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La Inmortalidad no necesita

descendencia
Seducción, belleza e infertilidad en
la mujer vampiro

Guillermo González

I saw pale kings and princes too,


Pale warriors, death-pale were they all;
They cried –La Belle Dame sans Merci
Hath thee in thrall.1
John Keats

La mujer vampiro es más que un personaje universal, es


un tópico que posee diferentes significados que van desde
aquella que sufre las mortales consecuencias de la “mor-
dida” del vampiro, para transformarse en un “reviviente”
seductor que no desea otra cosa que la sangre de su víc-
tima, hasta la “mujer fatal” que extrae las características
de esta seducción, y que, con su poder, hace perder el jui-
cio de aquellos que caen en las redes de su sensualidad.
La mujer vampiro tiene un rasgo central, entre sus ca-
racterísticas: la infertilidad y sus consecuencias, la anula-
ción de la maternidad y, por consiguiente, de la herencia.

1. “Vi pálidos reyes y príncipes / pálidos guerreros, mortalmente pálidos esta-


ban todos / Gritaban —¡La Belle Dame sans Merci / te ha esclavizado!”
Keats, John. Poesía completa. Madrid, 1978, pp. 321-325. Trad.: Bornay, E.

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Nuevas miradas en torno a Drácula

Pero, ¿cómo son estas características?; ¿qué componentes


de una androginia específica existen en este personaje?;
¿por qué la maternidad y la herencia anulan tales caracte-
rísticas? Y, por fin, ¿qué rol juega la infertilidad y la in-
mortalidad en este ser enigmático?
Es conocido por todos el estereotipo de la mujer-vam-
piro que, asociada, generalmente, a la femme fatale, nos
proporciona la imagen de una mujer perversa, de mirada
penetrante, segura de sí y sin ningún atisbo de sumisión;
por el contrario, es el “otro” quien deberá someterse a su
personalidad. Pero ¿dónde se encuentra el origen de esta
clase de fémina? Quizás se remonte a lejanos principios y,
desde la remota antigüedad nos llegue hasta la construc-
ción de su identidad definida como tal, en la novela Drá-
cula de Bram Stoker.
Rastrear, entonces, dicho origen nos obliga quizás a re-
montarnos a las leyendas griegas de las Ménades, segui-
doras de Dionisos, que solían vagar por las montañas
despedazando animales y venciendo a los hombres en com-
bate. Apolodoro cuenta la historia de la llegada de Dioni-
sos a Argos. Allí no se lo honró como era debido y por esto
volvió locas a las mujeres quienes llevaron a sus niños a
las montañas y se los devoraron2. Hay también una ver-
sión de Hesíodo sobre las hijas de Preto: la diosa Hera las
castiga por su arrogancia a causa de tener muchos preten-
dientes, volviéndolas locas. Esta locura es contagiosa y se
propaga a todas las argivas, quienes terminan matando a
sus propios hijos.3

2. Redfield, James. “El hombre y la vida doméstica”, en Vernant, Jean Pierre


y otros, El Hombre Griego. Madrid: Alianza editorial, p. 185.
3. Redfield, James. Ob. cit., p. 186.

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La inmortalidad no necesita descendencia. Seducción, belleza...

Estas clases de “menadismo” tienen su correlato literario


en Las Bacantes, de Eurípides, en donde una resistencia a
Dionisio a través de Penteo (rey de Tebas) hace que el Dios
envíe a las tebanas a las montañas. Así se vuelven salvajes,
atacando pueblos y matando niños. Penteo intenta dominar
a Dionisio, pero éste se fuga nublando la mente del rey y lo
lleva a las montañas con ropa de mujer. Allí su propia madre,
afectada por el referido “menadismo”, lo despedaza.4
Son varias, por lo tanto, las divinidades de la antigüedad
que dieron forma a la mujer vampiro. Sólo consideraremos
a aquellas que, siglos después, conformarán la esencia de
estas “damas” tan especiales:
• Hécate: diosa que ha acrecentado sus privilegios con-
cediendo prosperidad material, elocuencia en materia po-
lítica, victoria en batallas y en juegos y más, principalmente
a hombres jóvenes. Su figura misteriosa preside la magia y
está ligada al mundo de las sombras; su estatua se levanta
en forma de mujer de triple cuerpo o bien tricéfala.5
• Empusa: del séquito de Hécate, es causa de los terro-
res nocturnos. Se aparece especialmente a las mujeres y
niños para asustarlos. Según la antigüedad se alimenta de
carne humana y a menudo para atraer a sus víctimas,
adopta la figura de una mujer joven y hermosa.6
• Sirenas: se las considera como una especie de mujeres
encargadas de alimentarse de hombres que sucumben, en
este caso, a sus melodías. Se las describe como genios ma-
rinos, mitad mujer, mitad ave, de seducción inexorable.

4. Redfield, James. Ob. cit., pp. 186 y ss..


5. Grimal, Pierre. Diccionario de Mitología Griega y Romana. Barcelona: Edit.
Paidos, 1981. p. 225.
6. Grimal, Pierre. Ob. cit., p. 155.

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Están mencionadas por primera vez en la Odisea, en la co-


nocida historia de Ulises.7
• Amazonas: pueblo de mujeres descendientes del Dios
de la guerra Ares y de la ninfa Harmonia. Mutilaban a sus
hijos varones cuando nacían, volviéndoles ciegos y minus-
válidos; según otras versiones, los mataban, y en determi-
nadas épocas, se unían con extranjeros para perpetuar la
raza, guardando solamente los hijos de sexo femenino. A
las niñas le cortaban un seno para que no les estorbase en
la práctica del arco o el manejo de la lanza (del griego: à-
masón, sin seno). A pesar de los rasgos masculinos domi-
nantes, poseían un carácter seductor; el propio Aquiles
sucumbió cuando al dar muerte a Pentesilea, su última mi-
rada le infundió un amor abrasador.8
• Lamias: sin duda que, de todas las figuras de la anti-
güedad, fueron éstas las que más se acercaron a la confi-
guración de la mujer vampiro. Existen varias leyendas
acerca de las lamias: desde el monstruo femenino que ro-
baba niños para devorarlos hasta el de aquella doncella de
Libia, amada por Zeus, que cada vez que da a luz a un
niño, éste es víctima de los celos de Hera, quien lo hace pe-
recer. Lamia, cansada, se oculta en una cueva y, por su des-
esperación, se convierte en un monstruo que roba y devora
a los hijos de madres más dichosas que ella. Más adelante
se denominaron Lamias a unos genios femeninos que, cap-
turando a las personas jóvenes, les sorbían la sangre.9
• Estriges: de donde deriva el personaje de bruja. Son
demonios alados, provistos de garras parecidas a las de las

7. Grimal, Pierre. Ob. cit., pp. 483, 484.


8. Grimal, Pierre. Ob. cit., pp. 24, 25.
9. Grimal, Pierre. Ob. cit., pp. 303, 304.

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aves de presa y que se nutren de la sangre y las entrañas de


los niños. En la antigüedad latina el poeta Horacio, en el
Epodo V, hace referencia a Canidia, célebre hechicera
quien, junto con sus compañeras, lleva a cabo el sacrificio
de un adolescente. El objetivo del sacrificio, según se des-
prende del epodo, es la confección de filtros amorosos pero
no alimentarse con la sangre o la carne de la víctima.10
Estos seres tienen una característica en común, que ten-
drá, a su vez, su correlato en la mujer-vampiro como ele-
mento esencial. El objeto principal de sus intereses son los
jóvenes, ya sea como receptores de su magia (Hécate) o
como fuente de alimentación (Empusa; Sirenas; Lamias;
Estriges). Casi todas ellas tienen también, en común, la an-
tropofagia de jóvenes, preferentemente niños, y, muchas de
ellas manifiestan una aversión demencial a los varones
(Empusas; Amazonas; Lamias; Estriges).
En la novela de Stoker las mujeres vampiros prefieren a
los niños como víctimas y no a las niñas. Cuando la tríada
vampírica femenina de Drácula intenta victimizar a Jona-
than Harker en el castillo, aparece el Conde, diabólica-
mente furioso, aparta violentamente a la mujer rubia que
esta casi encima de Jonathan y se produce el siguiente diá-
logo que Jonathan describe en su diario, casi como un
sueño:

“—¿Cómo os atrevéis a tocarle ninguna de vosotras? ¿Cómo


os atrevéis a ponerle los ojos encima cuando os lo tengo prohi-

10. Campagne, F. A.; “Ay Cierto Género de Mugeres las Quales Chupan la
Sangre de los Niños. Vampirismo y Estereotipo de la Bruja en la España de los
Siglos XV y XVI”; en Zilele Dracului. Las diversas caras del Vampiro. J.E.
Burucúa y otros. Buenos Aires: EUDEBA, 2002, p. 34.

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bido? ¡Atrás os digo! (…) ¡Ahora marchaos! ¡Dejadnos! Tengo


que despertarlo, pues hay trabajo que hacer.
—¿No tendremos nada esta noche? —dijo una de ellas, con-
teniendo la risa, mientras señalaba la bolsa que el conde había
arrojado al suelo, y que se movía como si dentro hubiera un ser
vivo. Por toda respuesta el conde asintió con la cabeza. Una de
las mujeres se abalanzó sobre el saco y lo abrió. Si mis oídos no
me engañaron, lo que oí fue un jadeo y un débil gemido, como
de un niño medio asfixiado. Las mujeres rodearon la bolsa, al
tiempo que yo me sentí horrorizado. Mas cuando miré habían
desaparecido, y con ellas el espantoso saco.”11

En otra parte de la novela, cuando Lucy es vampirizada,


comienzan a desaparecer misteriosamente niños que, al ser
encontrados, relatan haber estado con la “bella señora” y
que no tienen otro deseo que volver a encontrarse con ella.
En el relato se deduce que se trata de niños varones, infe-
rencia que se desprende de la escena en que encuentran a
Lucy regresando a su tumba con un niño varón en sus bra-
zos, próximo a ser su víctima:

“La figura se detuvo y de pronto asomó la luna entre las


masas de nubes a la deriva, revelando con sobrecogedora clari-
dad una mujer de cabello oscuro, envuelta en un sudario. No
podía verle la cara, ya que estaba inclinada mirando lo que lle-
vaba en sus brazos que identificamos como un niño rubio” (…)
“Van Helsing levantó su linterna y retiró la tapa corrediza: su
luz concentrada cayó sobre el rostro de Lucy y pudimos ver que
tenía los labios rojos por la sangre fresca que le corría por la
barbilla, mancillando la pureza de su mortaja de linón (…) Con

11. Stoker, Bram. Drácula. Madrid: Cátedra, 2000, cuarta edición, pp. 152-
154.

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gesto despreocupado arrojó al suelo, insensible como un demo-


nio, al niño que hasta entonces había apretado contra su pecho
con tanto empeño, gruñendo como un perro cuando le quitan
su hueso. El niño profirió un chillido y quedó allí tendido, gi-
moteando”12

Drácula ¿victimario o víctima?

En la obra de Stoker la mujer aparece como amenazada


por el famoso conde, la mujer “infectada” como víctima;
pero, en realidad ¿es víctima de Drácula? o ¿Drácula es
víctima de ella? El legendario conde, ha vivido hasta nues-
tros días en virtud de un pacto diabólico y en búsqueda, tal
vez, de un amor ancestral como lo plantea el film de Cop-
pola13, que lo llevará a vampirizar a sus víctimas. Las víc-
timas metamorfoseadas en vampiros son mujeres.
En la obra de Stoker los hombres no se transforman en
vampiros. Al contrario, se vuelven débiles como le sucede
a Renfield, ayudante del Conde. Este personaje muere en
manos de Drácula (en un intento por salvar a Mina de su
sometimiento), agonizando con su columna quebrada y el
cráneo roto, pero sin signos de haber sido afectado por el
vampirismo.
Los hombres mueren, las mujeres son muertas revivien-
tes o “no muertos” devenidas en vampiros. Drácula ex-
pande su herencia vampírica a mujeres bellas, sensuales,
terribles; es víctima de su búsqueda, es víctima de una

11. Stoker, Bram. Ob. cit., pp. 391, 392.


13. Bram Stoker’s Drácula (USA, 1992). Dirigida por Francis Ford Coppola,
protagonizada por Gary Oldman.

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mujer, de un amor ancestral, transmigrado en Mina. El


conde poderoso, terrorífico y maligno, sucumbe ante
Mina, una mujer mortal, en un juego de hipnótica y mutua
seducción, inferida en la obra de Stoker y destacada, por
ejemplo, en la versión fílmica de Coppola.
Cabe agregar que no hay una búsqueda de la herencia
en la mujer vampiro, en contraposición con lo que sucede
con la mujer humana no vampirizada en la que sí existe el
deseo de procrear. En la especie vampírica las mujeres mis-
mas son la herencia por el hecho de ser inmortales. No dan
a luz una progenie porque sería transmitir su herencia a
otro, transfiriendo y perdiendo de esta forma la inmortali-
dad (tema que se retomará más adelante). Consecuencia
de esto es la preferencia de la mujer vampiro por la sangre
de los impúberes.
Además, por otra parte, la tradición judeo-cristiana del
pecado original muestra, a través de la conciencia del es-
tado de desnudez14, el pecado de Adán y Eva como alego-
ría del acto sexual: tras comer del fruto del árbol de la
sabiduría y violar de esta forma el mandato divino, se re-
vela la desnudez de ambos que son castigados con la ex-
pulsión del jardín del Edén y la pérdida de la inmortalidad.
Al ser mortales, se hace necesaria la herencia; por esta
causa Eva sufre los castigos del parto y la sumisión carnal
a su marido15. Se convierte, así, en la primera madre pro-
tectora de la herencia humanitaria para la religión judeo –

14. “Entonces se les abrieron los ojos y ambos se dieron cuenta de que esta-
ban desnudos”. Génesis, 3:7. La Biblia Latinoamericana. Madrid: 2002.
15. “A la mujer le dijo: Multiplicaré tus sufrimientos en los embarazos y darás
a luz a tus hijos con dolor. Siempre te hará falta un hombre y él te dominará”
Génesis, 3:16. La Biblia Latinoamericana. Madrid: 2002.

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cristiana (aunque el pecado original y el castigo de la mor-


talidad, constituyen un tópico que se halla también en
otras religiones como la islámica, por ejemplo).
Aunque, a los fines de lo que venimos exponiendo, de-
bemos considerar que hubo antes una pecaminosa mujer
mucho menos protectora y no tan popularmente mística.

…Y Dios creó al primer hombre y a la primera


mujer (vampiro).

Eva es, entonces, el arquetipo femenino bíblico más co-


nocido, compañera y súbdita de Adán. Es la parte feme-
nina que originó la progenie de los hombres según la
religión judeo cristiana. Sin embargo, existe un antecedente
importante que se encuentra en el Antiguo Testamento y
que, posiblemente, tenga un origen asirio-babilónico. Nos
referimos a Lilith, princesa de los súcubos quien posee dos
características esenciales: por un lado seduce y devora a
los hombres —a los que sorprende cuando duermen soli-
tariamente—, y por otro, ataca a las parturientas y a los re-
cién nacidos.
Existe, según Erika Bornay17, una versión de esta Diosa
perversa o maligna que aparece en un Midrás (exégesis no
literal de la Biblia) del siglo XII, en la que Lilith sería la pri-
mera compañera de Adán (antecesora de Eva), pero que
no es formada por Dios de la costilla de Adán, sino de “in-

16. “Allí se juntarán los gatos salvajes con los pumas, y se darán cita los
chivos; allí también se echará a descansar el monstruo llamado Lilit.” Isaías,
34: 14. La Biblia Latinoamericana. Madrid: 2002.
17. Bornay, Erika. “Las Hijas de Lilith”, en Ensayos Arte. Cátedra, 1998.

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mundicia y sedimentos”. La pareja, además, no es nunca


próspera, porque Lilith no quiere renunciar a su igualdad,
polemizando, sobre todo, acerca de la manera de llevar a
cabo la unión carnal. Ante la inflexibilidad de Adán, huye
para siempre del Edén desoyendo, inclusive, el llamado
del propio Dios, y va a vivir a la región del aire donde se
une al mayor de los demonios y engendra todo un linaje de
diablos.
Se cree que la adopción de una figura demoníaca feme-
nina, como productora del mal que aflige a la humanidad
desde su creación, ha sido una creación posterior de los ra-
binos. Se la construyó para contraponerla a la figura de
Eva quien, junto a Adán, sucumbe por una vez a la tenta-
ción perdiendo el Paraíso (y por ende la inmortalidad). Eva
debe aparecer, entonces, como ejemplo a las jóvenes judías
para salvarlas o mediatizarlas de la culpa del pecado ori-
ginal. Lilith, en cambio, es el pecado mismo. Ambos, culpa
y pecado, están alojados en lo femenino. De tal manera se
apropian de Lilith para convertirla en creadora de todos
los males de la humanidad, al igual que, por otra parte, los
antiguos responsabilizan a Pandora.
Así, Lilith aparece como una criatura rebelde, insubor-
dinada, que abandona súbitamente a su esposo, sin escu-
char la voz del padre celestial que la obliga a permanecer
junto a Adán para quien está destinada. Estamos, entonces,
ante la presencia de una primera mujer que se rebela no
sólo contra el hombre sino contra el propio Dios.
Sumamente variadas son, por lo tanto, las formas que
encarna este espíritu provocador, y que serán fijadas en el
arte con manifestaciones que van desde lo vampírico hasta

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lo ofídico, a través, sobre todo, de la literatura y la pin-


tura. La clásica representación tal vez sea la de Lilith con
el extremo inferior de su cuerpo en forma de serpiente: qui-
zás, de esta manera, se quiere establecer un paralelismo
entre la culpa de Lilith y la de Eva18. La serpiente que lleva
consigo la tentación y ante la cual sucumbe ésta, tiene
nombre propio. Cabe subrayar, además, que Lilith posee
características que comparte con divinidades de la anti-
güedad ya descriptas, y que la mujer vampiro de la obra de
Stoker, por su parte, conlleva en su accionar. Destacan
entre ellas su capacidad de seducción y la de ser devora-
dora de hombres y niños. Por otro lado, la postura irre-
verente e inflexible de Lilith es una marca que caracteriza
a la mujer antes de ser “infectada” o “vampirizada”. En la
obra de Stoker, la personalidad de “Lucy” como una mujer
hiperactiva y que tiene que hacer su elección ante tres pre-
tendientes que se ofrecen a desposarla, no es común para
el contexto histórico de la novela; es, si se quiere, una ac-
titud que, por su infantilismo, termina siendo osada y
transgresora. Por otro lado Mina, amiga íntima de Lucy e
hipnóticamente seducida por el conde - aunque nunca haya
llegado a ser vampirizada por éste -, es una mujer que se
pone al frente para combatir a Drácula, pudiéndosela con-
siderar como la “mano derecha” del doctor Van Helsing,
y diferenciándose, así, de los rasgos de sumisión propios
de las mujeres de la época. Como afirma el científico:

—¡Ah esa sorprendente señora Mina! Tiene cerebro de hom-


bre, de un hombre superdotado, y corazón de mujer. Créame, el

18. Bornay, Erika. Ob. cit., parte I, cap. 1.

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buen Dios debió formarla con algún propósito concreto, cuando


hizo tan excelente combinación.”19

En resumidas cuentas, la construcción que Stoker hace


de la mujer vampiro tiene sus raíces en el mundo antiguo
y se extiende a través de la historia y de sus representacio-
nes artísticas. Así, las características que permanecen en la
novela son las siguientes:
• seducción: a partir de la inmortalidad representada
por la juventud y la belleza;
• antropofagia (sobre todo a través de la sangre);
• irreverencia y transgresión;
• anulación o rechazo de la maternidad.
La seducción es la herramienta de mayor importancia
de la que se nutre el poder femenino en general. Por ese
motivo es que la mujer vampiro utiliza el recurso de se-
ducción erótica para lograr sus fines: el ejemplo está en el
pasaje en que Lucy, vampirizada, le pide lascivamente a su
prometido Arthur a que acuda a sus brazos para unirse con
ella, invocándolo como “esposo”:

“(…) Lucy avanzó hacia él con los brazos extendidos y una


sonrisa lasciva en los labios (…). Ella siguió avanzando, sin em-
bargo, diciéndole en un tono lánguido, voluptuoso y cortés:
—Ven conmigo; Arthur. Deja a esos otros y vente conmigo.
Ansío tenerte entre mis brazos. Ven y descansaremos juntos.
¡Ven esposo mío!”20

19. Bornay, Erika. Ob. cit., parte I, cap. 1.


20. Stoker, Bram. Ob. cit., p. 425.

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Lo andrógino como cualidad vampírica

El vampirismo lleva consigo un don preciado: la inmor-


talidad que se plasma en la belleza y la juventud. Es un bien
que el vampiro utiliza como contrato con el mortal. Es el
pacto con el diablo que convierte a la víctima en un súcubo
eterno. Cabe, entonces, la pregunta que nos hacíamos al
principio: ¿cuál sería la naturaleza del vampiro y sobre todo
de la mujer vampiro, que lleva consigo atributos tan defi-
nidos —belleza, seducción, inmortalidad—, puestos en
juego a la hora de conseguir el deseo de la sangre?
Es quizás posible imaginar que tal naturaleza se en-
cuentra relacionada con la esencia de lo andrógino. Para
Estrella de Diego21 lo andrógino es una de las manifesta-
ciones más antiguas del deseo (etimológicamente, andró-
gino= a uno que contiene a dos). La idea de androginia se
extiende a todas las parejas de opuestos. Son conceptos po-
larizados que se atraen irremediablemente y casi sin espe-
ranzas: Cielo – Tierra; Luz – Tinieblas; Vida – Muerte. Es
decir componentes femeninos y masculinos que conforman
la totalidad: el Andrógino. De esto se desprende, al decir de
la autora, que la androginia se compondría de tres seres:
hombre – mujer – andrógino, que al ser separados mueren
de amor por el reencuentro. A partir de entonces comienza
el estado de melancolía, producido por la separación, y la
desesperación por el reencuentro. Es el deseo no satisfecho
del que nos habla Platón en “El Banquete” y que trata de
llenar el vacío. De matar la melancolía de la separación,

21. Diego, Estrella de. El Andrógino Sexuado. Madrid: Visor, 1992, cap. 2:
“Androginias”.

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aunque el reencuentro signifique la impotencia, la deses-


peración al advertir la incapacidad de reproducir el estado
inicial. Estrella de Diego menciona, también, que en la reu-
nión con la mujer, el hombre espera alcanzar la perfección
e inmortalidad del Paraíso perdido. Es por eso que el ideal
andrógino, afirma, enfatiza el miedo al placer y la ilusión
de preservar siempre intacto el deseo.22
Y este deseo que no es satisfecho, es circulante, puesto
que, cuando se alcanza la unión con el opuesto, se revela la
incapacidad de formar un tercero, el todo. Y es ahí cuando
vuelve a salirse de su cauce para circular nuevamente. Es la
situación de la mujer vampiro: por su naturaleza andrógina,
se adueña del deseo circulante, siempre incompleto, y lo uti-
liza para que los mortales sucumban ante ella.
En nuestra novela podemos inferir la naturaleza andró-
gina de Lucy teniendo en cuenta que ésta recibe la sangre
de cuatro hombres antes de convertirse en una “no
muerta”. Por otra parte se evita el encuentro directo con el
vampiro. No sólo por la fuerza física de éste, sino por la
fuerza hipnótica a la que sucumben los mortales, en bús-
queda de un deseo ancestral del que es partícipe también el
Conde. El encuentro de la vampírica Lucy con el grupo de
Van Helsing, hace que casi caiga en las redes del deseo vo-
luptuoso su esposo Arthur, si no fuera por la interposición
de un crucifijo que esgrime el inefable Van Helsing.
Todo ser mortal muestra un deseo por el todo: la mujer
vampiro utiliza tal deseo como carnada infalible. Estrella
de Diego nos dice que la separación de los sexos entraña la
pérdida del Paraíso, que al ser se le condena a separarse en

22. Diego, Estrella de. Ob. cit., cap. 2: “Androginias”.

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dos, a dividirse, a decantarse sexualmente, a dispersarse en


el infinito, a reproducirse. El hombre buscará, inconscien-
temente, evitar tamaña dispersión y esto la mujer vampiro
lo sabe de sobras.
En conclusión, consideraremos que la naturaleza an-
drógina de la mujer vampiro se compone de los elementos
(Cielo y Tierra) que alguna vez formaron el Paraíso y que
al separarse abruptamente marcaron su fin, que fue el fin,
también, de la juventud eterna, de la inmortalidad.

La infertilidad buscada

Ahora bien, este intento de regresar al mundo primige-


nio, al tiempo sin tiempo donde reina el vigor juvenil y la
belleza, tienen consecuencias para la mujer vampiro: el pre-
cio es la infertilidad, la imposibilidad de la maternidad, y la
aversión sistemática hacia los niños (su bocado favorito).
¿Qué llevaría a la mujer vampiro a anular su materni-
dad?, ¿no sería una razón para profundizar la perpetuidad
de esta “especie” vampírica? La mujer vampiro anula su
maternidad porque afecta sus características esenciales ya
referidas: el poder sobre el otro, la inmortalidad, la juven-
tud y la belleza. El embarazo deforma el cuerpo, la belleza
pasa de lo sensual a lo maternal; lo perverso de la seduc-
ción arrolladora queda en parte anulado. Por otro lado, si
la mujer vampiro pudiera engendrar un heredero traspa-
saría su inmortalidad a éste, perdiendo la suya; es decir, la
herencia vista como trascendencia en la progenie anularía
la inmortalidad de la mujer vampiro. Los mortales, en
cambio, al poner en juego la herencia, ponen en juego su

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inmortalidad, su trascendencia en el otro que es creado,


que lleva su “sangre”.
El vampiro no engendra por ser andrógino, que es un
signo exclusivo de la inmortalidad. No existe la separación
de seres a través de la procreación. El no-muerto no en-
gendra para sobrevivir en el tiempo. Es inmanente, por lo
tanto, no busca la trascendencia de la sangre en el otro, la
toma directamente. El mismo es la trascendencia y la trans-
mite por infección a sus víctimas que mueren y resucitan
como revivientes, pero sin el sentido de trascendencia del
mortal, sino sólo como efecto por haber servido de “ali-
mento” al vampiro.
Además, juventud y belleza son signos de la inmortali-
dad. O sea que se es inmortal con estas características ya que
la mujer vampiro necesita la fuerza de la juventud y el poder
de la seducción para mantenerse en el tiempo. Su deseo es
conseguir el elemento (sangre) que la mantenga inmortal. El
deseo no es sólo vivir, sino algo más: ser inmortal.
En la novela de Stoker, cuando el grupo de hombres, de
la mano de Van Helsing, consiguen saber cómo eliminar a
estos seres, matan a una Lucy hermosa, radiantemente vam-
pírica en su tumba. Ésta, al ser atravesada por la estaca, de
la mano de Arthur, comienza a retorcerse y a emitir un chi-
llido horroroso y espeluznante, mientras su rostro recupera
las huellas de dulzura y pureza, en combinación con el ric-
tus de la angustia, el sufrimiento y el deterioro que esfuman
la inmortalidad, retrocediendo al illo tempore del mortal.
Lo que se mata, en definitiva, en esa serie de ritos que mez-
clan cristianismo con paganismo es lo inmortal del ser vam-
pírico, no a “Lucy” como ser mortal que fue.

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“Vampiriarcado”. El Infierno entre el Cielo y la


Tierra

La fertilidad femenina que conlleva la maternidad debi-


lita, en cierto sentido, un factor de poder sobre el sexo
opuesto que es la seducción. Las “femme fatale” tienen su
origen más simbólico en Salomé, la hija de Herodías, que
pide la cabeza de Juan el Bautista porque éste no sucumbe
a sus artes, imponiéndose así a la voluntad del mismísimo
rey Herodes23. Los que no se rinden a los deseos merecen
la muerte. Y el deseo irresistible, la seducción fatal e irre-
mediable gira en torno a la belleza y juventud de la fémina.
Una Salomé notoriamente embarazada y, por lo tanto, li-
mitada en la seducción de su danza, poca influencia hu-
biera ejercido para satisfacer su deseo. El desorden
corporal por la tenencia de un hijo, la condición maternal,
debilita el poder. Tambalea, así, la corona del matriarcado
y es entonces cuando prevalece la fuerza del hombre.
Para la mujer vampiro la fertilidad y su consecuencia, la
maternidad, no sólo no pertenece a su naturaleza sino que,
además, es enemiga per se, ya que disuelve la seducción y,
por ende, su búsqueda principal: la inmortalidad. La aver-
sión es tal que no sólo rechaza la maternidad, sino que ade-
más la considera en el resto de las mujeres mortales como
el mal que les atañe. Quizá sea ésta la razón que las ha lle-
vado a la antropofagia.
También es cierto que en la antigüedad, como se dijo an-
teriormente, cada vez que Lamia tenía un hijo, la Diosa
Hera, por celos, lo mataba. De mismo modo, en Lilith se

23. Bornay, Erika. Ob. cit., cap. XVII, pp. 188 y ss.

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Nuevas miradas en torno a Drácula

afirma que como resultado de sus relaciones con los demo-


nios mayores, había procreado todo un linaje de demonios
de los cuales Dios le mataba cien cada vez que engendraba
uno. Se puede inferir despecho o rencor hacia la maternidad
por parte de estos personajes que han configurado el este-
reotipo. Pero, a la inversa, también es posible pensar que
esa anulación forzada de la maternidad les ha hecho des-
cubrir el enorme poder que les confiere la seducción.
En este sentido la palabra “matriarcado” no se corres-
pondería con el poder de seducción que viene de la mano
de la mujer vampiro y su derivación más realista en la
femme fatale. Quizás un neologismo como “vampiriar-
cado” se ajustaría más al concepto. Como se dijo, la mujer
vampiro, andrógino por naturaleza, se vale del deseo del
hombre que buscará evitar su dispersión al infinito. Se
mencionó, también, que de una especial androginia del In-
fierno conviven el Cielo y la Tierra. Por esto es que los
hombres, al verla por primera vez, reconocen el Cielo.
Cuando irremediablemente se acercan, se descubren como
minúsculo puñado de Tierra. Pero, al unirse a ella, al bus-
car en su cuerpo el todo, al hundirse en el deseo oculto de
lo primigenio, de lo inmortal, no tendrán más remedio que
saberse en el Infierno.

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