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EL NOMBRE DE LIMA

y la impronta Aimara
Carlos Rojas Sifuentes

El origen del nombre de la capital del Perú ha sido motivo de controversia, que no
trataremos de dilucidar en este breve texto, pero se trata de una discusión que se
remonta a los tiempos mismos de la conquista, luego de la fundación española de esta
ciudad, el 18 de enero de 1535.

El territorio para el asentamiento de la ciudad se buscó luego del abandono de Jauja


como ciudad principal o capital. Las dificultades para el traslado de mercancías y
pertrechos desde la costa (a pesar del camino Inca), el maltrato ocasionado a los
indígenas encomendados (en su mayoría de la costa) y a las bestias de carga por ello,
y la errónea percepción que se trataba de tierras poco productivas, que incluso no
permitían la reproducción de aves, porcinos y caballos, hizo que los vecinos de aquella
villa (que estuvo ubicada al norte de la actual ciudad de Jauja, en la sierra central del
Perú) pidieran al gobernador Francisco Pizarro su traslado a un lugar de la costa, y
que este se convenciera de la necesidad de “fundar allí una ciudad-puerto destinada
a desempeñar un papel capital en todos los sentidos del término” (Lavalle, 2004).

Ya en los primeros tiempos de la conquista, Hernando Pizarro, con ocasión de la


incursión al templo de Pachacamac para buscar oro, había visitado la zona de posible
fundación, y para fines de 1534, el mismo Francisco Pizarro se dirigió a la costa
central, y desde Pachacamac encargó a una comitiva de tres experimentados
conocedores del trámite de asentar poblados en el país, a buscar el lugar definitivo, la
cual partió a esa expedición el 6 de enero de 1535, hallándose en un valle con
abundante agua (con el río Rímac de por medio y enmarcado por otros dos ríos: el
chillón y el Lurín), buenos árboles, cercanía al mar (el puerto del Callao), buenos
vientos, buenos indios y con un poblado ya establecido el lugar ideal (lo que no se
tuvo en Jauja). Requisitos que satisfacían los dispuesto por las ordenanzas de la
época para la fundación de ciudades. Es así que, debido a que los trabajos para
buscar el lugar se produjeron en los días en que se recordaba la visita de los reyes
magos al recién nacido Jesús, se decidió denominar al lugar como “Ciudad de los
Reyes”, en honor a los Reyes Magos. Y así constó en el acta de fundación.

Sin embargo “los reyes” no fue un nombre que se usase en el habla coloquial. Por
algunos años se utilizó en los documentos oficiales, pero otro nombre hacía referencia
a la ciudad, antes incluso de la llegada de los españoles: Rimaq o Limaq, y que más
adelante, por obra del uso, la brevedad y precisión, terminó convirtiéndose en Lima.

Respecto al nombre, existe la difundida versión, que hace referencia al sonido que
hace el río en su violento discurrir en tiempos de creciente, a cuyas orillas se
estableció la plaza principal española, ya ocupada por el poblado de los Ychma.
Región que contaba con un entramado de canales de regadío para los distintos
señoríos de la zona (Narváez, 2014), algunos de los cuales han llegado incluso hasta
los tiempos actuales: Maranga, Huatica, Surco. El río Rímac, también fue denominado
“río hablador”, por el ruido que hacía en tiempos de creciente (por el choque de las
piedras), sonido que, en el decir del sacerdote jesuita Bernabé Cobo y Peralta, era
escuchado por las noches en todas partes de la ciudad temprana.
Pues bien, la versión que el topónimo Rímaq o Límaq, con que se denominó a la
ciudad, hace referencia al “río que habla”, que menciona Cobo en su Historia de la
Fundación de Lima (1639), repitiendo lo narrado por el cronista Martín de Murúa
(1616), y comparten Raúl Porras Barrenechea y otros historiadores, en realidad
tendría como origen un oráculo preinca, un santuario Ychma, registrado por el
extirpador de idolatrías Cristóbal de Albornoz en 1581, como una piedra redonda que
se encontraba en la llamada “huaca de Santa Ana” por los españoles, lugar sobre el
cual se edificó el hospital de Santa Ana y donde ahora está la Plaza Italia. En ese
sentido, “el que habla” o el “bocón” habría sido el oráculo, y la palabra Límaq se
referiría a esa condición. Sobre el tema Cerrón Palomino (2000) hace importante
referencia desde un “enfoque lingüístico-filológico a partir del conocimiento de la
historia y dialectología de nuestras lenguas mayores: el quechua y el aimara”.

La pérdida del origen del topónimo se condice con los intentos por desaparecer toda
referencia a lugares vinculados a creencias paganas. Entonces se terminó por aceptar
la historia del “río hablador”, la simplificación de la palabra a la moderna Lima, y el uso
de la palabra Rímac para referirse al río, respetando en este caso la vertiente
cusqueña del quechua (luego del Tercer Concilio Limense, entre 1582 y 1583).

Otro aspecto a tomar en cuenta es la evolución de la palabra Lima, guarda relación


con el uso del quechua en la costa, o como Bernabé Cobo denomina: “en los llanos”,
un quechua que en su parecer estaba “algo corrupto” respecto del que hablaban los
Ingas del cuzco, más elegante. Al respecto hay que recordar que la dominación Inca
del valle de Lima fue relativamente cercana a la llegada de los españoles, con lo cual
la influencia no fue determinante.

La pronunciación que le daban los quechua hablantes de la sierra a la región, era


Rímaq, pero los habitantes de la costa, al no poder pronunciar la erre, mencionaban
la palabra Límaq. Según Cerrón Palomino, el uso de la “l” por “r”, constituye un sustrato
aimara.

Así pues, el uso en el poblado Ychma, que luego sería “De los reyes”, no fue Rímac,
sino Límaq, que luego, por abandono de la consonante final por el uso de los
hispanohablantes, derivó en Lima, y el origen del término no solo está en la
pronunciación de los naturales de esta tierra, sino en la influencia de la lengua aimara
en esta pronunciación.

Esta presencia de la lengua de los “reinos aimaras” (así denominados por los
españoles), y llamados collas por los incas, en regiones de la costa, no es un hecho
circunstancial (tómese en cuenta la influencia de Tiahuanaco y el protoaimara de la
cultura Nazca).

Esto es conveniente destacar en los tiempos actuales en que se pone en cuestión a


los herederos de una de las más grandes culturas precolombinas (que aún hoy se
encuentran instalados en tres países: Argentina, Bolivia y Perú), un pueblo que ha
sobrevivido a la invasión europea y que es hablante de una de las tres grandes
lenguas que los españoles encontraron a su llegada (junto con el quechua y el
puquina, ya desaparecido).
Lima es hoy una ciudad que en el nombre nos recuerda su pasado precolombino, el
misterio de su espiritualidad y la practicidad del conquistador para adecuarse a los
términos nativos. Una ciudad que nació como producto de uno de los mayores
procesos históricos de dominación cultural que, no obstante, su agresivo desempeño,
no pudo despojar a esta tierra, que por siglos se consideró europea, con menospreció
de lo que venía del interior, de aquello que precisamente es la columna vertebral de
nuestra cultura: su vertiente andina. Su impronta ychma, quechua, aimara…

Que todo eso somos también.

Bibliografía:

 Cerrón Palomino, R (2000). Etimologías . Nota etimológica: El topónimo Lima.


Lexis XXIV. 1, 151-162. Pontificia Universidad Católica del Perú. Lima.

 Cobo, Bernabé (1639). Historia de la fundación de Lima (1882) González de la


Rosa, M. Lima.

 Lavalle, B. (2014). Francisco Pizarro: Biografía de una conquista [en línea].


Lima: Institut français d’études andines.

 Narváez, José (2014). Sistemas de riego y señoríos indígenas en el valle bajo


del Rímac durante el siglo XVI. Boletín del Instituto Riva-Agüero; Nº 37. Lima.

 Saranyana, J. (2018). El más allá en los concilios limenses del ciclo colonial,
1551-1772, Históricas Digital. Pp. 109-124. México.

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