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Levítico 1:1-9
A. Debe ser sin defectos (Lev. 1:3). No solo a la vista del hombre,
sino en la vista de Dios. Cristo, como el Cordero amado de Dios, era
“sin mancha y sin contaminación” (1 Pedro 1:19). Un pecado en
pensamiento o sentimiento lo habría convertido a él en un sacrificio
manchado.
B. Debía ser llevado a la puerta (Lev. 1:3). La puerta de acceso a
Dios ha sido bloqueada por el pecado. Sólo puede abrirse a través
del sufrimiento y el sacrificio. Jesucristo vino para este propósito.
Ahora él dice. “He aquí, he puesto delante de ti una puerta abierta,
la cual nadie puede cerrar” (Apoc. 3:8).
C. Debe ser degollado ante el Señor (Lev. 1:5). Una vida sin culpa no
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Levítico 2:1-6
Levítico 3
Levítico 4:1-12
hace provisión para tal (1 Juan 2:1). Pero cuando los maestros
religiosos pecan, es como el error del reloj de la ciudad. Otros
tienden a ser desviados por su mal ejemplo. Se ha dicho que, “los
pecados de los maestros son maestros del pecado”. El camino de la
vida es una revelación de Dios. Como una escalera bajada del cielo.
Así que esta ofrenda por el pecado puede mencionarse aquí,
porque es el paso más bajo de la escalera, y la primera con la que
tenemos que hacer como pecadores. Como cualquier otro
sacrificio…
1. Debe ser sin defecto (Lev. 4:3). La deformidad física más pequeña
descalificaba al buey o al cordero para el altar. El Señor Jesús era
perfectamente irreprochable a los ojos de Dios quien busca el
corazón. En todo su contacto cercano y continuo con los hombres y
las cosas terrenales, él permaneció incontaminado por las
corrupciones de la lujuria y del mundo. Él podía tocar lo inmundo y
sin embargo quedar intacto de la inmundicia. Él era “santo,
inocente, sin mancha, apartado de los pecadores” (Heb. 7:26).
2. Tenía que haber imputación e identificación (Lev. 4:4). El
ofrendante ponía su mano en la cabeza de la ofrenda,
identificándose con los pecados imputados al sacrificio, y también
con el propio sacrificio. Poner nuestros pecados sobre Jesús no es
acto nuestro, sino de Jehová. “Mas Jehová cargó en él el pecado de
todos nosotros” (Isa. 53:6). Confesamos nuestros pecados sobre él,
y por la fe ponemos nuestra mano de apropiación sobre él. Él se
entregó a sí mismo por nosotros.
3. La vida debe ser tomada. “Lo degollará delante de Jehová” (Lev.
4:4). La muerte de la ofrenda tenía que ver con Jehová. La muerte
de Cristo no fue un accidente, ni tampoco fue solo un ejemplo para
nosotros de paciencia en sufrimiento. Fue una muerte demandada
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por Dios. Por tanto su vida fue ofrecida a Dios como sustituto de
otros. Él murió ante Jehová. Él se ofreció a sí mismo sin mancha
ante Dios.
4. La grosura era quemada en el altar (Lev. 4:8-10). Esta grosura era
olor grato a Jehová (Lev. 4:31). La grosura es frecuentemente
referida, y ocupa un lugar prominente en relación con la ofrenda
por el pecado. Puede representar la riqueza y la preciosidad de
Cristo como Dios lo ve todo rendido como una ofrenda a él en el
altar de la cruz, de mucho agrado.
5. El cuerpo fue llevado afuera. “El becerro sacará fuera del
campamento…y lo quemará al fuego” (Lev. 4:12). La razón humana
en sí misma nunca hubiera sugerido un cambio de procedimiento
como este. ¿Por qué se debía quemar esta ofrenda fuera del
campamento, y no en el altar como los demas? Porque es típico de
Aquel quien “para santificar al pueblo mediante su propia sangre,
padeció fuera de la puerta (Hebreos 13:12), y de quien el rostro del
Padre por un tiempo tuvo que ser ocultado (Mateo 27:46). Dios no
puede mirar el pecado, pero mira con compasión sobre el pecador.
6. La sangre debe ser rociada. “Rociará de aquella sangre siete
veces delante de Jehová” (Lev. 4:6). El orden en que se roció la
sangre es sublimemente hermoso, y perfectamente coherente con
el camino de la salvación como se enseña en el Nuevo Testamento.
Fue rociado: (1) delante de Jehová. (2) Ante el velo. (3) En el altar
del incienso. (4) Entonces todo lo que quedaba era derramado en el
fondo del altar del holocausto. El sacerdote rociaba la sangre en su
salida, no cuando estaba entrando en este caso, enseñándonos que
se ha hecho un camino de Dios hacia los hombres pecadores. La
salvación es del Señor. Pero en nuestro acercamiento a Dios nos
encontramos con la sangre derramada, en primer lugar en el altar,
que hace expiación por el alma. Típico de Aquel quien derramó su
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Levítico 5; 6:1-7
La voz de la ofrenda de culpa al hombre es: “Es infracción, y
ciertamente delinquió contra Jehová” (Lev. 5:19). En relación con
esta ofrenda, trata con los pecados individuales en lugar de
enfocarse en las personas. Veamos…
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