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Unción de los enfermos

Sumario

1 El ser humano frente a la enfermedad

2 La enfermedad y la curación en la Sagrada Escritura

2.1 En el Antiguo Testamento

2.2 En el Nuevo Testamento

3 La enfermedad y la curación en la práctica de la Iglesia

3.1 De los siglos III al VIII

3.2 Del siglo VIII al Concilio de Trento

3.3 De Trento al Concilio Vaticano II

4) Desafíos pastorales

5 Referencias bibliográficas

El abordaje sobre el sacramento de la unción de los enfermos se presentará a partir de los siguientes
puntos: 1) El ser humano frente a la enfermedad; 2) La enfermedad y la curación en la Sagrada
Escritura; 3) La enfermedad y la curación en la práctica de la Iglesia; 4) Desafíos pastorales.

1 El ser humano frente a la enfermedad

Entre los muchos dramas que enfrenta el ser humano está  la enfermedad. Sin marcar día y  hora ella
llega, y sin previsión y  duración de tiempo ella se instala, trayendo consecuencias para el paciente y
para las personas que están a su alrededor, especialmente  familiares y amigos. La búsqueda de una
cura no es siempre un camino fácil. Dependiendo del lugar social donde el paciente se encuentra, el
drama puede convertirse en una pesadilla, como la escasez de centros y profesionales de la salud, la
infraestructura deficiente para la atención a los enfermos. En los tiempos actuales, se da la paradoja de
los avances de la medicina y la consiguiente prolongación de la vida a cualquier costo. En muchos
casos, esta ampliación ha llevado a los pacientes y las personas mayores al aislamiento, la marginación,
el abandono.

Es común en Brasil y otros países de América Latina, el  dilema de los pobres que , no teniendo
condiciones de  pagar las altas tasas de los seguros de salud, se ven obligados a enfrentarse a la dura
realidad de la negligencia de los poderes públicos con respecto a la prevención de enfermedades y a la
atención médica y hospitalaria. La privatización de la salud, así como su carácter restrictivo y elitista,
se ha convertido en un emprendimiento rentable y lucrativo.

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Estos y otros fenómenos tienen un impacto directo en la comunidad de fe. Vale la pena recordar aquí la
clásica imagen del cuerpo y sus miembros descrito por el apóstol Pablo: “El cuerpo no se compone de
un solo miembro, sino de  muchos. [...] Si un miembro sufre, todos sufren “(1 Co 12,13.26). En
atención a estos miembros que sufren, la Iglesia, desde sus inicios, ha estado presente y prestado
asistencia a sus hijos e hija enfermos.

2 La enfermedad y la curación en la Sagrada Escritura

Una vez que los textos de las escrituras fueron compilados en épocas  y contextos muy diferentes, la
búsqueda de una comprensión del significado de la enfermedad y la curación en la Biblia es una tarea
compleja. Por razones de espacio y la brevedad de este estudio, nos limitaremos a presentar sólo
algunos elementos que podrían servir de base para comprender el significado teológico y litúrgico del
sacramento de la unción de los enfermos.

2.1 En el Antiguo Testamento

El binomio enfermedad-curación en el Antiguo Testamento debe entenderse desde el contexto cultural


del Antiguo Oriente. Aquí, la enfermedad aparece relacionada con las fuerzas del mal y del pecado.
Una forma común de obtener la curación era la práctica de exorcismos y rituales mágicos de curación.
En la Biblia, la cuestión de la enfermedad no se trata de forma aislada ni siquiera del estricto punto de
vista de la ciencia, sino desde la perspectiva religiosa de la relación del enfermo con Dios y viceversa.
La enfermedad es vista como algo que afecta al ser humano en su totalidad.

Más que preguntar acerca de la causa natural de la enfermedad, la Sagrada Escritura se ocupa de su
significado o su porqué. De esto provienen  diferentes interpretaciones, siendo  común la vinculación
de la enfermedad al pecado, al castigo de Dios y a la posesión demoníaca. Todavía no hay respuestas
satisfactorias a las cuestiones relacionadas con el sufrimiento, sobre todo de los justos, tal como
aparecen retratadas en el libro de Job.

Para la cura de enfermedades, se recurre a los métodos terapéuticos de la naturaleza, sobre todo de las
plantas. Entre estos productos, destaca el óleo, que además de ser utilizado en la curación y
purificación de la enfermedad también se utilizó en la consagración de objetos (altares y monumentos)
o personas (sacerdotes, profetas y reyes). El comportamiento con los pacientes es de una doble actitud:
por un lado, se aconseja la práctica de visitar y darles la debida atención (cf. Sal 40,4; Job 2,11); por el
otro, la ley prescribe la exclusión de la comunidad de todas las personas víctimas de enfermedades
contagiosas tales como la lepra (cf. Lv 13-14; Nm 12,10.15). Es en este contexto que hay que entender
ciertas actitudes de Jesús hacia los enfermos.

2.2 En el Nuevo Testamento

En el Nuevo Testamento, hay numerosas referencias sobre diferentes tipos de la enfermedad (fiebre,
hemorragias, hidropesía …), así como sobre personas con discapacidad (cojos, ciegos, sordos, mudos,
paralíticos …). Los medios utilizados para la curación son: oleo (Mc 6,13; Lc 3,18; St 5,14), vino (Lc
10:34), colirio para los ojos (Ap. 3,18), aguas termales (Juan 5,2ss),  saliva (Mc 7,33; Jn 9,6), barro (Jn
9,6ss) … Jesús utilizó estos medios terapéuticos para dar un nuevo sentido al misterio del sufrimiento
humano. Lejos del curanderismo, las curaciones realizada por Jesús en realidad son signos mesiánicos
de la salvación que suceden aquí y ahora y apuntan a la escatología plena del Reino del Padre, donde
no habrá sufrimiento ni llanto ni dolor. Tales curaciones son signos simbólico-sacramentales de la

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fuerza liberadora de Jesús en favor del ser humano integral, a saber, la curación de la enfermedad del
cuerpo y la liberación de la persona del pecado y la muerte.

Jesús, por un lado, desvincula la concepción de que la enfermedad es consecuencia del pecado o
castigo de Dios. Por otro lado, se busca inculcar en las mentes de sus contemporáneos que la
enfermedad puede ser enfrentada en el contexto de la fe como algo relacionado con el plan de Dios:
“Ni él pecó ni sus padres, sino para que en él  se manifiesten las obras de Dios” ( Jn 9,3). De hecho,
Jesús dio un nuevo significado al sufrimiento y la muerte, gracias a su entrega incondicional en las
manos del Padre, asumiendo y redimiendo el dolor de la humanidad. Desde entonces, el dolor, la
enfermedad y la muerte no son un obstáculo para el plan salvífico de Dios manifestado en Jesucristo. El
camino liberador de Cristo, y ahora de la Iglesia, pasa por el acontecimiento de la Pascua, en su doble
vertiente de la muerte y resurrección. Y como Cristo, también la Iglesia lucha y vence el mal, la
enfermedad y la muerte (ALDAZÁBAL, 1999, p.865).

 Los discípulos de Jesús siguieron el ejemplo del Maestro. Sanar a los enfermos era tarea primordial de
la misión evangelizadora de la comunidad apostólica: “Ellos salieron a proclamar que el pueblo se 
convirtiese. Expulsaban a muchos demonios, ungían con oleo a muchos enfermos y los sanaban “(Mc
6,12- 13). Los Hechos de los Apóstoles, especialmente en los capítulos 2 y 3,  describen cómo la
comunidad de creyentes creció mediante la predicación, la conversión, el bautismo, la eucaristía y otras
acciones extraordinarias llevadas a cabo en el nombre de Cristo, por ejemplo, ” curación del paralítico
“(Hch 3,1-26). Estas acciones son como una repetición de las que Jesús hizo y tienen las mismas
secuencias de lo que se narra en los Evangelios.

3 La enfermedad y la curación en la práctica de la Iglesia

Las comunidades cristianas desde el principio trataron de poner en práctica los gestos (rituales) de 
curación realizados por Jesús. El texto de la carta de Santiago es un importante testimonio de esto. Este
texto fue la base para una  reflexión teológica posterior sobre lo que hoy llamamos el “Sacramento de
la unción de los enfermos.” Aquí está: Si alguien está afligido, que ore. Si está alegre, que cante
salmos. Si está enfermo, que llame a los presbíteros de la Iglesia, para que oren por él y lo unjan con
óleo en el nombre del Señor. La oración que nace de la fe salvará al enfermo, el Señor lo aliviará, y si
tuviera pecados, le serán perdonados. (St 5,13-16).

El apóstol Santiago, además de presentar una práctica en vías de institucionalización, utiliza términos
que expresan la complejidad existencial de la situación del paciente y la acción pastoral de la
comunidad: oración,  unción,  conforto y alivio,  curación,  perdón de los pecados. A diferencia de otras
referencias neotestamentarias acerca de la enfermedad y la curación, el texto de Santiago presenta de
manera más explícita, la intención sacramental del gesto, unido a la palabra de oración que la
comunidad eleva a Dios en favor de los enfermos. Cuando se habla del sufrimiento y la alegría, el
Apóstol sugiere que, independientemente de las  circunstancias de la vida, todo debe ser visto desde
Dios y para Dios (oración y canto). Luego,  habla de la enfermedad como tal, y es  cuando llama los
presbíteros  de la comunidad. Estos actúan con un gesto simbólico, la unción con óleo y una oración
hecha con  fe. El efecto de esta doble acción es la salvación, el restablecimiento y el perdón de los
pecados.

Finalmente, Santiago habla de ritos destinados a los que están enfermos, no necesariamente
moribundos. Se trata de una acción de carácter eclesial y comunitario, una vez que es ministrada por
los presbíteros de la iglesia. La eficacia se relaciona con la oración de fe en el Señor. Los efectos se
refieren al ser humano, en su totalidad, aunque no excluyan  la curación del cuerpo y no se limiten a
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ella. Sin embargo, el texto en cuestión para ser entendido en el sentido del sacramento de la unción de
los enfermos, debe leerse a la luz de la Tradición de la Iglesia y no aisladamente de ella, como veremos
a continuación.

La historia de la práctica y de la teología de este sacramento se puede dividir en tres períodos, a saber:
a) De los siglos III al VIII, b) Del siglo VIII al Concilio de Trento, c) Trento al Vaticano II (cf.
SCICOLONE, 1989 p.235-64).

3.1 De los siglos III al VIII

En los tres primeros siglos de la era cristiana, tomados como un tiempo de “improvisación” de las
fórmulas litúrgicas-sacramental, encontramos pocos registros de textos  eucológicos para la celebración
de la unción. El texto más elocuente de este período es la “bendición del óleo”, contenida en la
Tradición Apostólica y atribuido a Hipólito de Roma (año 215):

Así, santificando este óleo , con el que ungiste reyes, sacerdotes y profetas, concedednos , oh Dios, la
santidad a los que con él son ungidos y los que lo reciben, así también que él dé alivio a los que vienen
a experimentarlo y  salud a los que de él se sirvan (ANTOLOGIA LITÚRGICA, 2003, p.231).

Esta bendición aparece insertada en la oración eucarística, con la cláusula: “Si alguien ofrece óleo”. En
ella, el obispo da gracias a Dios y le pide  santidad, alivio y  salud para quien se sirviese de ese óleo.
Cuando se hace referencia a la unción de los reyes, sacerdotes y profetas, es posible que este óleo
bendecido también fuese utilizado para otros fines, no limitándose a los enfermos. El texto no dice nada
sobre el ministro de la unción.

Un importante documento pontificio que ha gozado de notable influencia en autores posteriores es la


carta de Inocencio I a Decencio, obispo de Gubbio (año 416). A la pregunta de Decencio – si el obispo
puede dar la unción de los enfermos, pues Santiago sólo habla de presbíteros – Inocencio responde:

Tu caridad mencionó lo que está escrito en la carta del bienaventurado apóstol Santiago: “Si hay un
enfermo entre vosotros, llamen a los presbíteros, y oren por él, ungiéndole con óleo en el nombre del
Señor, y la oración de fe  salvará a aquel que sufre, y que el Señor  levantará; y si ha cometido algún
pecado, le perdonarás”. No hay duda de que esto ha de ser recibido y entendido sobre los fieles
enfermos, los cuales pueden ser ungidos con el  santo óleo del crisma, que consagrado por el obispo, se
puede utilizar para la unción no sólo por parte de sacerdotes, sino también por todos los cristianos para
necesidad propia o de los  parientes.

Por otra parte, consideramos superfluo el añadido  que pregunta si le es lícito al obispo lo que
ciertamente lo es para los presbíteros. Para este asunto se mencionan los presbíteros, porque los obispos
dedican a otras tareas, no pueden visitar a cada enfermo. Pero si un obispo puede o estima digno visitar
a alguien, también puede, ya que le compete la consagración del crisma, sin duda, tanto  bendecir como
ungir con el crisma. No puede ser derramado sobre quién es penitente, pues es del género del
sacramento. ¿Cómo pensar que aquellos a los cuales les son negados otros sacramentos,  puedan recibir
un género “de Sacramento”? (DENZINGER-HÜNERMANN, 2007, n.216).

Como se ve, no sólo el obispo, sino también presbíteros y todos los cristianos (con la excepción de los
penitentes) pueden administrar el sacramento. Sin embargo, la “producción” del óleo destinado a este
sacramento (a semejanza de la Eucaristía) compete al obispo.

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En el siglo VI, vale la pena mencionar los sermones de Cesáreo de Arles (503-543). En ellos, Cesario
habla de la unción en la lucha contra los ritos mágicos paganos de curación. Además de presentar la
unción como remedio más seguro contra las fuerzas del mal, el obispo de Arles destaca el perdón de los
pecados, especialmente aquellos cometidos en las prácticas paganas.

Las principales conclusiones  que componen el arco entre los siglos III y VIII de la historia del
sacramento de la unción de los enfermos son:

a) La continuidad de la práctica de las primeras comunidades, especialmente en relación con la visita y


la atención a los enfermos. Consciente de que debe prolongar el ministerio de Cristo y de los apóstoles,
la Iglesia se sirve del testimonio y del signo: la unción con óleo.

b) La documentación de fórmulas eucológicas (bendiciones del óleo) para los enfermos, a partir del
siglo III. En estas fórmulas se suplica la efusión del Espíritu Santo para sanar a los enfermos de su
enfermedad y les restituya la salud de cuerpo, alma y espíritu.

c) El ministro de la bendición del óleo es el obispo, que la hace durante la oración eucarística (en la
Eucaristía del Jueves Santo).

d) Los destinatarios de la unción de los enfermos son todos los cristianos enfermos, a excepción de los
penitentes, puesto que el óleo pertenece al género de los sacramentos.

e) El efecto esperado de la unción es, sobre todo, el restablecimiento de la salud corporal. Sólo a partir
del siglo VIII, es cuando comienza a acentuarse el efecto espiritual, es decir, el perdón de los pecados.

3.2 Del siglo VIII al Concilio de Trento

Del siglo VIII al siglo XI, encontramos diversos rituales de unción de los enfermos. En estos rituales
aparecen, además de formularios para la oración de bendición sobre el óleo, otros ritos con
especificaciones muy precisas. Durante este periodo, además de la proliferación de rituales ocurren
cambios significativos en la teología y la práctica pastoral del sacramento de la unción de los enfermos,
como: a) clericalización y el consiguiente monopolio del clero en la administración del sacramento; b)
espiritualización de los efectos del Sacramento, quedando al margen la curación del cuerpo; c)
penitencialización del sacramento, es decir, para recibirlo es necesario  el perdón de los pecados por la
penitencia; d) extremización de los sujetos: la unción pasó a ser considerada como una el sacramento
de preparación para la muerte. El sujeto pasa de ser un simple enfermo a ser un enfermo en peligro de
muerte. Por eso el  nombre que se mantuvo hasta el siglo XX: “Extrema Unción”.

En general, estos ritos de la extrema unción obedecen al siguiente orden: entrada en la casa, la
bendición y aspersión del agua, la confesión y ritos penitenciales (salmos y oraciones), unciones (en
general, de los cinco sentidos), la comunión como viático. De hecho, desde el siglo. XIII, influenciada
por la creciente “escatologización” cambia la secuencia: penitencia – unción – viático a  penitencia –
eucaristía – unción (ésta debe ser el último sacramento, pues prepara para la gloria del cielo, borrando
los últimos vestigios del pecado). Esta secuencia se mantendrá en los rituales para la reforma litúrgica
del Vaticano II, cuando se volverá a la tradición más antigua.

Del siglo. XI al Concilio de Trento (s. XVI), la celebración y la práctica de la extrema unción no sufre
cambios significativos. Sin embargo, en este período se da la “sistematización escolástica” de este
sacramento. Los teólogos escolásticos (Pedro Lombardo, Alberto Magno, Tomás de Aquino,
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Buenaventura, Juan Duns Escoto, etc.) desarrollan una teología de la unción que, en cierto modo, está
lejos de la tradición primitiva. Insisten en el efecto espiritual del sacramento, en el sujeto en peligro de
muerte y en el carácter secundario de la curación.

El Concilio de Trento, preocupado en contrarrestar los desafíos de los reformadores, toma como base
de argumentación de la legitimidad y la eficacia del sacramento de la unción a la teología escolástica,
en especial la de Tomás de Aquino. Basándose en los textos del Nuevo Testamento de Mc 6.13 y de
Santiago 5,14-16, Trento enseña, entre otras cosas, que la unción es el sacramento que se remonta en
última instancia a la voluntad de Cristo, como se ve en la misión de doce, y en su comportamiento con
los enfermos. El contenido del sacramento es la gracia del Espíritu Santo, cuya unción (efecto) borra
los delitos y las consecuencias del pecado,  consuela y confirma el alma del enfermo, despertando en él
una gran confianza en la misericordia divina y eventualmente  obtiene la salud del cuerpo cuando sea
conveniente para la salvación del alma. El ministro de la sagrada unción es el presbítero, y el tiempo de
administración del Sacramento es, preferentemente, cuando el paciente esté corriendo riesgo inminente 
de muerte (cf. DENZINGER-HÜNERMANN, 2007, n.1695-1697).

3.3 De Trento al Concilio Vaticano II

Durante los cuatro siglos que separan el Concilio de Trento y el Concilio Vaticano II, no se puede decir
que haya habido  grandes progresos en la teología y en la práctica de la unción. De hecho, el estudio de
este sacramento fue prácticamente vinculado al tratado sobre la penitencia. Con el movimiento
litúrgico, sobre todo a partir de la década de 1940, se provocó una renovación teológica. Esto gracias al
estudio de las fuentes de la tradición genuina y el deseo de superar la concepción mágica de los
sacramentos. Dos líneas de renovación se deben destacar: la escuela alemana y la escuela francesa.

Los teólogos alemanes hacen hincapié en la dimensión escatológica del sacramento, relacionando la
última unción con la unción bautismal. La unción es considerada “la consagración para la última
batalla” como “sacramento de la resurrección”, como un lugar de auto-realización de la esperanza
escatológica de la Iglesia en el momento definitivo. Los franceses, por su parte, tienen una teología de
carácter más existencial. Siguen de cerca la teología subyacente de la Iglesia primitiva, hacen hincapié
en la finalidad de la unción de los enfermos (no necesariamente en peligro de muerte) en su carácter
curativo y terapéutico para  el ser humano integral. En este entendimiento, sólo el Viático debe ser
“sacramento en la perspectiva de la muerte” (cf. BOROBIO, 1993 p.557-8).

El Concilio Vaticano II no tenía la intención de ofrecer una doctrina completa sobre  la unción y mucho
menos aún resolver cuestiones discutibles. Sin embargo,  centró la atención en el ámbito litúrgico-
pastoral. Entre los documentos conciliares que aluden al sacramento de la unción de los enfermos,
además de la  Sacrosanctum Concilium, merece destacarse la Constitución Lumen Gentium (n.11). En
ella se han puesto de relieve las dimensiones eclesiológica, cristológica y antropológica del sacramento.

En los tres números dedicados a este sacramento, la Sacrosanctum Concilium afirma: a) Que su mejor
nombre es  “unción de los enfermos” y que no es un sacramento sólo para aquellos que están en peligro
de muerte, sino para otros enfermos y personas de edad avanzada ( cf. SC n.73); b) Que, además de los
ritos separados de la unción de los enfermos y del viático, se haga  un rito conjunto por el cual se
administre la unción al enfermo después de la confesión y antes de la recepción del Viático (cf. SC
n.74). Esta ordenación penitencia-unción-viático reproduce, de alguna manera, aquella de los
sacramentos de iniciación: bautismo- confirmación–eucaristía; c) Que el número de unciones se
acomode a las circunstancias de los enfermos y que los ritos sean revisados para que correspondan
mejor a las condiciones de los destinatarios del sacramento (cf. SC n.75). Otras directrices teológicas y
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litúrgico-pastorales se encuentran en la “Constitución Apostólica sobre el Sacramento de la Unción de
los Enfermos” de Pablo VI y en la “Introducción” del nuevo ritual de la unción de los enfermos,
publicado en enero de 1973.

La “Constitución Apostólica” fue oportuna por el hecho de haber realizado cambios en los elementos
esenciales del rito, como la materia, la forma y las disposiciones sobre reiterabilidad del sacramento.
Para la materia, se estableció que se puede usar otro tipo de óleo vegetal, no sólo el de oliva. La
fórmula del sacramento  fue alterada para  expresar mayor claridad acerca de su naturaleza y sus
efectos. El texto final, en la traducción oficial brasileña, era el siguiente: “Por esta santa unción y por
su infinita misericordia, el Señor vendrá en tu auxilio con la gracia del Espíritu Santo, para que, libre de
tus pecados, él te salve y, en su bondad, alivie tus sufrimientos “. El número de unciones se reduce a
dos (en la frente y las manos) y puede ser restringida a una sola en la frente o en otras partes del
cuerpo. El sacramento se puede administrar más veces, dependiendo de la duración de la enfermedad o
su agravación.

La “Introducción” del nuevo ritual contiene cinco secciones tituladas: 1) “La enfermedad humana y su
significado en el misterio de la salvación.” Aquí se presenta una síntesis del pensamiento cristiano
sobre el estado de la enfermedad y su importancia en la historia de la salvación. 2) “Los sacramentos
que se conceden a los enfermos.” En esta sección, se ven claramente expresados los dos sacramentos:
la unción y el viático. 3) “funciones y ministerios en relación con los enfermos”. Aquí son
contemplados los diversos oficios y servicios en favor de los enfermos. Es evaluado como positivo y
loable esfuerzos loables el esfuerzo de toda la humanidad (especialmente los profesionales de la salud y
científicos) en la tarea de aliviar el sufrimiento causado por la enfermedad y la consiguiente
prolongación de la vida. También miembros de la familia están contemplados por la participación
especial en ese “ministerio de consolación.” Por último, a los ministros (ministros) se les recuerda su
obligación de visitar personalmente a los enfermos, de administrarles los sacramentos, de cuidar la
catequesis tanto para los enfermos como  para los fieles en general, habida cuenta de su participación
activa y fructífera en celebración de los sacramentos. 4) “Las adaptaciones que competen a las
conferencias episcopales” En esta sección se presentan diversas posibilidades de adaptaciones del
nuevo ritual, de acuerdo con las tradiciones y culturas de cada pueblo. 5) “Las adaptaciones que
competen al ministro.” Corresponde al ministro, en su cuidado pastoral, tener en cuenta las
circunstancias en que se encuentran los enfermos y la mejor manera de celebrar el sacramento.

El rito como tal (Ordo) se compone de siete capítulos, a saber: 1) Visita y la comunión de los enfermos;
2) Rito Ordinario de la unción (rito ordinario, rito durante la misa, rito en gran concentración de fieles);
3) Viático (dentro y fuera de la misa); 4) La administración de los sacramentos a los enfermos en
peligro de muerte (rito continuo penitencia-unción-viático,  unción sin viático y la unción en la duda de
si el paciente está todavía vivo); 5) la confirmación en peligro de muerte; 6) Rito para  encomendar a
Dios  los moribundos; 7) Textos bíblicos y otras fórmulas eucológicas para ser utilizados en los ritos de
atención a los enfermos.

Desde el punto de vista de la teología litúrgica, el  “Ritual de la unción de los enfermos y su atención
pastoral” (1973) aporta mejoras significativas en comparación con el anterior (1614). Entre las
innovaciones que vale la pena mencionar:

a) La centralidad del misterio pascual de Cristo, que vino a salvar al ser humano integral. El
sacramento de los enfermos es memorial de este misterio, pues continúa y actualiza la acción salvífica
de Cristo en favor de los enfermos, completando de este modo en ellos, lo que falta a su pasión (cf. Col
1,24).
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b) El redescubrimiento del valor pneumático del sacramento, sobre todo en la fórmula de la bendición
del óleo.

c) La dimensión eclesial y comunitaria que atraviesa todo el ritual. La Iglesia se hace presente junto al
enfermo con atención pastoral permanente, ya que es consciente de que el paciente es un miembro
(sufridor del cuerpo vivo de Cristo y que espera participar de su glorificación. El enfermo, a su vez,
inmerso en el misterio de su sufrimiento, también edifica a la Iglesia. Las diversas posibilidades y
formas de celebración del sacramento – en especial con varios enfermos al mismo tiempo y con
numerosa asamblea – demuestran su carácter comunitario.

Desde un punto de vista antropológico, el nuevo ritual avanza en la comprensión holística del ser
humano y el consiguiente efecto (holístico) del sacramento para quien lo recibe.

4 Desafíos pastorales

Como se señaló anteriormente, el nuevo ritual de la unción de los enfermos tiene un fuerte atractivo
pastoral, comenzando con el propio nombre: “Ritual de la unción de los enfermos y de su cuidado
pastoral.” Las celebraciones allí previstas deben ser “cumbre y fuente” de una acción pastoral de la
Iglesia que se toma en serio el drama vivido por quien enfrenta  la carga de la enfermedad, la edad
avanzada y todo tipo de sufrimiento. De ello se desprende la necesidad de una formación teológica y
litúrgica para toda la comunidad, con los siguientes objetivos, entre otros:

a) Romper la vieja mentalidad de que el sacramento de la unción es sólo para aquellos que están al
borde de la muerte.

b) Obtener una visión general de los efectos del sacramento. Esta visión también librará a los fieles del
riesgo de fijarse en la idea de curación de la enfermedad o del sentido del sacramento como algo
mágico.

c) Aumentar la comprensión de lo que constituye la pastoral de la salud. En última instancia, esta


pastoral debe cubrir todas las etapas y momentos de la vida humana, sin limitarse exclusivamente a los
que están gravemente enfermos. En fin, una pastoral que tenga implicaciones en el contexto familiar,
comunitario, social. Más que una pastoral de conservación y remedio contra la enfermedad que se
impone, es una acción que promueve la salud y el bienestar de todas las personas, a la luz del
Evangelio.

d) Recuperar la Tradición de la Iglesia Primitiva, tratando de desvincular la unción de los enfermos del
sacramento de la penitencia. En este caso, sería deseable que hubiese laicos instituido ministros
extraordinarios de la unción.

e) e) Aumentar e la práctica de celebraciones comunitarias del sacramento de la unción, reafirmando su


carácter eclesial. Contando con la advertencia de que esta práctica no dé lugar a la banalización del
sacramento, es decir, ministrándolo a cualquier persona de forma indiscriminada.

Joaquim Fonseca, OFM (Instituto Santo Tomás de Aquino; Faculdade Jesuíta de Filosofia e Teologia)

 5 Referencias bibliográficas

8
 ALDAZÁBAL, J. Unção dos enfermos. In: SAMANES, C. F.; TAMOYO-ACOSTA, J-J. (Ed.).
Dicionário de conceitos fundamentais do cristianismo. São Paulo: Paulus, 1999, p.864-9.

ANTOLOGIA LITÚRGICA. Textos litúrgicos, patrísticos e canônicos do primeiro milênio. Fátima:


Secretariado Nacional de Liturgia, 2003.

BOROBIO, D. Unção dos enfermos. In: ____. (Ed.). A celebração da Igreja II – Sacramentos. São
Paulo: Loyola, 1993, p.539-614.

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COLOMBO, G. Unção dos enfermos. In: SARTORE, D.; TRIACCA, A. (Ed.). Dicionário de liturgia.
São Paulo: Paulus, 1992, p.1203-13.

DENZINGER – HÜNERMANN. Compêndio dos símbolos, definições e declarações de fé e moral.


São Paulo: Paulinas / Loyola, 2007.

ORTEMANN, C. A força dos que sofrem; história e significação do sacramento dos enfermos. São
Paulo: Paulinas, 1978.

SCICOLONE, H. Unção dos enfermos. In: NOCENT, A. et al. Os sacramentos: teologia e história da
celebração. São Paulo: Paulus, 1989, p.223-64.

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