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En Nueva España el régimen municipal fue incorporado desde los primeros momentos de la
Conquista, cuando Cortés fundó la Villa Rica de la Vera Cruz. Una vez conquistada la ciudad de
México, se fundó en ésta el primer ayuntamiento formal, al que siguieron otros más hasta llegar a
87 municipios, en igual número de poblaciones. El ayuntamiento novohispano estaba integrado
por españoles que poseían bienes raíces y figuraban en el registro del vecindario. El concejo
municipal o cabildo se componía de dos jueces y los consejeros, cuyo número variaba de acuerdo
con el tamaño e importancia de las ciudades. Sin embargo, la participación de los miembros del
cabildo en las elecciones era muy restringida, pues además de que en éstas podía intervenir el
gobernador o el propio virrey, por lo regular solamente los alcaldes, los regidores y otros altos
funcionarios eran electores, así que el gobierno municipal prácticamente se encontraba en manos
españolas. En los pueblos la organización municipal tuvo características muy peculiares, pues
desde un principio Cortés respetó el señorío de los caciques indígenas sobre los pueblos que
tenían sometidos, y les otorgó privilegios, de acuerdo con su alta jerarquía. No sólo quedaron
exentos del tributo, sino que muchos conservaron a los indígenas tributarios que controlaban
antes de la Conquista, quienes sufrieron una doble explotación: la de los españoles y la de sus
antiguos caciques.
En América, desde el siglo XVII se hicieron evidentes las condiciones socioeconómicas originadas
por el establecimiento de las instituciones coloniales, tales como la explotación laboral, el control
comercial, las prohibiciones sobre algunos cultivos agrícolas, la discriminación racial y la distinción
entre criollos y peninsulares, Se consideraba criollo al hijo de europeos nacido en América, pero
más tarde este concepto cambio porque el criollo ya no sería sólo el hijo de padres europeos, sino
el hijo, nieto o bisnieto, el cual no tenía “sangre europea”. Incluso llegó a ser considerado como
criollo a todo aquel europeo recién llegado que hubiera asimilado las costumbres y modo de
pensar de los nacidos en europa. El concepto ya no se limitaba al haber nacido en la nueva España,
sino a un aspecto cultural, de actitud y de conciencia; criollo era aquel que se identificaba como
mexicano y no como novohispano. A partir de entonces, los criollos empezaron a tener
sentimientos de pertenencia hacia su tierra natal. En México, el surgimiento de la conciencia
criolla no podía dejar de lado el aspecto religioso; por ello, los criollos mostraron abierta
preferencia por aquellas formas que rompieran con el catolicismo de la metrópoli, para expresar
las costumbres religiosas del país. El culto a la virgen de Guadalupe constituyó la identificación
más importante del criollo mexicano con el catolicismo, justificada además por la frase del papa
Benedicto XIV: “no ha hecho cosa igual con ninguna otra nación”, para referirse a las apariciones
de la madre de Dios al indígena Juan Diego.
El siglo XVIII estaba a punto de terminar y, para entonces, el mundo occidental había sido sacudido
por los vientos de emancipación que el liberalismo europeo llevara hasta las tierras de la América
anglosajona, para luego regresar a Europa y derribar a una de las monarquías más autocráticas, la
francesa. El fin de siglo anunciaba grandes cambios; el antiguo régimen absolutista mostraba
evidentes signos de deterioro en Francia y España. El tiempo era propicio para que despertara el
ansia de libertad en la conciencia criolla, en los dominios de la América hispana.