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Mi tío abuelo había sido durante muchos años profesor de física nuclear en Harvard
y, tras su jubilación por ancianidad, había enseñado durante corto tiempo en la
universidad de Miskatonic, en Arkham. Desde este último puesto de trabajo, se había
retirado a su casa en un suburbio de Boston, y comenzado a vivir sus últimos años
en una casi total reclusión; digo «casi» porque la interrumpía de vez en cuando
para hacer extraños y misteriosos viajes a todos los rincones del mundo, en uno de
los cuales, mientras husmeaba por ciertos distritos de mala reputación en
Limehouse, en Londres, se había encontrado con la muerte, en un repentino tumulto
de lo que parecían ser los askaris o dakoits de los barcos del puerto, tumulto que
había terminado tan pronto como había caído muerto al suelo. Yo había recibido
mensajes suyos por escrito de vez en cuando, con su menuda y apretada letra,
enviados desde los diversos puntos a los que se había desplazado: desde Nome,
Alaska, por ejemplo, y Ponapé, en las islas Carolinas, o desde Singapur, El Cairo,
Cregoivacar, en la Transilvania, Viena, y otros muchos lugares. Al comienzo de mis
investigaciones sobre las costumbres criollas, había recibido una críptica postal
enviada desde París, en cuya parte delantera se veía un excelente grabado de la
Biblioteca Nacional y en la trasera una súplica del tío abuelo Asaph: «Si en tu
estudio te encuentras con alguna evidencia de ritos paganos, pasados o presentes,
te quedaría muy agradecido si reunieses todos los datos pertinentes y me los
enviases a tu conveniencia.»
Bien a las claras se podía ver que mi tío abuelo había dedicado sus principales
esfuerzos a las piezas del Pacífico del Sur, que no eran, como pude ver en seguida,
las acostumbradas variedades de máscara, a pesar de que sus notas no eran demasiado
explicativas, y fue solo a la luz de los acontecimientos posteriores cuando me
resultó claro este «arte» y las notas que lo acompañaban. Entre las piezas del
Pacífico del Sur había algunas que llamaron en seguida mi atención. Son las que
siguen, puestas en el orden en que más atrajeron mi mirada, y las notas que la
acompañaban:
1) Una figura humana, coronada por un pájaro. «Río Sepic, Nueva Guinea. Se dice que
existe la figura opuesta, pero un gran secreto la rodea. No pudo ser encontrada.»
2) Una pieza de tela Tapa de las Islas Tonga, con el dibujo de una estrella verde
obscuro sobre fondo marrón. «La primera aparición de la estrella de cinco puntas en
esta área. No hay ninguna otra relación. Los nativos no pueden explicar el dibujo;
dicen que es muy antiguo. Evidentemente, no hay contacto posible aquí, dado que ha
perdido su significado.»
10) Figura de madera. «Río Sepik. Nótese: a) la nariz: un tentáculo que se extiende
hacia abajo rodeando a la figura por la cintura; b) el mentón: otro tentáculo que
baja y se une al torso por el ombligo. La cabeza está grotescamente fuera de toda
proporción. ¿Hecha a partir de un modelo viviente?»
Parecía evidente que mi tío abuelo buscaba algunas tendencias muy definidas en
aquellas piezas. Pero si se trataba del desarrollo del arte primitivo o de algún
objeto representado, era algo que ya no quedaba claro. No obstante, probablemente
era eso último, pues entre las restantes piezas de origen desconocido había dos que
eran extremadamente sugestivas a la luz de las crípticas notas de mi tío abuelo.
Una era una burda estrella de cinco puntas, hecha con algún tipo de piedra gris
desconocida para mí; la otra era una figura exquisitamente tallada de solo
dieciocho centímetros de altura, que no se parecía más que a una ficción de
pesadilla. Ciertamente, representaba a algún antiguo monstruo, si es que alguna vez
algo así había caminado sobre la Tierra. La criatura era aparentemente antropoide
de silueta, pero su cabeza era octopoide, y su rostro era una masa de apéndices
parecidos a tentáculos, mientras su cuerpo parecía ser al mismo tiempo escamoso y
elástico. Sus corvas y dedos de las patas acababan en garras desproporcionadamente
largas, y algo que se asemejaba a las alas de un murciélago parecía surgir de su
espalda. Dada su corpulencia y su rostro de horrible maldad, la acuclillada figura
tenía una fuerza indudable, daba una vivida e inolvidable impresión de una gran
perversidad... no como se entiende ésta habitualmente, sino de un terrible horror
destructor del alma que trascendía a la maldad que los hombres normales conocen. Su
aspecto era quizá aún más horrible debido a que la cabeza de cefalópodo estaba
inclinada hacia adelante, y el aspecto general de la figura acuclillada era el de
un ser que está a punto de abalanzarse. Mi tío abuelo había pegado a su base una
breve nota, aún más extraña que las otras. Solo decía: «¿C... o algún otro?» Aunque
mi conocimiento del arte primitivo era, como ya he admitido, relativamente pequeño,
estaba convencido de que no había ningún nexo de unión entre el arte de aquella
extraña figura y todos los otros tipos de arte conocidos a los que, como cualquier
otro individuo de una razonable cultura, estaba habituado; y esta convicción sirvió
para hacer aparecer ante mis ojos como aún más misteriosa la adquisición de mi tío
abuelo.
Sin embargo, fue más fácil decidirme que llevar a cabo mi decisión, pues los
papeles de mi tío abuelo no se encontraban en ningún orden, ni siquiera
cronológico. Dado su aparente buen orden dentro de los baúles, yo había esperado
que al menos estuviesen dispuestos en forma inteligible, pero me llevó un
considerable espacio de tiempo el efectuar el más elemental ordenamiento, y aún
mucho más tiempo el establecer un símil de secuencia, aunque no tenía seguridad
ninguna de que esta secuencia fuera la correcta. A pesar de todo, tenía algunas
razones para creer que si no lo era no debía estar demasiado equivocada, pues las
notas de viaje de mi tío abuelo me permitían asignar unas fechas relativas, ya que
era posible descubrir a dónde había viajado y cuál era el orden de esos viajes.
También fue posible encontrar el motivo original de esos viajes, dado lo inusitado
de ellos como forma en que transcurrir sus últimos años, sobre todo teniendo en
consideración su vida pasada.
Sea lo que sea lo que las autoridades de Auckland pensasen del testimonio de
Greenbie, lo cierto es que mi tío abuelo lo tomó con la más absoluta seriedad,
pues, siguiéndolo en secuencia cronológica, había una gran serie de historias
similares: relatos de sucesos extraños e inexplicables, narraciones de misterios
nunca resueltos, de curiosas desapariciones, de toda clase de acontecimientos
ultranaturales que pueden aparecer en millares de periódicos, pero que solo son
leídos con interés superficial por la gran mayoría de las gentes. En su mayor
parte, esos relatos eran cortos; parecía evidente que casi todos los redactores
jefes los utilizaban únicamente como material de relleno, e indudablemente se le
debió ocurrir a mi tío abuelo que, si el testimonio de Greenbie había sido tratado
de tal forma, entonces quizá otros artículos tuvieran tras ellos historias
similares. Debo dejar bien claro ahora que los recortes tan cuidadosamente reunidos
por mi tío abuelo se asemejaban únicamente en una cosa: en lo extraño de los
mismos. Aparte de esto, no había la más mínima similitud entre ellos. Los diversos
textos largos que allí se encontraban trataban de asuntos que habían despertado
algún interés local, a saber:
1) Un resumen muy completo de los hechos concernientes a la desaparición del doctor
Laban Shrewsbury, de Arkham, Massachusetts, al que estaban unidos varios obscuros
párrafos copiados de un manuscrito o libro del hombre desaparecido titulados: Una
investigación sobre las estructuras míticas de los primitivos de hoy en día con una
referencia especial al Texto R'lyeh. Por ejemplo:
«El origen marítimo parece incontrovertible, pues cada narración acerca de Cthulhu
está relacionada de alguna manera, directa o indirecta, con los océanos; esto es
cierto tanto si se trata de alguna manifestación que se suponga surgida de Cthulhu
o bien un relato de las acciones de sus seguidores. Uno no está demasiado seguro
acerca de la validez de la leyenda de la Atlántida; y no obstante, hay ciertas
similitudes superficiales bien aparentes que uno no se atreve a rechazar sin previa
investigación. Los puntos focales de estas actividades, a los que se llega
simplemente estableciendo unos círculos concéntricos a través de varios mapas del
globo, parecen ser ocho: a) el Pacífico sur, estando situado el centro del círculo
en o cerca de Ponapé, en la Carolinas; b) el Atlántico, cerca de la costa de los
Estados Unidos, estando el centro situado a la altura de Innsmouth, Massachusetts;
c) las aguas subterráneas bajo el Perú, centrándose alrededor de la antigua
ciudadela de los incas, Machu-Pichu; d) las tierras del norte de África y el
Mediterráneo, estando el centro situado en la vecindad del oasis sahariano de El
Negro; e) el norte del Canadá y Alaska, centrándose al norte de Medicine Hat; f) el
Atlántico, con el centro en las Azores; g) la mitad sur de los Estados Unidos,
incluyendo a las islas, con el centro situado en algún punto del Golfo de México;
h) el Asia del sudoeste, con su punto focal en un área desértica por los
alrededores de Kuwait (?), que se dice se halla cerca de una antigua ciudad
sepultada (¿Irem, la ciudad de los pilares?)».
Había muchos otros pequeños recortes, pero todos, como los largos, se referían a
asuntos de una extrañeza que se salía de lo corriente, o que sugerían algún
asombroso misterio. Había relatos de raras tormentas, inexplicables temblores de
tierra, de incursiones policíacas a reuniones de ciertos cultos, fenómenos
naturales inusitados, narraciones de viajeros por rincones perdidos de la Tierra, y
centenares de asuntos similares.
Además de esos recortes, había varios libros: estudios de la civilización inca, dos
libros sobre la isla de Pascua, y asombrosas citas de libros con títulos que yo
nunca había oído previamente: los Fragmentos de Celaeno, los Manuscritos
Pnakóticos, el Texto R'Lyeh, el Libro de Eibon, el Manuscrito de Sussex, y
similares. Finalmente, estaban las notas de mi tío abuelo. Desafortunadamente,
estas eran casi tan crípticas como algunos de los relatos que tan cuidadosamente
había atesorado, pero no obstante era posible llegar a ciertas conclusiones a su
respecto. No había en parte alguna ningún sumario conciso de sus hallazgos, pero
quedaba bien manifiesta una cierta progresión que llevaba a inalterables
conclusiones. Por el tono de sus escritos, era bastante fácil deducir: a) que mi
tío abuelo estaba tras la pista de alguna organización bastante desconexa que
adoraba a uno de cierto número de seres relacionados, siendo el objeto específico
de la búsqueda de mi tío abuelo la sede central del culto de Cthulhu (que
ocasionalmente aparecía escrito como Kthulhu, Cluuluu, etc.), y que algunos o todos
los objetos de arte estaban relacionados con ese culto; b) que la adoración a aquel
ser era algo malévolo y muy arcaico; c) que mi tío abuelo sospechaba que la imagen
de piedra curiosamente repulsiva, de origen desconocido, era la concepción, según
el artista indígena, de aquel ser, Cthulhu; d) que mi tío abuelo sospechaba
firmemente que existía una relación entre los acontecimientos extraños narrados en
los recortes que había coleccionado y el culto de aquél u otros seres similares. A
este respecto, sus notas eran singularmente sugestivas, como pueden indicar las
siguientes:
«Se presentan ciertos paralelismos, de los que no nos cabe más remedio que sacar
algunas conclusiones innegables. Por ejemplo, el doctor Shrewsbury desapareció al
año de la publicación de su libro sobre las estructuras míticas. El estudioso
británico, Sir Landon Etrick, murió en un extraño accidente seis semanas después de
que permitiese la publicación en la Revista oculista de su estudio acerca de los
«Hombres-Peces» de Ponapé. El escritor norteamericano H. P. Lovecraft murió al año
de la publicación de su curiosa «ficción» La sombra sobre Innsmouth. De esas y
otras muertes, únicamente la de Lovecraft parece desprovista de algún elemento
extraño. Nota: Parece indicada una investigación acerca de la alergia al frío de H.
P. L. Es igualmente significativa su pronunciada aversión al mar y a todas las
cosas que a él pertenecen, llevada tan lejos que llegaba a ocasionarle trastornos
físicos a la sola vista de alimentos procedentes de él. Es inevitable llegar a la
conclusión de que Shrewsbury, y también Lovecraft, y quizá lo mismo pasó con Etrick
y los otros, estaban a punto de llegar a algún descubrimiento trascendental
concerniente a C.» «Nótese el curioso significado del nombre del oasis: El Negro,
que no solo puede significar el diablo sino cualquier criatura de la obscuridad.
Nota: no existe ningún relato que sugiera que ni C. ni ninguno de sus más próximos
servidores puedan aparecer más que durante la obscuridad, si exceptuamos el relato
de Johansen transcripto por Lovecraft. Sólo sus esclavos actúan durante el día.
¡Compárese con el manuscrito de Greenbie! ¿Puede haber duda alguna acerca de que
las islas vistas por Johansen y Greenbie son en realidad la misma? Creo que no.
Pero entonces, ¿dónde se halla? No hay datos de ninguna cercana a Ponapé. Ni
tampoco a Queensland. No hay nada en mapa alguno. El relato de Johansen y el de
Greenbie están de acuerdo en que debe hallarse entre Nueva Guinea y las Carolinas,
posiblemente al oeste de las Almirante. Johansen sugiere que la isla no está fija,
sino que se hunde y emerge. Si esto es cierto, ¿cual es la explicación posible para
los «edificios»?
«En todas partes existe evidencia, directa o entrevista, de «hombres» ícteos o
batrácicos, particularmente en conexión con ciertos acontecimientos. Fueron vistos
en Arkham antes de la desaparición del doctor Shrewsbury. Entrevistos en Londres
poco después de la muerte de Etrick. Greenbie menciona seres que le parecieron como
«un cruce de hombre y rana». Las ficciones de Lovecraft están repletas de ellos, y
su cuento sobre Innsmouth sugiere una horrible razón por la cual los servidores
batrácicos de C. quizá no deseen a un hombre muerto, lo cual permitió que Greenbie
escapase.»
«A propósito del manuscrito de Greenbie, compárense los relatos existentes acerca
de la misteriosa desaparición del Marie Celeste y otras naves. Si los seres marinos
podían abordar barcas del tamaño del Vigilant (cf. Johansen), ¿por qué no buques
más grandes? Si esta hipótesis es mantenible, en ella se encuentra una plausible
aunque increíblemente horrible explicación a muchos misterios del mar, a numerosos
barcos hallados a la deriva y navíos desaparecidos. Nota: por otra parte, los
únicos relatos que podrían constituir una evidencia directa, no debe olvidarse, son
los de hombres cuyas mentes pudieran haber sido afectadas por los sufrimientos
desacostumbrados.»
Había muchas otras notas de naturaleza similar, pero también había otras aún más
extrañas, que evidentemente venían originadas por las primarias. A medida que mi
tío abuelo se hundía más y más profundamente en sus investigaciones, hallé que sus
notas se iban haciendo de una creciente obscuridad. Por ejemplo, en cierto lugar
escribió, bajo la evidente tensión de algo que lo excitaba: «¿No podría haber algún
principio puramente científico relacionado con los viajes espaciotemporales que se
afirma pueden realizar los Primitivos? Es decir, algo que se relacionase con el
tiempo considerado como dimensión, transformando a C. y a los demás en seres
totalmente diferentes, sujetos a otras leyes antitéticas a las naturales que
nosotros conocemos?»
Y, en otra parte:
«¿Qué opinar de la posibilidad de una desintegración atómica con subsiguiente
reintegración en otro punto del tiempo y del espacio? Y, si es que hemos de
considerar el tiempo puramente como una dimensión y el espacio como otra, entonces
las «aberturas» que repetidamente se mencionan deben ser fisuras en esas
dimensiones. ¿Qué otra posibilidad cabe?» Pero el aspecto más intranquilizador de
la extraña investigación de mi tío abuelo no aparecía en sus notas hasta los
últimos meses de su vida. Entonces, comenzaba a hacerse manifiesta una clara
inquietud, una definida evidencia de que el culto o cultos en los que mi tío abuelo
estaba interesado no eran fenómenos del tiempo pasado, sino que habían sobrevivido
hasta el presente y, además, eran definidamente malignos y perversos. Pues en sus
notas aparecían unas ciertas preguntas bien patentes, hechas para sí mismo, como si
mi tío abuelo se estuviese planteando cuestiones a cuya importancia apenas si se
atrevía a creer. «Si puedo dar crédito a mis ojos», escribió en cierto lugar, tras
regresar de Transilvania, «mi compañero de viaje tenía un marcado aspecto de
batracio. No obstante, hablaba en perfecto francés. No tengo ni idea de en qué
punto del trayecto subió al Simplón-Orient. Me costó un cierto esfuerzo deshacerme
de él en Calais. ¿Estoy siendo seguido? Si es así, ¿cómo pueden haberlo
averiguado?» Y, de nuevo: «Seguido en Rangún, sin lugar a dudas. Mi perseguidor era
extremadamente escurridizo pero, a juzgar por un reflejo visto en una ventana, no
era uno de los Profundos. Su estatura sugería que formaba parte del pueblo Tcho-
Tcho, lo cual sería muy adecuado, dado que se supone que su habitat queda cerca.»
Y, en otro lugar: «Tres en Arkham, cerca de la universidad. La única pregunta
parece ya ser: ¿cuánto sospechan que sé? Y, ¿esperarán hasta que lo publique, como
en los casos de Shrewsbury, Vordennes, y los otros?»
Las implicaciones de todo esto eran claras como el cristal. Mi tío abuelo,
siguiendo de cerca los pasos de un extraño y maligno culto, había llamado la
atención de sus practicantes, y su existencia estaba amenazada. Fue entonces cuando
tuve la convicción instintiva de que la muerte de mi tío abuelo en Limehouse no
había sido un accidente, sino una muerte premeditada.
»El señor Judah era un hombre de edad mediana y llevaba unos quevedos. Su cabello
estaba comenzando a encanecer en las sienes, e iba vestido de gris. El traje era de
gabardina, de corte serio. Les oí hablar:
»–Buenas tardes, señor Smith –decía el señor Judah–. ¿Qué puedo hacer por usted?
»La voz del señor Smith era muy extraña; sonaba apagada y distorsionada, como si
tuviese un defecto de habla producido por un exceso de saliva. Dijo:
»–Tengo entendido que es usted albacea testamentario del finado Asaph Gilman, ¿no,
caballero?
«El señor Judah asintió.
»–El señor Gilman estaba realizando un trabajo en el que yo, como estudioso, estoy
profundamente interesado. Conocí al señor Gilman en Viena hace un año, y me dio a
entender en aquel entonces que tenía notas y documentos acerca de sus adelantos en
el trabajo. Estos papeles no pueden ser de interés más que para otro estudioso como
él. ¿Podría decirme si existe alguna posibilidad de que los adquiera a sus
herederos?
»El señor Judah agitó la cabeza.
»–Lo siento, señor Smith, pero los papeles del señor Gilman ya han sido remitidos a
uno de sus parientes, tal como él mismo indicó.
»–¿Podría quizá adquirírselos a él?
»–Eso ya queda fuera de nuestras manos, señor Smith.
»–¿Podría darme su dirección?
»Aunque el señor Judah dudó, finalmente dijo:
»–No veo que haya nada malo en ello –y le dio mi nombre y dirección.
»La escena se desvaneció, y regresó la cabeza del viejo de blanco cabello. Me
recomendó que cuidase de los documentos, que los ocultase en un lugar seguro.»
Luego, terminó el sueño.
–¡Mi querido señor Boyd, qué coincidencia! –oí su voz por el teléfono, precisamente
con las mismas tonalidades que el señor Judah de mi sueño–. Vino aquí ayer un
hombre preguntando por usted... o mejor dicho por los papeles de su tío abuelo. Un
tal señor Japhet Smith. Nos tomamos la libertad de darle su dirección.
Probablemente se trata de un excéntrico, pero evidentemente es inofensivo. Parecía
desear adquirir los papeles de su tío abuelo, o al menos consultarlos. Como se
puede imaginar, esa confirmación de mi sueño tuvo un efecto bastante sorprendente
sobre mi. Ya no me quedaba duda alguna de que el «señor Japhet Smith» no era un
estudioso, sino un representante del mismo culto maligno que había ocasionado la
muerte de mi tío abuelo. Si era así, ciertamente vendría a New Orleans a por los
papeles. Entonces, ¿qué hacer? No era muy probable que se echase atrás ante mi
negativa de venderlos, sino que indudablemente utilizaría otros medios para
obtenerlos. Por consiguiente, determiné no perder tiempo en reordenar y empaquetar
los papeles de mi tío abuelo, sino sacarlos de mi domicilio para llevarlos a algún
lugar seguro en que ni Smith ni ninguno de sus compañeros pudieran hallarlos.
Pero tuve poco tiempo para seguir especulando, pues se acababa el día, y aún me
quedaba mucho trabajo que hacer para tener los papeles dispuestos para su
transporte. No solo estaba movido por mi curioso sueño y su confirmación, sino por
una convicción, aún más extraña, de que no podía permitirme el perder tiempo. Por
consiguiente, trabajé con sumo apresuramiento, y al final del día ya hube
terminado. Ciertamente, había memorizado algunos datos de los papeles de mí tío
abuelo, y estos y los libros los reempaqueté cuidadosamente y al final de aquel día
ya los hube llevado a la oficina de recaderos de la localidad, entregándolos para
que quedasen en consigna durante noventa días, pagando por adelantado con una suma
adicional para cubrir mis subsiguientes instrucciones de que si no reclamaba los
dos baúles tras el período prefijado, fuesen enviados a la biblioteca de la
universidad de Miskatonic, en Arkham. Después, tomé todos los recibos y los envié a
mi nombre a cargo de Judah y Byron, con una breve nota de instrucciones que les
remití a ellos. Cuando regresé a mi apartamento, había caído la noche ¿Fue mi
imaginación o había alguien acechando alrededor del edificio en el que habitaba? El
señor Japeth Smith no había tenido tiempo de llegar a New Orleans. Aparté mis
imaginaciones y subí a mi apartamento con el vago presentimiento de hallar rastros
de unos visitantes indeseados. Pero no había nada, y me permití una leve sonrisa al
comprobar la forma en que los raros papeles de mi tío abuelo y mi extraño sueño se
habían apoderado de mí... Leve, porque recordé que si mi tío abuelo había estado en
lo cierto en su suposición de que el culto de Cthulhu tenía miembros en todo el
mundo, ciertamente no era imposible que hubieran algunos en New Orleans y de que
Smith hubiera entrado en contacto con ellos por telégrafo. Y, ¿acaso no me había
solicitado mi tío abuelo que estuviese al tanto de cualquier manifestación de
extraños cultos paganos, porque seguramente tenía referencias de que se llevaban a
cabo a Cthulhu y a aquellos otros seres nebulosos?
Apagué la luz y fui a la ventana, quedándome tras las cortinas para vigilar la
calle. El barrio en que vivía era uno de los más viejos de New Orleans. Sus
edificios eran elegantes, aunque pasados de moda. Eran habitados por artistas,
escritores y estudiantes en su mayor parte, y ciertos devotos de la música, desde
los clásicos a los blues, también estaban domiciliados en aquel vecindario. Por
consiguiente, la calle acostumbraba a estar concurrida a todas horas, y ahora,
entre las nueve y las diez, una hora aún relativamente temprana, no faltaba gente
en ella. Me llevó algún tiempo localizar a alguien que no pareciese pertenecer a la
calle. Y aún entonces, no pude estar seguro. Pero ciertamente había un individuo,
no muy visible, que podría haber estado vigilando mi casa, y mi apartamento en
particular. Caminaba lentamente arriba y abajo de la manzana y, aunque nuca miraba
en dirección a mi casa, podía darse cuenta de cada vez que abrían y cerraban la
puerta; de esto estaba seguro como si tuviera pruebas de ello. Además, también me
llamó la atención su paso, que era particularmente deslizante, como el de Japeth
Smith en mi sueño, y, aún más aterradoramente, como el que se asignaba a los
batracios seguidores de Cthulhu en varios de los relatos que acompañaban los
papeles de los que me había deshecho temporalmente.
Como prueba de lo vivido del sueño, puedo decir que ni por un momento me interrogué
acerca de su validez. Desde el instante en que me desperté en la obscuridad de mi
habitación, supe también que, con la llegada de la mañana, me dispondría a seguir
las precisas instrucciones detalladas por mi mentor de los sueños: ir a Natchez y
leer la última carta de mi tío abuelo con toda la intención de seguir cualquier
instrucción que pudiera contener.
A pesar de que sentía aún la comezón de la curiosidad por verme frente a frente con
Japhet Smith, me daba cuenta de que en cuanto conociese mis pocos deseos de
deshacerme de los papeles de mi tío abuelo me sería mucho más difícil, si no
imposible, el eludir su persecución.
»Hace algún tiempo, bástete saber que fue después de que me retirase de Harvard, me
encontré con un libro muy raro y curioso: el Necronomicón, de un árabe, Abdul
Alhazred, libro acerca del cual, quizá, cuanto menos se diga mejor será, pues trata
de una creencia religiosa muy antigua, con cultos y ritos de esos cultos, tejiendo
toda una mitología que, a primera vista, parece paralela a la familiar historia de
la Creación, pero que al leerla incidió sobre extraños rincones de mi memoria de
forma que, antes de que me diera cuenta, me hallaba profundamente prendido por la
mitología de la que trataba. Esto se debía, posiblemente, a que yo conocía ciertos
acontecimientos que parecían, en forma bien extraña, verificar algunas de las cosas
sobre las que se había escrito hacía tantos siglos, y, por consiguiente, tomé la
determinación de estudiar aquel tema más a fondo... en uno de aquellos impulsos que
a menudo saltan a los educadores retirados. ¡Ojalá me hubiera apartado de aquel
libro maldito, y lo hubiera olvidado!
»Pues no solo desenterré evidencias, de ciertos hechos siniestros referentes al
libro y a otros textos similares que había estudiado, sino que descubrí que había
pueblos cuyos cultos seguían aún en nuestros tiempos dedicados al servicio de
aquellos arcaicos seres. Y aprendí la verdad del extraño pareado del árabe: »Pues
no es la muerte lo que eternamente puede yacer, »y tras extrañas eras hasta la
muerte puede perecer.
»Hay demasiado poco tiempo para explicártelo todo. Créeme si te digo que parece ser
que hay datos indiscutibles y horripilantes que indican que la Tierra, junto con
otros planetas y estrellas de este y otros universos, fue en otro tiempo habitada
por seres que no eran exactamente de carne y huesos, o no al menos de la carne y
los huesos que nosotros conocemos, seres llamados los Grandes Primitivos, cuyas
huellas aún pueden ser encontradas en lugares escondidos del Mundo, por ejemplo las
estatuas de la isla de Pascua; seres que habían sido expulsados de las estrellas
primigenias por los Dioses Arquetípicos que eran benéficos, mientras que los
Grandes Primitivos o Primigenios eran de intenciones malignas en lo que se refiere
a la humanidad. No tengo ni tiempo ni espacio para recapitularte la entera
mitología. Baste con decirte que esos Grandes Primitivos no murieron, sino que
fueron apresados, o se refugiaron (esto no está muy claro, pero presumiblemente se
trate de lo primero) en grandes lugares subterráneos de la Tierra y en otras
estrellas, y la leyenda dice que «cuando las estrellas sean favorables», o lo que
es lo mismo: cuando las estrellas estén de nuevo en la posición en que se
encontraban en el momento de la desaparición de los Grandes Primitivos y se cierre
el ciclo, aparecerán de nuevo, habiéndoles sido preparado el camino por sus siervos
en la Tierra.
»De todos ellos, el más temido es el llamado Cthulhu. Me he encontrado con indicios
de culto a Cthulhu en todos los rincones del globo: en el extremo norte ciertos
esquimales llevan a cabo un ritual al supremo demonio anciano o Tornasuk, cuya
imagen tiene una asombrosa similitud con aquellos repugnantes bajorrelieves que se
supone representan la apariencia de los Grandes Primitivos; tanto en los desiertos
de Arabia como en Egipto y Marruecos, existe el culto a un temible ser marino; en
lugares remotos de nuestro propio país se da la infernal adhesión a las antiguas
creencias en seres medio rana medio hombre... y así se podrían citar ejemplos
incontables. Me convencí de que el culto a Hastur y Shub-Niggurath y Yog-Sothoth
estaba menos extendido que el de Cthulhu, y me dediqué a descubrir tantos lugares
en que éste fuera practicado como me fuera posible. «Realmente, al principio lo
hice con el más impersonal de los motivos. Pero, cuando obtuve la aterradora
evidencia de que esos sirvientes se estaban preparando para abrir las puertas del
tiempo y del espacio a seres sobre los cuales nuestra ciencia nada sabe y contra
los cuales es muy posible que resulte impotente, cesé en mi actitud impersonal, y
comencé, conscientemente, a intentar enterarme de la identidad del más potente de
los grupos que seguían el culto de Cthulhu, y del líder de este grupo, decidido a
llevar a cabo todo lo que estuviera en mi poder para terminar con las actividades
de dicha secta, aun cuando ello significara el exterminar a su líder.
»Aunque estoy a punto de conocer su identidad, aún ha de pasar algún tiempo. Y, de
alguna manera, esos infernales hombres rana u hombres peces, llámeseles como se les
llame, también conocidos como los Profundos, que son unos de los siervos más fieles
de Cthulhu, han descubierto mis actividades. No sé cómo, se dieron cuenta de mi
intención; no deberían haber podido, pues hasta ahora ni he escrito sobre ella ni
la he comentado con nadie. Y, no obstante, me están vigilando, como llevan
haciéndolo durante meses, y me temo que no me quede mucho tiempo.
»No vale la pena agobiarte con más detalles.
»Solo quiero decirte que, si te decides a proseguir, creo que el punto focal de
actividad más importante en este momento se halla en Perú, en los territorios incas
situados más allá de la vieja fortaleza de Salapunco. La primera cosa que debes
hacer es ir a Lima, y visitar al profesor Viberto Andrós, de la universidad de esa
ciudad. Dile que te envío yo... o, mejor aún, muéstrale esta carta; y pregúntale
acerca de Andrade.»
Esto, aparte de su firma, era todo lo que la carta decía. La acompañaba un mapa
toscamente dibujado de un terreno totalmente desconocido para mí, y que no llevaba
ningún signo identificador.
Estuve de acuerdo en que no era muy probable, y le pregunté acerca de Andrade. Alzó
las cejas.
–Me asombra que él le impulsara a preguntar acerca de ese hombre. Andrade, Fray
Andrade, es un sacerdote, un misionero entre los indios del interior. A su manera
es un gran hombre, posiblemente hasta un santo, aunque la Iglesia tarde en
reconocer el valor de estos hombres. Andrade ha trabajado durante muchos años entre
los indios, y según tengo entendido ha logrado miles de conversiones.
–Por alguna razón, mi tío abuelo creía que usted podría darme alguna información
sobre Andrade, que él deseaba conocer –dije, buscando cuidadosamente las palabras–.
¿Es posible verle en persona? ¿Está en Lima?
–¿Quién iba a olvidarse de él? Es un hombre muy sabio. Me encontré con él hace
muchos años en la ciudad de Méjico en una convención de educadores. Me impresionó
mucho.
–¿Es un sudamericano?
–No sé. Ya le he dicho que era un hombre muy sabio... y no me refiero solo a una
simple acumulación de conocimientos. Según dijeron, desapareció, y su casa ardió.
Pero, anteriormente, había desaparecido durante veinte años, regresando de nuevo,
tras lo cual se produjo su segunda desaparición, cuando su casa fue destruida. Pero
no se halló el cadáver... no fue hallada parte alguna de un cuerpo humano entre las
ruinas de la casa, o en ninguna otra parte. Creo que un hombre prudente únicamente
se atrevería a concluir que su muerte no ha sido probada –entrecerró los ojos y
concluyó–: Pero, cuando usted dice que no puede ser, será por alguna razón. ¿Cuál
es? ¿Acaso lo ha visto?
Interrogado de esta forma tan directa, le delineé brevemente mis sueños. Me escuchó
con gran interés, asintiendo de vez en cuando. –La descripción es correcta –dijo
cuando hube terminado–. Y las palabras del sueño parecen las que él hubiera
pronunciado. Me fascina su descripción del escenario en que se hallaba. Mucho más
de lo que pueda imaginar. ¡Cámaras antiguas, monolíticas! ¡Qué idea! Y seguramente,
no deben de estar en la Tierra.
–¿Cómo puede uno explicar racionalmente tales sueños? –inquirí. Sonrió suavemente.
–Aquí –dijo–, está Lima. Este es el sendero hacia las montañas, hacia Cuzco, y
luego hacia Machu-Pichu, y desde aquí a Sachsahuamán. Aquí está Ollantaytambo, y
por aquí se extiende la Cordillera de Vilcanota. Aquí, con toda seguridad, está
Salapunco. El objetivo al que lleva el mapa parece estar en el área de más allá; el
sendero acaba aquí.
–¿Y qué región es ésta?
–Unos parajes bastante desconocidos, y muy poco habitados. Este mapa es realmente
curioso. Casualmente, en estos momentos está habiendo una gran agitación entre los
indios de esa zona... la clase de agitación que no parece tener significado, pero
que es realmente amenazadora. Y él no podía haber tenido conocimiento de esto.
Pero yo sabía, intuitivamente, que mi tío abuelo había tenido conocimiento de
ello... aunque no sabía cómo.
¡Y estaba seguro de que había llegado al lugar correcto, que las investigaciones de
mi tío abuelo lo estaban llevando al punto exacto en que se produciría el
resurgimiento mundial del culto de Cthulhu! De alguna manera, debía llegar al
interior.
–No necesitará guías hasta después de pasado Cuzco. Me gustaría que me mantuviese
informado de sus progresos. Encontrará mensajeros en Cuzco, que pueden llevar
cartas desde su campamento hasta la ciudad, para desde allí ser remitidas por
correo normal
Le di las gracias y regresé a mi hotel, cargado con los libros que me había
prestado: libros que contenían transcripciones del Manuscrito de Sussex, los
Fragmentos de Celaeno, y los Cuites des Goules del conde d'Erlette... libros que
contenían en sus páginas las increíbles leyendas de los Dioses Arquetípicos y su
destierro de los Grandes Primigenios de Betelgeuse: Azathoth, el dios ciego e
idiota; Yog-Sothoth, el que es Uno en Todo y Todo en Uno; el gran Cthulhu, que se
dice que duerme soñando en su gran palacio de la ciudad sumergida de R'lyeh;
Hastur, el Inefable, Aquel Que No Debe Ser Mencionado, que se esconde en una
estrella obscura cerca de Aldebarán; Nyarlathotep, que habita en la obscuridad;
Ithaqua, El Que Camina En El Viento; Cthugha, que regresará de la estrella
Fomalhaut; Tsthoggua, que espera en N'kai; todos, todos ellos esperando que llegue
el momento propicio, y confiando en las actividades de sus servidores secretos para
que les preparen el regreso a sus dominios... una tradición grotesca surgida del
más remoto pasado, una tradición apoyada por una enorme cantidad de datos, datos
que se extendían desde lo más lejanos tiempos hasta el presente, y que la
convertían en algo blasfemantemente asombroso por su credibilidad. Podía comprender
perfectamente el deseo de mi tío abuelo de dar cima a su propósito, y también su
imperturbabilidad en el momento de enfrentarse con la muerte por comparación con la
urgencia inherente en su deseo de hacer todo lo que estuviera en su poder para
evitar el triunfo de los siervos de Cthulhu. Aquella noche estuve leyendo hasta muy
tarde, hasta mucho después de que el hotel se hubiera quedado en silencio y que el
soñoliento sonido de la vida nocturna de Lima se hubo apagado.
Aquella noche tuve la tercera de las visitas en sueños de mi mentor. «El Doctor
Shrewsbury apareció como antes, precediendo a su aparición el sonido de mi nombre.
Esta vez no hubo cambio de escenario, sino únicamente la cámara monolítica del
sueño anterior, viéndose la cabeza, y hombros del doctor recortados contra aquel
fondo extraño e impresionantemente extraterrestre. Me habló durante largo rato,
advirtiéndome que no hablase con nadie de mi propósito de buscar a Andrade,
urgiéndome a que tomase las mayores precauciones posibles, y, una vez me
convenciese de cuál tenía que ser el curso de mi acción, que no perdiese tiempo en
llevarlo a cabo. El líder del culto debía morir, y debía ser llevada a cabo una
destrucción tan completa como me fuera posible del lugar en que se celebraban los
cultos, que se encontraba en lo profundo del interior, más allá de la antigua
fortaleza de Salapunco.
«¡Iä! ¡Iä! ¡Hastur! ¡Hastur cf' ayak 'vulgtmm, vugtlagl vulgtmm! ¡Ai! ¡Ai!
¡Hastur!» y debía someterme a lo que siguiese a continuación, sin miedo.»
Por extraordinario que este sueño fuera, lo que siguió aún lo fue más. Al
aproximarse el amanecer, fui despertado, o quizá lo soñé, por el sonido de unas
grandes alas. Entonces, en la ventana de mi habitación vi una monstruosa y horrible
criatura alada; de su lomo bajó un joven. Entró en la habitación por la ventana,
colocó algo sobre el escritorio, y salió por donde había entrado. El ser alado, del
que únicamente podía ver una parte muy pequeña, lo llevó instantáneamente fuera de
mi vista, disminuyendo con gran rapidez el sonido de sus alas.
Dos horas más tarde, cuando desperté, fui dubitativo hasta el escritorio; y allí,
exactamente tal cual lo había soñado... ¿o no lo había soñado?, se hallaban tres
objetos: un silbato, un vial de líquido dorado, y una pequeña piedra verdigris en
forma de estrella, duplicado exacto de la que se hallaba entre las piezas
coleccionadas por mi tío abuelo, que ahora estaban en depósito en New Orleans.
Partiré hacia el interior antes de que acabe el día.
9 de noviembre
Querido Profesor Andrós:
Estoy acampado en la vecindad del Machu-Pichu y, aunque no llevo aquí más de siete
horas, ya me he encontrado con varios hechos realmente inquietantes. Me enteré de
ellos a través de uno de los guías que me buscó el individuo ése, Santos, que usted
me recomendó. Ayer, de camino a la antigua ciudadela inca, detuve en el sendero a
algunos nativos y les pregunté si conocían el paradero de Fray Andrade.
Persignándose, hicieron gestos hacia atrás de ellos, en la dirección en que
caminábamos, pero no me pudieron dar datos precisos. No obstante, el guía en
cuestión se me aproximó poco después y me confesó que había oído mi pregunta y que,
si no me asustaba el abandonar el sendero a Machu-Pichu, me llevaría hasta donde se
encontraba su hermano mayor, enfermo en su casa de las montañas. Le dije que no me
asustaba; así que, en el punto preciso, le seguí durante quizá cinco kilómetros,
fuera del sendero, y encontré a su hermano, tal como me había dicho. Casi no
resulta necesario decir que ambos hombres son de raza quechúaayar; el hermano, que
parecía moribundo, era un converso al catolicismo, uno de los logrados por Andrade;
mientras que mi guía, mucho más joven, no lo era. Al enterarse de que buscaba a
Andrade, al principio se mostró muy poco dispuesto a hablar; pero cuando supo que
no lo conocía personalmente, y que no era un seguidor del sacerdote, comenzó a
hablar rápidamente, como si temiese no tener suficiente tiempo para contarme lo que
deseaba.
No puedo reproducir aquí sus palabras: hablaba en un mal español, y lo que me dijo
era sumamente asombroso. Me confesó sentir una gran admiración por Andrade, que
casi llegaba a la veneración. Pero Andrade, me dijo, estaba muerto. «Ya no era como
antes». Andrade ya no era Andrade; era otro, cuyas melosas palabras enseñaban cosas
malvadas. Decía saber dónde estaba escondido un «papel» de Andrade y que, si podía
prescindir de su hermano durante un tiempo, lo enviaría a buscármelo. Le llevaría
dos días a pie el llegar hasta aquel lugar. Naturalmente, asentí de buena gana, y
el guía ha partido con tal misión. Me apresuro a informarle de esto. De momento no
sé qué pensar del asunto, pero el viejo indio estaba muy agitado y no dudo de su
sinceridad; además, parecía más tranquilo al poder hablar con alguien que le
comprendiese. Tengo la oportunidad de remitir esta carta por medio de un grupo de
turistas estadounidenses que acaban de realizar un viaje organizado por las ruinas
incas. Cordialmente,
Claiborne Boyd.
10 de noviembre
Querido Profesor Andrós:
Mi guía regresó anoche con el «papel» que dicen escribió Andrade. Lo he leído, y
creo que tiene tal importancia que lo he puesto en manos de uno de mis mensajeros
para que lo lleve a Cuzco y le sea remitido sin más retraso. Evidentemente el
documento es sólo un fragmento de un relato más largo. Estoy a punto, en este
momento, de levantar mi campamento situado en la garganta de las montañas más allá
de Salapunco, cerca del lugar, según se me ha dicho, en que Andrade va a llevar a
cabo lo que parece ser una «misión» o «predicación», o algo similar. Sinceramente,
Claiborne Boyd.
14 de noviembre
Querido Profesor Andrós:
He visto a Andrade, pero solo a distancia, mediante mis prismáticos. Los guías me
dijeron que sería peligroso el acercarme mucho; así que les hice caso, me sitúe en
un lugar apropiado y a través de los prismáticos contemplé la reunión. El hombre
que vi vestido con hábitos no era el mismo de la fotografía que usted fue tan
amable de mostrarme. Y no obstante, me lo señalaron como Andrade, y representaba el
papel de Andrade. Esto es, daba una plática a los nativos reunidos para oírle, que
calculo serían unos trescientos. Y ciertamente su plática no era un sermón
cristiano, pues los tenía aterrorizados. Lo que más me preocupó fue el parecido que
tenía con el Japhet Smith de mi sueño; ciertamente no eran el mismo, no trato de
sugerir esto; pero también es cierto que existía una cierta relación entre ellos,
pues el Andrade que vi a través de mis prismáticos tenía esa curiosa boca de
batracio, esos ojos sin cejas y la extraña piel correosa que yo asociaba con Smith;
tampoco se le veían orejas. Creo que no cabe duda alguna de que Fray Andrade ha
sido asesinado, y que alguien está haciéndose pasar por él, con propósitos mucho
más horribles de lo que uno pudiera creer en un principio. Y no es difícil imaginar
que se trata de uno de los Profundos...
Ha pasado algún tiempo. Uno de mis guías nativos, que ha estado en la «misión» de
Andrade, ha vuelto y me dice que este hablaba en un idioma que le era extraño, pero
que despertaba algo en su memoria; dice que debió haberlo oído cuando era muy niño.
Lo que me parece totalmente conclusivo es una frase que, según dice, era repetida
una y otra vez, como una cantinela, por Andrade, y coreada por los que le
escuchaban. Trató de repetírmela y, por sus intentos, no me cabe duda de que se
trata del extraño cántico tantas veces reproducido en distintos lugares, y que
siempre ha sido asociado con este temible culto: Ph'nglui mglw'nafh Cthulhu R'lyeh
wgah'nagl fhtagn. que ha sido traducido como:
«En su morada de R'lyeh Cthulhu muerto, sueña.»
A la mañana siguiente:
El Doctor Shrewsbury se me apareció la pasada noche, aparentemente en sueños; digo
«aparentemente» porque ya no estoy tan seguro de estar soñando. Ahora comprendo
muchas más cosas de este grotesco y repugnante culto. Según lo que S. dice, ha
utilizado a ciertos siervos de Hastur, que se oponen al regreso de Cthulhu, para
enfrentarse con los siervos de éste. Quedan así explicadas las criaturas aladas de
mi anterior sueño. Según parece, el hidromiel es un soporífero que tiene mayores
propiedades que las habituales en tales drogas, pues separa el yo, al que supongo
que uno podría denominar como cuerpo astral o espíritu, del cuerpo físico, que
queda inanimado pero vivo. El cuerpo físico es transportado a un lugar seguro, y el
yo toma otra forma corpórea en un lugar diferente (nunca la forma de un hombre), un
lugar muy lejano de nuestro Universo: Celaeno, en las Híadas. Puede comunicarse
conmigo a voluntad mediante una especie de hipnosis... Dice que Andrade es
sospechoso, pero que el punto álgido del culto se halla en un lugar ceremonial
secreto usado en otro tiempo por los incas, un templo abandonado excavado en la
roca de un cañón no muy lejano a nuestro campamento. Voy a ir allí tan pronto como
anochezca.
Más tarde:
He encontrado el lugar de reunión. Se halla al final de una escalinata que comienza
tras una oculta puerta de piedra que se abre en la pared de roca sólida del cañón;
evidentemente se trata de un antiguo pasadizo inca, pues la tosca talla de las
piedras es similar a la de Machu-Pichu y Sachsahuamán. El lugar de culto parece ser
algún tipo de viejo templo, tal como me había sido descripto, pero no hay ninguna
abertura al cielo, contrariamente a las tradiciones religiosas. Sin embargo, existe
un estanque de cierto tamaño; la sala en sí es de las dimensiones de una gran
caverna, capaz de dar cabida, diría yo, a varios millares de personas; y de ese
estanque emana una infernal luz subacuática verdosa. Parece que los adoradores se
reúnen alrededor del estanque, pues el antiguo altar situado al extremo opuesto de
la sala parece estar en desuso desde hace mucho. No me quedé allí demasiado tiempo,
pues me di cuenta de que había una extraña agitación en el agua, y oí el sonido de
una música lejana, como si se acercasen los creyentes, aunque a mi salida del lugar
de reunión no hallé a nadie.
Esto quizá sea lo último que oiga usted de mí. Tras enterarme por uno de mis guías
de que iba a tener lugar algún tipo de reunión importante en el viejo templo del
cañón aquella noche, regresé a ese punto y me oculté. Apenas había acabado de
esconderme tras el altar, cuando se produjo un ominoso chapoteo y movimiento del
agua iluminada de verde, y algo se alzó a la superficie.
Bastó una sola mirada para hacerme retroceder tambaleante, y el que no lanzase un
grito y traicionase mi presencia fue debido únicamente al hecho de que la visión de
la monstruosidad aparecida en la superficie de aquel lago subterráneo me hizo
enmudecer. Era un ser como únicamente puede soñarse en las más locas alucinaciones
de los fumadores de hashis: una bestial parodia de la humanidad, una criatura que
parecía haber sido otrora un hombre, con tentáculos y branquias, y una horrible
boca de la que salían una serie de horrísonos chirridos, similares a las notas
distorsionadas de una flauta u oboe. Cuando miré de nuevo, había desaparecido.
Pensé que se había alzado esperando la llegada de alguien, y no me equivocaba, pues
la caverna resonó con el ruido de pisadas, y en un momento entró alguien, siendo
iluminado por la extraña luz que emanaba del lago subterráneo.
Adiós.
Claiborne Boyd