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LEP MLA Clara Ramos Garín.

Enseñanza: la falsa alternativa entre


memoria y competencias
 POR: FERNANDO RODRÍGUEZ-BORLADO

 13 MAYO, 2021

En: https://www.aceprensa.com/educacion/calidad-de-ensenanza/ensenanza-la-falsa-alternativa-
entre-memoria-y-competencias/

Gregorio Luri (Azagra, Navarra, 1955) es un pensador, en el mejor


sentido de la palabra: inquieto, honesto, claro. Filósofo y
pedagogo de formación, ha impartido clases en todas las etapas
educativas, desde primaria a la universidad. Como ensayista,
varias de sus obras tratan sobre educación, aunque también ha
escrito sobre familia, filosofía o sociología.

Por sus conocimientos antropológicos, por su sentido común, y por su


resistencia a los clichés, Luri se ha convertido en una de las voces
más respetadas en el debate educativo. Tenemos la oportunidad de
entrevistarle sobre el llamado “enfoque competencial” del currículum,
una expresión que se ha puesto de moda cuando se habla de para
qué sirve la escuela, y de la que hace bandera la última ley española
de educación (“ley Celaá”).

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— Una de las propuestas más repetidas por la llamada “pedagogía


progresista” es esta apuesta por una educación más competencial
(saber hacer), que se supone contraria a otra memorística o centrada
en los conocimientos. ¿Cuál es tu opinión al respecto?

— Sinceramente, creo que depende mucho de lo que se entienda por


competencias. En la nueva ley de educación, que en general es
bastante vaga, se dice que las competencias son la unión de
conocimientos, destrezas y aptitudes; es decir, conocimientos más
hábitos. Yo, ante eso digo: perfecto, no tengo nada que objetar.
Adelante con las competencias. Pero habrá que ver, por un lado, si
esta es la última palabra del Ministerio al respecto.

Por otro lado, puede ocurrir, como indicas, que la enseñanza se


reduzca al saber puramente instrumental, al saber cómo hacer algo,
cuando antes de eso tendremos que decidir qué queremos saber. De
hecho, la ambición teórica es precisamente lo que caracteriza al
hombre libre. Etimológicamente, la palabra skholè significa ese deseo
de saber por saber que caracteriza al hombre libre, y que cualquier
sistema educativo debe cultivar.

En cualquier caso, creo que el propio Ministerio está bastante confuso


respecto a lo que quiere. Además, las comunidades autónomas
decidirán la mitad de los contenidos, así que habrá que esperar a sus
decretos para ver en qué queda esto de las competencias.

Problemas de lectoescritura

— Entre las competencias más citadas suelen estar algunas llamadas


“transversales”, como el espíritu crítico, la creatividad, aprender a
aprender o la capacidad para el trabajo colaborativo, auténticas

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piedras de toque de la “nueva escuela”. ¿Cómo descender estos


términos a la práctica docente? ¿A cuál habría que dar prioridad?

— Cuando uno oye estos términos, tiende a pensar que faltan ideas
claras. En ese sentido, la Ley General de Educación de Villar, de
1970, no sé si era mejor o peor que la LOMLOE, pero tenía ideas
claras. Todas esas expresiones que mencionas están vacías, son
puros brindis al sol, si no somos capaces, por ejemplo, de enseñar a
leer. Y resulta que en nuestro sistema educativo actual uno de cada
cuatro estudiantes termina la secundaria siendo incapaz de entender
un texto mínimamente complejo. Entonces, ¿de qué sirve hablar de
“aprender a aprender”? Las escuelas tienen el deber, diría que
ontológico, de llenar de contenido real esas expresiones.

Por ejemplo, se habla mucho de pensamiento crítico, pero para eso


primero es necesario el pensamiento riguroso, tal y como lo entendía
Kant. Tenemos que saber –y enseñar– cómo se crea el pensamiento
riguroso. No basta con decir a los alumnos, como hacemos con
frecuencia los profesores, que justifiquen o razonen sus respuestas.
Hay que darles herramientas para hacerlo. Se trata de un problema
pedagógico, que no soluciona ninguna ley por sí misma. El alumno
que razona bien, ¿qué estructuras utiliza?; ¿cuáles no conoce el que
no razona bien? Hay que llegar a ese punto de concreción,
apoyándonos en el proyecto educativo del centro y la autonomía
curricular que la ley nos brinda. Si no, nos quedamos en frases
grandilocuentes pero vacías.

La “revolución” de la gramática

— Pero hacer esto que propones lleva mucho tiempo. Te lo digo por
mi experiencia de profesor, y profesor de Lengua. Es mucho más
cómodo apelar a la creatividad del estudiante o a las bondades del
trabajo colaborativo…

— Tienes razón. Lleva trabajo, pero hay que hacerlo. Igual que cuando
surgió el virus: producir una vacuna necesitaba mucho tiempo y
esfuerzo, pero había que hacerlo. Los problemas de lectoescritura
suponen una urgencia pedagógica. Muchas veces, cuando nos
encontramos con ellos, nos apresuramos a señalar que se trata de un
trastorno del aprendizaje. Y puede serlo en ocasiones. Pero en Corea,

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que tan buenos resultados obtiene en las pruebas internacionales,


tienden a pensar que se trata de un problema pedagógico no resuelto.

Tenemos que ver cómo hacemos de la gramática un instrumento


curricular de todas las materias. Porque expresarse bien no es solo un
problema del profesor de Lengua. Ahora que tan en boga está la
“interdisciplinariedad” –otro de los términos preferidos de la pedagogía
moderna–, aquí tenemos un ámbito que realmente requiere de un
enfoque interdisciplinar. Hay que trabajar la comprensión –oral y
escrita– y la expresión –oral y escrita– en todas las asignaturas.

Pero, insisto, con herramientas concretas. No vale con decirle al


estudiante que tiene un 3,5 en expresión; igual que si voy al médico no
me sirve que me diagnostique un 3,5 en salud. ¿Qué análisis hacemos
del error del alumno y cómo transformamos la lógica de su error en
conocimiento? A veces les pedimos a los estudiantes respuestas
desarrolladas, pero ¿les enseñamos primero a construir frases, y a
utilizar las conjunciones adecuadas para expandirlas y formar un
discurso? Es muy interesante, por ejemplo, lo que están haciendo en
algunas escuelas de Nueva York, como la New Dorp High School: han
desarrollado un programa riguroso, profesional, para enseñar la
escritura analítica. Se llama The Writing Revolution, y ha dado muy
buenos resultados, visibles en todas las asignaturas.

— Yo diría que algunos profesores son los primeros que deberían
trabajar la expresión. Pero, por otro lado, parece que la clase magistral
es algo pasado de moda, y que los alumnos deben llevar el peso de
su propio aprendizaje, con el docente solo como “asistente”…

— La investigación demuestra que la instrucción directa, es decir,


dirigida por el profesor, da muy buenos resultados cuando se hace

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bien. Pero hay que hacerla bien. Todos hemos sufrido al típico
profesor plúmbeo, que dictaba la lección sin interés alguno, y que solo
provocaba sueño y desdén en los estudiantes. Y también hemos
disfrutado de ese otro profesor que era capaz de ir dando forma a una
idea delante de ti, poco a poco, partiendo de unas premisas,
desarrollándolas y llegando a unas conclusiones coherentes. Esa
experiencia es maravillosa, y totalmente necesaria para cualquier
alumno. Ahora bien, esto es un problema pedagógico, no legal o
administrativo. Debemos exigir buenas leyes de educación, y buenos
desarrollos normativos por parte de las comunidades, pero primero
debemos conocer qué problemas pedagógicos tenemos enfrente.
Debemos ser exigentes con los profesores.

Currículum menos extenso, pero más desarrollado

— Como contrapartida al enfoque competencial, cada vez se habla


más de la necesidad de reducir los contenidos del currículum. Se dice,
incluso, que en algunos países con buenos sistemas educativos, como
Corea, ya se ha hecho, y sin rebajar la exigencia.

— Respecto a esto se han dicho muchas medias verdades. Es cierto


que en Singapur o Corea se ha reducido el currículum, pero también lo
es que partían de un nivel de exigencia muy superior al nuestro.
Incluso después de la reducción siguen estando claramente por
encima. En Corea había una auténtica patología nacional con el
currículum. Muchos alumnos, cuando terminaban sus clases, acudían
a academias privadas para seguir estudiando. Y eso es una locura.

Reducir el currículum tiene un sentido didáctico, que es poder


desarrollar paso a paso, y sin perder a ningún estudiante, los
conceptos necesarios para llegar a otro concepto más global. Por

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ejemplo, para explicar la raíz cuadrada, primero tendré que


asegurarme de que los estudiantes entienden lo que es el número
cuadrado. Y lo mismo para la expresión: antes de escribir un texto de
dos folios, el profesor debe enseñar a construir frases simples, y a
unirlas correctamente. Así pues, lo que se pierde en extensión, se
gana en profundidad, y te aseguras de que los estudiantes no se
pierdan por el camino, porque hay más “peldaños” en el aprendizaje, y
de menor tamaño. Ahora bien, no tendría sentido rebajar el currículum
para dedicar más tiempo a tareas de “cortar y pegar”, o hacer murales,
ya me entiendes. No hay que reducir el tiempo dedicado a la
instrucción directa o explícita, que ha demostrado ser muy beneficiosa.

La memoria, aliada del conocimiento

— El filósofo francés Francois-Xavier Bellamy señalaba en su libro Los


desheredados que la escuela había renunciado a su labor de
inculturación por el miedo a las connotaciones negativas de la palabra
cultura (elitismo, tradición), creando generaciones de “huérfanos
culturales”. Tú publicaste hace dos años una defensa de la
“imaginación conservadora”. ¿Debe ser la escuela un lugar
esencialmente conservador? ¿Qué papel hay que conceder a la
memoria? Sé que es una pregunta más antropológica, pero…

— Las preguntas antropológicas son las verdaderas preguntas


pedagógicas, o al menos las más interesantes. Por desgracia, en los
debates educativos nos centramos demasiado en el cómo y nos
olvidamos del para qué. Dejamos de lado la antropología, que debería
ser la base de cualquier proyecto educativo, y nos quedamos con la
psicología y el bienestar emocional de los alumnos. Hay como un
intento por reducir la complejidad del ser humano.

Yendo a tu pregunta, uno de los fines de la educación es elevar la


cultura común de la población, porque esta es el lenguaje que nos
permite comunicarnos con precisión. El ser humano no es un ser
aislado, forma parte de una comunidad, y la cultura nos permite saber
de dónde venimos y reconocernos en un “texto” común. Por eso, saber
quién es Cervantes no sobra; haber leído algo de Lope tampoco
sobra. Y además es que la reducción de los conocimientos lleva
implícita una reducción del lenguaje. Nuestro lenguaje es nuestra

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cultura en acto, y si mutilamos nuestra cultura hacemos daño también


al lenguaje.

Por otro lado, quien ataca el papel de la memoria en la educación


frecuentemente parte de una imagen simplista y anticientífica de lo
que es la memoria, como si fuera un archivo, algo estático y con
tendencia a llenarse de inutilidades. Pero no. La memoria es más bien
como una ameba: según va fagocitando nuevos alimentos, va
creciendo y cambiando su propia estructura. Eso de lamentarse por
todo lo que he olvidado, como si no hubiera valido la pena aprenderlo,
es falso: no sabes a qué conocimientos dio lugar aquello que
aprendiste en su momento, aunque lo hayas olvidado después. No he
conocido a nadie que quiera tener menos memoria de la que tiene.

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