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EL REVISIONISMO: ITINERARIOS DE CUATRO DÉCADAS

Alejandro Cattaruzza

“Hacia 1922 nadie presentía el revisionismo”


Jorge Luis Borges formulaba esta observación en una nota referida a su poema
“Rosas”, incluido en Fervor de Buenos Aires. El comentario, realizado en la segunda mitad
de los años sesenta, no puede naturalmente ser tomado por bueno sin más; sin embargo,
permite volver a poner en discusión algunos argumentos acerca del revisionismo histórico.1

La reconsideración que proponemos no remite sólo a las opiniones sobre los “orígenes”
de la corriente, sino que tiene relación con modos diferentes de concebir el problema
general del revisionismo. Este término, es sabido, ha sido utilizado para definir realidades
muy diversas. Para Halperin Donghi se trató de una "empresa a la vez historiográfica y
política", cuyos primeros momentos pueden ubicarse en la década abierta en 1930 y que
hacia 1984 todavía demostraba un “vigor al parecer inagotable”. Diana Quattrocchi parece
preferir una perspectiva que lo vincula a la instalación del debate sobre Rosas en la
sociedad argentina, que fecha en los tiempos de la llegada del radicalismo al gobierno; ya
en los años treinta, el revisionismo terminaría constituyendo una contrahistoria. De acuerdo
con los planteos de Carlos Rama, en cambio, se trató de un fenómeno latinoamericano,
cuya característica central fue haber sido el resultado de la aplicación de un enfoque
nacionalista al estudio del pasado. Hacia 1974, a su vez, Ángel Rama lo concebía corno
una de las “expresiones de las subculturas dominadas”, mientras que ese mismo año,
Leonardo Paso, historiador oficial del Partido Comunista argentino, sostenía que el

1 El comentario parece responder a un momento cultural peculiar, signado entre otros


rasgos por la expansión de la interpretación revisionista del pasado entre grupos sociales
amplios. Quizás hasta se trate de una respuesta oblicua a la nota que, en julio de 1968,
había sido publicada en el primer número del reaparecido Boletín del Instituto Juan Manuel
de Rosas de Investigaciones Históricas, referido a El tamaño de mi esperanza; en la tapa se
anticipaba el título del artículo, casi una provocación: ”¿Borges rosista?”. La cita, en
Borges, Jorge Luis, Obras Completas, Bs.As., Emecé, 1974, p. 52, que recoge la edición
1969 de Fervor de Buenos Aires. La nota de Borges, de todas maneras, no es sencilla de
fechar: en Poemas 1932-1958, Emecé, 1962, reimpresión de la primera edición de 1954,
no figura. Tampoco en las Obras Completas que Emecé publicó en 1979.
2

revisionismo rosista era una “gran expresión de nuestra oligarquía ganadera y


latifundista”2.

Al problema de los varios sentidos que se han otorgado al término, se añade la pregunta
acerca de qué es aquello que distingue una versión revisionista del pasado argentino de una
que no lo es. La exaltación de los gobiernos de Rosas no basta, dado que a lo largo de los
años sesenta los hombres de la llamada "izquierda nacional", que se autoproclamaban
miembros del revisionismo socialista y a quienes Halperin Donghi ubica entro los
neorrevisionistas, tendían a preferir a los caudillos del interior, llegando a proclamar que
el "rosismo" y el "mitrismo" eran "dos alas del mismo partido”. Por otra parte, tampoco los
revisionistas más clásicos imaginaban de manera homogénea las características de los
gobiernos de Rosas: para Ibarguren, se trataba de un “dictador” que había dominado para
bien al gauchaje, garantizando el orden social en beneficio de las clases propietarias, mientras
que José María Rosa, a principios de los años cuarenta, lo proponía como el ejecutor de una
benéfica reforma agraria en favor de quienes trabajaban la tierra.3

Sin aspiración de cerrar estas cuestiones y mucho menos de esbozar una “definición”
del revisionismo, debemos señalar que el criterio que aquí empleamos, notoriamente

2 Cfr. respectivamente Halperin Donghi, Tulio, El revisionismo histórico argentino, Bs.As., Siglo XXI, 1971,
p. 7, y del mismo autor “El revisionismo histórico argentino como visión decadentista de la historia nacional”,
de 1984, recogido en Ensayos de historiografía, Bs.A.s, El Cielo por Asalto, 1996, p.107; Quattrocchi-
Woisson, Diana: “Historia y contra-historia en la Argentina. 1916-1930”, en Cuadernos de Historia Regional,
Luján, UNLuján, número 9. agosto 1987, y Los males de la memoria. Historia y política en la Argentina,
Bs.As., Emecé, 1995, en particular el Capítulo 2; Rama, Carlos: Nacionalismo e historiografía en América
Latina, Madrid, Tecnos, 1981, pp. 14 y 15; y Rama, Ángel, “La narrativa en el conflicto de las culturas",
escrito en 1974 y publicado en Rouquié, Alain (comp.) , Argentina. hoy; Bs.As., Siglo XXI, 1982, en
particular, pp. 255 y siguientes. La cita de Paso, Leonardo, en Corrientes historiográficas, Bs.As., Ediciones
Centro de Estudios, 1974, p. 47.

3 Como expresión de las visiones del pasado de un sector importante de la izquierda nacional, puede verse
la obra colectiva llamada El revisionismo histórico socialista, Bs.As., Octubre, 1974, que, con prólogo de
Blas Alberti, recoge artículos de miembros de esta corriente; en particular, el que firmado por M. Cruz
Tamayo (en realidad A. Terzaga), se titula precisamente “Mitrismo y rosismo: dos alas del mismo partido”.
La opinión de Carlos Ibarguren puede consultarse en Juan Manuel de Rosas. Su vida, su tiempo, su drama,
Bs.As., La Facultad, 1933 [edición definitiva, y la de José María Rosa en Defensa y pérdida de nuestra
independencia económica, Bs.As., Huemul, 1974 (la obra había aparecido en forma de artículos, en 1941-
1942), parágrafo titulado 'La tierra para el que la trabaja'.
3

tradicional, es el de considerarlo un grupo de intelectuales que procuró intervenir en la


amplia zona de encuentro entre el mundo cultural, incluyendo en él a las instituciones
historiográficas, y la política. En ese intento, el revisionismo se dio unas herramientas muy
similares a las construidas, ya desde el Centenario y con mayor claridad desde los primeros
años de posguerra, por otros grupos culturales y asociaciones historiográficas: creó una
institución reconocible y una revista, contó con editoriales vinculadas, celebró reuniones y
conferencias, tomó posición ante decisiones de las autoridades. Sus elencos, como los del
resto de los movimientos e instituciones, podían variar, pero eran en conjunto reconocidos
como grupo por los demás actores de los campos en que actuaban 4. Otra alternativa
conceptual supondría la construcción de un modelo con el cual confrontar la visión de
algún historiador para decidir si es pertinente ubicarlo en el casillero del revisionismo; ese
camino no solo conspira contra la posibilidad de percibir cambios dentro de la corriente,
sino que favorece la organización de unanimidades artificiales.5

Plantear una perspectiva que se centre en el revisionismo como grupo intelectual


significa asumir la opción por examinar, fundamentalmente, las acciones que llevó adelante
para instalarse como un nuevo actor entre las instituciones dedicadas a la historia, a la
actividad cultural en general, y por trazar lazos con el estado. Todas estas actividades eran
desarrolladas en función de esa otra gran tarea que se asignaba el revisionismo: cambiar la
que, sostenían, era la versión dominante del pasado argentino por otra, no sólo más
“verdadera”, sino más adecuada a los intereses nacionales, convirtiéndose en una nueva
historia oficial.

4 Un criterio similar ha sido por Gramuglio, María Teresa, “Posiciones, transformaciones y


debates en la literatura”, en Cattaruzza, Alejandro (director): Crisis económica, avance del
estado e incertidumbre política, tomo VII de la Nueva Historia Argentina, Bs.As.,
Sudamericana, 2001.
5 Sabemos que, de todos modos, el planteo efectuado no logra dar cuenta de algunos casos particulares; uno
de ellos, es el de los mencionados revisionistas socialistas, que no fueron vistos con beneplácito por los
"fundadores". Otro, el de Rodolfo Puiggrós, que no sólo no abjuró de las críticas lanzadas a la política rosista
a comienzos de los años cuarenta, sino que tampoco compartía los juicios revisionistas referidos a la colonia y
a la revolución de 1810 en el Río de la Plata. En ambos casos, sin embargo, tanto los hombres que debatían
con ellos como buena parte de la bibliografía posterior los adscribió al revisionismo.
4

Tales acciones no eran, desde ya, independientes de los argumentos que planteaba el
revisionismo, pero tampoco se reducían a ellos6. Sobre esos argumentos, José Carlos
Chiaramonte ha insistido en que dos de los más conocidos habían sido propuestos con
anterioridad a los años treinta, destacando tanto la existencia de reclamos de revisión de
una historia que se entendía “de familia”, a cargo de varios estudiosos del pasado en los
años del Centenario, como el inicio de la reconsideración del papel del federalismo en el
proceso de organización nacional por parte de miembros de la “nueva escuela” Histórica,
en particular, por Emilio Ravignani.7

Efectivamente, uno de los reclamos de los historiadores de comienzos del siglo XX al


enfrentarse con la tradición historiográfica heredada fue el de la necesidad de su revisión.
El título de un artículo que Rómulo Carbia publicaba en 1918 era, por ejemplo, “La
revisión de nuestro pasado”, y allí confiaba tal cometido a una “nueva escuela histórica”
que, rigurosa en la aplicación de las reglas del método, veía en disputa con una
historiografía poblada de “héroes de discutible autenticidad[....], personajones lanzados a la
circulación sin más escudo que el cariño de una prole extendida e influyente” 8. En lo que
hace a la reconsideración favorable del federalismo y de la acción de Rosas, Emilio
Ravignani sostenía hacia 1927, en su balance sobre “Los estudios históricos en la Republica
Argentina”, que la política unitaria había sido “un mal contra la democracia”, y que “el
ejercicio de los principios federales produjo la organización”. Era la política rosista,
sostenía Ravignani, la que había puesto los cimientos de la organización nacional. 9

6 Pueden recordarse aquí los planteos de Michel de Certau acerca de la necesidad de


entender “el libro o el artículo de historia” como “resultado y síntoma del funcionamiento
de un grupo”, y como “producto de un lugar” institucional y social. Cfr. de Cerau, Michel,
La escritura de la historia, México,Universidad Iberoamericana, 1985, p.81.
7 Ver Chiaramonte. José Carlos: “En torno a los orígenes del revisionismo histórico
argentino”, en Frega, Ana y Ariadna Islas, Nuevas miradas en torno al artiguismo, Facultad
de Humanidades y Ciencias de la Educación, 2001, en particular pp. 33, 39 y ss., y 45 y ss.
8Cfr. Carbia. Rómulo, “La revisión de nuestro pasado”, en Cuaderno 5 del Colegio
Novecentista, de abril de 1918, p. 70. Hemos citado este trabajo en el capítulo anterior.
9 A fines de los años veinte, Ravignani solía sostener puntos de vista similares con
frecuencia. La cita en Ravignani, Emilio, “Los estudios históricos en la Republica
Argentina Síntesis, Bs.As., año I, número 1, junio de 1927, p.62. Sugerimos sobre estos
tema la consulta de Buchbinder, Pablo: “Emilio Ravignani: la historia, la nación y las
provincias”, en Devoto, Fernando (compilador): La historiografía argentina en el siglo XX
(I), Bs.As., CEAL, 1993, y Chiaramonte, José Carlos y Buchbinder, Pablo: Provincias,
5

La opinión que subraya la ausencia de novedad se apoya, así, en datos certeros, que
por otra parte habían sido ya reconocidos por algunos revisionistas. Así, Julio Irazusta
sostenía hacia 1953, en la advertencia a la Primera Parte del Tomo I de la Vida política de
Juan Manuel de Rosas a través de su correspondencia, refiriéndose a los Documentos
para la historia argentina, compilados por Ravignani:

“La [...] compilación del Dr. Ravignani es una de las más admirables
que se han hecho en nuestro país. Lo que no tiene nada de extraño,
dada la maestría que el autor exhibió en esa clase de trabajos y la
osadía intelectual con que encaró la historia de Rosas, por puro
espíritu científico, mucho antes que nuestra generación pusiera en
marcha lo que se ha dado en llamar el revisionismo histórico” 10

Pocos años más tarde, Irazusta sostuvo que a principios de siglo “Ingenieros, Rojas y
Lugones dieron nuevo impulso al movimiento revisionista”, aunque luego volvía a
diferenciar ese movimiento del “nacimiento de una escuela específicamente llamada
'revisionista". A la hora de inventarse una genealogía, los revisionistas solían filiarse con
Quesada y aún con Saldías, con cuya obra J. M. Rosa, por ejemplo, insistía en hacer
comenzar la historia del grupo11.

Tampoco la fórmula que, entre 1938 y 1939, Ernesto Palacio utilizó, y que
circularía luego con gran éxito, la de la historia oficial y falsificada, era estrictamente
novedosa. En 1934, Rodolfo Ghioldi denunciaba en Soviet, revista del Partido Comunista,
“la espesa red de falsificación que aprisiona a la historia argentina”; Álvaro Yunque haría

caudillos, nación y la historiografía constitucionalista argentina 1853-1930, Documento de


Trabajo del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. E.Ravignani”, Bs.As. 1991
10 Cfr. Irazusta, Julio, Vida política de Juan Manuel de Rosas a través de su
correspondencia, Tomo I, Primera Parte, p. III de la Advertencia a la Segunda Edición, Bs.
As., Albatros, 1953.
11 Ver lrazusta, Julio, Las dificultades de la historia científica, Bs.As., Alpe, 1955, pp. 144
y 148; Rosa, José María, Historia del revisionismo y otros ensayos, Bs.As., Merlín, 1968,
pp. 23 y ss. y del mismo Rosa El revisionismo responde. Bs.As., Pampa y Cielo, 1964 que
reúne artículos escritos entre 1950 y 1960, pp. 187 y ss. .Uno de los primeros autores que
intentó un estudio sistemático de la corriente, Clifton Kroeber, en Rosas y la revisión de la
historia argentina, Bs.As., Fondo Editor Argentino, 1964, propuso también que Saldías y
Quesada constituyeron una “primera generación revisionista” .
6

lo propio en 1937, desde las páginas de Claridad, acusando a "los falsificadores de la


historia”12

Así, no sólo otros historiadores, incluyendo a miembros de la “nueva escuela”, habían


reclamado con mucha anterioridad a los años treinta la revisión de las visiones disponibles
del pasado nacional, sino que otros grupos culturales habían acuñado piezas del que luego
sería el arsenal del revisionismo; algunos revisionistas, a su vez, admitían estas
circunstancias. Sin embargo, ese reconocimiento parcial pasó desapercibido en la
coyuntura de la Segunda Guerra Mundial, y fue la imagen de una “historia oficial”
monolítica, que constituyó parte de la vulgata revisionista, la que persistió. De esta
manera, la evocación o el “olvido” de los anticipos vuelven a transformarse en operaciones
que el revisionismo desarrollaba para inventar su combate imaginario y posicionarse en él.

Desde otras perspectivas, Diana Quattrocchi ha planteado que al momento de la


inauguración de la república radical tuvo lugar un “movimiento de contramemoria” en el
que aparecieron, dispersos, elementos que se articularán para constituir una “contrahistoria”
orgánica luego de 193413. La asociación que la autora realiza entre yrigoyenismo y rosismo
parece poco verosímil, si se atiende al complejo problema del pensamiento radical: entre
los escasos motivos ideológicos compartidos por el radicalismo que llegaba al poder en
1916, no se contaba la exaltación de Rosas. Hubo dirigentes, no todos yrigoyenistas, que se
inclinaban a echar una mirada favorable al régimen caído en Caseros, y algunos formarían
más adelante en el revisionismo. Ellos debían convivir, sin embargo, con muchos más que
se inscribían en la tradición opuesta. Hacia fines de los años veinte, y durante buena parte
de los treinta, los gobiernos rosistas constituyeron un efectivo punto de referencia, utilizado
mucho más a menudo por la oposición para el cotejo denigratorio con las presidencias de
Yrigoyen que por el propio radicalismo, que en palabras del viejo militante Alfredo Acosta,
trazaba de este modo las líneas histórica que, creía, se enfrentaban: “Brilla en la UCR la
límpida mirada de Moreno. ilumina [a la oligarquía] el felino fulgor de las pupilas de

12 Cfr., respectivamente, Ghioldi, Rodolfo, “ J. B. Alberdi”, en Soviet,, Bs.As., agosto de 1934, sin número de
pagina, y Yunque, Álvaro: “Echeverría en 1837. Contribución a la historia de la lucha de clases en la
Argentina”, en Claridad, año XV, número 313, mayo 1937, sin número de página

13Ver Quattrocchi-Woisson, Los males de la memoria, citado, p. 71


7

Facundo. El espíritu renovador de Rivadavia está en aquella. El espíritu colonial de Rosas


impulsa a la otra”. E. Tradatti reclama la filiación con un panteón similar, sosteniendo que
la esencia del radicalismo “arranca de los orígenes mismos de nuestra nacionalidad.
entroncando con la corriente que encabezan Moreno y Monteagudo y continúan Echeverría
y Rivadavia “14.

Tampoco en franjas del partido más claramente alineadas con Yrigoyen el rosismo
parecía abrirse paso con facilidad. En 1933, el Ateneo Radical Bernardino Rivadavia
celebraba un acto para reivindicar el “radicalismo americanista de Yrigoyen”; uno de los
militantes evocaba en su discurso las rebeliones radicales de esos años, destacando que una de
ellas se había producido en Entre Ríos, “cuna y madre de la gloria libertadora de 1852”, que
había terminado con el gobierno de Rosas. Un año más tarde, Arturo Jauretche instalaba su
poema gauchesco El Paso de los Libres, que se refería a una de las insurrecciones en la que
había participado, en una línea claramente antirrosista desde el título mismo, y admitía que su
prologuista, Borges, lo inscribiera en la tradición de Hernández y de Ascasubi. Las razones de
esa adscripción no eran sólo formales: se trataba de tres conspiradores. Ascasubi, es sabido,
había sido combatiente contra Rosas. De esta manera, si bien que puede admitirse que ya
desde los años veinte, y quizás antes, el “tema” de Rosas estaba incorporado a la cultura
argentina, es menos sencillo de probar que ello fuera fruto o haya devenido en una
contramemoria, que tal contramemoria encontrara un correlato preciso en la producción de
los intelectuales yrigoyenistas, y que ella haya significado el “nacimiento” del
revisionismo15

Retornando, entonces, a la cita con que se abre este apartado, podemos preguntarnos qué
revisionismo era el que Borges sostenía no haber podido presentir en 1922. Parece

14 La cita de Acosta figura en Hechos e Ideas, Bs.As., número 7, enero de 1936, p.225; la
de Tradatti, en el mismo número, p. 252. Hemos abordado estas cuestiones en Historia y
política en los años treinta. Comentarios en torno al caso radical. Bs.As., Biblos, 1991.
Nos permitimos remitir también a nuestro capítulo titulado “Descifrando pasados: debates y
representaciones de la historia nacional”, en Alejandro Cattaruzza (director): Crisis
económica, avance del estado e incertidumbre política, citado.
15 Ver [Ateneo Radical Bernardino Rivadavia], La política americanista de Yrigoyen,
Bs.As., 1933, p. 23. El prólogo de Borges a El Paso de los Libres, puede consultarse en la
edición que publicara originalmente La Boina Blanca.
8

evidente que no se trata del que Carbia reclamaba en 1918, ni de la visión favorable a
Rosas que Ravignani, en 1927, ofrecía en una revista en la que compartía el Consejo
Directivo con Ibarguren y con Borges mismo. El revisionismo que en 1969 Borges decía
no haber previsto era el que, en la segunda mitad de la década de 1930, salió a buscar su
lugar como grupo en el mundo cultural argentino.

“Pero ¿qué éramos nosotros en realidad?”(Los años treinta)16


Hacia 1930, Carlos Ibarguren publicaba y vendía con notable éxito su Juan Manuel de
Rosas Su vida, su drama, su tiempo; cuatro años más tarde, Julio y Rodolfo Irazusta
presentaban Argentina y el imperialismo británico, un estudio en el que el tramo dedicado a la
historia era breve, pero que ofrecía algunas de los enfoques que los revisionistas harían suyos;
ese mismo año se organizaba la Comisión por la Repatriación de los Restos de Rosas. En
1936, a su vez, Julio Irazusta publicaba, con el sello de la editorial Tor, su Ensayo sobre
Rosas; las instituciones revisionistas que serían las más duraderas se fundaron dos años
después: el Instituto Juan Manuel de Rosas de Investigaciones Históricas fue creado así en
1938, subsumiendo a un grupo santafecino similar. Poco después lanzaba su Revista.

Una vez fundado el Instituto, resultó sencillo identificar a sus miembros más notorios:
Manuel Gálvez, Ramón Doll, los hermanos Irazusta, Ernesto Palacio, Ricardo Font Escurra,
entre otros. Menos simple es, en cambio, detectar los rasgos comunes que presentaban sus
interpretaciones: la reivindicación de los gobiernos de Rosas era compartida, aunque como
señalamos eran varias las imágenes de Rosas que se proponían. Y si bien los planteos que
hacían del gobernador de Buenos Aires un defensor de la soberanía y un forjador de la unidad
nacional estaban muy extendidas, el propio Instituto, en el primer número de su Revista ,
reconocía en un artículo de Ramón Doll la existencia de lo que llamaba una “derecha rosista”
y una “izquierda rosista”, e intentaba tomar distancia de ambas:

“Nadie puede asegurar que Rosas corporice tal o cual sistema


político. La derecha rosista puede decir que Rosas es el argumento
para la instalación de un gobierno fuerte; sin embargo podría
contestársele que el argumento extraído de las mismas afirmaciones
16 Se trata de una frase de Ernesto Palacio, en La historia falsificada, p.31 de la edición
que en 1960 publicó Peña Lillo. La versión original es de 1939.
9

interesadas de los enemigos de Rosas puede tener su misma


inconsistencia y además su misma falta de probanzas. La izquierda
rosista puede afirmar que Rosas es una encarnación del sistema
democrático, jefe de las masas federales y taumaturgo demagógico
de la negrada y el gauchaje; ¿qué valdría todo esto, si efectivamente
es cierto, para informar un credo político con el ejemplo de aquel
César?”17

En una línea argumental similar, Manuel Gálvez sostenía en 1940, en el prólogo de la


Vida de Don Juan Manuel de Rosas: “considero gravemente equivocada la actitud del
antirrosismo que, con el fin de perjudicar a Rosas, pretende vincularlo con las actuales
dictaduras europeas. En igual error han incurrido algunos rosistas - que a la vez son
nacionalistas y simpatizantes de Alemania-, los cuales más tienen de políticos que de
historiadores”18.

Ambas citas remiten a la dificultad del intento revisionista: sin abandonar el afán de

instalarse en el terreno de los historiadores, los revisionistas registraban la posibilidad de

utilización más plenamente política de sus planteos, y si en ocasiones la asumían y la

alentaban, en otras tantas se inclinaban a imponer una suerte de distancia académica con ella.

Compartiendo, como lo hacían al menos declamatoriamente, las concepciones que los demás

historiadores proponían acerca de cómo debía desarrollarse la reconstrucción del pasado, y

compartiendo además la idea de que la investigación y la enseñanza de la historia tenían una

“función social” que era la afirmación de la nacionalidad, los revisionistas mantenían una

posición inestable entre aquellos dos polos, el de la producción historiográfica y el de la

política. Sólo lentamente se apropiaron de una fórmula que, planteada por Ernesto Palacio

17 Cfr. Revista del Instituto J. M. de Rosas de Investigaciones Históricas, Bs.As., año 1,


número 1, 1939, p. 48. En un sentido similar se pronunciaba Ricardo Font Ezcurra, en “La
Historia instrumento político”, aparecido en el número 4 de la revista, diciembre de 1939.
En adelante, citada como Revista del Instituto Rosas.
18 Cfr. Gálvez, Manuel, Vida de Don -Juan Manuel de Rosas, Bs.As., Tor, 1940, p. 15.
10

hacia 1939, permitía aplazar ese conflicto: lo que estaba en entredicho, pasaron a sostener, era

el sentido de una tradición que pudiera llamarse nacional19.

Pero también las instituciones de la historia profesional, en su recepción de la prédica

revisionista, revelaban lo incierto de la situación. Ricardo Zorraquín Becú, por ejemplo,

asumía la cuestión del revisionismo en un artículo publicado en el Anuario 1940 de la

Sociedad de Historia Argentina; sus opiniones partían del reconocimiento de ciertas

coincidencias:

"El cultivo y la enseñanza de la historia deben considerarse un acicate


enérgico en la formación de una conciencia nacional. Es claro que esta no ha
de obtenerse mediante la enseñanza actualmente impartida entre nosotros,
que no tiende a fijar una individualidad nacional sino a la exaltación de un
sentimiento vagamente humanitario y cosmopolita, incubado en el
positivismo liberal. La historia oficial oculta hechos y modifica
circunstancias, y llega a tales extremos su dogmatismo que no admite la libre
investigación ni la interpretación heterodoxa de los acontecimientos. [...]Es
contra esas imposiciones de la historia oficial que surge, en parte, la
propaganda rosista."

Luego de esta exposición de las razones del revisionismo, Zorraquín Becú subrayaba "el

carácter un tanto secundario o subordinado que se asigna a la investigación propiamente


dicha" en la práctica de sus historiadores, para agregar más adelante: "el peligro que entraña

cultivar las disciplinas históricas con un prejuicio partidista [es] que inevitablemente ha de

desnaturalizar su objetivo primario: la investigación de la verdad. Ello, sin embargo constituye

un pecado común a gran parte de nuestra producción". 20 Los planteos de Zorraquín, por otra

parte, vuelven a poner en evidencia que el enlace entre las dimensiones científicas y patrióticas

de la profesión de historiador era considerada natural; como Levene o Palacio, el autor no

19 Los planteos de Palacio pueden consultarse en La historia falsificada, Bs.As., Peña


Lillo, 1960, en particular pp. 30 y ss. Sobre la enseñanza de la historia, ver pp. 38 y ss. y
48 y ss. La versión original fue publicada en la Revista del Instituto Rosas.
20.Cfr. Anuario 1940, citado, pp. 110 a 119
11

percibía siquiera que hacer de la práctica de la historia un “acicate enérgico en la formación de

una conciencia nacional” era atribuirle una tarea política que no se alineaba fácilmente con

aquel otro “objetivo primario”, la investigación.

Pero, como señalamos, el revisionismo acostumbraba rechazar la crítica acerca de la

supuesta subordinación de su tarea científica a motivos partidistas. También en 1940,

Héctor Llambías proclamaba que "sobre los hechos mismos quedan pocos puntos por

esclarecer". Al mismo tiempo, el autor sostenía que "se podría pensar que la revisión

pretende servir a otra tendencia política, la antiliberal y tradicionalista. Sin embargo, es

fácil comprobar que la rehabilitación de Rosas se produce como consecuencia de trabajos

objetivos, de simple investigación". La conclusión era contundente: "la causa de Rosas está

científicamente ganada"21. Parece evidente, entonces, que cuando menos en la versión de

Llambías la objetividad volvía a convertirse en la clave de la producción de un discurso

científico sobre el pasado, que permitiría alcanzar un conocimiento verdadero. Así,

dispuestos a librar una batalla cultural, los revisionistas decían conseguir triunfos

científicos.

Mientras planteaba sus frentes de polémica, que como hemos indicado en el capítulo
anterior, fueron asumidos inicialmente por el resto de las instituciones historiográficas sin
demasiado escándalo, el revisionismo diseñaba un adversario. El ejemplo de la Historia de la
Nación Argentina dirigida por Levene, cuyos primeros tomos aparecieron en 1936 y que fue
convertida por el revisionismo en el monumento de la que llamaba la historia oficial, es
evidente. Los elencos convocados incluían a miembros de muchas asociaciones, los planteos
sobre algunos asuntos eran abiertamente contradictorios y hasta la misma concepción de la
obra impedía por extensión y fragmentación la existencia de un lector de conjunto. Mientras
construía un adversario homogéneo, el revisionismo se daba unidad a sí mismo; así, la
invención y difusión de la imagen que planteaba la existencia de una lucha entre la “historia

21Cfr. Revista del Instituto Rosas, número 5, julio 1940, pp. 3 y 4.


12

oficial”, un bloque sin fisuras, y sus impugnadores, otro conjunto que se pretendía uniforme,
fue quizás el triunfo más importante del primer revisionismo.

A su vez, al menos hasta los años finales de la década de 1930, ni el rosismo ni las
relaciones con el nacionalismo acarrearon consecuencias serias, en lo que hace a su
participación en el campo intelectual, para los revisionistas más conocidos. Esta circunstancia
no indicaba obligatoriamente una cercanía ideológica entre quienes devendrían revisionistas y
otros grupos culturales, sino que confirmaba que ni el nacionalismo ni el rosismo eran causa
de repudio, cuando menos en un comienzo.

Ernesto Palacio y Julio Irazusta escribieron en Sur, la revista de Victoria Ocampo, luego
transformada por el nacionalismo en el paradigma de los sectores intelectuales sometidos al
imperialismo. La trayectoria de Victoria Ocampo, que en 1934 viajaba a Italia invitada por las
instituciones culturales fascistas, también puede tomarse como ejemplo de lo confuso del
panorama22. Irazusta participó, junto a Palacio y a Ramón Doll, del “Primer debate de Sur”,
celebrado en 1936, y publicó en la revista hasta 1938, avanzada ya la Guerra de España; su
libro Actores y espectadores fue publicado en 1937 por la editorial. Palacio traducía, por esas
fechas, los libros de André Gide que editaba Sur. Manuel Gálvez, por su parte, continuaba
obteniendo grandes éxitos de ventas, y era tratado con deferencia por hombres como Roberto
Giusti. Carlos Ibarguren, que no formó en el Instituto Rosas, era presiente de la Academia
Argentina de Letras, e integró la delegación argentina a la reunión de los Pen Clubs celebrada
en Buenos Aires en 1936, junto al propio Gálvez; su libro sobre Rosas había recibido el
Premio Nacional de Literatura en 1930. En la década anterior, Ibarguren sido profesor de
Historia Argentina en la Facultad de Filosofía y Letras y desde 1924 era miembro de la Junta
de Historia y Numismática. Ibarguren denunciaría mucho después una conjura del poder
contra el nacionalismo, que habría tenido lugar en los mismos años en que él se desempeñaba
como presidente de la Comisión Nacional de Cultura, en la segunda mitad de la década de
193023. Los revisionistas, en tanto, mantenían su estima por el sistema de consagración oficial

22 Ver Gramuglio, María Teresa, “Posiciones, transformaciones y debates en la literatura”, en Cattaruzza,


Alejandro (director): Crisis económica, avance del estado e incertidumbre política, citado, p. 365.

23 Ver Ibarguren, Carlos, La historia que he vivido, Bs.As., Dictio, 1977, p. 625. La
primera edición de la obra es de 1955.
13

de los gobiernos herederos del golpe de estado del 6 de setiembre: Julio Irazusta, por ejemplo,
fue distinguido en 1937 con el Premio Municipal de Literatura, que no dudó en recibir.

Poco antes de la fundación del Instituto Rosas, entonces, los futuros miembros del
revisionismo disponían de múltiples instrumentos de legitimación en el campo intelectual:
participación previa, reconocimiento de las instituciones, premios otorgados y recibidos,
apellidos prestigiosos, relaciones con el poder, éxitos de venta. Esos mecanismos funcionaron,
al menos, hasta el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, sin que las críticas, que
existieron, los afectaran. Si se atiende a estas circunstancias, queda fuertemente cuestionada la
interpretación que hacía del revisionismo un movimiento intelectual disruptivo y nacido en los
márgenes de la cultura argentina, o un frente de jóvenes rebeldes; alguno de ellos había sido sí
parte del grupo de jóvenes vanguardistas, pero a comienzos de los años veinte. Quince años
más tarde, muchos de ellos ocupaban lugares relativamente cómodos en el universo de los
intelectuales. El revisionismo, por el contrario, se organizó en torno de uno de los núcleos de
la cultura admitida, que desde hacía tiempo exhibía una muy clara vocación conservadora. La
tolerancia del mundo cultural demuestra que él no se hallaba articulado alrededor de un único
eje liberal-democrático, con un programa preciso que lo obligara a repudiar a quienes
plantearan una reivindicación nacionalista de Rosas. Sin hallarse en los márgenes del universo
de la cultura, el revisionismo tuvo una posición más débil en las instituciones de la historia
profesional, que de todas maneras no los excluían del todo24.

El revisionismo, por otra parte, sostenía relaciones con el mundo de la política, tanto con
el estado como con los partidos. En 1938, en ocasión del centenario de la defensa de la isla
Martín García, el Instituto Rosas organizó una ceremonia a la que concurrieron
representaciones de los Ministerios de Marina y de Ejército, de la Presidencia y de la
Gobernación de Buenos Aires, así como delegaciones del Círculo Militar y del Centro Naval.
Un año más tarde, la Revista convertía en un “verdadero acontecimiento pedagógico” la
aprobación, por parte de las autoridades educativas de la Provincia de Buenos Aires, de una

24 Sobre esta cuestión, remitimos al capítulo anterior.


14

guía didáctica que indicaba que Rosas había impuesto orden interno, defendido la
soberanía y consumado, de hecho, la unidad nacional 25.

Pequeñas, a pesar de la exageración revisionista, victorias que, durante la gobernación


de Fresco, se sucedían con alguna frecuencia. Así, por ejemplo, Justiniano de la Fuente,
funcionario provincial, en un discurso pronunciado luego de una “caravana de la argentinidad”
que tuvo lugar en La Plata en 1939, lograba organizar un panteón en el que figuraban Moreno
y los revolucionarios de Mayo, San Martín, Rivadavia, Sarmiento, y también Juan Manuel de
Rosas26. En el nivel nacional, en esos mismos años, hombres del nacionalismo cercanos a los
revisionistas ocupaban también algunos cargos importantes: Octavio S. Pico, miembro del
grupo de La Nueva República, y luego de la católica Criterio, ministro de Uriburu, fue
designado Presidente del Consejo Nacional de Educación por Justo. A comienzos de los años
cuarenta, el Secretario de ese Consejo era Alfonso de Laferrere, también antiguo integrante de
La Nueva República y jefe de la Liga Republicana, hacia 1929. De todas maneras, el
nacionalismo se fue apropiando de la figura de Rosas sólo lentamente; en los primeros años de
la década, gustaban en cambio hablar de tres etapas libertadoras: Mayo, Caseros y Setiembre.
Haciendo evidentes las cercanías con una tradición que era también “liberal”, veían en su
adversario Yrigoyen a Rosas, y convertían a Uriburu en el Lavalle de la hora, cuando no en
San Martín. 27

Si bien los contactos más firmes del revisionismo se daban indudablemente con las
formaciones nacionalistas, el sistema de relaciones del grupo incluía agrupaciones
radicales, no sólo yrigoyenistas, sino también a hombres de la UCR Antipersonalista y del
llamado alvearismo, que llegaron a participar de las instituciones revisionistas. De la
existencia de esta red que excedía al nacionalismo tradicional y a FORJA puede dar cuenta

25Revista del Instituto Rosas, número 1, 1939, p. 150 y 151. Agradezco la información sobre esta nota, así
como otros datos, a Carolina Apecetche.

26En [HONORABLE SENADO DE BUENOS AIRES], Día de la Tradición y Monumento


al Gaucho. Antecedentes legislativos, La Plata, 1948, p. 12 . En el último capítulo de este
libro se hace referencia nuevamente a este discurso, aunque en función de otros problemas.
27 Ver Finchelstein, Federico, “Fascismo, nacionalismo y concepción de la historia. El mito
de Uriburu y la memoria del primer golpe de Estado argentino”, en Reflejos, Universidad
Hebrea de Jerusalem, 2002, p. 121.
15

el derrotero político de Julio lrazusta, quien hacia 1937 se incorporaría a las filas de la
Unión Cívica Radical. Esta experiencia, aunque breve, le permitió compartir la trinchera
política con Emilio Ravignani.28

El análisis de la empresa revisionista permite, de este modo, proponer algunas


consideraciones más amplias. Los varios frentes en que el revisionismo se lanzó a actuar –
el de las instituciones de historiográficas, el de la cultura, el de la política- no eran, en la
segunda mitad de los años treinta, mundos ordenados en los que prolijos adversarios
chocaban alrededor de un enfrentamiento central. Hemos señalado ya que no era éste el
modo en que la historiografía funcionaba; tampoco lo hacían así los demás escenarios en
los que el revisionismo intervino. Las tradiciones ideológicas y los bloques políticos no
estaban tan claramente definidos como se ha supuesto con frecuencia; abundaban en él las
zonas grises, los cambios veloces de posición, las incertidumbres. La imagen heredada
planteaba un ajustad alineamiento entre tradiciones, visiones del pasado y formaciones
políticas: al liberalismo, conservador o democrático, le correspondería la “historia oficial”,
al nacionalismo, de elite o populista, el revisionismo. Radicales alvearistas, conservadores
progresistas, la izquierda en conjunto, formarían en el primer bando, mientras que forjistas
y nacionalistas en el segundo. Este esquema resulta insuficiente y no logra dar cuenta de
demasiadas circunstancias: el llamado liberalismo toleraba a los rosistas, la izquierda
comunista entendía en 1934 que Rosas, San Martín y Alberdi eran merecedores de la
misma condena, los futuros forjistas se filiaban con Urquiza 29. Es, por el contrario, una
radical heterogeneidad lo que caracteriza al debate político y cultural de los años treinta;
sólo a comienzos de los años cuarenta, aquellas correspondencias comienzan a
estabilizarse.

Una interpretación que abandonara la pretensión de descubrir alineamientos firmes


podría, quizás, explicar episodios que desde otra perspectiva parecen extravagantes. José
María Rosa, por ejemplo, escribía a Faustino Infante, diputado por Santa Fe, hacia 1941:
“Usted, señor diputado, habló de Rosas en el Congreso. La incomprensión ambiente o la

28 Cfr. lrazusta, Julio, Memorias. Historia de un historiador a la fuerza, Buenos Aires,


Eca, 1975, p. 231 a 238.
29 Hemos examinado estas cuestiones en “Descifrando pasados”, citado.
16

tergiversación interesada no supo apreciar en todo su valor ese gesto de patriotismo. Pero
sepa Ud. y sepan quienes siembran un confusionismo que preferimos suponer inconsciente
a inconfesable, que muchos argentinos de toda la republica estamos con Ud”. El diputado,
que había defendido las acciones revisionistas en una sesión del Congreso dedicada al
debate sobre las llamadas actividades antiargentinas, comenzaba su intervención señalando
que hablaba a título personal, y no en representación de su bloque: Infante, miembro de la
Junta Filial Rosario de la Academia Nacional de la Historia, era diputado por la Unión
Cívica Radical Antipersonalista.30

“Era en Octubre, y parecía Mayo!”(1945-1955)31


La irrupción del peronismo provocó un reordenamiento de gran profundidad en los
ambientes político-culturales argentinos. Los partidos sufrieron casi en su totalidad, entre
1945 y 1947, y aún después, un proceso de quiebre alrededor de la cuestión del apoyo o la
resistencia al nuevo fenómeno: es un dato conocido el de los dirigentes conservadores,
socialistas, comunistas, radicales, nacionalistas que adhirieron al peronismo, así como el
de aquellos que se constituyeron en opositores firmas. Entre los intelectuales, al menos
entre aquellos que luego gozarían de mayor prestigio, las dificultades del peronismo para
conseguir adhesiones han sido señaladas en muchas ocasiones; sin embargo, también ellos
se dividieron por aquellos años.

Instalado en el cruce de la historiografía, la política y la cultura, el revisionismo no


escapó al impacto de la nueva situación32 . El Instituto Rosas se vio sacudido, hacia 1950,
por un conflicto interno que acabó con el alejamiento de Julio lrazusta, quien mucho

30 Cfr. Revista del Instituto Rosas, número 7, 1941, pp. 181 y 182.
31 Se trata de un verso del poema Al 17 de Octubre, de Leopoldo Marechal, en sus Obras
Completas, Bs.As., Perfil, 1998, p. 504. El poema se compuso entre 1945 y 1950, y figura
en la Antología Poética de la Revolución Justicialista, que con prólogo de Antonio Monti,
publicó la Librería Perlado Editores, Bs.As., 1954, pp107 y 108.
32 Sugerimos, de la última producción referida a estos puntos, la consulta de Altamirano,
Carlos, “Ideologías políticas y debate cívico”, y Sigal, Silvia, “Intelectuales y peronismo”,
ambos en Torre, Juan Carlos (dir.), Los años peronistas (1943-1955),Tomo 8 de la Nueva
Historia Argentina, Bs. As., Sudamericana, 2002.
17

tiempo después explicará el disenso en términos de hombres afectos al gobierno


enfrenados con los opositores.33

El análisis de las relaciones entre el primer peronismo y el revisionismo, y el de la más


amplia cuestión de las imágenes peronistas del pasado reclama, dado el estado de la
investigación34, volver a poner en claro el conjunto de preguntas que desean responderse. Si
se trata de saber si existieron revisionistas que apoyaron al peronismo de mediados de los
años cuarenta, o peronistas que adoptaran la lectura revisionista sobre el pasado nacional,
está fuera de toda duda que la respuesta es afirmativa. Entre otras circunstancias,
Quattrocchi ha destacado el caso de un grupo de diputados encabezados por John W Cooke,
que era de todas maneras era minoritario35. Ernesto Palacio, a su vez, fue diputado
oficialista, al igual que Joaquín Díaz de Vivar, revisionista aunque proveniente del
radicalismo oficial. Vicente Sierra también se sumó también al peronismo.

Pero existieron, simultáneamente, revisionistas que se instalaron en la oposición, como


Julio Irazusta, y debe además tenerse en cuenta que otros historiadores, como José Torre
Revelo –miembro de la “nueva escuela” desde los primeros tiempos-, Ricardo Piccirilli –
académico desde 1945-, o Leoncio Gianello –académico desde 1949- se aproximaron al
nuevo movimiento y fueron funcionarios en distintas áreas. Gianello expresaría opiniones
elogiosas hacia la política educativa del gobierno peronista en su estudio sobre la enseñanza
de la disciplina en el país, y Torre Revello, en 1951, fue nombrado presidente de la
Comisión Nacional de Museos y Monumentos Históricos. El propio Ricardo Levene, se ha
sugerido, tuvo una relación apacible con el peronismo, al menos hasta 1952, cuando se
33 Ver lrazusta, Julio, De la crítica literaria a la historia, a través de la política, [Discurso pronunciado al
incorporarse a la Academia Nacional de la Historia], Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia, 1971.
Se trata de una separata del Boletín de la ANH, vol. XLIV.
34 Buena parte de la bibliografía que hemos citado para el revisionismo asume la cuestión;
también han aportado argumentos, en ocasiones indirectos, Ciria, Alberto, Política y
cultura popular: la Argentina peronista, Bs.As., de la Flor, 1983; Svampa, Maristella, El
dilema argentina: civilización y barbarie, Bs.As., El Cielo por Asalto, 1994; Plotkin,
Mariano, “Rituales políticos, imágenes y carisma: la celebración del 17 de octubre y el
imaginario peronista 1945-1951”, en Torre, Juan Carlos (comp..), El 17 de Octubre de
1945, Bs. As., Ariel, 1995, y Mañana es San Perón. Propaganda, rituales políticos y
educación en el régimen peronista (1946-1955), y Quattrocchi’Woisson, Los males de la
memoria, citado, entre otros.
35 Ver Quattrocchi-Woisson, Los males de la memoria, citado, p. 302
18

sancionaron los decretos que reglamentaron la ley de reorganización de las Academias. Un


caso difícil de encuadrar si se utilizan los modelos tradicionales es el de Diego Luis Molinari:
hombre principal de la “nueva escuela”, que miraba con simpatía al federalismo, yrigoyenista
y luego peronista36.

La universidad, donde se había producido cesantías y renuncias en los primeros años del
peronismo, no fue el escenario de un masivo desembarco revisionista en las áreas dedicadas a
los estudios históricos. Una mirada a otras instituciones que, ya en las décadas anteriores, se
dedicaban a actividades relacionadas con la historia, sugiere una marcada continuidad entre
una y otra etapa. El Museo Mitre, por ejemplo, recibía un subsidio especial en 1948 y ese
mismo año ponía en marcha su revista; el Instituto Rosas no se benefició con tales atenciones.
En 1951, el Senador nacional Juan de Lázaro, peronista, con trayectoria en la estructura de la
historia universitaria desde fines de los años treinta, lograba en un discurso pronunciado en el
Museo asociar a Mitre con su movimiento: “el espíritu de Mitre”, decía, “sobrevive porque
encarnó ideales argentinos que son eternos”, para agregar luego que “el secreto de su genio”
está “en su alma encendida de fe, poseída de la creencia en el dogma de la victoria última de la
justicia [...], de la justicia social como síntesis de la libertad, la verdad y la belleza” 37. Antonio
Castro, subsecretario peronista de Cultura, presidente de la Comisión Nacional de Cultura, ex-
director del Museo del Palacio San José y luego del Museo Histórico Sarmiento, destacaba en

36 Ver Gianello, Leoncio, La enseñanza de historia en la Argentina, México, Instituto


Panamericano de Geografía e Historia, 1951, p. 122.. Acerca de la actuación de Levene,
consultar Rodríguez, Martha, “Cultura y educación bajo el primer peronismo. El derrotero
académico-institucional de R. Levene”, en Pagano, Nora y Rodríguez, Martha (comp.), La
historiografía rioplatense en la posguerra, Bs.As., La Colmena, 2001. Sobre Molinari,
véase Pagano, Nora, “Olvidar y recordar una historia de vida. El caso de D.L. Molinari”, en
la misma obra
37 Pude consultarse sobre la situación en la universidad Buchbinder, Pablo, Historia de la
Facultad de Filosofía y Letras, Bs.As., Eudeba, 1997, p. 161 y 166 y ss. y Mangone, Carlos
y Warley, Jorge, Universidad y peronismo, Bs.As., CEAL, 1984. Las mención del subsidio,
en Revista del Museo Mitre, Subsecretaría de Cultura-Comisión Nacional de Museos y
Monumentos Históricos, número 1, 1948, pp. 118 y 119; las citas de De Lázaro, en la
misma publicación, número 4, 1951, p. 109. Las cursivas son del original. Marian Plotkin
ha citado una intervención del diputado peronista Oscar Albrieu que, en 1946, sostenía que
el peronismo habría sido morenista en 1810, sarmientino en 1860 e yrigoyenista en 1916.
Ver Plotkin, Mariano, “Rituales políticos, imágenes y carisma: la celebración del 17 de
octubre y el imaginario peronista 1945-1951”, en Torre, Juan Carlos (comp..), El 17 de
Octubre de 1945, Bs. As., Ariel, 1995, p. 184, nota 22
19

un folleto oficial de distribución gratuita fechado en 1954 que Urquiza y Sarmiento, dos
“paladines argentinos” , se habían reencontrado en ocasión del “glorioso aniversario de la
batalla de Caseros”. En octubre de 1947, el Poder Ejecutvio lo había designado miembro de la
comisión encargada de los trabajos preparatorioas para erigir un monumento a Sarmiento en
San Juan. La publicación de aquel folleto se instalaba, explícitamente, en la senda que el
Segundo Plan Quinquenal indicaba en su apartado Cultura Histórica, que promovía “la
divulgacióny difusión de las obras de carácter histórico que concurran a consolidar la unidad
espiritual del pueblo argentino” 38

Los revisionistas que pasaron a apoyar al peronismo se hallaron, de este modo, con que
buena parte de la dirigencia y de los funcionarios del movimiento se inscribía en otra
tradición. No sólo lo hacía el senador de Lázaro, historiador, o Castro, director de museos,
sino que Miguel Tanco, radical yrigoyenista jujeño, ajeno a cualquier forma de actividad
hsitoriográfica había declarado en la campaña electoral de 1946 que, siendo “liberal e
individualista”, no podía compartir la “sórdida desconfianza” que ante el capital extranjero
manifestaban “los xenófobos, que sueñan con el retorno a la vuelta de Obligado y con las
chuzas de tacuara”39.

Es posible, entonces, retornar a la cuestión del lugar que la reivindicación de Rosas


tenía en el conjunto de principios “doctrinarios”, en la acción estatal, e incluso en el
imaginario peronista. A pesar de la prédica de parte de la oposición, en especial del
Partido Socialista, que insistía en hacer de Perón un Rosas actualizado a través de libros y
caricaturas40, sobre la existencia de tal lugar no hay nuevas evidencias empíricas que

38 Cfr. Castro, Antonio, Sarmiento y Urquiza. Dos caracteres opuestos, unidos por el amor
a la Patria, Bs.As., Ministerio de Educación-Comision Nacional de Museos y Monumentos
Históricos, 1954, p. 7. La cita del Plan Quinquenal, en la misma obra. Los datos sobre el
monumento a Sarmiento, en Personalidades de la Argentina , Bs.As., Veritas,1948, p. 203
39 La cita, en el diario Democracia, del 18 de enero de 1946, p. 3
40 Ver Gené, Marcela, Un mundo feliz. Representaciones de los trabajadores en la
propaganda del primer peronismo (1946-1955), Tesis presentada en la Universidad de San
Andrés, Bs. As., 2001, en particular, pp. 112 y ss. Puede consultarse también la versión que,
con el mismo título, fue publicada como Documento de Trabajo número 24 por la misma
universidad. Un ejemplo en Ginzo, José A., Qué es, qué pretende, qué oculta el llamado
revisionismo histórico, conferencia de 1951 publicada en 1952 en Bs.As. por Pensamiento
Libre.
20

resulten convincentes; hechos conocidos desde hace tiempo recuperan así su dimensión. El
caso de los nombres impuestos a los ferrocarriles nacionalizados es uno de ellos: el
gobierno decide lo que a ojos revisionistas debe haber resultado casi una provocación. Los
nombres más destacados de la tradición llamada liberal era ubicados junto a los del “padre
de la Patria” y Belgrano, un indiscutido. En los manuales escolares no se detecta, a su vez,
indicio alguno de inclinación al rosismo; la referencia es en cambio siempre
sanmartiniana41. Es probable que el propio Ernesto Palacio advirtiera la situación, ya que
en 1954 publicaba un manual para escuela secundaria, poco después de presentar su
Historia de la Argentina, la primera versión orgánica del proceso histórico argentino desde
la llegada de los españoles. Tampoco la imagen del trabajador, en la propaganda peronista,
apeló al repertorio revisionista, aunque se permitía referencias gauchescas y hasta
evocaciones de los conquistadores42. La “declaración de la independencia económica” en
Tucumán y la celebración el Año del Libertador se alinean también en el mismo sentido,
así como la que al parecer fue una definición tajante de Evita ante Eduardo Colom, en
ocasión de una campaña rosista impulsada por su diario La Época: “vos no podés hacer esa
campaña que hiciste anti-urquicista, porque el peronismo es urquicista, y no vale la pena
dividirlo o hacer la división de revisionismo histórico con los que están con Rosas o contra
Rosas; seamos todos peronistas; estén todos unidos, pero no traigan cosas viejas” 43. A
Leopoldo Marechal, por su parte, “Octubre” le parecía “Mayo”: en un poema que
comenzaba, precisamente, con una evocación del “pueblo de Mayo”, que “ganara un día
su libertad al filo del acero”, el antiguo vanguardista devenido peronista encontraba una
continuidad entre aquellas multitudes y las de las jornadas de 1945.44

En lo que hace al revisionismo, el otro extremo de esta relación, ha señalado Julio


Stortini luego de un examen de la Revista y el Boletín: “en el caso de haber habido una
peronización del Instituto ésta no se reflejó en sus publicaciones”. Agrega el autor que “en

41 Plotkin y Ciria han señalado esta situación en las obras citadas.


42 Ver Gené, Marcela, Un mundo feliz. Representaciones de los trabajadores en la
propaganda del primer peronismo (1946-1955), citado, pp. 113 y 114.
43 La cita en Plotkin, Mariano, Mañana es San Perón, citado, p.328. Véase también Sicilia, Juan José, De
hadas y duendes. El mundo encantado de Mundo Peronista, ponencia presentada en las Primeras Jornadas de
Historia de Revistas y Publicaciones Periódicas, Escuela de Historia, Universidad Nacional de Rosario, 2001.

44Se trata del poema con que abrimos este apartado.


21

ocasiones propicias como las campañas contra la celebración del Pronunciamiento de


Urquiza, de Caseros o en oportunidad de que Perón entregara al Paraguay los trofeos de la
guerra de la Triple Alianza, no hubo alusiones expresas favorables al gobierno o intentos de
trazar una continuidad entre Rosas y Perón”45.

El cuadro indica, así, que el rosismo no formaba parte del conjunto de posiciones
oficiales compartidas por el peronismo, proclive en cambio a instalarse en una tradición
más clásica, y que la adhesión del revisionismo al peronismo fue parcial y distante;
simultáneamente, el peronismo albergó a historiadores que provenían de grupos diversos.
Parece entonces excesiva la opinión que hace del primer peronismo el “domicilio” del
revisionismo, así como la que sostiene que el revisionismo “termina por teñirse de
peronismo”, al menos hasta 1955.46 Es que aquí, como en muchas otras áreas, el primer
peronismo se permitía admitir la colaboración de individuos que exhibían distintos perfiles
ideológicos, y trayectorias previas que los vinculaban a múltiples circuitos intelectuales,
mientras fuera claro el apoyo a la gestión presidencial; en este sentido, lo que importaba era
el presente. Palacio no había sido diputado en virtud de su revisionismo, ni Juan de Lázaro
había ocupado su banca de senador gracias a su mitrismo. Rodolfo Puiggrós, antiguo
miembro del Partido Comunista sumado a quienes respaldaban al gobierno sin resignar su
condición de marxista, por ejemplo, expresaba esa actitud en el prólogo a la segunda
edición de Rosas el Pequeño, aparecida en 1953. Allí, el autor plantea dos líneas de crítica a
quienes califica de “rosistas militantes":

“1.Su creencia en que los gérmenes de un capitalismo


nacional en la esfera rural [...] pudieran ser los orígenes de
un desarrollo autónomo del capitalismo argentino
prescindiendo del mercado mundial, de la existencia del
imperialismo y del progreso alcanzado por las naciones más
adelantadas de la época. Esta es pura utopía [...].2.- Su
desconocimiento del doble papel que el imperialismo
cumple a pesar de sí mismo: si por una parte oprime,
45Ver Stortini, Julio, La producción historiográfica revisionista durante el primer peronismo: el Instituto de
Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, ponencia presentada en las Jornadas Interescuelas-
Departamentos de Historia, Universidad Nacional de Salta, 2001, pp. 13 y 14.

46 Ambos planteos son efectuados por Diana Quattrocchi, en Los males de la memoria,
citado, pp. 283 y 287. Toda la Tercera Parte de la obra está dedicada a estos temas.
22

deforma y exprime a los países poco desarrollados [...] por


la otra se va en la necesidad de trasplantar su técnica,
incorporar sus capitales, crear clase obrera, estimular el
capitalismo nacional, gestar los elementos opositores que
conducen a la liberación económica de los pueblos
explotados por los monopolios. Estas fuerzas [...] se
desenvolvieron progresivamente desde la caída de Rosas
hasta nuestra época de revolución nacional emancipadora, y
son los pilares de esta revolución.”

Luego de señalar estas áreas de discusión con el revisionismo -que por otra parte no
son secundarias, y que en la obra se despliegan sobre los planteos de Scalabrini Ortiz,
Ibarguren e lrazusta, entre otros autores-, Puiggrós hará explícita aquella actitud que
privilegiaba, en el ejercicio de reconocer aliados, la adhesión al gobierno antes que la
coincidencia en las interpretaciones del pasado: “Estas divergencias [...] no impiden que
afirmemos nuestra solidaridad con los admiradores -al igual que con los detractores- de
Juan Manuel de Rosas que asumen hoy una actitud clara y consecuentemente
antiimperialista Somos sus amigos y sus aliados en la revolución nacional emancipadora,
del mismo modo que nos sentimos totalmente en contra de aquellos antirrosistas que [...]
forman en las filas de la contrarrevolución [...] ” 47. El criterio estrictamente político era el
que se imponía

Halperin Donghi, opositor, integrante de los grupos intelectuales que habían estado
fuera de la universidad, volvía a anudar la historia y la política a poco de caído el
peronismo. A la hora del balance de la historiografía argentina, que veía atravesada por una
crisis iniciada antes de 1945, sostenía Halperin Dongui que en “la tentativa de crear una
cultura y una historiografía consagradas a la mayor gloria del régimen, el peronismo había
hallado apoyos entre los revisionistas”, sumando “además una suerte de tropa de reserva
entra ciertos estudiosos adictos a la neutralidad erudita que había sido la consigna de la
Nueva Escuela Histórica” 48.
47 Cfr. Puiggrós, Rodolfo, Rosas, el pequeño; Buenos Aires, 1953; pp. 10 y 11. Hemos analizado esta
intervención de Puiggrós en Cattaruzza, Alejandro, “Una empresa cultural del primer peronismo: la revista
Hechos e Ideas (1947-1955)”, en Revista Complutense de Historia de América, Madrid, número 19, 1993.

48Cf. Halperin Donghi, T,: “La historiografía argentina en la hora de la libertad", en Sur, número 237,
nov.-dic. 1955, pp. 114 y 115.
23

“Ya todo el mundo (casi todo) era rosista[...]” (1955-1973)49


En noviembre de 1955, un militante anónimo de la que pronto se llamaría resistencia
peronista copiaba a mano un reportaje a Perón publicado en Paraguay, en un esfuerzo por
difundirlo; el documento terminaba con una exhortación: “Haga copia de estas
declaraciones de Perón y divúlguelas entre la clase trabajadora”. Firmaba el texto “Martín
Miguel de Guemes, Jefe Espiritual de los Milicianos de Perón”. Ni Rosas, ni un caudillo
favorito de los revisionistas, sino un líder militar de tropas gauchas durante la guerra de
independencia, admitido en el panteón tradicional.

Sin embargo, poco más tarde, en 1957, tenía lugar la “conversión” pública del propio
Perón al revisionismo, en el texto titulado Los vendepatria; allí, el ex presidente asumía
toda la dimensión de la batalla cultural que estaba en marcha, concediendo que la filiación
que los golpistas de 1955 planteaban con la “línea Mayo-Caseros” era efectivamente
cierta, e inscribiendo al peronismo en otra tradición, que encontraba en Rosas uno de sus
centros. Así, la adscripción a esa imagen del pasado era funcional al objetivo de Perón:
distinguirse aún más de sus enemigos, dotando de un sentido histórico al combate presente.
Hacia noviembre de 1963, el “Comando Rosario” del Movimiento de la Juventud
Peronista publicó un breve folleto titulado Nosotros y Sarmiento, en el que se explicaba la
voladura de varios bustos de Sarmiento apelando a citas de autores revisionistas y hasta del
propio Juan Bautista Alberdi. Aquellos militantes enlazaban sus luchas del día con la
reconsideración de la historia argentina, recurriendo a los razonamientos que, mucho antes,
habían hecho circular los revisionistas50.

49 Se trata de declaraciones de José María Rosa en una entrevista celebrada en 1978, haciendo referencia a
los años sesenta. Cfr.. Hernández, Pablo J.: Conversaciones con José María Rosa,. Buenos Aires, Colihue-
Hachette, 1978, p. 150.

50 La citada “cadena” de la resistencia, así como el folleto mencionado, se encuentran en nuestro archivo. Los
planteos de Perón pueden verse en Los vendepatrias: las pruebas de una traición, publicado en Caracas.
Sobre estas dimensiones de las luchas políticas por el control de imágenes del pasado, para otros casos, ver
Burke, Peter, Formas de historia cultural, Madrid, Alianza, 2000, capítulo 5 y en particular p. 79, en la que
se menciona un atentado del IRA, llevado adelante en 1966, contra una columna en homenaje a Nelson.
Consultar también Baczko, Bronislaw, Los imaginarios sociales. Memorias y esperanzas colectivas, Bs.As.,
Nueva Visión, 1991, pp. 153 y ss. Datos sobre este y otros agrupamientos juveniles del peronismo en la
24

Estos acontecimientos, de rango tan diferente, pueden ser el sostén de una versión
sumaria de los procesos más relevantes para la historia del revisionismo entre 1955 y 1975.
Aquella lectura del pasado que un grupo reducido de intelectuales había propuesto a fines
de los años treinta se transformaba en la interpretación “oficial” que de la historia nacional
realizaba un movimiento de masas, y en ese tránsito lograba, en general por fuera del
aparato estatal, alcanzar una difusión imprevista, aunque anhelada desde hacía tiempo.
Algunos historiadores revisionistas, desde ya, continuaron una producción monográfica
con aspiraciones de erudición. Pero el hecho crucial para el revisionismo en este período,
que fue la difusión de varios de sus planteos en amplios sectores no sólo vinculados a la
cultura letrada, tuvo como condición de posibilidad un proceso desplegado en la arena
política y social: la apropiación peronista de ese relato, que esta vez no dejó lugar para el
disenso. El combate social y político se libraba también en el plano de la imaginación de
pasados que venían a legitimar, según se entendía, las posiciones presentes.

Varios de los fragmentos del repertorio revisionista - la recusación de la tradición


política "liberal"; la denuncia de un complot contra los destinos nacionales, que se atribuía
al imperialismo aunque se hubiera iniciado a comienzos del siglo XIX; más adelante la
impugnación a aquello que se llamó cada vez más frecuentemente en los círculos
universitarios modelo agroexportador -, se integraron a la mirada que sobre el mundo
lanzaba el peronismo, que a su vez reencontraba sus impulsos más populares y jacobinos
en el paso al llano y a la proscripción. El peronismo ensayaba así segunda versión de una
operación que a pesar de ser imaginaria tenía efectos muy reales, y que ya había intentado
desde el poder. Ella consistía en entramar su propio pasado con la historia de la nación
desde el momento fundacional, pero esta vez proponiendo una genealogía que lo
emparentaba con los que veía como los perseguidos, los derrotados. En esta visión, ellos
se alzaban una y otra vez para proseguir un combate más que secular, que era el de la
nación entera, contra las minorías del privilegio que usurpaban el gobierno aliadas a
alguna potencia extranjera. La imagen tenía, entre otras, la facultad de reforzar la

exhaustiva recopilación de Baschetti, Roberto, Docuemtnos de la Resistencia Peronista 1955-1970, Bs.As.,


Puntosur, 1988, p.33
25

instalación en el lugar que casi todo el peronismo elegía ocupar por entonces: el de la
mayoría desplazada de un poder que legítimamente la correspondía.

El encuentro no dejaba de provocar disidencias en las filas del revisionismo. Por una
parte, algunos miembros del grupo, y los auditorios que les eran fieles, tenían con el
peronismo una relación compleja y otros más eran sus opositores; por otra, existían
revisionistas que preferían consolidar los aspectos estrictamente historiográficos de su
empresa, como Julio Irazusta, que finalmente sería incorporado a la Academia en 1971. Un
año antes, había sido designado Presidente del Instituto Rosas, que estaba reorganizándose
desde 196851.

Las diferencias entre una estrategia que se quería académica y una de divulgación no
dejaban de ser advertidas por los revisionistas, y ellas se traducían en tipos de
publicaciones diferentes. A mediados de 1958, se lanzaba el número 17 de la Revista, con
un formato clásico: investigaciones, comentarios bibliográficos, reproducción de
documentos. La estructura se repitió hasta fines de 1962, cuando aparecía el número 23.
Entre 1968 y 1971, a su vez, se entregaron 10 números del Boletín; el último de la serie
52
anterior había entrado en circulación en julio de 1955. En la “Re presentación” que abría
la primera entrega del Boletín se sostenía que “la victoria de la revisión histórica es un
hecho por demás evidente: resta sólo la ´escalada´ final [...] que instaure oficialmente lo
que es una convicción argentina. Y nosotros venimos a cumplir la misión [...]”. El editorial
continuaba con esta aclaración: “De allí el nuevo ritmo que tendrá esta segunda época:
diríamos –guardando los debidos respetos- que hemos perdido un poco, historiográficamente
hablando, el empaque y la seriedad de los tiempos apostólicos”. El revisionismo nuevamente
se daba una “misión” y un instrumento, que sabía tan alejado de las publicaciones
historiográficas clásicas: “no tendrán cabida aquí ensayos de nivel rigurosamente científico –
tarea que acampará en la Revista semestral del Instituto [...]- pues estas páginas serán Historia

51 Ver Boletín del Instituto Rosas, Segunda Época, número 9, mayo-setiembre de 1970, p.
22
52 Ver Ramallo, Jorge M.: La revista del Instituto Rosas (1939-1961). Noticia. índice y
textos, Bs. As., Fundación Nuestra Historia, 1984, página 5.
26

a través de trazos breves, rudos, definidos, actualísimos[...]”53. Debe reconocerse que desde
el punto de vista de las características materiales del Boletín, el objetivo fue cumplido.

En cuanto a las disidencias de índole política, José María Rosa explicaba hacia 1978 los
sucesivos conflictos en el Instituto Rosas y su cierre momentáneo en función de los
debates en torno al peronismo:

“Era la década del sesenta [...]. Me resultaba difícil armonizar a los


peronistas y antiperonistas que militaban [en el Instituto]. A cada
momento se recibían renuncias de viejos socios porque algún
entusiasta había vivado a Perón en un acto público. El rosismo se
había hecha popular, y se inclinaba naturalmente al peronismo, y eso
no gustaba a los nacionalistas de viejo cuño firmes en su
antiperonismo, sobre todo después que cayó Perón [...]. Los rosistas
antiperonistas no acudían a las conferencias para no encontrarse con
los peronistas. Y éstos no tenían interés en oír a oradores que no les
hablaran de Perón además de Rosas. Acabé por cerrarlo,
prácticamente [... ]”54

La vieja conexión nacionalista, por otra parte, actuaba también, y ella estuvo por
detrás de las aproximaciones de algunos integrantes del grupo al estado en tiempos de la
dictadura de Onganía. Es posible que, por caminos sinuosos, esa cercanía estuviera
lejanamente relacionada con la organización de las llamadas cátedras nacionales en la
universidad, que se convertirían finalmente en uno de los frentes de lucha contra el
gobierno militar y sobre las cuales quedan pendientes estudios detallados. Como desde el
momento de su creación, las instituciones revisionistas no se resignaban a abandonar sus
empeños en construir lazos con el estado; tal como se decía en el Boletín, el revisionismo
anhelaba ser la otra “historia oficial”.

Las iniciativas del grupo incluyeron también empresas mucho menos orgánicas
respecto de la única institución revisionista tradicional, el Instituto, pero probablemente

53 Cfr. Boletín del Instituto Rosas, Segunda Época, número 1, p. 3, julio 1968. El
destacado, en el original.
54Cfr. Hernández, Pablo J.: Conversaciones con José María Rosa, citado, pp. 150 y 151.
27

más efectivas en la tarea de difusión. Se trataba de editoriales como Theoría, Sudestada,


Peña Lillo, Pampa y Cielo, en los años setenta Dictio, y a su izquierda, Coyoacán y
Octubre, estas últimas vinculadas a las organizaciones partidarias que, bajo distintas
denominaciones, conformaron la llamada izquierda nacional. Muchas de estas editoriales
apelaban a una estrategia de difusión que en los años veinte habían empleado con éxito
grupos de la izquierda, corno el cercano a Claridad, y que ya en los treinta había ensayado
el nacionalismo: la venta en quioscos de ediciones baratas, algunas conformando
colecciones periódicas como La Siringa, de Peña Lillo, que publicaba trabajos de Jorge A.
Ramos, Arturo Jauretche, Fermín Chávez, Eduardo Astesano, J. M. Rosa y llegaba a
reeditar La historia falsificada de Palacio.

Varias de las obras de los revisionistas, tanto de los "históricos" como de los
recienvenidos, alcanzaron importantes cifras de ventas. La Historia Argentina de J. M.
Rosa (publicada en sus primeros ocho volúmenes entre 1963 y 1969), y los trabajos de
Juan José Hernández Arregui, quien intentaba una reflexión más filosófica, integrada no
obstante al complejo revisionista, resultan buenos ejemplos de esta circunstancia. En 1963,
¿Qué es el ser nacional?, publicado por Hernández Arregui tres años después del también
difundido trabajo La formación de la conciencia nacional, era incluido por la revista
Primera Plana en su lista de "best-sellers", tal como señala Terán 55. Estos éxitos del
revisionismo formaban parte de un mucho más general proceso de ampliación -y probable
modificación- de los públicos lectores interesados en los temas históricos y políticos. En
torno a este punto ha sostenido el propio Terán que estos fenómenos "no involucraban
solamente a la elite intelectual, sino que se dilataban hasta legitimar el aserto de que
entonces se constituye un nuevo público, y que en ese proceso iban a oficiar un papel
central aparatos culturales tales como las nuevas editoriales, y especialmente EUDEBA” 56.
En la expansión de estos nuevos público, y en la tarea de hacer llegar su voz a ellos, quizás
estos otros libros, no la Revista del Instituto y ni siquiera el Boletín, hayan sido una
herramienta notoriamente eficaz.

55 Ver Terán, Oscar: Nuestros años sesentas. La formación de la nueva izquierda intelectual en la Argentina
1956-1966, Bs.As., Puntosur, 1991, p. 64.

56 Cfr. Terán, O, Nuestros años sesentas , citado, p. 76.


28

La mención de los éxitos de ventas no explica, sin embargo, la apropiación de las


visiones revisionistas por parte de los públicos; en esa apropiación, la clave se halló en el
peronismo. Allí no solo se verificaba la evocada conversión del propio Perón al
revisionismo -acontecimiento que, en virtud de tipo de movimiento del que se trataba, era
de un peso decisivo-, sino que el aparato sindical y partidario incrementaba una adhesión
que se tornaba estridente. En el nivel de los rituales, la conmemoración del combate de la
Vuelta de Obligado, que los revisionistas iniciales habían realizado ya desde los años
treinta invitando a representantes del gobierno, se transformaba en actos claramente
políticos con la participación activa de grupos peronistas 57. En la misma línea, se
imponían los nombres de los caudillos a locales y agrupaciones, e inclusive algunas sedes
del interior del Instituto Rosas se establecían en locales gremiales. La “memoria larga” del
peronismo, en los años sesenta, hacía de Rosas un jefe antiimperialista que conducía las
fuerzas "nacionales", integradas por el gauchaje y los demás grupos populares, los
ganaderos saladeristas ligados a la producción y los militares, incluso los antiguos
unitarios que, abandonando la actitud facciosa, optaban por la Nación, agredida por
potencias extranjeras. La facilidad con que esta construcción podía “traducirse” al siglo
XX, y más precisamente al frente que el peronismo suponía constituir en sí mismo, es
evidente58.

La expansión del revisionismo aparece así entramada con la suerte de los dispersos y
muchas veces contradictorios emprendimientos político-culturales del heterogéneo bloque
peronista. Es probable que esa relación influyera en la recepción del revisionismo por

57 Todavía en 1982, el peronismo, lanzado a la campaña electoral, celebraba una de sus


mayores concentraciones en Rosario, el 20 de noviembre.
58 No desconocemos, desde ya, la multitud de tendencias que poblaban el peronismo de la
época; no obstante, la reivindicación de Rosas, o de algún conjunto de caudillos federales,
fue patrimonio de prácticamente todas ellas. Algunos ejemplos de las actividades
mencionadas, en el Boletín del Instituto Rosas, Segunda Época, número 3, octubre-
noviembre de 1968, p. 17, número 5, mayo de 1969, p. 17; número 8, marzo de 1970, p.
20. Esa imagen de Rosas, por otra parte, era bosquejada por algunos de los historiadores del
revisionismo en libros de divulgación; un ejemplo en Rosa, José maría, Rosas, nuestro
contemporáneo, Bs.As., 1974. Acerca de lo que ha denominado “memoria larga”, ver
Baczko, Bronislaw, Los imaginarios sociales. Memorias y esperanzas colectivas, citado, p.
191, pp. 186 y ss.
29

parte del mundo cultural argentino en los años sesenta, dado que para buena parte de
quienes lo habitaban el problema central era, precisamente, el del peronismo: de acuerdo
con Terán “la relectura del peronismo conllevará una revisión de la doctrina y la tradición
del liberalismo, que ya no será considerado como un escalón dentro del progreso
argentino, sino como una etapa de la dependencia nacional”; así, “el revisionismo
histórico va a teñir la cultura de izquierda en estos años”59.

Es que no solo el revisionismo estaba sufriendo cambios, sino que también los demás
grupos se veían afectados por transformaciones de cierta profundidad. En el campo del
nacionalismo, varios sectores se ubicaban en un “atlantismo” más cercano a Franco que a
José Antonio, retornando una línea conservadora que nunca habla olvidado por completo,
mientras que otros iniciaban una deriva hacia posiciones radicalizadas, que ocasionalmente
terminarían en alianzas con grupos de izquierda y del peronismo, y aún en la lucha armada
Parte de la izquierda iniciaba su mencionada reinterpretación de este movimiento,
impulsada por la tenaz adhesión popular puesta pronto de manifiesto, pero también por los
ecos de procesos políticos y sociales internacionales: las luchas de la descolonización; la
experiencia china; la muerte de Stalin, el breve ensayo de apertura y Hungría; Cuba, que
obligaba a repensar, una vez más, los temas del antimperialismo y de las relaciones entre el
nacionalismo y el socialismo60.

Estos interlocutores en trance de modificar sus posiciones sostenían diálogos


relativamente novedosos, que se expresan con claridad, por ejemplo, en algunas de las
respuestas que José María Rosa daba a los lectores desde el semanario peronista Mayoría.
Allí, un '”joven comunista”, no importa si real o imaginario dado que lo que cuenta es la
respuesta de Rosa, sostenía: "'Los revisionistas me han convencido de la defensa del país
hecha por Rosas; no creo en la leyenda de su tiranía sangrienta. Pero no puedo compartir

59 Cfr. Terán, O., Nuestros años sesenta, citado, páginas 64 y 63, respectivamente.
60 Para el clima cultural de los sesenta, sugerimos el texto ya citado de Oscar Terán, así
como Sigal, Silvia, Intelectuales y poder en la década de 1960, Bs.As., Puntosur, 1991;
Tarcus, Horacio, El marxismo olvidado en la Argentina: Silvio Frondizi y Milcíades Peña,
Bs.As., El Cielo por Asalto, 1996. Sigue siendo útil e interesante, acerca de la situación
internacional, la consulta de Hobsbawm, Eric, Revolucionarios, Barcelona, Ariel, 1978
30

la política derechista y retrógrada de Rosas". Luego de desestimar el uso de estos


calificativos, Rosa responde:

“[...]. lo cierto es que su gobierno [el de Rosas] puede llamarse


'socialista' (de aquel socialismo social de 1848, tan diferente al
individualismo usurpador del nombre). La Confederación Argentina de
Rosas, con su sufragio universal, igualdad de clases, fuerte nacionalismo
y equitativa distribución de la riqueza era tenida corno una verdadera y
sólida república 'socialista' adelantada al tiempo y nacida lejos de
Europa”

La conclusión de Rosa era tajante: “Rosas fue socialista, progresista y demócrata”. 61 Si


puede dudarse de la opinión del autor, el texto parece constituir en cambio un testimonio
cabal del tono y de los asuntos de aquellos diálogos.

En ese clima cultural, el revisionismo en sus varias versiones encontraba nuevos


interlocutores, nuevos adversarios con quienes debatir, e incluso nuevos -y en ocasiones
incómodos- compañeros de ruta. Entre ellos se contaban los llamados revisionistas
socialistas, que como hemos indicado tenían con el revisionismo tradicional una relación
ambivalente: si por una parte decían valorar su crítica de la historia “oficial”, por otra
indicaban que se trataba de una versión también centrada en los intereses porteños. Jorge
Abelardo Ramos fue quizás la figura más notoria entre quienes, desde la “izquierda
nacional”, se dedicaron al estudio de la historia argentina, pero el conjunto incluía a Blas
Alberti y a Alfredo Terzaga entre otros; ya luego de 1973, Norberto Galasso presentaba su
biografía de Manuel Ugarte, publicada por EUDEBA; Ugarte había sido convertido en uno
de los “próceres” en estos ambientes: socialista, latinoamericanista, y embajador del
peronismo. Estas líneas, bosquejada por la izquierda trosquista que había apoyado
críticamente a los primeros gobiernos peronistas, conocieron en los años sesenta una
amplia acogida entre militantes y activistas, y no sólo en los dedicados por completo al
combate político: Ernesto Laclau era dirigente de las agrupaciones de la izquierda nacional
en los años sesenta, mientras se dedicaba las tareas académicas en la universidad.62

61 Cfr. Rosa, J. M., El revisionismo responde, citado. páginas 160, 164 y 166 respectivamente. Los artículos
correspondientes se titulan “¿Rosas fue derechista o izquierdista?”-, y “¿Rosas fue regresista o progresista?”.
31

Entre los integrantes de las instituciones universitarias dedicadas a la historia, hasta


1966 la situación del revisionismo fue curiosa: si bien lograba "imponer" algunos centros
de discusión, se hallaba casi absolutamente excluido de ellas. En esos ámbitos, se había
producido luego de 1955 la aparición de un grupo que, nucleado alrededor de la cátedra de
Historia Social dirigida por José Luis Romero y de algunos centros del interior, se
proponía una renovación de la práctica de la disciplina y de la agenda de problemas de los
que los historiadores argentinos debían hacerse cargo; es corriente la opinión que indica
que las redes y la biblioteca que esos grupos construían iban desde los Annales
braudelianos hasta el marxismo británico, sin excluir corrientes de la sociología
norteamericana63. En la universidad, los herederos de la “nueva escuela”, mejor instalados
y dedicados a la historia política de viejo tipo, no parecía un interlocutor interesante para la
los historiadores de la renovación. Tampoco lo era el revisionismo, que insistía en sus
temas y enfoques tradicionales

Las constelaciones de referencias europeas que estos grupos exhibían, y la historia


que practicaban, ponen de manifiesto la distancia que los separaba. Julio lrazusta publicaba
en 1955 bajo el título Las dificultades de la historia científica un libro dedicado a la crítica
de la obra Rosas, de Ernesto Celesia. lrazusta señala como deficiencias de la obra la
ausencia de actualización bibliográfica, la manipulación de documentos, y la falta de
lógica interna en algunos argumentos: todo ella quiebra, a juicio de lrazusta, la
"objetividad", y resulta un "método" impropio de la historia científica. Si nada puede
objetarse a la pertinencia de aquellas críticas, es posible en cambio suponer que un texto

62 Acerca de la izquierda nacional, remitimos a Galasso, Norberto, La izquierda nacional y


el FIP, Bs.As., CEAL, 1983, (en p. 111 el dato sobre Laclau) y La corriente historiográfica
socialista, federal-provinciana o latinoamericana, Bs.As., Centro Cultural “E.S.
Discépolo”, 1999. Los debates con otros sectores de la izquierda fueron analizados por
Horacio Tarcus, en El marxismo olvidado en la Argentina, citado.
63 Sobre estos grupos de la renovación, ver Halperin Donghi, Tulio, “Un cuarto de siglo de Un cuarto de
siglo de historiografía argentina (1960-1985)", en Desarrollo Económico, Bs.As., vol. 25, núm. 100, enero-
marzo 1986; Hourcade, Eduardo, “La historia como ciencia social, en Rosario, entre 1955 y 1966”, en La
historiografía argentina en el siglo XX (II), CEAL, Bs. As., 1994; Devoto, Fernando, “Itinerario de un
problema: Annales y la historiografía argentina (1929-1965)”, en Anuario, IHES, número 10, 1995 y Romero,
Luis Alberto, “La historiografía argentina en la democracia. Los problemas de la construcción de un campo
profesional”, en Entrepasados, número 10, 1996.
32

sobre la historia científica y su método podían, en 1955, exceder largamente estas temas,
que el autor, por otra parte, analizaba con el apoyo ocasional de algunas citas de Croce.
Trece años después, hacia 1968, José María Rosa y sostenía que se trataba de “reconstruir
críticamente los hechos históricos con el método objetivo de Ranke” 64. El revisionismo
hacía de este modo evidente cuánto compartía con el adversario que había construido,
cuyas evoluciones en cuantos a temas tratados y cánones para el ejercicio de la disciplina
eran casi inexistentes; el propio Rosas de Celesia es una prueba de ello.

La vuelta del peronismo al gobierno en 1973, en el contexto de una movilización social


muy intensa y con actores políticos cuya radicalización era una nota importante, encontró a
muchos de los revisionistas con inserción en aquel movimiento, y a su visión del pasado
nacional transformada en una interpretación muy extendida. Acerca de los destinos del
revisionismo luego de aquellas fechas, sólo es posible realizar observaciones muy
provisorias, y señalar cuestiones sobre las que puede ser útil intentar investigaciones en
regla. Algunos integrantes de la corriente llegaron a la universidad; en la Facultad de
Filosofía y Letras de Buenos Aires se registran los casos de Fermín Chávez y Rodolfo
Ortega Peña, ambos miembros del Instituto Rosas hacia 1970, cuya trayectorias quedaron,
como otras, sujetas a los avatares de la lucha interna del peronismo. Ortega Peña sería
asesinado en 1974 en el marco de esa disputa. Durante los años de la dictadura militar, los
revisionistas que habían elegido una tarea más académica lograron alguna presencia en la
estructura de investigación, y también ocuparon ciertas cátedras universitarias. Hacia 1989,
el gobierno de Menem cumplía una de las más viejas reivindicaciones revisionistas, al
repatriar los restos de Rosas; un Instituto Rosas reorganizado, a su vez, era convertido en
una dependencia estatal, en el ámbito de la Secretaría de Cultura, en 1997. En 2000,
durante la presidencia de De la Rúa, ese decreto de nacionalización era derogado, y el
trámite se encuentra en sede judicial. Desde la recuperación democrática de 1983, con
continuidad cambiante, el Instituto publicaba su Revista.

64 Ver lrazusta, Julio, Las dificultades de la historia científica, Bs.As, Alpe. 1955, en particular páginas 24,
25, 35, 72 , y 135 y ss. Las observaciones de Rosa, en Historia del revisionismo y otros ensayos, Bs.As.,
Merlín, 1968, p. 70 y pp. 8 y 9, respectivamente.
33

A comienzos del nuevo siglo, entonces, al situación del revisionismo puede parecer
paradójica. El anhelado reconocimiento estatal llegaba finalmente, pero tan atado a los
cambios de coyuntura política que no puede suponérselo estable. En aquella otra actividad,
la estrictamente historiográfica, tampoco la situación es clara; historiadores que forman en
el Instituto Rosas tienen inserción en el sistema de Investigación, y sus publicaciones se
mantienen, aunque otros sectores de la historiografía argentina, preocupados por
problemas históricos diferentes y con itinerarios académicos y políticos muy diversos de
los del revisionismo, no sostienen con él diálogo alguno. En la historia universitaria, por
ejemplo, el revisionismo es más un objeto de estudio que un interlocutor o un polemista.

En los balances que el revisionismo realizó solía insistir en que la batalla por Rosas
estaba ganada desde el punto de vista de los “hechos”; más adelante, en los sesenta,
planteaba estar satisfecho de la aceptación de sus argumentos por parte de grupos amplios,
cuando estimaba que “casi todos eran rosistas”. Quedaba sí pendiente la transformación en
una nueva “historia oficial”. Desde ya, no es del todo legítimo cotejar el programa que se
dibuja por detrás de estos diagnósticos con una situación que, como señalamos, no sólo es
incierta, sino cambiante. Pero él puede utilizarse como guía para realizar algunas
observaciones. El revisionismo no parece hoy un actor de importancia en los debates
político-culturales argentinos; cierto es, no obstante, que tampoco puede identificarse otro
grupo de historiadores que sí lo sea. Algunos de sus planteos, sin embargo, parecen
constituir un conjunto de certezas, algo vagas pero firmes, tanto en sectores del cuerpo
docente secundario, como en franjas considerables de la opinión pública: no tanto los
centrados en la reivindicación de los gobiernos rosistas como los referidos a la historia
“falsificada”, imagen que si bien no era una creación original del revisionismo sí fue
difundida masivamente por él. La convicción de que existe una versión del pasado
deformada por intereses políticos, que el poder utilizar para ocultar la historia “verdadera”
cuyo conocimiento serviría para ver con mayor claridad nuestros problemas está, en estos
tiempos, muy extendida. Una vez más, entonces, es posible preguntarse cómo la política
vuelve a influir en los destinos de una disciplina que, en los últimos veinte años, creyó
poder constituir un espacio ajena a ella.
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