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Conclusión……………………………………………………………………………
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Referencias bibliográficas…………………………………………………………
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AURA, LA MUJER FATAL DE OJOS VERDES.
“La muchacha mantiene los ojos cerrados […] no te mira. Abre los ojos poco a
poco […]. Al fin, podrás ver esos ojos de mar que fluyen […] tú los ves y te repites
que no es cierto, que son unos hermosos ojos verdes idénticos a todos los
hermosos ojos verdes que has conocido o podrás conocer.” Esos ojos verdes
pertenecen a Aura, el personaje femenino de la novelle de Carlos Fuentes
publicada en 1962, que terminarán seduciendo al historiador, Felipe Montero.
Según Jean Chevalier (1986), el verde es un color tranquilizador, refrescante,
humano, pero que además encierra un conocimiento profundo, oculto: esconde un
secreto. Por lo tanto, deberíamos preguntarnos qué se esconde detrás de los ojos
verdes de Aura, quién es Aura, qué arquetipo de la mujer se representa en ella.
Desde tiempos remotos, el rol femenino en la literatura ha sido provisto de
múltiples concepciones, pero la que más ha prevalecido es la figura de la mujer
como receptora de cualidades estéticas, mágicas y encarnadora de la fuerza del
mal, la mujer fatal. Esta forma de construir a los personajes femeninos se presenta
en la mitología greco-latina, en magas y ninfas e incluso en mujeres de carne y
hueso; en la Edad Media a través de las hechiceras y brujas; en las
representaciones literarias a finales del siglo XIX; y, por último, en la
posmodernidad.
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Un claro ejemplo de la literatura posmoderna es el personaje femenino de la
novela de Carlos Fuentes, Aura, el cual presenta, indudablemente, los rasgos
característicos del arquetipo de la mujer fatal.
Para encontrar el origen del mito de la mujer fatal hay que dirigirse hasta la
mitología clásica, porque es ahí mismo donde encontraremos a las primeras
mujeres mortíferas. Según María Helena Sánchez Ortega (1991), la mujer “fue con
mucha frecuencia la supuesta depositaria de facultades extraordinarias
relacionadas con la magia y la capacidad para hacer mal.” (p. 41). La madrileña
afirma que dicho rol de la mujer se manifiesta en la mitología greco-latina, donde
encontramos a diferentes personajes relacionados con lo mágico.
Un claro ejemplo es Pandora, la primera mujer creada por Hefesto a imagen y
semejanza de los inmortales, que fue enviada al mundo como castigo, después
que Prometeo robara el fuego del Olimpo para darlo a los hombres. Según el
poema de Hesíodo, Los trabajos y los días, Pandora poseía una impresionante
belleza y una excesiva curiosidad, que la llevó a abrir la caja que le había
entregado Zeus, la cual contenía todos los males de la humanidad.
Podemos decir que durante el período greco-latino a la mujer se la identificaba
con la astucia, la trampa y con el empleo de artimañas y trampas para llevar al
hombre a la destrucción. Por ejemplo, en la Ilíada, de Homero la bella Helena dejó
a su marido, Menelao, para huir con Paris, hecho que originó nada menos que una
guerra, cuando el esposo despechado tomó Troya para vengar la ofensa.
La manifestación por excelencia se halla en Circe, la diosa-maga que
transformó en cerdos a la tripulación de Ulises, en la cual pueden observarse las
características de seductora y hechicera. Si bien el rey de Ítaca no sufrió la
metamorfosis, gracias a la hierba especial que le entregó Hermes, es derrotado
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por los encantos de la hechicera ya que su objetivo principal –regresar a su hogar
para reencontrarse con su amada Penélope− pasó a segundo lugar y terminó
quedándose un año con la maga.
La Odisea, de Homero también presenta a otro personaje femenino que
produjo, igual que Circe, un retraso en la vuelta del héroe a Ítaca. Ella es la ninfa
Calipso, quien sintió una atracción tan fuerte por Ulises que hasta decidió
convertirlo en su esposo hasta que Zeus –a pedido de Atenea- le ordenó liberarlo.
Dentro de la Odisea, también encontramos a las sirenas, seductoras aves con
cabeza y pecho de mujer, que con sus cantos confundían a los marineros y los
hacían chocar contra los arrecifes. Ulises, gran estratega –cualidad que se
manifestó en la idea de construir el caballo de madera, para engañar a los
troyanos y poder traspasar los muros de la ciudad−, y advertido del peligro de este
seductor canto, pidió a sus marineros que lo ataran al mástil del barco, habiendo
antes colocado en los oídos de sus marinos tapones de cera para que no
escucharan el hechizante llamado. Ulises permaneció fijo en su propósito al
atravesar la zona de peligro, pudo ver y escuchar, y sin embargo no pudo moverse
ni sus hombres escucharon su pedido de desatarlo en momentos de tribulación y
tentación.
Podríamos seguir citando ejemplos, pero para culminar con este apartado,
tomaremos a Medea, quien fue seducida por Jasón, simplemente, con su
apariencia física y su virilidad. Tras ser rechazada por Jasón para casarse con la
princesa de Corinto, se vengó provocando un incendio en el que murieron todos
los habitantes del palacio real. A diferencia de Circe, Medea “es la mujer de carne
y hueso, enamorada y entregada a pesar de la superioridad de sus fuerzas
intelectuales y conocimientos.” (Sánchez Ortega, 1991, p. 45).
Para concluir con esta primera parte, a partir de los ejemplos explayados,
puede comprobarse que “la tradición cultural de Occidente nos proporciona
durante la antigüedad las claves fundamentales para comprender algunos
aspectos esenciales del temor que podía inspirar, en ocasiones, la personalidad
femenina.” (Sánchez Ortega, 1991, p. 47).
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Podemos afirmar que la cualidad que se manifiesta en cada una de nuestras
protagonistas es la de la atracción física. Esta capacidad, presente desde la
Antigüedad, irá adquiriendo con el devenir cultural una connotación cada vez más
despectiva, y de consecuencias más peligrosas, como se intentará detallar en el
apartado siguiente.
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un magnetismo obsesivo por constituir el vehículo perfecto para satisfacer la idea
del mal. Al respecto, Margarita Nelken (1930) aclara que el Romanticismo se nutre
“de la inspiración fomentada por la mujer.” (p.189).
Diferentes arquetipos de la figura femenina resurgen en el Romanticismo: la
mujer espiritualizada (“musa mística”), una figura celestial, una proyección ideal
del artista capaz de purificar el alma del amante para hacerlo sentir los más nobles
sentimientos; la mujer pura objeto de amor (“musa romántica”) y la “mujer fatal”, la
que seduce y hechiza gracias a sus encantos traicioneros y lleva a los hombres a
la desesperación, locura e incluso la muerte.
Al igual que la mujer frágil, pura e inocente, la mujer fatal presenta también
unos rasgos físicos y psíquicos bien definidos en diferentes representaciones de la
época. Según Erika Bornay (2009), la mujer fatal debe poseer una belleza
ambigua e inquietante, “tiene que ser atractiva y seductora, pero estas cualidades
han de basarse sobre todo en la potencia turbia y sexual que emana de su
persona.”
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Montero reflexiona y supone que Aura se encuentra prisionera en esa casa:
“Permaneces, allí, olvidado de los papeles amarillos, de tus propias cuartillas
anotadas […] pensando sólo en la belleza inasible de tu Aura […] y ahora la
deseas para liberarla […]” (Fuentes, 2008, p. 36). Aura vestida con esa bata de
tafeta verde y con sus muslos color de luna logra seducir a su víctima a través del
control que tiene sobre su propia sexualidad, siendo precisamente este control
carnal lo que la hace letal, ya que una vez que ella acceda y brinde su cuerpo al
contacto físico logrará hechizar a Felipe; “¿Me querrás siempre? […] ¿Aunque
envejezca? ¿Aunque pierda mi belleza? ¿Aunque tenga el pelo blanco?” (pp. 42-
43). Las respuestas a dichas preguntas podrían manifestar que el personaje
masculino se rindió, indudablemente, a sus pies: “Siempre, mi amor, siempre.” (p.
43).
Otra característica que podemos ver en la protagonista es la que corresponde a
la concepción de la Mujer Fatal del medioevo, como por ejemplo la vejez que se
presenta en Consuelo; es necesario aclarar que tanto ésta y Aura son el mismo
personaje. Incluso Felipe llega a darse cuenta de esta dualidad, “[…] la muchacha
de ayer –cuando toques sus dedos, su talle− no podía tener más de veinte años;
la mujer de hoy –y acaricies su pelo negro, suelto, su mejilla pálida− parece de
cuarenta: algo se ha endurecido, entre ayer y hoy, alrededor de los ojos verdes
[…]” (p. 41). La causa de dicha dualidad se da a conocer en el último capítulo
cuando Felipe comienza a registrar los últimos papeles que se encontraban en el
baúl; el ingerir unos brebajes fue lo que originó la encarnación de Aura, por lo que
podemos afirmar que Aura será la proyección del ferviente deseo de vitalidad y
juventud de la vieja Consuelo.
Además, la presencia de la coneja llamada Saga nos remite a las brujas de la
Edad Media. Según Chevalier (1986), los conejos están relacionados con la
fecundidad, con la multiplicación de seres y también tienen una connotación
sexual y de lujuria; se dice que son compañeros de Hécate, diosa que alimenta la
juventud, pero que frecuenta las encrucijadas y que finalmente inventa la brujería.
Otro animal como sinónimo de fertilidad que se presenta en la historia es el
macho cabrío que Aura degüella en la cocina; Felipe se desorienta al ver esa
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imagen “detrás de esa imagen se pierde la de una Aura mal vestida, con el pelo
revuelto, manchada de sangre, que te mira sin reconocerte, que continúa su labor
de carnicero.” (p. 39).
Y, para culminar, cuando Felipe entra al cuarto de la vieja Consuelo, en el
capítulo dos, la descripción física de la vieja como la narración de sus acciones
que se presentan manifiestan rasgos de las brujas de la etapa medieval: “[…]
delgada como una escultura medieval […] levanta los puños y pega al aire sin
fuerzas, como si librara una batalla contra las imágenes […] Cristo, María, San
Sebastián, Santa Lucía, el Arcángel Miguel, los demonios sonrientes […]” (p. 31).
Conclusión
Aura, una mujer bella, exótica, erótica, seductora, sensual, es una mujer fatal,
por poseer la atracción física y seducir a Felipe Montero para su propio fin: como
bien sostiene Eduardo Thomas (1998), “lo que Consuelo busca en la hechicería es
la fertilidad del alma […]” Su mirada, sus ojos verdes petrificaron a Montero, la
Medusa de la posmodernidad. Aura en Circe y viceversa, es incuestionable la
presencia de los estereotipos femeninos de la época clásica en la mujer fatal de
Carlos Fuentes, no caben dudas que no sólo se presentan ellas, Calipso y Helena,
sino que también encontramos los caracteres que nos remiten a las brujas y
hechiceras de la Edad Media: la decadencia física y la fertilidad, esta última en los
conejos y en el macho cabrío, el cual era sacrificado por las brujas en las fiestas
del Aquelarre.
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REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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Sánchez Ortega, M. H. (1991). “La mujer como fuente del mal: el maleficio”, en
MANUSCRITS, n° 9, Enero 1991. págs. 41-81
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