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Miriam vivía con sus compañeros en una fortaleza gris y triste.

La
dueña los trataba a gritos y no permitía las risas ni que nadie se acerara al
mar. Miriam tenía pesadillas en las que caía al mar desde el acantilado.
Estaba en pie frente al acantilado. ¿Qué hacía allí? Su cabeza estaba
tan embotada como el mismo cielo, gris plomizo pesado, cargado de nubes
oscuras y densas como una noche sin esperanzas, como un alma herida
hecha de girones de desconsuelo. El acantilado recortaba el lejano
horizonte con cortante despropósito, estaba apoyada en la extrañeza de sus
extremidades, intentaba mantener el equilibrio, los pies le molestaban y
sentía extrañas sus piernas. El viento la azotaba con cruel indiferencia
como si fuera parte del árido paisaje, y la empujaba hacía el borde. El mar
gruñía furioso, retándola. Era un mar oscuro, siniestro, con olas ruidosas y
molestas, chocando agresivas y rompiéndose en pedazos. Y ella no podía
frenar su avance. Su cuerpo desobediente se lanzaba sin freno hacía el
abismo. Y caía sin remedio hacía el mar, en una interminable caída,
mientras gritos desgarradores escapaban de su garganta. Y como siempre,
antes de tocar el agua se despertaba, sudorosa y agitada entre las sábanas
enredadas.
Un día más en aquel monótono lugar, rodeada siempre de gruesas
rocas negras, ahí en la fortaleza y después en la mina. Le costaba vestirse,
la ropa era áspera y pesada, y lo peor el calzado que aprisionaba sus
molestos pies, como encadenando sus movimientos. Bajaba con todos,
formaban en perfectas filas sin poder hablarse, a la dueña le molestaban el
sonido de sus voces. Tomaban su escasa ración de avena y a trabajar sin
descanso. Los días se sucedían con monótono caminar.
Pero Miriam estaba convencida que había algo más, en su interior
bullía una inquietud provocadora qué le exigía buscar, no sabía qué pero
tenía qué encontrarlo. Aquel día su desasosiego era mayor, recorría su
interior como una jauría enfurecida, y cuando la dueña alzó el látigo pata
castigar la lentitud del pequeño Nicolás, su brazo con impertinente
autonomía frenó el golpe. La dueña ardió en odio lacerante y la miró para
herirla, pero el alma de Miriam respondió con seguridad y valentía, era su
deber protegerlos. El tiempo pareció congelarse en ese instante, las miradas
clavadas, desafiantes. Y algo cambio, Miriam hubiese jurado que hubo
miedo en sus ojos, y desconcierto en los de sus compañeros. Y desde ese
punto todo empezó a cambiar. Como si un dibujo a lápiz empezase a
colorearse y adquirir una nueva dimensión. Miriam se sentía fuerte, andaba
con más seguridad, marcando sus pasos.
Su mente empezó a improvisar colores y sonidos que no existían a su
alrededor, soñaba despierta, se veía envuelta en azules cálidos y vivos,
rojos excitantes, amarillos enloquecidos, chispas y estrellas burbujeantes.
Su cuerpo vibraba en una frecuencia desconocida pero a la vez familiar.
El agua estaba prohibida, la dueña decía que era mortal, no podían
acercarse al mar y si llovía tenían que correr a refugiarse. Miriam cada día
estaba más perdida. Deambulaba distraída y no se dio cuenta que las nubes
conspiraban para sorprenderla. La primera gota le cayó en el brazo, un
torbellino de sensaciones impactó en su piel e invadió todo su cuerpo. Fue
como un beso de amor deseado desde la eternidad. Miriam miró hacia el
cielo extasiada, la siguiente gota acarició su rostro cual amante enamorado.
Dejó escapar un suspiro de placer, recordó que la dueña decía que el agua
era mortal, pero no le importó y recibió a la muerte con los brazos abiertos
y una sonrisa de felicidad. La lluvia se hizo más intensa poseyendo todo su
cuerpo, se sintió libre, quería cantar y bailar. Sin pensar en lo que hacía se
desnudó para sentir en todo su cuerpo aquella sensación vivificante. Giró
sobre sí misma con el rostro hacía el cielo envolviéndose por completo de
agua.
La lluvia cesó, el corazón de Miriam bombeaba ahora con más
fuerza, con una nueva energía como sí su sangre fuera de un rojo más
intenso y poderoso. Se colocó la ropa empapada y acunada aún por aquella
felicidad encaminó sus pasos de regreso a las habitaciones. Cuando entró
dejando un reguero de agua todos se levantaron asustados apartándose de
ella.
-No temáis -les dijo. -Estoy bien, el agua no es mala, es maravillosa.
Ellos aún tenían miedo pero confiaban en Miriam, y su expresión de
felicidad era tan contagiosa. Se fueron acercándose a ella tímidamente y
uno a uno la iban abrazando, sintiendo la humedad de su cuerpo y de sus
ropas. El contacto hacía que el ritmo de sus corazones se acelerase y tocara
una melodía en el mismo acorde que el de Miriam, y escapaba de sus bocas
un sonido musical que les hacía vibrar de felicidad.
Esa noche la pesadilla de Miriam se convirtió en un sueño. El cielo
ya no era tan gris y los rayos del sol adornaban el mar con estrellas
plateadas, el rumor de las olas acunaba su alma haciéndola danzar
alegremente. El mar la llamaba con una dulce voz atrayéndola
inexorablemente. Y ahora no se caía, si no que se lanzaba ella misma
ansiando el contacto, como si fueran los brazos amorosos de su amante.
Pero cuando el mar la envolvía despertaba, dejándola insatisfecha y
ferviente de deseo, necesitaba más, mucho más.
Se volvió una obsesión ir al mar. Sus pasos se extraviaban
inconscientemente hacia la inmensidad azul. Pero no podía ir sola, no podía
abandonar a los suyos, formaban parte de ella, sentía que era su deber
protegerlos y guiarlos. No había más opción que enfrentarse a la dueña y
escapar. Miriam tenía a su favor la incondicional confianza que su grupo
tenía en ella, y la certeza que está sería mayor que el miedo. Decida y
segura de que lo que iba a hacer era lo correcto no esperó más. Aquel era
tan buen día como otro para tomar las riendas de su vida y dejar de ser un
esclavo.
Aquella mañana el viento se levantó furioso y gritón, las nubes
amenazaban con desplomarse sobre el suelo, y el sonido del mar llegaba
hasta ellos enfadado, rugiendo. No hubo fila esa mañana, sino una
formación triangular con Miriam en el vértice. El látigo de la dueña rasgo
el aire, amenazando con hacerlo en sus carnes. El grupo tembló de miedo
pero Miriam dio un paso al frente decidida y desafiante. Los ojos de la
dueña estallaron de odio. Su expresión encolerizada le dio el aspecto de una
calavera a su rostro, el iris de sus ojos se veía rojo y sus ropas comenzaron
a crepitar en llamas. Pero no huyeron aunque estaban asustados, se dieron
las manos para fortalecer su formación. La dueña encolerizada les miró con
odio y les gritó amenazándoles con mil tormentos sí no regresaban a las
minas. Pero de nada sirvió, la determinación de Miriam era férrea.
Entonces la dueña se transformó, su cuerpo se quebró como una
cáscara de nuez rompiéndose en mil pedazos, y de su interior surgió un
siniestro monstruo aterrador que se lanzó sobre ellos escupiéndoles fuego.
El contacto con las llamas era terriblemente doloroso, les provocó heridas y
ampollas. Miriam tenía que ponerlos a salvo. Parecía una locura pero
estaba completamente segura que su salvación se encontraba en el mar.
Distrajo a la bestia para que sus compañeros se agrupasen y recogiesen a
los más heridos, lanzó una cadena a la pata de la bestia y mientras la retenía
les grito para que huyeron y la esperasen en el acantilado. Ellos
obedecieron sin pensar, ayudándose unos a otros se alejaron hacia el mar.
Miriam sujetaba a la iracunda fiera que seguía escupiendo fuego, mientras
se protegía con la tapa del cubo a modo de escudo. Tenía que escapar y
huir con sus compañeros. Con mucho esfuerzo y sufriendo innumerables
heridas consiguió atarla a la argolla de la entrada, pero cuando ya salía por
la puerta de las murallas la bestia se soltó. No podía dejar que alcanzase a
su grupo, tenía que ponerles a salvo aunque fuese a costa de su propia vida.
Corrió en sentido contrario al acantilado, hacia las minas. La entrada y la
primera cubierta eran amplias, el monstruo podría entrar pero quedaría
atrapado en la primera galería. Furiosa la dueña se quedó gritando cuando
se sorprendió atrapada. Miriam corrió tan aprisa como pudo, la bestia se
soltaría o rompería las paredes de la mina y tenía que llegar al acantilado
antes que ella. Una voz interior le seguía gritando que el mar era su
salvación. Llegó exhausta, debilitada por la carrera y por las heridas. Sus
compañeros corrieron a su encuentro para ayudarla. A lo lejos se veían las
llamas de la bestia y se oían sus furiosos gruñidos. No había tiempo,
llegaría hasta ellos en escasos minutos. Miriam les gritó:
-Rápido, tenemos que lanzarnos al mar.
Se colocaron en fila al borde del acantilado, miraban hacia abajo, al
menos había unos 500 metros de distancia. Las olas rompían sin compasión
sobre las paredes rocosas. Las probabilidades de sobrevivir eran escasas
pero sí la dueña les alcanzaba, entonces, sería el fin con toda seguridad. Se
miraron para darse ánimos y Miriam gritó:
-¡Ahora!
Y todos, sin vacilar, se lanzaron al mar de cabeza, estiraron sus
cuerpos extendiendo los brazos por encima de sus cabezas. Y sin miedo
recibieron el abrazo del océano.
Cuando sus cuerpos quedaron sumergidos hubo una explosión de
color y sonido. Remolinos de chispeante magia los envolvió formando una
espiral de brillantes estrellas de colores, transformando sus cuerpos en seres
acuáticos. Se había roto el maleficio.
Ellos eran en realidad delfines y Miriam era el líder de la manada. La
dueña era la bruja del mar que con engaños les había llevado a la costa para
capturarlos y sacarlos del mar, convirtiéndolos en humanos para
esclavizarlos y obligarles a trabajar en las minas. Necesitaba magnetita para
aumentar su poder y esclavizar a todas las criaturas marinas.
Recuperada su forma natural cabalgaron sobre las olas, felices. El
mar y la magia habían curado sus heridas. Todo había vuelto a recuperar la
luz, el color y la calidez. Ahora todo brillaba de nuevo bajo los rayos del
sol. El mar volvía a ser azul y bajo el agua los corales, las algas y los peces
adornaban el fondo con un millar de colores vivos y alegres. Era tan
increíblemente maravilloso volver a nadar, haber recuperado su ser. No
podían ser más felices. Atrás quedó el dolor y la tristeza. Su única
preocupación era proteger al resto de las criaturas marinas de la bruja,
ahora que conocían sus verdades intenciones y su maldad era más fácil
protegerse de ella.

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