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‘Titulo original: Die Vernandlume Primera edicién en «El Libro de Bolsitlow: 1966 Segunda edicion en sEl Libro de Bolsiioe, 1908 Tereera edicion en El Libro de Bolsilion, {908 Guarta’ edicion en EI Libro de Bolsioc: {oe Quinta edicion en SEI Libro de Bolsllon: 1909 Sexta dicion en —pens6 Gre- gorio, quedando de pronto suspenso, mien- tras sus patas segufan danzando cada vez mas répidamente. Un punto, permanecié todo en silencio. «No abren» —pens6 enton- ces, asiéndose a tan descabellada esperan- za. Pero, como no podia por menos de su- ceder, sintiéronse aproximarse a la puerta las fuertes pisadas de la criada. ¥ la puerta se abrié. Bastéle a Gregorio ofr la primera palabra pronunciada por el visitante, para pereatarse de quién era. Era el principal en persona. ¢Por qué estaria Gregorio conde- nado a trabajar en una casa en la cual la més minima ausencia-despertaba inmedia- tamente las mas tragicas sospechas? ¢Es que los empleados, todos en general y cada La metamorfosis, 19 uno en particular, no eran sino unos pill ¢Es que no podfa haber entre ellos algin hombre de bien que, después de perder aun- que solo fuese un par de horas de la mai na, se volviese loco de remordimiento y no se hallase en condiciones de abandonar la cama? ¢Es que no bastaba acaso con man- dar a preguntar, por un chico, suponiendo que tuviese fundamento esta mania de ave- riguar, sino que era preciso que viniese el mismisimo principal a enterar a toda una inocente familia de que solo él tenfa calidad para intervenir en la investigacién de tan tenebroso asunto? Y Gregorio, mas bien sobrexcitado por estos pensamientos que ya decidido a ello, arrojése enérgicamente del lecho. Se oyé un golpe sordo, pero que no podria propiamente calificarse de es- truendo. La alfombra amortigué la caida; la espalda tenfa también mayor elasticidad de lo que Gregorio habia supuesto, y esto evité que el ruido fuese tan espantoso como se temia. Pero no tuvo cuidado de mantener la cabeza suficientemente erguida; se hirié y el dolor le hizo restregarla rabiosamente contra la alfombra. —Algo ha ocurrido ahi dentro —dijo el principal en Ia habitacién de la izquierda. Gregorio intenté imaginar que al princi- 20 Franz Kafka pal pudiera sucederle algun dia lo mismo que hoy a él, posibilidad ciertamente muy admisible. Pero el principal, como contes- tando brutalmente a esta suposicién, di con energia unos cuantos pasos por el cuar- to vecino, haciendo crujir sus botas de cha- rol, Desde la habitacién contigua de la de- recha, susurré la hermana esta noticis «Gregorio, que ahi estd el principal». «Ya Jo sé», contest6 Gregorio para sus adentros. Pero no 086 levantar la voz hasta el punto de hacerse ofr de su hermana. —Gregorio —dijo por fin el padre desde Ia habitacién contigua de la izquierda—, Gregorio, ha venido el sefior principal y pre- gunta por. qué no te marchaste en el primer tren. No sabemos lo que debemos contes- tarle, Ademés, desea hablar personalmente contigo. Conque haz el favor de abrir la puerta. El sefior principal tendré la bondad de disculpar el desorden del cuarto. — Buenos dias, sefior Samsa! —tercié entonces amablemente el principal. —No se encuentra bien —dijo la madre a este ultimo mientras el padre continuaba hablando junto a la puerta—. No esta bue- no, créame usted, sefior principal. ¢Cémo, si no, iba Gregorio a perder el tren? Si el chico no tiene otra cosa en la cabeza mas La metamorfosis a que el almacén. ;Si casi me molesta que no salga ninguna noche! Ahora, por ejemplo, ha estado aqui ocho dias; pues bien, jni una sola noche ha salido de casa! Se sienta con nosotros, haciendo corro alrededor de la mesa, lee el periédico sin decir palabra 0 estudia itinerarios. Su unica distraccién consiste en trabajos de carpinteria. En dos o tres veladas ha tallado un marquito. Cuan- do lo vea usted, se va a asombrar; es pre- cioso. Ahi esta colgado, en su cuarto; ya Jo vera usted en seguida, en cuanto abra Gregorio. Por otra parte, celebro verle a us- ted, sefior principal, pues nosotros solos nunca hubiéramos podido decidir a Grego- rio a abrir la puerta. {Es mas tozudo! Se- guramente no se encuentra bien, aunque antes dijo lo contrario. —Voy en seguida —exclamé:lentamente Gregorio, circunspec- to y sin moverse para no perder palabra de Ia conversacién. —De otro modo, no sabria explicarmelo, sefiora —repuso el princi pal—. Es de esperar que no sera nada se- rio. Aunque, por otra parte, no tengo mas remedio que decir que nosotros, los comer- ciantes, desgraciada o afortunadamente. co- mo se quiera, tenemos a la fuerza que saber sufrir a menudo ligeras indisposiciones, an- teponiendo a todo los negocios. —Bueno 2 Franz Kafka —pregunts el padre, impacientandose y tor- nando a llamar a la puerta—: gpuede en- trar ya el sefior principal? —No —respon- dié Gregorio. En la habitacién contigua de Ia izquierda reiné un silencio leno de tristeza, y en la habitacién contigua de la derecha comenzé. a sollozar la hermana. Pero ¢por qué no iba ésta a reunirse con los demas? Cierto es que acababa de levan- tarse y que ni siquiera habia empezado a vestirse. Pero por qué Horaba? Acaso por- que el hermano no se levantaba, porque no hacia pasar al principal, porque corrfa el peligro de perder su colocacién, con lo cual el amo volveria a atormentar a los padres con las deudas de antaiio, Pero éstas, por el momento, eran preocupaciones completa- mente gratuitas. Gregorio estaba todavia alli, y no pensaba ni remotamente en aban- donar a los suyos. Por el momento, yacia sobre la alfombra, y nadie que conociera elestado en que se encontraba hubiera pen- sado que podia hacer entrar en su cuarto al principal. Mas esta pequefia descortesia, que mas adelante sabria de seguro explicar satisfactoriamente, no era motivo suficiente para despedirle sin demora. Y Gregorio pen- 86 que, por de pronto, harto mejor que mo- La metamorfosis 2B lestarle con Ilantos y discursos era dejarle en paz. Pero la incertidumbre en que se ha- aban respecto a él era precisamente lo que aguijoneaba a los otros, disculpando su ac- titud. —Sefior Samsa —dijo, por fin, el princi- pal con voz campanuda—, qué significa esto? Se ha atrincherado usted en su habi- tacién. No contesta mas que sf o no. Inquie- ta usted grave e intttilmente a sus padres, y, sea dicho de paso, falta a su obligacién en el almacén de una manera verdaderamente inaudita, Le hablo a usted aqui en nombre de sus padres y de su jefe, y le ruego muy en serio que se explique al punto y clara- mente. Estoy asombrado; yo le tenia a us- ted por un hombre formal y juicioso, y no parece sino que ahora, de repente, quiere usted hacer gala de incomprensibles extra- vagancias. Cierto que el jefe me insinus esta mafiana una posible explicacién de su falta: referiase al cobro que se le encomendé a usted hiciese anoche efectivo, mas yo casi empefié mi palabra de honor de que esta explicacién no venia al caso. Pero ahora, ante esta incomprensible testarudez, no me quedan ya ganas de seguir interesandome por usted. Su posicién de usted no es, ni con mucho, muy segura. Mi intencién era 24 Franz Kafka decirle a usted todo esto a solas; pero, como usted tiene a bien hacerme perder in itilmente el tiempo, no veo ya por qué no habrian de enterarse también sus sefiores padres. En estos tiltimos tiempos su traba- jo ha dejado bastante que desear. Cierto que no es ésta la época més propicia para los negocios; nosotros mismos lo recono- ‘cemos. Pero, sefior Samsa, no hay época, no debe haberla, en que los negocios estén completamente parados. —Seiior principal —grité Gregorio fuera de si, olvidéndose en su excitacién de todo lo demas—. Voy inmediatamente, voy al momento. Una ligera indisposicién, un des- vanecimiento, impidiéme levantarme. Estoy todavia acostado. Pero ya me siento comple- tamente despejado. Ahora mismo me levan- to. Un momento de paciencia! Atin no me encuentro tan bien como crefa. Pero ya es- toy mejor. No se comprende cémo le pue- den suceder a uno estas cosas! Ayer tarde estaba yo tan bueno, Si, mis padres lo sa- ben. Mejor dicho, ya ayer tarde tuve una especie de presentimiento. ¢Cémo no me lo habrén notado? ¥ ¢por qué no Io diria yo en el almacén? Pero siempre cree uno que podra pasar la enfermedad sin necesidad de estarse en casa. jSefior principal, tenga La metamorfosis 25 consideracién con mis padres! No hay mo- tivo para todos los reproches que me hace usted ahora; nunca me han dicho nada de 80, Sin duda, no ha visto usted los tiltimos pedidos que he transmitido. Por lo demés, saldré en el tren de las ocho. Este par de horas de descanso me han dado fuerzas. No se detenga usted mas, sefior principal. En seguida voy al almacén. Explique usted alli esto, se lo suplico; asi como que presente mis respetos al jefe. Y mientras espetaba atropelladamente este discurso, sin casi saber lo que decia, Gregorio, gracias a la soltura ya adquirida en Ia cama, se aproximé facilmente al batil e intent6 enderezarse apoyndose en él. Querfa efectivamente abrir la puerta, dejar- se ver del principal, hablar con él. Sentia curiosidad por saber lo que dirfan cuando le viesen los que tan insistentemente le Ilama- ban. Si se asustaban, Gregorio encontraba- se desligado de toda responsabilidad y no tenia por qué temer. Si, por el contrario, se quedaban tan tranquilos, tampoco él te- nia por qué excitarse, y podia, dandose pri- sa, estar realmente a las ocho en la estacién. Varias veces se escurrié contra las lisas pa- redes del baiil; pero, al fin, un tiltimo brin- co le puso en pie. De los dolores en el 2% Franz Kafka vientre, aunque muy vivos, no se cuidaba. Dejése caer contra el respaldo de una silla cereana, a cuyos bordes agarrése fuerte- mente con sus patas. Logré a la vez, reco- brar el dominio de sf mismo, y callé para escuchar lo que decia el principal. —¢Han entendido ustedes una sola pala- bra? —preguntaba éste a los padres—. ¢No sera que se hace el loco? —jPor amor de Dios! —exclamé la madre Ilorando—. Tal vez se siente muy mal y nosotros le esta- mos mortificando. Y seguidamente Ilamé: —iGrete! jGrete! —zQué, madre? —con- testé la hermana desde el otro lado de la ha- bitacién de Gregorio, a través de la cual hablaban. —Tienes que ir en seguida a bus- car al médico; Gregorio esta malo. Ve co- rriendo. ¢Has ofdo cémo hablaba ahora Gregorio? —Es una voz de animal —dijo el principal, que hablaba en voz extraordina- riamente baja, comparada con la griteria de la madre. —jAna!_jAna! —Ilamé el padre, volviéndose hacia la cocina a través del re~ ibimiento y dando palmadas—. Vaya inme- diatamente a buscar un cerrajero. Ya se sentfa por el recibimiento el rumor de las faldas de las dos muchachas que salian co- rriendo (¢cémo se habria vestido tan de pri sa la hermana?), y ya se ofa abrir brusca- La metamorfosis o mente la puerta del piso. Pero no se perci- did ningiin portazo. Debieron de dejar la puerta abierta, como suele suceder en las casas en donde ha ocurrido una desgracia. Gregorio, empero, hallabase ya mucho més tranquilo. Cierto es que sus palabras resultaban ininteligibles, aunque a él Ie pa- recfan muy claras, mas claras que antes, sin duda porque ya se le iba acostumbrando el oido. Pero lo esencial era que ya se habian percatado los demds de que algo insdlito le sucedia y se disponian a acudir en su ayu- da. La decision y firmeza con que fueron tomadas las primeras disposiciones le ali- viaron. Sintidse nuevamente incluido entre Jos seres humanos, y esperé de los dos, del médico y del cerrajero, indistintamente, a ciones extrafias y maravillosas. Y, a fin de poder intervenir lo mas claramente posible en las conversaciones decisivas que se avec’ naban, carraspeé ligeramente, forzindose a hacerlo muy levemente, por temor a que también este ruido sonase a algo que no fuese una tos humana, cosa que ya no tenia seguridad de poder distinguir. Mientras tan- to, en Ia habitacién contigua, reinaba un profundo silencio. Tal vez los padres, sen- tados junto a la mesa con el principal, cu- 28 Franz Kafka chicheaban con éste. Tal vez estaban todos egados a la puerta escuchando. Gregorio se deslizé lentamente con el si- én hacia la puerta; al llegar alli, abandoné el asiento, arrojdse contra ésta y se sostu. vo en pie, agarrado, pegado a ella por la viscosidad de sus patas. Descansé as{ un rato del esfuerzo realizado, Luego intenté con la boca hacer girar la lave dentro de la cerradura. Por desgracia, no parecia tener Jo que propiamente llamamos dientes. ¢Con qué iba entonces a coger Ia Mave? Pero, en cambio, sus mandibulas eran muy fuertes, y, sirviéndose de ellas, pudo poner la lave en movimiento, sin reparar en el dafio que seguramente se hacia, pues un liquido oscu- ro le salié de la boca, resbalando por la Ila- ve y goteando hasta el suelo. —Escuchen ustedes —dijo el principal en el cuarto in- mediato—; esta dando vueltas a Ia llave. Estas palabras alentaron mucho a Gregorio. Pero todos, el padre, la madre, debian ha- berle gritado: — Adelante, Gregorio! — Si, debian haberle gritado: — {Siempre adelan. te! {Duro con la cerradura! —E imaginan- do la ansiedad con que todos seguirian sus esfuerzos mordié con toda su alma en la lave, medio desfallecido. Y, a medida que ésta giraba en Ja cerradura, él sosteniase, La metamorfosis 29 meciéndose en el aire, colgado por la boca, y, conforme era necesario, agarrabase a la lave o Ia empujaba hacia abajo con todo el peso de su cuerpo. El sonido metillico de la cerradura, cediendo por fin, le volvié com- pletamente en si. —Bueno— se dijo con. un suspiro de alivio—; pues no ha sido preciso que venga el cerrajero, y dio con la cabeza en el pestillo para acabar de abrir. _ Este modo de abrir la puerta fue causa de que, aunque franca ya la entrada, todavia no se le viese. Hubo primero que girar len- tamente contra una de las hojas de la puer- ta, con gran cuidado para no caerse brusca- mente de espaldas en el umbral. ¥ atin esta- ba ocupado en Ilevar a cabo tan dificil movimiento, sin tiempo para pensar en otra cosa, cuando sintié un « joh! » del principal, que soné como suena el mugido del viento, y vio a este sefior, el mas inmediato a la puerta, taparse la boca con la mano y retro- ceder Ientamente, como impulsado mecéni- camente por una fuerza invisible. La madre —que, a pesar de la presencia del principal, estaba alli despeinada, con el pelo enredads en lo alto del craneo— mird primero a Gregorio, juntando las manos, avanzé luego dos pasos hacia él, y se desplo- mé por fin, en medio de sus faldas espar- oe Franz Katka cidas en torno suyo, con el rostro oculto en las profundidades del pecho. El padre ame. nazé con el pufio, con expresién hostil, cual si quisiera empujar a Gregorio hacia el im. terior de la habitacién; volvidse luego, sa. liendo con paso inseguro al recibimiento, cubriéndose los ojos con las manos, rompié a Ilorar de tal modo, que el Ilanto sacudia su robusto pecho. Gregorio, pues, no Iegé a penetrar e1 habitacin; desde el interior eo la suy a manecié apoyado en la hoja cerrada de In puerta, de modo que solo presentaba la mi. tad superior del cuerpo, con la cabeza incli. nada de medio lado, espiando a los circuns. tantes, En esto, habia ido clareando, y en la acera opuesta se recortaba nitido un troze del edificio negruzco de enfrente. Era un hospital, cuya monétona fachada rompfan simétricas ventanas. La Iluvia no habia ce- sado, pero caia ya en goterones aislados, quo se veian llegar distintamente al suelo. Sobre Ja mesa estaban los utensilios del servieis de desayuno, pues, para el padre, era ésta In comida principal del dia, que gustaba de rolongarse con la lectura de varios peri, dicos. En el lienzo de pared que daba justo frente a Gregorio, colgaba un retrato de & te, hecho durante su servicio militar, y que La metamorfosis 3 le representaba con uniforme de teniente, la mano puesta en la espalda, sonriendo de: preocupadamente, con un aire que parecia exigir respeto para su indumento y su acti- tud. Esa habitacién daba al recibimiento; por la puerta abierta veiase la del piso, tam- bién abierta, el rellano de Ia escalera y el arranque de esta tiltima, que conduefa a los, pisos inferiores. —Bueno —dijo Gregorio muy convencido de ser el tinico que habfa conservado su se- renidad—. Bueno, me visto al momento, re- cojo el muestrario y salgo de viaje. ¢Me per- mitiréis que salga de viaje, verdad? Ea, se- ior principal, ya ve usted que no soy testa- tudo y que trabajo con gusto. El viajar es cansado pero yo no sabria vivir sin viajar. éAd6nde va usted, sefior principal? zAl al- macén? ¢Si? ¢Lo contaré todo tal como ha sucedido? Puede uno tener un momento de incapacidad para el trabajo; pero entonces es precisamente cuando deben acordarse los jefes de lo util que uno ha sido y pensar que, una vez pasado el impedimenio, volve- ra a ser tanto mas activo y trabajar con mayor celo. Yo, como usted sabe muy bien, le estoy muy obligado al jefe. Por otra parte, también tengo que atender a mis padres y a mi hermana. Cierto que hoy me encuentro 32 Franz Kafka en un grave apricto. Pero trabajando sabré salir de él. Usted no me haga la cosa més dificil de lo que ya es. Péngase de mi parte, Ya sé yo que ai viajante no se le quiere. Todos creen que gana el dinero a espuertas, y ademas que se da la gran vida. Cierto es que no hay ninguna raz6n especial para que este prejuicio desaparezca. Pero usted, se- flor principal, usted esta mas enterado de To que son las cosas que el resto del perso- nal, incluso, y dicho sea en confianza, que el propio jefe, el cual, en su cualidad de amo, se equivoca con frecuencia respecto de un empleado. Usted sabe muy bien que el via- jante, como esta fuera del almacén la mayor parte del afio, es facil pasto de habladurias y victima propicia de coincidencias y quejas infundadas, contra las cuales no le es como. do defenderse, ya que la mayoria de las ve- ces no Hegan a su conocimiento, y que tini- camente al regresar reventado de un viaje es cuando empieza a notar directamente las funestas consecuencias de una causa invisi. ble. Sefior principal, no se vaya sin decirme algo que me pruebe que me da usted la ra- 26n, por lo menos en parte, Pero, desde las primeras palabras de Gre- gorio, el principal habia dado media vuelta, y contemplaba a aquél por encima del hom. La metamorfosis 33 bro, convulsivamente agitado con una mue- ca de asco en los labios. Mientras Gregorio hablaba, no permanecié un momento tran- quilo. Retirése hacia la puerta sin quitarle ojo de encima, pero muy lentamente, como si una fuerza misteriosa le impidiese aban- donar aquella habitacién, Llegé, por fin, al recibimiento, y, ante la prontitud con que alz6 por altima vez el pie del suelo, dijérase que habia pisado lumbre. Alarg6 el brazo derecho en direccién de la escalera, como si esperase encontrar allf milagrosamente la libertad. Gregorio comprendié que no debia de nin- gin modo dejar marchar al principal en ese estado de animo, pues si no su puesto en el almacén estaba seriamente amenazado. No lo comprendian los padres tan bien como 41, porque, en el transcurso de los afios, ha- bian Ilegado a hacerse la ilusién de que la posicién de Gregorio en aquella casa solo con su vida podia acabar; ademés, con la inquietud del momento, y sus consiguientes quehaceres, habianse olvidado de toda pru- dencia. Pero no asi Gregorio, que se percata- ba de que era indispensable retener al prin- cipal, apaciguarle, convencerle, conquistar- le, De ello dependia el porvenir de Gregorio y de los suyos. {Si siquiera estuviese ahi a Franz Katka Ja hermana! Era muy lista; habia Horado cuando atin yacia Gregorio tranquilamente sobre la espalda. De seguro que el principal, galante con el bello sexo, se hubiera dejado llevar por ella a donde ella hubiera querido. Habria cerrado la puerta del piso y le ha- bria quitado el susto en el mismo recibi- miento, Pero no estaba la hermana, y Gre- gorio tenfa que arreglarselas él solo. Y, sin pensar que todavia no conocia sus nuevas facultades de movimiento, ni tampoco que lo mas posible, y hasta lo mas seguro, era que no habria logrado darse a comprender con su discurso, abandoné la hoja de la puerta en que se apoyaba, deslizése por el hueco formado en la abertura de la otra, con intencién de avanzar hacia el principal, que segufa cémicamente agarrado a la ba- randilla del rellano. Mas inmediatamente cayé en tierra, intentando, con intitiles es fuerzos, sostenerse sobre sus innumerables y diminutas patas, y exhalando un ligero quejido. Al punto sintidse, por primera vez, en aque! dia, invadido por un verdadero bienestar: las patitas, apoyadas en el suelo, obedecianle perfectamente. Lo noté con la natural alegria, y vio que se esforzaban en Hevarle alli donde él deseaba ir, dindole la sensacién de haber Iegado al cabo de sus j { La metamorfosis 35 sufrimientos. Mas, en el preciso momento en que Gregorio, a causa del movimiento. contenido, se balanceaba a ras de tierra, no lejos y enfrente de su madre, ésta, no obs- tante hallarse tan sumida en si, dio de pron- to un brinco y se puso a gritar, extendiendo los brazos y separando los dedos: « jSoco- rro! jPor amor de Dios! jSocorro!» Inclina- ba la cabeza como para ver mejor a Grego- rio; pero de pronto, como para desmentir este supuesto, desplomése hacia atrd: yendo inerte sobre la mesa, y no habiendo recordado que estaba atin puesta, quedé sentada en ella, sin darse cuenta de que a su lado el café chorreaba de la cafetera vol cada, derraméndose por la alfombra. —jMadre! jMadre! —murmuré Grego- rio, mirdndola de abajo arriba. Un momen- to esfumése de su memoria el principal; y no pudo por menos, ante el café vertido, de abrir y cerrar repetidas veces las mandibu- las en el vacio. Nuevo alarido de la madre, que, huyendo de la mesa, se arrojé en bra- zos del padre, que corria a su encuentro. Pero ya no podia Gregorio dedicar su aten- ién a sus padres; el principal estaba en la escalera y, con Ia barbilla apoyada sobre la baranda, dirigia una altima mirada a aquel cuadro. Gregorio tomé impulso para darle B Franz Kafka alcance, pero él algo debio figurarse, pues, de un salto, bajé varios escalones y desapa. reci6, no sin antes lanzar unos gritos que resonaron por toda la escalera. Para colmo de desdicha, esta fuga del principal parecié trastornar también por completo al padre, que hasta entonces se habia mantenido re. lativamente sereno; pues, en lugar de pr cipitarse tras el fugitivo, 0 por lo menos permitir que asi lo hiciese Gregorio, empu- id con Ia diestra el bastén del principal —aue éste no se habia cuidado de recoger, como tampoco su sombrero y su gaban, ol. vidados en una silla— y, armandose con la otra mano de un gran periédico, que estaba sobre la mesa, preparése, dando fuertes pa- tadas en el suelo, esgrimiendo papel y bas- ton, a hacer retroceder a Gregorio hasta el interior de su cuarto. De nada le sirvieron a este ultimo sus stiplicas, que no fueron en- tendidas; y, por mucho que volvié sumiso la cabeza hacia su padre, solo consiguié ha- cerle redoblar su enérgico pataleo. La ma- dre, por su parte, a pesar del tiempo des- apacible, habia bajado el cristal de una de las ventanas y, violentamente inclinada ha- afuera, cubriase el rostro con las manos, Entre el aire de la calle y el de la escalera estableciése una corriente fortisima; las La metamorfosis # cortinas de a ventana se ahuecaron; sobre la mesa los periddicos agitronse, y algunas hojas sueltas volaron por el suelo. El padre, inexorable, apremiaba la retirada con silbi. dos salvajes. Pero Gregorio carecia atin de préctica en la marcha hacia atras, y la cosa iba muy despacio. (Si siquiera hubiera po- dido volverse! En un dos por tres se hubie- se encontrado en su cuarto. Pero temia, con su Ientitud en dar la vuelta, impacientar al padre, cuyo bastén erguido amenazaba des- lomarle o abrirle la cabeza. Finalmente, sin embargo, no tuvo mas remedio que volver- se, pues advirtié con rabia que, caminando hacia atrés, le era imposible conservar su direccién. Asi es que, sin dejar de mirar an- gustiosamente hacia su padre, inicié una vuelta lo mas rapidamente que pudo, es de- cir, con extraordinaria lentitud. El padre de- bié de percatarse de su buena voluntad, pues dejo de acosarle, dirigiendo incluso de Jejos con Ia punta del bastén el movimiento giratorio. ;Si al menos hubiese cesado ese irresistible silbido! Esto era lo que a Gre- gorio le hacia perder por completo la cabe- za. Cuando ya iba a terminar la vuelta, aquel silbido le equivocé, haciéndole retroceder otro poco. Por fin logré verse frente a la puerta, Pero entonces comprendié que su 38 Franz Kafka cuerpo era demasiado ancho para poder franquearla sin mas ni mas. Al padre, en aquella su actual disposicién de animo, no se le ocurrié naturalmente abrir la otra ho- Ja para dejar espacio suficiente. Solo una idea le embargaba: la de que Gregorio habia de meterse cuanto antes en su habitacién, Tampoco hubiera él permitido nunca los enojosos preparativos que Gregorio necesi- taba para incorporarse y, de este modo, pa- sar por la puerta. Como si no existiese para esto ningdn impedimento, empujaba, pues, a Gregorio con estrépito creciente. Gregorio sentia tras de s{ una voz que parecia impo- sible fuese la de un padre. {Cualquiera se andaba con bromas! Gregorio —pasase lo que pasase— se apretujé en el marco de la puerta. Se irguié de medio lado; ahora ya- cia atravesado en el umbral, con su costado completamente deshecho. En la nitidez de la puerta, imprimiéronse unas manchas re- pulsivas. Gregorio quedé alli atascado, im- posibilitado en absoluto de hacer por si solo el menor movimiento. Las patitas de uno de los lados colgaban en el aire, y las del otro eran dolorosamente prensadas contra el suelo... En esto, el padre diole por detras un golpe enérgico y salvador, que lo preci Pité dentro del cuarto, sangrando en abun- La metamorfosis 39 dancia. Luego, la puerta fue cerrada con el bastén, y todo volvié por fin a la tranqui- lidad. Hasta el anochecer, no desperté Gregorio de aque! suefo tan pesado, semejante a un desvanecimiento. No habria tardado mucho en despertar por si solo, pues ya habia des- cansado bastante, pero le parecié que le des- pertaba el rumor de unos pasos furtivos y +I ruido de la puerta del recibimiento, cerra- da con cuidado. El reflejo del tranvia el © ponfa franjas de luz en el techo de la acién y la parte superior de los mue- bles; pero abajo, donde estaba Gregorio, reinaba la oscuridad. Lenta y todavia tor- pemente, tanteando con sus tentéculos, cu- yo valor ya entonces comprendié, deslizése hasta la puerta para ver lo que habia ocu- rrido, Su lado izquierdo era una tinica, lar- ga y repugnante llaga, Andaba cojeando, al ternativa y simétricamente, sobre cada una de sus dos filas de patas. Por otra parte, una de estas tiltimas, herida en el accidente de por la mafiana —jmilagro fue que las de- mas saliesen ilesas!—, arrastrdbase sin vida. 40 Franz Kafka Al llegar a la puerta, comprendié que lo que alli le habia atraido era el olor de algo comestible, Encontré una escudilla lena de leche azucarada, en la cual nadaban trocitos de pan blanco. A poco si suelta a reir de g070, pues tenia atin mas hambre que por la mafiana. Al momento, zambullé la cabeza en Ia leche casi hasta los ojos; mas pronto hubo de retirarla desilusionado, pues no so- lo Ia dolencia de su lado izquierdo le hacia dificultosa la operacién (para comer tenia que poner todo el cuerpo en movimiento), 10 que, ademas, la leche, que hasta enton ces fuera su bebida predilecta —por eso, sin duda, habfala colocado alli Ia herma. na—, no le gusté nada. Se aparté casi con repugnancia de la escudilla, y se arrastré de nuevo hacia el centro de la habitacién. Por la rendija de la puerta vio que el gas estaba encendido en el comedor. Pero, con- trariamente a lo que sucedia siempre, no se ofa al padre leer en alta voz ala madre y a la hermana el diario de la noche. No se sen- tia el menor ruido. Quizé esta costumbre, de la que siempre le hablaba la hermana en sus cartas, hubiese ultimamente desapareci- do. Pero todo en torno estaba silencioso, y eso que, con toda seguridad, la casa no ¢s- taba vacia. — jQué vida mas tranquila pare- | | La metamorfosis al ce llevar mi familia! —pensé Gregorio. Y, mientras sus miradas se clavaban en la sombra, sintidse orgulloso de haber podido proporcionar a sus padres y hermana tan sosegada existencia, en marco tan lindo. Con pavor pensé al punto que aquella tran- quilidad, aquel bienestar y aquella alegria tocaban a su término... Para no dejarse ex- traviar por estos pensamientos, prefirié agi- tarse fisicamente y comenz6 a arrastrarse por el cuarto. En el curso de la noche entreabriése una vez una de las hojas de la puerta, y otra vez Ia otra: alguien, sin duda, necesitaba en- trar, y vacilaba. Gregorio, en vista de ello, parése contra Ia misma puerta que daba al comedor, dispuesto a atraer hacia el inte- rior al indeciso visitante, o por lo menos a averiguar quién fuera éste. Pero la puerta a abrirse, y esperé en vano. En as primeras horas de la mafiana, cuando se hallaba la puerta cerrada, todos habfan hecho por entrar, y ahora que él habia abier- to una puerta, y que las otras habian sido también abiertas, sin duda, durante el dia, ya no venia nadie, y las laves quedaban por fuera, en las cerraduras. Muy entrada la noche, se apagé la luz del comedor. Pudo Gregorio comprender por Franz Kafka ello que sus padres y su hermana habian velado hasta entonces. Sintié que se aleji ban de puntillas. Hasta por la maiiana no entraria ya seguramente nadie a ver a Gre- gorio; éste tenia tiempo sobrado para pen- sar, sin temor a ser importunado, acerca de cémo le convendrfa ordenar en adelante su vida. Pero aquella habitacién fria y alta de techo, en donde habia de permanecer echa- do de bruces, le dio miedo, sin que lograse explicarse el porqué, pues era la suya, la habitacién en que vivia desde hacia cinco afios... Bruscamente, y con cierto rubor, Precipitése debajo del sofa, en donde, no obstante sentirse algo estrujado, por no po- der Ievantar la cabeza, se encontré en segui da muy bien, lamentando tnicamente no poder introducirse alli por completo a cau- sa de su excesiva corpulencia. Asi permanecié toda la noche, parte en un semisuefio, del que le despertaba con sobre- salto el hambre, y parte también presa de preocupaciones y esperanzas no muy defi- nidas, pero cuya conclusién era siempre la necesidad, por de pronto, de tener calma y paciencia y de hacer lo posible para que la familia, a su vez, soportase cuantas moles- tias él, en su estado actual, no podia por me- nos de causar. La metamorfosis 4B Muy de mafiana —apenas si clareaba el dia— tuvo Gregorio ocasién de experimen- tar la fuerza de estas resoluciones. Su her- mana, ya casi arreglada, abrié la puerta que daba al recibimiento y miré avidamente ha- cia el interior. Al principio, no le vio; pero al divisarle luego debajo del sofa —jen al- guin sitio habia de estar, santo Dios! {No iba a haber volado! — se asusté tanto, que, sin poderse dominar, volvié a cerrar la puerta. Mas debié arrepentirse de su proce- der, pues torné a abrir al momento y entr de puntillas, como si fuese la habitacion de ‘un enfermo de gravedad o la de un extraio. Gregorio, con la cabeza casi asomada fuera del sofé, la observaba. ¢Repararia en que no habia probado la leche y, comprendiendo que ello no era por falta de apetito, le trae- ria de comer otra cosa mas adecuada? Pero, si por ella misma no lo hacfa, él preferia morirse de hambre antes que Hamarle la atencién sobre esto, no obstante sentir unas ‘ganas tremendas de salir de debajo del so- fa, arrojarse a sus pies y suplicarle le traje- se algo bueno de comer. Pero la hermana, asombrada, advirti6 inmediatamente que la escudilla estaba intacta; tinicamente se ha- bia vertido un poco de leche. Recogié ésta en seguida; verdad que no con Ia mano, sino 44 Franz Kafka valiéndose de un trapo, y se Ia Ilevé. Gre- gorio sentfa una gran curiosidad por ver lo que iba a traerle en sustitucién, haciendo respecto a ello muchas y muy distintas con- jeturas. Mas nunca hubiera adivinado lo que la bondad de su hermana Ie reservaba. A fin de ver cudl era su gusto, le trajo un surtido completo de alimentos y los exten- dié sobre un periddico viejo: alli habia le- gumbres atrasadas, medio podridas ya; huesos de la cena de la vispera, rodeados de salsa blanca cuajada; pasas y almendras; un pedazo de queso, que dos dias antes Gregorio habia declarado incomible; un pa- necillo duro; otro untado con mantequilla, y otro con mantequilla y sal. Afiadié a esto la escudilla, que por lo visto quedaba desti- nada a Gregorio definitivamente, pero ahora estaba Ilena de agua. ¥ por delicadeza (pues sabia que Gregorio no comeria estando ella presente) retirdse cuan pronto pudo, y eché Ia Ilave, sin duda para que Gregorio com- prendiese que podia ponerse a sus anchas. Al ir Gregorio a comer, sus patas produje- ron como un zumbido. Por otra parte, las heridas debian de haberse curado ya por completo, porque no sintié ninguna moles- tia; lo cual no dejé de sorprenderle, pues recordé que hacia mas de un mes se habia La metamorfosis 45 herido con un cuchillo en un dedo y que la antevispera todavia le dolfa bastante. —¢Si tendré yo ahora menos sensibilidad que an- tes? —pens6, mientras comenzaba a chupar con glotoneria el queso, que fue lo que pri- mero y con mas fuerza le sedujo. Rapida- mente, con los ojos arrasados en lagrimas de alegria, devoré sucesivamente el queso, las legumbres y la salsa. En cambio, los ali- mentos frescos no le gustaban; su olor mis- mo le era insoportable, hasta el punto de arrastrar lejos aquellas cosas que queria comer. Ya hacia tiempo que habfa terminado. Hallibase perezosamente extendido en el mismo sitio, cuando la hermana, para anun- ciarle, sin duda, que debia retirarse, hizo girar lentamente la lave. A pesar de estar medio dormido, Gregorio se sobresalté y corrié a ocultarse de nuevo debajo del sofa. Mas permanecer alli aunque solo el breve tiempo en que la hermana estuvo en el cuar- to, costéle ahora gran esfuerzo de volun- tad; pues, a consecuencia de la copiosa co- mida, su cuerpo habiase abultado algo y apenas si podfa respirar en aquel reducido espacio. Presa de un leve ahogo miraba, con os ojos un poco salidos de sus érbitas, a su hermana, completamente ajena a lo que 46 Franz Kafka Ie sucedia, barrer con una escoba, no solo los restos de la comida, sino también los alimentos que Gregorio no habia siquiera tocado, como si éstos no pudiesen ya apro- vecharse. Y vio también cémo lo arrojaba todo violentamente a un cubo, que cerré luego con una tapa de madera, llevandoselo por fin. Apenas se hubo marchado, Gregorio salié de su escondrijo, se desperezé y res- pire. De esta manera recibié Gregorio diaria- mente su comida; una vez por la mafiana, cuando todavia dormfan los padres y la cria da, y otra después del almuerzo, mientras Jos padres sesteaban un rato y la criada sa- Ifa a alin recado, a que la mandaba Ia her- mana. Seguramente no querian tampoco ellos que Gregorio se muriese de hambre; pero tal vez no hubieran podido soportar el espectaculo de sus comidas, y era mejor que solo las conociesen por Io que les dije- ra la hermana, Tal vez también queria ésta ahorrarles una pena mis, sobre lo que ya sufrian. A Gregorio le fue completamente imposi- ble averiguar con qué disculpas habian des- pedido aquella maftana al médico y al cerra- jero. Como no se hacia comprender de na- die, nadie pens6, ni siquiera la hermana, que La metamorfosis 47 1 pudiese comprender a los demas. No le quedé, pues, otro remedio que contentarse, cuando la hermana entraba en su cuarto, con oirla gemir e invocar a todos los santos Mas adelante, cuando ella se hubo acostum- brado un poco a este nuevo estado de cosas (no puede, naturalmente, suponerse que se acostumbrase por completo), pudo Gregorio advertir en ella alguna intencién amable, o, por lo menos, algo que se podia considerar como tal. —Hoy si que le ha gustado —de- cfa, cuando Gregorio habia comido opipara- mente; mientras que en el caso contrario, cada vez mas frecuente, solfa decir casi con tristeza: —Vaya, hoy lo ha dejado todo. Mas, aun cuando Gregorio no podia saber directamente ninguna noticia, presté aten- cién a lo que sucedia en las habitacione: contiguas, y tan pronto sentia voces, corria hacia la puerta que correspondia al lado de donde provenfan y se pegaba a ella cuan largo era, Particularmente en los primeros tiempos, todas las conversaciones se refe- rfan a él, aunque no claramente. Durante dos dias, en todas las comidas hubo delibe- raciones acerca de la conducta que cumplfa observar en adelante. Mas también fuera de las comidas hablébase de lo mismo, pues como ninguno de los miembros de la fami- 48 Franz Kafka lia queria permanecer solo en casa, y como tampoco querian dejar ésta abandonada, siempre habia alli por lo menos dos perso. nas, Ya el primer dia, la criada —por cierto que todavia no se sabia exactamente hasta qué punto estaba enterada de lo ocurrido— habjale suplicado de rodillas a la madre que Ja despidiese en seguida, y al marcharse, un cuarto de hora después, agradecié con lagri- mas en los ojos el gran favor que se le hacia, y, sin qué nadie se lo pidiese, comprometié- se, con los mas solemnes juramentos, a no contar a nadie absolutamente nada La hermana tuvo que ponerse a guisar con la madre; lo que, en realidad, no le da- ba mucho trabajo, pues apenas si comfan. Gregorio los ofa continuamente animarse en vano unos a otros a comer, siendo un «gra- cias, tengo bastante», u otra frase por el es- tilo, la respuesta invariable a estos requer mientos. Tampoco bebian casi nada. Con frecuencia preguntaba la hermana al padre si queria cerveza, brindandose a ir ella mis- ma a buscarla. Callaba el padre, y entonces ella afiadfa que también podian mandar a la portera, Pero el padre respondia finalmente un eno» que no admitia réplica, y no se ha- blaba mas del asunto, Ya el primer dia expuso el padre a la ma- La metamorfosis 49 dre y a la hermana la verdadera situacién econémica de la familia y las Perspectivas que ante ésta se abrian. De cuando en cuan. do levantabase de la mesa para buscar en su pequefia caja de caudales —salvada de la quiebra cinco afios antes— algun documen- to o libro de notas. Se ofa el ruido de la com. plicada cerradura al abrirse o volverse a ce- rar, después de haber sacado el padre lo que buscaba. Estas explicaciones fueron, en cierto modo, la primera noticia agradable que le fue dado ofr a Gregorio desde su en- cierro. El siempre habia creido que a su pa- dre no le quedaba absolutamente nada del antiguo negocio. El padre, al menos, nada Ie habia dicho que pudiese desvanecer esta idea. Verdad es que tampoco Gregorio le habia’ preguntado nada sobre el particular. Por aquel entonces, Gregorio solo habia pensado en poner cuantos medios estuvie- sen a su alcance para hacer olvidar a los su- yos, lo mas répidamente posible, la desgra- cia mercantil que los sumiera a todos en la més completa desesperacién. Por eso habia él comenzado a trabajar con tal ahinco, con- tiéndose en poco tiempo, de dependiente sin importancia, en todo un viajante de co- mercio, con harto mayores posibilidades de ganar dinero, y cuyos éxitos profesionales a Franz Katka patentizabanse inmediatamente bajo la for- ma de comisiones contantes y sonantes, puestas sobre la mesa familiar ante el asom. bro y la alegria de todos. Fueron aquéllos, tiempos hermosos de veras. Pero no se ha. bian repetido, al menos con igual esplendor, no obstante Ilegar mas tarde Gregorio a ga. nar Jo suficiente para llevar por si solo el peso de toda la casa. La costumbre, tanto én la familia, que recibia agradecida el dinero de Gregorio, como en éste, que lo entregaba con gusto, hizo que aquella primera sorpre- say primera alegria no volviesen a produ- se con el mismo calor. Unicamente la her- * mana permanecié siempre estrechamente unida a Gregorio, y como, contrariamente a éste, era muy aficionada a la musica y tocaba el violin con mucha alma, Gregorio alimentaba la secreta esperanza de mandar- la el afio préximo al Conservatorio, sin repa- rar en los gastos que esto habia forzosa- mente de acarrear, y de los cuales ya se re- sarciria por otro lado. Durante las breves estancias de Gregorio junto a Jos suyos, la palabra «Conservatorio» sonaba a menudo en las charlas con la hermana, pero siempre como afioranza de un lindo suefio, en cuya realizacién no se podfa ni pensar. A los pa- dres, estos ingenuos proyectos no les hacian La metamorfosis, st ninguna gracia; pero Gregorio pensaba muy seriamente en ello, y tenia decidido anun- iarlo solemnemente la noche de Navidad Todos estos pensamientos, completamen- te inutiles ya, agitabanse en su mente mien- tras él, pegado a la puerta, escuchaba lo que se decia al lado. De cuando en cuando, la fa- tiga impediale prestar atencién, y dejaba caer con cansancio la cabeza contra la puer- ta, Mas al punto tornaba a erguirla, pues, in- cluso el levisimo ruido que este gesto suyo originaba, era ofdo en la habitacién conti- gua, haciendo enmudecer a todos. —Pero, ¢qué hard otra vez? —decia al poco el padre, mirando sin duda hacia Ia puerta. Y, pasados unos momentos, reanuddbase la interrumpida conversacién. De este modo supo, pues, Gregorio, con gran satisfaccién —el padre repetia y recal- caba sus explicaciones, en parte porque ha- cia tiempo que él mismo no se habfa ocupa- do de aquellos asuntos, y en parte también porque la madre tardaba en entenderlos— que, a pesar de la desgracia, atin les queda- ba del antiguo esplendor algiin dinero; ver- dad es que muy escaso, pero que algo habia ido aumentando desde entonces, gracias a los intereses intactos. Ademas, el dinero en- 52 Franz Kafka tregado todos los meses por Gregorio —él se reservaba inicamente una infima canti- dad— no se gastaba por completo, y habia ido a su vez formando un pequefio capital A través de la puerta, Gregorio aprobaba con la cabeza, contento de esta inesperada prevision’e insospechado ahorro. Cierto que con este dinero sobrante podia él haber pa- gado poco a poco la deuda que su padre tenia con el jefe, y haberse visto libre de ella mucho antes de lo que creyera; pero ahora resultaban sin duda mejor las cosas tal como su padre las habfa dispuesto. Ahora bien, este dinero era de todo pun- to insuficiente para permitir a la familia vi- vir tranquila de sus rentas; todo lo mas bas- tarfa tal vez para uno 0, a lo sumo, dos afios. Para més tiempo jni pensarlo! Por tanto, era este un capitalito al que en realidad no se debia tocar, y que convenia conservar para caso de necesidad. El dinero para ir vi- viendo, no habia mas remedio que ganarlo. Pero ocurria que el padre, aunque estaba bien de salud, era ya viejo y llevaba cinco afios sin trabajar; por lo tanto, poco podia esperarse de él: en estos cinco afios que ha- ian constituido los primeros ocios de su la- boriosa, pero fracasada existencia, habia ido: asimilando mucha grasa, y se habia puesto La metamorfosis 53 excesivamente pesado. ¢Incumbiriale acaso trabajar a la madre, que padecia de asma, que se fatigaba con solo andar un poco por casa, y que un dia si y otro también tenia que tenderse en el sofé, con la ventana abierta de par en par, porque le faltaba la respiracion? ¢Corresponderiale a la herma- na, todavia una nifia, con sus diecisiete afios, y cuya envidiable existencia habia con- sistido, hasta entonces, en emperifollarse, dormir todo lo que le pedia el cuerpo, ayu- dar en los quehaceres domésticos, partici- par en alguna que otra modesta diversion, y, sobre todo, tocar el violin? Cada vez que la conversacién venia a pa- rar a esta necesidad de ganar dinero, Gre- gorio abandonaba la puerta y, encendido de pena y de vergiienza, arrojabase sobre el fresco sofa de cuero. A menudo pasabase alli toda la noche, sin pegar ojo, araiiando el cuero hora tras hora. A veces también tomabase el trabajo excesivo de empujar tuna butaca hasta la ventana, y, trepando por el alféizar, permanecia de pie en la butaca y apoyado en Ia ventana, sumido, sin duda, en sus recuerdos, pues antafio interesdbale siempre mirar por la ventana aquella. Paulatinamente, las cosas mas cercanas dibujébansele con menos claridad. El hospi- Franz Kafka tal de enfrente, cuya vista habia maldecido con frecuencia, ya no lo divisaba; y, de no haber sabido, sin que ello pudiese dejar lu gar a dudas, que vivia en una calle tranquila, aunque completamente urbanizada, hubiera podido creer que su ventana daba a un de- sierto, en el cual fundianse indistintamente el cielo y la tierra por igual grises. Tan solo dos veces pudo advertir la her- mana, siempre vigilante, que la butaca se encontraba junto a la ventana. Y ya, al arre- glar la habitacién, aproximaba ella misma Ia butaca. Mas atin: dejaba abiertos los pri- meros dobles cristales. De haber siquiera podido Gregorio con- versar con su hermana; de haberle podido dar las gracias por cuanto por él hacia, le hubieran sido més leves estos trabajos que ocasionaba, y que de este modo tanto le ha- cfan sufrir, Sin duda, la hermana hacia cuanto podia para borrar lo doloroso de la situacién, y, a medida que transcurria el tiempo, iba consiguiéndolo mejor, como es natural. Pero también Gregorio, a medida que pasaban los dias, vefalo todo con mayor claridad. ‘Ahora, la entrada de la hermana era para 61 algo terrible. Apenas dentro de la habita- cién, y sin cuidarse siquiera de cerrar pre- Lu metamorfosis 35 viamente las puertas, como antes, para ocul- tar a todos la vista del cuarto, corria dere- cha a Ja ventana, y la abrfa violentamente, cual si se hallase a punto de asfixiarse; y hasta cuando el frfo era intenso, permane- cfa alli un rato, respirando con fuerza. Ta- les carreras y estrépitos asustaban a Grego- rio dos veces al dia. Y Gregorio, aunque seguro de que ella le hubiera evitado con gusto estas molestias, de haberle sido posi- ble permanecer con las ventanas cerradas en la habitacién, quedaba temblando debajo del sofa todo el tiempo que duraba la vi- sita. Un dia —ya habia transcurrido un mes desde la metamorfosis, y no tenfa, por tan- to, la hermana ningin motive especial para sorprenderse del aspecto de Gregorio —en- tr6 algo mds temprano que de costumbre, y se encontré a éste mirando inmévil por la ventana, pero ya dispuesto a asustarse. Na- da le hubiera extrafiado a Gregorio que su hermana no entrase, pues él, en la actitud en que estaba, le impedia abrir inmediata- mente la ventana. Pero no solo no entré, sino que retrocedié y cerré la puerta: ‘un 56 Franz Kafka extrafio hubiera crefdo que Gregorio la ace- chaba para morderla. Claro es que Gregorio se escondié al punto debajo del sof, pero hubo de esperar hasta el mediodia antes de ver tornar a su hermana, més intranquila que de costumbre. Ello le dio a entender que su vista seguia siéndole insoportable a la hermana, que lo seguiria siendo, y que ésta habia de hacer un gran esfuerzo de vo- luntad para no salir también corriendo al divisar la pequefia parte del cuerpo que so- bresalia por debajo del sofa. Y, al fin de ahorrarle incluso esto, transporté un dia sobre sus espaldas —trabajo para el cual precis6 cuatro horas— una sabana hasta el sof’, y Ia dispuso de modo que le tapara por completo y que ya la hermana no pudie- se verle, por mucho que se agachase. De no haberle parecido a ella conveniente este arreglo, ella misma hubiera quitado la sabana, pues facil era comprender que, para Gregorio, el aislarse no constituia ningtin placer. Mas dejé la sabana tal como estaba, e incluso Gregorio, al levantar sigilosamente con Ja cabeza una punta de ésta, para ver cémo la hermana acogia la nueva disposi- cidn, creyé adivinar en ella una mirada de gratitud. Durante las dos primeras semanas, no pu- La metamorfosis 7 dieron los padres decidirse a entrar a verle. El los oyé a menudo ensalzar los trabajos de la hermana, cuando hasta entonces so- lian, por el contrario, refiirle, por parecer- Jes una muchacha, como quien dice, inttil. Mas, con frecuencia, ambos, el padre y la madre, esperaban ante la habitacion de Gre- gorio, mientras la hermana la arreglaba, y, en cuanto salia ésta, habia de contarles exac- tamente cémo estaba el cuarto, lo que Gre- gorio habia comido, cual habia sido su acti- tud, y si se advertia en él alguna mejoria. La madre, cierto es, quiso visitar a Gre- gorio en seguida, y entonces el padre y la hermana la detuvieron con razones que Gre- gorio escuché con la mayor atencién, y apro- bé por entero. Pero mas adelante fue menes- ter impedirselo por la fuerza, y cuando exclamaba: « (Dejadme entrar a ver a Gre- gorio! {Pobre hijo mio! ~No comprendéis que necesito entrar a verle?», Gregorio pen- saba que tal vez conviniera que su madre entrase, claro que no todos los dias, pero, por ejemplo, una vez a la semana: ella era mucho més comprensiva que la hermana, quien, a pesar de todo su valor, no dejaba de:ser, al fin y al cabo, solo una nifia, que quizé solo por ligereza infantil se habia echado sobre los hombros tan penosa carga. 58 Franz Katka Poco habia de tardar en realizarse el de- seo de Gregorio de ver a su madre. Durante el dia, por consideracin a sus padres, no se asomaba a la ventana, Pero... poco podia arrastrarse por aquellos dos metros cuadra- dos de suelo. Descansar tranquilo le era ya dificil durante la noche. La comida, muy pronto dejé de producirle la menor ale- gria, y as{ fue tomando, para distraerse, la costumbre de trepar zigzagueando por las paredes y el techo. En el techo, particu- larmente, era donde mas a gusto se encon- traba; aquello era cosa harto distinta que estar echado en el suelo; alli se respiraba mejor, el cuerpo sentiase agitado por una li- gera vibracién. Pero acontecié que Gregorio, casi feliz, y al tiempo divertido, desprendié- se del techo, con gran sorpresa suya, y se fue a estrellar contra el suelo, Mas, como puede suponerse, su cuerpo habia adquirido una resistencia mucho mayor que antes, y, pese a la fuerza del golpe, no se lastimé. La hermana advirtié inmediatamente el nuevo entretenimiento de Gregorio tal vez dejase éste al trepar, acd y acull4, rastro de su babilla—, e imaginé al punto facilitarle todo lo. posible los medios de trepar, qui- tando los muebles que lo impedian, y, prin- cipalmente el bauil y la mesa de escribir, La metamorfosis 59 Pero esto no podfa Ilevarlo a cabo ella sola; tampoco se atrevia a pedir ayuda al padre: y en cuanto a la criada, no habia que contar con ella, pues esta moza, de unos sesenta afios, aunque se habia mostrado muy valien- te desde la despedida de su antecesora, ha- bia suplicado, como favor especial, que le fuese permitido mantener siempre cerrada la puerta de la cocina, y no abrirla sino cuando la llamasen. Por tanto, solo queda- ‘ba el recurso de buscar a la madre en au- sencia del padre La madre acudié dando gritos de jubilo. Pero se quedé muda en la misma puerta. Como es natural, primero se cercioré la her- mana de que todo estaba en orden, y tan solo luego la dejé pasar. Gregorio se habi apresurado a bajar la sdbana més que de costumbre, de modo que formara abundan- tes pliegues. La sibana parecia efectivamen- te haber sido arrojada alli por casualidad. También guardése esta vez de espiar por debajo; renuncié a ver a su madre, gozoso unicamente de que ésia, por fin, hubiese ve- nido. —Entra, que no se le ve —dijo la herma- na, que sin duda conducia a la madre por la mano. Y Gregorio oyé cémo las dos fragiles mu- 60 Franz Kafka jeres retiraban de su sitio el viejo y harto » pesado batil, y cémo la hermana, siempre animosa, tomaba sobre si la mayor parte del trabajo, sin hacer caso de las advertencias de la madre, que temia se fatigase dema- siado. La operacién duré bastante; verdad es que, al cabo de un cuarto de hora, la ma- dre declaré que mas valia dejar el batil don- de estaba, en primer lugar porque era muy pesado, y no acabarfan antes del regreso del padre, y ademés porque, estando en medio de la habitacién el bail, Ie cortaria el paso a Gregorio, y, en fin, porque no era seguro que a Gregorio le agradara que se retirasen Jos muebles. A ella le parecia precisamente que debia de ser todo lo contrario. La vista de las paredes desnudas oprimfale el cora- z6n. {Por qué no habia de sentir Gregorio la misma impresién, ya que estaba acostum- brado de antiguo a los muebles de su cuar- to? ¢Quién dice que no se sentiria como abandonado en Ia habitacién vacia? —2Y no parecerfa entonces —continud muy quedo, casi en un susurro, cual si qui- siese evitar a Gregorio, que no sabia exacta- mente dénde se encontraba, hasta el sonido de su voz, pues estaba convencida de que no entendia las palabras—, no pareceria en- La metamorfosis 61 tonces que, al retirar los muebles, indicab: mos que renuncidbamos a toda esperanza de mejoria, y que lo abandondbamos sin consideracién ninguna a su suerte? Yo creo que lo mejor seria dejar el cuarto como an- tes, a fin de que Gregorio, al volver de nue- vo entre nosotros, lo encuentre todo en el mismo estado y pueda olvidar tanto mas fa- cilmente este paréntesis. Al ofr estas palabras de la madre, com- prendié Gregorio que la falta de toda rela- cién humana directa, unida a la monotonia de la existencia que Ilevaba entre los suyos, habia debido trastornar su inteligencia en aquellos dos meses, pues, de otro modo, no podia explicarse que él hubiese deseado ver vaciar su habitacion. Es que él deseaba de verdad se cambiase aquella su muelle habitacién, confortable y dispuesta con muebles de familia, en un de- sierto en el cual hubiera podido, es verdad, trepar en todas las direcciones sin el tenor impedimento, pero en el cual se hubiera, al mismo tiempo, olvidado répida y completa- mente de su pasada condicién humana? Ya estaba él ahora muy cerca de olvidarse de ésta, y tinicamente habiale conmovido la voz de la madre, no oida hacia ya tiempo. No, no habia que retirar nada; ‘todo tenia 2 Franz Kafka que permanecer tal cual; no era posible prescindir de la bienhechora influencia que Jos muebles ejercian sobre él, y, aunque és- tos impedian su libre ejercicio, ello, en todo caso, antes que un perjuicio, debia ser con- siderado como una gran ventaja. Por desgracia, la hermana no compartia esta opinién, y, como se habia acostumbra- do —cierto es que no sin motivo— a actuar como perito frente a los padres en todo lo que a Gregorio se referia, bastéle la idea expuesta por la madre para insistir y de- clarar que no solo debian ser retirados de alli el bail y la mesa, en los que al principio ‘nicamente habja pensado, sino también to- dos los demas muebles, excepcién hecha del indispensable sof Claro es que a ello no le impulsaban tini- ‘camente su tozudez infantil y aquella con- fianza en si misma, tan repentina cuan di- ficilmente adquirida en los tiltimos tiem- pos; también habia observado que Grego- rio, ademas de necesitar mucho espacio para arrastrarse y trepar, no utilizaba los muebles en lo mas minimo, y tal vez tam- bién, con aquel entusiasmo propio de las muchachas de su edad, anheloso siempre de una ocasién que le permita ejercitarse, dej se llevar secretamente por el deseo de au- La metamorfosis, 63 mentar lo pavoroso de la situacién de Gre- gorio, a fin de poder hacer por él atin més de Jo que hasta ahora hacfa. ¥ es que en un cuarto en el cual Gregorio hubiese apare- cido completamente solo entre las paredes desnudas, seguramente no se atreveria a en- trar ningdn ser humano fuera de Grete. No le fue, pues, posible a la madre hacer- la desistir de su proyecto, y como en aquel cuarto sentia una gran desazén, no tardé en. callarse y en ayudar a la hermana, con to- das sus fuerzas, a sacar el bail. Bueno; del cofre, en caso necesario, Gregorio podia prescindir; pero la mesa tenia que quedarse alli, Apenas hubieron abandonado el cuarto las dos mujeres, Ilevandose el cofre, al que se agarraban gimiendo, sacé Gregorio la ca- beza de debajo del sofa, para ver el modo de intervenir con la mayor consideracién y todas las precauciones posibles. Por desgra- cia, la madre fue la primera en volver, mien tras Grete, en la habitacién de al lado, s guia agarrada al cofre, zarandeandolo de un lado para otro, aunque sin lograr mudarlo de sitio. La madre no estaba acostumbrada a la vista de Gregorio; podia haber enfer- mado al verlo de pronto; asi es que Grego- rio, asustado, retrocedié a toda velocidad hasta el otro extremo del sofa; pero dema- 64 Franz Kafka siado tarde para evitar que la sabana que le ocultaba se agitase un poco, lo cual basté para llamar la atencién de la madre. Esta pardse en seco, qued6 un punto suspensa, y volvi6 junto a Grete Aunque Gregorio repetiase de continuo que seguramente no habia de acontecer na- da de extraordinario, y que solo unos mue- bles serian cambiados de sitio, no pudo por menos de impresionarle, cuando él mismo reconocié muy pronto, aquel ir y venir de Tas mujeres, las amadas que una y otra se dirigian, el rayar de los muebles en el suelo; en una palabra, aquella confusién que rei- naba en torno suyo, y, encogiendo cuanto pudo la cabeza y las piernas, aplastando el vientre contra el suelo, hubo de confesarse, ya sin miramientos de ninguna clase, que no le seria posible soportarlo mucho tiempo. Le vaciaban su cuarto, le quitaban cuanto 1 amaba: ya se habian Ievado el bail en que guardaba Ia sierra y las demas herra- mientas; ya movian aquella mesa firmemen- te empotrada en el suelo, y en la cual, cuan- do estudiaba la carrera de comercio, cuando cursaba el grado, ¢ incluso cuando iba a la escuela, habia escrito sus temas... Sf; no tenfa ya ni un minuto que perder para ente- La metamorfosis 65 rarse de las buenas intenciones de las dos mujeres, cuya existencia, por lo demas, casi habia olvidado, pues, rendidas por la fatiga, trabajaban en silencio, y solo se percibia el rumor de sus pasos cansados Y asi fue como —en el mismo momento que las mujeres, en la habitacién contigua, recostébanse un punto en la mesa escritorio para tomar aliento—, as{ fue como salié de repente de su escondrijo, caminando hasta cuatro veces la direccién de su marcha. No sabia en verdad a qué acudir primero. En esto, llamdle la atencién, en la pared ya de: nuda, el retrato de la dama envuelta en pie- les. Trepé precipitadamente hasta alli, y agarrése al cristal, cuyo contacto calmé el ardor de su vientre. Al menos esta estampa que él tapaba ahora por completo, no se la quitarian. Y volvié la cabeza hacia la puer- ta del comedor, para observar a las mujeres, cuando éstas entrasen, La verdad es que éstas no se habfan con- cedido mucha tregua. Ya estaban alli de nuevo, rodeando Grete a la madre con el brazo, y casi sosteniéndola. —Bueno, y ahora gqué nos Hevamos? —ijo Grete mirando en derredor. En esto, sus miradas cruzéronse con Jas de Gregorio, pegado a la pared. Grete logré 66 Franz Kafka yminarse, cierto es que Unicamente a cau- & de la presencia de la madre, inclinése ha- cia ésta, para ocultarle Ia vista de lo que habia en torno suyo, y , aturdida y temblo- rosa: ; —Ven —dijo—, gno te parece mejor que nos vayamos un momento al comedor? Para Gregorio, la intencién de Grete no dejaba lugar a dudas: querfa poner a salvo a la madre, y, después, echarle abajo de la pared. Bueno, jpues que intentase hacer- Jo! El continuaba agarrado a su estampa, y no cederia. Preferia saltarle a Grete a la cara. Mas las palabras de Grete solo habfan lo- grado inquietar a la madre. Esta se eché a un lado; divisé aquella gigantesca mancha oscura sobre el rameado papel de la pared, y, antes de poder darse siquiera cuenta de que aquello era Gregorio, grité con voz aguda: "—jAy, Dios mio! jAy, Dios mio! Y se desploms sobre el sofa, con los bra- zos extendidos, cual si todas sus fuerzas la abandonasen, quedando alli sin movimien- to. Y se desplomé. — jOjo, Gregorio! —grité la hermana con el puio en alto y enérgica mirada. La metamorfosis 67 Eran estas las primeras palabras que le dirigia directamente después de la meta- morfosis. Pasé a la habitacién contigua, en busca de algo que dar a la madre para ha- cerla volver en si Gregorio hubiera querido ayudarla —pa- ra salvar la estampa habia todavia tiem: po—, pero se hallaba pegado al cristal, y hubo de desprenderse de él violentamente. Después de lo cual, precipitése también en la habitacion contigua, cual si le fuese po- sible, como antafio, dar algiin consejo a la hermana. Mas hubo de contentarse con permanecer quieto detrés de ella. Ella, entretanto, revolvia entre diversos frascos; al volverse, se asust6, dejé caer al suelo una botella, que se rompié, y un frag- mento hirié a Gregorio en Ia cara, llendin- dosela de un liquido corrosive. Mas Grete, sin detenerse, cogié tantos frascos como Ile varse pudo, y entré en el cuarto de Gre- gorio, cerrando tras de si la puerta con el pie. Gregorio encontrése, pues, completa- mente separado de la madre, la cual, por culpa suya, hallébase tal vez en trance de muerte. ;Y él no podfa abrir la puerta si no queria echar de alli a la hermana, c presencia, junto a la madre, era necesaria; 68 Franz Kafka y, por tanto, no le quedaba mas remedio ‘que esperar! Y, presa de remordimientos y de inquie- tud, comenzé a trepar por todas las pare- des, todos los muebles, y por todo el techo, y, finalmente, cuando ya la habitacién co. menzaba a dar vueltas en torno suyo, dejése caer con desesperacién encima de la mesa. Asi transcurrieron unos instantes. Grego- rio yacia extenuado; todo en derredor ca- aba, lo cual era tal vez buena sefial, En esto, llamaron. La criada estaba como siem- pre encerrada en su cocina, y Grete tuvo que salir a abrir. Era el padre, Qué es lo que ha ocurrido? Estas fueron sus primeras palabras. El aspecto de Grete se lo habfa revelado todo. Grete oculté su cara en el pecho del padre, y, con voz sorda, declaré: —Madre se ha desmayado, pero ya estd mejor. Gregorio se ha escapado. —Lo esperaba —dijo el padre—. Siem- pre os lo dije;_pero vosotras, las mujeres, nunca queréis hacer caso. Gregorio comprendié que el padre, al ofr las noticias que Grete le daba a boca de jarro, habia entendido mal, y se figuraba, sin duda, que él habfa cometido algin acto de violencia. Necesitaba, por tanto, apaci- La metamorfosis, 69 guar al padre, pues no tenfa ni tiempo ni medios para aclararle lo ocurrido. Precipi- tése hacia la puerta de'su habitaci6n, aplas- téndose contra ella, para que el padre, en cuanto entrase, se percatase de que Gre- gorio tenia intencién de regresar inmedia- tamente a su cuarto, y de que no solo no era preciso empujarlo hacia dentro, sino que bastaba abrirle la puerta para que al punto desapareciese. Pero el estado de animo del padre no era el mas a propésito para advertir estas suti- leza —iAy! —grit6, al entrar, con un tono a un tiempo furioso y triunfante. Gregorio aparté la cabeza de la puerta, y la alz6 ha- cia su padre. Todavia no se habia presen- tado a éste en su muevo estado. Verdad es también que, en jos tiltimos tiempos, ocu- pado por entero en establecer su nuevo sis. tema de arrastrarse por doquier, habia de- Jado de preocuparse como antes de lo que sucedia en el resto de la casa; y que, por tanto, debja haberse preparado a encon- trar las cosas harto cambiadas, Pero, y pese a todo, gera aquél realmente su padre? ¢Era éste aquel hombre que, an- tafio, cuando Gregorio se preparaba a em- prender un viaje de negocios, permanecia 0 Franz Kafka fatigado en la cama? ¢Aquel mismo hombre que, al regresar a casa le acogia en bata, hundido en su butaca, y que, por no estar en condiciones de levantarse, contentébase con alzar los brazos en sefial de alegria? gAquel mismo hombre que, en los raros paseos dados en comin, algunos domingos, © en las fiestas principales, entre Gregorio y la madre, cuyo paso, ya de por si era lento, pero que entonces acortabase todavia més, avanzaba envuelto en su viejo gabéin, apoyandose cuidadosamente en el bastén, y que solia pararse cada vez que queria de- cir algo, obligando a los demds a formar corro en torno suyo? Pero no; ahora presentabase firme y de- recho, con un severo uniforme azul con bo- tones dorados, cual el que suelen usar los ordenanzas de los Bancos. Sobre la rigidez del cuello alto, derramabase la papada; bajo las pobladas cejas, los ojos negros des- pedian una mirada atenta y lozana, y el ca- ello blanco, siempre desmelenado hasta entonces, aparecia brillante y dividido por una raya primorosamente sacada. Arrojé sobre el sofa la gorra, que osten- taba un monograma dorado —probable- mente el de algiin Banco—, y, trazando una curva, cruzé toda la habitacién, dirigiéndo- La metamorfosis 1 se con cara torva hacia Gregorio, con las manos en los bolsillos del pantalén, y los faldones de su larga levita de uniforme re. cogidos hacia atris. £1 mismo no sabia lo que iba a hacer; mas levanté los pies a una altura desusada, y Gregorio quedé asombra- do de las gigantescas Proporciones de sus suelas. Empero, esta actitud no le enojé, pues ya sabia, desde el primer dia de su nueva vida, que al padre la mayor severi- dad le parecia poca con respecto al hijo Ech, pues, a correr delante de su proge- nitor, se detenia cuando éste, y emprendia nueva carrera en cuanto le vefa hacer un movimiento, As{ dieron varias veces la vuelta a la hax bitacion, sin Hegar a nada decisivo. Es ma: sin que esto, debido a las dilatadas pausas, tuviese el aspecto de una persecucién, Por lo mismo, prefirié Gregorio no alejarse al pronto del suelo: tem{a, principalmente, que el padre tomase su huida por las pa. tedes 0 por el techo por un refinamiento de maldad. Mas no tardé mucho Gregorio en com- prender que aquellas carreras no podian Prolongarse, pues, mientras su padre daba un paso, tenia él que realizar un sinntimero de movimientos, y su respiracién se le tor- n Franz Kafka naba anhelante. Bien es verdad que tampo- co en su estado anterior podia confiar mu- cho en sus pulmones. Tambaleése un punto, intentando concen- trar todas sus fuerzas para emprender nue- vamente la huida. Apenas si podia tener los ojos abiertos; en su azoramiento, no pen- saba en més salvacién posible que la que le proporcionase seguir corriendo, y ya casi se habia olvidado de que las paredes ofre- cfansele completamente libres; aunque cierto es que estaban atestadas de muebles esmeradamente tallados, que amenazaban por doquier con sus angulos y sus picos. En esto, algo diestramente lanzado cayé junto a su lado, y rodé ante él: era una manzana, a la que pronto hubo de seguir otra. Gregorio, atemorizado, no se movit era initil continuar corriendo, pues el pa- dre habia resuelto bombardearle. Se habia Menado los bolsillos con el contenido del frutero que estaba sobre el aparador, y arro- jaba una manzana tras otra, aunque sin lo- grar por el momento dar en el blanco. Las manzanitas rojas rodaban por el sue- Io, como electrizadas, tropezando unas con | otras. Una de ellas, lanzada con mayor ha- | bilidad, roz6 1a espalda de Gregorio, pero se deslizé por ella sin causarle dafio. En La metamorfosis B cambio, la siguiente, le asesté un golpe cer- tero, y, aunque Gregorio intenté escaparse, cual si aquel intolerable dolor pudiese des. vanecerse al cambiar de sitio, pareciéle que Je clavaban en donde estaba, y quedé all despatarrado, perdida Ia nocién de cuan- to sucedia en torno Su postrer mirada enterdle todavia de cémo la puerta de su habitacién abriase con violencia, y pudo ver asimismo a la ma- Gre corriendo en camisa —pues Grete la habia desnudado para hacerla volver de su desvanecimiento— delante de la hermana, que gritaba; luego a la madre precipitan. dose hacia el padre, perdiendo en el cami- no una tras otra sus faldas desanudadas, y por fin, después de tropezar con éstas, Ile- gar hasta donde el padre estaba, abrazarse estrechamente a él... ¥ Gregorio, con la vista ya nublada, sin- tié por ultimo cémo su madre, con las ma- nos cruzadas en la nuca del padre, le su- plicaba que perdonase la vida al hijo. Aquella grave herida, de la cual tardé mas de un mes en curar —nadie se atrevié a quitarle la manzana, que asi qued6 empo- 74 Franz Kafka trada en su carne, cual visible testimonio de lo ocurrido—, parecié recordar, incluso al padre, que Gregorio, pese a lo triste y re- pulsivo de su forma actual, era un miembro de la familia, a quien no se debja tratar como a un enemigo, sino, por el contrario, guardar todos los respetos, y que era un elemental deber de familia sobreponerse a la repugnancia y resignarse. Resignarse y nada mas. Gregorio, por su parte, aun cuando a cau- sa de su herida habfa perdido, acaso para siempre, el libre juego de sus movimientos; aun cuando precisaba ahora, cual un ancia- no impedido, varios e interminables minu- tos para cruzar su habitaci6n —trepar ha- cia lo alto, ya ni pensarlo—, Gregorio tuvo, en aquella agravacién de su estado, una compensacién que le parecié harto suficien- te: por la tarde, la puerta del comedor, en Ja cual tenfa ya fija la mirada desde una o dos horas antes, la puerta del comedor se abria, y él, echado en su cuarto, en tinie- bias, invisible para los demés, podfa con- templar a toda la familia en torno a la mesa iluminada, y ofr sus conversaciones, como quien dice con aquiescencia general, 0 sea ya de un modo muy distinto. Claro esta que las tales conversaciones no eran, ni con La metamorfosis 5 mucho, aquellas charlas animadas de otros tiempos, que Gregorio afioraba en los redu- los aposentos de las fondas, y en las que pensaba con ardiente afan al arrojarse fati- gado sobre la himeda ropa de la cama ex- trafia. Ahora, la mayor parte de las veces, la velada transcurria monétona y triste. Poco después de cenar, el padre se dormifa en su butaca, y la madre y la hermana recomen- dabanse una a otra silencio. La madre, in- clinada muy junto a la luz, cosia ropa blan- ca fina para un almacén, y la hermana, que se habia colocado de dependienta, estudia- ba por las noches estenografia y francés, a fin de lograr quiz con el tiempo un pues- to mejor que el actual. De cuando en cuan- do, el padre despertaba, y, cual si no se die- se cuenta de haber dormido, deciale a la madre: «jCudnto coses hoy también! » Y volvia al punto a dormirse, mientras la ma- dre y Ia hermana, rendidas de cansancio, cambiaban una sonrisa. El padre negdbase obstinadamente a des- pojarse, ni aun en casa, de su uniforme de ordenanza. Y mientras la bata, ya inttil, colgaba de la percha, dormitaba perfecta- mente uniformado, cual si quisiese hallarse siempre dispuesto a prestar servicio, o es- perase ofr hasta en su casa Ia voz de alguno 6 Franz Katka de sus jefes. Con lo cual el uniforme, que ya al principio no era nuevo, perdié répi- damente su pulcritud, a pesar del cuidado de la madre y de la hermana. Y Gregorio, con frecuencia, pas4base horas enteras con la mirada puesta en ese traje lustroso, lleno de lamparones, pero con los botones dora- dos siempre relucientes, dentro. del cual el viejo dormiase harto incémodo, si bien tranquilo. Al dar las diez, la madre intentaba de: pertar al padre, exhortandole dulcemente a marcharse a la cama, queriendo convencer- Te de que aquello no era dormir de veras, cosa que él tanto necesitaba, pues ya a las seis habfa de comenzar su servicio. Mas el padre, con la obstinacién que se habia apo- derado de él desde que era ordenanza, per- sistia en querer permanecer més tiempo a la mesa, no obstante dormirse allf invaria blemente y costar gran trabajo moverle a cambiar la butaca por la cama. Pese a to- dos los razonamientos de la madre y la hermana, él seguia alli con los ojos cerra- dos, dando lentas cabezadas cuarto de hora tras cuarto de hora, y no se levantaba. La madre sacudiale de la manga, deslizandole en el ofdo palabras carifiosas; la hermana La metamorfosis 7 abandonaba su tarea para ayudarla. Pero de nada servia esto, pues el padre hundiase mis hondo en su butaca y no abria los ojos hasta que las dos mujeres le asian por de- bajo de los brazos. Entonces miraba a una y a otra, y solia exclamar: —iSi que es una vida! {Este es el sosie- go de mis tiltimos afios! Y penosamente, cual si la suya fuese la carga mas pesada, poniase en pie, apoyan- dose en la madre y la hermana, dejébase acompafiar de esta guisa hasta la puerta, in- dicabales alli con el gesto que ya no las ne- cesitaba, y seguia solo su camino, mientras la madre arrojaba répidamente sus titik de costura y la hermana sus plumas, para correr en pos suya y continuar ayudandole. ¢Quién, en aquella familia cansada, de: hecha por el trabajo, hubiera podido dedi car a Gregorio algtin tiempo mis que el es- trictamente necesario? El tren de la casa redtijose cada vez mas. Se despidié a la criada, y se la sustituyé en los trabajos mas duros por una asistenta, una especie de gi gante huesudo, con un nimbo de cabellos blancos en torno a la cabeza, que venfa un rato por la mafiana y otro por Ia tarde, y fue la madre quien hubo de sumar, a su ya nada corta labor de costura, todos los de- 2B Franz Kafka més quehaceres. Hubieron, incluso, de ven- derse varias alhajas que posefa la familia, y que, en otros tiempos, habian lucido go- zosas la madre y la hermana en fiestas y reuniones. Asf lo averigué Gregorio a la no- che, por la conversacién acerca del resulta- do de la venta. Mas el mayor motivo de Jamentacién consistia siempre en la imposi- bilidad de dejar aquel piso, demasiado gran- de ya en las actuales circunstancias; pues no habia modo alguno de mudar 'a Grego- rio. Pero bien comprendia éste que él no era el verdadero impedimento para la mu- danza, ya que se le podia haber transpor- tado facilmente en un cajén, con tal que tuviese un par de agujeros por donde respi- rar. No; lo que detenfa principalmente a Ia familia, en aquel trance de mudanza, era la desesperacién que ello le infundia al te- ner que concretar la idea de que habia sido azotada por una desgracia, inaudita hasta entonces en todo el circulo de sus parientes y conocidos. Hubieron de apurar hasta la hez el céliz que el mundo impone a los desventurados: el padre tenia que ir a buscar el desayuno del humilde empleado de Banco; la ma- dre, que sacrificarse por ropas de extraiios; la hermana, que correr de aca para alla de- La metamorfosis 9 trés del mostrador, conforme lo exigian los clientes. Pero las fuerzas de la familia no daban ya ms de si. Y Gregorio sentia reno- varse el dolor de la herida que tenfa en la espalda, cuando la madre y la hermana, des- pués de acostar al padre, tornaban al come- dor y abandonaban el trabajo para sentarse muy cerca una de otra, casi mejilla con me- jilla, La madre seftalaba hacia Ia habitacién de Gregorio y decia: Grete, cierra esa puerta. Y Gregorio hallabase de nuevo sumido en la oscuridad, mientras, en la habita¢ contigua, las mujeres confundian sus ligri- mas, 0 se quedaban mirando fijamente a la mesa, con los ojos secos. Las noches y los dfas de Gregorio desli- zabanse sin que el suefio tuviese apenas Parte en ellos. A veces, ocurriasele pensar que iba a abrirse la puerta de su cuarto, y que él iba a encargarse de nuevo, como an- tes, de los asuntos de la familia. Por su mente volvieron a cruzar, tras largo tiem- Po, el jefe y el gerente, el dependiente y el aprendiz, aquel ordenanza tan cerril, dos 0 tres amigos que tenia en otros comercios, una camarera de una fonda provinciana, y un recuerdo amado y pasajero: el de una cajera de una sombrereria, a quien habia B Franz Kafka formalmente pretendido, pero sin bastante apremio. Todas estas personas apareciansele con- fundidas con otras extrailas ha tiempo ol- vidadas; mas ninguna podia prestarle ayu- da, ni a él nia Jos suyos. Eran todas inase- quibles, y se sentia aliviado cuando lograba desechar su recuerdo. Y, después, perdia también el humor de preocuparse por su f milia, y solo sentfa hacia ella la irritacién producida por la poca atencién que se le dispensaba. No se le ocurrfa pensar en nada que le apeteciera; empero, fraguaba planes para llegar hasta la despensa y apoderarse, aunque sin hambre, de lo que en todo caso Ie pertenecia de derecho. La hermana no sé preocupaba ya de idear lo que més habia de agradarle; antes de marchar a su traba- jo, por la mafiana y por la tarde, empujaba con el pie cualquier comida en el interior del cuarto, y luego, al regresar, sin fijarse siquiera si Gregorio solo habia probado la comida —lo cual era lo més frecuente— 0 si ni siquiera la habia tocado, recogia los restos de un escobazo. El arreglo de la ha- bitacién, que siempre tenia Iugar de noche, no podfa asimismo ser mas rapido. Las pa redes estaban cubiertas de mugre, y el pol- La metamorfosis 81 vo y la basura amontondbanse en los rin- cones. En los primeros tiempos, al entrar la hermana, Gregorio se situaba precisamente en el rincén en que la porqueria le resulta. ba més patente. Pero ahora podia haber per- manecido alli semanas enteras sin que por eso la hermana se hubiese aplicado més, pues veia la porquerfa tan bien como él, pero estaba, por lo visto, decidida a dejarla. Con una susceptibilidad en ella completa- mente nueva, pero que se habia extendido a toda la familia, no admitia que ninguna otra persona interviniese en el arreglo de la habitacién. Un dia, la madre quiso lim- piar a fondo el cuarto de Gregorio, tarea que solo pudo llevar a cabo con varios cu- bos de agua —y verdad es que la humedad le hizo dato a Gregorio, que yacia amarga- do e inmévil debajo del sofé—, mas el cas- tigo no se hizo esperar: apenas hubo adver- tido la hermana, al regresar por la tarde, el cambio operado en la habitacién, sintiése ofendida en lo més intimo de su ser, preci- pitése en el comedor, y, sin reparar en la itud suplicante de la madre, rompié en una crisis de lagrimas que sobrecogié a los padres por cuanto tenfa de extrafia y des- consolada. Por fin, los padres —el padre, afta. 6 82 Franz Kafka asustado, habia dado un brinco en su bu- taca— se tranquilizaron; el padre, a la de- recha de la madre, reprochabale el no haber cedido por entero a la hermana el cuidado de la habitacién de Gregorio; la hermana, a la izquierda, aseguraba a gritos que ya no le seria posible encargarse de aquella lim- pieza. Entretanto, la madre queria levarse a la alcoba al padre, que no podia contener su excitacién; la hermana, sacudida por los sollozos, daba puiietazos en la mesa con sus manitas, y Gregorio silbaba de rabia, por- que ninguno se habia acordado de cerrar la puerta y de ahorrarle el tormento de aquel espectaculo y aquel jollin. ‘Mas si la hermana, extenuada por el tra- bajo, hallabase ya cansada de cuidar a Gre- gorio como antes, no tenfa por qué rempla- zarla la madre, ni Gregorio tenia por qué sentirse abandonado, que ahi estaba la asis- tenta. Esta viuda, harto crecida en afios y a quien su huesuda constitucién debia ha- ber permitido resistir las mayores amargu- ras en el curso de su dilatada existencia, no sentia hacia Gregorio ninguna repulsién propiamente dicha. Sin que ello pudiese achacarse a un afin de curiosidad, abrié un dia la puerta del cuarto de Gregorio, y, ala vista de éste, que en su sorpresa, y aunque La metamorfosis 3 nadie le perseguia, comenzé a correr de un lado para otro, permanecié inmutable, con Jas manos cruzadas sobre el abdomen. Desde entonces, nunca se olvidaba de en- treabrir, tarde y mafaana, furtivamente la puerta, para contemplar a Gregorio. Al prin- cipio, incluso le Hamaba, con palabras que sin duda crefa carifiosas, como: «jVen aqui, pedazo de bicho! Vaya con el pe- dazo de bicho este! » A estas llamadas, Gregorio no solo no respondia, sino que seguia inmévil en su sitio, como si ni siquiera se hubiese abierto la puerta. jCuanto mas no hubiese valido que se le ordenase a esta sirvienta limpiar diariamente su cuarto, en lugar de aparecer para importunarle a su antojo, sin prove- cho ninguno! Una mafiana temprano —mientras la Hu: via, tal vez heraldo de la primavera proxi- ma, azotaba furiosamente los cristales— la asistenta comenz6 de nuevo sus manejos, Gregorio irritése a tal punto, que se volv contra ella, lenta y débilmente, es cierto, pero en disposicién de atacar. Mas ella, en vez de asustarse, levanté simplemente en alto una silla que estaba junto a Ia puerta, y quedése en esta actitud, con la boca abier. ta de par en par, cual demostrando a las a4 Franz Kafka claras su propdésito de no cerrarla hasta después de haber descargado sobre la espal- da de Gregorio la silla que tenia en mano. —¢Conque no seguimos adelante? —pre~ gunté, al ver que Gregorio retrocedia. Y tranquilamente volvié a colocar Ja silla en el rineén. Gregorio casi no comja. Al pasar junto a los alimentos que tenia dispuestos, tomaba algin bocado a modo de muestra, lo guar- daba en la boca durante horas, y casi siem- re lo escupia. Al principio, pensé que Fu desgana era efecto, sin dude, de la me. ancolfa en que le sumia el estado de su habitacién; pero precisamente se. habitus muy pronto al nuevo aspecto de ésta. Ha- bian ido tomando la costumbre de colocar alli las cosas que estorbaban en otra parte, las cuales eran muchas, pues uno de los cuartos de la casa habia sido cedido a tres huéspedes. Estos, tres sefiores muy forma- les —los tres usaban barba, segtin compro- bé Gregorio una vez por la rendija de la puerta—, cuidaban de que reinase el orden més escrupuloso no solo en su propia ha- bitacién, sino en toda y en todo lo de la casa, puesto que en ella vivian, y muy espe- cialmente en la cocina. Trastos intitiles, y La metamorfosis 85 mucho menos cosas sucias, no los sopor- taban, Ademés, habfan traido consigo la mayor Parte de su mobiliario, lo cual hacia inne. Cesarias varias cosas imposibles de vender, Pero que tampoco se querian tirar. ¥ todas estas cosas iban a parar al cuarto de Gre. gorio, de igual modo que el cogedor de las cenizas y el cajén de la basura. Aquello que de momento no habia de ser utilizado, la asistenta, que en esto se daba mucha prisa, Jo arrojaba al cuarto de Gregorio, quien, por fortuna, la mayoria de las veces, solo lograba divisar el objeto en cuestin y la mano que lo esgrimia. Quizé tuviese inten- cién la asistenta de volver en busca de aquellas cosas cuando tuviese tiempo y oca. sion, 0 de tirarlas fuera todas de una vez; pero el hecho es que permanecian alli don- de habian sido arrojadas en un principio A menos que Gregorio se revolviese contra ¢l trasto y lo pusiese en movimiento, impul- sado a ello primero porque éste no le de. jaba ya sitio libre para arrastrarse, y luego por verdadero afan, aunque después de ta. les paseos quedaba horriblemente triste y fatigado, sin ganas de moverse durante ho. ras enteras Los huéspedes, algunos dias cenaban en 86 Franz Kafka casa, en el comedor comun, con lo cual la puerta que daba a esta habitacién permane- cia también cerrada algunas noches; mas esto a Gregorio importabale ya muy poco, pues incluso algunas noches en que la puer- ta estaba abierta, no habia aprovechado esta coyuntura, sino que se habia retirado, sin que la familia Jo advirtiese, al rincén més oscuro de su habitacién. Pero acontecié un dia que la sirvienta dejé algo entornada Ja puerta que daba al comedor, y que ésta permanecié de igual guisa cuando los huéspedes entraron por la noche y dieron la luz. Sentdronse a la mesa, en los sitios antafio ocupados por el padre, la madre y Gregorio, desdoblaron las servi- Metas y empuiiaron cuchillo y tenedor. Al punto aparecié en la puerta la madre con una fuente de carne, seguida de Iz hermana, que trafa una fuente con una pila de pa- tatas. De la comida se elevaba una nube de humo. Los huéspedes inclindéronse sobre las fuentes colocadas ante ellos, cual si qui- siesen probarlas antes de servirse, y, en efecto, el que se hallaba sentado en medio, y parecia el més autorizado de los tres, cor- 16 un pedazo de carne en la fuente misma, sin duda para comprobar que estaba bas La metamorfosis e tante tierna y que no era menester devol- verla a la cocina. Exteriorizé su satisfac- cién, y la madre y la hermana, que habjan observado suspensas la operacién, respira- ron y sonrieron, Entretanto, la familia comfa en la cocina. A pesar de lo cual, el padre, antes de diri. girse hacia ésta, entraba en él comedor, ha- cfa una reverencia general y, gorra en mano, daba la vuelta a Ia mesa. Los huéspedes se ponjan en pie y murmuraban algo para sus adentros. Después, ya solos, comian casi en silencio. A Gregorio resultabale extraiio percibir siempre, entre los diversos ruidos de la co- mida, el que los dientes hacian al masticar, cual si quisiesen demostrar a Gregorio que para comer se necesitan dientes, y que la més hermosa mandibula, virgen de dientes, de nada puede servir. «Pues sf que tengo apetito —deciase Gregorio, preocupado—. Pero no son éstas las cosas que me apete- cen... ;Cémo comen estos huéspedes! ;Y Yo, mientras, muriéndome! » Aquella misma noche —Gregorio no re- cordaba haber ofdo el violin en todo aquel tiempo— sintié tocar en la cocina. Ya ha- bian acabado los huéspedes de cenar. El que estaba en medio habia sacado un pe- 88 Franz Kafka riédico y dado una hoja a cada uno de los ros dos, y los tres lefan y fumaban recos- tados hacia atras. Al sentir el violin, quedé fija su atencién en la musica; se levanta- y, de puntillas, fueron hasta la puerta del recibimiento, junto a la cual permane- cieron inméviles, apretados uno contra otro, Sin duda se les oyé desde la cocina, pues el padre pregunt6: —Tal vez a los sefiores les desagrada la mis Y afiadis: —En ese caso, puede cesar al momento. —Al contrario —aseguré el sefior de mas autoridad—, {No querria entrar la seforita y tocar aqui? Seria mucho mas cémodo y agradable. — Claro, no faltaba mas! —respondié el padre, cual si fuese él mismo el violinista. Los huéspedes tornaron al interior del comedor, y esperaron. Muy pronto lleg6 el padre con el airil, luego la madre con los papeles de misica, y, por fin, la hermana, con el violin. La hermana lo dispuso todo tranquilamente para comenzar a tocar. Mientras, los padres, que nunca habfan te- nido habitaciones alquiladas y que, por lo mismo, extremaban la cortesfa para con los huéspedes, no se atrevian a sentarse en sus La metamorfosis 89 propias butacas. El padre quedé apoyado la puerta, con la mano derecha metida entre dos botones de la librea cerrada; pero a la madre, uno de los huéspedes le ofrecié una butaca, y se senté en un rincén apar- tado, pues no movié el asiento del punto en que aquel sefior lo habia, casualmente, colocado. Comenzé a tocar la hermana, y el padre y la madre, cada uno desde su sitio, seguian todos los movimientos de sus manos, Gre- gorio, atraido por la musica, atrevidse a avanzar un poco, y encontrése con la cabe- za en el comedor. Casi no le sorprendia la escasa consideracién que guardaba a los de- més en los tiltimos tiempos, y, sin embargo, antes, esa consideracién habia sido precisa- mente su mayor orgullo. Empero, ahora més que nunca, tenia él motivo para ocul- tarse, pues, debido al estado de suciedad de su habitacién, cualquier movimiento que hacia levantaba olas de polvo en torno suyo, y él mismo estaba cubierto de polvo y arras- traba consigo, en Ia espalda y en los costa- dos, hilachos, pelos y restos de comida. Su indiferencia hacia todos era harto mayor que cuando, cual antafio varias veces al dia, podia, echado sobre la espalda, restregarse contra la alfombra. Y, sin embargo, a pesar 90 Franz Kafka del estado en que se hallaba, no sentia el menor rubor en avanzar por el suelo in- maculado del comedor. Verdad es que nadie se cuidaba de él. La familia hallabase completamente absorta por el violin, y los huéspedes, que a lo pri- mero habjanse colocado, con las manos en los bolsillos del pantalén, junto al atril, de- masiado cerca de éste, con lo cual todos podian ir leyendo las notas y molestaban seguramente a la hermana, no tardaron en retirarse hacia la ventana, en donde perma- necfan cuchicheando, con las testas inclina- das, y observados por el padre, a quien esta actitud visiblemente preocupaba. Y es que aquello parecfa decir bastante a las claras que su ilusién de oir musica selecta o di- vertida habia sido defraudada, que ya em- pezaban a cansarse y que solo por cortesia consentian que siguiese molestandoles y turbando su santa tranquilidad. Especial- mente el modo que todos tenian de echar por la boca o la nariz el humo de sus ciga- ros, delataba gran nerviosidad. Y, empero, jqué bien tocaba la hermana! Con el rostro ladeado seguia atenta y triste- mente leyendo el pentagrama. Gregorio se arrastré otro poco hacia adelante y mantu- vo la cabeza pegada al suelo, haciendo por La metamorfosis 9 encontrar con su mirada la mirada de la hermana, éSi seria una fiera, que la musica tanto le impresionaba? Le parecia como si se abriese ante él el camino que habia de conducirle hasta alimento desconocido, ardientemente anhe- lado. Si, estaba decidido a Megar hasta la hermana, a tirarle de la falda y a hacerle comprender de este modo que habia de ve- nir a su cuarto con el violin, porque nadie premiaba aqui su musica cual él queria ha- cerlo. En adelante, ya no Ja dejaria salir de aquel cuarto, al menos en tanto él viviese. Por primera vez habia de servirle de algo aquella su espantosa forma. Querfa poder estar a un tiempo en todas Jas puertas, pronto a saltar sobre todos los que pretendiesen atacarle. Pero era preciso que la hermana permaneciese junto a él, no a la fuerza, sino voluntariamente; era pre- ciso que se sentase junto a él en el sofa, que se inclinase hacia él, y entonces le con- fiarfa al ofdo que habia tenido la firme in- tencién de enviarla al Conservatorio, y que de no haber sobrevenido la desgracia, du- rante las pasadas Navidades —pues las Navidades ya habian pasado, no?—, asf se lo hubiera declarado a todos, sin cuidarse 92 Franz Kafka de ninguna objecién en contra. ¥ al oir esta explicacién, la hermana, conmovida, rompe- ria a llorar, y Gregorio se alzaria hasta sus hombros, y la besaria en el cuello, que, des- de que iba a la tienda, levaba desnudo, sin cinta ni cuello. —Sefior Samsa —dijo de pronto al padre el sefior que parecia ser el mas autorizado. Y, sin desperdiciar ninguna palabra més, mostré al padre, extendiendo el indice en aquella direccién, a Gregorio, que iba len- tamente avanzando. El violin enmudecié al punto, y el sefior que parecia ser el mas au- torizado sonrié a sus amigos, sacudiendo la cabeza, y torné a mirar a Gregorio. Al padre le parecié lo més urgente, en lugar de arrojar de alli a Gregorio, tranqui- lizar a los huéspedes, los cuales no se mos- traban ni mucho menos intranquilos, y pa- recian divertirse ms con la aparicién de Gregorio que con el violin. Precipitése ha- cia ellos, y, extendiendo los brazos, quiso empujarlos hacia su habitacién a la vez que les ocultaba con su cuerpo la vista de Gre~ gorio. Ellos, entonces, no disimularon su enojo, aunque no era posible saber si éste obedecia a la actitud del padre o al enterar- se en aquel momento de que habian convi- La metamorfosis 3 vido, sin sospecharlo, con un ser de aquella indole. Pidieron explicaciones al padre, alzaron a su vez los brazos al cielo, se estiraron la barba. con gesto inquieto, y no retrocedic- ron sino muy lentamente hasta su habita- cién. Mientras, la hermana habia logrado so- breponerse a la impresién que hubo de cat. sarle en un principio el verse bruscamente interrumpida. Quedése un punto con los brazos caidos, sujetando con indolencia el arco y el violin, y la mirada fija en el papel de miisica, cual si todavia tocase. Y de pron- to estallé: plantéle el instrumento en los brazos a la madre, que seguia sentada en su butaca, medio ahogada por el dificultoso trabajo de sus pulmones, y se precipité al Cuarto contiguo, al que los huéspedes, em- Pujados por el padre, thanse acercando ya mas répidamente. Con gran destreza aparté e hizo volar por Jo alto mantas y almoha. das, y aun antes de que los sefiores penetra- sen en su habitacién, ya habfa terminado de arreglarles las camas y se habia escabullido. EI padre hallabase a tal punto dominado por su obstinacién, que se olvidaba hasta del mas elemental Tespeto debido a los hués- pedes, y los seguia empujando frenética,

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