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DESGARRAMIENTOS CIVILIZATORIOS
Símbolos, corporeidades, territorios
Este libro forma parte del Proyecto de Investigación del Sistema Universitario Jesuita (SUJ)
titulado Tejido social, socialidades y prácticas emergentes en México ante los
desgarramientos civilizatorios.
Al iniciarse la Pandemia del Covid 19, el libro estaba ya en la fase final de su
elaboración y no fue modificado. Será necesario un diálogo posterior de estos textos con los
desafíos de esta realidad, más predecible de lo que se ha dicho, pero no por ello menos
abrumadora.
3
ÍNDICE
Introducción
Ma. Eugenia Sánchez Díaz de Rivera y Andrea de la Hidalga Ríos.
Introducción
María Eugenia Sánchez Díaz de Rivera y Andrea de la Hidalga Ríos
1
Sassen, Saskia (2015). Expulsiones: brutalidad y complejidad en la economía global. Buenos Aires: Katz
2
Klein, Naomi (2017) Decir no, no basta. Contra las nuevas políticas del shock por el mundo que queremos.
Barcelona: Paidós
3
Mallouf, Amin (2019). El naufragio de las civilizaciones. Madrid: Alianza Editorial
4
Augé, Marc (1998). Hacia una antropología de los mundos contemporáneos. Barcelona: Gedisa
5
Touraine, Alain (2018) Défense de la modernité. Paris:Seuil.
6
Echeverría, Bolívar. (1998) Violencia y Modernidad. En Sánchez Vázquez, Adolfo. El mundo de la
violencia. México DF. UNAM-FCE
7
Leyva, Xochitl ; Alonso, Jorge ; Hernández, Aída ; Escobar, Arturo ; Köhler, Axel y otros. (2015.)
Prácticas de conocimiento(s). Entre crisis, entre guerras. Vols. I, II, III. San Cristóbal de las Casas:
Cooperativa Editorial Retos.
5
Los desgarramientos civilizatorios: una mirada. Ma. Eugenia Sánchez Díaz de Rivera
11
Sánchez Díaz de Rivera, Ma. Eugenia (2020). Los desgarramientos civilizatorios: una mirada.
[manuscrito presentado para publicación]. UIA, Puebla.
7
En este capítulo se plantea una propuesta teórica y epistemológica que pretende aportar
elementos de comprensión de la crisis civilizatoria que está viviendo la humanidad, crisis
inédita por sus dimensiones planetarias, demográficas y ambientales, y que está detonando
nuevas violencias y reconfigurando la realidad global. A partir de una articulación
compleja y no lineal de capitalismo, patriarcado y colonialidad, el texto sugiere la
necesidad de deconstruir las categorías analíticas tradicionales 12
que, en vez de ayudar a
comprender las realidades emergentes las encubren. Se propone la categoría de
“desgarramientos civilizatorios” como el resquebrajamiento de entramados sociales
históricos de larga duración y que pueden ser un nodo de comprensión privilegiado y quizás
un lugar epistemológico para mirar los problemas y desafíos de la crisis civilizatoria. Estos
desgarramientos se presentan organizados en tres ámbitos específicos: territorios y
corporeidades resquebrajadas, símbolos e identidades dislocados, regulaciones
institucionales desestructuradas. El planteamiento puede ser útil para ahondar en esas
tendencias subterráneas que sugiere Sassen 13, y para profundizar en la comprensión de las
lógicas que atraviesan el mundo y, en particular México además de ser una valiosa pista
para identificar nuevas prácticas y subjetividades que emergen de las rupturas y que
caminan rumbo a lo que Sánchez llama presentes dignos.
articulan de formas nuevas. En este contexto enfatiza la manera como el declive del trabajo
productivo ha generado “población desechable” que es utilizada para procesos de
acumulación a partir de la violencia. Fuentes analiza la nueva morfología de la violencia a
través de un dispositivo de extracción y regulación de la excedencia, categoría propuesta
por él y que permite comprender como se está generando ganancia a partir de la
sobreexplotación del trabajador desechable y extrayendo recursos a través de la extorsión.
Ambos momentos relanzan la acumulación de capital a partir de su lógica predatoria. Y de
manera más provocadora, el autor considera que las recomposiciones de las lógicas de
violencia dan pie “a plantear su ejercicio como parte de una nueva forma estatal”.
Los agujeros estructurales y las apropiaciones predatorias del territorio y las nuevas
subjetividades.
14
Sassen, Saskia (2015). Expulsiones: brutalidad y complejidad en la economía global. Buenos Aires: Katz
10
experiencia de solidaridad de género y de ayuda mutua a partir del dolor ocasionado por la
violencia en Tancítaro, Michoacán (México) y la Cooperativa del Hotel Taselotzin, en la
Sierra Nororiental de Puebla (México) que surgió a partir de la organización de mujeres
indígenas nahuas. En contextos diversos, pero frente a realidades de desigualdad, de
expulsión y de machismo generadas a partir del desarrollismo y del neoliberalismo estas
experiencias de economía social visibilizan formas de presentes dignos, es decir, de
ámbitos de resistencia, de reconocimiento horizontal, de posibilidades de reproducción de
la vida que emergen entre los desgarramientos civilizatorios17
18
Escalante, Natalia (2019) Los factores desincriminantes y atenuantes del aborto inducido en México y la
configuración de una imagen biologizada y naturalizada de la mujer. Tesis para obtener el grado de doctora
en sociología. Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades/BUAP
19
Fraser, Nancy y Honneth, Axel (2006) ¿Redistribución o reconocimiento? México: Morata.
12
permite entender los desgarramientos que subyacen en una institución que reproduce y
protege el sistema heteropatriarcal en contrasentido a una lucha gradual por la igualdad y
los derechos de las mujeres, con su irrupción en sistemas legales y extralegales como los
ámbitos familiar, religioso, económico y social.
20
Tribe, Laurence H. (2012). El aborto: guerra de absolutos; pról. de José Ramón Cossío Díaz, Luz Helena
Orozco y Villa, Luisa Conesa Labastida. México: FCE, INACIPE.
13
Introducción
14
21
Arturo Aguirre llama fosa común a la fosa clandestina quitándole así la connotación
estigmatizante
15
La crisis de la modernidad/colonialidad
concepto de Antropoceno para definir una nueva era geológica, es decir, un período en la
historia de la humanidad en el que el ser humano y la repercusión de su acción sobre el
sistema Tierra han traspasado un umbral importante. Wallerstein (2005) alerta desde hace
muchos años sobre el resquebrajamiento del sistema-mundo contemporáneo. Algunos
autores consideran que en vez de Antropoceno habría de nombrarlo Capitaloceno,
(Altvater, 2014.) El historiador Thomas Berry (2013) aspira a que la humanidad entre en la
era Ecozoica que transforme sus relaciones con la tierra y con todas las formas de vida.
Cuando hablamos de crisis civilizatoria en este trabajo, hacemos referencia a la crisis de
la modernidad/colonialidad. Somos conscientes de los límites, de las críticas y también de
la pluralidad de este enfoque, pero nos parece, al menos por el momento, el más pertinente.
Entendemos modernidad/colonialidad como las formas de interacción establecidas entre el
Occidente y el Oriente, el Norte y el Sur, como el proceso civilizatorio producido por la
Humanidad en los últimos siglos. Asumimos los planteamientos de que “la colonialidad es
constitutiva de la modernidad, y no derivativa” (Mignolo, 2005: 61), de que la modernidad
no es el resultado de procesos intraeuropeos (Dussel, 2007) sino un fenómeno que se
arraiga en la subordinación de unas geografías por otras. Algunos autores enfatizan la
subordinación económico-política, otros la cultural-simbólica, pero todos coinciden en su
carácter violento. La modernidad se arraiga en estructuras epistemológicas y filosóficas
que contienen en sí mismas los elementos para generar otros excluidos y eliminables, así
como la justificación racional para tal eliminación (Bauman,2006; Santos, 2009;
Mbembe,2016).
La modernidad/colonialidad como proceso civilizatorio y la estructuración del sistema
capitalista están imbricados, pero nuestro enfoque no es capitalocéntrico porque creemos
que la modernidad/colonialidad como proceso civilizatorio no es un resultado causa-efecto
del sistema económico capitalista. Capitalismo, colonialidad y patriarcado fueron
conformando históricamente un entramado complejo. “La relación entre
modernidad/colonialidad y capitalismo es una donde la primera, como proceso civilizatorio,
es constitutiva de y se enreda con la segunda” (Grosfoguel, 2016: 61), de la misma forma
como se “enreda” con el sexismo y el racismo.
La crisis de este proceso histórico se expresa en un apartheid creciente, con territorios
destrozados que desde su deterioro alimentan islas de bienestar y seguridad. Se manifiesta
17
porque “La fosa común convierte el espacio de habitar en una oquedad doliente” (p.77). La
fosa común nos revela la forma como se está destruyendo el territorio habitable y nos está
convirtiendo en seres a-terrados. Los cuerpos encimados, mutilados, desmembrados que
destruyen identidades y singularidades, muestran además de la violencia al matar y el
asesinato despiadado, la destrucción de la condición humana. La forma como los medios y
las instituciones comunican estas realidades, destruyen la singularidad de las personas
convirtiéndolas en números y facilitando la naturalización de la violencia. Necesitamos,
dice el autor “Esclarecer la comunidad que somos ante la oquedad producida”. (p.106)
Por otra parte, es conveniente distinguir conflicto de violencia, porque precisamente
una de las causas de muchas violencias es la negación del conflicto y por lo mismo la
incapacidad de gestionarlo, sea este político, social o psicológico. Y el conflicto o al menos
la tensión forman parte de la construcción social y de la creatividad humana. La ausencia de
conflictos en un grupo humano suele darse en estructuras autoritarias y su negación es
caldo de violencia. Si embargo el contexto mundial actual, y el de México en particular
interpelan a intentar, repetimos “Esclarecer la comunidad que somos ante la oquedad
producida”. (Aguirre, 2016, p.106).
El análisis de esas rupturas podría ser útil para ahondar en esas tendencias subterráneas
que sugiere Sassen (2015), y para profundizar en el entendimiento de las lógicas violentas
que atraviesan el mundo y en particular México.
Este planteamiento podría ubicarse en el contexto de las múltiples reflexiones en
torno a la crisis de la modernidad, sin embargo, aspira a tomar distancia tanto de cierto
pensamiento “posmoderno” en el sentido de un relativismo radical que parece asentarse en
una especie de nihilismo o de resignación; como del concepto de emancipación que es el
eje de la modernidad y de la Teoría Crítica porque a este concepto subyace un utopismo
que habría que problematizar. Al concepto de emancipación - heredado por la Ilustración,
reelaborado por la tradición marxista, anclado en el mesianismo judeo-cristiano - subyace
la convicción de la posibilidad de llegar a una sociedad “transparente” en las que
desaparezca toda forma de opresión y enajenación, en la que las relaciones entre los seres
humanos y con la naturaleza serán armoniosas.
Es posible que la crisis de la modernidad/colonialidad esté poniendo en tela de
juicio este mesianismo subyacente a los conceptos de emancipación/liberación. En el
imaginario occidental de la modernidad se atisban ideas de paraísos perdidos y de paraísos
a los cuales arribar. Se construyó la ilusión de controlar la realidad y el futuro a partir de la
razón. El problema del mal- el dolor, el sufrimiento- se visualiza como un accidente a evitar
frente a la “norma” del bien (Basset, 2004). La supuesta claridad en la explicación del mal,
como algo totalmente eliminable, se convirtió en un ordenador cognitivo, social, emocional
e ideológico que tiene relación con diversas formas de violencia.
En el trasfondo de estas reflexiones existe con frecuencia el debate sobre si es o no
posible la construcción de modernidades no capitalistas (Echeverría, 1998). Eso depende
del concepto de modernidad subyacente. La modernidad capitalista es homogeneizadora, la
diversidad se inferioriza para legitimar su explotación o su utilización. El eje de la
modernidad es la idea de emancipación que ha significado la ruptura de ataduras. Las
ataduras de la naturaleza mediante la tecnología, las ataduras de los dioses, a través de la
secularización, las ataduras de la colectividad, mediante la construcción del sujeto
individual y autónomo. Y esas rupturas vinculadas a la lógica del progreso lineal e
indefinido se dieron simultáneamente a la consolidación de la esclavitud y el racismo, y al
despojo y subordinación de bienes y territorios.
20
45), una violencia que nos ha dejado “sin palabras”, colocándonos ante una situación
“lingüísticamente caótica”. (Cavarero citada en Aguirre, 2016: 49).
La categoría de Desgarramientos Civilizatorios podría ayudar a detectar esas
tendencias subterráneas”, de las que habla Sassen (2015), al señalar “aceleraciones o
rupturas que generan significados nuevos” (p. 12) y a establecer si estamos frente
“versiones extremas de dificultades viejas o manifestaciones de alguna cosa o algunas cosas
nuevas y perturbadoras “(p.16)
Estos Desgarramientos Civilizatorios atraviesan la existencia individual y social,
trastocan los referentes culturales e identitarios que dieron sentido a la “modernidad”: el
sistema de familia patriarcal, el Estado-nación, los metarrelatos políticos y religiosos, la
cosificación de la naturaleza. Así mismo resquebrajan la lógica del progreso con su
componente de la omnipotencia de la ciencia y la tecnología, su encubrimiento de los
antagonismos sociales y su capacidad depredadora de la tierra como hábitat vital. Se trata
de quiebres que están siendo fuente de diferentes formas de violencia, de rupturas y
recreaciones de tejidos sociales; de la emergencia de nuevas socialidades y de la
reconfiguración de prácticas individuales y colectivas. Estos quiebres no son
necesariamente sincrónicos, en el sentido de que en muchas geografías han estado presentes
de maneras multiformes, pero que en la actualidad adquieren una visibilidad inédita.
En ese sentido este enfoque intenta construir una aproximación que favorezca
nuevas miradas de la realidad contemporánea.
Para apuntalar la reflexión podríamos ubicar a los desgarramientos en tres grandes
ámbitos y que, de alguna forma, y sin haberlo previsto, se pueden relacionar con el desafío
y la furia de la fosa común (Aguirre, 2016). En la radicalidad violenta que parece haberse
desatado en las últimas décadas, la fosa común es la metáfora que muestra la
deshumanización del espacio, la destrucción de los cuerpos, la negación de la identidad
humana, y la incapacidad y complicidad de las instituciones. Si para Foucault la prisión es
un punto de partida para entender a la sociedad disciplinaria, para Agamben (2006) lo es el
campo de concentración, ese estado de excepción continuo que, siendo el otro lado de la
norma, no es lo contrario del orden instituido, sino el principio que le es inmanente, tal vez
la fosa común nos esté revelando los rasgos centrales de la producción societal
contemporánea. Es cierto que la fosa común parece hacer referencia sobre todo a la
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dinámica social de México, sin embargo, podría generalizarse si se concibe como “el punto
final de la muerte en vida constituida previamente en el espacio abierto, en la expulsión
como cotidianidad, en la deshumanización que se está produciendo en el espacio de lo
cotidiano y de manera paulatina” (Fuentes, 2020). La fosa común interpela a:
…una decisión renovada de mirar el centro de la oscuridad. Si estamos dispuestos a hacerlo sin tener
favoritismo entre nuestras fuentes teóricas clásicas, este viaje puede también permitirnos volver de
manera renovada a teorizar sobre las fuentes del orden en la vida social, además de teorizar sobre la
resolución de conflictos, la curación de heridas… (Appadurai, 2017: 135).
Este desgarramiento es inseparable del anterior, pero permite enfatizar las consecuencias de
la destrucción del hábitat vital y de la evolución de la estructura demográfica.
La Humanidad ha superado la capacidad de carga del planeta, su huella ecológica
señala que se necesitarían tres planetas tierra para sostener el estilo actual de desarrollo, y la
población de altos ingresos es quien depreda más el nicho vital. En los países pobres el
crecimiento demográfico es más rápido que en los países ricos, pero la superpoblación de
estos últimos y sus hábitos de consumo tiene un impacto mayor en el deterioro ambiental y
por lo mismo esa superpoblación es más amenazante para el hábitat humano. (Ehrlich y
Ehrlich, 1993)
Después de la Segunda Guerra Mundial, la contabilidad de la población se volvió
una obsesión que no se enfocaba en problematizar la orientación del desarrollo, sino en el
crecimiento demográfico desde un enfoque Malthusiano. A lo largo del siglo XX se ha
cuadruplicado la población mundial y sigue aumentando en 80 millones cada año.
(Comisión Mundial del Medio Ambiente y del Desarrollo, 1988). Según la Organización de
las Naciones Unidas (ONU), en el 2100 el planeta tendrá 10 mil millones de personas, el
doble de habitantes que el mundo tuvo en 1987 cuando la población llegó a 5 mil millones
de individuos.
La gestión de la dinámica poblacional se centró en políticas de planificación
familiar para reducir la fecundidad en el mundo, sin tomar en cuenta realidades culturales
diferenciadas, como las sociedades en donde los hijos representan una ayuda para el trabajo
y para la vejez. Precisamente el envejecimiento de la población está planteando un gran
desafío para todas las sociedades, está trastocando los patrones demográficos y la
supervivencia y el cuidado de los ancianos. La población de personas mayores de 60 años
en el mundo era en 2006 de 688 millones, según estimaciones del Departamento de
Asuntos Económicos y Sociales de las Naciones Unidas (2006), que, a su vez, proyecta que
para 2050 el número de adultos mayores probablemente superará, por primera vez en la
historia humana, a los menores de 15 años. “El índice de envejecimiento pasará de 15
mayores de 65 años por cada 100 menores de 15 años a 83 en 2050” (Cardona y Peláez,
2012:338)
En las últimas décadas la distribución y la dinámica de la población ha modificado
el rostro de la Humanidad.
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Para el primer cuarto del presente siglo XXI, las tendencias parecen situarse, salvo cambios
imprevistos, en una presencia de la población asiática en más de 50 por ciento, seguida de la
población africana, que le ha quitado el segundo puesto a la europea; en tercer lugar, se encuentra la
población americana, que sigue creciendo por el sur, incluyendo su traslado al norte mediante los
procesos migratorios. (Alcañiz, 2008: s/ p).
Los cuerpos se han desintegrado de innumerables maneras, que los científicos sociales han
comenzado a documentar minuciosamente. Los órganos se han convertido en parte de una
mercantilización global y así llevan vidas que exigen una separación de los cuerpos que los
albergaban […]. La cirugía plástica suma, resta y redistribuye grasa de manera indiscriminada para
reorganizar la estética del todo corporal. […]. La vida en Internet ha alentado numerosas formas de
multiplicación y división de nombres, identidades, imágenes, voces y vidas, de modo que ha llegado
a crearse un cibermundo paralelo de partes y todos cuya lógica es diferente de la vida social primaria.
Los cuerpos se han convertido, de todas estas maneras, en el material para recombinaciones de
formas y visiones sociales más amplias. (Appadurai, 2017 :129)
partir del Tratado de Westfalia en el siglo XVII en el que se construyó la base del Estado
moderno centrado en la integridad territorial y la soberanía nacional. Las diferentes
dinámicas globales tecnológicas, financieras, políticas y de la comunicación resquebrajaron
ese constructo que se consolidó en el Siglo XX. El supuesto de la convergencia entre
territorio, etnia, y soberanía se desestabilizó. “Las dinámicas actuales de re-scaling cortan
transversalmente la dimensión institucional del territorio producida por la formación de los
estados nacionales” (Sassen, 2012:14). Es así como se reconfiguran las jerarquías
territoriales, como emergen nuevos actores y nuevas identidades trasnacionales y
subnacionales con complejas relaciones y alianzas inéditas. Hay territorios controlados por
el crimen organizado y/o por las corporaciones trasnacionales que se convierten en una
especie de soberanías que compiten o se articulan con la del Estado. El Estado nacional ya
no es el contenedor del proceso social puesto que dejó de haber correspondencia entre lo
nacional y el territorio nacional (Sassen, 2012) y eso más allá de la emergencia de los
nuevos nacionalismos.
Este resquebrajamiento está directamente relacionado con la problematización de
las identidades nacionales y con las subjetividades que le subyacen.
La soberanía es considerada como nacional, en el sentido de que reside
individualmente en la nación entera y no de manera divisa en la persona, ni tampoco en
ningún grupo de nacionales. La nación es entonces soberana como colectividad unificada
(Mwayila, s/f:34). Por esa razón la identidad nacional es el sustrato del Estado. Y en la
mayoría de los casos es el Estado el que ha producido la nación como identidad colectiva.
El Estado nacional ya no es fuente de identidad colectiva, y es precisamente en ese contexto
en el que se hace visible la incompatibilidad entre ciudadanía y diversidad,
incompatibilidad naturalizada y “escondida” en las identidades nacionales construidas por
procesos racializantes de asimilación e integración.
Ciudadanía y diversidad cultural han enfrentado siempre grandes contradicciones
que a través de diferentes dispositivos se habían encubierto o gestionado. Al liberalismo le
subyace la concepción del individuo como ser autónomo que se relaciona con otros seres
autónomos y con la naturaleza como exterioridad. Ese es el ciudadano, y la sociedad es la
suma de esos individuos autónomos aglutinados por la cultura de una etnia dominante. Los
Estados-nación se construyeron por la imposición de las etnias dominantes sobre el resto de
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la población. Ese es el caso de los ingleses sobre los galeses y escoceses en el Reino Unido
o de los castellanos sobre los catalanes y vascos en España. Si esta situación se hace visible
en Occidente, con mayor razón y con mayor complejidad ocurre en África o en Asia en
donde las potencias coloniales delimitaron fronteras que rompieron límites tradicionales y
que reconfiguraron dinámicas interétnicas a partir de sus intereses.
El concepto de ciudadano al que subyace la jerarquía ciudad-campo, asume una
individualidad desvinculante y por lo mismo tiende a esconder no solo la diversidad
cultural sino las contradicciones de clase (Tischler, 2016).
En un intento de ir más a fondo de la cuestión relacionada con el Estado, Marina
Garcés (2013) afirma que
(p.32).
mujer han hecho el Estado, las creencias y los hombres. Esta expropiación ha
desencadenado y sigue desencadenando violencias múltiples que lograban esconderse, y
que ahora se visibilizan. La violencia machista en el ámbito doméstico, los feminicidios y
otras formas culturales como es el caso de la mutilación genital o ablación que se lleva a
cabo en una gran cantidad de comunidades de diversos países africanos, y en población
africana emigrada a Europa. Esta violencia es una forma de “cirugía política cuyo propósito
es afirmar de manera contundente que el cuerpo femenino puede usarse para poner en
escena las tradiciones patriarcales” (Appadurai, 2017:130)
Algunas autoras señalan que los feminismos anglosajones o inspirados en dichos
feminismos han beneficiado poco a las mujeres, sobre todo cuando se han vinculado el
Estado y a su discurso del “desarrollo” (Galindo, s/f). El Estado ha convertido la lucha de
las mujeres contra el patriarcado en un sector domesticado como lo ha hecho con otros
sujetos políticos para desmovilizarlos. Es así como ha creado políticas para mujeres,
políticas para indígenas, políticas para pobres. (Galindo s/f).
Es evidente que el Estado se ha construido patriarcalmente, y que, aunque en
Occidente exista actualmente la llamada “cuota de género” en los puestos públicos, eso ha
cambiado poco su naturaleza. La lógica y el sustrato ontológico del Estado tienden a
desmovilizar las acciones que suponen el cambio de paradigma social.
Para Rita Segato (2014) no se trata solamente de una lógica de desmovilización sino
de una de guerra. En su análisis sobre la reconfiguración de las guerras sostiene que la
destrucción del cuerpo femenino ocupa un lugar central.
Ese cuerpo en el que se ve encarnado el país enemigo, su territorio, el cuerpo femenino o feminizado,
generalmente de mujeres o de niños y jóvenes varones, no es el cuerpo del soldado-sicario-
mercenario, es decir, no es el sujeto activo de la corporación armada enemiga, no es el antagonista
propiamente bélico, no es aquél contra quien se lucha, sino un tercero, una víctima sacrificial, un
mensajero en el que se significa, se inscribe el mensaje de soberanía dirigido al antagonista. (s/p)
enfoque, considera que puede entenderse el sexo y el género como una construcción del
cuerpo y de la subjetividad, resultado del efecto performativo de una repetición ritualizada
de actos que acaban naturalizándose y produciendo la ilusión de una sustancia, de una
esencia. Y que estas asignaciones genéricas y sexuales se dan en el marco de la Matriz
Heterosexual. Galindo (s/f) por su parte sostiene que la propuesta Queer es políticamente
suicida, porque la agresión del patriarcado sigue estando centrada en un machismo que
violenta a las mujeres.
Estos debates no habrían surgido sin el avance en el conocimiento de la sexualidad y
de la subjetividad. Y aunque los debates entre tesis biologicistas y tesis constructivistas
están lejos de terminar (Fournier, 2014) hay suficientes evidencias que transforman las
miradas sobre la sexualidad y el género. La toma de conciencia, por ejemplo, de que cada
ser humano tiene cinco sexos: el genético, el anatómico, el hormonal, el psicológico y el
social, los que no siempre coinciden o se superponen y que permiten variaciones en las
identidades sexuales (Dortier, 2014); o la constatación de una gran diversidad de
orientaciones sexuales fijas o performativas; o la naturalización de situaciones que no son
naturales sino productos sociohistóricos.
Castells (2000b) considera que la ruptura de la heteronorma es lo que más
problematiza al patriarcado. Y los conflictos en diferentes latitudes por los matrimonios
igualitarios, por ejemplo, muestran las tensiones que esa realidad contiene.
El resquebrajamiento del patriarcado es un desgarramiento civilizatorio de gran
envergadura al cuestionar identidades sexuales, círculos de intimidad y formas de
reproducción de la vida que subyacen a las instituciones de larga duración que han regulado
la vida de las poblaciones, lo que explica tal vez la polarización tan intensa que ha
detonado. Si se toma cuenta lo que plantea Memmi (1968) sobre la dinámica compleja que
se desencadena cuando se rompe la simbiosis en la relación entre dominador y dominado,
surge la pregunta de si el aumento de los feminicidios no tiene que ver con la forma como
se está resquebrajando la identidad masculina históricamente construida.
Probablemente, desde el punto de vista civilizatorio, este desgarramiento sea
medular en la comprensión de las dinámicas actuales. En la deconstrucción del patriarcado
está implícito el cuestionamiento de las subjetividades que sostienen dicho régimen y que a
su vez están a la base de construcciones institucionales.
40
realidad es la “del 50% de la población mundial según todas las mediciones” (Appadurai,
2017:394).
Una especie de angustia existencial aparece en los diferentes estratos sociales. Juan
Ramón de la Fuente (2012) analiza el impacto que la globalización ha tenido en la salud
mental. Los problemas de salud mental, según el autor, han aumentado a escala global:
psicosis, demencias, angustia, depresión, suicidios e intentos de suicidio. Son relevantes los
trastornos asociados a la alimentación y a la imagen corporal, al uso compulsivo de las
computadoras y los teléfonos celulares, y los trastornos propios de las migraciones.
Por otra parte, como reacción a esta incertidumbre, van apareciendo otras narrativas
fundamentalistas, más locales o regionales, que se orientan a llenar esos vacíos
existenciales. Esta búsqueda de sentido aunada a intereses geopolíticos ha entrelazado
nuevas y viejas identidades religiosas y políticas dando lugar a polarizaciones sumamente
violentas. Nuevas violencias relacionadas con el renacer de los racismos y la xenofobia.
Al exacerbarse la incertidumbre se generan nuevos incentivos para la purificación cultural […]. Esto
nos recuerda que la violencia en gran escala no es solo el producto de identidades antagónicas, sino
que la violencia en sí misma es una de las maneras en que se produce la ilusión de identidades fijas y
cargadas, en parte para aquietar las incertidumbres sobre la identidad que producen invariablemente
los flujos globales. (Appadurai, 2017: 124)
la impotencia para enfrentar las amenazas múltiples, en muchas ocasiones, parece estar
desembocando en indiferencia y en cinismo, y en otras a nuevas formas de “producción de
la violencia” (Appadurai, 2017:140). “Hay numerosas formas en que la violencia puede
parecer productiva, si bien de manera perniciosa. Produce escenarios efectivos de
identificación, nuevos estímulos para la participación social y nuevos sentidos de
colectividad social; renueva los lazos sociales” (Appadurai,2017:140).
La reconfiguración del fenómeno religioso merece especial atención. Frente al vacío
de sentido emerge una tendencia a la reconfiguración identitaria. Castells (2000b) señala
que, en la búsqueda de construcción o reconstrucción de identidades, emergen cuatro
espacios privilegiados: la nación, las identidades locales, la tierra y la naturaleza, y la
religión. Este último espacio ha adquirido una nueva visibilidad.
El tratocamiento global detonó, en la segunda mitad del siglo XX, diversos
fundamentalismos religiosos. Contrariamente a lo que se suele pensar, esos
fundamentalismos más que un renacer de un fenómeno arcaico, han sido una respuesta
emocional y política a la globalización. Son una mezcla de reformulación de tradiciones
antiguas, de absolutización de textos, o de “ethnical revival”. Trascienden fronteras
nacionales, y radicalizan negativamente “la otredad”. Sus consecuencias políticas se hacen
visibles en todas las latitudes. En Estados Unidos y en América Latina los movimientos
evangélicos están sustentando el poder de presidentes como Trump o Bolsonaro, el
catolicismo fundamentalista tiene hoy a su representante en Jeanine Añez en Bolivia. En el
Medio Oriente el llamado Estado Islámico, ha sido particularmente significativo. Irán ha
reforzado su carácter teocrático, y Arabia Saudita refuerza, por intereses múltiples, el
fundamentalismo sunita.
Lehman (1998) sostiene que todo esto no puede ser explicado solamente por
factores estructurales porque
Por otra parte, este autor enfatiza que “el control de la sexualidad femenina ha
parecido ser una característica importante de todos los fundamentalismos” (p. 114) y esta
constatación nos remite al desgarramiento entre la defensa del patriarcado y la lucha por la
igualdad de género.
Pero no son solamente los nuevos fundamentalismos las formas novedosas como se
ubica la religión ante la dislocación de símbolos e identidades. Hervieu-Léger (2002)
plantea que la problematización de las evidencias éticas y de la relación con el mundo que
las religiones modelaron durante siglos confrontan a las religiones con un “hecho cultural
radicalmente nuevo” en el que se generalizan fenómenos como “creer sin pertenecer” y
“pertenecer sin creer”. En el primer caso se trata del alejamiento de la religión como asunto
institucional, sea para una individualización de la creencia o para su experiencia variada en
pequeñas comunidades vitales cuasi-invisibles, lo mismo en el cristianismo que en el islam
o en las religiones orientales. En el segundo caso se trata de la pertenencia cultural a las
tradiciones de una religión histórica, pero sin que a este apego corresponda ninguna
creencia ni en Dios ni en ninguna trascendencia teológica. Un caso emblemático, pero no
el único, es el de gran parte del pueblo judío.
La ruptura de los mapas cognitivos y emocionales que daban certezas explican
parcialmente tendencias contradictorias: Desde una cultura del cinismo hasta diferentes
formas de fundamentalismos religiosos con sus componentes de violencia. Por otra parte,
esta ruptura también da lugar a la emergencia de búsquedas y espiritualidades profundas
(Gonella,2011), y de procesos solidarios y combativos inmersos en las incertidumbres.
Es así como de este límite de la racionalidad formal de la democracia nace el continuo recurrir a la
temática de la governance. Pero si la relación representativa es formal, entonces también lo es el
concepto de democracia directa. […]. Ello no sorprende si se piensa cómo la democracia
representativa y directa es una declinación de la soberanía, por lo que se encuentra en el mismo
horizonte conceptual. El debate político actual parece estancarse en las dos caras de la democracia,
por lo cual no vislumbra una salida de la crisis política que caracteriza el presente. (p.42)
Entre las violencias más visibles está la del crimen organizado, que a raíz de su
globalización a fines del siglo XX y de su vinculación creciente con la economía formal, ha
capturado, en casos como el de México, ámbitos estatales significativos. El poder actual de
los cárteles de la droga, de trata de personas, de robo de combustible y de otros bienes
sociales no solo han rebasado a las de por sí poco confiables instituciones de procuración
de justicia, sino que han logrado reforzar su complicidad con porciones del Estado y con
corporaciones transnacionales, controlando amplios territorios.
Por otra parte, como se puede constatar en los últimos años, el fracaso de la
globalización para cumplir las promesas “globalizadas” de un desarrollo y bienestar para
todas las poblaciones está alimentado actualmente un regreso a nuevas formas de
nacionalismos autoritarios y racistas, por ejemplo, en EUA, en Brasil, o el caso del
BREXIT, y a una reconfiguración del “orden” mundial de impredecibles consecuencias.
Estamos ante un desgarramiento de un orden civilizatorio de largo aliento que se
expresa también en otras instituciones.
Es el caso de la familia y de las nuevas formas de reproducción de la vida que han
rebasado a las legislaciones y a los códigos éticos existentes.
Es el caso de las nuevas tecnologías digitales que están permitiendo un control
inédito de la privacidad e intimidad de las personas y para las que ni las leyes, ni las
conciencias, ni los imaginarios estaban preparados.
Esta desestructuración de las instituciones ha provocado no solamente dificultades
legales sino, como se decía en apartados anteriores, la desestabilización de los sentimientos
de pertenencia y de la certidumbre de las prácticas individuales y colectivas.
Reflexiones finales
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55
Los estudios sobre la violencia en América Latina desde la década del 2010 han sostenido
que los escenarios en los que esta se producía han tenido modificaciones sustanciales. En
este capítulo se retoman estas aproximaciones analíticas para caracterizar a la violencia en
México como parte de una nueva morfología de la violencia que aún debe profundizarse.
57
En este apartado se sostiene que estamos experimentando un tipo de violencia 22 que puede
diferenciarse, en cuanto a sus actores, estrategias y objetivos, de aquella utilizada durante
los periodos de dictaduras militares y gobiernos autoritarios.
El argumento a desarrollar hace énfasis en la existencia de una pluralidad de actores
violentos que operan de acuerdo a una lógica de rentabilidad basada en la extracción de
recursos, enmarcando su operatividad en las transformaciones del mundo del trabajo y de la
reproducción ampliada del capitalismo a nivel global. Se propone que este despliegue de
violencia tiene una racionalidad y coordinación descentrada, a partir de inscribirse en un
dispositivo que permite, simultáneamente, tanto extraer recursos económicos por medio de
la fuerza, así como regular los entornos sociales para adecuarlos a dicha extracción.
Para exponer este argumento se discutirá la diferencia en las aproximaciones
analíticas que se hicieron para comprender el ejercicio de la violencia en distintos países
latinoamericanos en el contexto de la Guerra Fría, del fenómeno de violencia actual.
Coincido en la propuesta de Tilly (2007), en que la violencia tiene que pensarse vinculada
al tipo de régimen político donde ésta se expresa, al marco de sentido que se disputa a
niveles macro-sociales23 y a las representaciones que se estén jugando en esas contiendas.
Estos factores dotarán de manera particular, la intensidad, escenarios y escala de
integración de acciones violentas, así como activarán un mecanismo relacional orientado
por esos factores, al que Tilly denominó líneas divisorias, es decir, un cambio en las
interacciones sociales en un momento dado, que escinde a un grupo o a una sociedad en dos
bandos: nosotros/ellos; amigo/enemigo. Si bien la consideración de comprender la
violencia respecto al régimen político es muy importante, sostengo que la vinculación al
régimen de acumulación posee una relevancia fundamental, como se verá más adelante.
El periodo de dictaduras militares y gobiernos autoritarios en Centroamérica y
algunos países del Cono Sur, bajo el contexto de la Guerra fría hacia la segunda mitad del
siglo XX, precisó de estudios que comprendieran esa situación. Estos estudios enfocaron
los procesos de represión y persecución de disidencias políticas internas en dichos Estados,
como reacción defensiva en contra de los enemigos internos de la sociedad, identificados
22
Se utiliza el sintagma Violencia en el entendido que alude a una multiplicidad de repertorios de violencia,
cuya expresión fenoménica ha cambiado y diversificado.
23
Refiriéndose a la legitimidad del uso de la violencia, vinculada a las relaciones culturales, políticas y
morales entre distintos grupos de la sociedad civil y el Estado.
58
24
La antinomia dibujada conceptualmente entre Estado y Sociedad civil, en tanto perpetrador y víctima, no
debe pensarse bajo la simplificación individualizada de ambas figuras, por el contrario, supone una gama de
actores, tanto víctimas indirectas o potenciales como perpetradores no oficiales.
59
región, se ha observado que la violencia se ejerce bajo patrones distintos, que son
abiertamente menos politizados y cuya orientación es en mayor medida económica,
sostenida bajo un contexto de persistente desigualdad y exclusión social, que activa
repertorios de violencia distintos. De esta manera encontramos una de las nuevas
características del fenómeno, que es su coexistencia con regímenes formalmente
democráticos (Desmond y Goldstein, 2010). Esta característica se convierte en una
constante regional con distintos niveles, pero en general la violencia toma forma en
escenarios de apertura política, participación pública y pluralismo democrático.
A decir de Koonings: “La nueva violencia no apunta a conquistar el poder del
Estado o cambiar o defender un régimen per se […] ocupa los intersticios del frágil y
fragmentado orden legal formal, institucional y político […] evadiendo y socavando la
legitimidad del monopolio de la violencia de estados formalmente democráticos”
(2010:189). Esta nueva violencia ubica a milicias, grupos vigilantes, guerrillas y la
violencia policial, militar y criminal.
En este nuevo patrón de violencia, vinculada a un cambio de régimen político, se
pueden hallar nuevos repertorios y nuevos actores que la usan para objetivos distintos,
principalmente económicos. El distinguir el motivo económico de la violencia, no significa
que los actores se conviertan en actores hiperracionalizados en la obtención de un lucro, sin
considerar otros factores afectivos en su ejecución, sin embargo, su uso para obtener
ventajas materiales es una característica particular, por ejemplo en el caso de la extorsión y
del control territorial vinculado a ella. Algunos rasgos distintivos de este nuevo patrón
serían: 1) el que múltiples actores la cometen, es decir, que no emana exclusivamente de las
fuerzas estatales del orden (legales e ilegales), sino que una pluralidad de fuentes la
generan, entre ellas, segmentos organizados de la sociedad civil; desdibujando de esta
manera la antinomia previa: Estado/Sociedad civil; 2) es una violencia horizontal, la
ejercen ciudadanos contra ciudadanos y en muchos de los casos pobres contra pobres; 3)
supone una forma de la participación en democracia que implica que una variedad de
actores sociales persiguen una variedad de objetivos con métodos y estrategias coercitivas
(Koonings, 2012); 4) es una violencia que se expresa en áreas de indistinción entre lo legal
e ilegal, de ello que algunas caracterizaciones la califiquen como violencia criminal
60
como forma primordial del ejercicio de gobierno, interviniendo, muchas veces de manera
letal, solamente en zonas y conflictos específicos a nivel local o regional, más que a nivel
nacional. Esta mediación, a la que alguna vez Vargas Llosa se refiriera como Dictadura
perfecta, fue un ejercicio de modulación del gobierno que permitió amplios marcos de
consenso a través de una base de masas amplia: partidos, sindicatos, reparto ejidal, así
como el uso de la coerción de manera focalizada.
Esta mediación hegemónica, que sincronizó el tempo histórico del Estado
benefactor con el Estado posrevolucionario encarnado en el Partido Revolucionario
Institucional, perdió efectividad hacia inicios de la década de los ochenta con el giro
neoliberal y posteriormente con la alternancia política. De ahí que sea importante
incorporar a la comprensión de la nueva morfología de la violencia, además de las
transformaciones de régimen político y su papel inherente en la formación del Estado,
también la transformación del padrón de acumulación global. Siguiendo este argumento, se
puede decir que la implantación del neoliberalismo en México, modificó la antigua forma
de construcción de arreglos, nuevos grupos políticos se posicionaron y el diseño
administrativo del Estado se hizo funcional a la nueva forma de acumulación, a través de
desregulaciones y privatizaciones, reconfigurando la antigua forma de construcción de lo
político y las arenas de conflicto, resquebrajando la forma previa de construcción del
consenso del Estado posrevolucionario, generando nuevos arreglos a través de la coerción.
El final de este periodo se vincula también con el giro hacia el problema de la
seguridad, paradigma central del gobierno neoliberal. De acuerdo con Foucault, la idea del
peligro y de la inseguridad son inherentes al establecimiento del liberalismo y
consecuentemente del neoliberalismo. Funciona como una tecnología que se necesita en
tanto es inherente a su despliegue biopolítico, en ese sentido, “No hay neoliberalismo sin
cultura del peligro” (Foucault, 2007:87).
Políticas de seguridad fueron promovidas hacia la década de los noventa para
combatir la ola delincuencial producida, entre otros factores, por el ajuste estructural del
nuevo modelo económico. Esta transformación securitaria dejó de radicar el énfasis
exclusivamente en el Estado y en la orientación interior-exterior de la Seguridad Nacional,
por el contrario, se orientó al establecimiento de una política de seguridad que tendría otros
procedimientos, otros alcances y otros agentes. La nueva seguridad se diversificó más allá
62
[sería un] conjunto heterogéneo de intervenciones (tanto de iniciativa estatal, como de procedencia
comunitaria, de agentes de mercado, o una determinada combinación de algunos de estos tipos)
orientados a confrontar una serie, también heterogénea, de individuos, grupos sociales y situaciones
que son percibidos (…) como focos de “inseguridad” para individuos y comunidades, como
alteraciones de una pretendida tranquilidad, como fuentes probables de incertidumbre, como
eventuales suministradores de riesgo. (150)
Semáforo delictivo, 2018), tendencia que continuó al alza, con 45,466 homicidios dolosos y
feminicidios, durante el 2019, primer año de gobierno de Andrés Manuel López Obrador
(SESNSP, 2019). Asimismo, la Comisión Nacional de Búsqueda de Personas dio a conocer
la cifra de 61, 637 personas desaparecidas desde los años 60 hasta 2019, donde el 97.43%
de estas desapariciones corresponden al periodo 2006- 2019 (CNB, 2020).
Una de las discusiones académicas ha sido el cómo caracterizar esta violencia, sobre
todo por su alta letalidad y las características fenomenológicas que presenta: 1) el ser un
conflicto no entre Estados sino entre grupos armados confrontándose entre sí y contra el
Estado, con miles de pérdidas humanas; 2) por no ser los motivos políticos lo que la
impulsan sino los económicos; 3) por mezclar ámbitos privados y públicos; 4) así como
conexiones locales y transnacionales en su despliegue. En ese sentido se han propuesto al
debate términos como conflicto interno (Zavaleta, 2018), guerra civil (Schedler, 2018),
nueva guerra (Gledhill, 2016) o conflicto armado no-internacional (Lambin, 2017).
Esta violencia evidencia nuevos repertorios de castigo y eliminación. Algunos de
ellos procedentes de la táctica militar contrainsurgente con la que se han confrontado las
organizaciones criminales, dado que muchos de sus integrantes fueron exmilitares de élite 26,
así como aquellos provenientes del uso de violencia letal de parte de las fuerzas del Estado.
Cabe mencionar que algunos de estos métodos fueron utilizados en las dictaduras militares
del Cono Sur o en las actividades de contrainsurgencia contra movimientos guerrilleros.
Esto ha generado la aparición de fenómenos como las ejecuciones, el sicariato, la
desaparición, las fosas clandestinas, los descabezamientos, desmembramientos y
disoluciones corporales en sustancias químicas.
Las investigaciones sobre el tema de la violencia en años recientes se han enfocado
mayoritariamente a entender este periodo, sobre todo por su carácter espectacular y masivo
en la producción de muerte. Esto ha generado una priorización y a la vez un sesgo al
entender a la violencia sólo en términos coyunturales. Si bien es cierto que la violencia de
este periodo debe entenderse atendiendo a la coyuntura, también es patente que existían
fenómenos de violencia en marcha que antecedieron a la Guerra contra el narcotráfico y
que anticipaban algunos de los repertorios de violencia usados posteriormente. Por ejemplo,
26
El caso del grupo Los Zetas es el más documentado, conformado por ex militares pertenecientes a los
Grupos Aerotransportados de Fuerzas Especiales del Ejército Mexicano, como por Kaibiles, grupo de élite
para el combate contrainsurgente del Ejército guatemalteco.
65
desde los años noventa se venía documentando el aumento del delito común urbano, en
actos como robos, asaltos y sobre todo secuestros, entre ellos el secuestro exprés. La
emergencia de grupos armados, que reaccionaban frente a condiciones de inseguridad,
como la Policía Comunitaria de Guerrero (CRAC-PC) surgida en 1995, o bien aquellos que
conformaban nuevas guerrillas como los casos del Ejército Zapatista de Liberación
Nacional en Chiapas en 1994, o el Ejército Popular Revolucionario en Guerrero en 1996.
De igual manera se presentó un incremento de acciones colectivas punitivas como los
linchamientos, que transitaron de expresarse de ámbitos rurales hacia los urbanos y que
desplegaban en su ejecución castigos espectaculares que anticipaban algunas de las
atrocidades que hoy día son cotidianas (Fuentes Díaz, 2006).
Este tipo de violencia fue invisibilizada por la coyuntura, pero tiene que entenderse
que ya estaba presente, sobre todo como reacción a trastocamientos de carácter estructural,
como el cambio en el andamiaje legal y de políticas sociales con la implementación
neoliberal en los años ochenta, que canceló subsidios y precios de garantía al campo 27,
agravada por la crisis de 1994 que provocó la devaluación del peso, altas tasas de interés y
las pérdidas patrimoniales por el incremento de las hipotecas, así como tasas de desempleo
elevadas. No es casual que esos años hayan surgido las guerrillas, y que el año 1996 haya
presentado el mayor número de casos de suicido en dicha década (Merino, Torreblanca y
Torres, 2017). Estos desgarramientos estructurales fueron recrudecidos por el clima de
violencia traído por la Guerra contra el narcotráfico, fracturando la frágil estabilidad y
niveles de convivencia, sumergiendo a vastas zonas del país en un trauma social
(Alexander, 2012) de grandes proporciones y de difícil reversión.
27
Por ejemplo el artículo 27, que sentó las bases de la gran mediación social que dio origen al Estado
posrevolucionario se modificó en los años noventa, permitiendo la venta y renta de tierras ejidales.
66
1000
800
600
400 338
230
200
31
0
1980-1989 1990-1999 2000-2009 2010-2019
En tal sentido se puede sostener que la violencia producida por la Guerra contra el
narcotráfico generó un incremento de violencia social difusa y cotidiana, transformando las
percepciones sobre los entornos en términos de riesgo y las subjetividades mismas, a través
de generar la sensación cotidiana de miedo, la predisposición defensiva frente a la
inseguridad como acción de ciudadanía participativa, la proliferación de encerramientos
tanto urbanos como de asentamientos rurales, el aumento de la seguridad privada y de
sistemas de vigilancia, el uso del sufrimiento como espectáculo y la violencia como
actividad remunerada, todos ellos anclados en los estragos del desgarramiento neoliberal:
desempleo, precarización y aumento de la desigualdad.
Las condiciones dadas por el contexto global de seguridad, las transformaciones por
la liberalización económica, y la pérdida en la legitimidad institucional, sobre todo de las
instituciones de justicia y de seguridad, produjo un desplazamiento hacia otras formas
legítimas del uso de la fuerza más allá del Estado, favoreciendo la proliferación de actores
armados no estatales (Davis, 2011). Por ejemplo, en el contexto internacional, una serie de
estos nuevos actores fueron documentados en las guerras del Golfo (1990-1991 y 2003-
2011) a través de la aparición de compañías militares de seguridad privada, ejércitos
privados de mercenarios y grupos armados que realizaban funciones cercanas a las fuerzas
armadas regulares (Urueña, 2017). En el caso latinoamericano y mexicano, la aparición de
grupos civiles organizados que han utilizado la violencia y la amenaza como base para su
organización colectiva, procurando prevenir abusos a partir de generar control y orden -
vigilantes, paramilitares, autodefensas-, tiene larga procedencia, que se empalma con la
existencia de zonas donde el monopolio de la coerción no fue históricamente una atribución
exclusiva del Estado. En décadas recientes se ha diseminado este tipo de organización en
varias regiones del continente. Buscando generar control securitario frente a la conducta
predatoria del crimen, en los casos de organizaciones defensivas de base comunitaria como
las Rondas campesinas, las policías comunitarias y las organizaciones vecinales. Algunas
de estas formas pueden ser paralegales o ilegales, pero muestran mayor eficacia en generar
control o imponer orden, así como en ofrecer canales de integración social en mayor
medida que el Estado formal.
De esta manera, lo que se tiene en el contexto actual de violencia en México no es
sólo una violencia privada organizada (Schedler, 2018) sino una violencia organizada
donde intervienen múltiples actores no exclusivamente privados, sino una mixtura: actores
estatales como las fuerzas policiales y militares; actores no estatales armados como los
grupos de autodefensa o milicias privadas; segmentos de la sociedad civil organizada frente
a la inseguridad - linchamientos y vigilantismo-, así como actores criminales armados.
Todos ellos, poseen sin embargo alguna relación con el Estado. Coincido con Koonings
(2012) en que esta característica que amalgama actores armados oficiales, extralegales y
criminales conducidos por una racionalidad política económica, configura un escenario
distinto en la historia de la violencia en México.
Cabe mencionar que la violencia tiene un impacto diferenciado en relación al
69
contexto y a la historia local y regional, sobre todo en aquellos territorios donde el Estado
se ha experimentado muchas veces como un área de indistinción entre lo legal y lo ilegal,
como sucedió históricamente en las zonas fronterizas (Knight, 2012). Estas indistinciones
que son inherentes a la formación del Estado (Tilly, 2007; Foucault, 2016), han estado
presentes en distintos periodos de la historia de México, como en el caso de la
conformación de regiones agrícolas cuya economía se basó en el cultivo de sustancias
psicoactivas ilegales, durante las primeras décadas del siglo XX (Knight, 2012).
Sin embargo, hoy día vemos una proliferación de zonas de indistinción legal-ilegal,
más allá de las históricas zonas fronterizas ambiguas, las zonas de indistinción se
encuentran articuladas a procesos de obtención de ganancias basadas en la ilegalidad y
donde se entremezclan con actores estatales legales e ilegales, produciendo zonas grises.
Una hipótesis que se sugiere es que bajo el neoliberalismo estas zonas grises proliferan y se
multiplican a niveles internos, conformando zonas de indistinción legal-ilegal funcionales y
con distintos alcances para las actividades de lucro ilegal, constituyéndose en un ámbito
importante en la construcción de una nueva regulación social, similar a lo que Mezzadra y
Neilson (2013) han denominado gubernamentalidad de frontera.28 Es de resaltar es que
estas zonas grises permiten también la participación de actores no estatales que realizan
efectos de regulación y control social, efectos de Estado (Trouillot, 2003), instituyendo
nuevas formas de orden político, y nuevos modos de subjetividad y contestación política
(Desmond y Goldstein, 2010).
Esta multiplicidad de actores, hace pertinente replantear los modelos de
comprensión de la violencia, y obliga a superar en términos de precisión metodológica, la
antigua antinomia construida pertinentemente para comprender la violencia política del
periodo de Guerra Fría, la del Estado versus Sociedad civil. Sin negar que el antagonismo
está presente, esta interpretación corre el riesgo de simplificar un fenómeno complejo, al
plantear dos polos absolutos y delimitados de conflicto. Contrariamente, las investigaciones
empíricas (Zavaleta, 2018; Correa, 2018; Treviño; 2018; Paley, 2018) arrojan que la
violencia actual procede de una multiplicidad de fuentes, y con relaciones ambiguas entre
28
Esta noción refiere a un ensamblaje de poderes que exceden al Estado y que movilizan formas soberanas,
disciplinarias y biopolíticas de manera yuxtapuesta, atribuidas a organizaciones intergubernamentales, no
gubernamentales o internacionales, pero también a formas de regulación infra-estatal.
70
legalidad e ilegalidad, que escapan de ser reducidas bajo el modelo de la antinomia. En ese
sentido se debe avanzar en proponer nuevos esquemas de comprensión que indaguen en la
particularidad del fenómeno de hoy día. Una discusión anexa, a partir de la información
empírica disponible, debe de poner en cuestionamiento la idea que el Estado sea el actor
único que centraliza, coordina y dirige toda la violencia que se experimenta socialmente,
sin eximir al Estado en tanto depositario de la legitimidad del monopolio de la fuerza, de
sus responsabilidades en la violencia letal extralegal. Se precisa también de mayores
investigaciones etnográficas en los contextos locales y regionales que permitan percibir las
tramas íntimas en las que la violencia se teje, que complementen con mayor detalle las
proyecciones de los análisis macro-sociales fundamentados a escala nacional.
Comencé vendiendo drogas y hacía trabajos por la derecha, al principio lo hice para ganar más lana, …
Después me fui ganando la confianza del jefe pues comencé ganando cinco mil y llegué a ganar hasta
30 mil o más a la quincena” (Azaloa, 2017). “Mi meta era disfrutar cada día como si fuera el último.
No escatimaba en nada. Me compraba las mejores trocas (camionetas), los mejores vinos y tenía las
mejores mujeres (Jaime). (García, 2019b).
diversos -como lo hicieron los Caballeros Templarios en Michoacán respecto a los cítricos-
(Fuentes Díaz, 2018). La extracción también precisa de regulación, para establecer un
dominio territorial que permita continuar con la apropiación de rentas. De esta manera la
violencia utiliza la regulación para establecer territorios paralegales u órdenes criminal-
legales - zonas grises-, administrando vida y muerte de acuerdo con esos objetivos. Esta
violencia generada en la regulación criminal no está exenta de resistencias. En algunas
zonas del país han irrumpido organizaciones defensivas armadas en contra de la extorsión
predatoria y el orden criminal que impone. En ese sentido, la organización defensiva busca
poner freno a la regulación extorsiva generando nuevo control social en entornos
criminales, al hacerlo, establece también nuevas regulaciones securitarias sobre el territorio.
Ambas regulaciones, la criminal y la defensiva, desafían y /o complementan el monopolio
estatal legítimo de la violencia, generando una nueva gubernamentalidad por actores no
estatales.
Para entender cómo esta lógica de extracción opera, en tanto permite entender cómo
se genera un emplazamiento que atraviesa prácticas determinadas otorgándoles un marco
de sentido sin precisar de una coordinación central, es de utilidad heurística la noción de
dispositivo. Para Foucault (1994), un dispositivo está constituido por un conjunto
heterogéneo de relaciones de poder y saber, de emplazamientos estratégicos, de
procedimientos, de discursos y ordenamientos de mecanismos sociales que no emanan de
una fuente exclusiva. Agamben (2015), continuando las reflexiones de Foucault sobre el
término, lo entiende como “la capacidad de capturar, orientar, determinar, interceptar,
modelar, controlar y asegurar los gestos, las conductas, las opiniones y los discursos de los
seres vivos” (23). A partir de estas ideas, en este capítulo se propone que la violencia
actual en México actúa dentro de un dispositivo de extracción y regulación de la
excedencia. Un dispositivo que genera ingreso -en cuanto extrae recursos-, gobierno -en
tanto genera regulación a través de la violencia- y que produce una subjetividad específica.
Toda la multiplicidad de actores que ejercen algún tipo de violencia, abreva de este
dispositivo, donde el componente de extracción económica – renta- es central.
Ahora bien, la extracción tiene una larga trayectoria en el proceso de acumulación
capitalista, - sobre todo si se refiere al procesamiento de materias primas (extractivismo) -,
pero en los últimos años se ha observado una tendencia hacia operaciones extractivas del
75
capital en un sentido ampliado que impacta otros dominios como en la tecnología, las
plataformas virtuales de información y la minería de datos (Mezzadra y Nielson, 2017),
donde se ponen en marcha formas y prácticas de cooperación y socialidad humana que son
externas a esos procesos y de las cuales éstos se apropian en la obtención de valor. En
muchos casos de valorización y acumulación capitalista, las ganancias toman cada vez más
la forma de renta, precisamente debido a su dependencia de recursos que no son intrínsecos
a la rotación del capital, como sucede, por ejemplo, en la extracción de renta de las
operaciones criminales. Esta forma de valorización extractiva, se encuentra en relación con
el declive del trabajo productivo.
El declive global del trabajo asalariado como actividad productiva en las últimas
cuatro décadas fue posibilitado tanto por el reemplazo tecnológico de las actividades
manuales, como por la articulación de formas no productivas de reproducción del capital
que incluye la reproducción ficticia del capital a través de sus propios instrumentos
financieros: hipotecas y deuda, entre otros; implicando el relevo de otras formas en la
generación de ganancia y valor, entre ellas la extracción de renta. Por otro lado, este
proceso se vincula a nivel global a través de una reestructuración sistémica del capitalismo
que ha marcado un avance hacia mercados no tutelados, en donde se producen formas de
empleo intermitente, temporal, flexible, desocupación permanente, precarización de
ingresos y derechos. Que arroja a amplios sectores a vivir en los márgenes de la vida digna.
Este fenómeno, ha sido visibilizado desde distintas perspectivas, como serían la óptica de la
súper población relativa (Marx, 2009), la desechabilidad (Roseberry, 1997), de la
superfluidad (Bauman, 2005), la excedencia (De Giorgi, 2006) o la expulsión (Sassen,
2015).
Este declive de la “sociedad salarial”, impactó también al trabajo no asalariado. Por
ejemplo, en el caso del campesinado en México, el retiro de la tutela estatal de los precios
de garantía de los insumos agrícolas, como política de liberalización económica, precarizó a
este sector de trabajadores no asalariados, al hacerlo competir en desigualdad de
circunstancias frente a corporaciones agrícolas transnacionales. A la vez esta
transformación también aumentó la sobreexplotación del trabajo agrícola asalariado, como
sucedió en el caso de los jornaleros (Flores, 2015). De esta manera se entiende que el
desplazamiento hacia la acumulación no productiva del capital ha impactado a todos los
76
sectores vinculados en algún nivel con la empresa capitalista, sean asalariados o no,
sobreexplotándolos o despojándolos.
El declive de la sociedad salarial produce entonces un excedente de la fuerza de trabajo que
no necesariamente se media por salario, lo que evidencia un quiebre en la mediación
keynesiana que constituyó el nexo entre ingreso salarial y ciudadanía (Negri, 1985; De
Giorgi, 2006). Siguiendo este razonamiento se puede entender que el declive del trabajo
asalariado, implica un declive de la ciudadanía, o su inclusión diferencial, 30 conformando
las bases materiales para la pérdida de derechos sociales, entre ellos la garantía de un
empleo formal para aquella fuerza de trabajo excedente. Fuerza de trabajo que, al no
mediarse por salario, tampoco lo hará a través del disciplinamiento, lo que permite entender
el surgimiento del control (Deleuze, 2014)31 y el consenso por la seguridad como correlato.
Ambos van a regular de forma negativa a la fuerza de trabajo, minando su potencia y
administrando su excedencia. Este proceso es interesante sobre todo para entender la
segunda forma de la violencia que se destacó, la de los recursos humanos en la criminalidad
y la subjetividad que se produce.
Entonces se puede entender que el declive del trabajo a nivel global ha posibilitado
formas alternativas de acumulación de capital a través de vías no productivas, entre ellas la
extracción ampliada, y que esto a su vez ha propiciado el declive del nexo ciudadano en
tanto era funcional a la mediación por salario. Ambos fenómenos los vemos operando en la
lógica del dispositivo de extracción y regulación de la excedencia.
30
La inclusión diferencial refiere a la tensión entre la ciudadanía como estatus jurídico y una multiplicidad de
prácticas flexibles de ciudadanía de sujetos políticos “desautorizados pero reconocidos” (Sassen, 2015), los
diferentes de la ciudadanía, como por ejemplo, los migrantes ilegales.
31
La transformación de un régimen a otro ha implicado otras modificaciones en la mediación del trabajo, de
su disciplinamiento a su control. La mediación fordista requirió la consolidación de la subjetivación
disciplinaria del trabajo, un mecanismo interior a la relación que formaba hábitos y rectificaba consciencias
(normalización), hoy día, con las transformaciones en el mundo del trabajo, la mediación tiende a hacerse
exterior, a través del control, donde participan múltiples actores y esquemas de encausamiento del orden que
permita la extracción de valor (Fraser, 2003). En ese sentido es que la relación entre la acumulación de capital
y el trabajo se orientará hacia expresiones acentuadas de utilización de la fuerza, y a través de medidas
tecnológicas de regulación de las poblaciones expulsadas a través de una serie de mecanismos de
emplazamiento, a los que Deleuze se refirió como modulación.
77
Sabíamos que nuestra base [vendedores callejeros] no era confiable y que la mayoría de nuestros
sicarios acabarían tarde o temprano en la cárcel o muertos a tiros (anónimo)”. Los trabajadores
ocasionales, aquellos que no son parte de la 'nómina', se supone que son desechables… (11)
Atrocidad y Desubjetivación
El escenario aludido, le va a procurar las características de atrocidad y espectacularidad a la
violencia, que se pueden observar a partir del marcaje y destrucción del cuerpo en las
ejecuciones de los grupos criminales y en los ajusticiamientos populares. Esas acciones se
pueden concebir como resultantes de una perdida de valor del cuerpo en el contexto de
declive del trabajo. El embate al cuerpo, su marcaje, su lesión y su destrucción, abrevan del
carácter precario del trabajador excedente, que acompaña la producción de la superfluidad
en el neoliberalismo.
La desvalorización de la fuerza de trabajo, tiene su momento de abstracción en las
ejecuciones de esta violencia difusa. Una ejecución, somete al implicado a la pena capital, a
cumplir una sentencia, desplegando una semántica, - escenografía y mensajes-, y una
racionalidad en tanto trabajo de la violencia, lo que produce sujetos inermes y vulnerables.
Pero va más allá, no sólo se trata de matar, sino destruir la unicidad del cuerpo, ofender su
dignidad más allá del simple morir. En castigos como las incineraciones corporales de los
linchamientos; en las ejecuciones de los grupos criminales como decapitaciones y
desmembramientos, donde los cuerpos supliciados son arrojados en baldíos o fosas
clandestinas como si fueran basura - estatus de desechabilidad-; o de manera pasmosa, en
las disoluciones corporales en sustancias químicas para no dejar huella; estamos en
presencia de la destrucción de la unicidad del cuerpo, de un crimen ontológico inmirable
(Cavarero, 2009) que objetiva la desvalorización abstracta de la fuerza de trabajo
excedente, en donde el que mata se ha deshumanizado.
En este sentido, la subjetividad que se produce en el dispositivo de extracción es en
realidad una desubjetivación, una falta de sentido que se observa en el horror producido; en
las formas de dar muerte, en la desensibilización que muestra, en el goce que produce. El
dispositivo de extracción y regulación de la excedencia, a diferencia de otros dispositivos
como el disciplinario y el de prisión, no busca generar una subjetividad que se enmarque en
el fortalecimiento de la fuerza de trabajo y en su encausamiento legal-moral. Sino que echa
80
mano de una forma diluida de la subjetividad que se corresponde con las condiciones
contextuales, en el amplio marco del declive del trabajo productivo: la subjetividad en la
expulsión. A decir de Agamben: “Lo que define los dispositivos que encontramos en la fase
actual del capitalismo es que éstos no actúan a través de la producción de un sujeto sino a
través de procesos de podemos llamar de desubjetivación” (2015:30). El trabajo de la
violencia y sus circunstancias de viabilidad parecen indicar la operación de esa figura.
Desubjetivación que expresa el declive de mediaciones ciudadanas, disciplinarias y
políticas, así como de interiorizaciones legales -sin que dicho declive constituya una
subjetividad rebelde-. La desubjetivación indica la pérdida de la legitimidad de la polis y
sus instituciones, evidenciando la inoperancia de su ficción funcional 33, pero también indica
la adopción de estrategias para encarar las nuevas circunstancias del declive del trabajo de
maneras abyectas, como la racionalidad económica del trabajo de la violencia.
En circunstancias en donde ha ocurrido un declive de la norma, donde la legalidad
ha perdido vigencia, donde se ha dislocado la legitimidad entre el campo político y el
social, el cuerpo se vuelve el bastidor donde inscribir la imposición del orden y control a
partir de la atrocidad visible (Segato, 2013), como una excepción ejemplar (Agamben,
2013). Donde múltiples actores intentan regular dichas condiciones a través del cuerpo de
los enemigos reales o figurados. La desubjetivación genera gobierno.
Reflexiones finales
públicos, legales e ilegales, incluido el Estado en todos los niveles de gobierno, que al
utilizarla abrevan de una lógica de rentabilidad, un sentido práctico que impacta diferentes
órdenes.
Este sentido práctico está signado por una racionalidad de lucro, un trabajo -
rutinario- de la violencia, una estructura de in-sensibilidad y una desubjetivación
postdisciplinaria, a la que se ha denominado dispositivo de extracción y regulación de la
excedencia. Este dispositivo es posibilitado por el contexto situado de la
transnacionalización del crimen organizado - su conversión en una empresa neoliberal-; por
la fractura de un orden ilegal-legítimo, sustentado en las reciprocidades entre comunidades
y narcotráfico a nivel regional; y por el quebranto de la legitimidad de las instituciones
estatales.
El dispositivo se enmarca en la lógica de la acumulación de capital, basada
principalmente en su reproducción ficticia y el declive del trabajo productivo, y tiene su
articulación situada a nivel del país, de acuerdo a la historia de la construcción política y
social del Estado y de la gestión neoliberal iniciada en los años ochenta. De esta manera la
violencia articulada en el dispositivo de extracción y regulación de la excedencia conjunta
una serie de factores en su despliegue: Factores históricos - múltiples legitimidades del uso
de la violencia más allá del Estado, zonas ambiguas legalidad-ilegalidad-, estructurales -
desempleo, precarización y desigualdad-, coyunturales - participación ciudadana,
emprendedurismo, seguritización y criminalidad-, geopolíticos - disputa por la hegemonía
global entre los Estados Unidos y otras potencias-, entre otros.
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88
Introducción
término de otros correlativos como “la violencia de un sistema político” de Hannah Arendt
y la “violencia estructural” de Johan Galtung (Semelin, 2002, p. 2).
Abordar las representaciones literarias de la violencia extrema y la pertinencia de
los escritores ante tales contextos, conlleva fijar la mirada en las relaciones entre la
literatura y la violencia desde lo estético, cultural, político y económico. Esto implica
pensar sobre la influencia o determinación que la violencia homicida ha tenido, en
principio, sobre el escritor o el lector, pero también sobre el sistema literario, esto es tanto
al conjunto de agentes, elementos e instituciones vinculados (obras, editores, lectores,
mercado), como a los elementos relacionados con el hecho literario como lo serían los
repertorios que regulan tanto la producción como el consumo literario (los estilos o los
modelos existentes en determinadas épocas). Esta intención metodológica conlleva
considerar que el sistema y las representaciones literarias de la violencia extrema contra
personas indefensas no terminan en el consumo, la lectura, sino habría que ponderar el
impacto del discurso literario en otros sistemas sociales, políticos e incluso económicos de
las sociedades. Esta es la idea del sistema literario simplificado que delinea Horacio
Castellanos Moya en Insensatez (2004) cuando se pregunta si tiene sentido escribir,
publicar o leer otra novela sobre indígenas asesinados.
Al hablar de las representaciones literarias de la violencia extrema en el ámbito
latinoamericano, partimos del supuesto de que un escritor, ante una realidad que lo reclama,
parte de un ejercicio ético que será decisivo para narrar o no literariamente un hecho de
violencia extrema y que, sin duda, lleva consigo una intención de impacto social y/o
político. En este sentido, la reflexión ética configurará sustancialmente la estética del texto
y a partir de esta última se definirá la posición política. Asimismo, a través de la propuesta
estética, del texto fundamentalmente, puede reconocerse el pensamiento ético.
Por este motivo, son pertinentes las nociones de campo (Bourdieu, 1995) y de
sistema literario (Even-Zohar, 2007) en las que es relevante el análisis de las relaciones que
mantienen los elementos constitutivos del sistema entre ellos y con otros sistemas sociales.
En esta línea, nos interesan, en particular, las relaciones del escritor con el campo o sistema
social; del escritor con el propio campo literario como con los repertorios que produce y
legitima; y, en otra instancia, la relación del texto con el campo social en el que emerge o es
leído.
90
La representación literaria
masivos, se fue conformando la denominada Era del Testigo (Sarlo, 2006), con lo que
cobró relevancia epistémica el testimonio de testigos y sobrevivientes, así como el deber de
la memoria. También en 1963 se publicó Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la
banalidad del mal, de Hannah Arendt, obra que generó polémica no sólo por algunas
conclusiones sino por exponer varias irregularidades en el juicio al militar nazi. Al tiempo
que se conocían nuevos hechos y testimonios se empezaron a modificar las formas de
representación de la violencia extrema. Esto generó una crisis de representación, sobre
todo, en aquellos relatos que conjuntaban hecho histórico, testimonio y ficción como lo
hiciera de forma ejemplar el escritor Jorge Semprún (2015).
La incorporación de recursos ficcionales y literarios en las representaciones de
violencia extrema fue criticada por sobrevivientes del holocausto como Eliezer Wieser y
Pierre Vidal Naquet porque consideraban que contribuyen a ocultar o distorsionar la verdad
(Pabón, 2015). En cambio, escritores como Jorge Semprún encuentran en la ficción una
poderosa herramienta epistemológica que por su capacidad ilustrativa alcanza áreas que el
testimonio no puede, puesto que el testimonio, por su esencia, parcial y fragmentada, es
incapaz de aprehenderlo todo. Semprún busca con la ficción capturar la densidad, la
sustancia de lo invivible: “Sólo alcanzarán esta sustancia. Esta densidad transparente,
aquellos que sepan convertir su testimonio en un objeto artístico […]. Únicamente el
artificio de un relato dominado conseguirá transmitir parcialmente la verdad del
testimonio” (2015, p. 25).
En este orden de ideas, varios intelectuales coinciden en que no hay nada
irrepresentable a través del lenguaje y que la representación de la violencia puede contribuir
al entendimiento (Pabón, 2015, p. 26). Esto permite replantear la pregunta de si es
pertinente por ¿cuál es la forma eficaz de representar esos hechos traumáticos en la historia
de la humanidad? De acuerdo con Pabón, la forma derivaría de la constitución combinada
“de las posibilidades y las limitaciones de la historia, la memoria y la ficción, al igual que
de los vínculos y entrecruzamientos entre estos tres modos de representación narrativos”
(2015, p. 32). Si bien la “mezcla” de historia y ficción es problemática “más si se propone
[…] la paradójica noción de que la ficción puede decir la ‘verdad’ de manera más eficaz
que una narración histórica fáctica” (2015, p. 27), para Pabón este tipo de soluciones
estéticas pueden “enriquecer nuestro entendimiento de una realidad mucho más compleja
92
¿Representar el dolor consecuencia del mal no constituye una estetización intolerable, que incluso
puede llegar a prolongar el crimen mismo? ¿Por qué no actuar en contra del mal en vez de
representarlo o representar el dolor de las víctimas? La representación, al mismo tiempo que combate
el silenciamiento de los crímenes, ¿no amplía también su potencia simbólica? (2016, p. 145)
Las expectativas del escritor y las expectativas del editor/editorial difieren porque
las del primero surgen de la “afección” mientras que las del segundo surgen del “interés”.
José A. Sánchez plantea esta diferencia en estos términos.
posibles del tiempo” (Rancière, 2009, p. 10). De acuerdo con el filósofo francés la literatura
en específico participa en el “reparto” de lo que se puede decir, ver y hacer, de tal forma
que hay “un vínculo especial entre la política como una determinada manera de hacer y la
literatura como una determinada práctica de la escritura” (2019, p. 195).
La ficción es un elemento fundamental en la estética de las representaciones
literarias de la violencia extrema, ya que contribuye a estructurar y componer
simbólicamente la representación de una realidad. La ficción no se restringe a lo
imaginario, ni a la posibilidad de ordenar un discurso para hacerlo comprensible: “implica
la reformulación de lo ‘real’, o la constitución de un disenso” (Rancière, 2019, p. 182). Las
obras sobre las que trabajamos constituyen ficciones que problematizan la delimitación
aristotélica entre la realidad y la ficción puesto que trabajan con lo real, con bases
testimoniales y documentales. De hecho, no existe hasta donde sabemos una obra literaria
que haya “inventado” una masacre o genocidio en el ámbito hispanoamericano; todas
tienen un trasfondo histórico y verificable. Esta combinación, entre realidad y ficción,
configura una estética compuesta por agenciamientos descriptivos, narrativos e
interpretativos (Rancière, 2009, p. 46). La ficción es un proceso de “reagenciamientos
materiales de los signos y de las imágenes, de las relaciones entre lo que vemos y lo que
decimos, entre lo que hacemos y lo que podemos hacer” (Rancière, 2009, p. 49).
Una estética de la literatura en la que converge la racionalidad histórica y la
racionalidad ficcional es, en principio, una estética de conexión entre realidad poética (lo
que podría pasar) y realidad histórica (lo que pasó). Esta estética literaria recurre tanto a las
posibilidades descriptivas y narrativas de la ficción como a los métodos descriptivos e
interpretativos de lo histórico y social. Para el filósofo francés lo “real debe ser ficcionado
para ser pensado” (Rancière, 2009, p. 49).
En este mismo sentido, pero con otras palabras, Castellanos Moya (2010) considera
que el escritor, traga y digiere violencia para reinventarla, proponer o contraponer nuevas
formas de ser, ver y hacer.
por las guerras genocidas, exilios, urbicidios (ciudades devastadas a escombros por bombardeos),
limpiezas étnicas, explosiones nucleares, campos de exterminio, desapariciones forzadas, refugiados
de manera masiva […] estos fenómenos no se refieren a eventos aislados sino a formas estructurales
y sistemáticas de aplicación de la violencia. (Aguirre, 2016, p. 135)
su libro de relatos Vista del amanecer en el trópico: “¿En qué otro país del mundo hay una
provincia llamada Matanzas?” (1987, p. 19). Esta violencia latinoamericana recurrente se
acentúa por la violencia extrema promovida por las dictaduras, los regímenes militares, las
revoluciones y las guerras civiles durante la segunda mitad del siglo XX.
Sin estar en guerra, en México la violencia homicida y extrema vivida en las dos
últimas décadas ha sido inédita en la historia del país por el número de casos y la crueldad
extrema. La tasa criminalidad no sólo alcanza la de un país en guerra, también se ha
distinguido cualitativamente por los niveles de ensañamiento contra los cuerpos, por la
“negación de toda humanidad” (Semelin, 2002, p. 4). La decapitación, el
desmembramiento, el amontonamiento de cuerpos, las fosas comunes, la cosificación de las
víctimas, se han convertido en formas de actuación habituales entre los grupos criminales y
las autoridades mexicanas federales, estatales y municipales. Esta realidad ha trastocado
actividades de la vida pública y privada de los mexicanos, ya que, de forma directa o
indirecta, ha transformado las relaciones sociales, económicas, culturales y artísticas, así
como las formas básicas de hablar, hacer y conocer.
El intelectual como figura pública que participa en los asuntos de la sociedad fuera
de los monasterios o la universidad se delineó en la modernidad; en específico, con la
conformación de la estructura de los Estados-nación encontró un espacio propicio para
hacerlo (Aguirre, 2016, p. 33). El hito de este tipo de intervención fue la defensa pública
del Capitán Alfred Dreyfus por parte del escritor Emile Zola. En el ámbito occidental los
intelectuales tenían la finalidad de “sugerir un cambio de estructura, señalar cambios
asequibles […], confrontar al mundo o situaciones tal y como son para prescribir lo que
deberían ser [y] considerar la sociedad presente en nombre de una sociedad por venir”
(Aguirre, 2016, p. 32). Como menciona Rancière (2019), los intelectuales participan en el
reparto de lo decible, visible y factible. No obstante, ante la transformación de la sociedad,
sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XX, cuando los Estados han ido
reconfigurando su poder ante la lógica neoliberal, el intelectual ha asumido tres posiciones
distintas: ha dejado de encarnar la autoridad del saber, ha renunciado a encarar los
problemas de la realidad ante la imposibilidad de reducir la desigualdad o la injusticia y,
por último, se ha convertido en un “mero espectador” sin ningún proyecto emancipador
(Aguirre, 2016, p. 28). No compartimos del todo la posición de Aguirre respecto al papel
98
la realidad de la violencia criminal que afecta a nuestras sociedades es de tal magnitud que nuestras
obras de ficción resultan a veces conservadoras o palidecen ante los hechos cotidianos, de tal manera
que un texto que en un país europeo se consideraría una novela negra y cruda, en México, Colombia
o El Salvador parecerá light frente a la lectura de la página diaria de sucesos del periódico. (2010, p.
59)
brasileño de los Canudos que terminó con su extinción a finales del siglo XIX; o en la
novela del dominicano Freddy Prestol Castillo, El Masacre se pasa a pie (1971), que
aborda el asesinato en masa de miles de haitianos ordenado por el dictador dominicano
Leónidas Trujillo. Por su parte, Gabriel García Márquez, le dedica un sólo pasaje de Cien
años de soledad (1967) a la masacre de las bananeras de 1928. Otro escritor como Jorge
Galán en su novela Noviembre (2016) ubica la masacre de los jesuitas y del Mozote, entre
otras, en un contexto de extrema violencia e injusticia en El Salvador.
El corpus literario sudamericano sobre las desapariciones, las torturas y las
ejecuciones cometidas por las dictaduras es bastante amplio como lo muestran el libro
Literatura y violencia en la narrativa latinoamericana coordinado por Teresa Basile
(2015), así como el número especial de la revista Kamchatka. Revista de análisis cultural
titulado “Avatares del testimonio en América Latina: tensiones, contradicciones, relecturas”
(2015), coordinado por Jaume Peris Blanes y Gema Palazón Sáez. Sobre el genocidio de
indígenas guatemaltecos durante la guerra civil y de los informes y documentos que
guardan la memoria dejan constancia Horacio Castellanos Moya, en Insensatez; Francisco
Goldman, en El arte del asesinato político. ¿Quién mató al obispo? (2007), así como Mario
Roberto Morales, en Jinetes en el cielo (2012), entre otras obras.
No son pocos los títulos de obras que se han centrado en desarrollar
representaciones de la violencia extrema en distintos contextos latinoamericanos,
lamentablemente, y México tampoco es la excepción. De entre estos títulos y casos,
tenemos representaciones literarias de hechos de violencia extrema motivada por ideas
racistas o proto-racistas en obras tan tempranas como la Brevísima relación de la
destrucción de las indias (1552), de Bartolomé de las Casas; o decimonónicas en un relato
de Vicente Riva Palacio titulado “Los treinta y tres negros” (1905 [1870]).
En lo que va del presente siglo encontramos la novela La fila india (2013), de
Antonio Ortuño, que trata sobre las masacres de migrantes centroamericanos; o las obras
relativas a la masacre de chinos durante la revolución mexicana que consignan Julián
Herbert y Beatriz Rivas en La casa del dolor ajeno (2015) y Jamás, nadie (2017),
respectivamente.
Existen otros títulos que orbitan alrededor de este corpus, pero carecen del trasfondo
racista. Por ejemplo, la “leyenda” del asesinato de 300 prisioneros por parte del general
100
villista Rodolfo Fierro que registró Martín Luis Guzmán en el cuento “La fiesta de las
balas” (1928), uno de los más celebrados y antologados de la literatura mexicana, el cual
resulta paradigmático por el manejo que hace del ajusticiamiento de prisioneros, tal como si
esculpiera una “memoria monumento” (Basile, 2015), comprensible durante el proceso de
configuración del proyecto posrevolucionario de nación en el que las expresiones artísticas
fueron fundamentales para su consolidación.
Capítulo aparte merece la Matanza de Tlatelolco no sólo por la cantidad de textos
que han cronicado, denunciado o ficcionalizado ese trágico episodio sino porque, a
diferencia de otros hechos, detonó una transformación social y moral en el país cuya onda
expansiva alcanza hasta nuestros días.
De la misma forma, se ha escrito y publicado mucha literatura del narco en México
que ha representado las ejecuciones sumarias, así como la crueldad y la saña inimaginable.
En esta órbita de violencia ejercida por grupos criminales se encuentra la novela Las tierras
arrasadas (2015), de Emiliano Monge, en la que desde la óptica de los victimarios que
fueron víctimas, expone el funcionamiento de la maquinaria encargada de reproducir
personajes-engranes necrológicos con nombres tan emblemáticos como Epitafio, Estela,
Mausoleo, Osaria, Ausencia, Sepulcro, Cementeria, Sepelio o Hipogeo. Para Peña Iguarán
la novela de Monge “suspende, aunque no por completo, la centralidad de la figura de la
víctima que tanto ha enmarcado el discurso de los derechos humanos, así como las
imágenes violentas que consumimos a diario […]. Los protagonistas del horror tienen
nombres que sólo son posibles al habitar este escenario de mortandad” (2018, p. 143).
Por otra parte, un conjunto grande de estas obras más bien mitifica a los criminales
u obedecen a las demandas del mercado que impone una lógica económica que, sin duda, se
distancia de la lógica política institucional del periodo posrevolucionario o de la lógica
política ciudadana del movimiento del 68. Muchas de estas obras sobre el narco y el crimen
organizado son producto del “interés” económico o mediático, no de la “afección”.
los textos proporcionan no sólo explicaciones, justificaciones y motivos, sino también -o a veces en
primer lugar- esquemas (o scripts) de acción. La gente que lee o escucha (o mira) estos textos, no
sólo recibe de ellos concepciones e imágenes coherentes de la realidad, sino que puede extraer de
ellos instrucciones prácticas para su comportamiento cotidiano. Así, los textos proponen no sólo
cómo comportarse en casos particulares […], sino cómo organizarse la vida […]. (Even-Zohar, 2007,
p. 81)
Fines e impactos
102
Las representaciones de la violencia extrema han tenido distintos niveles de impacto social
y económico e incluso político que, en ciertos casos, resultan inseparables. Aunque nos
centraremos esencialmente en el primero, no podemos dejar de reconocer que este impacto
social en la época actual difícilmente puede ser desvinculado de lo económico. Como
habíamos mencionado los libros de Horacio Castellanos Moya, Julián Herbert o Beatriz
Rivas fueron publicados por editoriales transnacionales con un sólido capital económico
como Tusquets, Random House o Alfaguara. Asimismo, lo social, lo político y lo
económico están ligados en el caso del escritor Jorge Galán que fue amenazado de muerte
por retomar la masacre de jesuitas en El Salvador en su novela Noviembre, editada por
Planeta y premiada por la Real Academia Española en 2016. Por otra parte, respecto al
impacto económico y la mercantilización de la violencia extrema basta revisar la oferta de
contenidos de la industria cultural para reconocer que estos temas, independientemente de
su enfoque, son rentables y demandados por los consumidores.
El impacto social deriva, en principio, de una afección por un hecho y del deber de
recordar éticamente el pasado de los que fueron asesinados o de los que ya no tienen voz
para pronunciarse; pero las representaciones de la violencia también han contribuido, en
ciertos periodos, a reducir los homicidios o a fijar nuevas políticas públicas para
salvaguardar los derechos humanos.
Como habíamos mencionado no tenemos noticia de alguna obra narrativa cuyo
desarrollo gire en torno a una masacre o genocidio “inventado”; todas, desafortunadamente,
tienen un referente real. De ahí que uno de los propósitos más visibles de estas obras sea el
de recordar algo acaecido en el pasado. Susan Sontag en su libro Ante el dolor de los demás
resalta la necesidad de recordar y reflexionar en torno a lo que se recuerda. Y el recordar es
“una acción ética, tiene un valor ético en y por sí mismo” (2018, p. 98), en el sentido de que
hacerlo abre la posibilidad de darle voz a los ausentes, a los desaparecidos, a quienes les ha
sido negada la posibilidad de recordar; pero, contradictoriamente, no se puede desestimar
que la acción de recordar “demasiado” no sólo puede entorpecer procesos de
reconciliación, sino que puede reavivar viejos conflictos. En esta línea, Tzvetan Todorov
distinguía entre los usos literal y ejemplar de la memoria: el uso literal somete el presente al
103
pasado, mientras que el uso ejemplar tendría que coadyuvar a resolver los problemas del
presente (2000, p. 32).
Por lo anterior, cobra valor la distinción entre “memoria perturbadora” y “memoria
monumento” sobre la que trabaja Teresa Basile. Gran parte de los textos literarios
mencionados hasta ahora que tratan sobre masacres para contrarrestar el olvido y el silencio
forman parte de la “memoria perturbadora”. De acuerdo con Teresa Basile, se caracteriza
por alumbrar zonas oscuras que “responden a una demanda de verdad que busca esclarecer
ciertos casos que han permanecido rodeados de tinieblas y asediados por múltiples
versiones contrapuestas” (2015, p. 199).
La “memoria monumento”, por su parte, contribuye a glorificar a héroes, victorias y
hazañas. Un caso paradigmático es el relato “La fiesta de las balas”, incluido en El águila y
la serpiente (1928), de Martín Luis Guzmán, que trata sobre el fusilamiento de trescientos
prisioneros. En el relato, en una suerte de breve introducción, el autor advierte que no se
trata de un hecho histórico sino de una leyenda que pinta “más a fondo la División del
Norte” (1993, p. 27). Enfatiza que las leyendas muchas veces parecen “más verídicas […]
más dignas de hacer historia” (1993, p. 27). Esta representación literaria sobre el
ajusticiamiento de centenas de prisioneros resulta un modelo de la “memoria monumento”
porque tiene como marco socio-histórico la conformación del proyecto de nación
posrevolucionario.
Guzmán buscaba “hazañas” que podrían describir de mejor forma al ejército de
Villa. De estas hazañas distingue las verídicas de las legendarias, las cuales, a su parecer,
son “más dignas de hacer historia” porque representan “revelaciones esenciales” (1993, p.
27). La palabra “hazaña”, no olvidemos, hace referencia a un hecho “ilustre, señalado y
heroico” (RAE). Desde esta perspectiva el relato de Guzmán bien puede inscribirse en la
llamada “memoria monumento” cuya función, como vimos, consiste en glorificar. En esta
búsqueda de “hacer historia”, el escritor encuentra que Rodolfo Fierro asesinó él sólo a
trescientos prisioneros, uno por uno.
Este hecho, calificado como “hazaña”, es glorificado y mitificado. Le atribuye
poderes sobrenaturales al protagonista y al fusionar la virilidad del militar con un paisaje
hostil crea la mística y la escena de la épica revolucionaria. Guzmán describe a Fierro como
104
Este cuadro le permite al narrador calificar a Fierro como una “figura grande y
hermosa” que irradia “un aura extraña, algo superior, algo prestigioso” (1993, p. 30).
La decisión de asesinar sin ayuda a trescientos prisioneros nació de una “pulsión”
que recorrió todo su cuerpo hasta llegar al dedo índice de la mano derecha. Para lograrlo
idea un perverso juego en el que cada uno de los “colorados” tendría la posibilidad de
escapar si lograba superar las vallas del corral. Sin apenas una pausa, durante casi dos
horas, los prisioneros fueron liberados por turnos para correr por su vida sin éxito. La
reacción de la tropa de Fierro fue de clamor, de regocijo. Al final, Fierro dejó montañas de
cadáveres hacinados que para el narrador son “como cerros fantásticos, cerros de formas
confusas, incomprensibles” (39).
La literatura y las artes en el periodo posrevolucionario jugaron un papel importante
para la configuración de la identidad nacional, tanto por su crítica como por la exaltación de
la revolución. De ahí la imagen de bronce de Fierro, de la persona, y el anonimato de la
masa de soldados tanto los asesinados como lo de su propia tropa.
El impacto social de las representaciones literarias de la violencia también es
analizado por el historiador francés Robert Muchembled en un interesante capítulo de su
libro Una historia de la violencia (2010). Su tesis es que los índices de homicidios
descendieron en Europa paulatinamente desde el siglo XVI, al inicio de lo que él llama la
civilización de las costumbres, al popularizarse la literatura sobre la violencia. Estas
expresiones de “ficción sangrienta” le sirvieron al Estado como un dispositivo de gestión de
la violencia que, como una especie de válvula de escape, contribuyeron a atenuar las
reacciones violentas de los hombres jóvenes, principalmente, pero al mismo tiempo
alimentaban el carácter para atender posibles conflictos ante el ataque de otras naciones.
Esta literatura sobre la violencia ha sufrido transformaciones estéticas y políticas
desde el siglo XVI hasta nuestros días. Entre el ocaso de la Edad Media y el alba del
105
ser subyugados, de los trabajos forzados, o por hambre, pero también cometieron otro tanto
de masacres. Además de fundar la defensa de los derechos de los indios y provocar
transformaciones en las políticas de la colonización de América, este libro fue utilizado por
otros países europeos para forjar la leyenda negra de la corona española.
En la época actual, Castellanos Moya considera que escribe sobre la cotidianidad
centroamericana (2010, p. 201), aunque la crítica ha encasillado su producción como
literatura de la violencia, del cinismo o el desencanto, para distinguirla de la literatura de
denuncia, libertaria o revolucionaria latinoamericana producida en los setenta y ochenta en
el marco de la guerra fría: “Ahora, en las obras del nuevo periodo, no había buenos ni
malos, ni razón histórica de respaldo: la violencia campeaba desnuda de ideologías” (2010,
p. 55). Esta clasificación de literatura de la violencia resulta para Castellanos Moya
imprecisa e injusta porque la literatura occidental a su vez ha representado desde sus
orígenes la violencia sin que sea calificada así por ello; considera que el calificativo
estigmatiza a una literatura e incluso a la sociedad centroamericana como “cultura de la
violencia”.
En Insensatez pondera el racismo hacia los indígenas como una explicación del
genocidio en Guatemala, de cientos de masacres cuyo correlato es la fosa común, un
espacio de dolor que pone “en tela de juicio las relaciones de proximidad, de alteridad, de
consideración por el otro” (Aguirre, 2016, 74).
Reflexiones finales
Lo expuesto hasta ahora pretende sentar las bases conceptuales y metodológicas para el
análisis de las representaciones literarias de la violencia extrema en la literatura
latinoamericana. Esto ha supuesto configurar un conjunto de interrogantes para ser
respondidas en futuros análisis puntuales sobre la participación y función que desempeñan
varios de los elementos implicados en el sistema literario y la representación literaria. Por
supuesto, el texto ocupa el centro sobre el que orbitan las variables como vendrían a ser una
serie de relaciones establecidas entre los distintos elementos del sistema, tales como la
relación entre el autor y el hecho histórico de violencia extrema, entre el autor y el contexto
107
desde el que enuncia esta recuperación del pasado, el texto literario y su consumo, así como
el impacto de este tipo de representaciones.
La dimensión ética ha sido un elemento clave sobre el que se ha reflexionado poco
en la literatura, pero que en el contexto de la recuperación del pasado y de la construcción
de representaciones literarias de hechos históricos violentos cobra una gran relevancia. Las
representaciones son resultado de elecciones éticas y estéticas.
La ficción resulta un método y una forma del discurso capaz de colaborar para crear
un relato comprensible, sustancial y profundo de la verdad, que complejiza las situaciones,
amplía las opciones de tratamiento, alimenta el entendimiento, ayuda a imaginar lo
inimaginable, mezclar la realidad empírica con la imaginación y, en algunos casos,
contrarrestar el consumo banal de la violencia.
La ficción como una configuración particular de la experiencia y de la realidad,
marca trayectorias entre lo visible y lo decible, y aporta modos de ser, hacer y decir.
Asimismo, construye modelos de palabra y acción, regímenes de intensidad sensible, mapas
de lo visible, así como relaciones entre modos de ser, hacer y decir. Fernández Savater en
torno a la idea de ficción política de Rancière comentaba que “hace ver cosas que no se
veían, pone en relación lo que estaba disperso, hace surgir otras voces y otros temas, otros
lenguajes y otros enunciados, otras escalas y otros razonamientos, otras legitimidades y
otros hechos. Y ofrece ese paisaje inédito a todos, a cualquiera. Como un don, un regalo,
una nueva posibilidad de existencia” (2016, p. 4).
Desde la segunda mitad del siglo XX, mientras se popularizaba una literatura de la
violencia de consumo masivo, también se fue consolidando una literatura de lo real volcada
a la recuperación del pasado, de la memoria histórica, constituida para evitar el olvido y
denunciar hechos de violencia extrema en todo el orbe, entre otros propósitos. En este
sentido, desde la segunda mitad del siglo XX se fue consolidando, por una parte, una lógica
de mercado cultural y una industria que encontró en los hechos históricos atroces historias
para comercializar; pero también, en este periodo, hasta nuestros días la literatura
testimonial y de lo real quería dar cuenta de injusticias. En el caso de Latinoamérica en el
contexto de la guerra fría, la revolución cubana y las dictaduras se fortaleció la reflexión y
la creación de este tipo de literatura. La polémica se polarizó entre la literatura
comprometida o la burguesa de evasión.
108
De tal forma que el escritor, influido por tales condiciones, el mercado y el deber de
la memoria, se dio a la tarea de crear representaciones de la violencia para lucrar, pero
también para denunciar, conservar la memoria, presentar otra versión de los hechos
normalizados por la historia oficial o para comprender el contexto de violencia. Esta
literatura y estas interpretaciones de la eficacia de la literatura reafirman “la capacidad del
arte para resistir a las formas de dominación económica, política e ideológica” (Rancière,
2019, p. 174).
Los testimonios de los sobrevivientes como Primo Levy o Jorge Semprún así como
algunas representaciones literarias de la violencia extrema contrarrestan la negación, el
ocultamiento o el olvido deliberado, contribuyen al conocimiento y comprensión de los
hechos y resultan una fuente fundamental para conocer la verdad o comprender la realidad.
Los testimonios al recuperar la memoria hacen una justicia mínima de lo irreparable,
visibilizan a la víctima desaparecida, le dan existencia a la ausencia.
Por último, cabe mencionar que el impacto político de esta literatura es reconocible
en distintos grados y ámbitos, pues no siempre alcanza las políticas públicas, ni siquiera
siempre es atendida por los lectores su incitación a la rebelión o al activismo contra el
sistema de dominación que denuncia sea económico, político o ideológico. Este impacto
más bien se sitúa en una “multiplicidad de pliegues en el tejido sensible” (Rancière, 2019,
p. 191). Las representaciones literarias de la violencia extrema impactan esencialmente la
realidad, es decir, operan contra las “configuraciones definidas de lo que está determinado
como nuestra realidad” (Rancière, 2019, p. 191). A través de la crítica se crea lo que
Rancière define como disenso.
El filósofo francés considera que los artistas y escritores producen disensos
destinados a “hacer visible lo invisible o a cuestionar la evidencia de lo visible, a romper
las relaciones dadas entre cosas y significados que antes no estaban relacionados” (2019, p.
182). En otras palabras, el arte crítico “es un arte que tiene como objetivo producir una
nueva percepción del mundo y, por lo tanto, crear un compromiso con su transformación”
(2019, p. 183). Esto se ajusta, por ejemplo, a los propósitos del escritor mexicano Julián
Herbert al abordar la masacre de chinos en los albores de la Revolución Mexicana. Herbert
configura un disenso contra la versión común de que la masacre fue una “reacción de una
masa popular que desahogó su frustración sobre un grupo particular de inmigrantes”, para
109
en su lugar visibilizarla y calificarla como “un acto de xenofobia” (2015, p. 16), versión
que se ha negado o deseado mantener oculta por los habitantes de la región de La Laguna,
México.
Las representaciones literarias de la violencia como arte crítico (Rancière, 2019) o
contradispositivos visibilizan lo oculto, realizan sabotajes e invierten los sentidos de los
dispositivos que configuran la realidad (Sánchez, 2016, p. 318).
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Vargas Llosa, Mario. (1981). La guerra del fin del mundo. Barcelona: Seix Barral.
112
Introducción
34
La crisis se comprende como un concepto clave para nominar una serie muy diversa de fenómenos y
procesos. La crisis del Estado de Bienestar, la crisis de las ideologías, la crisis de lo local, la crisis de las
utopías, la crisis de la política clásica, la crisis del crecimiento económico como clave del futuro, la crisis de
los grandes relatos totalizadores de la Historia, etc. En la mayoría de los casos, connota la idea de
desaparición, muerte, ciclo cumplido. Podemos llamar, así mismo, contexto de crisis al cuestionamiento de
formulaciones conceptuales vigentes, junto a la emergencia de nuevas interrogantes y necesidades .
114
El argumento interpretativo que proponemos, parte del supuesto de que el territorio, sus
dispositivos de producción, representación y apropiación social, constituye una dimensión
crucial en el análisis de la desarticulación contemporánea de los andamiajes, económicos,
políticos, sociales y simbólicos, que dieron sentido y estabilidad a las prácticas y
representaciones societales moderno-coloniales (Sánchez, 2020; Appadurai, 1999). Tal
quiebre societal, que algunos autores entienden con la profundidad de un colapso
civilizatorio, parece coincidir con la articulación de la crisis del sistema de acumulación
fordista y su régimen de distribución, así como de la crisis de las soberanías políticas y
ordenamientos culturales, organizadas en el binomio Estado-nación y sus sistemas de
representación y gestión de intereses.
En este proceso, las formaciones territoriales, que son el ámbito material y
simbólico de tales andamiajes, representan un problema de orden a la vez teórico y
empírico.
Desde una perspectiva teórica, las formas de gestión socio-espacial producidas por
las dinámicas de la globalización y, más específicamente, por las particulares respuestas de
los regímenes territoriales de poder a la nueva configuración de relaciones geo-económicas
y geo-políticas derivadas de aquéllas, pero también por las dinámicas sociales emergentes
en la escala local que estas respuestas generan, supone asumir al territorio como una
categoría analítica problemática.
En este sentido, parece necesario trascender el enfoque convencional de una
“geografía de rasgos esenciales”, basado en concepciones de coherencia —geográfica,
civilizacional y cultural— sustentada en determinados valores, lenguajes, prácticas o
condiciones ecológicas, más o menos estables y duraderos, para aventurar aproximaciones
centradas en “geografías de procesos”, cuyas configuraciones crecientemente inestables se
derivan de la relación entre “diversos tipos de acción, interacción y movimiento”
(Appadurai, 1997; Appadurai, 1999). Se trataría de una perspectiva topológica, antes que
topográfica, orientada a comprender las lógicas internas de los espacios y territorios y sus
relaciones constituyentes.
115
una especie de organización del movimiento de las sociedades a partir del principio organizativo de
su momento productivo o del patrón de transformación de la naturaleza, es una especie de ritmo y
dirección de la matriz social. En este sentido es una forma de moverse de las sociedades, no la
secuencia, concatenación o articulación de sus hechos colectivos (Tapia, 2002, pág. 311-312).
Por ello, el territorio, como forma histórica de la articulación del tiempo y el espacio,
es a la vez tiempo condensado y espacio en devenir.
Se pueden plantear dos ámbitos analíticos:
De ahí que Haesbaert (2015) piense el territorio como todo espacio que tiene el
acceso controlado. De acuerdo con Julian Zicari,
Los territorios y espacios son campos de relaciones de fuerzas que se establecen según pautas
jurídicas y militares, bajo procesos económicos y políticos, expresando los distintos elementos de
ordenamiento de la dominación social, puesto que la construcción de mapas y redes tienen como fin
el control y su uso es para los desplazamientos de cuerpos, ejércitos y mercancías […] son zonas
sociales de encuentro, de poder y de conflicto, en los que no existiría un “arriba o abajo” neutral, sino
que son más bien topografías construidas (Zicari, 2018, p. 63)
Para el autor, las lógicas que favorecen la conformación de los espacios, son los
puntos nodales, a veces invisibilizados, de donde emanan prácticas políticas de
dominación: campos, posiciones, suelos por los cuales se reconocen las topologías de los
espacios humanos, en los que se ejerce una soberanía, circula la riqueza, el capital, se
producen los bienes económicos y simbólicos, despliegan los gobiernos y se administran
los cuerpos (Ibíd.)
Los procesos descritos se sitúan en las esferas de la producción y la reproducción
social, inseparables y mutuamente implicadas. En esa relación, sobre las prácticas y los
imaginarios que les dan sentido, fruto de la vivencia histórica del sujeto en el espacio
(siempre vivida como presente), irrumpen las representaciones producidas en la esfera del
poder-saber, sus instrumentos y códigos por medio de los cuales es posible, relativamente,
implicar el territorio en un determinado régimen de acumulación, de representación y de
regulación.
En un plano formal, la interacción de las esferas de la producción y la reproducción
social sustentan el patrón de extracción, producción y distribución de recursos, que se
supone estable durante un tiempo determinado en un espacio dado, e incluye el complejo
entramado que articula desigualmente las formas de la organización productiva (tecno-
económica), que pueden incluir formas capitalistas y no capitalistas de producción y las
expresiones de las formas de intercambio (mercantil y no mercantil) de los bienes
territoriales, así como la determinación de la asignación social de los productos de la
riqueza producida.
118
35
El Estado comprendido como el efecto móvil de un régimen de gubernamentalidades múltiples (Foucault,
2007, p. 96). Es decir, como una forma de poder, que es efecto de un conjunto de prácticas específicas y no
una agencia autónoma, de este modo, una autoridad de gobierno no se corresponde, ni siempre ni únicamente,
a una dependencia estatal, de tal forma que distintos puntos de un entramado social pueden constituirse como
tales al afectar las acciones de otros, conducir conductas y transformar su campo de acción.
119
[…] lo que importa no son simplemente los objetos que se interponen, ni es simplemente la relación
que se da entre los objetos, sino la relación inserta dentro del propio objeto (o sujeto). El
objeto/sujeto sólo se define por la relación que construye a través de y con el espacio. Entonces la
relación está también dentro del objeto/sujeto, lo que implica entender la producción del territorio
como un tipo de experiencia “total”, continua o “integrada” del espacio.
36
Que se manifiesta mediante una naturalización ideológica de las relaciones sociales.
121
37
Se entiende por dispositivo, de acuerdo a la interpretación que Giorgio Agamben (2011) da al concepto propuesto por
M. Foucault, “todo aquello que tiene, de una manera u otra, la capacidad de capturar, orientar, determinar, interceptar,
modelar, controlar y asegurar los gestos, las conductas, las opiniones y los discursos de los seres vivos”.
124
38
“[…] la racialización jerárquica de las relaciones sociales; la forma eurocéntrica de producir y legitimar los
imaginarios, las memorias históricas y el conocimiento; el Estado como institución central de la dominación,
el trabajo asalariado como ámbito central de explotación; la naturaleza como objeto de dominación y
explotación y el patriarcalismo como naturalización de las relaciones de sexo-género. (Marañón, 2016).
125
[…] A medida que se abren fisuras entre el espacio local, el translocal y el nacional, el territorio,
como base de la lealtad y el afecto nacional […], está cada vez más divorciado del territorio como
lugar de la soberanía y el control estatal de la sociedad civil. La jurisdicción y la lealtad están cada
vez más separadas […], donde se supone que ambas dimensiones son coincidentes y se sustentan
mutuamente (Ibíd., p. 114).
39
Entendiendo al neoliberalismo como un momento constitutivo de un nuevo régimen societal en formación,
más que una actualización del régimen de acumulación.
128
dado que todos los aparatos estatales enfrentan, de una u otra forma, la realidad de poblaciones
móviles, flujos legales e ilegales de productos y grandes movimientos de armas a través de las
129
fronteras, es muy poco lo que pueden monopolizar de manera realista, excepto la idea del territorio
como punto diacrítico de la soberanía.
producen al margen de éstos, lo que plantea un problema respecto del análisis de estos
actores “post-westfalianos”.
Así, la crisis de la mediación estatal, que deviene en el Estado aparente, abre la
puerta a la configuración de redes de poder post-soberanas, constituidas por complejos de
corporaciones, empresariales, militares y políticas, que producen diversas redes de
mediación, dominación, represión y apropiación de recursos en el ámbito territorial del
Estado nación (Sassen, op. cit.), y socavan estructuralmente la naturaleza del Estado y su
vinculación con los entramados socio-culturales locales, dando lugar a nuevas formas
territoriales en ámbitos que subvierten el espacio productivo y el de la reproducción social,
así como a los entramados de mediación sustentados en formas de poder cuya historicidad
descansa en arreglos comunitarios de larga data y cuya persistencia, pese a todo, evidencia
la coexistencia de diversas espacialidades y temporalidades.
[…] En medio del orden y el caos mundial los llamados “complejos militares-industriales” y “las
corporaciones” van a sustituir la mano invisible del mercado con la mano visible de la organización y
las concomitantes reestructuraciones de los sistemas de dominación, apropiación, explotación,
reproducción ampliada y distribución del trabajo y los recursos territoriales, variables según los
espacios sean centrales o periféricos.
Estos procesos, estarían dando lugar a lo que él llama una etapa de inestabilidad y
caos prolongados con desestructuración y reestructuración acentuadas de las
organizaciones y los complejos en lucha social.
La otra vertiente de la categoría formaciones predatorias, alude a la lógica de la
expulsión, ya sea de orden social o económica, emergente también, en tanto se distingue de
las formas de marginalización y explotación propias del capitalismo fordista, frente a las
cuales fue posible construir algunos dispositivos de inclusión y movilidad social. La
expulsión a la que alude Sassen es un estado radical de destrucción de los medios de vida
(tierra muerta) y la determinación del carácter prescindible y desechable de los cuerpos.
En ese sentido, el proceso de constitución de esas formaciones, se puede explicar, al menos
en parte, por la forma en que se produce la apropiación material y simbólica de los valores
territoriales, en mecanismos de des-territorialización respecto de las topologías espaciales
pre-existentes.
La des-territorialización, puede entenderse en un doble sentido:
132
a) Como destrucción o abandono de un territorio. Cuestión que alude, principalmente, a la concatenación de las
dimensiones económicas, tecnológicas y políticas, de la relación entre producción-reproducción social. El
capital produce, en el contexto de la extracción de valor, su propia geografía a través del mecanismo de
transformación (segunda naturaleza) o de despojo como sustento de la acumulación (Harvey, 2010).
Entre los procesos que subyacen a esta última forma de des-territorialización, se pueden
reconocer fenómenos ya señalados: la desintegración del régimen salarial, vinculada a la
reducción del empleo formal y al crecimiento de la informalidad económica y, con ello, la
creciente desvinculación del sujeto del régimen de seguridad social. La desconexión
funcional entre los espacios sociales “desheredados” (barrios, pueblos) de las economías
nacionales y globales. La producción de regímenes de excepción como las zonas
económicas especiales. La maquilización como empobrecimiento del régimen de
producción industrial que exacerba la explotación sin mecanismos de reciprocidad entre
capital y trabajo. La sustitución y mercantilización de los referentes culturales a través del
simulacro de la turistificación, entre otras estrategias del capital.
133
de gestión social (Sassen, 2015). Estas formas, erosionan violentamente, tanto las bases
materiales de la existencia, desde el plano local a la escala planetaria, como los entramados
relacionales más o menos estables (denominados coloquialmente tejidos sociales),
conformados por prácticas, códigos de socialización, dispositivos de regulación del poder y
representaciones simbólicas e identitarias, arraigados en el espacio.
Tales formaciones predatorias, y los dispositivos de apropiación que le son
sustantivos, más allá de la destrucción de la materialidad del territorio, profundizan la crisis
de las estructuras sociales y el resquebrajamiento de referentes identitarios que aseguraban
algún sentido de la vida individual y social (Sánchez, op. cit.).
Se constata así, el carácter multidimensional de lo que Sassen llama Agujeros
estructurales en el tejido territorial, que subvierten profundamente la capacidad de
apropiación-regulación del territorio, y producen, mediante la violencia, el desanclaje de la
percepción y la experiencia vivida respecto de los territorios de arraigo duradero, derivada
de la contradicción entre lugares y flujos. Ello erosiona la capacidad de apropiarse de los
sistemas de usos y de los sistemas de expectativas, mediados hasta hace algún tiempo por el
trípode regulador Estado-comunidad-mercado, aludido antes, lo que socava la capacidad de
los sujetos de producir sentido de vida y de enfrentar la alienación que amenaza la vida
cotidiana.
Entre esas formas de re-creación, apropiación y gestión territorial, destacan las
producidas por corporaciones criminales, particularmente aquellas dedicadas al narcotráfico
y el tráfico de personas, que transforman estructuralmente los modos de apropiación de los
recursos. En su origen, operaban de un modo en el que el espacio se constituía como mero
escenario de los procesos de producción, tránsito y consumo. Su caracterización
contemporánea como “crimen organizado”, representa una forma superior a partir de
formas complejas y más o menos estables de producción y gestión de la territorialidad,
mediante la actualización de formas primordiales de control social de carácter tributario-
caciquil y de gobierno cuasi-estatal, y cuyo producto es la subordinación de las formas pre-
existentes de control y articulación social del sujeto y su territorio.
Estos procesos derivan en parte, como se ha apuntado, de la crisis del
funcionamiento del capital en la escala global y sus mecanismos multiescalares de gestión,
que se manifiesta en el carácter crecientemente destructivo de sus mecanismos de operación
135
(tecnológicos, de gestión de recursos) cada vez más extractivista y cada vez menos
productivo. Crisis que se hace visible en sus externalidades depredadoras, así como en la
complejidad de los diversos regímenes de regulación y gestión del poder, inter-in-
dependientes respecto del Estado, que contribuyen a la erosión del cemento que amalgama
las voluntades colectivas, forjadas, para bien y para mal, en la certidumbre de las lealtades
sociales, culturales o identitarias y en la demarcación territorial de la localidad.
En el extremo, el vaciamiento creciente de los mundos locales, la destrucción de su
materialidad constituyente, la ausencia de un proyecto capaz de proponer vías de inclusión
y de sentido, y su sustitución por el distanciamiento, la represión y la violencia, resultan en
una dinámica de desplazamiento, desaparición social y expulsión de crecientes segmentos
poblacionales de las formas “normalizadas” de la vida en comunidad, que reconfiguran la
producción territorial y devienen en la eventual sustitución de los dispositivos de
representación por otras formas sociales de gestión política y de identificación simbólica.
Por ello, puede afirmarse que el complejo desestructuración-desaparición-expulsión, que
resulta de tales apropiaciones territoriales predatorias, se manifiesta, en los sujetos sociales,
tanto en los incluidos como en los expulsados, en la experiencia, consciente o no, del
despojo y el desarraigo radical.
En ese sentido, la constatación de los límites de la producción de externalidades que
el régimen de acumulación y representación de intereses produce, en el contexto del
modelo de desarrollo, puede observarse mejor en esos contextos marginales a la formalidad
estatal y económica, del modo en que lo propone Sassen (op. cit.), en su perspectiva de
análisis. Tal planteamiento supone una “reflexión sobre el tipo de complejidad existente y
la dificultad de poder explicar esa heterogeneidad o diversidad social en base a modelos
únicos y generales” (Tapia, op. cit, 319), como los que se arraigan en los estudios sobre el
desarrollo.
40
El ámbito de la localidad, es entendido por Appadurai “como una dimensión de la vida social, como una
estructura de sentimiento, y en su expresión material en la “co-presencia» viva”
137
el manojo de expectativas estabilizadas, mediante una serie de escalas y equivalencias compartidas (a un trabajo
le corresponde una paga equivalente, a un crimen, un castigo particular, a un riesgo, un seguro previsto), las
tendencias contemporáneas apuntan a que hoy en día y cada vez más, la gente está privada de estas escalas y
equivalencias compartidas, y por ello, no tiene expectativas estabilizadas. Vive en un constante caos de
expectativas, donde los actos triviales se empatan con las más dramáticas consecuencias. Afrontan muchos
riesgos sin seguridad alguna (De Sousa, 2004).
41
A la que siguió, en los años siguientes, una serie de cambios constitucionales y legales como condición de
posibilidad del nuevo régimen de acumulación y que han impactado de manera extraordinaria en la
territorialidad comunitaria Ley de Minería, Reforma energética, Leyes laborales, Regulaciones del capital
financiero, Regulaciones de medios de comunicación, Ley de vivienda, entre otras.
42
Es posible constatar que la estructura y organización de las familias se están modificando de manera
notable, en forma de la disminución de familias nucleares, el aumento de los hogares en los cuales está
ausente alguno de los padres; el crecimiento de aquéllos conformados por la unión de parejas cada uno con su
correspondiente prole, etc. Así mismo, se observa la mayor presencia de hogares de co-residentes –que no
tiene parentesco- y de personas que viven solas. Lo anterior impacta las relaciones genéricas e
intergeneracionales, los mecanismos de comunicación y de toma de decisiones, la transmisión de saberes
para la vida y los hábitos y los tiempos destinados a la crianza y cuidado.
138
Referencias
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id=396/39600104
145
Introducción.
para cada caravana y distinto en cada uno de los Estados, pero en el tercer trimestre del
2019 comenzaron a surgir acuerdos y programas con el objetivo de contener e impedir la
formación y el tránsito de estos migrantes. En sus inicios los medios de comunicación y el
mundo entero estuvieron pendientes de su tránsito y destino. Todo indicaba que las
primeras caravanas no eran hechos aislados y que continuarían, situación que ha sido
ratificada con la última caravana centroamericana formada a inicios del año 2020.
Sin embargo, la esperanza inicial fue diluyéndose a mediados de marzo 2019 con las
noticias del cierre de los albergues destinados a las personas de las primeras caravanas en el
norte de México, una evidencia sutil pero clara que mostró la persecución tenaz y la vuelta
a la clandestinidad a las que fueron orilladas las personas. El evento que terminó por
confirmar el endurecimiento de las políticas y el trato persecutorio a estos grupos, ocurrió
el 7 de junio 2019, cuando el Gobierno Estadounidense dio a México un plazo de 45 días
para reducir el número de personas migrantes o la consecuencia sería la imposición de
aranceles a los productos mexicanos. A partir de esa fecha las noticias que se escucharon en
los medios estaban relacionadas con el despliegue de la Guardia Nacional, detenciones
masivas, albergues incautados y muertes violentas de personas que intentaban llegar a
Estados Unidos en su tránsito por México.
A pesar de este giro desfavorable, el año 2020 inició con la formación de una nueva
caravana, lo que evidencia que las medidas tomadas por los distintos Estados no han sido
sufrientes para reducirlas o controlarlas y que las personas centroamericanas han
encontrado en estos colectivos una forma de llegar más lejos de lo que podrían si hicieran el
trayecto individualmente.
La búsqueda de vida digna libre de violencia, hambre y muerte, por lo tanto, no ha
sido pacífica; durante su tránsito las diversas caravanas han experimentado la desaparición
de personas, violaciones y vejaciones a las mujeres, comentarios xenófobos en medios y
redes sociales, presiones y amenazas en su tránsito y una recepción hostil de los habitantes
de los territorios donde los migrantes esperan o se instalan. Sin embargo, también se
evidencia y se respira la esperanza en la fuerza del poder colectivo, el apoyo de diversas
asociaciones y grupos civiles, el apoyo particular de muchos ciudadanos y el apoyo
selectivo, aunque cada vez menos presente, de algunos gobiernos
149
Ante las realidades de las caravanas centroamericanas surgen varias preguntas: ¿Son las
caravanas una nueva fórmula migratoria de tránsito? ¿pueden llegar a consolidarse?
¿pueden generar nuevos parámetros migratorios? En suma ¿puede hablarse de una nueva
configuración del sujeto migrante?, de ser así ¿qué lo caracteriza?
Hay gran desconocimiento o falta de información sobre el presente de las personas
que conformaron y conforman estas caravanas, por lo que es difícil determinar si podrían
considerarse y por lo tanto nombrase como desplazados, refugiados o migrantes en tránsito.
El 6 de diciembre del 2018 la Red Jesuita de Migrantes presentó en audiencia frente a la
Comisión Internacional de Derechos Humanos diversas violaciones a los derechos de los
integrantes de las primeras caravanas centroamericanas, dicha audiencia comenzó con la
clara partición de “dejar de llamarlos caravana y comenzar a llamarlo por lo que son, un
éxodo” (Red Jesuita con Migrantes en Audiencia Pública ante CIDH, 2018). Sin embargo,
en la prensa y representantes de diversas instituciones estatales como el Instituto Nacional
de Migración de México (INM), continúan llamándoles caravanas por ser la manera en la
que viajan estas personas, en grupo y uno junto a otro y es con ese término como han
logrado visibilización.
La figura de las caravanas como forma de movilidad en grupo no es una fórmula
nueva, ya que ha sido utilizada en varias ocasiones y para diversos fines como por ejemplo
en movimientos sociales para visibilizar y revindicar posturas políticas 44. Las caravanas
como recurso migratorio no son novedad. Durante noviembre del 2018 quedaron varados
en Bosnia y Herzegovina miles de migrantes provenientes de Asia y del Norte de África
que intentaban llegar a Europa (La caravana de miles de migrantes olvidada en Europa,
2018). Sin embargo, en el caso de América Latina el surgimiento y avance de la Primer
Caravana del 2019 y la Primer Caravana del 2020 ponen de manifiesto que está fórmula
iniciada en 2018 no fue un fenómeno aislado, Si bien la subsistencia de esta forma
migratoria aún está en entredicho, debido a que se desconocen los efectos del
endurecimiento de las políticas de los diversos Estados (Durand, 2019). La réplica de esta
44
Recordemos el potencial de visibilización mediática y de denuncia social que tuvieron las Caravanas de
Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad organizadas en México durante el 2011 por Javier Sicilia y
otras personas que han vivido en carne propia la violencia que desde ese entonces existía en México (Centro
de Estudios Ecuménicos, 2013).
150
Hambre, violencia, pobreza, muerte son los motivos que aparecen de manera recurrente en
los testimonios de las personas que integran las caravanas como en los reportajes de
diversos medios de comunicación para explicar las razones existentes para integrarse a las
caravanas. En los discursos de las caravanas migrantes, no se habla de mejorar las
151
Fuente: Elaboración Colegio de la Frontera Norte (2018) con información de DIGESTYC (2016). INE
(2012). INE-Instituto nacional de estadística Honduras. (2016). MINTRAB. (2016). MTPS (2016). PNUD
(2016). STSS (2016)
A pesar de la firma de diferentes acuerdos de paz y la instauración de gobiernos
democráticos, muchas de las situaciones que provocaron los levantamientos armados
siguen prevaleciendo (Colegio de la Frontera Norte, 2018). La proliferación de armas
durante los conflictos armados aunada a las desigualdades sociales y a la corrupción
institucional han sido elementos centrales en la incidencia de la violencia en estos países
centroamericanos. Los grupos de pandillas o maras 45, resultado de las migraciones a
California durante las guerras civiles, han incursionado en la vida cotidiana de
Centroamérica, con un poder amplio al ejercer control explícito sobre diversos espacios de
las ciudades centroamericanas. A continuación, se presenta un cuadro con algunos
indicadores de violencia en la zona.
Figura 2. Indicadores de Violencia en el Norte de Centroamérica
El Salvador Guatemala Honduras
Homicidios (2015) 6, 600 4,778 5,047
Tasa de Homicidios por
cada 100 mil habitantes 103 30 57
configuración de las caravanas migrantes formadas por una población que en realidad no
aspira a ese desarrollo. Su aspiración es la supervivencia, situación que problematiza la
enunciación del desgarramiento.
Las caravanas no representan al migrante en busca del “sueño americano”, tratan de
huir del hambre, de la violencia y de la muerte: “Venimos huyendo de un narco que quería
a mi hija, le decía que no podía ser de nadie más, que tenía que ser de él” (Testimonio de
Mujer de la Caravana en Valenzuela, 2019: 75). Está en juego la corporeidad de estas
poblaciones ya resquebrajada por los flagelos a los que están sujetas. Se arriesgan a
atravesar fronteras huyendo de sus territorios deshumanizados en búsqueda de un hábitat
vivible:
“Pues uno deja su país porque el trabajo está bien complicado, tal vez sólo ganas para tu comida, si
algún hijo tuyo se enferma, no tienes dinero para poderlo llevara a algún hospital o clínica, o sea, es
bien difícil, y la seguridad está por los suelos” (Valenzuela, 2019: 92).
Las caravanas desde su llegada a México hasta la frontera con Estados Unidos. Del
recibimiento “humanitario” a la individualización y represión del colectivo.
Las trayectorias de las caravanas provenientes de Centroamérica desde octubre del 2018
hasta enero 2020 pueden agruparse en tres momentos caracterizados por el tiempo en que
se dieron y por el trato que recibieron.
(3.8%), lesiones (5%) y abuso de autoridad (2.9%). (Arteta, 2019). Fueron registradas la
muerte de 11 personas migrantes (COLEF, 2018). El 50% de los migrantes que se
encontraban en albergues o en las calles aledañas al muro fronterizo sufrían enfermedades
respiratorias (Arteta, 2019). A inicios del 2019 los migrantes tuvieron que enfrentar el
cierre de los albergues temporales gestionados por autoridades municipales y federales en
México lo que hizo que se les perdiera la pista a muchos de ellos. En la Figura 3 se rescatan
algunas de las situaciones que las personas de las tres primeras caravanas vivieron.
Fuente: Elaboración propia con información de MSN noticias (2018), Villamil (2018), Caravana de migrantes: las
imágenes de cómo un grupo salta la valla entre Tijuana y Estados Unidos (2018), Caravana: un segundo grupo de
migrantes centroamericanos rompe la valla fronteriza entre México y Guatemala en fuerte enfrentamiento con la
policía (2018) y Migrantes de la tercera caravana permanecen a la expectativa (2018).
Aparece sobre la mesa la discusión sobre Tercer País Seguro, que México rechaza
en lo oficial pero que de facto está ejerciendo.
Disminuye la cobertura mediática que prácticamente termina con la noticia de la
entrega de tarjetas.
La primera caravana del 2019 coincide con el cambio de Gobierno en México que
entregó 12,061 “Tarjetas de Visitante por Razones Humanitarias” de las 12,574 solicitudes
que recibieron para ello (Gobierno de México, 2019). Dichas tarjetas tenían vigencia de un
año y les permitía a las personas de las caravanas centroamericanas encontrar empleo,
acceder a la educación y a los servicios de salud básica dentro del territorio mexicano
(México autoriza las primeras tarjetas humanitarias a nueva caravana migrante, 2019).
Paradójicamente y mientras parecía que las opciones y las condiciones para las personas de
la caravana se abría con la entrega de estas tarjetas, en el norte de México se cerraban los
albergues gestionados por el Estado. El cierre más notable fue el del Albergue El Barretal
en Tijuana que funcionó durante 60 días y llegó a albergar a 2,500 personas (Méndez,
2019). En el discurso el trato fue uno, pero en la realidad las medidas tomadas, tanto de
repartición de tarjetas como de cierre albergues, tuvo como resultado que las personas de
las caravanas centroamericanas permaneciesen lejos de la frontera con Estados Unidos.
Es con el surgimiento de la primera caravana del 2019 como se establecen los
primeros acuerdos entre países para regular e impedir la emergencia y el tránsito de estas
caravanas. El primer acuerdo oficial consistió en que el Gobierno Mexicano albergaría a las
personas de las caravanas hasta que Estados Unidos resolviera las solicitudes de asilo.
(Caravanas de migrantes: México acepta dar refugio a los que soliciten asilo en Estados
Unidos, 2018). La supuesta apertura que México mostraba en un inicio se reveló sólo como
discurso. A diferencia de México, la postura estadounidense desde un inicio fue de rechazo
y estigmatización hacia las personas que conformaban las caravanas, además de
permanecer inflexibles en sus legislaciones y procesos.
El 7 de junio 2019 sucede un quiebre en la historia de las caravanas, México y
Estados Unidos firman un acuerdo en el que Estados Unidos desiste de poner aranceles a
productos mexicanos y el Gobierno Mexicano se compromete a trabajar para disminuir el
flujo migratorio en un plazo de 45 días. México materializa dicho acuerdo con el
despliegue de 6,000 mil elementos de la Guardia Nacional y comienza a alojar a las
159
personas de las caravanas que esperan la resolución de su solicitud de asilo por parte del
gobierno estadounidense (Casasola, 2019).
Con este hecho se fija la colaboración mexicana con el gobierno estadounidense
para detener y perseguir a las caravanas centroamericanas desde su gestación hasta la
deportación de las personas que las integran. La frontera se endurece y con el despliegue de
la Guardia Nacional vuelve la represión y la clandestinidad de las personas en tránsito hacia
Estados Unidos. Las noticias encontradas durante este periodo hacen énfasis en la eficacia
de las persecuciones y de las deportaciones y hay una ausencia de noticias sobre el destino
y presente de las caravanas. Como ejemplo de estas las noticias se encuentra el relato del
Jefe de Aduanas y Protección Fronteriza estadounidense, Mark Morgan, felicitando la
cooperación del gobierno de Andrés Manuel López Obrador y calificando la participación
del gobierno mexicano como “increíble” y “para los libros de historia” (En un año, creció
88% la cifra de indocumentados detenidos en frontera con E.U, 2019).
Junto con el trato entre los gobiernos estadounidense y mexicano, surge la presión
de Estados Unidos hacia México de convertirlo en un “Tercer país seguro”. Esto implicaría
asumir la responsabilidad de examinar las solicitudes de asilo, hacer efectivo el principio de
no devolución, garantizar el asilo a las personas de conformidad con los estándares
internacionales aceptados (Gómez y Cano, 2018). A pesar de que México no ha aceptado
convertirse formalmente en tercer país seguro, debido a las acciones derivadas de los
acuerdos hechos con Estados Unidos, lo está siendo de facto. Prueba de ello fue el anuncio
de Marcelo Ebrard, canciller de Relaciones Exteriores en México, quien el 30 de enero del
2020 informó que las solicitudes de refugio crecieron en 10 veces ya que pasó de recibir
6,000 peticiones de asilo a 70,000 peticiones al año (México: pedidos de asilo pasaron de
6,000 a 70,000 en un año, 2020).
caravanas desde la institucionalidad a través de diversos proyectos. Ejemplo de esto son los
programas que se gestaron sobre la marcha: “Estás en tu Casa”, “Tarjetas de Visitantes por
Razones Humanitarias”, “Programa de Retorno Voluntario Asistido”, derivando en el
actual “Plan de Desarrollo Integral para Centroamérica” que pretende desarrollar trabajos
en estas regiones a través de la inversión de capital para reducir la migración (Velázquez y
Molina, 2019). Sin embargo, dicho plan pone énfasis en las condiciones económicas
ignorando el contexto social de estos territorios y cuando las raíces de los movimientos
humanos van más allá de la falta de empleo, es ingenuo pensar que un plan de desarrollo de
este tipo pueda contenerla o erradicarla, si es precisamente el concepto de desarrollo lo que
los ha llevado a esta situación.
En todas estas estrategias y posteriores acuerdos, se observa cómo las caravanas
centroamericanas han sido utilizadas como “moneda de cambio”, es decir han sido usadas
para volver a abordar o zanjar asuntos políticos de antaño.
Sin embargo, el desorden inicial y la particularidad desde la que cada país abordaba
la situación fue sustituido por acuerdos entre países que desembocaron en una violenta
persecución e incremento de los obstáculos, incluso desde los países de origen.
Si bien la militarización y la abierta persecución empezó a mediados del 2019, el
tránsito nunca fue del todo libre. Los diversos Estados implicados pusieron en marcha
diversos mecanismos y políticas migratorias de control. Unas disfrazadas de tintes
humanitarios como albergues, asistencia médica, registros oficiales o tarjetas migratorias.
Otras medidas fueron abiertamente restrictivas como el despliegue de militares, vallas de
púas o deportaciones.
Esto evidencia que el trato a las caravanas centroamericanas esta mediado por un
proceso de normalización de la migración. Foucault (2002, p .171) menciona que el proceso
de normalización es uno de los grandes instrumentos de poder y hace referencia a la
adscripción de un cuerpo social que tiene sus propios papeles de clasificación,
jerarquización y distribución de los rangos. El concepto de normalización obliga o busca lo
homogéneo, pero permite las desviaciones a través de la individualización de los casos que
se salen de la norma. En este sentido, el despliegue de ciertas estrategias migratorias
diferencia los casos dentro de las caravanas que obedecen a procesos migratorios válidos y
164
reconocidos de los casos que están desviados de la normalidad migratoria y por tanto que
deben castigarse o forzarlos a un molde que encaje en la clasificación normalizada.
El concepto de normalización de Foucault (2002) contribuye a comprender la forma
bajo la que la legislación mexicana normaliza, y por tanto aborda, la situación de los
extranjeros en México. En las leyes de este país están contempladas tres figuras que se
describen a continuación:
“Migrante: al individuo que sale, transita o llega al territorio de un Estado distinto al
de su residencia por cualquier tipo de motivación” (Ley de Migración, 2011, p. 4).
“Asilo Político: Protección que el Estado Mexicano otorga a un extranjero
considerado perseguido por motivos o delitos de carácter político o por aquellos
delitos del fuero común que tengan conexión con motivos políticos, cuya vida,
libertad o seguridad se encuentre en peligro, el cual podrá ser solicitado por vía
diplomática o territorial. En todo momento se entenderá por Asilo el Asilo Político”
(Ley sobre Refugiados, Protección Complementaria y Asilo Político, 2011, p. 1).
“Condición de Refugiado: Estatus jurídico del extranjero que encontrándose en los
supuestos establecidos en el artículo 13 de la Ley, es reconocido como refugiado,
por la Secretaría de Gobernación y recibe protección como tal” (Ley sobre
Refugiados, Protección Complementaria y Asilo Político, 2011, p. 2).
Si bien la figura del “migrante” y de “asilado político” se explica en la misma
definición, para entender lo que en las leyes mexicanas se cataloga como “refugiado” hay
que remitirse al artículo 13 de dicha ley que versa así:
Artículo 13. La condición de refugiado se reconocerá a todo extranjero que se encuentre en territorio
nacional, bajo alguno de los siguientes supuestos:
I. Que debido a fundados temores de ser perseguido por motivos de raza, religión, nacionalidad,
género, pertenencia a determinado grupo social u opiniones políticas, se encuentre fuera del país de
su nacionalidad y no pueda o, a causa de dichos temores, no quiera acogerse a la protección de tal
país; o que, careciendo de nacionalidad y hallándose, a consecuencia de tales acontecimientos, fuera
del país donde antes tuviera residencia habitual, no pueda o, a causa de dichos temores, no quiera
regresar a él.
II. Que ha huido de su país de origen, porque su vida, seguridad o libertad han sido amenazadas por
violencia generalizada, agresión extranjera, conflictos internos, violación masiva de los derechos
humanos u otras circunstancias que hayan perturbado gravemente el orden público, y
165
III. Que debido a circunstancias que hayan surgido en su país de origen o como resultado de
actividades realizadas, durante su estancia en territorio nacional, tenga fundados temores de ser
perseguido por motivos de raza, religión, nacionalidad, género, pertenencia a determinado grupo
social u opiniones políticas, o su vida, seguridad o libertad pudieran ser amenazadas por violencia
generalizada, agresión extranjera, conflictos internos, violación masiva de los derechos humanos u
otras circunstancias que hayan perturbado gravemente el orden público. Ley sobre Refugiados,
Protección Complementaria y Asilo Político (2011, p. 6 y7)
La pregunta que surge es ¿qué tipo de reconocimiento tendrá y que trato se le dará a este
nuevo cuerpo social? La problematización que hace Sánchez (2020) del concepto de
ciudadanía sobre quienes merecen ser considerados ciudadanos y quienes no, especialmente
desde el análisis del desgarramiento ante la imposibilidad de articular ciudadanía y
diversidad cultural en una igualdad que no uniforme y una diversidad que no discrimine,
aporta luces para seguir vislumbrando las situaciones a las que las personas de las
caravanas se enfrentarán en función de su catalogación como ciudadano o como
caravanero/caravanera.
México ha sido reconocido, en algunos imaginarios sociales, como un país amigable
y hospitalario con las personas migrantes. Estos imaginarios se construyeron a raíz de
eventos pasados como el recibimiento de aproximadamente 30 mil refugiados españoles
entre 1939 y 1942; o en los años 70´s cuando México abrió las puertas a miles de personas
del Cono Sur que escapaban de dictaduras militares. Muchas de estas personas obtuvieron
en su momento la condición de asilado político, que goza de la máxima protección del
Estado y para quien la obtención de la ciudadanía mexicana es prácticamente instantánea.
Sin embargo, a pesar de los imaginarios colectivos que identifican a México como
un país de “puertas abiertas, no hay que olvidar que durante el siglo XX las políticas
migratorias mexicanas fueron fuertemente restrictivas particularmente con ciertos grupos
de población como árabes, judíos, turcos, polacos, checos, chinos, afrodescendientes o
personas con ciertas enfermedades o que profesaran una religión distinta a la católica
(Yankelevich y Chenillo, 2009).
El revisar los grupos de personas con los que México ha sido receptivo, puede dar
luces para entender el tipo de ciudadano que estado desea y por lo tanto respalda. En este
sentido, y retomando los casos de los exiliados españoles de 1936 y de los latinoamericanos
de los 70´s y 80´s, vale la pena preguntarse: ¿cuáles eran las características de estas
168
personas que les abrió la puerta del país y de la ciudadanía? y ¿en qué se diferencian con las
caravanas de personas provenientes de Centroamérica en la actualidad?
Las personas de aquella época llegaron de sus países de origen con recursos
económicos o con redes sociales que en teoría aportarían al desarrollo del país. Muchos de
ellos eran intelectuales, empresarios, artistas o políticos. A diferencia de las personas de las
caravanas centroamericanas, los que llegaron a México en los 40`s, 70`s y 80`s; no eran
considerados como pobres o al menos la pobreza no era una condición que históricamente
los definiera.
Las caravanas de personas centroamericanas viven en una pobreza sistemática e
histórica lo que provoca un fuerte rechazo. Esto es a lo que Cortina (2017) define como
aporofobia, que literalmente se traduce como “fobia al pobre”. Este concepto refiere que el
rechazo se debe a la creencia de que los pobres no tienen “nada que aportar. Creencia que
concuerda con la revisión de Yankelevich y Chenillo (2009) a la política de inmigración en
México quien históricamente ha hecho énfasis en que las personas extranjeras deben
aportar a los intereses nacionales y a la adecuada convivencia nacional.
Otra de las diferencias, es que las personas de estos ejemplos gozaron de un
reconocimiento y un trato de colectivo. Se les identificaba como “los exiliados políticos”,
“los niños de Morelia”
Una situación diferente que merece la atención es la de los “desplazados por Tierra
Arrasada”, como se llamó a miles de guatemaltecos que México recibió en calidad de
refugiados en la década de los 80, en su mayoría eran campesinos e indígenas. Fueron 46
mil personas según unos datos (Gómez y Cano, 2018), 200 000 entre otros (Buenrostro,
2001).
Estos migrantes buscaban huir de las matanzas ordenadas por el General Ríos Mont,
matanzas denominadas de “Tierra Arrasada” orientadas a destruir la base rural de la
guerrilla, y que arrasaron a 400 comunidades indígenas. La acogida de estas personas
desplazadas tuvo que ver con la forma de evitar el involucramiento de México en la guerra
de Guatemala, así como con las incursiones del ejército guatemalteco en territorio
mexicano, además del apoyo de ACNUR,
El número de refugiados guatemaltecos era incomparablemente mayor al número de
las personas que integran actualmente a las caravanas. Sin embargo, esos migrantes huían
169
de una guerra civil explícita en el país vecino, en la que la frontera mexicana corría riesgos.
En cambio, los caravaneros no huyen de una guerra que esté involucrando, al menos
directamente, a ningún ejército y en un contexto geopolítico distinto. Por otra parte,
visibilizan no solamente la pobreza, sino la desigualdad resultado de un proceso de
explotación histórico que desafía al statu quo con su sola presencia.
Es así como tanto del gobierno mexicano como el estadounidense han hecho todo
lo posible por desmantelar a los colectivos y inhabilitar su identidad social. La política
consiste en revisar de manera individual cada uno de los casos de las personas en las
caravanas, quitándoles el apelativo, la fuerza de colectivo para imposibilitar alguna forma
de reconocimiento que les otorgue ciertos derechos.
Las personas en las caravanas vienen de un no reconocimiento desde sus países de
origen, sólo cuentan con su territorio móvil y una peculiar ciudadanía, la del caravanero o
la caravanera.
Frente a la figura de las caravanas la sociedad civil ha tenido reacciones
abiertamente xenófobas disfrazadas bajo argumentos como “primero nosotros los
mexicanos”, es decir los ciudadanos, los que tenemos derecho. Aunque pocos, también se
han ido construyendo discursos de apoyo y solidaridad que contrarrestan esa xenofobia.
Una expresión abiertamente xenófoba fue el recibimiento de las caravanas
centroamericanas en la ciudad fronteriza de Tijuana, donde sus habitantes salieron a
manifestarse con el lema “Fuera, Fuera” y autonombrándose como “Movimiento
Ciudadano contra el Caos de la Caravana Migrante”. Lo más peligroso ha sido la
xenofobia abierta que mostraron los propios gobernantes ya que legitimaba un trato
discriminatorio. Su máxima expresión estuvo en el comentario del alcalde de la ciudad
fronteriza de Tijuana, frente a medios de comunicación, quien dijo: “No me atrevo a
calificarlos como migrantes (…) son una bola de vagos y mariguanos (…), los derechos
humanos son para los humanos derechos” (Camhaji, 2018).
Sin embargo, el fenómeno de discriminación también se ha hecho visible al interior
de las caravanas. Y en esos casos se vincula, sobre todo, con las relaciones de género.
En las caravanas centroamericanas se observa una fuerte participación de mujeres
solas, menores no acompañados y comunidades LGBT. Todas estas minorías dentro de la
minoría caravanera tuvieron que tomar medidas extra de protección. Ejemplo de ello es que
170
la comunidad LGBT fue el primer grupo que llegó a la frontera entre México y Estados
Unidos el 11 de noviembre del 2018 debido a que tuvieron que rentar un autobús particular
para evitar los acosos a los que estaban siendo sometidas y sometidos dentro de las
caravanas (MSN Noticias, 2018). Si bien está situación hizo que el colectivo LGBT se
visualizara, los motivos detrás de ese logro evidencian el acoso y discriminación dentro de
las propias caravanas.
Por otra parte, fueron mujeres las primeras integrantes de las caravanas en pisar
Estados Unidos. El 14 de noviembre dos mujeres y una menor, así como una mujer y sus
tres hijos cruzaron la malla fronteriza en Playas de Tijuana y se entregaron a las autoridades
migratorias de EUA (Ibarra, 2018). Sin embargo, frente al terreno que ganan en la
visualización de su existencia y de sus logros, hay incontables historias de abuso sexual al
interior de las caravanas.
En el planteamiento de los Desgarramientos Civilizatorios (Sánchez 2020) se habla
de Símbolos e Identidades Dislocadas, y se señalan dos desgarramientos en dicho ámbito:
la tensión permanente entre ciudanía-diversidad; y la defensa de patriarcado frente a la
ruptura de la norma heterosexual. El concepto de ciudadanía está cimentado en una
homogeneidad unificadora que excluye todo lo que no está contemplado en sus parámetros.
La pobreza, la diversidad sexual, la presencia de mujeres solas o a cargo de niños, no es la
imagen sobre la que fue construida la figura del ciudadano: varón, blanco, productivo,
heterosexual y mayor de edad. Las personas de las caravanas sufren un proceso de
desciudadanización más agudo del que viven en sus países de origen.
En cuanto a la defensa del patriarcado frente a la lucha por la igualdad y la
diversidad genérica, se observó cuando integrantes del colectivo LGBT fueron los primeros
en llegar a la frontera y las primeras en cruzarla fueron mujeres con hijos. Estos dos
momentos simbólicos hicieron que las formas feminizadas de ser fueran visibilizadas y sus
vejaciones reconocidas.
En el caso de las caravanas el uso de Twitter como vocero formal/informal de los gobiernos
y el WhatsApp y Facebook como medios para convocar y organizar a las personas de las
caravanas.
El uso de la red social Twitter por parte del gobierno de Estados Unidos,
particularmente desde el perfil personal del presidente Donald Trump, es un caso claro del
aprovechamiento que puede hacerse sobre las comunicaciones ambivalentes. Trump ha
usado su cuenta de Twitter para lanzar amenazas, hacer comentarios racistas y xenófobos,
estigmatizar a las personas de las caravanas, pero a su vez las utiliza también para informar
las decisiones gubernamentales en marcha. Por lo tanto, toda esta información lanzada
desde un perfil “personal”, aunque la persona en cuestión sea un servidor público, permite
que la lectura de la comunicación sea interpretada de manera “formal e informal” al mismo
tiempo. Es así como un mismo comentario proveniente de una figura pública puede ser
tomado como una “comunicación oficial” fungiendo como vocero gubernamental, o por el
contrario puede ser tomada como “opinión personal”. Esta forma puede facilitar el deslinde
de responsabilidades y repercutir en la percepción que las sociedades van forjando respecto
al fenómeno de las caravanas migrantes.
En una entrevista Joel Lunenfeld, vicepresidente de Twitter, menciona que esta red
social es utilizada por la gente más influyente del mundo. Según sus palabras “es el modo
en el que los líderes mundiales hablan ahora y es cómo la gente se entera de las noticias
hoy (…) si algo aparece en Twitter se convierte en una historia de verdad” (Arroyo, 2017).
Por su parte, WhatsApp y Facebook, han sido dos redes sociales poderosas y
movilizadoras ya que desde estas se han convocado y organizado las caravanas
centroamericanas. Estas redes sociales han permitido preservar la identidad de los
organizadores, si es que los hay, en el anonimato. También ha permitido la difusión masiva
de cada una de las caravanas en diferentes espacios geográficos, siendo las personas
integrantes de las caravanas las encargadas de difundir la información y así incrementar el
número de personas que las conforman. Estas dos redes sociales, permiten la clandestinidad
necesaria para no ser detenidos antes de empezar y dan fuerza a la convocatoria.
Mientras que las redes sociales oscilan entre los ámbitos privados-públicos y han
tenido un papel clave para movilizar las caravanas desde dentro y en informar sobre el trato
recibido desde los distintos gobiernos; el papel de los medios de comunicación estuvo
172
El sujeto que está emergiendo de las caravanas, más que migración, éxodo o
desplazamiento tiene su origen en una forma de rebelión. Sin embargo, esta rebelión no
173
proviene de un levantamiento hostil que pretende derrocar los poderes del Estado como
define el concepto la Real Academia Española (2020). Varela y Mc Lean, 2019 consideran
que se trata de una insurrección y de una nueva forma de lucha migrante. En este texto se
considera que se trata más de una rebelión que de una insurrección. Una rebelión que
proviene del cotidiano y lo existencial, a la que hace referencia Albert Camus en sus obras,
y que surge al cobrar conciencia de la finitud de las personas, del abandono de cualquier
esperanza, de desprenderse de las certidumbres que daban sentido a la existencia (D
´Angelo, 2015).
En términos camusianos, la toma de conciencia de la futilidad de la existencia es, el
salto que la conciencia necesita para liberarse de una improbable felicidad futura y
abandonada toda esperanza empieza vivir en el ahora. No es una resignación sino una
aceptación de la sinrazón presente en la humanidad y reconocerlo es liberador (D´Angelo,
2015). Las caravanas representaron, para las personas que se unieron a ellas, la posibilidad
de afrontar la sinrazón del mundo y de sobrevivir lejos de situaciones de violencia y
muerte.
El arrojo que se requiere para dar el salto, está presente en todo el camino de las
caravanas centroamericanas que inicia con la toma de la decisión exprés, continua con la
fortaleza física y mental que requiere recorrer 5,000 kilómetros en sandalias de plástico y
con tener el temple para sortear todo tipo de vejaciones. Todos estos mecanismos
cognitivos y emocionales son puestos en marcha debido a la pérdida de certezas y garantías
de supervivencia. En muchos casos incluso fue cuestión de segundos dar el primer paso:
“Yo no había salido todavía. O sea, yo me estaba despidiendo cuando ella dijo: yo me voy
contigo. Entonces me fui a despedir de mi mamá y de mis hermanos y pues ya,
emprendimos el camino. Así es como pasó” (Valenzuela, 2019, p. 95).
La emoción, la necesidad de supervivencia y el tener una única oportunidad, permea
por encima de la reflexión, el miedo y la planeación del viaje. Solo así puede comprenderse
que tantas personas se unieran a la caravana, dejándose llevar por su arrojo. Para el caso de
las caravanas centroamericanas, el rompimiento de los mapas cognitivos que daban certeza
(Sánchez, 2020) deriva en una rebelión existencial en donde las caravanas no representan
una estrategia para enfrentar la incertidumbre, sino que representan la única certeza para
sobrevivir.
174
A lo largo del texto se puede observar una línea que inicia con una forma de arrojo
estructural, que hace referencia a la expulsión de poblaciones centroamericanas debido a las
condiciones de violencia y vulnerabilidad en las que viven (Sassen, 2015). Sin embargo,
esta situación de expulsión es la que lleva a estas poblaciones a mostrar otro tipo de arrojo,
uno que nace de las entrañas y viene cargado de fuerza, ese que llevó a miles de personas a
dejarlo todo a cambio de una oportunidad de supervivencia.
Otra característica de este sujeto rebelde que emerge es su carácter horizontal. Para
Zibechi (2000) la mirada horizontal hace referencia a la creación de espacios donde el
poder no se concentra, la disciplina surge por consenso y la identidad de sus miembros sólo
puede mantenerse si se cuida la identidad de los otros. Aunado a esto el paradigma
horizontal no lucha contra los poderes estatales, sino que su objetivo es crear redes de
solidaridad entre los de abajo (Zibechi, 2000, p.80)
Las caravanas fueron solidarias entre los de abajo porque permitieron a muchas
personas huir de su condición de vulnerabilidad sin necesidad de contar con recursos
económicos para ello, esto hace que la condición de tránsito fuera algo alcanzable a todos:
“Nosotros no nos habíamos venido antes porque somos pobres. Si antes consigue uno para
la comida y nos quieren amenazar que nos van a matar” (Valenzuela, 2019, p. 104).
Otro ejemplo de horizontalidad en las caravanas es la protección del colectivo para
mejorar la seguridad en el trayecto. Si bien el trayecto sigue siendo peligroso, las caravanas
centroamericanas han sido eficaces para llegar a la frontera, para protegerse en grupo y
permanecer como colectivo sin concentrar el poder en figura alguna. Muchas de sus
características como la fuerza del colectivo, el arrojo de todas y todos sus integrantes, la
búsqueda común de una vida sin violencia, la oportunidad de migrar sin tener dinero para
costearlo hace de las caravanas centroamericanas una forma de rebelión horizontal que
inicia con el grupo y el arrojo de sus integrantes.
La permanencia de las caravanas y su proliferación no pueden considerarse como un
hecho aislado. El inicio del 2020 marca la continuidad de éstas y el surgimiento de un
nuevo sujeto social con características particulares que lo diferencian de otros procesos
similares.
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Introducción
La histórica desigualdad producida por la acumulación de capital y más tarde por las
expulsiones generadas en la fase neoliberal global de la economía de capital detonaron la
construcción de diferentes experiencias de Economía Social (ES) que posiblemente podrían
considerarse como esfuerzo de estructuración de presentes dignos (Sánchez, 2020). Se
entienden como presentes dignos, ámbitos de resistencia frente a la explotación, a la
expulsión y a la estigmatización, que intentan establecer relaciones horizontales de
reconocimiento recíproco, desarrollo de capacidades para gestionar los conflictos y
favorecer las posibilidades de reproducción de la vida, y sin dejar de luchar por cambios
más amplios.
182
En América Latina se han socializado más las experiencias de Economía Solidaria que las
de Economía Social. La Economía Social fue impulsada en Francia en la década de los
46
Al señalar “desarrollo lineal” estamos haciendo referencia a la concepción de desarrollo concebida
tradicionalmente que refiera un desarrollo por etapas iniciando en una sociedad tradicional hasta llegar a una
sociedad de consumo. Veáse Rostow, W. (1961) Las etapas del crecimiento económico. Fondo de Cultura
Económica. México.
183
setentas del siglo veinte (Cadena, 2005), y recupera las formas de organización que
aparecieron en el siglo XIX para hacer frente a las necesidades no satisfechas de los
trabajadores, como vivienda, finanzas, salud. Desde el siglo XIX, particularmente en
Francia, la solidaridad fue considerada como principio de protección susceptible de limitar
los efectos negativos de la expansión de la economía capitalista (Oulhaj, 2013).
En América Latina a partir sobre todo de la década de 1980, surge el concepto de
Economía Solidaria como respuesta a la implementación de políticas de austeridad
derivadas de la globalización neoliberal que significó
Solidaria, como la actividad económica realizada solamente por las cooperativas, mutuales
y fondo de empleados, las demás formas de organización solidaria se consideran
simplemente como organizaciones de desarrollo. Esto implica que el campo de la
Economía Solidaria, está limitado, y el concepto de solidaridad de la economía pierda
fuerza, como una posibilidad de trasformación social y solo se vea como parte de un sector
estructurado o hacia adentro de la forma orgánica de una organización de este tipo.
José Luis Coraggio (2008, p. 34) señala que en los ejercicios de Economía Social
hay zonas grises, y ante ello señala los siguientes ejemplos: cooperativas que han perdido el
ideario de la cooperación y funcionan como empresas de capital tanto hacia afuera como
hacia adentro; cooperativas de trabajo que son apéndices de empresas de capital,
instrumentalizadas para ocultar formas de sobre explotación del trabajo ajeno y evadir el
principio de redistribución fiscal, o fundaciones de gestión verticalista que dan cobertura
cosmética a las empresas de capital. Es un hecho que las organizaciones de Economía
Social no pueden existir fuera de sus relaciones con otras organizaciones de la misma
Economía Social, de las empresas de capital y de las organizaciones estatales. Existen y
funcionan dentro de un sistema con dominio del capital, que tiende a introyectar en las
organizaciones una ética de mercado capitalista y genera un campo de fuerzas, como diría
Bourdieu, que no puede verse como un “afuera” sino que las atraviesa y las constituye
como formas concretas y complejas.
Por lo mismo la propuesta ideal de las organizaciones de Economía Social y
Solidaria supone un esfuerzo a contracorriente. La ESS busca, a partir de la asociación de
personas, repartir los ingresos equitativamente, poniendo en el centro el trabajo sin
explotación de las personas y, con ello, satisfacer las necesidades económicas del colectivo
y permear en los territorios donde se insertan. Es decir, los ejercicios de Economía Social
se posicionan en un entorno de posibilidad de generar una repartición más equitativa de los
ingresos generados. Los ejercicios de Economía Social hacen frente a la dificultad
ecológica y económica de alcanzar un desarrollo urbano, industrial de pleno empleo y
consumo, construido como el ideal a alcanzar desde la economía de capital.
Las experiencias de Economía Social viven la inevitable contradicción de nacer dentro de una
sociedad cuyos valores hegemónicos reproducen la primacía del capital, en donde sus integrantes
tienen que aprender nuevas formas de relación y también entrar a la economía de mercado
186
capitalista. La Economía Social es una alternativa que busca desarticular las estructuras de
reproducción de capital y a construir un sector orgánico que provea a las necesidades de todos con
otros valores, que afirme otro concepto de justicia social, que combine el mercado regulado con otros
mecanismos de coordinación de las iniciativas, que pugne por redirigir las políticas estatales y en
particular la producción de bienes públicos. (Coraggio, 2008, p.39).
economía del capital, emerge como una opción de presentes dignos para los colectivos,
grupos y comunidades excluidos y/o expulsados de la dinámica hegemónica.
Finalmente, es importante considerar el énfasis que muchas de las empresas de ES
hacen en el territorio y su sustentabilidad. Como señala Dávalos (2013) las organizaciones
de Economía Social pueden constituir uno de los principales horizontes de futuro, no
obstante, su tarea principal es afianzar su sostenibilidad, politización, revisión y
consolidación organizacional.
No obstante, es evidente que no hay que idealizarla, adjudicándole objetivos
maximalistas, evitando de esta manera posteriores decepciones paralizantes, sino que se
trata de comprender que no está en condiciones de transformar unilateralmente la sociedad
(Elgue, 2014, p.32).
medido con los indicadores habituales. Los instrumentos de expulsión van desde políticas
elementales como recorte al gasto social, disminución de programas sociales,
flexibilización de las políticas laborales, políticas fiscales flexibles, falta de regulación de
las instituciones financieras como los bancos, hasta instituciones, técnicas y sistemas
complejos que requieren conocimiento especializado y formatos institucionales intrincados.
En estos procesos la función del Estado ha implicado la producción de nuevos tipos de
reglamentos, leyes, políticas, es decir, ha producido una nueva clase de legalidad garante de
los derechos del capital global. Podría concebirse al Estado como la representación de una
facultad técnica administrativa que posibilita la implantación de la economía global
corporativa (Sassen, 2012 p. 70).
Los canales para la expulsión varían, incluyen políticas de austeridad que han
contribuido a contraer economías como sucedió en Grecia y España, políticas ambientales
que pasan por alto las emisiones tóxicas de operaciones mineras, como en gran parte de los
antes llamados países periféricos etc. El carácter, el contenido y el lugar de esas
expulsiones varían enormemente, atravesando estratos sociales y condiciones físicas y
cubren el mundo entero. Un ejemplo son las innovaciones financieras avanzadas que cortan
una variedad de sectores económicos y los someten a su propia lógica, desde deudas
intangibles hasta grandes edificios.
Las capacidades que impulsan el desarrollo de esos sistemas innovadores no son de manera necesaria
intrínsecamente brutalizadoras, pero pasan a serlo cuando operan dentro de determinados tipos de
lógica organizadoras. La capacidad de las finanzas para crear capital no es intrínsecamente
destructiva, pero es un tipo de capital que necesita ser puesto a prueba: ¿puede materializarse en una
infraestructura de transporte, un puente, un sistema de purificación, una fábrica? (Sassen, 2015 p.
15).
A partir de 1980 se observa el desarrollo material de áreas cada vez mayores del
mundo que se convierten en zonas extremas para operaciones económicas clave. En un
extremo eso adopta la forma de la tercerización global de manufacturas, servicios y trabajo
de oficina, extracción de órganos humanos y cultivos industriales hacia áreas de costos
bajos y regulaciones débiles. En el otro extremo la activa construcción de ciudades globales
como espacios estratégicos para funciones económicas avanzadas; ciudades desde cero y la
renovación de ciudades antiguas. La capacidad de las finanzas para desarrollar instrumentos
enormemente complejos que le permiten titularizar la variedad de entidades y procesos más
amplia que ha conocido la historia (Sassen, 2012).
Las personas en cuanto trabajadores y consumidores tienen un papel cada vez más reducido en los
beneficios de muchos sectores económicos. Lo que importa son las tierras sobre las que viven
aquellos sectores poblacionales rurales empobrecidos y no las personas que las habitan. Por ello, no
hablamos de elites predatorias, sino de formaciones predatorias, es decir, una combinación de élites
y capacidades sistémicas con las finanzas como posibilitador clave, que presiona hacia la
concentración aguda de su espacio vital. (Sassen, 2015 p.15).
La fosa común convierte el espacio de habitar en una oquedad doliente. La fosa común nos revela la
forma como se está destruyendo el territorio habitable y nos está convirtiendo en seres a-terrados.
Los cuerpos encimados, mutilados, desmembrados que destruyen identidades y singularidades,
muestran además de la violencia al matar y el asesinato despiadado, la destrucción de la condición
humana. La forma como los medios y las instituciones comunican estas realidades, destruyen la
singularidad de las personas convirtiéndolas en números y facilitando la naturalización de la
violencia. Necesitamos, dice el autor “Esclarecer la comunidad que somos ante la oquedad
producida” (Aguirre 2018 p.106 en Sánchez, 2019 p.7).
47
Esta solicitud se hizo aprovechando el vínculo del CIAS con el Sistema Universitario Jesuita del que la
Universidad Iberoamericana Puebla forma parte. Se reconocía el papel de esta universidad en la construcción
de un ecosistema de Economía Social, iniciado desde 2005 en el área de Servicio Social, con los Programas
Interdisciplinares de Servicio Social (PROMOSS) en Economía Social y Solidaria y más tarde, en 2010 con la
puesta en marcha de la Maestría en Gestión de Empresas de Economía Social (MGEES). Posteriormente en
2015 y 2016 se crearon la Incubadora de Empresas de Economía Social y el Laboratorio de Innovación
Económica y Social (LAINES). Este último tiene como principal función gestionar y dar consultoría a
distintos actores públicos y privados para impulsar experiencias y circuitos económicos de Economía Social.
197
Era importante conocer las distintas violencias que vivían los distintos actores
participantes en el proyecto. Directamente con las mujeres a las que hemos hecho mención,
el dolor de haber perdido a un familiar y que era el motivo para participar en estos
ejercicios de Economía Social, las ponía al frente para generar una alternativa económica
que les permitiera tener un ingreso y también, transitar en sus roles de género, al hacerse
cargo no solo en la reproducción del trabajo doméstico, sino en el trabajo productivo que
les permitiera generar un ingreso para resolver sus necesidades económicas. En este grupo
de mujeres se vivían procesos de ayuda mutua, de acompañamiento y de respeto en el dolor
compartido, construyendo lazos sociales qué en lo sucesivo les ayudarían a emprender una
actividad económica que les permitiese satisfacer sus necesidades individuales y colectivas.
Las poblaciones que sufren violencias severas, desde las históricas y estructurales,
que se expresan ahora en agresiones brutales, enfrentan retos enormes para lograr su
supervivencia económica y emocional.
El proyecto de impulsar la Economía Social en estas poblaciones permitió
visibilizar con claridad la importancia de analizar las dinámicas de la violencia en
diferentes niveles, los traumas y el dolor generado, y detectar, junto con los pobladores,
los espacios posibles para dirigir los esfuerzos por impulsar circuitos económicos que
beneficien el desarrollo territorial en donde participe esta población históricamente excluida
del desarrollo del capital y también, expulsada por el incremento de la violencia criminal y
la violencia machista.
y, sobre todo, después de una helada en 1989 que quemó las plantas de café, producto del
que históricamente dependían los indígenas, evidenciando con ello la poca diversificación
económica de la región (Masehual, 2016).
La Sierra Norte de Puebla ha sido una región con un importante dinamismo desde la
época prehispánica, durante la Colonia y en el México Independiente. La Intervención
Francesa y la Revolución Mexicana fueron procesos muy significativos en la zona. Y
anteriormente, en el siglo XIX actores como Juan Francisco Lucas, introdujeron un
liberalismo sui géneris en la zona nororiental (Thompson 2011, citado por Almeida y
Sánchez, 2014). Cacicazgos de diferente tipo se dieron continuidad y en la segunda mitad
del siglo XX, la región en la que se ubica Cuetzalan, dependía fundamentalmente de la
producción del café que era comercializado por una oligarquía regional. La situación de
explotación y de racismo ejercidos por los mestizos que se fueron estableciendo en
Cuetzalan a principios del siglo XX está documentada en diferentes trabajos (Taller de
Tradición Oral, 1994).
En este contexto, en la década de los 70’s emergieron procesos organizativos
detonados por agentes internos y externos. Entre los primeros estaban campesinos nahuas
politizados en las décadas anteriores y en los segundos una ONG de profesionistas que se
estableció en la comunidad San Miguel Tzinacapan en 197349, y un grupo de ingenieros del
Colegio de Posgraduados de Chapingo establecidos en la cabecera municipal de Cuetzalan
a partir de 1974.
De estas alianzas implícitas y explícitas surgieron organizaciones como la
Cooperativa Regional Tosepan Titataniskej de la que se desprendió el grupo de mujeres que
creó posteriormente la cooperativa Masehualsiuamej Mosenyolchicauanij.
En la década de los 80, la ONG de Tzinacapan consiguió que CONASUPO
permitiera que las cooperativas que se estaban creando en el municipio de Cuetzalan,
asesoradas por los ingenieros del Colegio de Posgraduados de Chapingo, pudieran controlar
de manera autónoma los Almacenes CONASUPO. Eso le dio mucha fuerza al movimiento
y desde ese momento el Estado empezó a aceptar a la organización cooperativista como
interlocutor válido. “Esto no indicaba que el Estado hubiera adoptado una estrategia única
con la zona, al contrario, continuaba con una estrategia múltiple que le permitía controlar
49
Proyecto de Animación y Desarrollo A.C. (PRADE A.C.)
200
sin dejar que las organizaciones rebasaran los límites de tolerancia” (Sánchez y Almeida,
2005: 374). De hecho, las cooperativas de la Zona Alta fueron boicoteadas por Antorcha
Campesina. Permanecieron las de la Zona Baja de la Sierra en donde se ubica Cuetzalan.
La helada ocurrida en 23 y 24 de diciembre de 1989, permeó no solo en la economía
de la región sino, que desencadenó la búsqueda de alternativas económicas y laborales para
las comunidades y para las mujeres, que poco a poco se iban incorporando al trabajo
productivo, enfrentándose así a otra gran barrera: el arraigo cultural de la sociedad
patriarcal. Derivado de la nevada, los cafetales se perdieron prácticamente en su totalidad,
adicional a la caída del precio del café a nivel mundial ese mismo año.
En abril de 1992 explotó una fractura latente al interior de la Cooperativa Tosepan
Titataniskej (Sánchez y Almeida; 2005), y mujeres indígenas socias de la Cooperativa, con
el apoyo de profesoras universitarias externas 50 que asesoraban a un grupo de mujeres en
distintos temas, como derechos humanos y género, se inició la formación de una
cooperativa de mujeres artesanas. Al parecer el incidente se debió a que la Cooperativa
Tosepan había obtenido un financiamiento de una fundación americana para apoyo de
mujeres artesanas y un manejo machista de parte de los dirigentes de la Tosepan aunado a
roces entre los asesores y asesoras desencadenó esta división. Las mujeres que se
independizaron fundaron la organización Masehualsiuamej Mosenyolchikauanij que poco a
poco iría consiguiendo más financiamientos y agrupando a más mujeres.
En este contexto de tensiones en la organización social, de crisis económicas
derivadas de la caída del precio del café y del cambio en las políticas de gobierno como
consecuencia del ajuste neoliberal, en 1992 de las 100 integrantes de la Cooperativa
femenina, 45 se asociaron para echar a andar el proyecto del Hotel Taselotzin. No solo se
trataba de aportar dinero, sino trabajo a través de las prácticas indígenas comunitarias como
el tequio y la faena.
El Hotel Taselotzin es una cooperativa de mujeres indígenas que fomenta un
turismo ecológico y es el centro organizativo de la Cooperativa Masehualsiuamej
Mosenyolchikauanij. Ahí se comercializan las artesanías, se reúnen las mujeres para
dialogar e impulsar otras actividades que les permitan completar y potenciar servicios
50
Este grupo de profesionistas se conformó como Asociación Civil en 1998 con el nombre de Centro de
Asesoría y Desarrollo entre mujeres (CADEM)
201
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207
Introducción
indagaciones que se presentan en este texto están enmarcadas por una investigación más
amplia que realicé entre 2015 y 2017 (De la Hidalga, 2019) en donde se evidenció la
relación jerarquizante que se entabla entre empleadoras y trabajadoras del hogar basada en
la racialización de éstas últimas. Hacia el final de este capítulo se retomarán los hallazgos
de esta investigación para analizar la relación entre ciudadanía y racialización en la
actualidad a partir de la demanda de la incorporación de las empleadas domésticas o
trabajadoras del hogar al régimen obligatorio del Instituto Mexicano del Seguro Social
(IMSS). Desde ahí se lanzarán algunas reflexiones sobre la tensión que existe entre los
distintos tipos de ciudadanos, su relación con el Estado y la resistencia por parte de élites
blancas a alterar el orden social—jerárquico y racial—establecido.
que son irreversibles—. Castoriadis critica que se presente al racismo como una ideología,
como algo fabricado cautelosamente por unos para someter a otros, y utiliza el antijudaísmo
como ejemplo, argumentando que en Europa éste ha sido un sentimiento constante, al
menos desde el siglo XI, pasando por diversos procesos y por “revitalizaciones” según el
momento histórico y las necesidades de tener un chivo expiatorio (p. 23).
Por su parte, Tzvetan Todorov (1991) dice que el aspecto central del racismo son las
prácticas de odio y menosprecio hacia un grupo o población con ciertas características
físicas y que es un comportamiento universal de antaño, coincidiendo en este punto con
Castoriadis. Pero Todorov hace una distinción entre racismo y racialismo, es decir, entre el
comportamiento y la ideología. El autor asocia al racismo con las prácticas o el
comportamiento (de corte universal) y al racialismo con una doctrina de razas humanas, es
decir, al cientificismo o al racismo científico del siglo XIX.
Hay otra postura que ubica la emergencia del racismo en Europa como una cuestión
predominantemente ideológica, ligada al andamiaje científico fruto de la Ilustración y a una
noción biologizante de la “raza” que venía gestándose desde el siglo XVIII. Esta
desemboca en el racismo científico para usarse como “una ideología de masas reforzada en
el siglo XIX por la biología evolucionista y la eugenesia” (Gómez Izquierdo, 2008, p. 85).
El principal representante de esta postura es George L. Mosse (citado en Gómez Izquierdo,
2008) quien ha sido cuestionado por autores como Todorov, encontrando su noción
relacional entre la filosofía de la Ilustración y el racismo como “inadaptada y
simplificadora” (citado en Wieviorka, 2009, p. 22).
George Fredrickson (2002) considera que el racismo tiene su origen en la Edad
Media como un aspecto étnico-religioso. El racismo no es una condición dada o inherente a
la humanidad, ni el rechazo absoluto del otro. Desde la perspectiva que él plantea, se trata
de un orden discriminatorio a partir de un constructo social, una jerarquía humana
permanente que supuestamente refleja las leyes de la naturaleza o un decreto de Dios (p. 6).
La forma moderna del racismo —el racismo científico— es sólo una expresión del racismo,
por lo que Fredrickson establece que en general no es un producto exclusivo de Occidente
aunque sí primordialmente, argumentando que el racismo de matriz occidental ha tenido un
impacto en la historia universal como ningún otro. Defiende que el prototipo del racismo
nace en el siglo XIV y XV articulado en un sentido religioso, en contra de quienes plantean
210
que surge en el XVIII y XIX vinculado al cientificismo, aunque insiste en una diferencia
entre la intolerancia religiosa y el racismo que recae en que la primera está cuestionando al
Dios del grupo perseguido o rechazado, mientras que el segundo está cuestionando
características intrínsecas del grupo; su propia humanidad.
Michel Wieviorka (2009) coincide con Fredrickson en que el fenómeno del racismo
surge antes que su denominación —lo que ocurrió en el periodo de entreguerras para
después popularizarse a lo largo del siglo XX— y también se distancia de la postura que
concibe al racismo como ahistórico y universal con la intención de “no constituir el racismo
en constante antropológica” (p. 22). Opta por enfocar su análisis en las sociedades
occidentales y considera que el fenómeno emerge con la expansión y colonización europea
en el siglo XV, quedando vinculado indisociablemente a la modernidad. Para Wieviorka
(2009) el racismo es “una cuestión verdaderamente moderna a partir del momento en que
incide […] en grupos humanos llamados a vivir en una misma unidad económica, política o
social, en particular en un mismo conjunto jurídico-político —el que constituye, en
particular, un Estado—” (p. 54). Wieviorka ha insistido en el vínculo entre el racismo y la
nación moderna. Define como protorracistas a las manifestaciones del fenómeno a lo largo
de los siglos XVII y XVIII, y denomina “racismo clásico” a las que emergen a finales del
XVIII y que se propagan en el XIX, también conocido como racismo científico. Asimismo
ha estudiado el paso al racismo cultural o “nuevo racismo”, que consiste en pasar de la
argumentación fundamentada en la inferioridad biológica a la diferencia cultural
radicalizada. Esto ocurre a partir de la Segunda Guerra Mundial, cuando la condena moral
hacia la noción de razas humanas lleva a hablar de etnias y a fortalecer la percepción de las
diferencias culturales.
El debate en torno a la raza y el racismo es intenso y sigue abierto. Ambos
conceptos tienen acepciones y acotaciones distintas dado que se trata de fenómenos
dinámicos. Las perspectivas respecto al origen del racismo y la conceptualización de raza
también son diversas y tienen que ver con el lugar de enunciación de los autores. En este
sentido el concepto de racialización permite entender la producción social de los grupos
humanos según el racialismo o doctrina de razas de Todorov. El concepto de racialización
cobró importancia en los años 60 y 70s con el desuso de “racismo” en la academia europea
y fue Michael Banton quien desarrolló este concepto para “designar el uso de la raza como
211
se extiende hasta nuestro presente y se refiere a un patrón de poder que opera a través de la
naturalización de jerarquías territoriales, raciales, culturales y epistémicas, posibilitando la re-
producción de relaciones de dominación; este patrón de poder no sólo garantiza la explotación por el
capital de unos seres humanos por otros a escala mundial, sino también la subalternización y
obliteración de los conocimientos, experiencias y formas de vida de quienes son así dominados y
explotados. (Restrepo y Rojas, 2010, p. 15)
En este enfoque hay matices respecto a las concepciones del racismo. Ramón
Grosfoguel (2012), por ejemplo, concibe el racismo en América como una transmutación
del discurso discriminatorio de tipo religioso a otro racial, sosteniendo que “el debate
teológico del siglo XVI tenía la misma connotación del debate cientificista del siglo XIX,
es decir, era un debate acerca de la humanidad de unos y la animalidad de los otros” (p. 90).
Para Walter Mignolo (2007) el racismo en América es un discurso hegemónico, es un modo
de clasificar que va más allá del fenotipo y que tiene que ver con una clasificación de la
religión, la lengua, la geopolítica, los saberes. Aunque hay variaciones en los argumentos
de esta perspectiva, la postura compartida es que la llegada de los europeos a América y los
siglos de colonización posteriores produjeron la modernidad/colonialidad cuyas dinámicas
de despojo material y epistemológico, inferiorización e invisibilización siguen vigentes. En
este enfoque, el racismo es más que una categorización jerárquica, pues se entrelaza con
213
Las nociones de inferioridad biológica del siglo XIX, como el racismo y el sexismo,
reforzaron esta naturalización. Como la institucionalización de la igualdad ya no permitía
que se le atribuyera a la ley la evidente desigualdad, se favorece la racialización y el
racismo, deduciendo que aquella desigualdad tendría que ser preexistente al Derecho y, por
lo tanto, inherente al individuo o grupo (Collier, 1999). Se biologizan las diferencias
sociales, al tiempo que se legitima la dominación de unos sobre otros.
Axel Honneth (Fraser y Honneth, 2006) explica la naturalización de la desigualdad
desde su teoría del reconocimiento. Con la institucionalización de la idea de igualdad
jurídica se establecieron dos esferas diferentes de reconocimiento: la que en el plano
normativo otorga igualdad jurídica a todos —aunque no en la práctica— y la de la estima
social que depende de una escala jerárquica de valores asentada en el fundamento del “éxito
individual”. Con la figura de la persona jurídica la jerarquía se democratiza, pero la del
honor queda meritocratizada: cada uno disfrutará de la estima social dependiendo del éxito
individual que logre como ciudadano productivo. La esfera de la estima social queda
jerarquizada e ideologizada pues los logros se definen con respecto a una valoración
hegemónica del éxito en donde la referencia es la actividad económica que realiza el “varón
burgués”. Estos criterios del éxito se ven influidos fuertemente por el pensamiento
naturalista —que según Honneth antecede a las élites capitalistas— atribuyendo
propiedades que esencializan a subgrupos sociales. La desigualdad social se legitima, pues,
por un lado, el orden jurídico dice que todos los individuos son iguales y, por el otro, el
principio del éxito atribuye los privilegios económicos a la meritocracia.
Aunque en la actualidad los gobiernos demócratas liberales argumentan que la ley
trata a todos los ciudadanos por igual, subyace una noción de lo que es el “ciudadano
normal”. Esta excluye y discrimina a quienes no cumplen con el paradigma: varón, adulto,
física y mentalmente competente, de clase media y alta, heterosexual, de una cierta “raza”,
etnia, grupo lingüístico y/o religioso. Aquí converge también la noción de pertenencia o
identidad nacional, que suele ser proyectada por los Estados a partir de prototipos,
estereotipos y arquetipos (Mandoki, 2007). En pocas palabras, el liberalismo se fragua
sobre prácticas de exclusión y jerarquización naturalizadas, impulsadas por el pensamiento
racial decimonónico y por la biologización de características culturales que terminan por
excluir de la realidad a aquéllos que no encajan con el ideal del ciudadano normal: “La
215
promesa de inclusión universal no sólo es una mentira, sino que convoca al racismo que el
universalismo pretende rechazar” (Collier, 1999, p. 17).
Los Estados-nación, profundamente vinculados con el racismo moderno
(Wieviorka, 2009), han desarrollado políticas específicas para la promoción de la igualdad.
Collier (1999), retomando a Costa-Lascoux, habla de dos modelos para promover la
igualdad: el británico y el francés. El primero está orientado hacia el multiculturalismo,
enfatizando la diferencia de las minorías étnicas a través de las políticas de acción
afirmativa, mientras que el segundo, el francés, está orientado hacia un trato igualitario que
legalmente ignora las diferencias culturales. A través de estos dos modelos se expresa bien
el “dilema de la diferencia” que menciona Martha Minow (1991, p. 20). En el primer caso,
se corre el riesgo de reforzar el estigma al explicitar la diferencia y, en el segundo, al
ignorarla. De cualquier manera, ambos modelos tratan de articular la diversidad en los
Estados modernos, a pesar de las contradicciones que esto implica y que se expresan —de
forma particular en cada contexto— en prácticas racistas y procesos de asimilación,
homogeneización, exclusión e invisibilización.
Nancy Fraser (2000; 2006) ha discutido sobre el multiculturalismo y las políticas de
acción afirmativa desde la perspectiva de la justicia. Ella propone una “perspectiva
dualista” para explicar que la reparación de la injusticia contempla dos dimensiones: la
redistribución (económica) y el reconocimiento (cultural), sin que una subsuma a la otra.
Fraser (2000) afirma que los grupos que experimentan injusticia por cuestiones de “raza” y
de género constituyen los “sujetos paradigmáticos del dilema redistribución-
reconocimiento” (p. 58) pues pertenecen a un orden de subordinación social configurado
por cuestiones de estatus y de clase, por lo tanto, requieren de ambas medidas de
reparación: de reconocimiento y de redistribución. Cuando se busca subsanar ambas
dimensiones, el dilema reconocimiento-redistribución aparece, pues una incrementa la
“diferenciación de los grupos sociales” y la otra contribuye a su “in-diferenciación”. Fraser
propone ir más allá del dilema a través de la “afirmación” y la “transformación”. Estas
concepciones se diferencian una de la otra en tanto que las soluciones afirmativas “tratan de
corregir los efectos injustos del orden social sin alterar el sistema subyacente que los
genera. En cambio, por soluciones transformadoras entiendo las soluciones que aspiran a
corregir los efectos injustos precisamente reestructurando el sistema subyacente que los
216
genera” (p. 48). Estas últimas están relacionadas con la deconstrucción, la desestabilización
de las identidades y las diferencias entre los grupos. Y es así como propone una salida al
dilema de la redistribución-reconocimiento con respecto a la “injusticia racial”: a través de
un reconocimiento transformador y una deconstrucción antirracista “que aspira a
desmantelar el eurocentrismo desestabilizando las dicotomías raciales” (p. 63).
Axel Honneth (Fraser y Honneth, 2006), contrario a la perspectiva dualista de
Fraser, concibe al reconocimiento como “la categoría moral fundamental” de la justicia y a
la distribución como su “derivada”, y explica que es la sociedad la que determina cómo se
¿hay que entender el capitalismo, tal como existe en la actualidad, como un sistema social
que distingue un orden económico —no regulado directamente por unos patrones
institucionalizados de valor cultural— de otros órdenes sociales que sí lo están, o acaso ha
de entenderse el orden económico capitalista como una consecuencia, más bien, de un modo
de valoración cultural que está ligado, desde el primer momento, a unas formas asimétricas
de reconocimiento? (15)
como radicalmente diferente, acentuando aún más las razones para excluirlo o para
infantilizarlo y perpetuar la jerarquía social-racializante.
Para algunos autores el concepto de interculturalismo posee un mayor alcance
analítico en contextos enmarcados en la colonialidad, pues el concepto distingue entre
culturas dominantes y subalternas para interpretar la problemática de la diversidad cultural,
al tiempo que considera el aspecto relacional de la identidad (Cruz, 2013). Según esta línea,
el multiculturalismo, ampliamente desarrollado por Kymlicka (1996), se ve rebasado en el
contexto latinoamericano enmarcado en la colonialidad, pues la complejidad de la
configuración poblacional en términos étnicos, lingüísticos, identitarios, territoriales,
migratorios y demás, es imposible de categorizar con una tipología desarrollada desde un
contexto angloamericano. Por lo tanto, autores como Catherine Walsh (2008) que se
inclinan por la interculturalidad, sustentan que ésta busca remover “la colonialidad de la
estructuración social y, por ende, el carácter monocultural, hegemónico y colonial del
Estado” (141).
La problemática de la diversidad cultural se inscribe en un ámbito más amplio que
tiene que ver con la reconfiguración del Estado, o más bien, con el resquebrajamiento de la
relación Estado-nación resultante de los procesos económicos y sociales de las últimas
décadas. De este resquebrajamiento emerge lo que Sánchez (2019) ha conceptualizado
como desgarramiento civilizatorio, haciéndose evidente la simbiosis entre ciudadanía y
racismo. En tiempos en que el llamado a la autodeterminación y a concebir nuevas formas
de justicia, derecho y regímenes de ciudadanía favorecidos por las nociones
multiculturalistas (Santos, 2013 p.261), no se puede obviar la tensión subyacente entre el
concepto tradicional de ciudadanía y la racialización de la población, dado que ésta siempre
incide en su experiencia de justicia y derecho. Si el Estado-nación ya no es quien cohesiona
una identidad colectiva, entonces el desgarramiento frente a la imposibilidad de articular
ciudadanía y diversidad sin homogeneizar la diferencia ni discriminarla (Sánchez, 2019)
irrumpe con más fuerza, apelando ciertamente a los nuevos regímenes de ciudadanía de los
que habla Boaventura.
52
Migrantes de fines del siglo XIX y principios del XX de origen español especialmente, aunque también
algunos franceses y, por ejemplo, en el caso de Puebla destaca el empresario estadounidense William O.
Jenkins.
220
Los grupos privilegiados que se consideran “criollos” no desean identificarse [con el mestizo] pues
desde ese código racial jerarquizado les significaría un descenso social. La nefasta resultante es que,
al no considerarse mestizos, y no incluirse por ende en el prototipo nacional, estos estratos se
deslindan de responsabilidades sociales hacia el Estado-nación habitando en una esfera distinta que
les permite usufructuar sin compromiso los bienes de la nación (p.162)
222
El objetivo en esta sección es esbozar algunas reflexiones que abonen a la discusión que se
ha planteado en este texto respecto a la tensión entre ciudadanía y racialización, a través de
un caso en el contexto actual mexicano: la incorporación de las trabajadoras del hogar al
seguro social por medio del programa piloto lanzado en 2019 por el gobierno federal 53.
Como ya se había mencionado, estas indagaciones están enmarcadas por una investigación
previa (De la Hidalga, 2019) en la que analicé la relación entre empleadoras y trabajadoras
del hogar en la ciudad de Puebla desde la perspectiva de las empleadoras, partiendo de la
premisa de que el ámbito doméstico es un microcosmos de la sociedad que permite analizar
rasgos centrales de la misma. La relación entre las empleadoras, o amas de casa, y las
trabajadoras del hogar que se aborda en la investigación como nodo de análisis, permite
observar la forma en que cotidianamente convergen dinámicas socio-históricas —como
racismo y servidumbre— que reproducen las lógicas de la modernidad/colonialidad al
interior del hogar.
Tomando como inspiración el planteamiento del giro decolonial —cuyo argumento
central es que la colonialidad es un patrón de poder que gobierna a los seres humanos a
través de la naturalización de una jerarquía racial, epistémica, cultural y territorial que
posibilita la dominación y la explotación (Restrepo y Rojas, 2010)— se estudió el
imaginario de las empleadoras sobre sí mismas y sobre sus trabajadoras del hogar como una
cuestión simbiótica. Las mujeres sujeto de ese estudio, son mujeres empleadoras de
diversas edades que pertenecen a las clases medias-altas de la “sociedad poblana” y que se
consideran blancas por ser descendientes de españoles. Ellas emplean a mujeres de origen
indígena y de contextos rurales que han migrado a la ciudad para incorporarse en el empleo
doméstico de tiempo completo o mejor conocido como de “planta” o “puertas adentro”, así
como mujeres establecidas en barrios populares periféricos que se trasladan diariamente a
trabajar en la ciudad; modalidad que se conoce como “entrada por salida”.
53
El programa piloto surge a partir de que el 5 de diciembre de 2018 la Suprema Corte de Justicia de la
Nación (SCJN) determinó que es discriminatorio e inconstitucional que la Ley Federal del Trabajo y la Ley
del IMSS excluyan a las trabajadoras del hogar del régimen obligatorio de afiliación al seguro social, pues
con ello se les ha negado acceso a la atención médica y otras prestaciones sociales. Dicho programa piloto se
lanzó durante el primer trimestre de 2019 y está en curso. El 2 de julio de 2019 se publicó en el Diario Oficial
de la Federación (DOF) las reformas correspondientes a la Ley Federal del Trabajo y a la Ley del IMSS en
materia de las trabajadoras del hogar.
224
54
La encuesta del Módulo de Movilidad Social Intergeneracional (MMSI) 2016 realizada por el INEGI reveló
que el color de la piel de las personas en México tiene relación con su nivel de escolaridad y con el grado de
calificación de las ocupaciones que desempeñan. Estos resultados evidenciaron la baja movilidad social en el
país y el hecho de que esta no se explica solamente a través de la condición socioeconómica de las personas,
sino que se trata de una cuestión estructural e histórica en donde convergen otros aspectos como la
racialización de ciertos grupos.
225
55
Cabe destacar que a pesar del fallo de la SCJN el Estado mexicano no ha ratificado el Convenio 189 de la
OIT. Por otro lado, es preciso considerar que durante los primeros cinco meses a partir de que se implementó
el programa solamente se aseguraron a 6,631 personas, lo que representa el 0.3% del total que son 2.2
millones de trabajadoras aproximadamente. Esto evidencia que el programa tiene varias complicaciones que
tendrán que ser resueltas para cuando termine la fase de prueba piloto en octubre de 2020. Otro punto
preocupante es que hay una cláusula que permite suspender el programa si no es “financieramente viable”
aunque la directora de Incorporación y Recaudación del IMSS ha informado que esto no será un problema
pues la base de cotización está por arriba del salario mínimo. (Arteta, 2019). Por lo tanto, queda claro que de
ninguna manera se considera que la problemática en torno al trabajo del hogar en México haya sido resulta
con la decisión de la SCJN ni con el programa piloto, pero se reconocen como avances en la construcción de
relaciones más dignas y equitativas.
56
Marcelina Bautista, fundadora del Centro de Apoyo y Capacitación para Empleadas del Hogar y Marcela
Azuela, fundadora de la organización Hogar Justo Hogar, han hablado sobre la reticencia de los empleadores
frente al programa piloto del IMSS. Ellas afirman que entre los empleadores argumentan que no es su
obligación afiliarlas, y utilizan pretextos como “ellas no quieren que las aseguremos” y hasta han incurrido en
amenazas y despidos (Navarro, 2019 y Altamirano, 2019).
226
otro tipo de garantías a sus trabajadores domésticos, se puede entender bien a través del
concepto de Raka Ray y Seemin Qayum (2009, p. 3) de “cultura de servidumbre” que se
refiere a la naturalización social de las relaciones de dominación-subordinación tanto en la
esfera pública como en la privada. Por eso, en palabras de Aura Cumes, “si resulta extraño
verlas como personas con derechos es debido a su constitución como seres despojables”
(2014a, p. 381).
Según datos proporcionados por la Comisión Nacional del Salario Mínimo
(CONASAMI)57 indican que el 54.2% de las familias empleadoras pertenecen al décimo
decil de ingresos, es decir, su ingreso corriente promedio es de $166,750 pesos trimestrales,
$1,853 pesos diarios (INEGI, 2019). Por el otro lado, la propuesta de fijación del salario
mínimo para población ocupada en el trabajo del hogar lanzada por la CONASAMI es de
$248.72 pesos por jornada completa más día de descanso. Considerando este salario
mínimo, la cuota mensual para asegurar a una empleada doméstica sería de $1,154.22
pesos, por lo que la capacidad de la mayoría de los empleadores para pagar el seguro social
parece justificada.
Por lo tanto, la renuencia para asegurar a las empleadas a través del programa piloto
del IMSS se puede interpretar desde otros ángulos, que no precisamente tienen que ver con
la viabilidad económica. Es verdad que uno de los argumentos es precisamente que no
existen los mecanismos para obligar a los empleadores a hacerlo y que aunque alguna
trabajadora exija el seguro social, siempre va a haber otras trabajadoras dispuestas a laborar
sin estar aseguradas (comunicación personal). Otros aparentemente no quieren asumir que
sus empleadas falten al trabajo para realizar los trámites correspondientes. En una
conversación con José Manuel un joven poblano de 28 años refirió que en casa de sus
padres desde hace años optaron por asegurar a sus empleadas domésticas pero a través de
un seguro de gastos médicos mayores. Él y su familia consideraban injusto que las
trabajadoras domésticas no tuvieran acceso a la salud y calificó como “miserable” el que
los empleadores no lo garantizaran, afirmando que las personas de su círculo social
claramente pueden costearlo sin problemas. Él argumentaba que anualmente costaba un
poco más un seguro privado que el IMSS, pero que recibirían mejor atención médica en
57
Estos datos fueron proporcionados durante el foro “Revisión y actualización del Sistema de Salarios
Mínimos Profesionales 2019” por la Mtra. Cinthia Márquez Moranchel, directora de análisis macroeconómico
y regional de la CONASAMI. Este se llevó a cabo en la ciudad de Puebla los días 30 de septiembre y 1 de
octubre de 2019.
227
caso de un accidente. Cuando se le preguntó por las consultas por enfermedad, José Manuel
respondió que sus padres preferían pagar directamente por las consultas y los
medicamentos porque atenderse en el IMSS significaba faltar al trabajo por el tiempo que
implican los servicios públicos.
Se puede intuir que para las élites aquí estudiadas la cuestión económica no es un
impedimento real para afiliar a las trabajadoras al IMSS. El malestar más bien podría
relacionarse con la idea misma de reconocerle derechos a esos “seres despojables”, como
dice Cumes, y con esto modificar una relación laboral basada en el asistencialismo y la
infantilización (De la Hidalga, 2019). Se está hablando de trastocar repentinamente un
orden social establecido que dictaba como natural el lugar servil e inferiorizado de estas
mujeres; de pronto se cuestiona esa cultura de servidumbre y la identidad de esas élites que
se han construido como superiores a partir de la subordinación y racialización de sus
trabajadoras domésticas.
Rosa Laura una mujer de 59 años, ama de casa poblana y profesionista, comenta lo
siguiente en una entrevista:
La verdad es que los mexicanos migrantes han explotado muchísimo a los indígenas… tienes a
personas que ganan 300 o 400 mil pesos al mes en sus empresas y te enteras de que al empleado le
pagan 500 pesos a la semana…los mexicanos migrantes hemos hecho que este país esté así, muchos
dicen “es que el gobierno”, sí el gobierno, pero nosotros también tenemos parte… tú ponte a pensar,
¿cómo tratas a la señora que trabaja en tu casa?...
México: la de la relación entre amas de casa y empleadas domésticas, confirmando que “el
trabajo doméstico es un sistema establecido y reconocido socialmente con normas, pautas y
conductas tácitas y con un gran nivel de consenso social” (Cumes, 2014b, p. 27).
Rosa Laura es una mujer que se muestra consciente de la desigualdad, de la
discriminación en México, y habla de no estigmatizar al empleo doméstico como tal,
porque es un trabajo “digno como cualquiera, lo denigrante son las condiciones en las que
se puede dar… lo importante es cumplir con un horario establecido y tener las
prestaciones”. Sin embargo, cuando emite su opinión respecto al programa piloto del IMSS
argumenta que el IMSS es un fracaso, que el fallo de la SCJN no es en realidad tan
relevante pues la Constitución ya reconocía como un derecho el acceso a la salud para
todos los mexicanos y que ella veía más viable el Seguro Popular 58. Es interesante que Rosa
Laura mencionara el Seguro Popular pues esta es una política pública que se diseñó
justamente para la población que no forma parte de los “derechohabientes”, es decir, los
que no cuentan con seguridad social pues pertenecen al mercado laboral informal. Este
programa permite permanecer en la informalidad al tiempo que se recibe atención médica,
pero no ofrece la misma cobertura que el IMSS, la cual contempla a beneficiarios,
incapacidad, pensión, fondo para el retiro, velatorios y guarderías. Estas prestaciones y
servicios colocan a las trabajadoras del hogar en igualdad de condiciones que el resto de los
trabajadores en el país.
Se debe considerar que el IMSS ha sido una figura central como dispositivo del
México posrevolucionario para la construcción de la ciudadanía 59, además de ser el
principal proveedor de salud para la población mexicana de las clases medias y bajas. Su
creación en 1943 es también la expresión de una creciente industrialización del país,
avances tecnológicos en materia de medicina y una fuerte tendencia higienista (Rodríguez y
Rodríguez, 1998). De cierta manera ha sido una mediación entre el Estado y la población,
de la cual se desprende un tipo de ciudadanía relacionada con los sectores populares,
distinguiéndose del tipo de ciudadanía que ostentan las élites. El IMSS es una instancia
tripartita que funciona a través de las aportaciones de empleadores, empleados mismos y el
58
Este programa se creó durante el gobierno de Felipe Calderón y ahora ha sido disuelto y sustituido por el
Instituto de Salud para el Bienestar (INSABI).
59
Al igual que la Secretaría de Educación Pública (SEP). Sobre este tema ver Gómez Izquierdo, Jorge (2008)
El camaleón ideológico Puebla: BUAP.
229
Estado, lo cual implica que los individuos deben incorporarse al mercado laboral formal
para gozar de la seguridad social. Entonces, se puede decir que el IMSS es uno de los
esfuerzos del Estado por fortalecer la ciudadanía social (Reyes, 2013), pero aquí se plantea
que además de eso, fue un mecanismo para mestizar a la población al tener que vincularse
con actividades productivas formales que garantizaran las aportaciones, incorporando a la
población rural e indígena en el proyecto progresista del Estado mexicano a través de un
mestizaje ideológico más que biológico. Hace falta explorar a profundidad la figura del
IMSS como dispositivo de construcción de ciudadanía y qué tipo de ciudadanía
diferenciada ha proyectado. “Patrones” y “derechohabientes60” son las denominaciones que
se han utilizado desde la formación del IMSS para referirse a los empleadores y los
empleados, mismas categorías que tienen una fuerte carga de dominación-subordinación.
Todo esto pudo haber reforzado un imaginario clasista en torno al IMSS y una noción
respecto a las élites, ubicadas en la figura de patrones, como aquellos quienes le otorgan
derechos al pueblo.
Pudiera ser que lo que está en juego detrás de la resistencia de las élites, es el miedo
a un trastrocamiento del orden social, lo que conlleva al temor de un cierto proceso de
“igualación” que disloca la identidad de superioridad de los miembros de las élites. Este
rechazo y temor de las élites por reconocer que las trabajadoras tienen derechos —
cuestionando las nociones más serviles del trabajo doméstico como la de sirviente/señor—
les recuerda que su situación de excepción se pone en entredicho. En la mirada clasista,
evidenciada en los diálogos y entrevistas, se vislumbra la autoconcepción de estas
empleadoras y sus familias de formar parte de una ciudadanía “superior” que no necesita de
una de las instituciones mexicanas más emblemáticas, ni en el aspecto de cobertura médica,
ni como medio para obtener un estatus de ciudadano. Esto contrasta con el resto de la
población, quienes sí adquieren un estatus por ser “derechohabientes”.
La igualación amenaza con una pérdida de privilegios que se han consolidado
estructuralmente y con un imaginario racializante que naturaliza esos privilegios. El
reconocimiento explícito de las trabajadoras del hogar como sujetos de derechos
resquebraja la supuesta neutralidad y el falso igualitarismo del concepto de ciudadanía al
60
Derechohabiente: persona que deriva su derecho de otra.
230
subvertir el carácter racista, sexista y clasista de la misma. La dificultad a aceptar esa forma
de ciudadanía para las trabajadoras del hogar, que, a pesar del clasismo, acerca socialmente
a empleadoras y trabajadoras, sugiere que racialización y desciudadanización están
vinculadas. Se trata pues de una transición del enfoque colonial que implica una
reconfiguración cultural que genera resistencia ante la idea de población subalterna
constituyéndose como sujetos políticos.
Las distintas connotaciones del concepto de ciudadano que Andrea Silva-Tapia
(2018) explica tienen que ver con una pertenencia legal y simbólica que puede dar luz sobre
las reflexiones que aquí se han planteado. Ella habla de ciudadanos legítimos e ilegítimos:
los últimos se refieren a una “ciudadanía colonial insertada en nuestro actual sistema-
mundo que es patriarcal, eurocéntrico y cristiano-centrado” (p. 13). Ambos tienen
reconocimiento legal —al menos normativamente— pero la pertenencia en un sentido
simbólico e identitario está más bien reservada para los primeros, que son quienes
representan al grupo dominante. Sin embargo, “la ciudadanía es un concepto que se refiere
a los individuos pero cuando se lo racializa o etniciza, la individualidad de los sujetos es
arrebatada […] la individualidad se reserva para la gente blanca” (p. 14). Ser un ciudadano
legítimo, como individuo autónomo, es pues un privilegio que se produce
intencionadamente a través de la racialización de otros.
Reflexiones finales
En este capítulo se ha hablado de dos tipos de ciudadanía: uno relacionado con un proceso
de mestizaje de la población indígena que tiene como finalidad incorporarla a la lógica de
industrialización capitalista, y el otro tipo es una ciudadanía en un “estado de excepción”
que se refiere a aquellas élites que no se identifican o no se conciben como parte de esa
ciudadanía más bien producida por el Estado a través de dispositivos como el IMSS. La
ciudadanía producida por el Estado mexicano se puede vincular con la problemática figura
del mestizo, aunque hace falta indagar más esta idea. La noción de ciudadanía mediada por
la racialización produce a ciudadanos de distintas categorías de acuerdo con la escala
jerárquica racial. El hecho de que se puedan observar “tipos” de ciudadanía en una
sociedad, evidencia que la ciudadanía no es universal y que su intento de homogeneizar la
231
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Introducción
61
En adelante ENVIPE.
237
criminalización, las dimensiones públicas e implícitas del castigo y los medios formales
que defienden el sistema patriarcal. Ubicamos estas reformulaciones en un sistema-mundo
en que las relaciones de poder entre hombres y mujeres han pervivido desde la dominación
de aquéllos y donde el sistema punitivo, desde el control social formal e informal, se ha
cimentado en ese sistema androcéntrico (francés y Restrepo, 2019). De modo que, en este
abordaje partimos de la pregunta: ¿De qué manera la criminología feminista y la
colonialidad de género pretenden deconstruir la naturaleza del castigo encarnado en las
prisiones de orden patriarcal? Por tanto, reflexionamos y generamos algunos hilos de
discusión -con sus propias dificultades y limitaciones-, sobre las perspectivas actuales, los
discursos, las prácticas y los componentes morales que han favorecido la creación de leyes
e instituciones heteropatriarcales y coloniales como la prisión. Para ilustrar algunos
argumentos, recuperamos extractos de entrevistas realizadas a mujeres privadas de la
libertad y autoridades penitenciarias de algunos centros de reinserción en México, en los
últimos años.
Hasta la década de los setenta, los modelos descriptivos de la criminalidad eran totalmente
androcéntricos; la conducta criminal era descrita a partir de las propias conductas y
experiencias de los hombres y, a través de estudios e investigaciones que eran realizadas
sólo por hombres. De acuerdo a Lombroso, la delincuencia femenina emergía de la
moralidad y la sexualidad: las mujeres nacen desviadas, son malas por naturaleza, presentan
deficiencias físicas y cambios hormonales como la menstruación y la menopausia, cometen
crímenes de manera oculta debido a que manipulan e incitan al hombre a cometer delitos
(Van y Baumann-Grau, 2016). Pero esos argumentos o expresiones radicales que parecen
retórica del pasado, se heredaron y escalaron para mantenerse en códigos y normas
subsistentes de la ejecución penal, entre el castigo y la doble jeopardy (formas de
discriminación).
No podemos pasar por alto que existen múltiples miradas que han intentado analizar
y explicar la criminalidad femenina como las corrientes biológicas y antropológicas,
239
ecológicas, sociológicas y psicológicas -aunque algunas con ciertos sesgos-, hasta teorías
más recientes y aterrizadas en la perspectiva de género como la teoría crítica y la teoría
feminista. La teoría crítica prestó más atención a los procesos de criminalización, a decir de
Cid y Larrauri (2001:241) analiza “cómo, por qué y cuándo determinados comportamientos
devienen delitos”, además de focalizarse en los regímenes carcelarios y la opresión racial
(Friedrichs, 2018). Por su parte, la teoría feminista ha intentado explicar de forma
diferenciada la criminalidad de hombres y mujeres, centrando como ejes la victimización y
las tipologías criminales.
Asumiendo que hay numerosas criminologías feministas, uno de sus puntos de
encuentro es el análisis de las relaciones de poder de género para comprender e interpretar
la delincuencia y la victimización, así como un mejor conocimiento sobre los patrones de
conducta (Carlen y Worral, 2004; Barberet y Larrauri, 2019: 268-269). Lo que ha
implicado eliminar prejuicios sobre conductas cometidas exclusivamente por mujeres como
el infanticidio, aborto o desviaciones como la prostitución. De hecho, históricamente
algunas mujeres han sido señaladas por su peligrosidad al cometer conductas de homicidio
hacia sus parejas -aunque con un modus operandi diferenciado al de los hombres- y, más
recientemente el interés se ha dirigido a los delitos de delincuencia organizada, trata de
personas, terrorismo, portación de arma, por señalar algunos.
En voz de Moore y Scraton, el castigo estatal, esto es, el hecho de que las mujeres
lleguen a prisión es a menudo la culminación de años de violencia de género y explotación
por parte de los propios hombres en sus comunidades (2014: 53). La violencia cometida
hacia ellas en ámbitos en los que se desenvolvían previamente, como pareja, familia,
trabajo, la calle, por señalar algunos, podría detenerse o reconfigurarse, porque las mujeres
son arrojadas a un sistema de ejecución penal que también las victimiza. Ellas continúan
siendo víctimas de otras formas de violencia en su detención por parte de nuevos actores
como los policías. En su internamiento en prisión, con frecuencia la sufren de parte de las
mismas parejas, y familiares, y por supuesto de custodios y del personal penitenciario. Una
violencia cuyos patrones de conducta y modus operandi son muy similares a las violencias
ejercidas en el exterior, como se expresa en el siguiente testimonio. Eso no significa que
algunas mujeres no hayan cometido las conductas o que no ejerzan violencia, pero es
innegable que entre las motivaciones de las conductas destaca la victimización previa:
240
Toda su historia familiar, una violencia terrible […] golpes ahí dentro, de ahí mismo en visita íntima,
sometimiento por medio de apretarte, de pellizcarte, de verte y el miedo a no poder hacer nada, a
sentir que no podían hacer nada. […] traer el brazo morado y no podía traer la cara porque a lo mejor
lo iban a detener allá mismo, pero sí y decirme, por qué no dejas de ir, prohíbele la visita, mete un
escrito […] para las mujeres, eso, es una pena que te hayan golpeado y que te regresen a las dos o
tres de la mañana (Entrevista, mujer privada de la libertad). (Cariño y Bartolomé, 2013).
“Esa estaría bien”, fue una aseveración recuperada de la propia voz de las mujeres
en una de nuestras investigaciones previas sobre violencia sexual en prisiones que
evidencia la forma en cómo, según las características físicas de las mujeres, podrían ser
utilizadas por los hombres al entrar a prisión, ya sea en prostitución forzada o explotación
laboral; el testimonio anterior formó parte de esa recuperación (Cariño y Bartolomé, 2013).
Con lo cual enfatizamos que la “experiencia” de las mujeres se introdujo como una
herramienta epistemológica en la criminología feminista para resignificar y deconstruir los
lenguajes legales, a la par de modificar los contenidos ideológicos (Iglesias, 2019). De
hecho, Barberet y Larrauri, enfatizan que las investigadoras feministas “son críticas con los
métodos que intentan generalizar las experiencias de las mujeres, medirlas desde una
perspectiva ajena o descontextualizada, controlarlas, deshumanizarlas o desempoderarlas y
así negar a los sujetos de investigación, su voz o dignidad” (2019:270).
Diversos informes nacionales han mostrado las deplorables condiciones
arquitectónicas de las prisiones mexicanas, las políticas de austeridad que se reflejan en la
falta de atención médica, mala alimentación, ausencia de capacitación adecuada y falta de
oportunidades laborales, pero son pocos los que integran desde una mirada de género, las
condiciones de las mujeres ante la falta de protección y garantía de los derechos humanos
en las prisiones. En esa línea, Silvestri y Crowther-Dowey (2008) anotan que los derechos
humanos fueron una incorporación sustancial en la criminología feminista porque
plantearon la posibilidad de caracterizar la subordinación y discriminación hacia las
mujeres como violaciones a sus derechos humanos.
Los esfuerzos conjuntos por mostrar la otra cara de la situación de cárcel, comenzó
a irradiar en otras disciplinas eliminando estereotipos como la infantilización de las mujeres
que cometían conductas asociadas a su inmadurez emocional o el rigor del castigo penal en
241
confrontación con la idea de que las mujeres eran tratadas de forma más indulgente
(Silvestri y Crowther-Dowey, 2008). En efecto, las mujeres empezaron a ser vistas como
sujetas de derechos pese a su condición de victimarias. Los derechos humanos ligados al
feminismo, sobre todo, a la “gobernanza feminista”, también desplegaron la posibilidad de
trasladar a instituciones nacionales e internacionales y al derecho positivo internacional, las
condiciones de opresión y la eliminación de estereotipos (como la honestidad) ligados al
control social que la propia literatura criminológica había identificado (Iglesias, 2019:130).
En la arena del positivismo jurídico, las Reglas de las Naciones Unidas para el
tratamiento de las reclusas y medidas no privativas de la libertad para las mujeres
delincuentes (Reglas de Bangkok), publicadas en 2011, constituyeron un instrumento para
hacer visibles las necesidades especiales de las mujeres y formular recomendaciones
específicas focalizadas en mujeres y niñas que no estaban previstas en las Reglas mínimas
para el tratamiento de los reclusos de 1955.
Ha sido la criminología feminista la que ha que ha hecho visible y ha analizado la
colonialidad de género y la interseccionalidad en la profundidad del encierro
En términos generales, la colonialidad de género implica comprender los sistemas de
opresión, a partir de la heterosexualidad normativa, es decir, la colonialidad no sólo
focalizada en el racismo sino entendida como un eje de poder que “permea todo control del
acceso sexual, la autoridad colectiva, el trabajo, la subjetividad/intersubjetividad, y la
producción del conocimiento desde el interior mismo de estas relaciones intersubjetivas
(Lugones, 2008:79).
La invasión colonial no sólo sometió y reguló a través de normativas en ámbitos
públicos como el territorio, sino que abarcó la vida privada de las personas indígenas en sus
relaciones de parentesco, filiación y sexualidad; los pactos patriarcales entre colonizados y
colonizadores tuvieron como efecto el desplazamiento de las mujeres de los órganos de
decisión y poder (Dorronsoro, 2019).
En la línea de la criminología feminista ha sido muy clarificador mirar el
funcionamiento de las prisiones y su papel de subordinación claramente colonial en
comunidades específicas, que “ponen en evidencia la manera en que las jerarquías étnicas y
de clase, marcaron las distintas trayectorias de exclusión de las internas y su falta de acceso
a la justicia” como apunta Hernández (2014:193). Dicho lo anterior, la estigmatización y
242
sólo por su género sino por su raza, clase social e incluso edad. Estas condiciones se
magnifican en el encierro por el propio contexto histórico, cultural y social del que son
parte, pues sus trayectorias no sólo fueron marcadas por el racismo y sexismo que quizás
ellas no advierten de la misma manera, en tanto si reivindican la comunalidad como un
proceso. El hecho de sacarlas de su comunidad ya es una experiencia colonizadora porque
ya no son garantes de su cultura ni continúan construyendo lazos (Dorronsoro, 2019), la
soledad es su única opción que como castigo vivifica las heridas de la violencia patriarcal:
Es muy difícil que se den cuenta, porque todas han sufrido violencia, física, psicológica sexual, para
ellas es difícil identificarla, y se enganchan de los hombres como salvavidas. Ellas creen que la
solución es tener un hombre a su lado […] se la llevaron cuando tenía 13 años, ¡pues que se case!, y
la arrastraron, se la llevaron a la fuerza y ella no identificaba que estaba mal irse con un hombre.
Como en su pueblo a todo mundo le pasa eso -decía-, pues es lo más normal […] a la mayoría las
violaron y a la mayoría de niñas, los familiares, las personas cercanas. Sus vidas no son nada, sin
dinero, sin nadie, extrañan lo que hacían y comían en sus pueblos porque están lejos y solas [..] Ella
no habla bien español, pero tuvo que aprender acá porque hasta eso, no se podía ni comunicar
(Entrevista, acompañante de mujeres privadas de la libertad).
convencional o formalmente está establecido. Pero cabe acotar que previo a la aparición de
la criminología feminista, la desviación femenina se asociaba mayormente a condiciones
fisiológicas y psicológicas provenientes de la propia naturaleza de las mujeres como en su
momento lo habría advertido Lombroso (Klein, 1973).
En la clasificación que se realizó del control social informal y formal, el primero,
deriva de los procesos de socialización en los que la familia, la religión, la escuela y los
medios de comunicación, principalmente, juegan un papel fundamental para modelar y
corregir las conductas desviadas.
Las mujeres, a través de roles asignados como la reproducción han sido sometidas a
mecanismos de control social para mantener el orden patriarcal; entre los espacios más
comunes se ubica el ámbito familiar mediante la maternidad y los cuidados, el ámbito
laboral a través de la prestación de servicios y tipos de trabajo, el espacio público a través
de su imagen y buen comportamiento. La buena imagen y el buen comportamiento
requieren la buena fama, moral y reputación sexual, incluso en formulaciones legales. El
recordatorio de la supuesta naturaleza de buena hija, madre, esposa, trabajadora, ciudadana,
confluye en la socialización con su función reproductora y de cuidados a los otros. Las
mujeres han dedicado la mayor parte del tiempo al cuidado de las y los otros y se
comportan bajo prescripciones simbólicas como el instinto materno y la pedagogía materna
que se ligan al determinismo de la “matricentricidad”, que no sólo se asocian a esa
capacidad reproductora sino a la posibilidad de asegurar a través de ésta, el control
masculino (Rich, 1986). En cambio, hay condiciones desiguales para las mujeres que no
son abordadas desde el derecho penal pese a ser prácticas que las perjudican, como es el
hecho de que las mujeres no cobran lo mismo que los hombres, que están invisibles en la
vida pública, que sean víctimas de ideas religiosas o de guerras (Larrauri, 1994:39).
El rompimiento de la heteronorma y la inversión del papel de la sumisión ha tenido
costos directos e indirectos para quienes terminan privadas de la libertad. Estos van desde
el aspecto económico: costos legales y judiciales, de traslado por visitas de familiares,
manutención de hijos e hijas; hasta costos sociales y de salud: estigmatización,
reconfiguración familiar, daños y afectaciones (Pérez, 2015), por ello, la antesala en las
sanciones informales o convencionales son las restricciones de entrar o salir a ciertos
lugares, la dependencia económica, la soledad, el aislamiento y la violencia (Larrauri,
245
1994). Si anteriormente, salir de noche podría asociarse con la imagen pública de la mujer,
actualmente salir de noche implica además el riesgo de ser violentada.
Los señalamientos de ese mal comportamiento, nos atrevemos a subrayar, no sólo
son atribuibles a las mujeres que cometen la conducta sino a la figura materna que no educó
o estaba ausente; en términos de esa estructura, ese señalamiento es también atribuible a
quienes correspondía desplegar correctivos previos cuando éstos estaban bien definidos en
la cultura patriarcal, lo que ha favorecido una tensión en la educación y los procesos de
socialización: “las mujeres ya no son como antes”, “no ponen límites”, “quieren hacer lo
mismo que los hombres”, “no tienen valores”.
La educación entonces se transformó en una fórmula para los modelos de privación
de la libertad, en consonancia con la acción misma del castigo (Matthews, 2003), ya sea
para suplir en esa trayectoria vital la ausencia de una figura de autoridad o para convalidar
el sistema, como puede apreciarse en el siguiente testimonio de una autoridad penitenciaria:
Es la cuestión de educación que tengan desde su lugar de origen, desde la casa, porque considero que
la mayoría de ellas vino de un lugar donde no hubo reglas, donde no hubo condiciones para educarse
como mujeres, por eso se acostumbraron a esa parte, y ya cuando están en la sociedad, pues, creen no
tener consecuencias, porque en su momento nadie les puso un alto, les llamó la atención por alguna
situación (Entrevista, autoridad penitenciaria, hombre).
Por su parte, el control social formal puede definirse como un conjunto de normas,
instituciones y políticas que garantizan respeto y adscripción a procesos comunitarios,
espacios de convivencia y estructuras sociales. Para alcanzar el cumplimiento de esas leyes
y modelos, la conducta se convierte en un blanco que se regula a través de una amenaza o
acción coercitiva representada por instituciones y figuras de autoridad como el sistema de
justicia (juez), modelos de seguridad (policías), centros de internamiento como las prisiones
(custodios).
A decir de Chesney-Lind (2012), la primera idea sobre el control formal remitía a la
sexualización, es decir, la conducta no era la única condición sobre la que se establecía una
pena, sino que, los prejuicios y estereotipos de género se antepusieron para definir si se
trataba de una buena o mala mujer.
En el registro de la evolución de las prisiones, la perspectiva de género ha
observado condiciones comunes en los regímenes y propósitos del encierro, pero nos
interesa además vincular el constructo moral prescrito desde la norma. Una de esas figuras
246
normativas que destaca concepciones morales y discursivas es el aborto. El artículo 342 del
Código Penal de Puebla fue derogado en 2019 pero estipulaba las siguientes circunstancias
que podrían favorecer la reducción de la sanción impuesta en el delito de aborto: “que no
tenga mala fama62; que haya logrado ocultar su embarazo y que éste no sea fruto del
matrimonio”; faltando alguna circunstancia, la pena se mantenía en el máximo de cinco
años. La pregunta central se torna hacia el bien jurídico que la ley protegía a través de dicha
tipificación ¿al “producto desde la concepción”? o ¿el honor familiar y del hombre?
Esta conducta codificada es muy reveladora de la intervención que tiene el sistema
penal en el ámbito privado y público de las mujeres; es una conducta que exige dar cuenta
de la reproducción no sólo biológica sino moral. Una imagen del estigma que conlleva el
castigo: “lo que cuenta no es cuánta desaprobación expresa el Estado a través del castigo,
sino la forma que adopta: cuánta deshonra social le provoca efectivamente al infractor”
(von Hirsch 1998:54-55). Por ende, sin pretender reducir la discusión sólo a una de las
aristas, nos parece que el consenso social sobre la penalización y despenalización está
trazado por el miedo que emana de la carga moral en mostrar, por un lado, la complicidad
con las mujeres en despojarse de esa sumisión y, por otro, en mantener la perpetuidad del
anonimato de la participación del hombre. La administración de la moral frente a la
sexualidad se torna en un espectáculo público que debe legislarle en términos de ese orden
patriarcal ¿por qué después de tantos siglos se rompería?
prisión destacó el siguiente orden: lesiones, homicidio, robo simple, fraude, posesión de
narcóticos, robo a negocio y violencia familiar (INEGI, 2017: 30); los delitos contra la
salud, son los más recurrentes en el caso de las mujeres, con un incremento de 103% en los
años 2016 y 2017 (EQUIS Justicia para mujeres, 2017).
Dicho recuento evidencia que los delitos cometidos por las mujeres como se ha
descrito, siguen caracterizándose por ser menos frecuentes y menos graves (Malloch y
McIvor, 2013) aunque sin duda hay múltiples formas de involucramiento y participación en
grupos delictivos.
En ese recorrido, diversos medios nacionales han difundido la peligrosidad de
algunas mujeres con etiquetas como “duras, atractivas y sanguinarias”, al referirse a
mujeres que han liderado o colaborado con cárteles criminales y a su vez, se han enfilado a
“un mundo que hace mucho dejó de ser reservado sólo para los hombres” (Baltazar, 2018:
s/n). Al respecto, mientras Quetelet incursionó en los anales estadísticos mostrando la
diferencia en la criminalidad de hombres y mujeres, 6 a 1 respectivamente, también
identificó que las conductas femeninas eran focalizadas en infanticidios o robos pero que
estos eran cometidos de forma individual (Lima, 1988), a diferencia de la participación
actual en estructuras como la delincuencia organizada. Lo cual no significa que las mujeres
no hayan participado antes, incluso en grupos o redes criminales, pero sus tareas eran muy
distintas y, el miedo que era el mecanismo que mediaba para controlarlas ya no tiene el
mismo efecto. Por ello nuestro cuestionamiento sobre la complejidad de las motivaciones
que son reducidas al amor; la aseveración de que “las mujeres delinquen por amor” en
realidad pretende seguir ocultando la posibilidad de que hayan decidido participar más allá
de un vínculo amoroso.
Particularmente coincidimos con Juliano (2015), en ampliar la mirada sobre esas
responsabilidades, cuidados y desdoblamiento de esfuerzos que las mujeres realizan -previo
a su participación en alguna actividad delictiva-, como realizar a la par múltiples trabajos o
emplear su propio cuerpo en la prostitución para obtener ingresos, lo que representa en la
vida de las mujeres que la delincuencia sea una de las últimas opciones en esa trayectoria.
Por lo que la conducta delictiva, analizada bajo un contexto histórico, social y económico,
podría llegar a desmitificar vínculos que hasta entonces han trascendido en una relación
diádica como la delincuencia y la pobreza (Cid y Larrauri, 2001). Es decir, no sólo las
248
63
En el caso de México la jefatura del hogar es muy ilustrativa, ya que las mujeres sostienen y administran
una cuarta parte de los hogares en “mayor vulnerabilidad sociodemográfica e incluso mayores porcentajes de
pobreza”, a su vez y pese a tener el mismo nivel educativo, las mujeres ganan una quinta parte menos que los
hombres (Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social, 2016:9).
64
Un estudio muy interesante sobre el tema refiere que el 66% de las mujeres extranjeras privadas de libertad
cometieron delitos contra la salud; las mujeres estadounidenses están internas en prisiones del norte del país
como Chihuahua, Baja California, etc. y mujeres colombianas, de Honduras, El Salvador, principalmente en
prisiones del Centro del país (EQUIS, 2018).
249
Ya se ha involucrado más a la mujer, porque anteriormente del que desconfiabas era del varón.
Entonces yo siento que en las organizaciones han estado involucrando a las mujeres en los secuestros
¿Quién es la que da de comer a las personas que privan de la libertad?, pues alguna mujer, o muchas
veces la mujer es la que está ahí para que la gente no se percate que está ahí una persona privada de
su libertad, es como con los niños, ya los están involucrando más a delinquir, porque bueno sirven
para desviar la atención. Cuando ves un lugar con varones, como que empiezas a sospechar porque
son los que planean, como que tienen la autoría intelectual, y cuando ves entrar a mujeres, niños, no
te das cuenta que probablemente ahí se está cometiendo un ilícito (Entrevista, autoridad
penitenciaria, hombre).
Yo no sabía a qué se dedicaba mi esposo exactamente porque me decía que tenía unos negocios y
salía de viaje. Le rentaba un cuarto del fondo a uno de sus amigos. A mí me pedía que hiciera de
comer y ellos se iban al fondo para hablar. Cuando llegó la policía ellos no estaban y a mí me
agarraron, me pegaron para que les dijera todo lo que sabía. Ya no sé de él, no me volvió a buscar, ni
a mis hijos. Yo les decía que me estaban confundiendo con otra persona porque ni siquiera supe
porque me llevaban. Cuando me golpearon feo, me gritaban que les dijera cuánto había cobrado por
el secuestro […] si me acuerdo de los golpes y groserías, pero pensaba que iba a salir pronto porque
mi esposo me iba a buscar, si, que todo era una confusión, como pesadilla. Hasta que me pusieron
setenta años de castigo y aquí sigo (Entrevista, mujer privada de la libertad).
Por algo estoy aquí. Diosito me puso en este camino para que valore la vida. A veces las compañeras
se encierran y ya no quieren vivir, pero como nos han enseñado aquí, ésta es otra oportunidad de
demostrar que podemos. Si aceptamos estar aquí, es porque perdonamos a quién nos hizo daño y nos
mandó aquí. Luego dicen que ya quieren cortarse las venas, que ya no aguantan, pero como les digo,
yo entré igual que ustedes, pero acérquense a Dios porque los hermanos que entran te ayudan a rezar
y a pensar en otras cosas (Entrevista, mujer privada de la libertad).
Muchas veces, es por el motivo de que, pues, cometieron un delito, entonces, toda la familia les da la
espalda […] ya sea la familia por parte del esposo, o por parte de la misma mujer, que no, nada más
no vienen, no quieren, y, por qué, porque es una asesina, porque hizo esto, porque hizo lo otro. Y no
se trata de eso, tal vez nosotros no somos quiénes para juzgarlos, ellas tuvieron sus motivos y, bien o
mal, pues ya están pagando de alguna manera (Entrevista, autoridad penitenciaria, hombre).
Sin duda, entre las críticas a la prisión destaca que su aislamiento, conlleva un
estigma y la difícil reintegración social por los prejuicios hacia las personas internas. Fue la
criminología la que empezó a cuestionar la humanización de la pena de prisión por el
deterioro personal y social de quién era aislado y contraía un estigma en un espacio
institucionalizado (Larrauri, 2015). Pero “la institucionalización del poder de castigar”
252
(Foucault, 1975:122) ha tenido una gran aceptación pública por lo que simboliza ese
aislamiento; la edificación de las prisiones en lugares lejanos, deteriorados, insalubres es
una estampa que escruta la separación de la población delincuente, al justificarse desde la
función política la promesa de “seguridad contra el riesgo delincuencial” (Simon, 2011).
Dicho lo cual, coincidimos con Simon en que la idea de separar a la población
delincuente se acrecienta por la peligrosidad sobredimensionada. La edificación de lo que
él llama la cárcel como vertedero, un espacio de “desechos tóxicos humanos 66 [que] se basa
cada vez más en la segregación total de los prisioneros a los que se considera una mayor
amenaza” (2011:215). Ese ángulo puede constatarse con las cárceles de máxima seguridad
en México cuya descripción relacional se limita al “universo binario formado por presos y
cárceles”, bloques de cemento y cámaras, miradas sólo hacia el piso, instrucciones
amenazantes y silencios como describe Calveiro (2010:66). Pero siempre hay una tensión
frente a la idea de incubar en un mismo espacio, a la población que más tarde será liberada
(Simon, 2011:221), lo cual ha supuesto endurecer el sistema de penas, además, de mantener
la imagen de mano dura a partir de no generar condiciones mínimas ni derechos humanos a
la población interna.
En el caso de la población femenil interna, los años de condena no son el único
ingrediente, el castigo se entreteje con el mandato patriarcal de la vida institucional, las
mujeres han tenido que adaptarse a un encierro con códigos, políticas y espacios
inicialmente diseñados desde las propias necesidades de los hombres. Las mujeres también
se mueven entre la idea de obediencia y responsabilidad. Las mujeres no dejan de asumir
responsabilidades y tareas de madres pese a estar en el encierro, situación que no sucede
con los hombres quienes, en su gran mayoría, encuentran en sus parejas quién los visite, les
lleve comida, cuide a su familia, trabaje para ellos e incluso meta droga a la prisión porque
ellos se lo piden a las mujeres. El sistema mantiene la misma lógica patriarcal y de
exclusión que al exterior. En esa lógica entendemos la tesis de Baratta sobre la relación
existente entre la sociedad que excluye y la persona detenida que es la excluida: “antes de
querer modificar a los excluidos es preciso modificar la sociedad excluyente, llegando así a
la raíz del mecanismo de exclusión” (2004:197). La prisión patriarcal no es más que el
reflejo de la sociedad patriarcal.
66
Sassen (2015) refuerza esta idea de Simon con la referencia de la población excedente.
253
“Yo siento que como que aprenden más del error por el hecho de estar aquí, a las mujeres les puede
más estar encerradas, entonces, por esta parte de la familia y la mayoría son madres […] yo creo que
es la familia principalmente, está la parte de los hijos, les pega mucho, la mayoría de las que entran
son madres de familia, entonces, eh… cuando se les hace la entrevista, lo primero que refieren son
los hijos, dicen: “y es que ahora ¿quién va a ver a mis hijos?”, y yo creo que esa parte es lo que evita
que vuelvan a caer […] Hasta cierto punto, es bueno, ¿no? el hecho de que tengan familia y se
preocupen más por eso, porque pues un hombre es así como que “ah los hijos”, “ah pues están con la
mamá”, ¡no importa!, pero ellas más, porque pues ahora ¿quién va a verlos? Creo yo, que eso es una
parte de lo que evita que vuelvan a caer, la familia (Entrevista, autoridad penitenciaria, hombre).
67
Este término ha cobrado fuerza en Europa para hacer notar que el aumento de las penas corresponde a los
delitos tienen un fin electoral o de justificación frente a la sociedad.
254
trasfondo hay muchos imaginarios sobre la pena que operan desde la corrección, el
disciplinamiento, la cura, condiciones que se han intentado modificar con la reinserción
social para sustituir la caduca idea de la readaptación, es decir, el establecimiento de un
régimen para el cumplimiento de la pena apegado a los derechos. Por lo cual, la reinserción
social es la satisfacción de estándares constitucionales en el cumplimiento de las sanciones
penales (Sarre, 2011:254) como las condiciones mínimas para dignificar el encierro que, en
términos de la propia Ley Nacional de Ejecución Penal implica la “restitución del pleno
ejercicio de las libertades tras el cumplimiento de una sanción o medida ejecutada con
respeto a los derechos humanos” (artículo 4).
Si bien tiempo atrás, diversos autores han discutido la institucionalización del
castigo, para Melossi y Pavarini (2008) este símbolo institucional del “nuevo orden” más
bien representa “la sociedad ideal”, esto por la eliminación física del transgresor a través de
la cárcel que pretende transformar su destructividad para reintegrarlo al tejido social; una
sociedad hegemónica que tiene entre sus parámetros el “deber ser”:
El impacto de las penas como dicen Malloch y McIvor (2013) se refleja en todos los
ámbitos de la vida de las personas internas y, aunque la palabra castigo no figura
formalmente en leyes o reglamentos, está de boca en boca en el internamiento. Las mujeres
cargan con múltiples tareas en función de lo que está permitido o asignado, adentro, el
castigo está en el pensamiento (“no hay que permitir que estén de ociosas”), la voluntad, las
disposiciones, el alma más que el cuerpo (Foucault, 2002). La idea del castigo patriarcal no
se remite a un castigo corporal -aunque por supuesto deja sus heridas-, se encarna en la
rutina, en las prohibiciones, en el abandono, en las horas, minutos y segundos del día en
que hay que mantener a las mujeres ocupadas y arrepentidas, encargándose de su dolor. El
sistema se engrana para que las mujeres esperen -sin estar-, mientras son vigiladas:
Con las mujeres fíjese que es un poco diferente la situación en cuanto a la participación con nosotros
por el mismo espacio, al ser pequeño (haga de cuenta que es más o menos este espacio en donde
255
están ellas). Entonces si yo llevo una actividad, es fácil de que se integre la mayoría, o sea pueden
estar tejiendo y viendo la película. […] (Entrevista, autoridad penitenciaria, hombre).
Imagínese, todo ese dolor, el dolor de la sentencia, y luego el dolor del accidente de un hijo, se unió.
Y le digo: sabes qué, te vamos a dejar que llores lo que quieras, me voy a ver muy fríamente, pero es
la realidad. Yo no te voy a decir: oye, lo siento, o esto, porque no lo siento, porque no sé qué es lo
que tú sientes ahorita, pero sí te voy a dar la oportunidad que estés en un lugar, tú solita, te
desahogues, voy a estar vigilándote, porque no vayas a cometer errores, ¿por qué? Porque hay
muchas personas que cuando las sentencian se derrumban, y ya nada más están… dos o tres días te
descuidas y ya se hicieron daño. Intentan suicidarse. ¿Por qué? Porque dices ¡38 años!, no, no voy a
soportar, mejor me mato, no tengo familia, no tengo a nadie, ¿qué voy a hacer aquí encerrada?, se
acaba su mundo (Entrevista, autoridad penitenciaria, hombre).
En este apartado se revisan dos aspectos trascendentes en las nuevas miradas y regulaciones
estatales del sistema de ejecución penal. El primer aspecto indiscutiblemente es el contexto
en el que se generan dichas formulaciones y el momento histórico en el que se promueven
estas reformas. A su vez, se revisan las propuestas, discursos y expectativas que derivan de
planes nacionales, reformas legislativas y estrategias actuales sobre el sistema de ejecución
penal en la línea de las nuevas institucionalidades que, en su momento enmarcamos en
medio de la crisis institucional de las prisiones desde la perspectiva de la criminología
feminista.
tomamos en cuenta que por lo menos del año 2000 a 2016, el aumento de la población
privada de la libertad fue de 40% (World Prison Brief, 2019). Ese aumento está ligado a
otros problemas como la corrupción, el hacinamiento, la crisis de gobernanza, la
insuficiencia de recursos, por señalar algunos (Palacios, 2014).
Frente al reconocimiento de esa crisis estatal, se ha promovido la protección de los
derechos humanos como base para la reinserción social a través de la reforma al artículo 18
de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos de 2011 y la emisión de la
Ley Nacional de Ejecución Penal en junio de 2016, la cual representó la posibilidad de
“pasar del tratamiento correctivo al tratamiento o trato digno” para favorecer la reinserción
social (Sarre, 2011:254).
Sin embargo, sólo hay que observar el Diagnóstico Nacional de Supervisión
Penitenciaria (CNDH, 2018) que da cuenta de las irregularidades de los Centros de
Reinserción Social, en el que por ejemplo de 139 centros estatales, el 84% presenta
insuficiencia de personal de seguridad y custodia, el 76% deficiente separación entre
procesados y sentenciados, el 70% insuficiencia o inexistencia de actividades laborales y de
capacitación, el 48% falta de prevención y atención de incidentes violentos.
Los estándares establecidos en torno a la regulación de las prisiones para
“sociedades civilizadas”, como la cientificidad y humanización de los sistemas
penitenciarios (Pratt, 2006), no cubrieron esas expectativas en México, principalmente en
ámbitos tan importantes como el de gobierno y custodia penitenciaria (monitoreo,
vigilancia y mantenimiento del orden y disciplina de las personas privadas de la libertad),
que ha acarreado como resultado el autogobierno, el cogobierno68 y la violencia.
El Plan Nacional de paz y seguridad 2018-2024 que prioriza la “recuperación y
dignificación de las cárceles” presenta elementos discursivos como los que destacamos a
continuación: incremento de sanciones y nuevas cárceles a la par de diseños de escuelas y
hospitales; la reinserción social frente a las conductas antisociales vistas como producto de
las circunstancias; problemáticas al interior de los centros como corrupción y explotación
sexual.
68
Es importante clarificar que el autogobierno se refiere al control del centro penitenciaria por parte de
internos/as u organizaciones criminales, a diferencia del cogobierno, cogestión en la que se comparte el poder
o control de los centros por parte de las organizaciones criminales (Comisión Nacional de Derechos
Humanos, Recomendación General No. 30/2017).
257
los “estándares del mundo civilizado” (Pratt, 2006: 223). Pero la tendencia a privatizar la
construcción de prisiones o algunos servicios parece contraponerse a esa expectativa. Su
justificación está en la mejora de las condiciones y los modelos arquitectónicos,
expandiéndose hacia México y otros países de América Latina, aunque en el trasfondo se
han identificado fines de lucro y mercantilización debido a la mano de obra barata para
potenciar el negocio de empresas privadas (Sassen, 2015).
La criminalización que principalmente había favorecido el esquema de privatización
mediante poblaciones excedentes marginadas, tales como personas en condición de pobreza
o jóvenes, encuentra en las mujeres a otra población que a través de sus necesidades y
dedicación, aportan y obedecen; a las mujeres les toca expiar por lo que han hecho sin
importar que sea a través de abusos o explotación, asumidos y legitimados desde el
esquema público. La siguiente referencia de una autoridad muestra una dinámica laboral a
través de la cual se pretenden lucrar y expandir ganancias, a costa de la pasividad
gubernamental desde una prisión pública, pero ¿qué sucedería en el esquema privado con la
reinserción social donde el control total está en manos de cálculos y beneficios
empresariales?:
Desafortunadamente hay muchas empresas que aprovechan la situación del encierro de las mujeres y
procuran no pagarles lo adecuado, y nosotros como institución, decimos… a ver no espera, una cosa
es que estén recluidas, pero tampoco abuses de esa parte. Si fuera un obrero, ganaría 800 o 1000
semanales, pero muchas empresas quieren pagar menos de la mitad, y eso obviamente ni a ellas les
conviene y nosotros no permitiríamos eso tampoco. Desgraciadamente suena a explotación laboral,
oye, tú quieres una cantidad que te genere trabajo a una paga relativamente muy baja, muy baja
(Entrevista, autoridad penitenciaria, hombre).
que guardias y custodios ya no pueden hacer,71 condición que para las mujeres podría
representar un riesgo diferenciado por los casos previos de violencia sexual cometida por
militares,72 sin dejar de mirar ese otro rostro del poder patriarcal en la violencia y
corrupción que se genera al interior de las prisiones, de las que, mayoritariamente las
mujeres son víctimas (violencia sexual, prostitución forzada, cambio de “favores sexuales”
para otorgar derechos).
Por otro lado, la figura de Amnistía, difundida desde los foros de pacificación y en
el ya referido Plan Nacional de Paz y Seguridad 2018-2024, finalmente se concretó en la
Ley de Amnistía aprobada el 20 de abril del presente año, en medio de la complejidad que
representa la pandemia por coronavirus para la población privada de la libertad. En diversos
Estados se han tomado medidas urgentes para despresurizar las prisiones, en el caso de
México esta Ley de Amnistía y el indulto han sido una opción para evitar la propagación de
posibles contagios en aquellos centros con mayor población. Si bien, inicialmente esta
propuesta “busca[ba] subsanar la injusticia que provoca la pobreza, la marginación, la
exclusión social, provocando que mujeres, jóvenes e indígenas estén en prisión por delitos
menores, ya sea de ámbito federal o local” (Secretaría de Gobernación, 2019:9), hoy nos
encontramos en un momento diferente. Desafortunadamente al tratarse de una ley de fuero
federal, aún son varias las fases que deberán agotarse frente a un contexto extraordinario y
de urgencia.
Es preciso señalar que los delitos considerados para obtener este beneficio son:
aborto, delitos contra la salud, personas pertenecientes a pueblos y comunidades indígenas
que no hayan tenido una defensa adecuada en su lengua o intérprete, robo simple y sin
violencia, sedición, con sus respectivas acotaciones, hipótesis y limitaciones de
temporalidad, sin uso de violencia o armas. Los delitos excluidos de este beneficio son:
delitos contra la vida y la integridad corporal, secuestro, que hayan utilizado armas de
71
Véase ampliamente “Barbosa quiere militares al frente de los penales de Puebla”,
https://politica.expansion.mx/estados/2019/08/28/barbosa-quiere-militares-al-frente-de-los-penales-de-puebla
y, Barbosa militarizará penales y propone construcción de cárceles por empresarios
https://mtpnoticias.com/destacadas/barbosa-militarizara-penales-y-propone-construccion-de-carceles-por-
empresarios/
72
Véase el caso Rosendo Cantú y otra Vs. México resuelto por la Corte Interamericana de Derechos
Humanos Excepción, fondo, reparaciones y costas. Sentencia de 31 de agosto de 2010, disponible en:
https://www.corteidh.or.cr/CF/jurisprudencia2/ficha_tecnica.cfm?nId_Ficha=339
260
fuego, los considerados en el 19 constitucional y los delitos graves del orden federal
(Secretaría de Gobernación, 2019).
La Ley ha tenido múltiples lecturas debido a que, por un lado, puede enmarcarse en
un oportunismo y clientelismo penal pues no subsana de fondo las injusticias cometidas que
se vinculan a las condiciones de pobreza y marginación de quienes están presas, porque en
términos numéricos, se abarcaría una población poco representativa del total o en su caso,
no debate profundamente las condiciones de vulnerabilidad de las mujeres. Así mismo, no
ha considerado figuras ya existentes como los “criterios de oportunidad” y los “mecanismos
de liberación anticipada” que ya están regulados incluso en las entidades de la República
Mexicana, a diferencia de las aspiraciones de esta Ley, toda vez que en las entidades y por
los delitos del fuero común, deberán promoverse leyes, políticas, mecanismos y comisiones
conforme a los propios criterios de los Congresos locales (Medina y Greaves, 2019). Otra
de las lecturas es la social pues algunos sectores han antepuesto la peligrosidad de quienes
pueden obtener este beneficio y su reincidencia. La Barra Mexicana, Colegio de Abogados
emitió un pronunciamiento para expresar su inconformidad frente a la expedición de la Ley
de Amnistía por considerar que “las víctimas NO encontrarán garantizada de forma plena
su seguridad ni su tranquilidad”, es decir, las personas perjudicadas por la comisión de un
delito frente a este beneficio “no encontrarán de ninguna manera ni justicia ni mucho
menos una reparación integral del daño que se les haya causado”.73
Esta medida parece obviar algunas prácticas discrecionales que previamente estaban
en manos de los gobernadores en los estados del país. Al menos en el estado de Puebla,
algunas mujeres fueron preliberadas en fechas clave como el día 10 de mayo o en época
navideña, justo con el propósito de enmarcar que las mujeres que habían tenido buena
conducta regresarían con sus familias y eran un ejemplo de lo que generaba el sistema. En
esos casos, en los requisitos formales destacaba el cumplimiento de un tiempo de
internamiento, pero era importante la percepción que las autoridades tenían sobre la
conducta de las propias mujeres.74
73
Véase Pronunciamiento en: https://siete24.mx/mexico/barra-mexicana-de-abogados-se-pronuncia-contra-
liberacion-de-delincuentes-que-propone-morena/
74
En una nota que analizamos en otra investigación, dicho registro histórico ilustra cómo el gobernador del
estado de Puebla, a través de su discurso recomienda a 55 internos y 7 mujeres que habían alcanzado la
libertad, el no desaprovechar la segunda oportunidad que da Dios y la vida y a tener un reencuentro con la
sociedad y con sus familias (Cariño y Jiménez, 2013).
261
Dichos precedentes con visos paternalistas, refuerzan el orden patriarcal; son los
hombres quienes influyen en el encierro, pero también son los hombres los que liberan a las
mujeres condicionando el arrepentimiento y la buena conducta. En esa línea hay un potente
imaginario sobre la no reincidencia de las mujeres por un deber de respeto y cuidado a su
familia. Esa mirada es coincidente en las autoridades penitenciarias quienes advierten que,
las mujeres entregan todo y son capaces de soportar la institución de encierro y una vez que
ya la han experimentado, no volverían a regresar por respeto a su familia.
Este tipo de mecanismos colocan una vez más en la mira el mensaje que quiere
enviarse a quienes pretendan delinquir, sobre todo si consideramos que la reintegración
confronta prejuicios sociales serios para las personas que se incorporan a su propia familia,
comunidad o buscan un empleo (Larrauri, 2015). Por lo que, frente a esta política, aún toca
cuestionar ¿cuál será el destino real de estas mujeres desde la reinserción social y el
enfoque de reintegración comunitaria?, ¿qué tipo de programas formales tendrán para
reintegrarse a sus ámbitos familiar, social, laboral y comunitario frente a un contexto de
pandemia y crisis económica?, ¿cómo se están protegiendo los derechos de quienes sean
liberadas frente al escarnio público?, ¿cómo intervendrán las autoridades responsables
desde la Coordinación interinstitucional que plantea la Ley Nacional de Ejecución Penal?
Hasta ahora, se han abordado muy poco los procesos de acompañamiento integral desde el
esquema de la Amnistía.
Reflexiones finales
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270
Introducción
este mismo sentido, la discusión sobre la naturaleza jurídica del nasciturus75 ha oscilado
entre su tratamiento como persona desde el momento de la concepción –aparejado de todos
los efectos legales: el reconocimiento de la vida humana como fundamento de todos los
derechos- y el tratamiento en el que aquél sólo es un bien jurídico protegido a partir del
momento del nacimiento (Cossío y otros, 2012). Estas posturas ponen en relieve las
tensiones subyacentes al otorgarle personalidad jurídica al embrión, es decir: los derechos
de éste como una persona independiente de la madre se ven confrontados con los derechos
de ésta76.
Si bien el debate en torno a la interrupción del embarazo se ha ido desplazando del
“choque de absolutos” –entre el derecho a la vida del feto y la libertad de la mujer para
decidir- a una discusión que contempla varios “derechos en colisión” –autonomía, igualdad,
salud y dignidad- (Cossío y otros, 2012: 27); lo cierto es que se ha dejado de lado uno de
los aspectos más relevantes sobre esta discusión: el de la subjetividad de la mujer y la del
feto, o dicho de otro modo, ¿bajo qué condiciones emerge el sujeto mujer y el feto en el
marco del debate de la despenalización del aborto?
Es en este sentido que el presente trabajo se propone ir más allá de la confrontación
de esta “guerra de absolutos” (Tribe, 2012) –feto vs. mujer- para llevar el debate de la
despenalización del aborto a un campo de discusión que parta del análisis de la subjetividad
humana a través de dos vías: la construcción jurídica de la criminalización del aborto –la
emergencia del sujeto ¿femenino?- y el análisis de la corporeidad materializada de la mujer
y del feto a partir de los factores desincriminantes y atenuantes del aborto –aborto
eugenésico, terapéutico y Honoris causa-.
Al hablar de subjetividad se está aludiendo a uno de los argumentos centrales de
Judith Butler (2001: 22) en torno a que el sujeto se forma en la sujeción: “ningún individuo
deviene sujeto sin antes padecer sujeción o experimentar subjetivación […] el
sometimiento es al mismo tiempo un poder asumido por el sujeto, y esa asunción
75
Término latino que significa “el que nacerá” y sirve para referirse a la persona por nacer que, si bien no es
titular de derechos y obligaciones, sino sólo a partir del nacimiento, éste es considerado como nacido para
todos los efectos que le sean favorables, siempre y cuando cumpla con los requisitos legales exigidos para el
nacimiento de las personas . Enciclopedia Jurídica (2020) recuperado de http://www.enciclopedia-
juridica.com/d/nasciturus/nasciturus.htm.
76
Este antagonismo –entre los derechos del feto y los de la mujer- no habría aflorado sin el desarrollo de la
ciencia médica –tecnologías de observación fetal- que permitió “ver” en la figura del feto un sujeto de
derecho (Boltanski, 2015).
272
77
Esta noción alude al cuerpo como el lugar en que “el género y la sexualidad se exponen a otros, que son
inscritos por las normas culturales y aprehendidos en sus significados sociales” (Butler, 2006: 39).
78
La autora retoma el ejemplo del suicidio de su tía materna Bhubaneswari Baduri, quien se quita la vida
durante su menstruación para evitar que su suicidio fuera leído como un acto desesperado frente a un
embarazo deshonroso y, así, pudiera ser vinculado a su activismo político como miembro de un grupo de
liberación nacional. Sin embargo, a pesar de todo, el mensaje del suicidio fue desvirtuado: la interpretación de
autoridades policiales y de familiares redundaban en que se trataba de un acto cometido como consecuencia
de un amor ilícito o deshonroso. El mensaje nunca llegó o no pudo ser leído.
273
incapacidad psicosocial. Esta situación sirve de ejemplo para ilustrar cómo, en la muerte
inscrita como mensaje en un cuerpo, en este caso en la del feto, se configura una cierta
interpretación del hecho que, junto con el llanto del producto como prueba de que nacieron
vivos para luego dejarlos morir, desembocan en una lectura perversa del acto: no se trató de
un aborto espontáneo –versión que sostenían las mujeres- sino de un homicidio con el
agravante del vínculo del parentesco. Es decir, estas mujeres fueron presas no únicamente
por haber abortado, sino por ser más que infanticidas, por ser filicidas. Por haber puesto en
entredicho la “reproducción de una cultura”, la “reproducción final de un sistema de
parentesco”, como menciona Butler en el epígrafe que abre este artículo.
Siguiendo este orden de ideas, partimos de dos presupuestos en torno al derecho: el
derecho como la invención de una determinada forma de saber – la indagación- (Foucault,
2013) y como un mecanismo de sexuación que produce cuerpos generizados (Butler, 2006).
Estos supuestos reparan en las denominadas “formas racionales” de la prueba y la
demostración -esto es, cómo se produce la verdad, en qué condiciones ésta es producida y
qué reglas han de aplicarse para su producción- pueden revelar cómo el proceso de
criminalización del aborto –que va del acto desviado al delito- y el proceso de
incriminación –cómo se construye la prueba y su demostración- se relacionan con la
producción de cuerpos generizados. Ambos supuestos ponen de relieve la normalización de
la que son objeto las mujeres que abortan vía la sanción penal y el encarcelamiento.
En la primera parte de este trabajo se abordan los mecanismos de incriminación y de
criminalización del aborto inducido en México, esto es, se trata de ahondar en la
construcción de todo un andamiaje jurídico junto con la emergencia de un sujeto
¿femenino? en el marco de la subordinación al poder y a la norma, que permita dar cuenta
de cómo se entrecruzan los discursos médicos y jurídicos como si se tratara de una decisión
en torno a la soberanía79. Se recurre al análisis del caso de las siete mujeres guanajuatenses
como un caso paradigmático, en tanto pone en escena toda la parafernalia de la que se
puede echar mano en el momento de incriminar, de elaborar la prueba y de criminalizar a
79
El planteamiento de Agamben (2003) -al colocar la biopolítica en el corazón de la teoría de la soberanía-
permite dar cuenta de cómo el poder de decidir –el crear una situación normal y garantizarla- recae en el
Soberano: el Estado, el médico, la Iglesia Católica. Lo central, será entonces, señalar quién –en tanto
soberano- decide sobre el valor de la vida como tal y, por ende, sobre el momento en que la vida es
reconocida o deja de ser políticamente relevante y las implicaciones que esto tiene en torno a la
despenalización del aborto en los códigos penales de las entidades federativas.
274
estas mujeres. Para dar seguimiento a este se caso, se examinaron notas periodísticas, así
como material videográfico que da cuenta de viva voz la experiencia de estas mujeres ante
la justicia y las autoridades sanitarias.
En la segunda parte de este trabajo se aborda la tensión existente entre el aborto
terapéutico y el aborto eugenésico anclados en la noción de “viabilidad” como norma de
reconocimiento (Butler, 2010). Dichas tensiones resultan esclarecedoras en torno a qué vida
está siendo reconocida como vida digna de ser llorada, qué cuerpos son materializados:
entre la simbiosis y el parasitismo como metáforas de la relación materno-fetal. Es
pertinente precisar que estos tipos de aborto se encuentran contenidos en los códigos
penales de las entidades federativas como factores desincriminantes, entendiendo por éstos
aquellas causales previstas en la legislación mexicana por las que no es punible el aborto:
cuando el embarazo es producto de una violación; en los casos de aborto terapéutico,
practicado en situaciones en las que de continuar con el proceso gestacional la vida de la
mujer correría riesgos; cuando el aborto es resultado de una conducta culposa o
imprudencial de la mujer; cuando el aborto es inducido por motivos socioeconómicos; en
los casos del aborto eugenésico, llevado a cabo cuando el feto presenta graves alteraciones
físicas que comprometen su supervivencia; y finalmente cuando se trata de un embarazo a
consecuencia de una inseminación artificial no consentida. Cabe aclarar que si bien estos
supuestos son generales, ello no implica que sean compartidos por los 32 códigos penales
de las entidades federativas. Poner atención en tales factores desincriminates y atenuantes,
permite dar cuenta de cómo la nuda vida entre en la arena de las decisiones soberanas80.
80
En la filosofía política, la figura del Soberano remite al cuerpo moral y colectivo que surge a raíz de la
asociación o pacto social –individuos libres que se asocian en aras de asegurar la protección a su persona y a
sus bienes. Esta figura pública –la del cuerpo moral y colectivo- recibe el nombre de cuerpo político, que sus
miembros denominan Estado –cuando es pasivo- y soberano –cuando es activo- (Rousseau, 2000). La
paradoja de la soberanía, siguiendo a Schmitt, está dada porque el soberano se encuentra tanto fuera como
dentro del ordenamiento jurídico, esto es: el Soberano es reconocido por el ordenamiento jurídico para
proclamar el Estado de excepción y, a su vez, suspender la validez del orden jurídico (Schmitt citado en
Agamben, 2003).
Retomo el concepto de soberanía de Giorgio Agamben (2003) que parte de la nuda vida, la vida expuesta a un
poder que amenaza con la muerte y que es absoluto -éste no es el resultado de la aplicación de un castigo o
sanción de una culpa- y que recae sobre todo ciudadano varón libre en el momento de su nacimiento.
275
Como se mencionó en el apartado anterior, es preciso dar cuenta de cómo el sujeto se forma
en la sujeción y cómo se da el apego a este sometimiento. Es en este sentido, que Judith
Butler (2001) tiende un puente entre la noción foucaultiana de “sujeción” –proceso de
devenir subordinado al poder y, así, devenir en sujeto- con la noción del desarrollo psíquico
del “vínculo apasionado”. Este último promete la continuación de la existencia, explotando
el deseo de supervivencia, dando así luz sobre la forma psíquica que adopta el poder y que
justifica el apego al sometimiento. Lo que se pretende establecer al tomar en cuenta este
planteamiento, es que podría hablarse de un sujeto feminizado que emerge en su vínculo de
dependencia con la norma que vehicula el deseo. Si partimos de la norma social como ideal
regulatorio, en este caso el de la heteronormatividad y la concomitante función ineludible
de la maternidad –en su funcionamiento psíquico que restringe y produce el deseo- que
incide tanto en la formación del sujeto como en la circunscripción del ámbito de la
socialidad (Butler, 2001), esto hace factible que emerja el sujeto femenino criminalizado,
vilipendiado y patologizado en tanto se opone a este ideal regulatorio. Y lo que es peor,
como ocurrió con las mujeres guanajuatenses, que se someta a un discurso jurídico que la
patologiza para acceder a su liberación de la prisión, no es más que la subordinación
fundacional al poder.
Decimos que la categoría de sujeto es constitutiva de toda ideología, pero agregamos enseguida que
la categoría de sujeto es constitutiva de toda ideología sólo en tanto toda ideología tiene por función
(función que la define) la constitución de los individuos concretos en sujetos […] o transforma a los
individuos en sujetos por medio de esta operación muy precisa que llamamos interpelación
(Althusser, 2003: 52-56).
[…] Pero este sometimiento [del cuerpo] no se obtiene por los únicos instrumentos ya sean de la
violencia, ya de la ideología; puede ser calculado […] sin hacer uso ni de las armas ni del terror. Es
decir que puede existir un “saber” del cuerpo […] y un dominio de sus fuerzas que es más que la
capacidad de vencerlas: este saber y este dominio constituyen lo que podría llamarse la tecnología
política del cuerpo (Foucault, 1976: 32-33).
81
En el que se reduce la pena máxima de 35 años a ocho años, a las madres que priven de la vida en las
primeras 24 horas de vida a su descendencia, añadiendo el atenuante de las “motivaciones psicosociales”.
277
El hecho de que la contrariedad del deseo resulte crucial para el sometimiento implica que, para
poder persistir, el sujeto debe frustrar su propio deseo. Y para que el deseo pueda triunfar, el sujeto
debe verse amenazado con la disolución […] al estar vuelto contra sí mismo (su deseo) parece ser la
condición para la persistencia del sujeto. Desear las condiciones de la propia subordinación es
entonces un requisito para persistir como uno/a mismo/a” (Butler, 2001: 20).
Las siete mujeres guanajuatenses deben entrar en conflicto con su deseo de “no ser”
madres, deben asumirse como poseedoras de afectaciones psicológicas graves, asumir la
pobreza como un lastre que justifica su enfermedad, todo ello, para continuar existiendo
como sujeto, un sujeto feminizado y vilipendiado, configurado por los otros –desde el
espacio de los iguales82-, que desea y reproduce para seguir persistiendo, para recuperar sus
derechos políticos y civiles ¿a qué costo? Desde la perspectiva de Butler, el sujeto es el
lugar de la reiteración de las condiciones de poder: las mujeres que abortan son
configuradas como sujetos criminales, aberrantes –se oponen a la ley natural, la
maternidad- y enfermos –la pobreza como origen de todas las taras y aberraciones sociales-.
¿Cuál es la razón del consentimiento de los individuos así configurados? Al respecto Butler
(Butler, 2001: 31-32) señala: “Cuando las categorías sociales garantizan una existencia
social reconocible y perdurable, la aceptación de estas categorías, aun si operan al servicio
del sometimiento, suele ser preferible a la ausencia total de existencia social”.
82
Celia Amorós (2007: 98-99) entiende por espacio de los iguales: “el campo gravitatorio de fuerzas políticas
definido por aquellos que ejercen el poder reconociéndose entre sí como si fueran los titulares legítimos del
contrato social”.
278
Así pues, el sujeto que emerge de su vínculo con la norma es un sujeto generizado –
mujer- criminalizado si renuncia a atender a su inexorable destino reproductivo, objeto de
tutela a través del discurso médico-jurídico que las patologiza a nivel tanto individual –
psicológico-, como social –la pobreza de la clase social a la que pertenecen-. La forma en
que es retratada la mujer que aborta y es encarcelada, no dista mucho del perfil criminal
decimonónico: mujeres pobres, cuya sexualidad refiere a prácticas sexuales disipadas, sus
historias personales y familiares tienden a converger en la ignominia. Su final
patologización es el corolario del entrecruzamiento de los discursos médico-científico y
jurídico ¿No es este el caso de las siete mujeres guanajuatenses acusadas de homicidio en
razón de parentesco? ¿No sigue estando presente el subtexto del control de la sexualidad
femenina mediante la identificación del desorden sexual con el desorden social? ¿No es el
Estado el que se atribuye la facultad de recuperar la propiedad de la descendencia?
mujeres los trastornos psicológicos que las hacían delinquir o bien, de cómo causas sociales
como el comportamiento sexual o conyugal explicaban la propensión de las clases menos
privilegiadas a cometer delitos, tales como el aborto o el infanticidio (Speckman, 2007: 94-
105).
85
“Tras el aborto, el primero que le dio la espalda fue su hermano”, Jaime Avilés y Carlos García. La jornada,
martes 10 de agosto de 2010.
282
hostigarla para que declarara que había sido ella quien había tirado a “esa niña” o que había
hecho “algo” con esa “niña”.
Así, la figura del ministerio público como institución encargada de la persecución
de delitos y de la averiguación, pone en escena lo que Foucault (2014: 25) denomina la
“mecánica grotesca del poder”, esto es, un discurso o individuo puede ser calificado de
grotesco cuando posee por su estatus efectos de poder de los que su calidad intrínseca
debería privarlo. Aquí, la indagación opera como un mecanismo de sexuación, asumir un
género, pero no de forma voluntarista, el ministerio público generiza al feto como
evidencia, desde esta posición infame y ridícula construye personas donde no las hay, para
así operar de manera más efectiva la configuración de un delito mayor: el homicidio en
razón de parentesco.
La sentencia de A.Y. con base en las pruebas aportadas por un perito que sostuvo
que el feto murió a causa de hipotermia basándose en dos pruebas: el cuerpo frío del
producto y que no se utilizó ninguna herramienta para evitar la hipotermia, desechando las
pruebas de los otros dos peritos, que señalaban que la muerte del producto se dio por una
complicación por la forma en que se tuvo el embarazo -el producto venía con doble vuelta
del cordón umbilical- ejemplifica los efectos de poder que llevan en sí mismas las pruebas
dependiendo quién las enuncie –autoridades judiciales, peritos- legitimando que se tratan de
presunciones estatutarias de verdad (Foucault, 2014:21-25).
Ambas causas de la muerte, hipotermia y complicaciones por doble cordón
umbilical, apelan a nociones médico-científicas, sin embargo, la forma en que se establece
la relación de intervención u omisión de la mujer en aras de salvar la vida del producto, se
torna siniestro. En este sentido:
…en el punto en que se encuentran la institución destinada a reglar la justicia, por una parte, y las instituciones
calificadas para enunciar la verdad por la otra […] donde se cruzan la institución judicial y el saber médico o
científico en general, en ese punto se formulan enunciados que tienen el estatus de discursos verdaderos, que
poseen efectos judiciales considerables… (Foucault, 2014: 24).
muerte del producto como una operación de poder del discurso médico-jurídico, pero
también, la selección de un peritaje en detrimento de otro como resultado de una decisión
política.
Ante un peritaje malogrado –nunca se comprobó que los fetos hubieran llegado a
término, ni que hubiesen nacido vivos-, se recurrió a la prueba de “el llanto del producto”
para dar certeza de que los productos nacieron vivos. Es en esta fabricación de la prueba,
donde puede observarse con mayor nitidez los efectos de la mecánica grotesca de poder:
“El grotesco es uno de los procedimientos esenciales de la soberanía arbitraria […] El
hecho de que la maquinaria administrativa, con sus efectos de poder insoslayables, pase por
el funcionario mediocre, ridículo, inútil” (Foucault, 2014: 26). Lo estridente del caso es que
está fincado en la inverosimilitud de la prueba: el llanto del producto que nunca fue
escuchado, es una relación de reconocimiento entre lo vivo y lo no vivo, la nuda vida89
entrando en la esfera de lo público como una deliberación política sustentada en la zoé, el
llanto como reminiscencia de vida instintiva o nutritiva.
En los testimonios citados pueden observarse algunas generalidades. Dentro de la
experiencia del aborto espontáneo o el inducido, de manera individual, solitaria y casi
secreta, todas las mujeres refieren haberlo sufrido durante la noche o la madrugada. Más
allá de un dato objetivo, parecer ser la obscuridad, la negación, el ocultamiento y la
obnubilación lo que da contenido a su experiencia marcada por el dolor físico, por los
estertores de una muerte anunciada, no sólo la del feto en ciernes, sino la de ellas mismas:
su muerte social. La sensación de “desprendimiento de algo”, qué es ese algo, ese algo que
escapa a su control, a su voluntad, a su deseo: es una maternidad impuesta e inaprehensible,
ilegible e ilegítima para ellas.
89
Giorgio Agamben (2003) se vale de la definición del término vivir que Aristóteles elabora en el De anima
para identificar la nuda vida, dicha definición está contenida en el en el término zoé, el cual alude al mero
hecho o acto de vivir que le es común a todos los seres vivos. Por otro lado, se tiene el término bios que
refiere a una manera de vivir propia de un individuo o grupo –Aristóteles distingue la vida política-. ¿Cuál es
la diferencia entre uno y otro término? La zoé es la vida natural como tal y bios es un modo de vida particular
–el vivir bien sólo se da en el ámbito de la existencia política.
285
Entonces, ¿por qué un acto o conducta es considerada como buena en sí misma? ¿Cómo
puede inferirse de aquélla una cualidad contraria y desviante? Es evidente, que lo anterior
está relacionado con “el derecho a dar nombres”, prerrogativa vinculada a la concepción del
lenguaje como una exteriorización del poder en el que los que detentan el poder 90 se
consideren a ellos mismos y su comportamiento como “buenos” en sí mismos y, por ello,
como lo deseable y digno de ser imitado (Nietzsche, 2002). Se trata pues, de un
distanciamiento entre un arriba/ abajo, entre lo bueno/malo que segrega y aísla a ciertos
individuos patologizados, discriminados y criminalizados: las mujeres pobres, las mujeres
indígenas y un largo etcétera.
Es ahí, en el que un concepto de preeminencia política converge en un concepto de
preeminencia anímica (Nietzsche, 2002). Las leyes políticas, atendiendo al vínculo entre el
cuerpo político con el Estado, son consideradas como fundamentales en la regulación del
orden; asimismo, las leyes criminales son la sanción a la desobediencia de tales normas
(Rousseau: 2000). Así, al partir de la premisa de la ley (política, civil, criminal) como
encarnación de la voluntad general cuya directriz es el bien común, reitera ese atributo de
bondad, como si se tratara de un bien que por sus propias cualidades está destinado a la
inmanencia y a ser salvaguardada. En el artículo 156 del código penal de Guanajuato, se
está patologizando a la mujer -psicológicamente- por rehusarse a cumplir con la maternidad
impuesta social y culturalmente -ya no es más una expresión de las relaciones sociales
salvaguardadas por la ley: la del parentesco y la filiación, sino que su desobediencia a la ley
implica una ruptura con lo social: entra en el campo de lo abyecto, lo marginal y proscrito.
También, al considerar las condiciones sociales y económicas como atenuantes, implica
una patologización de la pobreza en tanto mala e indeseable, como si ésta fuera producto de
atributos inherentes al grupo en cuestión, y no como consecuencia de condiciones
estructurales y de relaciones históricamente configuradas.
Esta manera de proceder se caracteriza por distinguir la conducta individual del
delito cometido (Foucault, 2014). Así, la mujer que aborta no sólo es castigada por el delito
en sí, sino por su negativa a cumplir con la función reproductiva íntimamente ligada a “las
de su género” su conducta negligente es entendida como la falta de un desarrollo
90
Para Nietzsche (2002) son los nobles, los poderosos, los hombres de posición. Explicando así, que la
categoría “noble” en un sentido estamental, devino en lo “bueno” como sentido “anímicamente noble”, frente
a lo vulgar, plebeyo, malo.
286
91
Sobre la función de la pericia psiquiátrica Foucault (2014: 29) menciona: “En primer lugar, repetir
tautológicamente la infracción para inscribirla y constituirla como rasgo individual. La pericia permite pasar
del acto a la conducta, del delito a la manera de ser”.
287
En este apartado, se pondrá atención en los tipos de aborto que permiten desentrañar las
tensiones que se dan alrededor de la noción de “viabilidad” del producto y de la
materialización/ no materialización del cuerpo femenino como gestante, es decir, a la luz de
qué argumentaciones jurídicas el cuerpo femenino se antepone –se materializa- al del feto –
como cuerpo no materializado- y, viceversa. Se trata pues, de abordar el aborto terapéutico,
el eugenésico y el honoris causa. De éstos, sólo el aborto honoris causa es tratado como
factor atenuante y, el resto, como factores desincriminantes por los códigos penales de las
entidades federativas.
Antes de abordar dichos tipos de aborto, en tanto factores desincriminantes y
atenuantes, es preciso considerar el concepto de “materialización” que propone Judith
Butler en Cuerpos que importan. Sobre los límites materiales y discursivos del sexo (2002:
28), entendiéndolo más que como un lugar o sitio propiamente dicho, como un proceso que
debe darse a lo largo del tiempo, en el que se estabiliza y produce un efecto de frontera
llamado materia. Asimismo, deberá concebirse como un efecto de poder. La “materialidad”
como efecto de poder implica materializar/ encarnar la norma, la tarea está pues, en
determinar el principio de inteligibilidad que opera en la constitución de un “cuerpo que
importa”. En este punto, resulta medular este concepto para abordar cómo en los factores
288
desincriminantes del aborto en los casos del aborto terapéutico y el eugenésico, se tejen una
serie de argumentaciones que permiten corporeizar/ descorporeizar a la mujer gestante y a
la figura del feto, respectivamente, para deslegitimar la intervención en un cuerpo –el feto
sano, sin malformaciones, que no atenta contra la salud de la mujer gestante- o legitimar la
intervención de un no-cuerpo, algo informe –el feto con malformaciones genéticas, que
compromete la salud de la mujer. Pero también la corporeidad de la mujer gestante puede
ser puesta en entredicho en la medida en que no encarne la norma implícita en el discurso
jurídico, en general, y en los factores desincriminantes, en particular. Esta norma responde
a “la materialidad del sexo”, esto es, el sujeto emerge o se materializa –en este caso la
mujer- en tanto asuma92 y fije el sexo que le corresponde de acuerdo a una matriz
generizada –heteronormativa-, de modo tal, que el derecho puede leerse como un
mecanismo de sexuación (MacKinnon, 2014). Siguiendo la propuesta de Butler (2002) no
hay proceso de materialización sin que opere esa matriz generizada.
Entonces tenemos que, tanto el concepto de “generización”, como el de
“materialización” aluden a un proceso de sexuación, es decir, “convertirse en una clase de
persona social” (Harding, 1996: 92) que puede “materializarse” a la luz del cumplimiento
de la norma: la correcta identificación con el género que prescribe la matriz generizada o
bien, “citar” correctamente dicha matriz. En este sentido, podría decirse que en la base del
proceso de “materialización” está implícito el de “generización”. Sandra Harding (1996:
17) en su crítica a la filosofía de la ciencia, hace alusión al proceso de asumir un género
sobre la base de una organización asimétrica en la que la supremacía masculina debe ser
reafirmada constantemente a través de tres mecanismos: “la división del trabajo según el
género o “estructura de género”, la asignación asimétrica de valores simbólicos a la
masculinidad y a la feminidad o “totemismo de género”; y la asignación de identidades
individuales de género en la infancia. Estos tres mecanismos en conjunto nos permiten
hablar de “la vida social generizada” y, a su vez, comprender el sesgo androcéntrico de la
ciencia y, en particular, de la biología”. De este modo, tenemos que los argumentos sobre la
diferencia sexual centrados en la biología tienen un correlato en códigos éticos que no
92
Butler (2002:34-36)hace uso del término lacaniano “asunción” –acceso a la ley simbólica- que alude al acto
de asumir posiciones normativas –los sexos- o bien, posiciones sexuadas, como “cita de la ley” –enunciación
codificada sin la cual, una enunciación performativa no podría ser interpretada o adquirir elocuencia- para
después vincularlo con la “materialización del sexo” y la noción de performatividad. Ambas nociones son
piedras angulares en el aparato crítico-teórico de la autora sobre la matriz de género binario.
289
pocas veces son cristalizados en leyes, de modo que la biologización de las conductas –la
“predisposición” para actuar de tal o cual manera según el sexo- se ve reforzada por
mecanismos que incitan a su reproducción y, así, volverse hegemónica, obscureciendo la
historicidad de las relaciones que la originaron. Como señala Harding (1996: 96): “Los
individuos no se constituyen en mujeres ni en hombres por una fatalidad biológica; se
constituyen como individuos generizados a través de procesos sociales identificables”. ¿No
es también el derecho un mecanismo de sexuación a través del sujeto de derecho que
esgrime? ¿No son los factores desincriminantes y atenuantes del aborto inducido pautas
para la materialización de cuerpos femeninos?
Aborto Terapéutico
Si partimos de la noción de “viabilidad” como el momento en que el producto de la
concepción puede sobrevivir fuera del útero (Tribe, 2012: 118) y teniendo en cuenta que los
parámetros de la viabilidad varían de un país a otro según el grado de desarrollo
tecnológico que les permita mantener con vida a los fetos fuera del vientre materno, para el
caso mexicano la viabilidad del producto está señalada a partir de la vigésima semana de
gestación (Pérez, 1993), la noción de “viabilidad” funcionará como norma de
93
Excepto los códigos penales de la Ciudad de México y de Oaxaca, que sancionan el aborto voluntario
después de la décimo segunda semana de embarazo.
94
LX Legislatura 2012.
290
otro médico, siempre que esto fuera posible y no sea peligrosa la demora”. Desde esta
perspectiva, cabe preguntarse ¿cómo llegó a suscitar condolencia la vida de la mujer
gestante frente a la del feto?
A simple vista, puede argumentarse que se está acotando un derecho fundamental –
el derecho a la vida del producto de la concepción- para cumplir un objetivo o necesidad
imperiosa, como lo es la protección de la salud de la mujer (Tribe, 2012).
Entonces, se tiene que a la mujer cuyo embarazo suponga un grave riesgo a su
salud, se le suspenderá del inexorable cumplimiento de la función reproductiva en la
medida en que, ante un eventual fatal desenlace del embarazo, la muerte de la mujer y/o
feto, comprometa la posibilidad de continuar ejerciendo funciones reproductivas. La
condolencia que suscita la vida de la mujer viene dada por el reconocimiento que le otorga
el discurso médico-jurídico, como una vida digna de ser llorada frente a la del feto. Sin
embargo, no debe perderse de vista lo que Butler (2010: 22) viene advirtiendo con respecto
al problema ontológico de la vida y su producción: “la figura no reivindica un estatus
ontológicamente cierto, y aunque pueda ser aprehendida como “viva”, no siempre es
reconocida como una vida”. En este caso parece decantarse por la vida de la mujer, sin
embargo, “la producción [de la vida] es parcial y está habitada por su doble
ontológicamente incierto, cada caso está sombreado por su propio fracaso” (ídem), es ahí
cuando surge la figura del feto –en tanto vida que debe ser llorada- como resultado del
reconocimiento por parte de ese mismo discurso médico-jurídico –que antes reconocía en la
mujer gestante una vida susceptible de ser llorada- mediante mecanismos específicos del
poder (íbidem, 2010: 14). La noción de viabilidad del producto es uno de esos mecanismos.
La asignación del duelo de manera diferenciada a la mujer y al feto, está en estrecha
consonancia con la producción de la vida de manera intermitente.
Para que se lleve a cabo un aborto de este tipo se requiere del criterio de dos
médicos que coincidan en el diagnóstico, esto implica que también debe tomarse en cuenta
la viabilidad del producto; y, si ésta hace alusión al momento en que el feto es capaz de
vivir fuera del útero, ¿a qué se está refiriendo a que es capaz de “vivir” fuera del útero? De
acuerdo con la Norma Oficial Mexicana (NOM-007-SSA2-1993) un aborto es definido
como la expulsión del producto de la concepción de menos de 500 gramos de peso o hasta
292
Aborto Eugenésico
De las 32 entidades federativas, sólo 16 contemplan al aborto eugenésico como factor
desincriminante, a saber: Baja California Sur, Ciudad de México, Chiapas, Coahuila,
Colima, Estado de México, Michoacán, Guerrero, Hidalgo, Morelos, Oaxaca, Puebla,
Quintana Roo, Tlaxcala, Veracruz y Yucatán. Sólo el código penal de Coahuila contempla
las malformaciones congénitas en el feto también, como factor atenuante, cuando la
interrupción del embarazo se practique por motivos graves como “temor razonable a graves
293
Cuando a juicio de dos médicos especialistas exista razón suficiente para diagnosticar que el
producto presenta alteraciones genéticas o congénitas que puedan dar como resultado daños físicos o
mentales, al límite que puedan poner en riesgo la sobrevivencia del mismo, siempre que se tenga el
consentimiento de la mujer embarazada
¿Cómo convertir el tratamiento del feto como sujeto de derecho en homo sacer95?
¿Sobre qué debe fincarse la relación de exceptio de la figura del feto? ¿Cuál es la
justificación para la inaplicabilidad de la ley del feto con malformaciones congénitas?
Considero que la noción jurídica biológica de “monstruo humano”, como elemento en la
configuración del dominio de la anomalía (Foucault, 2014), puede brindar las herramientas
necesarias para tender un puente entre la inaplicabilidad de la ley del feto con
malformaciones y la desmaterialización de ese cuerpo, que no encarna más la norma: lo
humano; y, legitimar así, la intervención en un no-cuerpo para dar paso a la materialización
del cuerpo femenino que se ve exento de la sanción punitiva cuando no produce el ideal de
persona esperado, en el sentido que encarna el presupuesto del individualismo,
antropocéntrico y liberal (Butler, 2010).
El monstruo humano es, al mismo tiempo, una violación a las leyes de la sociedad y
de la naturaleza o, dicho de otro modo, encarna el estado de excepción o la suspensión de la
ley. Foucault (2014: 68) nos dice que el monstruo, en la tradición jurídica y científica del
derecho romano, es la mezcla de dos reinos: el animal y el humano. El feto con alteraciones
congénitas y su inaplicabilidad de la ley, es el resultado de escindir la vida vegetativa,
nutritiva, la vida animal del cuerpo humano, es decir, el feto inviable es la encarnación de
lo inhumano como corolario de la animalización de lo humano (Agamben, 2007: 76). Si
bien el feto es reconocido como algo vivo, sin duda el que presenta alteraciones graves, no
puede ser considerada una vida digna de ser vivida; la aniquilación de este tipo de vida no
95
La vida a la que puede darse muerte sin que sea considerado homicidio y, al mismo tiempo, considerada
como insacrificable (Agamben, 2003). Esto es así, porque formalmente no se considera que el feto tenga
personalidad jurídica antes del nacimiento, lo que lo coloca en una zona de indistinción: por una parte, la
impunidad de “matarle” bajo condiciones específicas –se suspende la aplicación de la ley: aborto terapéutico
y eugenésico- y, por otra, fuera de la jurisdicción humana como insacrificable.
294
es ni puede ser considerada homicidio; está expuesta a que se le de muerte, sin que ello
pueda ser leído como transgresión a la ley.
Entonces tenemos que, desde el discurso jurídico, la no punibilidad del aborto por
motivos eugenésicos vincula dos nociones estrechamente ligadas con la vida y con la
asignación diferenciada de reconocimiento de la misma; la primera de ellas es la
“precariedad”, entendida como la vida socialmente vivida y sustentada, que requiere un
conjunto de condiciones sociales y económicas para ser mantenida como tal y que subraya
la dependencia de la supervivencia de una vida en las manos de otras (Butler, 2010: 30). En
cierto sentido, al no penalizar la práctica del aborto eugenésico, de manera implícita, el
Estado se está desligando de una serie de cuidados de salud y de apoyos financieros que
debiera proveer a fin de “hacer vivir” a la población. Sin embargo, está dejando claro qué
tipos de vidas cuentan como vivibles y dignas de ser resguardadas, así como qué tipo de
población es la que se quiere promover. Esto último, nos sirve para relacionarlo con la
segunda noción, sobre el “patrimonio biológico de la nación” (Foucault, 2007), esto es,
cómo el cuidado de la vida –de ciertas vidas- de la población refiere a un proceso en el que
se ha hecho coincidir la vida vegetativa –nuda vida- con el patrimonio biológico de la
nación (Agamben, 2007). ¿Cómo una vida incipiente, algo que es “aprehendido” como
vivo, se torna desechable, descartable e injustificable de ser sustentada o promovida? ¿Cuál
es el tipo de descendencia que prohíja el Estado? Aquella que se defina en oposición a lo
anómalo, a lo inviable, a lo invivible, en pocas palabras, aquella descendencia que se defina
en contraposición a lo inhumano.
96
Éste se contempla desde el Código Penal de 1871 en su artículo 573 (Núñez, 2008: 144).
295
El código del Estado de México lo acota como: “Si lo hiciere para ocultar su deshonra”.
Estas circunstancias atenuantes reafirman, no sólo códigos de conducta de lo femenino,
sino proyecciones de lo que subyace a estas leyes regulatorias: una matriz heteronormativa
que circunscribe la materialidad del sexo mediante la materialización de las normas
reguladoras/ matriz generizada (Butler, 2002: 38), esto es, la pena del aborto se puede
reducir en la medida en que el producto de la concepción se trate de “un cuerpo no
importante” o, por lo menos, de un cuerpo menos importante. Toda vez que su origen no se
da en el seno de una unión legítima: vía contrato matrimonial, de base claramente
heteronormativa y que no consigue ser materializado (el ocultar los signos visibles del
embarazo en una especie de negación del proceso de gestación y de su “desmaterialización”
en desapego a lo normativo). Llegando así, a ser nombrado un “no-cuerpo”. Aquí, el
principio de materialización o principio de inteligibilidad que hace de la mujer gestante un
cuerpo que importe, es la asunción “correcta” del sexo, el resultado esperado de un
bienaventurado proceso de generización que la ciñe al ámbito biológico de la función
reproductiva y el concomitante encasillamiento en el ámbito de la moral como veladora de
las buenas costumbres y la familia (conyugal, legítima).
Las normas reguladoras por las que se materializa el sexo –y que hacen a unos
cuerpos más importantes que otros- en este caso son la preeminencia de la
heteronormatividad, el honor femenino como capital simbólico, pero no en el sentido de
que la deshonra es en su agravio, por el contrario, pues el agravio es siempre con respecto
al hombre que la custodia, y la noción de lo privado, en sentido liberal, en el que el
embarazo debe ser ocultado en el ámbito de lo doméstico, jamás publicitado.
También vemos cómo en los dos casos señalados de Nayarit y Zacatecas, la noción
de viabilidad como norma de reconocimiento –de la vida, de lo humano- constriñe la
aplicabilidad de la atenuación de la pena si la práctica abortiva se da dentro de los primeros
cinco meses de embarazo. Esto es un ejemplo de cómo las decisiones soberanas del
discurso médico sobre la vida adquieren un sentido restrictivo para la capacidad
deliberativa de la mujer con respecto al aborto. Esto suscita interés al combinarse con una
normatividad proveniente del siglo XIX. ¿Cómo sostener su vigencia? Sin duda, En este
296
sentido el aborto honoris causa como factor atenuante, da luz sobre cuál es y bajo qué
términos debe prohijarse la descendencia.
Reflexiones Finales
crimen, implica hacer corresponder una cualidad moral con una determinada forma de
actuar y luego devenir en un ser: la mujer con afectaciones psicosociales como resultado de
un contexto de pobreza muestra una proclividad a poner fin a la existencia de su
descendencia, convirtiéndose así, en una “asesina” que no “sirve para ser mujer” y como
objeto paradigmático de normalización. Se castiga el “modo de vida” de la mujer, si lleva
una vida licenciosa, su pobreza e ignorancia, son objetos de estigmatización y castigo, pero
sobretodo, su negativa a atender al destino inexorable de la maternidad. Así, el encono que
suscitan las vuelve blanco de una pena ejemplar que sirva para el resto de sus congéneres.
Asimismo, se reparó en la noción de viabilidad del feto como el eje que vertebra y
sustenta la intervención en el cuerpo de la mujer (acceder a un tipo de aborto: eugenésico,
terapéutico) y, que, al mismo tiempo, justifica la no intervención en el cuerpo de la misma
(después de determinado número de semanas de gestación, aunque dicho número pueda
variar de una entidad a otra: entre las doce y veinte semanas). ¿Cómo se relaciona la noción
de viabilidad con la construcción selectiva de la subjetividad humana con respecto a los
factores desincriminantes y atenuantes del aborto?
Se planteó que la noción de viabilidad opera como norma de reconocimiento
(Butler, 2010) para asignar el reconocimiento de manera diferencial, teniendo
implicaciones en la materialización de los cuerpos. El aborto terapéutico, el eugenésico, y
el honoris causa, ejemplifican cómo se aplica de manera diferenciada el reconocimiento de
una vida y la subsiguiente materialización del cuerpo en cuestión. La disputa está en el
reconocimiento de una vida humana. Tiene que existir una coincidencia de lo vivo con lo
humano. El caso paradigmático es el feto con malformaciones congénitas que, aunque es
aprehendido como vivo, no se le reconoce humanidad alguna.
La vida y la muerte de un cuerpo dicen mucho y nada a la vez, todo depende del
cristal con que se mire o, más bien, de cómo se sancione institucionalmente dicha
interpretación. Pues ya se sabe que unos cuerpos importan más que otros (Butler, 2010).
Vida y muerte no son sólo un asunto de índole biológica, sino también política (Agamben,
2003).
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Pérez Duarte y Noroña, Alicia Elena. (1993). El Aborto. Una lectura de derecho
300
Epílogo
contexto de crisis civilizatoria y con un intento por elucidar las formas como el
resquebrajamiento, no de un sistema, sino de un orden civilizatorio, está ocurriendo en
ámbitos y realidades diferentes.
Símbolos, corporeidades, territorios atraviesan el contenido de los textos de una
manera menos completa de lo que se quisiera, pero no menos profunda. Se abordan de
manera selectiva la morfología de las violencias y sus narrativas, el quebrantamiento y la
reconfiguración de los territorios y las identidades, las polarizaciones relacionadas con la
subversión del patriarcado y la desarticulación de las instituciones.
Los textos hablan de un trastocamiento que va más allá de los andamiajes
económico-políticos globales, porque está resquebrajando, para bien y para mal, la forma
como se ha concebido y experimentado la subjetividad humana y las instituciones que le
dieron organización y sentido.