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EL TEÓLOGO: OYENTE DE LA PALABRA BÍBLICA

Un Método Teológico adecuado ha de tener en cuenta numerosas fuentes, normas y


desafíos procedentes de la situación personal de cada cual.
La tarea de una escucha receptiva y atenta y de una explicación constructiva requiere
disciplina y destreza; pero los tesoros de los testimonios bíblicos y tradicionales y sus
innumerables aportaciones para una vida sensata y santa hacen que el esfuerzo valga la
pena.
Un teólogo es, en primer lugar, un creyente que comparte la visión y esperanza transmitidas
por la fe de la Iglesia. Acude a la Biblia como a una fuente de sustento personal y de guía
digna de confianza.
El Concilio Vaticano II comparó la veneración de la Iglesia hacia las Escrituras con su
veneración del cuerpo eucarístico de Cristo. Pues la Iglesia considera a la Biblia como
norma suprema de fe: “La Iglesia ha venerado siempre las Sagradas Escrituras al igual
que el mismo Cuerpo del Señor, no dejando de tomar de la mesa y de distribuir a los fieles
el pan de vida, tanto de la palabra de Dios como del Cuerpo de Cristo, sobre todo en la
Sagrada Liturgia. Siempre las ha considerado y considera, juntamente con la Sagrada
Tradición, como la regla suprema de su fe, puesto que, inspiradas por Dios y escritas de
una vez para siempre, comunican inmutablemente la palabra del mismo Dios, y hacen
resonar la voz del Espíritu Santo en las palabras de los Profetas y de los Apóstoles.
Es necesario, por consiguiente, que toda la predicación eclesiástica, como la misma
religión cristiana, se nutra de la Sagrada Escritura, y se rija por ella. Porque en los
sagrados libros el Padre que está en los cielos se dirige con amor a sus hijos y habla con
ellos; y es tanta la eficacia que radica en la palabra de Dios, que es, en verdad, apoyo y
vigor de la Iglesia, y fortaleza de la fe para sus hijos, alimento del alma, fuente pura y
perenne de la vida espiritual. Muy a propósito se aplican a la Sagrada Escritura estas
palabras: "Pues la palabra de Dios es viva y eficaz", "que puede edificar y dar la herencia
a todos los que han sido santificados"” (DV n. 21).
El teólogo considera la Escritura como un importante territorio que se ha de explorar. La
Escritura transmite un mensaje que ayuda diariamente a la imaginación, la oración y
reflexión del teólogo.
A veces, el servicio de un teólogo es reavivar el recuerdo cristiano de palabras y temas
bíblicos caídos en el olvido.
El escritor de la segunda carta a Timoteo establece una regla válida para la teología de
todos los tiempos: las Escrituras son la fuente de la sabiduría y de la instrucción formativa:
“Conoces las Sagradas Letras, que pueden darte la sabiduría que lleva a la salvación
mediante la fe en Cristo Jesús. Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar,
para argüir, para corregir y para educar en la justicia; así el hombre de Dios se encuentra
perfecto y preparado para toda obra buena” (2 Tm 3,15-17).
En relación con la Biblia, el teólogo ha de tener en cuenta tres aspectos esenciales:
- La Biblia es la colección canónica cristiana de testimonios de fe.
- La Biblia es una obra inspirada de testigos veraces.

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- La Biblia requiere ciertas operaciones interpretativas para extraer correctamente su
mensaje para el creyente y la comunidad de fe.

a) Las Escrituras canónicas y la teología:


En su uso vulgar, el término griego kanon se refiere a la vara rígida o regla usada
por un artesano para asegurarse que ha unido sus materiales de construcción de una
forma nivelada. En sentido figurado, un canon es un modelo o norma por el que se
juzga correcto un pensamiento o enseñanza. En la Iglesia, el canon de la Escritura es
la enumeración completa de los libros que la Iglesia recibe oficialmente de los
profetas y apóstoles como una parte principal de su fundamento; además, estos
libros sirven de norma o criterio de lo que es adecuado y legítimo en la
comunicación de la verdad revelada y la configuración de la vida cristiana.
El canon de la Escritura sirve para identificar y delimitar para los creyentes, y para
los teólogos dentro de la comunidad de fe, un conjunto de obras recibidas y
veneradas como palabra de Dios.
La Escritura se desarrolla a partir de lo que Moisés escribió en el Sinaí, lo que los
profetas de Yahveh fueron enviados a proclamar y lo que los discípulos de Jesús
oyeron.
Hoy, debido a esta canonicidad, “toda la predicación de la Iglesia, como toda la
religión cristiana, se ha de alimentar y regir con la Sagrada Escritura” (DV n. 21).

b) El teólogo y la Palabra inspirada:


Un dogma fundamental de la fe cristiana es que el Espíritu Santo “habló a los
profetas” (credo Niceno) y que todos los libros bíblicos están “inspirados por Dios”
(2 Tm 3,16). Para el creyente y para el teólogo, los libros de la Escritura no son
como ningún otro libro. Su texto vino a la existencia mediante la interacción del
Espíritu Santo con la actividad de composición de sus autores humanos. Los libros
bíblicos son expresiones genuinas, en lenguaje humano, de predicación e
interpretación histórica, de oración poética e instrucción doctrinal; y, al mismo
tiempo, son también, por inspiración, cauces auténticos de la comunicación de Dios
con el género humano.

c) Un teólogo interpreta la Biblia


La interpretación es un movimiento pendular entre la exégesis, que busca recobrar
lo que significaba originalmente el texto, y una comprensión de lo que la Biblia
pretende decir hoy.
“Dios habla en las Escrituras por medio de hombres y en lenguaje humano; por lo
tanto, el intérprete de la Escritura, para conocer lo que Dios quiso comunicarnos,
debe estudiar con atención lo que los autores querían decir y Dios quería dar a
conocer con dichas palabras” (DV n. 12).
La Biblia en su conjunto es como un coro que combina muchas voces. Pero
necesitamos oír las voces individuales que la Biblia ha reunido. Sirven para dar a la
teología dinamismo y movilidad.
Así pues, un método teológico sano incorporará los resultados de la exégesis crítica.
La teología fundamental tiene que considerar cómo la revelación divina se expresa
en el breve credo israelita de Deuteronomio 26,5-11 y en los pasajes evangélicos

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que describen las apariciones de Cristo resucitado y sus seguidores. El teólogo que
trabaja en Cristología no puede ahorrarse el esfuerzo de estudiar exegéticamente el
himno de Filipenses 2,6-11 y el prólogo del Evangelio de Juan, 1,3. Y una teología
moral cristiana no puede omitir el Sermón de la Montaña de Mateo 5-7.
En textos claves como éstos, los autores individuales hablaron en su propio idioma
para expresar su fe.
“La Sagrada Teología se apoya, como en cimientos perpetuos en la palabra escrita
de Dios, al mismo tiempo que en la Sagrada Tradición, y con ella se robustece
firmemente y se rejuvenece de continuo, investigando a la luz de la fe toda la
verdad contenida en el misterio de Cristo. Las Sagradas Escrituras contienen la
palabra de Dios y, por ser inspiradas, son en verdad la palabra de Dios; por
consiguiente, el estudio de la Sagrada Escritura ha de ser como el alma de la
Sagrada Teología” (DV n. 24).

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