Está en la página 1de 9

.

⌜ 𝑷𝑳𝑶𝑻 ⌟

› #RC_Quimera ٫ ¦#RC_C2_ElPrecioAPagar

– b̶y̶ : Kira

∘∘∘

┊ 𝘍𝘦𝘤𝘩𝘢: 21 de Octubre, 2229

┊ 𝘓𝘶𝘨𝘢𝘳: Palacio Imperial. Tokio, Japón.

┊ 𝘏 𝘰𝘳𝘢: 21:34 hrs.

— ¿Eso es todo?

— ¿Necesitas más detalles, Kira?

— Tal vez.

Aprieta su mandíbula, intercala el peso de su cuerpo a otra pierna y se cruza de brazos. Intenta
mantener su espalda erguida y se niega a apartar los ojos de los cuales lo observan fijos desde otro
lado de la oficina.

Su padre, el duque de Hokkaido, tenía la fama de poseer una calma religiosa. Apacible,
imperturbable. Una rabia interna disfrazada en tintes de serenidad que Kira había logrado
destapar con el paso de los años que su convivencia y crianza le han costado.
Ha aprendido a lidiar con la rabia de su progenitor. Pero, ahora mismo mantenerle la mirada le
resulta el peor de los retos, porque sabe que está lejos de ganar la contienda que tiene la
habitación envuelta en vicio.

— Es favorable; ochenta sistemas de guerra antisubmarina, nueve fragatas, aviones para el


patrullaje marítimo — puntua el hombre golpeando su escritorio con su dedo en cada punto que
quería demostrar — Nuestro punto fuerte es la armada, con 150.000 efectivos...

Kira reprime una risa. La ahoga mordiendo su labio inferior y negando con su cabeza, provocado
que el hombre callara y arqueara una ceja.

Sabe que, cualquier muestra de rebeldía podía empeorar la situación. Pero su tolerancia que
colgaba de un hilo amenazaba con agotarse con cada segundo que pasaba allí dentro.

— Ese es un chiste de número cuando sabes con quienes estamos tratando — vuelve a sacudir su
cabeza y entrecierra los ojos hacia su progenitor — La defensa debe empezar mar adentro,
bastante lejos de las costas del país, ¿en cuanto tiempo...?

— Doce días, Kira — lo interrumpe el Duque. La manera en que sus ojos se alejan de los de su hijo
mayor parece comprometer sus palabras, incluso las elecciones que le tiene a Kira jadeando con
desdén.

— Parece que vives en otra realidad, parece...

— ¡Y tú parece que te olvidas de tu lugar! — el grito repentino y el golpe en el escritorio que hace
sacudir los papeles sobre él no lo hacen inmiscuirse, incluso logra estrechar sus ojos y endurecer
sus músculos.

Puede leer la frustración, puede oler el terror que su padre se esmera en ocultar a los demás, y
aunque aquella no sería la primera ni última vez que amenazaría con levantarle la mano, no está
dispuesto a seguir sus decisiones. Le harían falta muchos golpes más para eso.

— ¿Acaso crees que estás en posición para cuestionar mis elecciones? Acabo de tener una reunión
con el ministro de inteligencia. No necesito más — el Duque recargó su lánguido cuerpo contra su
asiento y mostró las palmas de sus manos en un gesto, fingiendo de rendición — Parece que
quieres agachar tu cabeza ante los enemigos, ¿acaso es eso lo que veo, Kira? ¿Cobardía?

— El enemigo siempre será el enemigo. Incluso puedes pedirme que mate a la corona yo mismo,
pero que éste no es el modo, no ahora. Estoy evaluando los riesgos. No podemos darnos el lujo de
perder millones en recursos. Nuestro ataque no servirá y la defensa no resistirá. — decreta sin
dubitar, apenas alzando su mentón — Esta guerra será una matanza, y lo sabes. Japón no
aguantará...

— Guerra o no, nuestra desventaja nos ha corrido por años y años, y es nuestro momento de
apelar contra ellos. No soy el único allí afuera que quiere un cambio — el silencio se acentúa entre
ellos, dando un espacio a una frase que termina de culminar la paciencia del Marqués; — Cuando
mi descenso llegue y te sientes aquí, lo entenderás, Kira. Sabrás que cuento contar, y será el que
estás viendo ahora mismo.

— Cuando esté en tu lugar, el cuento a contar será otro.

No sabe de donde ha sacado la valentía para decir aquello, como su lengua se movió con tal
atrevimiento que no se detuvo a pensar en las consecuencias que ahora caen sobre él en una
mirada gélida y un ceño impenetrable.

Su cuerpo se mantiene firme y estático cuando el mayor se incorpora de su lugar, cuando rodea su
escritorio abaratado de papeles y con sigilo desliza sus pies hasta llegar a él, hasta enfretarlo cara
a cara. Canicas por ojos se mantienen sobre los suyos, y no va a dar su brazo a torcer por más que
todo el aire de la habitación le sea arrebatado.

— Te he criado con la ambición de un gobernante y la firmeza de un militar, pero eso no quiere


decir que puedes pasar tus pies sobre mí — sisea su padre, empujando sus lentes por el puente de
su nariz, con la punta de su dedo índice — Tus épocas de libertinaje estuvieron a punto de poner
en duda la autoridad que ejerzo sobre mis hijos. Al menos ten la decencia de pagarme el perdón
que me debes manteniéndote alejado de los asuntos que no te competen y están fuera de tu
rango — chasquido de su lengua y movimiento de desdén con su mano simulan despacharlo del
lugar — Hemos terminado aquí....

— Hace años lo he pagado, pero tus cuotas son muy altas a pagar. Y debo añadir que
interminables incluso — retrocede sobre sus pasos sin aparar su mirada de la contraria. Su mano
se estira, se aferra al picaporte que está a punto de girar, pero antes de tiene para añadir —
Puedes jugar con el fuego cuanto quieras, padre. Pero tus decisiones nos arrastran a quemarnos a
todos.

┊ 𝘍𝘦𝘤𝘩𝘢: 29 de Octubre, 2229

┊ 𝘓𝘶𝘨𝘢𝘳: Palacio Imperial. Tokio, Japón.

┊ 𝘏𝘰𝘳𝘢: 23:16 hrs.

Cuando sus dedos dejan de teclear sobre el computador, cuando al última palabra es escrita y el
post subido, deja que su cuerpo caiga laxo sobre su asiento. Abre sus piernas ligeramente y se
quita los anteojos, tallando sus ojos que siente cansados y pesados, casi imposible de mantenerlos
abiertos.

Se ha internado las últimas cinco horas en una de las cuantas habitaciones que conforman el
palacio, una tiene por oficina y que a decorado él mismo a su gusto; un biombo junto a la puerta,
tatamis que cubrían el suelo, y algunos cuadros colgados, unos que se le habían atojado atractivos
en un museo que visito hace tiempo. Era un cuarto repleto de colores marrones, verdes, grises.
Los colores neutros, que evocan la naturaleza. Era un lugar simple, sereno, sencillo…sobrio,
práctico y elegante.

Incluso el aromatizante que viciaba el aire con un olor teñido en notas de amaderadas, de vainilla
y pimienta lo completaban.

El sitio que, por su ambientación debía brindarle paz...pero ahora no podía estar más alejado de
esa realidad.

El reciente altercado con su padre lo ha tenido por días con la cabeza saturada de incógnitas y
preocupaciones que no le hacían pegar ojo en la noche. Intentó evadir el tema con sus hermanos,
y a su vez trató de averiguar que otros planes su progenitor tenía en mente. Pero seguía levitando
en la nada, y su ansiedad lo tenía al filo de los días.

Todo empezaba a cambiar y la ansiedad comenzaba a soplarle en el oído por las madrugadas. El
sueño se le vuelve tan ligero hasta desaparecer, y se encuentra en las tinieblas rogando por poder
cerrar los ojos y dejar de pensar. Porque le duele y porque está cansado, pero por sobretodo
porque sabía, que solo era el inicio.

Esta comenzando a alimentarse de sí mismo y eso, justamente eso, es lo que le preocupa: ya ha


tenido ésta hambre. Ya ha tenido ésta sed. Ya ha despertado con los labios secos y las mejillas
amarillas y pedido perdón a su reflejo.

¿Acaso estaba equivocado? ¿Tantas vidas en juego valían la pena?

Sabía que recluirse en su oficina a sobre pensar el asunto no lo ayudarían en nada, y que tratar de
torcer las elecciones de un hombre duro de roer sería solo un gasto de energía.

Le toma unos cuantos minutos de mirar la pared y tratar de desconectar su mente, para por fin
salir de la recamara y enfilar por los extensos pasillos del palacio imperial, en dirección a su
habitación. Tranquilidad absoluta reinaba los rincones, con la luz de la luna llena filtrando su
belleza en los ventanales minimalistas que recubrían cada espacio de su hogar.

Delizar sus pies por el parque lo hace con toda la delicadeza posible, como si un solo ruido fuera a
perturbar el relajo que lo cubre. El camino le da el tiempo de quitarse el cinturón que se aferra a
sus pantalones, de separar cada botón de su camisa de vestir que no llega a quitársela, pero sí a
sentir la frescura del lugar airear su piel descubierta. Tan ansioso de solo llegar a su cama y
sucumbir al sueño que le tenía rogando.

Sin embargo, la figura desdibujada, pasando por las pasillos casi a penumbras lo hacen detenerse
en seco.

Todos debían estar durmiendo a esas horas, aunque sabe que solo una persona podía estar
deambulando.

— Daehyun.

Sabe que ha logrado llamar su atención cuando oye los pasos del menor detenerse, lo observa
entre las paredes retroceder y asomar su rostro por una de las tantas columnas que decoraban el
lugar.
— ¿Sí, hermano?

Tono en su voz, apacible y melodioso le hacen sonreír por lo bajo, ligeramente enternecido. Lo que
tenía por decirle parece olvidarlo incluso por un segundo cuando se acerca a él.

— Nada, es que quería saber qué....— castiga su labio inferior bajo el yugo de sus dientes,
midiendo sus palabras —...qué piensas sobre...?

El semblante de su hermano cambia, pestañea y barre con sus ojos a su alrededor. Como si alguien
cerca pudiera oírles y condenarlos por estar teniendo esa conversación.

Breves segundos de silencio le toma responder.

— Muchas cosas, pero ninguna buena — oírlo le hace bajar la mirada y recargar un costado de su
cuerpo contra la columna más cercana — Pero dudo que mi opinión sea valida en todo ésto,
asique...

— Con nuestro padre, ninguna opinión que podamos tener será válida. Pero a mí sí me importa —
interviene él, detallando cada reacción de su hermano.

Daehyun dispara sus cejas hacia arriba — Entonces has hablando con él...

— Es inútil, no quiere escucharme — carrapea y juega con el cinturón que colgaba entre sus
manos — ¿Alguna vez has matado a alguien, Dae?

El menor de los Yamato entrecierra sus ojos y ríe, al parecer siguiéndole el juego — No, ¿y tú?

Kira baja sus ojos al cinturón y mueve la hebilla — Nadie importante, pero creo que podría
comenzar con nuestro padre. Cuando se pone tan terco hace que quiera largarme de una vez.
Nuevo silencio se instala entre ambos, y es que los dos saben que las palabras incluso sobran.
Conocían a su progenitor, en distintas perspectivas y tintes, etapas y vidas, pero sabían con que
clase hombre trataban, y que sus elecciones eran infranqueables.

— Deberías dormir. Las ojeras definitivamente no te quedan. Estás es hecho un asco.

El desvío en el tema lo agradece, incluso lo hace sonreír. Siente que hace falta esa normalidad, que
ahora mismo eran solo eso; dos hermanos hablando sin una país y un rey enojado que se les venía
encima.

— Lo haré, y tú también deberías — le señala despegándose de la pared, dándole una palmada en


el hombro al pasar — Creo que a últimamente a todos nos hace falta dormir.

— No a todos, Kira.

┊ 𝘍𝘦𝘤𝘩𝘢: 31 de Octubre, 2229

┊ 𝘓𝘶𝘨𝘢𝘳: Plaza Mayor, Ciudad de los Césares.

┊ 𝘏𝘰𝘳𝘢: 04:30 hrs.

Se trataba de un sueño, ¿verdad? Las voces lúgubres que sonaban cual ecos lejanos,
distorsionadas, la falta de aire, el sentido de peligro que palpitaba en cada espacio de su cuerpo
pero que no podía hacer nada para detenerlo, para huir. Todo era un sueño.

Imaginó que incluso era una parálisis, que solo tenía que despertar y se iría. Pero nunca se fue, el
sentimiento de peligro nunca lo abandonó.

Consciente o no, nunca logró reconocer las voces, ni las manos que pasaron sobre él. Se preguntó
si aquel era el precio a pagar por sus pocas horas de descanso, si éste era su inconsciente
haciéndole sentir culpable por no haber presionado más a su padre, por no haber sido más
persistente, más, más, más...
Siempre más.

— Nailah.

Esa fue la primer persona que evocó luego de días de sueños... ¿o tal vez años? El primer nombre
que sus labios pronunciaron en un ahogado quejido por el malestar que tenía su garganta seca,
adolorida, y la piel de sus labios rota.

No recuerda haber soñado con ella, siquiera pensado mucho en lo suyi. Pero su aroma...su aroma
se lo sabía de memoria. Aquel perfume de notas frutales y dulces que lo tienen al borde de otro
desmayo, pero que en realidad logra sacarlo paulatinamente del letargo que lo tiene
tambaleándose. Apenas es capaz de abrir sus ojos, tanto que debe pestañar para adaptarse a la de
por sí escasa luz que lo alumbra. Siente como le ayudan a sentarse al piso que lo recibe frío y duro,
dejando caer su cuerpo en un peso casi muerto.

No puede estar soñándolo. No puede estar soñándola a ella.

No es ajeno a las finas manos que tratan de sostener su cintura, y no. Joder no es ajeno a ese
aroma que lo golpea de un cachetazo como una vuelta a la realidad.

Carraspea, levanta su cabeza y la apoya contra una pared. Contra su voluntad, intenta salir del
letargo, enfoca la mirada a los orbes celestes que lo escudriñan con obvia preocupación...y los
reconoce.

Entonces, todas las alertas saltan.

Toma el rostro de la mujer entre sus palmas y termina de abrir sus ojos con dificultad. Tantea las
mejillas que se le antojan suaves al tacto. Como si quisiera saber que no se trataba de una ilusión,
que no era un vil producto de su imaginación. La encuentra tal y como la había visto la última vez
en años
— Nailah...tú. Eres tú...— niega con su cabeza y solo sabe que quiere abrazarla, no reconoce si es
por la estima que le debía a los años que los encontraron juntos entre besos y promesas rotas, o
por el miedo que ha sentido antes de despertar.

Se retiene, toma aire y enfoca sus ojos en las personas a su alrededor. Las caras conocidas no
logran aliviarlo, no cuando no pasa por alto la fila de realeza que discuten sin tregua. Reconoce a
un puñado de ellos; los Saboya, los Choseon....

Aprieta su mandíbula, incluso muerde el interior de su mejilla tan fuerte que está apunto de
hacerla sangrar.

La rabia se esfuma tan pronto como llegó cuando reconoce a su hermano recargado contra el que
tiene como amante italiano. Quiere levantarse, quiere ir por él, pero incluso la preocupación
latente no es capaz de terminar hacer reaccionar sus piernas.

Regresa sus ojos a la princesa y traga en seco.

— Nailah, ¿qué está pasando? ¿Qué es esto?

También podría gustarte