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Un equipo de científicos injerta

neuronas humanas en el cerebro de


ratas y logra influir en su
comportamiento
El avance podría provocar una revolución en el
conocimiento de las enfermedades psiquiátricas y
neurodegenerativas, pero plantea delicadas
preguntas éticas sobre el estatus moral de los
roedores
Manuel Ansede 12 oct 2022 - 17:00 CEST

Un organoide cerebral humano, marcado con una proteína fluorescente y trasplantado al cerebro de una
rata.Universidad de Stanford

Un equipo de científicos de la Universidad de Stanford (EE UU) ha


trasplantado neuronas humanas al cerebro de ratas recién nacidas y ha
logrado que este tejido cerebral implantado se integre e influya en el
comportamiento de los animales. El avance abre una nueva ventana para
estudiar las enfermedades psiquiátricas, pero plantea espinosas
cuestiones bioéticas, como cuál es el estatus moral de estas ratas con
neuronas humanas.

El médico rumano Sergiu Pasca, de 40 años, ha dirigido los


experimentos. Su grupo es especialista en producir “organoides
cerebrales”: unas pelotitas de unos milímetros de diámetro con unos
pocos millones de células, que sirven para estudiar en el laboratorio el
funcionamiento de un órgano real, muchísimo más complejo. Un cerebro
humano pesa un kilo y medio y tiene unos 86.000 millones de neuronas.

Organoides cerebrales humanos producidos en el laboratorio de Sergiu Pasca.Universidad de Stanford

El grupo de Pasca toma células de la piel de una persona y las rebobina


mediante un cóctel químico hasta su estado embrionario, una fase en la
que son capaces de convertirse en cualquier órgano del cuerpo: hígado,
músculo, riñón, cerebro. Los científicos guían entonces a esas antiguas
células de la piel para que se transformen en células cerebrales. Los
investigadores han dado ahora un paso más y han trasplantado estas
bolitas —similares a la corteza cerebral humana— al cerebro de ratas de
unos tres días de edad, modificadas genéticamente para que carezcan
de sistema inmune y se evite el rechazo. Las neuronas injertadas se han
integrado con éxito: al tocar los bigotes de los animales, las células
humanas se activan. Están implicadas en los sentidos de las ratas.

Pasca no cree que sus animales hayan desarrollado nada parecido a una
conciencia humana, dado el tipo de células implicadas y su integración
imperfecta. “Para comprender los trastornos psiquiátricos necesitamos
mejores modelos. Y, cuanto más humanos sean estos modelos, más
tendremos que abordar estas cuestiones éticas”, argumenta el médico,
que desaconseja utilizar esta estrategia en monos o simios.
“Necesitamos buscar un equilibrio entre los beneficios potenciales de
evitar parte del sufrimiento provocado por estos trastornos cerebrales
devastadores y los riesgos de generar modelos que sean demasiado
parecidos a los humanos”, razona.

Su estudio se publica este miércoles en la revista Nature, punta de lanza


de la mejor ciencia mundial. Entre los autores figura también el
neurocientífico estadounidense Karl Deisseroth, padre de la
optogenética, una revolucionaria técnica que permite activar o desactivar
neuronas mediante ráfagas de láser, gracias a la introducción previa de
genes de algas sensibles a la luz. Los investigadores han empleado esta
herramienta en ratas entrenadas para lamer un tubo si quieren obtener
agua. Al activarse sus neuronas humanas mediante luz, los roedores
acuden a lamer el dispositivo, por lo que los científicos deducen que su
corteza cerebral trasplantada participa en los procesos de aprendizaje.

El médico Sergiu Pasca, de la Universidad de Stanford, en Estados Unidos.Universidad de Stanford

Sergiu Pasca considera que la principal aplicación de sus roedores será la


investigación de enfermedades. Su equipo ha empezado ya con el
síndrome de Timothy, un trastorno extremadamente raro que provoca
graves problemas neurológicos y cardíacos en niños. Los científicos han
trasplantado células de tres pacientes a cerebros de ratas y han
detectado defectos neuronales hasta ahora desconocidos. El laboratorio
de Stanford investiga también otras dos docenas de trastornos del
cerebro, incluidos el autismo y la esquizofrenia. “Ahora podemos probar
nuevos fármacos en animales y estudiar sus efectos en las neuronas
humanas trasplantadas”, celebra Pasca.

El neurocientífico Raül Andero, de la Universidad Autónoma de Barcelona,


ha sido pionero en el estudio de la memoria en ratones mediante la
optogenética. Andero resopla ante “la espectacularidad” del nuevo
trabajo, en el que no ha participado. “Es fantástico, abre un nuevo
campo, estoy completamente alucinado. Tiene implicaciones
absolutamente increíbles para investigar enfermedades
neuropsiquiátricas y neurodegenerativas”, opina. “Yo creo que ni a los
autores les ha dado tiempo a pensar en todas las aplicaciones. Vamos a
estar años descubriendo nuevas aplicaciones de esto”, aplaude Andero,
que insta a no cruzar líneas rojas. “Hay que ser muy cuidadosos. En la
neurociencia ya casi ocurre lo que en el sector de los coches sin
conductor, donde los debates son más éticos que tecnológicos”,
advierte.

Los trabajos pioneros de la bioquímica española Ira Espuny-Camacho,


entonces en la Universidad Libre de Bruselas, ya mostraron hace una
década que las neuronas humanas se pueden integrar en los circuitos
cerebrales de un ratón. El equipo de Stanford ha ido ahora más allá, al
demostrar que estas neuronas ajenas pueden participar en el
comportamiento de los roedores. Sergiu Pasca destaca que su grupo
trasplanta en las ratas recién nacidas organoides cerebrales cuyas
células humanas se autoorganizan, lo que facilita que crezcan, maduren y
se alimenten a través de vasos sanguíneos. La neurociencia entra ahora
en un territorio inexplorado, en las siempre movibles fronteras de la
bioética.

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