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Ideología y perversión.
A este respecto son muchos los pensadores, comenzando por Lacan mismo, a partir de los
cuales es posible sostener que la sociedad capitalista se caracteriza por erigir a la subjetividad
perversa en un modelo dominante de personalidad, la cual se reproduce a través de un
discurso ideológico que impele a los individuos a someterse al mandato superyoico de gozar
en todas sus formas y a cualquier precio, y de ostentar dicho goce abiertamente, sin
limitaciones y sin culpa.
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El discurso capitalista
Es sabido que en el contexto de la invención de los cuatro discursos, Lacan introdujo una
variación sobre el tema que le llevo a afirmar la existencia, al lado del discurso del amo, de
la histérica, de la universidad y del psicoanálisis, de un quinto discurso al que denomino
discurso capitalista. Aunque no es un tema sobre el que haya ahondado mucho, Lacan se
refirió al mismo en algunos célebres pasajes. En la sesión de su seminario del 3 de febrero
del 1972, por ejemplo, afirmará que “El discurso capitalista se distingue por la Verwerfung,
por el rechazo, la expulsión al exterior de todo el campo de lo simbólico… ¿el rechazo de
qué? El de la castración” (Lacan, 2011:96)
El discurso capitalista introduce una torsión en las relaciones entre los términos que
intervienen en la estructura del discurso del amo: el significante amo (S1), el Saber (S2), el
Sujeto ($) y el objeto (a). Lacan destaca el hecho de que el capitalismo pone en relación
directa al Sujeto con el objeto plus de goce (a), relación que el discurso del amo excluye. El
Sujeto del capitalismo, atrapado en el goce consumista, es completamente ajeno al saber
científico-técnico (S2), un saber que está en el fundamento del mundo capitalista, si bien
subordinado al mandato único (S1) de la producción incesante de bienes u objetos (técnicos
y mercantiles) que cumplen la función de objetos de goce (a).
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intenso en el escaparate a la opacidad del desecho” (Alemán, 2000:32) o en los que “lo no
bastante coincide con el exceso”, como dice Zizek.
Este autor afirma que el capitalismo “ha dejado de ser un orden soportado por una
prohibición fundante que invita a ser transgredida” y se ha convertido en una economía
libidinal del consumo en el que “la propia transgresión es solicitada”, un mundo dominado
por los artilugios tecnológicos y constituido por una “multitud dispersa de goces, en el que
proliferan síntomas y tics particulares que le dan cuerpo al goce” (Zizek, 2001: 29).
Braunstein, por su parte, plantea la existencia de un tercer discurso, distinto al del amo clásico
y al del capitalista (que correspondería al discurso del amo moderno), que el mismo Lacan
habría anunciado en su conferencia en la Universidad de Milán de 1972 llamándole discurso
pst (homófono con la palabra peste), y al que Braunstein denomina discurso de los mercados
o discurso post-capitalista. Vinculado a la aparición de la escritura digital o virtual, que
sucede a la escritura a mano y a la escritura impresa, se trata de un discurso en el que el
mercado aparece como un agente impersonal y mudo que impele a los sujetos a gozar a través
de su sumisión a los servomecanismos, fetiches tecnológicos que son el semblante del
objeto(a).
En todos los casos, el discurso del capitalismo favorece un tipo de subjetividad que está
supeditada al imperativo de goce del objeto, que es goce del objeto desechable y renovable
por excelencia, la mercancía. La naturaleza perversa de está subjetividad no es ajena a la
desimbolización que produce el capitalismo, la cual remite ante todo a una erosión de la
función del nombre del padre en el terreno cultural, es decir, al declive de los referentes
ternarios y la caída de las figuras del gran Otro.
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Las distintas figuras del Otro simbólico que recorren la modernidad (Dios, la Nación, el
Pueblo, la Revolución, el Proletariado, el Progreso, la Ciencia), los grandes relatos que han
estructurado el vínculo de los sujetos a algún significante amo que se presenta investido de
un aura sublime y trascendente, han dado su razón de ser tanto al inquisitivo sujeto crítico
como al insatisfecho sujeto neurótico.
Ahora bien, con el paso a la posmodernidad asistimos a la decadencia del gran Otro, a la
ausencia radical de grandes Sujetos. Este desvanecimiento del sujeto de la modernidad es
correlativo a la emergencia del capitalismo tardío neoliberal, que se caracteriza por disolver
todas las formas de intercambio que se remiten a un garante absoluto o metasocial.
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El valor simbólico se diluye en beneficio del simple y neutro valor monetario de la mercancía,
eliminándose toda consideración (moral, tradicional o trascendental) que obstaculice la libre
y más amplia circulación de mercancías.
La posmodernidad, una era dominada por el vacío de referentes sólidos y por el pensamiento
débil, es por ello un más allá de la modernidad carente de ideales fuertes, propicio a una
cultura narcisista en la que las definiciones idiosincráticas se generalizan en detrimento de
los valores o las ideologías universales. Si en la modernidad el ser del sujeto depende de un
Ser exterior a él, en la posmodernidad esta hetero-referencia se desdibuja a favor de una auto-
referencia radical.
A pesar de que la idealización del mercado es hoy un relato dominante que pretende erigirlo
como nuevo referente absoluto o gran Otro, el mercado por su propia naturaleza es incapaz
de ocupar este lugar, pues su lógica profunda no es ternaria. La economía de mercado, en
efecto, es incapaz de dar respuesta a la cuestión del origen o del fundamento y al deseo de
infinito o de absoluto, pues su lógica no es ni simbólica, ni jerárquica ni trascendente. Por el
contrario, el mercado se basa en relaciones dualistas e imaginarias y en una lógica que es
horizontal, uniformizante, inmanente, interactiva y reticular, sin exterior ni principio
excluido.
La progresiva desaparición de la figura del gran Otro acarrea una mutación de la condición
humana y un cambio en la forma de subjetividad dominante, a la que se le exige adaptarse a
la mercancía y a los flujos del mercado de manera voluntaria, práctica y “libre”. La creación
del hombre neo-liberal ha llevado a una revolución de nuestra economía psíquica consistente
en el desplazamiento de una cultura basada en la lógica de la neurosis (la represión, la culpa,
la deuda y el sacrificio) a una cultura que promueve la perversión, los desórdenes narcisistas
y la psicosis ordinaria.
La caída de los ideales produce un sujeto indiferente al sentido del deber y carente de espíritu
crítico, pues conlleva la caída del superyó y de la ley simbólica. Un sujeto narcisista,
hedonista y cínico, sin deuda ni compromiso con el Otro y por tanto liberado de la culpa,
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Existe una historia de la locura que da cuenta del porque los síntomas y los trastornos
mentales varían de una época a otra o entre distintas culturas. En este sentido, modernidad y
postmodernidad se distinguen por los malestares que alientan y los modelos de personalidad
que propician. Si las patologías en la modernidad remiten al sujeto neurótico y se fundan en
la pasión de ser otro, o más precisamente, sujeto del Otro, las patologías postmodernas giran
en torno a la ausencia del Otro y la cuestión de la auto-fundación y la auto-referencia.
Entre ellas destaca en primer lugar la depresión, un trastorno que remite a la dificultad del
sujeto para arreglárselas sin el gran Otro, a la fatiga para ser uno mismo que se traduce en
impotencia, dificultad para la acción, inhibición, tristeza y desaliento. Más que estar habitado
por la culpa, como el sujeto neurótico de la modernidad, el sujeto deprimido está habitado
por la vergüenza. Si la culpa es un estado que remite al Otro, la vergüenza remite a sí mismo,
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Si el sujeto deprimido es aquel que es menos que sí mismo, sus contrapartes patológicas son,
por un lado, la personalidad múltiple, en la que el sujeto es más que uno mismo, dividido en
identidades distintas entre sí pero que habitan en un mismo cuerpo, y por otro lado el llamado
estado límite o borderline, que remite a un transtorno con una clara impronta narcisista que
ha llevado a algunos clínicos a concebirlo como una psicosis ordinaria, es decir, una suerte
de psicosis de baja intensidad que se distingue tanto de la neurosis como de la psicosis
tradicional. (Maleval, 2003)
Anorexia, bulimia o vigorexia, otros populares males de época, remiten a las alteraciones de
la imagen del cuerpo que afectan a los sujetos atrapados en el juego de apariencias de un sí
mismo deficitario frente a la mirada propia y de los demás. La multiplicación de los casos de
transexualismo y las demandas de transexualización, por su parte, no son ajenos a la
desimbolización, a la negación de lo real de la diferencia sexual y al rechazo de la castración.
Finalmente, las adicciones o toxicomanías constituyen otra forma generalizada de
manifestación de lo inconsciente, en las que la ausencia del Otro es suplida a través de una
sustancia que ocupa su lugar y es consumida compulsiva e inevitablemente hasta llevar al
mutismo de un goce ensimismado y no simbolizable.
En todos los casos, los sujetos de las nuevas patologías narcisistas son reacios al tratamiento
analítico y se distinguen del neurótico tradicional por su impermeabilidad a la relación
transferencial, es decir, a la relación con el Sujeto Supuesto Saber. Con una dificultad para
la simbolización y el trabajo de la asociación libre, son sujetos que difícilmente se interrogan
por sus síntomas y cuyo malestar se presta a la palabra analítica solo en condiciones muy
particulares. A este respecto sabemos que Lacan anticipó en el último periodo de su
enseñanza, y no por azar, la necesidad de transitar de una clínica del Otro a una clínica del
Uno, en una perspectiva que privilegia la forma única en que cada ser hablante organiza su
modo de gozar el síntoma. Una clínica que muestra toda su utilidad frente a los nuevos
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La ausencia del Otro da cuenta de otro fenómeno propio de la postmodernidad y que revela
su faz perversa: el incremento de la violencia en todas sus formas (físicas y simbólicas,
legales e ilegales, implícitas o explícitas), que se ha convertido en un fenómeno transversal
que permea el conjunto de las dinámicas sociales. La violencia extrema, la muerte y la necro-
política son los signos característicos de lo que Valencia ha llamado capitalismo gore, en el
que lo gore ya no designa un género cinematográfico sino una realidad muy cercana, la de
un capitalismo cada vez más condicionado por el crimen organizado (y del que México
constituye actualmente un modelo) en el que se extiende el tráfico ilegal de drogas, órganos,
armas, mujeres o mercancías, o en el que el secuestro, la tortura, la estafa, la piratería, la
extorsión y el sicariato se han arraigado como prácticas ordinarias. (Valencia, 2010)
La multiplicación de actividades criminales que son cada vez más transnacionales y globales
(y que algunos han llamado McMafia) acompaña a la implantación del capitalismo ultra-
liberal, basado en el hiper-consumo hedonista y en la necesidad de abastecer su demanda a
través de una inmensa economía ilegal (que si bien predomina en los países subdesarrollados,
no está menos presente en los países avanzados). Una de las consecuencias más negativas de
este nuevo régimen es la desafiliación y la disgregación social, que debilita las tradicionales
identidades de clase (tanto la del proletariado como la de la burguesía) y conduce a una
lumpenización o desclasamiento generalizado que encuentra en la figura del delincuente
(mafioso, asesino o ladrón) su modelo identitario y su personificación heroica.
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Uno de los rasgos que distinguen el capitalismo actual es su carácter obsceno. A diferencia
de lo que sucedía en la antigüedad, en la que el goce se circunscribía al ámbito de lo privado,
lo discontinuo y lo no visible, la incitación al goce y el imperativo de gozar no solo es
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Como señala Roudinesco “los medios audiovisuales se han convertido, con el consentimiento
de todos los protagonistas del gran espectáculo posmoderno de la autoexhibición, en el
instrumento primordial de una ideología tan pornográfica como puritana. En todo el mundo,
la telerrealidad, género televisivo que muestra a personas reales en su intimidad, funciona
como el nuevo psiquiátrico de los tiempos modernos, un psiquiátrico abierto, que por lo
demás no es ajeno al espíritu que inspiró las clasificaciones del DSM, vasto parque zoológico
organizado como un reino de la vigilancia infinita y el tiempo suspendido. Una sociedad que
profesa semejante culto a la transparencia, la vigilancia y la abolición de su parte maldita
es una sociedad perversa” (Roudinesco, 2009: 211) (1)
1
Roudinesco ha subrayado el hecho de que los criterios que antaño permitían especificar la estructura
perversa en el campo psiquiátrico (a través del DSM) se han desdibujado a un tal grado que hoy en
día la perversión ha sido vaciada de su sustancia. El recurso a una nueva terminología que no emplea
más el término de perversión sino el de parafilia, se basa en un enfoque que incluye en esta última
tanto a prácticas sexuales perversas –exhibicionismo, fetichismo, pedofilia, masoquismo, sadismo,
travestismo como a simples fantasías perversas, y que deja fuera conductas perversas consideradas
como delitos (violación, crimen sexual, proxenetismo) o auto-destructivas (toxicomanía, anorexia y
bulimia). Roudinesco llama “clasificación perversa de la perversión” a lo que el DSM-4 realiza, que
a sus ojos es el proyecto de una sociedad sadiana en la que las diferencias se disuelven, se suprime el
orden del deseo y la subjetividad y se impone una ideología de la disciplina y la vigilancia.
(Roudinesco, 2009: 208)
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de sí mismo a través de la victimización del otro, son algunas de los rasgos de la pornocracia
emergente, cuyos ideales solo los más aptos, es decir los más proclives a la perversión, están
en condiciones de cumplir.
A diferencia de la polis clásica, compuesta por neuróticos que creen en un Amo al que deben
su existencia y su obediencia, en la polis perversa actual el imperativo pulsional, que es
privilegiado en detrimento de la mediación por lo simbólico, propicia lo que Lebrun llama
una perversión ordinaria o neo-perversión, es decir, una condición subjetiva de base
neurótica pero impregnada de perversión (Lebrun, 2007). Si el sujeto moderno es kantiano
en la medida que obedece a la ley que lo obliga a considerar al otro como un fin en sí mismo,
la ley sadiana que ordena gozar empuja al sujeto posmoderno a considerar al otro como un
medio para alcanzar sus fines.
El sujeto perverso, en efecto, es aquel que se imagina ser el Otro para asegurar su goce, es
decir, alguien que se coloca en relación a todo otro, en la posición del gran Otro. A diferencia
del sujeto neurótico, acosado por una deuda simbólica impagable, atormentado por la culpa
y la falta, el perverso cree no deber nada a nadie, es un sujeto que se autoriza para imponer
su propia ley, para acercarse a lo prohibido y para renegar de las leyes de los hombres pero
también de las leyes de la naturaleza (por ejemplo, renegar de la diferencia sexual).
Con todo, si el perverso puede resultar transgresor en aquellas sociedades en las que
predominan las neurosis y los neuróticos, sometidos a los dogmas, las normas o los valores
trascendentes, cuando la subversión perversa deviene la norma, cuando el goce perverso está
permitido y no prohibido, entonces difícilmente puede subvertirse algo y la perversión,
integrada al sistema, pierde su rol de Otro de la neurosis.
En este sentido tiene toda la razón Zizek cuando afirma que la neurosis, por revelar la división
subjetiva y afirmar la existencia del inconsciente, es más contestataria que la perversión, que
solo es transgresiva en apariencia. Por ello sostiene que pensadores como Foucault o Deleuze,
al exaltar el potencial subversivo de la perversión, encarnan “el modelo de la falsa
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Los medios masivos de comunicación refuerzan este sistema al poner en escena el goce en
todas sus formas, al estimular la pulsión escópica, erigida en pulsión dominante por encima
de la pulsión epistemológica o letrada, al imponer una estética de lo grotesco y lo extremo en
detrimento de la estética moderna de lo sublime. El boom del cine gore o del cine extremo,
2 Zizek afirma que en el proyecto foucaultiano de romper con el dispositivo sexual y el orden
disciplinario confesional, que se despliega desde la época del cristianismo hasta la del psicoanálisis,
oponiéndoles un arte de la existencia basado en el uso de los placeres y el cuidado de sí, inspirado en
los filósofos grecolatinos, la imagen foucaultiana de la Antigüedad es estrictamente fantasmática,
pues “recurre al mito de un Estado anterior a la caída en el cual uno mismo forjaba su propia
disciplina, que no era un procedimiento impuesto por un orden moral universal culpabilizador”
(Zizek, 2001: 268). En esa misma línea, Zizek cuestiona la crítica realizada por Deleuze al
“psicoanálisis edípico”, a la que considera otro caso de rechazo perverso de la histeria, que exalta la
productividad múltiple de los flujos libidinales en detrimento de cualquier forma de autoridad
simbólica.popularidad de los reality show y de los talk show en la televisión o de las comunidades
virtuales en las que los sujetos pueden desdoblarse, inventar o cambiar de identidad, nos hablan de la
sobrevaloración del placer voyeurista y del exhibicionismo narcisista ligado al culto al ego y a la
intimidad convertida en espectáculo.
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BIBLIOGRAFÍA
Alemán, Jorge, 2000 Lacan en la razón posmoderna. Miguel Gómez Ediciones. Málaga.
Lacan, Jacques,
1991, Seminaire XVII “L’envers de la psychanalyse.” Seuil. Paris,
2011, Je parle aux mures. Seuil. Paris.
Lebrun, Jean-Pierre,
2007, La perversion ordinaire. Denöel, Paris,
Roudinesco, Elisabeth
2011 Nuestro lado oscuro. Una historia de los perversos. Anagrama. Barcelona.
Valencia, Sayak
2010 Capitalismo Gore. Melusina. Madrid
Zizek, Slavoj
2001 Amor sin piedad. “Hacia una política de la verdad”. Editorial Síntesis. Madrid.
2001 El espinoso sujeto. Paidos. Buenos Aires.
Este texto se encuentra publicado en el volumen 6 de la colección de psicoanálisis: LAPSUS
DE TOLEDO, La otra versión del padre: perversiones; Cristina Jarque (compiladora);
editorial Ledoria, Toledo, España, 2014. http://www.editorial-
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