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Dilemas éticos
La ética o filosofía moral es la rama de la filosofía que estudia la conducta humana, lo correcto y lo
incorrecto, lo bueno y lo malo. Por otro lado, la moral es el conjunto de costumbres y normas que se
consideran "buenas" para dirigir o juzgar el comportamiento de las
personas en una comunidad.
Entonces, podemos afirmar que la ética y la moral son constructos que regulan el comportamiento
humano y permiten su dirección a lo que, tanto de manera individual (ética) como colectiva (moral), se
considera aceptable y positivo.
Un dilema ético o una pregunta ética es un problema de toma de decisiones entre dos imperativos
ético-morales posibles, ninguno de los cuales es inequívocamente aceptable o preferible. La complejidad
surge del conflicto situacional en el que obrar de acuerdo a uno podría resultar en transgredir al otro.
Los dilemas éticos son experimentos mentales por las que se imaginan
situaciones difíciles a las que se debe responder con una acción moralmente correcta. En realidad no hay
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verdaderas respuestas "correctas" ya que usualmente deben compararse dos imperativos morales
diferentes y se debe elegir entre ellas.
Se han intentado resolver de varias maneras, por ejemplo, demostrando que la situación solo es
aparente y no existe realmente (por lo tanto no es una paradoja), o que la solución al dilema ético consiste
en elegir el bien mayor y el mal menor, o que todo el encuadre del problema omite alternativas creativas.
Este tipo de conflictos permiten ver cómo reflexionamos y que elementos tenemos en cuenta para
tomar una decisión. Es frecuente que se empleen dilemas éticos como mecanismo para educar en el uso y
gestión de emociones y valores, para concienciar sobre algunos aspectos o para generar debate y compartir
puntos de vista entre personas.
1. Dilema del tranvía: “un tranvía corre fuera de control por una vía. En su camino se hallan cinco personas
atadas a la vía por un filósofo malvado. Afortunadamente, es posible accionar un botón que encaminará
al tranvía por una vía diferente, por desgracia, hay otra persona atada a ésta. ¿Debería pulsarse el
botón?”
El problema inicial del tranvía llega a ser interesante cuando es comparado a otros dilemas morales:
El hombre del tejado: “como antes, un tranvía descontrolado se dirige hacia cinco personas. El sujeto se
sitúa en un puente sobre la vía y podría detener el paso del tren lanzando un gran peso delante del
mismo. Mientras esto sucede, al lado del sujeto sólo se halla un hombre muy gordo; de este modo, la
única manera de parar el tren es empujar al hombre gordo desde el puente hacia la vía, acabando con su
vida para salvar otras cinco. ¿Qué debe hacer el sujeto?”
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En este caso se encuentra una gran resistencia a decidir una participación activa. La mayor parte de
la gente que en el caso anterior aprobaba el sacrificio de uno en favor de los otros cinco no aprueba, en esta
situación, lanzar al hombre gordo a la vía.
Una distinción clara está en que en el primer caso no hay una intención clara de dañar a nadie (el
daño efectuado sobre el individuo de la vía alternativa es un efecto secundario de apartar el camino del
tranvía de los otros cinco). No obstante, en este segundo caso el daño va directamente parejo al intento de
salvar los otros cinco.
Por ello, hay quienes consideran que la diferencia entre ambos casos consiste en que se pretende la
muerte de alguien para salvar a cinco, lo cual es malo, mientras que en el primer caso no existe tal intención.
La solución es esencialmente una aplicación de la doctrina del doble efecto, según la cual uno puede tomar
una acción que concurra con perniciosos efectos secundarios, mientras que causar daño activamente
(aunque fuere por una buena causa) es incorrecto. Mientras que puede ser justificable sacrificar al hombre
gordo para salvar a las otras víctimas, que todo suceda como está planeado no es algo seguro, por lo que
podría resultar una pérdida innecesaria del hombre gordo por añadidura a la de las otras cinco personas,
pero al ser un dilema intelectual se asume el dilema en sus términos (empujarle para el tren).
El hombre en el jardín: “como anteriormente, un tranvía se mueve por una vía en dirección a cinco
personas. Es posible desviar su dirección haciéndolo colisionar con otro tranvía pero, de hacerlo, ambos
descarrilarán y se precipitarán colina abajo, atravesando una carretera, hasta el jardín de un hombre. El
dueño del jardín, que se halla durmiendo en su hamaca, resultará muerto. ¿Debería desviarse el tranvía?”
La única diferencia importante en este caso es que el hombre del jardín no parece particularmente
involucrado. En consecuencia a lo anterior, la gente cree que matar al hombre no es jugar limpio, pero al
mismo tiempo afirma que este estar involucrado no puede suponer una diferencia moral.
La variante de la esperanza: “como antes, un tranvía descontrolado se dirige hacia cinco personas. El
sujeto se sitúa en un puente sobre la vía con 2 botones a su alcance. El primero sirve para cambiar de raíl
del tren hacia una vía en la que matará a una persona. El segundo botón sirve para hacer descarrilar el
tren. Como consecuencia de descarrilar el tren con el segundo botón obtenemos un 50% de posibilidades
de matar a todas las personas, y un 50% de posibilidades de salvarlas a todas. ¿Cómo debería actuar el
sujeto?”
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El filósofo Jonás Barnaby opina que es moralmente ético descarrilar el tren, ya que el sujeto no sería
el responsable efectivo de la seguridad de los pasajeros (que en este caso, la responsabilidad recaería en la
empresa de trenes, ya que su obligación es asegurar la protección de sus viajeros ante un imprevisto de tal
calibre). Por tanto, el que acciona el interruptor de descarrilamiento no tiene por qué dudar de la fidelidad
del tren, así que está haciendo algo moralmente correcto. El sujeto cree que, si la empresa de transportes
funciona como es debido, el tren no causará víctimas al descarrilar. Si no tiene motivo para dudar de la
fiabilidad de la empresa, está actuando con el método más fiable, y por supuesto, el más acorde con la
humanidad que supone salvar a la persona que se enfrentaba a una muerte segura.
2. Dilema del prisionero: “la policía arresta a dos sospechosos. No hay pruebas suficientes para condenarlos
y, tras haberlos separado, los visita a cada uno y les ofrece el mismo trato. Si uno confiesa y su cómplice
no, el cómplice será condenado a la pena total, diez años, y el primero será liberado. Si uno calla y el
cómplice confiesa, el primero recibirá esa pena y será el cómplice quien salga libre. Si ambos confiesan,
ambos serán condenados a seis años. Si ambos lo niegan, todo lo que podrán hacer será encerrarlos
durante un año por un cargo menor.”
El dilema del prisionero es un problema fundamental de la teoría de juegos que muestra que dos
personas pueden no cooperar incluso si ello va en contra del interés de ambas. Fue desarrollado
originariamente por Merrill M. Flood y Melvin Dresher. Albert W. Tucker formalizó el juego con la frase
sobre las recompensas penitenciarias y le dio el nombre del "dilema del prisionero".
Es un ejemplo de problema de suma no nula. Las técnicas de análisis de la teoría de juegos estándar
pueden llevar a cada jugador a escoger traicionar al otro, pero ambos jugadores obtendrían un resultado
mejor si colaborasen.
En el dilema del prisionero iterado, la cooperación puede obtenerse como un resultado de equilibrio.
Aquí se juega repetidamente, por lo que, cuando se repite el juego, se ofrece a cada jugador la oportunidad
de castigar al otro jugador por la no cooperación en juegos anteriores. Así, el incentivo para defraudar puede
ser superado por la amenaza del castigo, lo que conduce a un resultado cooperativo.
3. Dilema del erizo: “En un día muy frío, un grupo de erizos que se encuentran cerca sienten
simultáneamente una gran necesidad de calor. Para satisfacer su necesidad, buscan la proximidad
corporal de los otros, pero cuanto más se acercan, más dolor causan las púas del cuerpo del erizo vecino.
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Sin embargo, debido a que el alejarse va acompañado de la sensación de frío, se ven obligados a ir
cambiando la distancia hasta que encuentran la separación óptima (la más soportable).”
Schopenhauer comparó el dolor que producen las relaciones humanas con unos erizos que deben
juntarse para no morir de frío aún si se dañan.
La idea que esta parábola quiere transmitir es que cuanto más cercana sea la relación entre dos
seres, más probable será que se puedan hacer daño el uno al otro, al tiempo que, cuanto más lejana sea su
relación, tanto más probable es que sientan la angustia y el dolor de la soledad.
4. Paradoja de Teseo: El barco en el cual volvieron (desde Creta) Teseo y los jóvenes de Atenas tenía treinta
remos, y los atenienses lo conservaron hasta la época de Demetrio de Falero, ya que retiraban las tablas
estropeadas y las reemplazaban por unas nuevas y más resistentes, de modo que este barco se había
convertido en un ejemplo entre los filósofos sobre la
identidad de las cosas que crecen; un grupo defendía
que el barco continuaba siendo el mismo, mientras el
otro aseguraba que no lo era.
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El río de Heráclito: "Ningún hombre puede cruzar el mismo río dos veces, porque ni el hombre ni el agua
serán los mismos".
Los calcetines de Locke: John Locke propuso un escenario concerniente a un calcetín favorito al que le
sale un agujero. Él reflexionaba sobre si el calcetín podría aún ser el mismo después de que se aplicara un
parche en él. Si así era, ¿podría entonces seguir siendo el mismo calcetín después de que se le aplicara un
segundo parche? ¿podría, en efecto, seguir siendo el mismo calcetín varios años después, incluso
después de que todo el material del calcetín fuera reemplazado por parches?