomodá ndose en la diminuta nave.

-Estoy empezando a pensar que eres tan insoportable, que


hasta tu propia gente quiere acabar contigo. – Aaró n revisaba el
radar para encontrar el punto má s cercano para aterrizar.

-No, es por tu encanto irresistible. Todos quieren formar


parte de tu vida. – le guiñ ó un ojo. -¿Dó nde vamos?

-Ni idea, le radar detecta un planeta, pero no aparece en


mis mapas.

Esta vez, cayeron en un pequeñ o planeta del que no sabían


el nombre ni quienes eran sus habitantes. Aunque tuvieron má s
suerte que la anterior, y aterrizaron adecuadamente, no se hirió
nadie. Aaró n cogió las armas y las provisiones, y Elish el
botiquín de primeros auxilios, y se pusieron a andar, buscando
una població n desde la que pedir ayuda. Ninguno de los dos
habló , caminaron en silencio.

Todo era pequeñ o en aquel planeta diminuto, los á rboles


parecían matorrales y las plantas del suelo no superaban la
altura de sus tobillos. Pero era muy bonito, con una temperatura
agradable y una aroma relajante. Pequeñ os arroyos recorrían
todo el terreno dibujando el suelo con líneas sinuosas y curvas.
Tampoco parecía que hubiese animales muy grandes, pequeñ as
mariposas multicolores y diminutos colibrís de plumas
iridiscentes sobrevolaban a su alrededor sin ningú n miedo.
Elish estaba encantada y Aaró n preocupado por si no
encontraban ninguna ciudad. Todo había sido tan rá pido que no
le había dado tiempo a coger su intercomunicador, no sabía
có mo iba a avisar para que vinieran a rescatarlos. El día se
acabó y en el horizonte no se distinguía ninguna construcció n,
seguían rodeados de naturaleza por todos lados. Por lo menos
esta vez se habían salvado los sacos de dormir. Después de
compartir unas barritas energéticas pararon para dormir.

Al amanecer se despertaron rodeados de unos diminutos


nativos, vestidos con pieles y decorados con plumas de colores.
Era difícil sentirse amenazados, pues sus rostros eran
sonrientes y amables, tenían caras aniñ adas y orejas
puntiagudas, el color de su piel era azulado y su pelo de varios
colores, sobre todo rojo. Les hablaron con voces musicales pero
ninguno de los dos entendía su idioma. Ellos no dejaban de
sonreír, y les pedían con gestos que se levantará n y les
siguieran. Entre risas y canciones les llevaron hasta su aldea,
formada por casas circulares hechas de barro y paja, también
decoradas con colores vivos y alegres. Los nativos que estaban
allí salieron de las cabañ as y dejaron lo que estaban haciendo
para conocer a los extranjeros. Todos eran igualmente
sonrientes y amables. Les ofrecieron comida y bebida, con
aspecto de golosinas, mientras hablaban y reían sin parar, los
niñ os no se estaban quietos, correteando por todas partes. Elish
no había conocido nunca una població n tan alegre y
despreocupada. Les prepararon una cabañ a para los dos,
pensando que eran pareja, y para esa misma noche prepararon
una fiesta en su honor. Los dos se relajaron y se contagiaron de
su felicidad, bailando y compartiendo su alegría. A la hora de ir a
dormir intentaron explicar que no eran pareja pero les
ignoraron. La cabañ a era muy pequeñ a para ellos, tendrían que
dormir juntos, si o sí. Elish se tumbó alejá ndose todo lo que
pudo de él.

-Ni me roces. - le dijo señ alando el espacio que había entre


los dos.

-No eres tan irresistible, tranquila. – se dio la vuelta


dá ndole la espalda.

Pero fue ella la que cruzó la frontera, en cuanto se quedó


dormida empezó a dar vueltas hasta que quedó abrazada a él.
Lejos de molestarse, sonrió satisfecho y acopló su cuerpo a las
curvas de ella. Cuando Elish se despertó , se separó de él de un
salto y salió de la cabañ a sin hacer ruido, rezando porque él no
se hubiese dado cuenta. Los nativos los llevaban de un lado a
otro invitá ndolos a cooperar en todas las tareas.

Era fá cil olvidarse de todos los problemas rodeados de


aquellas alegres gentes, su felicidad era contagiosa. Elish y
Aaró n se olvidaron que eran enemigos y bajaron sus defensas,
hasta tal punto que aprendieron a jugar juntos. Los nativos iban
al río a nadar, como siempre entre risas y juegos. La primera en
romper el hielo fue Elish que en un descuido empujó a Aaró n al
agua. Sacó la cabeza sacudiéndose el agua del pelo y mirá ndola
sorprendido.

-Eso ha sido una declaració n de guerra. – aseguró él.

Salió del agua de un salto y corrió tras ella, riéndose como


niñ os. La agarró y la lanzó al agua, después se tiró él y la
persiguió para hacerla aguadillas. Aaró n también jugó con los
niñ os, nadando con ellos a la espalda y lanzá ndolos por el aire.
Elish lo contemplaba desde la orilla secá ndose al sol, parecía
imposible que fuera el mismo hombre que la había arrestado sin
pruebas dispuesto a ejecutarla sin un juicio. Ella era culpable de
rebelió n pero no una asesina. El Emperador se había vuelto un
tirano y estaba acabando con la democracia de la Unió n. Ella
só lo quería defender la justicia y la libertad frente a las
injusticias y asesinatos del Emperador. A Aaró n su padre
adoptivo le habían hecho creer que la Unió n estaba corrupta y
que la solució n estaba en un gobierno autoritario y severo
dirigido por el mismo, un ejemplo de honorabilidad y honradez.

Cada noche, Elish ponía distancia entre los dos pero en


cuanto se dormía acaba abrazada a él. Al despertar se separaba
con cuidado de no despertarle para no escuchar sus bromas. É l
estaba despierto y disfrutaba con su incomodidad, pero no decía
nada. Hasta que una mañ ana ella despertó y no se separó de él,
sino que se quedó mirá ndole. Al abrir los ojos Aaró n, le sonrió
pero no se apartó , él le retiró el flequillo hacia un lado y
continuó con la caricia por su mejilla, y ella siguió sin apartarse.
Se volvió má s atrevido y colocó la otra mano sobre su muslo, y
fue subiendo lentamente hasta su cintura, mientras inclinaba su
cuerpo y se colocaba con cuidado encima de ella.

-¿Si te beso vomitará s? – la preguntó en voz muy baja.

-Seguramente. ¿Tú tendrá s arcadas?

-Un montó n.

Pero cuando estaba a punto de besarla entraron en la


tienda gritando y les interrumpieron. Los estaban atacaban las
tropas del Imperio.

Los soldados no tuvieron piedad y asesinaron a aquellas


gentes pacíficas. Aaró n chillaba pidiendo que se detuvieran pero
no le hacían caso, aun no le habían reconocido porque iba
vestido como los aldeanos. Elish no era muy buena luchando,
pero desarmó y golpeó a varios soldados, hasta que uno de ellos
la dio con la culata de su pistola y la dejaron inconsciente. Al fin,
Aaró n consiguió que le reconocieran y le obedecieran, parando
aquel absurdo ataque. Localizó a Elish, pero los soldados la
tenían ya esposada y él no pudo hacer nada sin comprometer su
integridad como capitá n del Imperio. Ella había recuperado la
consciencia y estaba muy furiosa, no podía dejar de llorar.

-¡No me toques! - le gritó a Aaró n cuando se le acercó . Ella


no quería mirarle.

-¡No he sido yo Elish, no he sido yo! – no paraba de


disculparse pero ella no quería oírle.

Se dejó conducir por los soldados hasta la nave que les


llevaría hasta la fortaleza del Emperador.

Cuando llegaron, llevaron a Elish directamente hasta los


calabozos y Aaró n fue a pedirle explicaciones al Emperador. Su
razonamiento era que todo aquel que no estaba con él, estaba
contra él y debía morir. Le rompió el corazó n darse cuenta que
su padre adoptivo era un monstruo, pero no dijo nada. Só lo le
hubiese servido para acabar muerto o encerrado, y antes de
nada quería poner a Elish a salvo. Se puso de nuevo su uniforme
y se comportó como siempre, para que nadie desconfiara. Fue
hacia las celdas donde tenían retenida a la princesa. Saludó a los
soldados que custodiaban la puerta y entraron con él.

-¿Que ha descubierto la prisionera? ¿Sabía que tenemos


tropas de asalto ocultas en la Luna de Absaló n? – el soldado le
miró sorprendido porque revelara secretos tan comprometidos
delante de ella.

-No señ or. - dudó el soldado, sin saber que pensar.


-¿Y que usamos los có digos de comunicació n de la Unió n? –
los soldados se miraron sin saber que pensar.

-No señ or, pero ahora ya lo sabe. – dijo el otro


sarcá sticamente.

-No importa, va a morir pronto. - dijo con media sonrisa, y


ellos se rieron.

Se acercó a ella y la dejó en la mano, sin que le vieran,  una


tarjeta maestra para los có digos de las puertas.

-¿No vas a decir nada, princesita? – ella estaba muda de


asombro, no sabía que pensar de aquella absurda actuació n. -
¿Está mi nave preparada? – preguntó al soldado de la derecha.

-Sí señ or.

-¿En el hangar B-2 y lista para despegar si tuviera escapar


con prisa? - el soldado le miró extrañ ado. El capitá n estaba muy
raro pero a él no le pagaban por pensar.

-Sí, señ or, está lista para una emergencia.

-Bien.

Elish no podía creer lo que estaba oyendo, pero no iba a


pararse a analizarlo, cuando la dejaron sola uso la llave que le
había dado Aaró n y fue hacia la nave de hangar B-2, lista para
despegar. Aaró n estaba escondido entre las sombras para
asegurarse que ella no corriese ningú n peligro, y desactivó los
escudos de la pista de despegue.

Elish escapó sin ningú n problema, y para cuando se dieron


cuenta que no estaba en la celda ya era tarde. A pesar de su
extrañ o comportamiento, nadie sospechó de Aaró n, hubiese
sido como si sospecharan del mismo Emperador, su actitud
siempre había sido intachable y era considerado un héroe entre
los suyos.

De vuelta a la normalidad, Aaró n intentaba seguir con su


vida, pero tenía problemas de concentració n y de disciplina.
Empezó a hacer preguntas incomodas y llevarle la contraria a su
padre en todo. El Emperador le mandó a una misió n rutinaria
para mantenerlo lejos del peligro y ocupado, pero sin querer lo
mandó directo a la boca del lobo.

Estaba comprobando una nueva estació n de


comunicaciones cuando las tropas rebeldes lo capturaron. John,
el capitá n de las tropas rebeldes, había perdido a su familia en
los ú ltimos ataques imperiales y estaba fuera de sí. Cuando
reconoció a Aaró n no pudo contenerse y descargó en él toda su
furia. Las tropas rebeldes no maltrataban a sus presos, creían en
la justicia y respetaban las leyes de la Unió n, pero los
compañ eros de John no lograron detenerle, se encerró con el
prisionero. En cuanto Elish llegó a la base corrieron a avisarla.
Ella no sabía que era Aaró n el detenido pero corrió igualmente
para detener a su descontrolado compañ ero.

-¡John, á breme! ¡Basta ya! Nosotros no torturamos a


nuestros prisioneros. - le gritó Elish.

Elish era una de los líderes de la rebelió n má s respetada,


era justa con todos y había logrado grandes avances en la lucha
contra el Imperio. Era la mejor espía que tenían, ella había
acompañ ado a John cuando ocurrió lo de su familia y le había
ayudado a seguir adelante. Si había alguien que podía pararlo
era ella. Al fin le convenció para que parara y la abriera, aunque
tuvo que cogerle de la mano y separarle a la fuerza porque
volvía a dejarse llevar por la desesperació n y la rabia. Se abrazó
a ella y lloró , Elish pidió a sus compañ eros que se lo llevaran de
allí.

-Tranquilo John, ya está .

Uno de los compañ eros se lo llevó hasta enfermería para


que le dieran un tranquilizante. Los otros ayudaron a Elish a
desatar y bajar a Aaró n. Le colocaron sobre una camilla y ella
misma se ocupó de curarle.

-Te ves horrible. - le dijo mientras limpiaba la sangre de su


rostro.

-Me siento mucho peor. Tú , en cambio, está s preciosa.


-No pienso besarte, aunque me halagues. -él sonrió y al
instante, se encogió de dolor. - lo siento mucho, John ha pasado
por un infierno, él no es así. – se disculpó Elish.

-Pues se le daba muy bien para ser la primera vez.

-¿Porque me ayudaste a escapar? – quiso saber ella.

-Yo no hice tal cosa.

-Pues fue tu gemelo, entonces.

-Seguro, mi gemelo malvado, que disfruta arruiná ndome la


vida.

-Pues dale las gracias a tu gemelo cuando le veas.

-Le partiré la cara por imbécil.

-Salvaste muchas vidas con la informació n que me diste.

-No compensa las que perdí.

-Puede que no, pero enterrarte en el pasado no les


devolverá la vida. Tienes ante ti la posibilidad de no volver a
cometer los mismos errores, de actuar correctamente. Tienes el
presente y todo el futuro por delante para salvar tantas vidas
como puedas.

-¿Me perdonará s algú n día? – le sujetó la mano para que


parara y le mirara a los ojos.
-Yo no tengo nada que perdonarte, eres tú quien debe
hacerlo para seguir adelante y darle sentido a tu vida. Nadie es
perfecto, todos tenemos cadá veres que enterrar.

-¿Tú también? – la soltó para que siguiera curá ndole.

-Igual que cualquier otra persona. Estamos en guerra,


pensar que no va a ver bajas, aunque no sea yo la que dispare, es
engañ arme, ser un hipó crita. Nosotros también hemos
provocado bajas, y cada soldado muerto es una persona que ha
dejado familia o amigos llorá ndole. No es justo y nos
consolamos pensando que es necesario, que es por un bien
mayor. Pero cada vida cuenta, cada vida es valiosa.

-¿Crees que podría ayudaros?

-¿Vas a traicionar a tu padre?

-He intentado razonar con él pero ha sido imposible. Me ha


relegado a misiones diplomá ticas como castigo. Si hubiera sido
otro cualquiera me hubiese encarcelado por traidor o me
hubiese matado, pero quería darme otra oportunidad. Quiere
que sea su sucesor cuando él muera. Pero yo no quiero ser como
él, no después de la matanza de los nubuki. – dijo recordando las
caras de los habitantes del planeta diminuto. - Aquello no tuvo
sentido ninguno, hasta ese momento habían sido guerreros
contra guerreros en una lucha limpia, pero... - Elish le puso una
mano en el hombro para que dejara de atormentarse.
-Hablaré con mis hombres. Pero no te prometo que lleguen
a confiar en ti.

-¿Tú confías en mí? – quiso saber.

-Es uno de mis muchos defectos, confiar en la gente.

-Tú no tienes defectos. -Elish sonrió .

-Ya te he dicho que halagarme no te servirá de nada.

-Tú dame tiempo. ¿Te he dicho ya que soy irresistible? -


Elish se rio.

-Aunque ahora que lo pienso, ellos nunca confiarían en mí.


Yo no confiaría en ellos si fuese al contrario, los metería en una
celda de inmediato, sin llegar a escucharles. Seré má s ú til si
continuo donde estoy.

-¿Quieres volver con él?

-Como espía. Puedo pasaros informació n y evitar má s


muertes.

-Pero si te descubre te matará , no creo que tu padre te


perdone una traició n así.

-Merecerá la pena si consigo acabar con toda esta sin


razó n. Mi padre me había convencido que la solució n para todos
los abusos de la Unió n era su gobierno, pero ahora que he visto
lo que está haciendo, sé que es solo sed de poder. No le importa
nadie, solo él mismo. Confío en ti, Elish. Sé que tú si hará s lo
correcto, cuando seas reina y formes parte del gobierno de la
Unió n acabará s con la corrupció n y los abusos.

-Eso es demasiada confianza.

-La que te mereces.

-Voy a empezar a pensar que te caigo bien.

-Mucho mejor que bien.

Aaró n se puso en pie a pesar de la debilidad por las heridas


sufridas durante la tortura, la atrajo hacia él rodeá ndole la
cintura y la besó . Elish se quedó parada un momento ante la
sorpresa pero luego, se dio cuenta que ella lo deseaba de la
misma forma, y le rodeó el cuello con los brazos, entregá ndose
por completo a su apasionado beso.

-Si vas a vomitar me aparto, este es mi mejor traje. – dijo


poniendo fin al beso. Estaba demasiado débil para nada má s.
Elish miró su ropa, rota y ensangrentada, se rio por su
comentario

-Pues no quiero ni imaginar cual será tu peor traje.

Le ayudó a colocarse de nuevo en la camilla. Sacó una


jeringuilla y le administró un analgésico, sin preguntarle
sabiendo que si se lo decía querría conservar su reputació n de
tipo duro y se negaría. Le besó en la frente y luego, suavemente
en los labios.

-Voy a reunirme con mis hombres para contarles tus


planes. Tú descansa, luego te traeré algo de comer. – la sujetó
por la muñ eca cuando iba a separarse.

-¿Otro beso? – suplicó .

No todos estuvieron de acuerdo en dejarle marchar,


pensando que era todo una mentira. Pero confiaban en el juicio
de ella y sabían que nos les pondría en peligro ni a ellos ni a sus
planes de paz. Votaron y decidieron darle una oportunidad. No
le darían ninguna informació n y moverían la estació n en cuanto
se hubiese ido. Así estarían seguros aunque él hubiese mentido.
John pidió que le instalaran un chip de seguimiento, Elish no
estaba de acuerdo pero los demá s dijeron que si él aceptaba
llevarlo, sería como una muestra de confianza. Aaró n no puso
ningú n problema con el chip y aceptó las disculpas de John,
sorprendiéndolos con su autocontrol.

Gracias a los informes que recibieron de Aaró n los


rebeldes consiguieron derrotar a las fuerzas imperiales. El
Emperador fue arrestado y juzgado por los tribunales de la
Unió n. Se restableció el gobierno democrá tico y liberal, se
votaron nuevas leyes para evitar la corrupció n y los abusos de
los Senadores, y se mandó Ayuda Humanitaria para la
reconstrucció n de todos los pueblos atacados por el Emperador.
Aaró n se convirtió en capitá n de las fuerzas humanitarias,
mientras Elish compaginaba su profesió n de doctora con sus
obligaciones como senadora.

No se habían vuelto a ver desde el juicio de su padre. Se


volvieron a encontrar en una fiesta que dio la reina Ardorin. Los
había invitado a los dos sin decirles nada. Elish estaba hablando
con su amiga cuando entró Aaró n. Estaba de espaldas a la
puerta y no se había dado cuenta, pero por las muecas que hacia
la reina, se dio cuenta que algo tramaba.

-¡Majestad, Alteza! – dijo Aaró n haciendo una reverencia.

-¡Capitá n Minth! – dijo la reina.

-Capitá n Balmont, ahora. Encontré los datos de mis padres


bioló gicos entre los papeles confiscados al Emperador, y ahora
llevo el apellido de mi verdadera familia.

-¿Balmont? – preguntó Elish. – ese apellido es de origen


terrestre. ¿Eres terrá queo?

-Así es. – dijo orgulloso.

-Pues que sepas que eres un animal en peligro de


extinció n. Quedan muy pocos humanos de la Tierra vivos. – le
informó ella, Aaró n sonrió por la comparació n.
-Yo tengo un zoo en la parte de atrá s del palacio, podría
prepararte un recinto. – se guaseó la reina.

-Sois muy amable Majestad, pero creo que me quedaré en


mi pisito de soltero.

-Soltero porque vos así lo deseá is. Tenéis locamente


enamoradas a las mujeres de mi corte, no han dejado de hablar
de vuestras muchas virtudes desde la ú ltima vez que estuvisteis
aquí. – dijo la reina mirando de reojo a Elish para comprobar
como reaccionaba, pero fue él quien la sorprendió .

-Pues no tendré má s remedio que romperles el corazó n,


porque el mío ya tiene dueñ a. – y cogió la mano de Elish y se la
besó .

La reina aplaudió como una niñ a, Elish apartó la mano y se


puso colorada. Le dio un codazo a su amiga para que dejara de
reírse.

-Estaré encantada de prestaros mi palacio para la boda. –


se ofreció la reina.

-¿Boda? ¿Qué boda? – gritó Elish alarmada. Aaró n y


Ardorin se miraron y se rieron, se habían convertido en aliados
en un clic.

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