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DESGARRAMIENTOS CIVILIZATORIOS
Símbolos, corporeidades, territorios

Ma. Eugenia Sánchez Díaz de Rivera (coord.)

Andrea de la Hidalga Ríos.

Antonio Fuentes Díaz.

José Sánchez Carbó.

Óscar Soto Badillo.

Mercedes Núñez Cuétara.

Nadia Eslinda Castillo Romero.

Galilea Cariño Cepeda.

Natalia Escalante Conde.


2

Este libro forma parte del Proyecto de Investigación del Sistema Universitario Jesuita (SUJ)
titulado Tejido social, socialidades y prácticas emergentes en México ante los
desgarramientos civilizatorios.
Al iniciarse la Pandemia del Covid 19, el libro estaba ya en la fase final de su
elaboración y no fue modificado. Será necesario un diálogo posterior de estos textos con los
desafíos de esta realidad, más predecible de lo que se ha dicho, pero no por ello menos
abrumadora.
3

ÍNDICE

Introducción
Ma. Eugenia Sánchez Díaz de Rivera y Andrea de la Hidalga Ríos.

Los desgarramientos civilizatorios: una mirada


Ma. Eugenia Sánchez Díaz de Rivera.

Las violencias y sus ejes subterráneos

- Fuerza de trabajo excedente y destrucción corporal:


una nueva morfología de la violencia en México.
Antonio Fuentes Díaz.

- Representaciones de la violencia extrema en la literatura.


José Sánchez Carbó.
Los agujeros estructurales, las apropiaciones predatorias del territorio y las
nuevas subjetividades

- El desarraigo radical. Apropiaciones predatorias y territorialidades


emergentes.
Óscar Soto Badillo.

- Caravanas Centroamericanas, población arrojada. Una nueva configuración


del sujeto migrante.
Mercedes Núñez Cuétara.

- Experiencias de economía social frente a la imposibilidad del desarrollo para


todos.
Nadia Eslinda Castillo Romero.

El antagonismo entre ciudadanía y diversidad

- Racialización y ciudadanía en México. Una tensión encubierta.


Andrea de la Hidalga Ríos.

Grietas en la visión patriarcal del castigo social

- El sistema y la prisión patriarcal frente a la criminología feminista:


coordenadas para desnaturalizar el castigo.
Galilea Cariño Cepeda.

- La construcción selectiva de la subjetividad humana. El debate sobre la


despenalización del aborto
Natalia Escalante Conde.
4

Introducción
María Eugenia Sánchez Díaz de Rivera y Andrea de la Hidalga Ríos

Varios pensadores contemporáneos se preguntan sobre el futuro de la Humanidad. Es


interesante constatar que, en una primera reflexión, parece haber coincidencia entre muchos
autores de que los tiempos que vivimos parecen no tener salida. Analizan la dinámica
abismal entre una minoría de la Humanidad que utiliza los recursos del planeta para
beneficio propio ante la mayoría de la población que va siendo expulsada a las fronteras de
la supervivencia. Una minoría que utiliza el conocimiento sofisticado de la ciencia para
producir situaciones de brutalidad contra las poblaciones, las tierras, el agua y el aire1.
Señalan que la degradación creciente del hábitat está evidenciando que la crisis climática a
escala planetaria ya no es una amenaza futura sino una realidad vivida y que estamos en
una etapa de secesionismo psicológico en el que la parte más pudiente de la sociedad se
desentiende de la otra2 . Un tiempo en el que las “civilizaciones naufragan” y la humanidad
está llegando a su umbral de incompetencia moral 3 y a un déficit de sentido que afecta a la
contemporaneidad toda4. Una etapa en la que se han cristalizado diversas formas totalitarias
de poder5. Es un tiempo en el que se hace visible una extensión de la aporofobia como una
especie de guerra contra la gente y un momento histórico en el que emergen violencias
inéditas cuando las violencias arcaicas se refuncionalizan por la lógica del capital. 6
En un segundo momento, esos mismos y otros autores, en un esfuerzo por rescatar
a la Humanidad de su desafortunado presente/futuro, plantean caminos de esperanza que
son ya visibles o están invisibilizados y que se construyen desde los márgenes del sistema,
7
desde los movimientos feministas que están vinculados a las perturbaciones políticas, la

1
Sassen, Saskia (2015). Expulsiones: brutalidad y complejidad en la economía global. Buenos Aires: Katz
2
Klein, Naomi (2017) Decir no, no basta. Contra las nuevas políticas del shock por el mundo que queremos.
Barcelona: Paidós
3
Mallouf, Amin (2019). El naufragio de las civilizaciones. Madrid: Alianza Editorial
4
Augé, Marc (1998). Hacia una antropología de los mundos contemporáneos. Barcelona: Gedisa
5
Touraine, Alain (2018) Défense de la modernité. Paris:Seuil.
6
Echeverría, Bolívar. (1998) Violencia y Modernidad. En Sánchez Vázquez, Adolfo. El mundo de la
violencia. México DF. UNAM-FCE
7
Leyva, Xochitl ; Alonso, Jorge ; Hernández, Aída ; Escobar, Arturo ; Köhler, Axel y otros. (2015.)
Prácticas de conocimiento(s). Entre crisis, entre guerras. Vols. I, II, III. San Cristóbal de las Casas:
Cooperativa Editorial Retos.
5

precariedad económica y el agotamiento socio-reproductivo,8desde las formas de


autogobierno de los pueblos indígenas y de la producción de lo común, 9 desde las disputas
territoriales o digitales. Señalan propuestas deseables o posibles para revertir esta marcha
de autodestrucción de la Humanidad, de una autodestrucción en la que los ritmos y los
costos son diferenciados para la población.
Es a partir de esas inquietudes, de esas reflexiones, de esas contradicciones, pero
sobre todo a partir de la solidaridad con el sufrimiento humano que surge este libro.
Se trata de un intento de construir una mirada que ayude a la comprensión de estos
tiempos de incertidumbre y de violencia. No se presentan ni respuestas, ni alternativas y
menos soluciones, pero subyace un intento de detectar elementos de una brújula que
permita dar pasos en el horizonte nublado que reemplazó a las utopías largamente
construidas. Se busca cómo evitar el nihilismo que desemboca en la indiferencia y el
cinismo, y a la vez un optimismo sin fundamento que facilita procesos de tonalidad
fundamentalista. Se intenta aportar luces para discernir los umbrales de
humanización/deshumanización en las situaciones humanas inéditas que estamos viviendo.
Se busca encontrar los resquicios a través de los cuales construir “presentes dignos” sin
dejar de luchar y desde donde resistir y celebrar la vida.
Desde una experiencia más localizada, la de México, este libro constituye un
esfuerzo colectivo de diálogo motivado por la experiencia de las últimas décadas en las que
la violencia, en todos los ámbitos y escalas, se ha vuelto, no solo más explícita, sino que ha
alcanzado dimensiones inéditas y desoladoras, y que dan cuenta de las agrietadas
referencias conceptuales y teóricas que ya no logran explicarlas satisfactoriamente y menos
contenerlas. Es necesario contar con nuevos marcos de interpretación que permitan
identificar esas lógicas subterráneas10 que están atravesando la realidad actual para poder
nombrar fenómenos sociales, políticos y económicos que se han reconfigurado, o emergido,
en este contexto que nos ha desbordado cognitiva y emocionalmente.
Frente a este desafío y a la convocatoria del Sistema Universitario Jesuita (SUJ) de
reflexionar en torno al panorama de dicha crisis civilizatoria, convergen en este libro una
8
Arruza, Cinzia ; Bhattacharya, Tithi; Fraser, Nancy (2019). Manifiesto de un feminismo para el 99%.
Barcelona: Herder
9
Gutiérrez, Raquel (2017) Horizontes comunitario-populares. Producción de lo común más allá de las
políticas estado-céntricas. Madrid: Traficantes de sueños.
10
Sassen, Saskia (2015). Expulsiones: brutalidad y complejidad en la economía global. Buenos Aires: Katz
6

serie de indagaciones derivadas de investigaciones previamente desarrolladas - algunas


durante varios años- por siete investigadores y académicos de la Universidad
Iberoamericana Puebla, un investigador de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla
y una investigadora independiente. El equipo de investigación se fue configurando a partir
de otoño de 2018 con una serie de reuniones periódicas que se llevaron a cabo hasta la
primavera de 2020. Se trata de investigaciones con diferentes objetos de estudio y
diferentes características, algunas son reflexiones estrictamente teóricas y otras se
relacionan con situaciones más concretas derivadas de una larga trayectoria en
involucramientos sociales complejos por parte de varios de los autores, lo que les da a los
textos una especial consistencia. El enfoque de Desgarramientos Civilizatorios11 que es
una propuesta teórica y epistemológica que se propone en este libro, es el punto de
encuentro. Algunos trabajos se vinculan directamente con este enfoque, mientras que otros
lo hacen de manera menos directa, pero comparten la búsqueda que sugiere reconfigurar
nuestros lugares de enunciación desde el resquebrajamiento civilizatorio.
Los límites en la elaboración de este libro han sido numerosos. Los investigadores
que trabajamos en él lo hemos hecho en los “tiempos libres” del trabajo cotidiano de
docencia, administración, vínculos con procesos sociales, o más bien en los tiempos
robados al sueño y a la convivialidad. Esto implicó un esfuerzo y compromiso especial por
parte del equipo.
Los capítulos están organizados en cinco grandes apartados
- Los Desgarramientos civilizatorios: Una mirada.
- Las violencias y sus ejes subterráneos.
- Los agujeros estructurales, las apropiaciones predatorias del territorio y las
nuevas subjetividades.
- El antagonismo entre ciudadanía y diversidad.
- Grietas en la visión patriarcal del castigo social

Los desgarramientos civilizatorios: una mirada

Los desgarramientos civilizatorios: una mirada. Ma. Eugenia Sánchez Díaz de Rivera
11
Sánchez Díaz de Rivera, Ma. Eugenia (2020). Los desgarramientos civilizatorios: una mirada.
[manuscrito presentado para publicación]. UIA, Puebla.
7

En este capítulo se plantea una propuesta teórica y epistemológica que pretende aportar
elementos de comprensión de la crisis civilizatoria que está viviendo la humanidad, crisis
inédita por sus dimensiones planetarias, demográficas y ambientales, y que está detonando
nuevas violencias y reconfigurando la realidad global. A partir de una articulación
compleja y no lineal de capitalismo, patriarcado y colonialidad, el texto sugiere la
necesidad de deconstruir las categorías analíticas tradicionales 12
que, en vez de ayudar a
comprender las realidades emergentes las encubren. Se propone la categoría de
“desgarramientos civilizatorios” como el resquebrajamiento de entramados sociales
históricos de larga duración y que pueden ser un nodo de comprensión privilegiado y quizás
un lugar epistemológico para mirar los problemas y desafíos de la crisis civilizatoria. Estos
desgarramientos se presentan organizados en tres ámbitos específicos: territorios y
corporeidades resquebrajadas, símbolos e identidades dislocados, regulaciones
institucionales desestructuradas. El planteamiento puede ser útil para ahondar en esas
tendencias subterráneas que sugiere Sassen 13, y para profundizar en la comprensión de las
lógicas que atraviesan el mundo y, en particular México además de ser una valiosa pista
para identificar nuevas prácticas y subjetividades que emergen de las rupturas y que
caminan rumbo a lo que Sánchez llama presentes dignos.

Las violencias y sus ejes subterráneos

Fuerza excedente y destrucción corporal: Una nueva morfología de la violencia en


México. Antonio Fuentes Díaz
En este trabajo, Antonio Fuentes aporta elementos conceptuales importantes para
comprender la situación de la violencia en México haciendo énfasis en su vínculo con el
régimen de acumulación. Fuentes visibiliza la proliferación y consolidación de zonas grises
como nuevas formas de regulación social que reconfiguran la relación legalidad/ilegalidad
y que están redefiniendo la figura del Estado como actor en el ejercicio de la violencia. El
autor aanaliza el carácter plural de los actores de la violencia organizada y sus nuevas
formas de vinculación, a nivel regional, nacional, trasnacional. Se trata de actores estatales,
privados, de la sociedad civil, trasnacionales, de empresas y redes financieras que se
12
Sassen, Saskia (2015). Expulsiones: brutalidad y complejidad en la economía global. Buenos Aires: Katz
13
Ibid.
8

articulan de formas nuevas. En este contexto enfatiza la manera como el declive del trabajo
productivo ha generado “población desechable” que es utilizada para procesos de
acumulación a partir de la violencia. Fuentes analiza la nueva morfología de la violencia a
través de un dispositivo de extracción y regulación de la excedencia, categoría propuesta
por él y que permite comprender como se está generando ganancia a partir de la
sobreexplotación del trabajador desechable y extrayendo recursos a través de la extorsión.
Ambos momentos relanzan la acumulación de capital a partir de su lógica predatoria. Y de
manera más provocadora, el autor considera que las recomposiciones de las lógicas de
violencia dan pie “a plantear su ejercicio como parte de una nueva forma estatal”.

Representaciones de la violencia extrema en la literatura. José Sánchez Carbó


En este texto José Sánchez Carbó analiza las diversas articulaciones de la representación
literaria y se cuestiona, junto con otros autores, la pertinencia de representar la violencia
extrema: ¿Cómo hacerlo y desde dónde? ¿la ficción alcanza a representarla
adecuadamente? ¿es una forma de estetización del dolor, o peor, de prolongar el propio
crimen? Reconociendo la capacidad cognoscitiva de la representación literaria y la serie de
decisiones éticas, estéticas y políticas que la configuran, Sánchez Carbó reflexiona sobre la
literatura latinoamericana en el marco de una violencia en la región sin precedentes tanto
por su dimensión cualitativa como cuantitativa y se pregunta sobre la influencia que ésta ha
tenido tanto en el sistema literario como en el lector y el escritor. Asimismo, el autor
reflexiona sobre las posibilidades de la ficción para representar esta realidad, el papel del
intelectual en un contexto de violencia insólita, los dilemas éticos que atraviesan los
procesos de producción y publicación y que confrontan afección/interés, lucro/denuncia, así
como la capacidad de la literatura de lo real para resistir, denunciar y disentir.

Los agujeros estructurales y las apropiaciones predatorias del territorio y las nuevas
subjetividades.

El desarraigo radical: apropiaciones predatorias y territorialidades emergentes. Oscar


Soto Badillo
9

En este trabajo, Óscar Soto recupera la categoría formaciones predatorias de Saskia


Sassen14 para analizar los modos de apropiación predatoria del territorio en América Latina
que se producen a partir del extractivismo y de la expulsión: la primera como forma de
acumulación y la otra como forma de gestión social. Esta dinámica de desestructuración-
desaparición-expulsión se traduce en una experiencia de desarraigo radical que se da en un
ámbito material pero también simbólico de las corporalidades y las geografías. Las
territorialidades resultantes de los procesos de apropiación se vinculan al funcionamiento
del capital en la escala global y a sus mecanismos multiescalares de gestión, así como a los
regímenes de regulación de las relaciones de poder, cuyo comportamiento predatorio revela
la crisis más amplia de los soportes estructurales del régimen de la modernidad-
colonialidad. Entendiendo la territorialidad como espacio vivido o significado por una serie
de procesos de apropiación —categoría central en Lefebvre—el hilo conductor del texto se
orienta por las preguntas generadoras: ¿de qué modo, las territorialidades emergentes,
resultantes de formas predatorias contemporáneas de apropiación de los entramados socio-
espaciales, manifiestan los desgarramientos civilizatorios? ¿qué socialidades se producen
en este proceso de desarraigo radical?

Caravanas Centroamericanas, población arrojada. Una nueva configuración del sujeto


migrante. Mercedes Núñez Cuétara.
Este capítulo presenta un análisis de las caravanas migrantes que ingresaron y transitaron
por el territorio mexicano desde 2018 a 2020. Partiendo directamente del enfoque de
desgarramientos civilizatorios se analiza el resquebrajamiento del territorio y la corporeidad
en esa población que es arrojada de su hábitat por el hambre, la violencia y la muerte. Se
plantea de qué manera este sujeto colectivo construye un territorio móvil o un territorio sin
tierra que se arraiga en su propia corporalidad, y de qué forma se rompe la ciudadanía de
sus miembros quedando expuestos a nuevas formas de xenofobia, discriminación y
manipulación política. La investigación parte de un seguimiento periodístico de las
caravanas desde sus inicios en 2018, y va tejiendo un análisis para comprender el contexto
de crisis civilizatoria del que emergen las caravanas como una representación de ésta. La
autora analiza la digitalización movilizadora y la visibilización mediática y en el

14
Sassen, Saskia (2015). Expulsiones: brutalidad y complejidad en la economía global. Buenos Aires: Katz
10

endurecimiento de las fronteras. La pregunta conductora es la de si estas caravanas


representan la configuración de un nuevo sujeto migrante y para ello explora la categoría de
rebelión horizontal 15como elemento de esta subjetividad colectiva.

Experiencias de economía social frente a la imposibilidad del desarrollo para todos.


Nadia Eslinda Castillo Romero.
En este texto se revisan las acepciones de los conceptos de economía social y solidaria, así
como sus orígenes en Francia y su surgimiento en América Latina en la década de los 80.
Reconociendo la complejidad y los claroscuros en el hacer de la economía social, se
exponen tres experiencias distintas: la emergencia de prácticas de economía social como
consecuencia de un proceso de expulsión ocurrido en Buenos Aires en 2001. La
16

experiencia de solidaridad de género y de ayuda mutua a partir del dolor ocasionado por la
violencia en Tancítaro, Michoacán (México) y la Cooperativa del Hotel Taselotzin, en la
Sierra Nororiental de Puebla (México) que surgió a partir de la organización de mujeres
indígenas nahuas. En contextos diversos, pero frente a realidades de desigualdad, de
expulsión y de machismo generadas a partir del desarrollismo y del neoliberalismo estas
experiencias de economía social visibilizan formas de presentes dignos, es decir, de
ámbitos de resistencia, de reconocimiento horizontal, de posibilidades de reproducción de
la vida que emergen entre los desgarramientos civilizatorios17

El antagonismo entre ciudadanía y diversidad

Racialización y ciudadanía en México. Una tensión encubierta. Andrea de la Hidalga


Andrea De la Hidalga analiza la estrecha relación entre ciudadanía y racismo a través de la
perspectiva de la modernidad/colonialidad, y su carácter constituyente en la configuración
del Estado liberal mexicano. Su trabajo argumenta el establecimiento de un orden social
basado en la racialización de la población que genera nociones diferenciadas de ciudadanía
- ciudadano “normal”, ciudadanía “de excepción”, desciudadanización, ciudadanía sui
15
Zibechi, Raúl. (2000). La mirada horizontal. Movimientos sociales y emancipación. Recuperado
de:https://digitalrepository.unm.edu/cgi/viewcontent.cgi?article=1085&context=abya_yala
16
Sassen, Saskia (2015). Expulsiones: brutalidad y complejidad en la economía global. Buenos Aires: Katz
17
Sánchez, Ma. Eugenia (2020). Los desgarramientos civilizatorios. Manuscrito inédito.
11

generis-, problematizando a esta categoría en su acepción clásica de igualdad. Analiza la


forma simbiótica como se articulan ciudadanía y racismo y la forma como el concepto de
ciudadano que emerge del Estado Liberal es un concepto arraigado en un sujeto de derecho
sexista, clasista y racista.18 La autora parte de la discusión sobre el origen del racismo
revisando su conceptualización eurocéntrica y se mueve hacia el enfoque decolonial por su
capacidad de articular clasismo, sexismo y racismo como parte de la lógica de extracción y
dominación capitalista. A través del debate entre Nancy Fraser y Axel Honneth, 19 la autora
explora el dilema entre redistribución-reconocimiento (ciudadanía-racialización) y expone,
centrándose en el caso de México, que el igualitarismo naturalizó la inferioridad, que el
multiculturalismo ha refuncionalizado la diferencia y que la problemática de la relación
ciudadanía y diversidad cultural es una tensión encubierta.

Grietas en la visión patriarcal del castigo social

Sistema y prisión patriarcal frente a la criminología feminista. Galilea Cariño Cepeda.


Una de las instituciones históricas que emana del control social formal es la prisión, cuya
funcionalidad y eficacia han sido debatidas ampliamente en los últimos años. Precisamente
los puntos de discusión se han centrado en su dignificación -mediante la protección y
garantía de los derechos humanos-, en el cuestionamiento de la regulación pública de cara a
las nuevas promesas de mejora por medio de la privatización, en la falta de aplicación de
las medidas alternativas a la prisión e incluso, su abolición. A través del plan nacional de
paz y seguridad 2018-2024, el gobierno federal en México incluyó la intención de recuperar
el control y dignificación de las cárceles, además de utilizar la figura de la amnistía,
aludiendo principalmente al doble castigo que las prisiones representan para las mujeres.
De ahí el interés de reflexionar sobre las reconfiguraciones estatales de la pena de prisión y
la institución del encierro, frente a la necesidad de desnaturalizar el castigo como
constructo social patriarcal, mediante la criminología feminista que ha incursionado en la
mirada interseccional desde la perspectiva de la colonialidad de género. Este enfoque

18
Escalante, Natalia (2019) Los factores desincriminantes y atenuantes del aborto inducido en México y la
configuración de una imagen biologizada y naturalizada de la mujer. Tesis para obtener el grado de doctora
en sociología. Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades/BUAP
19
Fraser, Nancy y Honneth, Axel (2006) ¿Redistribución o reconocimiento? México: Morata.
12

permite entender los desgarramientos que subyacen en una institución que reproduce y
protege el sistema heteropatriarcal en contrasentido a una lucha gradual por la igualdad y
los derechos de las mujeres, con su irrupción en sistemas legales y extralegales como los
ámbitos familiar, religioso, económico y social.

La construcción selectiva de la subjetividad humana. El debate sobre la despenalización


del aborto. Natalia Escalante Conde.

La investigación de Natalia Escalante pretende elevar el nivel del debate sobre la


despenalización del aborto tomando como referentes a Judith Butler y a Michel Foucault
para analizar la forma como se va configurando el sujeto humano que emerge de su vínculo
con la norma y cómo desde su generización surge el sujeto femenino. La investigadora
analiza la violencia institucional y social contra el hecho de ser mujer, ser pobre y de
negarse al destino inexorable de la maternidad, a partir de la situación de las mujeres que
sufrieron persecución en Guanajuato en 2010 en razón de la interrupción del embarazo y
que fueron acusadas de “homicidio en razón de parentesco” y liberadas después de 8 años
de prisión. En suma el artículo aborda la construcción selectiva de la subjetividad humana
en torno a la despenalización del aborto a través de dos vías: una, a partir del andamiaje
jurídico-punitivo que criminaliza el aborto y que tiene su correlato en la emergencia de una
determinada subjetividad femenina patologizada; y la segunda, que parte del análisis de la
corporeidad materializada de la mujer y del feto a partir de los factores desincriminantes y
atenuantes del aborto (aborto terapéutico, eugenésico y Honoris causa) contenidos en los
códigos penales de las 32 entidades federativas de México, para determinar quién/ qué
encarna lo humano de la mano de la noción de “viabilidad” del feto. Con esta investigación
la autora pretende ir más allá de una cuestión que a menudo se plantea como una “guerra de
absolutos”20, es decir, de una tensión polarizante entre lo que se identifica como “vida” y
“libertad” en esos debates, a una discusión centrada en la subjetividad humana.

20
Tribe, Laurence H. (2012). El aborto: guerra de absolutos; pról. de José Ramón Cossío Díaz, Luz Helena
Orozco y Villa, Luisa Conesa Labastida. México: FCE, INACIPE.
13

Los desgarramientos civilizatorios: una mirada

Los desgarramientos civilizatorios: una mirada.


Ma. Eugenia Sánchez Díaz de Rivera.

Introducción
14

La configuración material, de poder y simbólica de la Humanidad, que desde el siglo XVI


se fue conformando de manera moderno/colonial, es decir, antropocéntrica, androcéntrica,
clasista y racializante, se está resquebrajando. Los sistemas extremos de explotación y
despojo, la evolución demográfica, la conciencia de la dignidad de todos los seres humanos
y los nuevos procedimientos tecnológicos han vuelto inviable esa lógica civilizatoria.
Esta crisis inédita se manifiesta en la ruptura de andamiajes estructurales e
imaginarios sociales que durante siglos se habían naturalizado, lo que genera muchas
violencias e incertidumbres, pero que también tiene el potencial de deconstruir formas de
opresión y discriminación. Es a esta dinámica de ruptura a la que llamamos
desgarramientos civilizatorios.
Para ubicar estos desgarramientos nos inspiramos en la metáfora de la Fosa
Común21 que Aguirre (2016) propone como punto de partida para la comprensión de la
producción societal contemporánea. La Fosa Común visibiliza territorios y cuerpos
deshumanizados, la negación de las identidades singulares y de la identidad humana, y el
carácter omiso o cómplice de las instituciones. Estas prácticas interpelan, dice el autor, a la
comprensión de la comunidad que somos.
Sin embargo, aunque las características de la fosa común son pertinentes para
agrupar a los desgarramientos, nosotros los concebimos de una manera polivalente, no
solamente de forma negativa. A continuación, mencionamos los tres ámbitos que los
articulan.
Territorios y corporeidades resquebrajadas que hacen alusión al trastocamiento de la
base material de la sociedad, de sus coordenadas espacio-temporales y de la corporeidad
societal.
Símbolos e identidades dislocados que hace referencia a las rupturas de los
entramados culturales y de las subjetividades de individuos y colectividades relacionados
con procesos tecnológicos, imaginarios rotos, futuros inciertos.
Regulaciones institucionales desestructuradas que es el ámbito que hace referencia a
la desconfiguración de los aparatos regulatorios de la sociedad que se concretizan en
instituciones y normatividades.

21
Arturo Aguirre llama fosa común a la fosa clandestina quitándole así la connotación
estigmatizante
15

Los tres ámbitos se refieren a la base material y corpórea, a los referentes


simbólicos y a las lógicas político-regulatorias que conforman las redes estructurales y los
significantes sociales de una colectividad.

La crisis de la modernidad/colonialidad

A partir de la segunda mitad del siglo XX, la Humanidad vive en un escenario


particularmente complejo que expresa una crisis de las estructuras económicas y políticas
precedentes, y un resquebrajamiento de los referentes culturales e institucionales que
habían dado una aparente estabilidad y sentido social durante más de dos siglos, aún a pesar
de dos guerras mundiales, de la guerra fría, y de múltiples violencias al interior de los
países. La llamada globalización, anclada en avances tecnológicos sin precedentes, trastocó
las coordenadas espacio-temporales previas, modificando el aparato productivo mundial y
sus territorialidades, las formas de comunicación y las identidades, y haciendo más visible
el deterioro creciente del hábitat humano. Esta fase del desarrollo económico-político del
capitalismo, llamada neoliberal fue como una gota que derramó el vaso haciendo visible
una crisis civilizatoria inédita por sus dimensiones planetarias, demográficas y ambientales.
Se hicieron visibles los límites de estructuraciones históricas de larga duración, así como
una dificultad a la comprensión de la realidad emergente. Antes, los marcos interpretativos
globales permitían ubicar los acontecimientos, aunque fuera a partir de perspectivas
antagónicas. Actualmente, la comprensión de lo que ocurre interpela de manera más aguda
a los paradigmas del conocimiento. Como señala Saskia Sassen (2015) “Cuando las fuerzas
destructivas hacen erupción y se vuelven visibles, el problema que surge es de
interpretación. Las herramientas que tenemos para interpretarlas son anticuadas y caemos
en categorías familiares” (p. 242). Se trata, como dice la autora, de detectar tendencias
conceptualmente subterráneas. Se trata de indagar las emergencias epistémicas que propone
Boaventura de Sousa Santos (2009)
El concepto de crisis civilizatoria se arraiga en una larga trayectoria de perspectivas
diversas y debatidas. A principios del siglo XX Spengler (2009) consideraba que la
Civilización Occidental estaba en su fase terminal. Toynbee (citado en Ortega, 2011)
afirmaba que la civilización estaba puesta a prueba pero que era posible evitar su
destrucción. Actualmente Paul Crutzen (Citado en Equihua et al., 2015) ha acuñado el
16

concepto de Antropoceno para definir una nueva era geológica, es decir, un período en la
historia de la humanidad en el que el ser humano y la repercusión de su acción sobre el
sistema Tierra han traspasado un umbral importante. Wallerstein (2005) alerta desde hace
muchos años sobre el resquebrajamiento del sistema-mundo contemporáneo. Algunos
autores consideran que en vez de Antropoceno habría de nombrarlo Capitaloceno,
(Altvater, 2014.) El historiador Thomas Berry (2013) aspira a que la humanidad entre en la
era Ecozoica que transforme sus relaciones con la tierra y con todas las formas de vida.
Cuando hablamos de crisis civilizatoria en este trabajo, hacemos referencia a la crisis de
la modernidad/colonialidad. Somos conscientes de los límites, de las críticas y también de
la pluralidad de este enfoque, pero nos parece, al menos por el momento, el más pertinente.
Entendemos modernidad/colonialidad como las formas de interacción establecidas entre el
Occidente y el Oriente, el Norte y el Sur, como el proceso civilizatorio producido por la
Humanidad en los últimos siglos. Asumimos los planteamientos de que “la colonialidad es
constitutiva de la modernidad, y no derivativa” (Mignolo, 2005: 61), de que la modernidad
no es el resultado de procesos intraeuropeos (Dussel, 2007) sino un fenómeno que se
arraiga en la subordinación de unas geografías por otras. Algunos autores enfatizan la
subordinación económico-política, otros la cultural-simbólica, pero todos coinciden en su
carácter violento. La modernidad se arraiga en estructuras epistemológicas y filosóficas
que contienen en sí mismas los elementos para generar otros excluidos y eliminables, así
como la justificación racional para tal eliminación (Bauman,2006; Santos, 2009;
Mbembe,2016).
La modernidad/colonialidad como proceso civilizatorio y la estructuración del sistema
capitalista están imbricados, pero nuestro enfoque no es capitalocéntrico porque creemos
que la modernidad/colonialidad como proceso civilizatorio no es un resultado causa-efecto
del sistema económico capitalista. Capitalismo, colonialidad y patriarcado fueron
conformando históricamente un entramado complejo. “La relación entre
modernidad/colonialidad y capitalismo es una donde la primera, como proceso civilizatorio,
es constitutiva de y se enreda con la segunda” (Grosfoguel, 2016: 61), de la misma forma
como se “enreda” con el sexismo y el racismo.
La crisis de este proceso histórico se expresa en un apartheid creciente, con territorios
destrozados que desde su deterioro alimentan islas de bienestar y seguridad. Se manifiesta
17

en la emergencia de fundamentalismos religiosos y políticos que responden al


desvanecimiento de horizontes utópicos y en cinismos poderosos orientados a la
acumulación sin fin de la riqueza. Se visibiliza en la lucha interminable por la igualdad de
la mujer y por el reconocimiento de la diversidad sexogenérica que ha detonado
innumerables violencias. Y, sobre todo, se hace presente en la amenaza a la supervivencia
de la especie por la creciente depredación del hábitat natural.
Es muy posible que esa modernidad/colonialidad, asentada en una dinámica
históricamente violenta se esté colapsando, y en este proceso viejas y nuevas formas de
violencias están haciendo del mundo un lugar inhabitable para la mayoría de la población.
Tal parece que “el planeta, no es entonces más un mundo posible de vida [..] antes bien, es
la excedencia inagotable de la destrucción de la humana condición “(Aguirre, 2016:43).
Crisis civilizatoria y violencias están vinculadas, no porque no hubiera violencias
en los siglos anteriores, sino porque las actuales han adquirido o reforzado una fisonomía
cruel, aunque tal vez lo nuevo no son las dimensiones de la crueldad sino “la indiferencia
ontológica que la acompaña” (Sartorello, 2020). Jóvenes y adultos matando a niños y a
otros jóvenes en las escuelas, a personas de todas las edades en las mezquitas, en las
sinagogas, en los templos cristianos. Grupos criminales exponiendo cuerpos desmembrados
o destruidos en ácidos; políticos dejando morir a migrantes en el mar o en las fronteras
terrestres; grupos terroristas destruyendo poblaciones indiscriminadamente; Estados
terroristas levantando muros y legitimando muertes.
La violencia - relacionada con la hegemonía trasnacional del capital financiero
especulativo, vinculado a la revolución de la información y en un contexto de ausencia de
protocolos de regulación - está configurando la vida cotidiana en casi todo el mundo
(Appadurai, (2007). “La violencia en gran escala […] parece estar acompañada por un
exceso de furia, de odio, que produce innumerables formas de degradación y violación,
tanto del cuerpo como del ser de la víctima” (Appaduraí, 2017:127).
Arturo Aguirre (2016) enfatiza la dificultad de nombrar esas violencias, pero
propone un punto de partida epistemológico para el caso de México, que retomamos por su
pertinencia: La fosa común. No se trata de la fosa clandestina, porque esa categoría lo que
hizo fue criminalizar a las víctimas y legitimar la inoperancia de las instituciones del Estado
para la búsqueda de personas desaparecidas, se trata de ese no-espacio que nos excede
18

porque “La fosa común convierte el espacio de habitar en una oquedad doliente” (p.77). La
fosa común nos revela la forma como se está destruyendo el territorio habitable y nos está
convirtiendo en seres a-terrados. Los cuerpos encimados, mutilados, desmembrados que
destruyen identidades y singularidades, muestran además de la violencia al matar y el
asesinato despiadado, la destrucción de la condición humana. La forma como los medios y
las instituciones comunican estas realidades, destruyen la singularidad de las personas
convirtiéndolas en números y facilitando la naturalización de la violencia. Necesitamos,
dice el autor “Esclarecer la comunidad que somos ante la oquedad producida”. (p.106)
Por otra parte, es conveniente distinguir conflicto de violencia, porque precisamente
una de las causas de muchas violencias es la negación del conflicto y por lo mismo la
incapacidad de gestionarlo, sea este político, social o psicológico. Y el conflicto o al menos
la tensión forman parte de la construcción social y de la creatividad humana. La ausencia de
conflictos en un grupo humano suele darse en estructuras autoritarias y su negación es
caldo de violencia. Si embargo el contexto mundial actual, y el de México en particular
interpelan a intentar, repetimos “Esclarecer la comunidad que somos ante la oquedad
producida”. (Aguirre, 2016, p.106).

Los Desgarramientos Civilizatorios como ejes analíticos

En el presente trabajo proponemos la categoría de desgarramiento civilizatorio como eje


analítico ubicado en tres ámbitos conceptuales y anclado en el enfoque de la
modernidad/colonialidad.
Los Desgarramientos Civilizatorios (Sánchez, 2015) se conceptualizan como un quiebre
histórico que ha resquebrajado entramados sociales de larga duración, ha modificado de
manera contundente espacios y temporalidades y está desnaturalizando relaciones e
imaginarios históricos consolidados como son la lógica del progreso, la relación sociedad-
naturaleza, la superioridad del hombre sobre la mujer, por ejemplo. Por lo mismo, esta
dinámica está desencadenando nuevas contradicciones y agudizando las ya existentes,
favoreciendo la emergencia de múltiples formas de violencias, variadas formas de
respuestas individuales y colectivas, así como diversas formas de reconfiguración de
identidades y de construcción de subjetividades. En ese contexto la ruptura cognitiva es una
de las características de nuestro tiempo.
19

El análisis de esas rupturas podría ser útil para ahondar en esas tendencias subterráneas
que sugiere Sassen (2015), y para profundizar en el entendimiento de las lógicas violentas
que atraviesan el mundo y en particular México.
Este planteamiento podría ubicarse en el contexto de las múltiples reflexiones en
torno a la crisis de la modernidad, sin embargo, aspira a tomar distancia tanto de cierto
pensamiento “posmoderno” en el sentido de un relativismo radical que parece asentarse en
una especie de nihilismo o de resignación; como del concepto de emancipación que es el
eje de la modernidad y de la Teoría Crítica porque a este concepto subyace un utopismo
que habría que problematizar. Al concepto de emancipación - heredado por la Ilustración,
reelaborado por la tradición marxista, anclado en el mesianismo judeo-cristiano - subyace
la convicción de la posibilidad de llegar a una sociedad “transparente” en las que
desaparezca toda forma de opresión y enajenación, en la que las relaciones entre los seres
humanos y con la naturaleza serán armoniosas.
Es posible que la crisis de la modernidad/colonialidad esté poniendo en tela de
juicio este mesianismo subyacente a los conceptos de emancipación/liberación. En el
imaginario occidental de la modernidad se atisban ideas de paraísos perdidos y de paraísos
a los cuales arribar. Se construyó la ilusión de controlar la realidad y el futuro a partir de la
razón. El problema del mal- el dolor, el sufrimiento- se visualiza como un accidente a evitar
frente a la “norma” del bien (Basset, 2004). La supuesta claridad en la explicación del mal,
como algo totalmente eliminable, se convirtió en un ordenador cognitivo, social, emocional
e ideológico que tiene relación con diversas formas de violencia.
En el trasfondo de estas reflexiones existe con frecuencia el debate sobre si es o no
posible la construcción de modernidades no capitalistas (Echeverría, 1998). Eso depende
del concepto de modernidad subyacente. La modernidad capitalista es homogeneizadora, la
diversidad se inferioriza para legitimar su explotación o su utilización. El eje de la
modernidad es la idea de emancipación que ha significado la ruptura de ataduras. Las
ataduras de la naturaleza mediante la tecnología, las ataduras de los dioses, a través de la
secularización, las ataduras de la colectividad, mediante la construcción del sujeto
individual y autónomo. Y esas rupturas vinculadas a la lógica del progreso lineal e
indefinido se dieron simultáneamente a la consolidación de la esclavitud y el racismo, y al
despojo y subordinación de bienes y territorios.
20

Por otra parte, la respuesta “posmoderna” radical llegó a renunciar al carácter


universal de la razón, planteó la relatividad absoluta de las culturas, de las ideas, de los
valores. Diluyó los antagonismos sociales y con ello la idea de justicia social.
El enfoque de la modernidad/colonialidad ha desarrollado, en diferentes latitudes,
un pensamiento crítico que va más allá de la Teoría Crítica en un intento de problematizar
el legado epistemológico de la Ilustración en el que dicha Teoría y sus vertientes se han
arraigado. La perspectiva de la modernidad/colonialidad ha desarrollado diferentes miradas
que se cruzan, se confrontan o se vinculan. Es el caso de los estudios poscoloniales de
origen anglosajón; del giro decolonial que enfatiza el entrelazamiento de lo cultural con lo
económico-político (Castro-Gómez y Grosfoguel, 2007), de los feminismos descoloniales
que subrayan que la raza no es el único determinante de la configuración de la colonialidad
del poder, sino también el género y con ello el heterosexualismo (Millán, 2014), de los
planteamientos centrados en la comunalidad (Martínez Luna, 2002) que se arraigan en la
experiencia histórica de los pueblos originarios; del giro ontológico que plantea el
multinaturalismo vs. el multiculturalismo, es decir la mirada Amerindia que desafía al
pensamiento moderno occidentalocéntrico y a su epistemología (Viveiros de Castro, 1998).
Es una mirada semejante a la de Boaventura de Sousa (2009) quien plantea la ecología de
saberes y la traducción intercultural. Sin embargo, el Perspectivismo sugiere que lo que ha
ocurrido, más que un epistemicidio, es un ontomicidio.
Algunos de estos enfoques plantean la construcción de nuevos horizontes
civilizatorios. Con frecuencia, algunos de ellos, idealizan el concepto de “Buen Vivir”, pero
se trata de planteamientos que problematizan el punto de partida epistemológico y teórico
del andamiaje del conocimiento científico dominante, y la lógica del “progreso”.
La propuesta de los Desgarramientos Civilizatorios sugiere, como lo hacen
diferentes autores, que las perspectivas predominantes en el mundo académico necesitan
aguzar la mirada, necesitan deconstruir categorías analíticas tradicionales que, en vez de
ayudar a comprender las realidades emergentes y la desnaturalización de relaciones
históricamente consolidadas, las encubren. Se necesitan perfilar nuevos ejes de análisis
para detectar las características de este contexto global que parece caracterizarse por estar,
no solamente en un impasse (Augé, 2018), sino ante una “furia desnuda” (Aguirre, 2016:
21

45), una violencia que nos ha dejado “sin palabras”, colocándonos ante una situación
“lingüísticamente caótica”. (Cavarero citada en Aguirre, 2016: 49).
La categoría de Desgarramientos Civilizatorios podría ayudar a detectar esas
tendencias subterráneas”, de las que habla Sassen (2015), al señalar “aceleraciones o
rupturas que generan significados nuevos” (p. 12) y a establecer si estamos frente
“versiones extremas de dificultades viejas o manifestaciones de alguna cosa o algunas cosas
nuevas y perturbadoras “(p.16)
Estos Desgarramientos Civilizatorios atraviesan la existencia individual y social,
trastocan los referentes culturales e identitarios que dieron sentido a la “modernidad”: el
sistema de familia patriarcal, el Estado-nación, los metarrelatos políticos y religiosos, la
cosificación de la naturaleza. Así mismo resquebrajan la lógica del progreso con su
componente de la omnipotencia de la ciencia y la tecnología, su encubrimiento de los
antagonismos sociales y su capacidad depredadora de la tierra como hábitat vital. Se trata
de quiebres que están siendo fuente de diferentes formas de violencia, de rupturas y
recreaciones de tejidos sociales; de la emergencia de nuevas socialidades y de la
reconfiguración de prácticas individuales y colectivas. Estos quiebres no son
necesariamente sincrónicos, en el sentido de que en muchas geografías han estado presentes
de maneras multiformes, pero que en la actualidad adquieren una visibilidad inédita.
En ese sentido este enfoque intenta construir una aproximación que favorezca
nuevas miradas de la realidad contemporánea.
Para apuntalar la reflexión podríamos ubicar a los desgarramientos en tres grandes
ámbitos y que, de alguna forma, y sin haberlo previsto, se pueden relacionar con el desafío
y la furia de la fosa común (Aguirre, 2016). En la radicalidad violenta que parece haberse
desatado en las últimas décadas, la fosa común es la metáfora que muestra la
deshumanización del espacio, la destrucción de los cuerpos, la negación de la identidad
humana, y la incapacidad y complicidad de las instituciones. Si para Foucault la prisión es
un punto de partida para entender a la sociedad disciplinaria, para Agamben (2006) lo es el
campo de concentración, ese estado de excepción continuo que, siendo el otro lado de la
norma, no es lo contrario del orden instituido, sino el principio que le es inmanente, tal vez
la fosa común nos esté revelando los rasgos centrales de la producción societal
contemporánea. Es cierto que la fosa común parece hacer referencia sobre todo a la
22

dinámica social de México, sin embargo, podría generalizarse si se concibe como “el punto
final de la muerte en vida constituida previamente en el espacio abierto, en la expulsión
como cotidianidad, en la deshumanización que se está produciendo en el espacio de lo
cotidiano y de manera paulatina” (Fuentes, 2020). La fosa común interpela a:

…una decisión renovada de mirar el centro de la oscuridad. Si estamos dispuestos a hacerlo sin tener
favoritismo entre nuestras fuentes teóricas clásicas, este viaje puede también permitirnos volver de
manera renovada a teorizar sobre las fuentes del orden en la vida social, además de teorizar sobre la
resolución de conflictos, la curación de heridas… (Appadurai, 2017: 135).

Es posible que el trastocamiento acelerado de las coordenadas espacio-temporales


que acotaban la experiencia humana dislocaron territorios, corporeidades, símbolos e
institucionalidades. Afirmaba Leroi-Gourhan (1965: 139) que “El hecho humano por
excelencia es tal vez menos la creación del utensilio que la domesticación del tiempo y del
espacio, es decir la creación de un tiempo y de un espacio humano”. Tal vez la fase actual
de la historia humana se caracterice por la “humanización deshumanizante” del tiempo y
del espacio, e invite a revisitar a los estudiosos de la llamada Prehistoria, como Leroi-
Gourhan, para iluminar cómo el resquebrajamiento de territorios, símbolos y regulaciones
están hoy reconfigurando la existencia humano-natural o natural-humana.
Desde estas interrogantes, desde esa obscuridad de la que habla Appadurai, desde la
sombra que proyecta la fosa común, proponemos analizar nuestro presente desde la
categoría de desgarramiento civilizatorio ubicado en los siguientes ámbitos:
- Territorios y corporeidades resquebrajados.
- Símbolos e identidades dislocados
- Regulaciones institucionales desestructuradas.

Territorios y corporeidades resquebrajadas

Territorios y corporeidades resquebrajadas hacen alusión al trastocamiento de la base


material de la sociedad, de sus coordenadas espacio-temporales y de la corporeidad
societal.
23

Las formas cada vez más salvajes de acumulación de riqueza, la reconfiguración


desconcertante de las coordenadas espacio-temporales y las dinámicas demográficas
inéditas están quebrando territorios y corporeidades, consolidando brechas sociales
insospechadas, modificando contundentemente las formas de comunicación, y minando
las posibilidades de vida para la mayoría de la población, y para la vida en el planeta.
Señalamos en este ámbito tres formas de desgarramientos.

El desgarramiento entre la viabilidad del “desarrollo” solamente para una minoría, y su


inviabilidad ecológica y política para la mayoría de la población que lo subsidia o es
expulsada, y que aspira a ello.
La emergencia de lo que Sassen denomina formaciones predatorias, y que son “la
combinación de capacidades sistémicas y de élites, cuyo factor habilitador es la finanza y
que empujan al sistema hacia una concentración cada vez más aguda” (2015: 20), parece
ser el resultado y también la ruptura del llamado desarrollo
La crítica al paradigma del “desarrollo” (Sachs, 1992), tiene ya una larga historia en
el mundo académico. La Teoría de la Dependencia ( Dos Santos, 1998) y el enfoque de la
modernidad/colonialidad, (Fanon, 1952; Quijano,2000; Santos,2009) han visibilizado de
manera muy esclarecedora cómo el llamado “progreso” y a partir de la Segunda Guerra
Mundial, el llamado “desarrollo”, con sus modelos de consumo y su impacto ambiental,
han sido una realidad que ha ocultado y legitimado las dinámicas estructurales de despojo
de los bienes naturales y del hábitat de vastas poblaciones de las que se han sustentado.
Los modos de vivir que la lógica del progreso estableció como paradigmáticos, suponen un
gran consumo de agua, de energía, de minerales, de recursos de todo tipo y una inmensa
producción de desechos, que por el aumento de la población y por las estructuras de
acaparamiento de la riqueza, solamente son viables, actualmente, para una minoría a
expensas de la mayoría de la población y de los ecosistemas (Fernández y González, 2018).
De esta manera, se hace presente un desgarramiento de difícil solución: aquellos que han
alcanzado niveles importantes de ese "desarrollo" desean mantenerlo y aumentarlo, la
población que no ha tenido acceso a ello aspira a vivirlo y la relación entre ambos sectores
es de antagonismo estructural.
Los sistemas económicos y financieros que se fueron estructurando históricamente se
modificaron de manera profunda. Los procesos tecnológicos significaron un salto
24

cualitativo que permitió la desterritorialización o multilocalización del capital para


optimizar sus utilidades. Esta financiarización es “el capitalismo en su expresión más pura
de la búsqueda interminable de dinero por el dinero a través de la producción de mercancías
por mercancías” (Castells, 2000a: 510). El capital financiero adquirió no solo hegemonía
sino autonomía de la vida económica real. Y si Marx habló de la transformación de la
relación mercancía-dinero-mercancía, (M-D-M) en una relación dinero-mercancía-dinero
(D-M-D), ahora es posible hablar de la relación dinero-dinero (D-D) (Rodríguez Lascano,
2016).
La marginación, la explotación, y la exclusión/expulsión, son tres paradigmas de la
relación entre desarrollo y subdesarrollo que coexisten en diferentes combinaciones, pero,
es a partir de la segunda mitad del siglo XX, cuando la lógica de despojo-expulsión se
vuelve predominante. Hemos entrado en una era que se caracteriza por un hecho inédito, el
aumento creciente de población “sobrante” (Bauman, 2005), de población innecesaria para
el funcionamiento del sistema económico, población no solo excluida sino
sistemáticamente expulsada incluso de las mediciones formales. (Sassen,2015)
Si el proceso capitalista se detonó por una acumulación primitiva, en lenguaje
marxista, es decir por un despojo violento para transitar a formas complejas de extracción
de riqueza; a partir de la segunda mitad del siglo XX, el despojo de tierra, agua,
biodiversidad y semillas esenciales para la vida y para la alimentación, en el ámbito rural, y
la especulación inmobiliaria en las ciudades, han depredado poblaciones y espacios vitales
La eficacia del despojo material de maneras burdas, tanto en el ámbito rural como
en el urbano, se relaciona, paradójicamente, con la extraordinaria sofisticación y control de
las nuevas tecnologías
En este contexto el carácter multi-escalar de la globalización (Sassen, 2015) en el
que se entrecruzan lo global, lo nacional y lo local reconfigura territorios y jerarquías
espaciales en términos de poder, de normatividades y de culturas. Y aunque es evidente que
las corporaciones trasnacionales: financieras, energéticas, farmacéuticas, del crimen
organizado, se están beneficiando de esta interescalaridad, también es cierto que se abren
otros espacios posibles de acción política de resistencia activa. Pero se trata de resistir a la
presión de una fracturación territorial y corporal de grandes dimensiones.
25

A este resquebrajamiento de andamiajes desarrollistas corresponde la ruptura de los


dos mitos principales del occidente moderno: La conquista de la naturaleza-objeto, y el
falso infinito del progreso (Morin, 2011).
Sin embargo, Sachs (1992) tiene razón cuando dice que el imaginario colectivo
construido en torno al concepto de desarrollo, sigue actuando de manera negativa en toda la
población, la beneficiada y la excluida de los avances tecnológico y científico. “El
desarrollo ocupa la posición central de una constelación semántica increíblemente
poderosa. Nada hay en la mentalidad moderna que pueda comparársele como fuerza
conductora del pensamiento y del comportamiento” (p.1). Se puede argumentar que, el
creciente, aunque lento, uso de energía renovable, los avances de la biotecnología y el
reciclaje de desechos, sí pueden permitir la generalización de ese estilo de vida ofertado por
el progreso. En realidad, esto no es muy probable, entre otras cosas porque la renovación de
la biósfera no es posible a corto plazo y porque las relaciones de fuerza vigentes no
favorecen la acción de las mayorías para lograr cambios significativos. La distribución
desigual del poder en el mundo obstaculiza que la investigación y la producción de
conocimiento se orienten a resolver los problemas prioritarios de la Humanidad. Y
simultáneamente las mayorías empobrecidas o expulsadas, o las clases medias parcialmente
beneficiadas por la lógica del “desarrollo” aspiran a esos estilos de vida que promueve la
mercadotecnia capitalista y que solamente son posibles para una minoría y a expensas
precisamente de esa mayoría y del sustrato natural de la Humanidad.
La eliminación de toda atadura vinculada a la abundancia ilimitada de bienes era la
fuente de la felicidad y la base cultural del “progreso”. Y ese imaginario de felicidad,
paradójicamente, impregnó también la perspectiva socialista. Se ha analizado poco si el
fracaso de las experiencias llamadas socialistas o del socialismo realmente existente, no
tiene una relación con un aparato simbólico que prometía ese tipo de felicidad. No era el
bienestar sencillo o frugal y solidario el horizonte proclamado.
Posiblemente, entre los muchos factores relacionados con el derrumbe de algunos
gobiernos progresistas como en el caso de Brasil, habría que tomar en cuenta el logro de la
salida de la pobreza de millones de personas que posteriormente aspiraron a dar un paso
más en el sentido de su progreso y bienestar, un paso cada vez más difícil, porque, salir
consistentemente de la pobreza, supone destruir las formas predatorias de acumulación de
26

riqueza, y eso no está ocurriendo. Se despoja de sus territorios a poblaciones indígenas y


campesinas en diferentes latitudes y por otro lado cada vez una población en aumento
demanda el uso de celulares y computadoras que utilizan dichos minerales. El problema es
que esas formas predatorias se asientan en andamiajes culturales y en referentes ontológicos
además de políticos, difíciles de revertir por su inercia histórica.
Entramos así en el complicado ámbito de las aspiraciones. Appadurai, (2017) ha
insistido en la importancia de que las poblaciones precarizadas desarrollen la capacidad de
aspiración como única manera de pasar de la espera pasiva a la espera activa, para
posibilitar “un diálogo disciplinado entre las presiones de la catástrofe y la disciplina de la
paciencia” (Appadurai, 2017: 169) Pero ¿no hay detrás una idea obsoleta de desarrollo y
una tonalidad asistencialista? La “producción de lo local” es decir la producción de
cotidianidad en determinados entornos requiere, señala el autor, enormes esfuerzos, gran
creatividad, mucha paciencia. ¿Cuál es el horizonte de esa energía invertida diariamente?
Las aspiraciones a escalar hacia ese estilo de vida paradigmático de confort y bienestar
propio de las élites entran claramente en conflicto con su viabilidad. Y ese es un drama
social de particular envergadura que fortalece viejas contradicciones y violencias, y genera
nuevas. Por otra parte, a partir de ese desgarramiento también están emergiendo nuevas
socialidades humanizantes en diversas latitudes y cuyo análisis (Sánchez y Almeida, 2005;
Leyva et al. 2015; EZLN, 2016; Sánchez y Almeida, 2018) responde al planteamiento de
Sassen sobre los espacios de los expulsados que “están creciendo y se están diferenciando.
Son concepciones conceptuales subterráneas que es necesario traer a la superficie” (Sassen,
2015:249). Estos procesos son esperanzadores porque revelan la capacidad humana de
rebelarse ante la naturalización de la deshumanización. Creemos que se trata de la
construcción de presentes dignos (Sánchez, 2016) que no dejan de luchar por
transformaciones más amplias, pero pensamos que, para comprender su potencial
dignificante, y disruptivo es necesario aguzar la mirada. Conviene enfatizar que las luchas
políticas, sociales y epistémicas de los movimientos étnicos en todo el mundo son una
ruptura emblemática del paradigma moderno colonial. Los territorios autónomos zapatistas
han sido un caso emblemático.

El desgarramiento entre los patrones demográficos y la destrucción del hábitat vital.


27

Este desgarramiento es inseparable del anterior, pero permite enfatizar las consecuencias de
la destrucción del hábitat vital y de la evolución de la estructura demográfica.
La Humanidad ha superado la capacidad de carga del planeta, su huella ecológica
señala que se necesitarían tres planetas tierra para sostener el estilo actual de desarrollo, y la
población de altos ingresos es quien depreda más el nicho vital. En los países pobres el
crecimiento demográfico es más rápido que en los países ricos, pero la superpoblación de
estos últimos y sus hábitos de consumo tiene un impacto mayor en el deterioro ambiental y
por lo mismo esa superpoblación es más amenazante para el hábitat humano. (Ehrlich y
Ehrlich, 1993)
Después de la Segunda Guerra Mundial, la contabilidad de la población se volvió
una obsesión que no se enfocaba en problematizar la orientación del desarrollo, sino en el
crecimiento demográfico desde un enfoque Malthusiano. A lo largo del siglo XX se ha
cuadruplicado la población mundial y sigue aumentando en 80 millones cada año.
(Comisión Mundial del Medio Ambiente y del Desarrollo, 1988). Según la Organización de
las Naciones Unidas (ONU), en el 2100 el planeta tendrá 10 mil millones de personas, el
doble de habitantes que el mundo tuvo en 1987 cuando la población llegó a 5 mil millones
de individuos.
La gestión de la dinámica poblacional se centró en políticas de planificación
familiar para reducir la fecundidad en el mundo, sin tomar en cuenta realidades culturales
diferenciadas, como las sociedades en donde los hijos representan una ayuda para el trabajo
y para la vejez. Precisamente el envejecimiento de la población está planteando un gran
desafío para todas las sociedades, está trastocando los patrones demográficos y la
supervivencia y el cuidado de los ancianos. La población de personas mayores de 60 años
en el mundo era en 2006 de 688 millones, según estimaciones del Departamento de
Asuntos Económicos y Sociales de las Naciones Unidas (2006), que, a su vez, proyecta que
para 2050 el número de adultos mayores probablemente superará, por primera vez en la
historia humana, a los menores de 15 años. “El índice de envejecimiento pasará de 15
mayores de 65 años por cada 100 menores de 15 años a 83 en 2050” (Cardona y Peláez,
2012:338)
En las últimas décadas la distribución y la dinámica de la población ha modificado
el rostro de la Humanidad.
28

Para el primer cuarto del presente siglo XXI, las tendencias parecen situarse, salvo cambios
imprevistos, en una presencia de la población asiática en más de 50 por ciento, seguida de la
población africana, que le ha quitado el segundo puesto a la europea; en tercer lugar, se encuentra la
población americana, que sigue creciendo por el sur, incluyendo su traslado al norte mediante los
procesos migratorios. (Alcañiz, 2008: s/ p).

Las mejoras sanitarias aumentaron la esperanza de vida en ciertas regiones del


mundo, así en Europa es de 80 años o más, sobre todo para las mujeres; en Japón es de 77
años para los hombres y 84 para las mujeres, sin embargo, en África es de 20 años menos
que en Europa, y en Haití es de 47 años. (Alcañiz, 2008). La esperanza de vida refleja las
desigualdades estructurales en el planeta.
Los desafíos que presentan esta evolución y reconfiguración demográfica se
relacionan directamente con el estilo de vida propuesto por el “desarrollo” ilimitado y la
lógica capitalista que lo sustenta, y cuya huella ecológica está destruyendo el nicho vital de
toda la Humanidad, pero con un impacto claramente diferenciado entre las poblaciones.
Se está presenciando el desarrollo sin precedentes del mercado mundial de tierras,
para extraer minerales, producir biocombustibles, y alimentos, para apropiarse de los
acuíferos, generando enormes superficies de tierra y agua muertas (Sassen, 2015). Todo
ello orientado a una minoría de la población mundial, cuyos estilos de vida están anclados
en andamiajes económicos, tecnológicos y políticos de largo aliento difíciles de modificar.
Las consecuencias de estas acciones en el cambio climático han detonado una situación
constante de desastres ambientales que afectan a numerosas poblaciones en especial a las
históricamente vulneradas.
Manuel Martínez (2007) desde una perspectiva marxista, inspirada en Lukács,
utiliza la categoría de desgarramiento para analizar cómo el problema de la producción de
basura se sustenta en un conocimiento “científico” cosificante al servicio del poder del
capital y que desgarra las relaciones sociales y con la naturaleza.
Procesos demográficos, desarrollo capitalista y sustentabilidad de la vida han
entrado en una contradicción sin precedentes.

El desgarramiento del espacio-cuerpo como lugar/sujeto ante el espacio-cuerpo como


flujo/objeto, y el del tiempo histórico-vital, ante el tiempo ahistórico-instantáneo.
29

La velocidad y la intencionalidad de los procesos tecnológicos en diferentes ámbitos:


nuevas tecnologías de comunicación, nanotecnología, técnicas de reproducción, ingeniería
genética, ingeniería nuclear, inteligencia artificial transformaron de una manera abrupta la
relación humana con el tiempo y el espacio, con la vida humana y la no-humana, con el
cuerpo y con la mente. Y aunque esos procesos han impactado de manera directa a una
población minoritaria que ha tenido acceso a ellos, el impacto ha sido igualmente potente,
aunque con características distintas, en el resto de la población.
El espacio como lugar entró en tensión con el espacio como flujo; el tiempo vital
con el tiempo instantáneo modificando hábitos, ritmos e imaginarios. “La sociedad red se
caracteriza por la ruptura de la ritmicidad, tanto biológica como social, asociada con la
noción de un ciclo vital” (Castells, 2000a.:480)
El patrón de acumulación capitalista se transformó de manera contundente porque la
velocidad de las transacciones ha hecho posible la circulación de un gran volumen de flujos
financieros orientados a la especulación desencadenando efectos perversos para la mayoría
de la población. “Por primera vez en la historia, ha surgido un mercado de capital
unificado y global, que funciona en tiempo real” (Castells, 2000a: 468).
La digitalización de la comunicación favoreció la transnacionalización de la
economía, la modificación del trabajo y la reconfiguración de las subjetividades. La
sofisticación tecnológica ha permitido una mayor concentración de información
acrecentando el poder en los centros tradicionales de dominación, el control inédito de los
seres humanos (Snowden, 2019) y la exclusión laboral de grandes mayorías. Emergieron
nuevas lógicas, nuevos códigos culturales, nuevas subjetividades individuales y colectivas
que han ido transformando las relaciones cuerpo, mente, tiempo y espacio.
La deslocalización de la producción que refuerza procesos de explotación humana,
la construcción de identidades “virtuales” que liquidifican los vínculos, así como la
inmediatez de las comunicaciones que conectan con seres queridos, y permiten resolver
emergencias, todo ello forma parte de transformaciones que van desde la sexualidad hasta
las formas de hacer política o la organización de la industria del crimen.
Paradójicamente, los nuevos procesos tecnológicos han impactado muy poco en las
transformaciones en el transporte y sus consecuencias ambientales. La industria
automovilística, consumidora no solamente de agua en la producción de los vehículos, de
30

energía para funcionar, y productora de emisiones tóxicas, se volvió consumidora creciente


de tiempo y de espacio. Y ninguna instancia propone la desaparición del automóvil
individual y la transformación de la movilidad hacia el transporte público, por los costos
económicos, políticos y sociales que significaría. Tal vez esa propuesta de transformación
es inviable, y se opta por continuar con una práctica irracional.
El trastocamiento de las coordenadas espacio-temporales y de nuevas prácticas
tecnológicas va acompañado de una transformación física y simbólica del cuerpo. Si como
dice Castells: “nuestras sociedades se estructuran cada vez más en torno a una oposición
bipolar entre la red y el yo” (2000a: 29), el cuerpo individual adquiere especial
protagonismo. Las transformaciones físicas mediante técnicas plásticas, la posibilidad de
implante de órganos y prótesis, la creación de corporalidades virtuales que ocultan la
realidad física del comunicador, son algunas de las realidades que en poco tiempo han
resquebrajado relaciones y cosmovisiones previas sobre el ser humano.

Los cuerpos se han desintegrado de innumerables maneras, que los científicos sociales han
comenzado a documentar minuciosamente. Los órganos se han convertido en parte de una
mercantilización global y así llevan vidas que exigen una separación de los cuerpos que los
albergaban […]. La cirugía plástica suma, resta y redistribuye grasa de manera indiscriminada para
reorganizar la estética del todo corporal. […]. La vida en Internet ha alentado numerosas formas de
multiplicación y división de nombres, identidades, imágenes, voces y vidas, de modo que ha llegado
a crearse un cibermundo paralelo de partes y todos cuya lógica es diferente de la vida social primaria.
Los cuerpos se han convertido, de todas estas maneras, en el material para recombinaciones de
formas y visiones sociales más amplias. (Appadurai, 2017 :129)

Las nuevas visiones y significados en torno a la corporeidad en relación a las


tecnologías reproductivas llevan a pensar que estamos en un mundo en el cual “el hospital
substituye al lecho conyugal, el médico y el biólogo compiten con el cónyuge o el padre,
las figuras alternativas de parentesco se toman en cuenta en el ámbito legal” (Tain,
2005:52). Diferentes individuos participan en el acto de procreación, por ejemplo, en la
donación de semen o en los úteros prestados. Estas nuevas tecnologías reproductivas, las
diferentes formas de manipulación de óvulos y embriones están trastocando las nociones de
paternidad, maternidad, filiación y herencia (Stolcke, 2018).
31

Por otra parte, aunque el vínculo entre el cuerpo, la violencia y la reproducción


social han sido una constante en la historia humana, actualmente “presenciamos formas de
crueldad corporal desenfrenada y masiva, tanto en alcance como en intensidad”
(Appadurai, 2017: 130).
El cuerpo se ha transformado y con él las identidades. El tema de la reconfiguración
de las identidades ancladas en el ciberespacio ha sido motivo de numerosas investigaciones.
Las industrias culturales fueron desplazando a los metarrelatos, esparciendo por el mundo
imágenes, música, significados, unos más mercantilizados y manipuladores que otros, todos
fragmentados y que con la transformación inédita de las tecnologías de la comunicación
dieron lugar a la aparición de un mundo virtual. Claro está que ese mundo virtual excluye a
aquella población que por razones tecnológicas y /o políticas permanece "desconectado”.
Los procesos tecnológicos de la comunicación visibilizan ese quiebre civilizatorio
que tensiona poderosamente la relación entre la "interfaz" y la "realidad", que es la relación
de temporalidades y espacialidades distintas que está problematizando la intersubjetividad,
lo inconsciente, las identidades, las relaciones materiales y las relaciones de poder.
Sin embargo, apropiaciones contrahegemónicas de la tecnología por redes de grupos
organizados de hackers, los hacktivistas (Vicente, 2004), evidencian prácticas emergentes
de resistencia y de lucha social a través del ciberespacio.
Tiempo, espacio, cuerpo, mente han sufrido trastocamientos que ubican al ser
humano ante desafíos inéditos.

Símbolos e identidades dislocados

El ámbito de símbolos e identidades dislocados hace referencia a las rupturas de los


entramados culturales y de las subjetividades de individuos y colectividades relacionados
con procesos tecnológicos, imaginarios rotos, futuros inciertos.
Tres son los desgarramientos que nos parecen más relevantes:
El desgarramiento ante la imposibilidad de articular ciudadanía y diversidad cultural en
una igualdad que no uniforme y una diversidad que no discrimine.
La tensión ciudadanía-diversidad se hizo más visible al resquebrajarse la relación Estado-
nación. Los Estados-Nación dejaron de ser esas entidades que se fueron construyendo a
32

partir del Tratado de Westfalia en el siglo XVII en el que se construyó la base del Estado
moderno centrado en la integridad territorial y la soberanía nacional. Las diferentes
dinámicas globales tecnológicas, financieras, políticas y de la comunicación resquebrajaron
ese constructo que se consolidó en el Siglo XX. El supuesto de la convergencia entre
territorio, etnia, y soberanía se desestabilizó. “Las dinámicas actuales de re-scaling cortan
transversalmente la dimensión institucional del territorio producida por la formación de los
estados nacionales” (Sassen, 2012:14). Es así como se reconfiguran las jerarquías
territoriales, como emergen nuevos actores y nuevas identidades trasnacionales y
subnacionales con complejas relaciones y alianzas inéditas. Hay territorios controlados por
el crimen organizado y/o por las corporaciones trasnacionales que se convierten en una
especie de soberanías que compiten o se articulan con la del Estado. El Estado nacional ya
no es el contenedor del proceso social puesto que dejó de haber correspondencia entre lo
nacional y el territorio nacional (Sassen, 2012) y eso más allá de la emergencia de los
nuevos nacionalismos.
Este resquebrajamiento está directamente relacionado con la problematización de
las identidades nacionales y con las subjetividades que le subyacen.
La soberanía es considerada como nacional, en el sentido de que reside
individualmente en la nación entera y no de manera divisa en la persona, ni tampoco en
ningún grupo de nacionales. La nación es entonces soberana como colectividad unificada
(Mwayila, s/f:34). Por esa razón la identidad nacional es el sustrato del Estado. Y en la
mayoría de los casos es el Estado el que ha producido la nación como identidad colectiva.
El Estado nacional ya no es fuente de identidad colectiva, y es precisamente en ese contexto
en el que se hace visible la incompatibilidad entre ciudadanía y diversidad,
incompatibilidad naturalizada y “escondida” en las identidades nacionales construidas por
procesos racializantes de asimilación e integración.
Ciudadanía y diversidad cultural han enfrentado siempre grandes contradicciones
que a través de diferentes dispositivos se habían encubierto o gestionado. Al liberalismo le
subyace la concepción del individuo como ser autónomo que se relaciona con otros seres
autónomos y con la naturaleza como exterioridad. Ese es el ciudadano, y la sociedad es la
suma de esos individuos autónomos aglutinados por la cultura de una etnia dominante. Los
Estados-nación se construyeron por la imposición de las etnias dominantes sobre el resto de
33

la población. Ese es el caso de los ingleses sobre los galeses y escoceses en el Reino Unido
o de los castellanos sobre los catalanes y vascos en España. Si esta situación se hace visible
en Occidente, con mayor razón y con mayor complejidad ocurre en África o en Asia en
donde las potencias coloniales delimitaron fronteras que rompieron límites tradicionales y
que reconfiguraron dinámicas interétnicas a partir de sus intereses.
El concepto de ciudadano al que subyace la jerarquía ciudad-campo, asume una
individualidad desvinculante y por lo mismo tiende a esconder no solo la diversidad
cultural sino las contradicciones de clase (Tischler, 2016).
En un intento de ir más a fondo de la cuestión relacionada con el Estado, Marina
Garcés (2013) afirma que

La privatización de la existencia no nace de la derrota del Estado y de lo público frente a la fuerza


privatizadora del mercado, como se argumenta habitualmente, sino que hunde sus raíces en la
construcción misma del Estado moderno. El Estado nace como comunidad de propietarios
voluntariamente asociados […] El Estado moderno, nacido de este contrato entre individuos
autónomos, proyectó la vida del hombre hacia dos dimensiones fundamentales: la dimensión pública,
en la que se alían la sumisión y el derecho como las dos caras de la ley, y la dimensión privada, en la
que se preserva la libertad como atributo individual, ya sea la libertad del intercambio mercantil, ya
sea la libertad de conciencia. Tanto la dimensión pública como la dimensión privada que componen
al individuo son el fruto de una misma abstracción privatizadora, que se da sobre una negación más
profunda: la negación de los vínculos que enlazan cada vida singular con el mundo y con los demás”.

(p.32).

La autora que se inspira en Merlau-Ponty, visibiliza de esta manera la concepción


de subjetividad y de intersubjetividad que subyace a la modernidad y al Estado.
La ruptura del vínculo Estado-nación, deconstruye un sentido colectivo, o el
imaginario de ese vínculo colectivo, devela sus discriminaciones y evidencia el tipo de
subjetividad que lo sostiene. El concepto de ciudadano queda a la intemperie. La narrativa,
los héroes, la música (himno) y los rituales (Mandoki, 2007) que construían la adhesión
emocional al Estado-nación van perdiendo legitimidad. Esta dinámica detona la emergencia
de identidades individuales y colectivas diversas: regionales, étnicas, familiaristas,
trasnacionales. También provoca un vacío de sentido que se orienta hacia formas colectivas
de violencia o hacia identidades de tonalidad fundamentalista. Touraine, para quien el
34

sujeto es la categoría central de su análisis, considera que el proceso de subjetivación


requiere actualmente una doble resistencia, al totalitarismo del mercado y a las identidades
comunitaristas (Touraine ,2005).
Por otra parte, es importante subrayar que el liberalismo se consolida con la
expansión industrial que tenía la necesidad de una población identitariamente homogénea
como ciudadanía controlable y como consumidores masivos. Las identidades nacionales
homogeneizadoras, se establecieron, inevitablemente, por limites diferenciales, porque la
única manera de construir identidad es a través de la dialéctica
reconocimiento/diferenciación, pero las líneas de diferenciación, entre ciudadanos y no
ciudadanos, no se establecieron solamente con poblaciones externas al territorio nacional
sino con poblaciones al interior del mismo. Esa estructuración se hizo subordinando o
negando la diversidad cultural a través de mecanismos de discriminación y de racialización.
Ciudadanía y racismo han funcionado como las dos caras de la misma moneda.
El racismo como forma de deshumanización de la diversidad está inserto en la
lógica de la modernidad. “La idea de la «colonialidad» plantea que el racismo es un
principio organizador o una lógica estructurante de todas las estructuras sociales y
relaciones de dominación de la modernidad. (Grosfoguel, 2016:158).
En el caso de América Latina y en especial de México estas fronteras internas
parecen estar relacionadas con la ciudadanización individualizada y con el blanqueamiento
cultural. El concepto de ciudadano individual/autónomo parece haber formado
históricamente un binomio aparentemente indisoluble con el racismo. (Collier, 1999). Es
interesante constatar que, en el siglo XIX, cuando se consolida la categoría de ciudadano se
consolida, también el “racismo científico” que tanto impacto habría de tener en América
Latina. Y el ethos de la blanquitud se convirtió en sinónimo de progreso, y en el caso de
México y América Latina, es a través de la categoría de mestizo como se escondió la
aspiración a la blanquitud y el racismo correspondiente. (Gómez y Sánchez, 2012)
Sartori (2001) se pregunta sobre cómo operativizar esta articulación entre
ciudadanía y multiculturalidad, conceptos que, según él, forman parte de dos paradigmas
diferentes, aunque no necesariamente antagónicos. La pregunta que surge es si realmente
no son antagónicos. El discurso de la multiculturalidad que emerge como un paso hacia la
35

tolerancia y el diálogo, se ha ido convirtiendo en un mecanismo de refuncionalización de


las diferencias al servicio del mercado y del clientelismo político
El tema del multiculturalismo, la interculturalidad, la pluriculturalidad, ha sido uno
que ha detonado numerosas reflexiones en las últimas décadas (Wieviorka, 2012). No es
sino en la segunda mitad del siglo XX cuando se multiplican las investigaciones y las
discusiones sobre la complejidad de las relaciones resultantes de las identificaciones entre
individuos, entre grupos y entre colectividades. Aparecen como una respuesta en
Occidente a la necesidad de re-organizar la propia imagen individual y colectiva frente a
nuevas experiencias de otredad: la descolonización de los países de África, la migración
masiva del campo a la ciudad, los movimientos indígenas y de afrodescendientes, la
migración trasnacional, los cambios tecnológicos y de las comunicaciones. De pronto la
herencia de la Ilustración, la democracia liberal, el Estado-nación entran en tensión con
identidades culturales de grupos con una matriz originaria diferente y ubicados en una
situación de subordinación y de discriminación. Emergen así, en la segunda mitad del siglo
XX, las propuestas multiculturales que intentan articular la modernidad liberal y la
diversidad. (Kymlicka, 1996), y con ellas se agudizan las discusiones sobre los conceptos
de cultura y de identidad.
A esta conflictividad se añadió la toma de conciencia de que la modernidad no
solamente se había construido a partir de la colonialidad con su consecuente despojo
material y el resultante epistemicidio de las sociedades subordinadas (Santos, 2009) u
ontomicidio si seguimos la propuesta del “giro ontológico”; sino que tenía como eje de la
universalidad al varón blanco, productivo, heterosexual. Se trataba, ya no, de identidades
culturales, sino de identidades de género, de color de piel, de características corporales. Y
es así, como surgen reivindicaciones al derecho a la diversidad que mezclan realidades de
diferente índole, etnia, género, cultura, y en las que se cruzan exigencias de justicia
económica y de reconocimiento de la diferencia, exigencias que, como analiza Nancy
Fraser (1997), pueden interferirse e incluso contraponerse. “Las políticas de reconocimiento
y las de redistribución parecieran a menudo tener objetivos contradictorios. Mientras que
las primeras tienden a promover la diferenciación de los grupos, las segundas tienden a
socavarla”. (p.25). Es el problema que enfrentan las políticas de acción afirmativa que
pretende “ciudadanizar” a ciertas poblaciones históricamente vulneradas, indígenas, negros,
36

despojándolos de sus especificidades y con frecuencia reforzando la discriminación. Es lo


que se ha llamado el “dilema de la diferencia”. Es un dilema porque “el estigma de la
diferencia es reproducido tanto al ignorarlo como al subrayarlo” (Minow, citado por
Collier, 1999: 12) El dilema de la diferencia es uno de los síntomas de la incapacidad de
inclusión de la diversidad a partir del concepto de ciudadanía.
El desgarramiento que enunciamos ha evidenciado la desafortunada coexistencia de
larga duración entre ciudadanía y racismo favorecida por narrativas e imaginarios que
naturalizaban o más bien, que invisibilizaban el carácter simbiótico de ese binomio.
Movimientos y organizaciones indígenas y afroamericanas confrontan esta realidad desde
una perspectiva crítica de la interculturalidad.
El desgarramiento entre ciudadanía y diversidad, visibiliza también que el concepto
de ciudadano no tiene un carácter neutral, “en realidad se alude a un sujeto de derecho
sexuado, racializado y enclasado” (Escalante, 2019:12).

El desgarramiento entre la defensa del patriarcado, la igualdad de las mujeres y la


ruptura de la norma heterosexual.
El patriarcado ha sido, probablemente, desde el origen de la Humanidad la forma como el
conglomerado humano se ha autoconcebido, se ha organizado y ha funcionado, y ese
constructo social se ha resquebrajado.
La modernidad/colonialidad se sustentó en una específica concepción de lo
"universal". Construyó una civilización en la que "el orden universal es masculino,
propietario, heterosexual. En lo particular se amontonan: los pueblos sujetos, las mujeres,
los homosexuales, los locos, los niños” (Gutiérrez, 2014). Este “universalismo sustitutivo”
(Benhabib, 1986, citado por Sánchez, C., 2009) no solo invisibiliza a las mujeres, sino que
invisibiliza y niega dimensiones humanas fundamentales de carácter femenino.
Una de las manifestaciones más visibles del malestar ante el patriarcado ha sido la
dominación de la mujer por el hombre, la asignación de la mujer al espacio privado y del
varón al espacio público, situación que se fue confrontando desde diversas formas de
feminismos buscando la igualdad o la equidad de género. La lucha por la equidad de género
ha supuesto la lucha contra el monopolio masculino del espacio público con el poder que
eso implica. Ha sido la lucha contra la expropiación que del cuerpo y de la sexualidad de la
37

mujer han hecho el Estado, las creencias y los hombres. Esta expropiación ha
desencadenado y sigue desencadenando violencias múltiples que lograban esconderse, y
que ahora se visibilizan. La violencia machista en el ámbito doméstico, los feminicidios y
otras formas culturales como es el caso de la mutilación genital o ablación que se lleva a
cabo en una gran cantidad de comunidades de diversos países africanos, y en población
africana emigrada a Europa. Esta violencia es una forma de “cirugía política cuyo propósito
es afirmar de manera contundente que el cuerpo femenino puede usarse para poner en
escena las tradiciones patriarcales” (Appadurai, 2017:130)
Algunas autoras señalan que los feminismos anglosajones o inspirados en dichos
feminismos han beneficiado poco a las mujeres, sobre todo cuando se han vinculado el
Estado y a su discurso del “desarrollo” (Galindo, s/f). El Estado ha convertido la lucha de
las mujeres contra el patriarcado en un sector domesticado como lo ha hecho con otros
sujetos políticos para desmovilizarlos. Es así como ha creado políticas para mujeres,
políticas para indígenas, políticas para pobres. (Galindo s/f).
Es evidente que el Estado se ha construido patriarcalmente, y que, aunque en
Occidente exista actualmente la llamada “cuota de género” en los puestos públicos, eso ha
cambiado poco su naturaleza. La lógica y el sustrato ontológico del Estado tienden a
desmovilizar las acciones que suponen el cambio de paradigma social.
Para Rita Segato (2014) no se trata solamente de una lógica de desmovilización sino
de una de guerra. En su análisis sobre la reconfiguración de las guerras sostiene que la
destrucción del cuerpo femenino ocupa un lugar central.

Ese cuerpo en el que se ve encarnado el país enemigo, su territorio, el cuerpo femenino o feminizado,
generalmente de mujeres o de niños y jóvenes varones, no es el cuerpo del soldado-sicario-
mercenario, es decir, no es el sujeto activo de la corporación armada enemiga, no es el antagonista
propiamente bélico, no es aquél contra quien se lucha, sino un tercero, una víctima sacrificial, un
mensajero en el que se significa, se inscribe el mensaje de soberanía dirigido al antagonista. (s/p)

Por su parte Silvia Federici (2010) analiza la forma como el ajuste de la


reproducción de la vida humana y natural al proceso de acumulación capitalista sigue una
lógica vigente desde el origen del capitalismo hasta nuestros días.
38

Sin embargo, es importante subrayar, que, a contracorriente de estas dinámicas de


desmovilización y de guerra, se observa “la presencia masiva de las mujeres en la acción
colectiva de los movimientos populares de todo el mundo, y su autoidentificación explícita
como actoras colectivas” (Castells,2000b: 214).
La familia patriarcal, nuclear o extensa, está en tela de juicio en muchas latitudes.
Por una parte, la incorporación creciente de las mujeres en el ámbito laboral modificó
imaginarios y prácticas en relación a la familia en los diferentes estratos sociales. Y si bien
es cierto que siempre ha habido diversas formas de familia, no es sino en las últimas
décadas en las que estructuras, legalidades e imaginarios se han modificado, y poblaciones
con posturas encontradas se han confrontado públicamente.
La ruptura del patriarcado se arraiga, por lo tanto, en los desafíos relacionados con
las formas de organización de la población y también por la modificación de las formas de
parentesco que se han reconfigurado ante la relación con una corporeidad resignificada y
las nuevas tecnologías reproductivas.
Y en este ámbito, quisiéramos resaltar la problemática relacionada con la
interrupción voluntaria del embarazo y la confrontación entre las posturas opuestas. El
debate sobre la despenalización del aborto y las violencias que ha desencadenado,
representan un ámbito nodal para la comprensión del quiebre civilizatorio, no solamente en
torno a la sexualidad, a la relación hombre-mujer, a la posición y al imaginario de y sobre
la mujer en la sociedad, sino en torno a la reconfiguración de la subjetividad humana. Este
debate, ciertamente complejo, está teniendo enormes consecuencias políticas que van más
allá del tema como se puede constatar en las campañas de Trump o de Bolsonaro para
quienes la defensa de “la vida” ha traído muchos dividendos. Están en juego, de manera
muy compleja, los conceptos de vida, sujeto, cuerpo, derechos. Y los debates al respecto
requieren un mayor nivel analítico.
Paralelamente a las luchas feministas, fueron surgiendo otras luchas relacionadas
con las diversas identidades sexo-genéricas, la de los grupos LGBTIQ: Lesbianas, gays,
bisexuales, transgénero, intersexuales, queer. Estas luchas se fueron arraigando en el
enfoque polémico de la propuesta Queer. La propuesta Queer se orienta a desencializar
cualquier identidad sexual o genérica considerando a las identidades sexuales como
construcciones socioculturales. Judith Butler (2007), quien inicialmente fundamenta este
39

enfoque, considera que puede entenderse el sexo y el género como una construcción del
cuerpo y de la subjetividad, resultado del efecto performativo de una repetición ritualizada
de actos que acaban naturalizándose y produciendo la ilusión de una sustancia, de una
esencia. Y que estas asignaciones genéricas y sexuales se dan en el marco de la Matriz
Heterosexual. Galindo (s/f) por su parte sostiene que la propuesta Queer es políticamente
suicida, porque la agresión del patriarcado sigue estando centrada en un machismo que
violenta a las mujeres.
Estos debates no habrían surgido sin el avance en el conocimiento de la sexualidad y
de la subjetividad. Y aunque los debates entre tesis biologicistas y tesis constructivistas
están lejos de terminar (Fournier, 2014) hay suficientes evidencias que transforman las
miradas sobre la sexualidad y el género. La toma de conciencia, por ejemplo, de que cada
ser humano tiene cinco sexos: el genético, el anatómico, el hormonal, el psicológico y el
social, los que no siempre coinciden o se superponen y que permiten variaciones en las
identidades sexuales (Dortier, 2014); o la constatación de una gran diversidad de
orientaciones sexuales fijas o performativas; o la naturalización de situaciones que no son
naturales sino productos sociohistóricos.
Castells (2000b) considera que la ruptura de la heteronorma es lo que más
problematiza al patriarcado. Y los conflictos en diferentes latitudes por los matrimonios
igualitarios, por ejemplo, muestran las tensiones que esa realidad contiene.
El resquebrajamiento del patriarcado es un desgarramiento civilizatorio de gran
envergadura al cuestionar identidades sexuales, círculos de intimidad y formas de
reproducción de la vida que subyacen a las instituciones de larga duración que han regulado
la vida de las poblaciones, lo que explica tal vez la polarización tan intensa que ha
detonado. Si se toma cuenta lo que plantea Memmi (1968) sobre la dinámica compleja que
se desencadena cuando se rompe la simbiosis en la relación entre dominador y dominado,
surge la pregunta de si el aumento de los feminicidios no tiene que ver con la forma como
se está resquebrajando la identidad masculina históricamente construida.
Probablemente, desde el punto de vista civilizatorio, este desgarramiento sea
medular en la comprensión de las dinámicas actuales. En la deconstrucción del patriarcado
está implícito el cuestionamiento de las subjetividades que sostienen dicho régimen y que a
su vez están a la base de construcciones institucionales.
40

El desgarramiento de los mapas cognitivos y emocionales que daban certezas frente a


una incertidumbre que dificulta el procesamiento de las experiencias vitales.
El trastocamiento de las coordenadas espacio-temporales y con ello la ruptura de referentes
culturales en los que se había anclado la “identidad” humana: la familia, el Estado, las
religiones, la ciencia, resquebrajó los llamados metarrelatos. Para Lyotard (1979), los
metarrelatos, concepto acuñado por él, haciendo alusión a las narrativas totalizadoras,
universalistas, que de alguna manera contenían un sentido unitario de la Historia y una
explicación abarcadora de la realidad, se rompen con la entrada en la "posmodernidad”.
Estas narrativas políticas y religiosas que dieron sentido y legitimaron a las
sociedades occidentales en los últimos siglos: El liberalismo, el socialismo, y desde antes el
cristianismo, han ido perdiendo su credibilidad, incluidas las instituciones que los
sostenían, llámense partidos políticos, gobiernos, iglesias, o universidades, desembocando
en un sentimiento de vacío existencial muy extendido.
La domesticación del tiempo y del espacio - su organización y simbolización - es el
acto humano por excelencia según Leroi-Gourhan (1965), y es el sustento de las
identidades individuales y colectivas. La identidad es un proceso de ubicación en el tiempo
y en el espacio, ubicación cognitiva, emocional y simbólica que permite el procesamiento
de las experiencias (Sánchez, 2012). La potente reconfiguración socio-espacial
contemporánea rompió los mapas cognitivos y emocionales que permitían procesar esas
experiencias vitales y encontrar una ruta por la cual transitar.
Los impactos de esta fase ‘sin nombre’, por su carácter caótico, son diferentes según
los individuos estén ‘arriba’ o "’abajo’, ‘adentro’ o ‘afuera’ de las estructuras trasnacionales
o nacionales; según experimenten de manera más cercana o lejana las amenazas de la
posible catástrofe planetaria; según predominen en sus ambientes el desaliento o la
esperanza. (Almeida y Sánchez, 2014: 217)
“Para la mayoría de la gente común — y para quienes llevan vidas de pobreza,
exclusión, desplazamiento, violencia y represión—, el futuro se presenta a menudo como
un lujo, una pesadilla, una duda o una posibilidad en disminución”. Se trata de aquellas
poblaciones para quienes “la rutina diaria exige un milagro de cooperación” y para quienes
la vida “se vive cada vez más bajo el signo de la excepción” (Appadurai, 2017:115). “Esta
41

realidad es la “del 50% de la población mundial según todas las mediciones” (Appadurai,
2017:394).
Una especie de angustia existencial aparece en los diferentes estratos sociales. Juan
Ramón de la Fuente (2012) analiza el impacto que la globalización ha tenido en la salud
mental. Los problemas de salud mental, según el autor, han aumentado a escala global:
psicosis, demencias, angustia, depresión, suicidios e intentos de suicidio. Son relevantes los
trastornos asociados a la alimentación y a la imagen corporal, al uso compulsivo de las
computadoras y los teléfonos celulares, y los trastornos propios de las migraciones.
Por otra parte, como reacción a esta incertidumbre, van apareciendo otras narrativas
fundamentalistas, más locales o regionales, que se orientan a llenar esos vacíos
existenciales. Esta búsqueda de sentido aunada a intereses geopolíticos ha entrelazado
nuevas y viejas identidades religiosas y políticas dando lugar a polarizaciones sumamente
violentas. Nuevas violencias relacionadas con el renacer de los racismos y la xenofobia.

Al exacerbarse la incertidumbre se generan nuevos incentivos para la purificación cultural […]. Esto
nos recuerda que la violencia en gran escala no es solo el producto de identidades antagónicas, sino
que la violencia en sí misma es una de las maneras en que se produce la ilusión de identidades fijas y
cargadas, en parte para aquietar las incertidumbres sobre la identidad que producen invariablemente
los flujos globales. (Appadurai, 2017: 124)

Richard Bernstein (2006) sostiene que estamos presenciando un choque de


mentalidades que no solo no distingue lo religioso de lo secular, sino que los atraviesa. Y
ese choque de mentalidades está poniendo en juego nuestra forma de pensar y actuar
actualmente y de cómo lo haremos en el futuro. La observación que el autor hace de los
nuevos discursos sobre el bien y el mal que dividen al mundo según una “dicotomía
simplista y absoluta muestra cómo esos discursos constituyen un obstáculo central para
desarrollar prácticas y hábitos críticos y flexibles que puedan ayudarnos a lidiar con
contingencias inesperadas” (p. 69).
Bernstein recuerda que Dewey entendía “que en los períodos de gran incertidumbre,
ansiedad y miedo hay una necesidad imperiosa de certeza y absolutos morales.” (2006: 51).
La reflexión de Bernstein plantea, además, cómo en la política y en la religión se han
manipulado los miedos y se han construido “enemigos” nebulosos y confusos. El miedo y
42

la impotencia para enfrentar las amenazas múltiples, en muchas ocasiones, parece estar
desembocando en indiferencia y en cinismo, y en otras a nuevas formas de “producción de
la violencia” (Appadurai, 2017:140). “Hay numerosas formas en que la violencia puede
parecer productiva, si bien de manera perniciosa. Produce escenarios efectivos de
identificación, nuevos estímulos para la participación social y nuevos sentidos de
colectividad social; renueva los lazos sociales” (Appadurai,2017:140).
La reconfiguración del fenómeno religioso merece especial atención. Frente al vacío
de sentido emerge una tendencia a la reconfiguración identitaria. Castells (2000b) señala
que, en la búsqueda de construcción o reconstrucción de identidades, emergen cuatro
espacios privilegiados: la nación, las identidades locales, la tierra y la naturaleza, y la
religión. Este último espacio ha adquirido una nueva visibilidad.
El tratocamiento global detonó, en la segunda mitad del siglo XX, diversos
fundamentalismos religiosos. Contrariamente a lo que se suele pensar, esos
fundamentalismos más que un renacer de un fenómeno arcaico, han sido una respuesta
emocional y política a la globalización. Son una mezcla de reformulación de tradiciones
antiguas, de absolutización de textos, o de “ethnical revival”. Trascienden fronteras
nacionales, y radicalizan negativamente “la otredad”. Sus consecuencias políticas se hacen
visibles en todas las latitudes. En Estados Unidos y en América Latina los movimientos
evangélicos están sustentando el poder de presidentes como Trump o Bolsonaro, el
catolicismo fundamentalista tiene hoy a su representante en Jeanine Añez en Bolivia. En el
Medio Oriente el llamado Estado Islámico, ha sido particularmente significativo. Irán ha
reforzado su carácter teocrático, y Arabia Saudita refuerza, por intereses múltiples, el
fundamentalismo sunita.
Lehman (1998) sostiene que todo esto no puede ser explicado solamente por
factores estructurales porque

estos fenómenos se pueden encontrar en contextos culturales muy distintos y en niveles


económicos también muy diferentes. Por tanto, la explicación ha de recurrir también a la
utilización de los modernos métodos de organización y marketing, así como a la utilización
de estrategias para llegar a determinados grupos sociales. (p.114)
43

Por otra parte, este autor enfatiza que “el control de la sexualidad femenina ha
parecido ser una característica importante de todos los fundamentalismos” (p. 114) y esta
constatación nos remite al desgarramiento entre la defensa del patriarcado y la lucha por la
igualdad de género.
Pero no son solamente los nuevos fundamentalismos las formas novedosas como se
ubica la religión ante la dislocación de símbolos e identidades. Hervieu-Léger (2002)
plantea que la problematización de las evidencias éticas y de la relación con el mundo que
las religiones modelaron durante siglos confrontan a las religiones con un “hecho cultural
radicalmente nuevo” en el que se generalizan fenómenos como “creer sin pertenecer” y
“pertenecer sin creer”. En el primer caso se trata del alejamiento de la religión como asunto
institucional, sea para una individualización de la creencia o para su experiencia variada en
pequeñas comunidades vitales cuasi-invisibles, lo mismo en el cristianismo que en el islam
o en las religiones orientales. En el segundo caso se trata de la pertenencia cultural a las
tradiciones de una religión histórica, pero sin que a este apego corresponda ninguna
creencia ni en Dios ni en ninguna trascendencia teológica. Un caso emblemático, pero no
el único, es el de gran parte del pueblo judío.
La ruptura de los mapas cognitivos y emocionales que daban certezas explican
parcialmente tendencias contradictorias: Desde una cultura del cinismo hasta diferentes
formas de fundamentalismos religiosos con sus componentes de violencia. Por otra parte,
esta ruptura también da lugar a la emergencia de búsquedas y espiritualidades profundas
(Gonella,2011), y de procesos solidarios y combativos inmersos en las incertidumbres.

Regulaciones institucionales desestructuradas

Este ámbito hace referencia a la desconfiguración de los aparatos regulatorios de la


sociedad que se concretizan en instituciones y normatividades. Señalamos un
desgarramiento.

El desgarramiento de los andamiajes normativos que regulaban la convivencia frente a


nuevas formas de coexistencia o de violencia que los hacen inefectivos.
44

La dimensión material de la realidad expresada en territorios y corporeidades; la dimensión


simbólica de la misma visibilizada en identidades y referentes culturales, establecen una
relación interactuante entre ellas y con la desestabilización de las instituciones político-
regulatorias, de las que habla este apartado.
Las instituciones que regulaban la convivencia social a través de cosmovisiones,
andamiajes jurídicos, y usos y costumbres sociales, como han sido la familia patriarcal
heteronormada, el Estado-nación, el sindicalismo o el corporativismo clientelar, las
instituciones religiosas o la empresa local, se trastocaron. Se diluyeron las narrativas que
les daban sustento, y los arreglos jurídicos que las normaban fueron rebasados por las
nuevas realidades.
Andamiajes internacionales que habían adquirido cierta estabilidad, más allá de su
eficacia real o de su perversidad, están en crisis. Los acuerdos de Bretton Woods, la OTAN
o la ONU. Nuevas configuraciones como la Unión Europea que anunciaban una orientación
mundial multiestatal, empiezan a resquebrajarse. El BRICS que despertó diferentes
expectativas se fue debilitando.
El Estado-nación, institución reguladora central de la modernidad, todavía en la
década de los 80 del siglo XX, lograba regular los antagonismos de clase característicos de
las sociedades industriales, y buscaba, a través de diversas formas del llamado Estado de
Bienestar, incluir a la mayor cantidad posible de ciudadanos al llamado “desarrollo”. Pero
a partir del fin de la Guerra Fría la nueva geografía del poder ha reconfigurado a los
Estados y ha ido desembocando en dinámicas políticas expulsoras de población (Sassen,
2015) “El fin de la Guerra Fría desencadenó una de las fases económicas más brutales de la
época moderna” (p.29) en términos de concentración económica y de expulsión social.
El Estado-nación, como se indica en otro apartado, articulaba territorio, andamiaje
jurídico-político e identidad nacional como una unidad indisociable. Y esa fue la forma que
durante un poco más de dos siglos fue el eje de la organización de la población en el
escenario mundial. A partir de la segunda mitad del siglo XX, conceptos y realidades como
soberanía, integridad territorial, identidad nacional se desestabilizaron de diferentes
maneras. La hegemonía del capital financiero y de las grandes trasnacionales redujeron el
margen de maniobra de los Estados, sobre todo de aquellos históricamente subordinados y
los convirtieron, de manera más contundente, en agencias del gran capital. El espacio
45

público se fue privatizando y la vida privada mercantilizando. El llamado Estado de


Bienestar se fue desmantelando, dejó de ser un referente político y sobre todo se hizo
visible su lógica incongruente. Los arreglos o combinaciones de estructuras del Estado de
Bienestar generaban una dinámica compleja que dotaba de condiciones para la violación o
acceso a los derechos humanos. Se trataba de arreglos sociales que provocaban desigualdad
lo que se conoce como violencia estructural (Galtung, 1985)
A partir de fines del siglo XX, las políticas públicas no solo se convierten en
regresivas respecto a los Derechos Humanos, sino en abiertamente amenazadoras de la
ciudadanía, “vivimos en sociedades que son políticamente democráticas y socialmente
fascistas” (Santos, 2016, pág. 47). Santos denuncia que hoy en día se usa la narrativa de los
derechos humanos para destruirlos, la defensa de la vida para destruirla, la reivindicación
de la democracia para destruirla. Las formas de poder nunca se disfrazaron tan bien de su
contrario como ocurre en el presente.
Hablar de la desestructuración del Estado liberal es hacer visibles las formas
coloniales de su conformación y los ámbitos de “estados de excepción” en los que se ha
sostenido, siguiendo a Agamben (2006) Por otra parte, se constata un escepticismo
creciente en torno a las democracias que está favoreciendo autoritarismos y violencias de
diferente cuño; discursos legitimadores de masacres como es el de la lucha contra el
terrorismo y en sofisticadas formas de vigilancia que no buscan proteger a la población sino
controlarla. Kalumlambi (2003:159) señala que “Las guerras africanas de hoy día pueden
considerarse como la manifestación de la crisis del Estado-nación en tanto que formación
social y política”.
Giuseppe Dusso (2015) señala en sus investigaciones sobre la genealogía e historia
el carácter aporético de los conceptos modernos en torno a la visión del Estado. Son los
conceptos modernos de individuo, igualdad y libertad, y de manera central este último, lo
que llevan a la construcción de la soberanía del Estado, como un constructo racional y
universal. Ese sujeto político colectivo, unitario, es “autorizado” y legitimado por la
voluntad de los individuos a través de los mecanismos de representación que es el
mecanismo de mediación entre los individuos y el poder. El autor analiza cómo esta
construcción de ese Estado soberano, es lo que hace que lo sujetos pierdan de hecho su
dimensión política. La soberanía estatal se sustenta en la voluntad libre de los ciudadanos,
46

pero de ciudadanos abstraídos de sus relaciones concretas, y al ser mediada por la


representación, lo que resulta es justamente la despolitización del ciudadano. Y considera
que ciertamente hay que repensar la democracia, pero que el concepto de democracia
directa no resuelve el problema.

Es así como de este límite de la racionalidad formal de la democracia nace el continuo recurrir a la
temática de la governance. Pero si la relación representativa es formal, entonces también lo es el
concepto de democracia directa. […]. Ello no sorprende si se piensa cómo la democracia
representativa y directa es una declinación de la soberanía, por lo que se encuentra en el mismo
horizonte conceptual. El debate político actual parece estancarse en las dos caras de la democracia,
por lo cual no vislumbra una salida de la crisis política que caracteriza el presente. (p.42)

El análisis conceptual de Dusso es iluminador en cuanto a que pone en tela de juicio


una subjetividad, la de la modernidad y su relación con la construcción política. Algo que
el autor no menciona, pero que puede inferirse, es que el concepto de ciudadano tiene,
como ya se dijo, un anclaje sexista, clasista y racista. Y que es dicho concepto,
aparentemente igualitario y neutral, separado, como dice el autor de sus relaciones sociales,
el que legitima un Estado Soberano, incuestionable. De modo que ese Estado es incapaz de
asumir la diferencia, solamente de refuncionalizarla o expulsarla, como es en el primer caso
la situación de los movimientos étnicos, feministas y de diversidad sexual; y en el segundo,
la situación de los migrantes.
Las nuevas subjetividades étnico-culturales y de diversidad sexual, como se ha
mencionado antes, problematizan el concepto de ciudadanía que subyace al Estado. El
Estado se resiste a una plurinacionalidad que iguale indígenas con criollos y mestizos,
como en el caso de Bolivia, o al reconocimiento político de la diversidad sexual, porque
son nuevas formas de convivencia que agrietan sus cimientos.
La migración, sinónimo de expulsión, es un fenómeno de desplazamiento forzado
de la población por situaciones de extrema pobreza/desigualdad, de violencia estatal y
social, y de desastres ambientales ha detonado la configuración de nuevas subjetividades
colectivas de carácter trasnacional como es el caso de los pobladores centroamericanos
desplazados hacia México y Estados Unidos, y de mexicanos hacia Estados Unidos.
Un Estado formal que lograba articularse a las informalidades estatales o
paraestatales se vio rebasado por diversas formas de resistencias y de violencias.
47

Entre las violencias más visibles está la del crimen organizado, que a raíz de su
globalización a fines del siglo XX y de su vinculación creciente con la economía formal, ha
capturado, en casos como el de México, ámbitos estatales significativos. El poder actual de
los cárteles de la droga, de trata de personas, de robo de combustible y de otros bienes
sociales no solo han rebasado a las de por sí poco confiables instituciones de procuración
de justicia, sino que han logrado reforzar su complicidad con porciones del Estado y con
corporaciones transnacionales, controlando amplios territorios.
Por otra parte, como se puede constatar en los últimos años, el fracaso de la
globalización para cumplir las promesas “globalizadas” de un desarrollo y bienestar para
todas las poblaciones está alimentado actualmente un regreso a nuevas formas de
nacionalismos autoritarios y racistas, por ejemplo, en EUA, en Brasil, o el caso del
BREXIT, y a una reconfiguración del “orden” mundial de impredecibles consecuencias.
Estamos ante un desgarramiento de un orden civilizatorio de largo aliento que se
expresa también en otras instituciones.
Es el caso de la familia y de las nuevas formas de reproducción de la vida que han
rebasado a las legislaciones y a los códigos éticos existentes.
Es el caso de las nuevas tecnologías digitales que están permitiendo un control
inédito de la privacidad e intimidad de las personas y para las que ni las leyes, ni las
conciencias, ni los imaginarios estaban preparados.
Esta desestructuración de las instituciones ha provocado no solamente dificultades
legales sino, como se decía en apartados anteriores, la desestabilización de los sentimientos
de pertenencia y de la certidumbre de las prácticas individuales y colectivas.

La relación entre territorios y corporeidades resquebrajados, símbolos e identidades,


dislocados e instituciones regulatorias desestructuradas, expresa la dinámica del entramado
material, cultural y político-regulatorio de la sociedad que la crisis civilizatoria está
erosionando.

Reflexiones finales

¿Presentes dignos ante el horror y la incertidumbre?


48

El trastocamiento acelerado de los entramados estructurales y de los imaginarios sociales de


larga duración histórica y de las coordenadas espacio-temporales que acotaban la
experiencia humana dislocaron, para bien y para mal, territorios y corporeidades, símbolos
e identidades, regulaciones e institucionalidades. El constructo civilizatorio
moderno/colonial se está resquebrajando. Habrá que preguntarse nuevamente, ante la fosa
común, como el lugar desde el que se proyecta la dinámica societal contemporánea, qué
clase de comunidad, que clase de sociedad somos ante esa oquedad doliente (Aguirre,
2016). Habrá que hacer eco a la inquietud de Appadurai (2017) y sumergirse en el núcleo
de la obscuridad para lograr construir una mirada otra y enfrentar digna y solidariamente la
situación actual. Será necesario tomar en cuenta la provocación de Saskia Sassen (2015) de
deconstruir las categorías familiares de análisis y detectar las tendencias subterráneas para
elucidar cómo gestionarlas. Este trabajo es un intento y una búsqueda con esa orientación.
Hemos evitado ser prescriptivos porque los atisbos de otros horizontes posibles, la
emergencia de nuevas socialidades y prácticas que en el texto hemo esbozado, no permiten
hacerlo. Y se corre el riesgo de seguir ocultando las entrañas de las rupturas que vive la
humanidad y que nos interpelan cognitiva, emocional y prácticamente.
Ante el horror y la incertidumbre, las miradas y las herramientas analíticas que
hemos propuesto, pueden ser útiles para detectar los huecos benéficos de los
Desgarramientos Civilizatorios, y potenciar la construcción de “presentes dignos”
(Sánchez, 2016) y de peregrinajes solidarios a contra corriente sin dejar de luchar por
ampliar constantemente los espacios humanizantes.

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56

Las violencias y sus ejes subterráneos

Fuerza de trabajo excedente y destrucción corporal: una nueva


morfología de la violencia en México
Antonio Fuentes Díaz

Del Estado como actor central de la violencia a la pluralidad de actores

Los estudios sobre la violencia en América Latina desde la década del 2010 han sostenido
que los escenarios en los que esta se producía han tenido modificaciones sustanciales. En
este capítulo se retoman estas aproximaciones analíticas para caracterizar a la violencia en
México como parte de una nueva morfología de la violencia que aún debe profundizarse.
57

En este apartado se sostiene que estamos experimentando un tipo de violencia 22 que puede
diferenciarse, en cuanto a sus actores, estrategias y objetivos, de aquella utilizada durante
los periodos de dictaduras militares y gobiernos autoritarios.
El argumento a desarrollar hace énfasis en la existencia de una pluralidad de actores
violentos que operan de acuerdo a una lógica de rentabilidad basada en la extracción de
recursos, enmarcando su operatividad en las transformaciones del mundo del trabajo y de la
reproducción ampliada del capitalismo a nivel global. Se propone que este despliegue de
violencia tiene una racionalidad y coordinación descentrada, a partir de inscribirse en un
dispositivo que permite, simultáneamente, tanto extraer recursos económicos por medio de
la fuerza, así como regular los entornos sociales para adecuarlos a dicha extracción.
Para exponer este argumento se discutirá la diferencia en las aproximaciones
analíticas que se hicieron para comprender el ejercicio de la violencia en distintos países
latinoamericanos en el contexto de la Guerra Fría, del fenómeno de violencia actual.
Coincido en la propuesta de Tilly (2007), en que la violencia tiene que pensarse vinculada
al tipo de régimen político donde ésta se expresa, al marco de sentido que se disputa a
niveles macro-sociales23 y a las representaciones que se estén jugando en esas contiendas.
Estos factores dotarán de manera particular, la intensidad, escenarios y escala de
integración de acciones violentas, así como activarán un mecanismo relacional orientado
por esos factores, al que Tilly denominó líneas divisorias, es decir, un cambio en las
interacciones sociales en un momento dado, que escinde a un grupo o a una sociedad en dos
bandos: nosotros/ellos; amigo/enemigo. Si bien la consideración de comprender la
violencia respecto al régimen político es muy importante, sostengo que la vinculación al
régimen de acumulación posee una relevancia fundamental, como se verá más adelante.
El periodo de dictaduras militares y gobiernos autoritarios en Centroamérica y
algunos países del Cono Sur, bajo el contexto de la Guerra fría hacia la segunda mitad del
siglo XX, precisó de estudios que comprendieran esa situación. Estos estudios enfocaron
los procesos de represión y persecución de disidencias políticas internas en dichos Estados,
como reacción defensiva en contra de los enemigos internos de la sociedad, identificados

22
Se utiliza el sintagma Violencia en el entendido que alude a una multiplicidad de repertorios de violencia,
cuya expresión fenoménica ha cambiado y diversificado.
23
Refiriéndose a la legitimidad del uso de la violencia, vinculada a las relaciones culturales, políticas y
morales entre distintos grupos de la sociedad civil y el Estado.
58

fundamentalmente de manera ideológica con el comunismo. Las distintas políticas de


confrontación tuvieron su articulación en una comprensión securitaria regional, bajo la
doctrina de Seguridad Nacional. El conjunto de procedimientos utilizados bajo la política
de disuasión contra el enemigo interno, fue agrupado en términos analíticos bajo la
categoría de violencia política. Por este término se entiende a la violencia ejercida tanto
para mantener las jerarquías y los privilegios de las élites locales, como su oposición
impulsada por la percepción de injusticias colectivas, por disputas frente al régimen político
o por confrontar ordenes autoritarios (Koonings, 2012; Schedler, 2018).
Este tipo de violencia tuvo su mayor expresión durante el contexto de la
polarización Este-Oeste, donde la activación primordial de líneas divisorias fue producida,
como se ha mencionado, fundamentalmente por diferencias políticas-ideológicas.
Numerosos estudios se produjeron durante la segunda mitad del siglo XX sobre este tipo de
violencia, que focalizaba al Estado como el actor central, dado el papel de coordinador y
protagonista fundamental en la disuasión de opositores políticos. Entre estos estudios
podemos ubicar la caracterización del Estado como fuente de terror (Figueroa, 2011), en
fenómenos como la desaparición forzada (Calveiro, 2002), los escuadrones de la muerte,
las acciones de contrainsurgencia, los campos de concentración y el genocidio (Feierstein,
2011). Esta violencia proveniente del Estado, se podría considerar, apelando a su ejercicio y
a sus motivaciones por los siguientes rasgos: 1) Era una violencia coordinada por un agente
central - El Estado-; 2) estaba motivada por una confrontación moral / ideológica; 3) era
una violencia que en algunos casos aspiró a conquistar el poder del Estado; 4)
fundamentalmente era una violencia enfocada en la verticalidad del ejercicio de la fuerza,
que argumentaba una defensa social frente a una amenaza inminente – comunismo- y 5) que
oponía a Estado y sociedad civil, en tanto perpetrador y víctima 24, sustentando de esta
manera una antinomia.
Entendiendo la importancia del régimen político en la expresión de la violencia, se
puede entender que una vez abierto el periodo de transiciones democráticas, producto de
luchas políticas que se dieron a partir de las décadas de los años sesentas y ochentas en la

24
La antinomia dibujada conceptualmente entre Estado y Sociedad civil, en tanto perpetrador y víctima, no
debe pensarse bajo la simplificación individualizada de ambas figuras, por el contrario, supone una gama de
actores, tanto víctimas indirectas o potenciales como perpetradores no oficiales.
59

región, se ha observado que la violencia se ejerce bajo patrones distintos, que son
abiertamente menos politizados y cuya orientación es en mayor medida económica,
sostenida bajo un contexto de persistente desigualdad y exclusión social, que activa
repertorios de violencia distintos. De esta manera encontramos una de las nuevas
características del fenómeno, que es su coexistencia con regímenes formalmente
democráticos (Desmond y Goldstein, 2010). Esta característica se convierte en una
constante regional con distintos niveles, pero en general la violencia toma forma en
escenarios de apertura política, participación pública y pluralismo democrático.
A decir de Koonings: “La nueva violencia no apunta a conquistar el poder del
Estado o cambiar o defender un régimen per se […] ocupa los intersticios del frágil y
fragmentado orden legal formal, institucional y político […] evadiendo y socavando la
legitimidad del monopolio de la violencia de estados formalmente democráticos”
(2010:189). Esta nueva violencia ubica a milicias, grupos vigilantes, guerrillas y la
violencia policial, militar y criminal.
En este nuevo patrón de violencia, vinculada a un cambio de régimen político, se
pueden hallar nuevos repertorios y nuevos actores que la usan para objetivos distintos,
principalmente económicos. El distinguir el motivo económico de la violencia, no significa
que los actores se conviertan en actores hiperracionalizados en la obtención de un lucro, sin
considerar otros factores afectivos en su ejecución, sin embargo, su uso para obtener
ventajas materiales es una característica particular, por ejemplo en el caso de la extorsión y
del control territorial vinculado a ella. Algunos rasgos distintivos de este nuevo patrón
serían: 1) el que múltiples actores la cometen, es decir, que no emana exclusivamente de las
fuerzas estatales del orden (legales e ilegales), sino que una pluralidad de fuentes la
generan, entre ellas, segmentos organizados de la sociedad civil; desdibujando de esta
manera la antinomia previa: Estado/Sociedad civil; 2) es una violencia horizontal, la
ejercen ciudadanos contra ciudadanos y en muchos de los casos pobres contra pobres; 3)
supone una forma de la participación en democracia que implica que una variedad de
actores sociales persiguen una variedad de objetivos con métodos y estrategias coercitivas
(Koonings, 2012); 4) es una violencia que se expresa en áreas de indistinción entre lo legal
e ilegal, de ello que algunas caracterizaciones la califiquen como violencia criminal
60

(Schedler, 2018) o violencia delincuencial (Pansters, 2012); 5) es una violencia


espectacular.

La violencia en México: Hacia la transformación securitaria


Un aspecto importante a considerar en términos teóricos, es entender que la violencia no es
exterior a un ordenamiento político, no es una anomalía, sino que es fundante y parte
constituyente y/o destituyente de un nomo (Benjamin, 2007), es decir, que la violencia tiene
un efecto de instauración y conservación, al igual que un impulso de revocación. De esta
manera, la utilización de la violencia o la coerción, se pueden entender dentro del proceso
histórico de formación del Estado y en términos más amplios, en el sostenimiento de un
proceso hegemónico.
Investigaciones históricas sobre la formación del Estado mexicano contemporáneo
(Pansters, 2012; Koonings, 2012; Knight, 2012), argumentan que a partir de la finalización
del conflicto armado de 1910, se han tenido tres escenarios de violencia: 1) Aquella
vinculada con asuntos político- institucionales, como los conflictos electorales; los casos
de conflicto entre el Estado y grupos sociales por el acceso a recursos - agua, tierra,
bosques-; la confrontación con grupos armados, como aconteció durante la persecución
militar contra organizaciones guerrilleras durante los años setenta, conocida como Guerra
sucia. 2) Una violencia económica principalmente dirigida a la obtención de beneficios
basados en la ilegalidad, violencia producida por el incremento de la delincuencia común y
en últimos años por una con mayor organización y capacidad de fuego, y 3) una violencia
social que reproduce relaciones tradicionales de poder, como la violencia de caciques o de
liderazgos locales autoritarios. Cabe destacar que, en todos estos tipos de violencia, ésta se
constituyó en un componente fundamental para construir entornos políticos que
favorecieran la hegemonía del Estado posrevolucionario. Eso le dio al Estado mexicano la
apariencia, durante la segunda mitad del siglo XX, de ser una excepción respecto a la
violencia ideológica y política que se atestiguó en otras regiones de Latinoamérica, dado
que no hubo formalmente periodos de dictaduras militares después del periodo de
confrontación armada de 1910-1917, y refiere a que el régimen posrevolucionario supo
construir un marco de hegemonía donde dirimir las diferencias y generar recompensas, a
través de relaciones clientelares y corporativas, lo que permitió aislar el recurso de la fuerza
61

como forma primordial del ejercicio de gobierno, interviniendo, muchas veces de manera
letal, solamente en zonas y conflictos específicos a nivel local o regional, más que a nivel
nacional. Esta mediación, a la que alguna vez Vargas Llosa se refiriera como Dictadura
perfecta, fue un ejercicio de modulación del gobierno que permitió amplios marcos de
consenso a través de una base de masas amplia: partidos, sindicatos, reparto ejidal, así
como el uso de la coerción de manera focalizada.
Esta mediación hegemónica, que sincronizó el tempo histórico del Estado
benefactor con el Estado posrevolucionario encarnado en el Partido Revolucionario
Institucional, perdió efectividad hacia inicios de la década de los ochenta con el giro
neoliberal y posteriormente con la alternancia política. De ahí que sea importante
incorporar a la comprensión de la nueva morfología de la violencia, además de las
transformaciones de régimen político y su papel inherente en la formación del Estado,
también la transformación del padrón de acumulación global. Siguiendo este argumento, se
puede decir que la implantación del neoliberalismo en México, modificó la antigua forma
de construcción de arreglos, nuevos grupos políticos se posicionaron y el diseño
administrativo del Estado se hizo funcional a la nueva forma de acumulación, a través de
desregulaciones y privatizaciones, reconfigurando la antigua forma de construcción de lo
político y las arenas de conflicto, resquebrajando la forma previa de construcción del
consenso del Estado posrevolucionario, generando nuevos arreglos a través de la coerción.
El final de este periodo se vincula también con el giro hacia el problema de la
seguridad, paradigma central del gobierno neoliberal. De acuerdo con Foucault, la idea del
peligro y de la inseguridad son inherentes al establecimiento del liberalismo y
consecuentemente del neoliberalismo. Funciona como una tecnología que se necesita en
tanto es inherente a su despliegue biopolítico, en ese sentido, “No hay neoliberalismo sin
cultura del peligro” (Foucault, 2007:87).
Políticas de seguridad fueron promovidas hacia la década de los noventa para
combatir la ola delincuencial producida, entre otros factores, por el ajuste estructural del
nuevo modelo económico. Esta transformación securitaria dejó de radicar el énfasis
exclusivamente en el Estado y en la orientación interior-exterior de la Seguridad Nacional,
por el contrario, se orientó al establecimiento de una política de seguridad que tendría otros
procedimientos, otros alcances y otros agentes. La nueva seguridad se diversificó más allá
62

de la seguridad interior, en seguridad pública y seguridad ciudadana, y a nivel externo se


enfocó en ubicar y/o construir nuevas amenazas a la hegemonía global estadounidense. Por
otra parte, éste nuevo patrón de violencia encontró un impulso fundamental en el rediseño
del Estado a través de la delegación de ciertos ámbitos de gestión pública hacia la gestión
privada - corporaciones, asociaciones civiles, oenegés o ciudadanos participativos-, en el
tono de las políticas de privatización y desregulación. La cuestión de la seguridad fue uno
de ellos. En ese marco se puede afirmar que el Estado neoliberal generó nuevas
incumbencias para otros actores sociales respecto a la seguridad, fomentando o tolerando su
participación descentrada.
A decir de De Marinis (2005) el nuevo despliegue de las políticas de seguridad

[sería un] conjunto heterogéneo de intervenciones (tanto de iniciativa estatal, como de procedencia
comunitaria, de agentes de mercado, o una determinada combinación de algunos de estos tipos)
orientados a confrontar una serie, también heterogénea, de individuos, grupos sociales y situaciones
que son percibidos (…) como focos de “inseguridad” para individuos y comunidades, como
alteraciones de una pretendida tranquilidad, como fuentes probables de incertidumbre, como
eventuales suministradores de riesgo. (150)

Estas políticas de seguridad se acoplarían, a partir del 11 de septiembre de 2001, a un


nuevo contexto de seguridad global, fundamentalmente a partir de dos modalidades
caracterizadas bajo nociones bélicas: La guerra antiterrorista y el combate contra el crimen
organizado. Este nuevo escenario de seguridad global, definió nuevas líneas divisorias entre
amigos y enemigos, abandonando la retórica de la amenaza comunista propia de la Guerra
Fría, precisando ahora de la producción del enemigo exterior a través de la peligrosidad y
localización imprecisa de la figura del terrorismo y del enemigo interno bajo la amenaza del
crimen organizado (Calveiro, 2012).
Como ejemplos de estos acoplamientos en el escenario local, se tienen la
militarización de la seguridad pública que coincidió con el Acuerdo de Seguridad y
Prosperidad firmado entre México y los Estados Unidos hacia el 2005, la implementación
de la Iniciativa Mérida en 2007, así como la Guerra contra el Narcotráfico en 2006.

Guerra contra el narcotráfico y violencia soterrada


63

El narcotráfico en México se consolidó como una actividad económica regional importante


en Sinaloa y otros estados del pacífico como corredor de sustancias psicotrópicas hacia los
Estados Unidos, entre 1940 y 1980. Hacia la década de los noventa su forma de operación
cambió debido principalmente a tres factores: 1) el giro del Estado hacia la desregulación
de actividades previamente coordinadas, lo que suspendió su intervención central en la
gestión del legalismo, dejándolo a su autorregulación25; 2) las políticas de libre mercado a
partir de la firma de acuerdos comerciales - el Acuerdo General sobre Aranceles y
Comercio en 1982 y el Tratado de Libre Comercio de América del Norte en 1994- que
favorecieron el tráfico de sustancias ilegales y la transnacionalización del narcotráfico; y 3)
la modificación del artículo 115 de la Constitución Política de México, que proporcionó a
los estados y municipios un mayor control en la administración de recursos federales,
permitiendo el ascenso de grupos locales vinculados con el crimen, a las estructuras
gubernamentales (Valdés, 2013). Este contexto permite distinguir el perfil tradicional del
narcotráfico de su transformación en una corporación global con amplia diversificación de
actividades lucrativas y de alta disposición del uso de la fuerza, adaptándose a las nuevas
formas de competencia en el mercado global. A esta última forma se dirigió la Guerra
contra el narcotráfico.
Hacia finales de 2006 se implementó la política de combate al narcotráfico en la
administración de Felipe Calderón (2006-2012). Política análoga a la War on Drugs
efectuada por el gobierno estadounidense en algunos países de América Latina. Dicha
política implicó el combate hacia las organizaciones de tráfico de narcóticos bajo una
estrategia militar, procurando debilitar el poder de las organizaciones criminales. Esta
acción produjo una alta letalidad, un elevado número de decesos a partir de enfrentamientos
entre estos grupos y las fuerzas del Estado, así como entre los grupos mismos, además de
un número destacado de víctimas colaterales. Un recuento de los homicidios desde su
implementación en 2006 con el gobierno de Felipe Calderón, hasta el fin de la
administración de Enrique Peña (2012-2018) quién dio continuidad de facto a esa política
de seguridad, arroja 269, 153 personas asesinadas en un lapso de 12 años (INEGI, 2017;
25
Durante los años dorados del narcotráfico (1940–1980), la Dirección Federal de Seguridad reguló la
actividad ilegal. Subordinando a las organizaciones de narcotráfico a la DFS a través de concesiones y
participación en las ganancias, solicitando un comportamiento criminal "civilizado" que buscara afectar, lo
menos posible, a las comunidades (Valdés, 2013).
64

Semáforo delictivo, 2018), tendencia que continuó al alza, con 45,466 homicidios dolosos y
feminicidios, durante el 2019, primer año de gobierno de Andrés Manuel López Obrador
(SESNSP, 2019). Asimismo, la Comisión Nacional de Búsqueda de Personas dio a conocer
la cifra de 61, 637 personas desaparecidas desde los años 60 hasta 2019, donde el 97.43%
de estas desapariciones corresponden al periodo 2006- 2019 (CNB, 2020).
Una de las discusiones académicas ha sido el cómo caracterizar esta violencia, sobre
todo por su alta letalidad y las características fenomenológicas que presenta: 1) el ser un
conflicto no entre Estados sino entre grupos armados confrontándose entre sí y contra el
Estado, con miles de pérdidas humanas; 2) por no ser los motivos políticos lo que la
impulsan sino los económicos; 3) por mezclar ámbitos privados y públicos; 4) así como
conexiones locales y transnacionales en su despliegue. En ese sentido se han propuesto al
debate términos como conflicto interno (Zavaleta, 2018), guerra civil (Schedler, 2018),
nueva guerra (Gledhill, 2016) o conflicto armado no-internacional (Lambin, 2017).
Esta violencia evidencia nuevos repertorios de castigo y eliminación. Algunos de
ellos procedentes de la táctica militar contrainsurgente con la que se han confrontado las
organizaciones criminales, dado que muchos de sus integrantes fueron exmilitares de élite 26,
así como aquellos provenientes del uso de violencia letal de parte de las fuerzas del Estado.
Cabe mencionar que algunos de estos métodos fueron utilizados en las dictaduras militares
del Cono Sur o en las actividades de contrainsurgencia contra movimientos guerrilleros.
Esto ha generado la aparición de fenómenos como las ejecuciones, el sicariato, la
desaparición, las fosas clandestinas, los descabezamientos, desmembramientos y
disoluciones corporales en sustancias químicas.
Las investigaciones sobre el tema de la violencia en años recientes se han enfocado
mayoritariamente a entender este periodo, sobre todo por su carácter espectacular y masivo
en la producción de muerte. Esto ha generado una priorización y a la vez un sesgo al
entender a la violencia sólo en términos coyunturales. Si bien es cierto que la violencia de
este periodo debe entenderse atendiendo a la coyuntura, también es patente que existían
fenómenos de violencia en marcha que antecedieron a la Guerra contra el narcotráfico y
que anticipaban algunos de los repertorios de violencia usados posteriormente. Por ejemplo,

26
El caso del grupo Los Zetas es el más documentado, conformado por ex militares pertenecientes a los
Grupos Aerotransportados de Fuerzas Especiales del Ejército Mexicano, como por Kaibiles, grupo de élite
para el combate contrainsurgente del Ejército guatemalteco.
65

desde los años noventa se venía documentando el aumento del delito común urbano, en
actos como robos, asaltos y sobre todo secuestros, entre ellos el secuestro exprés. La
emergencia de grupos armados, que reaccionaban frente a condiciones de inseguridad,
como la Policía Comunitaria de Guerrero (CRAC-PC) surgida en 1995, o bien aquellos que
conformaban nuevas guerrillas como los casos del Ejército Zapatista de Liberación
Nacional en Chiapas en 1994, o el Ejército Popular Revolucionario en Guerrero en 1996.
De igual manera se presentó un incremento de acciones colectivas punitivas como los
linchamientos, que transitaron de expresarse de ámbitos rurales hacia los urbanos y que
desplegaban en su ejecución castigos espectaculares que anticipaban algunas de las
atrocidades que hoy día son cotidianas (Fuentes Díaz, 2006).
Este tipo de violencia fue invisibilizada por la coyuntura, pero tiene que entenderse
que ya estaba presente, sobre todo como reacción a trastocamientos de carácter estructural,
como el cambio en el andamiaje legal y de políticas sociales con la implementación
neoliberal en los años ochenta, que canceló subsidios y precios de garantía al campo 27,
agravada por la crisis de 1994 que provocó la devaluación del peso, altas tasas de interés y
las pérdidas patrimoniales por el incremento de las hipotecas, así como tasas de desempleo
elevadas. No es casual que esos años hayan surgido las guerrillas, y que el año 1996 haya
presentado el mayor número de casos de suicido en dicha década (Merino, Torreblanca y
Torres, 2017). Estos desgarramientos estructurales fueron recrudecidos por el clima de
violencia traído por la Guerra contra el narcotráfico, fracturando la frágil estabilidad y
niveles de convivencia, sumergiendo a vastas zonas del país en un trauma social
(Alexander, 2012) de grandes proporciones y de difícil reversión.

Guerra contra el Narcotráfico y encadenamiento de violencias


La violencia que estaba presente de manera previa se potenció por la coyuntura de la
Guerra contra el narcotráfico, tornándose en una violencia difusa, cotidiana, letal e
incorporada en ciertos sectores como un repertorio de acción legítima. Un caso para
ejemplificar esta incorporación es el de los linchamientos. Estudios sobre este fenómeno de
violencia colectiva en México, donde comunidades o grupos sancionan conductas lesivas a
través de castigos tumultuarios y en algunas ocasiones ritualizados, sin intervención de las

27
Por ejemplo el artículo 27, que sentó las bases de la gran mediación social que dio origen al Estado
posrevolucionario se modificó en los años noventa, permitiendo la venta y renta de tierras ejidales.
66

instituciones de justicia, comenzaron a documentarse a partir de la década del 2000 (Vilas,


2001; Fuentes Díaz y Binford, 2001), debido al incremento de casos y episodios difundidos
en medios que mostraban los ánimos enardecidos de comunidades afectadas por la
inseguridad. Conteos estadísticos realizados para la década de los ochenta (ver Tabla 1),
mostraban la presencia de esta acción colectiva de manera escasa y localizada en las zonas
rurales del sur del país. Para la siguiente década fue notorio un incremento sostenido de
estos eventos, alcanzando un máximo de casos en 1996. En la década del 2000 persistió el
crecimiento de manera sostenida, con la diferencia que el fenómeno se desplazó a las
ciudades del centro y sur del país. El incremento mayor se dio en la década del 2010,
coincidiendo con los indicadores elevados que se reportaron para ese periodo sobre
comisión de delitos y homicidios (INEGI, 2017). En consecuencia, el número de
linchamientos se cuadruplicó respecto a los reportados en la década anterior, dicho ascenso
se corresponde con los años en que se implementó la Guerra contra el narcotráfico. Este
evento demuestra el elevado clima de violencia social y la incorporación de la violencia
colectiva como forma legítima de dirimir diferencias, acción que se establece con distancia
de los procedimientos judiciales. El fenómeno se volvió un repertorio de acción tan común
que se ha normalizado su práctica, el conteo para 2018 arrojó 408 linchamientos de un total
de 1, 885 casos registrados desde la década de los ochenta, esto es, el 21%. Esta acción
colectiva ha sido favorecida por algunas políticas estatales de prevención del delito, como
la organización de comités ciudadanos de vigilancia, lo que ha derivado en su incremento.
Los linchamientos entonces, no refieren a una ausencia del Estado, sino a una concurrente
omisión y connivencia del Estado en su cometido.
67

Tabla 1. Linchamientos en México


agrupados por décadas
1400 1296
1200

1000

800

600

400 338
230
200
31
0
1980-1989 1990-1999 2000-2009 2010-2019

Fuente: Base de datos elaborada por el autor.

En tal sentido se puede sostener que la violencia producida por la Guerra contra el
narcotráfico generó un incremento de violencia social difusa y cotidiana, transformando las
percepciones sobre los entornos en términos de riesgo y las subjetividades mismas, a través
de generar la sensación cotidiana de miedo, la predisposición defensiva frente a la
inseguridad como acción de ciudadanía participativa, la proliferación de encerramientos
tanto urbanos como de asentamientos rurales, el aumento de la seguridad privada y de
sistemas de vigilancia, el uso del sufrimiento como espectáculo y la violencia como
actividad remunerada, todos ellos anclados en los estragos del desgarramiento neoliberal:
desempleo, precarización y aumento de la desigualdad.

Violencia y actores armados no-estatales


Como es de suponer, un cambio en el tipo de violencia implica un cambio de actores. El
caso de los linchamientos permitía observar estos nuevos padrones de violencia, que hacían
ver que ésta se horizontalizaba en su ejercicio, también permitía observar que otros actores
eran los protagonistas, no sólo el Estado, como los segmentos organizados de la sociedad
civil que los utilizaban para regular la inseguridad. En tal sentido es que se puede afirmar
que la Guerra contra el narcotráfico impulsó procesos de violencia que ya estaban gestados,
afirmándolos y extendiéndolos a otros ámbitos, acumulando, encadenando y
reconfigurando violencias previas (Misses, 2008; Auyero y Berti, 2013).
68

Las condiciones dadas por el contexto global de seguridad, las transformaciones por
la liberalización económica, y la pérdida en la legitimidad institucional, sobre todo de las
instituciones de justicia y de seguridad, produjo un desplazamiento hacia otras formas
legítimas del uso de la fuerza más allá del Estado, favoreciendo la proliferación de actores
armados no estatales (Davis, 2011). Por ejemplo, en el contexto internacional, una serie de
estos nuevos actores fueron documentados en las guerras del Golfo (1990-1991 y 2003-
2011) a través de la aparición de compañías militares de seguridad privada, ejércitos
privados de mercenarios y grupos armados que realizaban funciones cercanas a las fuerzas
armadas regulares (Urueña, 2017). En el caso latinoamericano y mexicano, la aparición de
grupos civiles organizados que han utilizado la violencia y la amenaza como base para su
organización colectiva, procurando prevenir abusos a partir de generar control y orden -
vigilantes, paramilitares, autodefensas-, tiene larga procedencia, que se empalma con la
existencia de zonas donde el monopolio de la coerción no fue históricamente una atribución
exclusiva del Estado. En décadas recientes se ha diseminado este tipo de organización en
varias regiones del continente. Buscando generar control securitario frente a la conducta
predatoria del crimen, en los casos de organizaciones defensivas de base comunitaria como
las Rondas campesinas, las policías comunitarias y las organizaciones vecinales. Algunas
de estas formas pueden ser paralegales o ilegales, pero muestran mayor eficacia en generar
control o imponer orden, así como en ofrecer canales de integración social en mayor
medida que el Estado formal.
De esta manera, lo que se tiene en el contexto actual de violencia en México no es
sólo una violencia privada organizada (Schedler, 2018) sino una violencia organizada
donde intervienen múltiples actores no exclusivamente privados, sino una mixtura: actores
estatales como las fuerzas policiales y militares; actores no estatales armados como los
grupos de autodefensa o milicias privadas; segmentos de la sociedad civil organizada frente
a la inseguridad - linchamientos y vigilantismo-, así como actores criminales armados.
Todos ellos, poseen sin embargo alguna relación con el Estado. Coincido con Koonings
(2012) en que esta característica que amalgama actores armados oficiales, extralegales y
criminales conducidos por una racionalidad política económica, configura un escenario
distinto en la historia de la violencia en México.
Cabe mencionar que la violencia tiene un impacto diferenciado en relación al
69

contexto y a la historia local y regional, sobre todo en aquellos territorios donde el Estado
se ha experimentado muchas veces como un área de indistinción entre lo legal y lo ilegal,
como sucedió históricamente en las zonas fronterizas (Knight, 2012). Estas indistinciones
que son inherentes a la formación del Estado (Tilly, 2007; Foucault, 2016), han estado
presentes en distintos periodos de la historia de México, como en el caso de la
conformación de regiones agrícolas cuya economía se basó en el cultivo de sustancias
psicoactivas ilegales, durante las primeras décadas del siglo XX (Knight, 2012).
Sin embargo, hoy día vemos una proliferación de zonas de indistinción legal-ilegal,
más allá de las históricas zonas fronterizas ambiguas, las zonas de indistinción se
encuentran articuladas a procesos de obtención de ganancias basadas en la ilegalidad y
donde se entremezclan con actores estatales legales e ilegales, produciendo zonas grises.
Una hipótesis que se sugiere es que bajo el neoliberalismo estas zonas grises proliferan y se
multiplican a niveles internos, conformando zonas de indistinción legal-ilegal funcionales y
con distintos alcances para las actividades de lucro ilegal, constituyéndose en un ámbito
importante en la construcción de una nueva regulación social, similar a lo que Mezzadra y
Neilson (2013) han denominado gubernamentalidad de frontera.28 Es de resaltar es que
estas zonas grises permiten también la participación de actores no estatales que realizan
efectos de regulación y control social, efectos de Estado (Trouillot, 2003), instituyendo
nuevas formas de orden político, y nuevos modos de subjetividad y contestación política
(Desmond y Goldstein, 2010).
Esta multiplicidad de actores, hace pertinente replantear los modelos de
comprensión de la violencia, y obliga a superar en términos de precisión metodológica, la
antigua antinomia construida pertinentemente para comprender la violencia política del
periodo de Guerra Fría, la del Estado versus Sociedad civil. Sin negar que el antagonismo
está presente, esta interpretación corre el riesgo de simplificar un fenómeno complejo, al
plantear dos polos absolutos y delimitados de conflicto. Contrariamente, las investigaciones
empíricas (Zavaleta, 2018; Correa, 2018; Treviño; 2018; Paley, 2018) arrojan que la
violencia actual procede de una multiplicidad de fuentes, y con relaciones ambiguas entre
28
Esta noción refiere a un ensamblaje de poderes que exceden al Estado y que movilizan formas soberanas,
disciplinarias y biopolíticas de manera yuxtapuesta, atribuidas a organizaciones intergubernamentales, no
gubernamentales o internacionales, pero también a formas de regulación infra-estatal.
70

legalidad e ilegalidad, que escapan de ser reducidas bajo el modelo de la antinomia. En ese
sentido se debe avanzar en proponer nuevos esquemas de comprensión que indaguen en la
particularidad del fenómeno de hoy día. Una discusión anexa, a partir de la información
empírica disponible, debe de poner en cuestionamiento la idea que el Estado sea el actor
único que centraliza, coordina y dirige toda la violencia que se experimenta socialmente,
sin eximir al Estado en tanto depositario de la legitimidad del monopolio de la fuerza, de
sus responsabilidades en la violencia letal extralegal. Se precisa también de mayores
investigaciones etnográficas en los contextos locales y regionales que permitan percibir las
tramas íntimas en las que la violencia se teje, que complementen con mayor detalle las
proyecciones de los análisis macro-sociales fundamentados a escala nacional.

Violencia y Dispositivo de extracción y regulación de la excedencia

De esta manera, como se ha mencionado, la propuesta es pensar la violencia actual en


México como interrelaciones y encadenamientos, superando la antinomia Estado/Sociedad
en el análisis, y la idea del Estado como actor central en la coordinación de la violencia.
Desplazándose hacia una comprensión de la violencia producida por múltiples actores,
privados y públicos, legales e ilegales, que la ejercen de manera horizontal y/o vertical, que
producen orden y regulación social, cuyo objetivo fundamental es generar recursos
económicos. Para profundizar en ello se enfatizarán, a manera de ejemplo, dos facetas de la
violencia generadas por la Guerra contra el narcotráfico. Por un lado, los procedimientos
diversificados con los que se generan ganancias más allá del narcotráfico, en los que se
utiliza la violencia para su obtención. Por el otro, los recursos humanos con que se
conforman las empresas criminales.
En los últimos años se ha observado un uso de la violencia, de parte de las
organizaciones criminales, para obtener ganancias a partir de la diversificación de sus
actividades lucrativas. Esta diversificación fue una estrategia económica debido al
menoscabo que tuvieron a partir de su confrontación con las fuerzas del Estado, así como
por la militarización de la frontera con los Estados Unidos en 2010 (Valdés, 2013) y quizá,
en algún nivel, por la influencia de la disminución o aumento de sustancias ilegales en
términos de oferta y demanda (opiáceos y drogas sintéticas). La diversificación funcionó
como medio para mantener los niveles de lucro por las actividades ilegales, y se basó
71

fundamentalmente en la venta de hidrocarburos ilegalmente extraídos, extorsiones,


secuestros - en el caso de los migrantes retenidos para trabajo forzado- y apropiaciones
mediante la fuerza, de circuitos de comercialización de productos agrícolas, minerales o
madera, entre otros. Ejemplos de extorsión se tienen en diversos lugares del país, donde se
grava, bajo amenazas y violencia, casi toda actividad comercial. De acuerdo a informes de
la Confederación de Cámaras Nacionales de Comercio, Servicios y Turismo
(CONCANACO, 2015) y del Banco de México (2019), la extorsión a comercios y servicios
ha ido en aumento desde 2015. La voracidad de esta forma se ha documentado en casos
inusitados como la extorsión a tortillerías y carnicerías en Guanajuato durante 2019 (Sin
Embargo, 2019).
En mis investigaciones realizadas en Michoacán a partir del surgimiento del
movimiento de autodefensas emergido a inicios del 2013 (Fuentes Díaz, 2015), pude
constatar que uno de los motivos para la conformación de grupos armados defensivos que
se confrontaron con los grupos criminales fue la percepción de la extorsión como algo
intolerable. En Michoacán desde Los Zetas hasta Los Caballeros Templarios la impusieron
presentada en términos de pago por seguridad o derecho de piso. En entrevistas realizadas
en la Tenencia de Felipe Carrillo Puerto, Michoacán, conocida como La Ruana, en 2014,
pude corroborar que el pago de esta cuota no tenía mayor problema para los habitantes
locales, dado que estaba asimilada como pago por un servicio, pero fue la extralimitación
en el cobro de la exacción extorsiva, así como los asesinatos y la violencia sexual ejercida
por no cubrirla, lo que rompió la tolerancia hacia su colecta y en general fracturó la
reciprocidad sostenida durante décadas entre criminalidad y comunidades a nivel regional,
recomponiendo las relaciones de poder entre grupos locales y modificando los acuerdos de
operación del ilegalismo con el Estado, es decir, reconfigurando también las zonas grises.
La exacción extorsiva, o derecho de piso, les permitió a los grupos criminales, bajo
pena de muerte o lesiones, allegarse recursos al mismo tiempo que hacerse del control
territorial, lo que garantizaba la cuota de manera más eficaz que el cobro fiscal del Estado.
Instaurando en varias regiones una economía política de la extorsión. La extorsión permite
la apropiación de ganancias sin que quien la extrae - los grupos criminales, en este caso-
haya invertido en el ciclo productivo que apropia, por lo cual la extorsión toma la forma de
72

renta extractiva29. La renta se ha convertido en un componente importante en la


acumulación de capital tanto en el proceso de desposesión como en el de explotación del
trabajo, volviéndose un componente central en la acumulación de capital procedente de
actividades criminales. Ahora bien, la extorsión ha sido un fenómeno pretérito en México,
articulado en la organización clientelar del antiguo régimen priista. En algunas regiones
rurales de Guerrero, que han sostenido la extorsión como un hecho normal, equiparan el
pago de impuestos fiscales como un pago de derecho de piso al Estado. El símil no es poca
cosa, dado que alude a las históricas zonas de ambigüedad entre criminalidad y Estado. (D.
Fini, comunicación personal, 6 de junio, 2019).
La segunda forma de la violencia que se quiere detallar, se refiere a los recursos
humanos que utilizan las empresas criminales. Esta disponibilidad de fuerza de trabajo está
favorecida por el contexto de desigualdad condicionado por el modelo económico, que ha
concentrado ingresos a la vez que expulsado de oportunidades de ascenso social a
población joven, que puede ser comprendida como fuerza de trabajo excedente.
El Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL)
estimó para 2008, que un 42.9% de los jóvenes entre 12 a 29 años de edad, formaban parte
de ese segmento etario que se encontraban en condiciones de pobreza, mientras que
únicamente el 18.4% era considerado como no pobre y no vulnerable; en números
absolutos la cifra era de 15.7 millones de adolescentes y jóvenes en pobreza. Diez años más
tarde, en el 2018, el CONEVAL estimó que el 42.4% de quienes tenían entre 12 y 29 años
de edad se encontraban en condiciones de pobreza, más un 38% que eran vulnerables por
carencia social o por ingresos; en números absolutos las cifras fueron de: 16.2 millones de
adolescentes y jóvenes pobres, una escasa movilidad (CONEVAL, 2019).
De acuerdo con algunas investigaciones, se han establecido condiciones favorables
para que en ciertos lugares del país, muchos jóvenes pobres provenientes de familias en
condiciones precarias, se vinculen a la delincuencia organizada a temprana edad. La
Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH, 2017) ha documentado la
incorporación de jóvenes a estos grupos delictivos entre los 12 y 14 años, destacando la
oportunidad para enrolarlos a partir de sus circunstancias de vulnerabilidad.
29
De acuerdo con Weber: “En una economía de cambio es el esfuerzo por la obtención de una renta
(Einkommen) el inevitable motivo último de toda acción económica… [que puede tomar las formas de:] 3.
ganancias de botín; 4. ganancias provenientes de dominación, exacciones, cohecho, arriendo de tributos y
otras semejantes, derivadas de la apropiación de derechos de mando (Gewaltrechte).” (2014: 331)
73

Si bien la incorporación de los jóvenes vulnerables a alguna actividad criminal no es


determinante causal y no se constituye como la única opción para obtener un ingreso, como
lo ha documentado García (2019b), sí es aquella que les permite un consumo suntuario de
manera acuciosa. Produciendo subjetividades deseantes de marcadores de estatus por
consumo, que en contextos de desigualdad, hace asequible que la violencia se convierta en
un medio para su satisfacción, en un trabajo. Un ejemplo extremo del trabajo de la
violencia sería el sicariato, donde la experiencia del goce sin restricciones estructurales se
intensifica, dado que el tiempo de disfrute puede ser mínimo. Como lo señalan los
testimonios recabados en las investigaciones de Elena Azaola y Karina García:

Comencé vendiendo drogas y hacía trabajos por la derecha, al principio lo hice para ganar más lana, …
Después me fui ganando la confianza del jefe pues comencé ganando cinco mil y llegué a ganar hasta
30 mil o más a la quincena” (Azaloa, 2017). “Mi meta era disfrutar cada día como si fuera el último.
No escatimaba en nada. Me compraba las mejores trocas (camionetas), los mejores vinos y tenía las
mejores mujeres (Jaime). (García, 2019b).

Estos ejemplos fundamentan una comprensión de la violencia que considera nuevas


formas, superando la antinomia y la coordinación estatal exclusiva. En ese sentido cabe
preguntarse qué es entonces lo que nuclea las interrelaciones y encadenamientos de la
violencia ¿Qué organiza esa violencia múltiple?
En base a mis investigaciones y a otros estudios etnográficos (Correa, 2018, Treviño;
2018; Paley, 2018; Zavaleta, 2018), se propone que la violencia emana de múltiples
fuentes, incluyendo al Estado, generando efectos eficaces, pero sin ser producto de una
coordinación central. La eficacia de estas violencias es que todas ellas son coordinadas por
una misma lógica, la lógica de extracción.
Esta lógica de extracción se instala en los procesos anteriormente mencionados de
neoliberalización, reconfiguración del Estado y transnacionalización del crimen organizado.
Esta lógica se puede detectar en dos sentidos: en cuanto a la extracción económica que
realiza y la regulación social que genera. La extracción se utiliza para la obtención de
beneficios materiales - como en el caso de las extorsiones-, o para generar entornos aptos
para la rentabilidad de las actividades ilegales -como en los desplazamientos forzados para
apropiarse de recursos-, o bien apoderarse de los circuitos de comercialización de productos
74

diversos -como lo hicieron los Caballeros Templarios en Michoacán respecto a los cítricos-
(Fuentes Díaz, 2018). La extracción también precisa de regulación, para establecer un
dominio territorial que permita continuar con la apropiación de rentas. De esta manera la
violencia utiliza la regulación para establecer territorios paralegales u órdenes criminal-
legales - zonas grises-, administrando vida y muerte de acuerdo con esos objetivos. Esta
violencia generada en la regulación criminal no está exenta de resistencias. En algunas
zonas del país han irrumpido organizaciones defensivas armadas en contra de la extorsión
predatoria y el orden criminal que impone. En ese sentido, la organización defensiva busca
poner freno a la regulación extorsiva generando nuevo control social en entornos
criminales, al hacerlo, establece también nuevas regulaciones securitarias sobre el territorio.
Ambas regulaciones, la criminal y la defensiva, desafían y /o complementan el monopolio
estatal legítimo de la violencia, generando una nueva gubernamentalidad por actores no
estatales.
Para entender cómo esta lógica de extracción opera, en tanto permite entender cómo
se genera un emplazamiento que atraviesa prácticas determinadas otorgándoles un marco
de sentido sin precisar de una coordinación central, es de utilidad heurística la noción de
dispositivo. Para Foucault (1994), un dispositivo está constituido por un conjunto
heterogéneo de relaciones de poder y saber, de emplazamientos estratégicos, de
procedimientos, de discursos y ordenamientos de mecanismos sociales que no emanan de
una fuente exclusiva. Agamben (2015), continuando las reflexiones de Foucault sobre el
término, lo entiende como “la capacidad de capturar, orientar, determinar, interceptar,
modelar, controlar y asegurar los gestos, las conductas, las opiniones y los discursos de los
seres vivos” (23). A partir de estas ideas, en este capítulo se propone que la violencia
actual en México actúa dentro de un dispositivo de extracción y regulación de la
excedencia. Un dispositivo que genera ingreso -en cuanto extrae recursos-, gobierno -en
tanto genera regulación a través de la violencia- y que produce una subjetividad específica.
Toda la multiplicidad de actores que ejercen algún tipo de violencia, abreva de este
dispositivo, donde el componente de extracción económica – renta- es central.
Ahora bien, la extracción tiene una larga trayectoria en el proceso de acumulación
capitalista, - sobre todo si se refiere al procesamiento de materias primas (extractivismo) -,
pero en los últimos años se ha observado una tendencia hacia operaciones extractivas del
75

capital en un sentido ampliado que impacta otros dominios como en la tecnología, las
plataformas virtuales de información y la minería de datos (Mezzadra y Nielson, 2017),
donde se ponen en marcha formas y prácticas de cooperación y socialidad humana que son
externas a esos procesos y de las cuales éstos se apropian en la obtención de valor. En
muchos casos de valorización y acumulación capitalista, las ganancias toman cada vez más
la forma de renta, precisamente debido a su dependencia de recursos que no son intrínsecos
a la rotación del capital, como sucede, por ejemplo, en la extracción de renta de las
operaciones criminales. Esta forma de valorización extractiva, se encuentra en relación con
el declive del trabajo productivo.
El declive global del trabajo asalariado como actividad productiva en las últimas
cuatro décadas fue posibilitado tanto por el reemplazo tecnológico de las actividades
manuales, como por la articulación de formas no productivas de reproducción del capital
que incluye la reproducción ficticia del capital a través de sus propios instrumentos
financieros: hipotecas y deuda, entre otros; implicando el relevo de otras formas en la
generación de ganancia y valor, entre ellas la extracción de renta. Por otro lado, este
proceso se vincula a nivel global a través de una reestructuración sistémica del capitalismo
que ha marcado un avance hacia mercados no tutelados, en donde se producen formas de
empleo intermitente, temporal, flexible, desocupación permanente, precarización de
ingresos y derechos. Que arroja a amplios sectores a vivir en los márgenes de la vida digna.
Este fenómeno, ha sido visibilizado desde distintas perspectivas, como serían la óptica de la
súper población relativa (Marx, 2009), la desechabilidad (Roseberry, 1997), de la
superfluidad (Bauman, 2005), la excedencia (De Giorgi, 2006) o la expulsión (Sassen,
2015).
Este declive de la “sociedad salarial”, impactó también al trabajo no asalariado. Por
ejemplo, en el caso del campesinado en México, el retiro de la tutela estatal de los precios
de garantía de los insumos agrícolas, como política de liberalización económica, precarizó a
este sector de trabajadores no asalariados, al hacerlo competir en desigualdad de
circunstancias frente a corporaciones agrícolas transnacionales. A la vez esta
transformación también aumentó la sobreexplotación del trabajo agrícola asalariado, como
sucedió en el caso de los jornaleros (Flores, 2015). De esta manera se entiende que el
desplazamiento hacia la acumulación no productiva del capital ha impactado a todos los
76

sectores vinculados en algún nivel con la empresa capitalista, sean asalariados o no,
sobreexplotándolos o despojándolos.
El declive de la sociedad salarial produce entonces un excedente de la fuerza de trabajo que
no necesariamente se media por salario, lo que evidencia un quiebre en la mediación
keynesiana que constituyó el nexo entre ingreso salarial y ciudadanía (Negri, 1985; De
Giorgi, 2006). Siguiendo este razonamiento se puede entender que el declive del trabajo
asalariado, implica un declive de la ciudadanía, o su inclusión diferencial, 30 conformando
las bases materiales para la pérdida de derechos sociales, entre ellos la garantía de un
empleo formal para aquella fuerza de trabajo excedente. Fuerza de trabajo que, al no
mediarse por salario, tampoco lo hará a través del disciplinamiento, lo que permite entender
el surgimiento del control (Deleuze, 2014)31 y el consenso por la seguridad como correlato.
Ambos van a regular de forma negativa a la fuerza de trabajo, minando su potencia y
administrando su excedencia. Este proceso es interesante sobre todo para entender la
segunda forma de la violencia que se destacó, la de los recursos humanos en la criminalidad
y la subjetividad que se produce.
Entonces se puede entender que el declive del trabajo a nivel global ha posibilitado
formas alternativas de acumulación de capital a través de vías no productivas, entre ellas la
extracción ampliada, y que esto a su vez ha propiciado el declive del nexo ciudadano en
tanto era funcional a la mediación por salario. Ambos fenómenos los vemos operando en la
lógica del dispositivo de extracción y regulación de la excedencia.

30
La inclusión diferencial refiere a la tensión entre la ciudadanía como estatus jurídico y una multiplicidad de
prácticas flexibles de ciudadanía de sujetos políticos “desautorizados pero reconocidos” (Sassen, 2015), los
diferentes de la ciudadanía, como por ejemplo, los migrantes ilegales.
31
La transformación de un régimen a otro ha implicado otras modificaciones en la mediación del trabajo, de
su disciplinamiento a su control. La mediación fordista requirió la consolidación de la subjetivación
disciplinaria del trabajo, un mecanismo interior a la relación que formaba hábitos y rectificaba consciencias
(normalización), hoy día, con las transformaciones en el mundo del trabajo, la mediación tiende a hacerse
exterior, a través del control, donde participan múltiples actores y esquemas de encausamiento del orden que
permita la extracción de valor (Fraser, 2003). En ese sentido es que la relación entre la acumulación de capital
y el trabajo se orientará hacia expresiones acentuadas de utilización de la fuerza, y a través de medidas
tecnológicas de regulación de las poblaciones expulsadas a través de una serie de mecanismos de
emplazamiento, a los que Deleuze se refirió como modulación.
77

Fuerza de trabajo excedente y destrucción corporal


Se ha señalado en la primera sección de este capítulo, que la violencia tiene que ser
entendida en términos del régimen político donde se despliega, pero también respecto al
régimen de acumulación de capital que la atraviesa. En ese sentido es que el contexto de
violencia actual abreva, además de las particularidades del escenario político, de una serie
de procesos globales producidos por la acumulación de capital que se relanza en formas no
productivas del trabajo.
Es importante considerar que, en el modelo actual de acumulación, el desempleo se
conforma en una dimensión estructural, por lo que un tema de interés como política
gubernamental global sea el gobierno de la excedencia y un tema de gestión global sea su
rentabilidad en dichas condiciones. Esta excedencia está constituida por los sectores que
quedan en situación de población superflua respecto a los mercados formales de trabajo y
de aquellos cuyos salarios se precarizan.
Desde el punto de vista del trabajador, la situación de excedencia lo coloca en un
estatus de precariedad de su propia vida. De tal manera que se puede sugerir que las
discusiones que han colocado la cuestión de la precariedad de la vida o nuda vida (Butler,
2006), (Agamben, 2013), (Mbembe, 2003), se deben entender en vinculación con el declive
del trabajo, que tendrá manifestaciones locales de acuerdo a la historia de las mediaciones
políticas y a los procesos situados de acumulación que se establezcan. Para el caso de
sociedades históricamente desiguales, es de mayor gravedad. La exclusión del empleo o la
precarización del mismo, ha conformado la percepción que aquellos que caen en esta
situación de manera permanente se desvalorizan socialmente, vidas que se van
paulatinamente haciendo prescindibles. Advertir esto es relevante, para entender la
conformación de la fuerza de trabajo excedente que se incorpora a las actividades
criminales y que se vincula directamente con la violencia.
De acuerdo a la investigación de García (2019), el discurso de las organizaciones
criminales supone que sus trabajadores son ocasionales, lo que lleva a una alta rotación de
personal y a una necesidad de reposición constante a través del reclutamiento, dado que son
considerados desechables:
78

Sabíamos que nuestra base [vendedores callejeros] no era confiable y que la mayoría de nuestros
sicarios acabarían tarde o temprano en la cárcel o muertos a tiros (anónimo)”. Los trabajadores
ocasionales, aquellos que no son parte de la 'nómina', se supone que son desechables… (11)

El estatus de desechabilidad de estos trabajadores, caso extremo en la informalidad de


la empresa criminal, lo podemos encontrar en el diseño mismo de la excedencia, bajo la
misma lógica de la organización del trabajo flexible (Harvey, 2012), como en los casos de
la rotación, el outsourcing, el just in time y en la deslocalización. El trabajador excedente de
estas empresas criminales, - como en las no criminales- recrea la versión contemporánea de
la acumulación primitiva de capital, una acumulación predatoria (Bourgois, 2015), dado
que son quienes asumen el costo de la Guerra contra el narcotráfico (encarcelamientos,
muerte, mutilaciones, desmembramientos o adicciones).
Ahora bien, en este nivel de la excedencia que raya en la desechabilidad, la fuerza de
trabajo genera valor a través de su destrucción. Genera valor que es apropiado por una serie
de instancias32, en mayor medida para aquellas empresas vinculadas a la economía ilegal y
a su blanqueo, desde las organizaciones criminales transnacionales, que se involucran en
zonas de indistinción con actores legales oficiales, hasta el sistema financiero internacional
que lava dinero de procedencia ilícita. Conformando así una cadena de acumulación
criminal de capital, cuya base es la sobreexplotación de esta fuerza de trabajo excedente. En
toda esta cadena de extracción de valor, muchos ganan con la muerte. Un caso extremo de
esta lógica en acción es el tráfico de órganos. En este “negocio”, el órgano puede alcanzar
un mayor precio en el mercado negro, que la venta de la fuerza de trabajo del cuerpo
unitario en el mercado formal. En la sociedad posfordista y postdisciplinaria, la muerte
también valoriza, sentando las bases materiales para la destrucción de la unicidad del
cuerpo bajo una lógica de rentabilidad.
Esta es una de las dimensiones más importantes del dispositivo de extracción y
regulación de la excedencia, que permite ver cómo se articula en la lógica de la
acumulación de capital. De esta manera, la violencia se debe entender como una
32
Dado que es la forma de la organización del trabajo la que extrae valor, la empresa contemporánea opera de
esa manera. Una de las hipótesis para entender el tema de los feminicidios, durante el auge de las
maquiladoras en los años noventa en Ciudad Juárez, sostiene que los segmentos de trabajadoras ante las
condiciones de trabajo temporal, fueron vistas por los empleadores como fuerza de trabajo residual, por tanto,
no capacitables. Esto fue reforzando el consenso a nivel de las empresas locales, que el trabajo femenino era
inferior y que las trabajadoras mismas en cuanto sujetos de derechos eran prescindibles, a tal grado de
volverse asesinables. Véase (Wright, 2006)
79

herramienta para la extracción de valor (en la sobrexplotación del trabajo excedente) y de


renta (en la apropiación de cooperación social que no organiza), favorecida en entornos con
declive del trabajo productivo.

Atrocidad y Desubjetivación
El escenario aludido, le va a procurar las características de atrocidad y espectacularidad a la
violencia, que se pueden observar a partir del marcaje y destrucción del cuerpo en las
ejecuciones de los grupos criminales y en los ajusticiamientos populares. Esas acciones se
pueden concebir como resultantes de una perdida de valor del cuerpo en el contexto de
declive del trabajo. El embate al cuerpo, su marcaje, su lesión y su destrucción, abrevan del
carácter precario del trabajador excedente, que acompaña la producción de la superfluidad
en el neoliberalismo.
La desvalorización de la fuerza de trabajo, tiene su momento de abstracción en las
ejecuciones de esta violencia difusa. Una ejecución, somete al implicado a la pena capital, a
cumplir una sentencia, desplegando una semántica, - escenografía y mensajes-, y una
racionalidad en tanto trabajo de la violencia, lo que produce sujetos inermes y vulnerables.
Pero va más allá, no sólo se trata de matar, sino destruir la unicidad del cuerpo, ofender su
dignidad más allá del simple morir. En castigos como las incineraciones corporales de los
linchamientos; en las ejecuciones de los grupos criminales como decapitaciones y
desmembramientos, donde los cuerpos supliciados son arrojados en baldíos o fosas
clandestinas como si fueran basura - estatus de desechabilidad-; o de manera pasmosa, en
las disoluciones corporales en sustancias químicas para no dejar huella; estamos en
presencia de la destrucción de la unicidad del cuerpo, de un crimen ontológico inmirable
(Cavarero, 2009) que objetiva la desvalorización abstracta de la fuerza de trabajo
excedente, en donde el que mata se ha deshumanizado.
En este sentido, la subjetividad que se produce en el dispositivo de extracción es en
realidad una desubjetivación, una falta de sentido que se observa en el horror producido; en
las formas de dar muerte, en la desensibilización que muestra, en el goce que produce. El
dispositivo de extracción y regulación de la excedencia, a diferencia de otros dispositivos
como el disciplinario y el de prisión, no busca generar una subjetividad que se enmarque en
el fortalecimiento de la fuerza de trabajo y en su encausamiento legal-moral. Sino que echa
80

mano de una forma diluida de la subjetividad que se corresponde con las condiciones
contextuales, en el amplio marco del declive del trabajo productivo: la subjetividad en la
expulsión. A decir de Agamben: “Lo que define los dispositivos que encontramos en la fase
actual del capitalismo es que éstos no actúan a través de la producción de un sujeto sino a
través de procesos de podemos llamar de desubjetivación” (2015:30). El trabajo de la
violencia y sus circunstancias de viabilidad parecen indicar la operación de esa figura.
Desubjetivación que expresa el declive de mediaciones ciudadanas, disciplinarias y
políticas, así como de interiorizaciones legales -sin que dicho declive constituya una
subjetividad rebelde-. La desubjetivación indica la pérdida de la legitimidad de la polis y
sus instituciones, evidenciando la inoperancia de su ficción funcional 33, pero también indica
la adopción de estrategias para encarar las nuevas circunstancias del declive del trabajo de
maneras abyectas, como la racionalidad económica del trabajo de la violencia.
En circunstancias en donde ha ocurrido un declive de la norma, donde la legalidad
ha perdido vigencia, donde se ha dislocado la legitimidad entre el campo político y el
social, el cuerpo se vuelve el bastidor donde inscribir la imposición del orden y control a
partir de la atrocidad visible (Segato, 2013), como una excepción ejemplar (Agamben,
2013). Donde múltiples actores intentan regular dichas condiciones a través del cuerpo de
los enemigos reales o figurados. La desubjetivación genera gobierno.

Reflexiones finales

Se ha planteado que la violencia actual en México, a partir de la Guerra contra con el


narcotráfico, presenta características distintas a otros periodos, por ejemplo, el de ser una
violencia en regímenes democráticos formales y poseer una multiplicidad de actores que se
concitan en su uso para una serie de objetivos, fundamentalmente económicos,
encadenando violencias previas. En este nuevo patrón, no es el Estado el actor central, ni la
racionalidad que coordina estas violencias, sino una pluralidad de actores, privados y
33
La idea de ficción funcional se refiere a que las mediaciones legales y ciudadanas, se erigieron en una
composición articulada bajo la estructura de la forma mercancía, adoptando su contenido lógico y relacional
de acuerdo al intercambio de estas en el mercado capitalista. De esta manera, ciudadano y orden jurídico
funcionaron como abstracciones de la forma mercancía bajo la apariencia de relaciones igualitarias entre
individuos libres. En las actuales condiciones, éste marco ficticio ha dejado de funcionar o funciona
parcialmente, haciendo que su funcionalidad ficticia se resquebraje, fracturando su legitimidad.
81

públicos, legales e ilegales, incluido el Estado en todos los niveles de gobierno, que al
utilizarla abrevan de una lógica de rentabilidad, un sentido práctico que impacta diferentes
órdenes.
Este sentido práctico está signado por una racionalidad de lucro, un trabajo -
rutinario- de la violencia, una estructura de in-sensibilidad y una desubjetivación
postdisciplinaria, a la que se ha denominado dispositivo de extracción y regulación de la
excedencia. Este dispositivo es posibilitado por el contexto situado de la
transnacionalización del crimen organizado - su conversión en una empresa neoliberal-; por
la fractura de un orden ilegal-legítimo, sustentado en las reciprocidades entre comunidades
y narcotráfico a nivel regional; y por el quebranto de la legitimidad de las instituciones
estatales.
El dispositivo se enmarca en la lógica de la acumulación de capital, basada
principalmente en su reproducción ficticia y el declive del trabajo productivo, y tiene su
articulación situada a nivel del país, de acuerdo a la historia de la construcción política y
social del Estado y de la gestión neoliberal iniciada en los años ochenta. De esta manera la
violencia articulada en el dispositivo de extracción y regulación de la excedencia conjunta
una serie de factores en su despliegue: Factores históricos - múltiples legitimidades del uso
de la violencia más allá del Estado, zonas ambiguas legalidad-ilegalidad-, estructurales -
desempleo, precarización y desigualdad-, coyunturales - participación ciudadana,
emprendedurismo, seguritización y criminalidad-, geopolíticos - disputa por la hegemonía
global entre los Estados Unidos y otras potencias-, entre otros.

De esta manera el dispositivo de extracción y regulación, permite generar ganancia


a partir de dos vías, al menos. Por un lado, sobreexplotando el trabajo excedente – incluso
con su muerte- y por el otro, extrayendo recursos a los sujetos de extorsión. Ambos
momentos relanzan la acumulación de capital a partir de su lógica predatoria.
En las contexturas de poder regional, la violencia actual nos habla de una
recomposición hegemónica donde prima la coerción y las disputas territoriales en la
imposición de orden, regulación social y extracción económica.
Nos da pie a plantear su ejercicio como parte de una nueva forma estatal.
82

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88

Representaciones de la violencia extrema en la literatura

José Sánchez Carbó

Introducción

En este texto reflexionaremos sobre las representaciones de la violencia extrema en la


literatura latinoamericana. Para tal propósito, partimos, como en muchos textos críticos que
analizan la relación de la violencia con la literatura, de la desazón de Theodor Adorno sobre
el sinsentido de la poesía después de conocerse los horrores industriales de los campos de
exterminio alemanes; posición que reformularía posteriormente en su Teoría estética (2004
[1970]) al postular al arte como la única forma de acercarse a tales hechos inconcebibles.
Dicha sentencia lejos de desestimar la creación literaria ha dado pie a la polémica en torno
al papel de la poesía y de la literatura, de su posibilidad o imposibilidad de representar esa
realidad, así como de la pertinencia de artistas, escritores e intelectuales “ante la vorágine
de la violencia contemporánea” (Aguirre, 2016, p. 38). Desde entonces, conforme hemos
ido descubriendo en todo el orbe más casos de exterminio masivo y violencia extrema, se
debate sobre el papel de los intelectuales ante la violenta realidad que les interpela, cuando
no los anula o lastima.
El concepto de violencia extrema fue creado hace apenas unos años para tratar de
comprender las “manifestaciones anormales de la violencia” (Semelin, 2002, p. 3) que se
agudizaron en las últimas décadas. A principios del siglo XXI, se definió como una
expresión de la violencia caracterizada por su dimensión cualitativa, dado el grado de
crueldad cometida, así como por la dimensión cuantitativa, determinada por el número de
seres humanos afectados o aniquilados. La violencia extrema, “cualquiera que sea el grado
de su desmesura […], se piensa como la expresión prototípica de la negación de toda
humanidad, ya que quienes son víctimas de ella suelen ser ‘animalizados’ o ‘cosificados’
antes de ser aniquilados” (Semelin, 2002, p. 3). Este vocablo ha sido empleado por
especialistas para designar fenómenos tan diversos como actos terroristas, torturas,
persecuciones de grupos étnicos, genocidios y masacres. Jacques Semelin distingue el
89

término de otros correlativos como “la violencia de un sistema político” de Hannah Arendt
y la “violencia estructural” de Johan Galtung (Semelin, 2002, p. 2).
Abordar las representaciones literarias de la violencia extrema y la pertinencia de
los escritores ante tales contextos, conlleva fijar la mirada en las relaciones entre la
literatura y la violencia desde lo estético, cultural, político y económico. Esto implica
pensar sobre la influencia o determinación que la violencia homicida ha tenido, en
principio, sobre el escritor o el lector, pero también sobre el sistema literario, esto es tanto
al conjunto de agentes, elementos e instituciones vinculados (obras, editores, lectores,
mercado), como a los elementos relacionados con el hecho literario como lo serían los
repertorios que regulan tanto la producción como el consumo literario (los estilos o los
modelos existentes en determinadas épocas). Esta intención metodológica conlleva
considerar que el sistema y las representaciones literarias de la violencia extrema contra
personas indefensas no terminan en el consumo, la lectura, sino habría que ponderar el
impacto del discurso literario en otros sistemas sociales, políticos e incluso económicos de
las sociedades. Esta es la idea del sistema literario simplificado que delinea Horacio
Castellanos Moya en Insensatez (2004) cuando se pregunta si tiene sentido escribir,
publicar o leer otra novela sobre indígenas asesinados.
Al hablar de las representaciones literarias de la violencia extrema en el ámbito
latinoamericano, partimos del supuesto de que un escritor, ante una realidad que lo reclama,
parte de un ejercicio ético que será decisivo para narrar o no literariamente un hecho de
violencia extrema y que, sin duda, lleva consigo una intención de impacto social y/o
político. En este sentido, la reflexión ética configurará sustancialmente la estética del texto
y a partir de esta última se definirá la posición política. Asimismo, a través de la propuesta
estética, del texto fundamentalmente, puede reconocerse el pensamiento ético.
Por este motivo, son pertinentes las nociones de campo (Bourdieu, 1995) y de
sistema literario (Even-Zohar, 2007) en las que es relevante el análisis de las relaciones que
mantienen los elementos constitutivos del sistema entre ellos y con otros sistemas sociales.
En esta línea, nos interesan, en particular, las relaciones del escritor con el campo o sistema
social; del escritor con el propio campo literario como con los repertorios que produce y
legitima; y, en otra instancia, la relación del texto con el campo social en el que emerge o es
leído.
90

Las representaciones literarias son una forma de conocimiento (Sánchez, 2016)


producto de la convergencia de decisiones tomadas por el escritor en los ámbitos de lo ético
(el ser y los fines), estético (el saber y las formas) y político (el hacer y su impacto) (Arcos
Palma, 2009; Pabón, 2015; Basile, 2015; Rancière, 2009 y 2019). De ahí que inscribimos
esta reflexión en el espectro de las “repercusiones del conocimiento” en la sociedad puesto
que suscribimos la idea de que en el “conocimiento gravita mucho del poder, la producción
de riqueza, la acumulación de la misma, justificaciones de violencia, la tecnologización
social, la industria cultural y demás inauditos que emergen en nuestros días” (Aguirre,
2016, p. 29).

La representación literaria

El término representación es polisémico y admite varias acepciones. En principio convoca


las acciones de imaginar, hacer presente, dar presencia, reproducir, producir, reconstruir,
ordenar o rememorar y remite a los ámbitos del conocimiento, la ética, la estética y la
política. José A. Sánchez distingue cuatro tipos de representaciones tales como la
representación mental, la representación mimética, la representación dramática o simbólica
y la representación por delegación. Cada representación, de acuerdo con este autor, cumple
una función particular. La representación mental “tendría una función primariamente
cognoscitiva y/o ética. La representación mimética puede tener una función cognoscitiva
y/o estética. La representación dramática, escénica y simbólica pueden tener una función
estética y/o política. La representación en cuanto delegación tiene una función ética y/o
política” (Sánchez, 2016, p. 64). La representación literaria se ubica en el campo de las
representaciones mimética y dramática o simbólica.
Fuera del ámbito jurídico, histórico y académico, la pertinencia de la representación
literaria de la violencia extrema comenzó a ser tema de reflexión y debate a partir de la
publicación de obras como Si esto es un hombre (1947) de Primo Levy, crudo testimonio de
la experiencia de su autor en un campo de concentración, aunque cabe precisar que fue
hasta la segunda edición (1958) cuando tuvo mayor impacto en el campo académico y
artístico. Así, en la medida en que se fueron dando a conocer más testimonios de
sobrevivientes, no sólo de los campos de exterminio alemanes, sino de otros hechos atroces
91

masivos, se fue conformando la denominada Era del Testigo (Sarlo, 2006), con lo que
cobró relevancia epistémica el testimonio de testigos y sobrevivientes, así como el deber de
la memoria. También en 1963 se publicó Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la
banalidad del mal, de Hannah Arendt, obra que generó polémica no sólo por algunas
conclusiones sino por exponer varias irregularidades en el juicio al militar nazi. Al tiempo
que se conocían nuevos hechos y testimonios se empezaron a modificar las formas de
representación de la violencia extrema. Esto generó una crisis de representación, sobre
todo, en aquellos relatos que conjuntaban hecho histórico, testimonio y ficción como lo
hiciera de forma ejemplar el escritor Jorge Semprún (2015).
La incorporación de recursos ficcionales y literarios en las representaciones de
violencia extrema fue criticada por sobrevivientes del holocausto como Eliezer Wieser y
Pierre Vidal Naquet porque consideraban que contribuyen a ocultar o distorsionar la verdad
(Pabón, 2015). En cambio, escritores como Jorge Semprún encuentran en la ficción una
poderosa herramienta epistemológica que por su capacidad ilustrativa alcanza áreas que el
testimonio no puede, puesto que el testimonio, por su esencia, parcial y fragmentada, es
incapaz de aprehenderlo todo. Semprún busca con la ficción capturar la densidad, la
sustancia de lo invivible: “Sólo alcanzarán esta sustancia. Esta densidad transparente,
aquellos que sepan convertir su testimonio en un objeto artístico […]. Únicamente el
artificio de un relato dominado conseguirá transmitir parcialmente la verdad del
testimonio” (2015, p. 25).
En este orden de ideas, varios intelectuales coinciden en que no hay nada
irrepresentable a través del lenguaje y que la representación de la violencia puede contribuir
al entendimiento (Pabón, 2015, p. 26). Esto permite replantear la pregunta de si es
pertinente por ¿cuál es la forma eficaz de representar esos hechos traumáticos en la historia
de la humanidad? De acuerdo con Pabón, la forma derivaría de la constitución combinada
“de las posibilidades y las limitaciones de la historia, la memoria y la ficción, al igual que
de los vínculos y entrecruzamientos entre estos tres modos de representación narrativos”
(2015, p. 32). Si bien la “mezcla” de historia y ficción es problemática “más si se propone
[…] la paradójica noción de que la ficción puede decir la ‘verdad’ de manera más eficaz
que una narración histórica fáctica” (2015, p. 27), para Pabón este tipo de soluciones
estéticas pueden “enriquecer nuestro entendimiento de una realidad mucho más compleja
92

de lo que sugieren los acercamientos ‘objetivistas’ que reducen nuestra comprensión a lo


verificable” (2015, p. 27).
De igual forma, esta propuesta sintoniza con Ivan Jablonka en lo que ha definido
como “literatura de lo real” y en las llamadas “ficciones de método”, recursos empleados
tanto en la historia como en la literatura: extrañamiento, plausibilidad, conceptualización y
estrategias narrativas (2016, p. 206).
Si como mencionamos las representaciones se configuran a partir de decisiones
éticas, estéticas y políticas, es esperable que las interrogantes en torno a ellas también giren
sobre los mismos ámbitos. José A. Sánchez en Ética y representación se pregunta:

¿Representar el dolor consecuencia del mal no constituye una estetización intolerable, que incluso
puede llegar a prolongar el crimen mismo? ¿Por qué no actuar en contra del mal en vez de
representarlo o representar el dolor de las víctimas? La representación, al mismo tiempo que combate
el silenciamiento de los crímenes, ¿no amplía también su potencia simbólica? (2016, p. 145)

Carlos Pabón, por su parte, se pregunta: “¿Puede la ficción representar


adecuadamente la violencia extrema o es esta irrepresentable? ¿Existe un lenguaje
excepcional para representar la experiencia de la violencia extrema?” (2015, p. 25).
Gustavo Lespada, inquiere ¿cómo “narrar la violencia, sobre todo cuando alcanza niveles
de desmesura y horror que arrasan con todo lo que de humano hay en el hombre?” (2015, p.
35); ¿Es el discurso literario una forma eficiente de acercarse al horror? Lespada responde,
apoyándose en Adorno y Foucault, que el arte y la literatura tal vez sean los únicos
discursos capaces de hacerlo porque les “corresponde decir lo más indecible, lo peor, lo
más secreto, lo más intolerable” (2015, p. 36). Alina Peña Iguarán, al interrogarse “¿para
qué hablar del dolor?, ¿frente a quiénes? [y] ¿desde dónde hablar de ello?” (2018, p. 138),
argumenta que es pertinente hacerlo para contrarrestar la producción y el consumo que
banaliza la violencia, convierte el crimen en una fuente de ganancias y deshumaniza la vida
de las víctimas al representarla con un número.

Ética, estética y política de las representaciones


93

El escritor salvadoreño Horacio Castellanos Moya, en su novela Insensatez, se pregunta


sobre el interés (literario, económico, político) que podrían despertar las representaciones
de la violencia extrema en la literatura. A su protagonista, un corrector del informe sobre el
genocidio en un país centroamericano, se le ocurre escribir una novela sobre estos hechos,
aunque él mismo no tarda en desestimar su proyecto puesto que estima que “a nadie en su
sano juicio le podría interesar ni escribir ni publicar ni leer otra novela más sobre indígenas
asesinados” (2004, p. 74). Basada en los trabajos para la elaboración del informe de la
Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala que consigna 422 masacres,
la novela de Castellanos Moya revela ella misma su paradójica y paródica existencia:
alguien fuera de su “sano juicio” no sólo escribió la novela sobre el genocidio, sino que fue
legitimada por el sistema literario con un dictamen para publicarla por una editorial
transnacional como Tusquets. Además, desde su publicación, ha sido leída y comentada por
miles de personas.
En un tono similar, el escritor mexicano Julián Herbert en La casa del dolor ajeno
(2015), obra en la que reconstruye los hechos y reelabora las causas de la masacre de
chinos en el México revolucionario en 1911 por parte de los “maderistas”, se cuestiona:
“¿Por qué alguien querría leer un libro así?” (2015, p. 20).
Estos dilemas éticos sobre la pertinencia de la producción y la publicación de obras,
sobre los potenciales lectores, orientan las decisiones estéticas y los impactos políticos de
las representaciones literarias. Tanto Castellanos Moya como Herbert no ocultan sus dudas,
por el contrario, deciden externarlas en el mismo texto. En otros casos, aunque los
escritores no las hagan públicas quedan implícitas en la propuesta estética y política de la
obra.
Sería ingenuo obviar que históricamente las casas editoriales han sido una parte
importante del proceso de producción de una obra literaria, sobre todo en las últimas
décadas, en las que han jugado un papel por demás relevante en la constitución final de los
textos. Por este motivo, cabe suponer que los editores de Tusquets y Random House,
cuando recibieron los manuscritos de Castellanos Moya y Herbert, se habrán preguntado:
¿a quién le podría interesar este tipo de obras sobre masacres?, con la diferencia de que el
horizonte de expectativas de estas editoriales lo más probable es que se ubique en el campo
de la rentabilidad económica.
94

Las expectativas del escritor y las expectativas del editor/editorial difieren porque
las del primero surgen de la “afección” mientras que las del segundo surgen del “interés”.
José A. Sánchez plantea esta diferencia en estos términos.

Si decido representar o intervenir artísticamente una situación es porque me afecta y porque no


encuentro otro modo de acción que mi escritura, mi actuación o mi hacer. Es una acción que me
implica. Y tal acción nada tiene que ver con el interés, pues el interés lleva una distancia respecto a
aquello que observo como objeto, y conlleva igualmente la expectativa de una ganancia, por más que
esa ganancia no sea estrictamente económica.” (2016, p. 148)

Las representaciones de la violencia extrema nacidas de la “afección” son una


consecuencia de la práctica ética, puesto que están en juego una serie de decisiones en las
que está implícito el impacto social que puedan provocar, así como la conciencia de que es
un artificio y como tal no puede presentarse con argumentos de verdad. ¿Por qué es
pertinente escribir literariamente sobre una masacre o un genocidio? ¿Se perpetúa la
violencia? ¿Cómo debe ser narrado? ¿A quién le podría interesar? En principio, querer
recordar un hecho pasado atroz es en sí misma una acción con valor ético (Sontag, 2018, p.
98). La ética es un término que refiere a una “práctica dependiente de la toma de decisiones
individuales o de la suma de decisiones individuales” (Sánchez, 2016, p. 24). Cuando el
escritor ha decidido representar una situación entra en un proceso continuo de tomas de
decisiones que constituirá la representación que será publicada y leída por los lectores.
Jacques Rancière ha reflexionado sobre la interrelación entre ética, estética y
política en las representaciones artísticas. La ética para Rancière es el “pensamiento que
establece la identidad entre un entorno, una manera de ser y un principio de acción” (Citado
por Arcos, 2009, p. 148). Esta “identidad” posibilita el vínculo entre estética y política. La
estética, por su parte, es “un modo de articulación entre maneras de hacer, formas de
visibilidad de esas maneras de hacer y modos de pensabilidad de sus relaciones, que
implican cierta idea de efectividad del pensamiento” (Rancière, 2009, p. 7). La ética y la
política desde la perspectiva del filósofo francés es inherente a la estética, ya que enlaza las
formas sensibles con el mundo a través de una serie de elecciones. A su vez, la política
“trata de lo que vemos y de lo que podemos decir al respecto, sobre quién tiene la
competencia para ver y la cualidad para decir, sobre las propiedades de los espacios y los
95

posibles del tiempo” (Rancière, 2009, p. 10). De acuerdo con el filósofo francés la literatura
en específico participa en el “reparto” de lo que se puede decir, ver y hacer, de tal forma
que hay “un vínculo especial entre la política como una determinada manera de hacer y la
literatura como una determinada práctica de la escritura” (2019, p. 195).
La ficción es un elemento fundamental en la estética de las representaciones
literarias de la violencia extrema, ya que contribuye a estructurar y componer
simbólicamente la representación de una realidad. La ficción no se restringe a lo
imaginario, ni a la posibilidad de ordenar un discurso para hacerlo comprensible: “implica
la reformulación de lo ‘real’, o la constitución de un disenso” (Rancière, 2019, p. 182). Las
obras sobre las que trabajamos constituyen ficciones que problematizan la delimitación
aristotélica entre la realidad y la ficción puesto que trabajan con lo real, con bases
testimoniales y documentales. De hecho, no existe hasta donde sabemos una obra literaria
que haya “inventado” una masacre o genocidio en el ámbito hispanoamericano; todas
tienen un trasfondo histórico y verificable. Esta combinación, entre realidad y ficción,
configura una estética compuesta por agenciamientos descriptivos, narrativos e
interpretativos (Rancière, 2009, p. 46). La ficción es un proceso de “reagenciamientos
materiales de los signos y de las imágenes, de las relaciones entre lo que vemos y lo que
decimos, entre lo que hacemos y lo que podemos hacer” (Rancière, 2009, p. 49).
Una estética de la literatura en la que converge la racionalidad histórica y la
racionalidad ficcional es, en principio, una estética de conexión entre realidad poética (lo
que podría pasar) y realidad histórica (lo que pasó). Esta estética literaria recurre tanto a las
posibilidades descriptivas y narrativas de la ficción como a los métodos descriptivos e
interpretativos de lo histórico y social. Para el filósofo francés lo “real debe ser ficcionado
para ser pensado” (Rancière, 2009, p. 49).
En este mismo sentido, pero con otras palabras, Castellanos Moya (2010) considera
que el escritor, traga y digiere violencia para reinventarla, proponer o contraponer nuevas
formas de ser, ver y hacer.

El escritor-intelectual ante la violencia extrema contemporánea


96

El siglo XX ha sido calificado como el “periodo más fiero de la historia de la humanidad”


(Aguirre, 2016, p. 39); ya que, según datos estimados, la cifra de muertos en conflictos
armados alcanza 160 millones de víctimas. No obstante, los calificativos ni las cifras nunca
podrán dimensionar la tragedia. El siglo XX y lo que va del XXI han sido marcados por
múltiples conflictos armados, el desarrollo tecnológico de la industria armamentista, los
campos de concentración, la limpieza étnica y el aumento radical de civiles muertos en las
conflagraciones. Mientras que en la Segunda Guerra Mundial el porcentaje de muertos
civiles llegaba al 50% hacia el final del siglo supera el 80% (Aguirre, 2016, p. 41). Es un
periodo sin comparación de violencia desmesurada:

por las guerras genocidas, exilios, urbicidios (ciudades devastadas a escombros por bombardeos),
limpiezas étnicas, explosiones nucleares, campos de exterminio, desapariciones forzadas, refugiados
de manera masiva […] estos fenómenos no se refieren a eventos aislados sino a formas estructurales
y sistemáticas de aplicación de la violencia. (Aguirre, 2016, p. 135)

Estas expresiones han caracterizado económica, política y culturalmente nuestra


historia reciente, en parte, por el desarrollo tecnológico y la industria armamentística, los
totalitarismos, los fundamentalismos, las lógicas de mercado, el imperialismo y el racismo
cuya médula se encuentra en la violencia “justificada” de los discursos de raza, progreso,
rentabilidad de la modernidad-colonialidad. Expresiones y fenómenos que deben
observarse desde la óptica de lo que María Eugenia Sánchez (2020) identifica como
desgarramientos civilizatorios identificados por el deterioro de tres ámbitos
interrelacionados como son los territorios y las corporeidades resquebrajadas, los símbolos
y las identidades dislocados, así como las regulaciones institucionales desestructuradas.
A decir de Semelin, esta violencia extrema resulta quizá más inaceptable, en
relación con épocas y geografías pretéritas, por “la concepción universal de la
‘humanidad’” emanada paradójicamente de la modernidad (Semelin, 2002, p. 4). La guerra
de razas, el discurso racista y el racismo de Estado, de acuerdo con Foucault, emergen con
la modernidad, entre los siglos XVI-XIX, cuando la raza “única y verdadera”, que detenta
el poder, se enfrenta a otras razas que representan una amenaza (2006, pp. 41-57).
La historia de muchos países latinoamericanos no ha sido la excepción por la sangre
derramada. Tanto es así que Guillermo Cabrera Infante, por ejemplo, llega a preguntarse en
97

su libro de relatos Vista del amanecer en el trópico: “¿En qué otro país del mundo hay una
provincia llamada Matanzas?” (1987, p. 19). Esta violencia latinoamericana recurrente se
acentúa por la violencia extrema promovida por las dictaduras, los regímenes militares, las
revoluciones y las guerras civiles durante la segunda mitad del siglo XX.
Sin estar en guerra, en México la violencia homicida y extrema vivida en las dos
últimas décadas ha sido inédita en la historia del país por el número de casos y la crueldad
extrema. La tasa criminalidad no sólo alcanza la de un país en guerra, también se ha
distinguido cualitativamente por los niveles de ensañamiento contra los cuerpos, por la
“negación de toda humanidad” (Semelin, 2002, p. 4). La decapitación, el
desmembramiento, el amontonamiento de cuerpos, las fosas comunes, la cosificación de las
víctimas, se han convertido en formas de actuación habituales entre los grupos criminales y
las autoridades mexicanas federales, estatales y municipales. Esta realidad ha trastocado
actividades de la vida pública y privada de los mexicanos, ya que, de forma directa o
indirecta, ha transformado las relaciones sociales, económicas, culturales y artísticas, así
como las formas básicas de hablar, hacer y conocer.
El intelectual como figura pública que participa en los asuntos de la sociedad fuera
de los monasterios o la universidad se delineó en la modernidad; en específico, con la
conformación de la estructura de los Estados-nación encontró un espacio propicio para
hacerlo (Aguirre, 2016, p. 33). El hito de este tipo de intervención fue la defensa pública
del Capitán Alfred Dreyfus por parte del escritor Emile Zola. En el ámbito occidental los
intelectuales tenían la finalidad de “sugerir un cambio de estructura, señalar cambios
asequibles […], confrontar al mundo o situaciones tal y como son para prescribir lo que
deberían ser [y] considerar la sociedad presente en nombre de una sociedad por venir”
(Aguirre, 2016, p. 32). Como menciona Rancière (2019), los intelectuales participan en el
reparto de lo decible, visible y factible. No obstante, ante la transformación de la sociedad,
sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XX, cuando los Estados han ido
reconfigurando su poder ante la lógica neoliberal, el intelectual ha asumido tres posiciones
distintas: ha dejado de encarnar la autoridad del saber, ha renunciado a encarar los
problemas de la realidad ante la imposibilidad de reducir la desigualdad o la injusticia y,
por último, se ha convertido en un “mero espectador” sin ningún proyecto emancipador
(Aguirre, 2016, p. 28). No compartimos del todo la posición de Aguirre respecto al papel
98

actual de los intelectuales puesto que, si bien su impacto ha perdido eficacia, su


participación tendría que ser valorada en contextos y situaciones específicas. Varios de las
obras y autores que revisamos son prueba de ello.
Entre estas coordenadas de violencia inédita e inaudita y de reconfiguración de la
función de los intelectuales, también emergen las preguntas de Castellanos Moya y Herbert
sobre la pertinencia de las representaciones literarias de la violencia extrema. Los escritores
reaccionan de distintas formas ante contextos de violencia y, pocas veces, esa reacción
termina por exteriorizarse o materializarse en una obra literaria. No obstante, las
expresiones de rechazo pueden localizarse en artículos de opinión, entrevistas, protestas o
declaraciones, no sólo en obras literarias.

Literatura y violencia extrema en Latinoamérica

La narrativa latinoamericana ha abordado directa o indirectamente innumerables casos de


asesinatos a colectivos indefensos. Estos se remontan a tiempos de la Conquista con casos
tempranos como Bartolomé de las Casas con su Brevísima relación de la destrucción de las
Indias (2001 [1552]), pero es en el siglo XX y XXI cuando se intensifican en cuanto al
número y nivel de crueldad teniendo como principales perpetradores a ejércitos, grupos
revolucionarios y, en las últimas décadas, al crimen organizado infiltrado en todos los
niveles de gobierno. La mayoría de los casos coinciden en que han sido perpetrados para
enviar mensajes, necro-comunicados, intimidar, atemorizar o para coaccionar a grupos
específicos de población.
Castellanos Moya, por ejemplo, señala que:

la realidad de la violencia criminal que afecta a nuestras sociedades es de tal magnitud que nuestras
obras de ficción resultan a veces conservadoras o palidecen ante los hechos cotidianos, de tal manera
que un texto que en un país europeo se consideraría una novela negra y cruda, en México, Colombia
o El Salvador parecerá light frente a la lectura de la página diaria de sucesos del periódico. (2010, p.
59)

Algunas de estas manifestaciones han ocupado el centro de la novela como lo hizo


Mario Vargas Llosa en la Guerra del fin del mundo (1981) con la historia del movimiento
99

brasileño de los Canudos que terminó con su extinción a finales del siglo XIX; o en la
novela del dominicano Freddy Prestol Castillo, El Masacre se pasa a pie (1971), que
aborda el asesinato en masa de miles de haitianos ordenado por el dictador dominicano
Leónidas Trujillo. Por su parte, Gabriel García Márquez, le dedica un sólo pasaje de Cien
años de soledad (1967) a la masacre de las bananeras de 1928. Otro escritor como Jorge
Galán en su novela Noviembre (2016) ubica la masacre de los jesuitas y del Mozote, entre
otras, en un contexto de extrema violencia e injusticia en El Salvador.
El corpus literario sudamericano sobre las desapariciones, las torturas y las
ejecuciones cometidas por las dictaduras es bastante amplio como lo muestran el libro
Literatura y violencia en la narrativa latinoamericana coordinado por Teresa Basile
(2015), así como el número especial de la revista Kamchatka. Revista de análisis cultural
titulado “Avatares del testimonio en América Latina: tensiones, contradicciones, relecturas”
(2015), coordinado por Jaume Peris Blanes y Gema Palazón Sáez. Sobre el genocidio de
indígenas guatemaltecos durante la guerra civil y de los informes y documentos que
guardan la memoria dejan constancia Horacio Castellanos Moya, en Insensatez; Francisco
Goldman, en El arte del asesinato político. ¿Quién mató al obispo? (2007), así como Mario
Roberto Morales, en Jinetes en el cielo (2012), entre otras obras.
No son pocos los títulos de obras que se han centrado en desarrollar
representaciones de la violencia extrema en distintos contextos latinoamericanos,
lamentablemente, y México tampoco es la excepción. De entre estos títulos y casos,
tenemos representaciones literarias de hechos de violencia extrema motivada por ideas
racistas o proto-racistas en obras tan tempranas como la Brevísima relación de la
destrucción de las indias (1552), de Bartolomé de las Casas; o decimonónicas en un relato
de Vicente Riva Palacio titulado “Los treinta y tres negros” (1905 [1870]).
En lo que va del presente siglo encontramos la novela La fila india (2013), de
Antonio Ortuño, que trata sobre las masacres de migrantes centroamericanos; o las obras
relativas a la masacre de chinos durante la revolución mexicana que consignan Julián
Herbert y Beatriz Rivas en La casa del dolor ajeno (2015) y Jamás, nadie (2017),
respectivamente.
Existen otros títulos que orbitan alrededor de este corpus, pero carecen del trasfondo
racista. Por ejemplo, la “leyenda” del asesinato de 300 prisioneros por parte del general
100

villista Rodolfo Fierro que registró Martín Luis Guzmán en el cuento “La fiesta de las
balas” (1928), uno de los más celebrados y antologados de la literatura mexicana, el cual
resulta paradigmático por el manejo que hace del ajusticiamiento de prisioneros, tal como si
esculpiera una “memoria monumento” (Basile, 2015), comprensible durante el proceso de
configuración del proyecto posrevolucionario de nación en el que las expresiones artísticas
fueron fundamentales para su consolidación.
Capítulo aparte merece la Matanza de Tlatelolco no sólo por la cantidad de textos
que han cronicado, denunciado o ficcionalizado ese trágico episodio sino porque, a
diferencia de otros hechos, detonó una transformación social y moral en el país cuya onda
expansiva alcanza hasta nuestros días.
De la misma forma, se ha escrito y publicado mucha literatura del narco en México
que ha representado las ejecuciones sumarias, así como la crueldad y la saña inimaginable.
En esta órbita de violencia ejercida por grupos criminales se encuentra la novela Las tierras
arrasadas (2015), de Emiliano Monge, en la que desde la óptica de los victimarios que
fueron víctimas, expone el funcionamiento de la maquinaria encargada de reproducir
personajes-engranes necrológicos con nombres tan emblemáticos como Epitafio, Estela,
Mausoleo, Osaria, Ausencia, Sepulcro, Cementeria, Sepelio o Hipogeo. Para Peña Iguarán
la novela de Monge “suspende, aunque no por completo, la centralidad de la figura de la
víctima que tanto ha enmarcado el discurso de los derechos humanos, así como las
imágenes violentas que consumimos a diario […]. Los protagonistas del horror tienen
nombres que sólo son posibles al habitar este escenario de mortandad” (2018, p. 143).
Por otra parte, un conjunto grande de estas obras más bien mitifica a los criminales
u obedecen a las demandas del mercado que impone una lógica económica que, sin duda, se
distancia de la lógica política institucional del periodo posrevolucionario o de la lógica
política ciudadana del movimiento del 68. Muchas de estas obras sobre el narco y el crimen
organizado son producto del “interés” económico o mediático, no de la “afección”.

Mercado y repertorios literarios de la violencia

La violencia se ha convertido en una parte importante del repertorio literario


latinoamericano en las últimas décadas. En términos genéricos se puede reconocer la
101

emergencia y comercialización de la “literatura de la violencia”, la “novela del dictador”, la


“novela sicaresca” o la “narcoliteratura”, entre otras categorías. Aunque no es un fenómeno
nuevo, puesto que la violencia ha sido representada en la literatura a lo largo de varios
siglos con distintos intereses, sí se ha incrementado en los últimos decenios.
Estos términos engloban una serie de características y códigos de valoración
constitutivos de los repertorios entendido como el conjunto de “reglas y materiales que
rigen tanto la confección como el uso de cualquier producto” (Even-Zohar, 2007, p. 42). En
este sentido, el repertorio determina las formas de producción y consumo de la literatura,
por lo que un mínimo de conocimiento y acuerdo son necesarios para su reconocimiento.
Por una parte, los repertorios proveen de recursos para interpretar realidades complejas y,
por otra, configuran “modelos de actuación”:

los textos proporcionan no sólo explicaciones, justificaciones y motivos, sino también -o a veces en
primer lugar- esquemas (o scripts) de acción. La gente que lee o escucha (o mira) estos textos, no
sólo recibe de ellos concepciones e imágenes coherentes de la realidad, sino que puede extraer de
ellos instrucciones prácticas para su comportamiento cotidiano. Así, los textos proponen no sólo
cómo comportarse en casos particulares […], sino cómo organizarse la vida […]. (Even-Zohar, 2007,
p. 81)

Conviene precisar que, a lo largo de la historia, el sistema literario, o el equivalente


pensado como campo o institución, se ha transformado tanto como los propios conceptos y
prácticas de escritor, obra o lector, por lo tanto, las formas en que la literatura se relaciona
con la realidad también cambian. En este sentido, actualmente, una parte de la literatura
sobre la violencia está determinada por específicas condiciones de producción en las que el
mercado considera este tipo de textos como un producto rentable siempre y cuando cubran
con ciertos elementos de los repertorios estandarizados para el consumo: una clara
distinción entre los buenos y los malos, romance, venganza, etc.
De ahí la pertinencia de contemplar también como variables del análisis no sólo las
representaciones de este tipo de violencia y al sistema literario, sino también las
condiciones económicas y sociales en las que se producen y consumen.

Fines e impactos
102

Las representaciones de la violencia extrema han tenido distintos niveles de impacto social
y económico e incluso político que, en ciertos casos, resultan inseparables. Aunque nos
centraremos esencialmente en el primero, no podemos dejar de reconocer que este impacto
social en la época actual difícilmente puede ser desvinculado de lo económico. Como
habíamos mencionado los libros de Horacio Castellanos Moya, Julián Herbert o Beatriz
Rivas fueron publicados por editoriales transnacionales con un sólido capital económico
como Tusquets, Random House o Alfaguara. Asimismo, lo social, lo político y lo
económico están ligados en el caso del escritor Jorge Galán que fue amenazado de muerte
por retomar la masacre de jesuitas en El Salvador en su novela Noviembre, editada por
Planeta y premiada por la Real Academia Española en 2016. Por otra parte, respecto al
impacto económico y la mercantilización de la violencia extrema basta revisar la oferta de
contenidos de la industria cultural para reconocer que estos temas, independientemente de
su enfoque, son rentables y demandados por los consumidores.
El impacto social deriva, en principio, de una afección por un hecho y del deber de
recordar éticamente el pasado de los que fueron asesinados o de los que ya no tienen voz
para pronunciarse; pero las representaciones de la violencia también han contribuido, en
ciertos periodos, a reducir los homicidios o a fijar nuevas políticas públicas para
salvaguardar los derechos humanos.
Como habíamos mencionado no tenemos noticia de alguna obra narrativa cuyo
desarrollo gire en torno a una masacre o genocidio “inventado”; todas, desafortunadamente,
tienen un referente real. De ahí que uno de los propósitos más visibles de estas obras sea el
de recordar algo acaecido en el pasado. Susan Sontag en su libro Ante el dolor de los demás
resalta la necesidad de recordar y reflexionar en torno a lo que se recuerda. Y el recordar es
“una acción ética, tiene un valor ético en y por sí mismo” (2018, p. 98), en el sentido de que
hacerlo abre la posibilidad de darle voz a los ausentes, a los desaparecidos, a quienes les ha
sido negada la posibilidad de recordar; pero, contradictoriamente, no se puede desestimar
que la acción de recordar “demasiado” no sólo puede entorpecer procesos de
reconciliación, sino que puede reavivar viejos conflictos. En esta línea, Tzvetan Todorov
distinguía entre los usos literal y ejemplar de la memoria: el uso literal somete el presente al
103

pasado, mientras que el uso ejemplar tendría que coadyuvar a resolver los problemas del
presente (2000, p. 32).
Por lo anterior, cobra valor la distinción entre “memoria perturbadora” y “memoria
monumento” sobre la que trabaja Teresa Basile. Gran parte de los textos literarios
mencionados hasta ahora que tratan sobre masacres para contrarrestar el olvido y el silencio
forman parte de la “memoria perturbadora”. De acuerdo con Teresa Basile, se caracteriza
por alumbrar zonas oscuras que “responden a una demanda de verdad que busca esclarecer
ciertos casos que han permanecido rodeados de tinieblas y asediados por múltiples
versiones contrapuestas” (2015, p. 199).
La “memoria monumento”, por su parte, contribuye a glorificar a héroes, victorias y
hazañas. Un caso paradigmático es el relato “La fiesta de las balas”, incluido en El águila y
la serpiente (1928), de Martín Luis Guzmán, que trata sobre el fusilamiento de trescientos
prisioneros. En el relato, en una suerte de breve introducción, el autor advierte que no se
trata de un hecho histórico sino de una leyenda que pinta “más a fondo la División del
Norte” (1993, p. 27). Enfatiza que las leyendas muchas veces parecen “más verídicas […]
más dignas de hacer historia” (1993, p. 27). Esta representación literaria sobre el
ajusticiamiento de centenas de prisioneros resulta un modelo de la “memoria monumento”
porque tiene como marco socio-histórico la conformación del proyecto de nación
posrevolucionario.
Guzmán buscaba “hazañas” que podrían describir de mejor forma al ejército de
Villa. De estas hazañas distingue las verídicas de las legendarias, las cuales, a su parecer,
son “más dignas de hacer historia” porque representan “revelaciones esenciales” (1993, p.
27). La palabra “hazaña”, no olvidemos, hace referencia a un hecho “ilustre, señalado y
heroico” (RAE). Desde esta perspectiva el relato de Guzmán bien puede inscribirse en la
llamada “memoria monumento” cuya función, como vimos, consiste en glorificar. En esta
búsqueda de “hacer historia”, el escritor encuentra que Rodolfo Fierro asesinó él sólo a
trescientos prisioneros, uno por uno.
Este hecho, calificado como “hazaña”, es glorificado y mitificado. Le atribuye
poderes sobrenaturales al protagonista y al fusionar la virilidad del militar con un paisaje
hostil crea la mística y la escena de la épica revolucionaria. Guzmán describe a Fierro como
104

si fuera efectivamente un monumento, una persona imperturbable e invencible, ajeno a las


inclemencias del clima desértico:
El viento le daba de lleno en la cara, más él no trataba de eludirlo clavando la barbilla en el pecho ni
levantando los pliegues del embozo. Llevaba enhiesta la cabeza, arrogante el busto, bien puestos los
pies en los estribos y elegantemente dobladas las piernas entre los arreos de campaña sujetos a los
tientos de la montura […] Sentía como caricia la luz del sol.” (1993, p. 28)

Este cuadro le permite al narrador calificar a Fierro como una “figura grande y
hermosa” que irradia “un aura extraña, algo superior, algo prestigioso” (1993, p. 30).
La decisión de asesinar sin ayuda a trescientos prisioneros nació de una “pulsión”
que recorrió todo su cuerpo hasta llegar al dedo índice de la mano derecha. Para lograrlo
idea un perverso juego en el que cada uno de los “colorados” tendría la posibilidad de
escapar si lograba superar las vallas del corral. Sin apenas una pausa, durante casi dos
horas, los prisioneros fueron liberados por turnos para correr por su vida sin éxito. La
reacción de la tropa de Fierro fue de clamor, de regocijo. Al final, Fierro dejó montañas de
cadáveres hacinados que para el narrador son “como cerros fantásticos, cerros de formas
confusas, incomprensibles” (39).
La literatura y las artes en el periodo posrevolucionario jugaron un papel importante
para la configuración de la identidad nacional, tanto por su crítica como por la exaltación de
la revolución. De ahí la imagen de bronce de Fierro, de la persona, y el anonimato de la
masa de soldados tanto los asesinados como lo de su propia tropa.
El impacto social de las representaciones literarias de la violencia también es
analizado por el historiador francés Robert Muchembled en un interesante capítulo de su
libro Una historia de la violencia (2010). Su tesis es que los índices de homicidios
descendieron en Europa paulatinamente desde el siglo XVI, al inicio de lo que él llama la
civilización de las costumbres, al popularizarse la literatura sobre la violencia. Estas
expresiones de “ficción sangrienta” le sirvieron al Estado como un dispositivo de gestión de
la violencia que, como una especie de válvula de escape, contribuyeron a atenuar las
reacciones violentas de los hombres jóvenes, principalmente, pero al mismo tiempo
alimentaban el carácter para atender posibles conflictos ante el ataque de otras naciones.
Esta literatura sobre la violencia ha sufrido transformaciones estéticas y políticas
desde el siglo XVI hasta nuestros días. Entre el ocaso de la Edad Media y el alba del
105

Renacimiento persuadía moralmente a los lectores asociando la violencia a lo demoniaco.


Más tarde conforme el ingrediente diabólico perdía efectividad y los escritores
representaban escenas sanguinarias con el afán de educar, sus lectores más bien leían estos
relatos con fascinación. Hacia el siglo XVIII mientras se idealizaba al bandido bueno y
noble, por otra parte, el lector desconfiaba del arrepentimiento del homicida. Para entonces
la contrición del criminal en los últimos momentos resultaba inverosímil. De esta forma,
para el siglo XX, con la irrupción de la novela negra, los lectores dejaron de creer en la
redención de los criminales.
Para Muchembled, los repertorios de la violencia en el campo de la literatura
europea contribuyeron a reducir los índices de criminalidad desde el Renacimiento hasta
mediados del siglo XX. La literatura, en el marco del largo proceso de la llamada
“civilización de las buenas costumbres”, representó un dispositivo catártico, adecuado para
contener y convertir la violencia “en operativa y útil a la colectividad en caso necesario”
(15).
En el contexto hispanoamericano, conviene revisar la Brevísima relación cuya
primera edición se publicó en 1552, en Sevilla, es decir, diez años después de que fuera
escrita por De las Casas con motivo del Consejo de Barcelona, convocado por Carlos V
para revisar la situación de los indígenas desde los campos filosófico, teológico y político.
La intervención del fraile, una enumeración cruda de los atropellos cometidos en contra de
los indígenas, contribuyó a que Carlos V emitiera nuevas leyes que privilegiaban el sentido
de la evangelización frente al de la conquista. No obstante, poco después cambió de nuevo
la situación de los indígenas. Una década más tarde, con motivo del Consejo de Valladolid,
la perspectiva de la colonización de los encomenderos americanos se volvía a imponer. Por
ello es que, de las Casas, diez años después, decidió imprimir aquel texto que había
presentado en el Consejo con el título de Brevísima relación de la destrucción de las
indias.
Esta Relación, como se sabe, tenía la firme intención de denunciar y evitar los
crímenes y abusos de los españoles en contra de los indígenas. Esta inquietud lo había
llevado a solicitar audiencias con autoridades eclesiásticas y seglares, por lo que en 1516 ya
había recibido el cargo de Protector de los Indios. Los conquistadores provocaron
numerosas muertes colectivas a través de suicidios colectivos de comunidades para evitar
106

ser subyugados, de los trabajos forzados, o por hambre, pero también cometieron otro tanto
de masacres. Además de fundar la defensa de los derechos de los indios y provocar
transformaciones en las políticas de la colonización de América, este libro fue utilizado por
otros países europeos para forjar la leyenda negra de la corona española.
En la época actual, Castellanos Moya considera que escribe sobre la cotidianidad
centroamericana (2010, p. 201), aunque la crítica ha encasillado su producción como
literatura de la violencia, del cinismo o el desencanto, para distinguirla de la literatura de
denuncia, libertaria o revolucionaria latinoamericana producida en los setenta y ochenta en
el marco de la guerra fría: “Ahora, en las obras del nuevo periodo, no había buenos ni
malos, ni razón histórica de respaldo: la violencia campeaba desnuda de ideologías” (2010,
p. 55). Esta clasificación de literatura de la violencia resulta para Castellanos Moya
imprecisa e injusta porque la literatura occidental a su vez ha representado desde sus
orígenes la violencia sin que sea calificada así por ello; considera que el calificativo
estigmatiza a una literatura e incluso a la sociedad centroamericana como “cultura de la
violencia”.
En Insensatez pondera el racismo hacia los indígenas como una explicación del
genocidio en Guatemala, de cientos de masacres cuyo correlato es la fosa común, un
espacio de dolor que pone “en tela de juicio las relaciones de proximidad, de alteridad, de
consideración por el otro” (Aguirre, 2016, 74).

Reflexiones finales

Lo expuesto hasta ahora pretende sentar las bases conceptuales y metodológicas para el
análisis de las representaciones literarias de la violencia extrema en la literatura
latinoamericana. Esto ha supuesto configurar un conjunto de interrogantes para ser
respondidas en futuros análisis puntuales sobre la participación y función que desempeñan
varios de los elementos implicados en el sistema literario y la representación literaria. Por
supuesto, el texto ocupa el centro sobre el que orbitan las variables como vendrían a ser una
serie de relaciones establecidas entre los distintos elementos del sistema, tales como la
relación entre el autor y el hecho histórico de violencia extrema, entre el autor y el contexto
107

desde el que enuncia esta recuperación del pasado, el texto literario y su consumo, así como
el impacto de este tipo de representaciones.
La dimensión ética ha sido un elemento clave sobre el que se ha reflexionado poco
en la literatura, pero que en el contexto de la recuperación del pasado y de la construcción
de representaciones literarias de hechos históricos violentos cobra una gran relevancia. Las
representaciones son resultado de elecciones éticas y estéticas.
La ficción resulta un método y una forma del discurso capaz de colaborar para crear
un relato comprensible, sustancial y profundo de la verdad, que complejiza las situaciones,
amplía las opciones de tratamiento, alimenta el entendimiento, ayuda a imaginar lo
inimaginable, mezclar la realidad empírica con la imaginación y, en algunos casos,
contrarrestar el consumo banal de la violencia.
La ficción como una configuración particular de la experiencia y de la realidad,
marca trayectorias entre lo visible y lo decible, y aporta modos de ser, hacer y decir.
Asimismo, construye modelos de palabra y acción, regímenes de intensidad sensible, mapas
de lo visible, así como relaciones entre modos de ser, hacer y decir. Fernández Savater en
torno a la idea de ficción política de Rancière comentaba que “hace ver cosas que no se
veían, pone en relación lo que estaba disperso, hace surgir otras voces y otros temas, otros
lenguajes y otros enunciados, otras escalas y otros razonamientos, otras legitimidades y
otros hechos. Y ofrece ese paisaje inédito a todos, a cualquiera. Como un don, un regalo,
una nueva posibilidad de existencia” (2016, p. 4).
Desde la segunda mitad del siglo XX, mientras se popularizaba una literatura de la
violencia de consumo masivo, también se fue consolidando una literatura de lo real volcada
a la recuperación del pasado, de la memoria histórica, constituida para evitar el olvido y
denunciar hechos de violencia extrema en todo el orbe, entre otros propósitos. En este
sentido, desde la segunda mitad del siglo XX se fue consolidando, por una parte, una lógica
de mercado cultural y una industria que encontró en los hechos históricos atroces historias
para comercializar; pero también, en este periodo, hasta nuestros días la literatura
testimonial y de lo real quería dar cuenta de injusticias. En el caso de Latinoamérica en el
contexto de la guerra fría, la revolución cubana y las dictaduras se fortaleció la reflexión y
la creación de este tipo de literatura. La polémica se polarizó entre la literatura
comprometida o la burguesa de evasión.
108

De tal forma que el escritor, influido por tales condiciones, el mercado y el deber de
la memoria, se dio a la tarea de crear representaciones de la violencia para lucrar, pero
también para denunciar, conservar la memoria, presentar otra versión de los hechos
normalizados por la historia oficial o para comprender el contexto de violencia. Esta
literatura y estas interpretaciones de la eficacia de la literatura reafirman “la capacidad del
arte para resistir a las formas de dominación económica, política e ideológica” (Rancière,
2019, p. 174).
Los testimonios de los sobrevivientes como Primo Levy o Jorge Semprún así como
algunas representaciones literarias de la violencia extrema contrarrestan la negación, el
ocultamiento o el olvido deliberado, contribuyen al conocimiento y comprensión de los
hechos y resultan una fuente fundamental para conocer la verdad o comprender la realidad.
Los testimonios al recuperar la memoria hacen una justicia mínima de lo irreparable,
visibilizan a la víctima desaparecida, le dan existencia a la ausencia.
Por último, cabe mencionar que el impacto político de esta literatura es reconocible
en distintos grados y ámbitos, pues no siempre alcanza las políticas públicas, ni siquiera
siempre es atendida por los lectores su incitación a la rebelión o al activismo contra el
sistema de dominación que denuncia sea económico, político o ideológico. Este impacto
más bien se sitúa en una “multiplicidad de pliegues en el tejido sensible” (Rancière, 2019,
p. 191). Las representaciones literarias de la violencia extrema impactan esencialmente la
realidad, es decir, operan contra las “configuraciones definidas de lo que está determinado
como nuestra realidad” (Rancière, 2019, p. 191). A través de la crítica se crea lo que
Rancière define como disenso.
El filósofo francés considera que los artistas y escritores producen disensos
destinados a “hacer visible lo invisible o a cuestionar la evidencia de lo visible, a romper
las relaciones dadas entre cosas y significados que antes no estaban relacionados” (2019, p.
182). En otras palabras, el arte crítico “es un arte que tiene como objetivo producir una
nueva percepción del mundo y, por lo tanto, crear un compromiso con su transformación”
(2019, p. 183). Esto se ajusta, por ejemplo, a los propósitos del escritor mexicano Julián
Herbert al abordar la masacre de chinos en los albores de la Revolución Mexicana. Herbert
configura un disenso contra la versión común de que la masacre fue una “reacción de una
masa popular que desahogó su frustración sobre un grupo particular de inmigrantes”, para
109

en su lugar visibilizarla y calificarla como “un acto de xenofobia” (2015, p. 16), versión
que se ha negado o deseado mantener oculta por los habitantes de la región de La Laguna,
México.
Las representaciones literarias de la violencia como arte crítico (Rancière, 2019) o
contradispositivos visibilizan lo oculto, realizan sabotajes e invierten los sentidos de los
dispositivos que configuran la realidad (Sánchez, 2016, p. 318).

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112

Los agujeros estructurales, las apropiaciones


predatorias del territorio y las nuevas subjetividades

El desarraigo radical. apropiaciones predatorias y territorialidades


emergentes.

Óscar Soto Badillo

En la era de la Tierra, lo propio del hombre será no pertenecer a ningún lugar.


Pasar de un lugar a otro tejiendo en cada uno de ellos una relación de solidaridad y desconexión.
Achile Mbembe

Introducción

En el marco de la creciente desarticulación de los complejos andamiajes societales, que


explicaban la relativa estabilidad de las prácticas y representaciones surgidas del régimen
de la modernidad-colonialidad (Sánchez, 2020), el presente capítulo analiza la relación
entre las formas predatorias (Sassen, 2015) de apropiación socio-espacial y la producción
de territorialidades emergentes.
Las territorialidades contemporáneas, resultantes de tales procesos de apropiación,
se vinculan al funcionamiento del capital en la escala global y a sus mecanismos
113

multiescalares de gestión, así como a los regímenes de regulación de las relaciones de


poder, cuyo comportamiento predatorio revela la crisis34 más amplia de los soportes
estructurales (materiales y simbólicos) del régimen de la modernidad-colonialidad. La crisis
de este régimen hegemónico a lo largo de los últimos doscientos años (De Sousa, 2009), se
produce por la desvinculación de los dispositivos componentes de su regulación del orden
societal y territorial: el Estado nación, la comunidad y el mercado capitalista, y de su
vaciamiento como significantes de tal orden.
Este proceso, se manifiesta en diversas formas de desposesión y expulsión material
y simbólica de las formas de existencia autónomas de individuos y colectividades (Sevilla,
2008), en la destrucción-desaparición, también material y simbólica, de sus corporalidades
y geografías, mediante el ejercicio de la violencia como dispositivo estructurador de lo
social, cuya expresión última es el desarraigo radical, expresión que apunta a señalar la
fragmentación y el desconcierto de la experiencia individual y colectiva en sus vínculos
constituyentes con el espacio.
El estado de excepción que se produce en el proceso de desvinculación-vaciamiento,
al convertirse en regla, permite que quienes detentan diversas formas de poder político,
tenga la última palabra sobre la existencia. Ese estado es contestado, desde la experiencia
de la apropiación, por muy diversas formas de acción social que conducen a profundizar el
distanciamiento y la disolución social o a aventurar esfuerzos de re-vinculación y
producción de sentido centrados en nuevas formas de territorialidad.
El hilo conductor del texto se orienta por las siguientes preguntas generadoras: ¿De
qué modo, las territorialidades emergentes, resultantes de las formas predatorias
contemporáneas de apropiación de los entramados socio-espaciales, manifiestan el
desgarramiento de los andamiajes estructurales que han sostenido el régimen de
modernidad-colonialidad en América Latina?; ¿qué socialidades se producen en este
proceso de desarraigo radical?

34
La crisis se comprende como un concepto clave para nominar una serie muy diversa de fenómenos y
procesos. La crisis del Estado de Bienestar, la crisis de las ideologías, la crisis de lo local, la crisis de las
utopías, la crisis de la política clásica, la crisis del crecimiento económico como clave del futuro, la crisis de
los grandes relatos totalizadores de la Historia, etc. En la mayoría de los casos, connota la idea de
desaparición, muerte, ciclo cumplido. Podemos llamar, así mismo, contexto de crisis al cuestionamiento de
formulaciones conceptuales vigentes, junto a la emergencia de nuevas interrogantes y necesidades .
114

La territorialidad como categoría analítica

El argumento interpretativo que proponemos, parte del supuesto de que el territorio, sus
dispositivos de producción, representación y apropiación social, constituye una dimensión
crucial en el análisis de la desarticulación contemporánea de los andamiajes, económicos,
políticos, sociales y simbólicos, que dieron sentido y estabilidad a las prácticas y
representaciones societales moderno-coloniales (Sánchez, 2020; Appadurai, 1999). Tal
quiebre societal, que algunos autores entienden con la profundidad de un colapso
civilizatorio, parece coincidir con la articulación de la crisis del sistema de acumulación
fordista y su régimen de distribución, así como de la crisis de las soberanías políticas y
ordenamientos culturales, organizadas en el binomio Estado-nación y sus sistemas de
representación y gestión de intereses.
En este proceso, las formaciones territoriales, que son el ámbito material y
simbólico de tales andamiajes, representan un problema de orden a la vez teórico y
empírico.
Desde una perspectiva teórica, las formas de gestión socio-espacial producidas por
las dinámicas de la globalización y, más específicamente, por las particulares respuestas de
los regímenes territoriales de poder a la nueva configuración de relaciones geo-económicas
y geo-políticas derivadas de aquéllas, pero también por las dinámicas sociales emergentes
en la escala local que estas respuestas generan, supone asumir al territorio como una
categoría analítica problemática.
En este sentido, parece necesario trascender el enfoque convencional de una
“geografía de rasgos esenciales”, basado en concepciones de coherencia —geográfica,
civilizacional y cultural— sustentada en determinados valores, lenguajes, prácticas o
condiciones ecológicas, más o menos estables y duraderos, para aventurar aproximaciones
centradas en “geografías de procesos”, cuyas configuraciones crecientemente inestables se
derivan de la relación entre “diversos tipos de acción, interacción y movimiento”
(Appadurai, 1997; Appadurai, 1999). Se trataría de una perspectiva topológica, antes que
topográfica, orientada a comprender las lógicas internas de los espacios y territorios y sus
relaciones constituyentes.
115

Esta perspectiva, reclama aproximaciones conceptuales que tomen distancia del


determinismo de los atributos materiales del espacio y de los marcos institucionales
formales que los regulan y gestionan, para disponerse a nuevas aproximaciones analíticas
que contribuyan a interpretar la dinámica relacional de sujetos, flujos y lugares que
conforma el espacio-tiempo social contemporáneo.
En ese sentido, podemos asumir, como declaración de principios, lo que advirtió G.
Simmel, ya en la primera mitad del siglo XX, en referencia a las delimitaciones espaciales
que configuran el territorio: “El límite no es un hecho espacial con efectos sociológicos,
sino un hecho sociológico con una forma espacial” (Simmel, 1939, p. 216, citado por
Torres, 2011., pág. 213).
De este modo, el territorio es a la vez, en cada momento histórico, producto y
productor de lo social (Lefevbre, 2013).
Doreen Massey (2004, en Torres, 2011, p. 214), plantea tres consideraciones
epistémicas que ayudan a concebir, procesualmente, el ámbito territorial: a) El espacio es
producto de interrelaciones, desde lo inmenso de lo global hasta lo ínfimo de la intimidad;
b) el espacio es la esfera de posibilidad de la existencia de la multiplicidad, multiplicidad y
espacio son co-constitutivos, de ahí que sea posible reconocer varios territorios en un
mismo espacio; c) el espacio, al ser producto de las relaciones, es contingente, siempre está
en proceso de formación, siempre abierto y nunca acabado, justo por la complejidad de las
relaciones entre flujos y fronteras, lugares y vínculos humanos.
Desde este punto de vista relacional, la territorialidad, como producto y productor
de lo social, se constituye por un “tejido denso de redes y ramificaciones” que pragmática y
subjetivamente, configura el entorno de un individuo y de un grupo social con base en
relaciones de dominación y de apropiación (Lefebvre, 1961:233, citado por Lindón 2008,
p. 41), donde la última tiene una doble dimensión, como campo de acción y como campo
de significación. La disputa por el territorio por su producción y control, ocurre
desigualmente en ambas dimensiones, dado que, si bien los grupos sociales subalternos
pueden no tener la dominación concreta y efectiva del territorio, pueden tener una
apropiación más simbólica y vivencial del espacio.
Tales redes, se estructuran por una serie de códigos o sistemas de regulación social
—de producción y consumo, de propiedad y usufructo, de significación y representación—
116

y por dispositivos estructurantes de prácticas, imaginarios y representaciones en distintos


niveles de formalización, de un modo que constituyen las bases sobre las que se despliegan
los mundos de vida y en los que surgen los modos de experiencia individual y colectiva
(Sevilla 2008).
En otro orden de ideas, más allá de la concreción específica que resulta de las redes
estructurantes señaladas, la territorialidad, puede entenderse como la expresión espacial del
“Tiempo histórico”, es decir,

una especie de organización del movimiento de las sociedades a partir del principio organizativo de
su momento productivo o del patrón de transformación de la naturaleza, es una especie de ritmo y
dirección de la matriz social. En este sentido es una forma de moverse de las sociedades, no la
secuencia, concatenación o articulación de sus hechos colectivos (Tapia, 2002, pág. 311-312).

Por ello, el territorio, como forma histórica de la articulación del tiempo y el espacio,
es a la vez tiempo condensado y espacio en devenir.
Se pueden plantear dos ámbitos analíticos:

El Territorio como espacio de dominación


El primer ámbito, del que se deriva una definición del territorio concebido como espacio de
dominación, como materialización del poder (Raffestin, 1993), es su expresión como tejido
de tentativas o estrategias, de individuos o grupos, para alcanzar, influenciar o controlar
recursos y personas a través de su delimitación y control. Este control se da, ya sea a partir
de la gestión y planificación, del ordenamiento y clasificación de los atributos físicos y
biológicos de los ecosistemas existentes en un espacio dado, ya sea que se sustente en la
orientación de la extracción-transformación de los recursos materiales constituyentes de ese
espacio, que determinan las relaciones de producción y la adjudicación de sus productos. Se
controla también, prescribiendo y jerarquizando los atributos culturales y las
representaciones simbólicas significantes de los grupos sociales que lo habitan; y al final,
estableciendo pautas de espacios de gobierno para administrar las subjetividades, sus
cuerpos y emociones, modelar las conductas, las formas de control o la distribución de
posiciones sociales (Sack, 1986; Zicari, 2018).
117

De ahí que Haesbaert (2015) piense el territorio como todo espacio que tiene el
acceso controlado. De acuerdo con Julian Zicari,

Los territorios y espacios son campos de relaciones de fuerzas que se establecen según pautas
jurídicas y militares, bajo procesos económicos y políticos, expresando los distintos elementos de
ordenamiento de la dominación social, puesto que la construcción de mapas y redes tienen como fin
el control y su uso es para los desplazamientos de cuerpos, ejércitos y mercancías […] son zonas
sociales de encuentro, de poder y de conflicto, en los que no existiría un “arriba o abajo” neutral, sino
que son más bien topografías construidas (Zicari, 2018, p. 63)

Para el autor, las lógicas que favorecen la conformación de los espacios, son los
puntos nodales, a veces invisibilizados, de donde emanan prácticas políticas de
dominación: campos, posiciones, suelos por los cuales se reconocen las topologías de los
espacios humanos, en los que se ejerce una soberanía, circula la riqueza, el capital, se
producen los bienes económicos y simbólicos, despliegan los gobiernos y se administran
los cuerpos (Ibíd.)
Los procesos descritos se sitúan en las esferas de la producción y la reproducción
social, inseparables y mutuamente implicadas. En esa relación, sobre las prácticas y los
imaginarios que les dan sentido, fruto de la vivencia histórica del sujeto en el espacio
(siempre vivida como presente), irrumpen las representaciones producidas en la esfera del
poder-saber, sus instrumentos y códigos por medio de los cuales es posible, relativamente,
implicar el territorio en un determinado régimen de acumulación, de representación y de
regulación.
En un plano formal, la interacción de las esferas de la producción y la reproducción
social sustentan el patrón de extracción, producción y distribución de recursos, que se
supone estable durante un tiempo determinado en un espacio dado, e incluye el complejo
entramado que articula desigualmente las formas de la organización productiva (tecno-
económica), que pueden incluir formas capitalistas y no capitalistas de producción y las
expresiones de las formas de intercambio (mercantil y no mercantil) de los bienes
territoriales, así como la determinación de la asignación social de los productos de la
riqueza producida.
118

Así mismo, los dispositivos que constituyen el modo de regulación social y


producción de sentido, están constituidos por la red de instituciones formales y
consuetudinarias, así como el corpus normativo que garantiza la reproducción de las
condiciones de funcionamiento del régimen de acumulación y la vida social. Se incluyen
así, las relaciones de propiedad, el patrón producción-consumo, las formas de gestión
orientadas a compatibilizar entre decisiones privadas conflictivas o contradictorias, la
distribución de las personas y los lugares como centros o periferias respecto del uso del
territorio, las normas de conservación de determinados elementos, el sistema de derechos y
deberes.
Doreen Massey (2008) habla del espacio como un punto de encuentro entre
trayectorias diversas en constante transformación, de las que deriva una geometría del
poder en la que no todos los sujetos están situados de la misma manera y no todos
comparten las mismas trayectorias. En esta geometría, el movimiento y las acciones de
unos influyen y condicionan las situaciones de otros. Esta geometría del poder se constituye
con base en un proceso relacional de largo plazo (civilizatorio), que se actualiza en cada
momento histórico y abarca dos tipos de mecanismos interdependientes que configuran la
experiencia humana: por una parte, mecanismos de interacción sociopolítica, centrada en la
estatalidad pero también en la gubernamentalidad que trasciende, implicándola
relativamente, la forma Estado35 y, por otra, mecanismos de interacción psicosocial, ligados
al control emocional y a la administración de la violencia, donde la gubernamentalidad,
más que la estatalidad, toma su forma más acabada por el control de los cuerpos y sus
subjetividades (Foucault 2007; Zicari, op. cit.).
Estatalidad y gubernamentalidad remiten, respectivamente, al ejercicio de la Ley y la
Norma, al principio de soberanía y al régimen biopolítico. Ambas dimensiones del poder,
se relacionan a través de procesos de sustitución y complementación. Del socavamiento del
régimen estatal, constituido y legitimado, en las sociedades moderno-coloniales, por la
eficacia de la soberanía, emergen nuevas formas de “derecho”, nuevos regímenes
normativos, fuertemente biopolíticos, ejercidos por una multiplicidad de actores, que

35
El Estado comprendido como el efecto móvil de un régimen de gubernamentalidades múltiples (Foucault,
2007, p. 96). Es decir, como una forma de poder, que es efecto de un conjunto de prácticas específicas y no
una agencia autónoma, de este modo, una autoridad de gobierno no se corresponde, ni siempre ni únicamente,
a una dependencia estatal, de tal forma que distintos puntos de un entramado social pueden constituirse como
tales al afectar las acciones de otros, conducir conductas y transformar su campo de acción.
119

compiten y se complementan, fragmentariamente, por el control de recursos territoriales,


cuerpos y subjetividades “neutros” (ni vivos ni muertos), a quienes sólo el régimen de
dominación puede atribuirles sus formas de existencia (Foucault, op. cit).

El territorio como espacio de apropiación


El segundo ámbito analítico, se refiere, de manera más explícita, a la dimensión subjetiva
del territorio, la del espacio vivido (lo que se vive) y vivenciado (cómo se lo vive), que se
expresa en la noción de Lugar y remite a la conciencia de las relaciones que constituyen la
territorialidad, la interpretación de las coordenadas espacio-temporales en que se vive una
vida (Butler, 2010).
En ese sentido, el lugar puede ser considerado como “la acumulación de sentidos o
de significados”, en los que el espacio es un entramado de historias (Torres, op. cit. pág.
2016), resultado de la experiencia espacial del sujeto (de su corporalidad y su subjetividad),
es decir, de su apropiación pragmática y simbólica con base en rasgos identificatorios,
relacionales e históricos, que resulta en la producción de identidades, entendidas como un
proceso constante de ubicación espacio-temporal, cognitiva, emocional y simbólica que se
construye y se reconstruye, a partir del reconocimiento y la diferenciación (Sánchez, 2012,
p. 109)
La apropiación del espacio puede entenderse como un proceso social de uso,
ocupación y transformación de sus valores materiales o simbólicos. De este modo, es
entendida como un mecanismo por el que la persona se “apropia” de la experiencia
(cognitiva, conductual, simbólica) históricamente condensada, que se concreta en los
significados de la “realidad” (imaginabilidad) a partir de la interacción de las personas con
su medio físico. Es así como el espacio, al devenir lugar, se carga de significado y es
percibido como propio por la persona o el grupo, integrándose como elemento
representativo de la identidad.
A través de la apropiación, la persona se hace a sí misma mediante las propias
acciones, en un contexto sociocultural e histórico. Este proceso –cercano al de
socialización–, es también el del dominio de las significaciones del objeto o del espacio que
es apropiado, independientemente de su propiedad legal. No es una adaptación sino el
dominio de una aptitud (Korosec-Serfaty, 1976 citada por Vidal y Pol, 2005,).
120

En términos pragmáticos, la apropiación se observa en las condiciones de


ocupación, defensa, sentido de arraigo36 y pertenencia por parte de un determinado sujeto
social.
Massey propone dos vías principales de la apropiación: La acción-transformación, en la
que las acciones dotan al espacio de significado individual y social, a través de los procesos
de interacción entre el ser humano y la naturaleza; y la identificación simbólica, mediante
la que el sujeto se vincula con procesos afectivos y cognitivos a través de los cuales la
persona y el grupo se reconocen en el entorno mediante procesos de categorización del yo,
por los cuales se auto-atribuyen las cualidades del entorno como definitorias de su
identidad en comparación con otras personas o grupos. Los dispositivos en esta esfera de
apropiación, condicionan el modo en que los individuos son capaces de llegar a actuar
como un grupo (Valera y Pol, 1994).
El entorno “apropiado” pasa a desempeñar un papel referencial fundamental en los
procesos cognitivos (conocimiento, categorización, orientación) y afectivos (atracción del
lugar, autoestima, apego), que pueden explicar dimensiones del comportamiento más allá
de lo meramente funcional.
La noción de apropiación remite a la transformación del espacio desde la
experiencia personal y colectiva y la propia transformación del sujeto a partir de sus
relaciones con el espacio. Sus relaciones, sus oposiciones y disposiciones, lo que desvelan y
ocultan, están en la base de la producción de la experiencia social, que orienta los mapas
cognitivos y emocionales de los sujetos que, de este modo, devienen actores (Vidal y Pol,
op.cit.).
Para Haesbaert (op. cit.),

[…] lo que importa no son simplemente los objetos que se interponen, ni es simplemente la relación
que se da entre los objetos, sino la relación inserta dentro del propio objeto (o sujeto). El
objeto/sujeto sólo se define por la relación que construye a través de y con el espacio. Entonces la
relación está también dentro del objeto/sujeto, lo que implica entender la producción del territorio
como un tipo de experiencia “total”, continua o “integrada” del espacio.

36
Que se manifiesta mediante una naturalización ideológica de las relaciones sociales.
121

Los espacios vividos y vivenciados, atravesados por la imaginación y el


simbolismo, son el producto de la historia de cada colectividad y de cada individuo
perteneciente a ésta, de sus recuerdos de infancia, de sus sueños, de las imágenes y
símbolos significantes que remiten a los núcleos o centros afectivos: el Ego, el lecho, el
dormitorio, la vivienda o la casa; la plaza y la calle, la iglesia, el cementerio, en tanto
lugares de la pasión y la acción, individual y colectiva, que se viven, se hablan y se
articulan en una doble asignación pragmática y simbólica.
Esta dimensión del espacio, el espacio vivido y vivenciado, contiene los lugares de
las situaciones protagonizadas o presenciadas, pero también de las historias referidas y, por
ello, implica inmediatamente al tiempo o, mejor, a la conjunción de tiempos (que incluye
pasados y devenires). Así el lugar se constituye como yuxtaposición de “épocas”, como
tiempo condensado. De ese modo es esencialmente cualitativo, fluido y dinámico, al tiempo
que disputado y negociado (Lefevbre, 2013, pág. 100).
En este orden de ideas, cada individuo, en su experiencia vivida, posee una relación
íntima con sus lugares de vida; lugares de los cuales se apropia y que contribuyen a
moldear su identidad individual o colectiva como fruto de trayectorias más o menos largas
que se condensan en el presente. Apropiación y arraigo se manifiestan a través de
elementos materiales, pero también ideales y ciertas materialidades del territorio poseen un
fuerte valor simbólico.
Sin embargo, el proceso de apropiación está atravesado por las determinaciones del
poder-saber hegemónico (por las relaciones de dominación), que condiciona (sin
determinarlas absolutamente) las posibilidades de la reproducción social, vale decir, de la
acción sobre el entorno y sobre la identificación simbólica del sujeto.
A estos procesos hetero-normados de producción simbólica del espacio, Henri
Lefevbre (op. cit) los sintetiza en la categoría de espacio representado que se relaciona, por
oposición, con el espacio vivido, potencialmente alterno al espacio de la dominación. Este
espacio representado, es el espacio concebido desde un orden que intenta establecer,
incluso por la violencia, tanto los usos ordinarios como los códigos que los legitiman y
regulan, mediante la operación de agentes y dispositivos que buscan construir a los actores
como subalternos respecto del orden concebido y, frente a su resistencia, destruirlos como
sujetos con agencia.
122

En este caso, se trata de un poder-saber que deviene ideología, cuya legitimación


descansa en la producción discursiva, sea con base en la interpretación de hechos históricos
que justifican el orden presente (mitos de fundación), mediante la producción de verdades,
aderezadas con conocimientos científicos y lenguajes que se presentan como técnicos que
las hacen incuestionables, puesto que presumen estar basadas en saberes fundamentados, o
bien, en el extremo, cuando sucede una falla de los dispositivos formales de dominación,
mediante la imposición disciplinante de una ética y una estética alternativa: la de la
violencia materializada. El espacio representado, es o quiere ser el espacio dominante, cuyo
objetivo es hegemonizar los espacios percibidos y vividos mediante sistemas de discursos.
La territorialidad, expresión práctica y simbólica del espacio dominado y del
espacio apropiado (es decir, del espacio concebido como experiencia, como síntesis de la
tensión entre procesos de dominación y de apropiación), constituye el sistema de relaciones
que el ser humano, como miembro de una colectividad, mantiene con la exterioridad y la
alteridad con la ayuda de mediadores, con el fin de garantizar su autonomía.
De ahí que la territorialidad resulta en un concepto teórico, empírico y metodológico
que refiere al desenvolvimiento espacial, telúrico, de las relaciones sociales. Además, la
experiencia de la territorialidad, implica algún tipo de conexión legal entre estructuras
espaciales y sociales, entre procesos globales y locales, entre procesos “naturales” e
intervenciones en el espacio, entre sistemas de intercambio económico y cultural, entre la
esfera cognitiva y emocional de la experiencia humana (Sosa, 2012, p. 116).
Sosa, sintetiza esta perspectiva, al definir al territorio

como un tejido complejo de espacios, lugares y tiempos específicos y circunscritos dinámicamente,


que articula una matriz multidimensional de condiciones y circunstancias, de dinámicas y procesos,
de sistemas abiertos y duraderos de configuración, representación, reproducción y apropiación de las
potencias, energías y elementos objetivos y subjetivos en compleja relación. (p.116).

Crisis sistémica y espacialidad. El fragmento como experiencia territorial


Oí la ruina de todo espacio, estrépito de vidrios rotos y paredes en
derrumbe; y el tiempo, una descolorida llama final.
James Joyce
123

Las relaciones de poder (de dominación, de apropiación) productoras de la territorialidad,


ocurren entre “dispositivos reguladores”37: el Estado-nación, la “comunidad” y el mercado,
que se producen en el contexto de una idea de modernidad hegemónica. La interacción de
estos dispositivos, desde este paradigma, supone concepciones de las configuraciones
territoriales, con pretensiones explicativas universales.
Como propone Arturo Escobar (2003, pág. 55-56), la perspectiva dominante de la idea
de la modernidad, que define la “naturaleza” de tales dispositivos y de sus relaciones, y, por
ello, de las territorialidades que producen, se ancla en un pensamiento que comprende la
realidad a partir de un conjunto de supuestos:
a) Un marco temporal (historicidad): Origen en el siglo XVII de la Europa del Norte
—especialmente Francia, Alemania e Inglaterra— el contexto de los procesos de la
Reforma, la Ilustración y la Revolución Francesa;
b) Una constitución sociológica: Institucionalización a partir de la forma Estado-
nación soberano, separación de espacio/marginalización del lugar,
desmembramiento de la vida social del contexto local;
c) Una configuración cultural: Orden basado en los constructos de la razón, el
individuo, el conocimiento experto y los mecanismos administrativos ligados al
Estado que resultan en fundamento para la igualdad y la libertad y posibilitan el
lenguaje de los derechos;
d) Un enfoque epistémico: Separación naturaleza y cultura, distanciamiento
espacio/tiempo, mundo compuesto por cosas y seres cognoscibles —y, por tanto,
controlables—, idea de historia y su devenir bajo la creencia de progreso y
superación perpetuos;
e) Un orden construido a partir del antropocentrismo, el logocentrismo y el
falogocentrismo como constituyentes del proyecto cultural de ordenamiento del
mundo que se pretende totalizante respecto de la subordinación del trabajo, sus
recursos y sus productos; del sexo-género, sus recursos y sus productos; de la
autoridad colectiva (o pública), sus recursos y sus productos; de la
subjetividad/intersubjetividad, sus recursos y sus productos (Quijano, 2014).

37
Se entiende por dispositivo, de acuerdo a la interpretación que Giorgio Agamben (2011) da al concepto propuesto por
M. Foucault, “todo aquello que tiene, de una manera u otra, la capacidad de capturar, orientar, determinar, interceptar,
modelar, controlar y asegurar los gestos, las conductas, las opiniones y los discursos de los seres vivos”.
124

Contrario a este paradigma, el pensamiento que liga la construcción de la modernidad a


la impronta colonial propone que el poder de la modernidad eurocentrada —como una
historia local particular— subyace en el hecho de que ha producido particulares designios
globales de forma tal que ha «subalternizado» otras historias locales y sus designios
correspondientes (Escobar, op. cit., pág. 58) y que estos “designios globales” tienen como
sustrato un orden racista, sexista y clasista, cuyas subjetividades y manifestaciones
materiales38, ordenan el entramado social y su espacialidad.
De este modo, la territorialidad moderno-colonial se produce con base en las relaciones
que resultan de la producción de los dispositivos reguladores en un contexto local que se
manifiesta de forma multiescalar, tal como lo propone Massey “desde lo inmenso global
hasta lo ínfimo de la intimidad”, es decir, hasta la propia existencia de los cuerpos
singulares subjetivados.
Pero, en esta configuración moderno-colonial, que se pretende totalizadora, el vínculo
estructural entre los dispositivos ha sido siempre frágil e incompleto, de ahí que la
construcción de hegemonía, en los pueblos subalternizados por la imposición del vínculo
colonial, está siempre llena de yuxtaposiciones, de huecos y de violencias, que dan lugar a
un entramado societal abigarrado, para usar la categoría que propone René Zavaleta (en
Tapia, 2002), que descubren la “paradoja señorial” que constituye la intersubjetividad
moderno colonial, una intersubjetividad en la que la resistencia y la servidumbre se
complementan simbióticamente.
Este orden moderno-colonial sufre, desde la segunda mitad del siglo XX, una crisis
sistémica (Sánchez,2020) y con ella, la propia configuración de sus geografías está
comprometida (Harvey, 2014). Se trataría de una crisis que impacta, estructuralmente los
dispositivos reguladores del espacio-tiempo social (el Estado Nación, la comunidad y la
forma capitalista de las relaciones económicas), su sistemicidad (su fuerza configuradora)
conformada por una “acumulación de prejuicios” sociales que constituyen la forma

38
“[…] la racialización jerárquica de las relaciones sociales; la forma eurocéntrica de producir y legitimar los
imaginarios, las memorias históricas y el conocimiento; el Estado como institución central de la dominación,
el trabajo asalariado como ámbito central de explotación; la naturaleza como objeto de dominación y
explotación y el patriarcalismo como naturalización de las relaciones de sexo-género. (Marañón, 2016).
125

dominante de intersubjetividad, y sus relaciones globales y locales, que se sintetizan, desde


una perspectiva de su espacialidad, en la categoría territorio.
Tal crisis sistémica, está erosionando crecientemente, el patrón de arraigos materiales y
subjetivos, hegemónico durante los últimos cuatro siglos, en dos niveles mutuamente
determinados: por una parte, la creciente desvinculación entre estos tres dispositivos y, por
otra, el vaciamiento de sus elementos constituyentes. Esta dislocación y vaciamiento,
deviene en la imagen de un mundo fragmentado, des-concertado, des-arraigado, tanto en la
escala global como en el nivel más íntimo y cercano de la experiencia cotidiana, en sus
prácticas y representaciones.
¿Qué configuraciones materiales y simbólicas resultan de la crisis sistémica de estos
referentes?, ¿qué territorialidades emergen de estos desarreglos estructurales?

Crisis de la soberanía territorial y vaciamiento del Estado nación


“No fue el muro el que creó el campamento, fue más bien la estrategia
y la realidad del atrincheramiento lo que llevó a la construcción del muro”
Adhi Ophir y Ariella Azulay. “The monsters Tail”
Como propone Arjun Appadurai (op. cit.), en el momento en que, por las dinámicas de la
globalización, las fronteras se vuelven porosas e inciertas y el control estatal sobre los
espacios subnacionales, y de la comunidad sobre los espacios locales, se pone en entredicho
por la prevalencia de un gradiente dinámico de reforzamientos y debilitamientos selectivos,
la configuración territorial, mirada desde la perspectiva de la relación entre las formas
estatal, comunitaria y mercantil de regulación del espacio, puede problematizarse en un
doble sentido:
a) El que alude a los procesos generales que están en la base de la erosión del régimen
de poder sustentado en la idea de soberanía del Estado-nación
b) El que se deriva, más particularmente de las relaciones sociales moderno-coloniales,
en las que se han producido los pueblos subalternos, particularmente en América
Latina.
Este doble movimiento, puede permitir la comprensión de la

compleja red de contenidos y formas, de condicionamientos objetivos y subjetivos interrelacionados, que –


consciente o inconscientemente en los diversos actores sociales– estructuran procesos, dinámicas y prácticas
sociales contemporáneas (Appadurai, 1999. pág. 112),
126

entre ellas las geografías moderno-coloniales cuya crisis puede explicar la


emergencia de territorialidades de nuevo tipo.
La erosión de la soberanía estatal sobre el territorio, o al menos su principio
subjetivo de legitimidad, evidencia la crisis global de la relación Estado-nación. Esta
categoría está soportada en buena medida en el ejercicio de la soberanía territorial y su
crisis se manifiesta tanto por la reducción de la institución estatal a una actividad de
gobierno que no persigue otra cosa que su propia reproducción, como por la degradación de
la supuestamente indiscutible hegemonía espacial del Estado, en buena parte producto de la
emancipación creciente de la circulación capitalista respecto del control de los Estados,
pero, paradójicamente, con su auspicio (Harvey, 2014; Balibar, en Brown, 2015). Con ello,
las relaciones entre dos de los componentes de la triada de regulación territorial, el Estado y
el mercado, se reajustan profundamente.
En la escala global, se advierte el repliegue de las soberanías estatales, erosionadas
por fuerzas situadas en el campo de las relaciones económicas y políticas globales o inter-
nacionales, así como por dinámicas subnacionales que se expresan en demandas de
derechos e intereses frente a los cuales el Estado-nación, de carácter burocrático-
administrativo, no tiene mecanismos de respuesta eficaz. Estas fuerzas y dinámicas, que
disputan la apropiación material y simbólica de los recursos sociales, descubren la erosión
de las afirmaciones sobre los que descansa la idea de soberanía, como principio central de
justificación de la legitimidad del Estado.
De acuerdo con Wendy Brown (2015), estas afirmaciones son: Supremacía (ningún
poder es superior), Permanencia en el tiempo (no hay límite de tiempo), Capacidad de
decisión (no hay vinculación o sumisión a la ley), Carácter absoluto o completo (la
soberanía no puede ser probable o parcial), Condición de intransferible (la soberanía no
puede cederse sin anularse a sí misma), y Jurisdicción especificada (territorialidad). Entre
estas afirmaciones, la territorialidad y su control soberano, incluso más que otras nociones
constituyentes de la auto-imagen y auto-narrativa de la nación, como el lenguaje, el origen
común o los lazos de sangre, ha sido la base de la justificación jurídica y política del
sistema de Estados-Nación en occidente desde el siglo XVII (Appadurai, 1999, p. 109).
Según este autor,
127

[…] A medida que se abren fisuras entre el espacio local, el translocal y el nacional, el territorio,
como base de la lealtad y el afecto nacional […], está cada vez más divorciado del territorio como
lugar de la soberanía y el control estatal de la sociedad civil. La jurisdicción y la lealtad están cada
vez más separadas […], donde se supone que ambas dimensiones son coincidentes y se sustentan
mutuamente (Ibíd., p. 114).

Si bien es cierto que el debilitamiento del Estado-Nación no significa,


necesariamente, el debilitamiento del Estado mismo, en tanto instrumento de dominación,
sí implica el alejamiento del patrón de poder capitalista, del que el Estado es un soporte
central —a través de sus mecanismos de regulación, de administración de la violencia, y de
la legitimación del patrón de poder—, de sus promesas de una modernidad en la que se
disfrutaría de libertad, igualdad, bienestar.
Desde la perspectiva de las geografías nacionales, lo que se observa es un creciente
“declive de la soberanía [que] sería resultado en parte de la articulación de flujos y barreras
[materiales, psico-políticas]. Flujos que desgarran las fronteras que cruzan como cristalizan
en ellas en forma de poderes, comprometiendo la soberanía del Estado desde sus límites y
desde adentro” (Brown, 2015).
En ese sentido, la mentalidad neoliberal39 no reconoce ninguna soberanía que no sea
la de los que toman las decisiones en las empresas, que sustituye los principios de legalidad
y de la política por criterios de mercado, y que degrada la soberanía política a un status de
mera gestión. El Estado y la soberanía se distancian entre sí (Ibíd.).
Brown propone que las barreras fronterizas en forma de muros, vallas, sistemas de
vigilancia mediante dispositivos tecnológicos o por el despliegue de fuerzas militares o
paramilitares, no tienen el objetivo de la defensa contra enemigos en el sentido clásico, es
decir, contra otros Estados, sino contra agentes no estatales transnacionales (individuos,
grupos, movimientos, organizaciones e industrias), percibidos como una amenaza cultural,
étnica, religiosa, económica, o todas al mismo tiempo. Reaccionan a las relaciones
transnacionales más que a las internacionales, y responden a poderes persistentes, aunque a
menudo informales o subrepticios, más que a empresas militares.

39
Entendiendo al neoliberalismo como un momento constitutivo de un nuevo régimen societal en formación,
más que una actualización del régimen de acumulación.
128

Tal configuración, produce y es observable en los más diversos espacios que se


constituyen como trans-localidades: Las zonas fronterizas se están volviendo espacios de
circulación compleja, todas las zonas de libre comercio que operan dentro de los márgenes
permitidos por el Estado de excepción, muchas zonas turísticas, los campos de refugiados y
albergues de migrantes, podrían describirse como trans-localidades, aun cuando
nominalmente puedan estar dentro de la jurisdicción de Estados nación particulares
(Appadurai, op. cit., p. 112).
De este modo, el panorama global de flujos y barreras que separan las partes del
globo más opulentas de las más pobres, expresa la ingobernabilidad por la ley y la política
de muchas fuerzas desencadenadas por la globalización y la colonización de la tardo-
modernidad, y representa un intento por bloquear esa ingobernabilidad. Son fuerzas que
poseen una lógica específica, pero que carecen de forma y organización política y, sobre
todo, de intencionalidad subjetiva y organizada.
Barreras y flujos son signos de la existencia de una corrupción de la distinción entre
el mantenimiento del orden interior y del exterior y entre la policía y el ejército. Esto a su
vez sugiere una cada vez más confusa distinción entre lo interior y lo exterior del territorio
“nacional” mismo y no solo entre los criminales de adentro y los enemigos de afuera.
La importancia de los muros, dice Etienne Balibar en la introducción del libro de
Brown, no reside tanto en su eficacia física como en su ostentosa visibilidad, los muros
exhiben una función y realizan otra. La sensación colectiva es la de un “Estado de
emergencia normalizado” o, como propone Zavaleta (1990, en Tapia, 2002), un Estado
aparente, es decir, un poder político jurídicamente soberano sobre el conjunto de un
determinado territorio pero que no tiene relación orgánica con aquellas poblaciones sobre
las que pretende gobernar.
Se tiene un Estado aparente, plantea Tapia (op. cit, pág. 310) cuando la forma
estatal, de origen constitucional, manifiesta fuertes dificultades de legitimación y
construcción de hegemonía ya que no se han dado, o se han socavado, los procesos
sociales que son la condición de posibilidad de la validez real del estado.
Desde esta perspectiva, Brown (op. cit) afirma que,

dado que todos los aparatos estatales enfrentan, de una u otra forma, la realidad de poblaciones
móviles, flujos legales e ilegales de productos y grandes movimientos de armas a través de las
129

fronteras, es muy poco lo que pueden monopolizar de manera realista, excepto la idea del territorio
como punto diacrítico de la soberanía.

En buena medida, la legitimidad de los actores políticos en el entramado estatal y


aún del propio régimen de acumulación, se sustentó en la promesa y el proyecto del
progreso, así como en la eficacia para conducirlos, bases fundamentales del sistema de
representación de intereses que constituyeron el Estado nación.
Sin embargo, la globalización, hace aparecer innumerables y crecientes tensiones
entre redes locales y nacionalismos locales, entre intereses nacionales y mercado global,
entre los poderes virtuales y los físicos, entre la apropiación privada y la pública, entre lo
reservado y lo transparente, entre territorialización y desterritorialización. Y, por ello, entre
nación y Estado, y entre seguridad del individuo y movimiento de capital.
Las tensiones apuntadas, se encuentran y anidan en los muros y vallas, cuyas formas
y texturas varían según aquello que pretenden obstaculizar: el paso de gente pobre,
trabajadores o prófugos; drogas, armas, mercancías u otro tipo de contrabando; jóvenes
secuestrados o esclavizados; terrorismo; promiscuidad étnica o religiosa; paz u otras
posibilidades políticas, pero que, más allá de sus diferencias, por su proliferación, expresan
una constante de deterioro del control estatal del Estado en el territorio.
De este modo, el proceso globalización/des-globalización, operado por entramados
de poder inter-in-dependientes respecto del Estado—como los tratados y uniones
supranacionales—, explica, solo parcialmente la crisis de los dispositivos formales de
gestión de los recursos y de representación de intereses situados en el territorio.
Donde alguna vez pudo pensarse a los Estados, aún con su origen y práctica
colonial, como garantes de la organización territorial de mercados, sustentos, identidades e
historias, ahora son más que nada árbitros (entre otros árbitros) de varias formas de flujo
global. De esa forma la integridad territorial se vuelve vital para las ideas de soberanía
patrocinadas por el Estado (Appadurai, 116).
De hecho, muchos de los fenómenos contemporáneos que ponen en tensión las
fronteras territoriales del Estado Nación, como la migración, el contrabando, el terrorismo u
otras manifestaciones políticas, cada vez menos son impulsadas por Estados (si bien pueden
constituir respuestas sociales, económicas y políticas a los procesos estatales), sino que se
130

producen al margen de éstos, lo que plantea un problema respecto del análisis de estos
actores “post-westfalianos”.
Así, la crisis de la mediación estatal, que deviene en el Estado aparente, abre la
puerta a la configuración de redes de poder post-soberanas, constituidas por complejos de
corporaciones, empresariales, militares y políticas, que producen diversas redes de
mediación, dominación, represión y apropiación de recursos en el ámbito territorial del
Estado nación (Sassen, op. cit.), y socavan estructuralmente la naturaleza del Estado y su
vinculación con los entramados socio-culturales locales, dando lugar a nuevas formas
territoriales en ámbitos que subvierten el espacio productivo y el de la reproducción social,
así como a los entramados de mediación sustentados en formas de poder cuya historicidad
descansa en arreglos comunitarios de larga data y cuya persistencia, pese a todo, evidencia
la coexistencia de diversas espacialidades y temporalidades.

El nuevo capitalismo”. Apropiaciones predatorias y territorialidades emergentes


La crisis del vínculo Estado-nación-comunidad-capital, se visibiliza en la emergencia de
formas territoriales no convencionales (Sassen, op. cit.)
En la escala territorial local, más próxima a la experiencia de individuos y
colectividades, el desmantelamiento de los recursos institucionales de movilidad social, la
prevalencia de formas extractivistas de apropiación de valor y el vaciamiento de las
representaciones socio-espaciales, son mecanismos de un régimen depredador que
erosionan los mecanismos de arraigo en el espacio y generan un incremento de la
incertidumbre respecto de las vías para la construcción de trayectorias alternativas y, al
mismo tiempo, crecientes movimientos de resistencia.
Los procesos señalados, configuran un complejo paradójico. De un lado, dan lugar a
procesos crecientemente destructivos de los andamiajes de larga duración que han
organizado el espacio social, que han asegurado desigualmente la subsistencia colectiva y
proporcionado las claves de lectura de los mapas cognitivos y emocionales de los
individuos (Sánchez, 2020), tanto respecto de la materialidad como de la subjetividad que
constituyen el territorio. A estos procesos destructivos, considerando sus alcances e
impactos, la socióloga estadounidense Saskia Sassen (2015) los denomina formaciones
predatorias.
131

La noción formaciones predatorias, es interpretada, desde dos perspectivas analíticas:


Por una parte, refiere a la configuración y acción de complejos de corporaciones,
empresariales, financieras, militares y políticas, que producen diversas redes de mediación,
dominación, represión y apropiación de recursos, cuyo carácter subvierte y desnaturaliza
entramados territoriales de larga duración histórica, y dan lugar a nuevas formas
espaciales. Estas formas se expresan, lo mismo en la incierta geografía de los bloques
económico-políticos (Appadurai, 1999), como en la configuración de las cada vez más
imbricadas localizaciones urbanas y rurales.
En este orden de ideas, de acuerdo con Pablo González Casanova (2008)

[…] En medio del orden y el caos mundial los llamados “complejos militares-industriales” y “las
corporaciones” van a sustituir la mano invisible del mercado con la mano visible de la organización y
las concomitantes reestructuraciones de los sistemas de dominación, apropiación, explotación,
reproducción ampliada y distribución del trabajo y los recursos territoriales, variables según los
espacios sean centrales o periféricos.

Estos procesos, estarían dando lugar a lo que él llama una etapa de inestabilidad y
caos prolongados con desestructuración y reestructuración acentuadas de las
organizaciones y los complejos en lucha social.
La otra vertiente de la categoría formaciones predatorias, alude a la lógica de la
expulsión, ya sea de orden social o económica, emergente también, en tanto se distingue de
las formas de marginalización y explotación propias del capitalismo fordista, frente a las
cuales fue posible construir algunos dispositivos de inclusión y movilidad social. La
expulsión a la que alude Sassen es un estado radical de destrucción de los medios de vida
(tierra muerta) y la determinación del carácter prescindible y desechable de los cuerpos.
En ese sentido, el proceso de constitución de esas formaciones, se puede explicar, al menos
en parte, por la forma en que se produce la apropiación material y simbólica de los valores
territoriales, en mecanismos de des-territorialización respecto de las topologías espaciales
pre-existentes.
La des-territorialización, puede entenderse en un doble sentido:
132

a) Como destrucción o abandono de un territorio. Cuestión que alude, principalmente, a la concatenación de las
dimensiones económicas, tecnológicas y políticas, de la relación entre producción-reproducción social. El
capital produce, en el contexto de la extracción de valor, su propia geografía a través del mecanismo de
transformación (segunda naturaleza) o de despojo como sustento de la acumulación (Harvey, 2010).

En este primer sentido, el extractivismo de recursos materiales, de saberes y energías


vitales y la financiarización, como formas de producción de beneficios sin creación de
valor, se constituye en la base tecno-económica de la producción de fracturas territoriales y
del desanclaje de las vivencias y las subjetividades generadas en la experiencia socio-
espacial. Es el resultado de los dispositivos de fijación, distanciamiento y, en el extremo, de
desplazamiento, desaparición y expulsión, que dan lugar a la erosión de los mecanismos de
arraigo y al incremento de la incertidumbre respecto de las vías para la construcción de
trayectorias alternativas.

b) Como precarización territorial de los grupos subalternos, como fragilización o


pérdida de control territorial (de su apropiación), resultado de que el control está
fuera de su alcance o está siendo ejercido por otros. Otros que ejercen diversas
prácticas de “contención” (Haesbaert, op. cit) y narrativas de re-significación y
representación (Wacquant, 2009), que erosionan, desigualmente, la capacidad de
apropiarse de los sistemas de usos y de los sistemas de expectativas, de producir
sentido de vida y de enfrentar la alienación que amenaza la vida cotidiana.

Entre los procesos que subyacen a esta última forma de des-territorialización, se pueden
reconocer fenómenos ya señalados: la desintegración del régimen salarial, vinculada a la
reducción del empleo formal y al crecimiento de la informalidad económica y, con ello, la
creciente desvinculación del sujeto del régimen de seguridad social. La desconexión
funcional entre los espacios sociales “desheredados” (barrios, pueblos) de las economías
nacionales y globales. La producción de regímenes de excepción como las zonas
económicas especiales. La maquilización como empobrecimiento del régimen de
producción industrial que exacerba la explotación sin mecanismos de reciprocidad entre
capital y trabajo. La sustitución y mercantilización de los referentes culturales a través del
simulacro de la turistificación, entre otras estrategias del capital.
133

En este contexto, se producen, simbióticamente, territorios de centralidad, es decir,


espacios de consumo de la producción económica y de los patrones culturales de los lugares
centrales, y espacios rotos y descartables, cuyo papel en la división global del espacio se
limitan a ser depósitos temporales de recursos extraíbles y refugios temporales de sujetos
desechables. En correspondencia, se generan dinámicas que, de manera igualmente
selectiva, producen colectividades humanas incluidas desigualmente en la esfera de la
producción y del consumo y vastos contingentes humanos invisibles y descartables. En
ambos casos, tanto en los incluidos como en los expulsados, el desarraigo radical, una
manera de nombrar a la experiencia desposeída, parece ser la condición del presente y la
expectativa del futuro.
Tal desposesión de la experiencia, es el resultado de procesos mediante los que

se elimina el control del sujeto o el colectivo sobre ella, la capacidad de comprenderla, de


comunicarla, del mismo modo que la desposesión de los medios de producción implica no tanto una
expropiación jurídica como una supresión de la capacidad de hecho de desencadenar y controlar el
ciclo del trabajo social y su valorización (Sevilla, 2008)

Se produce así, un entramado perverso de desposesión, sustentado en la des-


estructuración/destrucción y la expulsión/desaparición de la territorialidad, la corporalidad
y la subjetividad. Esta desposesión combina, por una parte, formas históricas de
marginalización, irreductibles al lugar del sujeto individual y colectivo en la estructura
económica (Wacquant, 2009), que se refuerzan con el desmantelamiento de los dispositivos
institucionales de ascenso social, ligados al Estado de bienestar. Por otra, con la fijación y
distanciamiento o expulsión de trayectorias individuales y colectivas sustentadas en
adscripciones territoriales y el vaciamiento de las representaciones socio-espaciales y, en el
extremo, con la radical destrucción de las propias condiciones materiales de la existencia y
la eliminación física del sujeto, mediante su desplazamiento forzado o su muerte.
Este proceso se manifiesta diferencialmente según el carácter central o periférico de
los espacios, y según las capacidades de respuesta social (González Casanova, op. cit.).
En el sur global, las formas predatorias de apropiación territorial, parecen
manifestarse en torno a dos ejes centrales: el extractivismo como fuente de acumulación
económica del capitalismo post-industrial y, el desarraigo material y simbólico como forma
134

de gestión social (Sassen, 2015). Estas formas, erosionan violentamente, tanto las bases
materiales de la existencia, desde el plano local a la escala planetaria, como los entramados
relacionales más o menos estables (denominados coloquialmente tejidos sociales),
conformados por prácticas, códigos de socialización, dispositivos de regulación del poder y
representaciones simbólicas e identitarias, arraigados en el espacio.
Tales formaciones predatorias, y los dispositivos de apropiación que le son
sustantivos, más allá de la destrucción de la materialidad del territorio, profundizan la crisis
de las estructuras sociales y el resquebrajamiento de referentes identitarios que aseguraban
algún sentido de la vida individual y social (Sánchez, op. cit.).
Se constata así, el carácter multidimensional de lo que Sassen llama Agujeros
estructurales en el tejido territorial, que subvierten profundamente la capacidad de
apropiación-regulación del territorio, y producen, mediante la violencia, el desanclaje de la
percepción y la experiencia vivida respecto de los territorios de arraigo duradero, derivada
de la contradicción entre lugares y flujos. Ello erosiona la capacidad de apropiarse de los
sistemas de usos y de los sistemas de expectativas, mediados hasta hace algún tiempo por el
trípode regulador Estado-comunidad-mercado, aludido antes, lo que socava la capacidad de
los sujetos de producir sentido de vida y de enfrentar la alienación que amenaza la vida
cotidiana.
Entre esas formas de re-creación, apropiación y gestión territorial, destacan las
producidas por corporaciones criminales, particularmente aquellas dedicadas al narcotráfico
y el tráfico de personas, que transforman estructuralmente los modos de apropiación de los
recursos. En su origen, operaban de un modo en el que el espacio se constituía como mero
escenario de los procesos de producción, tránsito y consumo. Su caracterización
contemporánea como “crimen organizado”, representa una forma superior a partir de
formas complejas y más o menos estables de producción y gestión de la territorialidad,
mediante la actualización de formas primordiales de control social de carácter tributario-
caciquil y de gobierno cuasi-estatal, y cuyo producto es la subordinación de las formas pre-
existentes de control y articulación social del sujeto y su territorio.
Estos procesos derivan en parte, como se ha apuntado, de la crisis del
funcionamiento del capital en la escala global y sus mecanismos multiescalares de gestión,
que se manifiesta en el carácter crecientemente destructivo de sus mecanismos de operación
135

(tecnológicos, de gestión de recursos) cada vez más extractivista y cada vez menos
productivo. Crisis que se hace visible en sus externalidades depredadoras, así como en la
complejidad de los diversos regímenes de regulación y gestión del poder, inter-in-
dependientes respecto del Estado, que contribuyen a la erosión del cemento que amalgama
las voluntades colectivas, forjadas, para bien y para mal, en la certidumbre de las lealtades
sociales, culturales o identitarias y en la demarcación territorial de la localidad.
En el extremo, el vaciamiento creciente de los mundos locales, la destrucción de su
materialidad constituyente, la ausencia de un proyecto capaz de proponer vías de inclusión
y de sentido, y su sustitución por el distanciamiento, la represión y la violencia, resultan en
una dinámica de desplazamiento, desaparición social y expulsión de crecientes segmentos
poblacionales de las formas “normalizadas” de la vida en comunidad, que reconfiguran la
producción territorial y devienen en la eventual sustitución de los dispositivos de
representación por otras formas sociales de gestión política y de identificación simbólica.
Por ello, puede afirmarse que el complejo desestructuración-desaparición-expulsión, que
resulta de tales apropiaciones territoriales predatorias, se manifiesta, en los sujetos sociales,
tanto en los incluidos como en los expulsados, en la experiencia, consciente o no, del
despojo y el desarraigo radical.
En ese sentido, la constatación de los límites de la producción de externalidades que
el régimen de acumulación y representación de intereses produce, en el contexto del
modelo de desarrollo, puede observarse mejor en esos contextos marginales a la formalidad
estatal y económica, del modo en que lo propone Sassen (op. cit.), en su perspectiva de
análisis. Tal planteamiento supone una “reflexión sobre el tipo de complejidad existente y
la dificultad de poder explicar esa heterogeneidad o diversidad social en base a modelos
únicos y generales” (Tapia, op. cit, 319), como los que se arraigan en los estudios sobre el
desarrollo.

Crisis de los vínculos territoriales comunitarios


En el contexto del proceso de desvinculación de los dispositivos reguladores del entramado
socio-territorial, se observa un creciente vaciamiento de los mundos existenciales locales,
cuyos entramados se han constituido históricamente por “asociaciones relativamente
estables, historias relativamente conocidas y compartidas, y espacios y lugares recorridos y
136

elegibles colectivamente”40 (Appadurai, op. cit.). Las fuerzas de des-apropiación, erosionan


la capacidad de gestión de las contradicciones, que en el pasado fue posible integrar con
relativa eficacia, a través de dispositivos de poder y relatos significantes, que, aún en el
orden moderno-colonial, produjeron regímenes relacionales estratificados y desiguales,
pero más o menos eficientes para la gestión y distribución de riesgos y para la sustentación
de estrategias de movilidad social, bajo ciertos principios solidarios de redistribución.
Loic Wacquant (2009), plantea que el nuevo régimen de relaciones sociales, genera
formas de pobreza que no son residuales, cíclicas ni de transición sino inscritas en el futuro
de las sociedades contemporáneas. Estas nuevas formas de exclusión estructural se nutren
de una diversidad de procesos, ya señalados anteriormente : La desintegración del régimen
salarial vinculada a la reducción del empleo formal y el crecimiento de la informalidad
económica; La desconexión funcional entre los barrios y pueblos desheredados de las
economías nacionales y globales; La destrucción de las economías campesinas tradicionales
por las formas extractivistas de acumulación, la erosión del sistema de derechos
jurídicamente normados. Tres propiedades espaciales parecen distintivas de esta
“marginalidad avanzada” como Wacquant llama a esta nueva exclusión: el estigma, la
disolución del lugar y la erosión de las redes colectivas de protección.
Estos procesos refuerzan la expulsión y la invisibilización social y orientan la
producción de nuevas formas de gestión territorial.
Si bien, como ya se ha apuntado, los procesos comunitarios se han producido
históricamente, en el seno de una tensión estructural (la del régimen de modernidad-
colonialidad), puede plantearse que la década de 1980, constituye un momento constitutivo
en el proceso de desvinculación y vaciamiento comunitario. En el caso de México, el
régimen neoliberal, impuesto desde entonces, habría de contribuir a la fractura de los pactos
inestables que sustentaron los andamiajes societales desde principios del siglo XX.
Tres determinaciones se observan como particularmente relevantes: la cancelación
del proyecto industrializador de base nacional, en el que descansaba la promesa de
incorporación al régimen salarial y al sistema de movilidad social, condición del modelo de

40
El ámbito de la localidad, es entendido por Appadurai “como una dimensión de la vida social, como una
estructura de sentimiento, y en su expresión material en la “co-presencia» viva”
137

organización de clases ligada al Estado; la contra-reforma agraria de 199241, que decretó el


fin del lazo Estado-campesinado e impuso la mercantilización de la tierra de propiedad
social, base de la organización comunitaria; el fin del modelo de gestión política bajo la
figura de partido hegemónico y un Estado distribuidor de orden clientelar.
Incorporación, cooptación y asimilación, fueron las condiciones del régimen
moderno-colonial para la inclusión de las colectividades a la zona “del ser” (usando la
expresión de Franz Fanon), por la vía de la explotación del trabajo, la invención de una
identidad nacional y la regulación estatal. Las transformaciones neoliberales cancelaron
estas condiciones para instalar la zona del no-ser, la de la expulsión, en crecientes espacios
sociales y comunitarios. Se conformó un régimen de incertidumbres.
Boaventura de Sousa (2009) sostiene que, si la Sociedad es

el manojo de expectativas estabilizadas, mediante una serie de escalas y equivalencias compartidas (a un trabajo
le corresponde una paga equivalente, a un crimen, un castigo particular, a un riesgo, un seguro previsto), las
tendencias contemporáneas apuntan a que hoy en día y cada vez más, la gente está privada de estas escalas y
equivalencias compartidas, y por ello, no tiene expectativas estabilizadas. Vive en un constante caos de
expectativas, donde los actos triviales se empatan con las más dramáticas consecuencias. Afrontan muchos
riesgos sin seguridad alguna (De Sousa, 2004).

Este escenario se traduce, no sólo en la aparición de nuevas formas de pobreza y en


el surgimiento de una nueva cuestión social que resulta del cuestionamiento de los
principios organizadores de la sociedad de la inclusión universal (solidaridad, contenidos
estatizantes de la ciudadanía, planificación, etc.) e incluso del modelo comunitario y
familiarista42 de protección.

41
A la que siguió, en los años siguientes, una serie de cambios constitucionales y legales como condición de
posibilidad del nuevo régimen de acumulación y que han impactado de manera extraordinaria en la
territorialidad comunitaria Ley de Minería, Reforma energética, Leyes laborales, Regulaciones del capital
financiero, Regulaciones de medios de comunicación, Ley de vivienda, entre otras.

42
Es posible constatar que la estructura y organización de las familias se están modificando de manera
notable, en forma de la disminución de familias nucleares, el aumento de los hogares en los cuales está
ausente alguno de los padres; el crecimiento de aquéllos conformados por la unión de parejas cada uno con su
correspondiente prole, etc. Así mismo, se observa la mayor presencia de hogares de co-residentes –que no
tiene parentesco- y de personas que viven solas. Lo anterior impacta las relaciones genéricas e
intergeneracionales, los mecanismos de comunicación y de toma de decisiones, la transmisión de saberes
para la vida y los hábitos y los tiempos destinados a la crianza y cuidado.
138

Todo ello da lugar a la percepción de una creciente exclusión, incivilidad e intranquilidad


que reducen la capacidad efectiva de vivir en colectividad. Como respuesta, se producen
formas alternas de vinculación, que tendencialmente sustituyen los lazos comunitarios de
larga duración.
Más que un fenómeno confinado a ciertos lugares, el de los espacios de la
desesperación de los excluidos, los purgatorios sociales, los páramos leprosos en el
corazón de la metrópoli postindustrial, donde sólo aceptarían habitar los desechos de la
sociedad (Wacquant, op. cit., p. 17), parece existir en todas partes, una cierta tendencia a la
des-institucionalización, la descomposición de clase y el creciente deterioro del hábitat
original.

Según este autor, en las zonas urbanas desfavorecidas sus habitantes

[…] están desconectados de los instrumentos tradicionales de movilización y de representación de


los grupos constituidos y, en consecuencia, desprovistos de un lenguaje, de un repertorio de
imágenes y de signos compartidos a través de los cuales se pueda concebir un destino colectivo y
proyectar posibles futuros alternativos.

El otro lado de la moneda es la creación de lugares concentrados en los territorios


del privilegio, también des-institucionalizados y segregados por los muros del miedo y de la
identidad patrimonial. Se incrementan en ellos visiones y valores conservadores y modelos
aspiracionales de consumo que determinan situaciones y prácticas de intolerancia,
discriminación, exclusión e incluso criminalización, de todas aquellas personas y grupos de
población que no se ajustan al modelo que pretenden imponer. Las instituciones y los
cuerpos de seguridad asumen esos modelos y criminalizan a aquellas personas que no se
apegan a los mismos.
Así, el proceso de desvinculación y vaciamiento, apuntado antes, se refuerza entre
un estado organizado constitucionalmente según principios que corresponden al principio
de organización del modo de producción capitalista, que pretende ser válido para un
territorio y un conjunto de comunidades que no se organizan según el mismo principio
(Tapia, op. cit) y formaciones que se rigen por nuevos principios de vinculación, sea por el
reforzamiento de autoritarismos de base local o por los órdenes que impone el capitalismo
139

extractivista (Sassen, 2015), cuya yuxtaposición va generando, de manera acelerada, un


proceso de implosión de las estabilidades colectivas.
Esta Formación social emergente produce una territorialidad en proceso de
vaciamiento y en disputa, lo mismo en la esfera material que simbólica.
Tal proceso, se caracteriza, por contener tiempos históricos diversos - en tensión,
negociación o antagonismo, de lo cual una expresión más particularizada es la coexistencia
de modos de producción y formas políticas de matriz diversa o heterogénea. Esta
heterogeneidad se expresa en la existencia de un conjunto de estructuras locales de
autoridad diversas entre sí y un estado más o menos moderno y nacional, pero que, o no
mantiene relaciones de organicidad con aquéllas, o que se ha vaciado de sus contenidos
sustantivos, quedando apenas un nivel primario de vinculación, el del control de los
recursos, el control represivo del cuerpo social y el disciplinamiento biopolítico de los
cuerpos despojados de su anclaje social. En el extremo, emerge la violencia que renuncia al
disciplinamiento y el control, que se sustituye por la expulsión-destrucción-desaparición de
las condiciones materiales de la existencia (extractivismo) o de los propios cuerpos.
En la experiencia de los pueblos subalternizados, la conformación de un Estado
aparente sin control sobre estas formaciones sociales abigarradas, deviene en una
diversidad de historias-territorialidades que no logra ser incluida totalmente en los arreglos
convencionales impuestos por la relación orgánica del capital y del Estado (Tapia, op. cit,
pág. 312).
Estas territorialidades abigarradas, incluyen formas de vinculación-subordinación al
Estado o sus manifestaciones fragmentarias, y otras formas de poder paraestatal, como el
neo-caciquismo o las propias organizaciones del crimen organizado, a la vez que complejas
formas identitarias crecientemente desvinculadas del orden estatal que generan nuevas
matrices de organización del espacio-tiempo social constituyente de la territorialidad. El
proyecto nacionalista de López Obrador, lo mismo que otros regímenes nacional populares
en América Latina (Evo, Lula, Chávez), operan para superar el carácter aparente del
Estado, ampliando su espacio de control y gestión sobre los márgenes. Sea por la vía de la
regulación del capital, la ampliación de su espacio de desarrollo, sea por la vía de la
inclusión subordinada de los excluidos. Todo ello da lugar a un mapa más complejo de
140

demarcaciones espaciales, de actores productores del espacio social y de sujetos que se


producen, a su vez, en este proceso de construcción material y simbólica del territorio.
En este contexto, la violencia, resulta un dispositivo central de gestión, lo mismo a
través de los mecanismos formales de regulación estatal, como por la actuación de aparatos
que provisoriamente pueden denominarse para-estatales o de formas que atraviesan la
configuración estatal y que realizan funciones de persuasión, control y represión. De
acuerdo con Fuentes (2012) se trataría del ejercicio de la violencia, comprendida como
dispositivo biopolítico ubicada en “zonas grises” que resultan del vaciamiento del
dispositivo estatal de regulación de lo colectivo y del carácter predatorio de los dispositivos
de acumulación.
En este proceso, lo militar, como elemento regulador y sancionador de las reglas del
juego y de las jerarquías, así como medio de acceso o monopolización de recursos, de
promoción comercial, de integración productiva, de sometimiento y regulación poblacional,
aparece en el primer plano de la producción de las topologías territoriales señaladas antes,
sea en los regímenes de derecha como en los llamados gobiernos progresistas. Como
parecen ejemplificar, si bien con distinto signo, la “guerra” contra el narcotráfico en el
sexenio de Felipe Calderón y la creación de un cuerpo militar dedicado a la seguridad
interior, bajo la forma de una Guardia Nacional, en el de Andrés Manuel López Obrador.
No se trata solo de lo militar en el sentido del involucramiento de las fuerzas
armadas del Estado en tareas de disciplinamiento, represión y seguridad interior, sino como
una lógica y un dispositivo de creación y organización societal dirigida solo parcialmente
por el Estado (cuestión observable en contextos de guerras civiles prolongadas), y como
una forma particular de subjetividad.
Este fenómeno de militarización de la sociedad, implica la regulación de lo geográfico,
lo geopolítico y lo geoeconómico, pero también de los cuerpos y la intersubjetividad 43 y
refleja un grave debilitamiento de la hegemonía estatal, en un contexto de agotamiento de
las condiciones de la expansión del capital en su forma productiva, pero también de los
lazos comunitarios y sus subjetividades, lo que complejiza las dinámicas de exclusión y la
proliferación de fuerzas destructivas.
43
A través de mecanismos de subordinación como rituales y ceremonias, el aislamiento del mundo exterior,
la confiscación de bienes, la degradación de la imagen de sí, la totalización, las normas que regulan la
intimidad del sujeto y todos los detalles de su vida cotidiana, la referencia constante a una ideología
consagrada como referente total de todos los aspectos de la conducta.
141

Respuestas al desarraigo radical. Socialidades territoriales emergentes

Derivado de ello, se advierten, también, nuevas formas de interacción, movilidad social y


localización comunitaria, ciertamente inestables, que, paradójicamente, abren la puerta a
configuraciones identitarias emergentes, orientadas a la preservación o reconstitución de los
recursos de la subsistencia y a la creación o defensa de derechos de base territorial:
derechos de movimiento, derechos de pertenencia, derechos de asilo y derechos de
subsistencia.
Tales procesos, dan lugar a una diversidad de respuestas sociales y políticas, tanto de índole
conservadora (repliegues defensivos) como progresista (luchas de resistencia), frente a la
precarización de la subsistencia material y a los efectos psicopolíticos de los procesos
señalados (Balibar, en Brown, 2015).
Los repliegues defensivos se manifiestan en diversas estrategias de distanciamiento,
segregación y encerramiento, y ocurren tanto en la escala de la configuración territorial del
Estado nación, evidentes, como se ha dicho, en la gestión de las fronteras, bajo la figura del
amurallamiento y la contención de los flujos poblacionales (Brown, 2015), como en las
escalas locales mediante amurallamientos habitacionales urbanos de las élites y clases
medias y la producción de urbanizaciones marginalizadas. En el espacio rural, mediante
diversas formas de autonomía y mecanismos de defensa del espacio vivido y de la
“seguridad” comunitaria (Fuentes y Fini, 2018).
La incertidumbre y el miedo, como coartadas de estos repliegues, parecen ser
expresión de una angustia cultural que proviene de un sentimiento de pérdida de los
arraigos colectivos y la erosión de la experiencia de la vida cotidiana, del modo en que las
colectividades urbanas y rurales normalizan las diferencias, anulándolas, y del tipo
particular de orden paradójico que propone la desestructuración, sustentado sobre la base de
la incertidumbre que produce el otro (Martín-Barbero, 2003).
Por contraste, se observan formas de resistencia, situadas en el espacio-tiempo de la
vida cotidiana y en los momentos de suspensión, que expresan la prevalencia de una
subjetividad barroca (Echeverría, 1994) contraria a la simplificación de la formalidad del
142

tiempo espacio estatal-capitalista y al vaciamiento de los sentidos producido por el


simulacro y la violencia.
Estas formas “barrocas”, preexistentes y emergentes, de vinculación individual y
colectiva con el espacio local y translocal, mediadas por la creciente movilidad humana
(deseada y forzada), así como el impacto de los dispositivos tecnológicos sobre el uso,
gestión y representación del espacio, evidencian configuraciones emergentes en la relación
entre personas, flujos y lugares y se manifiestan de muy diversos modos, sea en las
recreaciones rituales tradicionales o en las expresiones estéticas performativas de la
manifestación política, como núcleos proliferantes de lo social, como formas de re-
territorialización que pueden entrañar el esfuerzo de crear nuevas comunidades localizadas
sustentado en imaginarios de autonomía local o de soberanía de recursos. Todas ellas
producen el espacio justamente como espacio barroco, y suponen un tipo de producción
cultural y política que se hace sobre las condiciones del abigarramiento social que no puede
ser controlado por el Estado aparente (Tapia, 320).
Probablemente, el movimiento zapatista en el sur de México, sea la forma más
acabada de respuesta colectiva a la erosión de los entramados comunitarios. En ese sentido,
se puede asumir como un momento constitutivo crucial, que revela la crisis del proyecto
civilizatorio de la modernidad-colonialidad en el contexto de la desvinculación y el
vaciamiento de sus referentes, al descubrir que tras la formalidad republicana se esconde
una articulación señorial primordial racista y sexista irreductible a las relaciones
capitalistas, pero exacerbadas por ellas.
Lo señorial se entiende como aquella articulación “que está basada en un pacto
jerárquico originario que puede ser factual o contractual, o sea que se funda no en una
igualdad sino en la desigualdad esencial entre los hombres. Esto es a la vez un mecanismo
de construcción de la conformidad porque se trata de un acto jerárquico sucesivo” que se
instituye tras la conquista, continúa en la conformación de la república, atraviesa la
revolución, y pervive incluso en el modo en que en la izquierda se articula
contemporáneamente (Zavaleta, 1990, p.133, en Tapia, op. cit., p. 317)
Pero también, el proyecto zapatista, desde la crítica de lo existente, formula una
propuesta de re-creación y re-apropiación del territorio, a partir del proyecto de autonomía
económica, de auto-determinación política y de constitución del sujeto individual y
143

colectivo a partir del reconocimiento y celebración de su diversidad (Almeida y Sánchez,


2014; Zibechi, 2006). Se trata de un proyecto esencialmente ético, que logra denunciar y
pretende superar la condición del Estado-nación aparente y la articulación societal señorial,
en el contexto neoliberal.
Ambos procesos, el de reconstitución socio-territorial del zapatismo con base en la
noción de autonomía, que propone una “territorialidad-proyecto”, como el del
encerramiento securitario, el espacio del crimen organizado, con base en la noción de “la
plaza” y, de manera cercana, el de las corporaciones económicas extractivistas, que
representan “territorialidades predatorias”, situados todos en los márgenes de la formalidad
jurídica y política del proyecto civilizatorio de la modernidad-colonialidad, exacerban la
diferenciación estructural interna, develan la precariedad del discurso de la modernidad y
evidencian su inviabilidad.
En ese contexto, se asiste a un esfuerzo de las formaciones estatales de recuperar su
lugar como ejes de la articulación societal. Sea por la forma de regímenes populistas y
nacionalistas de derecha que exacerban a partir del discurso del miedo, la erosión de las
relaciones global y la desvinculación social o, por la apuesta al retorno del modelo
asistencial-participativo, conducido por el Estado-providencia, ensayado en América Latina
durante el segundo tercio del siglo XX, y cuya crisis abrió las puertas al régimen neoliberal.
Este nuevo esfuerzo nacional-popular, de corte desarrollista, se instala en una suerte
de espacio de tensión en el que se identifica un objetivo preciso de reestablecer el control
social de un Estado reconstituido sobre el tejido social desgarrado (incluir al excluido como
excluido) mediante la reconstrucción de las vías de movilidad y la afirmación de la
estatalidad.
El planteamiento de Andrés Manuel López Obrador, en México, en el contexto del
fracaso de las experiencias del desarrollismo progresista en América Latina, representa, tal
vez, la última oportunidad de reconstitución social, en los marcos no cuestionados del
orden moderno-colonial. En muchos sentidos, la crítica del régimen denominado, de la
Cuarta Transformación, se centra en las perversiones más evidentes del modelo neoliberal,
pero no en su ontología.
El fracaso de esta vía, sea en su versión nacional-popular o en los populismos de
derecha, puede dar lugar a procesos de transformación social, más allá del Estado, capaces
144

de orientar un nuevo proyecto civilizatorio anclado en la re-vinculación sustentada en el


desmantelamiento del edificio moderno-colonial y sus anclajes racistas, clasistas y sexistas,
cuyo relato es aún muy incipiente; pero también a la actualización del fascismo y a un
estado de guerra, cuyos tambores se escuchan cerca.

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72.

Caravanas Centroamericanas, población arrojada. Una nueva


configuración del sujeto migrante.
Mercedes Núñez Cuétara

Introducción.

El 19 de octubre del 2018 entraron a México aproximadamente 7,000 personas


provenientes de diversos países centroamericanos entre ellos El Salvador, Guatemala y
Honduras que encontraron en el poder, la fuerza y la protección del grupo la oportunidad de
buscar una vida digna, libre de violencia, hambre y muerte. Se trata de una población
“arrojada”. “Arrojada” porque ha sido estructuralmente expulsada de su hábitat, “arrojada”
porque ha demostrado una capacidad de extrema de enfrentar lo desconocido.
Las decenas de caravanas centroamericanas que se iniciaron en octubre de 2018
continuaron surgiendo a finales de ese año, durante el 2019 y hasta principios del 2020. La
respuesta de los diversos Estados Nación, implicados en el tránsito de estas caravanas, ha
sido cambiante y diferenciada. En un principio se percibió un trato desarticulado, diferente
148

para cada caravana y distinto en cada uno de los Estados, pero en el tercer trimestre del
2019 comenzaron a surgir acuerdos y programas con el objetivo de contener e impedir la
formación y el tránsito de estos migrantes. En sus inicios los medios de comunicación y el
mundo entero estuvieron pendientes de su tránsito y destino. Todo indicaba que las
primeras caravanas no eran hechos aislados y que continuarían, situación que ha sido
ratificada con la última caravana centroamericana formada a inicios del año 2020.
Sin embargo, la esperanza inicial fue diluyéndose a mediados de marzo 2019 con las
noticias del cierre de los albergues destinados a las personas de las primeras caravanas en el
norte de México, una evidencia sutil pero clara que mostró la persecución tenaz y la vuelta
a la clandestinidad a las que fueron orilladas las personas. El evento que terminó por
confirmar el endurecimiento de las políticas y el trato persecutorio a estos grupos, ocurrió
el 7 de junio 2019, cuando el Gobierno Estadounidense dio a México un plazo de 45 días
para reducir el número de personas migrantes o la consecuencia sería la imposición de
aranceles a los productos mexicanos. A partir de esa fecha las noticias que se escucharon en
los medios estaban relacionadas con el despliegue de la Guardia Nacional, detenciones
masivas, albergues incautados y muertes violentas de personas que intentaban llegar a
Estados Unidos en su tránsito por México.
A pesar de este giro desfavorable, el año 2020 inició con la formación de una nueva
caravana, lo que evidencia que las medidas tomadas por los distintos Estados no han sido
sufrientes para reducirlas o controlarlas y que las personas centroamericanas han
encontrado en estos colectivos una forma de llegar más lejos de lo que podrían si hicieran el
trayecto individualmente.
La búsqueda de vida digna libre de violencia, hambre y muerte, por lo tanto, no ha
sido pacífica; durante su tránsito las diversas caravanas han experimentado la desaparición
de personas, violaciones y vejaciones a las mujeres, comentarios xenófobos en medios y
redes sociales, presiones y amenazas en su tránsito y una recepción hostil de los habitantes
de los territorios donde los migrantes esperan o se instalan. Sin embargo, también se
evidencia y se respira la esperanza en la fuerza del poder colectivo, el apoyo de diversas
asociaciones y grupos civiles, el apoyo particular de muchos ciudadanos y el apoyo
selectivo, aunque cada vez menos presente, de algunos gobiernos
149

Los desgarramientos civilizatorios como lugar epistemológico.

Ante las realidades de las caravanas centroamericanas surgen varias preguntas: ¿Son las
caravanas una nueva fórmula migratoria de tránsito? ¿pueden llegar a consolidarse?
¿pueden generar nuevos parámetros migratorios? En suma ¿puede hablarse de una nueva
configuración del sujeto migrante?, de ser así ¿qué lo caracteriza?
Hay gran desconocimiento o falta de información sobre el presente de las personas
que conformaron y conforman estas caravanas, por lo que es difícil determinar si podrían
considerarse y por lo tanto nombrase como desplazados, refugiados o migrantes en tránsito.
El 6 de diciembre del 2018 la Red Jesuita de Migrantes presentó en audiencia frente a la
Comisión Internacional de Derechos Humanos diversas violaciones a los derechos de los
integrantes de las primeras caravanas centroamericanas, dicha audiencia comenzó con la
clara partición de “dejar de llamarlos caravana y comenzar a llamarlo por lo que son, un
éxodo” (Red Jesuita con Migrantes en Audiencia Pública ante CIDH, 2018). Sin embargo,
en la prensa y representantes de diversas instituciones estatales como el Instituto Nacional
de Migración de México (INM), continúan llamándoles caravanas por ser la manera en la
que viajan estas personas, en grupo y uno junto a otro y es con ese término como han
logrado visibilización.
La figura de las caravanas como forma de movilidad en grupo no es una fórmula
nueva, ya que ha sido utilizada en varias ocasiones y para diversos fines como por ejemplo
en movimientos sociales para visibilizar y revindicar posturas políticas 44. Las caravanas
como recurso migratorio no son novedad. Durante noviembre del 2018 quedaron varados
en Bosnia y Herzegovina miles de migrantes provenientes de Asia y del Norte de África
que intentaban llegar a Europa (La caravana de miles de migrantes olvidada en Europa,
2018). Sin embargo, en el caso de América Latina el surgimiento y avance de la Primer
Caravana del 2019 y la Primer Caravana del 2020 ponen de manifiesto que está fórmula
iniciada en 2018 no fue un fenómeno aislado, Si bien la subsistencia de esta forma
migratoria aún está en entredicho, debido a que se desconocen los efectos del
endurecimiento de las políticas de los diversos Estados (Durand, 2019). La réplica de esta
44
Recordemos el potencial de visibilización mediática y de denuncia social que tuvieron las Caravanas de
Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad organizadas en México durante el 2011 por Javier Sicilia y
otras personas que han vivido en carne propia la violencia que desde ese entonces existía en México (Centro
de Estudios Ecuménicos, 2013).
150

estrategia, su visibilización mediática y los esfuerzos de los países involucrarlos por


contenerlas, son evidencias que permiten pensar en las caravanas centroamericanas como
una nueva configuración del sujeto migrante, o por lo menos que en ellas emergen
elementos que replantean la caracterización actual de la migración en el corredor
Centroamérica-México-Estados Unidos.
La mirada de los desgarramientos civilizatorios puede convertirse en una buena
aproximación epistemológica que permita profundizar en el tema e ir identificando si puede
hablarse de un nuevo sujeto migrante o bien de nuevas características de éste. Lo anterior se
debe a la posibilidad que tienen los desgarramientos de mirar la crisis civilizatoria en sus
dimensiones planetarias, demográficas y ambientales a través de la vida cotidiana (Sánchez,
2020).
De acuerdo con Antonio Guterres “estamos siendo testigos de un cambio
paradigmático, una caída descontrolada hacia una era en la que la dimensión del
desplazamiento forzado, así como la respuesta necesaria, eclipsa totalmente cuanto
habíamos visto hasta ahora” (ACNUR México, 2015). Este cambio paradigmático en el
desplazamiento humano y las respuestas sociales que demanda, revelan esos
desgarramientos concebidos como resquebrajamientos de entramados sociales de larga
duración que han modificado espacios, tiempos, imaginarios y relaciones que se habían
consolidado históricamente y cuya ruptura genera nuevas contradicciones y la construcción
y reconfiguración de nuevas subjetividades (Sánchez, 2020).
El presente escrito es un ejercicio que intenta comprender, desde las realidades de
las caravanas de personas centroamericanas, cuáles son estas nuevas construcciones y
subjetividades alrededor del sujeto migrante. A su vez, el análisis de las caravanas aporta
información para seguir construyendo la mirada de los desgarramientos.

Hambre, violencia y muerte. El origen de las caravanas.

Hambre, violencia, pobreza, muerte son los motivos que aparecen de manera recurrente en
los testimonios de las personas que integran las caravanas como en los reportajes de
diversos medios de comunicación para explicar las razones existentes para integrarse a las
caravanas. En los discursos de las caravanas migrantes, no se habla de mejorar las
151

condiciones de vida, no se habla del “sueño americano”, no es el deslumbramiento por las


maravillas del mundo “desarrollado” lo que les arroja a migrar. Evidencia de esto es que las
personas de las caravanas no tienen un destino claro de llegada. Muchas de ellas y ellos no
tienen redes de familiares, amigos o paisanos que los esperen en Estados Unidos. El destino
es abierto, pueden quedarse en Monterrey, en Puebla, o llegar a Estados Unidos (Vilches,
2020). El objetivo es llegar lo más lejos posible, situación más apegada a un
comportamiento de huida que a un plan migratorio forjado durante años. Se habla de huir,
de escapar de la muerte, de salvarse. La planeación y el destino fijo, pactado y/o soñado
está ausente.
Las caravanas de migrantes se parecen más a las poblaciones desplazadas o
expulsadas a las que hace referencia Saskia Sassen (2015). Esta autora señala que
actualmente los oprimidos sobreviven a una gran distancia de sus opresores, por lo que es
más difícil detectar corporaciones, instituciones, políticas o países cuyas acciones oprimen
a la gente en otros espacios geográficos ya que incluso pueden encontrarse en el otro
extremo del mundo. Es difícil visibilizar que la huida de las caravanas centroamericanas
está directamente relacionada con el desarrollo económico de otros países que ha sido
forjado a costa de los territorios de estas poblaciones centroamericanas. Ya en los años 70,
Wallerstein advertía también que los costos de la riqueza de ciertas economías se
externalizaban a la periferia, incluso a una periferia tan lejana que podría encontrarse a
miles de kilómetros de distancia (Wallerstein, 2005). Esta ha sido la historia de
Centroamérica, una historia de despojo, una historia de expulsiones, una historia de la
periferia que vive los costos de la riqueza de otras economías, de otros territorios, de otros
mundos.
El hambre, violencia y muerte en que viven los países centroamericanos no se tejió
de una década a otra. Lo que hoy conocemos como Centroamérica, es el resultado de una
historia fragmentada de las diversas regiones que lo conforman y que desencadenaron la
creación de países divididos y marginados, donde los efectos de factores externos son
mayores que en el caso de países menos debilitados (Pérez, 2018).
Los enclaves exportadores fueron detonando procesos de “subdesarrollo” en la
región.
152

La región centroamericana participa en los mercados internacionales como exportadora de materias


primas y recursos naturales lo que ha generado además marcos legales favorables para la creación de
zonas francas, instalación de maquilas, megaproyectos mineros, hidroeléctricos, la agricultura
extensiva, y la privatización de empresas públicas” (Colegio de la Frontera Norte, 2018).

Estas dinámicas fueron consolidando diversas formas de violencia estructural. Los


conflictos armados que asolaron la región durante años están vinculados a esas condiciones
macrosociales.
El Partido Socialista Centroamericano (2018) narra la situación actual de los países
de la región que se encuentran rebasados por la constante crisis económica que enfrentan, la
desintegración social y el endeudamiento. Aunado a esto pone énfasis en la incapacidad de
los respectivos gobiernos para ser autosuficientes, necesitan cada vez más préstamos para
pagar adeudos vencidos, produciéndose un exitoso negocio de los grupos financieros y
bancarios que se han extendido a nivel regional. Un negocio de unos cuantos a costa de
países enteros cuyos altos índices de pobreza hacen visible.
De acuerdo con Pradilla (2018) casi 60% de los guatemaltecos vive en condiciones
de pobreza, la misma cifra de hondureños y 34% de los salvadoreños. Como este mismo
autor menciona, el hambre y la pobreza son violencias estructurales causadas por una serie
de condiciones socio-económicas e históricas que el Colegio de la Frontera Norte (2018)
resume en el siguiente cuadro.
Figura 1. Caracterización de los países del norte de Centroamérica
Guatemala Honduras El Salvador
Años de conflicto 1960-1996 NA 1980-1992
armado
Población 17 365 212 (2017) 8 189 501 (2016) 6 459 911 (2014)
Salario Mínimo 11.92 12.01 7.47
(Dólares)
Población en 53.7 65.7 32.7
pobreza (2016) (%)
Años de escolaridad 6.3 6.2 6.5
Desastres naturales  Huracán Stan 2005  Huracán Mitch  Terremoto 2001
 Erupción volcánica 1998  Huracán Stan 2005
2018  Huracán Stan 2005  Depresión tropical
 Sequía 2011-2015  Huracán Félix 2011
2007  Sequía 2011-2015
153

Fuente: Elaboración Colegio de la Frontera Norte (2018) con información de DIGESTYC (2016). INE
(2012). INE-Instituto nacional de estadística Honduras. (2016). MINTRAB. (2016). MTPS (2016). PNUD
(2016). STSS (2016)
A pesar de la firma de diferentes acuerdos de paz y la instauración de gobiernos
democráticos, muchas de las situaciones que provocaron los levantamientos armados
siguen prevaleciendo (Colegio de la Frontera Norte, 2018). La proliferación de armas
durante los conflictos armados aunada a las desigualdades sociales y a la corrupción
institucional han sido elementos centrales en la incidencia de la violencia en estos países
centroamericanos. Los grupos de pandillas o maras 45, resultado de las migraciones a
California durante las guerras civiles, han incursionado en la vida cotidiana de
Centroamérica, con un poder amplio al ejercer control explícito sobre diversos espacios de
las ciudades centroamericanas. A continuación, se presenta un cuadro con algunos
indicadores de violencia en la zona.
Figura 2. Indicadores de Violencia en el Norte de Centroamérica
El Salvador Guatemala Honduras
Homicidios (2015) 6, 600 4,778 5,047
Tasa de Homicidios por
cada 100 mil habitantes 103 30 57

Estimado de miembros 60,000 15,000 33,000


de pandillas/maras
Fuente: Colegio de la Frontera Norte (2018)
El origen de las caravanas centroamericanas, el hambre, la violencia y la muerte, tal
vez tiene que ver con “El desgarramiento entre la viabilidad del “desarrollo” solamente
para una minoría, y su inviabilidad ecológica y política para la mayoría de la población
que lo subsidia o es expulsada, y que aspira a ello” (Sánchez, 2020, p.10). La explotación
de los recursos para unos pocos es solventada por poblaciones que aspiran a ello pero que
no podrán acceder a estos beneficios por razones estructurales, pero también por la
inviabilidad ecológica que eso supone. Este desgarramiento en poblaciones
centroamericanas es contundente ya que el desarrollo de ciertas economías no es sólo a
costa de sus recursos naturales, sino que es también a base de su miseria, de su hambre, de
sus enfermedades, de sus violencias y de sus muertes. Sin embargo, lo que Sánchez (2020)
plantea cuando habla de una mayoría que aspira a ese desarrollo inviable, contrasta con la
45
El término “mara” en Centroamérica significa grupo. Con el surgimiento de pandillas juveniles que se
volcaron en actos delictivos en los 80´s y 90´s, específicamente el grupo de la Mara Salvatrucha, se empezó a
generalizar el término y a asociarlo a organizaciones delictivas (Nateras, 2010).
154

configuración de las caravanas migrantes formadas por una población que en realidad no
aspira a ese desarrollo. Su aspiración es la supervivencia, situación que problematiza la
enunciación del desgarramiento.
Las caravanas no representan al migrante en busca del “sueño americano”, tratan de
huir del hambre, de la violencia y de la muerte: “Venimos huyendo de un narco que quería
a mi hija, le decía que no podía ser de nadie más, que tenía que ser de él” (Testimonio de
Mujer de la Caravana en Valenzuela, 2019: 75). Está en juego la corporeidad de estas
poblaciones ya resquebrajada por los flagelos a los que están sujetas. Se arriesgan a
atravesar fronteras huyendo de sus territorios deshumanizados en búsqueda de un hábitat
vivible:

“Pues uno deja su país porque el trabajo está bien complicado, tal vez sólo ganas para tu comida, si
algún hijo tuyo se enferma, no tienes dinero para poderlo llevara a algún hospital o clínica, o sea, es
bien difícil, y la seguridad está por los suelos” (Valenzuela, 2019: 92).

La urgencia de huir es uno de los rasgos de la población de las caravanas que se


distingue de otros procesos migratorios. Las caravanas están conformadas por hombres
jóvenes y adultos, pero también por mayores a punto de jubilarse, por niñas y niños sin
acompañar, por adolescentes, por madres solas con varios hijos y por familias enteras
(Pradilla, 2018). La finalidad no es la de reunificación familiar, o el encuentro con paisanos
a través de redes anteriormente construidas, como ocurre en otros procesos migratorios, se
trata de viajar todos juntos para llegar lo más lejos que se pueda. Esta diversidad de
mujeres, menores de edad y colectivos LGBT rompen con el concepto de la migración
adulto-céntrica y de varones visibilizando el abanico de los perfiles dentro de las caravanas
centroamericanas.

Es imprescindible enfatizar que la huida de estas personas y las condiciones


infrahumanas por las que están pasando son realidades generadas por las dinámicas
históricas del sistema mundo que involucra a las élites minoritarias de esos países. Las
personas de la caravana han sido arrojadas y arrojados de sus lugares de origen por
condiciones estructurales. Sin embargo, a nivel personal y en el momento de decidir unirse
155

a la caravana han sido arrojadas y arrojados al tener el temple y la claridad de tomar la


oportunidad que la caravana les da para salir de ahí y sobrevivir.

Las caravanas desde su llegada a México hasta la frontera con Estados Unidos. Del
recibimiento “humanitario” a la individualización y represión del colectivo.

Las trayectorias de las caravanas provenientes de Centroamérica desde octubre del 2018
hasta enero 2020 pueden agruparse en tres momentos caracterizados por el tiempo en que
se dieron y por el trato que recibieron.

Las Caravanas del 2018.


Las caravanas iniciales se caracterizan por la dificultad para identificar el número de
caravanas formadas y el número de personas que las integraron. Entre las particularidades
de estos primeros grupos se encuentran:
 Salidas constantes: transcurrían entre 5 días y 1 mes de distancia para la formación
de nuevas caravanas. Tardaban aproximadamente 1 mes en llegar a la frontera de
México con Estados Unidos.
 Viajaban juntos hasta el centro de México y de ahí se dispersaban.
 Se instalaron en la frontera de México-Estados Unidos esperando la resolución de
asilo o una oportunidad para cruzar.
 Se alojaron y fueron atendidas en albergues gestionados por autoridades mexicanas
estatales y federales y también por organizaciones no gubernamentales.
 Al inicio hubo una amplia cobertura mediática, se encontraban notas periodísticas
diariamente en la prensa local, nacional e internacional.
Este primer bloque de caravanas parecía tener condiciones favorables en su tránsito
hacia la frontera con Estados Unidos. Sin embargo, en el trayecto las personas de éstas
experimentaron riesgos y muerte, eventos que fueron documentados detalladamente por
diversas organizaciones de derechos humanos. La Red de Documentación de las
Organizaciones Defensoras de Migrantes (REDODEM) llevó a cabo entrevistas a más de
28 mil migrantes en 2017, encontrando que 2,724 personas (9.6%) habían sufrido algún
delito en el camino. Los principales delitos cometidos fueron robos (76%), secuestro
156

(3.8%), lesiones (5%) y abuso de autoridad (2.9%). (Arteta, 2019). Fueron registradas la
muerte de 11 personas migrantes (COLEF, 2018). El 50% de los migrantes que se
encontraban en albergues o en las calles aledañas al muro fronterizo sufrían enfermedades
respiratorias (Arteta, 2019). A inicios del 2019 los migrantes tuvieron que enfrentar el
cierre de los albergues temporales gestionados por autoridades municipales y federales en
México lo que hizo que se les perdiera la pista a muchos de ellos. En la Figura 3 se rescatan
algunas de las situaciones que las personas de las tres primeras caravanas vivieron.

Figura 3: Principales eventos en el Trayecto de las 3 primeras Caravanas

Fuente: Elaboración propia con información de MSN noticias (2018), Villamil (2018), Caravana de migrantes: las
imágenes de cómo un grupo salta la valla entre Tijuana y Estados Unidos (2018), Caravana: un segundo grupo de
migrantes centroamericanos rompe la valla fronteriza entre México y Guatemala en fuerte enfrentamiento con la
policía (2018) y Migrantes de la tercera caravana permanecen a la expectativa (2018).

Salvo la detención del hondureño Bartolo Fuentes por el Gobierno Guatemalteco,


acusado de participar en la organización de la Primer Caravana del 2019, no aparecen
líderes ni organizadores visibles (Carrasco, 2018). El papel de las “redes sociales” en la
convocatoria y organización es notable, principalmente por Facebook y WhatsApp,
posibilitó el anonimato de las personas organizadoras, si es que existían organizadores. Por
157

otro lado, el número de personas convocadas se iba nutriendo en el trayecto de las


caravanas ya que personas originarias de El Salvador y Guatemala se fueron sumando al
colectivo proveniente de Honduras.
De estas primeras caravanas fueron pocas personas las que optaron por las opciones
o programas que los diversos Estados les ofrecían. En el caso de México el programa
“Estás en casa”, por el que se interesaron sólo 500 personas (Tourliere, 2018), y el cual
ofrecía una serie de apoyos para las personas de la caravana que permanecieran en los
estados de Oaxaca y Chiapas. Por su parte los gobiernos de Guatemala, Honduras y El
Salvador ofrecían apoyos para el retorno.
El cruce de las fronteras de los países Honduras, El Salvador, Guatemala y México
fueron accidentados y violentos, pero los colectivos lograron abrirse paso, parecía que las
fronteras se disolvían. Sin embargo, las medidas, legislaciones, amenazas, vallas fronterizas
y personal militar de Estados Unidos desde este primer grupo de caravanas fueron
infranqueables. Prueba de ello fueron los miles de personas que se quedaron en la frontera
norte de México esperando la resolución a su petición de asilo o bien esperando la
oportunidad de pasar a Estados Unidos.

La primer Caravana 2019.


Esta caravana coincide con el cambio de gobierno en México y se caracterizó por lo
siguiente.
 Un recibimiento cálido por parte del Estado Mexicano quien les otorgó las llamadas
“Tarjetas de Visitante por Razones Humanitarias”.
 Mientras se entregaban las tarjetas en el sur de México en el norte se cerraban los
albergues gestionados por el gobierno. Esto parecía una maniobra para mantener a
las personas de las caravanas en la frontera sur, lo más alejadas posible de la
frontera con Estados Unidos.
 Aparecen los primeros acuerdos entre los países involucrados para intentar frenar
las caravanas de personas migrantes.
 El Gobierno de Estados Unidos amenaza al Gobierno Mexicano con la decisión de
imponer aranceles a los productos mexicanos si no detienen la migración.
158

 Aparece sobre la mesa la discusión sobre Tercer País Seguro, que México rechaza
en lo oficial pero que de facto está ejerciendo.
 Disminuye la cobertura mediática que prácticamente termina con la noticia de la
entrega de tarjetas.
La primera caravana del 2019 coincide con el cambio de Gobierno en México que
entregó 12,061 “Tarjetas de Visitante por Razones Humanitarias” de las 12,574 solicitudes
que recibieron para ello (Gobierno de México, 2019). Dichas tarjetas tenían vigencia de un
año y les permitía a las personas de las caravanas centroamericanas encontrar empleo,
acceder a la educación y a los servicios de salud básica dentro del territorio mexicano
(México autoriza las primeras tarjetas humanitarias a nueva caravana migrante, 2019).
Paradójicamente y mientras parecía que las opciones y las condiciones para las personas de
la caravana se abría con la entrega de estas tarjetas, en el norte de México se cerraban los
albergues gestionados por el Estado. El cierre más notable fue el del Albergue El Barretal
en Tijuana que funcionó durante 60 días y llegó a albergar a 2,500 personas (Méndez,
2019). En el discurso el trato fue uno, pero en la realidad las medidas tomadas, tanto de
repartición de tarjetas como de cierre albergues, tuvo como resultado que las personas de
las caravanas centroamericanas permaneciesen lejos de la frontera con Estados Unidos.
Es con el surgimiento de la primera caravana del 2019 como se establecen los
primeros acuerdos entre países para regular e impedir la emergencia y el tránsito de estas
caravanas. El primer acuerdo oficial consistió en que el Gobierno Mexicano albergaría a las
personas de las caravanas hasta que Estados Unidos resolviera las solicitudes de asilo.
(Caravanas de migrantes: México acepta dar refugio a los que soliciten asilo en Estados
Unidos, 2018). La supuesta apertura que México mostraba en un inicio se reveló sólo como
discurso. A diferencia de México, la postura estadounidense desde un inicio fue de rechazo
y estigmatización hacia las personas que conformaban las caravanas, además de
permanecer inflexibles en sus legislaciones y procesos.
El 7 de junio 2019 sucede un quiebre en la historia de las caravanas, México y
Estados Unidos firman un acuerdo en el que Estados Unidos desiste de poner aranceles a
productos mexicanos y el Gobierno Mexicano se compromete a trabajar para disminuir el
flujo migratorio en un plazo de 45 días. México materializa dicho acuerdo con el
despliegue de 6,000 mil elementos de la Guardia Nacional y comienza a alojar a las
159

personas de las caravanas que esperan la resolución de su solicitud de asilo por parte del
gobierno estadounidense (Casasola, 2019).
Con este hecho se fija la colaboración mexicana con el gobierno estadounidense
para detener y perseguir a las caravanas centroamericanas desde su gestación hasta la
deportación de las personas que las integran. La frontera se endurece y con el despliegue de
la Guardia Nacional vuelve la represión y la clandestinidad de las personas en tránsito hacia
Estados Unidos. Las noticias encontradas durante este periodo hacen énfasis en la eficacia
de las persecuciones y de las deportaciones y hay una ausencia de noticias sobre el destino
y presente de las caravanas. Como ejemplo de estas las noticias se encuentra el relato del
Jefe de Aduanas y Protección Fronteriza estadounidense, Mark Morgan, felicitando la
cooperación del gobierno de Andrés Manuel López Obrador y calificando la participación
del gobierno mexicano como “increíble” y “para los libros de historia” (En un año, creció
88% la cifra de indocumentados detenidos en frontera con E.U, 2019).
Junto con el trato entre los gobiernos estadounidense y mexicano, surge la presión
de Estados Unidos hacia México de convertirlo en un “Tercer país seguro”. Esto implicaría
asumir la responsabilidad de examinar las solicitudes de asilo, hacer efectivo el principio de
no devolución, garantizar el asilo a las personas de conformidad con los estándares
internacionales aceptados (Gómez y Cano, 2018). A pesar de que México no ha aceptado
convertirse formalmente en tercer país seguro, debido a las acciones derivadas de los
acuerdos hechos con Estados Unidos, lo está siendo de facto. Prueba de ello fue el anuncio
de Marcelo Ebrard, canciller de Relaciones Exteriores en México, quien el 30 de enero del
2020 informó que las solicitudes de refugio crecieron en 10 veces ya que pasó de recibir
6,000 peticiones de asilo a 70,000 peticiones al año (México: pedidos de asilo pasaron de
6,000 a 70,000 en un año, 2020).

La dos primeras Caravanas del 2020.


 El 2020 inicia con dos caravanas consecutivas a pesar del endurecimiento de las
políticas migratorias de los países involucrados en su tránsito.
 El recibimiento de las caravanas en México hace énfasis en revisar caso por caso e
imposibilita tratarlos de manera grupal.
 Se militarizan las fronteras y aumentan las deportaciones.
160

 El Instituto Nacional de Migración de México prohíbe el acceso a las ONG’s a las


estaciones migratorias, lo que evidencia poca transparencia del trato a las personas
de las caravanas.
En 2020 las dos caravanas de personas centroamericanas partieron de San Pedro
Sula con escasos 15 días de diferencia ya que la primera salió el 15 de enero y la segunda el
31 de enero. Esta situación evidencia el continuum de esta fórmula para migrar, a pesar de
que las medidas tomadas por los diversos países involucrados.
El recibimiento de la primer Caravana del 2020 en México fue muy distinto a la de
la Caravana del 2019. En esta ocasión no hubo puertas abiertas. La Guardia Nacional de
México se convirtió en nuevo muro que detiene a la caravana de migrantes. En la cobertura
que hizo Radio Progreso (2020) se puede observar a una agente del Instituto Nacional de
Migración del otro lado de la reja del Puente Fronterizo Rodolfo Robles en Ciudad
Hidalgo, Chiapas México. Dicha agente dio lectura a un oficio respondiendo a la petición
de la caravana para su ingreso diciendo: “los extranjeros al acceder al territorio nacional
deben de cumplir con la ley de migración que establece que deberá ser regulada, segura y
ordenada, las disposiciones jurídicas no establecen una calidad migratoria de tránsito, razón
por la cual no es posible obsequiar positivamente su petición, sin embargo […] permitiría el
ingreso cumpliendo los requisitos establecidos en la misma, también invita a los migrantes
a pasar en orden para su registro y resolver cada una de las peticiones”. Posterior a esta
intervención y ante las preguntas de los representantes de la caravana, la agente del INM
especificó: “la atención es personalizada, no podemos dar atención grupal, porque cada
condición es diferente, […] les garantizo una atención personalizada en cada uno de los
temas y resolverles a cada uno […] con cada uno de las personas de tu caravana se va a
brindar la atención personalizada” (Guardia Nacional de México se convirtió en nuevo
muro que detiene a la caravana de migrantes, 2020). Este recibimiento dejó dos cosas en
claro, en primer lugar, el reconocimiento de la existencia de un colectivo que lo hace
diferente de otros casos migratorios, pero también evidenció la estrategia del gobierno
mexicano de tratar cada caso de las personas de las caravanas de manera individual y
personalizada y de esta forma poder controlar quienes entran y quienes son devueltos y
sobre todo diluir la fuerza del colectivo.
161

Después de este comunicado, la caravana de personas migrantes intentó cruzar en


varias ocasiones por el río Suchiate a México y fue frenada por la Guardia Nacional con gas
pimienta y técnicas antimotines. Como resultado de esta persecución se generó la detención
de aproximadamente 800 personas que fueron trasladadas a albergues para “tratar de forma
personalizada su situación” (Pradilla, 2020b). Vuelve a aparecer la palabra individualizada,
el colectivo por tanto se invisibiliza.
Aunado a la represión militar hay una opacidad en el trato que están recibiendo los
integrantes de las caravanas que han sido detenidos, ya que el Instituto Nacional de
Migración ha impedido el acceso a integrantes de diversas ONG´S a las estaciones
migratorias donde retienen a las personas que fueron detenidas el 23 de enero del 2020
durante los enfrentamientos con la Guardia Nacional. De acuerdo con los integrantes de
estas ONG´s es la primera vez que les impiden el acceso a las estaciones ya que
anteriormente podían hacer estas visitas con normalidad (Pradilla, 2020a). Las caravanas
del 2020 están experimentando toda la represión y opacidad en el trato como resultado de
los acuerdos estipulados durante el 2019 entre México y Estados Unidos.
Los tres momentos en las caravanas de migrantes parecieran como un péndulo que
inició con gran esperanza y terminó con persecución y opacidad. En el inicio las caravanas
centroamericanas parecían eficaces para romper fronteras, excepto la de Estados Unidos.
Esto evidencia una división Norte/Sur mundial que no necesariamente es geográfica. El Sur
metafórico hace referencia a las poblaciones que viven el sufrimiento sistemático producido
por el capitalismo y el colonialismo independientemente de su ubicación geográfica (Santos
y Meneses, 2016).
En este Norte/Sur metafórico el fenómeno de las caravanas centroamericanas está
siendo rechazado tanto por Estados Unidos como por México y ahora Guatemala, y no por
la imposibilidad de acoger por ejemplo a las 15,000 personas de las primeras cuatro
caravanas del 2018, que en términos numéricos son menos de las personas que migraron
ese mismo año por otras vías, no representan ni el 10% del flujo anual (Varela y Mc Lean,
2019). Por tanto, no es el número lo que se percibe como amenaza sino lo que estas
personas visibilizan y representan. Quizá sea el físico, el color de piel, el idioma que
hablan, las banderas que llevan, el vestir e incluso lo que rezan. Todas estas formas no
tienen cabida en el sistema del Norte metafórico. El rechazo por tanto no es a la movilidad
162

humana, es al reconocimiento de otras personas que evidencian otras formas de vida, la


diversidad y las dolencias de este mundo que amenazan con el mantenimiento del status
quo actual.
Las personas de las caravanas huyen de un territorio deshumanizado, construyen su
territorio móvil, lo van arraigando en alberges o en la clandestinidad de las ciudades en
donde van dispersándose sus integrantes. Ese territorio móvil no goza de reconocimiento,
es tratado como un “estar mientras”, estar mientras se resuelven los casos en lo individual,
estrategia básica del sistema neoliberal. Sin embargo, el surgimiento, la presencia y la
permanencia de las caravanas centroamericanas no puede negarse y orilla a repensar las
realidades del desplazamiento humano.

Instituciones rebasadas: corporeidad y territorio móvil.

Todas las posturas, tanto la estadunidense, como la mexicana y la centroamericana


reflejaron la incapacidad institucional y lo obsoleto de los mecanismos migratorios actuales
para abordar la realidad del desplazamiento humano que las caravanas de personas
provenientes de Centroamérica pusieron en primer plano.
Como se ha mencionado con anterioridad, el trato de los diversos Estados
implicados en el tránsito de las caravanas centroamericanas durante el 2018 y hasta
mediados de 2019 era diferenciado y prácticamente dependía del criterio de cada uno de los
países involucrados. No había un diálogo ni acuerdos reales entre los países.
En relación con Estados Unidos, quien desde un inicio se mostró inflexible, las
reacciones iniciales fueron diversas: amenazas de retirar su “dinero” y las “ayudas” a los
países de América Central, envío de militares a la frontera con México para impedir un
cruce masivo de las primeras caravanas, cierre parcial del gobierno como presión para la
construcción del muro fronterizo o nombrar a las caravanas como emergencia nacional.
Aunque no todas estas reacciones prosperaron, son evidencia del descontrol inicial y la falta
de claridad para abordar la realidad que las caravanas centroamericanas pusieron de
manifiesto.
Por su parte en México y los países Centroamericanos en sus posturas iniciales no
evidenciaban rechazo o inflexibilidad, en apariencia, trataron de abordar el fenómeno de las
163

caravanas desde la institucionalidad a través de diversos proyectos. Ejemplo de esto son los
programas que se gestaron sobre la marcha: “Estás en tu Casa”, “Tarjetas de Visitantes por
Razones Humanitarias”, “Programa de Retorno Voluntario Asistido”, derivando en el
actual “Plan de Desarrollo Integral para Centroamérica” que pretende desarrollar trabajos
en estas regiones a través de la inversión de capital para reducir la migración (Velázquez y
Molina, 2019). Sin embargo, dicho plan pone énfasis en las condiciones económicas
ignorando el contexto social de estos territorios y cuando las raíces de los movimientos
humanos van más allá de la falta de empleo, es ingenuo pensar que un plan de desarrollo de
este tipo pueda contenerla o erradicarla, si es precisamente el concepto de desarrollo lo que
los ha llevado a esta situación.
En todas estas estrategias y posteriores acuerdos, se observa cómo las caravanas
centroamericanas han sido utilizadas como “moneda de cambio”, es decir han sido usadas
para volver a abordar o zanjar asuntos políticos de antaño.
Sin embargo, el desorden inicial y la particularidad desde la que cada país abordaba
la situación fue sustituido por acuerdos entre países que desembocaron en una violenta
persecución e incremento de los obstáculos, incluso desde los países de origen.
Si bien la militarización y la abierta persecución empezó a mediados del 2019, el
tránsito nunca fue del todo libre. Los diversos Estados implicados pusieron en marcha
diversos mecanismos y políticas migratorias de control. Unas disfrazadas de tintes
humanitarios como albergues, asistencia médica, registros oficiales o tarjetas migratorias.
Otras medidas fueron abiertamente restrictivas como el despliegue de militares, vallas de
púas o deportaciones.
Esto evidencia que el trato a las caravanas centroamericanas esta mediado por un
proceso de normalización de la migración. Foucault (2002, p .171) menciona que el proceso
de normalización es uno de los grandes instrumentos de poder y hace referencia a la
adscripción de un cuerpo social que tiene sus propios papeles de clasificación,
jerarquización y distribución de los rangos. El concepto de normalización obliga o busca lo
homogéneo, pero permite las desviaciones a través de la individualización de los casos que
se salen de la norma. En este sentido, el despliegue de ciertas estrategias migratorias
diferencia los casos dentro de las caravanas que obedecen a procesos migratorios válidos y
164

reconocidos de los casos que están desviados de la normalidad migratoria y por tanto que
deben castigarse o forzarlos a un molde que encaje en la clasificación normalizada.
El concepto de normalización de Foucault (2002) contribuye a comprender la forma
bajo la que la legislación mexicana normaliza, y por tanto aborda, la situación de los
extranjeros en México. En las leyes de este país están contempladas tres figuras que se
describen a continuación:
 “Migrante: al individuo que sale, transita o llega al territorio de un Estado distinto al
de su residencia por cualquier tipo de motivación” (Ley de Migración, 2011, p. 4).
 “Asilo Político: Protección que el Estado Mexicano otorga a un extranjero
considerado perseguido por motivos o delitos de carácter político o por aquellos
delitos del fuero común que tengan conexión con motivos políticos, cuya vida,
libertad o seguridad se encuentre en peligro, el cual podrá ser solicitado por vía
diplomática o territorial. En todo momento se entenderá por Asilo el Asilo Político”
(Ley sobre Refugiados, Protección Complementaria y Asilo Político, 2011, p. 1).
 “Condición de Refugiado: Estatus jurídico del extranjero que encontrándose en los
supuestos establecidos en el artículo 13 de la Ley, es reconocido como refugiado,
por la Secretaría de Gobernación y recibe protección como tal” (Ley sobre
Refugiados, Protección Complementaria y Asilo Político, 2011, p. 2).
Si bien la figura del “migrante” y de “asilado político” se explica en la misma
definición, para entender lo que en las leyes mexicanas se cataloga como “refugiado” hay
que remitirse al artículo 13 de dicha ley que versa así:

Artículo 13. La condición de refugiado se reconocerá a todo extranjero que se encuentre en territorio
nacional, bajo alguno de los siguientes supuestos:
I. Que debido a fundados temores de ser perseguido por motivos de raza, religión, nacionalidad,
género, pertenencia a determinado grupo social u opiniones políticas, se encuentre fuera del país de
su nacionalidad y no pueda o, a causa de dichos temores, no quiera acogerse a la protección de tal
país; o que, careciendo de nacionalidad y hallándose, a consecuencia de tales acontecimientos, fuera
del país donde antes tuviera residencia habitual, no pueda o, a causa de dichos temores, no quiera
regresar a él.
II. Que ha huido de su país de origen, porque su vida, seguridad o libertad han sido amenazadas por
violencia generalizada, agresión extranjera, conflictos internos, violación masiva de los derechos
humanos u otras circunstancias que hayan perturbado gravemente el orden público, y
165

III. Que debido a circunstancias que hayan surgido en su país de origen o como resultado de
actividades realizadas, durante su estancia en territorio nacional, tenga fundados temores de ser
perseguido por motivos de raza, religión, nacionalidad, género, pertenencia a determinado grupo
social u opiniones políticas, o su vida, seguridad o libertad pudieran ser amenazadas por violencia
generalizada, agresión extranjera, conflictos internos, violación masiva de los derechos humanos u
otras circunstancias que hayan perturbado gravemente el orden público. Ley sobre Refugiados,
Protección Complementaria y Asilo Político (2011, p. 6 y7)

El debate público sobre las caravanas centroamericanas está dividido entre


catalogarlos como migrantes o como refugiados. La figura de asilados no es una opción y
está lejos de contemplarse ya que, como se aborda más adelante, acceder a esta condición
es una concesión o privilegio especial que el gobierno otorga. El resultado de este debate es
importante porque dependiendo del nombre que reciban las personas de las caravanas es el
trato que recibirán. De acuerdo con una trabajadora de ACNUR México, en comunicación
personal febrero de 2020, el Estado Mexicano está haciendo lo posible por tratar a las
personas de las caravanas centroamericanas como migrantes y no como refugiados, ya que
exime a México de brindar mayor protección a estas personas y facilita las persecuciones y
deportaciones.
La trabajadora de ACNUR México, menciona que en todas las entrevistas que ella
ha realizado a las personas de las caravanas centroamericanas hay detrás una historia de
violencia, muerte, o persecución que corresponde a los elementos requeridos para obtener
la condición de refugiado. Sin embargo, las propias personas entrevistadas no les dan
fuerza a estas situaciones, las han normalizado, y nombran también en sus entrevistas
razones como “tener una mejor vida” que son interpretadas por las leyes mexicanas como
motivos para catalogar a una persona como migrante y no como refugiada. Lo que es una
realidad es que independientemente de las lecturas que las leyes mexicanas hagan de estos
discursos, las solicitudes de refugio incrementaron en 2020 en 10 veces. Los pedidos de
asilo pasaron de 6,000 a 70,000 en un año. Esta situación sitúa a México en una nueva
complejidad frente al fenómeno migratorio al añadir a su condición de país de tránsito la
condición de país de destino.
Mientras los Estados intentan encasillar a este grupo de personas aparentemente “sin
tierra” en la norma de lo conocido por las leyes hasta ahora establecidas, las caravanas
centroamericanas están presentes, están vigentes y están siendo. Para Segato (2014) se ha
166

presentado un cambio en el paradigma de la territorialidad. Hoy en día el territorio está


dado por los cuerpos; hay un cambio en relación al ámbito territorial estatal-nacional, con
sus rituales, códigos e insignias, hacia el ámbito del propio cuerpo. Es sobre el cuerpo y en
el cuerpo donde se exhiben las marcas de pertenencia: “los rebaños se desprenden de los
territorios nacionales y de los paisajes fijos que previamente les servían como referencia y
los aglutinaban” (Segato, 2014, p. 351). Ante esta nueva situación, Segato argumenta que
las personas son las depositarias y portadoras del territorio y la cadena de personas
pertenecientes a una red es una población. En este sentido, concluye que los propios
cuerpos son el paisaje y la referencia.
Las caravanas centroamericanas son un grupo de personas que evidencian los
territorios móviles expresados en los cuerpos a los que Segato hace referencia. Saltan a la
vista los elementos que los hacen ser y que evidencian parte de la identidad adquirida en
sus territorios fijos y que ahora portan en sus cuerpos. Ejemplo de ello es la predominancia
del color azul y blanco de las banderas centroamericanas, las oraciones que hacen antes de
emprender un cruce de frontera, el español como lengua predominante y las imágenes
expresadas en sus tatuajes. Sin embargo, también hay elementos nuevos en estos grupos
que los identifican como un nuevo cuerpo social con símbolos propios, como es el lenguaje
utilizado por gobiernos, medios y los propios integrantes de estos grupos que les identifican
como “caravaneros y caravaneras”. Elementos que los identifican como los trayectos
recorridos, las carriolas, los paraguas, las gorras, las palabras usadas y los albergues que
habitan.
El hecho de que las personas de las caravanas sean nombradas por los propios
gobiernos como “integrantes de las caravanas” y no como ciudadanos de Honduras, El
Salvador, Guatemala etc.; es también otro indicio de que otra subjetividad migrante está
gestándose.
Varela y Mc Lean (2019) argumentan también que las caravanas de personas
centroamericanas son una nueva forma de autodefensa, transmigración y subjetividad
migrante caracterizada por tres herramientas: moverse en masa, salir de las sombras y
utilizar el cuerpo para exigir el derecho a preservar la vida. Estas herramientas son
novedosas y diferentes en comparación con los recursos de otros movimientos o luchas
migratorias.
167

Las caravanas visibilizan algunos de los rasgos centrales de la crisis civilizatoria


como son la dinámica de territorialidades y corporeidades resquebrajadas, y de instituciones
desestructuradas (Sánchez, 2020).

Nuevas formas de xenofobia, discriminación y desciudadanización.

La pregunta que surge es ¿qué tipo de reconocimiento tendrá y que trato se le dará a este
nuevo cuerpo social? La problematización que hace Sánchez (2020) del concepto de
ciudadanía sobre quienes merecen ser considerados ciudadanos y quienes no, especialmente
desde el análisis del desgarramiento ante la imposibilidad de articular ciudadanía y
diversidad cultural en una igualdad que no uniforme y una diversidad que no discrimine,
aporta luces para seguir vislumbrando las situaciones a las que las personas de las
caravanas se enfrentarán en función de su catalogación como ciudadano o como
caravanero/caravanera.
México ha sido reconocido, en algunos imaginarios sociales, como un país amigable
y hospitalario con las personas migrantes. Estos imaginarios se construyeron a raíz de
eventos pasados como el recibimiento de aproximadamente 30 mil refugiados españoles
entre 1939 y 1942; o en los años 70´s cuando México abrió las puertas a miles de personas
del Cono Sur que escapaban de dictaduras militares. Muchas de estas personas obtuvieron
en su momento la condición de asilado político, que goza de la máxima protección del
Estado y para quien la obtención de la ciudadanía mexicana es prácticamente instantánea.
Sin embargo, a pesar de los imaginarios colectivos que identifican a México como
un país de “puertas abiertas, no hay que olvidar que durante el siglo XX las políticas
migratorias mexicanas fueron fuertemente restrictivas particularmente con ciertos grupos
de población como árabes, judíos, turcos, polacos, checos, chinos, afrodescendientes o
personas con ciertas enfermedades o que profesaran una religión distinta a la católica
(Yankelevich y Chenillo, 2009).
El revisar los grupos de personas con los que México ha sido receptivo, puede dar
luces para entender el tipo de ciudadano que estado desea y por lo tanto respalda. En este
sentido, y retomando los casos de los exiliados españoles de 1936 y de los latinoamericanos
de los 70´s y 80´s, vale la pena preguntarse: ¿cuáles eran las características de estas
168

personas que les abrió la puerta del país y de la ciudadanía? y ¿en qué se diferencian con las
caravanas de personas provenientes de Centroamérica en la actualidad?
Las personas de aquella época llegaron de sus países de origen con recursos
económicos o con redes sociales que en teoría aportarían al desarrollo del país. Muchos de
ellos eran intelectuales, empresarios, artistas o políticos. A diferencia de las personas de las
caravanas centroamericanas, los que llegaron a México en los 40`s, 70`s y 80`s; no eran
considerados como pobres o al menos la pobreza no era una condición que históricamente
los definiera.
Las caravanas de personas centroamericanas viven en una pobreza sistemática e
histórica lo que provoca un fuerte rechazo. Esto es a lo que Cortina (2017) define como
aporofobia, que literalmente se traduce como “fobia al pobre”. Este concepto refiere que el
rechazo se debe a la creencia de que los pobres no tienen “nada que aportar. Creencia que
concuerda con la revisión de Yankelevich y Chenillo (2009) a la política de inmigración en
México quien históricamente ha hecho énfasis en que las personas extranjeras deben
aportar a los intereses nacionales y a la adecuada convivencia nacional.
Otra de las diferencias, es que las personas de estos ejemplos gozaron de un
reconocimiento y un trato de colectivo. Se les identificaba como “los exiliados políticos”,
“los niños de Morelia”
Una situación diferente que merece la atención es la de los “desplazados por Tierra
Arrasada”, como se llamó a miles de guatemaltecos que México recibió en calidad de
refugiados en la década de los 80, en su mayoría eran campesinos e indígenas. Fueron 46
mil personas según unos datos (Gómez y Cano, 2018), 200 000 entre otros (Buenrostro,
2001).
Estos migrantes buscaban huir de las matanzas ordenadas por el General Ríos Mont,
matanzas denominadas de “Tierra Arrasada” orientadas a destruir la base rural de la
guerrilla, y que arrasaron a 400 comunidades indígenas. La acogida de estas personas
desplazadas tuvo que ver con la forma de evitar el involucramiento de México en la guerra
de Guatemala, así como con las incursiones del ejército guatemalteco en territorio
mexicano, además del apoyo de ACNUR,
El número de refugiados guatemaltecos era incomparablemente mayor al número de
las personas que integran actualmente a las caravanas. Sin embargo, esos migrantes huían
169

de una guerra civil explícita en el país vecino, en la que la frontera mexicana corría riesgos.
En cambio, los caravaneros no huyen de una guerra que esté involucrando, al menos
directamente, a ningún ejército y en un contexto geopolítico distinto. Por otra parte,
visibilizan no solamente la pobreza, sino la desigualdad resultado de un proceso de
explotación histórico que desafía al statu quo con su sola presencia.
Es así como tanto del gobierno mexicano como el estadounidense han hecho todo
lo posible por desmantelar a los colectivos y inhabilitar su identidad social. La política
consiste en revisar de manera individual cada uno de los casos de las personas en las
caravanas, quitándoles el apelativo, la fuerza de colectivo para imposibilitar alguna forma
de reconocimiento que les otorgue ciertos derechos.
Las personas en las caravanas vienen de un no reconocimiento desde sus países de
origen, sólo cuentan con su territorio móvil y una peculiar ciudadanía, la del caravanero o
la caravanera.
Frente a la figura de las caravanas la sociedad civil ha tenido reacciones
abiertamente xenófobas disfrazadas bajo argumentos como “primero nosotros los
mexicanos”, es decir los ciudadanos, los que tenemos derecho. Aunque pocos, también se
han ido construyendo discursos de apoyo y solidaridad que contrarrestan esa xenofobia.
Una expresión abiertamente xenófoba fue el recibimiento de las caravanas
centroamericanas en la ciudad fronteriza de Tijuana, donde sus habitantes salieron a
manifestarse con el lema “Fuera, Fuera” y autonombrándose como “Movimiento
Ciudadano contra el Caos de la Caravana Migrante”. Lo más peligroso ha sido la
xenofobia abierta que mostraron los propios gobernantes ya que legitimaba un trato
discriminatorio. Su máxima expresión estuvo en el comentario del alcalde de la ciudad
fronteriza de Tijuana, frente a medios de comunicación, quien dijo: “No me atrevo a
calificarlos como migrantes (…) son una bola de vagos y mariguanos (…), los derechos
humanos son para los humanos derechos” (Camhaji, 2018).
Sin embargo, el fenómeno de discriminación también se ha hecho visible al interior
de las caravanas. Y en esos casos se vincula, sobre todo, con las relaciones de género.
En las caravanas centroamericanas se observa una fuerte participación de mujeres
solas, menores no acompañados y comunidades LGBT. Todas estas minorías dentro de la
minoría caravanera tuvieron que tomar medidas extra de protección. Ejemplo de ello es que
170

la comunidad LGBT fue el primer grupo que llegó a la frontera entre México y Estados
Unidos el 11 de noviembre del 2018 debido a que tuvieron que rentar un autobús particular
para evitar los acosos a los que estaban siendo sometidas y sometidos dentro de las
caravanas (MSN Noticias, 2018). Si bien está situación hizo que el colectivo LGBT se
visualizara, los motivos detrás de ese logro evidencian el acoso y discriminación dentro de
las propias caravanas.
Por otra parte, fueron mujeres las primeras integrantes de las caravanas en pisar
Estados Unidos. El 14 de noviembre dos mujeres y una menor, así como una mujer y sus
tres hijos cruzaron la malla fronteriza en Playas de Tijuana y se entregaron a las autoridades
migratorias de EUA (Ibarra, 2018). Sin embargo, frente al terreno que ganan en la
visualización de su existencia y de sus logros, hay incontables historias de abuso sexual al
interior de las caravanas.
En el planteamiento de los Desgarramientos Civilizatorios (Sánchez 2020) se habla
de Símbolos e Identidades Dislocadas, y se señalan dos desgarramientos en dicho ámbito:
la tensión permanente entre ciudanía-diversidad; y la defensa de patriarcado frente a la
ruptura de la norma heterosexual. El concepto de ciudadanía está cimentado en una
homogeneidad unificadora que excluye todo lo que no está contemplado en sus parámetros.
La pobreza, la diversidad sexual, la presencia de mujeres solas o a cargo de niños, no es la
imagen sobre la que fue construida la figura del ciudadano: varón, blanco, productivo,
heterosexual y mayor de edad. Las personas de las caravanas sufren un proceso de
desciudadanización más agudo del que viven en sus países de origen.
En cuanto a la defensa del patriarcado frente a la lucha por la igualdad y la
diversidad genérica, se observó cuando integrantes del colectivo LGBT fueron los primeros
en llegar a la frontera y las primeras en cruzarla fueron mujeres con hijos. Estos dos
momentos simbólicos hicieron que las formas feminizadas de ser fueran visibilizadas y sus
vejaciones reconocidas.

Digitalización movilizadora y visibilización mediática.

Por su parte el fenómeno de las caravanas centroamericanas ha contribuido a visualizar el


papel movilizador que las llamadas redes sociales están tomando en esta crisis civilizatoria.
171

En el caso de las caravanas el uso de Twitter como vocero formal/informal de los gobiernos
y el WhatsApp y Facebook como medios para convocar y organizar a las personas de las
caravanas.
El uso de la red social Twitter por parte del gobierno de Estados Unidos,
particularmente desde el perfil personal del presidente Donald Trump, es un caso claro del
aprovechamiento que puede hacerse sobre las comunicaciones ambivalentes. Trump ha
usado su cuenta de Twitter para lanzar amenazas, hacer comentarios racistas y xenófobos,
estigmatizar a las personas de las caravanas, pero a su vez las utiliza también para informar
las decisiones gubernamentales en marcha. Por lo tanto, toda esta información lanzada
desde un perfil “personal”, aunque la persona en cuestión sea un servidor público, permite
que la lectura de la comunicación sea interpretada de manera “formal e informal” al mismo
tiempo. Es así como un mismo comentario proveniente de una figura pública puede ser
tomado como una “comunicación oficial” fungiendo como vocero gubernamental, o por el
contrario puede ser tomada como “opinión personal”. Esta forma puede facilitar el deslinde
de responsabilidades y repercutir en la percepción que las sociedades van forjando respecto
al fenómeno de las caravanas migrantes.
En una entrevista Joel Lunenfeld, vicepresidente de Twitter, menciona que esta red
social es utilizada por la gente más influyente del mundo. Según sus palabras “es el modo
en el que los líderes mundiales hablan ahora y es cómo la gente se entera de las noticias
hoy (…) si algo aparece en Twitter se convierte en una historia de verdad” (Arroyo, 2017).
Por su parte, WhatsApp y Facebook, han sido dos redes sociales poderosas y
movilizadoras ya que desde estas se han convocado y organizado las caravanas
centroamericanas. Estas redes sociales han permitido preservar la identidad de los
organizadores, si es que los hay, en el anonimato. También ha permitido la difusión masiva
de cada una de las caravanas en diferentes espacios geográficos, siendo las personas
integrantes de las caravanas las encargadas de difundir la información y así incrementar el
número de personas que las conforman. Estas dos redes sociales, permiten la clandestinidad
necesaria para no ser detenidos antes de empezar y dan fuerza a la convocatoria.
Mientras que las redes sociales oscilan entre los ámbitos privados-públicos y han
tenido un papel clave para movilizar las caravanas desde dentro y en informar sobre el trato
recibido desde los distintos gobiernos; el papel de los medios de comunicación estuvo
172

anclado en la visibilización del fenómeno. En un inicio los medios de comunicación se


volcaron al seguimiento de las caravanas durante su tránsito hacia Estados Unidos, lo que
contribuyó a visibilizar las situaciones vividas por estos grupos. Sin embargo, una vez en
las fronteras los medios poco hablan de las personas que permanecen en Tijuana o en otras
ciudades fronterizas (Hernández, 2019). La falta de información sobre la situación actual de
las personas que llegaron en las caravanas centroamericanas las expone a peligros
conocidos, ya que una vez en la frontera y ante el olvido del mundo, se exponen a
situaciones que vulneran sus derechos humanos y que van desde deportaciones violentas
hasta caer en el tráfico de personas.
Uno de los grandes triunfos de las primeras caravanas centroamericanas fue
conseguir que los ojos de todo el mundo voltearan a ver, la visibilidad internacional al
movimiento generó el reconocimiento de esta nueva subjetividad y en algunos casos la
solidaridad y el apoyo. De acuerdo con Honneth (1997) el reconocimiento se da en dos
niveles diferenciados, el primero tiene que ver con la visibilización de un conflicto que
parecía invisible y el segundo nivel ocurre cuando esa lucha o conflicto es reconocido y
atrae la opinión pública a través de los medios. Es entonces cuando surge como
movimiento social, por tanto, el reconocimiento social de las caravanas centroamericanas
partió de su visibilización pública.
Otra característica de las caravanas de personas centroamericanas es que han
involucrado en su movimiento a más actores sociales. En las narrativas no sólo aparen
migrantes, deportados y “polleros” sino defensores de derechos humanos, agencias
internaciones que gestionan crisis humanitarias, medios de comunicación, opinadores
expertos, gobiernos internacionales y locales e incluso poblaciones enteras con las que las
que dichas caravanas entran en contacto (Varela y Mc Lean, 2019). La incorporación de
más actores sociales las vuelve más públicas, visibles y por lo tanto reconocidas
socialmente.

Reflexiones finales: Las caravanas, símbolo de rebelión “horizontal”.

El sujeto que está emergiendo de las caravanas, más que migración, éxodo o
desplazamiento tiene su origen en una forma de rebelión. Sin embargo, esta rebelión no
173

proviene de un levantamiento hostil que pretende derrocar los poderes del Estado como
define el concepto la Real Academia Española (2020). Varela y Mc Lean, 2019 consideran
que se trata de una insurrección y de una nueva forma de lucha migrante. En este texto se
considera que se trata más de una rebelión que de una insurrección. Una rebelión que
proviene del cotidiano y lo existencial, a la que hace referencia Albert Camus en sus obras,
y que surge al cobrar conciencia de la finitud de las personas, del abandono de cualquier
esperanza, de desprenderse de las certidumbres que daban sentido a la existencia (D
´Angelo, 2015).
En términos camusianos, la toma de conciencia de la futilidad de la existencia es, el
salto que la conciencia necesita para liberarse de una improbable felicidad futura y
abandonada toda esperanza empieza vivir en el ahora. No es una resignación sino una
aceptación de la sinrazón presente en la humanidad y reconocerlo es liberador (D´Angelo,
2015). Las caravanas representaron, para las personas que se unieron a ellas, la posibilidad
de afrontar la sinrazón del mundo y de sobrevivir lejos de situaciones de violencia y
muerte.
El arrojo que se requiere para dar el salto, está presente en todo el camino de las
caravanas centroamericanas que inicia con la toma de la decisión exprés, continua con la
fortaleza física y mental que requiere recorrer 5,000 kilómetros en sandalias de plástico y
con tener el temple para sortear todo tipo de vejaciones. Todos estos mecanismos
cognitivos y emocionales son puestos en marcha debido a la pérdida de certezas y garantías
de supervivencia. En muchos casos incluso fue cuestión de segundos dar el primer paso:
“Yo no había salido todavía. O sea, yo me estaba despidiendo cuando ella dijo: yo me voy
contigo. Entonces me fui a despedir de mi mamá y de mis hermanos y pues ya,
emprendimos el camino. Así es como pasó” (Valenzuela, 2019, p. 95).
La emoción, la necesidad de supervivencia y el tener una única oportunidad, permea
por encima de la reflexión, el miedo y la planeación del viaje. Solo así puede comprenderse
que tantas personas se unieran a la caravana, dejándose llevar por su arrojo. Para el caso de
las caravanas centroamericanas, el rompimiento de los mapas cognitivos que daban certeza
(Sánchez, 2020) deriva en una rebelión existencial en donde las caravanas no representan
una estrategia para enfrentar la incertidumbre, sino que representan la única certeza para
sobrevivir.
174

A lo largo del texto se puede observar una línea que inicia con una forma de arrojo
estructural, que hace referencia a la expulsión de poblaciones centroamericanas debido a las
condiciones de violencia y vulnerabilidad en las que viven (Sassen, 2015). Sin embargo,
esta situación de expulsión es la que lleva a estas poblaciones a mostrar otro tipo de arrojo,
uno que nace de las entrañas y viene cargado de fuerza, ese que llevó a miles de personas a
dejarlo todo a cambio de una oportunidad de supervivencia.
Otra característica de este sujeto rebelde que emerge es su carácter horizontal. Para
Zibechi (2000) la mirada horizontal hace referencia a la creación de espacios donde el
poder no se concentra, la disciplina surge por consenso y la identidad de sus miembros sólo
puede mantenerse si se cuida la identidad de los otros. Aunado a esto el paradigma
horizontal no lucha contra los poderes estatales, sino que su objetivo es crear redes de
solidaridad entre los de abajo (Zibechi, 2000, p.80)
Las caravanas fueron solidarias entre los de abajo porque permitieron a muchas
personas huir de su condición de vulnerabilidad sin necesidad de contar con recursos
económicos para ello, esto hace que la condición de tránsito fuera algo alcanzable a todos:
“Nosotros no nos habíamos venido antes porque somos pobres. Si antes consigue uno para
la comida y nos quieren amenazar que nos van a matar” (Valenzuela, 2019, p. 104).
Otro ejemplo de horizontalidad en las caravanas es la protección del colectivo para
mejorar la seguridad en el trayecto. Si bien el trayecto sigue siendo peligroso, las caravanas
centroamericanas han sido eficaces para llegar a la frontera, para protegerse en grupo y
permanecer como colectivo sin concentrar el poder en figura alguna. Muchas de sus
características como la fuerza del colectivo, el arrojo de todas y todos sus integrantes, la
búsqueda común de una vida sin violencia, la oportunidad de migrar sin tener dinero para
costearlo hace de las caravanas centroamericanas una forma de rebelión horizontal que
inicia con el grupo y el arrojo de sus integrantes.
La permanencia de las caravanas y su proliferación no pueden considerarse como un
hecho aislado. El inicio del 2020 marca la continuidad de éstas y el surgimiento de un
nuevo sujeto social con características particulares que lo diferencian de otros procesos
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Experiencias de Economía Social frente a la imposibilidad del desarrollo


para todos.
Nadia Eslinda Castillo Romero

Introducción

La histórica desigualdad producida por la acumulación de capital y más tarde por las
expulsiones generadas en la fase neoliberal global de la economía de capital detonaron la
construcción de diferentes experiencias de Economía Social (ES) que posiblemente podrían
considerarse como esfuerzo de estructuración de presentes dignos (Sánchez, 2020). Se
entienden como presentes dignos, ámbitos de resistencia frente a la explotación, a la
expulsión y a la estigmatización, que intentan establecer relaciones horizontales de
reconocimiento recíproco, desarrollo de capacidades para gestionar los conflictos y
favorecer las posibilidades de reproducción de la vida, y sin dejar de luchar por cambios
más amplios.
182

La evidencia de una creciente desigualdad en el acceso a bienes y servicios, y la


emergencia de la dinámica de expulsión de amplias poblaciones no solo del consumo sino
de la producción, interpela a la necesidad de problematizar el planteamiento de un
“desarrollo” lineal y evolutivo para toda la sociedad. Este enfoque, el del desarrollismo,
desembocó en una especie de “impasse” al configurar una realidad en que sus beneficios
son solamente viables para una minoría de la población a expensas de la mayoría y del
hábitat natural. Y, cuando, además, la aspiración a esos estilos de vida prometidos por el
desarrollo y el progreso han conformado las subjetividades, los imaginarios y las relaciones
sociales de la mayoría excluida. Por esa razón es posible hablar de un Desgarramiento
(Sánchez, 2019).
En este contexto, nos preguntamos: ¿Qué tipo de relaciones sociales construye la
Economía Social y de qué manera están haciendo frente a la inviabilidad del desarrollo para
todos?
Analizamos, en primer lugar, el surgimiento de la Economía Social y Solidaria en
América Latina, en sociedades que transitan de la desigualdad estructural a las expulsiones
derivadas de la globalización neoliberal. Estudiamos el caso del movimiento de Economía
Social que se gestó en el Gran Buenos Aires, Argentina a raíz de la crisis financiera de
2001. Posteriormente, analizamos algunas experiencias de Economía Social que se han
construido en contextos de narcoviolencia en México en medio de la desigualdad y la
expulsión social. Finalmente, ejemplificamos la construcción de las experiencias de
Economía Social en contextos de desigualdad racializada y machista analizando el caso de
la Cooperativa del Hotel Taselotzin en una población nahua. Para concluir, reflexionamos
sobre el tipo de relaciones sociales que se construyen en estas experiencias de ES y de qué
manera hacen frente a la inviabilidad del desarrollo lineal46.

El surgimiento de la Economía Social y Solidaria en América Latina.

En América Latina se han socializado más las experiencias de Economía Solidaria que las
de Economía Social. La Economía Social fue impulsada en Francia en la década de los
46
Al señalar “desarrollo lineal” estamos haciendo referencia a la concepción de desarrollo concebida
tradicionalmente que refiera un desarrollo por etapas iniciando en una sociedad tradicional hasta llegar a una
sociedad de consumo. Veáse Rostow, W. (1961) Las etapas del crecimiento económico. Fondo de Cultura
Económica. México.
183

setentas del siglo veinte (Cadena, 2005), y recupera las formas de organización que
aparecieron en el siglo XIX para hacer frente a las necesidades no satisfechas de los
trabajadores, como vivienda, finanzas, salud. Desde el siglo XIX, particularmente en
Francia, la solidaridad fue considerada como principio de protección susceptible de limitar
los efectos negativos de la expansión de la economía capitalista (Oulhaj, 2013).
En América Latina a partir sobre todo de la década de 1980, surge el concepto de
Economía Solidaria como respuesta a la implementación de políticas de austeridad
derivadas de la globalización neoliberal que significó

la consolidación de la tendencia creciente a la disminución drástica de la creación de empleo


asalariado, debido a la sustitución de trabajo vivo por trabajo muerto en los procesos productivos,
tendencia que se acentúo con la aplicación de las tecnologías de información a la producción y los
procesos de desregulación de la economía y de privatización creciente del Estado, que significó el
recorte de los derechos laborales y la ampliación de relaciones salariales basadas en la plusvalía
absoluta. (Marañón y López, 2013, p.126).

Economía Social y Economía Solidaria surgen en épocas y en contextos diferentes y


por lo mismo tienen elementos comunes y características diferentes lo que ha suscitado
diversos debates (Pérez y Etxezarreta, 2015). La Economía Social está vinculada a formas
organizativas tradicionales como cooperativas y mutualidades y suele tener un nivel mayor
de institucionalización. La Economía Solidaria deriva de la Economía Social, pero con el
término solidaria, acentúa un enfoque más crítico al sistema económico hegemónico y
pone énfasis en la necesidad de proteger la vida de las personas y el hábitat natural, a partir
de la construcción de proyectos de desarrollo local en comunidades históricamente
empobrecidas por la acumulación de capital, como son las zonas rurales e indígenas de
Latinoamérica.
La Economía Solidaria integra también prácticas no monetarizadas como los bancos
del tiempo que funcionan como créditos mutuos, pero en forma de tiempo (Sanz, 2012;
Bocanegra y Salas, 2013) y diversas formas de trueque en el medio rural y en el medio
urbano (Abramovich y Vázquez, 2007).
En el ámbito de la Economía Solidaria se ubican también prácticas comunitarias
ancladas, sobre todo, en los pueblos indígenas, por ejemplo, el tequio, la faena y la mano
vuelta. Es así como han surgido nuevas monedas alternativas como el Túmin que fue
184

impulsada en Veracruz por universitarios en apoyo a campesinos (Reporte Índigo 2012).


La Economía Solidaria pone énfasis en la búsqueda de alternativas al capitalismo, búsqueda
heredada de los movimientos sociales alter-mundistas albergados en los Foros Sociales
Mundiales de Porto Alegre, contraparte a los Foros Económicos en Davos. Comparten el
horizonte del Foro Social Mesoamericano que surgió a partir del 2000 como resistencia a la
puesta en marcha de mecanismos y programas regionales de desarrollo neoliberal como el
entonces llamado Plan Puebla Panamá (2000-2006), el Tratado de Libre Comercio de
Centro América con Estados Unidos y del propio Tratado de Libre Comercio de América
del Norte (TLCAN) Este foro se llevó a cabo en distintas ciudades de Centroamérica y del
sur de México entre los años 2000 y 2006.
En América Latina se ha concebido a la Economía Social, en contraste con la
Economía Solidaria, como aquellas prácticas empresariales institucionalizadas centradas en
las cooperativas, mutuales y que no necesariamente debaten con las desigualdades y
expulsiones generadas por el sistema económico hegemónico. Este ha sido el argumento
principal en la división tanto de los que estudian la Economía Social y la Economía
Solidaria, como de los que forman parte de los movimientos sociales que demandan la
construcción de un sistema económico inclusivo. (Pérez y Etxezarreta, 2015).
No obstante, en el trabajo cotidiano con organizaciones sociales rurales e indígenas,
cooperativas de diversa índole, observamos que esta división entre Economía Social y
solidaria se diluye. Por ejemplo, las cooperativas como Tosepan Titataniskej en la Sierra
Norte de Puebla, la Unión de Cafeticultores Indígenas de la Región del Istmo (UCIRI) o los
casos de estudio analizados en este texto, son prácticas empresariales formales,
institucionalizadas y a la vez ponen en marcha prácticas comunitarias como el tequio y/o la
faena, y tienen como principio que el conjunto de prácticas en su interior repercuta en la
mejora de las condiciones económicas y sociales de quienes conforman estos ejercicios
empresariales..
Con frecuencia se usan indistintamente los conceptos de Economía social o
Solidaria o incluso el de Economías Social y Solidaria que es el que adoptamos en este
texto.
Desde el ámbito jurídico, en América Latina la construcción legal de la Economía
Social y Solidaria es diversa. Por ejemplo, en Colombia la ley 454 define la Economía
185

Solidaria, como la actividad económica realizada solamente por las cooperativas, mutuales
y fondo de empleados, las demás formas de organización solidaria se consideran
simplemente como organizaciones de desarrollo. Esto implica que el campo de la
Economía Solidaria, está limitado, y el concepto de solidaridad de la economía pierda
fuerza, como una posibilidad de trasformación social y solo se vea como parte de un sector
estructurado o hacia adentro de la forma orgánica de una organización de este tipo.
José Luis Coraggio (2008, p. 34) señala que en los ejercicios de Economía Social
hay zonas grises, y ante ello señala los siguientes ejemplos: cooperativas que han perdido el
ideario de la cooperación y funcionan como empresas de capital tanto hacia afuera como
hacia adentro; cooperativas de trabajo que son apéndices de empresas de capital,
instrumentalizadas para ocultar formas de sobre explotación del trabajo ajeno y evadir el
principio de redistribución fiscal, o fundaciones de gestión verticalista que dan cobertura
cosmética a las empresas de capital. Es un hecho que las organizaciones de Economía
Social no pueden existir fuera de sus relaciones con otras organizaciones de la misma
Economía Social, de las empresas de capital y de las organizaciones estatales. Existen y
funcionan dentro de un sistema con dominio del capital, que tiende a introyectar en las
organizaciones una ética de mercado capitalista y genera un campo de fuerzas, como diría
Bourdieu, que no puede verse como un “afuera” sino que las atraviesa y las constituye
como formas concretas y complejas.
Por lo mismo la propuesta ideal de las organizaciones de Economía Social y
Solidaria supone un esfuerzo a contracorriente. La ESS busca, a partir de la asociación de
personas, repartir los ingresos equitativamente, poniendo en el centro el trabajo sin
explotación de las personas y, con ello, satisfacer las necesidades económicas del colectivo
y permear en los territorios donde se insertan. Es decir, los ejercicios de Economía Social
se posicionan en un entorno de posibilidad de generar una repartición más equitativa de los
ingresos generados. Los ejercicios de Economía Social hacen frente a la dificultad
ecológica y económica de alcanzar un desarrollo urbano, industrial de pleno empleo y
consumo, construido como el ideal a alcanzar desde la economía de capital.

Las experiencias de Economía Social viven la inevitable contradicción de nacer dentro de una
sociedad cuyos valores hegemónicos reproducen la primacía del capital, en donde sus integrantes
tienen que aprender nuevas formas de relación y también entrar a la economía de mercado
186

capitalista. La Economía Social es una alternativa que busca desarticular las estructuras de
reproducción de capital y a construir un sector orgánico que provea a las necesidades de todos con
otros valores, que afirme otro concepto de justicia social, que combine el mercado regulado con otros
mecanismos de coordinación de las iniciativas, que pugne por redirigir las políticas estatales y en
particular la producción de bienes públicos. (Coraggio, 2008, p.39).

La Economía Social no dispone de mecanismos de acumulación de capital ni de


instrumentos efectivos de inclusión financiera que le permita modificar precios, créditos y
tasas de interés. Estas empresas cuando entran al mercado, lo hacen al mismo mercado de
capital, y cuando desean acceder al sistema financiero lo hacen igual que cualquier empresa
de capital. Las Cooperativas de Ahorro y Crédito que forman parte de la Economía Social,
en América Latina al menos, están reguladas por las comisiones bancarias respectivas, lo
que, entre otras cosas les impide prestar sus servicios a colectivos de la Economía Social.
Sin embargo, es posible e importante, considerar a las empresas de Economía Social
como un subsistema en tensión con el sistema dominante. Muchas experiencias de
Economía Social se encuentran ensayando formas distintas de hacer economía con distintos
claroscuros, avances y retrocesos, pero logrando la repartición del ingreso más equitativo,
generando bienestar colectivo y también reconocimiento individual y mutuo del trabajo
(Cotera, 2007; ALOE, 2009). Esto último ocurre, sobre todo, en organizaciones de mujeres,
como las que hacemos mención en este trabajo (Atienza, 2017).
El que la Economía Social constituya un subsistema y no un sistema, no significa
minimizar su ethos asociativo ni sus potencialidades, como tampoco desconocer su
identidad cultural y su importante rol en la cohesión social y en la satisfacción más justa de
las necesidades. Es una economía ampliamente abarcadora de muchas viejas y nuevas
formas no categorizadas como “económicas”. De acuerdo a Elgue (2014) incluye las
cooperativas y las mutuales que aparecen como pilares de la Economía Social orgánica y
capitalizada, los micro emprendimientos cooperativos y las distintas experiencias de
Economía Social más solidaria y disruptiva.
Entonces, la Economía Social no es solamente una suma de micro emprendimientos,
sino que esboza una construcción compleja que apunta a la construcción de un modelo
económico y social incluyente. Su sostenibilidad es política, multidimensional y
multifactorial, lejos de reducirse al balance contable de entradas y salidas que indica la
187

economía del capital, emerge como una opción de presentes dignos para los colectivos,
grupos y comunidades excluidos y/o expulsados de la dinámica hegemónica.
Finalmente, es importante considerar el énfasis que muchas de las empresas de ES
hacen en el territorio y su sustentabilidad. Como señala Dávalos (2013) las organizaciones
de Economía Social pueden constituir uno de los principales horizontes de futuro, no
obstante, su tarea principal es afianzar su sostenibilidad, politización, revisión y
consolidación organizacional.
No obstante, es evidente que no hay que idealizarla, adjudicándole objetivos
maximalistas, evitando de esta manera posteriores decepciones paralizantes, sino que se
trata de comprender que no está en condiciones de transformar unilateralmente la sociedad
(Elgue, 2014, p.32).

Economía Social y solidaria en contextos de expulsiones.

La Economía Social y Solidaria (ESS) ha sido una respuesta a las desigualdades e


inequidades históricas consecuentes de la acumulación del capital y agravadas por la etapa
neoliberal. Esta etapa privilegia la generación de capital a través del despojo (Harvey,
2004) y la libre circulación del capital financiero en detrimento del capital productivo. Por
lo mismo ha generado, no soló más desempleo y desigualdad, sino que ha expulsado a
sectores sociales que anteriormente se habían beneficiado del estado de bienestar. (Sassen,
2015).
La globalización del capital ha implicado el brusco ascenso de las capacidades
técnicas y ha producido efectos diversos y distintos de gran magnitud. A partir de la
década de 1990 se observa un fuerte crecimiento del número de personas, empresas y
territorios expulsados de los órdenes sociales y económicos centrales del estado de
bienestar. El paso del Keynesianismo a la era global caracterizada por privatizaciones,
desregulaciones y fronteras abiertas selectivamente, supuso un pasaje de una dinámica que
atraía gente hacia el interior a otra dinámica que empuja gente hacia afuera, la expulsa
(Sassen, 2015).
De acuerdo con Sassen (2015, p. 12), estos procesos de expulsión no son
espontáneos, sino calculados. De hecho, pueden coexistir con el crecimiento económico
188

medido con los indicadores habituales. Los instrumentos de expulsión van desde políticas
elementales como recorte al gasto social, disminución de programas sociales,
flexibilización de las políticas laborales, políticas fiscales flexibles, falta de regulación de
las instituciones financieras como los bancos, hasta instituciones, técnicas y sistemas
complejos que requieren conocimiento especializado y formatos institucionales intrincados.
En estos procesos la función del Estado ha implicado la producción de nuevos tipos de
reglamentos, leyes, políticas, es decir, ha producido una nueva clase de legalidad garante de
los derechos del capital global. Podría concebirse al Estado como la representación de una
facultad técnica administrativa que posibilita la implantación de la economía global
corporativa (Sassen, 2012 p. 70).
Los canales para la expulsión varían, incluyen políticas de austeridad que han
contribuido a contraer economías como sucedió en Grecia y España, políticas ambientales
que pasan por alto las emisiones tóxicas de operaciones mineras, como en gran parte de los
antes llamados países periféricos etc. El carácter, el contenido y el lugar de esas
expulsiones varían enormemente, atravesando estratos sociales y condiciones físicas y
cubren el mundo entero. Un ejemplo son las innovaciones financieras avanzadas que cortan
una variedad de sectores económicos y los someten a su propia lógica, desde deudas
intangibles hasta grandes edificios.
Las capacidades que impulsan el desarrollo de esos sistemas innovadores no son de manera necesaria
intrínsecamente brutalizadoras, pero pasan a serlo cuando operan dentro de determinados tipos de
lógica organizadoras. La capacidad de las finanzas para crear capital no es intrínsecamente
destructiva, pero es un tipo de capital que necesita ser puesto a prueba: ¿puede materializarse en una
infraestructura de transporte, un puente, un sistema de purificación, una fábrica? (Sassen, 2015 p.
15).

Esas capacidades, en lugar de desarrollar lo social y fortalecer el bienestar de una


sociedad, han servido para romper lo social a través de la desigualdad extrema, para
destruir buena parte de la vida de la clase media prometida por la democracia liberal, para
expulsar a los pobres y vulnerables de las tierras, empleos y hogares y expulsar a
comunidades/sectores sociales y acelerar el ecocidio, es decir el” aumento de la destrucción
ambiental a escala global” (Sassen, 2015 p. 13).
189

A partir de 1980 se observa el desarrollo material de áreas cada vez mayores del
mundo que se convierten en zonas extremas para operaciones económicas clave. En un
extremo eso adopta la forma de la tercerización global de manufacturas, servicios y trabajo
de oficina, extracción de órganos humanos y cultivos industriales hacia áreas de costos
bajos y regulaciones débiles. En el otro extremo la activa construcción de ciudades globales
como espacios estratégicos para funciones económicas avanzadas; ciudades desde cero y la
renovación de ciudades antiguas. La capacidad de las finanzas para desarrollar instrumentos
enormemente complejos que le permiten titularizar la variedad de entidades y procesos más
amplia que ha conocido la historia (Sassen, 2012).

Las personas en cuanto trabajadores y consumidores tienen un papel cada vez más reducido en los
beneficios de muchos sectores económicos. Lo que importa son las tierras sobre las que viven
aquellos sectores poblacionales rurales empobrecidos y no las personas que las habitan. Por ello, no
hablamos de elites predatorias, sino de formaciones predatorias, es decir, una combinación de élites
y capacidades sistémicas con las finanzas como posibilitador clave, que presiona hacia la
concentración aguda de su espacio vital. (Sassen, 2015 p.15).

La categoría de formaciones predatorias es muy iluminadora pues permite


conceptualizar la configuración de la sociedad actual y el eje central de la lógica
dominante. Sin embargo, sería bueno señalar que esa lógica dominante no es, tal vez, tan
planeada y predecible y que siguen coexistiendo tres paradigmas en la relación “desarrollo
y subdesarrollo”: la marginación, la explotación y la expulsión (Sánchez 2019 p. 18).
Por otra parte, es importante subrayar que a la lógica de despojo-expulsión, le
subyace la cosmovisión anclada en los dos mitos principales del occidente moderno: La
conquista de la naturaleza-objeto, y el falso infinito del progreso (Morin, 2011). La
eliminación de toda atadura vinculada a la abundancia ilimitada de bienes era la fuente de
la felicidad y la base cultural del “progreso”. Y la caída del socialismo real reforzó esa
visión, porque ese imaginario de felicidad, paradójicamente, impregnó también la
perspectiva socialista. “Se ha analizado poco si el fracaso de las experiencias llamadas
socialistas o socialismo realmente existente, no tiene una relación con un aparato simbólico
que prometía ese tipo de felicidad. No era el bienestar sencillo o frugal y solidario el
horizonte proclamado” (Sánchez, 2019 p.18).
190

Esta situación ha ido desembocando en lo que Sánchez llama “territorios y


corporeidades resquebrajadas” ámbito en el que ubica ese desgarramiento entre aquella
población minoritaria que ha alcanzado niveles importantes de ese “desarrollo” y que desea
mantenerlo y aumentarlo, y la que no ha tenido acceso a ello, pero aspira a tenerlo
(Sánchez, 2019 p. 15).
Es en este contexto en el que la ESS lucha por colocar al trabajo como el elemento
principal para generar valor en beneficio de las personas, privilegiando la propiedad
colectiva de sus herramientas de trabajo, tratando de repartir los beneficios de manera
equitativa entre sus miembros y en beneficio de los territorios donde surgen estos
ejercicios. “La propiedad sobre el propio trabajo es el elemento básico. Cuando ésta se
junta y mezcla con el común entonces este también deviene propiedad a través de una
lógica de contagio. El trabajo pone en movimiento olas expansivas de posesión y
propiedad” (Hardt y Negri, 2019 p. 138).
La Economía Social se inserta en la necesidad de buscar alternativas de vida digna
de todos aquellos explotados, excluidos y expulsados de la forma de desarrollo concebida
por el capital, es decir, de las poblaciones desgarradas por la viabilidad de “desarrollo” de
una minoría a costa de la inviabilidad ecológica y política para la mayoría de la población y
que desea alcanzar esos estilos de vida.
Por ello, la producción de lo local que plantea Appadurai, (2017, p. 169 citado en
Sánchez 2020) la producción de la cotidianidad en determinados entornos que haga frente,
resista y proponga alternativas más equitativas a estos escenarios de expulsión, requiere de
enormes esfuerzos, gran creatividad y de mucha paciencia. El autor se pregunta “¿Cuál es
el resultado de esa energía invertida diariamente?” El resultado puede ser la construcción
cotidiana e inacabada de entornos donde se dignifique el trabajo humano generando
beneficios colectivos y ambientales.
A continuación, observaremos tres ejemplos de experiencias de Economía Social
que en la vida cotidiana buscan construir presentes dignos a partir de la apropiación de su
fuerza de trabajo en contextos de expulsión, desigualdad, racializados y machistas y en
entornos de violencia generada por el narcotráfico.
191

El movimiento de Economía Social y solidaria en el Gran Buenos Aires, Argentina en


el 2001.

Las experiencias de Economía Social y solidaria en Argentina se multiplicaron a partir de


2001. La crisis institucional y de representación tuvo como consecuencia el surgimiento de
nuevos actores, principalmente de los sectores más desamparados, a los que se sumó una
fracción de la clase media deteriorada con sus ahorros acorralados. Esta clase media se
encontró, de pronto, militando en las filas de desocupados, desempleados y empobrecidos
luchando por la recuperación de los derechos perdidos (Elgue, 2014 p. 32).
El estallido social y la crisis institucional sin precedentes de diciembre 2001
combinó una ola de saqueos de multitudes en los barrios del conurbado (Gran Buenos
Aires) y en muchas ciudades de Argentina, con una masiva movilización de sectores
medios y populares que al grito “que se vayan todos”, forzó la renuncia de Domingo
Carvallo y Fernando de la Rúa. Las medidas económicas impuestas que confiscaron los
depósitos afectaron a la clase media y en un efecto dominó a los sectores más pobres. Esta
situación y el Estado de Sitio decretado por el propio presidente detonaron las masivas
protestas de diciembre de 2001 y llevaron a la renuncia de De la Rúa en diciembre de 2001.
Elgue (2014) señala que, en este contexto, se pusieron en práctica distintas formas
asociativas económicas de interés común, que en los primeros apartados de este texto
referimos como prácticas de la Economía Solidaria: redes de trueque, huertas familiares y
comunitarias, ferias solidarias (tianguis), grupos pre cooperativos de compras comunitarias,
cooperativas escolares, guarderías, ONG´s de microcréditos, emprendimientos de
transporte, iniciativas de seguridad vecinal, comedores autogestivos, programas de
recuperación y reciclado de residuos.
El Hotel Bauen es posiblemente una de las experiencias de autogestión del trabajo
más conocidas en el mundo “un emblema de la capacidad de los trabajadores no solo de
gestionar una empresa sino de tomar en sus manos el propio destino” (Ruggeiri, et.al.:
2017, p.11). Este caso forma parte de la historia de las empresas recuperadas que se
integran a raíz de los lazos que entablan los trabajadores de unas y otras durante los
procesos de recuperación.
192

En este sentido, el Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas (MNER) fue la


principal organización de empresas recuperadas por los trabajadores en los años posteriores
a la crisis de 2001. El MNER integró a la gran mayoría de los casos basado en la
experiencia de casos provenientes tanto del sindicalismo como del cooperativismo, al que
se le sumo el activismo proveniente de las asambleas de los movimientos surgidos
alrededor de la crisis (Ruggeiri, et.al: 2014, p.38).
En palabras de Ruggeiri, et.al (2014), el MNER logró articular un camino para
canalizar los conflictos surgidos por el cierre de empresas, sintetizado en la consigna
tomada del Movimiento Sin Tierra de Brasil (MST) “¡Ocupar, resistir, producir!”, llevando
así la razón de ser del movimiento desde la defensa de los puestos de trabajo, hacia la
formación de cooperativas y el reclamo por la expropiación.
Tomando como referencia este contexto, los trabajadores del Bauen recuperaron el
hotel tras conocer la historia de la imprenta recuperada “Chilavert”. Ambas empresas –
Bauen y Chilavert- ya figuraban en los archivos del Banco Nacional de Desarrollo, en los
que se consignaban los préstamos otorgados a los dueños de estas empresas, que el
gobierno de Carlos Menem (1989-1999) les otorgó y que nunca pagaron. El Hotel Bauen
cerró sus puertas dejando desempleados a sus trabajadores. El Bauen comenzó su historia
como empresa recuperada el 21 de marzo de 2003 un año y casi tres meses después de su
cierre. Sus trabajadores habían quedado en la calle en medio de la crisis económica más
importante de las últimas décadas de Argentina.
Durante 2002 hubo movilizaciones cotidianas, crecimiento exponencial de los
movimientos piqueteros y las asambleas barriales, mientras los ahorristas estafados por el
“corralito” pintarrajeaban los bancos y el trueque se había convertido en un medio de
intercambio para la subsistencia. Mientras tanto había desarrollado y adquirido visibilidad
un nuevo movimiento, el de las empresas recuperadas por sus trabajadores. La defensa por
los puestos de trabajo en las fábricas y empresas vaciadas y abandonadas por los
empresarios, le había dado notoriedad y, también, legitimidad. “En una sociedad en que el
trabajo se había vuelto un valor escaso y buscado, luchar para seguir trabajando era
valorado por una mayoría social y los trabajadores que ocupaban las empresas quebradas
lograban bastante éxito en presionar a funcionarios y legisladores” (Ruggeiri, et.al., 2017,
p.52).
193

El resultado más notorio de esa capacidad de presión fue la aprobación de leyes de


expropiación, como sucedió en el caso de las empresas recuperadas Brukman, Chilavert y
Ghelco, en la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires pocos meses antes de la toma del
Hotel Bauen. Esto no significaba que el procedimiento sería fácil, al contrario. Sin
embargo, algunos mecanismos y puertas se iban abriendo a partir de la movilización de los
trabajadores organizados mayoritariamente en el Movimiento Nacional de Empresas
Recuperadas (MNER). Además de lo señalado con anterioridad, una de las principales
reivindicaciones de este movimiento era la reforma de la ley de concursos y quiebras
promulgada durante el gobierno de Carlos Menem siguiendo los dictados del FMI y
convirtiéndola en un mecanismo de liquidación de empresas. La ley facilitaba el
vaciamiento empresarial y priorizaba el remate de los bienes y el pago a acreedores antes
que la preservación de los puestos de trabajo. Se trataba de una ley al servicio de la
destrucción del aparato industrial y del empleo (Ruggeiri, et.al., 2017 p.52).
Con el caso del Hotel Bauen, observamos un ejemplo de las particularidades que
implicó poner en marcha actividades económicas solidarias, fuera de la lógica de la
economía de capital, en un momento en donde la crisis económica no sólo afectaba a los
sectores empobrecidos, sino que expulsaba del sistema financiero y laboral a clases medias
trabajadoras, es decir, no solo los despojaron de su trabajo, sino también de sus ahorros.
Haciendo frente al escenario inaugurado en diciembre de 2001, se observa en el
Gran Buenos Aires, y en otras ciudades de Argentina, la puesta en marcha de experiencias
económicas solidarias que se fueron formalizando hasta ir generando y expandiendo el
movimiento de Economía Social a través de la creación de cooperativas de trabajo.
En este sentido, para 2019 en Buenos Aires se había desarrollado ya un amplio
movimiento de Economía Social que se reflejaba en la expansión de distintas cooperativas
de trabajo: diseño, cafeterías, hoteles, imprentas, servicios educativos, escuelas, muchas de
ellas derivadas de la crisis de 2001. Además, ante el nuevo ciclo de crisis económica se han
vuelto a activar actividades de solidaridad económica como: los bancos de tiempo, el
trueque, las ferias solidarias (tianguis y mercados), entre otras.
El número de empresas recuperadas entre 2001 y 2003, oscila, según distintas
fuentes entre 127 y 180, agrupando entre 10 y 12 000 trabajadores (Abramovich y Vázquez,
2007).
194

La vinculación de producción y consumo mediante el trueque tuvo un enorme auge.


El número de personas involucradas en las redes de trueque pasó de 20 000 en 1999 a
2 500 000 en 2002 según unas fuentes o a 5 o 6 millones según otras. (Abramovich y
Vázquez, 2007)
En Buenos Aires y su zona conurbada los ejercicios de Economía Social y solidaria se
expandieron en momentos de crisis. En esos momentos estos ejercicios y prácticas
surgieron como alternativas para hacer frente a la imposibilidad de mantener su empleo y
nivel de consumo, buscando formas de sobrevivencia que permitieran generar un ingreso y
hacer frente a la vida.

Economía Social en territorios violentados por el narcotráfico.

La fosa común convierte el espacio de habitar en una oquedad doliente. La fosa común nos revela la
forma como se está destruyendo el territorio habitable y nos está convirtiendo en seres a-terrados.
Los cuerpos encimados, mutilados, desmembrados que destruyen identidades y singularidades,
muestran además de la violencia al matar y el asesinato despiadado, la destrucción de la condición
humana. La forma como los medios y las instituciones comunican estas realidades, destruyen la
singularidad de las personas convirtiéndolas en números y facilitando la naturalización de la
violencia. Necesitamos, dice el autor “Esclarecer la comunidad que somos ante la oquedad
producida” (Aguirre 2018 p.106 en Sánchez, 2019 p.7).

En México, la política de combate al narcotráfico del gobierno de Felipe Calderón (2006-


2012), continuada por el de Enrique Peña Nieto (2012-2018), fracturó en niveles aún poco
dimensionados las posibilidades de convivencia. Las muertes masivas generadas por esa
política, provocaron en el país un trauma social aún no reconocido. La nueva sensibilidad
producida por esta violencia, caracterizada por su banalidad, será de larga reversión
(Fuentes-Díaz, 2018, pp. 29-49).
El narcotráfico se ha transformado tanto en su expansión territorial como en la
diversificación de actividades que van más allá de la siembra y el trasiego de sustancias
ilegales y esta diversificación ha sido voraz, lo que explicaría la atrocidad de la disputa por
los mercados y sus territorios (Fuentes-Díaz, 2015 pp. 68-82).
En este contexto, a inicios de la década del 2000 en el estado mexicano de
Michoacán, se comenzó a ver una nueva forma de operación del narcotráfico: aparición de
195

decapitaciones, colgamientos, narcomantas y una serie de formas espectaculares de


violencia como técnicas de contrainsurgencia implementadas a nivel de confrontación
militar por el brazo armado del Cartel del Golfo: Los Zetas. Los Zetas introdujeron ese
repertorio en la confrontación con otras organizaciones criminales por la hegemonía
territorial en el trasiego, venta de “sustancias ilegales y cobros de piso” (Fuentes-Díaz:
2018 pp. 29-49).
Ante la instauración de este nuevo orden criminal se fracturó la antigua relación de
reciprocidad entre las actividades ilegales del narco y las comunidades. Anteriormente
había un reconocimiento hacia los Señores del Narco al ser proveedores de bienestar social.
Eran una especie de Estado local que dotaba de escuelas, clínicas, carreteras y trabajo a las
comunidades. A partir de la instauración predatoria neoliberal está lógica se rompe.
Esta tesis (Fuentes-Díaz, 2018) permite entender el fenómeno de violencia reactiva
que tuvo lugar en Michoacán a principios de 2013. La fractura de las formas legítimas del
ilegalismo hicieron posible el surgimiento del movimiento armado de los Grupos de
Defensa Comunitaria, conformados por habitantes de las comunidades que se opusieron al
orden criminal impuesto por el cartel hegemónico en la zona, Los Caballeros Templarios,
que estaba coludido con el poder político local. (Fuentes-Díaz: 2018 pp. 29-49).
Ante este panorama nos preguntamos: ¿En qué medida los ejercicios de Economía
Social contribuyen a fomentar presentes dignos en zonas violentadas por el narcotráfico?,
¿qué desafíos presentan?
Para analizar el papel de los ejercicios de Economía Social en estos contextos de
violencia criminal, elegimos explicar una experiencia en cuya evaluación estuve
involucrada.
El Laboratorio de Innovación Económica y Social (LAINES) de la Universidad
Iberoamericana Puebla llevó a cabo el proyecto Fortalecimiento de proyectos económicos
en territorios de alta vulnerabilidad y situaciones de violencia. Este proyecto se puso en
marcha en 2016 y 2017 y tuvo por objetivo la formación de orientadores de Economía
Social que coadyuvaran a la generación y acompañamiento de empresas de beneficio
colectivo, en zonas históricamente empobrecidas y ahora violentadas por el narcotráfico. La
intencionalidad era la de fortalecer el trabajo comunitario a partir de herramientas solidarias
que contribuyeran a la pacificación social. El proyecto se llevó a cabo en municipios de los
196

estados mexicanos de Michoacán, Guerrero y Oaxaca. Particularmente en Michoacán este


proyecto se impulsó a petición del Centro de Investigación y Acción Social por la Paz
(CIAS) de la Compañía de Jesús en México.
Los miembros del CIAS iniciaron el contacto con las comunidades de Tancítaro y
Cherán, Michoacán, desde 2012, con el fin de diagnosticar el impacto de las causas
generadoras de la violencia en México, y con ello, diseñar estrategias de acción con la
población de estos municipios. En este sentido, y con el afán del CIAS de generar
alternativas societales, en 2015, sus miembros se involucraron en esos municipios para
generar y poner en marcha el programa de Reconstrucción del Tejido Social, orientado a la
“capacitación de actores sociales en metodologías de mejoramiento de la convivencia en la
familia, la escuela, el barrio, el trabajo, las fiestas tradicionales y el gobierno”. El programa
se llevó a cabo por medio de grupos interdisciplinarios de profesionistas radicados en esos
municipios (García, 2018 p. 165). La Universidad Iberoamericana se implicó en este
proyecto, concretamente en el rubro de trabajo, con el fin de impulsar alternativas
económicas en territorios violentados, específicamente en Michoacán.
El proyecto consistió en capacitar a un grupo de 10 profesionales residentes en estos
municipios para que acompañaran en la formación y gestión de las empresas comunitarias.
La formación se hizo transmitiendo la Metodología de Acompañamiento e Impulso a
Empresas de Economía Social (MAIEES) diseñada por el Laboratorio de Innovación
Económica y Social (LAINES) y la Incubadora de Empresas de Economía Social de la
universidad47.
En 2018, un año después de la puesta en marcha del proyecto, se llevó a cabo la
evaluación de los resultados de una etapa del proyecto en Tancítaro y en Cherán,
Michoacán. La evaluación consistió, principalmente, en revisar el número de empresas
colectivas que se habían formado y permanecían, derivado de la formación de orientadores
y dinamizadores de Economía Social.

47
Esta solicitud se hizo aprovechando el vínculo del CIAS con el Sistema Universitario Jesuita del que la
Universidad Iberoamericana Puebla forma parte. Se reconocía el papel de esta universidad en la construcción
de un ecosistema de Economía Social, iniciado desde 2005 en el área de Servicio Social, con los Programas
Interdisciplinares de Servicio Social (PROMOSS) en Economía Social y Solidaria y más tarde, en 2010 con la
puesta en marcha de la Maestría en Gestión de Empresas de Economía Social (MGEES). Posteriormente en
2015 y 2016 se crearon la Incubadora de Empresas de Economía Social y el Laboratorio de Innovación
Económica y Social (LAINES). Este último tiene como principal función gestionar y dar consultoría a
distintos actores públicos y privados para impulsar experiencias y circuitos económicos de Economía Social.
197

Los orientadores son aquellas personas que acompañan en su formación a las


iniciativas económicas desde la lógica de la ES. Los dinamizadores centran su actividad en
generar alianzas con diversos actores sociales para insertar las iniciativas empresariales de
un determinado territorio al mercado, en observar y canalizar las necesidades de
capacitación del colectivo, en vincularse con otras organizaciones para trabajar en un fin
comunitario específico, como la defensa del territorio ante la violencia generada por el
narcotráfico o la defensa del territorio ante las mineras.
En el período entre 2016 y 2018, se formaron 10 orientadores, 2 dinamizadores y se
acompañaron 12 empresas.
En el contexto de este trabajo de campo, observamos que en algunos casos antes de
impulsar emprendimientos que atendieran las necesidades económicas, -como lo dictaba el
objetivo del proyecto que evaluábamos- había una necesidad anterior más urgente: la
atención y contención del daño causado por la violencia generada por el enfrentamiento
entre los grupos del narcotráfico. En este sentido, conocimos a un grupo de mujeres del
municipio de Apatzingán, que acudían cada domingo a Tancítaro a la formación en
procesos empresariales de Economía Social para que formaran su propia cooperativa. Se
trataba de mujeres que habían perdido a su esposo y/o hijo que eran el sostén familiar. La
formación la impartían los orientadores de Economía Social formados por el LAINES. En
este proceso se observó que lo que hacían las mujeres en estos espacios era dialogar e
intercambiar experiencias de lo que había sido su semana, de cómo habían sorteado las
dificultades económicas y familiares, principalmente. Mencionaban que cada domingo
acudían a Tancítaro para sentirse acompañadas y alejarse un poco de su cotidianidad, al
conocer y compartir con otras mujeres que también habían perdido a su esposo y/o hijo. Y
aunque el proyecto pretendía evaluar el fortalecimiento de proyectos económicos en zonas
violentadas por el narcotráfico, sin embargo, para las mujeres que iban de Apatzingán,
encontraron que había algo más importante previo a emprender un proyecto económico:
acompañarse en el dolor que las unía.
Este hecho nos visibilizó una realidad que no habíamos contemplado tanto en la
metodología de acompañamiento de estos proyectos económicos: reconocer la violencia en
todas las escalas y en todos los tipos, no solo la violencia criminal.
198

Era importante conocer las distintas violencias que vivían los distintos actores
participantes en el proyecto. Directamente con las mujeres a las que hemos hecho mención,
el dolor de haber perdido a un familiar y que era el motivo para participar en estos
ejercicios de Economía Social, las ponía al frente para generar una alternativa económica
que les permitiera tener un ingreso y también, transitar en sus roles de género, al hacerse
cargo no solo en la reproducción del trabajo doméstico, sino en el trabajo productivo que
les permitiera generar un ingreso para resolver sus necesidades económicas. En este grupo
de mujeres se vivían procesos de ayuda mutua, de acompañamiento y de respeto en el dolor
compartido, construyendo lazos sociales qué en lo sucesivo les ayudarían a emprender una
actividad económica que les permitiese satisfacer sus necesidades individuales y colectivas.
Las poblaciones que sufren violencias severas, desde las históricas y estructurales,
que se expresan ahora en agresiones brutales, enfrentan retos enormes para lograr su
supervivencia económica y emocional.
El proyecto de impulsar la Economía Social en estas poblaciones permitió
visibilizar con claridad la importancia de analizar las dinámicas de la violencia en
diferentes niveles, los traumas y el dolor generado, y detectar, junto con los pobladores,
los espacios posibles para dirigir los esfuerzos por impulsar circuitos económicos que
beneficien el desarrollo territorial en donde participe esta población históricamente excluida
del desarrollo del capital y también, expulsada por el incremento de la violencia criminal y
la violencia machista.

Economía Social y solidaria en contextos de desigualdad, racialización y machismo: la


Cooperativa del Hotel Taselotzin.

El Hotel Taselotzin se encuentra ubicado en Cuetzalan del Progreso en la Sierra Nororiental


del estado de Puebla. Este hotel nació de la iniciativa de la organización de mujeres
Masehual Siuamej Mosenyolchicauani.48 Esta cooperativa es resultado de una serie de
actividades económicas que, a fines de la década de los 80’s, llevaron a cabo algunas
mujeres nahuas de las comunidades cercanas a Cuetzalan. Los ingresos económicos de sus
familias escasearon como resultado del aumento de las precipitaciones pluviales de la zona
48
Mujeres indígenas que se fortalecen juntas así se traduce el nombre de la organización, sin embargo, ellas lo traducen
como Mujeres que se juntan para hacerse fuertes.
199

y, sobre todo, después de una helada en 1989 que quemó las plantas de café, producto del
que históricamente dependían los indígenas, evidenciando con ello la poca diversificación
económica de la región (Masehual, 2016).
La Sierra Norte de Puebla ha sido una región con un importante dinamismo desde la
época prehispánica, durante la Colonia y en el México Independiente. La Intervención
Francesa y la Revolución Mexicana fueron procesos muy significativos en la zona. Y
anteriormente, en el siglo XIX actores como Juan Francisco Lucas, introdujeron un
liberalismo sui géneris en la zona nororiental (Thompson 2011, citado por Almeida y
Sánchez, 2014). Cacicazgos de diferente tipo se dieron continuidad y en la segunda mitad
del siglo XX, la región en la que se ubica Cuetzalan, dependía fundamentalmente de la
producción del café que era comercializado por una oligarquía regional. La situación de
explotación y de racismo ejercidos por los mestizos que se fueron estableciendo en
Cuetzalan a principios del siglo XX está documentada en diferentes trabajos (Taller de
Tradición Oral, 1994).
En este contexto, en la década de los 70’s emergieron procesos organizativos
detonados por agentes internos y externos. Entre los primeros estaban campesinos nahuas
politizados en las décadas anteriores y en los segundos una ONG de profesionistas que se
estableció en la comunidad San Miguel Tzinacapan en 197349, y un grupo de ingenieros del
Colegio de Posgraduados de Chapingo establecidos en la cabecera municipal de Cuetzalan
a partir de 1974.
De estas alianzas implícitas y explícitas surgieron organizaciones como la
Cooperativa Regional Tosepan Titataniskej de la que se desprendió el grupo de mujeres que
creó posteriormente la cooperativa Masehualsiuamej Mosenyolchicauanij.
En la década de los 80, la ONG de Tzinacapan consiguió que CONASUPO
permitiera que las cooperativas que se estaban creando en el municipio de Cuetzalan,
asesoradas por los ingenieros del Colegio de Posgraduados de Chapingo, pudieran controlar
de manera autónoma los Almacenes CONASUPO. Eso le dio mucha fuerza al movimiento
y desde ese momento el Estado empezó a aceptar a la organización cooperativista como
interlocutor válido. “Esto no indicaba que el Estado hubiera adoptado una estrategia única
con la zona, al contrario, continuaba con una estrategia múltiple que le permitía controlar

49
Proyecto de Animación y Desarrollo A.C. (PRADE A.C.)
200

sin dejar que las organizaciones rebasaran los límites de tolerancia” (Sánchez y Almeida,
2005: 374). De hecho, las cooperativas de la Zona Alta fueron boicoteadas por Antorcha
Campesina. Permanecieron las de la Zona Baja de la Sierra en donde se ubica Cuetzalan.
La helada ocurrida en 23 y 24 de diciembre de 1989, permeó no solo en la economía
de la región sino, que desencadenó la búsqueda de alternativas económicas y laborales para
las comunidades y para las mujeres, que poco a poco se iban incorporando al trabajo
productivo, enfrentándose así a otra gran barrera: el arraigo cultural de la sociedad
patriarcal. Derivado de la nevada, los cafetales se perdieron prácticamente en su totalidad,
adicional a la caída del precio del café a nivel mundial ese mismo año.
En abril de 1992 explotó una fractura latente al interior de la Cooperativa Tosepan
Titataniskej (Sánchez y Almeida; 2005), y mujeres indígenas socias de la Cooperativa, con
el apoyo de profesoras universitarias externas 50 que asesoraban a un grupo de mujeres en
distintos temas, como derechos humanos y género, se inició la formación de una
cooperativa de mujeres artesanas. Al parecer el incidente se debió a que la Cooperativa
Tosepan había obtenido un financiamiento de una fundación americana para apoyo de
mujeres artesanas y un manejo machista de parte de los dirigentes de la Tosepan aunado a
roces entre los asesores y asesoras desencadenó esta división. Las mujeres que se
independizaron fundaron la organización Masehualsiuamej Mosenyolchikauanij que poco a
poco iría consiguiendo más financiamientos y agrupando a más mujeres.
En este contexto de tensiones en la organización social, de crisis económicas
derivadas de la caída del precio del café y del cambio en las políticas de gobierno como
consecuencia del ajuste neoliberal, en 1992 de las 100 integrantes de la Cooperativa
femenina, 45 se asociaron para echar a andar el proyecto del Hotel Taselotzin. No solo se
trataba de aportar dinero, sino trabajo a través de las prácticas indígenas comunitarias como
el tequio y la faena.
El Hotel Taselotzin es una cooperativa de mujeres indígenas que fomenta un
turismo ecológico y es el centro organizativo de la Cooperativa Masehualsiuamej
Mosenyolchikauanij. Ahí se comercializan las artesanías, se reúnen las mujeres para
dialogar e impulsar otras actividades que les permitan completar y potenciar servicios

50
Este grupo de profesionistas se conformó como Asociación Civil en 1998 con el nombre de Centro de
Asesoría y Desarrollo entre mujeres (CADEM)
201

turísticos alternativos, como la herbolaria, servicios de temazcal y masajes que ofrecen a


los huéspedes.
Se ha observado, en otros contextos, que las mujeres al interior de las
organizaciones de Economía Social y Solidaria, sobre todo en las organizaciones indígenas,
se hacen cargo del trabajo productivo, del trabajo de cuidado o reproductivo y del trabajo
comunitario (escuela, barrio, colonia, comunidad), lo cual nos muestra qué, aún en estos
espacios en donde las mujeres se han insertado al trabajo productivo, la división por género
se mantiene, triplicando con ello la jornada laboral de las mujeres. No obstante, lo que
constatamos en la cooperativa del Hotel Taselotzin es el papel protagónico de las mujeres,
y que, pese a la todavía existente triple jornada, el hecho de trabajar fuera de casa les ha
permitido a las mujeres tener un ingreso propio, tomar decisiones económicas, financieras y
productivas de las actividades de la organización. Muchas mujeres han aprendido el idioma
español, a leer y escribir, a hablar públicamente, a externar sus ideas y a que se les escuche
y respete su propia voz. Este proceso ha significado, por una parte, la auto-valoración como
mujeres y el reconocimiento de ser persona antes que sujeto económico, y por otra, un
cierto resquebrajamiento del andamiaje patriarcal.
En esta experiencia se esboza de una manera más clara que en las anteriores las
tensiones y los desafíos que las mujeres enfrentan en las prácticas de Economía Social para
transformar las ddesigualdades entre hombres y mujeres en el sentido de eliminar la
subordinación/dominación que es parte del sistema capitalista/patriarcal.

Reflexiones finales: experiencias de Economía Social como Presentes dignos frente al


desgarramiento de la inviabilidad del “desarrollo”.

Regresamos a la pregunta inicial ¿Qué tipo de relaciones sociales construye la economía


social y de qué manera están haciendo frente a la inviabilidad del desarrollo lineal?
Los casos analizados a lo largo del artículo y que se ubican en contextos muy
diferentes, tienen en común que se trata de una lucha a contracorriente para sobrevivir y
vivir dignamente en contextos adversos de expulsión, de violencia y de racismo/machismo.
Tienen en común que buscan no solo la resolución de las necesidades económicas
202

colectivas, sino la repartición equitativa de los ingresos generados por el colectivo, en


beneficio de ellos mismos, de sus familias y del territorio en donde están.
Es cierto que habría que analizar las características específicas de estas formas de
solidaridad. Las formas de solidaridad arraigadas en la necesidad de la supervivencia y las
formas de solidaridad inspiradas por empatía humana se entrecruzan. Su expresión y su
temporalidad puede variar según la forma de solidaridad dominante.
En el caso del Gran Buenos Aires, es interesante que los procesos de Economía
Social se detonaron cuando la crisis económica afectó a las clases medias, aunque casos
como el del Hotel Bauen hablan de una conciencia de clase trabajadora que se había
desarrollado anteriormente y que logró articularse ante la crisis, defendiendo el trabajo
como principal valor.
En el caso de Tancítaro se observa una intencionalidad de parte de instituciones
externas de potenciar a las comunidades víctimas de la violencia criminal, y aparece una
realidad, la de las mujeres, que se organizan a partir del dolor compartido y trastocando los
roles de género, al hacerse cargo de generar ingresos económicos para la manutención de
ellas mismas y de sus familias, es decir, al hacerse cargo del trabajo productivo, no solo del
reproductivo.
Por último, el Hotel Taselotzin, es el resultado de procesos de largo aliento, más
graduales, de la alianza entre agentes exógenos y endógenos, que fueron estableciendo
dinámicas culturales y estructurales que favorecieron este proceso organizativo con una
perspectiva de género. Por la condición de discriminación al ser mujeres, indígenas y
pobres, podemos señalar que el auto-reconocimiento de su trabajo es un logro sólido de
transformación en las relaciones de desigualdad derivadas por la triple exclusión que
sufren. En la cooperativa del Hotel Taselotzin las mujeres ocuparon espacios de trabajo
asignados históricamente a los hombres y construyeron un ámbito de solidaridad y cuidado
mutuo. Sin embargo, como se señala desde los estudios de la Economía Social y solidaria y
de la economía feminista, no se trata sólo que las mujeres accedan a las posiciones
tradicionalmente ejercidas por los hombres en el trabajo productivo, sino de cuestionar y
desmantelar la división social del trabajo cimentada y reproducida en la histórica
construcción de género.
203

En estos procesos observamos que hay diferentes formas de Economía Social y


Solidaria que tienen algunas de las características de un presente digno. Son “ámbitos de
resistencia activa frente a la explotación, expulsión y estigmatización; ámbitos de esfuerzo
por un reconocimiento horizontal recíproco; ámbitos de posibilidades de reproducción de la
vida; ámbitos de posibilidades de gestión del conflicto…” (Sánchez, 2020). Se trata de
experiencias de Economía Social que generan y promueven equidad económica en
sociedades individualizadas con prácticas predatorias que atraviesan la condición humana.

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207

El antagonismo entre ciudadanía y diversidad

Racismo y ciudadanía en México. Una tensión encubierta


Andrea De la Hidalga Ríos

Introducción

La reconfiguración del Estado-nación a partir de la segunda mitad del siglo XX como


resultado de la llamada globalización y los vaivenes geopolíticos de las últimas décadas,
dejaron al descubierto el carácter simbiótico entre ciudadanía y racismo como conceptos y
como realidades vividas. Esto se ha visibilizado más a partir de las diferentes formas de
fragmentación y transnacionalización de los Estados, así como de la reivindicación de
nuevas identidades postnacionales, multinacionales y poliétnicas (Velasco, 2006). En este
contexto se ve cómo los “nuevos” nacionalismos encabezados por Trump, Bolsonaro,
Johnson y otros, agudizan la tensión entre ciudadanía y racismo.
En este texto se parte del planteamiento de que ciudadanía y racismo establecen una
relación simbiótica y se estudia cómo ambas categorías se relacionan entre sí y cómo se
convirtieron en ejes moldeadores del paradigma de la modernidad. La homogeneización
detrás de la identidad ciudadana permitió y permite racializar al otro y de esta manera
relativizar o negar a la población racializada los derechos ciudadanos supuestamente
universales. Asimismo, se analizan las formas en que se expresa la convergencia de las
categorías de ciudadano y de “raza” en México indagando en las formas de subjetividad y
de multiculturalidad que han detonado. En México convergen de forma sui generis
liberalismo/racismo y modernidad/colonialidad, conformando una ciudadanía basada en
una jerarquía racial y un estigma social. La “ciudadanización” de la población indígena y
rural es racializada a través de la categoría del mestizo a la que subyace la aspiración a la
blanquitud, y contrasta con la situación de “ciudadanía de excepción” que parecen habitar
las élites blancas o criollas.
Se trata, fundamentalmente, de un trabajo teórico que desemboca en una reflexión
sobre la ciudadanía en el siglo XXI en México y su relación con la racialización. Las
208

indagaciones que se presentan en este texto están enmarcadas por una investigación más
amplia que realicé entre 2015 y 2017 (De la Hidalga, 2019) en donde se evidenció la
relación jerarquizante que se entabla entre empleadoras y trabajadoras del hogar basada en
la racialización de éstas últimas. Hacia el final de este capítulo se retomarán los hallazgos
de esta investigación para analizar la relación entre ciudadanía y racialización en la
actualidad a partir de la demanda de la incorporación de las empleadas domésticas o
trabajadoras del hogar al régimen obligatorio del Instituto Mexicano del Seguro Social
(IMSS). Desde ahí se lanzarán algunas reflexiones sobre la tensión que existe entre los
distintos tipos de ciudadanos, su relación con el Estado y la resistencia por parte de élites
blancas a alterar el orden social—jerárquico y racial—establecido.

Raza, racismo y racialización

Existe un debate abierto en la academia en torno al origen del racismo, la aparición de la


“raza” y su conceptualización y las diversas formas del racismo. No se trata de categorías
estáticas sino de un fenómeno que se ha manifestado y se manifiesta de formas diversas y
contextuales. En la medida en que se logra desentrañar la forma de expresarse en un
momento y lugar determinado, se esclarece su relación concreta con el modo de producción
de la otredad, pero también —para efectos de este texto— de ciudadanía. En este trabajo se
busca ir más allá del origen conceptual y mirar el modo en que se produce una noción de
ciudadanía mediada por la racialización.
Hay autores que conciben al racismo como un fenómeno universal, ahistórico y casi
como propio de la condición humana. Por ejemplo, Cornelius Castoriadis (2001) dice que
la idea del racismo o el odio hacia el otro, concebida como de origen occidental, es
completamente falaz. Explica que frente al encuentro con el “otro” existen dos
posibilidades: tratarlo como inferior o como igual 51, y que casi siempre se opta por la
primera. Sin embargo, la exclusión del otro no forzosamente se traduce en racismo y la
verdadera especificidad del racismo (contrariamente a otros tipos de discriminación cultural
o religiosa) es que “no permite a los otros abjurar […], para el racismo, el otro es
inconvertible” (p. 24); el imaginario racista necesita enfatizar las características físicas —
51
Castoriadis (2001) también menciona la posibilidad de tratar al “otro” como superior, pero desecha esta
postura pues la califica como “una contradicción lógica y un suicidio real” (20).
209

que son irreversibles—. Castoriadis critica que se presente al racismo como una ideología,
como algo fabricado cautelosamente por unos para someter a otros, y utiliza el antijudaísmo
como ejemplo, argumentando que en Europa éste ha sido un sentimiento constante, al
menos desde el siglo XI, pasando por diversos procesos y por “revitalizaciones” según el
momento histórico y las necesidades de tener un chivo expiatorio (p. 23).
Por su parte, Tzvetan Todorov (1991) dice que el aspecto central del racismo son las
prácticas de odio y menosprecio hacia un grupo o población con ciertas características
físicas y que es un comportamiento universal de antaño, coincidiendo en este punto con
Castoriadis. Pero Todorov hace una distinción entre racismo y racialismo, es decir, entre el
comportamiento y la ideología. El autor asocia al racismo con las prácticas o el
comportamiento (de corte universal) y al racialismo con una doctrina de razas humanas, es
decir, al cientificismo o al racismo científico del siglo XIX.
Hay otra postura que ubica la emergencia del racismo en Europa como una cuestión
predominantemente ideológica, ligada al andamiaje científico fruto de la Ilustración y a una
noción biologizante de la “raza” que venía gestándose desde el siglo XVIII. Esta
desemboca en el racismo científico para usarse como “una ideología de masas reforzada en
el siglo XIX por la biología evolucionista y la eugenesia” (Gómez Izquierdo, 2008, p. 85).
El principal representante de esta postura es George L. Mosse (citado en Gómez Izquierdo,
2008) quien ha sido cuestionado por autores como Todorov, encontrando su noción
relacional entre la filosofía de la Ilustración y el racismo como “inadaptada y
simplificadora” (citado en Wieviorka, 2009, p. 22).
George Fredrickson (2002) considera que el racismo tiene su origen en la Edad
Media como un aspecto étnico-religioso. El racismo no es una condición dada o inherente a
la humanidad, ni el rechazo absoluto del otro. Desde la perspectiva que él plantea, se trata
de un orden discriminatorio a partir de un constructo social, una jerarquía humana
permanente que supuestamente refleja las leyes de la naturaleza o un decreto de Dios (p. 6).
La forma moderna del racismo —el racismo científico— es sólo una expresión del racismo,
por lo que Fredrickson establece que en general no es un producto exclusivo de Occidente
aunque sí primordialmente, argumentando que el racismo de matriz occidental ha tenido un
impacto en la historia universal como ningún otro. Defiende que el prototipo del racismo
nace en el siglo XIV y XV articulado en un sentido religioso, en contra de quienes plantean
210

que surge en el XVIII y XIX vinculado al cientificismo, aunque insiste en una diferencia
entre la intolerancia religiosa y el racismo que recae en que la primera está cuestionando al
Dios del grupo perseguido o rechazado, mientras que el segundo está cuestionando
características intrínsecas del grupo; su propia humanidad.
Michel Wieviorka (2009) coincide con Fredrickson en que el fenómeno del racismo
surge antes que su denominación —lo que ocurrió en el periodo de entreguerras para
después popularizarse a lo largo del siglo XX— y también se distancia de la postura que
concibe al racismo como ahistórico y universal con la intención de “no constituir el racismo
en constante antropológica” (p. 22). Opta por enfocar su análisis en las sociedades
occidentales y considera que el fenómeno emerge con la expansión y colonización europea
en el siglo XV, quedando vinculado indisociablemente a la modernidad. Para Wieviorka
(2009) el racismo es “una cuestión verdaderamente moderna a partir del momento en que
incide […] en grupos humanos llamados a vivir en una misma unidad económica, política o
social, en particular en un mismo conjunto jurídico-político —el que constituye, en
particular, un Estado—” (p. 54). Wieviorka ha insistido en el vínculo entre el racismo y la
nación moderna. Define como protorracistas a las manifestaciones del fenómeno a lo largo
de los siglos XVII y XVIII, y denomina “racismo clásico” a las que emergen a finales del
XVIII y que se propagan en el XIX, también conocido como racismo científico. Asimismo
ha estudiado el paso al racismo cultural o “nuevo racismo”, que consiste en pasar de la
argumentación fundamentada en la inferioridad biológica a la diferencia cultural
radicalizada. Esto ocurre a partir de la Segunda Guerra Mundial, cuando la condena moral
hacia la noción de razas humanas lleva a hablar de etnias y a fortalecer la percepción de las
diferencias culturales.
El debate en torno a la raza y el racismo es intenso y sigue abierto. Ambos
conceptos tienen acepciones y acotaciones distintas dado que se trata de fenómenos
dinámicos. Las perspectivas respecto al origen del racismo y la conceptualización de raza
también son diversas y tienen que ver con el lugar de enunciación de los autores. En este
sentido el concepto de racialización permite entender la producción social de los grupos
humanos según el racialismo o doctrina de razas de Todorov. El concepto de racialización
cobró importancia en los años 60 y 70s con el desuso de “racismo” en la academia europea
y fue Michael Banton quien desarrolló este concepto para “designar el uso de la raza como
211

representación o percepción, es decir, como categorización de algunas poblaciones por


otras” (citado en Wieviorka, 2009, p. 33). La racialización enfatiza que las “razas” se han
construido social e históricamente y derivan de complejos procesos de distinción y
diferenciación en función de ambiguos criterios culturales, fenotípicos y lingüísticos, entre
otros (Campos, 2012). Esto implica que no se están tomando por existentes los grupos
raciales como una cuestión biológica —a diferencia del racismo científico— y más bien se
conciben como “grupos racializados construidos a partir de prácticas, doctrinas y
voluntariosas producciones de saber” (Campos, 2012, p. 2).
Frantz Fanon (2014) se refiere brevemente a la “racialización del pensamiento” en
Los condenados de la tierra, relacionándolo con el colonialismo: “los grandes responsables
de esa racialización del pensamiento, o al menos de los pasos que dará el pensamiento, son
y siguen siendo los europeos que no han dejado de oponer la cultura blanca a las demás
inculturas” (p. 193). Para Fanon el racialismo (la doctrina de razas) moldea y delimita las
posibilidades de una persona, resaltando el vínculo entre las dimensiones sociales y
psíquicas y las formas en que se internalizan las identidades subyugadas (Murji & Solomos,
2005, p. 7). En palabras de Fanon, “el negro, que jamás ha sido tan negro como desde que
fue dominado por el blanco, cuando decide probar su cultura, hacer cultura, comprende que
la historia le impone un terreno preciso, que la historia le indica una vía precisa y que tiene
que manifestar una cultura negra” (p. 193). La clave en la concepción fanoniana es que la
racialización es un proceso relacional (Phoenix 2005, en Murji & Solomos, 2005).
Siguiendo esta mirada, resulta una herramienta pertinente para analizar la forma en que se
producen subjetividades diversas para grupos poblacionales (racializados) diversos que se
confrontan y permiten alegar una otredad que posteriormente pone en tela de juicio la
ciudadanía de aquellos considerados diferentes o inferiores.
A excepción de Fanon, todos los enfoques anteriormente mencionados tienen en
común que son bastante eurocéntricos a pesar de ciertas diferencias en su concepción del
racismo y sus orígenes. Otro elemento coincidente es que el cuestionamiento de la
humanidad del “otro” es central para el racismo y que el racialismo o el racismo científico
ha sido la manifestación más importante de este fenómeno. Esta perspectiva permite
comprender diversas dinámicas relacionadas con la inferiorización, colonización,
explotación, e incluso exterminio de ciertos grupos. Se trata de un debate iluminador que
212

aporta categorías analíticas centrales, sin embargo, no esclarece suficientemente las


interrogantes que surgen en torno al racismo como elemento fundamental de la
modernidad/colonialidad, ni de la manifestación de este fenómeno en otras realidades
atravesadas por las secuelas de los procesos de colonización europea. La perspectiva de la
modernidad/colonialidad plantea que el colonialismo latinoamericano produjo el primer
modelo de racismo global y que el racismo científico reforzó esa lógica discriminatoria
través de la consolidación de los Estados-nación en Latinoamérica.
Una de las categorías centrales del enfoque decolonial es el de la colonialidad del
poder (Quijano, 2014), “proceso que comenzó con la constitución de América y la del
capitalismo colonial/moderno y eurocentrado como un nuevo patrón de poder mundial” (p.
777) en el que la clasificación social de la población basada en la noción de “raza” es
fundamental. El giro decolonial sostiene que este fenómeno

se extiende hasta nuestro presente y se refiere a un patrón de poder que opera a través de la
naturalización de jerarquías territoriales, raciales, culturales y epistémicas, posibilitando la re-
producción de relaciones de dominación; este patrón de poder no sólo garantiza la explotación por el
capital de unos seres humanos por otros a escala mundial, sino también la subalternización y
obliteración de los conocimientos, experiencias y formas de vida de quienes son así dominados y
explotados. (Restrepo y Rojas, 2010, p. 15)

En este enfoque hay matices respecto a las concepciones del racismo. Ramón
Grosfoguel (2012), por ejemplo, concibe el racismo en América como una transmutación
del discurso discriminatorio de tipo religioso a otro racial, sosteniendo que “el debate
teológico del siglo XVI tenía la misma connotación del debate cientificista del siglo XIX,
es decir, era un debate acerca de la humanidad de unos y la animalidad de los otros” (p. 90).
Para Walter Mignolo (2007) el racismo en América es un discurso hegemónico, es un modo
de clasificar que va más allá del fenotipo y que tiene que ver con una clasificación de la
religión, la lengua, la geopolítica, los saberes. Aunque hay variaciones en los argumentos
de esta perspectiva, la postura compartida es que la llegada de los europeos a América y los
siglos de colonización posteriores produjeron la modernidad/colonialidad cuyas dinámicas
de despojo material y epistemológico, inferiorización e invisibilización siguen vigentes. En
este enfoque, el racismo es más que una categorización jerárquica, pues se entrelaza con
213

intereses políticos, ambientales y económicos inscritos en la lógica del capitalismo,


constituyendo uno de los ejes de la modernidad/colonialidad, pues permite cuestionar la
humanidad de un cierto grupo para legitimar su dominación y explotación. La
modernidad/colonialidad es una construcción civilizatoria que consolidó estructuras e
imaginarios que naturalizaron el clasismo, el sexismo y el racismo, y en este magma,
utilizando la categoría de Castoriadis, se consolidó el Estado-nación.

Liberalismo, multiculturalidad y reconocimiento

Es importante insistir en la configuración del Estado-nación moderno asentado en el


liberalismo y su relación con el racismo para subrayar que desde su concepción la
articulación de la diversidad cultural con el igualitarismo ha sido problemática. Los
principios liberales impulsaban la idea de que todos los seres humanos tienen las mismas
capacidades, derechos y oportunidades, sin embargo, terminaron por enfatizar diferencias
que desembocaron en racismo. Como señala Fredrickson el racismo occidental se distingue
por haberse desarrollado justamente en un contexto que pregonaba igualdad entre humanos
a través de los principios liberales (2002, p. 11). A la institucionalización de la igualdad
subyace una poderosa noción de jerarquía social.
Esta simbiosis se puede explicar a través de dos procesos: “el primero es inherente a
la lógica cultural propia de la teoría política liberal, al encadenar las premisas que afirman
que, si todos los hombres nacen iguales deben entonces ser iguales ante la ley; el segundo
deriva de la puesta en práctica de la teoría política liberal en los Estados-nación” (Collier,
1999, p. 12). Para explicar el primer proceso Jane Collier recurre a los filósofos del contrato
social Hobbes, Locke y Rousseau, quienes rechazaban la noción de la desigualdad como
una cuestión divina (la monarquía). Sin embargo, el contrato social no consideraba a todos
los seres humanos iguales; de entrada excluía a las mujeres (la mitad de la población) así
como a la población no-blanca, homosexuales y discapacitados. Aun cuando se ha luchado
durante el último siglo por ampliar el contrato social, al Estado-nación le subyace el
fundamento excluyente del pensamiento ilustrado.
El igualitarismo naturaliza la inferioridad para justificar la exclusión, de tal manera
que la “responsabilidad” por no gozar de esa igualdad recae en el excluido (Collier, 1999).
214

Las nociones de inferioridad biológica del siglo XIX, como el racismo y el sexismo,
reforzaron esta naturalización. Como la institucionalización de la igualdad ya no permitía
que se le atribuyera a la ley la evidente desigualdad, se favorece la racialización y el
racismo, deduciendo que aquella desigualdad tendría que ser preexistente al Derecho y, por
lo tanto, inherente al individuo o grupo (Collier, 1999). Se biologizan las diferencias
sociales, al tiempo que se legitima la dominación de unos sobre otros.
Axel Honneth (Fraser y Honneth, 2006) explica la naturalización de la desigualdad
desde su teoría del reconocimiento. Con la institucionalización de la idea de igualdad
jurídica se establecieron dos esferas diferentes de reconocimiento: la que en el plano
normativo otorga igualdad jurídica a todos —aunque no en la práctica— y la de la estima
social que depende de una escala jerárquica de valores asentada en el fundamento del “éxito
individual”. Con la figura de la persona jurídica la jerarquía se democratiza, pero la del
honor queda meritocratizada: cada uno disfrutará de la estima social dependiendo del éxito
individual que logre como ciudadano productivo. La esfera de la estima social queda
jerarquizada e ideologizada pues los logros se definen con respecto a una valoración
hegemónica del éxito en donde la referencia es la actividad económica que realiza el “varón
burgués”. Estos criterios del éxito se ven influidos fuertemente por el pensamiento
naturalista —que según Honneth antecede a las élites capitalistas— atribuyendo
propiedades que esencializan a subgrupos sociales. La desigualdad social se legitima, pues,
por un lado, el orden jurídico dice que todos los individuos son iguales y, por el otro, el
principio del éxito atribuye los privilegios económicos a la meritocracia.
Aunque en la actualidad los gobiernos demócratas liberales argumentan que la ley
trata a todos los ciudadanos por igual, subyace una noción de lo que es el “ciudadano
normal”. Esta excluye y discrimina a quienes no cumplen con el paradigma: varón, adulto,
física y mentalmente competente, de clase media y alta, heterosexual, de una cierta “raza”,
etnia, grupo lingüístico y/o religioso. Aquí converge también la noción de pertenencia o
identidad nacional, que suele ser proyectada por los Estados a partir de prototipos,
estereotipos y arquetipos (Mandoki, 2007). En pocas palabras, el liberalismo se fragua
sobre prácticas de exclusión y jerarquización naturalizadas, impulsadas por el pensamiento
racial decimonónico y por la biologización de características culturales que terminan por
excluir de la realidad a aquéllos que no encajan con el ideal del ciudadano normal: “La
215

promesa de inclusión universal no sólo es una mentira, sino que convoca al racismo que el
universalismo pretende rechazar” (Collier, 1999, p. 17).
Los Estados-nación, profundamente vinculados con el racismo moderno
(Wieviorka, 2009), han desarrollado políticas específicas para la promoción de la igualdad.
Collier (1999), retomando a Costa-Lascoux, habla de dos modelos para promover la
igualdad: el británico y el francés. El primero está orientado hacia el multiculturalismo,
enfatizando la diferencia de las minorías étnicas a través de las políticas de acción
afirmativa, mientras que el segundo, el francés, está orientado hacia un trato igualitario que
legalmente ignora las diferencias culturales. A través de estos dos modelos se expresa bien
el “dilema de la diferencia” que menciona Martha Minow (1991, p. 20). En el primer caso,
se corre el riesgo de reforzar el estigma al explicitar la diferencia y, en el segundo, al
ignorarla. De cualquier manera, ambos modelos tratan de articular la diversidad en los
Estados modernos, a pesar de las contradicciones que esto implica y que se expresan —de
forma particular en cada contexto— en prácticas racistas y procesos de asimilación,
homogeneización, exclusión e invisibilización.
Nancy Fraser (2000; 2006) ha discutido sobre el multiculturalismo y las políticas de
acción afirmativa desde la perspectiva de la justicia. Ella propone una “perspectiva
dualista” para explicar que la reparación de la injusticia contempla dos dimensiones: la
redistribución (económica) y el reconocimiento (cultural), sin que una subsuma a la otra.
Fraser (2000) afirma que los grupos que experimentan injusticia por cuestiones de “raza” y
de género constituyen los “sujetos paradigmáticos del dilema redistribución-
reconocimiento” (p. 58) pues pertenecen a un orden de subordinación social configurado
por cuestiones de estatus y de clase, por lo tanto, requieren de ambas medidas de
reparación: de reconocimiento y de redistribución. Cuando se busca subsanar ambas
dimensiones, el dilema reconocimiento-redistribución aparece, pues una incrementa la
“diferenciación de los grupos sociales” y la otra contribuye a su “in-diferenciación”. Fraser
propone ir más allá del dilema a través de la “afirmación” y la “transformación”. Estas
concepciones se diferencian una de la otra en tanto que las soluciones afirmativas “tratan de
corregir los efectos injustos del orden social sin alterar el sistema subyacente que los
genera. En cambio, por soluciones transformadoras entiendo las soluciones que aspiran a
corregir los efectos injustos precisamente reestructurando el sistema subyacente que los
216

genera” (p. 48). Estas últimas están relacionadas con la deconstrucción, la desestabilización
de las identidades y las diferencias entre los grupos. Y es así como propone una salida al
dilema de la redistribución-reconocimiento con respecto a la “injusticia racial”: a través de
un reconocimiento transformador y una deconstrucción antirracista “que aspira a
desmantelar el eurocentrismo desestabilizando las dicotomías raciales” (p. 63).
Axel Honneth (Fraser y Honneth, 2006), contrario a la perspectiva dualista de
Fraser, concibe al reconocimiento como “la categoría moral fundamental” de la justicia y a
la distribución como su “derivada”, y explica que es la sociedad la que determina cómo se

configura la institucionalización de la mutua concesión del reconocimiento. Por lo tanto ,


las experiencias de injusticia se deben interpretar como una negación del reconocimiento ya
institucionalizado a través de las tres esferas del reconocimiento: la del amor y del afecto, la
igualdad jurídica y la del éxito o estima social. Más allá de la postura de cada filósofo, la
pregunta que subyace al debate sostenido en ¿Redistribución o reconocimiento? (2006)
pone el acento en la reflexión sobre el vínculo entre capitalismo, racismo y racialización:

¿hay que entender el capitalismo, tal como existe en la actualidad, como un sistema social
que distingue un orden económico —no regulado directamente por unos patrones
institucionalizados de valor cultural— de otros órdenes sociales que sí lo están, o acaso ha
de entenderse el orden económico capitalista como una consecuencia, más bien, de un modo
de valoración cultural que está ligado, desde el primer momento, a unas formas asimétricas
de reconocimiento? (15)

En América Latina, a partir de la constitución de los Estados-nación, predominó el


modelo que ignoraba legalmente las diferencias culturales hasta hace algunos años. En la
década de los 90 varios países dieron el “giro al multiculturalismo” influenciados por un
discurso que se fue construyendo desde los años 60 en Canadá y extendiendo a nivel global
hasta convertirse en un discurso políticamente necesario. Los Estados latinoamericanos
también comenzaron a problematizar la subordinación/discriminación de las diferencias
culturales y a incorporar este tipo de discurso, pero el multiculturalismo no garantiza que
las naciones se vivan de forma intercultural, pues los Estados no se han reformulado como
tales (Iturralde, 2018). Las políticas encaminadas al multiculturalismo han generado
reacciones no deseables —como se ha visto— pues tienden a exotizar y esencializar al otro
217

como radicalmente diferente, acentuando aún más las razones para excluirlo o para
infantilizarlo y perpetuar la jerarquía social-racializante.
Para algunos autores el concepto de interculturalismo posee un mayor alcance
analítico en contextos enmarcados en la colonialidad, pues el concepto distingue entre
culturas dominantes y subalternas para interpretar la problemática de la diversidad cultural,
al tiempo que considera el aspecto relacional de la identidad (Cruz, 2013). Según esta línea,
el multiculturalismo, ampliamente desarrollado por Kymlicka (1996), se ve rebasado en el
contexto latinoamericano enmarcado en la colonialidad, pues la complejidad de la
configuración poblacional en términos étnicos, lingüísticos, identitarios, territoriales,
migratorios y demás, es imposible de categorizar con una tipología desarrollada desde un
contexto angloamericano. Por lo tanto, autores como Catherine Walsh (2008) que se
inclinan por la interculturalidad, sustentan que ésta busca remover “la colonialidad de la
estructuración social y, por ende, el carácter monocultural, hegemónico y colonial del
Estado” (141).
La problemática de la diversidad cultural se inscribe en un ámbito más amplio que
tiene que ver con la reconfiguración del Estado, o más bien, con el resquebrajamiento de la
relación Estado-nación resultante de los procesos económicos y sociales de las últimas
décadas. De este resquebrajamiento emerge lo que Sánchez (2019) ha conceptualizado
como desgarramiento civilizatorio, haciéndose evidente la simbiosis entre ciudadanía y
racismo. En tiempos en que el llamado a la autodeterminación y a concebir nuevas formas
de justicia, derecho y regímenes de ciudadanía favorecidos por las nociones
multiculturalistas (Santos, 2013 p.261), no se puede obviar la tensión subyacente entre el
concepto tradicional de ciudadanía y la racialización de la población, dado que ésta siempre
incide en su experiencia de justicia y derecho. Si el Estado-nación ya no es quien cohesiona
una identidad colectiva, entonces el desgarramiento frente a la imposibilidad de articular
ciudadanía y diversidad sin homogeneizar la diferencia ni discriminarla (Sánchez, 2019)
irrumpe con más fuerza, apelando ciertamente a los nuevos regímenes de ciudadanía de los
que habla Boaventura.

Ciudadanía e identidad nacional en México (s. XIX y XX)


218

El 14 de septiembre de 1813 se pronunció en el discurso inaugural del Congreso de


Anáhuac el documento que contenía los principios fundamentales de lo que sería la nueva
nación independiente, la América Mexicana. Sentimientos de la Nación expresa los ideales
de inspiración liberal que Hidalgo y Morelos querían imprimir en su proyecto de república.
Entre otros principios que asentaban las bases republicanas de la nación, el punto quince
ratificaba la abolición de la esclavitud y de la distinción de castas, lo que supuestamente
erradicaría la desigualdad establecida en México durante la Colonia bajo el argumento de
que todos los individuos serían tratados de la misma manera por el Estado y por la ley.
Los principios universales de igualdad, propiedad, libertad y seguridad, impulsados
con la Independencia de Estados Unidos y la Revolución Francesa a finales del siglo XVIII,
se impregnaron en los Estados-nación que emergían con el independentismo en América
durante el XIX y se adoptó la tendencia política republicana. El caso de la consolidación
del Estado liberal mexicano fue un proceso irregular con múltiples tensiones entre liberales
y conservadores (Estado vs. Iglesia) que se puede entender como “una compleja sucesión
de evoluciones, involuciones, revoluciones, contrarrevoluciones, levantamientos/
pronunciamientos militares, conflictos de todo género, persecución e intolerancia sobre los
rivales políticos, proyectos gubernativos fallidos y una innumerable producción jurídica y
legislativa” (Núñez, 2010, p. 45). Por lo mismo, no se puede concebir el paso hacia el
liberalismo en el país como un proceso lineal, ni mucho menos pensar en una
homogeneidad ideológica. El liberalismo en México se hibridó con tres siglos de
colonialismo español que produjeron dinámicas muy complejas y particulares, enmarcadas
por el contexto global de la modernidad/colonialidad y por las tendencias ideológicas
europeas que atizaban las nociones biologizantes de la diferencia. Los ideólogos mexicanos
del proyecto de nación del siglo XIX se vieron fuertemente influenciados por el racismo
científico importado de Europa que perfilaba un modelo específico de lo que era el
individuo moderno y portador biológico de los ideales del progreso. La relación entre
modernidad y blanquitud ha sido bien desarrollada por Bolívar Echeverría (2012), quien
explica que, en sus inicios, el capitalismo y el puritanismo quedaron estrechamente
vinculados a la “raza blanca”—misma que ya se percibía como tal— y, por lo tanto, el
White Anglo-Saxon Protestant (WASP) se convirtió en el prototipo del ser humano
moderno. Ser “blanco”, además de varón y heterosexual, se convirtió en una condición
219

imprescindible de la identidad civilizatoria capitalista. En otras palabras, el estatus de ser


humano moderno suponía una especificidad étnica-racial, pero también un comportamiento
determinado.
La ideología mestizante del Estado mexicano y sus políticas eugenésicas se
enfocaron en este sentido, pues pretendían alcanzar el reconocimiento internacional como
nación moderna a través del mestizaje que supuestamente llevaría al blanqueamiento de la
población (Gómez y Sánchez, 2012). Esto implicó que, a pesar de que en el siglo XIX
formalmente desapareciera la esclavitud y la diferencia de castas, mientras que el
liberalismo institucionalizaba la igualdad jurídica a través de la figura del ciudadano, la
identidad nacional se desarrollara a partir de diversos mecanismos que buscaban asimilar a
la población indígena, al tiempo que la discriminaban y perpetuaban la jerarquía social ya
existente desde la Colonia. De esta manera, en México, al igual que en Europa, el concepto
de “raza” quedó vinculado al de nación y al de pueblo, pues la identidad nacional se asentó
en la figura del mestizo, misma que buscaba homogeneizar a la población y, aparentemente,
resolver el problema de la diversidad étnica e ideológica (Gómez y Sánchez, 2012).
En el plano de las relaciones sociales, sobre todo a fines del siglo XIX y principios
del XX, las élites criollas y grupos extranjeros 52 se beneficiaron económicamente del clima
de modernización y de su cercanía con el porfirismo, haciéndose de grandes propiedades y
recursos, al tiempo que se desarrollaban en el sector agrícola, comercial e industrial como
sucedió en el estado de Puebla (Gómez Carpinteiro, 2003). Carpinteiro explica que estas
élites no se interesaron por cultivar sus relaciones con el pueblo ni con grupos locales para
consolidar algún tipo de relación o alianza, más allá de las comerciales, y se limitaron a
reproducir un orden social “basado en un estilo de vida ‘aristocrático’ con el cual la élite
dominante buscó dentro de la sociedad regional diferenciarse económica, étnica y
culturalmente de otros grupos sociales” (pp. 93-94). Esta distancia reflejaba el nulo interés
por forjar redes con la población rural local, basando su interacción en la mera acumulación
de capital. Pero esto no ocurrió solamente en Puebla, pues la construcción de un gran
dispositivo racializante en el país a lo largo del siglo XIX puede constatarse desde el plano
de la literatura como lo ha expuesto Sol Tiverovsky (2019), quien explora la configuración

52
Migrantes de fines del siglo XIX y principios del XX de origen español especialmente, aunque también
algunos franceses y, por ejemplo, en el caso de Puebla destaca el empresario estadounidense William O.
Jenkins.
220

de la subjetividad racista de la época a partir de la novelística decimonónica mexicana con


Foucault como marco de referencia. Su minucioso trabajo constata que los escritores (y las
élites) conocían el pensamiento científico racista de la época y reproducían a través de sus
narrativas las asociaciones “entre color de la piel y las cualidades morales e intelectuales de
cada persona, así como su capacidad para controlar sus pasiones” (p. 11). A través del
análisis de Tiverovsky se evidencia el uso de diversos mecanismos disciplinarios que tenían
por objetivo el “normalizar” las conductas individuales, racistas y sexistas, para lograr el
progreso de la nación. Esto implicaba eliminar usos, costumbres y la cultura de los pueblos
indígenas, que además constituían la mayoría de la población, para educar y civilizar. En
pocas palabras, se debía desindianizar a la población, pero también, construir una
subjetividad racializante y sexista con fines eugenésicos. Las novelas tenían un “claro
objetivo pedagógico y prescriptivo” (p. 10) y reproducen la forma en que las élites
mexicanas miraban a la población, haciéndose evidente la función del racismo como una
“tecnología de conducción” ejercida sobre la población.
Después de la Revolución, tres corrientes de pensamiento de las élites convergen
perfilando una conciencia nacional con características particulares: la hispanófila que exalta
el carácter castellano de lo mexicano y desprecia lo indígena para resguardar los privilegios
de las élites que se diferencian en clase social y en rasgos físicos; la mestizante que enfatiza
la mexicanidad como una cuestión sanguínea (racial) que supuestamente representa lo
mejor de lo blanco y lo indio —aunque lo indio deba asimilarse a lo blanco— siendo el
mestizo la representación mexicana del progreso; y la indigenista que recupera y enaltece el
pasado indígena para obtener el reconocimiento de Europa y también como parte del
discurso para independizarse culturalmente de ella (Gómez Izquierdo, 2008, pp. 25-36). La
burguesía mestiza ligada a la clase política en el gobierno siguió perpetuando la jerarquía y
los intereses de las élites criollas, mismas que “idealizan” al mestizo pero no se identifican
con él.
Con el triunfo de la Revolución Mexicana, la importancia de mestizar a la población
indígena implicaba no solo una cuestión biológica, sino ideológica, en sintonía con el
paradigma de la modernidad. El mestizo constituyó una figura elemental para el proceso de
modernización y la legitimación del Estado mexicano, pues de cara al siglo XX “interesaba
adaptar a la población para la industrialización capitalista y la estrategia era forjar una
221

identidad laica y homogénea que favoreciera la disponibilidad profesional y técnica de los


ciudadanos” (Mandoki, 2007, p. 160). El estudio que ha elaborado Jorge Gómez Izquierdo
(2008) sobre el cardenismo, analiza muy bien las políticas y mecanismos empleados
durante este periodo para consolidar el control político del Estado a través del nacionalismo
y una compleja dinámica entre sometimiento y lealtad del pueblo, al tiempo que se
legitimaba una élite revolucionaria y se impulsaba el desarrollo del capitalismo industrial.
Cárdenas logra ampliar el concepto de nación que había sido restringido a las clases
dominantes y clases medias, pues durante su gobierno “las élites reconocen, demagógica
pero abiertamente, que es el pueblo el principal componente de la nación mexicana” (p.
128). En su apelación al pueblo recae su legitimación política, acompañada de un discurso
populista-socialista para conciliar las diferencias de clase. Todo esto va configurando al
prototipo del ciudadano mexicano —que es racial y no cívico (Mandoki, 2007)— del que
las élites buscan distanciarse.
Se puede decir que México se embarcó rumbo al proceso de modernización
siguiendo la tendencia ideológica que apuntaba hacia el liberalismo, encubriendo y por lo
mismo fomentando el racismo y la racialización de la población. Se configuró una
subjetividad institucional del ciudadano sobre las dinámicas coloniales preexistentes,
respondiendo a los propios intereses de legitimación del Estado. Esto le imprimió
características muy particulares que se expresaron en las diversas formas de organización
social, interacción intercultural y construcción de la identidad nacional. Se configuró la
ciudadanía desde la necesidad de consolidar a las masas y legitimar al Estado-nación, que
se enfrentaba al problema indígena mientras que buscaban la industrialización del país. La
población se “desindianizó” bajo la figura del mestizo, en parte, incorporándola al mercado
laboral a través del corporativismo, mientras que las élites permanecieron en una situación
análoga a un “estado de excepción”, es decir, más allá de la ley y con ciertos privilegios,
como lo sugiere Mandoki (2007):

Los grupos privilegiados que se consideran “criollos” no desean identificarse [con el mestizo] pues
desde ese código racial jerarquizado les significaría un descenso social. La nefasta resultante es que,
al no considerarse mestizos, y no incluirse por ende en el prototipo nacional, estos estratos se
deslindan de responsabilidades sociales hacia el Estado-nación habitando en una esfera distinta que
les permite usufructuar sin compromiso los bienes de la nación (p.162)
222

A esta trama liberal-colonial subyace “la figura de la ciudadanía bajo el auspicio de


una falsa universalidad neutra, asexuada, sin anclaje en una clase social, cuando en realidad
se alude a un sujeto de derecho sexuado, racializado y enclasado” (Escalante, 2019, p. 12).
La ciudadanía, bajo el velo homogeneizante, distingue a los sujetos de acuerdo con ciertos
criterios que han permeado profundamente en la configuración de la población y sus
relaciones entre sí y con el Estado. La supuesta igualdad que confiere la ciudadanía está en
conflicto con las nociones de multiculturalidad —que como se ha expuesto antes supone un
dilema— pues constata que las diferencias étnicas, fenotípicas, económicas e ideológicas
ubican a grupos poblacionales en diversos estratos de la jerarquía social que difícilmente
logra trastocarse.
El discurso de multiculturalidad que México comenzó a utilizar a partir de la década
de los 90 como parte del proceso de reconocimiento de la diversidad cultural y de subsanar
deudas históricas con pueblos indígenas y afrodescendientes por prácticas de exclusión,
pauperización, invisibilización y discriminación, se ha orientado prácticamente a la
refuncionalización de la jerarquía y del paternalismo. Uno de los referentes más
representativos es el incumplimiento por parte del Estado mexicano de los Acuerdos de San
Andrés después del levantamiento zapatista en 1994, evidenciando la negativa del Estado a
reformularse y modificar prácticas históricas en pos de reconocer a los “otros” como
iguales y ampliar el concepto de ciudadano. En este sentido, la identidad nacional mexicana
basada en una categoría racial, la del mestizo, excluye de la realidad nacional a quienes no
encajan con este prototipo. Sin embargo, la ambigüedad del mestizo permite que el racismo
y la racialización sean negados desde el discurso oficial. Esta negación se reproduce en el
discurso popular justificando, con frecuencia, la desigualdad y la discriminación a través
del clasismo, haciendo énfasis en que se trata de clasismo y no de racismo. Sin embargo, en
la cotidianidad es frecuente que la población se relacione en términos de “morenos”,
“prietos”, “güeros”, “blancos”, “indios”, “mestizos”, “negros” —por citar solo algunos de
los más comunes— mismos que connotan diferencias culturales, económicas e incluso
políticas, asociadas al color de la piel y a la apariencia física.

Racismo y ciudadanía en el México actual


223

El objetivo en esta sección es esbozar algunas reflexiones que abonen a la discusión que se
ha planteado en este texto respecto a la tensión entre ciudadanía y racialización, a través de
un caso en el contexto actual mexicano: la incorporación de las trabajadoras del hogar al
seguro social por medio del programa piloto lanzado en 2019 por el gobierno federal 53.
Como ya se había mencionado, estas indagaciones están enmarcadas por una investigación
previa (De la Hidalga, 2019) en la que analicé la relación entre empleadoras y trabajadoras
del hogar en la ciudad de Puebla desde la perspectiva de las empleadoras, partiendo de la
premisa de que el ámbito doméstico es un microcosmos de la sociedad que permite analizar
rasgos centrales de la misma. La relación entre las empleadoras, o amas de casa, y las
trabajadoras del hogar que se aborda en la investigación como nodo de análisis, permite
observar la forma en que cotidianamente convergen dinámicas socio-históricas —como
racismo y servidumbre— que reproducen las lógicas de la modernidad/colonialidad al
interior del hogar.
Tomando como inspiración el planteamiento del giro decolonial —cuyo argumento
central es que la colonialidad es un patrón de poder que gobierna a los seres humanos a
través de la naturalización de una jerarquía racial, epistémica, cultural y territorial que
posibilita la dominación y la explotación (Restrepo y Rojas, 2010)— se estudió el
imaginario de las empleadoras sobre sí mismas y sobre sus trabajadoras del hogar como una
cuestión simbiótica. Las mujeres sujeto de ese estudio, son mujeres empleadoras de
diversas edades que pertenecen a las clases medias-altas de la “sociedad poblana” y que se
consideran blancas por ser descendientes de españoles. Ellas emplean a mujeres de origen
indígena y de contextos rurales que han migrado a la ciudad para incorporarse en el empleo
doméstico de tiempo completo o mejor conocido como de “planta” o “puertas adentro”, así
como mujeres establecidas en barrios populares periféricos que se trasladan diariamente a
trabajar en la ciudad; modalidad que se conoce como “entrada por salida”.

53
El programa piloto surge a partir de que el 5 de diciembre de 2018 la Suprema Corte de Justicia de la
Nación (SCJN) determinó que es discriminatorio e inconstitucional que la Ley Federal del Trabajo y la Ley
del IMSS excluyan a las trabajadoras del hogar del régimen obligatorio de afiliación al seguro social, pues
con ello se les ha negado acceso a la atención médica y otras prestaciones sociales. Dicho programa piloto se
lanzó durante el primer trimestre de 2019 y está en curso. El 2 de julio de 2019 se publicó en el Diario Oficial
de la Federación (DOF) las reformas correspondientes a la Ley Federal del Trabajo y a la Ley del IMSS en
materia de las trabajadoras del hogar.
224

La problemática del servicio doméstico, y las prácticas e imaginarios vinculadas a


ella, tiene una matriz colonial anclada a la servidumbre. Sin embargo, debe analizarse desde
su convergencia con otras dinámicas y factores, como el discurso laboral imperante de corte
neoliberal que perpetua la asimetría de la relación y que puede entenderse como una
“actualización del modelo estamental” (Bastos, 2014 p.348). Asimismo, debe considerarse
que son las trabajadoras del hogar y nanas quienes facilitan que mujeres de las clases
medias se incorporen al mundo profesional, al tiempo que facilitan la experiencia maternal
de dichas mujeres “mientras se desdeña su propia experiencia como madres” (Saldaña,
2014, p. 260). Por último, las intervenciones del Estado que pretenden regular la relación al
impulsar leyes para proteger a las mujeres trabajadoras del hogar (Vidal, 2014) evidencian
el rezago en esta materia y la ambigüedad en la que se desarrolla cotidianamente la relación
laboral. Estas dinámicas complejizan el estudio del servicio doméstico, visualizando la
forma en que sea ha ido reconfigurando la modernidad/colonialidad.
La iniciativa gubernamental orientada a garantizar mejores condiciones laborales y
de salud para las trabajadoras del hogar, comienza a modificar el clima en el que se
desarrolla el trabajo doméstico actualmente en México. Las reacciones de las empleadoras
(y de los empleadores) ante la reforma legislativa que contempla a las trabajadoras del
hogar como parte del régimen obligatorio de afiliación al Instituto Mexicano del Seguro
Social (IMSS) y la reciente implementación del programa piloto para incorporarlas, dan
pistas sobre la tensión que existe entre ciudadanía y racialización a la hora de reconocer y
buscar garantizar derechos a sujetos que forman parte de los estratos más bajos de la
jerarquía social, mismos que en México tienden a estar racializados 54. Esto se hace evidente
a través de la figura de la trabajadora del hogar porque, como dice Santiago Bastos,
“aunque no todas lo sean, la mujer india y la mujer negra son las domésticas por
antonomasia” (p. 348).
El empleo doméstico, racialización y cultura de servidumbre convergen en una
compleja dinámica que pone en cuestión el concepto tradicional de ciudadanía. Esto se

54
La encuesta del Módulo de Movilidad Social Intergeneracional (MMSI) 2016 realizada por el INEGI reveló
que el color de la piel de las personas en México tiene relación con su nivel de escolaridad y con el grado de
calificación de las ocupaciones que desempeñan. Estos resultados evidenciaron la baja movilidad social en el
país y el hecho de que esta no se explica solamente a través de la condición socioeconómica de las personas,
sino que se trata de una cuestión estructural e histórica en donde convergen otros aspectos como la
racialización de ciertos grupos.
225

manifiesta en una relación laboral arbitraria, discriminatoria y desigual, que había


permanecido al margen de la regulación legislativa en parte gracias a la ambivalencia del
empleo doméstico, pues se trata de una relación laboral que debiera ser regulada como tal,
pero que ocurre en la ambigüedad y resguardo del espacio privado del hogar. Las
repercusiones de esta ambigüedad entre lo público y lo privado tienen que ver, entre otras,
con el maternalismo, la dimensión afectiva de la relación, que con frecuencia, favorece la
injusticia y la precariedad (De la Hidalga, 2019).
La iniciativa del programa piloto del IMSS busca garantizar el derecho a la salud y a
otras prestaciones laborales que habían sido estructuralmente negadas a este gremio,
conformado en su gran mayoría por mujeres, lo que se puede traducir en una medida de
redistribución que está alterando el estatus/posición de estas mujeres y la forma en que la
sociedad las percibe y ellas a sí mismas55. Esta medida las ubica de una manera más
explícita como ciudadanas —según el sentido liberal clásico de la ciudadanía que concibe
al individuo como portador de derechos en un plano de supuesta igualdad frente a
diferencias como género, clase, etnia y “raza”— lo que ha generado diversas reacciones.
Entre ellas, se ha observado cierta molestia y rechazo por parte de las empleadoras y sus
familias56, quienes, cabe decirlo, no están realmente obligadas a asegurarlas pues no se
cuenta con los mecanismos para vigilar su cumplimiento debido a la inexistencia de
contratos laborales, además de que el programa hasta ahora está en una fase piloto
(Altamirano, 2019). Esta forma de organización social, en donde las élites históricamente
han estado acostumbradas a no tener que proveer seguridad social, ni contrato laboral ni

55
Cabe destacar que a pesar del fallo de la SCJN el Estado mexicano no ha ratificado el Convenio 189 de la
OIT. Por otro lado, es preciso considerar que durante los primeros cinco meses a partir de que se implementó
el programa solamente se aseguraron a 6,631 personas, lo que representa el 0.3% del total que son 2.2
millones de trabajadoras aproximadamente. Esto evidencia que el programa tiene varias complicaciones que
tendrán que ser resueltas para cuando termine la fase de prueba piloto en octubre de 2020. Otro punto
preocupante es que hay una cláusula que permite suspender el programa si no es “financieramente viable”
aunque la directora de Incorporación y Recaudación del IMSS ha informado que esto no será un problema
pues la base de cotización está por arriba del salario mínimo. (Arteta, 2019). Por lo tanto, queda claro que de
ninguna manera se considera que la problemática en torno al trabajo del hogar en México haya sido resulta
con la decisión de la SCJN ni con el programa piloto, pero se reconocen como avances en la construcción de
relaciones más dignas y equitativas.

56
Marcelina Bautista, fundadora del Centro de Apoyo y Capacitación para Empleadas del Hogar y Marcela
Azuela, fundadora de la organización Hogar Justo Hogar, han hablado sobre la reticencia de los empleadores
frente al programa piloto del IMSS. Ellas afirman que entre los empleadores argumentan que no es su
obligación afiliarlas, y utilizan pretextos como “ellas no quieren que las aseguremos” y hasta han incurrido en
amenazas y despidos (Navarro, 2019 y Altamirano, 2019).
226

otro tipo de garantías a sus trabajadores domésticos, se puede entender bien a través del
concepto de Raka Ray y Seemin Qayum (2009, p. 3) de “cultura de servidumbre” que se
refiere a la naturalización social de las relaciones de dominación-subordinación tanto en la
esfera pública como en la privada. Por eso, en palabras de Aura Cumes, “si resulta extraño
verlas como personas con derechos es debido a su constitución como seres despojables”
(2014a, p. 381).
Según datos proporcionados por la Comisión Nacional del Salario Mínimo
(CONASAMI)57 indican que el 54.2% de las familias empleadoras pertenecen al décimo
decil de ingresos, es decir, su ingreso corriente promedio es de $166,750 pesos trimestrales,
$1,853 pesos diarios (INEGI, 2019). Por el otro lado, la propuesta de fijación del salario
mínimo para población ocupada en el trabajo del hogar lanzada por la CONASAMI es de
$248.72 pesos por jornada completa más día de descanso. Considerando este salario
mínimo, la cuota mensual para asegurar a una empleada doméstica sería de $1,154.22
pesos, por lo que la capacidad de la mayoría de los empleadores para pagar el seguro social
parece justificada.
Por lo tanto, la renuencia para asegurar a las empleadas a través del programa piloto
del IMSS se puede interpretar desde otros ángulos, que no precisamente tienen que ver con
la viabilidad económica. Es verdad que uno de los argumentos es precisamente que no
existen los mecanismos para obligar a los empleadores a hacerlo y que aunque alguna
trabajadora exija el seguro social, siempre va a haber otras trabajadoras dispuestas a laborar
sin estar aseguradas (comunicación personal). Otros aparentemente no quieren asumir que
sus empleadas falten al trabajo para realizar los trámites correspondientes. En una
conversación con José Manuel un joven poblano de 28 años refirió que en casa de sus
padres desde hace años optaron por asegurar a sus empleadas domésticas pero a través de
un seguro de gastos médicos mayores. Él y su familia consideraban injusto que las
trabajadoras domésticas no tuvieran acceso a la salud y calificó como “miserable” el que
los empleadores no lo garantizaran, afirmando que las personas de su círculo social
claramente pueden costearlo sin problemas. Él argumentaba que anualmente costaba un
poco más un seguro privado que el IMSS, pero que recibirían mejor atención médica en
57
Estos datos fueron proporcionados durante el foro “Revisión y actualización del Sistema de Salarios
Mínimos Profesionales 2019” por la Mtra. Cinthia Márquez Moranchel, directora de análisis macroeconómico
y regional de la CONASAMI. Este se llevó a cabo en la ciudad de Puebla los días 30 de septiembre y 1 de
octubre de 2019.
227

caso de un accidente. Cuando se le preguntó por las consultas por enfermedad, José Manuel
respondió que sus padres preferían pagar directamente por las consultas y los
medicamentos porque atenderse en el IMSS significaba faltar al trabajo por el tiempo que
implican los servicios públicos.
Se puede intuir que para las élites aquí estudiadas la cuestión económica no es un
impedimento real para afiliar a las trabajadoras al IMSS. El malestar más bien podría
relacionarse con la idea misma de reconocerle derechos a esos “seres despojables”, como
dice Cumes, y con esto modificar una relación laboral basada en el asistencialismo y la
infantilización (De la Hidalga, 2019). Se está hablando de trastocar repentinamente un
orden social establecido que dictaba como natural el lugar servil e inferiorizado de estas
mujeres; de pronto se cuestiona esa cultura de servidumbre y la identidad de esas élites que
se han construido como superiores a partir de la subordinación y racialización de sus
trabajadoras domésticas.
Rosa Laura una mujer de 59 años, ama de casa poblana y profesionista, comenta lo
siguiente en una entrevista:

La verdad es que los mexicanos migrantes han explotado muchísimo a los indígenas… tienes a
personas que ganan 300 o 400 mil pesos al mes en sus empresas y te enteras de que al empleado le
pagan 500 pesos a la semana…los mexicanos migrantes hemos hecho que este país esté así, muchos
dicen “es que el gobierno”, sí el gobierno, pero nosotros también tenemos parte… tú ponte a pensar,
¿cómo tratas a la señora que trabaja en tu casa?...

En esta reflexión de Rosa Laura hay varios puntos interesantes. Cuando se le


preguntó qué entendía por “mexicanos migrantes” ella respondió, con una risa leve, que a
los europeos que migraron hace 300 años. Esta expresión se relaciona claramente con la
necesidad del blanco mexicano de renegar de la figura del mestizo, de mantenerse, al
menos en el imaginario, vinculado con sus orígenes europeos, y de reafirmarse como un
tipo de ciudadano distinto. Por otro lado, se reconoce la brutal asimetría entre unos y otros
y la forma en que los “mexicanos migrantes” se han enriquecido a costa de la población
racializada, lo que reafirma que garantizar mejores condiciones laborales no está
relacionado con el costo económico. Seguido de esto, Rosa Laura evoca una de las figuras
que efectivamente representan mejor la naturalización de la desigualdad y la explotación en
228

México: la de la relación entre amas de casa y empleadas domésticas, confirmando que “el
trabajo doméstico es un sistema establecido y reconocido socialmente con normas, pautas y
conductas tácitas y con un gran nivel de consenso social” (Cumes, 2014b, p. 27).
Rosa Laura es una mujer que se muestra consciente de la desigualdad, de la
discriminación en México, y habla de no estigmatizar al empleo doméstico como tal,
porque es un trabajo “digno como cualquiera, lo denigrante son las condiciones en las que
se puede dar… lo importante es cumplir con un horario establecido y tener las
prestaciones”. Sin embargo, cuando emite su opinión respecto al programa piloto del IMSS
argumenta que el IMSS es un fracaso, que el fallo de la SCJN no es en realidad tan
relevante pues la Constitución ya reconocía como un derecho el acceso a la salud para
todos los mexicanos y que ella veía más viable el Seguro Popular 58. Es interesante que Rosa
Laura mencionara el Seguro Popular pues esta es una política pública que se diseñó
justamente para la población que no forma parte de los “derechohabientes”, es decir, los
que no cuentan con seguridad social pues pertenecen al mercado laboral informal. Este
programa permite permanecer en la informalidad al tiempo que se recibe atención médica,
pero no ofrece la misma cobertura que el IMSS, la cual contempla a beneficiarios,
incapacidad, pensión, fondo para el retiro, velatorios y guarderías. Estas prestaciones y
servicios colocan a las trabajadoras del hogar en igualdad de condiciones que el resto de los
trabajadores en el país.
Se debe considerar que el IMSS ha sido una figura central como dispositivo del
México posrevolucionario para la construcción de la ciudadanía 59, además de ser el
principal proveedor de salud para la población mexicana de las clases medias y bajas. Su
creación en 1943 es también la expresión de una creciente industrialización del país,
avances tecnológicos en materia de medicina y una fuerte tendencia higienista (Rodríguez y
Rodríguez, 1998). De cierta manera ha sido una mediación entre el Estado y la población,
de la cual se desprende un tipo de ciudadanía relacionada con los sectores populares,
distinguiéndose del tipo de ciudadanía que ostentan las élites. El IMSS es una instancia
tripartita que funciona a través de las aportaciones de empleadores, empleados mismos y el

58
Este programa se creó durante el gobierno de Felipe Calderón y ahora ha sido disuelto y sustituido por el
Instituto de Salud para el Bienestar (INSABI).
59
Al igual que la Secretaría de Educación Pública (SEP). Sobre este tema ver Gómez Izquierdo, Jorge (2008)
El camaleón ideológico Puebla: BUAP.
229

Estado, lo cual implica que los individuos deben incorporarse al mercado laboral formal
para gozar de la seguridad social. Entonces, se puede decir que el IMSS es uno de los
esfuerzos del Estado por fortalecer la ciudadanía social (Reyes, 2013), pero aquí se plantea
que además de eso, fue un mecanismo para mestizar a la población al tener que vincularse
con actividades productivas formales que garantizaran las aportaciones, incorporando a la
población rural e indígena en el proyecto progresista del Estado mexicano a través de un
mestizaje ideológico más que biológico. Hace falta explorar a profundidad la figura del
IMSS como dispositivo de construcción de ciudadanía y qué tipo de ciudadanía
diferenciada ha proyectado. “Patrones” y “derechohabientes60” son las denominaciones que
se han utilizado desde la formación del IMSS para referirse a los empleadores y los
empleados, mismas categorías que tienen una fuerte carga de dominación-subordinación.
Todo esto pudo haber reforzado un imaginario clasista en torno al IMSS y una noción
respecto a las élites, ubicadas en la figura de patrones, como aquellos quienes le otorgan
derechos al pueblo.
Pudiera ser que lo que está en juego detrás de la resistencia de las élites, es el miedo
a un trastrocamiento del orden social, lo que conlleva al temor de un cierto proceso de
“igualación” que disloca la identidad de superioridad de los miembros de las élites. Este
rechazo y temor de las élites por reconocer que las trabajadoras tienen derechos —
cuestionando las nociones más serviles del trabajo doméstico como la de sirviente/señor—
les recuerda que su situación de excepción se pone en entredicho. En la mirada clasista,
evidenciada en los diálogos y entrevistas, se vislumbra la autoconcepción de estas
empleadoras y sus familias de formar parte de una ciudadanía “superior” que no necesita de
una de las instituciones mexicanas más emblemáticas, ni en el aspecto de cobertura médica,
ni como medio para obtener un estatus de ciudadano. Esto contrasta con el resto de la
población, quienes sí adquieren un estatus por ser “derechohabientes”.
La igualación amenaza con una pérdida de privilegios que se han consolidado
estructuralmente y con un imaginario racializante que naturaliza esos privilegios. El
reconocimiento explícito de las trabajadoras del hogar como sujetos de derechos
resquebraja la supuesta neutralidad y el falso igualitarismo del concepto de ciudadanía al

60
Derechohabiente: persona que deriva su derecho de otra.
230

subvertir el carácter racista, sexista y clasista de la misma. La dificultad a aceptar esa forma
de ciudadanía para las trabajadoras del hogar, que, a pesar del clasismo, acerca socialmente
a empleadoras y trabajadoras, sugiere que racialización y desciudadanización están
vinculadas. Se trata pues de una transición del enfoque colonial que implica una
reconfiguración cultural que genera resistencia ante la idea de población subalterna
constituyéndose como sujetos políticos.
Las distintas connotaciones del concepto de ciudadano que Andrea Silva-Tapia
(2018) explica tienen que ver con una pertenencia legal y simbólica que puede dar luz sobre
las reflexiones que aquí se han planteado. Ella habla de ciudadanos legítimos e ilegítimos:
los últimos se refieren a una “ciudadanía colonial insertada en nuestro actual sistema-
mundo que es patriarcal, eurocéntrico y cristiano-centrado” (p. 13). Ambos tienen
reconocimiento legal —al menos normativamente— pero la pertenencia en un sentido
simbólico e identitario está más bien reservada para los primeros, que son quienes
representan al grupo dominante. Sin embargo, “la ciudadanía es un concepto que se refiere
a los individuos pero cuando se lo racializa o etniciza, la individualidad de los sujetos es
arrebatada […] la individualidad se reserva para la gente blanca” (p. 14). Ser un ciudadano
legítimo, como individuo autónomo, es pues un privilegio que se produce
intencionadamente a través de la racialización de otros.

Reflexiones finales

En este capítulo se ha hablado de dos tipos de ciudadanía: uno relacionado con un proceso
de mestizaje de la población indígena que tiene como finalidad incorporarla a la lógica de
industrialización capitalista, y el otro tipo es una ciudadanía en un “estado de excepción”
que se refiere a aquellas élites que no se identifican o no se conciben como parte de esa
ciudadanía más bien producida por el Estado a través de dispositivos como el IMSS. La
ciudadanía producida por el Estado mexicano se puede vincular con la problemática figura
del mestizo, aunque hace falta indagar más esta idea. La noción de ciudadanía mediada por
la racialización produce a ciudadanos de distintas categorías de acuerdo con la escala
jerárquica racial. El hecho de que se puedan observar “tipos” de ciudadanía en una
sociedad, evidencia que la ciudadanía no es universal y que su intento de homogeneizar la
231

diferencia en realidad no logró resolver la diversidad étnica y cultural, ni la diferencia de


clase ni de género. Al contrario, el concepto clásico de ciudadanía ha perpetuado
fenómenos como el sexismo, el clasismo y el racismo.
En este sentido, la perspectiva teórica del racismo científico es útil para entender el
momento histórico y la ideología importada de Europa que influenció a los intelectuales de
la República liberal y que después de la Revolución Mexicana consolidaron el Estado
mexicano impregnado de todas esas ideas. El enfoque decolonial puede iluminar las
dinámicas socioculturales y económicas producidas durante la Colonia que más tarde serán
la base de la configuración racista del México moderno; mismas que persisten actualmente
a través de la colonialidad del poder y del colonialismo interno. La perspectiva de la
modernidad/colonialidad precisamente refleja la simbiosis entre ciudadanía y racismo.
El estudio del servicio doméstico o del trabajo del hogar a través del binomio empleadores-
empleada visualiza la forma como se ha ido reconfigurando la modernidad/colonialidad.
Esto se expresa en la naturalización de un discurso liberal por parte de las élites, más bien
conservadoras, y que cuestionan algunas de las dinámicas de la modernidad al tiempo que
perpetúan relaciones asimétricas basadas en la colonialidad favoreciendo la “des-
ciudadanización” de las empleadas domésticas o trabajadoras del hogar por ser una figura
históricamente racializada (Saldaña, 2013). En contraste, se observa la experiencia sui
generis de ciudadanía “de excepción” de las élites o capas altas sociales que se perciben
como blancas o descendientes de europeos. La des-ciudadanización y la situación de
excepción son aspectos que requieren una investigación más amplia.
El vínculo entre racismo y ciudadanía no ha sido lo suficientemente abordado por
las ciencias sociales aunque constituye una entidad fundamental como punto de partida
analítico para entender dinámicas sociales cotidianas que están permeadas por experiencias
de diferenciación, exclusión y discriminación. Asimismo atraviesan las relaciones que los
grupos racializados establecen con el Estado y sus experiencias de acceso a la justicia, por
ejemplo, o la distribución de los recursos. Esta es justamente una de las interrogantes que se
encuentran en la discusión sobre redistribución o reconocimiento que Fraser y Honneth
(2006) sostienen: la tensión entre ciudadanía y racismo y el dilema que supone el tratar de
abordar la diferencia en el marco de un Estado liberal. En su debate hay una pregunta
232

central que gira en torno a si el capitalismo es el resultado de un andamiaje cultural


discriminatorio previo o si el andamiaje discriminatorio es resultado del capitalismo.

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Grietas en la visión patriarcal del castigo social

El sistema y la prisión patriarcal frente a la criminología feminista:


coordenadas para desnaturalizar el castigo
Galilea Cariño Cepeda

Introducción

La violencia y la delincuencia en México no sólo han lacerado la vida, la integridad o el


patrimonio, sino que han generado efectos psicosociales y sociofamiliares a partir de su
reiteración e impunidad, afectando las relaciones interpersonales y colectivas. Esto sin
obviar las frecuentes violaciones a los derechos humanos y la falta de reparación integral
del daño a las víctimas, salvo en casos muy puntuales.
La gravedad e incremento de esa violencia y delincuencia también han puesto de
manifiesto la incapacidad, complicidad o tolerancia estatal y el uso de las prisiones como la
solución más utilizada, pese a que de los delitos que llegan a denunciarse, perseguirse y
sancionarse, el 90% quedan impunes (México Evalúa, 2019). Tampoco podemos restar
importancia al subregistro y la cifra oscura que aumentó a 93.2% para 2019 de acuerdo a la
Encuesta Nacional de Victimización61 (INEGI, 2019), respecto a lo registrado en 2018 con
90% a nivel nacional en la misma ENVIPE (INEGI, 2018), lo cual denota no sólo la mala
calidad de las instituciones sino la permanente valoración negativa y falta de confianza de
la ciudadanía en instancias y autoridades.

61
En adelante ENVIPE.
237

En definitiva, la prisión no ha sido la medida más efectiva para contrarrestar los


problemas de la delincuencia, pero sí el recurso más utilizado como remedio para la
restauración sociomoral del orden (Wacquant, 2009) y para confirmar que se trata de un
espacio de resonancia sistémica en el que se concentra la población excedente (Sassen,
2015:77).
En las contradicciones históricas de funcionalidad y efectividad de las prisiones han
fecundado amplios debates sobre su existencia, pero se mantuvo al margen la posición que
ocupaban las mujeres y se invisibilizaron sus deficientes condiciones, porque el encierro
como figura androcéntrica mantuvo el mismo discurso y trato hacia esta población que
parecía homogeneizarse en etiquetas que favorecían el silenciamiento y el
autosilenciamiento. Desde las “malas mujeres”, “madres desnaturalizadas”, mujeres de la
“vida alegre”, mujeres que optan por “lo más fácil”, mujeres que cometen “deslices”, hasta
señalamientos de “pobres mujeres”, en las que resalta su propio rol de madres, hijas,
esposas, abuelas, en quienes se naturalizó su abnegación, amor y sacrificio al quedar
totalmente desamparadas.
De hecho, esa invisibilización del vínculo entre mujeres y prisiones se volcó hacia
una caracterización más atendida, analizada y criticada en las últimas décadas al abandonar
ese lugar de referencia hombre que había sido una constante, porque más allá de trasladar
los patrones de análisis sobre la conducta delictiva femenina, se favoreció la proyección de
nuevos abordajes y ejes de análisis (Arduino, 2019), como el del patriarcado que como
modelo cultural, consolidó y transformó el sistema de encierro (Francés y Restrepo
(2019:72).
En esos contrastes se confirma que el poder punitivo es un poder patriarcal (francés
y Restrepo, 2019:73), puesto que, ante las atribuciones de diversificación delictiva y
aumento de la población de mujeres en las prisiones, las nuevas corrientes de pensamiento
que desafiaron las tendencias subterráneas y categorías familiares, se han discutido poco
(Sassen, 2015). Tal es el caso de la criminología feminista, que hoy nos devela nuevos
preceptos y coordenadas para comprender cómo se intenta mantener ese orden patriarcal,
que desconoce la propia autonomía de las mujeres que delinquen.
En medio de la crisis de las instituciones del encierro analizamos algunas
reformulaciones para resignificar las nociones sobre la propia delincuencia femenina y su
238

criminalización, las dimensiones públicas e implícitas del castigo y los medios formales
que defienden el sistema patriarcal. Ubicamos estas reformulaciones en un sistema-mundo
en que las relaciones de poder entre hombres y mujeres han pervivido desde la dominación
de aquéllos y donde el sistema punitivo, desde el control social formal e informal, se ha
cimentado en ese sistema androcéntrico (francés y Restrepo, 2019). De modo que, en este
abordaje partimos de la pregunta: ¿De qué manera la criminología feminista y la
colonialidad de género pretenden deconstruir la naturaleza del castigo encarnado en las
prisiones de orden patriarcal? Por tanto, reflexionamos y generamos algunos hilos de
discusión -con sus propias dificultades y limitaciones-, sobre las perspectivas actuales, los
discursos, las prácticas y los componentes morales que han favorecido la creación de leyes
e instituciones heteropatriarcales y coloniales como la prisión. Para ilustrar algunos
argumentos, recuperamos extractos de entrevistas realizadas a mujeres privadas de la
libertad y autoridades penitenciarias de algunos centros de reinserción en México, en los
últimos años.

La criminología feminista: colonialidad de género e interseccionalidad en la


profundidad del encierro.

Hasta la década de los setenta, los modelos descriptivos de la criminalidad eran totalmente
androcéntricos; la conducta criminal era descrita a partir de las propias conductas y
experiencias de los hombres y, a través de estudios e investigaciones que eran realizadas
sólo por hombres. De acuerdo a Lombroso, la delincuencia femenina emergía de la
moralidad y la sexualidad: las mujeres nacen desviadas, son malas por naturaleza, presentan
deficiencias físicas y cambios hormonales como la menstruación y la menopausia, cometen
crímenes de manera oculta debido a que manipulan e incitan al hombre a cometer delitos
(Van y Baumann-Grau, 2016). Pero esos argumentos o expresiones radicales que parecen
retórica del pasado, se heredaron y escalaron para mantenerse en códigos y normas
subsistentes de la ejecución penal, entre el castigo y la doble jeopardy (formas de
discriminación).
No podemos pasar por alto que existen múltiples miradas que han intentado analizar
y explicar la criminalidad femenina como las corrientes biológicas y antropológicas,
239

ecológicas, sociológicas y psicológicas -aunque algunas con ciertos sesgos-, hasta teorías
más recientes y aterrizadas en la perspectiva de género como la teoría crítica y la teoría
feminista. La teoría crítica prestó más atención a los procesos de criminalización, a decir de
Cid y Larrauri (2001:241) analiza “cómo, por qué y cuándo determinados comportamientos
devienen delitos”, además de focalizarse en los regímenes carcelarios y la opresión racial
(Friedrichs, 2018). Por su parte, la teoría feminista ha intentado explicar de forma
diferenciada la criminalidad de hombres y mujeres, centrando como ejes la victimización y
las tipologías criminales.
Asumiendo que hay numerosas criminologías feministas, uno de sus puntos de
encuentro es el análisis de las relaciones de poder de género para comprender e interpretar
la delincuencia y la victimización, así como un mejor conocimiento sobre los patrones de
conducta (Carlen y Worral, 2004; Barberet y Larrauri, 2019: 268-269). Lo que ha
implicado eliminar prejuicios sobre conductas cometidas exclusivamente por mujeres como
el infanticidio, aborto o desviaciones como la prostitución. De hecho, históricamente
algunas mujeres han sido señaladas por su peligrosidad al cometer conductas de homicidio
hacia sus parejas -aunque con un modus operandi diferenciado al de los hombres- y, más
recientemente el interés se ha dirigido a los delitos de delincuencia organizada, trata de
personas, terrorismo, portación de arma, por señalar algunos.
En voz de Moore y Scraton, el castigo estatal, esto es, el hecho de que las mujeres
lleguen a prisión es a menudo la culminación de años de violencia de género y explotación
por parte de los propios hombres en sus comunidades (2014: 53). La violencia cometida
hacia ellas en ámbitos en los que se desenvolvían previamente, como pareja, familia,
trabajo, la calle, por señalar algunos, podría detenerse o reconfigurarse, porque las mujeres
son arrojadas a un sistema de ejecución penal que también las victimiza. Ellas continúan
siendo víctimas de otras formas de violencia en su detención por parte de nuevos actores
como los policías. En su internamiento en prisión, con frecuencia la sufren de parte de las
mismas parejas, y familiares, y por supuesto de custodios y del personal penitenciario. Una
violencia cuyos patrones de conducta y modus operandi son muy similares a las violencias
ejercidas en el exterior, como se expresa en el siguiente testimonio. Eso no significa que
algunas mujeres no hayan cometido las conductas o que no ejerzan violencia, pero es
innegable que entre las motivaciones de las conductas destaca la victimización previa:
240

abuso sexual en la infancia o adolescencia, maltrato, violencia familiar, relaciones dañinas


por mencionar algunas (Belknap y Holsinger, 2013):

Toda su historia familiar, una violencia terrible […] golpes ahí dentro, de ahí mismo en visita íntima,
sometimiento por medio de apretarte, de pellizcarte, de verte y el miedo a no poder hacer nada, a
sentir que no podían hacer nada. […] traer el brazo morado y no podía traer la cara porque a lo mejor
lo iban a detener allá mismo, pero sí y decirme, por qué no dejas de ir, prohíbele la visita, mete un
escrito […] para las mujeres, eso, es una pena que te hayan golpeado y que te regresen a las dos o
tres de la mañana (Entrevista, mujer privada de la libertad). (Cariño y Bartolomé, 2013).

“Esa estaría bien”, fue una aseveración recuperada de la propia voz de las mujeres
en una de nuestras investigaciones previas sobre violencia sexual en prisiones que
evidencia la forma en cómo, según las características físicas de las mujeres, podrían ser
utilizadas por los hombres al entrar a prisión, ya sea en prostitución forzada o explotación
laboral; el testimonio anterior formó parte de esa recuperación (Cariño y Bartolomé, 2013).
Con lo cual enfatizamos que la “experiencia” de las mujeres se introdujo como una
herramienta epistemológica en la criminología feminista para resignificar y deconstruir los
lenguajes legales, a la par de modificar los contenidos ideológicos (Iglesias, 2019). De
hecho, Barberet y Larrauri, enfatizan que las investigadoras feministas “son críticas con los
métodos que intentan generalizar las experiencias de las mujeres, medirlas desde una
perspectiva ajena o descontextualizada, controlarlas, deshumanizarlas o desempoderarlas y
así negar a los sujetos de investigación, su voz o dignidad” (2019:270).
Diversos informes nacionales han mostrado las deplorables condiciones
arquitectónicas de las prisiones mexicanas, las políticas de austeridad que se reflejan en la
falta de atención médica, mala alimentación, ausencia de capacitación adecuada y falta de
oportunidades laborales, pero son pocos los que integran desde una mirada de género, las
condiciones de las mujeres ante la falta de protección y garantía de los derechos humanos
en las prisiones. En esa línea, Silvestri y Crowther-Dowey (2008) anotan que los derechos
humanos fueron una incorporación sustancial en la criminología feminista porque
plantearon la posibilidad de caracterizar la subordinación y discriminación hacia las
mujeres como violaciones a sus derechos humanos.
Los esfuerzos conjuntos por mostrar la otra cara de la situación de cárcel, comenzó
a irradiar en otras disciplinas eliminando estereotipos como la infantilización de las mujeres
que cometían conductas asociadas a su inmadurez emocional o el rigor del castigo penal en
241

confrontación con la idea de que las mujeres eran tratadas de forma más indulgente
(Silvestri y Crowther-Dowey, 2008). En efecto, las mujeres empezaron a ser vistas como
sujetas de derechos pese a su condición de victimarias. Los derechos humanos ligados al
feminismo, sobre todo, a la “gobernanza feminista”, también desplegaron la posibilidad de
trasladar a instituciones nacionales e internacionales y al derecho positivo internacional, las
condiciones de opresión y la eliminación de estereotipos (como la honestidad) ligados al
control social que la propia literatura criminológica había identificado (Iglesias, 2019:130).
En la arena del positivismo jurídico, las Reglas de las Naciones Unidas para el
tratamiento de las reclusas y medidas no privativas de la libertad para las mujeres
delincuentes (Reglas de Bangkok), publicadas en 2011, constituyeron un instrumento para
hacer visibles las necesidades especiales de las mujeres y formular recomendaciones
específicas focalizadas en mujeres y niñas que no estaban previstas en las Reglas mínimas
para el tratamiento de los reclusos de 1955.
Ha sido la criminología feminista la que ha que ha hecho visible y ha analizado la
colonialidad de género y la interseccionalidad en la profundidad del encierro
En términos generales, la colonialidad de género implica comprender los sistemas de
opresión, a partir de la heterosexualidad normativa, es decir, la colonialidad no sólo
focalizada en el racismo sino entendida como un eje de poder que “permea todo control del
acceso sexual, la autoridad colectiva, el trabajo, la subjetividad/intersubjetividad, y la
producción del conocimiento desde el interior mismo de estas relaciones intersubjetivas
(Lugones, 2008:79).
La invasión colonial no sólo sometió y reguló a través de normativas en ámbitos
públicos como el territorio, sino que abarcó la vida privada de las personas indígenas en sus
relaciones de parentesco, filiación y sexualidad; los pactos patriarcales entre colonizados y
colonizadores tuvieron como efecto el desplazamiento de las mujeres de los órganos de
decisión y poder (Dorronsoro, 2019).
En la línea de la criminología feminista ha sido muy clarificador mirar el
funcionamiento de las prisiones y su papel de subordinación claramente colonial en
comunidades específicas, que “ponen en evidencia la manera en que las jerarquías étnicas y
de clase, marcaron las distintas trayectorias de exclusión de las internas y su falta de acceso
a la justicia” como apunta Hernández (2014:193). Dicho lo anterior, la estigmatización y
242

demonización de la mujer frente al colonizado a partir de su sexualidad, favorece la idea de


que las mujeres inducen y provocan los abusos y victimización, dejando de lado la
vulneración y exposición de las mujeres indígenas como víctimas quienes, al atreverse a
denunciar, terminan siendo perseguidas o en prisión (Dorronsoro, 2019:387-388).
Uno de los estudios realizados por la Comisión Nacional de Derechos Humanos
(2013) identificó que había mujeres procesadas y sentenciadas que pertenecían al menos a
27 grupos étnicos del país, escenario que no sólo expone la exclusión desde una institución
dominante como la prisión, sino las dificultades que las mujeres enfrentan al interior de sus
familias y comunidades desde su propia experiencia colonial y de interseccionalidad versus
el encierro (Dorronsoro, 2019:382).
Por lo que hace a la interseccionalidad, fue Crenshaw (1994) quién a partir de
experiencias de mujeres “negras” consideró que se entrecruzaban diversas discriminaciones
como la de género, la racial y el sexismo. Recientemente, Potter (2013) ha utilizado el
enfoque teórico de criminología interseccional para abordar las experiencias de la
delincuencia y el control social, tanto en las identidades sociales como en los estados, a
través del análisis de categorías como raza, género, ideales de masculinidad o feminicidad,
sexualidad y clase socioeconómica.
Desde esas líneas de colonialidad e interseccionalidad ha trascendido el modelo de
prisión actual. La colonialidad de género ha permitido develar el simbolismo que reviste el
castigo público, puesto que la persistencia de la prisión como la principal forma de castigo,
mantiene sus dimensiones racistas y sexistas, para continuar con el modelo histórico de
arrendamiento de convictos del siglo XIX y principios del siglo XX y pasar al actual
negocio penitenciario de privatización, como apunta Davis (2003). El mayor contraste (en
el caso de Estados Unidos), se presenta entre la población de hombres y mujeres latinas y
afrodescendientes porque los hombres son víctimas de otros hombres, en las calles o
instituciones a través de la policía, en cambio las mujeres enfrentan violencias desde el
propio ámbito doméstico e íntimo, en la calle y en espacios sexualizados como las prisiones
(Davis, 2003).
La interseccionalidad entonces, nos permite profundizar en las identidades de las
mujeres privadas de la libertad para comprender las brechas de género, las formas de
discriminación y desigualdad, las opresiones y estructuras de poder que están mediadas no
243

sólo por su género sino por su raza, clase social e incluso edad. Estas condiciones se
magnifican en el encierro por el propio contexto histórico, cultural y social del que son
parte, pues sus trayectorias no sólo fueron marcadas por el racismo y sexismo que quizás
ellas no advierten de la misma manera, en tanto si reivindican la comunalidad como un
proceso. El hecho de sacarlas de su comunidad ya es una experiencia colonizadora porque
ya no son garantes de su cultura ni continúan construyendo lazos (Dorronsoro, 2019), la
soledad es su única opción que como castigo vivifica las heridas de la violencia patriarcal:

Es muy difícil que se den cuenta, porque todas han sufrido violencia, física, psicológica sexual, para
ellas es difícil identificarla, y se enganchan de los hombres como salvavidas. Ellas creen que la
solución es tener un hombre a su lado […] se la llevaron cuando tenía 13 años, ¡pues que se case!, y
la arrastraron, se la llevaron a la fuerza y ella no identificaba que estaba mal irse con un hombre.
Como en su pueblo a todo mundo le pasa eso -decía-, pues es lo más normal […] a la mayoría las
violaron y a la mayoría de niñas, los familiares, las personas cercanas. Sus vidas no son nada, sin
dinero, sin nadie, extrañan lo que hacían y comían en sus pueblos porque están lejos y solas [..] Ella
no habla bien español, pero tuvo que aprender acá porque hasta eso, no se podía ni comunicar
(Entrevista, acompañante de mujeres privadas de la libertad).

El control social como respuesta a la delincuencia femenina: las prisiones patriarcales

La etiología de la delincuencia figura como uno de los problemas que históricamente ha


generado mayor preocupación en ciertas disciplinas. Las principales tipologías explicativas
han relacionado causas biológicas, psicológicas y sociales, explicadas a partir de las
corrientes que anteriormente hemos mencionado pero han sido insuficientes ante nuevos
escenarios. En el marco de la criminología crítica llamó la atención el análisis de los
sistemas de justicia penal y la tipificación de los delitos como instancias selectivas que no
protegen a la población en general, o peor aún, la señalización de sistemas que reproducen
formalmente dicha selectividad (Cid y Larrauri, 2001:241).
Sólo en décadas recientes, la criminología feminista como hemos visto, abrió la
posibilidad de mirar de forma diferenciada las conductas cometidas por las mujeres y la
reacción hacia éstas, por lo que, en primer lugar, el siguiente apartado se centra en describir
los elementos del control social informal y formal como base para discutir las condiciones
actuales.
El control social respondió inicialmente a la necesidad de garantizar el orden a
través de normas e instituciones que regularan los comportamientos y conductas desviadas,
entendiendo que la desviación describe aquellos comportamientos que contravienen lo que
244

convencional o formalmente está establecido. Pero cabe acotar que previo a la aparición de
la criminología feminista, la desviación femenina se asociaba mayormente a condiciones
fisiológicas y psicológicas provenientes de la propia naturaleza de las mujeres como en su
momento lo habría advertido Lombroso (Klein, 1973).
En la clasificación que se realizó del control social informal y formal, el primero,
deriva de los procesos de socialización en los que la familia, la religión, la escuela y los
medios de comunicación, principalmente, juegan un papel fundamental para modelar y
corregir las conductas desviadas.
Las mujeres, a través de roles asignados como la reproducción han sido sometidas a
mecanismos de control social para mantener el orden patriarcal; entre los espacios más
comunes se ubica el ámbito familiar mediante la maternidad y los cuidados, el ámbito
laboral a través de la prestación de servicios y tipos de trabajo, el espacio público a través
de su imagen y buen comportamiento. La buena imagen y el buen comportamiento
requieren la buena fama, moral y reputación sexual, incluso en formulaciones legales. El
recordatorio de la supuesta naturaleza de buena hija, madre, esposa, trabajadora, ciudadana,
confluye en la socialización con su función reproductora y de cuidados a los otros. Las
mujeres han dedicado la mayor parte del tiempo al cuidado de las y los otros y se
comportan bajo prescripciones simbólicas como el instinto materno y la pedagogía materna
que se ligan al determinismo de la “matricentricidad”, que no sólo se asocian a esa
capacidad reproductora sino a la posibilidad de asegurar a través de ésta, el control
masculino (Rich, 1986). En cambio, hay condiciones desiguales para las mujeres que no
son abordadas desde el derecho penal pese a ser prácticas que las perjudican, como es el
hecho de que las mujeres no cobran lo mismo que los hombres, que están invisibles en la
vida pública, que sean víctimas de ideas religiosas o de guerras (Larrauri, 1994:39).
El rompimiento de la heteronorma y la inversión del papel de la sumisión ha tenido
costos directos e indirectos para quienes terminan privadas de la libertad. Estos van desde
el aspecto económico: costos legales y judiciales, de traslado por visitas de familiares,
manutención de hijos e hijas; hasta costos sociales y de salud: estigmatización,
reconfiguración familiar, daños y afectaciones (Pérez, 2015), por ello, la antesala en las
sanciones informales o convencionales son las restricciones de entrar o salir a ciertos
lugares, la dependencia económica, la soledad, el aislamiento y la violencia (Larrauri,
245

1994). Si anteriormente, salir de noche podría asociarse con la imagen pública de la mujer,
actualmente salir de noche implica además el riesgo de ser violentada.
Los señalamientos de ese mal comportamiento, nos atrevemos a subrayar, no sólo
son atribuibles a las mujeres que cometen la conducta sino a la figura materna que no educó
o estaba ausente; en términos de esa estructura, ese señalamiento es también atribuible a
quienes correspondía desplegar correctivos previos cuando éstos estaban bien definidos en
la cultura patriarcal, lo que ha favorecido una tensión en la educación y los procesos de
socialización: “las mujeres ya no son como antes”, “no ponen límites”, “quieren hacer lo
mismo que los hombres”, “no tienen valores”.
La educación entonces se transformó en una fórmula para los modelos de privación
de la libertad, en consonancia con la acción misma del castigo (Matthews, 2003), ya sea
para suplir en esa trayectoria vital la ausencia de una figura de autoridad o para convalidar
el sistema, como puede apreciarse en el siguiente testimonio de una autoridad penitenciaria:

Es la cuestión de educación que tengan desde su lugar de origen, desde la casa, porque considero que
la mayoría de ellas vino de un lugar donde no hubo reglas, donde no hubo condiciones para educarse
como mujeres, por eso se acostumbraron a esa parte, y ya cuando están en la sociedad, pues, creen no
tener consecuencias, porque en su momento nadie les puso un alto, les llamó la atención por alguna
situación (Entrevista, autoridad penitenciaria, hombre).

Por su parte, el control social formal puede definirse como un conjunto de normas,
instituciones y políticas que garantizan respeto y adscripción a procesos comunitarios,
espacios de convivencia y estructuras sociales. Para alcanzar el cumplimiento de esas leyes
y modelos, la conducta se convierte en un blanco que se regula a través de una amenaza o
acción coercitiva representada por instituciones y figuras de autoridad como el sistema de
justicia (juez), modelos de seguridad (policías), centros de internamiento como las prisiones
(custodios).
A decir de Chesney-Lind (2012), la primera idea sobre el control formal remitía a la
sexualización, es decir, la conducta no era la única condición sobre la que se establecía una
pena, sino que, los prejuicios y estereotipos de género se antepusieron para definir si se
trataba de una buena o mala mujer.
En el registro de la evolución de las prisiones, la perspectiva de género ha
observado condiciones comunes en los regímenes y propósitos del encierro, pero nos
interesa además vincular el constructo moral prescrito desde la norma. Una de esas figuras
246

normativas que destaca concepciones morales y discursivas es el aborto. El artículo 342 del
Código Penal de Puebla fue derogado en 2019 pero estipulaba las siguientes circunstancias
que podrían favorecer la reducción de la sanción impuesta en el delito de aborto: “que no
tenga mala fama62; que haya logrado ocultar su embarazo y que éste no sea fruto del
matrimonio”; faltando alguna circunstancia, la pena se mantenía en el máximo de cinco
años. La pregunta central se torna hacia el bien jurídico que la ley protegía a través de dicha
tipificación ¿al “producto desde la concepción”? o ¿el honor familiar y del hombre?
Esta conducta codificada es muy reveladora de la intervención que tiene el sistema
penal en el ámbito privado y público de las mujeres; es una conducta que exige dar cuenta
de la reproducción no sólo biológica sino moral. Una imagen del estigma que conlleva el
castigo: “lo que cuenta no es cuánta desaprobación expresa el Estado a través del castigo,
sino la forma que adopta: cuánta deshonra social le provoca efectivamente al infractor”
(von Hirsch 1998:54-55). Por ende, sin pretender reducir la discusión sólo a una de las
aristas, nos parece que el consenso social sobre la penalización y despenalización está
trazado por el miedo que emana de la carga moral en mostrar, por un lado, la complicidad
con las mujeres en despojarse de esa sumisión y, por otro, en mantener la perpetuidad del
anonimato de la participación del hombre. La administración de la moral frente a la
sexualidad se torna en un espectáculo público que debe legislarle en términos de ese orden
patriarcal ¿por qué después de tantos siglos se rompería?

La delincuencia femenina en México: tendencias y debates.


A nivel nacional, el porcentaje de mujeres privadas de la libertad, generalmente ha oscilado
en un 5% del total de la población (CNDH, 2015); la tasa nacional de hombres privados de
la libertad es de 162.1 casos por cada 100 mil habitantes, en cambio en las mujeres, sólo se
presentan 16.1 casos por la misma población, muy por debajo de la población de hombres.
Si la tasa se focaliza a Puebla, la tasa de mujeres se reduce mucho más, 8.7 casos por cada
100 mil habitantes (INEGI, 2018).
Según INEGI (2016), en el periodo de 2010 a 2015 la tasa de mujeres en centros
penitenciarios mexicanos aumentó un 56%, porcentaje mayor al de hombres cuyo
crecimiento fue de un 17% en el mismo periodo. En cuanto a la frecuencia por ingresos a
62
Precisamente este es un elemento de los que referíamos en párrafos anteriores y que se vinculan con la
imagen de la mujer, construido sobre estereotipos y prejuicios.
247

prisión destacó el siguiente orden: lesiones, homicidio, robo simple, fraude, posesión de
narcóticos, robo a negocio y violencia familiar (INEGI, 2017: 30); los delitos contra la
salud, son los más recurrentes en el caso de las mujeres, con un incremento de 103% en los
años 2016 y 2017 (EQUIS Justicia para mujeres, 2017).
Dicho recuento evidencia que los delitos cometidos por las mujeres como se ha
descrito, siguen caracterizándose por ser menos frecuentes y menos graves (Malloch y
McIvor, 2013) aunque sin duda hay múltiples formas de involucramiento y participación en
grupos delictivos.
En ese recorrido, diversos medios nacionales han difundido la peligrosidad de
algunas mujeres con etiquetas como “duras, atractivas y sanguinarias”, al referirse a
mujeres que han liderado o colaborado con cárteles criminales y a su vez, se han enfilado a
“un mundo que hace mucho dejó de ser reservado sólo para los hombres” (Baltazar, 2018:
s/n). Al respecto, mientras Quetelet incursionó en los anales estadísticos mostrando la
diferencia en la criminalidad de hombres y mujeres, 6 a 1 respectivamente, también
identificó que las conductas femeninas eran focalizadas en infanticidios o robos pero que
estos eran cometidos de forma individual (Lima, 1988), a diferencia de la participación
actual en estructuras como la delincuencia organizada. Lo cual no significa que las mujeres
no hayan participado antes, incluso en grupos o redes criminales, pero sus tareas eran muy
distintas y, el miedo que era el mecanismo que mediaba para controlarlas ya no tiene el
mismo efecto. Por ello nuestro cuestionamiento sobre la complejidad de las motivaciones
que son reducidas al amor; la aseveración de que “las mujeres delinquen por amor” en
realidad pretende seguir ocultando la posibilidad de que hayan decidido participar más allá
de un vínculo amoroso.
Particularmente coincidimos con Juliano (2015), en ampliar la mirada sobre esas
responsabilidades, cuidados y desdoblamiento de esfuerzos que las mujeres realizan -previo
a su participación en alguna actividad delictiva-, como realizar a la par múltiples trabajos o
emplear su propio cuerpo en la prostitución para obtener ingresos, lo que representa en la
vida de las mujeres que la delincuencia sea una de las últimas opciones en esa trayectoria.
Por lo que la conducta delictiva, analizada bajo un contexto histórico, social y económico,
podría llegar a desmitificar vínculos que hasta entonces han trascendido en una relación
diádica como la delincuencia y la pobreza (Cid y Larrauri, 2001). Es decir, no sólo las
248

mujeres pobres están privadas de la libertad; a la par de la desfavorable situación


económica existen otros factores como la salud, un círculo de victimización, desigualdad,
marginación, abandono (Cariño y Michel, 2018).
La motivación económica y condiciones de pobreza que se alinean a conductas
como robo y venta de drogas, no explican por sí mismas por qué las mujeres delinquen
menos que los hombres, pese a experimentar mayor empobrecimiento y precarización
(feminización de la pobreza), aún al asumir mayores responsabilidades en ámbitos como el
familiar.63 La figura de amnistía que más adelante revisaremos contempla dicha
vulnerabilidad.
Entre esas tendencias delictivas, conviene ahora reflexionar sobre quiénes y cómo
llegan a ser privadas de la libertad pues la población de mujeres privada de la libertad en
México no es homogénea.

Entrar y salir de prisión: una selección patriarcal


Los perfiles de edad, origen y trayectorias familiares, educativas y laborales son muy
diversas pero al profundizar en algunos rasgos se observa que prevalecen condiciones
comunes: mujeres de escasos recursos o en condición de pobreza, pertenecientes a grupos
étnicos o extranjeras64, drogodependientes, limitada formación escolar o profesional,
cuidadoras, mujeres con historias similares de victimización por parte de la pareja, la
familia, los hijos (Juliano, 2011; del Val y Viedma, 2012; Cariño y Michel, 2018).
Otra distinción es la motivación delictiva. Ya hemos anticipado que no todas las
mujeres delinquen por amor como se ha supuesto y esa relación compleja abarca desde
cuestiones económicas hasta cuestiones de engaños y amenazas, pero frente a esas
vulnerabilidades, las mujeres son involucradas y han tomado decisiones o han sido
influenciadas para tomarlas. No obstante, entre las manifestaciones del sistema patriarcal

63
En el caso de México la jefatura del hogar es muy ilustrativa, ya que las mujeres sostienen y administran
una cuarta parte de los hogares en “mayor vulnerabilidad sociodemográfica e incluso mayores porcentajes de
pobreza”, a su vez y pese a tener el mismo nivel educativo, las mujeres ganan una quinta parte menos que los
hombres (Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social, 2016:9).

64
Un estudio muy interesante sobre el tema refiere que el 66% de las mujeres extranjeras privadas de libertad
cometieron delitos contra la salud; las mujeres estadounidenses están internas en prisiones del norte del país
como Chihuahua, Baja California, etc. y mujeres colombianas, de Honduras, El Salvador, principalmente en
prisiones del Centro del país (EQUIS, 2018).
249

resalta la desvalorización de su capacidad o inteligencia amparada en la figura masculina,


porque como señala Smart (2019), la idea del determinismo de su estructura genética pasiva
y carente de iniciativa, pareciera limitar su involucramiento en actividades delictivas,
resaltando estereotipos asociados a su imagen (tareas domésticas) como señaló una
autoridad penitenciaria:

Ya se ha involucrado más a la mujer, porque anteriormente del que desconfiabas era del varón.
Entonces yo siento que en las organizaciones han estado involucrando a las mujeres en los secuestros
¿Quién es la que da de comer a las personas que privan de la libertad?, pues alguna mujer, o muchas
veces la mujer es la que está ahí para que la gente no se percate que está ahí una persona privada de
su libertad, es como con los niños, ya los están involucrando más a delinquir, porque bueno sirven
para desviar la atención. Cuando ves un lugar con varones, como que empiezas a sospechar porque
son los que planean, como que tienen la autoría intelectual, y cuando ves entrar a mujeres, niños, no
te das cuenta que probablemente ahí se está cometiendo un ilícito (Entrevista, autoridad
penitenciaria, hombre).

El problema se presenta cuando existe una mayor tendencia a etiquetar como


delincuentes a ciertos sectores de la sociedad, en esa dirección, una imagen que se ha
construido es la de la criminalización de la pobreza. Pero hay condiciones mucho más
hondas, porque la criminalización no se reduce al momento mismo de la imposición de la
sanción sino a la construcción simbólica del derecho, cuando éste opera de forma selectiva
castigando a quienes no pertenecen a una determinada raza y clase social (Larrauri,
1995:71) o pertenecen al género femenino.
Queremos resaltar en esta línea, las implicaciones actuales que reviste en algunos
países la defensa de la despenalización del aborto frente a iniciativas y políticas de castigo
endurecidas en los últimos años, como la pena de muerte para quienes aborten. El estado de
Texas, en Estados Unidos, llegó a considerar como sanción para el homicidio la pena de
muerte, por lo que sí, “a woman who has committed murder should be charged with
murder” (North, 2019), como se declaró en ese proceso legislativo. El orden de las cosas
conforme al patriarcado sigue anclado a la idea de mostrar las repercusiones de los actos de
las mujeres, porque son ellas quienes poseen esa capacidad reproductora. Es decir, no pone
en el centro a la figura masculina que también participa sino a la mujer que puede ser
perseguida y considerada como segunda víctima -esto aunado a la posibilidad de que muera
por un aborto mal practicado-; la conducta de la mujer es reprochada por ser contra natura e
incapaz de preservar la vida.
250

Contrariamente a esas ideas, Pollak (1950) había expuesto a través de la teoría de la


caballerosidad que, había una actitud protectora hacia las mujeres porque tanto hombres,
policías, jueces y fiscales no querían acusar, arrestar, procesar ni juzgar (respectivamente) a
las mujeres, pero en el devenir, las evidencias han mostrado actitudes opuestas. Entre las
conductas más visibles y estigmatizadas podrían señalarse la trata de personas y el
secuestro. El siguiente testimonio de una mujer privada de la libertad describe la forma en
cómo la pareja en complicidad con otro hombre evade el sistema, los policías no sólo
aprehenden a la supuesta victimaria, sino que además la torturan y, finalmente el juez
impone la sanción más elevada, lo que evidencia un continuum de violencia:

Yo no sabía a qué se dedicaba mi esposo exactamente porque me decía que tenía unos negocios y
salía de viaje. Le rentaba un cuarto del fondo a uno de sus amigos. A mí me pedía que hiciera de
comer y ellos se iban al fondo para hablar. Cuando llegó la policía ellos no estaban y a mí me
agarraron, me pegaron para que les dijera todo lo que sabía. Ya no sé de él, no me volvió a buscar, ni
a mis hijos. Yo les decía que me estaban confundiendo con otra persona porque ni siquiera supe
porque me llevaban. Cuando me golpearon feo, me gritaban que les dijera cuánto había cobrado por
el secuestro […] si me acuerdo de los golpes y groserías, pero pensaba que iba a salir pronto porque
mi esposo me iba a buscar, si, que todo era una confusión, como pesadilla. Hasta que me pusieron
setenta años de castigo y aquí sigo (Entrevista, mujer privada de la libertad).

La paradoja de la selectividad de las personas que ingresan a prisión no ignora la


estructura patriarcal en la definición de las reglas y las instituciones. Retomando la figura
de aborto, habría que relacionar la comisión de la conducta entre quienes tuvieron los
recursos y medios para acceder a éste y entre quiénes lo cometieron sin estos medios, en la
clandestinidad. El conjunto de factores que propiciaron que las mujeres estén privadas de la
libertad no se vinculan sólo y exclusivamente a una decisión moral: ¿estamos
criminalizando a las mujeres pobres?, ¿estamos criminalizando a las mujeres que no
estaban en Ciudad de México donde se permite la Interrupción Legal del Embarazo (ILE)?,
¿qué intereses y valores se promueven detrás de las leyes e instituciones que las propias
mujeres no conocen? En Ciudad de México65, se ha documentado la procedencia de las
usuarias atendidas en el Servicio ILE, de abril 2007 a septiembre 2019, el registro total es
de 216,755 mujeres. Puebla ocupa la tercera posición en usuarias atendidas después de
Ciudad de México y Estado de México, y si pensamos incluso en condiciones
georreferénciales, podríamos observar que lugares más alejados como Campeche, Yucatán,
Sonora, Baja California, Coahuila, Durango, Colima, son entidades que registran menos
65
Véase más ampliamente el sitio: http://ile.salud.cdmx.gob.mx/estadisticas-interrupcion-legal-embarazo-df/
251

usuarias que utilizan el servicio. La complejidad puede empezar a entenderse a partir de la


pregunta ¿delito o servicio?; recordemos que cuando el sistema de “valores” protege
socialmente, lo hace en detrimento de las personas más débiles y marginadas (Baratta,
2004). De hecho, como hemos observado, las normas y las instituciones prescriben una
selección desde la ginopia.

El castigo como reflejo de la institucionalización y crisis del sistema de ejecución penal


Indefectiblemente existe una relación entre castigo y obediencia. Aunque en siglos pasados
el castigo ha tenido sus discusiones y teorizaciones interdisciplinares. Fue Foucault quien
vinculó la idea del castigo con el poder, enmarcándolo no sólo en el sufrimiento físico y de
dolor sino en la economía de derechos suspendidos, en sus propias palabras, "el castigo se
convertiría en la parte más oculta del proceso penal” (2002:11-13).
El castigo corporal impreso en la hoguera no desapareció, porque a lo largo del
tiempo se ha mantenido la idea de la expiación del pecado. Ahí es donde tiene su raíz el
castigo que se afianza con un mandato religioso. En voz de una interna, el encierro es algo
más divino que terrenal. Las personas son el medio para llegar a ese lugar destinado para
“pagar”, incluso para soportar el abandono, en el entendido de que hay un cúmulo de
ideologías que trastocan y convierten la primera consideración de injusticia a resignación:

Por algo estoy aquí. Diosito me puso en este camino para que valore la vida. A veces las compañeras
se encierran y ya no quieren vivir, pero como nos han enseñado aquí, ésta es otra oportunidad de
demostrar que podemos. Si aceptamos estar aquí, es porque perdonamos a quién nos hizo daño y nos
mandó aquí. Luego dicen que ya quieren cortarse las venas, que ya no aguantan, pero como les digo,
yo entré igual que ustedes, pero acérquense a Dios porque los hermanos que entran te ayudan a rezar
y a pensar en otras cosas (Entrevista, mujer privada de la libertad).

Muchas veces, es por el motivo de que, pues, cometieron un delito, entonces, toda la familia les da la
espalda […] ya sea la familia por parte del esposo, o por parte de la misma mujer, que no, nada más
no vienen, no quieren, y, por qué, porque es una asesina, porque hizo esto, porque hizo lo otro. Y no
se trata de eso, tal vez nosotros no somos quiénes para juzgarlos, ellas tuvieron sus motivos y, bien o
mal, pues ya están pagando de alguna manera (Entrevista, autoridad penitenciaria, hombre).

Sin duda, entre las críticas a la prisión destaca que su aislamiento, conlleva un
estigma y la difícil reintegración social por los prejuicios hacia las personas internas. Fue la
criminología la que empezó a cuestionar la humanización de la pena de prisión por el
deterioro personal y social de quién era aislado y contraía un estigma en un espacio
institucionalizado (Larrauri, 2015). Pero “la institucionalización del poder de castigar”
252

(Foucault, 1975:122) ha tenido una gran aceptación pública por lo que simboliza ese
aislamiento; la edificación de las prisiones en lugares lejanos, deteriorados, insalubres es
una estampa que escruta la separación de la población delincuente, al justificarse desde la
función política la promesa de “seguridad contra el riesgo delincuencial” (Simon, 2011).
Dicho lo cual, coincidimos con Simon en que la idea de separar a la población
delincuente se acrecienta por la peligrosidad sobredimensionada. La edificación de lo que
él llama la cárcel como vertedero, un espacio de “desechos tóxicos humanos 66 [que] se basa
cada vez más en la segregación total de los prisioneros a los que se considera una mayor
amenaza” (2011:215). Ese ángulo puede constatarse con las cárceles de máxima seguridad
en México cuya descripción relacional se limita al “universo binario formado por presos y
cárceles”, bloques de cemento y cámaras, miradas sólo hacia el piso, instrucciones
amenazantes y silencios como describe Calveiro (2010:66). Pero siempre hay una tensión
frente a la idea de incubar en un mismo espacio, a la población que más tarde será liberada
(Simon, 2011:221), lo cual ha supuesto endurecer el sistema de penas, además, de mantener
la imagen de mano dura a partir de no generar condiciones mínimas ni derechos humanos a
la población interna.
En el caso de la población femenil interna, los años de condena no son el único
ingrediente, el castigo se entreteje con el mandato patriarcal de la vida institucional, las
mujeres han tenido que adaptarse a un encierro con códigos, políticas y espacios
inicialmente diseñados desde las propias necesidades de los hombres. Las mujeres también
se mueven entre la idea de obediencia y responsabilidad. Las mujeres no dejan de asumir
responsabilidades y tareas de madres pese a estar en el encierro, situación que no sucede
con los hombres quienes, en su gran mayoría, encuentran en sus parejas quién los visite, les
lleve comida, cuide a su familia, trabaje para ellos e incluso meta droga a la prisión porque
ellos se lo piden a las mujeres. El sistema mantiene la misma lógica patriarcal y de
exclusión que al exterior. En esa lógica entendemos la tesis de Baratta sobre la relación
existente entre la sociedad que excluye y la persona detenida que es la excluida: “antes de
querer modificar a los excluidos es preciso modificar la sociedad excluyente, llegando así a
la raíz del mecanismo de exclusión” (2004:197). La prisión patriarcal no es más que el
reflejo de la sociedad patriarcal.

66
Sassen (2015) refuerza esta idea de Simon con la referencia de la población excedente.
253

El mismo Baratta retoma el planteamiento de Foucault para evocar el


“ensanchamiento del universo carcelario”, es decir, la asistencia anterior y posterior a la
detención que convergen en un instrumento de control y observación (2004:197). Ese
mecanismo de vigilancia en el caso de las mujeres se refuerza por parámetros de
cumplimiento de los roles asignados a la feminidad: madre, hija, esposa o pareja. Es posible
que, sea la matricentricidad, que evoca la responsabilidad del cuidado y sostén de la
familia, lo que limite el involucramiento de las mujeres en conductas posteriores o quizás,
el emblema moral que condiciona ese cambio de comportamiento, como se advierte a
continuación:

“Yo siento que como que aprenden más del error por el hecho de estar aquí, a las mujeres les puede
más estar encerradas, entonces, por esta parte de la familia y la mayoría son madres […] yo creo que
es la familia principalmente, está la parte de los hijos, les pega mucho, la mayoría de las que entran
son madres de familia, entonces, eh… cuando se les hace la entrevista, lo primero que refieren son
los hijos, dicen: “y es que ahora ¿quién va a ver a mis hijos?”, y yo creo que esa parte es lo que evita
que vuelvan a caer […] Hasta cierto punto, es bueno, ¿no? el hecho de que tengan familia y se
preocupen más por eso, porque pues un hombre es así como que “ah los hijos”, “ah pues están con la
mamá”, ¡no importa!, pero ellas más, porque pues ahora ¿quién va a verlos? Creo yo, que eso es una
parte de lo que evita que vuelvan a caer, la familia (Entrevista, autoridad penitenciaria, hombre).

Se trata pues de un patriarcado asentado en la masculinidad neoliberal y


globalizada, ajeno al ámbito doméstico y al cuidado de hijas e hijos, que controla, vigila y
sanciona, como lo ha hecho de tiempo atrás. Que juzga y castiga, como advierten Francés
y Restrepo (2019), pero con nuevas estrategias frente a los derechos que las mujeres han
alcanzado a través de luchas diversas.
El lenguaje del castigo se torna importante en un momento decisivo para un país
que abandera el populismo punitivo67. Ese lenguaje como apunta Pratt (2006) se ha visto
favorecido por su neutralidad, objetividad y supuesta cientificidad, pero en el fondo
también responde al discurso popular del miedo a la criminalidad. Los antecedentes del
castigo parecen desdibujados desde que se inició el proceso humanizador de las prisiones
(espacios que eliminaban los castigos corporales para otorgar derechos). Después de varias
reformas constitucionales en México, desapareció del lenguaje normativo la palabra
castigo, los tratos inhumanos y la pena de muerte. Actualmente, el artículo 18 de la
Constitución mexicana se refiere únicamente a las penas privativas de libertad, pero en el

67
Este término ha cobrado fuerza en Europa para hacer notar que el aumento de las penas corresponde a los
delitos tienen un fin electoral o de justificación frente a la sociedad.
254

trasfondo hay muchos imaginarios sobre la pena que operan desde la corrección, el
disciplinamiento, la cura, condiciones que se han intentado modificar con la reinserción
social para sustituir la caduca idea de la readaptación, es decir, el establecimiento de un
régimen para el cumplimiento de la pena apegado a los derechos. Por lo cual, la reinserción
social es la satisfacción de estándares constitucionales en el cumplimiento de las sanciones
penales (Sarre, 2011:254) como las condiciones mínimas para dignificar el encierro que, en
términos de la propia Ley Nacional de Ejecución Penal implica la “restitución del pleno
ejercicio de las libertades tras el cumplimiento de una sanción o medida ejecutada con
respeto a los derechos humanos” (artículo 4).
Si bien tiempo atrás, diversos autores han discutido la institucionalización del
castigo, para Melossi y Pavarini (2008) este símbolo institucional del “nuevo orden” más
bien representa “la sociedad ideal”, esto por la eliminación física del transgresor a través de
la cárcel que pretende transformar su destructividad para reintegrarlo al tejido social; una
sociedad hegemónica que tiene entre sus parámetros el “deber ser”:

La organización interna de la cárcel, la comunidad “silenciosa” y “laboriosa” que la habita; el tiempo


inexorablemente repartido entre trabajo y oración; el aislamiento absoluto de cada encarcelado-
trabajador; la imposibilidad de cualquier forma de asociación entre los obreros-internados; la
disciplina del trabajo como disciplina “total” resultan los términos paradigmáticos de lo que “debería
ser” la sociedad libre. “El interior” surge como modelo ideal de lo que debería ser “el exterior”. La
cárcel asume por eso la dimensión de proyecto organizativo del universo social subalterno: modelo a
imponer, ensanchar, universalizar (Melossi y Pavarini, 2008:195).

El impacto de las penas como dicen Malloch y McIvor (2013) se refleja en todos los
ámbitos de la vida de las personas internas y, aunque la palabra castigo no figura
formalmente en leyes o reglamentos, está de boca en boca en el internamiento. Las mujeres
cargan con múltiples tareas en función de lo que está permitido o asignado, adentro, el
castigo está en el pensamiento (“no hay que permitir que estén de ociosas”), la voluntad, las
disposiciones, el alma más que el cuerpo (Foucault, 2002). La idea del castigo patriarcal no
se remite a un castigo corporal -aunque por supuesto deja sus heridas-, se encarna en la
rutina, en las prohibiciones, en el abandono, en las horas, minutos y segundos del día en
que hay que mantener a las mujeres ocupadas y arrepentidas, encargándose de su dolor. El
sistema se engrana para que las mujeres esperen -sin estar-, mientras son vigiladas:

Con las mujeres fíjese que es un poco diferente la situación en cuanto a la participación con nosotros
por el mismo espacio, al ser pequeño (haga de cuenta que es más o menos este espacio en donde
255

están ellas). Entonces si yo llevo una actividad, es fácil de que se integre la mayoría, o sea pueden
estar tejiendo y viendo la película. […] (Entrevista, autoridad penitenciaria, hombre).
Imagínese, todo ese dolor, el dolor de la sentencia, y luego el dolor del accidente de un hijo, se unió.
Y le digo: sabes qué, te vamos a dejar que llores lo que quieras, me voy a ver muy fríamente, pero es
la realidad. Yo no te voy a decir: oye, lo siento, o esto, porque no lo siento, porque no sé qué es lo
que tú sientes ahorita, pero sí te voy a dar la oportunidad que estés en un lugar, tú solita, te
desahogues, voy a estar vigilándote, porque no vayas a cometer errores, ¿por qué? Porque hay
muchas personas que cuando las sentencian se derrumban, y ya nada más están… dos o tres días te
descuidas y ya se hicieron daño. Intentan suicidarse. ¿Por qué? Porque dices ¡38 años!, no, no voy a
soportar, mejor me mato, no tengo familia, no tengo a nadie, ¿qué voy a hacer aquí encerrada?, se
acaba su mundo (Entrevista, autoridad penitenciaria, hombre).

De un Estado patriarcal desbordado a un Estado patriarcal eufemístico:


reconfiguraciones y retos

En este apartado se revisan dos aspectos trascendentes en las nuevas miradas y regulaciones
estatales del sistema de ejecución penal. El primer aspecto indiscutiblemente es el contexto
en el que se generan dichas formulaciones y el momento histórico en el que se promueven
estas reformas. A su vez, se revisan las propuestas, discursos y expectativas que derivan de
planes nacionales, reformas legislativas y estrategias actuales sobre el sistema de ejecución
penal en la línea de las nuevas institucionalidades que, en su momento enmarcamos en
medio de la crisis institucional de las prisiones desde la perspectiva de la criminología
feminista.

Recuperación y dignificación de las cárceles: ¿discursos renovados frente a viejas


prácticas?
Hemos hecho notar que, en los últimos años, la inseguridad y la delincuencia han sido
consideradas como los problemas de mayor preocupación social a nivel nacional. Prueba de
ello son el Latinobarómetro 2019 y la ENVIPE 2019, así como sus ediciones anteriores. En
contraste, el registro oficial de delitos da cuenta de un incremento en diversas conductas.
Entra estas, el homicidio doloso cuya tasa por cada 100,000 habitantes aumentó de 13.32 en
2015 a 21.15 en 2018 (Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública,
2018), poniendo en duda las políticas introducidas como la eficacia del propio sistema de
justicia penal.
Pese a varios intentos en décadas pasadas de reducir la población privada de la
libertad, en México, los resultados han sido poco efectivos, más bien con efectos inversos si
256

tomamos en cuenta que por lo menos del año 2000 a 2016, el aumento de la población
privada de la libertad fue de 40% (World Prison Brief, 2019). Ese aumento está ligado a
otros problemas como la corrupción, el hacinamiento, la crisis de gobernanza, la
insuficiencia de recursos, por señalar algunos (Palacios, 2014).
Frente al reconocimiento de esa crisis estatal, se ha promovido la protección de los
derechos humanos como base para la reinserción social a través de la reforma al artículo 18
de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos de 2011 y la emisión de la
Ley Nacional de Ejecución Penal en junio de 2016, la cual representó la posibilidad de
“pasar del tratamiento correctivo al tratamiento o trato digno” para favorecer la reinserción
social (Sarre, 2011:254).
Sin embargo, sólo hay que observar el Diagnóstico Nacional de Supervisión
Penitenciaria (CNDH, 2018) que da cuenta de las irregularidades de los Centros de
Reinserción Social, en el que por ejemplo de 139 centros estatales, el 84% presenta
insuficiencia de personal de seguridad y custodia, el 76% deficiente separación entre
procesados y sentenciados, el 70% insuficiencia o inexistencia de actividades laborales y de
capacitación, el 48% falta de prevención y atención de incidentes violentos.
Los estándares establecidos en torno a la regulación de las prisiones para
“sociedades civilizadas”, como la cientificidad y humanización de los sistemas
penitenciarios (Pratt, 2006), no cubrieron esas expectativas en México, principalmente en
ámbitos tan importantes como el de gobierno y custodia penitenciaria (monitoreo,
vigilancia y mantenimiento del orden y disciplina de las personas privadas de la libertad),
que ha acarreado como resultado el autogobierno, el cogobierno68 y la violencia.
El Plan Nacional de paz y seguridad 2018-2024 que prioriza la “recuperación y
dignificación de las cárceles” presenta elementos discursivos como los que destacamos a
continuación: incremento de sanciones y nuevas cárceles a la par de diseños de escuelas y
hospitales; la reinserción social frente a las conductas antisociales vistas como producto de
las circunstancias; problemáticas al interior de los centros como corrupción y explotación
sexual.

68
Es importante clarificar que el autogobierno se refiere al control del centro penitenciaria por parte de
internos/as u organizaciones criminales, a diferencia del cogobierno, cogestión en la que se comparte el poder
o control de los centros por parte de las organizaciones criminales (Comisión Nacional de Derechos
Humanos, Recomendación General No. 30/2017).
257

En medio de esas propuestas que parecen más acordes al enfoque de derechos


humanos, no puede obviarse la apuesta por la securitización en medio de la crisis carcelaria
que se agudiza. Por un lado, las respuestas oficiales se han focalizado en la prisión
preventiva69 y la privatización de las prisiones. El encarcelamiento y la restricción de la
libertad se convierten en la regla para nuevas conductas; pese a existir otras medidas
cautelares se llegó a justificar el encierro por la “mayor seguridad de las víctimas”.70
Esto hace suponer que la ampliación de los delitos en la prisión preventiva oficiosa,
la elevación de algunas penas en los tipos penales o las sentencias largas influirán
significativamente en la disminución de la delincuencia como una consideración a las
preocupaciones y demandas sociales que perciben y resienten la inseguridad. Estas
condiciones son traducidas y justificadas por los responsables de diseñar las políticas de
seguridad para demostrar una relación directa con el valor del castigo: “las víctimas de
delitos son permanentemente utilizadas y doblemente victimizadas en la creación de
políticas criminales más punitivas” (francés y Restrepo, 2019:86). Un claro ejemplo es el
feminicidio cuya sanción inicial se estableció de 30 a 50 años de prisión en 2012,
modificándose en 2015 de 40 a 60 años en el estado de Puebla, como respuesta a su
incremento en la incidencia delictiva. En 2019 este delito fue integrado al catálogo de
delitos que ameritan prisión preventiva oficiosa. En perspectiva, dichas modificaciones
meramente normativas, no han respondido al objetivo de disminuir el problema pues en los
últimos años, el delito de feminicidio en Puebla, ha oscilado entre los cinco primeros
lugares a nivel nacional.

Nuevos escenarios para no decrecer el poder patriarcal: privatización, militarización y


amnistía
El “proceso civilizatorio” en el marco del sistema penitenciario al menos en Europa, tuvo
como parteaguas la eliminación del lenguaje del castigo y el castigo corporal para optar por
medidas alternativas a la prisión y así aliviar el aumento de la población privada de la
libertad, porque eso implicaría colocarse en niveles bajos de encarcelamiento acordes con
69
El más claro ejemplo es la reciente reforma al artículo 19 de la Constitución Política Mexicana en la que se
modificaron y adhirieron algunos delitos que ordenan la prisión preventiva oficiosa
70
Simons critica la figura de las víctimas en el sistema, al considerarla como la última en la fila de sujetos
idealizados en la ley, es decir, el encubrimiento de un sujeto político, condición que refleja por qué en nombre
de las víctimas se despliegan leyes o instituciones.
258

los “estándares del mundo civilizado” (Pratt, 2006: 223). Pero la tendencia a privatizar la
construcción de prisiones o algunos servicios parece contraponerse a esa expectativa. Su
justificación está en la mejora de las condiciones y los modelos arquitectónicos,
expandiéndose hacia México y otros países de América Latina, aunque en el trasfondo se
han identificado fines de lucro y mercantilización debido a la mano de obra barata para
potenciar el negocio de empresas privadas (Sassen, 2015).
La criminalización que principalmente había favorecido el esquema de privatización
mediante poblaciones excedentes marginadas, tales como personas en condición de pobreza
o jóvenes, encuentra en las mujeres a otra población que a través de sus necesidades y
dedicación, aportan y obedecen; a las mujeres les toca expiar por lo que han hecho sin
importar que sea a través de abusos o explotación, asumidos y legitimados desde el
esquema público. La siguiente referencia de una autoridad muestra una dinámica laboral a
través de la cual se pretenden lucrar y expandir ganancias, a costa de la pasividad
gubernamental desde una prisión pública, pero ¿qué sucedería en el esquema privado con la
reinserción social donde el control total está en manos de cálculos y beneficios
empresariales?:

Desafortunadamente hay muchas empresas que aprovechan la situación del encierro de las mujeres y
procuran no pagarles lo adecuado, y nosotros como institución, decimos… a ver no espera, una cosa
es que estén recluidas, pero tampoco abuses de esa parte. Si fuera un obrero, ganaría 800 o 1000
semanales, pero muchas empresas quieren pagar menos de la mitad, y eso obviamente ni a ellas les
conviene y nosotros no permitiríamos eso tampoco. Desgraciadamente suena a explotación laboral,
oye, tú quieres una cantidad que te genere trabajo a una paga relativamente muy baja, muy baja
(Entrevista, autoridad penitenciaria, hombre).

Al respecto, Sassen alude a las dinámicas de expulsión en tres campos: encarcelamientos


masivos, refugiados almacenados y desplazados forzosos. Esto para cuestionar cómo la
versión actual de la población excedente forma parte del encarcelamiento masivo y se trata
de “personas que no tienen trabajo y que en nuestra época no pueden encontrar trabajo”
(Sassen, 2015:78). A saber, el sistema punitivo diseñado y aplicado a partir del poder
patriarcal, obliga a no perder de vista la falta de perspectiva de género en la interrelación
entre capitalismo, castigo y prisión (francés y Restrepo, 2019).
En el mismo sentido de crisis securitaria y violencia en las prisiones es que se
propone la militarización. En voz del poder estatal, la presencia militar podría controlar lo
259

que guardias y custodios ya no pueden hacer,71 condición que para las mujeres podría
representar un riesgo diferenciado por los casos previos de violencia sexual cometida por
militares,72 sin dejar de mirar ese otro rostro del poder patriarcal en la violencia y
corrupción que se genera al interior de las prisiones, de las que, mayoritariamente las
mujeres son víctimas (violencia sexual, prostitución forzada, cambio de “favores sexuales”
para otorgar derechos).
Por otro lado, la figura de Amnistía, difundida desde los foros de pacificación y en
el ya referido Plan Nacional de Paz y Seguridad 2018-2024, finalmente se concretó en la
Ley de Amnistía aprobada el 20 de abril del presente año, en medio de la complejidad que
representa la pandemia por coronavirus para la población privada de la libertad. En diversos
Estados se han tomado medidas urgentes para despresurizar las prisiones, en el caso de
México esta Ley de Amnistía y el indulto han sido una opción para evitar la propagación de
posibles contagios en aquellos centros con mayor población. Si bien, inicialmente esta
propuesta “busca[ba] subsanar la injusticia que provoca la pobreza, la marginación, la
exclusión social, provocando que mujeres, jóvenes e indígenas estén en prisión por delitos
menores, ya sea de ámbito federal o local” (Secretaría de Gobernación, 2019:9), hoy nos
encontramos en un momento diferente. Desafortunadamente al tratarse de una ley de fuero
federal, aún son varias las fases que deberán agotarse frente a un contexto extraordinario y
de urgencia.
Es preciso señalar que los delitos considerados para obtener este beneficio son:
aborto, delitos contra la salud, personas pertenecientes a pueblos y comunidades indígenas
que no hayan tenido una defensa adecuada en su lengua o intérprete, robo simple y sin
violencia, sedición, con sus respectivas acotaciones, hipótesis y limitaciones de
temporalidad, sin uso de violencia o armas. Los delitos excluidos de este beneficio son:
delitos contra la vida y la integridad corporal, secuestro, que hayan utilizado armas de

71
Véase ampliamente “Barbosa quiere militares al frente de los penales de Puebla”,
https://politica.expansion.mx/estados/2019/08/28/barbosa-quiere-militares-al-frente-de-los-penales-de-puebla
y, Barbosa militarizará penales y propone construcción de cárceles por empresarios
https://mtpnoticias.com/destacadas/barbosa-militarizara-penales-y-propone-construccion-de-carceles-por-
empresarios/
72
Véase el caso Rosendo Cantú y otra Vs. México resuelto por la Corte Interamericana de Derechos
Humanos Excepción, fondo, reparaciones y costas. Sentencia de 31 de agosto de 2010, disponible en:
https://www.corteidh.or.cr/CF/jurisprudencia2/ficha_tecnica.cfm?nId_Ficha=339
260

fuego, los considerados en el 19 constitucional y los delitos graves del orden federal
(Secretaría de Gobernación, 2019).
La Ley ha tenido múltiples lecturas debido a que, por un lado, puede enmarcarse en
un oportunismo y clientelismo penal pues no subsana de fondo las injusticias cometidas que
se vinculan a las condiciones de pobreza y marginación de quienes están presas, porque en
términos numéricos, se abarcaría una población poco representativa del total o en su caso,
no debate profundamente las condiciones de vulnerabilidad de las mujeres. Así mismo, no
ha considerado figuras ya existentes como los “criterios de oportunidad” y los “mecanismos
de liberación anticipada” que ya están regulados incluso en las entidades de la República
Mexicana, a diferencia de las aspiraciones de esta Ley, toda vez que en las entidades y por
los delitos del fuero común, deberán promoverse leyes, políticas, mecanismos y comisiones
conforme a los propios criterios de los Congresos locales (Medina y Greaves, 2019). Otra
de las lecturas es la social pues algunos sectores han antepuesto la peligrosidad de quienes
pueden obtener este beneficio y su reincidencia. La Barra Mexicana, Colegio de Abogados
emitió un pronunciamiento para expresar su inconformidad frente a la expedición de la Ley
de Amnistía por considerar que “las víctimas NO encontrarán garantizada de forma plena
su seguridad ni su tranquilidad”, es decir, las personas perjudicadas por la comisión de un
delito frente a este beneficio “no encontrarán de ninguna manera ni justicia ni mucho
menos una reparación integral del daño que se les haya causado”.73
Esta medida parece obviar algunas prácticas discrecionales que previamente estaban
en manos de los gobernadores en los estados del país. Al menos en el estado de Puebla,
algunas mujeres fueron preliberadas en fechas clave como el día 10 de mayo o en época
navideña, justo con el propósito de enmarcar que las mujeres que habían tenido buena
conducta regresarían con sus familias y eran un ejemplo de lo que generaba el sistema. En
esos casos, en los requisitos formales destacaba el cumplimiento de un tiempo de
internamiento, pero era importante la percepción que las autoridades tenían sobre la
conducta de las propias mujeres.74

73
Véase Pronunciamiento en: https://siete24.mx/mexico/barra-mexicana-de-abogados-se-pronuncia-contra-
liberacion-de-delincuentes-que-propone-morena/
74
En una nota que analizamos en otra investigación, dicho registro histórico ilustra cómo el gobernador del
estado de Puebla, a través de su discurso recomienda a 55 internos y 7 mujeres que habían alcanzado la
libertad, el no desaprovechar la segunda oportunidad que da Dios y la vida y a tener un reencuentro con la
sociedad y con sus familias (Cariño y Jiménez, 2013).
261

Dichos precedentes con visos paternalistas, refuerzan el orden patriarcal; son los
hombres quienes influyen en el encierro, pero también son los hombres los que liberan a las
mujeres condicionando el arrepentimiento y la buena conducta. En esa línea hay un potente
imaginario sobre la no reincidencia de las mujeres por un deber de respeto y cuidado a su
familia. Esa mirada es coincidente en las autoridades penitenciarias quienes advierten que,
las mujeres entregan todo y son capaces de soportar la institución de encierro y una vez que
ya la han experimentado, no volverían a regresar por respeto a su familia.
Este tipo de mecanismos colocan una vez más en la mira el mensaje que quiere
enviarse a quienes pretendan delinquir, sobre todo si consideramos que la reintegración
confronta prejuicios sociales serios para las personas que se incorporan a su propia familia,
comunidad o buscan un empleo (Larrauri, 2015). Por lo que, frente a esta política, aún toca
cuestionar ¿cuál será el destino real de estas mujeres desde la reinserción social y el
enfoque de reintegración comunitaria?, ¿qué tipo de programas formales tendrán para
reintegrarse a sus ámbitos familiar, social, laboral y comunitario frente a un contexto de
pandemia y crisis económica?, ¿cómo se están protegiendo los derechos de quienes sean
liberadas frente al escarnio público?, ¿cómo intervendrán las autoridades responsables
desde la Coordinación interinstitucional que plantea la Ley Nacional de Ejecución Penal?
Hasta ahora, se han abordado muy poco los procesos de acompañamiento integral desde el
esquema de la Amnistía.

Reflexiones finales

Frente a la urgencia de transitar de un sistema de readaptación a un sistema de reinserción


social queda claro que las prisiones siguen funcionando como un mecanismo que se
legitima en los discursos y las estructuras normativas para satisfacer la expectativa de la
mano dura y la disminución de la violencia y la delincuencia. Sin embargo, no
necesariamente responde a la multifactorialidad de éstas, pues a la inclusión de principios
teóricos y retóricos considerados en la Ley Nacional de Ejecución Penal, se contraponen
acciones y omisiones documentadas por diversos organismos protectores de derechos
humanos y organizaciones de la sociedad civil (García y Martínez, 2014) que, frente a la
pandemia han sido más evidentes.
262

Como hemos observado, las teorías feministas en la criminología no sólo renovaron


esta ciencia, sino que desmantelaron y desplazaron conceptos subyacentes al sexismo, la
desigualdad, discriminación y subordinación asentadas y legitimadas institucionalmente;
pusieron en el centro una crítica importante al enraizamiento de la cultura patriarcal que se
introdujo en la norma e instituciones de forma conveniente a través de estereotipos y juicios
morales centrados en las conductas de las mujeres explicadas por los hombres. El origen de
los primeros reformatorios confirma que en un inicio se trataba de mujeres pobres,
“irrespetuosas” o “desviadas” quienes necesitaban ser moldeadas, pero ante el recordatorio
de la maldad natural de la mujer, el castigo resultó ser el antídoto de la desobediencia al
sistema patriarcal, representada por maridos, padres, hermanos, legisladores, policías,
jueces, custodios, entre otros (Moore y Scraton, 2014).
El control formal desde una lectura de género, pone al descubierto que más allá de
los mecanismos de selectividad punitiva, las instituciones referidas son espacios regulados
para amenazar y reprimir desde los roles sexuados. Es decir, aunque subsisten como entes
de control para cualquier persona, en el caso de las mujeres actúan bajo etiquetas
específicas desde la misoginia. Las mujeres deben entender y actuar desde los roles pasivos
previstos en la norma para excluir el comportamiento desviado (Smart, 2019:57), de lo
contrario, el costo del encierro es muy alto, no sólo para ellas sino para quienes las rodean.
Se trata entonces de un castigo extendido.
En diversos medios de comunicación se ha evidenciado la sobrerrepresentación y
aumento exponencial de las mujeres en prisión, pero se ha discutido poco la criminalización
y la forma en cómo estas mujeres son controladas en sus múltiples condiciones de vida al
experimentar el encierro (Kleinig,1998). La tensión se presenta cuando se mira el aumento
de las mujeres en prisión como una falla del sistema patriarcal, porque se mantiene la idea
de que finalmente, son las mujeres que bajo el yugo de la responsabilidad moral y social
desafían y hacen quedar mal a todo un sistema. Por ello, se sigue promoviendo la idea de
que las mujeres que cumplen una condena, deben adaptarse a la institución que bajo sus
propias condiciones (ausencia de condiciones, violaciones constantes a los derechos
humanos y prácticas violentas) les da otra oportunidad; la prisión androcéntrica es la última
instancia que se tiene para mantener a flote el poder patriarcal. Las otras alternativas a la
desobediencia son los recordatorios de los riesgos que las mujeres “aceptan” frente a la
263

igualdad y la libertad; en esos hitos se inscribe la eficacia simbólica para mantener el


supuesto orden natural, a través de los guardianes del patriarcado que desde el ejercicio del
poder y la violencia, cometen conductas como violaciones, acoso, hostigamiento,
explotación sexual y feminicidios en total impunidad.

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270

La construcción selectiva de la subjetividad. El debate sobre la


despenalización del aborto
Natalia Escalante Conde

Introducción

En México la discusión en torno a la despenalización del aborto oscila entre la validación


de la libre interrupción del embarazo dentro de las primeras doce semanas de gestación y la
protección de la vida desde el momento de la concepción. Este trabajo es un intento por
llevar el debate más allá de una perspectiva polarizante. El sustento legal de dichos
posicionamientos en disputa puede resumirse así: en el primer caso, la relación social que
está siendo regulada es la práctica clandestina del aborto como problema de salud pública -
tercera causa de muerte materna-; en el segundo, se advierte la protección de la vida
humana independiente del proceso biológico en que se encuentre (Cossío y otros, 2012). En
271

este mismo sentido, la discusión sobre la naturaleza jurídica del nasciturus75 ha oscilado
entre su tratamiento como persona desde el momento de la concepción –aparejado de todos
los efectos legales: el reconocimiento de la vida humana como fundamento de todos los
derechos- y el tratamiento en el que aquél sólo es un bien jurídico protegido a partir del
momento del nacimiento (Cossío y otros, 2012). Estas posturas ponen en relieve las
tensiones subyacentes al otorgarle personalidad jurídica al embrión, es decir: los derechos
de éste como una persona independiente de la madre se ven confrontados con los derechos
de ésta76.
Si bien el debate en torno a la interrupción del embarazo se ha ido desplazando del
“choque de absolutos” –entre el derecho a la vida del feto y la libertad de la mujer para
decidir- a una discusión que contempla varios “derechos en colisión” –autonomía, igualdad,
salud y dignidad- (Cossío y otros, 2012: 27); lo cierto es que se ha dejado de lado uno de
los aspectos más relevantes sobre esta discusión: el de la subjetividad de la mujer y la del
feto, o dicho de otro modo, ¿bajo qué condiciones emerge el sujeto mujer y el feto en el
marco del debate de la despenalización del aborto?
Es en este sentido que el presente trabajo se propone ir más allá de la confrontación
de esta “guerra de absolutos” (Tribe, 2012) –feto vs. mujer- para llevar el debate de la
despenalización del aborto a un campo de discusión que parta del análisis de la subjetividad
humana a través de dos vías: la construcción jurídica de la criminalización del aborto –la
emergencia del sujeto ¿femenino?- y el análisis de la corporeidad materializada de la mujer
y del feto a partir de los factores desincriminantes y atenuantes del aborto –aborto
eugenésico, terapéutico y Honoris causa-.
Al hablar de subjetividad se está aludiendo a uno de los argumentos centrales de
Judith Butler (2001: 22) en torno a que el sujeto se forma en la sujeción: “ningún individuo
deviene sujeto sin antes padecer sujeción o experimentar subjetivación […] el
sometimiento es al mismo tiempo un poder asumido por el sujeto, y esa asunción

75
Término latino que significa “el que nacerá” y sirve para referirse a la persona por nacer que, si bien no es
titular de derechos y obligaciones, sino sólo a partir del nacimiento, éste es considerado como nacido para
todos los efectos que le sean favorables, siempre y cuando cumpla con los requisitos legales exigidos para el
nacimiento de las personas . Enciclopedia Jurídica (2020) recuperado de http://www.enciclopedia-
juridica.com/d/nasciturus/nasciturus.htm.
76
Este antagonismo –entre los derechos del feto y los de la mujer- no habría aflorado sin el desarrollo de la
ciencia médica –tecnologías de observación fetal- que permitió “ver” en la figura del feto un sujeto de
derecho (Boltanski, 2015).
272

constituye el instrumento de su devenir”. Y desde esta perspectiva, Butler plantea en


“Deshacer el género” (2006) y en “Marcos de guerra. Las vidas lloradas” (2010) en torno a
¿qué es lo que entra en la categoría de lo humano?, ¿qué es la vida?, ¿cuáles son las vidas
susceptibles de ser lloradas? Estas interrogantes le sirven de punta de lanza para cuestionar
la construcción de la categoría “género” basada en el sistema binario que relaciona, por
oposición, lo masculino con lo femenino; advierte que dicha categoría trata de una “manera
de ser desposeído”, un deshacerse frente al otro que tiene lugar en el ámbito del
embodiment77 y de lo inacabado. Esto es, el sujeto como resultado de encarnar, de
reproducir y de reiterar una determinada forma de “ser” mujer/ hombre que les es ajena e
impuesta como algo externo, pero necesaria para el reconocimiento de su existencia social.
Esta reflexión puede dar luz sobre la constitución de la mujer como sujeto producto de su
subordinación al poder.
El cuerpo es carne, es equilibrio de funciones vitales, es homeostasis, es vida
expuesta, pero también es muerte, es finitud, cese de impulsos eléctricos y vitales. ¿Qué nos
dice el cuerpo? ¿Cómo es interpretado el cuerpo? ¿Cómo inscribir un mensaje a través del
cuerpo y su muerte? La tarea de interpretar –o mal interpretar- el cuerpo no es una mera
actividad intelectual simple y llana de ida y vuelta, de eso nos advierte Gayatri Spivak 78
(2003) en su artículo “¿Puede hablar el subalterno?”. La voz del subalterno implica el
reconocimiento de que lo que se quiere decir debe ser sancionado institucionalmente o,
dicho de otro modo: “la cuestión es que, si no había una base institucional válida para la
resistencia, ésta no podía ser reconocida” (Spivak citada en Asensi, 2009: 30).
En este artículo se aborda el caso de las mujeres que fueron objeto de persecución
en Guanajuato en 2010 por haber abortado y, no sólo eso, sino que fueron acusadas de
“homicidio en razón de parentesco” sustentando los cargos con la prueba inducida –por
parte del ministerio público- de haber escuchado “el llanto del producto”. Estas mujeres
fueron liberadas después de ocho años de prisión con el argumento de sufrir una

77
Esta noción alude al cuerpo como el lugar en que “el género y la sexualidad se exponen a otros, que son
inscritos por las normas culturales y aprehendidos en sus significados sociales” (Butler, 2006: 39).
78
La autora retoma el ejemplo del suicidio de su tía materna Bhubaneswari Baduri, quien se quita la vida
durante su menstruación para evitar que su suicidio fuera leído como un acto desesperado frente a un
embarazo deshonroso y, así, pudiera ser vinculado a su activismo político como miembro de un grupo de
liberación nacional. Sin embargo, a pesar de todo, el mensaje del suicidio fue desvirtuado: la interpretación de
autoridades policiales y de familiares redundaban en que se trataba de un acto cometido como consecuencia
de un amor ilícito o deshonroso. El mensaje nunca llegó o no pudo ser leído.
273

incapacidad psicosocial. Esta situación sirve de ejemplo para ilustrar cómo, en la muerte
inscrita como mensaje en un cuerpo, en este caso en la del feto, se configura una cierta
interpretación del hecho que, junto con el llanto del producto como prueba de que nacieron
vivos para luego dejarlos morir, desembocan en una lectura perversa del acto: no se trató de
un aborto espontáneo –versión que sostenían las mujeres- sino de un homicidio con el
agravante del vínculo del parentesco. Es decir, estas mujeres fueron presas no únicamente
por haber abortado, sino por ser más que infanticidas, por ser filicidas. Por haber puesto en
entredicho la “reproducción de una cultura”, la “reproducción final de un sistema de
parentesco”, como menciona Butler en el epígrafe que abre este artículo.
Siguiendo este orden de ideas, partimos de dos presupuestos en torno al derecho: el
derecho como la invención de una determinada forma de saber – la indagación- (Foucault,
2013) y como un mecanismo de sexuación que produce cuerpos generizados (Butler, 2006).
Estos supuestos reparan en las denominadas “formas racionales” de la prueba y la
demostración -esto es, cómo se produce la verdad, en qué condiciones ésta es producida y
qué reglas han de aplicarse para su producción- pueden revelar cómo el proceso de
criminalización del aborto –que va del acto desviado al delito- y el proceso de
incriminación –cómo se construye la prueba y su demostración- se relacionan con la
producción de cuerpos generizados. Ambos supuestos ponen de relieve la normalización de
la que son objeto las mujeres que abortan vía la sanción penal y el encarcelamiento.
En la primera parte de este trabajo se abordan los mecanismos de incriminación y de
criminalización del aborto inducido en México, esto es, se trata de ahondar en la
construcción de todo un andamiaje jurídico junto con la emergencia de un sujeto
¿femenino? en el marco de la subordinación al poder y a la norma, que permita dar cuenta
de cómo se entrecruzan los discursos médicos y jurídicos como si se tratara de una decisión
en torno a la soberanía79. Se recurre al análisis del caso de las siete mujeres guanajuatenses
como un caso paradigmático, en tanto pone en escena toda la parafernalia de la que se
puede echar mano en el momento de incriminar, de elaborar la prueba y de criminalizar a

79
El planteamiento de Agamben (2003) -al colocar la biopolítica en el corazón de la teoría de la soberanía-
permite dar cuenta de cómo el poder de decidir –el crear una situación normal y garantizarla- recae en el
Soberano: el Estado, el médico, la Iglesia Católica. Lo central, será entonces, señalar quién –en tanto
soberano- decide sobre el valor de la vida como tal y, por ende, sobre el momento en que la vida es
reconocida o deja de ser políticamente relevante y las implicaciones que esto tiene en torno a la
despenalización del aborto en los códigos penales de las entidades federativas.
274

estas mujeres. Para dar seguimiento a este se caso, se examinaron notas periodísticas, así
como material videográfico que da cuenta de viva voz la experiencia de estas mujeres ante
la justicia y las autoridades sanitarias.
En la segunda parte de este trabajo se aborda la tensión existente entre el aborto
terapéutico y el aborto eugenésico anclados en la noción de “viabilidad” como norma de
reconocimiento (Butler, 2010). Dichas tensiones resultan esclarecedoras en torno a qué vida
está siendo reconocida como vida digna de ser llorada, qué cuerpos son materializados:
entre la simbiosis y el parasitismo como metáforas de la relación materno-fetal. Es
pertinente precisar que estos tipos de aborto se encuentran contenidos en los códigos
penales de las entidades federativas como factores desincriminantes, entendiendo por éstos
aquellas causales previstas en la legislación mexicana por las que no es punible el aborto:
cuando el embarazo es producto de una violación; en los casos de aborto terapéutico,
practicado en situaciones en las que de continuar con el proceso gestacional la vida de la
mujer correría riesgos; cuando el aborto es resultado de una conducta culposa o
imprudencial de la mujer; cuando el aborto es inducido por motivos socioeconómicos; en
los casos del aborto eugenésico, llevado a cabo cuando el feto presenta graves alteraciones
físicas que comprometen su supervivencia; y finalmente cuando se trata de un embarazo a
consecuencia de una inseminación artificial no consentida. Cabe aclarar que si bien estos
supuestos son generales, ello no implica que sean compartidos por los 32 códigos penales
de las entidades federativas. Poner atención en tales factores desincriminates y atenuantes,
permite dar cuenta de cómo la nuda vida entre en la arena de las decisiones soberanas80.

Sometimiento al poder y a la norma: el surgimiento del sujeto ¿femenino?

80
En la filosofía política, la figura del Soberano remite al cuerpo moral y colectivo que surge a raíz de la
asociación o pacto social –individuos libres que se asocian en aras de asegurar la protección a su persona y a
sus bienes. Esta figura pública –la del cuerpo moral y colectivo- recibe el nombre de cuerpo político, que sus
miembros denominan Estado –cuando es pasivo- y soberano –cuando es activo- (Rousseau, 2000). La
paradoja de la soberanía, siguiendo a Schmitt, está dada porque el soberano se encuentra tanto fuera como
dentro del ordenamiento jurídico, esto es: el Soberano es reconocido por el ordenamiento jurídico para
proclamar el Estado de excepción y, a su vez, suspender la validez del orden jurídico (Schmitt citado en
Agamben, 2003).
Retomo el concepto de soberanía de Giorgio Agamben (2003) que parte de la nuda vida, la vida expuesta a un
poder que amenaza con la muerte y que es absoluto -éste no es el resultado de la aplicación de un castigo o
sanción de una culpa- y que recae sobre todo ciudadano varón libre en el momento de su nacimiento.
275

Como se mencionó en el apartado anterior, es preciso dar cuenta de cómo el sujeto se forma
en la sujeción y cómo se da el apego a este sometimiento. Es en este sentido, que Judith
Butler (2001) tiende un puente entre la noción foucaultiana de “sujeción” –proceso de
devenir subordinado al poder y, así, devenir en sujeto- con la noción del desarrollo psíquico
del “vínculo apasionado”. Este último promete la continuación de la existencia, explotando
el deseo de supervivencia, dando así luz sobre la forma psíquica que adopta el poder y que
justifica el apego al sometimiento. Lo que se pretende establecer al tomar en cuenta este
planteamiento, es que podría hablarse de un sujeto feminizado que emerge en su vínculo de
dependencia con la norma que vehicula el deseo. Si partimos de la norma social como ideal
regulatorio, en este caso el de la heteronormatividad y la concomitante función ineludible
de la maternidad –en su funcionamiento psíquico que restringe y produce el deseo- que
incide tanto en la formación del sujeto como en la circunscripción del ámbito de la
socialidad (Butler, 2001), esto hace factible que emerja el sujeto femenino criminalizado,
vilipendiado y patologizado en tanto se opone a este ideal regulatorio. Y lo que es peor,
como ocurrió con las mujeres guanajuatenses, que se someta a un discurso jurídico que la
patologiza para acceder a su liberación de la prisión, no es más que la subordinación
fundacional al poder.

La emergencia del sujeto en el marco de la subordinación en su vínculo con la norma


Para dar cuenta de este mecanismo de sujeción, debe citarse lo que Butler entiende por
sometimiento, que “consiste precisamente en esa dependencia fundamental ante un discurso
que no hemos elegido pero que, paradójicamente, inicia y sustenta nuestra potencia”
(Butler, 2001: 12); y por sujeción, que refiere “el proceso de devenir sujeto, ya sea a través
de la interpelación, en el sentido de Althusser, o a través de la productividad discursiva, en
el sentido de Foucault, el sujeto se inicia mediante una sumisión primaria al poder” (Butler,
2001: 12)).

La sujeción no es sólo una subordinación, sino también un afianzamiento y un mantenimiento, una


instalación del sujeto, una subjetivación […] no existe ningún cuerpo fuera del poder, puesto que la
materialidad del cuerpo –de hecho la materialidad misma- es producida por y en relación directa con
la investidura del poder (Butler, 2001: 103).
276

Decimos que la categoría de sujeto es constitutiva de toda ideología, pero agregamos enseguida que
la categoría de sujeto es constitutiva de toda ideología sólo en tanto toda ideología tiene por función
(función que la define) la constitución de los individuos concretos en sujetos […] o transforma a los
individuos en sujetos por medio de esta operación muy precisa que llamamos interpelación
(Althusser, 2003: 52-56).

[…] Pero este sometimiento [del cuerpo] no se obtiene por los únicos instrumentos ya sean de la
violencia, ya de la ideología; puede ser calculado […] sin hacer uso ni de las armas ni del terror. Es
decir que puede existir un “saber” del cuerpo […] y un dominio de sus fuerzas que es más que la
capacidad de vencerlas: este saber y este dominio constituyen lo que podría llamarse la tecnología
política del cuerpo (Foucault, 1976: 32-33).

Las siete mujeres guanajuatenses, emergieron como sujeto en su calidad de


homicidas con la agravante del vínculo consanguíneo. Esta primera sumisión al poder se da
en el reconocimiento, primero, en su calidad de filicidas, para legitimar la intervención y
posterior suspensión de sus derechos civiles y políticos por parte del discurso jurídico-
penal. En segundo lugar, su estatus de sujeto es reconfigurado por el discurso jurídico que
las patologiza mediante la reforma del artículo 156 del Código Penal de Guanajuato 81. De
esta manera, no sólo el sujeto mujer que se rehúsa ante la posibilidad de ser madre es
patologizado como resultado de una afectación psicológica –cómo entender, si no, la
negación de la maternidad en mujeres en edad reproductiva-, sino también, su propia
condición social de pobreza es sinónimo de anomia, enfermedad, falta de raciocinio y
germen de un sinfín de prácticas que atentan contra el cuerpo social. Esto evidencia que la
formación del sujeto –proceso de subjetivación- es inherente a la relación de dependencia
de ese mismo discurso jurídico que sustenta su potencia.
En este sentido, se entiende la emergencia del sujeto feminizado en el contexto de
esta situación de dependencia primaria, que deviene en la regulación política de los sujetos
al tiempo que es el instrumento de su sometimiento (Butler, 2001). Así, puede
comprenderse cómo el Estado explota esta relación de dependencia –el deseo de ser, de ser
reconocidas por el Estado, de ser sancionadas institucionalmente-, al mismo tiempo que
legitima la subordinación de las mujeres a través del discurso patologizador, pues es

81
En el que se reduce la pena máxima de 35 años a ocho años, a las madres que priven de la vida en las
primeras 24 horas de vida a su descendencia, añadiendo el atenuante de las “motivaciones psicosociales”.
277

siempre con respecto a este discurso que les es conferido el reconocimiento/no


reconocimiento de la ciudadanía: su definición como criminales, los atenuantes del delito,
su encarcelamiento y posterior liberación, así lo prueban. A estas mujeres no les es
reconocido el derecho a decidir sobre el propio cuerpo, el discurso jurídico penal que las
sanciona les arrebata la capacidad de autoría para luego infantilizarlas y poder ser tratadas
como objeto de tutela.
En su mayoría, las reformas constitucionales que abrogan leyes más restrictivas en
materia de aborto, siempre están supeditadas a una jurisprudencia que apela a la noción de
minoría de edad de las mujeres en tanto que receptoras y/ o contenedoras de discursos
patologizantes: sobre ser mujer, sobre ser pobre y sobre “no ser” madre. Con respecto a
esto, Butler señala:

El hecho de que la contrariedad del deseo resulte crucial para el sometimiento implica que, para
poder persistir, el sujeto debe frustrar su propio deseo. Y para que el deseo pueda triunfar, el sujeto
debe verse amenazado con la disolución […] al estar vuelto contra sí mismo (su deseo) parece ser la
condición para la persistencia del sujeto. Desear las condiciones de la propia subordinación es
entonces un requisito para persistir como uno/a mismo/a” (Butler, 2001: 20).

Las siete mujeres guanajuatenses deben entrar en conflicto con su deseo de “no ser”
madres, deben asumirse como poseedoras de afectaciones psicológicas graves, asumir la
pobreza como un lastre que justifica su enfermedad, todo ello, para continuar existiendo
como sujeto, un sujeto feminizado y vilipendiado, configurado por los otros –desde el
espacio de los iguales82-, que desea y reproduce para seguir persistiendo, para recuperar sus
derechos políticos y civiles ¿a qué costo? Desde la perspectiva de Butler, el sujeto es el
lugar de la reiteración de las condiciones de poder: las mujeres que abortan son
configuradas como sujetos criminales, aberrantes –se oponen a la ley natural, la
maternidad- y enfermos –la pobreza como origen de todas las taras y aberraciones sociales-.
¿Cuál es la razón del consentimiento de los individuos así configurados? Al respecto Butler
(Butler, 2001: 31-32) señala: “Cuando las categorías sociales garantizan una existencia
social reconocible y perdurable, la aceptación de estas categorías, aun si operan al servicio
del sometimiento, suele ser preferible a la ausencia total de existencia social”.

82
Celia Amorós (2007: 98-99) entiende por espacio de los iguales: “el campo gravitatorio de fuerzas políticas
definido por aquellos que ejercen el poder reconociéndose entre sí como si fueran los titulares legítimos del
contrato social”.
278

La norma social como ideal regulatorio –en su funcionamiento psíquico: restringe y


produce el deseo- incide tanto en la formación del sujeto como en la circunscripción del
ámbito de la socialidad (Butler, 2001).
El discurso criminológico, el del derecho penal y el antropológico, al condensar los
presupuestos de las élites políticas e intelectuales del México porfiriano en torno a la raza,
la clase y el género, se convirtieron en un instrumento de selección para la atribución
diferenciada de derechos civiles entre los grupos subalternos y, al mismo tiempo,
enfatizaron la función excluyente de la justicia penal: sujeto ciudadano vs. sujeto
delincuente (Buffington, 2001).
Cómo una norma social se eleva al grado de ley y de su correlación con la
formación del sujeto –en su relación de dependencia al sometimiento- y de la configuración
del ámbito social, puede verse en el caso de la unión consensual tipificada como delito
sexual en el siglo XIX (Buffington, 2001). Lo que deja entrever la criminalización de esta
práctica es la configuración de un ámbito de la socialidad vivible y deseable –el de las
élites- que a todas luces debe distanciarse del modo de vida de las clases subalternas,
caracterizado como invivible y proscrito. Los patrones de unión conyugal de los pobres son
configurados como objetos de intervención y normalización a partir de su criminalización83.
Desde esta perspectiva decimonónica, la moral familiar está estrechamente vinculada con la
prosperidad nacional (Buffington, 2001: 44-45).
Un ejemplo de cómo el control de la vida reproductiva de las mujeres está puesta al
servicio de la construcción del estado-nación puede apreciarse en el caso de la sociedad
estadounidense de 1860: el aborto como práctica privada y no penada tomó relevancia
cuando la tasa de natalidad de los grupos de poder comenzó a descender. Fueron los
médicos quienes encabezaron el movimiento anti-abortista infundiendo miedos racistas
entre las clases media y alta protestantes (Tribe, 2012: 150).
La transgresión de las funciones reproductivas de la mujer era percibida como una
amenaza a la supervivencia biológica y moral del México decimonónico. La emergencia
del sujeto criminal femenino se dio con respecto a la relación de dependencia del discurso
criminológico clásico –influenciado por la ciencia evolucionista-(Buffington, 2001: 101-
116).
83
Esta criminalización fue el resultado de un discurso que vinculó la unión consensual con la violencia
doméstica y el desamparo infantil (Buffington, 2001).
279

Así pues, el sujeto que emerge de su vínculo con la norma es un sujeto generizado –
mujer- criminalizado si renuncia a atender a su inexorable destino reproductivo, objeto de
tutela a través del discurso médico-jurídico que las patologiza a nivel tanto individual –
psicológico-, como social –la pobreza de la clase social a la que pertenecen-. La forma en
que es retratada la mujer que aborta y es encarcelada, no dista mucho del perfil criminal
decimonónico: mujeres pobres, cuya sexualidad refiere a prácticas sexuales disipadas, sus
historias personales y familiares tienden a converger en la ignominia. Su final
patologización es el corolario del entrecruzamiento de los discursos médico-científico y
jurídico ¿No es este el caso de las siete mujeres guanajuatenses acusadas de homicidio en
razón de parentesco? ¿No sigue estando presente el subtexto del control de la sexualidad
femenina mediante la identificación del desorden sexual con el desorden social? ¿No es el
Estado el que se atribuye la facultad de recuperar la propiedad de la descendencia?

El caso de las siete mujeres guanajuatenses acusadas de homicidio en razón de


parentesco

El siete de septiembre de 2010 en la ciudad de Guanajuato, México, fueron liberadas siete


mujeres señaladas como culpables de haber cometido “homicidio en razón de parentesco”.
Dicha liberación no hubiera sido posible sin la modificación del artículo 157 del código
penal de la entidad, en el que se redujo la pena máxima de 35 años a ocho años de cárcel
para quien cometa homicidio en razón de parentesco.
El perfil de las mujeres: la mayoría provienen de contextos de extrema pobreza, con
baja o nula instrucción educativa, algunas estaban embarazadas por segunda ocasión. En su
defensa fueron asistidas por abogados de oficio84.
El proceso judicial estuvo teñido de irregularidades que las mismas jóvenes
denunciaron, particularmente, el hecho de que fueron obligadas a incriminarse por parte del
Ministerio Público al tener que aceptar que habían escuchado el “llanto del producto”, con
lo cual, se trataría de un homicidio y no de un aborto espontáneo. Dentro del código penal
del estado de Guanajuato, la pena contemplada para la sanción del aborto va de una multa
de 30 días de salario mínimo a los tres años de prisión. Para el caso del cargo de homicidio
84
“Por abortar, a juicio 160 mujeres de Guanajuato”. Milenio. Recuperado de
http://www.milenio.com/node/491709
280

en relación de parentesco, antes de la modificación al artículo 156, la pena alcanzaba los 35


años en prisión, sanción que les fue dictada a estas mujeres.
El 31 de agosto de ese mismo año, el Congreso del Estado aprobó la modificación
del artículo 157 del capítulo V sobre el homicidio en razón de parentesco:

ARTÍCULO 156. A quien prive de la vida a su ascendiente o descendiente consanguíneo en línea


recta, hermano, cónyuge, concubinario o concubina, adoptante o adoptado, con conocimiento de esa
relación, se le sancionará con prisión de veinticinco a treinta y cinco años y de doscientos a
trescientos días multa.
A la madre que prive de la vida a su hijo dentro de las veinticuatro horas, inmediatamente posteriores
al nacimiento de éste, y además dicha privación sea consecuencia de motivaciones de carácter
psicosocial, se le impondrá de tres a ocho años de prisión.
(Párrafo adicionado. P.O. 4ª Parte. 03 de septiembre de 2010)

Esta definición sobre el homicidio en razón de parentesco y su aplicación al caso de


las mujeres guanajuatenses da indicios sobre cómo se lleva a cabo la construcción del
“nacimiento del producto” al dar señales de vida mediante el signo del “llanto” escuchado
por la madre –esto corrobora el nacimiento de nada menos que un ser humano vivo.
Entonces, si la función de la prueba –en este caso el llanto del producto- es hacer aparecer
la verdad y la indagación corresponde a las condiciones que producen la verdad, lo que se
está verificando es el tránsito del delito del aborto a otro de mayores implicaciones: el
homicidio agravado en razón de parentesco. En este sentido, Foucault (2013: 92) señala:
“La indagación es precisamente una forma política, de gestión, de ejercicio del poder que,
por medio de la institución judicial, pasó a ser, en la cultura occidental, una manera de
autentificar la verdad, de adquirir cosas que habrán de ser consideradas como verdaderas”.
La función excluyente de la justicia penal –y su técnica de indagación- es visible en
dos categorías: el ciudadano y el delincuente, siendo esta última categoría la asociada con
las clases populares considerando su falta de instrucción (Buffington, 2001; Speckman,
2007). En esta línea, la atenuante introducida en el artículo 156 al ser de tipo psicosocial,
veladamente relaciona el concepto de la desviación social con características inherentes al
individuo -psicológicas- y a la situación o contexto social - ¿pobreza? - que lo envuelven.
Esta argumentación parece sacada de manuales de antropología y sociología criminal de
finales del siglo XIX, que atribuían a una disfunción del sistema reproductivo de las
281

mujeres los trastornos psicológicos que las hacían delinquir o bien, de cómo causas sociales
como el comportamiento sexual o conyugal explicaban la propensión de las clases menos
privilegiadas a cometer delitos, tales como el aborto o el infanticidio (Speckman, 2007: 94-
105).

Sobre el proceso de incriminación: la construcción de la prueba (el contenido que


etiqueta y clasifica)

Debe considerarse el principio de la “íntima convicción” –formulado e institucionalizado a


fines del siglo XVIII- para dar cuenta de cómo opera el sistema de la prueba legal al
amparo de éste. Dicho principio en torno a la prueba, funciona en tres sentidos: a partir de
la relación entre la aplicación de una pena y el establecimiento de una prueba total e íntegra
de la culpabilidad del acusado; la prueba debe tener la capacidad de ser demostrada, lo que
la hace legible, susceptible de verdad; el criterio que reconoce que se ha establecido una
demostración es la convicción de un sujeto pensante, susceptible de conocimiento y verdad.
Así se conforma este régimen de la verdad universal (Foucault, 2014: 21-25).
¿Cómo fue el proceso de incriminación de las mujeres guanajuatenses para fincarles
cargos por homicidio en razón de parentesco en lugar de ser acusadas por abortar y, así,
haber recibido una pena menor con posibilidades de cumplir sentencia bajo caución?
Citemos el caso de M.C. quien decidió ocultar su segundo embarazo bajo la
amenaza de la reprimenda que podía darle su hermano. Ella sufrió un aborto espontáneo.
Entre los testimonios destacan las observaciones sobre su alimentación: “Casi no comía
para que no se le notara la panza”. En su expediente, sobresale la declaración de un testigo
que la ubica un día antes del aborto “la vi en pans y no me pasó por la cabeza que estuviera
embarazada”85.
A través de los testimonios se observa el peso que se le da a la conducta de la mujer
en relación a su cuerpo y al tratamiento de su embarazo: el ocultamiento de éste y la mala
alimentación se vuelven pruebas incriminatorias.

85
“Tras el aborto, el primero que le dio la espalda fue su hermano”, Jaime Avilés y Carlos García. La jornada,
martes 10 de agosto de 2010.
282

El ocultamiento del embarazo es un signo o ¿una prueba? de un proceder


característico de los casos como abortos honoris causa86 o bien, de la intencionalidad de
abortar clandestinamente, o de soportar hasta el término del embarazo y resistir los embates
de la presión psicológica al interior del hogar. El poco apetito de M.C. se convierte en una
estrategia para ocultar los signos de un embarazo en curso, o bien, una estrategia para evitar
que el embarazo prosiga, provocando un cuadro crónico de desnutrición que desencadene la
pérdida. La interpretación que se le da a las pruebas y sus efectos, dependerá de quién las
enuncie –autoridad- y supondrán presunciones estatutarias de verdad.
Así, el ocultamiento del embarazo se torna central para salvaguardar la secrecía de
la práctica abortiva, no sólo moral, dentro del ámbito privado y familiar, sino en la
publicidad del acto criminal y punitivo de la ley.
El uso de eufemismos por parte de las mujeres imputadas es relevante para
distanciarse del cometimiento de un delito y no incriminarse: en lugar de abortar o de dar
muerte, usan el término “tirar”, la expresión “hacer algo”. El “algo” alude al feto, sin
embargo es una forma de enunciación que sugiere distanciamiento e irreconocibilidad, bien
a bien, nunca se establece una relación con ese “algo” en desprendimiento, no lo nombran
ni le confieren legibilidad. Dicen “salir”, no nacer: debe negarse que tuvo lugar el
alumbramiento. El “hacerle algo” es tan vago como eufemístico, no se sabe a qué
maniobras recurrió, ni si recurrió a alguna maniobra de resucitación, lo importante es
destacar que no fue por su omisión que el feto perdiera la vida. Utilizan la expresión “sin
vida” para no decir “muerto”, cuya carga moral y jurídica suele ser mayor87.
El dotar de “personeidad” al feto (Butler, 2010) determinar su sexo, generizarlo,
opera como una forma de reconocimiento en relación al discurso jurídico-penal que
incrimina en primera instancia, y luego criminaliza a la mujer abortadora-homicida. Al
conferirle el estatus de “niña” al feto, se le confiere personalidad jurídica, ya no sólo se
trata de una interrupción ilegal del embarazo, sino de un infanticidio. El testimonio de
Y.M.88 ilustra lo anterior: El ministerio público a cargo de la averiguación, se encargó de
86
El aborto honoris causa funciona como un factor atenuante de la pena, para su aplicación debe contarse con
algunos requerimientos: que la mujer no tenga mala fama, que el embarazo sea resultado de una unión
ilegítima, que la mujer haya logrado ocultar el embarazo.
87
Documental “Expedientes III Guanajuato. La Criminalización del Aborto”. Directora: María del Carmen de
Lara Rangel. D.R. ANDEN AC, México 2011. Duración: 30 minutos.
88
Documental “Expedientes III Guanajuato. La Criminalización del Aborto”. Directora: María del Carmen de
Lara Rangel. D.R. ANDEN AC, México 2011. Duración: 30 minutos.
283

hostigarla para que declarara que había sido ella quien había tirado a “esa niña” o que había
hecho “algo” con esa “niña”.
Así, la figura del ministerio público como institución encargada de la persecución
de delitos y de la averiguación, pone en escena lo que Foucault (2014: 25) denomina la
“mecánica grotesca del poder”, esto es, un discurso o individuo puede ser calificado de
grotesco cuando posee por su estatus efectos de poder de los que su calidad intrínseca
debería privarlo. Aquí, la indagación opera como un mecanismo de sexuación, asumir un
género, pero no de forma voluntarista, el ministerio público generiza al feto como
evidencia, desde esta posición infame y ridícula construye personas donde no las hay, para
así operar de manera más efectiva la configuración de un delito mayor: el homicidio en
razón de parentesco.
La sentencia de A.Y. con base en las pruebas aportadas por un perito que sostuvo
que el feto murió a causa de hipotermia basándose en dos pruebas: el cuerpo frío del
producto y que no se utilizó ninguna herramienta para evitar la hipotermia, desechando las
pruebas de los otros dos peritos, que señalaban que la muerte del producto se dio por una
complicación por la forma en que se tuvo el embarazo -el producto venía con doble vuelta
del cordón umbilical- ejemplifica los efectos de poder que llevan en sí mismas las pruebas
dependiendo quién las enuncie –autoridades judiciales, peritos- legitimando que se tratan de
presunciones estatutarias de verdad (Foucault, 2014:21-25).
Ambas causas de la muerte, hipotermia y complicaciones por doble cordón
umbilical, apelan a nociones médico-científicas, sin embargo, la forma en que se establece
la relación de intervención u omisión de la mujer en aras de salvar la vida del producto, se
torna siniestro. En este sentido:

…en el punto en que se encuentran la institución destinada a reglar la justicia, por una parte, y las instituciones
calificadas para enunciar la verdad por la otra […] donde se cruzan la institución judicial y el saber médico o
científico en general, en ese punto se formulan enunciados que tienen el estatus de discursos verdaderos, que
poseen efectos judiciales considerables… (Foucault, 2014: 24).

Se trata de la maximización de los efectos de poder a través de la circulación de


discursos técnico-científicos grotescos: la mujer que es continuamente palpada, medida y
violentada por la prueba del tacto -la función del peritaje es inequívoca: la inspección
continua del cuerpo de la mujer como prueba del delito-; la determinación de la causa de la
284

muerte del producto como una operación de poder del discurso médico-jurídico, pero
también, la selección de un peritaje en detrimento de otro como resultado de una decisión
política.
Ante un peritaje malogrado –nunca se comprobó que los fetos hubieran llegado a
término, ni que hubiesen nacido vivos-, se recurrió a la prueba de “el llanto del producto”
para dar certeza de que los productos nacieron vivos. Es en esta fabricación de la prueba,
donde puede observarse con mayor nitidez los efectos de la mecánica grotesca de poder:
“El grotesco es uno de los procedimientos esenciales de la soberanía arbitraria […] El
hecho de que la maquinaria administrativa, con sus efectos de poder insoslayables, pase por
el funcionario mediocre, ridículo, inútil” (Foucault, 2014: 26). Lo estridente del caso es que
está fincado en la inverosimilitud de la prueba: el llanto del producto que nunca fue
escuchado, es una relación de reconocimiento entre lo vivo y lo no vivo, la nuda vida89
entrando en la esfera de lo público como una deliberación política sustentada en la zoé, el
llanto como reminiscencia de vida instintiva o nutritiva.
En los testimonios citados pueden observarse algunas generalidades. Dentro de la
experiencia del aborto espontáneo o el inducido, de manera individual, solitaria y casi
secreta, todas las mujeres refieren haberlo sufrido durante la noche o la madrugada. Más
allá de un dato objetivo, parecer ser la obscuridad, la negación, el ocultamiento y la
obnubilación lo que da contenido a su experiencia marcada por el dolor físico, por los
estertores de una muerte anunciada, no sólo la del feto en ciernes, sino la de ellas mismas:
su muerte social. La sensación de “desprendimiento de algo”, qué es ese algo, ese algo que
escapa a su control, a su voluntad, a su deseo: es una maternidad impuesta e inaprehensible,
ilegible e ilegítima para ellas.

El proceso de criminalización del aborto: de la desviación social al acto criminal como


estatus conferido

89
Giorgio Agamben (2003) se vale de la definición del término vivir que Aristóteles elabora en el De anima
para identificar la nuda vida, dicha definición está contenida en el en el término zoé, el cual alude al mero
hecho o acto de vivir que le es común a todos los seres vivos. Por otro lado, se tiene el término bios que
refiere a una manera de vivir propia de un individuo o grupo –Aristóteles distingue la vida política-. ¿Cuál es
la diferencia entre uno y otro término? La zoé es la vida natural como tal y bios es un modo de vida particular
–el vivir bien sólo se da en el ámbito de la existencia política.
285

Entonces, ¿por qué un acto o conducta es considerada como buena en sí misma? ¿Cómo
puede inferirse de aquélla una cualidad contraria y desviante? Es evidente, que lo anterior
está relacionado con “el derecho a dar nombres”, prerrogativa vinculada a la concepción del
lenguaje como una exteriorización del poder en el que los que detentan el poder 90 se
consideren a ellos mismos y su comportamiento como “buenos” en sí mismos y, por ello,
como lo deseable y digno de ser imitado (Nietzsche, 2002). Se trata pues, de un
distanciamiento entre un arriba/ abajo, entre lo bueno/malo que segrega y aísla a ciertos
individuos patologizados, discriminados y criminalizados: las mujeres pobres, las mujeres
indígenas y un largo etcétera.
Es ahí, en el que un concepto de preeminencia política converge en un concepto de
preeminencia anímica (Nietzsche, 2002). Las leyes políticas, atendiendo al vínculo entre el
cuerpo político con el Estado, son consideradas como fundamentales en la regulación del
orden; asimismo, las leyes criminales son la sanción a la desobediencia de tales normas
(Rousseau: 2000). Así, al partir de la premisa de la ley (política, civil, criminal) como
encarnación de la voluntad general cuya directriz es el bien común, reitera ese atributo de
bondad, como si se tratara de un bien que por sus propias cualidades está destinado a la
inmanencia y a ser salvaguardada. En el artículo 156 del código penal de Guanajuato, se
está patologizando a la mujer -psicológicamente- por rehusarse a cumplir con la maternidad
impuesta social y culturalmente -ya no es más una expresión de las relaciones sociales
salvaguardadas por la ley: la del parentesco y la filiación, sino que su desobediencia a la ley
implica una ruptura con lo social: entra en el campo de lo abyecto, lo marginal y proscrito.
También, al considerar las condiciones sociales y económicas como atenuantes, implica
una patologización de la pobreza en tanto mala e indeseable, como si ésta fuera producto de
atributos inherentes al grupo en cuestión, y no como consecuencia de condiciones
estructurales y de relaciones históricamente configuradas.
Esta manera de proceder se caracteriza por distinguir la conducta individual del
delito cometido (Foucault, 2014). Así, la mujer que aborta no sólo es castigada por el delito
en sí, sino por su negativa a cumplir con la función reproductiva íntimamente ligada a “las
de su género” su conducta negligente es entendida como la falta de un desarrollo

90
Para Nietzsche (2002) son los nobles, los poderosos, los hombres de posición. Explicando así, que la
categoría “noble” en un sentido estamental, devino en lo “bueno” como sentido “anímicamente noble”, frente
a lo vulgar, plebeyo, malo.
286

psicológico adecuado, que responde a defectos morales. Enseguida, este proceder se


caracteriza también por explicar la proclividad a la comisión de un delito, que siempre está
sustentada en alguna falla del individuo, en este caso, la pobreza de las mujeres o la falta de
instrucción escolar. En este sentido, el sujeto criminal femenino así configurado, no le es
atribuida la responsabilidad penal de sus actos en calidad de sujeto de derecho con
reconocimiento de su personalidad jurídica, sino como objeto de intervención, readaptación
y normalización por parte de una tecnología y un saber: el médico como juez (Foucault,
2014).
La acotación que hace Foucault (2014: 40) acerca de la pericia contemporánea91 y
de cómo organiza el dominio de la perversidad mediante la aportación complementaria y
recíproca del discurso médico y del judicial, resulta relevante para precisar cómo un acto
pasa a ser considerado desviado a ser tratado como un acto criminal.
La intencionalidad, apoyada en el dominio de la perversión, se configura como el
sustento del acto criminal (Foucault, 2014). Recordemos cómo en los testimonios anteriores
había una tendencia, casi obsesiva, por parte del ministerio público de apoyarse en los
peritajes que respaldaran la versión de la causa de la muerte del producto que estuviera
vinculada con la falta de providencia de técnicas que procuraran la vida del producto por
parte de la madre.
Lo desviado de un acto, podría estar sustentado en la decisión política de los efectos
moralizantes de la pericia médico legal: sí, como señala Foucault (2014), esta pericia está
dirigida a la configuración de la categoría de los anormales, estas mujeres son concebidas
como una aberración de la naturaleza, son indescifrables, ubicadas por debajo de la
condición de vida de un animal. Sin embargo, para que reciban castigo, deben ser
reconocidas o identificadas con nociones jurídicas como “criminal”, “homicida”, “filicida”,
enmarcar su transgresión como delito y así, proceder a denunciarlas y castigarlas.
Lo desviado puede ser equiparado al pecado –en sentido hobbesiano-, como una
desviación de la norma social de convivencia –suscripción al pacto social- (Hobbes, 1980);
cuando su concepción se torna política, la norma ya no sólo es un principio de
inteligibilidad, sino que fundamenta y legitima el ejercicio del poder.

91
Sobre la función de la pericia psiquiátrica Foucault (2014: 29) menciona: “En primer lugar, repetir
tautológicamente la infracción para inscribirla y constituirla como rasgo individual. La pericia permite pasar
del acto a la conducta, del delito a la manera de ser”.
287

En resumen, las siete mujeres guanajuatenses encarceladas por haber cometido


homicidio en razón de parentesco, sólo son legibles en relación a la función punitiva y
sancionadora del Estado por no haber cumplido el ideal regulatorio de la maternidad
inexorable. La patologización de estas mujeres, para dejarlas en libertad después de ocho
años en prisión, con el atenuante “afectaciones graves psicológicas”, es la única vía posible
que las salvaguarda, las reconoce en estrecha dependencia y subordinación a las decisiones
del poder. Es así como no sólo la ley en tanto extensión del Estado, sino también la práctica
médica se convierte en el principal acusador de las mujeres. Su liberación en 2010 fue
posible por esta operación de sujeción al poder en función de una conducta desviada que
tendría que ser sancionada institucionalmente.

Cuerpos susceptibles a materializarse: de la noción de viabilidad del producto de la


concepción frente al cuerpo femenino en tanto gestante

En este apartado, se pondrá atención en los tipos de aborto que permiten desentrañar las
tensiones que se dan alrededor de la noción de “viabilidad” del producto y de la
materialización/ no materialización del cuerpo femenino como gestante, es decir, a la luz de
qué argumentaciones jurídicas el cuerpo femenino se antepone –se materializa- al del feto –
como cuerpo no materializado- y, viceversa. Se trata pues, de abordar el aborto terapéutico,
el eugenésico y el honoris causa. De éstos, sólo el aborto honoris causa es tratado como
factor atenuante y, el resto, como factores desincriminantes por los códigos penales de las
entidades federativas.
Antes de abordar dichos tipos de aborto, en tanto factores desincriminantes y
atenuantes, es preciso considerar el concepto de “materialización” que propone Judith
Butler en Cuerpos que importan. Sobre los límites materiales y discursivos del sexo (2002:
28), entendiéndolo más que como un lugar o sitio propiamente dicho, como un proceso que
debe darse a lo largo del tiempo, en el que se estabiliza y produce un efecto de frontera
llamado materia. Asimismo, deberá concebirse como un efecto de poder. La “materialidad”
como efecto de poder implica materializar/ encarnar la norma, la tarea está pues, en
determinar el principio de inteligibilidad que opera en la constitución de un “cuerpo que
importa”. En este punto, resulta medular este concepto para abordar cómo en los factores
288

desincriminantes del aborto en los casos del aborto terapéutico y el eugenésico, se tejen una
serie de argumentaciones que permiten corporeizar/ descorporeizar a la mujer gestante y a
la figura del feto, respectivamente, para deslegitimar la intervención en un cuerpo –el feto
sano, sin malformaciones, que no atenta contra la salud de la mujer gestante- o legitimar la
intervención de un no-cuerpo, algo informe –el feto con malformaciones genéticas, que
compromete la salud de la mujer. Pero también la corporeidad de la mujer gestante puede
ser puesta en entredicho en la medida en que no encarne la norma implícita en el discurso
jurídico, en general, y en los factores desincriminantes, en particular. Esta norma responde
a “la materialidad del sexo”, esto es, el sujeto emerge o se materializa –en este caso la
mujer- en tanto asuma92 y fije el sexo que le corresponde de acuerdo a una matriz
generizada –heteronormativa-, de modo tal, que el derecho puede leerse como un
mecanismo de sexuación (MacKinnon, 2014). Siguiendo la propuesta de Butler (2002) no
hay proceso de materialización sin que opere esa matriz generizada.
Entonces tenemos que, tanto el concepto de “generización”, como el de
“materialización” aluden a un proceso de sexuación, es decir, “convertirse en una clase de
persona social” (Harding, 1996: 92) que puede “materializarse” a la luz del cumplimiento
de la norma: la correcta identificación con el género que prescribe la matriz generizada o
bien, “citar” correctamente dicha matriz. En este sentido, podría decirse que en la base del
proceso de “materialización” está implícito el de “generización”. Sandra Harding (1996:
17) en su crítica a la filosofía de la ciencia, hace alusión al proceso de asumir un género
sobre la base de una organización asimétrica en la que la supremacía masculina debe ser
reafirmada constantemente a través de tres mecanismos: “la división del trabajo según el
género o “estructura de género”, la asignación asimétrica de valores simbólicos a la
masculinidad y a la feminidad o “totemismo de género”; y la asignación de identidades
individuales de género en la infancia. Estos tres mecanismos en conjunto nos permiten
hablar de “la vida social generizada” y, a su vez, comprender el sesgo androcéntrico de la
ciencia y, en particular, de la biología”. De este modo, tenemos que los argumentos sobre la
diferencia sexual centrados en la biología tienen un correlato en códigos éticos que no

92
Butler (2002:34-36)hace uso del término lacaniano “asunción” –acceso a la ley simbólica- que alude al acto
de asumir posiciones normativas –los sexos- o bien, posiciones sexuadas, como “cita de la ley” –enunciación
codificada sin la cual, una enunciación performativa no podría ser interpretada o adquirir elocuencia- para
después vincularlo con la “materialización del sexo” y la noción de performatividad. Ambas nociones son
piedras angulares en el aparato crítico-teórico de la autora sobre la matriz de género binario.
289

pocas veces son cristalizados en leyes, de modo que la biologización de las conductas –la
“predisposición” para actuar de tal o cual manera según el sexo- se ve reforzada por
mecanismos que incitan a su reproducción y, así, volverse hegemónica, obscureciendo la
historicidad de las relaciones que la originaron. Como señala Harding (1996: 96): “Los
individuos no se constituyen en mujeres ni en hombres por una fatalidad biológica; se
constituyen como individuos generizados a través de procesos sociales identificables”. ¿No
es también el derecho un mecanismo de sexuación a través del sujeto de derecho que
esgrime? ¿No son los factores desincriminantes y atenuantes del aborto inducido pautas
para la materialización de cuerpos femeninos?

Los factores desincriminantes del aborto y la construcción de la subjetividad humana

En México, de manera general, los códigos penales de 30 entidades federativas sancionan


el aborto voluntario93, que remite al aborto practicado por la propia mujer. El
endurecimiento de la sanción está determinado por el momento/ tiempo del embarazo en
que se lleva a cabo la interrupción, esto es, la noción de viabilidad del producto, como en el
caso del código penal de Campeche94 en el que la atenuación/ agravación de la pena está
fincada en la décimo segunda semana de gestación, o en el caso del código de Jalisco,
fincado en los cinco meses de gestación. Como se irá viendo, no existe un criterio uniforme
sobre la noción de “viabilidad”, por lo que da pie a una serie de tensiones y antagonismos
entre el cuerpo de la mujer gestante y el del feto.

Aborto Terapéutico
Si partimos de la noción de “viabilidad” como el momento en que el producto de la
concepción puede sobrevivir fuera del útero (Tribe, 2012: 118) y teniendo en cuenta que los
parámetros de la viabilidad varían de un país a otro según el grado de desarrollo
tecnológico que les permita mantener con vida a los fetos fuera del vientre materno, para el
caso mexicano la viabilidad del producto está señalada a partir de la vigésima semana de
gestación (Pérez, 1993), la noción de “viabilidad” funcionará como norma de

93
Excepto los códigos penales de la Ciudad de México y de Oaxaca, que sancionan el aborto voluntario
después de la décimo segunda semana de embarazo.
94
LX Legislatura 2012.
290

reconocimiento en la medida en que, implícitamente, establece una identificación con “lo


humano”.
Con respecto a la configuración de “lo humano”, es pertinente tender un puente
entre la relación de exceptio de Agamben (2007) y la noción de “lo abyecto” en el proceso
de asumir un sexo de Butler (2002). Para el primero, lo humano se produce mediante
oposiciones hombre/ animal, humano/ inhumano, esto es, a través de exclusiones que, al
mismo tiempo incluyen aquello con respecto a lo cual se definen por oposición: la
exclusión/ inclusiva de la nuda vida. Para la segunda, lo abyecto remite a zonas inhabitables
de la vida social que constituirá el límite de formación del sujeto: “el sujeto se constituye a
través de la fuerza de la exclusión y la abyección, una fuerza que produce un exterior
constitutivo del sujeto, un exterior abyecto que, es interior como su propio repudio
fundacional (Butler, 2002: 20). Lo normativo se constituye con respecto a aquello mismo
que pretende negar: lo humano con respecto a lo no humano, la heterosexualidad con
respecto a la homosexualidad, el reconocimiento de una vida con respecto a una figura
espectral. Lo que ambos resaltan son los medios excluyentes sobre los cuales se construye
al sujeto.
La viabilidad como norma de reconocimiento implica oscilar entre una vida
reconocida como tal, por su identificación con lo humano, y una figura espectral, algo vivo
que no es reconocido como “vida”, esto es, la nuda vida puesta al servicio de las
argumentaciones médico-jurídicas.
En este sentido, la noción de viabilidad del producto, que determina hasta cuándo
puede interrumpirse el embarazo, va aparejada de nociones sobre la “personeidad” (Butler,
2010). Ésta, a su vez, alude a lo que debe ser un bien jurídico tutelado, operando como
sistemas sobre los cuales se dan las distinciones entre el aborto inducido que puede y debe
ser penalizado, diferenciándose del que no está sujeto a penalidad alguna, es decir, que
funcionan como “rejillas de especificación” (Foucault, 2010).
El aborto terapéutico, como factor desincriminante, es contemplado por los códigos
penales de 30 entidades federativas, la excepción corresponde a las entidades de
Guanajuato y Querétaro. De manera más o menos general, se considera el aborto
terapéutico “cuando de no provocarse el aborto, la mujer embarazada corra peligro de
afectación grave a su salud a juicio de un médico que la asista, oyendo éste el dictamen de
291

otro médico, siempre que esto fuera posible y no sea peligrosa la demora”. Desde esta
perspectiva, cabe preguntarse ¿cómo llegó a suscitar condolencia la vida de la mujer
gestante frente a la del feto?
A simple vista, puede argumentarse que se está acotando un derecho fundamental –
el derecho a la vida del producto de la concepción- para cumplir un objetivo o necesidad
imperiosa, como lo es la protección de la salud de la mujer (Tribe, 2012).
Entonces, se tiene que a la mujer cuyo embarazo suponga un grave riesgo a su
salud, se le suspenderá del inexorable cumplimiento de la función reproductiva en la
medida en que, ante un eventual fatal desenlace del embarazo, la muerte de la mujer y/o
feto, comprometa la posibilidad de continuar ejerciendo funciones reproductivas. La
condolencia que suscita la vida de la mujer viene dada por el reconocimiento que le otorga
el discurso médico-jurídico, como una vida digna de ser llorada frente a la del feto. Sin
embargo, no debe perderse de vista lo que Butler (2010: 22) viene advirtiendo con respecto
al problema ontológico de la vida y su producción: “la figura no reivindica un estatus
ontológicamente cierto, y aunque pueda ser aprehendida como “viva”, no siempre es
reconocida como una vida”. En este caso parece decantarse por la vida de la mujer, sin
embargo, “la producción [de la vida] es parcial y está habitada por su doble
ontológicamente incierto, cada caso está sombreado por su propio fracaso” (ídem), es ahí
cuando surge la figura del feto –en tanto vida que debe ser llorada- como resultado del
reconocimiento por parte de ese mismo discurso médico-jurídico –que antes reconocía en la
mujer gestante una vida susceptible de ser llorada- mediante mecanismos específicos del
poder (íbidem, 2010: 14). La noción de viabilidad del producto es uno de esos mecanismos.
La asignación del duelo de manera diferenciada a la mujer y al feto, está en estrecha
consonancia con la producción de la vida de manera intermitente.
Para que se lleve a cabo un aborto de este tipo se requiere del criterio de dos
médicos que coincidan en el diagnóstico, esto implica que también debe tomarse en cuenta
la viabilidad del producto; y, si ésta hace alusión al momento en que el feto es capaz de
vivir fuera del útero, ¿a qué se está refiriendo a que es capaz de “vivir” fuera del útero? De
acuerdo con la Norma Oficial Mexicana (NOM-007-SSA2-1993) un aborto es definido
como la expulsión del producto de la concepción de menos de 500 gramos de peso o hasta
292

la vigésima semana. A partir de la vigésimo primera semana se debe utilizar el término


“parto” y puede hablarse de nacimiento, sea que haya nacido vivo o no.
Ahora bien, un recién nacido “vivo” es definido como “todo producto de la
concepción proveniente de un embarazo de 21 semanas o más de gestación que después de
concluir su separación del organismo materno manifiesta algún tipo de vida, tales como
movimientos respiratorios, latidos cardiacos o movimientos definidos de músculos
voluntarios”. ¿No es esto un aislamiento de las funciones de la vida vegetativa, la zoé, para
determinar si un organismo es considerado como “algo vivo”? ¿No es, pues, sino una
decisión política sobre la vida nutritiva que la convierte así, en bíos? Como puede
apreciarse, basta con un simple signo o reflejo vital, para que un feto pueda ser considerado
“un recién nacido vivo” y suscitar condolencia: una “vida digna de ser llorada”. No importa
que no se trate de un organismo desarrollado o que pueda continuar “viviendo”, con
cumplir la norma del peso de 500 gramos o las veinte semanas de gestación, es suficiente
para sostener las argumentaciones que van aparejadas a la adjudicación de la concepción
moral de persona –ontología del individualismo. El duelo, los ritos funerarios de los cuales
son objetos los productos inmaduros, prematuros y/o a término, son un indicativo
inequívoco de cómo la noción de viabilidad del producto como norma de reconocimiento,
hacen de éste, una vida digna de ser llorada, superponiéndose a la de la mujer gestante. De
modo tal, que la mujer no la tiene ganada con respecto al aborto terapéutico, el
constreñimiento de éste a manos de la noción de viabilidad del producto, suscita la
suspicacia de las argumentaciones que recaen en los médicos, quienes actúan como
soberanos en la aplicabilidad de la ley.

Aborto Eugenésico
De las 32 entidades federativas, sólo 16 contemplan al aborto eugenésico como factor
desincriminante, a saber: Baja California Sur, Ciudad de México, Chiapas, Coahuila,
Colima, Estado de México, Michoacán, Guerrero, Hidalgo, Morelos, Oaxaca, Puebla,
Quintana Roo, Tlaxcala, Veracruz y Yucatán. Sólo el código penal de Coahuila contempla
las malformaciones congénitas en el feto también, como factor atenuante, cuando la
interrupción del embarazo se practique por motivos graves como “temor razonable a graves
293

alteraciones genéticas o congénitas”. De manera más o menos general, el aborto eugenésico


procede

Cuando a juicio de dos médicos especialistas exista razón suficiente para diagnosticar que el
producto presenta alteraciones genéticas o congénitas que puedan dar como resultado daños físicos o
mentales, al límite que puedan poner en riesgo la sobrevivencia del mismo, siempre que se tenga el
consentimiento de la mujer embarazada

¿Cómo convertir el tratamiento del feto como sujeto de derecho en homo sacer95?
¿Sobre qué debe fincarse la relación de exceptio de la figura del feto? ¿Cuál es la
justificación para la inaplicabilidad de la ley del feto con malformaciones congénitas?
Considero que la noción jurídica biológica de “monstruo humano”, como elemento en la
configuración del dominio de la anomalía (Foucault, 2014), puede brindar las herramientas
necesarias para tender un puente entre la inaplicabilidad de la ley del feto con
malformaciones y la desmaterialización de ese cuerpo, que no encarna más la norma: lo
humano; y, legitimar así, la intervención en un no-cuerpo para dar paso a la materialización
del cuerpo femenino que se ve exento de la sanción punitiva cuando no produce el ideal de
persona esperado, en el sentido que encarna el presupuesto del individualismo,
antropocéntrico y liberal (Butler, 2010).
El monstruo humano es, al mismo tiempo, una violación a las leyes de la sociedad y
de la naturaleza o, dicho de otro modo, encarna el estado de excepción o la suspensión de la
ley. Foucault (2014: 68) nos dice que el monstruo, en la tradición jurídica y científica del
derecho romano, es la mezcla de dos reinos: el animal y el humano. El feto con alteraciones
congénitas y su inaplicabilidad de la ley, es el resultado de escindir la vida vegetativa,
nutritiva, la vida animal del cuerpo humano, es decir, el feto inviable es la encarnación de
lo inhumano como corolario de la animalización de lo humano (Agamben, 2007: 76). Si
bien el feto es reconocido como algo vivo, sin duda el que presenta alteraciones graves, no
puede ser considerada una vida digna de ser vivida; la aniquilación de este tipo de vida no

95
La vida a la que puede darse muerte sin que sea considerado homicidio y, al mismo tiempo, considerada
como insacrificable (Agamben, 2003). Esto es así, porque formalmente no se considera que el feto tenga
personalidad jurídica antes del nacimiento, lo que lo coloca en una zona de indistinción: por una parte, la
impunidad de “matarle” bajo condiciones específicas –se suspende la aplicación de la ley: aborto terapéutico
y eugenésico- y, por otra, fuera de la jurisdicción humana como insacrificable.
294

es ni puede ser considerada homicidio; está expuesta a que se le de muerte, sin que ello
pueda ser leído como transgresión a la ley.
Entonces tenemos que, desde el discurso jurídico, la no punibilidad del aborto por
motivos eugenésicos vincula dos nociones estrechamente ligadas con la vida y con la
asignación diferenciada de reconocimiento de la misma; la primera de ellas es la
“precariedad”, entendida como la vida socialmente vivida y sustentada, que requiere un
conjunto de condiciones sociales y económicas para ser mantenida como tal y que subraya
la dependencia de la supervivencia de una vida en las manos de otras (Butler, 2010: 30). En
cierto sentido, al no penalizar la práctica del aborto eugenésico, de manera implícita, el
Estado se está desligando de una serie de cuidados de salud y de apoyos financieros que
debiera proveer a fin de “hacer vivir” a la población. Sin embargo, está dejando claro qué
tipos de vidas cuentan como vivibles y dignas de ser resguardadas, así como qué tipo de
población es la que se quiere promover. Esto último, nos sirve para relacionarlo con la
segunda noción, sobre el “patrimonio biológico de la nación” (Foucault, 2007), esto es,
cómo el cuidado de la vida –de ciertas vidas- de la población refiere a un proceso en el que
se ha hecho coincidir la vida vegetativa –nuda vida- con el patrimonio biológico de la
nación (Agamben, 2007). ¿Cómo una vida incipiente, algo que es “aprehendido” como
vivo, se torna desechable, descartable e injustificable de ser sustentada o promovida? ¿Cuál
es el tipo de descendencia que prohíja el Estado? Aquella que se defina en oposición a lo
anómalo, a lo inviable, a lo invivible, en pocas palabras, aquella descendencia que se defina
en contraposición a lo inhumano.

Aborto Honoris Causa


El aborto Honoris Causa96 es considerado como circunstancia atenuante del aborto
voluntario por los códigos penales del Estado de México, Tamaulipas y Zacatecas. Para que
proceda, deben concurrir las siguientes circunstancias:
I. Que no tenga mala fama;
II. Que haya logrado ocultar su embarazo;
III. Que éste sea fruto de una unión ilegítima/ no sea fruto de matrimonio o
concubinato;

96
Éste se contempla desde el Código Penal de 1871 en su artículo 573 (Núñez, 2008: 144).
295

Sólo el código penal de Zacatecas añade una circunstancia:


IV. Que el aborto se efectúe dentro de los primeros cinco meses de embarazo

El código del Estado de México lo acota como: “Si lo hiciere para ocultar su deshonra”.
Estas circunstancias atenuantes reafirman, no sólo códigos de conducta de lo femenino,
sino proyecciones de lo que subyace a estas leyes regulatorias: una matriz heteronormativa
que circunscribe la materialidad del sexo mediante la materialización de las normas
reguladoras/ matriz generizada (Butler, 2002: 38), esto es, la pena del aborto se puede
reducir en la medida en que el producto de la concepción se trate de “un cuerpo no
importante” o, por lo menos, de un cuerpo menos importante. Toda vez que su origen no se
da en el seno de una unión legítima: vía contrato matrimonial, de base claramente
heteronormativa y que no consigue ser materializado (el ocultar los signos visibles del
embarazo en una especie de negación del proceso de gestación y de su “desmaterialización”
en desapego a lo normativo). Llegando así, a ser nombrado un “no-cuerpo”. Aquí, el
principio de materialización o principio de inteligibilidad que hace de la mujer gestante un
cuerpo que importe, es la asunción “correcta” del sexo, el resultado esperado de un
bienaventurado proceso de generización que la ciñe al ámbito biológico de la función
reproductiva y el concomitante encasillamiento en el ámbito de la moral como veladora de
las buenas costumbres y la familia (conyugal, legítima).
Las normas reguladoras por las que se materializa el sexo –y que hacen a unos
cuerpos más importantes que otros- en este caso son la preeminencia de la
heteronormatividad, el honor femenino como capital simbólico, pero no en el sentido de
que la deshonra es en su agravio, por el contrario, pues el agravio es siempre con respecto
al hombre que la custodia, y la noción de lo privado, en sentido liberal, en el que el
embarazo debe ser ocultado en el ámbito de lo doméstico, jamás publicitado.
También vemos cómo en los dos casos señalados de Nayarit y Zacatecas, la noción
de viabilidad como norma de reconocimiento –de la vida, de lo humano- constriñe la
aplicabilidad de la atenuación de la pena si la práctica abortiva se da dentro de los primeros
cinco meses de embarazo. Esto es un ejemplo de cómo las decisiones soberanas del
discurso médico sobre la vida adquieren un sentido restrictivo para la capacidad
deliberativa de la mujer con respecto al aborto. Esto suscita interés al combinarse con una
normatividad proveniente del siglo XIX. ¿Cómo sostener su vigencia? Sin duda, En este
296

sentido el aborto honoris causa como factor atenuante, da luz sobre cuál es y bajo qué
términos debe prohijarse la descendencia.

Reflexiones Finales

A lo largo de este artículo se ha expuesto a la institución judicial y al Derecho como


aparatos de subjetivación –proceso de devenir sujeto- en la medida en que producen
determinada forma de existencia y de sujeción de individuos (Foucault, 2009; Bayart,
2011). Su tarea fundamental es la de volver inteligible al individuo en su subordinación al
poder.
Siguiendo la línea en torno a la construcción selectiva de la subjetividad, las mujeres
que experimentaron un aborto –voluntario o no, pues las pruebas no son contundentes- son
concebidas –desde al aparato jurídico del Estado- como filicidas para su encarcelamiento y,
después, como sujetos con alteraciones psicosociales para su liberación. El sujeto mujer
emerge en su sumisión al poder en su calidad de criminal- homicida, y después en su
calidad de portadora de una patología psicosocial. Es en este sentido que se complejiza el
debate en torno al aborto: no es sólo la vida del feto vs. la libertad de la mujer lo que dirime
la tensión entre la penalización/ despenalización del aborto, sino una serie de mecanismos y
discursos jurídicos y médico-científicos que vehiculan la emergencia de la subjetividad
femenina: la vida vuelta contra sí misma, esto es, la nuda vida encarnada en el “llanto del
producto” como signo de que tuvo lugar el nacimiento de un ser vivo -aparejado de todos
los efectos legales que esto conlleva- trastoca la condición jurídica de la mujer: el
surgimiento de la mujer filicida.
Entre los mecanismos que vehiculan la emergencia de dicha subjetividad femenina
alrededor del proceso de incriminación y criminalización del aborto destaca el papel de la
pericia psiquiátrica en la delimitación del ámbito de lo perverso (Foucault, 2014). En este
sentido, se tiene que una serie de elementos morales se tornan jurídicos y convergen en una
subjetividad femenina moldeada por la heteronormatividad y sometida a las “leyes de la
naturaleza biológica”. A la par, se relaciona la práctica del aborto con la noción de
infanticidio y, a su vez, con la de parentesco, en un continuo que va de la desviación social
a la criminalización del acto que rompe con la norma social. Identificar al individuo con su
297

crimen, implica hacer corresponder una cualidad moral con una determinada forma de
actuar y luego devenir en un ser: la mujer con afectaciones psicosociales como resultado de
un contexto de pobreza muestra una proclividad a poner fin a la existencia de su
descendencia, convirtiéndose así, en una “asesina” que no “sirve para ser mujer” y como
objeto paradigmático de normalización. Se castiga el “modo de vida” de la mujer, si lleva
una vida licenciosa, su pobreza e ignorancia, son objetos de estigmatización y castigo, pero
sobretodo, su negativa a atender al destino inexorable de la maternidad. Así, el encono que
suscitan las vuelve blanco de una pena ejemplar que sirva para el resto de sus congéneres.
Asimismo, se reparó en la noción de viabilidad del feto como el eje que vertebra y
sustenta la intervención en el cuerpo de la mujer (acceder a un tipo de aborto: eugenésico,
terapéutico) y, que, al mismo tiempo, justifica la no intervención en el cuerpo de la misma
(después de determinado número de semanas de gestación, aunque dicho número pueda
variar de una entidad a otra: entre las doce y veinte semanas). ¿Cómo se relaciona la noción
de viabilidad con la construcción selectiva de la subjetividad humana con respecto a los
factores desincriminantes y atenuantes del aborto?
Se planteó que la noción de viabilidad opera como norma de reconocimiento
(Butler, 2010) para asignar el reconocimiento de manera diferencial, teniendo
implicaciones en la materialización de los cuerpos. El aborto terapéutico, el eugenésico, y
el honoris causa, ejemplifican cómo se aplica de manera diferenciada el reconocimiento de
una vida y la subsiguiente materialización del cuerpo en cuestión. La disputa está en el
reconocimiento de una vida humana. Tiene que existir una coincidencia de lo vivo con lo
humano. El caso paradigmático es el feto con malformaciones congénitas que, aunque es
aprehendido como vivo, no se le reconoce humanidad alguna.
La vida y la muerte de un cuerpo dicen mucho y nada a la vez, todo depende del
cristal con que se mire o, más bien, de cómo se sancione institucionalmente dicha
interpretación. Pues ya se sabe que unos cuerpos importan más que otros (Butler, 2010).
Vida y muerte no son sólo un asunto de índole biológica, sino también política (Agamben,
2003).

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Epílogo

El apartado inicial, Los desgarramientos civilizatorios: una mirada, es el planteamiento


teórico que de alguna manera enmarca la discusión que los otros apartados desarrollan. En
los diferentes capítulos se intenta dialogar con esa mirada. Los autores de este libro, a su
vez, plantean otros enfoques, pero sus objetos/sujetos de estudio se articulan con el
301

contexto de crisis civilizatoria y con un intento por elucidar las formas como el
resquebrajamiento, no de un sistema, sino de un orden civilizatorio, está ocurriendo en
ámbitos y realidades diferentes.
Símbolos, corporeidades, territorios atraviesan el contenido de los textos de una
manera menos completa de lo que se quisiera, pero no menos profunda. Se abordan de
manera selectiva la morfología de las violencias y sus narrativas, el quebrantamiento y la
reconfiguración de los territorios y las identidades, las polarizaciones relacionadas con la
subversión del patriarcado y la desarticulación de las instituciones.
Los textos hablan de un trastocamiento que va más allá de los andamiajes
económico-políticos globales, porque está resquebrajando, para bien y para mal, la forma
como se ha concebido y experimentado la subjetividad humana y las instituciones que le
dieron organización y sentido.

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