Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Como vimos en el capítulo anterior, "en Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo" (2 Cor
5, 19). Pero, ¿cómo lo hizo?
Las respuestas más conocidas utilizan el sufrimiento como materia prima para la redención.
En justicia, el Padre tenía que recompensar a su Hijo, pero como éste no necesitaba nada, pidió
que fuera transferido a los hombres su mérito:
Otra variante, de especial difusión en las Iglesias protestantes, es la teoría de la sustitución penal:
Jesucristo nos sustituyó en la cruz
para recibir en lugar nuestro el castigo que merecíamos:
"Dios envió a su Hijo único al mundo y colocó sobre él los
pecados de todo el mundo, diciéndole: 'Sé Pedro el renegado,
Pablo el perseguidor (...), David el adúltero; sé ese pecador que
come la manzana del paraíso..., en resumen, sé la persona que ha
cometido los pecados de todos los hombres. Por tanto, has de
pagar y satisfacer por ellos.' Viene la Ley y dice: 'Le hallo pecador,
de tal forma que ha tomado los pecados de todos los hombres y ya
no veo pecado más que en él. Es preciso, pues, que muera en la
cruz.' Entonces se precipita sobre él y le condena a muerte. De esa
forma, el mundo queda libre y purificado de sus pecados." 2
El sufrimiento no es redentor
Si es exacta nuestra convicción de que la voluntad de Jesús no
fue sufrir, sino amar, y la cruz le sobrevino como simple "accidente
laboral", se impone una conclusión: La redención no pudo ser por el
sufrimiento, sino por el amor; aunque fuera en el sufrimiento, y en
este sentido podamos decir que "sus heridas nos curaron" (Is 53.
5).
San Ireneo decía, con mucho sentido común, que "no hay otra
manera de desatar lo que ha sido atado que volver a pasar en
sentido inverso la cuerda que formó el nudo''.12. O, con otras
palabras, si el pecado se reduce siempre a una pérdida de amor, la
redención necesariamente tiene que ser lo contrario. Abelardo vio
muy claramente, en su polémica con san Anselmo, que únicamente
el amor es redentor:
Cristo injertó semilla divina en nuestra tierra humana. Por eso una
corriente de opinión tan extendida por lo menos como la de la
redención por el sufrimiento, ve en la encarnación de Cristo la
causa de nuestra redención, y lo expresa con una afirmación
atrevida: Cristo "se hizo hombre para hacernos dioses" 16. De
hecho, el mismo Credo dice "que por nosotros los hombres, y por
nuestra salvación, se encarnó"...
Por otra parte, una vida comprometida en el servicio del Reino de
Dios tiene ya suficientes sufrimientos como para no necesitar
buscar un plus de dolor. Ese sufrimiento, y no el que nos
procuramos a nosotros mismos, es la cruz que cada uno debe tomar
para seguir a Cristo (Mt 10, 38):
"Si el dolor de los niños está destinado a completar esa suma de dolor que es indispensable para
comprar la armonía eterna, no es que no acepte a Dios, Alíoscha, pero le devuelvo con el mayor
respeto mi billete", dice Iván Karamazov a su hermano 24, Rehusaré hasta la muerte esta
creación donde los niños son torturados", dice el Dr. Rieux en "La Peste" 25
Elie Wiesel relata esta escalofriante escena que vivió en un campo de concentración nazi donde los
S. S. acababan de ahorcar a tres judíos. dos hombres y un niño: "Los dos adultos ya no vivían. Sus
lenguas colgaban hinchadas, azuladas. Pero la tercera soga no estaba inmóvil: el niño, muy
liviano, vivía aún...
-¿Dónde está el buen Dios, dónde está? -preguntó alguien detrás de mí.
Más de media hora quedó así, luchando entre la vida y la muerte? agonizando ante nuestros ojos.
Y nosotros teníamos que mirarlo bien de frente. Cuando pasé delante de él todavía estaba vivo.
Su lengua estaba roja aún, sus ojos no se habían apagado Detrás de mí oí la misma pregunta del
hombre:
-¿Dónde está Dios, entonces? Y en mí sentí una voz que respondía:
-¿Dónde está? Ahí está, está colgado ahí, de esa horca...Esa noche, la sopa tenía gusto a cadáver."
26
El sentido que le da Wiesel es que a él se le murió Dios a la vez que ese niño. Pero yo me voy a
permitir darle otro sentido: Dios está colgado de la horca porque Dios no está con quien produce
el dolor, sino con quien lo padece. El amor de Dios no nos protegerá de todo sufrimiento, pero nos
protege en todo sufrimiento.
Y. ¿por qué no nos protege también del dolor? Podría intervenir milagrosamente, por ejemplo, para
evitar las grandes catástrofes naturales, como los terremotos o las inundaciones...Pero. en sana
lógica. habría que preguntar: ¿ Y porqué no debería evitar también las catástrofes "artificiales"
producidas por el hombre, como las guerras o la miseria?
El recurso al milagro no tendría límite: Acabaríamos exigiendo que el mundo fuera un milagro
continuo; las leyes de la naturaleza dejarían de existir y cualquier intento de construir una
teoría científica para someter la creación sería imposible. El mundo habría dejado de ser mundo
para convertirse en un inmenso teatro donde Dios jugaría a las marionetas con sus criaturas
privadas de libertad e iniciativa.
No obstante, a pesar de todas las explicaciones, cuando el dolor llega el hombre sigue pensando
que no debía ser así. En esos momentos en que las razones se quedan cortas, el creyente
deja paso a la confianza; sueña con el día en que vivamos la plenitud del Reino de Dios, porque
para entonces hay una promesa de Cristo: "Aquel día no me preguntaréis nada" (Jn 1ó, 23).
Hay que hacer bueno a DiosSi el día que llegue el Reino de Dios en toda su plenitud
no preguntaremos nada, lo que debemos hacer es luchar para anticipar lo más posible ese día. Lo
que necesitamos no son interpretaciones, sino luchar contra la existencia del dolor, para que se
haga innecesaria su explicación. Con profundo realismo decía Buda:
"Si un hombre, al ser herido por una flecha envenenada, dijera: '¡No dejaré que me toquen la
herida hasta que no sepa el nombre del que me ha atacado, si es un noble o un brahamán, un
hombre libre o un esclavo! ¡No me dejaré curar sin saber antes de qué madera era el arco que ha
lanzado esa flecha... ! ', seguro que moriría de esa herida." 27
Esa fue también la intuición de Lippert:"Cual relámpago me llega ahora una ardiente luz: ¿Será
este acaso tu propósito, tu maravilloso pensamiento: que Tú sólo cierres tus puertas para que yo
abra las mías de par en par para que los desdichados tengan que venir a mí y a cada hombre que
esté próximo a llorar con ellos...? ¿Será posible? ¿Que todas las puertas que quieras dejar abiertas
a los pobres y desdichados, las hayas puesto en el corazón de tus ángeles y de tus santos? ¿Que
sean ellos quienes por tu encargo y voluntad y en tu nombre recojan todas las penas y escuchen
todas las oraciones?
Ah, entonces debo callar; entonces la quejumbrosa pregunta que te hice se tornaría en una
anonadante acusación contra mí. ¿No escuchas, pues, nuestras preces?, te he preguntado; pero
debería haber dicho: ¿Escucho yo las súplicas de todas tus criaturas?¡Padre! ¡Señor y Dios! Ya veo
lo que tengo que hacer; y me espanta la tarea: Tengo que hacerte bueno." 28
LUIS GONZÁLEZ-CARVAJAL
....................
1 SAN ANSELMO DE CANTORBERY, Cur Deus homo, en Obras completas,
BAC, Madrid, 1952, t. 1, p. 885
2 MARTÍN LUTERO, Comentario de la Epístola a los Gálatas; cit. por
LOUIS
RICHARD, El misterio de la Redención, Península, Barcelona, 1966, P. 193
3 JACQUES-BÉNIGNE BOSSUET, Sermón por le vendredi saint en
Oeuvres oratoires, t. 3, Derclée de Brouwer, París, 1891, p. 383
4 SALVADOR DE MADARIAGA, Dios y los españoles, Planeta,Barcelona,
1981, p. 185.
5 LIN YUTANG. La importancia de vivir, Edhasa, Barcelona, 1980. p. 412.
6 ERNST BLOCH, El ateísmo en el cristianismo, Taurus, Madrid, 1983, p.
159
7 FRIEDRICH NlETESCHE, Así habló Zaratustra en 0bras completas,
Prestigio, Buenos Aires, 1970, t. 3, p. 422.
8 MODESTO LAFUENTE, Historia general de España, Montainer y Simón,
Barcelona, t, 4. 1889. p. 220.
9 HUGH THOMAS. La guerra civil española, Círculo de Lectores,
Barcelona,
1977, t. 1. p. 353. Es sabido que MANUEL TUÑÓN DE LARA duda de la
autenticidad de este episodio (La España del siglo XX, Librería Española,
París, 1973, p. 450)
10 EDWARD SCHILLEBEECKX, Cristo y ios cristianos, Cristiandad; Madrid,
1983. p. 711.
11 SCHILLEBEECKX. o.c., pp. 466-501 recoge 16 explicaciones diferentes
de la redención que utiliza el Nuevo Testamento .
12 SAN IRENEO, Adversus haereses, 3, 22; PG 7, 958-960.
13 PEDRO ABELARDO, Exposición de la Epístola de Pablo a los Romanos,
2; PL 178. 836.
14 SANTO TOMAS DE AQUlNO Suma contra gentiles, Iib 3, cap. 122, BAC,
Madrid, 2ª ed. 1968, t 2. p. 465.
15 SAN BERNARDO, Contra los errores de Pedro Abelardo, cap 7, núm.
17;
en Obras completas, BAC, Madrid. 1955, t. 2, p. 1015.
16 SAN ATANASIO, De incarnatione Verbi, 54; PG 25, 192; Ep. ad Adelph.
4;
PG 26, 1077 A; Orat, Il contra Arianos, 61: PG 26, 277 B. SAN GREGORIO
DE
NISA, Orat. catech. magna, 37, 12; PG 45, 97 B; SAN GREGORIO
NACIANCENO, Orat. 30, 6; PG 36, 109; 40. 45; PG 36, 424 B; 45, 9; PG 36,
633-636: SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilía II in Joan., 1;- PG 59, 79; SAN
CIRILO DE ALEJANDRÍA, Lib. 1 in Joan., acerca de Jn 1, 12; PG 73, 153 A-
B;
SAN JUAN DAMASCENO, De fide orthod. 4, 13; PG 94, 1137 A-C.
17 PALADIO, El mundo de los Padres del Desierto (La Historia Lausíaca),
cap. 37, Studium, Madrid, 1970, p. 183.
18 SAN JUAN CRISÓSTOMO. Homilías sobre 1 Corintios, 25, 3, PG 61, 208.
19 Véanse suficientes testimonios sobre el particular en mi libro La causa
de los pobres. causa de la Iglesia, Sal Terrae, Santander 982 pp. 95 y ss.
20 SAN LEÓN MAGNO, Homilías 15, 2 y 40, 4: en Homilías de san León
Magno, BAC. Madrid, 1969, pp. 52 y 173.
21 SANTA TERESA DE LISIEUX, Historia de un alma cap. 6: en Obras
completas. Monte Carmelo. Burgos. 1975. p. 245.
22 VATICANO II, Gaudium et spes, 38.
23 SANTO TOMÁS DE AQUINO, Quaest. disp. de caritate 8 ad 17.
24 FlODOR DOSTOlEVSKI, Los hermanos Karamazov, en Obras completas,
Aguilar, Madrid, 7ª ed.. 1973, t. 3, p. 203.
25 ALBERT CAMUS, La Peste, en Narraciones y Teatro, Aguilar, Madrid, 7ª
ed., 1979, p. 307,
26 ELIE WIESEL La noche. el alba, el día, Muchnik, Barcelona, 1975. p. 70.
27 E. CONCE. Buddhism. Its essence and developmenlt, Oxford. 2ª ed.,
1953.
28 PETER LIPPERT, El hombre Job habla a su Dios. Jus, México, 2ª ed.,
1967, pp. 99-102.