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Así pues, cuando el sol se encontraba a menos de diez grados del horizonte visible, el capitán y yo

comenzamos a vigilar la aparición de las sombras. No tardé en divisar, justo debajo del sol, la peculiar
forma de una mancha gris, que se movía igual que la de la víspera. Al comentar el hecho al capitán,
me dijo que acababa de ver lo mismo hacia el sur. Al mirar al norte y al este observamos el mismo
fenómeno. Conecté, pues, mi dispositivo eléctrico, para que comenzase a emitir la extraña fuerza
repulsiva hacia las lejanas e imprecisas formas misteriosas, que a lo lejos se movían rápidamente
hacia el navío.

Poco antes del anochecer, el capitán había ordenado arriar todo el velamen, ya que, como él decía,
hasta que no cayese la calma no se corría ningún peligro, pues sólo entonces tenían lugar tan
extraordinarias manifestaciones. Y en aquella ocasión acertó plenamente, pues una de las más
violentas borrascas que jamás había visto se abatió sobre el barco durante la media guardia,
arrancando la gavia de sus cuerdas. Yo estaba descansando en uno de los divanes del salón. Salí
corriendo hacia la toldilla de popa, mientras el navío bailaba bajo la enorme fuerza del viento. La
presión atmosférica era muy alta, y el ruido de la borrasca atronador. Por encima de todo, y quizá a
pesar de ello, fui consciente de que algo anormal y amenazante me ponía los nervios a flor de piel. Lo
que ocurría no era natural. Sin embargo, a pesar de que la gavia había sido arrancada, ningún
hombre fue enviado a repararla.

—¡Como si salen volando todas! —exclamó el viejo capitan Thompson—. ¡Debía haber hecho lo que
quería y dejar los mástiles desnudos!

A eso de las dos de la madrugada, la borrasca desapareció con asombrosa rapidez, dejando a
nuestro alrededor una noche clara. A partir de entonces, me paseé por la toldilla de popa con el
patrón. De vez en cuando nos deteníamos para observar el puente principal, que aparecía iluminado.
En una de aquellas ocasiones vi algo peculiar. Era como una sombra imposible flotando de manera
imprecisa entre el lugar donde me encontraba y la blancura de los puentes bien lavados. Pero,
mientras estaba mirándola atentamente, la cosa desapareció, y ya no pude decir con seguridad si
efectivamente la había visto.

—Supongo que la habrá visto claramente, ¿no, señor? —dijo la voz del capitán cerca de mí—. Sólo la
había observado una vez, y eso fue antes de que perdiésemos la mitad de la tripulación en aquel
viaje. Creo que haríamos mejor regresando a puerto. Esto será el fin del viejo cascarón, estoy seguro.

La tranquilidad del viejo lobo de mar me desconcertó casi tanto como la confirmación que su
observación acababa de darme de que realmente había visto algo anormal flotando entre donde yo
me encontraba y el puente, a ocho pies bajo nosotros.

—¡Válgame Dios, capitán Thompson! —exclamé—. ¡Lo que dice es realmente infernal!

—Exactamente —admitió—. Ya le dije, señor, que lo observaría por usted mismo si tenía un poco de
paciencia. Y esto es sólo el principio. Ya verá cuando aparezcan formando pequeñas nubes negras
encima del mar, rodeando el barco y moviéndose a su misma velocidad. Y lo mismo que la cosa de
antes, sólo me ha ocurrido una vez. Pero supongo que no estaremos aquí por accidente.

—¿Qué quiere decir? —pregunte.

Mas, a pesar de que le sondeé de mil maneras distintas, no pude sacarle nada que me pareciese
satisfactorio.

—Ya lo verá, señor. Espere y verá. Este barco es muy extraño.

Y, más o menos, en eso se quedaron los esfuerzos que hizo por sacarme de dudas. Desde entonces
hasta el cambio de guardia, continué apoyado en la barandilla de la toldilla de popa, mirando fijamente
al puente principal, aunque sin dejar de echar miradas furtivas y prodigiosamente rápidas hacia atrás.
El patrón había vuelto a pasearse tranquilamente por la toldilla, pero cada poco se detenía a mi lado y
me preguntaba con voz bastante tranquila si había vuelto a ver alguna otra cosa de esas rodando
cerca.
En varias ocasiones, y a la luz de las linternas, llegué a divisar el contorno impreciso de algo que
flotaba a merced del viento, como si el aire que lo rodeaba fluctuase, y más tarde una cosa que
pudiera haberse tomado por una forma translúcida, pero dotada de movimiento, que conseguí
vislumbrar durante un instante, aunque al siguiente ya había desaparecido, sin que mi cerebro
pudiese registrar sus contornos. Cerca ya del fin de la guardia, el capitán y yo conseguimos ver algo
realmente extraordinario. Acababa de llegar a mi lado y se apoyaba en la barandilla.

—He visto otra de esas cosas ahí abajo —comentó con esa forma tan tranquila que tenía de hablar,
mientras me daba un codazo amistoso y señalaba con la cabeza hacia la entrada del puente principal,
a una o dos yardas a la izquierda.

En el lugar que indicaba se podía apreciar una ligera y opaca mancha de sombra, que parecía
suspendida como un pie por encima del puente. Al hacerse más visible, pudimos apreciar en ella
cierto movimiento perceptible, como una especie de torbellino constante en el seno de una materia
aceitosa que se extendía desde el centro hacia fuera. La cosa creció hasta alcanzar una anchura de
varios pies, a través de la cual podíamos ver las planchas iluminadas del puente. En aquellos
momentos, el movimiento que iba del centro hacia fuera era claramente visible. Poco después,
aquella extraña cosa pareció oscurecerse y hacerse más densa, ocultando la parte del puente que se
encontraba entre ella y nuestra vista.

Mientras seguía mirándola con enorme e intenso interés, la entidad pareció sufrir una especie de
contracción, que hizo que sus contornos se difuminasen, de forma que sólo pudimos ver la vaga
forma redondeada de una sombra, retorciéndose y girando de un sitio para otro entre nosotros y el
puente inferior. Fue encogiéndose poco a poco y desapareció. Ambos continuamos mirando fijamente
una parte del puente que, a la luz de las lámparas que habíamos colgado de los mástiles al caer la
noche, mostraba claramente las planchas y las juntas que había entre ellas.

—Esto es tremendamente extraño, ¿no cree, señor? —dijo el capitán con aire meditabundo, mientras
buscaba su pipa—. Tremendamente extraño — entonces encendió la pipa y comenzó a pasearse bajo
la toldilla.

La calma duró una semana entera, en el transcurso de la cual el mar siguió terso como un espejo,
mientras que cada noche, y siempre sin previo aviso, sufríamos la repetición de la extraordinaria
borrasca, de suerte que a la caída de la tarde el capitán recogía velas y esperaba pacientemente un
viento favorable. Por las tardes seguía realizando nuevas experiencias, intentando generar
vibraciones «repulsivas», pero sin resultado. Realmente no estoy muy seguro de que mi tentativas no
dieran ningún resultado, puesto que la calma chicha fue adoptando progresivamente un aspecto
sobrenatural, mientras que el mar parecía más que nunca una gigantesca superficie de vidrio,
deformada de vez en cuando por el aceitoso movimiento de una ola surgida de las profundidades. Por
lo demás, de día había un silencio tan profundo que generaba una sensación de irrealidad, pues
jamás se mostraba a la vista ningún ave marina, mientras que el movimiento del navío era tan
imperceptible que casi no producía el crujido constante de mástiles y aparejos que de ordinario suele
acompañar a la calma.

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