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Monoroles.

Sí, era un día normal.

Como todos, su amiga estaba en su departamento cuidando de Tiana mientras ella hacía las
compras del mes.

Aún tenía las ojeras de hace cuatro días, así que si, recién despertaba e incluso se hallaba algo
aturdida.

Fue una salida de compras tranquila, no había nada fuera de lo normal, sin embargo, para su
mala suerte, su bolso había quedado en el taxi que la recogió en la entrada de aquel
supermercado.

No obstante, un golpe en la cabeza fue suficiente para dejarla desmayada sobre aquel asiento
trasero.

Quizás no había pasado mucho, pero aun así la luz blanca de aquella habitación empezó a
molestarle los ojos.
━Fucking hell.
“Esas no son palabras para una señorita educada como tú”
Incluso cuando quiso moverse notó casi de inmediato que sus pies estaban atados, por lo que
al moverse hacia delante, había tropezado por repentino salto. Suspiró con pesar mientras
rodaba hacía un lado sobre el suelo, si antes estaba aturdida por haberse levantado ahora se
encontraba peor por el golpe.

Carajo, le dolió.
━ ¿Por qué estoy atada cuando es obvio que no puedo escapar?
“No somos tontos, chica.”
━Pues lo son, si tanto esfuerzo pusieron en seguirme, debieron saber mi
condición física.
El hombre guardó silencio, ella tuvo un punto a su favor y casi de inmediato lo vio sacar aquel
cuchillo táctico que todos los soldados tenían. Su respiración se detuvo por un momento, hasta
que observó como éste mismo cortaba las cuerdas que ataban sus muñecas.
“Habla ya”
Exigió con ese tonto tono autoritario que tenía, demandando con al parecer poca paciencia.

Rosaline simplemente acarició sus muñecas una vez que miró caer la cuerda al suelo, ella
suspiró, con la mirada clavada en el hombre.

Estaba más que claro que no iba a obtener ninguna palabra de ella.

Sábado, esa misma noche.

23:40 pm.

En algún lugar del Ámsterdam. En un sótano.


“¡Ya habla, maldita sea!”
Se sobresaltó al escuchar el golpe de la palma de la mano del hombre sobre la pequeña mesa
alta cuadrada de madera.

No quería moverse, la silla era capaz de romperse porque la madera era vieja y crujía con
cualquier movimiento.

Rosaline tragó saliva, nerviosa. No hallaba mucho escape, pues estaba aquel hombre alto con
una cicatriz en el pómulo izquierdo y dos más.

Esos dos no iban tan armados, pero no lo sabía con exactitud.


“¿No lo harás?” añadió, colocándose frente a ella.
―Hablar significa poner en riesgo a mi equipo, ¿lo harías?
“¿Te crees muy lista?”
―Tampoco me pueden matar, porque sería violar las leyes para iniciar una
guerra con el reino unido.
Era una respuesta que decía, sí mucho más que ustedes, pero de una forma más educada.

Pero eso le dio un premio. Dos bofetadas en ambas mejillas, su labio inferior se abrió por los
impactos de los golpes, y un fino hilo de sangre se deslizaba por su mentón.

La mujer con dificultad tomó una respiración, reincorporándose en su lugar mientras


acariciaba su mejilla derecha.

“La próxima vez no será solo una bofetada.” El hombre se dio la vuelta, dándole la
espalda a Rosaline, y conectó un usb a un televisor ya encendido. Sin embargo, parecía que
había un video.
“Bienvenida, señorita Knox. Sabemos quién eres y de quién eres hija.”
Eso solo aumentó su ansiedad, tras ver como aquel hombre le daba play al video, su corazón
se estrujo.

Sus manos reposaban tranquilamente sobre sus muslos, viendo aquel inicio del interrogatorio
de su padre.

Todo era muy gráfico, tanto a tal punto que su estómago se revolvió, era un mar de lágrimas,
quería evitar llorar pero no podía.

Quizás fue una hora la que paso viendo todo, hasta ya notar que su padre no se movía de
aquella silla.

“Y él murió, ahí mismo. En esa misma silla.” Sonriente señaló aquel hombre. No,
solo sentía ira, molestia, enfado o con cualquier nombre que tuviera esa emoción que la hacía
estallar.

En silencio se colocó de pie, no sin antes sacar aquel cuchillo que tenía escondido en una de
sus botas.

Con todo su peso, empujó al hombre hacía la pared, ante la sorpresiva mirada de quienes lo
rodeaban.

Aun así había algo que evitaba que cortara la garganta de él. Por supuesto, era él quien
sostenía su diestra para no morir.
“You've gone too far.”
―I? What have I done but what was expected of me? Forever upholding the
kingdom, the family, the law. While you flout all to do as you please.
El hombre parecía que hizo una seña con su mano libre a sus hombres para que no se
acercaran.
―Where is duty? Where is sacrifice? It's trampled under your pretty foot
again.
Las lágrimas ya caían por las mejillas hinchadas de la chica, lagrimas que solo expresaban
enojo, ira, resentimiento.
―And now you, you think you have the right to show me my father's death.
“Exhausting, wasn't it? Hiding beneath the cloak of your own righteousness.
But now they see you as you are.”
Bastó con un solo empujón del hombre para apartarla, pero la chica no perdió oportunidad y
balanceó el cuchillo hacía el antebrazo ajeno, cortándolo, y viendo como la sangre brotaba.
“Buenas noches.”
Y otra vez, la oscuridad se hizo presente.

Ámsterdam, Martes. Aun en el sótano.

12:30 pm.

Su cuerpo ya empezaba a sentir demasiado dolor, no había analgésico presente para poder
aliviarla. Y lo único que en su mente repetía eran las últimas palabras de su padre agonizante
por aquella golpiza.

“Por favor.” Y así era un bucle; cada pensamiento llegaba al mismo punto, ¿debía rendirse y
morir? ¿Valdría la pena el silencio?

Con fuerza se abrazó a sí misma, sin embargo tuvo que ahogar un quejido por el dolor en su
costilla del lado izquierdo.

Esperaba que Enid fuese lo suficientemente inteligente como para darse cuenta de lo que
ocurría, e informar a Laswell lo más pronto posible.

Se suponía también que a su edad debía estar en el campo, quizás como agente pero
destacaba como alguien en el servicio de inteligencia, a tal punto que la colocaron como pupilo
de la mismísima Kate Laswell.
―Vaya manera de acabar con una corta carrera.
Quiso reír, conocía su cuerpo, y si contraía alguna gripe sería fatal para
ella, por eso no era asignada a ciertos lugares.
Incluso el sonido crujiente de los escalones de madera ya no la aterraban,
solo quedaba a la espera y cuando era obligada a dejar aquella destartalada
cama con ese colchón viejo y sucio, simplemente iba sin oponer resistencia.
Y era la misma rutina, como no hablaba venían los golpes, aun así estos
parecían diferentes, una especie de látigo golpeó su espalda. Una, dos, tres
hasta cinco veces, incluso a veces una pausa de 1 minuto.
Duró lo suficiente hasta que colapsó del dolor, su rostro pegado al suelo,
jadeante.
Con la poca fuerza que le quedaba apoyo ambas manos sobre el suelo y se
levantó, reincorporándose.
¿Quería llorar? Sí.
¿Podía? No.
Sentía escocer su espalda, incluso sentía que algo líquido se deslizaba por
ella.
Tampoco hubo mucho caso, como no había hablado otra vez fue arrojada al mismo
sitio, y no le habían dado tanta atención a las heridas que tenía en espalda.

Poco y nada había dormido, unos estruendos habían hecho que se alarmara.
Todos estaban frenéticos, hasta quizás era una buena idea escapar. Pero ¿con
que dinero? Sus cosas fueron confiscadas, sin embargo había logrado
levantarse de la cama pese al dolor que la invadía.
Para su sorpresa estaba siendo custodiada en esa situación, esto era una
maldita broma.
Aunque por suerte solo era uno pero estaba armado.
“Ni lo pienses.”
―Abatido.
Quizás en fondo, era un alivio ver caer de un disparo limpio a ese mercenario. Tanto que su
cuerpo por fin había liberado toda la tensión de aquellos tres días.

―Aquí bravo 0-7, objetivo asegurado. Estamos listos para la extracción.


Ah, podía reconocer esa voz. El teniente Riley. Pudo ver como se acercaba a
ella con rapidez, comprobado su estado.
― ¿Puedes caminar?
―Seguro...
Murmuró, aunque no duro ni dos pasos que inmediatamente cayó al suelo,
desmayada.
“¿Sucedió algo?”
―Necesitamos un médico con urgencia. Respondió el teniente tomándola en
brazos mientras salían de aquel lugar.
“Hay uno en camino.”

Viernes, reino unido.


Hospital de la base.
Quizás era la suerte que de alguna forma le sonreía y decía que todavía no
era su tiempo. Sin embargo, cuando logró despertar todo el peso de la
realidad se le vino encima, el olor a desinfectante y productos de hospital
inundaban su nariz a tal punto que empezó a marearse.

“No deberías moverte tanto, ni estar acostada con la espalda apoyada en la


cama.”
―Me duele todo.
“Tienes contusiones, una bastante grande en el costillar izquierdo. Lo cual
me sorprende el que no hayas tenido una hemorragia.”
― ¿Algo más?

Escuchó suspirar a la doctora.


“Tu espalda está en mal estado, las heridas son graves, pero tratables y
curables... dormiste por dos días por la fiebre alta que te dio a causa de
esa infección.”
― ¿Hay más malas noticias?
“No por ahora. Solo hay que monitorearte.”
Rosaline asintió, y sin nada más que agregara la mujer de cabellos negros la
vio retirarse de la sala.
Y otra vez estaba ahí, sola con sus pensamientos, siendo sincera hubo un
tiempo en que pensó que por fin logró superar esa etapa que la mantuvo
depresiva en su adolescencia en donde quizás una segunda vez que pasaran
estas cosas no la llegarían a afectar.
Ofuscada por tantos pensamientos, dejó caer su cabeza sobre la almohada,
escondiendo su rostro entre sus manos, ahogando un gruñido de frustración.

Dos días.
Nuevo departamento de Rosaline y Enid.
Cerca de la base.

La mudanza estaba casi terminada, y la primera ducha fue la más difícil, Su


cuerpo se estremeció bajo el agua caliente que salía de la regadera.
Se había tardado más de lo normal, y le dolía cada estiramiento. Enid fue
paciente con ella incluso mientras ignoraba las grandes maldiciones que
lanzaba al aire mientras le curaba las heridas de la espalda, ya que ella
sola podía hacer el resto que involucraba ponerse las cremas para los
hematomas.
Ambas chicas no cruzaron muchas palabras, solo unos chistes y un acuerdo de
que cenarían.
Con dificultad fue hacía donde estaba aquel espejo de pie en una esquina de
su habitación.
No era una chica acomplejada, por supuesto que no. Ella sabía sus virtudes,
defectos y atributos.
Su cuerpo blanco como la leche ahora estaba lleno de hematomas, raspones a
media cicatrización al igual que casi en la zona de sus pechos. Más de haber
hecho jirones su camiseta favorita, la situación no había empeorado.
Sin embargo, el problema era su espalda, de por si no eran heridas profundas
fueron lo suficientemente graves como para que literalmente se infectaran y
le dieran fiebre.
“Puedes maldecir al bastardo que te hizo eso.”
―No sería educado.
“Al diablo con eso, Rosaline.”
―No puedo, ya sabes.
“Deberías enfadarte, llorar y maldecir al hijo de perra que te hizo eso.”
―Enid…yo no exploto de esa forma… por favor.
“Entonces yo me enojaré por ti y maldeciré por ti.” “No sabes lo
preocupada que estaba”

Cuando su amiga se alejó de la puerta de su habitación, volvió a mirar su


maltratado cuerpo.
Enid tenía razón, y solo esperaba que Ghorbrani muriera tan rápido posible.
Por ella.
Por su padre.

Pero antes de seguir maldiciendo iría a unos lugares.


Su atuendo era el indicado quizás, de negro.
Terminó de abotonar el último botón de aquel vestido negro que pasaban sus
rodillas. Acomodo con cuidado aquellas medias negras de licra y se colocó los
zapatos a juego con aquel vestido.
Una última caricia a su compañera felina que se refregaba contra su pierna y
salió de su habitación.
Su amiga le extendió los guantes de gasa blanca junto con un paraguas, estaba
nevando.
Agradeció en silencio y con todo listo partió hacia su primer destino.
La torre del reloj de Hareford.

Cuando llegó busco la sección que recordaba en donde estaba tallado el nombre
de su padre.
Al encontrarla, para extrañeza de la gente, ella solo permaneció quieta, con
los ojos fijos en la inscripción.
Pasados unos treinta minutos, fue a su segundo destino.
El cementerio local.

Ingreso aquel lugar ante la extraña mirada de los jardineros. Había comprado
un ramo de tulipanes y jazmines. Una vez había logrado escuchar que a su
madre le gustaban los jazmines y a su padre los tulipanes.
Y ella ahí estaba llevando flores para dos personas.
Bueno, una técnicamente.
Siendo sincera hace años Rosaline sabía que la tumba de su padre estaba
vacía, lo escuchó de su tío a escondidas, que nunca pudieron recuperar el
cuerpo porque lo habían quemado.
Solo visitaba una tumba simbólica, para que tuviera un lugar al que
descansar.
Al llegar al pie de ambas, Rosaline deposito cada ramo en su respectivo
lugar, cuando terminó, volvió a su lugar.

―Nunca te conocí, pero por papá siempre supe que me esperabas con ansias.
Comenzó a hablar, tras eso miró la lápida de su padre.
―Empezaba a olvidarte, por un principio pensé que fue un milagro verte pero
fue el infierno mismo. Muchas veces en mi cabeza se repite como tu corazón
deja de funcionar por la golpiza.
Hizo un breve silencio, ahora desplegando su paraguas, la nieve empezaba a
caer con cierta intensidad.
Su cuerpo temblaba, no por el frio, por la rabia.
―Prefería haberte olvidado.
Finalizo mientras tragaba el nudo de su garganta.
Estaba a punto de llorar.
―Por lo menos estoy viva, ¿no?

Con esa pregunta al aire se fue del lugar, a un paso tranquilo, disfrutando
de ese silencio que le daba aquel sitio.

Mierda.
Un suspiro se escapó de los labios de la chica, sus ojos escocían por golpe
de realidad, era todo tan…abrumador.
Ya había olvidado cuantas veces tuvo que contar lo sucedido. No había nada
nuevo, todo lo había entregado la Compañía Shadow. Incluso Laswell tuvo que
parar el interrogatorio por su estado, alegando que era suficiente que se
seguiría en otro momento, con otras pruebas y pistas.
Quizás si debía sentirse como una rotunda basura, pero estaba cansada su
cabeza estaba a punto de explotar y empezaba a sentirse mareada.

Su único enfoque en aquel momento era salir de aquella sala que le parecía un
infierno. Sin embargo, al casi ir por la mitad de aquel pasillo que conectaba
con las demás salas, su caminar se tambaleó, provocó que Rosaline optara por
sujetarse de la pared para no caer de rodillas al suelo.
Tal vez se había reincorporado muy rápido al trabajo.
Aun así su suerte no fue tan buena, la documentación sobre lo que le había
sucedido cayó al suelo, con un par de papeles fuera de aquella carpeta
amarilla.

Birthday.
08 a.m.
Miércoles, 08 de marzo.

Un resoplido fue lo que se escuchó de su parte cuando escuchó el sonido de su


teléfono móvil.
No por supuesto, no era la alarma, era una llamada.
De recepción.
De mala gana se levantó de su cama, y se vistió lo más decente posible,
aunque no iba a cambiar la comodidad de sus pantuflas.
Sí, había gente ya de pie, y algunas en sus labores y otras recién
desayunando.
Pero ella entraba en una hora más y siempre aprovechaba para dormir un poco.
Una charla ligera, junto con una felicitación y su firma para el repartidor,
tomó aquella gran caja rosa y fue hacía la sala común.
Por suerte casi ni había gente, por lo que no dudó en ir a sentarse hacía
aquel sofá a sentar.
Al hacerlo, apoyo aquella caja en el lugar izquierdo vacío, quitó la cinta de
gasa blanca brillante y dejó la tapa a un lado.
Una pequeña risa dejó salir al ver el interior. Como regalo eran las cosas
que le gustaban y un pastel con aquel decorado rosa. Seguro que lo enviaron
de manera inmediata.
Sin embargo al seguir rebuscando entre aquella caja, había encontrado dos
cartas. Una con el sobre color celeste y otra...carajo, reconocía la letra de
esa última.
Decidió con temor primero leer la de color celeste.
“Para mi amada Rosaline.
Soy Rose, tu madre. Quizás esto no lo recibas en tu cumpleaños número 15,
conociendo a mi hermana, ella seguro la guardará hasta que estés
completamente consciente.
Empezaré con un, fuiste tan buscada y deseada por nosotros que cuando supe de
tu existencia me pregunté si iba a lograr ser buena madre. Pero heme aquí, el
destino es cruel hija mía, mi estado no siempre ha sido bueno...”

El corazón de la joven chica empezaba a latir con cierta rapidez, nerviosa y


temerosa por el contenido que empezaba a leer.
“Seguramente y lo más probable es que tengas mi misma condición, lo lamento
tanto. Lamento haberte condenado con una salud frágil, cielo mío. Solo quería
verte feliz y sana.
Conozco mi destino después de este embarazo tan difícil, pero en ningún
momento me he arrepentido de mis decisiones, incluso cuando tu padre era el
preocupado por el pronóstico de esta situación.
Simplemente le pido a Dios, que me permita conocerte, y ver lo hermosa que
serás al llegar a nosotros.
Por favor, crece bien y sana. Ese es mi último deseo como tu madre.
Te ama, mamá.”

Rosaline se obligó a tomar una respiración bastante profunda, a ciencia


cierta jamás había visto el rostro de su madre. Su tía parecía haber estado
tan dolida como su padre que quitaron todas sus fotografías. Sin embargo
cuando hablaban de ella nunca se salteaban un detalle.
Pero la carta no era lo único que había en el sobre, había dos fotografías
una de su tía junto con sus padres y otra de su madre, padre...y ella ya
nacida. Sonrientes, como si nada fuese a opacar ese momento.
Al parecer no era chiste que ella era la viva imagen de su madre, aunque la
diferencia obvia era el cabello largo que su progenitora tuvo.

Y ahora venía la hora de la verdad. Un hecho que hasta el día de hoy en el


fondo había resurgido para atormentarla.
Intentó fundirse valor, poco sirvió pero bueno, el que tenga miedo a morir
que no nazca.
“Para mi querida hija.
Aquí te saluda el sargento Joseph Knox, pero no quería empezar con
formalidades mi querida. Seguro te estás preguntando por qué esta carta está
con distinto idioma al nuestro.
Me esforcé mucho en aprender algo para que cuando fuera necesario no sepan lo
que envió y a donde.
Yo... quiero disculparme, tenías razón no debía ir, debí quedarme a tu lado y
no dejarte sola, solo tenías cinco años. No debí consolarte diciendo que
volvería... lo siento en verdad, no me alcanza la vida para todo de lo que me
arrepiento.
De lo que más me lamento es haberte dejado llorando, pidiendo por mí. ¿Ahora
tienes 7? Mi querida niña, te extraño, tu tía me contó que no querías
festejar tus cumpleaños hasta que yo estuviera, ¿es verdad? Es un lindo
gesto, pero no te los pierdas, disfruta con tus amigos también...”

Las manos de Rosaline empezaron a temblar, y a duras penas podía controlarlo,


mientras que un nudo se formaba en la boca de su estómago.
―Estúpidas manos, cálmense.
Maldijo por lo bajo, y prosiguió con su lectura.

“No debo alargar esto e intentaré terminar lo más pronto posible.


Por favor, se feliz, vive bien y se responsable. Y se fuerte, por nosotros,
tus padres. Escribo esto como última voluntad, soy consciente que mis días
están contados y aquí, simplemente alguien se apiado de mi miserable persona
y te hará llegar esto.
Te ama, tu padre Joseph Knox.”

Y el resto ya casi no era capaz de leerlo, estaba llorando en silencio, y las


lágrimas no paraban de empañar sus ojos
Daba gracias que no había nadie en aquel lugar, por lo que como pudo con sus
manos temblorosas fue ordenando todo como podía dentro de la gran caja rosa,
de un salto se levantó de aquel sofá y salió casi corriendo de aquel lugar.
Temiendo ser vista por cualquier persona y la tomara por un bicho raro.
Aunque al llegar a su habitación, había varios recortes de colores con
distintas formas y las palabras “feliz cumpleaños”
Sabía quién realizo eso, y eso la hizo sentir peor. Y de un solo empujón
entro hacía aquel cuarto, cerrando la puerta con su pie.

Sábado.
Reino unido, Londres 02:53.
Corea del Sur, Seúl 11:53.
Aquella canción tan pegadiza resonaba por su cuarto mientras esperaba a que
la llamada de Skype fuese atendida.
Dio un sorbo a su bebida carbonatada sabor naranja.
Realmente era tarde ya pero era algo que tenía que haber hecho desde hace
mucho tiempo, después de todo siempre había respetado el acuerdo verbal con
su tía.
Todos los sábados, habría un video llamado para hablar entre todos.
Las yemas de sus dedos golpearon con impaciencia su escritorio, y se detuvo
cuando su primo fue quien atendió.
“Oh...disculpa, debe ser tarde por allá.”
Un poco, recién había terminado de estudiar.
“¿Cómo te encuentras? Papá se enteró y...”Jason bajó más la voz. “No le ha
dicho nada a mi mamá.”
Rosaline asintió y suspiró.
―Estoy bien, no ha pasado a mayores.
“Te conozco más que a mi hija.”
La chica rubia se encogió de hombros.
“¿Duermes bien?”

Asintió, y tras palpar a sus costados mostró el frasco de pastillas para


dormir, luego se levantó de su asiento y las dejó en la mesita de noche.
El chico parecía inquieto, no era la misma prima que conocía, solo veía a una
persona que intentaba olvidar cosas.
―Estoy yendo a terapia otra vez.
“Pensé que te habían dado el alta.”
―Estrés postraumático, Jason.

Jason golpeó con la palma de su mano su frente. Si bueno, familia de soldados


y todos ya sabían las consecuencias de eso.

“¿Uh? ¿Rosie?” Oh, conocía la voz.


― ¡Tía!
Jason había perdido la oportunidad de comentar algo más sobre aquel tema,
pero era mejor así, no quería tocar eso nuevamente.
Fingió su mejor sonrisa y la charla con su tía se dio a rienda suelta.

“¡Te lo digo! ¡Consigue a un buen chico!” la mujer de cabellos marrones


parecía casi...¿enojada? “Uno que tenga material de padre.”
―Aun no termino de tener algo fijo, tía...y no he pensado en eso aun.
Verdades a medias, pero ¿quién lo sabría? Rosaline estaba completamente
avergonzada, nuevamente tuvo que escuchar eso, aun se sentía joven pero su
tía... parecía querer presionarla con eso.

“Si no hay novio, podrás casarte con alguien luego de conocerlo aquí.”
― ¡Tía!
“Tía nada, tu madre ya estaba casada a tu edad.”
“Mamá, es joven, no la presiones.”
Aunque su primo intentó ayudarla, él solo recibió una mirada de molestia.
“Tú, no la defiendas.”
El chico levantó ambas manos y lo vio desaparecer del lugar.
Rosaline resopló, cerrando los ojos por un momento.

“Práctica más tu coreano, en tus vacaciones debes venir con nosotros, ¿sí?”
La chica rubia asintió, y con rapidez cambio de tema.
Mejor otra cosa que su tía intentando emparejarla con alguien desconocido.
Dios, la llamada se había alargado demasiado y ella lamentaba eso porque
simplemente quería dormir, por supuesto siempre hacía tiempo hasta que el
reloj marcase las 05 a.m. cuando no tomaba las pastillas para dormir.
Miró un punto fijo en la pantalla apagada de su computadora, por supuesto si
repetía todo lo sucedido en su mente, la venganza no era algo que pudiese
permitirse, simplemente seguiría con su vida.
Tomó una respiración mientras se colocaba de pie e iba hacía la cama. Podía
sentir el cansancio, por supuesto pero en el fondo tenía miedo.
Viejas costumbres retomaban su vida y no quería, quería seguir, quería
avanzar. Pero ¿cómo podía hacerlo cuando ni siquiera podía conciliar el
sueño? ¿Cómo podía pensar en ser feliz cuando el miedo acechaba su espalda?
Sus miedos más atroces salían a flote, y eso que por un momento pensó que
estaba a salvo.

El comienzo de todo.

Rose y Joseph quizás eran la pareja más armoniosa que todo el mundo conocía.
Y lo eran, no había nada que pudiera quebrar tal armonía. Como toda pareja,
tenían sus altibajos, pero como decía Jessica Murray, la hermana mayor de
Rose, que ambos eran una pareja hecha en el cielo.
Incluso con la frágil salud de la mujer, el embarazo fue bien recibido.
Día ansiado, meses estresantes y un esposo que vivía prácticamente preocupado
por su esposa, la cual siempre terminaba cada frase con un: “Estoy bien,
exageras.”
Sí, fue un embarazo tranquilo y sin incomodidades externas. Pero el día del
parto no fue así, el quirófano era un caos, demasiado esfuerzo hicieron que
el corazón de la mujer no pudiera resistir por mucho tiempo.
Quizás solo fueron un par de minutos, pero quizás los suficientes como para
ver el rostro de aquel pequeño ser que tanto ansiaba conocer.
Joseph sujetaba con fuerza la mano de su mujer, temeroso a pesar de ser
alguien que estaba en constante contacto con el desconocido.
Rose le dedicó una última sonrisa, entre suplicas la mujer no hizo caso, solo
cerró los ojos, quería descansar.
Las lágrimas silenciosa se resbalaban por las mejillas del hombre mientras
que con su brazo derecho acunaba a su recién nacida. Y ni siquiera se opuso
cuando lo llevaron a la salida de aquella sala.

Rosaline creció como una niña amada por toda su familia, ella creció con los
límites bien marcados.
Muchos decían que su vida había sido como las rosas, y si, las rosas también
tienen espinas.

La niña de cinco años empezó a llorar de manera desconsolada cuando vio el


convoy militar y a su padre junto a este a punto de irse. Entre lágrimas,
suplicas, Joseph tuvo que partir nuevamente al servicio activo. Por más que
eso le rompiera el corazón, tenía que volver.
Rosaline no conocía otro lugar más cómodo que los brazos de su padre.
Pese a que el hombre había dicho que era una misión corta, jamás lo fue.

Solo necesitas saber lo necesario.


Los años pasaban y cada día era una constante incógnita en la pequeña niña,
¿Cuándo regresaría? ¿Estaremos aquí cuando él llegue, tía? Y a Jessica se le
caía el ánimo al tener que responder esas preguntas a una pequeña niña sin
noción de pérdidas.
Pero los años seguían y en el fondo Rosaline mantenía una pequeña esperanza
de que fuese su padre el que cruzara la puerta algún día.
Sin embargo, ella recuerda con exactitud que fue la noche de su décimo cuarto
cumpleaños,
La puerta del frente que deba hacía la calle fue abierta por su tío. Un par
de hombres estaban parados, no podía distinguirlos bien, pero podía notar que
llevaban el uniforme militar.
Por un momento se emocionó. ¿Podría ser su padre?
Pero cuando estuvo a punto de bajar las escaleras emocionada, la voz de ese
hombre la detuvo.
“Lamento la hora...pero era mejor rápido.”
“Price, ¿qué necesita?”
“Tengo malas noticias sobre el sargento Knox.”
Rosaline curiosa con cuidado se deslizo por los escalones, quizás nadie la
notaría porque estaban a oscuras, y nadie se daría cuenta que escuchaba a
escondidas.
Al parecer su tía también hizo acto de presencia e hicieron entrar a los
hombres, guiándolos hacía la sala de descanso.
Eso la complicaba, pero de todas formas los siguió y se escondió tras la
pared.
“No podemos dar detalles, pero...la búsqueda ha llegado a su fin.”
“¿Fin? ¿Al menos hallaron algo?”
“Sí...y no es agradable de contar.”

Pudo ver que el tal Price se quitó el sombrero y suspiró.


“Fue difícil hallar su cuerpo en un pantano...pero dimos con la mayor parte,
sargento Knox, murió con honor hasta al final.”

El sonido del jarrón rompiéndose contra el suelo la delató, su tía quien


parecía que contenía las ganas de llorar se acercó a ella, y la abrazó con
todas sus fuerzas. “Susurrando que no estaría sola nunca.”
Desde entonces el conciliar el sueño siempre fue una odisea.

“No pongas esa cara, no iremos a un funeral.” Comentó su primo, quien era
un año mayor que ella, mientras se arreglaba la corbata.
“Mi dulce y tierno niño.” Murmuró Jessica y luego la vio suspirar.
“Rosie, cielo. Ven.”
Le hizo caso y vio como arreglaba las pequeñas arrugas del vestido.
Un funeral largo, mucho llanto por los caídos, pero ella...nada. Quizás en el
fondo lo sabía, que él había muerto. Porque siendo realista, nadie volvía
después de un año.

La vida sigue, cambie y nosotros también.

Un año ya había sucedido aquel funeral, miradas de dolor, de pena y algunos


tenían impotencia.
Todos estaban conformes por como llevaba ella las cosas, y quizás el único
que sabía cómo estaba realmente Rosaline, era John. Aquel amigable muchacho
que la conocía desde sus diez años, y que aun pese a que ahora tenía una
agenda llena, la seguía visitando.
Y el sentimiento de cercanía iba aumentando.

La única vez que Rosaline había presentado un problema fue cuando encontró un

pequeño gato negro cerca de su escuela y su sentido común le gritó que no lo

dejara solo.

Pero ese no era el problema actual.


El problema se agravó cuando una de sus compañeras le reveló que ella tenía

el animal.

La única reacción que tuvo Rosie fue cuando se fue para encarar a la chica,

que era un poco más alta que ella. Sin embargo, no era tan tonta para

enfrentarla tan a la ligera, sabía cómo defenderse de ella y esa chica la

había estado molestando durante dos años.

Nunca hizo nada por respeto a su institución, a su padre ya sus tíos.

Aun así, sin previo aviso, había agarrado el cabello de la niña y golpeado su

mejilla izquierda contra el vidrio de la ventana.

"Cuando tienes que estar callada, lo estás. Estoy cansada, perra".

Y ella siguió presionándolo, ejerciendo más fuerza en el agarre de su

cabello.

"Me has estado molestando durante dos años, no te he hecho nada".

Habló Rosaline entre los quejidos de dolor de la chica, y ante la mirada de

algunos en el patio tiró bruscamente a la de cabellos negros al suelo.

Eso sí, ambas chicas estaban a la par de tener problemas, aunque a Rosaline

le salió barato porque no había lesión, ni antecedentes que la hicieran

sancionar severamente.

Quizás era una anécdota graciosa para aquel amigo que había hecho cuando era

niña, y que ahora solo se mantenían en contacto a través de mensajes y


correspondencia. Cada vez que comenzaba a olvidar esa cara de él, y cómo se

veía.

Solo había una razón para dejar Escocia y sus dos mejores amigos.

Aunque Enid podría verla, quien la preocupaba era John.

Bueno, ella no había podido ver al niño por un tiempo desde que ingresó al

ejército, pero aún así...

Las cartas dejaron de llegar en el momento en que recibió la última de él, y

había sido un mar de lágrimas cuando no pudo volver a contactarlo.

Y su tía solo consiguió que su estado de ánimo empeorara diciendo que ella

estaba mejor así.

Que después de esa toma de rehenes, era mejor no mantener contacto.

Tal vez Rosie estaba siendo demasiado sensible, o tal vez no. Solo le dolía

que todo terminara de esa manera.

Pero la vida, la gente y ella cambiaron.

Contra todo lo que sentía, y pensaba. Ella solo tenía una meta, ser alguien

capaz y confiable en la vida.

Mejores notas, mejor promedio, todo perfecto, ¿a quién no le gustaba estar

así?

Pero ella no era perfecta, solo llenaba un vacío para no sucumbir a

pensamientos que la llevarían a tomar otras acciones.


Y solo escribir en ese diario permitió su alivio.

Todos la elogiaban, todos decían que era la hija que siempre soñaron tener.

Cada vez que escuchaba sinceramente terminaba llorando.

Como tuvo razón, nunca dio descanso a su mente, nunca... se permitió ser como

es.

Solo estaba respirando para vivir.

Podía contar con los dedos de las manos cuando era feliz.

Un padre muerto, una madre que nunca llegó a conocer. Y aunque era muy

querida por sus tíos y abuelos, solo quería a su propio hogar, a los suyos.

Pero todo cambia y con ello había demostrado poder vivir sola, con ese

pequeño gato que ahora tenía ocho años.

Le había costado conseguir esa “libertad” pero se sentía plena, y hasta

feliz.

She approached the mirror in her room, her eyes went to her
hair.

"Uhm...it's grown again, maybe I should cut it off."

It didn't bother her but it was weird to see herself with her hair
hanging over her shoulders.

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