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La leyenda del Locoto

Por: Álvarez, Freddy


Tabla de contenido

Capítulo uno
El amanecer en el valle
Barranco

Capitulo dos
Locoto
Llegan los chasquis
CAPITULO UNO

El amanecer en el valle
CAPITULO UNO

El Amanecer en el valle
Cuenta la leyenda que existió un Inca que , como todos los gobernantes del Imperio
Quechua, cada tres meses vivía en diferentes lugares.

Primero, vivía tres meses en el palacio del valle, luego en el Altiplano, después en la
entrada de la selva y, finalmente, en las montañas. El Inca viajaba de región en región con
toda su familia y guerreros. Tenía muchos hijos y también varias esposas.

Su palacio, siempre estaba ubicado cerca del patio de viudas y huérfanos porque de este
modo podía estar próximo a ellos para así protegerlos. Cada día se dejaba tiempo para ver a
sus hijos y huérfanos de la región. Un día encontró, entre los huérfanos del valle, un niño
vivísimo y cariñoso que dejaba atrás en cada juego a todos los niños, a pesar de no ser el
más grande.

Este pequeño se llamaba Locoto. Por su forma tan especial de ser conquistó el cariño del
Inca y fue traído a la corte para que lo acompañara en sus comidas y paseos. Las esposas
del Inca sentían muchos celos porque nunca el emperador había prestado tanta atención a
sus hijos y ahora que la tenía, era por un extraño.

Para entonces, me sabía todas las historias de memoria. El futbolista profesional que era
bueno en matemáticas. El político que era la mascota de un maestro. Sabía cada palabra.
En lugar de esforzarme al máximo por escuchar, pasé la mayor parte de la clase dibujando
en mi cuaderno. En la mayoría de las clases, dibujé lugares imaginarios y luego preparé
algunas criaturas para llenarlos.
Barranco
Un día que el Inca fue a la Montaña Sagrada sin el niño, las esposas pagaron a un arriero
aymará para que haga desaparecer al pequeño Locoto. Para poder cumplir este propósito le
dieron una bebida para dormir.

Cuando el Inca regresó y preguntó por el niño, las esposas llorando le dijeron que el niño
había caído a un barranco y que todavía se podían ver las ropas y huesos al fondo del
abismo.

Desesperado, fue con sus exploradores hasta el lugar del falso accidente y ordenó a estos
que bajaran hasta el fondo del barranco y le trajeran lo que hallaran del niño.

Bajando con las sogas hechas de tripas secas y cueros trenzados, los exploradores volvieron
después de mucho tiempo con ropas del niño enredadas en una planta con frutitos
brillantes rojos, amarillos y verdes.
CAPITULO DOS

Locoto
2
Locoto

Sin darse cuenta del engaño, el Inca dolido y triste se encerró en su habitación. Sin querer
comer ni beber, lo único que hacía era mirar la planta y sus frutos. Entonces, pensó que tal
vez los frutos serían dulces y agarró uno y lo mascó.

Poco a poco un ardor que lo reventaba creció en su boca y sintió como si su lengua fuera
cortada por cuchillos. Para calmar ese sabor, agarró la jarra con chicha y se la bebió
completa. Sudando, sintió un gran alivio y empezó a tener un apetito feroz que le hizo
acabar con varias fuentes de comida.
Fue así que los exploradores tuvieron que ir a traer más plantas con frutitos para plantarlas
en el jardín del Inca, quién no comía sino tenía a la mano los frutitos que llamaba Locoto,
pensando en el amiguito muerto.

Pasaron los años y el Inca dejó su Imperio al hijo mayor y a sus demás hijos les dio el
gobierno de cada región. Entonces se retiró a su palacio del valle para esperar la muerte en
completa tranquilidad.

Llegan los chasquis


Un día llegaron chasquis que traían noticias que avisaban que un poderoso ejército estaba
venciendo a todos sus hijos en las diversas regiones y que el poderoso general, quien dirigía
estos ejércitos, era invencible.

A los pocos días, otro chasqui llegó herido para decir que todos debían escapar porque el
guerrero ya estaba cerca.

Un último chasqui llegó con los ejércitos invasores que rodearon todas las entradas del
valle y pidieron la presencia del viejo Inca porque era costumbre que al atacar un Imperio,
se debía matar a su emperador y luego adueñarse todo. El Inca se vistió con sus mejores
galas y adornos como se hacía con los muertos y una vez que se despidió de su familia y
fieles servidores fue al encuentro del jefe vencedor que ya se acercaba.

Cuando el anciano pudo verlo, se dispuso a morir. Pero en eso, unas manos fuertes lo
sostuvieron y una sonrisa amable y cariñosa lo envolvió. El guerrero se hincó a los pies del
anciano y entonces éste le dijo «Locoto». En efecto, el invencible guerrero era el niño que
al Inca tenía tanto cariño.

Cuenta la leyenda que ambos gobernaron el imperio por muchos años hasta que sus
descendientes fueran vencidos por los españoles.

El Locoto, hasta el día de hoy, es consumido y muy apreciado en la gastronomía Boliviana.

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